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Te propongo, estimado lector, que pienses en una persona de carne y hueso a la que
consideres un referente o ejemplo como comunicador. Intenta detectar cuáles son los
atributos o características que destacas en dicha persona en tanto comunicador. Por
favor, tomate unos segundos antes de seguir leyendo.
Es curioso que, en general, nadie piense en un buen comunicador como alguien que,
ante todo, sabe escuchar (discúlpame lector, si pensaste en ello). En todo caso
pensamos en alguien que merece ser escuchado. El modelo hegemónico ilustra un
proceso lineal y unidireccional donde hay un emisor heroico y un receptor pasivo.
Ahora bien, lo cierto es que en contextos empresariales en los que trabajamos con otros
para alcanzar nuestros objetivos, el paradigma del orador pierde poder y consistencia.
En efecto, la clave para lograr acuerdos y alianzas en contextos de trabajo signados por
la colisión de intereses y la matricialidad de funciones no está en el arte de la
persuasión, sino más bien en la capacidad de contemplar e involucrar con curiosidad y
respeto los intereses y puntos de vista de los demás. Francisco Ingouville dice que “las
discusiones no se ganan discutiendo”, en el sentido de que no es cuestión de quién
argumenta con mayor solvencia o elocuencia. La oratoria es indispensable para realizar
presentaciones efectivas, pero no necesariamente para las negociaciones y
conversaciones difíciles del día a día.
Para ilustrar este abordaje, te propongo, lector, una nueva pregunta: ¿Qué suele pasar
cuando vas al cine a ver una película basada en un libro que leíste y te encantó? La
sensación suele ser de desencanto y desilusión. ¿Por qué sucede esto? En gran medida,
porque cuando leemos un libro, somos coautores de la obra. Ésta se genera, diría
Buber, entre el autor y el lector. Somos nosotros los que asignamos caras a los
personajes, lugares a los paisajes y emociones a los sentimientos. Frente a la película,
en cambio, somos espectadores, receptores pasivos de un mensaje consumado.
En términos de comunicación, la clave está en acercarnos al modelo del libro, esto es,
un escenario en el que el otro tiene un protagonismo central. Y para ello, el rol de la
escucha resulta central. Cuando nos animamos a escuchar genuinamente antes de
hablar obtenemos dos beneficios esenciales: por un lado nos damos cuenta de que el
otro no pensaba como suponíamos que pensaba, y esto nos permite adaptar nuestro
mensaje a la realidad de esa persona singular. Por el otro, una vez que escuchamos, el
otro está mucho más predispuesto a escucharnos a nosotros, lo ayudamos a que sea
curioso. Es como en el subte, para entrar, primero hay que dejar que la gente salga. Si
llegaste a este punto, querido lector, es por haber sido coautor de estas líneas.
Bibliografía: