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LAWRENCE STONE

EL PASADO
EL PRESENTE
Traducción de
L orenzo A l d r e t e B e r n a i .

FONDO DE C U LTU R A ECONÓMICA


MEXICO

✓1
Primera edición en inglés, 1981
Primera edición en español, 1986

Título original:
The Past und ihe Presenl
© 1981, Lawrence Stone Publicado por Routlcdge & Kcgan Paul, Londres
ISBN 0-7100-0628*4

D. R. © 1980, Pondo de C ultura Económica, S. A. du C. V.


Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.
ISBN 9< 3-16-2251-0

Implese» en México

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sir Roben Birley. John Prestwich y R.H. Tawney,
primevos en enseñarme de qué trata la historia.
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AGRADECIMIENTOS

El capítulo 1 apareció por vez primera en un libro titulado The. F u tu ro o f


History, compilado por C, Delzell, Vanderbilt University Press, 1*'>’/(>. I I
capítulo n ha sido reimpreso con el permiso de Daedalus: Journal o f ihc
Am erican Academy o f Arts and Sciencies, Boston, Massachusetts, invici
no de 1971, Historical Studies Today. El capítulo III, W orld Copyright:
The Past and Present Socicty, Corpus Christi College, Oxford, Ungía
térra. Este artículo ha sido reimpreso con el permiso de la Sociedad, tomando
de Past and Present: aJournal o f Historical Studies, mím. 85 (noviembre de
1979). La mayoría de los ensayos posteriores se publicaron en The New
York Review o f fíoohs entre 1965 y 1980, y se reimprimen con el permiso
de The New York Review ofBook. Copyright © 1965/80 Nyrev, lnc. A lg u ­
nos fragmentos de los capítulos IV, VI y Vil provienen de reseñas apareci­
das en el New Stalesman entre 1962 y 1964, y parte del capítulo XIIl se ha
tomado de una reseña publicada en The Times Literary Supplement en
1966. Quiero expresar mi agradecimiento a todas estas autoridades p or el
permiso para volver a publicar Lo anterior. Todas las reseñas han sido
abreviadas y modificadas para centrar la atención sobre problemas y
hechos históricos amplios, prescindiendo de los méritos y las deficiencias
de los libros específicos sujetos a revisión.
INTRODUCCIÓN

Los ensayos contenidos en este volumen son de dos tipos. El prim ero con ­
siste en tres investigaciones con las que se intenta describir y dar opiniones
acerca de los cambios radicales en las preguntas que los historiadores han
estado formulando con respecto al pasado, y acerca de los datos recientes,
lo mismo que de las herramientas y la metodología por ellos desarrolladas
para responderlas. En lo personal siento que he sido especialmente afor­
tunado por haber vivido y tomado parte en una transformación tan esti­
mulante de mi profesión. Si, como parece verosímil, la afluencia de
nuevos miembros a la academia se verá drásticamente restringida duran-
v'C' te los próximos quince años por causa de falta de oportunidades de traba­
jo, es probable que sobrevenga un estancamiento intelectual, ya que es de
los jóvenes de quienes provienen las innovaciones. Si esto sucede, ios últi­
mos veinticinco años serán considerados como una especie de fase heroica
en la evolución de la comprensión histórica, atenazada en medio de dos
periodos de sosegada consolidación de una sabiduría heredada.
Los ensayos del segundo grupo fueron originariamente reseñas reflexivas
acerca de libros de publicación reciente, y todos ellos tienen que ver de
una manera o de otra con un único tema. Este es el referente al problema
que atormentó tanto a Marx como a W eber: de qué manera y por qué la
Europa Occidental se transformó durante los siglos XVI, XVII y XViu pai a
llegar a poner los cimientos sociales, económicos, cientílicos, políticos,
ideológicos y éticos de la sociedad racionalista, democrática, individualis­
ta, tecnológica c industrializada en que actualmente vivimos. Inglaterra
fue el primer país en seguir este camino, y fue precisamente a este modelo
inglés al que Marx y W eber se sujetaron.
Todos los ensayos que figuran en esto libro se escribieron durante los se
sentas y los setentas, y reflejan un cambio de interés que va desde trans­
formaciones sociales, económicas y políticas, basta tansformaciones en
. cuanto a valores, creencias religiosas, costumbres y normas de conducta
personal. En lo tocante a este cambio, los ensayos no reflejan simplemen­
te transformaciones en mi propia perspectiva acerca del pasado, sino más
bien un cambio más general, verificado en los sesentas y los setentas, de la
sociología a la antropología como la fuente principal de nuevas ideas en
la profesión histórica en general. I.os libros que elegí para reseñar fueron
aquellos que en ese momento consideré que llevaban a cabo los adelantos
más importantes e innovativos, siendo el propósito de los ensayos hacer
12 IN TR O D U C C IÓ N

patentes ciertos aspectos de la efervescencia de nuevas ideas, nuevos enfo­


ques y nuevos hechos que caracterizó a la Edad de Oro de la historiogra­
fía. Por consiguiente, son pocos los aspectos de la "nueva historia" que
quedan sin considerar en este volumen, ya sea de manera general en las
lies investigaciones historiográficas, o de un modo más especifico en los
ensayos temáticos.
Primera Parte
HISTORIOGRAFIA
i LA IIIS ( ORIA Y LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL
SIGLO XX

I .A EVOLUCIÓN DI, I.A PKOW ttlÓN HISTÓRICA


I »i . 111 i I ,i|/lo x VI li.r ilu medí,ido*. <I <*1 X I X , la h is t o r ia ?;c vo lv ió ( a d a voz
m i i poiM iliii i o n i o « o 1111 »o «Ir iuvniligit< iAn, de a c t i v i d a d l i t n . m . i y f o r
m o ion i oh m . iI , y d« d r < d in < i a i t l i n i , |»a «ando pin H n l n g h y < !la i r n d o n ,
liio.t i ( d l d m i i Volt o 111 y M . n n o l a y , tnii;r|ri«oi i il g t i m n i lr latí o ln its un ís
111 i d o i i il d r • io n i •m i * )¡ d« I n*ii o í » i ion i al Iva ip n j.iiii.t i •< h a y a n r ni i i
i .. 1 I m., Id o o . Miinl l l o y r i o o i !• mo o i • •a m l«il< *t p a t a la •i « o to 11 d i la
alta » i d i o t a d* tu I Ir i t i l l o , m i id ■ •ritl Ido di ipo •* s u p o n ía «po i n a lo o ir i
h o nd o * iio* *• d l j i i a i t illo y n I lo a d o | m m U a lo i Indo * h Ido ^ a a i n d i a d o
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da por sentado casi de manera axiomátic a qur son lo*, privn*...quirm i


prosperarán» y que la mayoría de los hombres que detentan puestos de
poder político son egoístas, y quizás hasta paranoicos corruptos, mucho

1 Las notas de pie de página se han limitado a citas directas o a ulteriores desarrollos del argu­
mento. Los autores y los trabajos de ellos a que se alude en el texto son bastante bien conocidos para
requerir de documentación. Estoy muy agradecido con los estudiantes y los miembros del cuerpo do­
cente del seminario de Princeton conducido por mí y por el profesor Amo J. Mayer, en discusión con
los cuales los argumentos de este ensayo se han modificado y acendrado a través de los años. Estoy
extremadamente agradecido a los agudos y pertinentes comentarios con respecto a un penúltimo
borrador por parte de mi colega y amigo, el profesor Roben Darmon, quien me libró de incurrir en
muchos excesos y errores. En lo que se refiere a aquellos que aún persisten, soy el único responsable.

15
lfi H IS TO R IO G R A FÍA

más interesados en promover sus propias carreras que en servir al bien co­
mún. Esto constituye un enfoque completamente diferente sobre los obje­
tivos, la talla y los logros de los principales protagonistas políticos, con
respecto al que prevaleció de manera general hasta antes de la primera
m itad del siglo XIX.
En segundo lugar, la historia era una excelente fuente de solaz que pro
perdonaba un tipo de narración más cautivante, intrigante y significati­
va que las prolijas y artificiosas novelas de amor y de aventuras de la épo­
ca. Una verdad sobria y manifiesta, tal como la que los historiadores
narraban con elegancia, se consideraba de mayor interés que las elu­
cubraciones llenas de imaginación de escritores ingeniosos. Finalmente,
se pensaba que la historia era una invaluable fuente de enseñanza para
los adolescentes, ya que los aleccionaba sobre la naturaleza del hombre y
del poder político. Siendo ésta su índole, su lectura era imprescindible
para los hijos de las élites, que recibían su educación en casa, en acade­
mias, o en las universidades con miras a ocupar puestos de importancia
política en el futuro.
Resulta posible obtener un enfoque esclarecedor sobre la naturaleza y el
alcance de la historia tal como se le consideraba en 1850, justamente al f i ­
nal de esta prolongada fase de dilettantismo, y antes de que se convirtiera
en una profesión en sentido estricto, ejercida casi exclusivamente por es­
pecialistas de tiempo completo dentro de las universidades. El testimonio
lo encontramos en el discurso inaugural pronunciado en 1848 por el Re-
fíius Professor* de Historia de la Universidad de Oxford, H. H. Vaughan.
Esto tuvo una carrera trágica y extremadamente estéril, y en su produc­
ción poco o nada se halla de valor permanente, peto tuvo una visión de lo
que la historia debería ser, la cual tiene una considerable significación
h¡.-t(ortográfica hoy día. La cuestión principal que cualquier historia­
do! debe abordar, según Vaughan, es el “ hacer patente las transforma­
ciones críticas con respecto a las condiciones de !a sociedad” . Debe ad-
vr 1 1use que aquí se poste énfasis sobre las transformaciones, no sobre una
dc:i( ripción estática, y que la naturaleza de los cambios históricos no está
definida como recurrente o periódica, como sucede en las ciencias natu-
i .i les o sociales, sino como crítica y, por consiguiente, probablemente üni-
i a Vaughan describió en términos muy generales el tema de estudio de la
historia, abarcando en él aspectos históricos de índole popular, social y
<iilim ,d, de un m odo tal que ganaría la aprobación de los más recientes
cutre los "nuevos" historiadores de hoy día; “ Existen instituciones, le­
ve., costumbres, gustos, tradiciones, creencias, convicciones, magistratu­

* l I /íif/¡iN.í Professor ca tm profesor que ocupa una cátedra instituida por dádiva real en las uní-
. , i•I.«<I»•milr Oxford o Cambridge. [T.]
LA H IS T O R IA I)E LAS CIENCIAS SOCIALES EN El SIGLO X X 17

ras, festivales, pasatiempos, al igual que ceremonias y otros elem entos si


mílares de organización social, que son discernibles, tanto lógicam ente
como de hecho, de las condiciones de cierta unidad nacional." 1.a defini­
ción de Vaughan sobre el contenido de la historia fue mucho más allá,
por lo tanto, de la evolución política del Estado nación, comprendiendo
en sí el más amplio margen posible de fenómenos socioculturales. De
hecho, abandonó los cauces establecidos para expresar un considerable
escepticismo acerca de la labor histórica realizada exclusivamente en tér­
minos institucionales, aduciendo que tal enfoque proporciona una orien­
tación rnuy engañosa que debería modificarse con el tiempo. Las institu­
ciones, escribió, “conservan su nombre, pero cambian sus cualidades, o
bien, no obstante mantener ei tipo de su estructura original, ejercen po­
deres completamente nuevos. Únicamente bajo tales condiciones llegan a
ser verdadera, activa y saludablemente permanentes” .2 Esto mismo fue lo
que estableció W alter Bagehot en su clásico estudio acerca de la Constitu
ción inglesa, publicado menos de veinte años después.3 *5
Las cualidades de un buen historiador, según Vaughan, son tres: la p ri­
mera se refiere a) “principio de atracción por los hechos” —dicho de otro
modo, a una apasionada curiosidad con respecto al pasado, lo mismo que
a una infinita capacidad para ahondar esmeradamente en mohosos ar­
chivos con el fin de desenterrarlos — . La segunda consiste en tener “ ins­
tintos más o menos definidos sobre ciertas expectativas” — dicho de otro
modo, en disponer de ciertas intuiciones preconcebidas que deberán veri­
ficarse contra los hechos registrados - . Esta es una postura que resulta
muy normal en el caso de un científico abocado al campo social o natu­
ral, pero que durante los subsecuentes cien años de escribirse esto se con
sideró como el anatema del historiador profesional. La tercera consiste en
"hábitos de rápido reconocimiento” — el don intuitivo de seleccionar los
detalles significativos en medio de una masa caótica de documentación.
Si es posible considerar a Vaughan como alguien completamente tradi­
cional en su interpretación de la función del historiador tal como ésta se
concebía a mediados del siglo XIX, y de hecho hay indicios de que sí lo
era, en ese caso el tema de la historia abarcaría un amplio margen de ex­
periencia humana —política, religiosa, intelectual, social, ritualista y
cultural — , y debería estudiarse combinando formulaciones teóricas p re­
vias con la más rigurosa atención a las pruebas registradas acerca de las cir­
cunstancias concretas y particulares. Esta es la razón por la que las obras
de los eruditos del siglo XIX, como Burckhardt, siguen siendo estimulan -

3 Edward G. W. Bill, Universiíy Refonn ¡i: Ninet cent h -Cení ttry Oxford: A Study oflíenry Hal-
fo t Afatíg/tan, 1811-1885, Oxford, 1973. pp. 69-72.
3 Walter Bagehot, The English Consiüulion, Londres, i 667
18 H ISTO R IO G R A FÍA

les y de una extraordinaria frescura para los estudiosos un siglo después


de haber sido escritas. Los historiadores de esa época aún se hallaban ins­
pirados por una infinita curiosidad, y el margen de sus intereses era ilimi­
tado. Es esto lo que de manera inmediata los hace tan atractivos para nos­
otros hoy día.

Entre 1870 y 1930, la historia se convirtió en una disciplina profesional


autónoma por derecho propio. Se crearon en las universidades departa­
mentos independientes para su estudio, al tiempo que se instituyeron
programas de doctorado para la preparación y la acreditación de futuros
profesionales, constituyéndose además asociaciones profesionales. M ien­
tras tanto, el tema fundamental del quehacer histórico, bajo la influen­
cia del nacionalismo liberal burgués de la época, se definió corno la evo­
lución administrativa y constitucional del Estado-nación, a la vez que
de las relaciones militares y diplomáticas entre los Estados de esta índo­
le. Se establecieron oficinas nacionales de registro, y los documentos bá­
sicos referentes a estas cuestiones se catalogaron por fechas y se pusie­
ron a la disposición de los eruditos sin cargo alguno. Así, los problemas,
los métodos y las fuentes quedaron bien establecidas por 1900, y el monu­
mento que vino a coronar este grandioso desarrollo de la profesión fueron
los abultados volúmenes de la Cambridge M odera History.
Resulta claro de estos volúmenes que la evolución profesional de la his-
toi ia y la definición de su propósito habían hecho enormes progresos, pero
no obstante los logros se habían alcanzado únicamente a un costo muy
elevado. Aquel empeño exhaustivo por abarcar todo el campo histórico,
que había sido tan generosamente abrazado por H. H, Vaughan y otros a
mediados del siglo pasado, se veía ahora drásticamente reducido, en par­
te debido a la decisión deliberada de los historiadores, y además como re­
sultado de la organización de las diversas profesiones dentro de estructu­
ras departamentales, las cuales reclamaban ahora su sitio en el estudio
del pasado y el presente del hombre. Entre éstas quedaban comprendidas
las ciencias sociales — antropología, sociología, psicología, economía,
geografía humana y dem ografía-- al igual que subdisciplinas históricas
especializadas tales como la historia del derecho, la historia del arte, la
historia de la educación y la historia económica. En segundo lugar, la teo­
ría del historicismo se hallaba en su momento de triunfo, y se creía se­
riamente que lo único que se requería para establecer la Verdad era ape­
garse fielmente a los hechos recogidos en los archivos. Las historia se
encontraba libre de valores subjetivos.
Los resultados de esto fueron tanto buenos como malos. Los buenos
incluyeron el desarrollo de la narrativa de la historia política como una
actividad talentosa y altamente profesional, basada firmemente en la in­
L.A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES KN K l.S IC I.O X X 19

vestigación de archivos, que se apegaba a las más rigurosas norm as de


erudición académica y estaba sujeta a la formulación de técnicas palco-
gráficas y diplomáticas especiales parala evaluación de la eortíiabilidad y
significado de las fuentes documentales. Com o profesión, la historia
había llegado a su mayoría de edad y había trazado satisfactoriamente las
principales directrices de la evolución política, militar, constitucional y
diplomática de las potencias occidentales más importantes durant e los úl
timos mil años.
Por otra parte, como se ha visto, era innegable que H margen de p re ­
guntas formuladas y de métodos empleados se había n-stritigido d i ástica
mente. Como resultado de esto, podría verse retrospectivamente cóm o la
siguiente generación de historiadores se dividió a principios del siglo XX
en dos gTupos, quedando la gran mayoría insólita dentro do la primera
categoría. Estos oran eruditos que so contentaban con hacer ela b o ra ­
ciones a partir de los problemas y las técnicas establecidas por 1900, y con
describir cada voz con mayor prolijidad y detalle sucesos inconexos, p rin ­
cipalmente de índole política o administrativa, sin mostrar gran interés
por relacionar dichos sucesos con algo más, o por hacerlos significativos a
círculos más amplios que no fueran el puñado de colegas insertos en un
campo tan altamente especializado. Las páginas de los diarios publicados
por organizaciones nacionales con carácter oficial, cu donde quedaban
representados los enfoques y los intereses de la élite profesional, tales como
la American Histórica/ Revtew, la English Histórica/ Review o la Raime
Hislorique, se dedicaron casi por completo desde 1920 hasta los ( inciten
tas a material de esta índole: minuciosos escrutinios y refinamientos p ro ­
pios de una historia para anticuarios, la publicación de documentos
simplemente por causa de no haber sido éstos publicados con anterior!
dad, y la discusión reiterada hasta la saciedad acerca de las mismas cues­
tiones gastadas y trilladas. Revistas más especializadas, tales como los A n ­
uales Historiques de la Révolution Franqaise, mostraron incluso un mayor
grado de miopía en cuanto a sus intereses. Los historiadores habían deja
do de dirigirse al público culto: hablaban exclusivamente para un puñado
de colegas profesionales.
Tanto los científicos en el campo social como el público culto en gene­
ral, por consiguiente, comenzaron a acusar justamente a los historiadores
de dedicarse con mente cerrada al hecho crudo especialmente al hecho
único —, prescindiendo de toda teoría; de omitir lo irracional, como si
Freud o Nietzsche jamás hubieran existido, de manera que los hombres
sobre quienes escribían no se presentaban únicamente con una racionali­
dad absoluta, sino como seres racionales de cierto modo muy limitado
- -homo economicus u homo politicus, o bien homo theologicss, por
. ejemplo - ; de abrigar enfoques muy ingenuos acerca de la objetividad
20 H ISTO R IO G RA FÍA

histórica y la historia libre de valores subjetivos; de subestimar la impor­


tancia, aunque sólo fuera como posibles opciones limitantes, de las condi­
ciones económicas fundamentales, como si M arx jamás hubíeva existido;
de tener una comprensión poco rigurosa sobre la significación o los meca­
nismos de ia estructura y la movilidad sociales; de contentarse con un
análisis bidimensional de ia política, sin profundizar en las fuerzas subya­
centes; y de concentrarse en las actividades de las élites más pequeñas, de­
jando de lado a las masas que las sustentan.
El segundo y muy reducido grupo de historiadores, los cuales asu­
mieron una reacción hasta cierto punto extravagante ante el empirismo
cada vez más cerrado de sus colegas, se fueron hasta el otro extremo con­
virtiéndose en macroteóricos, ya sea visionarios con modelos globales res­
pecto a la evolución humana, como Spengler o Toynbee, o bien hombres
con un desempeño en un nivel inferior de generalización teórica, como
Tu rner o Beard. Lo que los mantenía unidos era su desprecio por la mayo­
ría de sus colegas profesionales, los cuales se contentaban con pasar sus vi­
das dedicados a un diminuto fragmento del vasto mosaico, el cual se su­
ponía que conformaría a la larga ia base real para una historia política
definitiva.
Estos dos grupos, los buscadores de hechos y los macroteóricos, han si­
do brillantemente descritos por el profesor Emmanuei L e Roy Ladurie
como los recolectores de trufas y los paracaidistas: los primeros hurgan en
torno a sí con las narices metidas en la tierra, a ia búsqueda de algún pro­
lijo y preciado hecho; en tanto que los segundos descienden en medio de
las nubes, inspeccionando el panorama de toda la campiña, pero desde
una altura tan elevada que no alcanzan a percibir con claridad nada en
detalle.

Mientras tanto, los científicos en el campo social se encontraban dividién­


dose también en dos gTupos más o menos similares: por una parte, los in­
vestigadores de encuestas y los experimentadores, y por la otra, los cons­
tructores de modelos. Si alguien quisiera ser descortés, podría definir a los
primeros como personas que dicen: “ Ignoramos si lo hallado por nosotros
es particularmente significativo, pero por lo menos es verdadero." En tan­
to que los segundos vendrían a ser personas que dirían: "Ignoramos si lo
aducido por nosotros es verdadero, pero por lo menos es significativo.”
Fueron los primeros quienes tendieron a predominar dentro de los vastos
y extendidos dominios de las ciencias sociales en las universidades norte­
americanas.
Desafortunadamente, ninguno de los grupos tenía —ni tiene-- mucho
interés en o con respecto a las pruebas y a los métodos históricos. N o reco­
nocían la importancia de la historia para su trabajo, ni admitían la posi­
[.A H IS T O R IA HE I.AS CIENCIAS SOCIAÍ l.', EN !• I SICI " X X

bilidad de que cada individuo y cada institución estuvician profunda


mente influidos por su pasado único. Desdeñaban la descripción cualitativa
de conjuntos de sucesos únicos que caracterizaba en gran medida a la his­
toria antigua, en parte debido a que tal particularismo empír ico hacía
imposible cualquier construcción comparativa de modelos, o incluso el
desarrollo de hipótesis generales de mediano alcance, y en parte también
porque los métodos empleados no eran capaces de proporcionar una
prueba científicamente verifieable, Como resultado de esto, el escepticis­
mo con respecto al enfoque histórico se volvió común en las ciencias p o lí­
ticas, la antropología, la psicología, y en muchas otras de las ciencias so
dales. De este modo, la historia fue descartada como algo irrelevante pol­
la mayoría de los economistas y los sociólogos, con unas pocas y notables
excepciones como joseph Schumpeter y Max W eber.4 Muchos de ellos,
especialmente los sociólogos, se apartaron aún más de los historiadores al
escribir con un estilo casi deliberadamente antiliterario, oscuro, am pu­
loso, repetitivo, verboso, y que además estaba atiborrado de una jerigo n ­
za y de neologismos carentes de significado, o bien de fórmulas algebraicas
extremadamente complejas, lo mismo que de inextricables tablas estadís­
ticas. T a l como Liana Hudson lo ha señalado.5

en medio del atrincheramiento de las ciencias, resulta posible transmitir la


verdad en una prosa que sea tan embrollada como evasiva. Pero ahí donde los
cimientos no son tan sólidos, el estilo no sólo limita aquello que expresamos de
manera natural, sino que es, en muchos aspectos importantes, la esencia mis­
ma de una expresión de esta índole.

Este vicio ha prevalecido especialmente en la sociología norteamericana,


aunque ha habido y hay algunas excepciones muy honrosas como Robert
K. Merton y C. W right Mills, en tanto que son muchos los antropólogos
que han escrito y escriben como los ángeles. La prosa del sociólogo norte
americano de mayor influencia, Talcott Parsons, es casi inescrutable para
todo el mundo salvo para los aficionados, y existen indicios de que este
estilo se está difundiendo actualmente a Francia e Italia.
Ninguno de los grupos de científicos abocados al campo social mosti a
han mucho interés por ios hechos o las explicaciones concernientes a las
transformaciones. Para el antropólogo, el tiempo quedaba detenido en el
. momento de hacer los apuntes referentes a su campo, y es probable que
tuviera poco interés en investigar, además de no tener medios de hacerlo,
si los fenómenos descubiertos por él se remontaban a un antiguo origen, o

. ;1 Elias H. Turna, ''New Appíoaehys f’i Kcoromic Hístory and Rclatcd Social Sciences". Journal of
Huropean Ticonomic Hislory, 5, iiüra. I, primavera de 1974, p. 175.
6 1 i.im Hudson, The Culi o f tha lucí. ,4 Psychologist's clutobingraphical Critique ofhis Düripti-
un, Nueva York, 1972. p. 12.
22 H ISTO R IO G RA FÍA

eran simplemente un adelanto muy reciente efectuado en el seno de la


última generación. L a psicología se halló atrapada por aserciones freu-
dianas ¡nveríficables acerca del carácter central y la universalidad in­
temporales de ciertas experiencias humanas pertenecientes a la infancia.
Freud postulaba un. interminable drama repetitivo que implicaba los
traumas del nacimiento y del destete, al igual que los traumas por control
dé las necesidades fisiológicas, la vergüenza y la culpa con respecto a la se­
xualidad infantil o infantílista, y el conflicto edípico con los padres - un
ciclo inevitable que ahora sabemos que es históricamente, y probable­
mente también en sus aspectos teóricos, falso . Estas son aserciones liga­
das a un tipo de cultura, que bien podrían haber probado ser correctas en
el caso de algunos miembros enfermos de la sociedad burguesa europea
de finales del siglo XIX, pero que no son aplicables a la mayoría <l<- las
personas de casi todas las clases sociales en gran parte de las épocas ante
ríores, e incluso posteriores a ésta. Otra floreciente escuela de psicología
fue constituida por los conductistas experimentales, que recopilaban dalos
extremadamente triviales acerca de las respuestas observables y su modifica
ción bajo condiciones de tensión, tanto en seres humanos como en ratas
La sociología también quedó atrapada en una visión completamente
estática de la sociedad, en parte debido a su devoción por la técnica de in
vescigación de encuestas, y en parte por su adopción indiscriminada de la
teoría funciónalista. De hecho, todas las ciencias sociales padecieron en
alguna medida la enfermedad del funcionalismo. Según esta teoría, todas
las normas de conducta y las instituciones deben tener cierta utilidad
funcional para el mantenimiento del sistema social y en caso de que esta
función no sea patente, se recurre inmediatamente a la invención de
una “ función latente” , visible únicamente para el ojo experto--. Son tres
las razones por las que el historiador debe rechazar la teoría funcionalista
si ésta se lleva hasta sus límites extremos (como frecuentemente ocurre).
En primer lugar, todas las sociedades contienen en su interior institu­
ciones vestigiales, las cuales son menos útiles para el mantenimiento del
sistema de lo que un apéndice es para un individuo, pero que sobreviven
debido a que han asumido por sí mismas una vida institucional cuasiinde-
pendiente, que Ies permite sobrevivir a la aplastante evidencia de su dís-
fnnción social. La Iglesia del siglo x v i, la universidad de principios del
siglo XVIII, o la prisión de este ultimo siglo XX son casos ilustrativos a este
respecto. De manera similar, los valores de todos los individuos se mol­
dean y se fijan durante su infancia y su adolescencia, por lo que si tienen
que vivir en épocas de rápidas transformaciones, el bagaje de valores he­
redados cpie llevan consigo desde su juventud dejará de ser funcional y
propicio para el mantenimiento del sistema. De hecho, lo más probable
es que dicho bagaje conduzca a una aguda tensión intergeneracional, a
l.A HISTORIA DI'. LAS OIIÍNCI AS .SOI IAl.l I.N I I SKil.O XK :"l

protestas, e incluso a revoluciones. Cualquin so( ird.u) d.ul.i. poi i mi-.i


guíente, conlleva una carga de instituciones y valores disímil ion,des
' En segundo lugar, muchas sociedades se hallan sujetas .1 sei lioMigml.is
por ideologías nuevas y poderosas que amenacen con quebrantar la totali
dad de sus marcos culturales, políticos y sociales. El cristianismo prim iti­ i
vo de finales del Imperio romano, el calvinismo de fines del siglo XVI, y el
marxismo-leninismo del siglo XX son ejemplos de esto. En tercer lugar, y
esto es lo más importante de todo, e) hombre es mucho más que un ente
racional conservador de sistemas, por lo que hay muchos aspectos de su
sociedad, su cultura, y sus instituciones que carecen de utilidad funcio­
na!. El hombre es entre otras cosas un animal lúdico a horno ludens — ,
un buscador de placer, un amante del gozo estético, un jugador por ex­
celencia, y por estas razones su ingenio crea un amplio conjunto de ins­
tituciones y de estructuras, tales como Las Vegas y Disneylandia, los es­
tadios de fútbol y las cuestas acondicionadas para esquiar, los bares y los
salones de baile, los jardines, los museos de arte y los teatros, los cuales
llenen como propósito el divertir y no una función específica — a no ser
que la diversión se defina como algo que conserva el sistema, y por consi­
guiente ion un n iieiio funcional . El hombre es también una criatura
i nya vii Ia 1m a 1míen,ubi poi una sei ir de símbolos y rtl na les que k* dan
■■lili 11li 1, y 1111■ 111>11111 nai ia11■i' 111e l lem 11 lilla signilii aciónluniiiin.il. 111
mn Vli nú I 1111111, I 1111••1•I (ó 111/, y ol 1lili lili 1uiióli igo'i ai Ina leu sea 1,1
11,11111111 hai «■1 vi 1 ó 1lia 11 a111tél li 1, mui iii ol uiu Iai ■a un >i* 1a ■« <ai lt it r>
COIl respe! tu a Ion nlVi'li'■ ib 'ilgllllh iiilu Iil.ni luiiilfiiin ni ali . «I* la «...
ciedad, no m a n ila a in lili Im ' iló> un nli mi < I ...... > o
E ilia lille n le , icvn lin innailin , il. la l i n ^ m. i a > n, , , i I......... I
de la ailtto p o lo g ía atl lhóli ..................... I nal . I • I 1 . •I I.
existen vastas áreas en e) discurso y en lo i Iiim I pie i
de utilidad funcional, prm qu< ... nula al.., u. , , i
pensamiento que rigen la eoialiu ia, ................. m • 1 ■>,................
completamente irracional. Aun manilo :« |......... la h |u •" i.............
exageraciones contenidas en estas liipóli a ., im |"u , lia |"i......i ,, , ,
no hayan asestado un duro golpe, probaljli'iiuiiii ....... . .,1 i....... . ...
Si la historia y las ciencias sociales pudieran al Im <li •.Ira . i . ,|.
perniciosa y obtusa camisa de fuerza con respecto a la inlcipin.u a,n
hallarían más libres para explorar nuevos senderos mas i el ii i.n li |uua
explicar las veleidades de la conducta humana.
El resultado de estas tendencias en la historia y en las ciencias sociales
durante el período de 1870 a 1930 fue que ambas terminaron por esi iu
dirse cada vez más. La historia se volvió más y más miope e introvertida,
en tanto que las ciencias sociales se volvieron ahistóricas cada vez cu rna
yor grado. El resultado de esto fue la desintegración del estudio del

,l( ,1
24 HISTORIOGRAFÍA

hombre, con respecto a su pasado y su presente, en pequeñas parcelas de­


finidas y fuertemente defendidas por límites departamentales profesiona­
les. La objeción a una fragmentación de este tipo resulta obvia: la solu­
ción de un problema importante que implica a personas reales, no puede
plantearse normalmente dentro de ninguno de estos límites académicos
artificialmente construidos (ni incluso si se consideran varios). Los histo­
riadores quedaron cada vez más aislados del acceso a un creciente margen
de experiencia humana por causa de las nuevas disciplinas, situación que
fue descrita con desesperanza por Cari Bridenbaugh en 1965 como “ una
tendencia cada vez mayor de abandonar la historia a los científicos en el
campo social, los cuales se. hallan culturalmente incluso más desvalidos
que nosotros".6 Los científicos en el campo social, por otra parte, queda­
ron encerrados en una total ignorancia, o un excesivo interés, con respec­
to al pasado; en una omisión de los efectos del condicionamiento histórico
sobre cualquier situación, conjunto de creencias u ordenamientos institu­
cionales existentes; en su falla de interés por los procesos de transforma­
ción, debido a la ausencia de modelos teóricos para abordar el problema
del cambio en general; en su tendencia a escribir con una prosa intrinca­
da y difícil; en su creciente obsesión por la euantificación experimental o
mediante encuestas, irreflexivamente aplicadas a los problemas más tri­
viales, o por una macroteoría excesivamente embrollada. Las peticiones
de sociólogos preocupados por la historia como R. K. Merton, respecto a
una mutua cooperación para la solución de problemas de medio alcance,
permanecieron ignoradas en gran medida, tanto por los historiadores como
por los científicos en el campo social.

l’or 1930 comenzó a cambiarla marea dentro de la profesión histórica, y


durante los siguientes treinta años más o menos, se entabló una enconada
contienda entre los “ nuevos” y los "viejos” historiadores, que fue especial­
mente aguda en Francia, aunque se extendió también a Inglaterra y los
Estados Unidos, que eran los otros dos centros principales de erudición
histórica de la época. La contienda comenzó con el lanzamiento en Fran­
cia en 1929 de una nueva revista histórica, Afínales d'Histoire: Économ i-
que et Sociale (que posteriormente se llamaría Anuales, Économies, So-
ciétés, Civilisations), y el casi simultáneo lanzamiento de la E conotnic
History Review en Inglaterra (que en sus inicios abarcó la totalidad de la
historia social y económica).7 La contienda fue larga y aguda; nos
podríamos dar una idea de su intensidad considerando el título, el estilo y

6 Cari Bridenbaugh en Neui York Times Booh Review Section, YA de enero de 1935,
7 Para un brillante análisis sobre el desarrollo de Armales y de la escuela histórica cue representa,
véase J. H. Hexcer, “Femand fraudo} avid shc Monda Braudelinn. . Journal o f Modvrn Hislory,
44, núin. i , diciembre de 1972, pp. 480-541.
I.A IIIS l'OKIA DlvI.rtS CIKNCIAS SOCl Al.F.S KN I I . SIGLO X X X5

el contenido del libro de Luden Fcbvrc, Combatí pour l'h ts to ire.* A lre ­
dedor de 1960 los "nuevos historiadores” , con su orientación sobre las
ciencias sociales, hablan capturado la imaginación y la apasionada fid e li­
dad de los jóvenes más talentosos: y ya por 1976, en Francia y en alguna
medida en los Estados Unidos, se habían convertido en una élite poderosa
con control sobre los círculos académicos, logrando incluso infiltrarse f i ­
nalmente en bastiones de la ortodoxia como la Sorbona y H arvard.
En Inglaterra, Past and Present, una revista con ambiciones y objetivos
similares a los Anuales, comenzó una carrera ascendente y exitosa de p o­
pularización en 1960, para llegar a convertirse a finales de la década en
su rival más seria en todo el mundo. Esta revista quizás ha ejercido mayor
influencia en los Estados Unidos que en Inglaterra, ya que no obstante
que algunos de los miembros de su consejo editorial se hallaban bien
arraigados en Oxford, Cambridge y Londres, y a pesar de que muchos de
ellos sustentan actualmente cátedras, estaban y siguen estando lejos de al­
canzar un impulso decisivo con respecto al poder y al prestigio académ ico
en estos importantes puestos de la enseñanza inglesa. No es casual el que
dos de los miembros del consejo editorial hayan emigrado desde entonces
a los Estados Unidos, donde el alud de publicaciones periódicas fundadas
en los sesentas habla por sí solo acerca del triunfo de este nuevo m o vi­
miento, en tanto que los títulos de las mismas son indicativos de la d irec­
ción en que ha estado soplando el viento: Comparativa. Studies iu Socicty
and History; Journal o f Interdisciplinary History; Journal o f Social His-
tory; Com puten and the Humanities; Histórical Methods Ncw sletter;
The History o f Childhood (hiarterly; Journal o f Psycho-History, y Family
History.
, Mientras tanto, en las ciencias sociales se dieron movimientos irrelevan-
/tes, y retrospectivamente abortivos en gran medida, por volver a la histo
, ria. En el campo de las ciencias políticas, Gabriel A. Aimond afirmaba en
^1964 que8 9

los estudiosos de política comparativa, habiendo abandonado la historia pot


seguir teorías y métodos de índole psicológica, antropológica y sociológica,
podrían estar en el punto de volver nuevamente a la historia. Pero en caso de
que lo hagan, traerán cor» ellos los planteamientos, los conceptos y los méto
dos que luyan adquirido en sus pródigas estadías en otras áreas.

En ía sociología parecía haber indicios de un retorno similar a la historia,


siendo la prueba más notable al respecto la profusión de traducciones al
inglés, en los cincuentas y los sesentas, y por vez primera, de quien fuera

8 Lucíen Pelmv, Combáis pour Vkútoi’re, 2;¿. ed., Parta, 19G!>.


5 Gabriel A, Aimond en American Socio logual lieuimu, 29, ntfm. 8. junio de 1964, pp. 410-419.
26 H ISTORIOGRAFÍA

quizá el más grande de todos los sociólogos históricos, Max W eber. La


traducción de W eber probablemente ejerció una mayor influencia sobre
la labor histórica en los sesentas, que cualquier otra influencia particular
proveniente de las ciencias sociales, especialmente a causa de que ofreció
una opción ante e l determinismo económico vulgar de índole marxista,
que por ese entonces estaba cayendo en descrédito en el ámbito histórico;
lo mismo que ante las teorías marxistas sobre las clases sociales, cuya
inaplicabilídad a gran parte de las sociedades premodernas estaba resul­
tando patente; y ante las teorías marxistas vulgares sobre el cambio, que
veían en la producción a la fuerza primordial capaz de generarlo en otros
aspectos de la sociedad. Lo que los historiadores aprendieron de Weber
fue que los factores culturales, ideológicos e institucionales no eran
simples superestructuras, una tesis que se había vuelto cada vez más du­
dosa conforme progresaba la investigación. La traducción de W eber, al
igual que un renovado interés por el joven Marx y por Émile Durkheim,
vinieron a ser inmensamente estimulantes para los historiadores, incapa­
ces de comprender el lenguaje del reconocido decano de la sociología nor­
teamericana en boga, Talcott Parsons, o de utilizar provechosamente para
sus propios fines lo poco que podían asimilar de las teorías estructuralis
i as de éste. Por consiguiente volvieron con alivio a estos clásicos del siglo
x ix y principios del XX.
Tam bién entre los economistas se dio un renovado interés por la histo-
n,i, aunque sólo fuera para recoger un mayor número de datos concretos
i oh los (juc probar sus teorías. La consecuencia de esto fue un tremendo
auge en la historia económica, mismo que se organizó de muy diversos
un al<e. y tuvo resultados significativamente diferentes según los diversos paí-
l' n los Estados Unidos, los historiadores de la economía estaban en su
ni.ivn paite vinculados a departamentos de economía, más que a depar-
i .mi. utos de historia. Esto les dio una firme orientación teórica y estadísti-
i a i mi la cual interpretar y analizar sus datos. Por otra parte, cuando la
ei iiiiunila norteamericana comenzó a interesarse por la macroeconome-
tii,i. los historiadores de la economía siguieron cumplidamente este cami­
ní'. I ,im ni.inte desde el punto de vista teórico, pero más bien estéril desde
el punió de vi.sta histórico, produciéndose resultados diversos. En Eran-
i i.1 , los Insini iailmes de la economía estaban vinculados a departamentos
de historia y su interés primordial érala recopilación de datos, reunir cú­
mulos de inhumación cuantitativa a la rgo plazo sobre precios, salarios,
dinero, renta, ptodueeión por capita, inversión de capital, comercio in­
ternacional, y uno tipo de variables económicas importantes. Los más
destacados, romo l lemi See o Ernest Labrousse, usaron estos datos para
volver a intei piel ai los grandes problemas históricos, pero otros, como los
tradicionales liistm i.ulon s d e política a quienes ellos tanto despreciaban,
I.A H ISTO R IA DI- I.AS C IEN C IAS SOCIALES 1ÍN Iíl.S IG L O XX 27

tenían un mayor interés por acumular datos concretos, qu e por des­


arrollar modelos interpretativos. En Inglaterra, debido a cierta misteriosa
peculiaridad de la historia administrativa, los historiadores de la economía
tendieron a no vincularse ni a departamentos de historia ni a departa­
mentos de economía, estableciéndose en departamentos de historia eco­
nómica totalmente independientes e inevitablemente muy pequeños.
Algunos de los miembros de estos departamentos provenían d el campo
económico, pero la mayoría de ellos se capacitaron como historiadores y
siguieron los métodos empíricos normales de investigación, qu e tan p ro ­
fundamente arraigados parecen estar dentro de la cultura inglesa. A p e­
sar de algunos brillantes logros al principio, lo mismo que una sólida p ro ­
ducción de obras de elevadísimo nivel de erudición, es probable que el
aislamiento administrativo, y en última instancia el aislamiento intelec­
tual de los historiadores ingleses de la economía, con respecto a histo­
riadores no abocados al campo económico y a economistas profesionales,
los conduzca a la larga a la introversión y la esterilidad. Las páginas de la
Econom ic History Revisto muestran hoy día claros indicios de un desa­
rrollo de esta tendencia introspectiva.
La demografía fue la ciencia social de mayor influencia en volverse ha­
cia la historia para probar sus teorías y ampliar su base de datos. Y preci­
samente los sorprendentes logros de la demografía histórica durante las
últimas décadas, consecuencia de una fructífera interrelación entre de
mógrafos <■ historiadores profesionales, será lo que se examinará poste
i ¡crínente. La ciencia social que más recientemente ha comenzado ti
mostrar interés, tanto por el pasado como pm las 11 tiusloiin.u tone, a ira
vfis del tiempo, es Ia antropología, donde las investigar iones esiátii as di
personas como Bronislaw Malinowslr i y Radr til fe Miown iva ím siendo sus
t¡luidas por trabajos más refinados y de mayor ra¡gandiré lintóru a rnntu
los de Edwarrl Evans-Piiichard, o más recientemente, pot la novísima an
tropología simbólica de eruditos como Maiy Douglas, Vielot T u im i y
C liffoíd Geertz. fínicamente a partir de los últimos cinco anos, comen
•/.ando con la obra de Keílh V. Tilom as Religión and tli.n Decline <>¡ Mu
gic: Studies in Popular Beliefs in Sixteenth and Sevanteenth-Ccntxuy
England (Londres, W eidenfeld & Nicolson, 1971), la antropología ha co­
menzado a tener un efecto importante sobre la profesión histórica, parti­
cularmente en lo que se refiere al desarrollo de investigaciones acerca de
religiones populares (por ejemplo las ceremonias de coronación y las fu ­
nerarias, las festividades públicas y las manifestaciones grupales), o al
folklore y a las formas y significados de las culturas populares. Mientras
que la economía ejerció una gran influencia sobre la historia en los trein-
tas, al tiempo que la sociología en los cincuentas, y la demografía en los
sesentas, son estas formas más recientes de la antropología las que están
?.8 H IS TO R IO G R A F ÍA

atrayendo el mayor grado de atención por parte de algunos de los más jó ­


venes entre los historiadores de la actualidad.

Los años decisivos en cuanto al viraje del interés de los historiadores hacia
las ciencias sociales, al igual que de las optimistas expectativas respecto a
que los científicos en el campo social volvieran a la historia, tuvieron
lugar a finales de los sesentas. No es difícil proporcionar pruebas para esta
aserción. Finalmente, después de mucho tiempo, se han admitido en las
páginas de por lo menos dos de las principales revistas oficiales, la A m eri­
can Historical Review y la Revu'e Historique, artículos que suministran
una clara prueba de los métodos y los problemas a que se abocan los his­
toriadores influidos por las ciencias sociales (la Engltsh Historical Review
ha mantenido hasta la fecha su tradicional y sectaria exclusividad). El se­
gundo testimonio es la gran afluencia, en los departamentos norteamerica­
nos de historia, de misioneros pertenecientes a la gran escuela francesa de
historiadores conocida vagamente como la "escuela de los Anuales” (por
ser su publicación interna), o la “Escuela de la V I Sección” (llamada así
p o r su afiliación institucional con la V I Sección de la École Pratíque des
l iantes Études de París).10Habiendo comenzando con un programa de in­
tercam bio para visitantes, elaborado por el Princeton University History
Department en 1968, la pequeña afluencia de huéspedes se ha convertido
en la actualidad en una verdadera avalancha, y la profesión histórica nor­
teamericana se está familiarizando profundamente con las personalida­
des y las obras de esta notablemente talentosa e innovativa escuela de in ­
vestigación histórica. La tercera prueba viene a ser la transformados» de
los temas de las sesiones en la convención anual de la American Historical
Associaíion. En la actualidad, basta una mirada somera al programa para
percatarse de que casi todos los proyectos que se llevan a cabo en los Es­
tados Unidos tienen como tema central el problema de los oprimidos y los
marginados —los esclavos, los pobres, o las mujeres — , al igual que cues­
tiones referentes a la estructura y la movilidad sociales, la familia y el sexo,
el crimen y las desviaciones, las culturas populares y la brujería, y d ifícil­
mente se hallará alguno que no emplee teorías sociales tomadas de la psi­
cología, la sociología o la antropología, o que no recurra a la metodología
de las ciencias sociales como en el caso de la cuantificación. La primera
impresión no resulta, empero, totalmente exacta después de un examen
más detenido, pero el cambio operado de 1965 a 1975 es sorprendente.
Con exclusión de las sesiones sobre métodos de enseñanza, se registra-
son 84 sesiones en la convención de la American Historical Association,
celebrada en Atlanta en diciembre ele 1975, N o menos de doce de estas 84

ie Para v.na perspectiva introspectiva sobre los artuates enfoques de esta escuela, víanse Jacques
Le Goff y Picrre Nata, Faire de t'kútoire, París, 11W4 .
l.A H IS T O R IA I)E LAS C IEN C IAS SOCIALES EN El. SIGl.O XX. 29

se refirieron a temas como la Mujer (8), la Familia (3), y el Sexo (1 ), sin


mencionar seis talleres sobre la Historia de la Mujer. La sesión sobre Sexo
incluyó temas hasta cierto punto esotéricos como “ La sodomía y la m ari­
na británica durante las guerras napoleónicas” (es evidente que podría
pensarse que éste no es precisamente uno de los aspectos históricamente
más significativos de ese periodo europeo de crisis y levantam ientos so­
ciales). Los peligros de caer en modas extravagantes se hicieron patentes a
partir de los contenidos de las sesiones en esta convención.
El apoyo definitivo al nuevo movimiento se dio en 1966, cuando el T i­
mes Literary SupplemerU dedicó tres números completos a los “ Nuevos
caminos en la historia” . Los artículos allí contenidos fueron de gran op ­
timismo respecto al nuevo milenio histórico en perspectiva, que se en­
contraba, al parecer, tan sólo al doblar la esquina, tan pronto com o los (i
historiadores anticuados abandonaran sus cátedras por jubilación o fa lle­ iiá
cimiento — o fueran quizás capaces de experimentar una conversión a la
Nueva Lu z— , Por ejemplo, Edward Shils, quien pasa la mitad del tiempo
en Chicago y la otra mitad en Cambridge, Inglaterra, escribió con o p ti­
mismo:11

En los Estados Unidos estamos siendo testigos de los primeros signos de una
amalgamación entre la historia y las ciencias sociales, en una época en que los
eruditos han dejado de considerar legítimo el confinarse dentro de los límites
de su propia sociedad, en tanto que los historiadores están comenzando a libe­
rarse de las ataduras del historícismo. La consecuencia de esto, la cual se nos
presenta actualmente de manera incipiente, es una ciencia social y una histo­
ria comparativa de gran erudición. Es el comienzo de una verdadera Science
humaine.

Esta ambición, tan bien descrita por Shils, es muy noble y no se le debe
ver con escarnio. Significa reunir a la historia con todas las ciencias so
ciales y las humanidades, para crear de nuevo un campo único que nos
permita estudiarlos diferentes aspectos de la experiencia humana pasada
y presente: quiere decir remontarse de hecho a 1850, pero con todo <•!
caudal de conocimientos acumulado en los últimos 125 arios dentro tic
una amplia gama de diferentes disciplinas.

La in flu en c ia de la s ciencias sociales

Habiendo descrito los aspectos externos de la guerra civil y el exitoso


triunfo de los revolucionarios dentro de la profesión histórica entre 1930 y

11 Londres, Times ¡-iterary Supplement, 28 de julio de 1966. p 617


30 H IS TO R IO G R A FÍA

1975, es tiempo de definir con más exactitud cuál fue la contribución de


las ciencias sociales al nuevo movimiento. En primer lugar, obligaron a
los historiadores a hacer sus aserciones y presuposiciones, hasta ese m o­
mento ínexpresadas y ciertamente inconscientes, más explícitas y precisas.
A estos últimos les fue planteado el hecho de que su pretendida afirm a­
ción de carecer de tales aserciones no era más que una necedad engañosa.
Después de todo, el pensamiento humano, “ antes de ponerse su traje de
domingo para los fines de su divulgación, es un asunto nebuloso e intuiti­
vo: en lugar de una lógica transparente, encontramos en él una cocción
burda y fragmentada de conceptos que se vislumbran a medias” .12 Los
científicos en el campo social exigían que estos conceptos fueran traídos a
la superficie y se expusieran a la vista de todos. Lo que se les pedía a los
historiadores era que explicaran qué conjunto de aserciones y exactamen­
te cuál modelo causal con respecto al cambio estaban usando — cosas que
la mayoría de ellos había tendido a evitar como si se tratara de la peste— .
Se los aguijoneaba también para que definieran sus términos con mayor
cuidado. Los historiadores siempre han hecho uso de. conceptos muy va-
gos y generales como “ feudalismo” , "capitalismo” , “ clase media” , “ bu­
rocracia", “corte” , “poder” o “ revolución” , sin explicar con claridad exac
lamente qué entienden por ellos. Lo borroso de sus nociones ha llevado
con mucha frecuencia a confusión, y es evidente hoy día, por ejemplo,
que los dos debates más encarnizados y prolongados que registra la
historiografía inglesa desde la.segunda Guerra Mundial, acerca del as­
censo o la decadencia de los hidalgos en el siglo XVI y comienzos del XVII,
y su relación, si es que la hay, con la Revolución inglesa, y los prósperos o
precarios estándares de vida de la clase obrera a finales del siglo XVIII y
principios del XIX, se debieron en todo caso y en gran medida a ia incapa­
cidad mostrada por todas las partes para definir sus términos con clari­
dad. Como resultado de esto, quienes escenificaron los debates hablaban
haciendo caso omiso en muchas ocasiones unos de otros, en lugar de
confrontar los problemas directamente. L o mismo es aplicable al gran
debate acerca de los orígenes sociales de la Revolución francesa, que ha
persistido agudamente durante los últimos veinte años, si no es que más.
L a tercera aportación de las ciencias sociales ha sido el refinamiento de
las estrategias de investigación y la ayuda para definir los diversos proble­
mas y cuestiones. De manera particular, han señalado la necesidad de
comparaciones sistemáticas en el tiempo y en el espacio, a fin de aislar
aquello que es particular y único de lo general; la adopción de técnicas
científicas de muestreo; y la conveniencia de usar otro grupo estándar
además de aquel al que se esté sometiendo a examen, con objeto de ha-

l5? Hudson, The Culi o f the Fací, p. 13.


I

L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO X X SI

ccr comparaciones y evitar sacar conclusiones falaces de ejemplos aisla­


dos, Tam bién han señalado ciertas pautas repetitivas y posibles explica­
ciones respecto a fenómenos como la brujería, los movimientos milenarios
y las “grandes revoluciones” ,
Su cuarta aportación importante es en metodología, en la evaluación
de aserciones de sentido común y afirmaciones literarias mediante datos
cuantitativos, siempre que esto sea posible. L a cuantificación, allí dónde
se usa con discreción y sentido común, presenta muchas ventajas con res­
pecto a métodos de verificación histórica más antiguos. En prim er lugar,
el material que usa son datos aparentemente precisos y verifieables, que
deben descartarse o ratificarse sobre bases lógicas y científicas en lugar de
recurrir a series selectivas de citas a partir de fuentes propicias. Com o el
doctor Samuel Johnson hacía notar en 1783: “ Eso es, señor, lo bueno de
contar. Todo aquello que antes flotaba confusamente en la mente a d ­
quiere certeza,"11 Una discusión sobre la confiabilidad de las fuentes y la
corrección del manejo estadístico se lleva a cabo necesariamente en un n i­
vel intelectual más elevado que una mera controversia ingeniosa de ca­
rácter retórico o un intercambio de citas contradictorias, y esto es p o r sí
mismo un gran adelanto historiográfico. Aunque el resultado pueda ser
una lectura más árida, ésta será más eaclarecedora al tiempo que genera­
rá — por lo regular — menos animosidad.
En segundo lugar, cualesquiera que sean sus méritos positivos, la cuan­
tificación tiene virtudes negativas más contundentes. Con frecuencia
puede destruir hipótesis infundadas que se basen en pruebas puramente
literarias, o que estén sustentadas por prejuicios nacionales o personales.
Para dar sólo dos ejemplos de esto, digamos que las teorías acerca de los
benéficos resultados observados en los comienzos de la colonización espa
ñola de México se derrumbaron por completo cuando las cuantifu acto
nes demográficas revelaron que la población indígena había descendi­
do de 25 a cerca de 2 millones, menos de cincuenta años después de que
Hernán Cortés desembarcara por vez primera. Por otra parte, la teoría
acerca de que una rápida movilidad geográfica constituía una caracterís­
tica especial de las áreas fronterizas abiertas de los Estados Unidos a fina-
íes del siglo XIX, fue rebatida al descubrirse que pautas similares de un
'movimiento constante eran observables en Boston, ciudad situada al este
del país.
Ai En tercer lugar, la cuantificación hace que afloren las aserciones que
deben hallarse subyacentes, si es que los términos tienen algún significa­
do, en el uso tradicional que los historiadores hacen de adjetivos corno

11James lioswell, Tin/ Life o f Samuel Johnson. 2 voL., Kveryman's Libravy, Londres, 1949, vol. 2,
página 451.
32 H IS TO R IO G R A FÍA

"más” , “menos” , "mayor” , "menor", “ creciente” , “decreciente” , etcétera.


Tales términos no pueden emplearse en absoluto a menos que el autor ten­
ga, suspendidas por allí en algún lugar de su mente, ciertas cifras cuanti­
tativas no expresadas en que apoyarlos. La cuantifícación lo obliga a
decirle al lector a qué se refieren dichos términos, y cómo se ha llegado
hasta ellos. En cuarto lugar, la cuantifícación le ayuda al historiador a
esclarecer sus argumentaciones, por la sencilla razón de que el tratar de
expresar ideas en términos matemáticos puede ser uno de los remedios
más eficaces que jamás se hayan inventado contra el pensamiento
embrollado. Pero puede ser también un medio para evitar pensar, y
debería asimismo advenirse que la cuantifícación aplicada a la historia pre­
senta grandes y crecientes peligros y desventajas, hecho que examinare­
mos detalladamente hacia el final de este ensayo.
L a quinta y última aportación de las ciencias sociales a la historia ha
sido proporcionar hipótesis que sean verificables contra los testimonios
del pasado. Actualmente, en consecuencia, ninguno nos sustraemos al
uso, cuando así conviene, de nociones como la revolución de mejores ex­
pectativas, el desencanto del mundo, el papel del carisma en la política,
el valor de la “ descripción grosso m odo" como una form a de interpreta­
ción de la cultura, la importancia fundamental de un cambio de una bu­
rocracia patrimonial a una moderna, la alienación de los intelectuales, la
crisis de identidad de los adolescentes, las diferencias entre status y clase,
la familia de origen y la familia nuclear, etc., que son teorías adoptadas
de otras disciplinas científicas del campo social.
U no de los ejemplos más notables de las consecuencias tanto de la acep­
tación de factores determinantes y científicos del campo social con respec­
to a las posibilidades humanas, como de la adopción de una perspectiva
comparativa que trascienda los límites nacionales, es el trabajo de Fcr-
nand üraudel E l M editenáneo y el mundo mediterráneo en la época de
Felipe II. Publicado por vez primera en francés en 1949, revisado y
ampliado en 1966, y publicado finalmente en inglés en 1972-1973,* éste
es sin lugar a dudas uno de los trabajos individuales de historia de mayor
influencia que hayan aparecido desde la segunda Guerra Mundial. Resul­
ta significativo por dos razones. En primer lugar, pone especial énfasis
sobre la geografía, la ecología y la demografía como los factores limitan­
tes que establecen severas restricciones a to.da actividad humana. En se­
gundo lugar, se libera por completo de una perspectiva nacional y se
orienta a través de la cuenca del Mediterráneo, considerando el tremendo
choque entre el Islam otomano y la Cristiandad latina, que culminaría en
la batalla de Lepanto en 1571, como un todo global, sin intentar en nin-

* Hay edición en español: México. Fondo de Cultura Económica, 1981.


I.A H IS T O R IA DE I.AS CIEN C IAS SOCIALES EN EL. SIGI-O X X 33

gún momento tomar partido. Comparadas con las vastas e inexorables


oleadas de malaria, la tala de bosques, la erosión del suelo, el crecim iento
y el descenso demográfico, el traslado de lingotes de oro y plata, o la revo­
lución en los precios, las acciones de emperadores corno Felipe I I parecen
tener así una importancia sólo marginal en la evolución de las sociedades
que se desarrollaron en torno al gran mar interior. Esto constituye un tipo
de historia determinista y fatalista que resulta ajena tantc. a los liberales
que creen en el libre albedrío, como a los marxistas que creen en la evolu­
ción sociológica basada en transformaciones dentro de los modos de p ro ­
ducción. Ninguno de estos grupos ve con buenos ojos este pesimismo
pragmático basado sobre las férreas limitaciones del maltusianismo y la
ecología, Considerado desde esta perspectiva, aquel deslumbrante fen ó­
meno urbano que fue el Renacimiento italiano, aparecería corno un gran
lujo cultura! que los recursos agrícolas y tecnológicos de dicha área
simplemente no pudieron sostener. Con esto no se pretende aducir que el
modelo de Braudel sea verdadero o falso, sino señalar únicamente el cam ­
bio radical en cuanto a la perspectiva histórica implicado en este tipo de
nociones tomadas en préstamo de las ciencias sociales.
En este punto sería necesario comentar cómo deberían los historiadores
enfocarse hacia las misteriosas y diversas disciplinas de sus colegas cientí­
ficos en el campo social, Para que el historiador obtenga de las ciencias
sociales k que desea para sus fines, no requiere capacitarse prolongada y
exhaustivamente en alguna o más do ellas. L a actitud correcta del histo­
riador ante cualquiera de las ciencias sociales no debería ser de un respe­
tuoso temor frente al arcano galimatías de un alto nivel de generalización
teórica y de complejas fórmulas algebraicas. Debería introducirse en el
campo más bien como un mero buscador en pos de una idea específica o
de cierta información. No puede pretender dominar el campo, y no debe­
ría dejarse intimidar por el más necio de los proverbios que afirma que un
conocimiento reducido es una cosa peligrosa. Después de todo, si esta sen­
tencia fuera cierta y la tomáramos en serio, nos veríamos obligados inme­
diatamente a abandonar por completo la educación secundaria, prepara­
toria y universitaria, puesto que por definición se trata de formas educativas
superficiales.
No hay nada de malo en hurgar en algunas de las ciencias sociales para
tratar de hallar alguna fórmula, hipótesis, modelo o método que tenga
una aplicabilidad inmediata a nuestra propia labor, y que parezca poder
ayudarnos a entender mejor nuestros datos, y ordenarlos c interpretarlos
de tina manera más significativa. Por supuesto, es de importancia funda­
mental el elegir la teoría o el método adecuados, en lugar de aquellos que
resulten incorrectos, pero esta elección no es fácil en vista de que no hay
ninguna ciencia social que en la actualidad tenga un Modelo Verdadero,
3-1 H IS TO R IO G R A FÍA

así como debido a l hecho de encontrarse todas ellas en un estado casi caó­
tico y altamente primitivo. De hecho, en este momento algunas de ellas,
principalmente la economía, la sociología y la psicología, parecen hallarse
al borde de la desintegración y el hundimiento intelectuales. Por otra
parte, esto deja al historiador en libertad para seleccionar lo que más le
convenga. Puede adoptar nociones sociológicas de índole marxista, webe-
riana o parsoniana; o conceptos de la antropología social, cultural o sim­
bólica; o de teorías económicas tan diversas como la clásica, la keynesiarta
o la neomarxista; o bien de la psicología freudiana, eriksoniana o jun-
guiana.
L o mejor que puede hacer el historiador es seleccionar todo aquello
que le parezca ser lo inmediatamente más esclarecedor y útil; considerar
cualquier fórmula, modelo, hipótesis, paradigma o método muy por de­
bajo de una verdad apodíctica; apegarse a la firme convicción de que
cualquier teoría unilinea! y monocausal para explicar un suceso histórico
importante está destinada a ser falsa; y no aterrarse ante el refinamiento
metodológico, especialmente en el caso de la cuantificación: de hecho,
emplear todo el sentido común de que disponga para compensar su igno­
rancia técnica.
Este es, y hay que admitirlo, un procedimiento peligroso. Cualquiera
de las ciencias sociales es una frontera que se desplaza con rapidez, y con
mucha facilidad el intruso de otra disciplina puede en su prisa tomar un
conjunto de ideas o de herramientas que se encuentren ya superadas. Ig ­
norar las aportaciones de las ciencias sociales es ciertamente fatal; tener
dominio sobre todas ellas, o incluso sobre una en particular, es a todas lu­
ces imposible. Usualmente, lo más que el historiador puede esperar al­
canzar es la perspectiva general, y hasta cierto punto superficial, de los es­
tudiantes universitarios que con entusiasmo se interesen en el campo. Por
lo general, con esto es suficiente, y en efecto, debido a la proliferación y a
la creciente especialización de las disciplinas que se ocupan del hombre,
es lo más que puede esperarse. Empero, el historiador debe avanzar con
cautela a través de estas áreas y no olvidar jamás las limitaciones que su
ignorancia relativa le impone. Es ésta una ignorancia prescrita ineluc­
tablemente por el enorme crecimiento con respecto al cauda) de conoci­
mientos, lo mismo que por su fragmentación en disciplinas herméticas y
especializadas.

La nueva h is t o r ia

I.a "nueva historia” que ha surgido de la gran agitación dentro de la pro­


fesión durante los últimos cuarenta años, presenta las siguientes caracte­
rísticas, las cuales la diferencian de las formas historiográficas del pasado:
l.A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO X X 36

En primer lugar, organiza su material de una nueva manera; los libros se


escriben siguiendo un orden analítico, no narrativo, y no es coincidencia
que casi todos los trabajos históricos, considerados como relevantes en el
último cuarto de siglo, hayan sido analíticos en lugar de narrativos. En se­
gundo lugar, plantea nuevas preguntas; por qué las cosas ocurrieron de la
manera en que lo hicieron y cuáles fueron las consecuencias, más bien
que las viejas preguntas acerca del qué y el cómo. Es con objeto de resol­
ver estas nuevas preguntas que el historiador está obligado a adoptar una
organización analítica de su material. Én tercer lugar, se ocupa de nuevos
problemas, primordialmente en tres áreas, todas ellas referentes a la rela­
ción entre el hombre y la sociedad en el pasado. La primera se refiere a la
base material de la existencia humana, a las limitaciones impuestas pol­
la demografía, la geografía humana y la ecología (que reviste un interés
particular en Francia); a los niveles tecnológicos, los modos de produc­
ción y distribución económicas, la acumulación de capital, lo mismo cjue
al crecimiento económico. La segunda comprende el enorme campo aún
en expansión de la historia social. Ésta abarca el estudio de las funciones,
la composición y la organización de toda una gama de instituciones que
subyacen por debajo del nivel de aquellas encontradas en el Estado-
nación, instituciones para la distribución desigual de la riqueza, el poder
y el status; instituciones para la socialización y la educación, tales como la
familia, la escuela y la universidad; instituciones de control social, tales
como la familia, la policía, las prisiones y los asilos; instituciones de traba­
jo, tales como las empresas, los monopolios y los sindicatos; instituciones
de gobiernos locales, tales como ayuntamientos, prebostes y maquinarias
políticas de carácter urbano; e instituciones destinadas a la cultura y al
ocio, tales como museos, galerías de arte, editoriales, ferias de libros, fes­
tivales y deportes organizados.
Más allá de las instituciones sociales, se localiza un interés intenso pol­
los procesos sociales: por la movilidad ocupacional geográfica y social,'
tanto entre grupos como entre los individuos pertenecientes a ellos, y pol­
las pautas cambiantes de distribución referentes a las tres variables fun­
damentales: riqueza, poder y status, Se están haciendo esfuerzos por in­
vestigar dicha movilidad - o su ausencia-— en términos de conflicto o co­
operación de grupo. Esto conduce a una búsqueda de las raíces sociales
de los movimientos ideológicos o políticos, tanto entre los líderes de las d i­
versas élites como entre las masas que los siguen, por ejemplo con respecto
a los puritanos del siglo XVII, a los radicales políticos o religiosos del si­
glo XVIII, a los liberales del siglo XIX, o bien a los fascistas del siglo XX.14

U K.J. Hobsbawm. "Prona Social History lo tile History oí Socicty”. fíuedalus: Journal afilie Ame­
rít and Sciences, invierno <te 1671, pp. ZO-íí,.
rican Acudeniy of A
315 H IS TO R IO G R A FÍA

La tercera área de actividad, la cual está creciendo rápidamente en im ­


portancia, consiste en una nueva clase de historia sociocultural. Ésta asu­
m e la forma de análisis exhaustivos acerca de los efectos de los cambiantes
medios de comunicación sobre la opinión pública, a través de la impren­
ta, la alfabetización y la divulgación subrepticia de literatura censura­
da; acerca de ios vínculos de la alta cultura con su matriz política y social;
acerca de la interacción bilateral entre la alta cultura y la cultura popu­
lar; y, finalmente, pero no por ello menos importante, acerca de la cultu­
ra de las masas semialfahetas, como un campo de estudio autónomo, y no
meramente como una parte importante del creciente campo de la historia
laboral.
La cuarta característica de la “nueva historia" es su nueva temática, a
saber, las masas más bien que la reducida élite del 1% , o a lo sumo el
2 % , cuyas gestas y escritos habían constituido hasta ahora la materia his­
tórica por excelencia. Se ha dado un intento deliberado por romper con
esta fascinación respecto a los dejtentadores hereditarios de) poder político
y religioso, los monopolizadores de la mayor parte de la riqueza de capi­
tal, y los consumidores exclusivos de la alta cultura.
En su “ Elegía sobre un cementerio de aldea" el poeta inglés Tilomas
Cray observaba:

N o se permita. . . a la grandeza escuchar con una desdeñosa sonrisa,


Los escasos y simples anales de los pobres.

Hasta muy recientemente, ios historiadores habían mirado, en efecto, a


los pobres con una “ desdeñosa sonrisa” , concentrando la mayor parte de
su atención sobre los reyes y los presidentes, los nobles y los obispos, los g e­
nerales y los políticos. Esta situación ha cambiado dramáticamente en las
últimas décadas, y algunos de los trabajos de historia más importantes se
han dedicado a las masas incultas, cuyos anales han resultado ser a través
de su estudio ciertamente escasos, pero de ninguna manera simples. T ra ­
bajos de especialistas como Eugene Genovese sobre los esclavos en los Es­
tados Unidos; de E. P. Thompson y E. J. Hobsbawm sobre la clase obrera
en Inglaterra; o de Marc Bloch, Georges Lefebvre, Georges Duby, Fierre
Goubert y Emmanucl Le Roy Laduric sobre el campesinado francés, se
reconocen generalmente como las principales obras clásicas de su gene­
ración.
El reto, que de una manera o de otra ha sido en cierta medida afronta­
do satisfactoriamente desde el siglo XVI, es de qué manera hallar.alterna­
tivas para la reconstrucción no únicamente de la experiencia económica
y social, sino también de la estructura mental, los valores y la concepción
del mundo de pueblos que no han dejado tras de sí ningún registro escri­
to sobre sus pensamientos y sentimientos personales: dicho de otro modo,
I.A H IS T O R IA DE LAS C IEN C IAS SOCIALES XÍN E L SIGLO X X 37

el 99% de la totalidad de la raza humana que haya existido antes


de 1940.
El impulso para efectuar este viraje radical en la temática provin o in ­
dudablemente de la antropología y la sociología, pero las técnicas para
ahondar en áreas tan oscuras de la experiencia del pasado han sido des­
arrolladas, y aún lo están siendo, independientemente por una serie de
historiadores con gran imaginación y dedicación, los cuales se han visto
obligados a descubrir nuevos materiales en los que fundamentar su labor.
Como resultado de todos estos adelantos, han surgido por lo menos seis
nuevos campos importantes de investigación histórica, los cuales aún se
encuentran en la heroica fase de exploración primaria y rápido desa­
rrollo, y cuyos profesionales tienen la posibilidad de disfrutar, al igual
que los científicos de la naturaleza, de lo estimulante que resulta hacer
retroceder año con año las fronteras del conocimiento fác.tico y de la
comprensión teórica. Se trata de campos que se hallan en la prim era y
explosiva etapa de la acumulación de conocimientos y formación de h ip ó ­
tesis.
Uno de ellos es la historia de la ciencia, entendida tanto como un dis­
curso interno y autónomo acerca del intercambio de ideas entre un puña­
do de hombres de genio, como una reflexión sobre los cambiantes tipos de
cultura y sociedad en diversas épocas. El concepto de T . S, Kuhn sobre el
paradigma científico y su modo de transformación, lo mismo que la labor
de R. R. Merton respecto a la sociología de la profesión científica, han ve­
nido a revolucionar el campo.
El segundo campo es la historia demográfica, que se ha desarrollado
como resultado del reconocimiento por parte de los demógrafos m oder­
nos del papel fundamental del tamaño y el crecimiento de la población,
lo mismo que de los márgenes de edad, en la determinación de la gran va­
riedad de aspectos que presenta la vida en el siglo XX. Esto ha traído como
consecuencia un análisis exhaustivo de ios registros demográficos del
pasado, principalmente de material relativo a censos y registros parro­
quiales de bautizos, matrimonios y entierros, cuyos frutos apenas están
comenzando a recogerse. Pero en la actualidad es evidente que por lo me-
' nos desde el siglo XVI, tanto la Europa Noroccidental como la Am érica
del Norte han experimentado como pauta única matrimonios muy tar­
díos e índices relativamente bajos de fertilidad. También resulta manifiesto
que se han producido cambios notorios en cuanto al tamaño y las tenden­
cias demográficas en el pasado, tanto en el grado de mortalidad com o en
los índices de fertilidad, los cuales se han combinado para formar una es­
pecie de pauta homeostática. Esto no invalida la hipótesis de una transí
ción demográfica fundamental en el siglo XIX, desde índices elevados de
nacimiento y defunción hasta índices bajos en este mismo respecto, pero
38 H IS TO R IO G R A FÍA

sí modifica significativamente su efecto y socava las primeras aserciones


acerca de un mundo demográfico premoderno uniforme.15
El tercer campo es la historia de las transformaciones sociales, el estu­
dio de la interacción entre el individuo y la sociedad que lo rodea. Esto ha
implicado la identificación de grupos con un status social y las diversas
clases sociales, distintos análisis acerca de las instituciones, las estructuras
y los valores sociales, lo mismo que acerca de pautas de movilidad social
grupal e individual.
El cuarto campo es la historia de la cultura de masas ~ de las mentali-
tés (un término francés intraducibie pero de inapreciable valor) — . R e­
curriendo constantemente a ideas antropológicas como su fuente de inspi­
ración, este nuevo campo ha producido ya, en lo referente a los siglos XVI
y XVII, trabajos tan notables como los de R. Mandrou sobre las creencias
populares, N. Z. Davis sobre los rituales y los festivales, K. V. Thomas
sobre la magia, E. Eisenstein sobre los efectos de la invención de la
imprenta y la consecuente alfabetización, al igual que estantes enteros de
libros y artículos sobre brujería; en cuanto al siglo XVIII, ha producido es­
tudios como el escrito por Miehel Vovelle acerca de la descristianización,
o el trabajo sobre la difusión de la baja cultura durante la Ilustración, de
Robert Darnton; y en cuanto al siglo XIX, el surgimiento de la cultura
política de la clase obrera ha sido analizado por E. P. Thompson en lo
que se refiere a Inglaterra, y por Mauricc Agulhon y Charles Tilly, en
lo que respecta a Francia.
El quinto es la historia urbana, un campo que aún parece estar a la
búsqueda de un problema de análisis, en vista de que se halla vagamente
definido debido al hecho de que comprende todo lo que ocurre en las
ciudades. En la actualidad es úr» área primordialmente cuantitativa en
cuanto a su metodología, y tiene que ver con la geografía, la ecología, la
religión, los valores sociales, la sociología, la demografía, la política y
la administración consideradas en su carácter urbano.16 ■i-
m
Finalmente, tenemos la historia de la familia, que también se halla ac­
tualmente en una fase explosiva, aunque todavía incoherente, de des­
arrollo, N o abarca únicamente los límites demográficos que restringen La
vida familiar, sino también los lazos de parentesco, las estructuras domes- :
SÉ K
ticas y familiares, los arreglos y los convenios matrimoniales, así como sus

15 JGdwavd A. Wrigley, Populalion and Jlntory, Londres, 1969: y David V. Gíass y D- E. C, m


Everslcy, comps., Popularon tn History: Essays m Ilistorical Demograpliy, Londres, 1965. iff
l<iRaia algunos ejemplos de este enfoque ecléctico, véanse Stcphan Thernstrom y R. Scnnett» m
comps., Nineteeuth-Century Cutes: Essays in the New Urban History, New Haven, 1969; Harold j. M
Dyos y Michael Wolff, comps., The Viciorian City: hnages and Rcalities, Londres, 1973; y Leo F.
Schnove, The New Urban History: Qjuantitativc Exptorations by American Ilistorians, Piínccion, I :
1974.

1
jÜ !
.y
L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOC IALES EN El, SIGLO X X 39

causas y consecuencias sociales y económicas, lo cambiante de los papeles


sexuales y su diferenciación a través del tiempo, las actitudes cam biantes
con respecto a las relaciones sexuales y sus prácticas, y los cam bios en los
vínculos afectivos que unen a los cónyuges, y a los padres con los hijos.
Estos seis campos comprenden únicamente las que hoy día parecen
ser las áreas más promisorias para una nueva investigación. Pero hay por
lo menos otras tres aspirantes que se podrían considerar, Nuevas formas
de historia política, dependientes de análisis computaiizados sobre tom a de
decisiones en listas de carácter legislativo y sobre la correlación entre el
comportamiento popular electoral y variables culturales y sociales, han
tenido hasta ahora un arranque más bien tentativo que prom etedor. A m ­
bos análisis llevan mucho tiempo y los frutos se observan muy lentamente.
Además, el segundo, que depende del concatenamiento entre votaciones
de distrito y votaciones de barrio con variables económicas, religiosas y ét­
nicas, y de otra índole, reveladas en los datos de censos tomados en el si­
glo XIX, está sujeto a la "falacia ecológica” , a la cual no es de ninguna
manera fácil sustraerse. N o es posible vincular sin más la inform ación
estadística sobre las características de un grupo que viva en un área g e o ­
gráfica dada, con el comportamiento político específico y eventual de un
grupo particular, pero desconocido, de individuos en dicha á rea ,17 L a
nueva historia política apenas lia logrado, por consiguiente, desprenderse
del suelo, a pesar del exhaustivo y costoso banco de datos acumulado por
el Inter-Üniversity Consortium for Political Research en Ann A rbor.
Actualmente, la psicohistoria ha exigido con insistencia el que se le
considere como un campo legítimo por derecho propio. Dicho campo
puede asumir dos formas, de las cuales la primera se refiere al estudio de
los individuos, de la influencia de la experiencia infantil y pueril sobre la
estructura psicológica, y por lo tanto sobre la conducta y las acciones, así
como al análisis de los líderes intelectuales o políticos en el pasado. Esto
implica el profundizar en lo que viene a ser un periodo normalmente bas­
tante oscuro en la vida incluso de hombres y mujeres sobre los cjue exista
una extensa documentación, así como hacer ciertas aserciones teóricas
■ acerca de los vínculos entre la experiencia infantil y la conducta adulta.
Cs sorprendente, al tiempo que desalentador, que el trabajo más relevan­
te en esta área siga siendo uno de los más antiguos: Young M an Luth er: A
Studyin Psychoanálysis and History (Nueva York, W . W . Norton, 1958)
de Erik H. Erikson. La segunda forma de la psicohistoria se presenta
íAfiotno un estudio de la psicología de grupos particulares. Dos de los libros de
mayor influencia a este respecto son Centuries o f Chtldhood: A Social

!1W .S, Xtobinson, "Ecólogical CoL'vclations and the Behavioi' of Individuáis", American Sociolo-
Ib, núm. 5, junio de 1950, pp. S51-X57.
gtcal Re.view,
40 H IS TO R IO G R A FÍA

Htslory o f Family Life (Nueva York, Knopf, 1962) de Philíppe Aries, y


Slavery: A Problem in American Institutional and Intellectual L ife (2a.
ed., University of Chicago Press, 1968) de Stanley M. Elkins, los cuales se
ocupan, respectivamente, de los niños y de los esclavos.18 Sin embargo,
com o se verá posteriormente en este ensayo, hay fuertes indicios de que la
psicohisforia se está desarrollando a través de lincamientos ahistóricos y
dogmáticos, con base en aserciones no probadas de las ciencias sociales con
respecto a la naturaleza humana, que son totalmente independientes de
la influencia de un condicionamiento cultural históricamente fundado.
El dilema de si se debería incluir a la historia económica como uno de
los campos que aún se encuentran en la etapa explosiva de su desarrollo,
viene a ser un problema que todavía está sin resolver. Es indudable que la
fase heroica y primera tuvo lugar aproximadamente entre 1910 y 1950,
bajo la férula de eruditos como Frederic C. Lañe, Thornas C. Cochran y
John U. Nef, en los Estados Unidos; M. M. Postan, J. H. Clapham y T . S.
Ashton, en Inglaterra; y Marc Bloch y Henri Sée, en Francia. Estas perso­
nalidades, al igual que otras de igual relevancia pertenecientes a su gene­
ración, se hallan actualmente retiradas, o bien han fallecido. Por otra
parte, los diarios profesionales y los libros a este respecto dan la impresión
de que la mayor parte de la actual generación tiene como preocupación
principal el terminar operaciones, llenar los hiatos fácticos, modificar hi­
pótesis extremadamente simplificadas y, en términos generales, remozar
el campo. El nuevo impulso dado a este campo proviene de los estados
centrales de los Estados Unidos, de la llamada “nueva historia eco­
nóm ica” , la cual se apega considerablemente a modelos econométri-
cos formales y a refinadas y avanzadas elaboraciones matemáticas de eco­
nomía pura.19
L a medida en que esta “ nueva historia económica” podría transformar
y revivificar esta área es un problema sobre el que todavía hay mucho que
discutir. Existen serias dudas acerca de hasta qué punto una historia

Para algunas exposiciones sobre psicobistoriogi afía, véanse Cushing Strout» "Ego Psychology
and the Historian” , Hislory and Thcyry: Stitdícs in [he Philosophy o f History, 7, núm, S (19G8),
pp, 281*297; Alaín Bcsangon. "Veis une histoirc p$ychanalytiquc'\ Aunóles, Économies, Sodétés,
Civilisntions, 24, núm. 3, mayo-junio de 1969, pp. 594-616, y 24, núm. 4, julio-agosto de 1969/
pp. 1011-1033; Bruce Mazlish, "Whai is Psychohistory?", Transactians of the Royal Jíistorical So*
ciety (Londres), 5a. serie, 21, 1971; yFrank Manuel, "The Ufe and Abuse of Psychology inHistory” ,
en Ifislorical Sludtcs Today, comps. Félix Oilbcrt y Stephen R. Gntubard. Nueva York, W. W.
Norton, 1972. Otros ejemplos de esta índole se encontraran en Bruce Matlish, uonip., Psychounalysís
and Htslory, ed. corregida, Nueva York, 1971; y Robert jay T ifio», conip., Explnrations in Psy-
c/iohistory: The Wellfleet Papas, Nueva York, 19.74.
19 Para dos recopilaciones de trabajos representativos de esta nueva escuela, véanse Robert W. Fo-
gcl y Stanley I - Kngerman, comps., The Rsinterpretalion o f American Economic History. Nueva
York, 1971; y Peter Temía, comp., The Ñero Economía Htslory: Setaoled Readíngs, llarrnoiujs*
worth, 1973.
L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN E L SIGLO X X 41

contrafáctica, descrita por un crítico como "si mi abuela tuviera ruedas


seda un histórico camión greyhound", podría ser de utilidad práctica para
los historiadores, a quienes concierne aquello que ha pasado, n o aquello
que pudiendo haber sucedido no ocurrió. Después de todo, es un hecho que
los Estados Unidos construyeron, en efecto, ferrocarriles en lu ga r de ate­
nerse al transporte marítimo de mercancías a granel. La historia contra­
fáctica es una útil ayuda metodológica para esclarecer el pensamiento
con respecto a hipótesis históricas, pero hasta allí.20 Existen incluso dudas
más serias acerca de si datos tan poco seguros, como aquellos qu e sobrevi­
ven hasta periodos tan tardíos como el siglo XIX, son lo suficientemente
sólidos para constituir una base estable para las frágiles y refinadas super­
estructuras que los “cliometristas” — como ellos mismos gustan llamarse —
sienten placer en construir. N o obstante el vértigo que causa el con ­
templar estas impresionantes construcciones, parece que no están tan sólida­
mente edificadas cuando se les somete a un examen crítico y detallado. Una
de las dificultades de aplicar la teoría económica a la historia es que fu n ­
ciona mejor con problemas donde las variables son pequeñas y, por lo
tanto, manejables; pero estos problemas son frecuentemente tan lim ita­
dos que resultan triviales. Otra es que dicha teoría se refiere a un mundo
donde la elección es siempre libre y racional, y jamás es deformada por
prejuicios personales, predisposiciones de clase o poderes monopólicos;
pero este mundo nunca ha existido.21
Es notable que, con excepción de los análisis de comportamiento elec­
toral y de listas, todas estas áreas queden comprendidas bajo la rúbrica
general de historia mental, social o ecológica; que excepto en el caso de la
historia de la ciencia y la psicohistoria individual, todas ellas se ocupen de
las masas más que ele las élites', que consideren el cambio principalmente
en términos de largos periodos de tiempo, en lugar de periodos cortos; y
que su marco de referencia tienda a ser más amplio o más reducido que el
Estado-nación.

Con objeto de ocuparse de los problemas de estas nuevas áreas, los histo­
riadores han adoptado toda una gama de nuevas técnicas, todas ellas to-
ruadas en préstamo de las ciencias sociales. Una de éstas es la prosopogra-
; fia, como los historiadores clásicos han dado en llamaría por rancho tiempo,

Journal of Social History, 7 , 1974, p 376.


20 E. j . H o b sb a w tn , " L a b o r H is to ry a n d I d c o lo g y " .
21 P a ra diversas e v a lu a c io n e s acerca de la v irtu d d e la "n u e v a h isto ria e c o n ó m ic a ", véanse T h o n ra s
C. C o rh ra n . "E c o n o m ic H is to iy , O id and N e w " . American Hmorical lleview, 74, núm . 5 , ju n to de
1969, p p . 1561-1575?; M . L e v y - L e b o y e r , " L a new c c o n o m ic h is to ry ". Anuales, Economies, Sociétés,
Civtliiations, 2*1, n ú m . ó. s e p tie m b re -o c tu b re d e 1969, pp. 1035 1069; 11. |. ! labaltkult " E r o n o m ic
History atril E co u o in ic T h e o r y ” , en Hislortcal Sin,lies Today, com p s. E, G ilb c r t y S. R. G ia u b a r d .
pp 27-44; y A lltc tt F is h lo w , " l i t e N e tv E c o n o m ic H is to ry R e v is itc d ".Journal of l'.inopcan Elconomic
Histoiy, 3. núnr. 2, o to ñ o cíe 1974, p p. 493-467.
4?. H IS TO R IO G R A FÍA

o el análisis de línea de curso, como la denominan los científicos en el


campo social- Esta es una herramienta fundamental para la exploración
de cualquier aspecto de la historia social, e implica una investigación
retrospectiva de las características comunes de un grupo de muestra de
protagonistas históricos, mediante un análisis colectivo de un conjunto
de variables uniformes acerca de sus vidas — variables referentes al naci­
miento y la muerte, el matrimonio y la familia, los orígenes sociales, la
posición económica y el status heredados, el lugar de residencia, la educa­
ción, el monto y las fuentes personales de ingreso y de riqueza, la edu­
cación, la religión, la experiencia en un oficio, etcétera — , Esta herramienta
se usa principalmente para abordar tanto el problema concerniente a las
raíces sociales d e la acción política, como el de la estructura y la m ovili­
dad sociales. Los análisis referentes a las élites, que hasta hace poco cons­
tituyeron el objeto principal de tales investigaciones, tomaron relativa­
mente poco en préstamo de las ciencias sociales, y puede decirse que la
labor de eruditos corno sir Ronald Syme y sir Lewis Nam ier debió muy
poco, si no es que nada, a Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, y a otros teó­
ricos del eliíismo político. Los estudiosos de las masas, por otra parte, se
han visto fo rza d o s..o bien han optado deliberadamente por e llo ... a se­
guir los pasos de los investigadores de encuestas, a ignorar el rico carácter
evocativo de los análisis de casos individuales, y a limitarse a establecer las
correlaciones estadísticas de una pluralidad de variables con respecto a
una muestra de la población, con la esperanza de lograr ciertos resultados
significativos. En la actualidad, esta técnica ha engendrado una serie de
nuevos ramos subordinados, tales como la psefología, o el estudio dei
comportamiento electoral con base en una correlación de las pautas de
votación observadas en el electorado mediante datos de censos, y el análi­
sis de listas, un estudio del comportamiento electoral de los legisladores.22
El segundo método significativo es la historia local, el análisis profun­
do de una localidad, se trate de un poblado o de una provincia, en un in­
tento por escribir una “ historia total” , dentro de un marco geográfico
controlable, y al hacer esto esclarecer problemas más amplios con respec­
to a las transformaciones históricas. Los mejores trabajos a este respecto
han sido producidos indudablemente por los franceses, como és el caso de
Fierre Goúbert y Etnmanuel Le Roy Ladúríe en lo tocante a provincias
enteras, de Fierre Deyon con respecto a una ciudad en particular, y de
Martille Segalen y Gerard Bóuchard en lo referente a un poblado en espe­
cial. Empero, la historia colonial de Nueva Inglaterra ha sido revoluciona­
da por estudios similares a cargo de Philip Greven, John Demos, Kenneth
Lockridge, y otros, en tanto que la historia inglesa se ha visto enorme­

22 I.awicnce Seone, "ProsoRography", Daedalus. invierno de 1971, ]))) -í6-79.


L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN EI. SIGLO X X 43

mente enriquecida por la escuela de estudios locales ubicada en Leices-


ter, especialmente por los trabajos de W illiam G. Hoskins y Joan
Thirsk.23
Los “ nuevos" historiadores también han tomado en préstamo de las
ciencias sociales toda una serie de nuevas técnicas, la m ayoría de
las cuales ya se han mencionado: la cuantificación, los modelos teóricos cons­
cientes, la definición explícita de los términos, y una disponibilidad para
ocuparse de tipos ideales y abstractos, lo mismo que de realidades p a rti­
culares. La nueva herramienta que han tomado prestada es la com puta­
dora, la cual fue primeramente concebida para los científicos de la natu­
raleza, adaptándose y adoptándose después por los científicos e.n el campo
social, mientras que actualmente se vuelve cada vez más un auxiliar
bastante común para el historiador abocado a la investigación en estos
nuevos campos. Por 1960, los historiadores obtuvieron repentinamente
un libre acceso a esta máquina inmensamente poderosa, aunque obtusa
en extremo, capaz de procesar enormes cantidades de datos a una veloci­
dad fabulosa, pero con la condición de que éstos le sean presentados m e­
diante categorías limitadas, con frecuencia más bien artificiales, y de que
las preguntas se le formulen de manera muy clara, lógica y precisa. Q u in ­
ce años de variada experiencia con este tipo de máquinas han perm itido
que los historiadores puedan evaluarlas de una manera más am plia con
respecto a sus aplicaciones potenciales y sus defectos reales. Guando una
computadora opera con grandes cantidades de datos, es capaz de respon­
der más preguntas y evaluar un mayor número de correlaciones múltiples
que las que cualquier mente humana podría manejar durante toda su
vida. Pero lo que no le es posible es tolerar ambigüedades, por lo que exige
qüe los datos se procesen en forma de paquetes precisos y ordenados m e­
diante categorías claramente definidas, lo cual puede deformar cierta­
mente la complejidad y lo incierto de la realidad. En segundo lugar, la
elaboración del material para la máquina lleva muchísimo tiempo, de
manera que, en términos generales, en tanto que su uso incrementa enor­
memente el tamaño de la muestra y la complejidad de las correlaciones
de variables, puede por otra parte frenar la investigación en vez de acele­
rarla. En tercer lugar, su uso impide el proceso de retro alimentación por
el que el historiador piensa normalmente, y gracias al cual sus intuiciones
son probadas por los hechos, al tiempo que éstos generan a su vez nuevas
intuiciones. Cuando el historiador emplea una computadora, este proce­
so bilateral resulta imposible hasta el término mismo de la investigación,
puesto que únicamente cuando la copia impresa se halla finalmente dis-

28 Picrrc Coubert, "Local I-listory", Dacdahu, invierno itc 1971, pp. 113-127; y Lawrence Scone,
“English and United States Local Histoiy". Dcadalus, invierno de 1971, pp. 128-132,
44 H IS TO R IO G R A FÍA

ponible, pueden conseguirse las claves para posibles soluciones a los


problemas, y hacerse factible, por lo tanto, el que se generen nuevas ideas
y nuevos problemas. Desafortunadamente, a veces ocurre que las omi­
siones, o el registro o la codificación incompleta de datos, impiden la po­
sibilidad de obtener las respuestas a nuevos problemas que sean genera­
dos en una etapa ulterior. Lo peor de todo es el tipo de atrofia de las
facultades críticas que el simple uso de tarjetas perforadas parece traer
consigo. Como el doctor Hudson señala:24

La mayoría de. los científicos en el campo social que confían en tarjetas perfo­
radas y en las computadoras, en la práctica parecen abandonar su poder de
razonamiento, y en consecuencia, sus datos quedan casi sin excepción defi
cicntemente analizados, o bien, analizados de una manera torpe y burda. Pa­
recería como si el investigador se convirtiera de manera sutil en una creatina
de la maquinaria de procesamiento de datos, y no al reves.

K1 historiador, a pesar de su prolongada formación humanística, está su- 4-


jeto a esta insidiosa y ruinosa deformación mental, al igual que sus cole­
gas en las ciencias sociales.
La computadora es una máquina en cuyo uso elemental deberían en ■
los sucesivo capacitarse la mayoría de los historiadores profesionales que |;
se dedican a la investigación —un curso de seis semanas es suficiente a este l •
respecto — , pero no debería empleársele como último recurso. Siempre
que sea posible, se recontienda especialmente a los historiadores dados a f j
c.uantificar que trabajen con muestras más pequeñas y usen una calcula- f
dora manual. A pesar de sus innegables y extraordinarias virtudes, la i
computadora no es de manera alguna la respuesta a los ruegos del histo- |
dador social, como en algún momento se pensó que podría serlo.

El fu tu r o de la h is to r ia y df, las ciencias sociales

Casi no hay duda de que la “ nueva historia'' de los últimos cuarenta años, §,
que tanto debe a los “préstamos” de las ciencias sociales, ha venido a u jii
venecer la erudición histórica y ha hecho que este intervalo de tiempo,

gulloso de todo aquello que. se ha logrado para hacer progresar ia;|g¡¡


comprensión con respecto a los hombres de las sociedades del pasado.

?AHudwn, The Culi ojthe Vrut, p. fi-l. n. ti.


L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN E L SIG LO XX 45

Actualmente, sin embargo, el futuro se vislumbra menos prom isorio,


en parte debido a que el éxito mismo del movimiento está generando cier­
tos indicios de arrogancia. En medio de la presunción de la victoria, a lgu ­
nos de quienes más fervientemente respaldan, mostrando resolución y con ­
fianza en si mismos, algunos aspectos de la nueva historia, no sólo hacen
afirmaciones exageradas respecto a sus propios logros, sino que tratan la
temática y la metodología de historiadores más tradicionales con un in ­
merecido desprecio. Esta actitud está causando inevitablemente una
reacción violenta, y todo parece indicar que se está dando un renovado
conflicto entre Antiguos y Modernos —una situación que sólo p u ed e re ­
sultar perniciosa para ambas partes— . La falta de moderación de los
nuevos vencedores queda resumida del mejor modo en los títulos y
los contenidos de algunos manuales recientes, escritos por algunos de los
más relevantes exponentes del arte histórico en los Estados Unidos y en
Francia. En 1971, David S. Laudes y Charles T illy publicaron una colección
de ensayos intitulada History as Social Science (Englewood Cliffs, N.J.,
Prentice-Hall), en la que se hacían algunas aseveraciones muy aventu­
radas con respecto a la "nueva historia” . En 1974, Fierre Ghaunu publicó
Histoire, science sociale: La durée, l'espace et l'hom m e á l'époque m od er-
ne (París, Société d ’Édition d ’Enseignement Supérieur), donde sostenía
que la historia era ni más ni menos que una ciencia social. La aserción
fundamental que está detrás de esta actitud hacia la historia com o dis
cíplina, ha sido descrita acerbamente por un crítico: " A juicio de a lgu ­
nos, el adoctrinamiento sistemático de los historiadores en todas las cien­
cias sociales evoca una escena de inseminación, en la que Clío yace inerte
y desapasionada (tal vez con los ojos en blanco), mientras el antropólogo o
el sociólogo esparcen sus semillas en su vientre." El crítico (E. P. T h o m p ­
son) insta con todo derecho a que la Musa de la Historia dé una respuesta
más enérgica y vigorosa ante esta franca agresión a su persona (y una que
vaya más de acuerdo con la revolución sexual de nuestro tiem po).25 L a
principal objeción a una integración total de la historia dentro de las
ciencias sociales, tal como es defendida por Chaunu y otros, es que "la dis­
ciplina de la historia es por sobre todo una disciplina de contexto” . Se
ocupa de un problema específico y de un conjunto específico de p rotago­
nistas, en un lugar y un tiempo específicos. El contexto histórico es lo más
importante, y no puede ignorársele o prescindirse de él con objeto de aco­
modar los datos dentro de un modelo abstruso tomado de alguna ciencia
social. La brujería en la Inglaterra del siglo XVI, por ejemplo, puede
/esclarecerse recurriendo a ejemplos tomados de la brujería tal como se da

25 Reseña de Keith V. Thomas, Religión and the Decline o f Alacie, poi E. P. Thompson, en
Midland History,I, núm. 3, primavera de 1972, pp. 41-55.
46 H ISTO R IO G R A FIA

en África en el siglo XX, pero no resulta tan fácil pretender que quede
explicada por ellos, ya que los contextos sociales y culturales son muy di­
ferentes,
Si volteamos la cara de la moneda, vemos que al parecer algunos cientí­
ficos actuales en el campo social, consideran a la historia como algo que
va un poco más allá de una útil fuente de datos para el logro de sus pío*
pias investigaciones teóricas. Se ha argüido que la historia existe en parte;
"con el propósito explícito de hacer progresar las investigaciones científi­
cas en el campo social", lo cual es una posición extrema, desde luego,: i
pero basada fundamentalmente sobre una concepción equivocada acerca;
de la integridad y la importancia de la historia como estudio del hombre
en las sociedades del pasado.26 -j?|
Además, éste parece ser en algunos aspectos un extraño momento paral
uncir la Musa de la Historia a la carroza de las ciencias sociales, dado ques­
eas! todas ellas atraviesan actualmente por un estado de aguda crisis y un
proceso de revaluación de su legitimidad científica. La noción de una; jg :
antropología libre de valores subjetivos se ha derrumbado a raíz de la
publicación de los diarios de Malinowski; la sociología libre de valores;
subjetivos ha recibido fuertes críticas --ya no digamos su utilidad o sus
conocimientos— ; la psicología libre de valores subjetivos es una flagrante;
necedad a la luz de los marcos ideológicos y evidentes de suyo de B. F.
Skínner, lo mismo que de acuerdo con las ideas románticas y antitéticas:
de R. D. Laing; en tanto que la más rigurosa de las ciencias sociales —la
economía— no ha conseguido predecir ni remediar los nuevos problemas
planteados a raíz del estancamiento inflacionario, las gigantescas corpo­
raciones internacionales, y los límites respecto a los recursos naturales.
Para emplear otra metáfora, es posible que haya llegado el momento de
que las ratas históricas abandonen el barco científico del campo social;
— en lugar de permanecer en él hacinadas en medio del desorden— , ya;
que éste parece estar haciendo agua y requerir urgentes composturas. La
historia siempre ha tenido un carácter social, y si hace poco tiempo se vio
atraída por el canto de las sirenas de las ciencias sociales, fue debido .á|
que pensó —al parecer algo equivocadamente— que éstas eran también
científicas. Á
Por otra parte, puesto que todas las ciencias sociales se encuentran eh;
un proceso transitorio de gran agitación, su futuro resulta impredecible.-
Anteriormente parecía más probable que los sociólogos fueran de ayuda
para los historiadores, y de hecho Max Weber y después R. K. Merton lo¡
fueron, pero terminaron por encerrarse en una investigación cuantitativa

Applied Hiitorical Studies. An Intcoductory Render. L o n d re s ,


26 M ich a cl O ta k e , c o n tp ., 1973.
p 1. P a ra una sólid a , in g en io sa y b ien fu n d a d a e x p o s ic ió n del p u m o d e vista m ás tr a d ic io n a l d e la ;
h is to ria co m o p ro fe s ió n , véase J. I I . H r x tc r , The History Primer, N u e v a Y o r k , 1971.
L A H IS T O R IA DE LA S CIENCIAS SO C IALE S EN E L SIGLO X X 17

(le encuestas o en una teoría funcionalista extremadamente abstracta, lo


que n o resultó de gran utilidad. Actualmente, la mayor influ encia p r o ­
viene d e la demografía y la antropología social y simbólica. T a l vez de
aquí a diez años alguna otra disciplina, por ejemplo la psicología social,
podría tener mucho que ofrecer al historiador. F.n esta frontera en m ovi-
rniento perpetuo, la disciplina de mayor influencia se modifica d e una d é ­
cada a otra, por lo que el historiador debe estar constantemente atento
respecto a nuevas tendencias e ideas. Es posible que nos encontrem os en
un p e rio d o temporal de revaluación antes de dar un nuevo salto hacia
adelante. Podemos afirm ar con alguna seguridad, no obstante, qu e hay
por lo menos tres instancias en las que los historiadores orientados hacia
las ciencias sociales parecen hallarse en cierto peligro de perm itir qu e su
entusiasmo prevalezca sobre su juicio. La primera consiste en el uso des­
m e d id o e irreflexivo de la cuantificación como solución a todos los
problemas.27 Es muy fácil exagerar las potencialidades del m étodo y dejar
que la herramienta se convierta en un fin en sí misma. Un caso típico de
la a plicación equivocada de este método lo encontramos en el trabajo re ­
visionista acerca de la esclavitud en los Estados Unidos, escrito por R o b ert
W. F o g e l y Stanley L. Engerman, Tim e on the Cross: 'The E conom ics o f
A m erican Negro Slavery (Boston, Little, Brown, 1974). Ahora parece
que la s fuentes históricas fueron en gran parte mal entendidas y u tiliza­
das, y que los autores, en su afán por cuantificar, obtuvieron resultados
falsos y sin sentido. Y que, al parecer, también ios manejos estadísticos
fueron deficientes en extremo. Corno consecuencia, la totalidad de las
Conclusiones importantes del libro con respecto a la relativa indulgencia
de la esclavitud como forma de disciplina industrial, a lo extraordinario de
una desintegración forzada de las familias de esclavos, a la adopción por
parte de la fuerza de trabajo esclava de la ética puritana de los blancos
acerca del trabajo arduo y constante, al igual que con respecto al carácter
-fundamentalmente lucrativo y a la viabilidad económica del sistema
esclavista, no son sino afirmaciones que requieren probarse y que tal vez
sean falsas.28 La pretensión de haber derrumbado exitosamente un siglo
de erudición histórica merced al uso de los métodos cuantitativos más m o ­
dernos, no es más que hueca arrogancia.

Ti P a j a un b u en y b ie n d o c u m e n ta d o s u m a rio d e los tra b a jo s m ás recien tes d e n tr o d e esta


m e to d o lo g ía , al ig u a l q u e d e las p reten sion es a la m is m a , v ía s e R o b e n W . F o g e l, " T h e L im it a o f
(¿ u a u fíta c iv e M eth o d s in H is c o ry ", American Historical Review, 80, n ú m . 2 , a b r il de 1975, p p . 329-
S50. N o es fá c il in fe r ir a p a r t ir d e este a rticu lo cu á les son los lim ites.
28 P a v a lie s d e las m u ch as a b ru m a d o ra s reseñas d e este tra b a jo , v ía n s e H . G u tm an , " T h e W o r l d
T w o C iio m e tr ic ia n s M a r te ", Journal of Negro Uistory, 60, n íim 1, e n e r o d e 1975, pp. 53-227; P . A .
D avid y P T e m in , "S la v e r y ; T h e P rogressive In s titu tio n ” , The Journal of Ecortomic Uistory, 31, o t o ­
ño d e 1 9 71; y T . I.. I ía s k e ll. " T h e T r u c an d T r a g ic a l U is to ry o f Time on the Cross", New York Re­
viese oi Boofts, 22, iifrn i 15. 2 d e o c tu b re d e 1975.
48 H IS T O R IO G R A F ÍA

Sor varias las enseñanzas que pueden obtenerse de este ejemplo. La


primera es que ningún acervo metodológico cuantitativo, por refinado
que sea, puede compensar la existencia de datos deficientes o mal in ­
terpretados. Más bien, a lo único que puede conducir es a lo que los
expertos en computación denominan como "efecto C1GO” : entra basura-
sale basura.* Toda la información estadística anterior a la primera m i­
tad del siglo XX es de un modo u otro inexacta, incompleta o inútil (está
diseñada normalmente con una finalidad distinta de aquella a la que el
historiador quisiera aplicarla) y, en consecuencia, no sólo resulta fútil,
sino decididamente engañoso, trabajar con números y porcentajes preci­
sos por debajo del nivel de uno o de dos puntos decimales. Una modesta
sugerencia para mejorar en algo la honestidad de nuestra profesión, sería
aprobar un abnegado decreto en contra de la publicación de cualquier
libro o artículo basados en pruebas históricas anteriores al siglo XX, y
que además registren porcentajes hasta de un punto decimal, ya no diga­
mos hasta de dos.
Otra falla importante de algunos de los más ambiciosos entre quienes
son proclives a cuantificar, es su incapacidad para conformarse a los es­
tándares profesionales, cuyo propósito es hacer posible una evaluación
científica de las pruebas, y que se han establecido a través de un siglo de
esmerada y tradicional erudición. Tim e on the Cross, por ejemplo, fue
publicado en dos volúmenes. El primero, cuyo contenido se refería exclu­
sivamente a las conclusiones, tuvo una gran divulgación, mientras que el
segundo, donde se mencionaban las fuentes y los métodos, apareció en
una edición posterior mucho más limitada. Por lo que es peor aún, que
es imposible localizar pruebas en este segundo volumen que apoyen a
muchas de las conclusiones del primero, incluso ni siquiera es posible en­
contrar una lista de los registros que se han utilizado. Simplemente se le
asegura al lector que se ha hecho un análisis sin precedentes de grandes
cantidades de datos, cuya publicación completa apenas se encuentra en
elaboración, cuando hace ya mucho tiempo que las conclusiones fueron
publicadas.
Por otra parte, es justo mencionar que aun cuando se muestren escru­
pulosamente ansiosos por describir sus fuentes y métodos, los historiado­
res cuantitativos, que se ocupan de vastas cantidades de información, no
están en condiciones de registrar la totalidad de los datos no elaborados
en los que se basa su análisis, como tampoco les es posible el proporcionar
otra cosa que no sea un informe sucinto sobre el material primario que
han manejado. A lo sumo, lo único que les resta por hacer es propor­
cionar descripciones concisas acerca de las fuentes y los métodos en un

* L a sigla OIGO c o r r e s p o n d e a las p a la b ra s garbnge in-garbage oul. [T .J


LA H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO X X 4!)

artículo aparte o apéndice (muy extenso y aburrido), el cual puede aun


ocultar tanto como lo que revele en términos de cómo los m atices y las
ambigüedades de los datos no elaborados se condensaron en una form a
simplificada y legible por la máquina, puesto que el libro com pleto de c ó ­
digos no se halla disponible. Cualquier manejo estadístico subsecuente
resulta casi tan oscuro como éste, de manera que, tomando los tres
problemas en conjunto, el lector se ve obligado frecuentemente a confiar
a ciegas, o a rechazar como fuera de su control, cifras cuyos m étodos de
verificación no le son completamente revelados, y aun cuando lo fueran,
probablemente estarían más allá de su comprensión.
Un excelente ejemplo a este respecto es el nuevo y apasionante libro de
Charles, Louise y Richard Tilly, The Rebellious Century, 1830-1930
(Cambridge; Harvard University Press, 1975). Con objeto de descubrir las
fuentes y los métodos que se encuentran detrás de las gráficas 5 a 8, refe­
rentes a actos de violencia colectiva en Francia durante un siglo —-y cuya
compilación, codificación y análisis llevó innumerables horas-hombre de
trabajo por parte de muchos investigadores por casi una década — , se le
pide al lector que localice las descripciones metodológicas desperdigadas
a lo largo de no menos de seis artículos diferentes (p. 314). Son pocos los
lectores que tendrán la perseverancia o la curiosidad de seguir el análi­
sis hasta ese punto. La gran mayoría tomará indefectiblemente las gráficas
en su valor nominal, sin ahondar más en el tema. Los principales resulta­
dos del trabajo conciernen o dependen de la confiabilidad de estas g rá fi­
cas, pero incluso en el libro mismo no se proporciona criterio alguno para
descubrir cómo se compilaron, en tanto que los análisis multivariables
empleados para explicar los ascensos y los descensos en dichas gráficas,
probablemente desconcertarán a todo el mundo, con excepción de los
más refinados cliometristas. Se trata de un libro que carece de gran parte
del aparato crítico fundamental, pero que al parecer se ajusta a los están­
dares óptimos de erudición de que es capaz la historia cliométrica. A d e ­
más, es el resultado de una década de exhaustiva investigación, y no obs­
tante, deja al lector en un estado de impotente desasosiego con respecto a
la confiabilidad de los datos, lo mismo que a la validez de las explica­
ciones expuestas. Por lo tanto, dicho libro plantea, en su forma más seve­
ra, el problema de la verificación en la historia cliométrica. Si el lector
escrupuloso se halla desconcertado incluso en el caso de este trabajo, es
seguro que también se hallará desconcertado ante otros empeños exhaus­
tivos de esta índole. La conclusión parece ser que, con respecto a proyec­
tos de esta magnitud, no hay ningún medio de poner expeditamente a
disposición del lector los datos no elaborados, los libros de códigos, o bien
la metodología estadística. En consecuencia, no resultan posibles los pro­
cesos normales de verificación mediante una comprobación de las notas
bO H IS TO R IO G R A FÍA

de pie de página. No resulta del todo claro de qué manera ha de proceder


el revisionismo histórico en estas circunstancias. La única solución parece
ser depositar todos los datos no elaborados --los libros de códigos, los
programas, y las copias impresas— en bancos estadísticos de datos, a los que
los investigadores serios puedan acudir pava verificar todo el proceso una
vez más de manera detallada, Dichos bancos de datos están comenzando
a tener auge, como ya se ha hecho notar, en Ann Arbor y en otras
partes,20 y a la larga podrían proporcionar una solución parcial a este
problema, siempre y cuando los eruditos no pongan a disposición única­
mente el producto final —las cintas de computadora — , sino también las
hojas de datos, los libros de códigos, y otros materiales de trabajo.
L o menos que puede hacerse es añadir que los cliometristas no son los
primeros a quienes podría culparse por este incumplimiento de los están­
dares de rigor académico. Uno de los más destacados historiadores e inte­
lectuales norteamericanos de la pasada generación, Perry Miller, tampo­
co publicó sus notas de pie de página, sino que simplemente las depositó
en la Houghton Library en Harvard. Cuando treinta y cinco años después
un erudito curioso se tomó la molestia de examinarlas, los resultados
fueron inquietantes en extremo. Se puso de manifiesto que lejos de haber
confiado en el mayor margen posible de fuentes, como había dicho,
M iller se había apegado en grado sumo, en efecto, a un reducido número
de autores con puntos de vista unilaterales.2 30 Empero, un lapso ocasional
9
a cargo de uno de los grandes historiadores tradicionales, no justifica la
adopción indiscriminada hecha por los cliometristas de hábitos de esta
índole.
Sería inútil repetir el trillado y reaccionario cliché del desconcertado
humanista acerca de que “se puede probar cualquier cosa con cifras” , ya
que es mucho más fácil probar algo con palabras, las cuales se articulan
siempre con una finalidad retórica como medio de persuasión subjetiva,
en la misma medida que como argumento lógico. Pero debe admitirse
que existe también, una retórica de cifras, y especialmente una retórica de
gráficas. El aspecto general de una gráfica puede alterarse radicalmente
modificando ya sea las escalas verticales u horizontales; usando un papel
cuadriculado semilogarítmico en lugar de aritmético; seleccionando
juiciosamente un número índice de base diseñado para poner de relieve o
restar importancia a una tendencia; usando promedios móviles en lugar
de cifras no elaboradas. Esta manipulación de las apariencias está total­
mente al margen de la cuestión acerca de la confiabilidad de los datos, o

29 A r c h iv o s d e D a tos H is tó ric o s , c o m p ila d o s p o r e l C o n s o rc io In te r-U n iv e rs ita rio d e In v e s tig a c ió n


P o lític a d e la U n iv e r s id a d d e M ic h ig a n .
30 C e o r g e S cle m e n t, “ P e r iy M ille r : A N o t e o n his S o u rces in The New England Miml: The Seven-
teentk Century", WHIraní and Mary Qttartorly, te rc e ra serle, S I do ju lio d e 1974, p p . 453-464.
L A H IS T O R IA DE LAS C IEN C IAS SOCIALES EN E l. SIGLO X X 51

de si su compilación se ha hecho mediante extrapolación, o si se h an a ju s ­


tado aplicando un margen apropiado de error de índice, o si se h an m o d i ­
ficado adecuadamente para dar cuenta del valor creciente o d e c recie n te
del dinero. De igual manera, los porcentajes están sujetos a m an ipu lación ,
dependiendo de la cifra que se seleccione, como número de base. O t r o de
los principales problemas de la cuantificacAón aplicada a la h istoria , es
que mientras el historiador común ha sido capacitado para a n a liza r las
palabras con el mayor rigor y recelo, tiene por otra parte la ten d en cia a
creer a ciegas en una gráfica o en una tabla, al no saber cómo ev a lu a r su
confiabilidad, o bien cómo analizar la manera en que se ha lle g a d o a
ellas. Carece de bases para ser un critico profesional de los datos numéricos.
T a l vez la falla más seria de algunos, pero de ninguna manera de tod os,
de los miembros de esta nueva escuela de dedicados cliometristas, c o m o
ellos mismos dan en llamarse, es su tendencia a ignorar u om itir toda
prueba que no pueda cuantificarse, siendo que es precisamente d e la
combinación de los datos estadísticos con material literario, y de cu a l­
quier otra índole posible, de donde es más probable que surja la verd a d .
La prueba proporcionada por un argumento histórico importante, resul­
ta más convincente cuando puede demostrarse a partir del más am plio
margen posible de fuentes, incluyendo datos estadísticos, comentarios
contemporáneos, promulgaciones y coacciones legales, disposiciones ins­
titucionales, diarios y correspondencia privados, discursos públicos, teo­
logía moral y escritos didácticos, literatura creativa, productos artísticos,
y actos simbólicos y rituales.
Otro peligro se deriva de los problemas de escala. Una peculiar Com bi­
nación de circunstancias se produjo en la década de los sesentas, la cual
hizo posible por vez primera el poder reunir y manejar ingentes cantida­
des de datos. Estas circunstancias fueron ei advenimiento de la com puta­
dora, cuyo uso eía libre defacto, el creciente interés por la movilidad so­
cial manifestado en el siglo XIX, el descubrimiento por los eruditos del
siglo XIX de los datos censales, lo mismo que una abundancia de fondos
para la investigación, que permitió que se contrataran numerosos equipos
de ilotas para trabajar en vastos proyectos colectivos. El resultado de esto
fue el surgimiento de un enorme proyecto cuantitativo de investigación.
La mayoría de estas gigantescas empresas, la más grande de las cuales, el
tiranosauvio de la época, ha alcanzado ya un costo que sobrepasa con
mucho los dos y medio millones de dólares, se desarrollaron en el fértil
suelo norteamericano, pero también hay ejemplos de este tipo en Francia
y en Inglaterra. En un proyecto conjunto franconorteamericano, David
Herliliy y otros han registrado en cinta de computadora el catasto floren­
tino de 1427 donde se incluyen 60 mil familias y 264 mil personas. En
Francia, un equipo, bajo la dirección de L e Roy Ladurie, ha compu(;ar¡.
52 H IS TO R IO G R A F ÍA

zado 78 variables referentes a tres mil distritos del censo de conscriptos


franceses entre 1819 y 1930, en tanto que Louis Heury ha estado supervi­
sando por años una investigación gigantesca — efectuada en gran parte
mediante conteo manual—- acerca de la demografía histórica francesa,-
con base tanto en datos agregativos con respecto a cientos de pequeños
poblados y pueblos, como en una reconstitución fam iliar de selección
reducida. En Inglaterra se lleva a cabo una empresa idéntica e igualmen­
te ambiciosa bajo la dirección de E. A. W rigley en Cambridge, inclu­
yendo datos agregativos para más de 400 pequeños poblados, y estudios
de reconstitución familiar hasta en número de doce. Los franceses tam­
: bién se hallan trabajando arduamente en la elaboración de sus propios
datos censales, en lo referente al siglo XIX, en cinta de computadora;
cosa que también ocurre en Inglaterra a cargo de un equipo dirigido por
D. V. Glass en lo tocante a áreas seleccionadas de muestra. En los Estados
Unidos es donde se llevan a cabo las empresas más gigantescas de todas,
tales como la fábrica académica dirigida por Theodore Hershberg, la
cual se halla analizando por computadora a los 2.5 millones de perso­
nas comprendidas en los censos tomados en Filadelfía entre 1850 y 1880, y
otra fábrica muy similar, pero cuyas líneas de operación son mucho más
refinadas, dirigida por Michael Katz, que se encuentra laborando en la
población de Marmitón en Ontario. Este tipo de vastas empresas tienen
más en común con el concepto moderno de laboratorio científico, provis­
to de grupos de investigadores y de un impresionante equipo operando
bajo la dirección de un único profesor, que con la noción tradicional del
erudito solitario sentado en medio de sus libros, u hojeando manuscritos
en una oficina de registro.
Estos proyectos conllevan muchos peligros inherentes, el más serio de
los cuales es que las conclusiones extraídas de estos estudios, qrse son
altamente costosos y requieren de un trabajo exhaustivo, siguen depen­
diendo en cierta medida de la utilidad y la confíabílidad de las variables
que el director haya seleccionado para el estudio, previamente a que la
compilación de datos principie. Por consiguiente, si alguna variable se
om ite al elaborar el libro de códigos —-por ejemplo, la distribución social
de la alfabetización tal como la evidencian las firmas en el catasto floren­
tino de 1427 — , será muy tarde para regresar el proceso y elaborarla de
nuevo, una vez que la omisión sea descubierta. Otra desventaja es que
dependen enteramente de la exactitud y la integridad de los registros ori­
ginales, pero existen buenas razones para pensar que algunos registros,
como el caso de los registros parroquiales, son incompletos en extremo e
incongruentes, en ocasiones con respecto a entierros o a matrimonios, y
usualmente en lo referente a nacimientos y defunciones de criaturas que
mueren a la primera semana de nacidas. Por otra parte, los registros fis-
L A H IS T O R IA DE i .AS CIEN C IAS SOC IALES EN E L SIGLO X X 53

cales casi nunca son confiables; y los censos, incluso hoy día, son bas­
tante inexactos, especialmente en lo que se refiere a categorías ocu pa-
dónales, lo mismo que debido a omisiones de personas pobres, mujeres,
niños y otros tipos de grupos subordinados. Además, aun en caso de que
los datos sean exactos, no existe la seguridad de que todos los asistentes de
la investigación los estén codificando de la misma manera. Casi siempre
existe cierto grado de juicio personal implicado en el proceso d e cod ifica ­
ción. L o peor de todo es el hecho de que cuando se requiere cotejar un in di­
viduo mencionado en un documento con el que aparece en algún otro, los
problemas de concatenación de registros se vuelven casi insuperables en la
mayoría de los casos, independientemente del hecho de que aquellos que
se desplazan fuera del área se excluyen por completo de la muestra.
F.n vista de todos estos problemas, y a la luz de los resultados hasta aquí
publicados, surge la pregunta de si tal concentración de vastas cantidades
de recursos escasos, como dinero y potencial humano, en unos cuantos
proyectos gigantescos, fue del todo sensata; y si los fondos pudieran ha­
berse destinado de manera provechosa para ayudar individualmente a las
investigaciones de gran número de eruditos. Es razonable preguntarse si
los honorarios por 7 mil dólares pagados a cada uno de cíen historiado­
res, no habrían producido un mayor rendimiento, en términos de p rogre­
so en cuanto ai conocimiento, si se les hubiera invertido como 700 m il dó­
lares en un solo proyecto. La información para evaluar este problem a no
se halla aún disponible, y probablemente no se cuente con ella por varios
años. En cualquier caso, incluso cuando algunos de estos descomunales
proyectos proporcionaran ciertas conclusiones realmente importantes en
los próximos cinco años, o algo así, es posible que terminen por extinguir­
se totalmente en la edad financiera del hielo de los ochentas. Si es así,
puede ser que algunos de ellos no dejen tras de sí más que un buen caudal
de millas de cinta de computadora, lo mismo que cúmulos de copias
impresas, que causen admiración en los años venideros tanto por su valor
potencial para la labor erudita, como simplemente por su magnitud. P ro ­
bablemente algunos resultarán semejantes al proyecto de enviar un
hombre a la Luna, más notables por la evidencia que dan acerca de la
ufana ambición humana, los vastos recursos financieros, y el virtuosismo
técnico de los sesentas, que por sus logros científicos para el progreso del
conocimiento.
Asimismo, puede ser que algunos de ellos no prueben más que lo que es
obvio, como que el trabajador del siglo XIX vivía cerca de su lugar de tra­
bajo, dado que se desplazaba a pie hasta él. Otros proporcionan inform a­
ción que aparentemente no tiene ningún significado útil, y que no se hu­
biera medido excepto por el hecho de ser mensurable —por ejemplo, la
distribución geográfica de las hernias en Francia a comienzos del si­
54 H IS TO R IO G R A F ÍA

g lo XIX, o el tamaño promedio de la familia en Inglaterra desde el siglo XVI S


al XIX (4.75 personas) — .31 Algunos otros amenazan con quedar tan envisca­
dos en problemas metodológicos, particularmente en lo que se refiere a la
concatenación d e registros —el esfuerzo por probar que el John Smith o el
Patrick O ’R eiily que figuran en un registro, son los mismos John Smith v
o Patrick O ’R eiily que figuran en otro — , que bien podría no surgir nada v
de significativo por años, o incluso por décadas. De hecho, es tan serio el
problema de la concatenación de registros al unir un documento con (S
otro, que en lo tocante a proyectos que consideran las transformaciones ,
en el tiempo, reduce drásticamente el número de ítems utilizables en la :
muestra, con frecuencia con respecto a aquellos que poseen nombres poco ;
usuales. Incluso el libro que se ocupa de este problema, se halla lejos s -
de garantizar la confiabilidad de los resultados de la metodología cuanti- g i
tativa, sujeta a la concatenación de registros.32
Es probable que muchos de estos abusos conlleven las semillas de su ;?
propia destrucción, pero lo que es aún más peligroso para la profesión es
la creencia, cada vez más difundida entre los estudiantes de posgrado, de Tris­
que sólo aquello que es de algún modo cuantifieablc es digno de investi­
gación — una actitud que reduce drásticamente la temática de la historia,
y que con frecuencia conduce a la misma clase de banalidad histórica de
la (¡ue los pioneros de la “ nueva historia” se proponían liberar a la profe­
sión— . En consecuencia, muchos estudiosos que carecen de los medios
indispensables para este tipo de proyectos gigantescos, se absorben por
cuenta propia en análisis cuantitativos, muchos de los cuales no hacen
más que probar lo que ya era bien sabido a partir de fuentes literarias,
y que por otra parte se encuentran sujetos irremediablemente a deficiencias
en los datos no elaborados. Muchos otros se basan en una muestra extre- £
uñadamente pequeña para ser significativa —por ejemplo, una gráfica de i
las tasas medievales de criminalidad a lo largo de siglos, con base en los y
registros de un solo tribunal señorial, en una villa cuya población haya sido
literalmente diezmada por la peste negra--. De hecho, en la actualidad
el popular estudio de la criminalidad, a través del análisis cuantitativo de
registros judiciales, plantea problemas metodológicos muy serios acerca %
de los cambios en la concepción y el significado del crimen entre las dife- ;ij
rentes clases de una misma sociedad — los criminales de clases sociales ba-
jas y los fiscales y jueces de clases sociales altas— en diversas épocas. T am ,
bien plantea el insoluble problema de si aquello que se está cuantificando
»
Asilhropologie du corucrit franjáis, P a rís , 15 1 y
,
31 J .- P . A r o n , P . D u m o n t, y E. L e R o y L a c la rte ,
Household and Family in Fasl Time; Comparative Studies in the Site and
P e t e r P a sten , c o m p ., ■
Struclure of the Domestic Group over tho Last Threo Cen turÍes in Englatid, Fratice, Serbia, Japan, ;•
and Colonial North America, xoith Furt/ier Materials /rom Western Europe, C a m b r id g e , 1972. :
E. A . W r ig le y , c o m p ., Identifying People. in the Past, L.ondvcs, 1973.
■Ví
LA. H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SO C IALES EN EL SIG LO X X

es la realidad cambiante de una actividad criminal definida, o el diverso


grado de celo profesional mostrado por la policía y los fiscales,33
Esta misma dificultad conceptual se aplica al trabajo de los T illy y de
otros acerca de los oscilantes niveles de violencia. Las diferentes so cied a ­
des asumen actitudes muy diversas con respecto a la violencia física, y tra ­
zan distintos límites entre lo violento y lo no-violento. Por ejem p lo ,
durante los primeros regímenes modernos de Europa, la revuelta popu lar
constituía un medio semilegídmo de protesta por parte de quienes n o te­
nían la posibilidad de expresarse; era el único medio de protesta de que
disponían, y en su empleo estaba presente una “economía m oral de la
multitud” , la cual tenía su propia legitim idad.34 Además, a pesar de las
terribles consecuencias que las lesiones físicas tenían para los individuos,
en una época en que la tecnología médica era inútil o decididam ente
nociva, muchas sociedades consideraban con naturalidad niveles de
violencia interpersonal que hoy día nos horrorizarían. Hasta qu e estos
espinosos problemas referentes a concepciones históricas relativas no se
aclaren, los análisis cuantitativos sobre la criminalidad'o sobre la vio len ­
cia permanecerán como empeños aventurados e interesantes, pero d u d o ­
sos, cuyos resultados estadísticos estarán sujetos a toda una gama de in ­
terpretaciones.
L o más inquietante de todo son los planes académicos, que en la
actualidad se hallan al parecer en su etapa de desarrollo en Chicago,
Harvard y Rochester, mediante los cuales se capacitará en el futuro a los
estudiantes de posgrado de historia. Esto se llevará a cabo de dos maneras
significativamente diferentes:36 el primer grupo seguirá un tipo de ense­
ñanza tradicional, adquiriendo dominio sobre la bibliografía disponible
en diversos campos importantes, lo mismo que una familiarización con
conceptos generales de interpretación histórica, y cierta experiencia en el
manejo de las fuentes primarias. El segundo grupo dedicará la mayor
parte del tiempo a adquirir conocimientos altamente refinados sobre
metodología estadística y construcción de modelos, al igual que nociones
firmes acerca de las ciencias sociales, de manera que no les sea posible o b ­
tener aquella comprensión y aquel conocimiento históricos generales, o
bien aquella familiarización con el manejo de las fuentes, que hasta aho­
ra se han considerado como los prerrequisitos esenciales del historiador

53 F ra n co te B illa c o is , " P o u r u n a e n q u é te sur la c r im ín a lité d a n s la F ra n c c d ’A n c le n R é g i m c ” , An­


uales, Économies, Soctétés, Civilisations, 22, n ú m . 2, m a rz o -a b ril d e 1967, p p . 340-347; y j . M . B ea-
tú é, “ T h e P a t t c m o f C r im e in E n g la n d , 1660-1800'', Past and Present, n ú m . 62, fe b re ro d e 1974,
p p . 47-95.
3Í E . P . T h o m p s o n , “ T h e M o r a l E co n o m y o f th e E n glish C r o w d in the E ig h teen th C e n t u r y " , Past
and Prese7U, n ú m . 50, fe b r e r o d e 1971, p p . 76-130.
35 R o b e it W . F o g e l, “ T h e U m it s o f Q p a u tita tiv e M e th o d s in H is to ry ” , American Hrstarical Re-
view, 80, n ú m . 2 , a b r il d e 1975, p p . 346-348.
56 H ISTO R IO G R A FIA

profesional. Esto es claramente el comienzo del desarrollo de dos tipos sig­


nificativamente diferentes de historiadores. La razón de una capacitación
especializada de esta índole es bastante entendible, pero haciendo un ba­
lance, se trata de «na división metodológica a la que es preciso oponerse,
si queremos que nuestra disciplina sobreviva como una empresa humana
colectiva en la que todos podamos participar.
La segunda área que actualmente amenaza con salirse fuera de control
es la psicohistoría. Es obvio que cualquiera que haga un estudio serio
acerca de un individuo o de un grupo social, estará obligado a utilizar
explicaciones psicológicas sobre la conducta humana. Si los psicohisto-
riadores se apegaran al sencillo postulado de que la función de la psicolo­
gía es simplemente mejorar la biografía del individuo, todo marcharía
bien. Pero boy día son muchos los que comienzan a afirmar que existe
una teoría acerca de la conducta humana que trasciende la historia. Esta
presunción de poseer un sistema científico de explicación sobre la con
dvicta humana, basado en datos clínicos fidedignos, que sea de validez
universal, al margen de las categorías de tiempo o espacio, es completa­
mente inaceptable para el historiador, ya que con esto se ignora la impor­
tancia crítica de los cambios contextúales —religiosos, morales, cultura­
les, económicos, sociales y políticos— . Además, se trata de una presunción
que ha sido recientemente rechazada por la mayoría de los miembros más
perspicaces de la propia profesión psicológica. De este modo, Sigmund
Koch ha observado que “ la psicología moderna ha proyectado una ima­
gen del hombre que es tan degradante como simplista” . Asimismo, la no­
ción íntegra de racionalidad cuantíficadora, tan estimada por la psicolo­
gía experimental, está siendo considerada hoy día por algunos sectores
com o una “enfermedad de la conciencia".36 En segundo lugar, muchos de
los historiadores muestran una actitud tan despreocupada con respecto a
las reglas normales de evidencia, que si un estudiante adoptara estos m é­
todos reprobaría el curso. Incluso el trabajo más brillante dentro de este
género — Young Man Luther de Erik Erikson— depende en cuanto a sus
datos de un conjunto de sucesos que, según admite el autor con toda liber­
tad, en su mayoría son una mera leyenda póstuma, y que bien podrían no
haber sucedido jamás. “ Estamos obligados” , nos dice, “ a aceptar una
parte de leyenda y una parte de historia.” Finalmente, el historiador en­
cuentra difícil digerir el acto de fe mediante el cual la discusión salta de lo
trivial y lo particular a lo cósmico y a lo general —por ejemplo, del su­
puesto estreñimiento de Lutero y sus problemas con su padre, a su ruptu­
ra con el papado y al surgimiento de la Reforma luterana— . X,a mayoría

36H u d s o n , The Culi of the Fact, p p . 74-76. E l lib io d e l d o c to r H u d so n co n s titu y e u n a b rilla n te


a u n q u e a la r m a n te c r ític a del eotad o d e la p s ic o lo g ía m o d e rn a .
L A H IS TO R IA DE LAS CIEN C IAS SOCIALES EN E L SIGLO X X 57

de los estudios biográficos que emplean la psicofiistoría, han probado ser


hasta ahora desilusionantemente infructíferos o de poco rig o r erudito,
por lo que un área más promisoria parecería ser el estudio psicológico de
grupos sociales bien definidos sujetos a experiencias similares de tensión
extrema, como lo muestra el espléndido trabajo de Ariés, Centuries o f
Childhood, del que ya se ha hecho mención. Empero, esta línea particu­
lar de investigación se halla amenazada también por el reduccionismo
psicológico más extremo, como en el caso de History o f C hildhood (Nueva
York; Psychohiscory Press, 1974) de Lloyd de Mause, y exhibido en form a
regular en algunas de las páginas del History o f Childhood Quarterly. Tal
vez la línea más promisoria de investigación sea aquella que m odifica la
rigidez de la teoría psicológica freudiana, a la luz de la influencia de
la historia social y cultural. El ejemplo más afortunado de este género es
el sondeo hecho por Cari Schorske, sobre transformaciones de toda índole
observadas en la cultura burguesa de la Viena de finales del siglo X IX .37
Pero hasta ahora son pocos los que han seguido su ejemplo.
La tercera tendencia peligrosa consiste en el hábito de restringir la
explicación histórica dentro de una jerarquía causal exclusiva y unilate­
ral, que en la actualidad se está volviendo el sello distintivo de gran parte
de la moderna erudición francesa. Según este dogma, existen tres niveles de
explicación, cuyo grado de independencia va de mayor a menor, respecti­
vamente. En primer lugar figura la infraestructura, los parámetros eco­
nómicos y demográficos que establecen el escenario de los hechos, y que
son los primeros motores del proceso histórico; luego la estructura, la cual
se refiere a la organización y al poder políticos; y finalmente la super­
estructura, el sistema mental y cultural de creencias. Tratada tan rígida­
mente, esta sistematización amen’aza con estrangular a la investigación
histórica de carácter imaginativo. Im pide toda posibilidad de que la
explicación histórica pueda ser, de hecho, un proceso todavía mucho más
desordenado y lleno de cabos sueltos. Para usar una expresión empleada
por los ingenieros, es posible que dicha sistematización sea un sistema de
retroalimentación no lineal de lazos múltiples, provisto de muchas va­
riables semiindependientes, cada una reaccionando responsablemente a
la influencia de algunas o de todas las demás.
La objeción fundamental respecto a estas amenazas a la profesión
histórica, es que todas ellas tienden a reducir el estudio del hombre, lo

57 C a ri E . Sch orske, "P o H íic s an d th e P sych e ín fin de siécle V ie n n a : S ch n itzler a n d I l o f -


m utmstUal” , American Historical Revisto, 66, n íím . 4 , ju lio d e 1961, p p . 950-946; su “ T h e
tbid., 72, »ú m . 4 , j u lio de
T ra n s fo rm a tio n o f th e C a rd e n ; Id e a l a n d S o c ie ty in A u s tria n L itc r a tu r e ’ ’ ,
1967, p p. 1289-1320; su “ P o litics in a N e w K c y : A n A u s tria n T r ip t y c h ”,Journal of Módem History,
39, n ú m . 4, d ic ie m b r e d e 1967, p p . 343-386; y su “ P o litic s a n d P a t r ic id e in F r e u d ’s Interpretation of
Drcatns", American Hislorical Remeto, 78, m 'im . 2, a b r il d e 1973, p p . 328*947.
58 H IS TO R IO G R A FÍA

xnismo que la explicación del cambio, a un determinismo simplista y m e•


canicista basado en cierta noción teórica preconcebida de aplicabilidad
universal, al margen de las categorías del tiempo y espacio, y presun­
tamente verificada por leyes y métodos científicos. Tanto ios historiadores
com o los científicos en el campo social deben reconocer por lo menos tres
restricciones universales al conocimiento humano, las cuales afectan a to­
das las disciplinas y conciernen a la naturaleza del hombre. El sociólogo
Robert Nisbet las ha definido como sigue;38

primero, el tener conciencia del elemento artístico que subyace en todos los
esfuerzos por asir la realidad, sin importar qué tan reforzados puedan estar,
dichos esfuerzos por pretenciosas metodologías y sistemas de cómputo; segun­
do, no importa cómo se proceda, o con qué grado de objetividad y devoción á
la verdad, no es posible sustraerse a las limitaciones impuestas por la forma
que cada quien da a la investigación; y tercero, que muchos de los términos
mediante los que los científicos en el campo social, los humanistas y otros se
enfocan hacia la realidad, son indefectiblemente metafóricos.

Estas son verdades que la gran mayoría de los actuales exponentes de la


“ nueva historia” han perdido de vista. El error fundamental, como señala
Liam Hudson,39 es pensar que “ las personas son reductibles a la forma de
evidencia que sobre ellas nos sea más fácil recabar. La primera tenden­
cia, de carácter estadístico, es una forma de escolasticismo a la que todos
estamos sujetos en un mayor o menor grado. La segunda, de carácter re-
ductivo, es un tipo burdo y desvergonzado de ideología” .

Sería desorientador terminar este ensayo con una nota invariablemente


pesimista. Empero, parece en verdad como sí el triunfo de los “ nuevos his­
toriadores” hubiera hecho realidad indicios acerca de una nueva ilusión
con respecto a una ciencia libre de valores subjetivos, a un nuevo dogma­
tismo, y a un nuevo escolasticismo, los cuales amenazan con volverse tan
asfixiantes y estériles como aquellos que ya antes fueron sometidos a
fuertes críticas hace unos cuarenta años. No es posible pretender que laé
grandes revistas de los treintas, los Anuales y The Econom ic History R e í
ateto, sean aun hoy día tan apasionantes o estimulantes como lo fueron
durante su impetuosa juventud. La segunda de éstas es ahora mucho más
estrechamente técnica de lo que solía ser, en tanto que la primera, aun­
que todavía tan atxevida e innovadora como siempre, es tan extensa y di­
fusa que resulta difícil de digerir. Tampoco su rival menos antigua, Past
and Present, tiene ya el importante carácter precursor que tenía hace sólo
diez años. Esta merma en cuanto al entusiasmo no se debe a ningún dete-

í' fi C ita d o p o r H u d so n , The Cult of the Fací, p . 155.


M tbid., p. 155.
i,A H IS T O R IA DE EAS CIENCIAS SOCIALES EN E l. SIGLO X X r>9

rioro en la calidad de los artículos publicados, sino a que resulta más esti­
mulante y fructífero el convertir con éxito a los incrédulos, que el predicar
a los ya conversos. Por otra parte, la adición más reciente a esas p u b lica ­
ciones, el Journal o f Interdisciplinary History de los Estados U n id os, se
encuentra aún en la curva ascendente de los logros intelectuales.
Es posible que ya sea tiempo de que el historiador reafirme la im p o r­
tancia de lo concreto, lo particular y lo circunstancial, así como e l m odelo
teórico general y los procedimientos de discernimiento; de que sea más
cauto respecto a la cuantificación por la cuantifícación misma; de que
vea con mayor suspicacia los vastos proyectos co-operativos im presionan­
temente costosos; de que ponga.énfasis en la importancia fundam ental de
una inspección minuciosa y rigurosa acerca de la confiabilidad de las
fuentes; de que tenga la apasionada determinación de combinar datos y
métodos cuantitativos y cualitativos, como la única forma legítim a de
aproximarse a la verdad, incluso tratándose de una criatura tan singular,
impredecible e irracional como el hombre; y de que muestre una p erti­
nente modestia acerca de la validez de sus descubrimientos en ésta que es
la más difícil de las disciplinas.
Si esto pudiera lograrse, se impediría la amenaza factible de una d ivi­
sión dentro de la profesión, especialmente en el caso de los Estados U n i­
dos. Por una parte, los “ nuevos historiadores” se encuentran deslizándose
a gran altura sobre la cresta de una ola de exitosas prerrogativas, enco­
miásticos artículos en la prensa popular, la admiración de un sinnúmero
de estudiantes de posgrado, y el apoderamíento por fin de algunos de los
puestos clave de poder dentro de la profesión. Por otra parte, algunos de
los humanistas más antiguos, como jaeques Barzun y Gertrude H im m el-
farb, protestan hoy día con vehemencia no sólo en contra de los injusti­
ficados abusos de algunos de los “ nuevos historiadores” , sino también en
contra de una tolerancia latitudinaria hacia un enfoque multilateral
sobre la historia.40
Existe una creciente atmósfera de escepticismo en todas partes, acerca
del valor que pueda tener para los historiadores gran parte de esta tan re­
ciente y extrema metodología de las ciencias sociales. Esto resulta eviden­
te por el tono reservado empleado en la serie de artículos sobre la “ nueva
historia” que figuran en The Times Literary Supplement de marzo de
1975, en comparación con la optimista euforia manifestada en los tres
números del mismo diario de nueve años antes, es decir de 1966, cuya

40 G ertru d e H im m c lfa rb , “ T h e N e w H istory1', Commentaiy, 59, m im . 1, en ero d e 1975, p p , 72-78;


Jacques Bavzun, Cito and the Doctors: Psyclt ohistory, Qiiatiio-history and Ilistoiy, C h ic a g o , 1974.
. V éan se ta m b ié n J a eq u es B a rzu n , “ H is to r y : T h e M u se a n d I-lev D o c to r s ” , American Hislorical Re -
vxew, 77, n ú m . 1, fe b r e r o d e 1972, p p . 1194-1197; y E líe K e d o u n e , ''N e w H istories f o r O íd " ,
L o n d re s , Times Literary Supplement, 7 d e m a r z o d e 1975, p . 288.

i
G» H ISTO R IO G RAFIA

publicación se describe hoy con cinismo como resultado de una decisión


editorial "probablemente con objeto de exonerarse de sus obligaciones de
vanguardia” . Es posible vislumbrar ciertas señales de advertencia acer­
ca de las amenazas de uu nuevo dogmatismo teórico y de un nuevo escolas­
ticismo metodológico. No hay duda de que los conservadores son indebida­
mente alarmistas. Pero el caso es que si la profesión comienza, de hecho,
a restringir su perspectiva y a cerrar sus opciones intelectuales, como cier­
tamente lo hizo a comienzos del siglo XX, corre el riesgo de una creciente
esterilidad o de una fragmentación sectaria. Únicamente defendiendo
con vigor los dos principios de diversidad metodológica y pluralismo ideo­
lógico, seguirá siendo fructífero el indispensable intercambio intelectual :fi
entre el historiador y el científico en el campo social, al tiempo que la 3 í
"nueva historia” continuará repitiendo los sorprendentes logros alcanza-
dos durante los últimos cuarenta años, ayudando a resolver los nuevos
problemas que surjan y que sean el objeto de preocupación de la futura f
generación de historiadores profesionales. tijf
II . P R O S O P O G R A F ÍA *

O r íg e n e s

DURANTE los últimos cuarenta años, la biografía colectiva (com o los his­
toriadores modernos la denominan), el análisis múltiple de línea de curso
(como lo llaman los científicos en el campo social), o la prosopografía (c o ­
rno la conocen los antiguos historiadores), se ha convertido en una de las
técnicas más valiosas y comunes para el historiador abocado a la investi­
gación. La prosopografía1es la investigación retrospectiva de las caracte­
rísticas comunes a un grupo de protagonistas históricos, mediante un es­
tudio colectivo de sus vidas. El método que se emplea es establecer un
universo de análisis, y luego formular una serie uniforme de preguntas
— acerca del nacimiento y la muerte, el matrimonio y la familia, los o rí­
genes sociales y la posición económica heredada, el lugar de residencia, la
educación, el monto y la fuente de la riqueza personal, la ocupación, la re­
ligión, la experiencia en cuanto a un oficio, etcétera — . Posteriormente,
los diversos tipos de información sobre los individuos comprendidos en este
universo, se combinan y se yuxtaponen, y se examinan para buscar varia­
bles significativas. Se evalúan con respecto a sus correlaciones internas y a
sus correlaciones con otras formas de conducta o de acción.
L a prosopografía se utiliza como una herramienta para abordar dos de
los problemas más importantes de la historia. El primero concierne a las
raíces de la acción política: descubrir las intenciones de fondo que se
piensa subyacen bajo la retórica política; analizar las afiliaciones sociales
y económicas de las agrupaciones políticas, y mostrar la manera en que
Opera la maquinaría política e identificar a aquellos que accionan sus pa­
lancas. El segundo se refiere a la estructura y a la movilidad sociales: una
serie de problemas implica el análisis del papel social, y especialmente,
las transformaciones de dicho papel a través del tiempo, de grupos con

* L a in v e s tig a c ió n d e este ensayo estu vo re s p a ld a d a p or c o n c e s ió n d e O S 1 5 5 9 X d e la N a t io n a l


S cience F o u n d a tio n .

1 E l té r m in o p ro s o p o g r a fía se rem o n ta a l R e n a c im ie n to » p e r o lle g ó a te n e r un uso s e ñ a la d o p or


vez p rim e ra e n tre los e ru d ito s en 1745. C . N ic o le t , "F r o s o p o g r a h ie c t h is to ire sociale: H o m e e t It a lic
á l’é p o q u e re p u b lic a ín e ” . Aúnalas, Éconornws, Sociétés, Cixrilisations, n íim . 3, 1970. El m is m o nos
p ro p o rc io n a un té r m in o c on ciso y e x a c to p a r a u n m é to d o h istó rico c a d a v e z m ás co m ú n , y y a c u en ta
con un uso e stá n d a r p o r p a rte d e u n o d e los g ru p o s d e la p ro fe s ió n . P o r con sigu ien te, p a r e c e r ía s er
deseable qu e lle g a r a a fig u r a r en el uso d e te r m in o lo g ía c o tid ia n a d e los h istoriad ores m o d e rn o s .

61
62 H ISTO R IO G R A FÍA

un status específico (normalmente elitistas), detentadores de títulos,


miembros de asociaciones profesionales, funcionarios públicos, grupos
ocupacionales, o clases económicas; otra serie se refiere a la determina­
ción del grado de movilidad social en ciertos niveles, mediante un estudio
de los orígenes familiares, tanto sociales como geográficos, de aquellos a
quienes se recluta para ocupar cierto status político o determinado puesto
ocupacional, lo mismo que de la significación de dicho puesto para una
carrera, y su efecto sobre el destino de la familia; una tercera serie de
problemas im plica establecer la correlación entre movimientos intelec­
tuales y religiosos con factores sociales, geográficos, ocupacionales o de
otra índole. De este modo, a los ojos de sus exponentes, el propósito de la
prosopografia es hacer inteligible la acción política, ayudar a explicar los
cambios ideológicos o culturales, identificar la realidad social, y describir
y analizar con precisión la estructura de la sociedad, lo mismo que el gra-
do y la naturaleza de los movimientos que en ella se verifican. Creada
como una herramienta para la historia política, está siendo empleada
cada vez más por los historiadores sociales.
Quienes más han aportado al desarrollo de la prosopografia podrían
dividirse en dos escudas bastante disímbolas entre sí. Los pertenecientes
a Ja escuela elitista se han ocupado de la dinámica de grupos reducidos, o
de la interacción, en términos de familia, matrimonio y nexos económi­
cos, observada en un número restringido de individuos. Normalmente,
sus temas de estudio han sido élites de poder, tales como los senadores ro­
manos o estadounidenses, o bien los miembros del Parlamento inglés o de
algún gabinete, aunque el mismo proceso y modelo pueden sor aplicados
igualmente, y de hecho lo han sido, a líderes revolucionarios.'* La técnica
que se emplea es hacer una investigación meticulosa y detallada sobre la
genealogía, los intereses comerciales y las actividades políticas del grupo;
las relaciones se muestran mediante minuciosos estudios de casos, que se
apoyan, de modo secundario y en un grado relativamente menor, sobre
una base estadística. El objetivo de tal investigación es demostrar la fuer­
za cohesiva del grupo en cuestión, vinculado por una misma sangre, al
igual que por un mismo tipo de antecedentes educativos e intereses eco­
nómicos, sin mencionar los prejuicios, los ideales y la ideología. Cuan­
do el principal problema es político, se arguye que es la urdimbre de
nexos meramente sociales y económicos la que ha dado al grupo su
unidad y, por ende, su fuerza política; y en gran medida también
su motivación política, puesto que la política es un asunto de quienes
ejercen el poder contra quienes no lo ejercen. Esta escuela prácti-

s I I . 1). Lassw ctl y D . L e v n c r , Wuild Reuolutionury Elites Studies in Cocrcive Jdeological Move-
monis, C a m b r id g e , M a s s ., 1965.
PR O SO PO G R AFIA 63

camente no debe nada a las ciencias sociales, a pesar del hecho de qu e p o ­


dría haber aprendido mucho de ellas, y ha permanecido en grari m ed id a
ignorante de las teorías psicológicas o sociológicas conscientes. Sus su­
puestos, sin embargo, son claramente que la política es un asunto qu e
concierne a la acción recíproca entre las élites gobernantes y sus clien tes, *
en lugar de a los movimientos de masas; y que los intereses egoístas, e n ­
tendidos como una encarnizada pugna hobbesiana por el poder, la r i­
queza y la seguridad, son los que hacen girar al mundo.3
La segunda escuela está orientada hacia las masas y tiene un carácter
estadístico, y su fuente deliberada de inspiración son las ciencias sociales.
Los miembros de esta escuela se han ocupado principalmente, aunque no
del todo, del análisis mediante grandes cifras de todos aquellos — o de
hecho en ocasiones de cualesquiera de los mismos - de quienes no es p o ­
sible conocer nada de manera detallada o íntima dadas las circunstan­
cias, ya que se trata de personas que están muertas y que, por lo tanto, no
pueden ser entrevistadas. Los miembros de esta escuela piensan que la
historia está determinada por los movimientos de opinión popular, más
bien que por las decisiones de los llamados "grandes hombres” , o por las
élites-, y Irán tomado conciencia de que las necesidades humanas no
pueden definirse satisfactoriamente en los términos exclusivos de poder y
riqueza. Necesariamente se han preocupado más por la historia social
que por la historia política, y han tratado, por ende, de plantear una serie
1 de preguntas más amplias, si bien inevitablemente más superficiales, que
las normalmente formuladas por los miembros de la escuela elitista. Asi-
í; mismo, han mostrado un interés principal en la evaluación de las correla-
í ciones estadísticas entre gran número de variables, sin preocuparse tanto
por comunicar un sentido de realidad histórica a través de una serie de
[;}•: minuciosos estudios de casos. En la medida en que han intentado descri-
; bir el pasado, en ese mismo grado han tendido a aplicar más una cons-
jr trucción weberiana de tipos-ideales, que presentar una serie de ejemplos
I concretos. Casi todo su trabajo se ha dedicado a la movilidad social, aun­
que alguna parte del mismo se ha enfocado hacia las relaciones estadísti­
camente significativas entre el medio histórico y las ideas, y entre las ideas
y la conducta política o religiosa. Ambas escuelas difieren significativa­
mente en cuanto a su temática, y en cierto grado en cuanto a sus supues­
tos, medios y finalidades, pero son similares respecto a su interés común
por el grupo, más que por el individuo o tal o cual institución.
La escuela elitista y la escuela de masas quedaron claramente definidas

* E l té rm in o d ie n te se usaba e n R o m a para refe rirs e a los p ro te g id o s d e los c iu d a d a n o s in flu y e n te s


y ricos, q u e a ca m b io de p reb en d a s v o ta b a n p o r éstos en los c o m ic io s s en a toria les. P o r exten sión , se
usa para re fe rirs e a todos a q u ellos q u e ap oyan a d e te rm in a d a p e rs o n a lid a d p o lític a . [ T . ]
* D . A . R u stow , “ T h e S tu dy o f E lites", World Poliiics, 18, 196(>.

'
64 H IS TO R IO G R A FÍA

por vez primera dentro de ia profesión en los veintes y los treinl as, cuando
aparecieron una serie de trabajos que tuvieron un profundo efecto sobre
todo su desarrollo posterior. La materia prima a partir de la cual se cons­
truyeron, y siguen construyéndose tales estudios prosopográficos, com­
prende principalmente tres categorías generales: simples listas con los
nombres de quienes detentan ciertos cargos o títulos, o donde se enume­
ran las capacidades educativas o profesionales; genealogías familiares; y
diccionarios biográficos completos, que normalmente se elaboran en par­
te con base en las dos primeras categorías, y en parte con base en un mar­
gen infinitamente más amplio de fuentes. La recabación de materiales
biográficos de esta Indole estaba ya en práctica mucho antes de que los
primeros prosopógrafos profesionales aparecieran en escena. Para tomar
el caso de la historia de Inglaterra (si bien la historia de Roma podría ser
un ejemplo igualmente idóneo),4 vemos que desde finales del siglo XVili,
pasando por el XIX, y llegando hasta comienzos del XX, laboriosos anti­
cuarios, clérigos y eruditos habían estado produciendo información
biográfica de toda índole en cantidades impresionantes. Tan to de las
imprentas públicas como de las privadas surgía un alud de recopilaciones
biográficas referentes a todo tipo de descripciones y condición social:
miembros del Parlamento, pares, baronets, hidalgos, arzobispos de Can-
terbury, clero londinense, lores cancilleres, jueces, abogados de primera
dase, oficiales del ejército, recusantes católicos, refugiados hugonotes,
alumnos de O xford y Cambridge, etc. La lista es casi interminable.5
El propósito de esta efusión de datos — que fue emulada en los Estados j
Unidos, Alemania, y otras partes— no es del todo claro, puesto que la . .
prosopografía como método histórico aún no se había inventado, y estas
publicaciones no se utilizaron por historiadores profesionales más que ü
como canteras de las cuales poder extraer trozos de información sobre los ¡¡
individuos en particular. En términos de motivación psicológica, estos ob

• 4 N ic o le t , " P r o s o p o g r a p h i« e t iiis to ire ¡¡o c ía le ".


5 J osh u a W iís o n , Biographicai índex to the Present Hrncsc of Commons, L o n d r e s . 1606; A, 'V
C o líin s , The Peerage o f England, L o n d r e s , 1714; A . C olü n s, The Barvnetage of England, L on d res,
1720; J. B u rk c, The Commoners of Oreal Brítain and írebnd, L o n d re s , 1833-1838; W . F , H o o k , ti:,
ves o f the Archbishops o f Canterbury, L o n d re s , 1860-1876; O . H en n essy, Repertoríum Ecclest'asti-
cum Parochiale Londinense, L o n d re s , 1 8 9 8 ;}. C a m p b e ll, Lives of the Lord Chancellors, L o n d r¿ ¿ ^ | | |
1 8 4 5 -1 8 4 7 ;}, C a m p b e ll, Lives of the ChiefJustices, Londre.3, 1849; E . Fosa, Biogmphia Jurídica, A :j§ ¡|
Biographical Diciionary o f theJudges of England. . 1066-1870, L o n d re s , 1870; H . W . W o o lr y c l»,L ^ - :
Lives of Emincnt Sergeanls-at-Law, L o n d r e s . 1869; C . D a lto n , English Army Lists, I66l-I7l4?ffj0]
L o n d r e s , 1892-1904; C . D a lto n , George the First's Army, 1116-172.7, L o n d re s , 1 9 1 0 ; }. C a m p b e ll,^ i¡t| \
Lives of the Admiráis, L o n d re s , 1742-1744; J. C h a rn o ck , Biographta Namlis, L o n d r e s , 1794-1798; . ; ^
W . M u n k , Roll of the Royal College o f Physicians of London, 1861; A . B . B c a v e n , Aldermen of the c¿ | ¡§ >
City o f London, L o n d r e s , 1908-1913; J . G illovv, Bibliographical Dictionary of English Calholics, J j f f
1534-1902, 1885-1902; D , C . A , A g n e w , Prutestant Exiles from Franco in the lleign o f Louis XlV ,\.|||f ;
E d im b u r g o , 1886; J. y j . A . V e n n , AlumniCantabrígienses, C a m b r id g e , 1922-1964; J. F o s tc r, Alütn: .
ni Oxont'enses, O x fo r d . 1891-1892. "(ff
BROSOPOGRAFÍA 65

scsivos coleccionistas de información biográfica pertenecen a la misma


categoría de machos eróticos-anales que los coleccionistas de mariposas,
estampillas o cajetillas de cigarros; todos pueden considerarse com o p ro ­
ductos derivados de la ética protestante. Empero, parte del estímulo provin o
de un afecto y un orgullo de índole local o institucional, que asumió la
forma de un deseo de registrar a los miembros antiguos de una co rp o ra ­
ción, colegio, profesión o secta. Asimismo, parte de aquél se derivó de esa
infatigable pasión por estar al acecho de las genealogías y los antepasa­
dos que se ha apoderado de grandes sectores de las clases altas inglesas des­
de el siglo XVI. L a descomunal expansión de las clases medias cultas en el
siglo XIX, lo mismo que el desarrollo de las bibliotecas públicas y universita­
rias, creó un mercado lo suficientemente grande para justificar la pu blica­
ción de estos incomprensibles, y más bien esotéricos volúmenes.
El logro supremo de este movimiento inglés de un siglo con respecto a
la biografía colectiva, fue el proyecto que cristalizó en el gran D iction a ry
o f National Biography, que viene a ser un perdurable monumento a la v i­
gorosa dedicación de los Victorianos en su empeño por recabar in form a ­
ción acerca de los muertos. Cuando los primeros prosopógrafos históricos
comenzaron su labor después de terminada la primera Guerra M undial,
encontraron a la mano, en consecuencia, un caudal de información
biográfica ya compilada e impresa, que esperaba tan sólo ser analizado,
[i cotejado y utilizado para la construcción de un cuadro inteligible de la so-
| ciedad y de la política.
El primer historiador que adoptó el método prosopográfico elitista
íy. para abordar un problema histórico importante fue Charles Beard, que
|v. ya desde 1913 propuso una explicación acerca del establecimiento de la
ú Constitución Federal de los Estados Unidos, mediante un detenido análi­
sis de los intereses económicos y de dase de los Padres Fundadores.6 En el
capítulo central, intitulado “ Los intereses económicos de los miembros de
la Convención” , se plantea la pregunta de si estos últimos representaban
"grupos disímbolos cuyos intereses económicos entendían y vivían de m a ­
nera concreta, formas definidas a través de su propia experiencia perso­
nal con idénticos derechos de propiedad, o si operaban únicamente bajo
la guía de principios abstractos de ciencia política” . Empero, su conclu­
sión resulta ser ambigua: “ Las primeras medidas en firme para la elabo­
ración de la Constitución fueron tomadas por un reducido grupo de
hombres inquietos, cuyo interés inmediato, por mediación de sus bienes
personales, era el resultado de sus esfuerzos” , una conclusión a que el
autor ha llegado por virtud de una biografía económica de todos aquellos

6 C h a lle s A . Bearcl, An Economic Interpretación of the Constitución of the United Sietes, N u e v a


bíi H IS TO R IO G R A F ÍA

relacionados con su formulación. Este notable y brillante trabajo pione-


ro , curiosamente parece haber influido poco sobre las tendencias de pos- ;:
guerra, quizás debido al dogmático e inflexible marco de determinismo j
económico dentro del que fue concebido. En el prefacio a la edición de í ■
1 9 3 5 , Beard intentó negar que su actitud hacia el determinismo éconómi- fj
co fuera global, o que tuviera una profunda influencia del pensamiento i
marxista, o bien que estuviera atribuyendo intereses sórdidos y egoístas a I
los Padres Fundadores. No obstante, sus argumentos no son de) todo con- V
vi acentos.7 Lo que Beard aportó a la prosopografía elitista fue una suspi-
caz curiosidad acerca de la situación financiera del protagonista, al igual '% 1
q u e la hipótesis de la importancia de la misma. Pero lo que pasó por alto
fu e el papel de los vínculos sociales y de parentesco, los cuales atiborra- ■
rían los estudios posteriores de sir Louis Namíer y otros. Por otra parte, el f
trabajo de Beard debió de haber sido familiar a Namier, quien, no im ­
porta cuánto se le baya rechazado por parte del determinismo económico :.
de carácter marxista, ciertamente debe de haber quedado impresionado ;•
por el poder interpretativo del método.
Un año después, otro erudito norteamericano, A, P. Newton, publicó ¡
un libro menos conocido, que llevaba dicho método un poco más lejos.8
Localizó cuidadosamente las relaciones de parentesco y los nexos econó­
micos, con objetó de demostrar la conformación del liderazgo puritano
opuesto a Carlos I en ios años 1630. Evidentemente, su libro fue un mo- ;
desto precursor de Narnier, pero por alguna razón, tal vez debido al ca- \
rácter más bien ominoso de su título, jamás atrajo considerablemente el j
interés general.9
Pero el verdadero adelanto que le ganó la aceptación general dentro de
la profesión fue la publicación de Structure o f Politics at the Accession of
George J lí (Londres, 1929) de Namier, Román Revolution (Oxford,
1939) de sir Ronald Syme, y Science, Technology and Puritanism in Se-
venteenlh Century ( Osiris, IV, 1938) de R. K. Merton. Estos tres trabajos
lograron fundamentarse en el arsenal de información biográfica que se -
había recopilado y publicado durante el siglo anterior. Merton empleó el
Dictionary o f National Biography para su trabajo, Syme quedó en deuda Á; j
con dos historiadores alemanes, M. Gelzer y F. M iinzer,10 y N am ier fue ’4f
capaz de sacar provecho de 130 años de reeabacióu de datos sobre las vi-
das de los miembros del Parlamento. La labor pionera de la escuela histo- -v

7 lbid„ 1935, p p. 7 3 , 324. x ii-x iv .


8 A The Colonismg Activitits o f the Euglúh Turitans, N e w H a ven . 1914.
P. N e w to n .
•M
9 N o 3c le la p u b lic a c ió n d e J. H. Hexter, The Reign of King Tym, C a m b r id g e ,
c o n tin u ó hasta
M ass., 1941.
10 M . G cb.er, Díc Nobilittit der rómischen RepubliU, I.e íp z íg B erlín , 1912. F. M iin z e r , Rómúchc
Adehparteien unU Adélsfamilten, S tu ttg a it, 1920.
l'R O SO PO G R AFÍ A 67

laográfica alemana anterior a la guerra fue de gran importancia para el


desarrollo ulterior de la prosopograña clásica — y probablem ente ta m ­
bién de la moderna --, pero sus logros se han visto opacados por e l tipo de
trabajo más ambicioso y llamativo de Namier y Syme. Aparte d e B eard y
Newton, estos dos últimos fueron los primeros historiadores con e m in en te
capacidad que utilizaron este tipo de enfoque para intentar una im p o r­
tante reinterpretación de un acontecimiento político fundam ental, el
cual había sido estudiado ad nauseara durante mucho tiempo p o r histo­
riadores más convencionales. Ambos trabajaron de manera im presionan­
te a través de estudios de casos y viñetas de carácter personal, qu e usaron
para estructurar una descripción acerca de los intereses elitistas persona­
les, principalmente agrupaciones de parentesco, afiliaciones comerciales,
y una complicada urdimbre de favores dados y recibidos.
El tercer estudio, a cago de R. K. Merton, fue hasta cierto punto d ife ­
rente en sus objetivos y en su método. Más propio de un sociólogo n orte­
americano que de un historiador inglés, lo que éste produjo fue una b io ­
grafía de grupos con una base estadística, más bien que un retrato grupal
estructurado a partir de una serie de estudios de caso. El problema que se
planteó fue asimismo diferente, puesto que no intentaba dar razón de ac­
ciones políticas específicas, sino de un estado mental; y su explicación se
refería a un cuadro mental, no mediante vínculos familiares o intereses
económicos, sino a través de afiliaciones ideológicas: su propósito era arti­
cular una actitud favorable con respecto a la ciencia natural, que se m a n ­
tuviera fiel a lo descrito vagamente por él como puritanismo. Por otra
parte, su trabajo fue similar al de Nam ier y Syme, en el sentido de que su
investigación, aunque en un nivel mucho menos profundo de análisis, se
refería a la conducta de una élite, más bien que de una masa.
Tanto Syme como Namier, pero particularmente este último, ejercerían
una gran influencia sobre la siguiente generación de eruditos en sus res­
pectivos campos de especialización. Hace algunos años, un crítico revisó
el trabajo reciente y actual de los historiadores acerca de la política in gle­
sa en el siglo XVHI, y con base en los problemas planteados por ellos y los
métodos empleados para resolverlos, concluyó que se trataba de
miembros de una sola corporación: "Namier, In c.” 11 Actualmente,
tanto los estudios de casos como los métodos estadísticos — y especialmen­
te estos últimos— se han difundido a otros campos y otras épocas, y su
aplicación se lleva a cabo en una escala cada vez más amplia en todos los
aspectos del proceso histórico, en todo momento y en todo lugar. 1.a es­
cuela de masas ha dado lugar a una floreciente subdivisión denominada
psefología, o análisis de la conducta del electorado durante el proceso de

1' John R a y m o n d , New Síatestnan, 19 d e o c tu b r e d e 1957, p p , 499-500.


68 H IS T O R IO G R A F ÍA

votación; en tanto que la escuela elitista ha engendrado una subdivisión


más científica, el análisis de las listas del cuerpo legislativo. Estos dos
nuevos campos especiales absorben cada vez más tiempo y dinero, y des­
piertan un interés creciente por parte de los historiadores y los científicos
en el campo político.12

Raíces intelectuales

El que el desarrollo de estas tendencias se verificara durante la misma


época en los escritos de eruditos cuya labor era completamente indepen­
diente (sir Ronald Synie me asegura que en ese tiempo no había leído a
Namier), prueba que hay más de fondo en ello que meros hallazgos ca­
suales y afortunados. 1.a prosopografia no habría prosperado como lo
hizo en los veintes y los treintas, de no haber sido por cierta crisis en la
profesión histórica, la cual era ya ostensible entre los más petspicaces de
los jóvenes de la nueva generación.13 Esta crisis se originó del casi total
agotamiento dentro de la gran tradición historiográfica occidental ins­
taurada en el siglo XIX. Con base en un análisis muy detenido de los
archivos estatales, sus momentos gloriosos habían sido los aspectos institu­
cionales, administrativos, constitucionales y diplomáticos de la historia.
Empero, los principales logros de estas áreas los había conseguido aquella
raza de gigantes de los periodos Victoriano y eduardiano tardíos, des­
collantes figuras de la historia inglesa de esa época como C .W . Stubbs, T.
F. Tout, F. W . Maitland y S. R. Gardiner. En su búsqueda de nuevos ca­
minos que resultaran más fructíferos para la comprensión del modo de
operar de las instituciones, algunos jóvenes historiadores, justo antes y
después de la primera Guerra Mundial, comenzaron a apartarse del dete­
nido análisis textual de las teorías políticas y los documentos constitu­
cionales, o bien de la elucidación de la maquinaria burocrática, abocán­
dose al examen de los individuos implicados, y de las experiencias a qué
éstos hablan estado sujetos. Exasperado por el ampuloso fervor mostrado
por una generación de intérpretes históricos acerca de la formulación de
la Constitución de los Estados Unidos, Beard hacia la introducción de su
propio libro con la acre observación de que “ la Constitución tuvo un ori­
gen humano, por lo menos de manera inmediata, y hoy día se discute y
se aplica por seres humanos que se hallan ellos mismos empeñados en
ciertas actividades, ocupaciones, profesiones e intereses” . Un cuarto dé

12 Algunos ejemplos se hallan publicados en D. K. RowncyyJ. Q,. Graham, Quanlilatiw Hisiory,


Homewood, 111,, 1969, V I parte,
13 Los líderes de», esta revolución intelectual fueron los franceses Marc Bloch v Luden Febvre.
p r o s o p o g r a f ía 69

siglo después, en su desafiante introducción, Syme declaraba tam bién


abiertamente la guerra a la anterior generación de historiadores.54 A l
ocuparse de las actitudes del Parlamento hacia las colonias n orteam erica ­
nas antes de la revolución, Nam ier no se molestó en abordar la teoría
política de ninguna contribución fiscal que no fuera representativa. En
lugar de eso planteó las siguientes preguntas:15

¿Qué grado de familiaridad había entre las colonias norteamericanas y la cá­


mara donde se aprobó y se rechazó la Ley Sobre Timbres Fiscales, y donde se
promulgaron los Derechos Aduanales Townshend? ¿Cuántos de sus miem­
bros que habían estado en las colonias, tenían relaciones con ellas, o bien un
conocimiento profundo sobre los asuntos norteamericanos? ¿Habían algunos
nacido en Estados Unidos?

Siguiendo este ejemplo, se han formulado preguntas similares acerca


de quién, más bien que acerca de qué, con respecto a cuestiones tan d i­
versas dentro de ia historiografía inglesa como la Carta Magna, la C á m a ­
ra de los Comunes, disturbios, la administración publica y el G abin ete.16
La premisa tácita es que una comprensión acerca de quiénes fueron los
protagonistas hará progresar más la explicación sobre el modo de operar
de la institución a que pertenecían, revelará los verdaderos objetivos que
subyacen bajo el caudal de la retórica política, y nos permitirá entender
mejor los logros de aquéllos, al igual que interpretar más correctamente
los documentos por ellos producidos.
El sentido en que se desarrollaría este modo de oponerse al enfoque
convencional sobre la3 instituciones y los planes políticos, recibió una
fuerte influencia de otras tendencias importantes dentro de la atmósfera
intelectual de la época, de las cuales la primera y más importante fue el
relativismo cultural. Una mayor compenetración con otros países a través
de viajes, se combinaba con el creciente cúmulo de estudios antropológi­
cos para revelar el extraordinario margen de normas culturales que d ife­
rentes sociedades han adoptado en todo el mundo. El público culto alcan­
zó una conciencia poco tranquilizadora de que las costumbres morales,
las leyes, las constituciones, las creencias religiosas, las actitudes políticas, las

’* Beard, Economic interpretación of tire Constitntion, p. xiv; R. Syme, The Román Revolution,
Oxford, 1939, p. vii. Para una descripción de esta ingente transformación historiográfica en la trato-
. tía romana, víase Nícolct, '‘Prosopographic et histoire socíalc".
16 L, 0. Namier, England in lite Age o f the American llevoluíion, 2a. ed., Londres, 1961, p. 229.
16]. c. Holt. The Norlherners, Oxford; 1961; J. E. Ncale, The Elizabethan Honre o f Commons,
Londres, 1949; M. F. Heder. The Long Parliament, 1610-1 fiel, Filadclfia, 1964; L. 11, Namier y
j. Brooke, The Honro o f Commons, 177-1-1790, Londres, 1964; E. j, HobsbawmyG. Iludí, Capiain
Sv/ing, Londres, 1969; G. 11. Aylincr, The King's Servants: The Civil Service o f Charles 1, 162} 1612,
Londres, 196); W. L. Guttsmaiv, The Rritish Political Elite. Londres, 1963.
70 h is t o r io g r a f ía

estructuras de clase, y las prácticas sexuales, difieren completamente |


entre una sociedad y otra; y fue esta conciencia la que condujo coii el I
tiempo al reconocimiento de que son pocas las normas universales de :
comportamiento humano o de organización social. Fue considerablemen- ; |
te mayor el énfasis sobre el condicionamiento ambiental, considerado como ' j
el factor determinante en la creación de esta gama, debido a que los
veintes y los treíntas constituyeron una época en que las explicaciones ge- t
néticas sobre las diferencias culturales no se trataban con la seriedad que §
ahora comienza a parecer que probablemente merecen.17 El darwinis- j ¡
m o social, que ejerció una poderosa influencia a finales del siglo pasa- í
do, acentuó mucho más la naturaleza que la educación. Sin embargo, los : [
psicólogos freudianos, quienes poco después comenzaron a tener un veco- í f I
nocimiento propio, subrayaron grandemente el papel de la educación, ; :
poniendo especial énfasis sobre la infancia y las primeras experiencias se- i
xuales. No obstante, debe admitirse que la psicología freudiana no ha ;
sido de mucha utilidad para el historiador, a quien normalmente no le es
posible introducirse en el dormitorio, el cuarto de baño o el cuarto de ni- j f |
ños. Si Freud está enlo cierto, y son éstos los sitios donde la acción tiene lu- f
gar, no queda mucho por hacer al historiador. La ulterior modificación de , \ \
ias ideas freudianas hecha por Erik Erikson, según la cual la formación i
de la personalidad continúa a través de la infancia y la adolescencia, para 1j
cristalizar en una "crisis de identidad” justo antes de la madurez, le abre ¡
nuevas posibilidades al historiador, quien en ocasiones puede descubrir * ;
ciertos aspectos acerca de los pensamientos y sentimientos de tal o .cual su- J li
jeto de estudio respecto a su adolescencia, aun cuando sepa poco o nada
sobre su infancia o lós inicios de la misma. Sin embargo, hasta ahora la
psicología eriksoniana ha sido muy poco empleada por los historiadores, y _j§ :
una influencia mucho más importante sobre la profesión la han ejercido ^ f
las teorías conductistas acerca del desafío y la respuesta a las presiones del ■{
medio ambiente. ||¡ |
El tercer elemento de influencia dentro de la atmósfera intelectual de
la época, fue el desmoronamiento de la confianza en la integridad de i'1-'
políticos, y la disminución de la fe en la importancia de las constitu- ?»;
dones. Gran parte de este cinismo se generó a raíz del desastre político y .'i
moral de la primera Guerra Mundial, al que siguió el derrumbamiento p
de las expectativas de un mejor orden mundial. Muchas personas llegai <uj
a creer que había sonado la hora en que millones de seres humanos mu ÍJri
rieran y la civilización europea se desintegrara, en tanto que los políticos |gg
urdían intrigas par a asegurar puestos de poder, esforzándose por superar .
*|
17 Rara un sugestivo, aunque altamente especulativo análisis Je las posibilidades de la infiui i *i
genética, véase C. D. Davlington, "The Gcnetics of Socicty". Past and Present, 43, 1969.
..w9|| t


p r o s o p o g r a Ma 71

a los demás en el uso del galimatías retórico del odio. La consecuencia de


esto fue la propagación dentro de círculos intelectuales, al igual q u e entré
las clases altas, de la antigua leyenda popular acerca de la deshonestidad
de todos los políticos. Este fue el momento en que los trapos sucios sa­
lieron al sol, cuando libros como Em inent Victorians (1918) d e Lyttón
Strachey y The R obber Barons (1934) de Mathew Josephson, vin ieron a
destapar la cloaca del siglo XIX. Tam poco debe olvidarse que los acon te­
cimientos de dicho periodo no ayudaron en nada a restablecer e l eq u ili­
brio; fue la época de Teapot Dome, Jimmy Thómas y Stavisky. Fueron
estas aserciones populares, al igual que los hallazgos reales acerca del re ­
lajamiento moral y particularmente financiero de los políticos, los que
llevaron a los historiadores a pensar que si tan sólo fuera posible tener ac­
ceso a los documentos privados de los protagonistas políticos del pasado,
motivos similares se harían ostensibles como una fuerza motora d é la his­
toria.
Aparte del fascismo (que tuvo muy poco interés intelectual), el m arxis­
mo fue la única ideología poderosa de la época. Éste despertó en muchos
historiadores una creencia hasta cierto punto ingenua en el determinismó
económico, que vino a reforzar fuertemente tales sospechas sombrías
sobre la motivación humana. De este modo, Beard afirmó que "el m otivó
directo de fuerza” detrás de quienes concibieron la Constitución de los Es­
tados Unidos, "fueron las ventajas económicas, que los beneficiarios espe­
raban redundarían inmediatamente en su favor como resultado de su ac­
ción” .18 En sus primeras etapas, por lo tanto, la prosopografía reflejó una
actitud profundamente pesimista hacia los empeños humanos, y estuvo
bajo la férula de radicales con influencia marxísta Como Béard, o de
hombres como sir Lewis Nam ier y sir Ronald Syme, quienes manifesta­
ban una estructura mental decididamente conservadora. Syme admitía
francamente con respecto á su propio trabajo que "el modo como ha
sido concebido le ha impuesto un tono pesimista y agresivo, con excepción
de casi todas las emociones más nobles y las virtudes de índole
doméstica” . Por otra parte, un antiguo crítico expresaba su desaliento
acerca del libro de Nam ier: “ El sistema político que describe ciertamente
no es atractivo, habiendo sido sustentado sobre un interés acaso profundo
y esclarecido, pero sórdido y egoísta.” 19
Este cinismo tampoco se limitó a actitudes con respecto a políticos en
particular, sino que abarcó también sistemas políticos. Si las revoluciones
ño significan otra cosa que la sustitución de una élite avariciosa y domi-

18 Beard, liconomic ínterjyretaiion of Che Constilution, pp. 17-18.


19 Syme, Román Revohition, p. viii; D. A. Winstánley, haciendo una resefla de Namier en English
Hístorícal Review, 44, 1929, 660.
n H IS TO R IO G R A F ÍA

nante, cuyo eje es ella misma, por otra; y si son un puñado de hombres sin
escrúpulos quienes comandan como les place el timón del barco del Esta­
do, sin importar la bandera constitucional bajo la que naveguen, enton­
ces la diferencia entre la tiranía y la democracia parece desvanecerse, en el
menor de los casos. Desde este punto de vista, la escuela elitista de los pro-
sopógrafos históricos de los treíntas se vio profundamente afectada por la
crisis contemporánea en cnanto a la confianza en la democracia. Namier
se dedicó deliberadamente a destruir las teorías acerca de una conspira­
ción tiránica de Jorge III en contra de la Constitución Inglesa, en tanto
que Syme pareció suprimir toda base para emitir juicios morales con res­
pecto a la destrucción de la república romana hecha por Augusto, En
1939, A, Momígliano aplicó a Syme su propia descripción de Tácito; “Un
monárquico por perspicaz desesperación de la naturaleza humana.” 20Ro~
bert Dahl ha observado con razón, sin embargo, que “ para los individuos
con un fuerte acento de idealismo frustrado [la teoría elitista], tiene todas
las características de un cinismo recrudecido".21 El teórico y el historiador
elitistas tienden a ser igualitaristas desilusionados, cuya misantropía ema­
na directamente de un sentimiento moral ultrajado.
L a actitud hacia los modos en que opera la política que asumieron los
primeros prosopógrafos, parece que debe poco a los escritos de teóricos
políticos. Marx mismo subrayó primero el papel de los lores feudales y
después el de la burguesía, y prestó atención al interés egoísta que guiaba
sus acciones. Pero las primeras teorías políticas elitistas cabales surgieron
en la Europa de comienzos del siglo XX, con los escritos de R. Michels, G,
Mosca y V. Parcto. Aunque a Michels podía leérsele en francés, Pareto
y Mosca sólo fueron traducidos al inglés hasta los treíntas, y no hay ninguna
prueba de que hubieran ejercido la más mínima influencia sobre círculos
históricos anglosajones antes de. esa fecha. Namier, Merton y Syme eran
fuertemente antimarxistas, y sin embargo sólo Merton parece haber esta­
do familiarizado con estos modelos elitistas no marxistas. Nos encontra­
mos, por lo tanto, con el desarrollo por parte de los científicos abocados a
!a política, de una teoría completa sobre el dominio de las élites, la cual
antecedió por una generación a la labor de los historiadores. Pero, con
excepción de Merton, los historiadores efectuaron sus análisis empíricos
con base en sus propias aserciones semiconscientes acerca del comporta­
miento político, privados del beneficio de la teoría política que les hu­
biera proporcionado el marco que necesitaban. Se trata de uno de los epi­
sodios más bizarros de la historia intelectual, consecuencia de la lentitud
con que los científicos europeos en el campo social fueron traducidos al

20 A. Momígliano, haciendo vna reseña de Syme en Journal o f [loman Studtes, SO, í 910, 75.
21 Según se cka cu O A. Rusíow, "Síudy of Élites", p 713.
PROSOPOGRAFÍA 73

inglés, y del aislamiento de la historia con respecto al resto de las ciencias


sociales a comienzos del siglo XX.
Una de las principales características de la interpretación elitista acer­
ca del proceso histórico, es la supresión deliberada y sistemática del
centro del escenario político tanto de los programas de los partidos com o
de las pasiones ideológicas, y su sustitución por una compleja urdim bre
en la que se entrelazan los benefactores junto con sus clientes y dem ás d e­
pendientes. En el caso de Ja historia romana, esto ha sido aseverado
expresamente por los profesores L. R. Taylor y E. Badián.22 Con respecto
a la historia inglesa, Namier sustituyó al partido por la idea de “ n exo”
como el principio fundamental de organización de la política de m e­
diados del siglo XVIII. K. B. McFarlane acuñó la frase "feudalismo bastar­
do" para representar relaciones no disímiles benefactor-cliente, qu e se­
gún él podían dar razón del siglo XV, en tanto que sír John Neale tom ó en
préstamo la palabra "clientela" de los historiadores clásicos, con o b jeto de
hacer inteligible el sistema político isabelino. En un pasaje fundamental,
este último escribió:25

La mayoría de los hidalgos parece haberse agrupado mediante relaciones


estrechas o lejanas en tomo a la grandeza de unos cuantos hombres en el
país. . . El agrupamiento y la interdependencia de los hidalgos, aunados a su
empeño concomitante y permanente por mantener un prestigio y una supre
macía, vino a permear la vida inglesa. Esto asumió el papel ejercido por la
política en nuestras sociedades modernas, y es en el país la clave principal de
las elecciones parlamentarias.

Para algunos eruditos, la prosopografía no fue meramente un m odo de


ignorar las pasiones y las ideas, sino que se adoptó con el propósito especí­
fico de neutralizar estos perturbadores e intratables elementos.
Un cuarto estímulo para la prosopografía elitista, que a su vez reforzó
la nueva conciencia sobre el papel esencial desempeñado en la política
por las asociaciones de dependientes, fue la preocupación casi obsesiva
del antropólogo por la familia y el parentesco, cuyos efectos cabales ape­
nas comienzan a hacerse sentir plenamente en la profesión histórica
de nuestros días. Fue el trabajo de Namier acerca de la política inglesa de
mediados del siglo XVIII, el que primeramente atrajo la atención de los
historiadores con respecto a las potencialidades de los ordenamientos fa ­
miliares y los lazos de parentesco como vínculos políticos.2'1Quizás no sea

L. R. Taytoi, í’arly Polt'tics in the Age of Cansar. BeiUcley, HM9, p. 23; E. Radian, Foreign
Cítentelas. Oxford, 19f)S, p. 1.
23 K. B. McFarlrmc, "Baitaid í'cudalism", ¡hdletin of the Instituí? for Hútorical Research,, 21,
194b; Neale, Etuabethan Itcuse of Commons, pp. 24, 27,
24 Namier, England ¡n the Age ofthe American ftevoliition, p. 19. Véame también Syme, Román
74 H IS TO R IO G R A FÍA

del todo descabellado el ver un paralelismo entre la preocupación mostra­


da por la escuela elitista de historiadores hada dichos eslabónamientoSi y
las preocupaciones similares dentro de la ficción contemporánea, princi­
palmente en Ala recherche du temps perdu de Proust y más reciente­
mente en Music o f Time de Anthony Powell.
Estas tendencias intelectuales bastan por sí mismas para explicar el sur­
gimiento de la escuela elitista entre ambas guerras. La escuela de masas,
con mayor orientación científica, estuvo de alguna manera en deuda con
todas ellas, pero específicamente con el surgimiento concomitante de las
ciencias sociales. Desde Weber a Merton, los más inteligentes y exitosos
entre los científicos en el campo social se han limitado a proponer hipó­
tesis de mediano alcance acerca de fenómenos como el suicidio, la bu­
rocracia o la receptividad hacia los enfoques políticos de derecha. La pro-
sopografía histórica es obviamente de un inmenso valor como fuente de
datos para investigaciones de esta índole, y no es casual el que Marx y
W eber, al igual que Merton, hayan mostrado fuertes intereses políticos.
En el caso de Merton, y en el de un sinnúmero de ulteriores investigadores
históricos de la escuela de masas, la principal inspiración para el tipo de
preguntas formuladas y los métodos empleados para resolverlas, fue el =
des-arrollo de técnicas de encuestas sociales. Es de ellos de quienes pro­
viene la confianza en el método de muestreo, y el hábito de formular un
margen de preguntas muy amplio, muchas de las cuales resultan ser total­
mente irrelevantes, con la esperanza de seleccionar después mediante m a­
nejo estadístico aquellas variables que sean significativas.
Dadas estas múltiples tendencias convergentes en la vida intelectual del
periodo comprendido entre las dos Guerras Mundiales, difícilmente
sorprende que fuera entonces cuando se desarrollara la prosopografía. De
hecho lo que sorprende, visto retrospectivamente, es más bien la lentitud
de sus progresos en el escenario histórico, ya que sólo fue hasta los cin­
cuentas, o incluso los sesentas, cuando un número significativo de estu­
diosos comenzó a emplear el método, al tiempo que se inició la publica­
ción de un caudal permanente de útiles hallazgos.

Limitaciones y peligros

Se cuenta hoy con suficiente experiencia para hacer posible el evaluar


tanto las potencialidades como las limitaciones de los estudios proso-
pográficos. Algunos de los errores y las deficiencias son consecuencias ine­
vitables del carácter pionero de uii método nuevo, y pueden evitarse
Rewlulion, p. vii; Holt. The Northerners, Ncalc, Elúahethan House of C.ommom; N. Annan, 'The
Inteilcctual Aristocracy", cnj. H. Plumb. comp., Síudies in Social ffistory, Londres, 1955.
l'R O S O I'O C R A F ÍA 75

aprendiendo en el futuro de los errores del pasado. Otros, sin em bargo,


son todavía más profundos, y surgen de ciertas presuposiciones políticás y
psicológicas, las cuales están arraigadas en los cimientos sobre los que des­
cansa la prosopografía.
Es evidente de suyo que los estudios biográficos de un número conside­
rable de personas, son posibles únicamente en el caso de grupos sobre los
que la documentación es satisfactoria; por ende, la prosopografía está se­
veramente limitada por la cantidad y la calidad de los datos recabados
acerca del pasado. En Un grupo histórico determinado, es posible que se
conor.ca casi todo acerca de algunos de sus miembros, ignorándose casi
todo acerca de otros; ciertos puntos faltarán en el caso de algunos de
ellos, mientras que otros diferentes faltarán en el caso de otros. Si las in ­
cógnitas se vuelven muy numerosas, y Si, conjuntamente con tipos muy
fragmentarios de información, constituyen una mayoría considerable del
todo, las generalizaciones basadas en los promedios estadísticos se torna­
rán muy inciertas en verdad, si no es que totalmente imposibles. Los aná­
lisis que precisan confinarse a la décima o a la vigésima parte del grupo,
respecto al que existe suficiente información, dependen en cuanto a su
confiabilidad de que la minoría registrada sea una muestra genuinarnen-
te aleatoria del todo. Pero esta es una aserción improbable, puesto que el
simple hecho de que se hayan registrado más datos de los normales acerca
de las vidas y las trayectorias de una ínfima minoría, es indicativo de al­
gún modo del carácter atípico de sus miembros. Hasta un grado que no es
posible medir, los análisis basados en datos tan fragmentarios tenderán a
exagerar, y quizás a deformar irremediablemente, el status, la educación,
la movilidad ascendente, etc., del grupo que se está examinando. Para la
mayoría de los grupos sociales, ubicados en la mayoría de las áreas,
la prosopografía no pudo emplearse satisfactoriamente antes de la expan­
sión de datos de registro en el siglo XVI, originada por la invención de la
imprenta, la propagación de la alfabetización y la consolidación del Esta­
do-nación burocrático y conservador de registros.
La única excepción a esta generalización se observa en el caso de una
encuesta única y detallada de tipo censal, como el catasta florentino de
1427. Estos excepcionales documentos permiten que el historiador haga
en un momento dado un corte transversal a través de una sociedad, pero
no es posible que respondan ninguna pregunta referente a las transforma­
ciones en el tiempo, puesto que normalmente no hay nada antes ni des­
pués con qué cotejarlos. Asimismo, requieren de Un manejo cuidadoso,
puesto que pueden disimuladamente omitir a ciertas clases de personas,
como los mendigos, o sus categorías ser vagas o imprecisas; al tiempo que
es probable que sus estadísticas financieras subestimen la opulencia de los
ricos con respecto a los pobres.
76 H IS T O R IO G R A F ÍA

La segunda limitación impuesta por el testimonio de los registros es la


del status. En cualquier época y lugar, entre más se desciendo en el siste­
ma social más escasa se torna la documentación. Corno consecuencia, la
mayoría de los estudios ya efectuados, o que se realizan hoy día, se han
consagrado a las élites. El tema de estudio más popular de la pro-
sopografía ha sido, y sigue siendo, las élites políticas; aunque hay al­
gunos otros grupos que se prestan con bastante facilidad a este tipo de
tratamientos, cuyos miembros pertenecen a ciertas categorías de status
elevado: los funcionarios públicos, los oficiales del ejército, el alto clero,
los intelectuales y los educadores, los abogados, los doctores, los miem­
bros de otros cuerpos de profesionales, y los empresarios de carácter in­
dustrial o comercial. Los únicos elementos de las clases bajas respecto a
quienes es posible hacer algo, en un sentido que vaya más allá de una
perspectiva altamente impresionista, son las minorías perseguidas; ya que
los registros policiacos y los registros legales proporcionan con frecuencia
gran parte de la información necesaria a este respecto, especialmente en
sociedades con una añeja tradición de sólido burocratismo y control poli­
ciaco como Francia. Lo que resulta extraño es que los únicos grupos de
gente pobre y humilde sobre los que a veces se encuentran abundantes
datos, sean grupos minoritarios y por definición excepcionales, ya que se
hallan sublevados en contra de las mores y las creencias de la mayoría.
La tercera limitación impuesta por estas pruebas se deriva del hecho de
que son profusas en lo que toca a ciertos aspectos de la vida humana, y
casi inexistentes con respecto a otros. Los registros que sobreviven se ocu­
pan antes que nada del monto, el tipo, la propiedad y la transferencia de
los bienes. Es esto lo que constituye la preocupación primordial de los re­
gistros legales tanto privados como oficiales, los registros fiscales oficiales,
y los registros administrativos tanto públicos como privados, que son los
que forman en conjunto el vasto cúmulo del material escrito acerca dél
pasado. Por ende, existe una fuerte predisposición a tratar al individuó
como homo económicas, y a analizarlo en primer término a la luz de su
comportamiento y sus intereses financieros, ya que es esto lo que los re­
gistros esclarecen con mayor claridad y detalle. Empero, los intereses eco­
nómicos pueden contraponerse, y aun cuando el interés resulte claro, sé
volverá imposible tener la certeza de que ésta y no otra constituye la consi­
deración de más peso. Además, la división entre los contemporizadores y
aquellos que queman hasta el ultimo cartucho, con frecuencia es más im­
portante políticamente que la división entre grupos con intereses econó­
micos claramente definidos,25

85 Por ejemplo, W. O. Aydcloüe, "The Coumry Gentlemcn and thc itepeal of Ule Com Laws'Y
Kngtish Hütorxcal Re vicia, 82, 19í>7; ’Voting Patterm m thc Bvitiíh Housc uf Commoro ín che
1840Y', en ftowr.ey y Grabam, Qunntihnwc Uislory.
PR O SO PO G R A F ÍA 77

Después de los intereses económicos, el segundo punto de in form ación


relativamente fácil de descubrir acerca de una persona, son sus an tece­
dentes familiares y sus nexos. Entre las clases altas, el m atrim onio ha ser­
vido en el pasado para que los jóvenes consiguieran amistades y contactos
que les fueran útiles, así como para unir los bienes y crear grandes latifu n ­
dios. Los lazos familiares han desempeñado también un importante papel en
todas las épocas con respecto a la formación de grupos y partidos
políticos, desde la Edad Media hasta más allá del siglo XVIU. S im plem en ­
te basta pensar en los Howard y los Dudley de la Inglaterra deí siglo XVI,
los V illier de comienzos del siglo XVU, los Pelham del XVIU, y los Cecil
y los Cavendish de finales del XíX y comienzos del XX, para admitir la im ­
portancia permanente de este factor. Pero esto no responde a la pregunta
de qué tan seguro sea seguir esta línea de razonamiento, debido a que el
papel cimentador del parentesco varía claramente según el lugar, la é p o ­
ca y el nivel social. Existen innumerables ejemplos en la historia de
miembros de la misma familia cuyas discrepancias han sido con frecuen­
cia de una violencia extremada. Además, aun cuando los lazos de p aren ­
tesco fueran fuertes, y pudiera mostrarse que efectivamente lo han sido,
existen límites en la búsqueda de vínculos genealógicos significativos. Dos
diligentes prosopógrafos que investigaban acerca del Parlamento Largo
de 1640 lograron rastrear nexos genealógicos que emparentaban al radical
John Hampdcn con ochenta miembros parlamentarios, pero desafortuna­
damente estos parientes resultaron tener opiniones políticas y religiosas
muy variadas. Cuando los autores descubrieron que si se remontaban lo
suficiente podían hallar un nexo de parentesco entre Carlos I y Oliverio
Cromwell, se dieron cuenta que tal vez habían sobrepasado los límites ex­
ternos referentes a la utilidad de esta línea específica de investigación.
Sospechas similares han sido expresadas recientemente con respecto al
papel atribuido por la escuela prosopográfica al parentesco en la Rom a
clásica.26

ERRORES EN I,A CLASIFICACIÓN DE LOS DATOS

El tener una clasificación significativa es esencial para el éxito de cual­


quier estudio, pero desafortunadamente para el historiador, cada indivi­
duo lleva a cabo muchos papeles, algunos de los cuales se contraponen a

26 D. Brunton y D. H. Pcnnington, Members of ihe l.ong Parh'ament, Londres, 1954. Para una
convincente refutación de la teoría de "que los nexos genealógicos y políticos coincidirían normal­
mente ’ a comienzos del siglo XVill, véase G. Holmes, British Polt'tics tn the Age of Atine, Londres,
1967. pp. 327-334; C. Meier, Res Publica Amissa, Wiesbaden. 1966, y una reseña déoste por P.A.
Bruñí en Journal of Román Sludtes, 58, 1968, pp. 5129 232.
78 H IS TO R IO G R A F ÍA

otros. Todo individuo pertenece a una civilización, una cultura naeiónál|j|


y a un sinnúmero de subculturas ■—de carácter étnico, profesional, rélj
gioso, de semejanza grupal, político, social, ocupacional, económico, séxiiájf
etcétera— , C om o resultado de esto, ninguna clasificación tiene valictéÉI
universal, por lo que resulta bastante inusual encontrar una cohereneifigj
perfecta en alguna de ellas. Las categorías referentes al status pueden te-C
ner poco que ver con la riqueza, y asimismo variar en cuanto a su impotp¡§
tancia según las épocas. Las categorías tocantes a las clases definidas coft?
base en la riqueza pueden no reflejar realidades sociales, ser casi impo-'
síbles de identificar, y aún más difíciles de comparar según las diversató
épocas; las categorías profesionales pueden hacer un corte transversal á' ;!;
través del status y las líneas de clase, al tiempo que proyectarse verticál4-«'
mente hacia arriba y hacia abajo del sistema social; las categorías de pb^j
der, tales como los cargos políticos, pueden variar según las época' di
acuerdo con el statm social adscrito a las mismas, lo mismo que de ac u ¡
do con el poder que ejerzan y el rendimiento que produzcan.
El segundo peligro que amenaza a todo prosopógrafo es la posibilidad T í
de omitir identificar subdivisiones importantes, y de este modo agrupar
individuos que difieren significativamente entre sí.27 Una buena investi'-T
gación depende de la constante interacción entre las hipótesis y los datos¡‘í ji
sometiendo a las primeras a una reiterada modificación a la luz de los sé-*?jg
gundos. Pero si una subdivisión que posteriormente resulta tener una im’i ;|i
portancia fundamental no ha sido advertida en su momento, normal;V|g
mente será muy tarde para retroceder y repetir el trabajo de nuevo, una ,?
dificultad que se agudiza especialmente en los análisis por computadora ' T
ya que el libro de códigos determina las preguntas qne es posible respon'
der después.28

■gf¡J¡
Errores en la interpretación de los datos
■"xm
Incluso si su documentación es adecuada y su sistema de clasificación está <8
diseñado correctamente, el prosopógrafo incauto permanece aún sujeto a.|j

27 Para un ejemplo al que se ha criticado sobre estas bases, véase L. Stone, The Crisis of the AriS''
M
locracy: J>58 1641, Oxford, 196b; D. C. Coleman, “The 'GenIr/ Coalroversy and rhc Aristocracy.irt^^
Cnsis, 1558 1641". History, 51, 1966; E. L. Pctersen. "The Elizabethan Arinocracy Anatoinúe4jy§
Atomized and Reassessed", Scandinovian Economic History ilexriew, 16, 1968; S. J. Woolf. "W x!
Transformazione dell’Aristocrazia et la Revoluzione Inglese", Studi Storici, diciembre de 1968; J. H. jjk
Hexter, "The Kngltah Aristocracy, Its Crises, and the English Revolutíon, 1658-1660", Journal á/í|JI
¡iritisk Studies, 8. 1968. La incapacidad para desarrollar sus categorías suficientemente detalladas
redujo seriamente la utilidad del análisis de Brunton y Pennington acerca del Parlamento Largo. ^
28 J. Y Tirat, “Problemes de inéthode en hístoire sociale", Retrnc d’Htstoiro Moderno et Contem:' A'
poraine, 10, 1963. p. 217. . rtí^P
PR O SO PO G R AFÍA 79

sacar conclusiones e ir r ó n e a s de sus datos. Un riesgo común que éste afron ­


ta es la posibilidad cl<e que la parte de la población total, sobre la q u e está
en condiciones de d e s c u b r ir información confiable, no represente una
muestra aleatoria d «e T todo. Si las incógnitas quedan comprendidas prin ­
cipalmente dentro d e una única categoría interpretada de m anera par­
cial, las cifras o b t e n id a s de la muestra de los datos conocidos darán una
imagen deformada c ié la realidad. De esta manera, el mismo T h e o d o rc
Rabb da motivo parsa. pensar que su muestra sobre los inversionistas ingleses
del siglo XVII no e s t á exenta de prejuicios, ya que es bastante probable
que la mayoría del 3 8 % de inversionistas no identificados, tanto los que
son nombrados c o r n o los que no lo son, fueran pequeños comerciantes.29
Este es un problem a, que afecta a cualquier trabajo en que se utilice esta
metodología, y c o n t r a el que la única defensa es una evaluación en extre­
mo cuidadosa de la s probabilidades, y la aplicación ahí donde sea necesa­
rio de una c o rr e c c ió n índice para rectificar la estadística. Otro error que
ocurre con fre c u e n c ia en los análisis prosopográficos se deriva de la inca
paridad para r e la c io n a r los resultados con respecto a la composición del
grupo que se e s tu d ia , con aquellos referentes a la población en general.
Un buen ejemplo d e las dificultades con que el historiador puede trope­
zar, si es que d e s c u id a este punto, es la controversia acerca de la com po­
sición social de las victim a s del Terror durante la Revolución francesa. El
profesor D. Grecr d escu b rió que la mayoría de las víctimas se localizaban
entre las clases m e d ia s y bajas, más bien que entre la nobleza. Desde en­
tonces se ha señ a la d o que la proporción de las víctimas pertencncientes a
la nobleza puede h a b e r sido muy reducida, pero que en vista de que la
proporción de n o b le s dentro de la población en general era todavía más
reducida, existe a ú n una correlación entre el tener noble cuna y el índice
de ejecuciones. A u n es posible afirmar que un noble tenía "x ” veces más
posibilidades de s e r asesinado durante el Terror que un miembro de la
burguesía o del cam pesin ado.301 5

15 T, K. Rabb, Enterprise and Empire: Merchant and Gentry Invéstment in the Expansión o f
. England, 1515-1630, Cambridge, Ma«s., 1967, Para una reseña que establece este y otros puntos,
’ vé^sej. J. McCusker en
fiistorica l Methods Newsletter, 2 de junio de 1969, pp. 16-17, Otro ejemplo
íc este problema es la afirmación de David Pottinger respecto a que los escritores de la Francia del
Antiguo Régimen provenían predominantemente de la noblesse d'épée y de la alta burguesía —con­
clusión a la que se llegó después de la eliminación del 48.5% de los escritores debido a que no pu­
dieron descubrirse sus antecedentes sociales—, D. Pottinger, The French Book Trade in the Anden
Hegime, 1500-1791. Cambridge. Masa.. 1958. Debo esta crítica al profesor Robcrt Damton.
50 D. Grecr, The Jnct'dence of the Terror During the French Revolution: A Slatisltcal Interpreta-
tion, 3a. cd., Cambridge, Mass.. 1964. pp. 385*387. Un ejemplo ligeramente diferente de la misma
falacia es el intento de D. Lerncr por mostrar que los líderes naris eran "hombres marginales1’, cuan­
do su definición de la marginalidad claramente abarcaba a más de la mitad de la población (Rus-
tow, "Study of Elites", p. 702)
80 H IS TO R IO G R A F ÍA

Otro tipo de error que surge cuando se descuida la relación entre la


parte y el todo, es el que resulta de suponer que debido a que la mayoría
de los miembros de cierto grupo provienen de una clase social específica o de
cierca profesión, son por ende representativos, en el sentido de que una
mayoría de los miembros de su clase u ocupación pertenecen al grupo,
Hugh R. Trevor-Roper señalaba que los hombres que se adueñaron del
poder en Inglaterra a fines de la década de 1640 y principios de la si­
guiente, salieron principalmente, no de la antigua élite terrateniente que
había imperado en Inglaterra hasta antes de la guerra, sino de la clase de
simples hidalgos de parroquia, que hasta ese momento no habían ejercido
ningún papel significativo en los asuntos nacionales, limitándose a una
función menor en las gestiones locales. Alentado por ese descubrimiento,
este autor procedió a generalizar que los simples hidalgos, cuya movilidad
social era descendente, constituían los elementos insatisfechos dentro del
país, y eran los principales sustentadores del radicalismo. De hecho, sin
embargo, parece ahora bastante evidente que un número mucho mayor
de simples hidalgos --la mayoría de ellos ubicados en zonas ciertamente de
capital importancia en el norte y en el occidente — , eran hombres fieles a
la Iglesia y al rey que peleaban al servido del rey Carlos. Los hidalgos in­
dependientes que apoyaban a Cromwell eran simplemente una minoría
atípíca, estimulados a asumir una postura totalmente en desacuerdo con
la mayoría de los miembros de su clase, por razones que en el presente
apenas podemos vislumbrar, pero entre las que ciertamente figuraba una
convicción religiosa.31

L imitaciones de la comprensión histórica

Hasta aquí, los errores descubiertos han sido del tipo de los que es posible
evitar si se aprenden las severas lecciones que da la experiencia, pero hay
otros que resultarán más difíciles de erradicar. En primer lugar, el dedi­
carse al estudio de las élites ha sido en parte causa, y en parte efecto, de
una tendencia a ver la historia exclusivamente como la gesta de las clases
dominantes, en la que los movimientos populares no desempeñan práctica­
mente ningún papel. Syme sostenía que “en todas las épocas, cualquiera que

51 H. R. Trcvor-Ropcr, The Gentry, 1T40-1640, Economic Htslory Reviaw. Suplemento I, 1953;


W.G, Hoskins, “The Estafes of the Carolina Gentry”, en Devonshhe Studies de W, G. Hoskins y
H.P.R. Finbevg, comps., Londres, 1952; J. T. Cliffc, The Yorkshire Gentry, Londres, 1969, cap. 15;
A. Everitt, The Community o f Kent and the Great Rebeth'on, 1640 1660, Lcíccater, 1966, pp. 145-
144, 24S-244. Pava otro ejemplo del mismo error, véase D. Donald, “Towards a Reconsideration of
Abolitionists”, cn.su Lincoln heconsidered, Nueva York, 1956; R. A. Skothcim, “A Note on Hístori-
cal Method: David Donald's Towards a Reconsideration of Abolitionists,\/otim o/ o f Southern Hit'
tory, 25, 1959.
PROSOPO G R A FÍA «I

haya sido la lorio a y el nombre del gobierno -monarquía, república o


democracia — , siempre hay una oligarquía que se oculta tras la aparien­
cia del mismo” .32 Este enfoque es bastante cierto hasta donde llegan sus
alcances, pero la pregunta es si éstos son lo suficientemente profundos.
Un detenido análisis de las maniobras políticas de cierta élite puede ocul­
tar, antes que esclarecer, los cambios de fondo que ocurren en el proceso
social. Las transformaciones importantes en las relaciones entre las clases,
la movilidad social, las opiniones religiosas y las actitudes morales,
pueden verificarse en el nivel de los estratos inferiores; y son transforma­
ciones ante las que la élite deberá a la larga responder, si es que antes no
es aniquilada por una revolución violenta,33
Si consideramos ios tres ejemplos más notables de la investigación pro-
sopográfica acerca de las élites políticas,, la Román Revolution de Syme,
la Structure o f Politics de Namier, y la gran trilogía de sir John Neaie
sobre la Cámara de los Comunes en la época isabelina, publicados duran­
te los cincuentas, encontramos el mismo carácter estrecho en cuanto al
enfoque. Syme interpretó las transformaciones de la república romana en
un Imperio como la consolidación de una nueva élite en torno a Augusto,
resultado de una compleja lucha intestina entre facciones en la cumbre
del poder. Este autor demostró su planteamiento, pero pasó por alto las
apremiantes exigencias de las innumerables masas de dientes sobre sus
benefactores, mismas que sustentaron —y tal vez prescribieron — tal
cambio dentro del poder. Los movimientos políticos, y en particular las
revoluciones o las contrarrevoluciones, difícilmente pueden explicarse de
manera satisfactoria mediante el análisis exclusivo del liderazgo. F,I
cuadro que Nam ier nos ofrece sobre el teje y maneje de la Cámara de los
Comunes en el siglo X V I I I , vino a hacer añicos las teorías convencionales
de modo irreversible, pero su modelo de explicación no fue capaz de
incluir el torrente de emotividad popular generado por Jolm Wilkes, ni
tampoco la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. De manera
similar, la descripción de sir John Neale acerca de las relaciones entre la
reina Isabel y sus Parlamentos, requiere modificarse a través de una mayor
apreciación de las profundas raíces que el puritanismo estaba fincando
dentro de la sociedad. Este fue un tipo de ideología que penetró honda­
mente en el ámbito social, y que explotó los nexos de la clientela aris­
tocrática, hecho que sir John describiera de manera tan brillante y con­
vincente.
La segunda gran debilidad intelectual de los prosopógrafos ha sido su
relativa renuencia a crear un espacio dentro de su perspectiva histórica

Syrne, Román Revolution, p. 7.


Véanse observaciones de P
las A. Hrutu en Journal o f Román llislory, 5S, 1768. pp. 2S0-VSI.
82 HISTORIOGRAFÍA

para las ideas, los prejuicios, las pasiones, las ideologías, los ideales, o los
principios. La correspondencia íntima y personal constituye una rareza f
entre los registros Listóneos. Clon frecuencia ésta era destruida durante la
vida de alguien, o bien a su muerte, ya que a diferencia de los registros
genealógicos, legales o comerciales, nadie entre la familia o los amigos de ;
dicha persona tenía interés alguno en preservar tales datos. Aun en los
pocos casos en qu e tal material existe, con frecuencia no es muy esclarece-
dor, puesto que los hombres rara vez confían sus convicciones más pro- ■%
fundas al papel, incluso tratándose de sus amigos. Además, puesto que en
la mayoría de los periodos históricos ha resultado decididamente peligro­
so el expresar perspectivas sectarias sobre religión o política, tales comen- 1
tarios escritos según las condiciones en que se conservan, tienden a ceñirse
a las normas, aceptadas por la sociedad. El prejuicio sistemático observa- !í
do en los registros históricos en favor de los intereses materiales y los lazos |
de parentesco y en contra de las ideas y los principios, estaba en perfecta
concordancia con la presuposición manifestada explícitamente entre los j
más grandes de los primeros eruditos elitistas.34 “ Los intereses espirituales
de las personas se consideran muy por debajo de sus matrimonios” , se jí
lamentaba Momigliano recién aparecido el libro de Symc. Sir Herbert ,.
Butterficld protestaba con respecto a Nam icr que “ los seres humanos son :
portadores de ideas, así como depositarios de intereses creados” .36
A pesar de haberlo negado posteriormente, casi no hay duda de que en
la práctica tanto Nantier c o m o Syrne atribuyeron poca o ninguna impor- %
tancia a ideal o prejuicio algunos que se opusieran a los cálculos de un in
teres egoísta. La atención conferida por estos historiadores a la táctica
más bien que a. la estrategia política, presupone una sg.qiedad sin convic­
ciones, en la que la manipulación y las, maquinaciones, se vuelven más im­
portantes que las cuestiones de principios o de política. De esta manera,
resultó, que el de mediados del siglo XVHI, hacizt ej que Nam ier dirigió
primero su atención, fue un periodo de lq, historia inglesa extraordina­
riamente desprovisto de cuestiones, importa uf e* de.controversia, y en ei
que los protagonistas políticos constituyeron.también un grupo inusitada-1
m.ente hórpogéneo: de este modo, este autor eligió, por accidente o en for
nía deliberada, un periodo y una clase particularmente susceptibles a un
análisis mediante los métodos por él adoptados,, Empero, algunos de sus
seguidores han.encontrado, a costa suya, que no siempre resulta seguro el i
trasladar acompasadamente el mismo tipo de aserciones hacia adelante y
hacia atrás, Robgrt Walcott intentó emplear, el modelo para el reinado de
•í .Namier, Eugland in the Age o f the American Hfvolution, p, 18; Bcard, Economtc hiterprejaj
twn o j the Constitution, p. 13.
Momigliano haciendo una reseña a Symc enJournal o f l\ornan Studies, 30, 1940, p. 76; H, ■'£$
tt'i jleld, George I I I and ího HisCouans, Londres, 1907, p- 2 il. '
PROSOPOGRAKÍA 83

la reina Ana, obteniendo resultados que hoy día se acepta u n á n im e­


mente fueron poco menos que desastrosos.36 También es posible p regu n ­
tarse si la incapacidad de Oliverio Cromwell para manejar con é x ito sus
Parlamentos podría realmente explicarse como el resultado de su fa lta de
habilidad táctica, como el profesor Trevor-Roper arguye, o si e l desa­
cuerdo sobre cuestiones constitucionales y religiosas fundamentales entre
los miembros del ejército y los civiles, y entre los independientes, los pres­
biterianos y los anglicanos, fue lo que hizo que un convenio conciliatorio
quedara fuera del alcance incluso del más sagaz y perseverante m an ipu la­
dor de hombres.37 Por consiguiente, podría concluirse que el p o d er e x p li­
cativo de la teoría política acerca del grupo de interés, que ha ten dido a
asociarse con el enfoque prosopográfico elitista, adquiere mucha m ayor
fuerza en ciertas épocas y lugares que en otros. Entre más reducidas son
las cuestiones políticas importantes, menos candente el clima ideológico y
más oligárquica la organización política, mayor probabilidad habrá de
que dicha teoría proporcione una interpretación histórica convincente.
Otra limitación de la escuela histórica prosopográfica, es qu e sus
miembros descuidan a veces indebidamente el elemento político, el m ar­
co institucional dentro del cual funciona el sistema, y la narrativa del
modo en que los protagonistas políticos moldean la política oficial. “ Se
nos da un relato que enmudece o se torna curiosamente negligente a m e­
dida que toca aquellas cosas que son precisamente las que el gobierno y
los Parlamentos están destinados a hacer", se quejaba sir Herbert Butter-
fieíd. Además, este autor concluía acerbamente que:38

Casi no existe interés por la labor de los ministros dentro de sus ministerios; ni
por cuáles sean las fuentes de la política o los orígenes de las decisiones impor­
tantes; ni por el contenido real de las controversias políticas de una época; ni
por la actitud del público hacia las diversas medidas y hacia ciertos hombres;
ni tampoco por las presiones recíprocas de los debates parlamentarios, . . Ta­
les tendencias están calculadas para plantear el problema de si la nueva for-
:' ma de análisis estructural no es capífe de producir en quienes ejercen la profe­
sión su propia clase de enfermedad ocupacional.

ha enfermedad sobre la que sir Herbert se lamenta es una especie de dal­


tonismo que impide a sus víctimas percibir el contenido político de la
política.

56 R. Walcott, English Polüicsin the Early Eighleenth Century,Oxford, 1956; J. H. Plumb, The
Origtns of Polilical Stabüity: England, 167S-Í725,Boston, 1967, pp, xiv, 44-46, 135*138; Holmes,
pp. 2-4, 327-334.
Brílish Pollita in the Age o f Anne,
37 H, R. Trevor-Roper, "Oliver Cromwell and His Parliamcnt", en su Religión, the Reformution
and Social Change, Londres, 1967.
38 Butterííeld, George ÍU and the Historiam. pp. 208-209.
84 H IS T O R IO G R A F IA

Muchos prosopógrafos elitistas optan instintivamente por un enfoque


simplista sobre la motivación humana, según el cual las fuentes de la ac­
ción pueden ser indistintamente esto o aquello. Todos nosotros pedimos a
nuestros alumnos que distingan las motivaciones religiosas de las políticas
con respecto a la política exterior de Gustavo Adolfo, de Oliverio Crorn
wcll, o de quien sea. En la vida real, la naturaleza humana parece que
funciona de otra manera. El individuo es movido por una convergencia
de fuerzas que se modifican constantemente, un racimo de influencias ta­
les como el parentesco, la amistad, los intereses económicos, los prejuicios
de clase, los principios políticos, las convicciones religiosas, etc., que ejer­
cen diversas funciones y que pueden abstraerse provechosamente para los
fines del análisis. Además, hay motivos para pensar que la importancia
relativa de las diferentes características de fondo varía según las culturas,
los países o las épocas; y que ciertas actividades pueden estar más
íntimamente vinculadas que otras con características de fondo que sean
idenlificables; y que cieñas características de fondo influyen moderada­
mente sobre un amplio margen de actitudes, en tanto que otras tienen
una influencia considerable respecto a una sola actitud.3B
En cualquier caso, es fundamental distinguir con exactitud entre
aquellos asuntos (dativamente secundarios en los que un político se
muestra bastante dispuesto a favorecer a un pariente o a un cliente, o
bien a aceptar soborno, y aquellos asuntos importantes, que implican
principios, en los que es probable que siga los dictados de su razón y su co­
razón, por sobre los de su sangre o su billetera.

Logros
Nada de lo dicho hasta aquí deberá interpretarse como que la prosopo-
grafia elitista es por su misma naturaleza inútil o desorientadora. Se han
fijado banderas rojas en torno a aquellos puntos de peligro donde yacen
los huesos de muchos de los pioncios de este método, y se ha establecido
firmemente la consigna de reducir las pretensiones a considerar a la pro-
.topografía en general como una herramienta explicativa. Si ios errores
del pasado pueden evitarse y reconocerse las limitaciones del método, sus
potencialidades serán muy grandes. Ue hecho, suponiendo que se acepte
como ciertamente debe hacerse— que los valores y las normas de con-
(lucí a están fuertemente influidos por las experiencias pasadas y la educa­
ción recibida, difícilmente podrá negarse la fuerza del método. I ndo lo

■V1 í..
j ltaingcr y D. S. oenring. "Social Bacltjfv'iua.-l iu Klit-c Aoalysis: A Mcihodological
Kiujtñry", Ametican Politic é Scicvr,' ¡levtüiv. til, 19(i7
l’ HOSOI’ OGHAKlA US

que se requiere es una mayor disponibilidad a admitir la desconcertante


complejidad de la naturaleza humana, el poder de las ideas y la influen­
cia persistente de las estructuras institucionales. La prosopografía no p r o ­
porciona todas las respuestas, pero es perfectamente adecuada para re ve­
lamos la urdimbre de vínculos sociopsícológicos que mantienen unido a
un grupo. Por ejemplo, si queremos identificar tales vínculos en tre los lí­
deres de la oposición parlamentaría a Carlos I a finales de las décadas de
1630 y 1640, no resulta de gran ayuda el decidir si cuestiones económicas,
constitucionales o religiosas fueron la causa de la Guerra Civil. Empero,
resulta de gran eficacia el esclarecer el proceso de formación del partido
radical, y a la larga hará que cualquier cuestión de esta índole parezca re­
dundante, por la sencilla razón de que los hombres no arrancan sus insti­
tuciones políticas de raíz, a menos que toda esta diversidad de influencias
converja para constituir un incentivo avasallador para el cambio.
El mejor modo de ejemplificar la magnitud de las aportaciones que la
prosopografta ha hecho a la comprensión histórica durante los últimos
veinte años, es concentrarse en cierta época y en cierto lugar, para lo
cual la historia religiosa, política y social de Inglaterra comprendida
entre 1500 y 1660, servirá a este propósito tan bien como cualquier otro
ejemplo similar. El primer problema importante que se ha visto enri­
quecido por este tipo de estudios es la Reforma inglesa. N o obstante que
durante los cincuentas y los sesentas la tendencia prevaleciente en los
libros de texto era interpretar este hecho en términos primordialmente
políticos, como una gestión de Estado realizada por un puñado de
hombres decididos en la cumbre del poder, al mismo tiempo se elaboraba
toda una serie de monografías que habrían de echar por tierra dicha im a ­
gen simplista. El examen de la condición educativa, moral y financiera
del clero antes de la Reforma ha venido a poner de manifiesto las m úl­
tiples deficiencias del mismo; pero también ha señalado que lo que estaba
ocurriendo no era tanto una decadencia en cuanto a las cualidades y al
celo de dicho clero, sino una intensificación en las exigencias que el laica-
do le manifestaba.40 Vista así, la Reforma aparece como otra "revolu­
ción de prometedoras expectativas” . X.os monjes también han sido estu­
diados prosopográfícamente, obteniéndose resultados similares. A este
respecto se ha establecido que su número disminuyó en el periodo ante­
rior a la Reforma, dándose una deserción voluntaria en masa de la vida
monástica a comienzos de la década de 1530. Es posible ver cómo los monas­
terios y los conventos hacían un esfuerzo desesperado por adaptarse a las
necesidades de las clases altas de la sociedad laica, ya sea sirviendo como

40 Pt'.ter Hcítth, The Englñfi Tarislt Clcrgy on lite Eve nf che Reformación, Londres, i 360, ))\>
M. Bowkcr, The Secular Clcrgy in thc Dio cese of Lincoln, ¡ 491-1520, Cambridge, 19¿8.
80 H IS TO R IO G R A FÍA

asilos para funcionarios y empleados pensionados, como posadas para hi­


dalgos y nobles, o como instituciones para la internación de niños indesea­
bles.41 El destino de los monjes después de la gran Desintegración pronto
se sometió a un análisis prosopográfico, el cual probó más allá de cual­
quier duda la falacia de la antigua leyenda acerca de los sufrimientos de
los desposeídos.42*La conducta de los obispos durante la crisis de Reforma
ha quedado elucidada, al tiempo que las divisiones en cuanto a las opiniones
se han referido d e modo convincente a los diferentes tipos de formación edu­
cativa —teológica o ju ríd ic a --, al igual que a las diferentes líneas de cur­
so, ya sea dentro de la Iglesia o dentro de la burocracia estatal.45
Aún más importante en cuanto a sus consecuencias históricas que estos
valiosos análisis sobre los miembros de las jerarquías oficiales dentro de la
Iglesia, ha sido el descubrimiento de las raíces del radicalismo religioso en
la comunidad civil. Aquí el gran adelanto se llevó a cabo con la publica­
ción del trabajo pionero del profesor A . G. Dickens acerca de los hollarás
and Protestants in the. Diocese o f York (1959), que empleó fuentes desco­
nocidas hasta ese momento, y formuló toda una serie de nuevos proble­
mas, cuya línea de investigación ha sido continuada desde entonces por
los seguidores del autor y diversos estudiosos. Gracias al paciente rastreo
de los herejes protestantes a través de registros de procesos llevados a cabo
tanto en tribunales religiosos como civiles, aspectos como la magnitud, la
influencia, la composición social, las características ocupacíonales y la ex­
pansión geográfica de estas minorías perseguidas, han comenzado por fin
a salir a la luz. Ningún erudito serio descarta ya, como algo carente de
consecuencias para la propagación de las ideas religiosas radicales, el
hecho de que la lolardía sobreviviera; y ahora es posible que observemos
la difusión de las ideas protestantes, no únicamente merced a la diligente
labor de un puñado de eruditos de Cambridge, sino a través de la pe­
netración, desde los puertos hasta las zonas internas del país, de planfle-
tos luteranos importados, biblias traducidas y otro tipo de literatura
subversiva, vía comerciantes, textileros, frailes disidentes, y otros indivi­
duos similares.44
L a ulterior historia religiosa de Inglaterra vino a beneficiarse conside­
rablemente de la prosopografía. Los exiliados marianos que huyeron al

41 G. A. J, Hodgett, “The Unpeusioned Ex-Ueligious ín Tudor Y.n%\ñ.t\á'\ Journal ojEcclcsiaslicnl


llistory, 13. 1962.
42 G. Baákerville, English Monhs and the Suppression o f ihc Monasterios. I.ondros, 1937; Hodgett,
"The Unpcmioncd Ex-Religious in Tudor England"-
45 L. B. Smiih, Tudor Freíalos and Politics, Prínceton, 1953.
44 M. Aston, "Lollardy and the Rcforrnaúon: Survival or Revival?", Hñtory, 49, 1964; J. F. Davis,
"I.ollard Survival and the Tcxtile Industry in the South-East of England", Studtes in Church Hütory,
3, 1966; W. Clebsch, England 5 Eurliesl Protestnnts, 1520 1535, New Ilaven. 1964.
PRO SO FO G RA FÍA «7

extranjero para escapar a la persecución católica de 1553 a 1 558, fueron


una élite intelectual y social coñ la que difícilmente se podría establecer un
paralelismo antes de la huida de los judíos de la Alemania h itle ria n a en
los anos treintas. Asimismo, sé admite hoy día qué su papel eñ la deter­
minación de la forma del Ordenamiento Anglicano de 1558-1559 fu e de
una importancia extrema,45 Nuestra comprensión 'sobre por q u é la Iglesia
anglicana fracasó al principio en su afán por lograr una m a yor acepta­
ción y atraerse más adeptos, ha sido esclarecida mediante la prósopogra-
fía clerical, la cuál ha mostrado las múltiples deficiencias respectó al hú­
mero, la preparación, el celo y la independencia económica del primer
clero parroquial isabelmo.46 Con respecto a uno de los flancos d é la Ig le­
sia Establecida, comenzamos a tener una imagen más exacta d d desarro­
llo del puritanismo merced a un mejor conocimiento sobre quiénes eran
los puritanos, aunque hay mucho por hacér con respectó a los com ercian­
tes, los rectores, los maestros de escuela, al igual qtie el clero y la nobleza
puritanos,474 8En el otro flanco, una comparación geográfica y estadística
muy cuidadosa entre los católicos de la década de 1560 y los católicos de
la de 1580 ha probado de modo concluyente, como no podría hacerlo
otro método, que el auge tardío del catolicismo en la época isabelina fue
un renacimiento sustentado en los hidalgos, cuyo estímulo provino de las
actividades misionales de los sacerdotes de los seminarios, y no una fo r­
ma de supervivencia del catolicismo popular anterior a la R eform a .'18
La historia social, que se ocupa de los grupos más que de los indivi­
duos, las ideas o las instituciones, es el campo al que probablemente más
pueda aportar el prosopógrafo. Los intentos por generalizar acerca de las
transformaciones sociales, anticipándose tanto a análisis locales minu­
ciosos como a estadísticas globales basados en una seria investigación de
archivos, conducen al tipo de callejón sin salida en el que la famosa
"controversia sobxe los hidalgos” se vio enfrascada hace veinte años; en
ella, las hipótesis opuestas respecto a los movimientos sociales generales

45 G. H, Ganen, The Marian lixiles, Cambridge, 1930; M. Waltet, The íievólntion o f the SaiHli,
Cambridge, Mass., 19G5. pp. 92-115; ]. E. Neale, Efizabeth 1 and Her Parlíamenis, 1559-1581.
Londres, Cape, 1953. pane L
40 W, G. Hoskins; ''The Lciccstershirc Cotmtvy Pavson in the SixteenthCcntury”, Essays in Leices-
Urshtre History, Liverpool, 1950; F. W. Brooks, ‘The Social Position of the Patson ín the Sixtccmh
Cemury”, British Archaeological SocietyJournal, 3a, serie, 10. 1948; D. M, Baria, “The Condition
of tlie Parish Clergy Betwcen the Reformatton and 1660“, tesis, Oxford, 1949; P. Tylcr, “The Sta­
tus of the Eluabethan Parochíal Clergy'', Síwdfeí m Church History. 4. 1957.
47 Existe una buena cantidad de material prosopogváfico incidental en el gran libro tic P. Collin-
son, The Eh'xabethan Burilan Movament, Londres, 1967; P. S. Seuver, The Burilan Lectureships,
Stanford, 1970, caps. 5, 6.
48 A, G. Dickens, “The First Stages of Romanist in Yorkshirc, 1560 1590”, Yorhshitc Archaeologí-
cal Journal, 35, 194 L Véanse también J. Bossy, “The Gharactev of Elizabct han Catholidsm”, Past
and l\escnt, 21, 1962; B. Magec, The English Hecusants, Londres, 1938.
88 H IS T O R IO G R A F IA

observados entre 1540 y 1640, al igual que su relación con la revolución,


pasaron de boca en boca con base en ejemplos artificiosamente escogidos y
cuyo carácter típico era completamente desconocido. Desde entonces han
aparecido diversos análisis locales acerca de grupos de hidalgos, y un estu­
dio general sobre la aristocracia, que en cierto grado han contribuido
conjuntamente a suprimir ciertas hipótesis y a proporcionar un funda­
mento estadístico para algunas otras.'15
Por ejemplo, como resultado de muchos años de esmeradísima labor
acerca de los hidalgos de Yorkshire, se lia mostrado que de aquellos hidal­
gos del país que se encontraban en decadencia económica antes de la
guerra y que tomaron partido, tres cuartas parles se adhirieron a los rea­
listas, y tan sólo una cuarta parte a los parlamcntaristas.450 Si esto es cierto
9
en cuanto al país, viene a contradecir la hipótesis del profesor Trcvor-
Roper de que los radicales del lado parlamentarista representaban a los
declinantes “ simples hidalgos". El mismo estudio pone asimismo de m ani­
fiesto la importancia del puritanismo entre muchísimos parlamentaristas,
y del catolicismo entre un número considerable de realistas. Viene a aña­
dir un clavo más al ataúd de la vieja teoría marxista, sustentada tentati­
vamente por R. II. Tawney y j. E. C. H ill, respecto a que la Guerra Civil
fue uu conflicto entre los terratenientes de tendencias capitalistas y
empresariales y los antiguos rc.nl.iers. En este caso, un minucioso análisis
prosopográíico lia puesto a prueba como ningún otro podría hacerlo -
las múltiples teorías acerca de las causas sociales de la revolución, y ha co­
menzado a tamizar la verdad de la falsedad en ellas contenidas.51
Como sería de esperarse, la mayor parte del esfuerzo prosopográíico se
ha orientado hacia las élites políticas, y particularmente hacia los
miembros del Parlamento. Los historiadores de finales del siglo XfX y co­
mienzos del XX habían sentado el papel fundamental desempeñado en la
historia política inglesa por la cada vez más independiente y poderosa Cá­
mara de los Comunes, y desde hacía mucho tiempo se sabía que era preci­
samente aquí donde se debatían las cuestiones fundamentales. Pero sólo
hasta después de la segunda Guerra Mundial los eruditos comenzaron a

49 Para un sumario de la controversia, víanse L, Stone, Social Chance and Revolvtion in England,
1540-1640, 1965, pp. xi-xxvi; M. E. Finch, The WeaUh of Five Northamplonshire Facultes, 1540-
1610, Oxfoul, 1956; Clíffe, The Yorkshire Gtvlry; II. A. Lloyd, The Gañiry of South West W(iles,
1540-1640, Cardíff, 1968; Stone, The Crisis of the Aristocracy. Durante los últimos años se han cien­
to y se siguen escribiendo alrededor de veinte tesis doctorales acerca de diversos grupos de hidalgos cu
varios condados.
50 Oliffe, The Yorkshire Gcntry, p. 354. Los porcentajes y las conclusiones obtenidas a partir de
ellos son míos y jio del doctor CHffe.
51 La prosopogralla tambtéú ha socavado otra hipótesis acerca de las causas ríe la Guerra Civil, a
saber, las afirmaciones de H. R. Trovor-Ropcr acerca del papel de burocracia. G. fc. Aylmer,
“Office-holding asa Factor in Fnglish History, 16?,5-1G42‘\ History, 44. 1959.
PROSOPOGRAl-'ÍA a»

preguntarse qué clase de gente había sido la que había gestado esta histo­
ria. Actualmente contamos con estudios acerca de los m iembros pa rla ­
mentarios de casi todos los Parlamentos comprendidos entre 1559 y 1600,
y como resultado de esto se ha obtenido un cuadro histórico m ucho más
fecundo y convincente.52 A través de estadísticas comparativas y de toda
una serie de minuciosos estudios de caso, podemos observar la expansión
en el número de los miembros del Parlamento, y rastrear sus orígenes en
el afán de los magnates isabelinos por ampliar el margen de su influencia
política, lo mismo que en la disponibilidad de Isabel a hacer concesiones,
sin importar cuán insensatas desde el punto de vista político resultaran a
la larga, que no le significaran desembolsos a corto plazo. Las investiga­
ciones estadísticas han revelado el sorprendente desarrollo en la prepara­
ción académica y la experiencia administrativa de los miembros del
Parlamento, y el incesante aumento en la proporción de los hidalgos. A c ­
tualmente sabemos cómo se elegía a los miembros y de qué manera se p e­
leaban y ganaban los concursos electorales, y estamos comenzando a te­
ner conocimiento sobre la cambiante relación entre los electores y sus
representantes. Podemos rastrear el modo en que disminuyó la influencia
electoral de los grandes magnates de la corte antes de 1640, puesto que
dio lugar a una declinación en el mismo sentido de los caballeros locales,
e incluso de los mismos ciudadanos con respecto a las sillas cumies en los
ayuntamientos.
Los estudios prosopográficos sobre las élites locales fuera del Parlam en­
to, tanto en los condados como en las ciudades, están apenas comenzando
a ser de mayor utilidad para la elucidación de los factores económicos y
sociales subyacentes bajo las alineaciones de partido durante la Guerra
Civil.
Tam bién han revelado que, en ciertos condados y poblaciones pero
no en todos- -, los miembros de los hidalgos de mayor jerarquía y las anti­
guas oligarquías urbanas se retiraron a finales de la década de 1640 del
ejercicio de puestos de autoridad, y fueron sustituidos por hombres pro­
venientes de los hidalgos de menor jerarquía y los pequeños comercian­
tes, conforme se adoptaban políticas más radicales para la prosecución
de la guerra y el logro de un ordenamiento político.53

52 Las tesis no publicadas de los discípulos de sir John Neale. una brillante síntesis e interpretación
cuyos resultados se presentan en svt JKUzabethan lio use o f Commons. T. L. Moir, The Addled
Pnrliament o j 1614, Oxford, 1958; Keeler, The Long Parliament; Brunton and Pennington, Mem-
beys oftfie Long Parliament\ P. J. Pinknev. *‘The Crmiwellian Parliamcnt of 1656‘\ tesis, Var.der-
bilt 19f>‘¿ M. E. W. Hclms, “The Convention Parliamcnt of 1660”, tesis, Bryn Mawr, 1963.
5* Evcritt, The Cotnmunity o f Kent, p. 143; V. Peavi, Londort and the Outbreak of íhe Puritan
Revolution, Londres, 1961, p. 160; R.G, Howell, NexvCastle upon Tyne and the Puntan Revoluiton,
Oxford, 1967. pp. 171-173. La antig-ua élite se mantuvo en Suffolk. Véase A. Evcritt, Suffolk and Ihc
Great ft.e.bcllton. 1640-1660. Suffolk Record Socicty, 3, 1960.
90 H IS TO R IO G R A FÍA

L a principal conclusión que surge de este análisis bibliográfico es que


el m étodo funciona mejor cuando se aplica a grupos bastante reducidos y
de fácil definición por un periodo limitado que no exceda en mucho los
cien años, cuando los datos se extraen de una amplísima diversidad de
fuentes que se complementen y enriquezcan mutuamente, y cuando el
análisis se orienta a la resolución de un problema específico. Los lolardos
y los protestantes de comienzos del siglo XVI, o los sediciosos del capitán.
Swing de comienzos del XIX, constituyen temas ideales de estudio. En
cuanto a las encuestas ambiciosas sobre cientos de miles de individuos por
periodos de tiem po muy vastos — que emplean únicamente las fuentes
impresas más accesibles, y aplican un enfoque disperso, como de ráfagas
de escopeta, sobre problemas que pueden responderse— , es mucho m e­
nos probable que produzcan resultados valiosos.

Conclusión

La prosopografla se halla actualmente en proceso de maduración. Des­


pués de haber pasado por los desvarios y los excesos de la adolescencia, se
aboca a sentar cabeza en medio de la monótona rutina que impone una
temprana y responsable edad madura. Si bien la escuela elitista tuvo sus
orígenes en Alemania y en los Estados Unidos, se desarrolló por primera
vez en Inglaterra, tanto dentro de la historia moderna como de ia clásica,
y aún gran parte del trabajo rnás selecto proviene de allí. Pero esta
temprana labor precursora está siendo alcanzada actualmente, tanto
cuantitativa como cualitativamente, por la efusión de trabajo erudito
proveniente de los Estados Unidos. Este último país ha sido siempre el
centro principal de la escuela de masas, y actualmente su escala de pro­
ducción y su refinamiento metodológico se incrementan rápidamente.54
Las principales causas de esta proliferación de una prosopografia históri­
ca y científica en los Estados Unidos han sido la auténtica influencia ejer­
cida por la sociología y la ciencia política, y la adelantada capacitación en
el uso de la computadora, combinada con el fácil acceso a la misma. Ei
logro institucional más impresionante de esta escuela ha sido la creación
del Inter-University Consortium for Political Research de la Universidad

Los relevantes estudios acerca de las élites por parte de eruditos norteamericanos dentro de la
historia norteamericana incluyen a; J. T. Main, The Upper Hause in Revolutionaxy America, 1763-
1788. Madison, 1967; D. J. Rothman, Politics and Power: The United States Sánate, 1869 1901,
Cambridge, Mató., 1966; S. H. Aronson, Status and Krnship in ihc ITigher Civil Service, Cambridge,
Ma&s., 196-1; B. Bailyn, Nexo England Merchants in the Seventecnth Century, Cambridge, Mass.,
1955; G.W. Milla, The Poxoer Elite, Nueva York, 1956; F. M. G. Harris, "The Social Origina oí
American Leadcrs: The Dcmographic Foundatiom**, Per.spectives in American Iíistory. 5, 1969,
pp. 159*3-16. Para las bibliografías con respecto a la escuela de masas, véase la anterior nota 12.
PR O SO FO G R A FIA 91

de Michigan. Aquí se recaba actualmente información, la cual se procesa


en forma legible por la máquina, acerca del comportamiento electoral,
según su registro en las listas del Congreso, de cada uno de los congresistas
desde 1789. Además, se están suministrando a los psefólogos datos refe­
rentes a la votación popular verificada en cada una de las elecciones a ni­
vel condado desde 1824, en correlación con la información de las declara­
ciones censales a partir de 1790 sobre el ingreso, la raza, la religión, y
otras variables fundamentales con respecto a cada condado y estado.53
Actualmente se comienzan a recabar datos estadísticos legibles por la má­
quina con respecto a periodos anteriores de la historia de Estados Unidos,
cosa que se está haciendo en el caso de otros países.
Es indicativo de la bifurcación que se dio en los sesentas con respecto a
la orientación de la erudición inglesa y de la norteamericana, el hecho de
que el monumento comparable en honor de la prosopografía en el lado
oriental del Atlántico asumiera la forma más bien diferente de un proyec­
to de posguerra sobre la historia del Parlamento. Iniciado y concebido
por sir Lewis Namier, éste comenzó en 1951 y resultó en un diccionario
biográfico de múltiples volúmenes acerca de todos los miembros del
Parlamento, concatenado mediante volúmenes introductorios que emplea­
ban esta información personal para suministrar estudios de caso que
fueran esclarecedores, reunir comparaciones estadísticas y sacar conclu­
siones políticas. Es característico del enfoque adoptado en Inglaterra el
que este proyecto esté financiado por el gobierno y no por las universida­
des o las fundaciones, el que la información biográfica ailí recopilada no
esté siendo elaborada en una forma legible por la máquina (excepto en
aquel periodo en que la dirección editorial estuvo a cargo de un norte­
americano), y el que se ponga un mayor énfasis en las biografías y los es­
tudios de caso antes que en las estadísticas.56
Francia es el tercer centro importante de investigación histórica en el
mundo, pero durante los últimos treinta años los mejores historiadores
franceses han estado dedicados a la indagación exitosa y asombrosa de
nuevas técnicas de investigación. Han sido pioneros en ciertos estudios
55 Véase M. Ctubb, "The Inter-University Consortuun for Toliticai Research: Progresa and Pros-
pe.cts”, Hütorical Methads Newslelter, 2, 1969.
56 El primer míenlo abortivo por emprender este proyecto luvo lugar en 1929, cuando se confor­
mó un comité especial por parte de la Cámara de los Comunes para investigar “los materiales dispo­
nibles para hacer el registro del personal y de la política de miembros que hubieran pertenecido a la
Cámara de los Comunes en el pasado entre 1264 y 18S£, al igual que el costo y la deaeabilidad de su
publicación”. El comité rindió un informe favorable y en los treintas el coronel Wedgwood publicó
dos volúmenes acerca de los miembros del Parlamento entre 1439 y 1509. Desafortunadamente, no
publicó el tercer volumen de síntesis, y en todo caso sus métodos fueron tan criticados que se abando­
nó cualquier trabajo ulterior dentro de esta línea. J. C. Wedgwood, History o f Parliament,
Biographics oj Menibers of lite Coimnons' I lause, 509, Londres, 1936-1938. Reseña por M.
McKisack en EngUsU Historical Revieu), 53. 1938, pp. 503-506.
92 H IS TO R IO G R A FÍA

brillantes sobre ei ambiente de ciertas sociedades locales, consideradas


como una totalidad y analizadas con bastante profundidad, han produci­
do algunas series periódicas sobre precios, comercio exterior y producción
industrial, y han sido precursores en el estudio científico de la demografía
histórica. Únicamente durante los últimos años los historiadores franceses
han comenzado a abocarse a la prosopografía, y en conformidad con su
añeja proclividad hacia la cuantificación, se hallan empeñados actual­
mente en algunos proyectos a muy gran escala de la escuela de masas,
empleando para ello los más refinados artilugios computacionales.07
Dichos proyectos están siendo auspiciados por la VI Sección de la École
Platique des Hautes Études de París, que por décadas ha sido e! centro de
la. investigación histórica estadística en Francia.
Una de las razones — aunque de poco peso e irrelevante - de por qué la
prosopografía continuará su desarrollo en ambos lados del Atlántico, es el
hecho de que se halla perfectamente adaptada a los requerimientos de los
trabajos de investigación y de las disertaciones doctorales. Introduce al es­
tudiante neófito a un margen bastante amplio de fuentes, le enseña cómo
evaluar la información y aplicar su criterio para resolver las contradic­
ciones*, 1c exige una meticulosa exactitud y el ordenamiento de la infor­
mación de acuerdo con una base metódica, y le ofrece un tema de análisis
susceptible de ampliarse fácilmente o reducirse mediante la modificación
del tamaño de la muestra, con objeto de cumplir con los requerimientos
tocantes al tiempo y a los recursos disponibles. Es indudable que parte de
esta investigación contribuye al desarrollo de una nueva labor de anti­
cuario — la recabación de datos por sí misma--, pero bajo una guía ta­
lentosa y organizada estos proyectos pueden ser ajustados por el direc­
tor para producir una aportación que sea útil al acervo de conocimientos
históricos.
Una segunda razón —ésta sí poderosa pero igualmente irrelevante —
para la ulterior propagación de la prosopografía sería el advenimiento dé­
la computadora, cuya importancia está apenas comenzando a ponerse
de manifiesto cabalmente. Cuando los historiadores empezaron de mane­
ra tímida y lenta a explorar las potencialidades de esta nueva herramien­
ta tecnológica, comenzaron a darse cuenta de su capacidad casi ilimitada
para manejar justo el tipo de material descartado por la prosopografía.
Puesto que correlacionar numerosas variables que afecten a grandes can­
tidades de datos, recabándolas sobre una base uniforme, es precisamente1 7

17 E. I.o Roy I.adurie, N. Bmiageau c Y. Rasquen "Le conscrit ei t’ordinateiiv: pmpcciives de


recherrlies", StudiStorici, 10. 1969. Entre los recientes estudios franceses acerca <le las élites se mchu
yen: I*'. Bluche. Les magútrats dn Parlement de París au X VIII* sivele, París. 1960; A. Corvísier.
l.'arméc francaise de la fin du XV Hr sicele au rninistérc de Choiseul. París. 1964; L. Gira id, A.
Prosi, R. Gossez, Les Conseillets Généraux en 1870, París. 1967.
PROSOPOGRAFÍA 9.1

lo que la computadora puede hacer mejor; y es esto lo que resulta más la ­


borioso, y en muchos casos virtualmente imposible de realizar, incluso
para aquellos historiadores de mente más matemática que trabajan sin
ayuda electrónica. Es penoso admitir que es el advenimiento de un dispo­
sitivo técnico lo que deberá dictar el tipo de preguntas históricas que
habrán de formularse, al igual que los métodos que tendrán que e m p lea r­
se para responderlas, pero sería adoptar la actitud del avestruz el fin gir
que esto no está ya sucediendo, o que no se realizará en una m ayor escala
en los próximos años.
Debe admitirse que hay ciertos peligros inherentes en el éxito mismo y
en la popularidad de la prosopografía. El primero se refiere a que los p r o ­
yectos realmente grandes, como el trabajo de sir John Neale acerca de los
Parlamentos isabelinos, el del profesor W . K. Jordán sobre la acción ca ri­
tativa, o el todavía más grande proyecto de sir Lewis Nam ier referente a
la historia del Parlamento, deben llevarse a cabo por equipos de investí
gadores que recaben los datos según los lincamientos fijados por el d ir e c ­
tor. Después, este material se estudia, se coteja, y es finalmente publicado
por el director, que es quien recibe el crédito,58 La investigación colectiva
ha sido ya plenamente aceptada por los físicos como un proceso fam iliar y
necesario, pero implica un grado de peonaje intelectual, por parte de los
estudiantes y de un cuerpo docente subalterno al servicio del profesor,
que muchos eruditos formados dentro de una tradición historiográfica
más añeja e individualista encuentran perturbador. El segundo peligro es
que en lugar de tener un acercamiento, la escuela de masas y la escuela
elitista lleguen a especializarse cada vez más, de acuerdo con sus diferentes
enfoques, la primera volviéndose más científica y cuantitativa, mientras
que la segunda más impresionista y abocada a ejemplos individuales
controlados inadecuadamente mediante maestreo aleatorio. Esto sería
desastroso para la profesión, puesto que significaría el fin de una
fructífera y fecunda interacción. El peligro se ha hecho mucho m ayor a
causa del advenimiento de la computadora, cuyo uso ha sido abrazado
por aquellos de mente más estadística con todo el indiscriminado entu­
siasmo propio de la ninfomanía; y rechazado por otro lado por los menos
científicos, en parte por gazmoñería intelectual, y en parte por una ign o­
rancia satisfecha con respecto a los placeres a que están renunciando. Lo
accesible de la computadora hará cada vez más tentador el que algunos
historiadores dediquen sus esfuerzos a problemas cuya resolución sea p o ­
sible m ediaste cuantiíicación, problemas que son en ocasiones.. aunque
de ninguna manera siempre.. los más importantes o los más interesantes.

Véase .}. K. Neate, "Tha Biographieal Appvoseh to Htstovy", en sus kitays in hUúabothaii Mis-
tory, Nueva York. 1958, pp. 229-2M.
ÍM h is t o r io g r a f ía

Asimismo, los inducirá a abandonar las técnicas de rmiestreo, que con


frecuencia resultan perfectamente adecuadas a sus propósitos, y a empe­
ñarse en investigaciones estadísticas —que demandan mucho tiempo —
acerca de poblaciones totales, lo cual'viene a ser en muchos casos un pro­
cedimiento enteramente innecesario. Es posible que otros historiadores
lleguen a considerar la computadora cada vez más como una amenaza a
su predominio intelectual, y se retiren aún más a los oscuros rincones de
la metodología impresionista. L o que viene a agravar la situación es que
se dan fuertes alusiones de carácter nacional en favor de dicha división,
puesto que tanto los norteamericanos como los franceses tienen un acceso
y una confianza mucho mayores en la computadora que sus colegas ingle­
ses; hay también fuertes alusiones culturales a este respecto, que amena­
zan con una nueva batalla campal entre los antiguos y los modernos, y
entre las humanidades y las ciencias; e incluso alusiones filosóficas donde
se subraya un choque violento entre los Hechos y la Fantasía, entre Mr.
Gradgrind y Sissy Jupe.* Como resultado de esto, podría transcurrir
mucho tiempo antes de que se alcanzara un total acuerdo de opiniones.
Sin embargo, la prosopografía conlleva la potencialidad de ayudar en la
recreación dé un campo unificado a partir de la dispersa confederación
de temas y técnicas, empedernidamente independientes, que conforman
en el presente los dominios de) historiador. Tam bién ésta podría ser un
medio para vincular a la historia institucional y constitucional, por una
parte, con la biografía personal, por la otra, las cuales constituyen las dos
habilidades más antiguas y mejor desarrolladas del historiador, pero que
hasta el presente han seguido trayectorias más o menos paralelas. Asimis­
mo, podría combinar el talento humano para la reconstrucción histórica,
a través de un concentrado y minucioso análisis de los detalles significati­
vos y los ejemplos particulares, con las preocupaciones teóricas y
estadísticas de los científicos en el campo social; también podría confor­
mar el nexo faltante entre la historia política y la historia social, que en el
presente se abordan con excesiva frecuencia dentro de compartimientos
bastante herméticos, ya sea a través de diferentes monografías o diferen­
tes capítulos dentro de un único volumen, Además, podría ayudar a re­
conciliar a la historia con la sociología y la psicología. Y podría finalmen­
te formar un hilo conductor con los diversos cabos, en él que quedaran
entrelazados los estimulantes adelantos de la historia cultural e intelec­
tual con su sustrato social, económico y político. El que la prosopografía
haya de aprovechar o no todas o algunas de estas oportunidades, depen­
derá de la pericia, el refinamiento, la modestia y el sentido común de la
siguiente generación de historiadores,

* Personajes de la novela de Díckcns Tiempos difíciles. [F.)


III. EL RESURGIMIENTO DE LA NARRATIVA:
REFLEXIONES ACERCA DE UNA NUEVA Y VIEJA
HISTORIA*
i

L o s historiadores siempre han contado relatos. Desde Tucídides y T á ­


cito hasta Gibbon y Macaulay, la composición de una narrativa expresada
en una prosa elegante y vivida se consideró siempre corno su más grande
ambición. La historia se juzgaba corno una rama de la retórica. Em pero,
durante los últimos cincuenta años esta función abocada a contar relatos
se ha visto desprestigiada entre aquellos que se consideran com o la van­
guardia dentro de la profesión, es decir, quienes practican la así llamada
"nueva historia" de la era posterior a la segunda Guerra M u n d ia l.1 En
Francia, este contar relatos se tildó como "l'histone événementielle” . A c ­
tualmente, sin embargo, he encontrado pruebas respecto a una corriente
subrepticia que está absorbiendo de nuevo a muchos de los prominentes
"nuevos historiadores” dentro de cierta forma de narrativa.
Antes de abocarnos al examen de las pruebas respecto a este viraje, y
antes de especular sobre qué pudo haberlo causado, sería conveniente
esclarecer ciertas cosas. La primera se refiere a qué se quiere decir aquí
por “ narrativa” .2 La narrativa se entiende como la organización de cierto
material según una secuencia ordenada cronológicamente, y como la dis­
posición del contenido dentro de un relato único y coherente, si bien cabe
la posibilidad de encontrar vertientes secundarias dentro de la trama. La
historia narrativa difiere de la historia estructural fundamentalmente de
dos maneras: su ordenación es descriptiva antes que analítica, y concede
prioridad al hombre por sobre sus circunstancias. Por lo tanto, se ocupa
de lo particular y lo específico más bien que de lo colectivo y lo estadísti-

* Estoy considerablemente en cicada con mi esposa, y con mis colegas los profesores Roben Oarn-
ton, Natalic Davis, Félix Gilbcrt, Charles Gillispic, Thcodore Rabí), Cari Schorske y con muchos
otros por sus valiosas críticas a un primer borrador de este ensayo. He aceptado la mayor parte de las
sugerencias, aunque la responsabilidad por la redacción final me concierne a mí únicamente.
1 No debería confundirse a este grupo reciente de “nuevos historiadores" con los “nuevos histo­
riadores” norteamericanos pertenecientes a una generación anterior, como Charles Bcard y james
Harvey Robínson.
2 Para la historia de la narrativa, véanse L. Gossman, "Augustin Thjerry and Liberal I-Iísto*
riogrftpliy", HiUoryanU Tiuióry, BéiKeft 15, 1979, y 11. Whiic, Méluhntory thc iiitlorfcál ¡ magín «-
tion m the Nineteenth Century, Baltimore. 1973. (Estoy en deuda con el profesor I<. Starn porfiaber
llamado mi atención a este último.)
95
90 H IS T O R IO G R A F ÍA

co. I,a narrativa es un modo de escritura histórica, pero es un modo que


afecta también y es afectado por el contenido y el método.
El tipo de narrativa que tengo en mente no es la del simple informador
con visos de anticuario, ni tampoco la del analista. Es una narrativa
orientada por cierto “ principio fecundo” , que posee un tema y un argu­
mento. El tema de Tucídides fueron las Guerras del Peloponeso y sus ne­
fastos efectos sobre la sociedad y la política griegas; el de Gibbon fue
exactamente lo que su título sugiere; el de Macaulay fue el surgimiento de ;
una constitución de participación liberal en medio de las tensiones de una ;
política revolucionaria. Los biógrafos nos cuentan el relato de una vida, í
desde el nacimiento hasta la muerte. Ninguno de los historiadores narra­
tivos, según los he definido, elude en absoluto el análisis, aunque no es
éste el armazón desde el que su trabajo se elabora. Y finalmente, les ata­
ñen profundamente los aspectos retóricos de su exposición. Sea que ten­
gan éxito o no en su empeño, es indudable que aspiran a una elegancia en
ei estilo, conjuntamente con comentarios ingeniosos y aforísticos. N o les jo-
satisface el desperdigar palabras a lo largo de una página y dejarlas per­
manecer allí, como si fueran boñiga de vaca en medio de un campo, bajo ;
pretexto de que puesto que la historia es una ciencia no requiere la ayuda
de arte alguno.
Las tendencias que se han identificado aquí no deben considerarse como
aplicables a la gran mayoría de los historiadores. Lo único que se in­
tenta es indicar un cambio manifiesto en cuanto al contenido, el método
y el estilo dentro de una diminuta, aunque desmesuradamente prominen-
te sección de la profesión histórica vista como un todo. La historia ha te-•
nido siempre muchas moradas, y deberá continuar teniéndolas a fin de
florecer en el futuro. El triunfo de algún género o escuela conduce a la j
larga a un sectarismo estrecho, o a un narcisismo y a una autoadulación
que se traducen en un desprecio y en una actitud tiránica hacia los que no
pertenecen al campo, conjuntamente con otro tipo de características des- j
agradables y contraproducentes. Todos sabemos de casos en que esto ha
ocurrido. Hay algunos países e instituciones en que ha resultado malsano ;
el que los "nuevos historiadores” hayan hecho las cosas como han querido
durante los últimos treinta años; y será igualmente malsano el que una
nueva tendencia, en caso de que sea una tendencia, consolíde un dominio %
similar aquí o allá.
Es también fundamental dejar sentado de una vez por todas que este.rip
ensayo intenta trazar los cambios observados de una manera histórica, no Leí
hacer juicios de valor respecto a qué modos de discurso histórico son más
satisfactorios que otros. Los juicios de valor difícilmente pueden evitarse, i
en el caso de cualquier estudio historiográíieo, empero este ensayo no se i ­
E l. RESU RGIM IENTO DE L A N A R R A T IV A !>V

propone izar bandera alguna o comenzar una revolución. N o se está ins­


tando a nadie a que se deshaga de su calculadora y cuente un relato.

II

Antes de considerar las tendencias recientes, es preciso remontarse en el


tiempo con objeto de explicar el que muchos historiadores hayan a ba n d o­
nado, hará unos cincuenta años, el ideal de una tradición narrativa de
dos mil años. En primer lugar, a pesar de las apasionadas aserciones en
contra, se admitió en general, y cort cierta justicia, que el responder al
quC y al cómo de una manera cronológica, incluso bajo la orientación de
una argumentación central, no permitía avanzar mucho de hecho hacia
la respuesta del porqué. Además, en ese entonces los historiadores se
hallaban bajo la fuerte influencia tanto de la ideología marxista com o de
la metodología de la ciencia social. Como resultado de esto, su interés eran
las sociedades, no ios individuos, y confiaban en que podía llevarse a cabo
una "historia científica” que con el tiempo produjera leyes generalizadas
para explicar las transformaciones históricas.
Aquí debemos detenernos de nuevo para definir qué se entiende por
"historia científica” . La primera “ historia científica” fue form ulada
por Ranke. en el siglo XIX, y tenía como base el análisis de nuevas fuentes.
Se dio por hecho que una detenida crítica textual de los registros no reve­
lados hasta ese momento, que se hallaban sepultados en los archivos esta­
tales, establecería de una vez por todas los hechos de la historia política.
Durante los últimos treinta años, se han dado tres tendencias muy d ife ­
rentes de historia científica dentro de la profesión, las cuales no se basan
en nuevos datos, sino en nuevos modelos o nuevos métodos: se trata del
modelo económico marxista, el modelo ecológico-demográfico francés, y
la metodología “cliométrica" norteamericana. Según el antiguo m odelo
marxista, la historia sigue un proceso dialéctico de tesis y antítesis, a tra­
vés de nn conflicto de clases, las cuales se crean pot los cambios en cuanto
al control de los medios de producción. En los treintas esta idea terminó
en un determinismo económico/social bastante simplista, el cual afectó a
muchos jóvenes eruditos de la época. Esta noción de historia científica fue
fuertemente defendida por los marxistas hasta finales de los cincuentas,
como lo demuestra el hecho de que el cambio en el subtítulo de Past a?id
Presen!, de “ Un diario de historia científica” a “ Un diario de estudios his­
tóricos", no ocurriera hasta 1959. Debe advertirse que la actual genera­
ción de "ncomarxistas" parece haber abandonado gran parte de los d o g­
mas básicos de los historiadores marxistas tradicionales de los treintas,
puesto que actualmente se ocupan del Estado, la política, la religión y la
98 H IS TO R IO G R A FIA

ideología al igual que sus colegas no marxistas, y en este proceso parecen


haber dejado de lado la afirmación de aspirar a una “historia científica".
El segundo significado de “ historia científica” es aquel usado desde
1945 por la escuela de historiadores franceses de los Anuales, cuyo vocero,
si bien radical, podría ser el profesor L e Roy Ladurie. Según esta escuela,
la variable fundamental en la historia son los cambios en el equilibrio
ecológico entre el suministro de alimentos y la población, un equilibrio que
deberá determinarse necesariamente mediante análisis cuantitativos a
largo plazo sobre productividad agrícola, cambios demográficos y pre­
cios de los alimentos. Esta clase de “historia científica” surgió de la com­
binación de un añejo interés en Francia por la geografía histórica y la
dem ografía histórica, aunado a la metodología de la cuamificacíón. Le
Roy Ladurie nos dijo categóricamente que "la historia que no es cuantifi-
cable no puede pretender ser científica” .3
El tercer significado de "historia científica" es prirnordialmcnte norte­
americano, y se basa en la afirmación, expresada con claridad y en voz alta
por los “ciiometristas” , de que sólo su muy peculiar metodología cuan­
titativa puede aspirar a ser científica.4Según ésta, la comunidad histórica
puede dividirse en dos. Existen “ los tradicionalistas” , que incluyen tanto a
los historiadores con un estilo narrativo a la antigua, los cuales se ocupan
principalmente de política de Estado y de historia constitucional, corno a
los “ nuevos” historiadores económicos, demográficos y sociales de las es­
cuelas de los Anuales y de Past and Present - no obstante el hecho de que
los segundos emplean la cuantificación y de que por varias décadas ambos
grupos fueron enemigos acérrimos, especialmente en Francia — . Los his­
toriadores científicos, o ciiometristas, constituyen un caso aparte, ya que
se definen por una metodología más que por algún tema o interpretación
específicos acerca de la naturaleza de las transformaciones históricas. Son
historiadores que construyen modelos paradigmáticos, algunas veces
contrafácticos, acerca de mundos que jamás existieron en realidad; y
prueban ia validez de los modelos mediante las fórmulas matemáticas
y algebraicas más refinadas, aplicadas a cantidades muy vastas de datos
electrónicamente procesados. Su campo específico es la historia económi­
ca, misma que han conquistado virtualmente en los Estados Unidos; asi­
mismo, han hecho grandes incursiones en la historia de la política
demográfica reciente mediante la aplicación de sus métodos al comporta-

3 Lo Roy I.adune, The Terrilory o f lile Historian, Nueva York, 1979, p. 15 y Parte I,
passivi.
* Un ensayo no publicado de R. W. Fogel, “Scicntífic History and Traditionai History" (1979),
ofrece el caso más persuasivo ai que es posible referirse para considerar a ésta como la fínica "historia
científica" en sentido verdadero, Pero sigo sin estar convencido de ello.
El. R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 99

miento electoral, tanto del electorado como de aquellos que son electos.
Estas grandes empresas son necesariamente el resultado de un trabajo de
equipo similar a la construcción de pirámides: contingentes de asiduos
asistentes compilan datos, los cuales codifican, programan y pasan a tra ­
vés del “ tracto digestivo” de la computadora, todo esto bajo la dirección
automática de un líder del equipo. Los resultados no pueden verificarse
mediante ninguno de los métodos tradicionales, puesto que las pruebas se
hallan sepultadas en cintas privadas de computadora, en lugar de ex p re­
sarse en notas de pie de página destinadas a la publicación. En cualquier
caso, los datos se exhiben con frecuencia en una forma m atem áticam ente
tan abstrusa, que resultan ininteligibles para la mayoría de quienes ejer­
cen la profesión histórica. Lo único tranquilizador para los perplejos legos
es que los miembros de esta orden sacerdotal discrepen furiosa y pú blica­
mente sobre la validez de los resultados de unos y de otros.
Estos tres tipos de "historia científica” se hallan traslapados en alguna
medida, pero son lo suficientemente distintos, ciertamente a los ojos de
quienes los practican, para justificar la creación de esta tipología tripartita.
Otras explicaciones "científicas" sobre las transformaciones históricas
se han visto favorecidas por algún tiempo, para luego pasar de moda. El
estructuralismo francés produjo cierta labor teórica brillante, pero nin­
gún trabajo histórico específico de importancia - a menos que se conside­
ren los escritos de Michel Foueauk como trabajos primordialmente histó­
ricos, más bien que como una filosofía moral en la que se aluden ejemplos
tomados de la historia---. El funcionalismo parsoniano, al que precedió la
obra Scientij'ic Theory o f Culture de Maíinowski, tuvo una trayectoria
bastante larga, a pesar de su incapacidad para dar una explicación acer­
ca de las transformaciones en el tiempo, y del hecho evidente de que la
correspondencia entre las necesidades materiales y biológicas de una so­
ciedad, y las instituciones y los valores por los que ésta vive, ha distado
siempre mucho de ser perfecta, mostrándose con frecuencia bastante
pobre en verdad. Tanto el estructuralismo como el funcionalismo han
proporcionado valiosas aportaciones, pero ninguno ha podido aproxi­
marse siquiera a una explicación científica global acerca de las transfor­
maciones históricas a las que pudieran recurrir los historiadores.
Estos tres grupos principales de historiadores científicos, que flo re­
cieron, respectivamente, de los treintas hasta los cincuentas, de los cin­
cuentas hasta mediados de ios sesentas, y de los sesentas hasta comienzos
de los setentas, tenían una absoluta confianza en que los problemas más
importantes con respecto a la explicación histórica eran resolubles, y de
que en un momento dado serían ellos quienes les darían solución.
Suponían que llegarían a proporcionarse finalmente soluciones irreba­
tibles en lo tocante a cuestiones hasta hoy día desconcertantes, tales
100 h is t o r io g r a f ía

como las causas de "las grandes revoluciones” o los cambios de! feudalis­
m o al capitalismo, o bien de las sociedades tradicionales a las modernas.
Este vehemente optimismo, que se hizo tan ostensible de los treíncas a los
sesentas, fue reforzado entre los dos primeros grupos de "historiadores
científicos” por la creencia de que las condiciones materiales tales como
los cambios en la relación entre la población y el suministro de alimentos,
o los cambios en los medios de producción y en el conflicto de clases,
constituían ias fuerzas directrices de la historia. Muchos de ellos, aunque
no todos, consideraban los acontecimientos intelectuales, culturales, reli­
giosos, psicológicos, jurídicos, e incluso políticos, corno meros epifenóm e­
nos, Debido a que un determinismo económico y/o demográfico fue lo
que fijó en gran medida el contenido del nuevo género de investigación
histórica, resultó que un procedimiento analítico más bien que narrativo
era el que se ajustaba ópticamente para la organización y la presentación
de los datos, y que estos últimos debían ser hasta donde fuera posible
cuantitativos en su naturaleza.
Los historiadores franceses, que en los cincuentas y los sesentas se halla­
ban a la cabeza de esta valiente empresa, desarrollaron una clasificación
jerárquica estándar: en primer término, tanto por su posición como por
su orden de importancia, estaban los hechos económicos y demográficos;
después de la estructura social; y finalmente los acontecimientos intelec­
tuales, religiosos, culturales y políticos. Estos tres renglones fueron conce­
bidos como los pisos de una casa: cada uno descansando sobre los cimien­
tos del de abajo, pero ejerciendo los superiores un efecto recíproco
ínfimo, por no decir nulo, sobre los inferiores. En ciertas manos, la nueva
metodología y las nuevas cuestiones produjeron resultados que fueron
poco menos que sensacionales. Los primeros libros de Fernand Braudel,
Fierre Goubort y Kmmanuel L e Roy Ladurie figurarán entre ios escritos
históricos más grandes de todos los tiempos.!l Por sí solos justifican sobra­
damente la adopción hecha por toda una generación del enfoque analíti­
co y estructural. (
I.a conclusión, sin embargo, fue un revisionismo histórico exacerbado.
Puesto que sólo el primer renglón era el realmente importante, y puesto
que el tema de estudio se ícfería a las condiciones materiales de las masas,
y no a la cultura o a las élites, vino a ser posible hablar acerca de la historia
de la Europa continental comprendida entre los siglos Xiv y XVIII como de
"l'h isloirc im m o b ile ". El profesor 1.e Roy Ladurie argüyó que nada, abso­
lutamente nada, había cambiado durante esos cinco siglos, ya que la so­
ciedad había permanecido obstinadamente encerrada dentro do su tradi-5

5 F. Braudel, 1& Medite-,-ranée au Tcutps de Philippe tí, tGiíi., 1049; F. Coubcit, ih'uuvais et le
fteauvaüis de 1600 á í'/)0, París, 1066; E. l.« Roy Ladurie, Les Payutns du Langucdoc, París. 1966.
EL. RESU RG IM IEN TO DE LA N A R R A T IV A 101

cional e inalterada "éco-déniographie.",6 En este nuevo m odelo histórico,


movimientos tales como el Renacimiento, la Reforma, la ilustración y el
surgimiento del Estado moderno simplemente desaparecieron. Se pasa­
ron por alto las transformaciones masivas en cuanto a la cultura, e.l arte,
la arquitectura, la literatura, la religión, la educación, la ciencia, el d e ­
recho, la constitución, la construcción del Estado, la burocracia, la o rg a ­
nización militar, las disposiciones fiscales, etc.., que tuvieron lugar entre
los niveles jerárquicos superiores de la sociedad durante esos cin co siglos.
Esta curiosa ceguera fue el resultado de una firme creencia en que todas
estas materias venían a ser partes del tercer renglón, una mera super­
estructura superficial. Cuando, recientemente, algunos eruditos de esta
escuela comenzaron a emplear sus métodos sobradamente probados en
problemas tales como Ja alfabetización, los contenidos de las bibliotecas y
el auge y la caída de la piedad cristiana, describieron sus actividades
corno la aplicación de la cuantificación a "le troisiéme ntveau".

III

Una primera causa para el resurgimiento de la narrativa sería el extendi­


do desencanto con respeto al modelo económico determinista de explica­
ción histórica, lo mismo que a la clasificación jerárquica tripartita a que
dio lugar. La escisión entre la historia social, por una parte, y la historia
intelectual, por otra, ha tenido consecuencias bastante desafortunadas.
Ambas se han vuelto aisladas, introvertidas y estrechas en cuanto a sus
enfoques. En los Estados Unidos, la historia intelectual que una vez fuera
la insignia distintiva de la profesión, atravesó por tiempos difíciles y du­
rante algún tiempo perdió confianza en ella misma;7 la historia social ha
tenido un florecimiento que jamás había exhibido, pero su arrogancia
con respecto a sus logros aislados no vino sino a presagiar un final declina-
rniento en su vitalidad, cuando la fe en las explicaciones puramente eco­
nómicas y sociales comenzó a decaer. El registro de la historia ha obligado
actualmente a muchos de nosotros a admitir que existe un flujo recíproco
extraordinariamente complejo de interacciones entre tos hechos referen­
tes a la población, el suministro de alimentos, el clima, las reservas en oro
y plata, los precios, etc., por una parte, y los valores, las ideas y las cos­
tumbres, por la otra. Conjuntamente con las relaciones sociales de status
o de clase, todo lo anterior conforma una única red de significado.

E. Le Roy Ladurie. "L'histobo ¡inmolóte”. crv su t.r Territoirv de [‘Historien, 11, Parts, 1978
{«crito «i 1975).
7 R Oauiton, 'ítH'ÓL:ion! .mil Cultural Hístory*1, iiístory m our Ttmi'. como. M. K.tmmen,
HHnca, r900.
102 H IS TO R IO G R A F IA

Muchos historiadores creen hoy día cjue la cultura del grupo, e in­
cluso la voluntad individua], son agentes causales del cambio tan im ­
portantes —por lo menos potencialmente— como las fuerzas impersona­
les responsables de la producción material y el crecimiento demográfico.
N o existe ninguna razón teórica para que los segundos factores determi­
nen a los primeros, más bien que viceversa, y de hecho hay una abundan­
te información en cuanto a ejemplos que indican lo contrario.8 La anti­
concepción por ejemplo, es claramente tanto el producto de un estado
mental, como d e circunstancias económicas o descubrimientos tecnológi­
cos. La prueba de este argumento puede hallarse en la amplia propaga­
ción que esta práctica tuvo en toda Francia, mucho antes de ¡a in­
dustrialización, sin que hubiera tanta presión demográfica excepto en las
pequeñas granjas, y casi un siglo antes que en cualquier otro país occiden­
tal. Hoy sabemos también que la familia nuclear precedió a la sociedad
industrial, y que los conceptos de privacidad, amor e individualismo sur­
gieron de manera similar en el seno de algunos de los sectores más tradi­
cionales de la sociedad tradicional de la Inglaterra de finales del siglo
XVII y comienzos del x v m , más bien que como resultado de ulteriores
procesos económicos y sociales de modernización. La ética puritana fue
un producto derivado de un movimiento religioso espiritualista, que se
arraigó en las sociedades anglosajonas de Inglaterra y de Nueva In gla­
terra durante los siglos anteriores al advenimiento de patrones rutinarios
y necesarios de trabajo o a la construcción de la primera fábrica. Por otra
parte, existe una correlación inversa, en todo caso en la Francia del siglo
X IX , entre la alfabetización y la urbanización, por una parte, y la in ­
dustrialización, por la otra. Los niveles de alfabetización resultan ser una
guía pobre con respecto a las actitudes mentales ‘'modernas” o a las ocu­
paciones “modernas” .9 De este modo, los vínculos entre la cultura y la so­
ciedad son a todas luces muy complejos en verdad, y parecen variar según
las épocas y su ubicación.
Es difícil evitar la sospecha de que la declinación en cuanto al com pro­
miso ideológico entre los intelectuales occidentales, ha tenido también que
ver en esto. Si se consideran las tres batallas históricas más apasionadas y
disputadas a lo largo de los cincuentas y los sesentas — acerca del ascenso
o el descenso de los hidalgos en la Inglaterra del siglo XVII, acerca del alza o
la baja del ingreso real de la clase trabajadora durante las primeras eta­
pas de la industrialización, y acerca de las causas, la naturaleza y las con­

8 M. Zuckcrman, "Dreatns that Mrn Oare lo Dreain: tire Role of Ideas in Western
Modernizado»”, Social Science History, vol. 2, 3. 1978.
9 V. Furet yj. Ozouf, Lite et /terne, París, 1977. Víase también K. Loekriclge, í.ileracy in Cola
nial Neto ICngland, Nueva York, 1974.
EL RESURGIM IENTO DE L A N A R R A T IV A 103

secuencias de la esclavitud en los Estados Unidos— , puede verse que se


trató en todos los casos de debates desencadenados en el fond o p o r p re­
ocupaciones ideológicas en boga. Parecía que en ese entonces era de im ­
portancia crucial el saber si la interpretación marxista era o no correcta, y
por lo tanto estos problemas históricos cobraban importancia al tiem po
que apasionaban. El silencio impuesto sobre la controversia ideológica
por el declinamiento intelectual del marxismo y la adopción de economías
mixtas en el Occidente, ha coincidido con una disminución en el impulso
de la investigación histórica con respecto al planteamiento de preguntas de
peso sobre el porqué de los hechos, por lo que resulta válido sugerir que
existe cierta relación entre ambas tendencias.
El determinismo económico y demográfico no sólo ha sido socavado
por la aceptación de las ideas, la cultura, e incluso la voluntad individual,
como variables independientes. Tam bién se ha visto debilitado p o r el re­
conocimiento revitalizado de que el poder político y militar, el uso de la
fuerza bruta, ha determinado con mucha frecuencia la estructura de la so­
ciedad, la distribución de la riqueza, el sistema agrario, e incluso la cultu­
ra de la élite. Los ejemplos clásicos a este respecto son la conquista nor­
manda de Inglaterra en 1066, y probablemente también los divergentes
caminos económicos y sociales seguidos por Europa Oriental, Europa
Noroccidental e Inglaterra durante los siglos XVI y XVII.10 Los “ nuevos
historiadores” de los cincuentas y los sesentas serán sin duda severamente
criticados por su obsesión por las fuerzas sociales, económicas y dem ográ­
ficas de: la historia, y por su incapacidad para tomar suficientemente en
cuenta la organización política y la toma de decisiones, al igual que las
veleidades observadas en las batallas, en los sitios militares, en la destruc­
ción y en la conquista. El ascenso y la caída de las civilizaciones han teni­
do como causa las fluctuaciones en la autoridad política y los cambios en
las vicisitudes de la guerra. Es realmente insólito el que estos asuntos hu­
bieran sido descuidados durante tanto tiempo por aquellos que se consi­
deraban a sí mismos como la vanguardia de la profesión histórica. En la
práctica, gran parte de la profesión siguió ocupándose de la historia
política, como lo había hecho siempre, no obstante que no es aquí donde
en términos generles se pensó que residía la arista cortante de la innova­
ción. Un reconocimiento tardío de la importancia del poder, de las deci­
siones políticas personales por parte de los individuos, y de las posibilidades
de batalla, ha obligado a algunos historiadores a volver a la modalidad
narrativa, sea que lo quieran o no. Para emplear la terminología de Ma-
quiavelo, no es posible tratar acerca de la virtu ni de Infortuna si no es de1 0

10 Me refiero ¡ti debate desencadenado por R. P. Rrenner "Agravian Class Simctuve and Peono -
PoM and Prescnl,
mic Oeveloprnet in Pie-Industrial Europe” , 70, 1976.
KM h is t o r io g r a f ía

una forma narrativa, o incluso anecdótica, ya que la primera es un atri­


buto humano, mientras que la segunda un accidente feliz o desafortunado.
El tercer acontecimiento que ha venido a asestar un duro golpe a la histo­
ria analítica y estructural es el registro mixto, empleado hasta la fecha por
la que ha sido su metodología más característica — a saber, la cuantifíca-
c ió n --. La cuantificación ha madurado sin lugar a dudas, y constituye
hoy día una metodología esencial dentro de muchas áreas de la investi­
gación histórica, especialmente en lo que se refiere a la historia demográ­
fica, la historia de la estructura social y de la movilidad social, la historia
económica, y la historia de las pautas electorales y el comportamiento
electoral dentro de los sistemas políticos democráticos. Su uso ha mejora­
do considerablemente la calidad general del discurso histórico, al exigir la
referencia a cifras exactas en lugar del empleo anterior y disperso de p a ­
labras. Los historiadores no pueden ya contentarse con decir '‘más", “ m e­
nos” , "creciente” , "declinante", etc.., que son términos que lógicamente
implican comparaciones numéricas, pero con respecto a los cuales
aquéllos no determinan jamás el fundamento explícito de sus aserciones.
Esto ha propiciado también que las argaimentadones con base en ejemplos
no parezcan dignas de crédito. Los críticos exigen actualmente una
prueba estadística de soporte que muestre que los ejemplos son típicos y
no meras excepciones a la regla. Es indudable que estos procedimientos
han m ejorado el poder lógico y la fuerza persuasiva de la argumentación
histórica. N o hay discrepancia alguna de que siempre que los registros
existentes lo permitan, y sea adecuado y provechoso, el historiador debe
recurrir al conteo.
Empero, existe una diferencia básica entre la cuantificación artesanal
efectuada por un solo investigador que recaba cifras en una calculadora
manual y genera simples tablas y porcentajes, y la labor de los cliometris-
tas. Estos últimos se especializan en la compilación de vastas cantidades
de datos mediante equipos de asistentes, el uso de la computadora
electrónica para su procesamiento cabal, y la aplicación de procedimien­
tos de un alto grado de refinamiento matemático a los resultados. Se han
suscitado dudas respecto a todas las etapas de este procedimiento. Hay
muchos que ponen en tela de juicio si los datos históricos son en algún caso
suficientemente fidedignos para justificar tales procedimientos; sí es
posible confiar en que los equipos de asistentes aplican procedimientos
uniformes de codificación a cantidades extensas que con frecuencia se re­
fieren a documentos bastante diversos e incluso ambiguos; si acaso
muchos detalles cruciales no se pierden en el procedimiento de codifica­
ción; si en algún momento es posible suponer que todos los errores de
programación y de codificación han sido eliminados; y si el refinamiento
de las fórmulas matemáticas y algebraicas no hace que sean a fin de cuen­
El. RESU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 105

tas contraproducentes, puesto que desconciertan a la mayoría de las his­


toriadores. Finalmente, a muchos perturba el hecho de la virtual im p osi­
bilidad de verificar la confiabilidad de los resultados finales, ya que éstos
no dependen de notas de pie de página destinadas a la publicación, sino
de cintas privadas de computadora, a su vez el resultado de miles de hojas de
código privadas, las cuales han sido abstraídas a partir de los datos no e la ­
borados.
Estos problemas son reales y persistirán, Todos sabemos de las diserta­
ciones doctorales o de la impresión de ensayos o monografías en donde se
ha hecho uso de las técnicas más refinadas, ya sea para probar aquello
que es obvio o para pretender demostrar lo improbable, recurriendo a
fórmulas y a un tipo de lenguaje que hacen que la metodología sea ínveri-
ficable en el caso del historiador común. Los resultados combinan en o c a ­
siones los vicios de la ilegibilidad y la trivialidad. Todos conocemos las
disertaciones doctorales que languidecen inacabadas debido a la in capa­
cidad del investigador de mantener bajo su control intelectual el volumen
total de copias impresas arrojado por la computadora, o por el hecho de
que al haber éste invertido un esfuerzo excesivo en la elaboración de los
datos, su tiempo, su paciencia y su dinero han terminado por agotarse.
Ciertamente, una conclusión clara de esto es que, siempre que sea p o ­
sible, el muestreo manual resulta preferible, más rápido, y tan confiable
corno el intento de cruzar el universo a través de una máquina. Todos sa­
bemos de los proyectos en los que un error de lógica en la argumentación
o el simple dejar de usar el sentido común, han traído consigo el que las
conclusiones resulten viciosas o dudosas. Todos estamos también al tanto
de otros proyectos en los que el omitir el registro de un pedazo de in for­
mación en la etapa de codificación, ha conducido a la pérdida de algún
resultado importante. Todos conocemos otros en donde las fuentes de in ­
formación son ellas mismas tan poco fidedignas, que podemos tener la
certeza de que es poca la confianza que puede depositarse en las conclu­
siones basadas en su manejo cuantitativo. Los registros parroquiales son
un ejemplo clásico de esto: en la actualidad se les dedica un enorme es­
fuerzo en muchos países, no obstante que sólo es probable que cierta par­
te del mismo produzca resultados valiosos.
A pesar de sus incontestable logros, no puede negarse que la cuantifi-
cación no ha realizado las elevadas expectativas que sobre ella se tuvieran
hace veinte año3. La mayoría de los grandes problemas históricos perm a­
necen tan irresolubles como siempre, si no es que más. Ei consenso res­
pecto a las causas de las revoluciones inglesa, francesa o norteamericana
se muestra tan lejos de ser alcanzado como siempre, a pesar del enorme
esfuerzo que se ha llevado a cabo para elucidar los orígenes sociales y eco­
nómicos de las mismas. Treinta años de investigación exhaustiva acerca
106 H ISTO R IO G RA FÍA

de la historia demográfica nos han dejado poco más que perplejos. Igno­
ramos por qué la población cesó de crecer en la mayoría de las áreas de
Europa entre 1640 y 1740; tampoco sabernos por qué comenzó a crecer
de nuevo en 1740; ni incluso si la causa pudo haber sido una creciente fer­
tilidad o una declinación en la tasa de mortalidad. La cuantificación nos
ha dicho mucho acerca de cuestiones concernientes al qué de la
demografía histórica, pero hasta ahora relativamente poco acerca dei
porqué. Las principales cuestiones sobre !a esclavitud en los Estados Uni­
dos siguen siendo tan evasivas como de costumbre, a pesar de haberse
aplicado a las mismas los análisis más extensos y refinados que jamás ha­
yan sido elaborados. Su publicación, lejos de resolver la mayoría de los
problemas, simplemente hizo más candente el debate.11 Empero, tuvo e!
benéfico efecto de centrar ¡a atención sobre aspectos importantes tales
com o la dieta, la higiene, la salud y la estructura familiar de los negros
norteamericanos bajo la esclavitud, pero a la vez distrajo la atención de
los igualmente importantes, si no es que más, efectos psicológicos de dicho
fenómeno tanto sobre los amos como sobre los esclavos, simplemente por
el hecho de que estas cuestiones no son mensurables a través de la compu­
tadora. Los historiadores urbanos se debaten desordenadamente en m e­
dio de estadísticas, y a pesar de ello las tendencias que señalan el grado de
movilidad siguen siendo aún oscuras. Hoy nadie está completamente se­
guro de si la sociedad inglesa era más abierta y móvil que la francesa du­
rante los siglos XVJI y XVIlí, o incluso si los hidalgos o la aristocracia se
hallaban en ascenso o en decadencia en la Inglaterra que precedió a la
Guerra Civil. Nuestra situación no es nada mejor a este respecto que la de
James Harrington en el siglo XVII o la de Tocquevílle en el siglo XIX.
Son precisamente este tipo de proyectos los que han sido más pródiga­
mente financiados, los que se han mostrado más ambiciosos con'respecto
a la compilación de vastas cantidades de datos ~ mediante ejércitos de in­
vestigadores asalariados— , los que han sido procesados de la manera más
científica por la más reciente tecnología eomputacional, y los que han
exhibido el más alto grado de refinamiento matemático en su modo de
presentación, los que han resultado ser los más decepcionantes de todos.
Hoy, dos décadas y millones de dólares, libras y francos después, se cuen­
ta únicamente con resultados más bien modestos a cambio del gasto de tal
cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero. Éstos consisten en enormes rimeros
de verdosas copias impresas empolvándose en los cubículos de los erudi­
tos; hay también muchos tornos voluminosos y extremadamente tediosos
que contienen tablas numéricas, abstrusas ecuaciones algebraicas y por-

11 R. W. Fo&ei y S. F.ngwmnn. Time <jn tha Croes. Boston. 1974; P. A. David el al., RceAoning
Nueva York, 1976; H. Giitmcm. Slavery and thc Nutnbers Game, Urbana, J97/>.
unth Slavory,
EL RESU RGIM IENTO DE l.A N A R R A T IV A 107

centajes proporcionados hasta el segundo punto decimal. Asim ism o, es


posible encontrar muchos hallazgos nuevos y valiosos, a la vez q u e unas
pocas contribuciones importantes en lo tocante al relativamente p eq u eñ o
corpus de obras históricas de valor permanente. Sin embargo, el re fin a ­
miento de. la metodología ha tendido en general a exceder a la c o n fia b ili­
dad de los datos, en tanto que la utilidad de los resultados parece -..hasta
cierto punto — estar en correlación inversa con la complejidad m a tem á ti­
ca de la metodología y la monumental escala de la recabación d e datos.
En el caso de los análisis de beneficio de costos, los tipos de recompensa
obtenidos por la historia computarizada a gran escala han justificado
muy rara vez, hasta la fecha, la inversión de tiempo y de dinero, lo que ha
llevado a los historiadores a lanzarse a la búsqueda de otros m étodos de
investigación acerca del pasado, que arrojen luz sobre los hechos sin ta n ­
tos problemas. En 1968, Le Roy Ladurie profetizó que para los ochentas
“ el historiador será un programador o no será n ad a".12 La profecía no se
ha cumplido, y mucho menos en el caso del mismo profeta.
Los historiadores se ven obligados a regresar, por lo tanto, al principio
de indeterminación, al reconocimiento de que tas variables son tan num e­
rosas que en el mejor de los casos sólo es posible hacer generalizaciones de
medio alcance con respecto a la historia, tal como Robert Merton sugi­
riera hace ya mucho tiempo, El modelo macroeconómico es un sueño de
opto, y la “ historia científica” un mito. Las explicaciones monocausales
simplemente no funcionan. El uso de modelos explicativos de retroali-
mentación construidos en torno a las “ afinidades electivas” weberianas, al
parecer proporcionan mejores herramientas que puedan revelarnos algo
acerca de la verdad evasiva con respecto a la causalidad histórica, espe­
cialmente si abandonamos cualquier pretensión de que esta m etodología
sea en algún sentido científica.
El desencanto con respecto al determinismo monocausal de carácter
económico o demográfico, lo mismo que a la cuantificación, ha llevado a
los historiadores a comenzar a formular un conjunto enteramente nuevo
de preguntas, muchas de las cuales habían quedado anteriormente
excluidas de sus perspectivas debido a la preocupación por una m etodolo­
gía específica de índole estructural, colectiva y estadística. Actualmente
son cada vez más los “ nuevos historiadores" que se esfuerzan por descubrir
qué ocurría dentro de las mentes de los hombres del pasado, y cóm o era
vivir en él, preguntas que inevitablemente conducen de regreso al uso de
la narrativa.
Un subgrupo significativo de la gran escuela francesa de historiadores,
encabezado por Lu den Febvre, ha considerado siempre los cambios inte-

i!i L. Le Hoy Laduvic, l.e Terriloire ti? I'Misionen, vo!. 1, París, Í9'/S, p. M.
108 H IS TO R IO G R A FÍA

lectualcs, psicológicos y culturales como variables independientes de im ­


portancia central. Sin embargo, por mucho tiempo constituyeron una
minoría que quedó apartada en aguas estancas mientras la marea de la
historia científica --económica y social en cuanto a su contenido, estruc­
tural en su organización y cuantitativa en su metodología— inundaba y
arrasaba todo a su paso. Actualmente, no obstante, aquellos asuntos por
los que dichos historiadores se interesaban han vuelto a estar súbitamente
en boga. Las preguntas formuladas, empero, no son exactamente las mis­
mas que solían ser, ya que ahora se plantean con mucha frecuencia a
partir de la antropología. En la práctica, si no es que en teoría, la
antropología ha tendido a ser una de las disciplinas más ahistóricas debi­
do a su falta de interés por las transformaciones en el tiempo. Sin em bar­
go, nos ha enseñado cómo todo un sistema social y un conjunto de valores
pueden ser brillantemente esclarecidos por el método iluminador consis­
tente en registrar minuciosa y elaboradamente un suceso particular,
siempre y cuando a éste se le ubique con sumo cuidado dentro de ia tota­
lidad de su contexto, y se analice con mucho detenimiento en lo tocante a
su significado cultural. El modelo arquetípico de esta "densa descripción”
es la narración clásica hecha por Clifford Geertz acerca de las peleas de
gallos de los balineses.14 Por desgracia, nosotros los historiadores no pode­
mos hacer acto de presencia, provistos de libros de apuntes, grabadoras y
cámaras, donde ocurren los sucesos que describimos, pero aquí y allá nos
topamos con un sinnúmero de testigos que pueden decimos cómo fue ha­
ber estado en el lugar de los hechos.
Uno de los cambios recientes que más llaman la atención con respecto
al contenido de la historia, ha sido la súbita intensificación del interés por
los sentimientos, las emociones, las normas de comportamiento, los valo­
res y los estados mentales. A este respecto, la influencia de antropólogos
como Evans-Prítchard, Clifford Geertz, M ary Douglas y Víctor Tu rner ha
sido bastante considerable en verdad. Por consiguiente, la primera causa
del resurgimiento de la narrativa entre algunos de los "nuevos historiado­
res” ha sido la sustitución de la sociología y la economía por la antropolo­
gía corno la más influyente de la ciencias sociales. N o obstante que la psi-
cohistoria sigue siendo en gran medida un área de desastre —un desierto
en el que se hallan diseminados los restos de los vehículos cromados que se
averiaron poco después de haberse puesto en marcha -, la psicología mis­
ma ha tenido también su efecto sobre una generación que actualmente
orienta su atención hacia los deseos sexuales, las relaciones familiares y los
vínculos emocionales, en la medida en que afectan al individuo, y hacia1 5

15 G. Gct'ii.i, "Deep Pluy: .Votes otv thc Batine?e CocSc-fíyl, [’ en eu Interftry tallón o f Cultures.
Nueva York. 1973.
F.I.. RESU RG IM IEN TO DE l.A N A R R A '!'! VA 109

las ideas, las creencias y las costumbres, en la medida en que afectan al


grupo. Este cambio con respecto a las preguntas que se están form ulan do
tiene que ver probablemente con el escenario contemporáneo exhibido
por los setentas. Ésta ha sido una década en la que los ideales y los intere­
ses más personalizados han asumido la prioridad sobre los asuntos p ú bli­
cos, como resultado del extendido desencanto con respecto a las expecta­
tivas de cambio a través de la acción política. Por lo tanto, resulta
plausible el vincular el súbito auge en cuanto al interés por estos temas en
el pasado, con preocupaciones similares en el presente.
Este nuevo interés por las estructuras mentales se ha visto estimulado
por el derrumbamiento de la historia intelectual tradicional, tratada
corno una cacería de documentos para rastrear las ideas a través de las d i­
versas épocas (procedimiento que normalmente termina en Aristóteles o
en Platón). Los “grandes libros" se estudiaban en medio de un vacío his­
tórico, haciéndose poco o casi ningún esfuerzo por ubicar a los autores o a
su terminología lingüística dentro de su verdadero marco histórico. La
historia del pensamiento político occidental está volviendo a escribirse
hoy día, principalmente por los profesores J. G. A . Pocock, Quentin
Skinner y Bernavd Bailyn, mediante tina penosa reconstrucción del con­
texto y el significado precisos de las palabras y las ideas del pasado,
mostrando cómo éstas han cambiado su form a y su color a través del
tiempo, como camaleones, a fin de adaptarse a nuevas circunstancias y
necesidades.
La historia tradicional de las ideas está siendo orientada concurrente­
mente hacia el estudio de auditorios cambiantes y de los medios de comu­
nicación. Ha nacido una nueva y boyante disciplina abocada a la historia
de la imprenta, los libros y la alfabetización, lo mismo que a sus efectos
sobre la propagación de las ideas y la transformación de los valores.
Otra de las razones por la que varios de los “ nuevos historiadores” están
volviendo a la narrativa, parece ser el deseo de hacer que sus hallazgos re­
sulten accesibles una vez más a un círculo inteligente de lectores, que sin
ser expertos en la materia se hallen ávidos por aprender lo revelado en
estos nuevos e innovativos planteamientos, métodos y datos, pero sean in­
capaces de asimilar las indigestas tablas estadísticas, las frías argumenta­
ciones analíticas y los enredados galimatías. Los historiadores cuantitati­
vos, analíticos y estructurales han encontrado que cada vez hablan más
para sí mismos y para nadie más. Sus resultados han aparecido en diarios
profesionales o en monografías tan costosas y de tan reducido tiraje (por
debajo de los mil ejemplares), que en la práctica han sido las bibliotecas
las que han absorbido su compra casi por completo. Y sin embargo, el
éxito de sus publicaciones periódicas históricas de índole popular como
Hútory Today y L 'tíatorre prueba que existe un extenso auditorio dis
lio H IS TO R IO G R A FIA

puesto a escuchar, y que los nuevos historiadores se hallan ahora ansiosos


de hablar a dicho auditorio, en lugar de dejar que se nutra del pábulo de-
biografías populares y libros de texto. Después de todo, las preguntas for­
muladas por los nuevos historiadores son aquellas que nos preocupan a
todos hoy día: la naturaleza del poder, la autoridad y el liderazgo ca-
rismático; la relación de las instituciones políticas con las normas so­
ciales implícitas y los sistemas de valores; las actitudes hacia la juventud,
la ancianidad, las enfermedades y la muerte; el sexo, el matrimonio y el
concubinato; el nacimiento, la anticoncepción y el aborto; el trabajo,
el ocio y el consumo ostentoso; la relación entre la religión, la ciencia y la
magia como modelos explicativos de la realidad; la intensidad y la direc­
ción de emociones tales como el amor, el miedo, el placer y el odio; los
efectos que sobre las vidas de las personas tienen la alfabetización y la
educación, y las maneras de mirar el mundo a través de ellas; la im por­
tancia relativa adscrita a las diferentes agrupaciones sociales tales como la
familia, el parentesco, la comunidad, la nación, la clase y la raza; la fuer­
za y el significado del ritual, el símbolo y la costumbre como formas de
cohesión de una comunidad; los enfoques morales y filosóficos con respec­
to al crimen y al castigo; las pautas de tolerancia y las explosiones del
igualitarismo; los conflictos estructurales entre los grupos o las clases con
status; los medios, las posibilidades y las limitaciones de la movilidad so­
cial; la naturaleza y la importancia de la protesta popular y las expectati­
vas milenarias; el cambiante equilibrio ecológico entre el hombre la natu­
raleza; las causas y los efectos de las enfermedades. 'Iodos estos son
problemas candentes en este momento y conciernen a las masas más bien
que a las élites. Tienen una mayor “ relevancia" para nuestras propias vi­
das que las gestas de monarcas, presidentes y generales difuntos.

IV

Como resultado de estas tendencias convergentes, un número significati­


vo de los exponentes mejor conocidos de la “nueva historia” están volvien­
do actualmente al otrora menospreciado modo narrativo. Y sin embargo,
los historiadores — e incluso los editores— parecen un poco turbados por
actuar así. En 1979, el Publisher’s Weehly —é) mismo un órgano del co ­
m ercio-- resaltó los méritos de un nuevo libro, un relato acerca del juicio
de Luis X V I, con estas peculiares palabras: “ La elección hecha por Jor­
dán de un tratamiento narrativo más bien que académico [las cursivas
son mías], . . es un modelo de claridad y síntesis.” 14 Es evidente que el

D. P. Jordán, The Kmg's Tria/: l.outs X t/ v. the Prendí Hevolutiuii, líerkclcy, 1979. Reseñado
en Publishers' Weehly, lft ele agosto de 1979.
E L R ESU RG IM IEN TO DE L A N A R R A TIVA II)

libro le agradó al crítico, pero pensó que la narrativa es por defin ición no
académica. Cuando un miembro distinguido de la escuela de la “ N u ev a H is­
toria” escribe en forma narrativa, sus amigos tienden a disculparlo, d icien ­
do: “ Por supuesto que sólo lo hizo por el dinero." A pesar de estas excusas
más bien pudorosas, las tendencias referentes ala historiografía, el conten ido,
el método y la modalidad, resultan evidentes dondequiera que uno mire.
Después de haber languidecido sin ser leído durante cuarenta años, el
libro precursor de Norbert Elias acerca de las costumbres, The C ivilisin g
Process, ha sido traducido repentinamente al inglés y al francés,1 16 El d o c ­
5
tor Zeldin ha escrito una brillante historia en dos volúmenes acerca de la
Francia moderna, en una serie estándar de libros de texto, que h ace o m i­
sión de casi todos los aspectos de la historia tradicional, y se concentra
casi exclusivamente en las emociones y en los estados mentales.16 El p r o fe ­
sor Philippe Ariés ha estudiado, tomando en cuenta un parám etro de
tiempo muy vasto, las diferentes respuestas con respecto al trauma u n i­
versal de la muerte.17 La historia de la brujería se ha vuelto súbitamente
una industria en crecimiento en todos los países, lo mismo que la historia
de la familia, incluyendo la referente a la infancia, la juventud, la a n ­
cianidad, las mujeres y la sexualidad (estas dos últimas se hallan en p e ­
ligro de sufrir un exceso de intelectualismo). Un excelente ejem plo de la
trayectoria que los estudios históricos han tendido a asumir durante los
últimos veinte años, nos lo proporcionan los intereses de investigación
mostrados por el profesor je an Delurneau. Éste comenzó en 1962 con un
análisis sobre un producto económico (el alumbre); seguido en 1969 por
el de una sociedad (Rom a); en 1971, por el de una religión (el catolicis­
mo); en 1976, por el de un comportamiento colectivo (Les Pays de Cocag-
ne)\ y finalmente, en 1979, por el de una emoción (el m iedo).18
El francés tiene una palabra para describir este nuevo tema de estudio
..m entalité— , pero desafortunadamente ésta no está muy bien definida
ni es fácil do traducir. En cualquier caso, el contar relatos, la narración
circunstancial minuciosa de uno o más “ acontecimientos” con base en el
testimonio de los testigos oculares y los participantes, es claramente una
forma de recapturar algo de las manifestaciones externas de la m entalité
del pasado. Ciertamente el análisis permanece como la parte esencial de

15 N. Elias, The Civilising Procees, Nueva York, 1078.


16 T. Zeldin, Franco 1848-1945, vols. 1, II, Oxford, 1973, 1979 (traducida como Hisloire des Pas-
sions l'rancams, París, 1978). Víase también R. Mandrou, Introduclion a la Frunce Moderno (1500-
>640), París, 1961.
15 P. Anís, L'Homme dernnt luí Morí, Parts, 1977.
la J. Detumeau, L'altm de Home, París, 1962; La Fie cconomique el sociale de Rome dans la se-
conde modié du X VI asiécle. París, 1969: Le Calhotrcrsme entre Lulher et VoUaire, París, 197 i; La
Morí des Pays de Cocague' Comportmenls Collectifs de la Renaissance d l'Age Classique, París,
1976, LT-lisioirc de la Peur, París, 1979,
112 H ISTO R IO G R A FÍA

la empresa, la cual se basa en una interpretación antropológica de la cul­


tura que pretende ser tanto sistemática como científica. Empero, esto no
puede ocultar el papel del estudio de la mentalité con respecto al renaci­
miento de modos no analíticos de discurso histórico, de los que el contar
relatos es sólo una forma.
Por supuesto que la narrativa no es la única manera en que puede
escribirse la historia de la mentalité, la cual se lia hecho posible gracias al
desencanto con respecto al análisis estructural. Tómese por ejemplo esa
extremadamente brillante reconstrucción de una estructura mental desa­
parecida, me refiero a la evocación del mundo de la antigüedad tardía
hecha por Peter Brown,19 En ella se ignoran las usuales y claras categorías
analíticas -la población, la economía, la estructura social, el sistema po­
lítico, la cultura, etcétera— . En lugar de ello, Brown elabora un retrato de
una época más bien a la manera de un artista posimpresionista, dando
pinceladas que se traducen en groseras manchas de color aquí y allá, pero
que si alguien se aleja lo suficiente de ellas crean una asombrosa visión de
la realidad, al mismo tiempo que si se les examina de cerca se disuelven
en algo borroso y sin significado. La imprecisión deliberada, el enfoque
pictórico, la íntima yuxtaposición de la historia, la literatura, la religión y
el arte, la preocupación por lo que ocurría dentro de las mentes de las
personas, son rasgos característicos de una forma fresca de mirar la histo­
ria. El método no es narrativo, sino que consiste más bien en una manera
p oin tillú te de escribir historia. Pero también se ha visto estimulado por
el nuevo interés en la mentalité, a la vez que se ha hecho posible gracias al
descenso en el enfoque estructural y analítico, el cual había prevalecido
en extremo durante los últimos treinta años.
Incluso se ha dado un renacimiento en cuanto a la narración de un úni­
co suceso. El profesor Georges Duby se ha atrevido a hacer lo que pocos
años atrás habría sido impensable. Ha dedicado un libro a la narración
de una única batalla —Bouvines — , y a través de ésta ha esclarecido las
principales características de la incipiente sociedad feudal francesa del
siglo XIII.80 Cario Gínzburg nos ha proporcionado una minuciosa narra­
ción acerca de la cosmología de un oscuro y humilde molinero del norte
de Italia de principios del siglo XVI, y a través de esto ha buscado de­
mostrar la conmoción intelectual y psicológica causada en los estratos
populares por la infiltración de las ideas reformistas.21 El profesor Emma-
nuel Le Roy Ladurie ha trazado un retrato único e inolvidable acerca de
la vida y la muerte, el trabajo y el sexo, la religión y las costumbres dentro

ly P. R. L. Brown, The Makinff o f Late Antiquity, Cambridge, Mass., 1978.


20 G. Duby, Le Dimanche de Bouvines: 27JuiUci 121-i, París. 1973.
21 C. Ginzburg. The Cheese and the Worms, Baltimore, 1980.
EL RESURGIM IENTO DE I,A N A R R A T IV A 113

de una aldea de. los Pirineos de comienzos del siglo XIV. Montaülou es
significativo por dos tazones; la primera es que ha llegado a ser u no de los
libros históricos más vendidos en Francia en el siglo XX; y la segunda es
que no nos cuenta un relato de manera directa — ya que tal relato no
existe — , sino que vaga de un lado a otro por el interior de las mentes de
las personas. N o es accidental el que ésta sea uua de las maneras en las
que la novela moderna se diferencia de aquellas de épocas anteriores.
Más recientemente, Le Roy Ladurie nos ha contado el relato de un único
y sangriento episodio ocurrido en un pequeño pueblo del sur de Francia
en 1580, valiéndose de él para revelar las tendencias antagónicas in d ica ti­
vas del odio que desgarraba a la estructura social de dicho pueblo.*2 El
profesor Cario M. Cipolla, quien hasta la fecha ha sido uno de los más
acérrimos e inflexibles estructuralistas económicos y demográficos, acaba
de publicar un libro que muestra una mayor preocupación por hacer una
reconstrucción evocadora de las reacciones personales ante la terrible cri­
sis suscitada por vira pandemia, que por establecer las estadísticas con
respecto al grado de morbosidad y de mortalidad. Por primera vez, lo que
hace es contar un relato.*3 El profesor Eric Hobsbawm ha descrito lo
odioso, brutal y efímero de las vidas de los rebeldes y de los bandidos en
todo el mundo, con objeto de definir la naturaleza y los objetivos de sus
"rebeldes primitivos” y sus “ bandidos sociales".*4 Edward Thompson ha
narrado la lucha escenificada en la Inglaterra del siglo XViJi entre los ca ­
zadores furtivos y las autoridades en el bosque de Windsor, con objeto de
reforzar su argumentación acerca del choque entre plebeyos y patricios
ocurrido en esa época.*5 El último libro del profesor Robert Darnton nos
narra cómo la gran Encyclopédte francesa llegó a publicarse, y al hacer
esto ha logrado esclarecer considerablemente y bajo una nueva luz el pro­
ceso de la propagación del pesamiento de la Ilustración en el siglo XV111, y
los problemas de complacer a un mercado nacional —e internacional —
de ideas.*6 La profesora Natalie Davis ha presentado una narración acer­
ca de cuatro charivaris o procedimientos rituales de ignominia en las
ciudades de Lyon y Ginebra del siglo XVIb con objeto de ilustrar los es­
fuerzos comunitarios para reforzar el cumplimiento de los estándares
públicos referentes al honor y la propiedad.*72*
4
3

22 E. Le Hoy Ladurie, Montaülou, Vil(age occítan de 1294 á 1924,Parts, 1975;L e Carnaval de


Román*. París. 1979,
23 C. M. CipolÍR, Faith, Reason and thePlague in Sevanleenth Century Vvscany, Ithaca, 1979.
24 E. Hobsbawm,
J. Primitiva Rebels,Manches ter, 1959; Pandits,Mueva York, 1969; Captain
Swing. Nueva York, 1909.
E. Thompson,
¿t> V. Wkigs and llnnien, Nueva York, 1975.
20 R. Damron, The Business of the RnUghienraeul, Cambridge, Masa., 1979.
11N. Davis. "Charivari, Honm.-ur el CommuiliiucC» á Lyon et CicnSve au VJ1,?Su-do". en
Z. ?. X Le
tomps. j. I.c Goff y }. C. Schmitt (de próxima publicación).
Charivari,

jp
114 H IS TO R IO G R A FÍA

IÍ1 nuevo interés jjoi la mentalité ha estimulado el regreso a las viejas


formas de escribir la historia. El relato de Keith Tilomas sobre el conflicto
de la magia y la religión está construido en torno a un "principio
fecundo" a lo largo del cual se enhebran un sinnúmero de narraciones y
ejemplos.28 Mi reciente libro acerca de las transformaciones en la vida
emocional de la familia inglesa es muy similar en cuanto a su propósito y
a su método, si no es que también en cuanto a sus logros.29
Todos los historiadores mencionados hasta aquí son eruditos maduros
que por mucho tiempo han estado vinculados a la “nueva historia” , ya
sea formulando nuevas preguntas, probando nuevos métodos, o buscan­
do nuevas fuentes. Actualmente están volviendo a la actividad de contar
relatos.
Existen, sin embargo, cinco diferencias entre sus relatos y aquéllos de
los historiadores narrativos tradicionales, En primer lugar, se interesan
casi sin excepción por las vidas, los sentimientos y la conducta de los
pobres y los anónimos, más bien que de los grandes y los poderosos. En se­
gundo lugar, el análisis resulta tan esencial para su metodología como la
descripción, de manera que sus libros tienden a saltar, un poco desmaña­
damente, de un modo a otro. En tercer lugar, están abriendo nuevas
fuentes, con frecuencia registros de tribunales penales que empleaban
procedimientos de derecho romano, puesto que en ellos se contienen
apógrafos escritos donde consta el testimonio cabal de testigos sometidos
a interpelaciones e interrogatorios. (El otro uso en boga es el de los ante­
cedentes penales, que intenta trazar cuantitativamente los índices de
ascenso y descenso de los diversos tipos de desviación, y que a mi juicio
constituye una empresa casi totalmente banal, puesto que lo que se está
tabulando no son los crímenes perpetrados, sino criminales que han sido
arrestados y enjuiciados, lo cual es un asunto totalmente diferente. No
hay ninguna razón para suponer que lo uno mantiene alguna relación
constante a través del tiempo con lo otro.) En cuarto lugar, con frecuen­
cia cuentan sus relatos de manera diferente a como lo hacían Homero,
Dickens o Balzac. Bajo la influencia de la novela moderna y las ideas
íreudianas, exploran cuidadosamente el subconsciente en lugar de ape­
garse a los hechos desnudos; y bajo la influencia de los antropólogos in­
tentan valerse del comportamiento para revelar el significado simbólico.
En quinto lugar, cuentan el relato acerca de una persona, un juicio, o un
episodio dramático, no por lo que éstos representan por sí mismos, sino
con objeto de arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o
una sociedad del pasado.

28 K. V. Tilomas, Religión and the Decline o f Magic, Nueva York, 1971.


29 L. Sume, Family, Sex and Alarriñge in Bngtand 1500-1800, Nueva York, 197H
EL R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 115

Si mi diagnóstico es correcto, el desplazamiento hacia la narrativa por


parte de los “nuevos historiadores” señala el fin de una era; el térm in o del
intento por producir una explicación coherente y científica sobre las
transformaciones del pasado. Los modelos del determinismo h istórico, los
cuales se basan en la economía, la demografía o la sociología, se han
derrumbado frente a las pruebas, empero ningún modelo com pletam ente
determinista sustentado en alguna otra ciencia social —la política, la psi­
cología o la antropología— ha surgido para ocupar su lugar. El estructu-
vaiismo y el funcionalismo no han resultado ser mucho mejores e n absolu­
to. La metodología cuantitativa se ha mostrado semejante a una caña
bastante frágil que sólo puede responder a un conjunto lim ita d o de
problemas. Obligados a decidir entre modelos estadísticos a príorz sobre
el comportamiento humano, y una comprensión basada en la observa­
ción, la experiencia, el juicio y la intuición, algunos de los "nuevos histo­
riadores” manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia el
segundo modo de interpretación del pasado.
A pesar de que el resurgimiento del modo narrativo entre los “ nuevos
historiadores” es un fenómeno muy reciente, es tan sólo un tenue goteo en
comparación con la producción constante, vasta, e igualmente relevante,
de la narrativa política descriptiva por parte de historiadores más tradi­
cionales. Un ejemplo reciente que ha recibido un considerable reconoci­
miento académico, es el libro de Simón Schama acerca de la política
holandesa del siglo XVIII.so Trabajos de esta índole han sido vistos por déca­
das con indiferencia, o con un menosprecio a duras penas disimulado,
, por los nuevos historiadores sociales. Esta actitud no era muy justificable,
pero en años recientes ha estimulado el que algunos de los historiadores
tradicionales adapten su modo descriptivo para formular nuevas pregun­
tas. Algunos de ellos no tienen ya una preocupación tan marcada por los
problemas referentes al poder, y por consiguiente a los reyes y a los prim e­
ros ministros, lo mismo que a las guerras y a la diplomacia, sino que al
igual que los "nuevos historiadores” están dirigiendo su atención a las v i­
das privadas de personas bastante oscuras. L a causa de esta tendencia,
si es que puede llamársele así, no resulta clara, aunque parece estar inspi­
rada en el deseo de contar un buen relato, y al hacer esto revelar las suti­
lezas de la personalidad y la interioridad de las cosas dentro de una época
y una cultura diferentes. Algunos historiadores tradicionales se han esta­
do dedicando a esto por algún tiempo. En 1958, el profesor G. R . Elton
publicó un libro integrado por relatos acerca de los disturbios y las muti-3

3I) S. Schama, Patriots and Liberators: Ttevolntion in the Netlierlands, Nueva York, 1977.
116 H IS TO R IO G R A FÍA

laciones ocurridos en la Inglaterra del siglo X V I , tomando como fuente los


registros de la Star Chamber.*31 En 1946, el profesor Hug'h Trevor-Roper
reconstruyó brillantemente los últimos días de ílitíc r.3 32 Muy reciente­
1
mente, ha investigado la extraordinaria trayectoria de un compilador
inglés de manuscritos, de fama relativamente oscura, y además estafa­
dor y pornógrafo clandestino, que vivió en China durante los primeros
años de este siglo. El propósito de escribir este entretenido e increíble
cuento parece haber sido el puro placer de contar un relato por sí mismo,
en el afán por perseguir y capturar un bizarro espécimen histórico. La
técnica es casi idéntica a ¡a que hace años empleara A. J. A . Symons en su
clásica Quest fo r Corvo,33* en tanto que la motivación se muestra muy
similar a aquella que inspira a Richard Cobb a registrar de manera por­
menorizada y atroz las sórdidas vidas y muertes de los criminales, las pros­
titutas, y otros inadaptados sociales del bajo mundo en la Francia revolu­
cionaria.3'*
Bastante diferentes en cuanto a su contenido, su método y sus objetivos
son los escritos de la nueva escuela inglesa de jóvenes empiristas anticua­
rios. Éstos escriben un tipo de narrativa política minuciosa que niega
implícitamente la existencia de algún significado histórico profundo, con
excepción de los caprichos accidentales de la fortuna y la personalidad.
Encabezados por el profesor Conrad R usscll y John Kenyon, e instados
por el profesor Jeoffrey Elton, se hallan actualmente ocupados en tratar
de suprimir cualquier sentido ideológico o idealista de las dos revoluciones
inglesas del siglo XVII.36 No hay duda de que ellos, al igual que otros como
ellos, dirigirán pronto su atención hacía otra parte. N o obstante que
su premisa no se formula jamás expifeitamnte, su enfoque viene a ser un
neonamierismo puro, justo en el momento en que el namierismo está su­
cumbiendo como form a de considerar a la política inglesa del siglo X V I I I .
'Uno se pregunta si su actitud con respecto a la historia política no podría
originarse subconscientemente de un sentimiento de desencanto en lo re­
ferente a la capacidad del sistema parlamentario contemporáneo para
tratar de resolver el inexorable declinamienío económico y de poder de

* Antiguo tribunal británico de inquisición, execrado por !a injusticia y la crueldad de sus senten­
cias. [T.j
31 G , R . E lto n , Star Chumbar Stories, L o n d r e s , 10138.
9* H. XI. Trevor Uopcr, Ths last Days ofHithr, Londres, 1047.
H . ,R. T r e v o r K o p e r , The ííermii of Poking, N u e v a Y o r k , 1977; A . j . A . S y m o n s, Ojuest for
Corno, L o n d r e s , 1034.
M ¿i. Cobb, The Pólice and ths People, Oxford, .1070; 31. Cobb, Dctttk in Pavés. N u e v a Voric,
1278.
95O. Rniísell, Parflamente and fíngUsk Politics 1621 -1629, Oxford, 1979; J. í \ Kenyon, Síuart
Füigbmd, Londres, 1978; v ííu w c tom & fóa los artículos en c\fom m í of Modat n Ziütory, tvd.. 49 (> ),
1977.
E L R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 117

¡Inglaterra. Sea como sea, son cronistas del pequeño acontecim iento, de
l'hisloire é.vénementielle, dotados de una gran erudición e inteligencia, y
conforman por ello una de las muchas vertientes que alimentan, el resur­
gimiento de la narrativa.
La razón fundamental del viraje observado entre los “ nuevos histo­
riadores" del modo analítico al descriptivo, consiste en un im portante
cambio de actitud con respecto a cuál deba ser el tema histórico central.
Y esto a su vez depende de supuestos filosóficos anteriores sobre el papel
de! libre albedrío humano en su interacción con las fuerzas de la n atu ra­
leza. Ambos polos contrastantes de pensamiento nos son m ejor revelados
mediante las siguientes citas, una de ellas como ejemplo de una postura y
las otras dos como ejemplos de la otra. En 1973, Emmatiuel L e R oy L a ­
drare intituló a una de las secciones de uno de los volúmenes de sus ensa­
yos “ Historia sin gente” . Contrariamente, hace medio siglo Lucien Pebvre
proclamó “M a proie, c'est l ’homme” [M i presa es el hom bre], mientras
que hace un cuarto de siglo Hugh Trevor-Roper exhortaba a los histo
viadores en su disertación inaugural al “ estudio no de las circunstancias
sino del hombre en medio de las circunstancias” .S(i Actualmente, el ideal
histórico de Febvre se está volviendo popular en muchos círculos, al mis ­
mo tiempo que los estudios analíticos estructurales sobre fuerzas im perso­
nales continúan publicándose profusamente. Por ende, los historiadores
se están dividiendo hoy en cuatro grupos: los viejos historiadores narrati­
vos, fundamentalmente historiadores y biógrafos políticos; los cliometrís-
tas que persisten en actuar como natcómanos estadísticos; los acérrimos
historiadores sociales que aún se ocupan de analizar estructuras imperso­
nales; y los historiadores de la mento.lité que en la actualidad se valen de
la narrativa para capturar ideales, valores, estructuras mentales, y nor­
mas de comportamiento personal Intimo --e l cual entre más íntimo sea,
mejor.
La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva
minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo, sin em­
bargo, sin ciertas dificultades. El problema es el mismo de antaño; que la
argumentación mediante ejemplos selectivos no es filosóficamente con­
vincente, que es simplemente un recurso retórico y no una prueba cientí­
fica. La trampa historiográfica fundamental en la que hemos caído ha
sido expuesta recientemente bastante bien por Garlo Ginzburg:37

Desde Galileo, el enfoque cuantitativo y antiantropocéntrico sobre las cien­


cias de la naturaleza ha colocado a las ciencias humanas en un desagradable
,s E. le voy Laduric, The Terriioty oj tha Historian, p. 285; H. R. Trcvot-Roper, History, Profes-
sinnal and hay, Oxford, 1957, p. 81.
37 C. tlimburg, “Roota of a Sctentific Raradi^m”, Theoty and Socioly, 7, 1979, p. 276.
118 H IS TO R IO G R A FÍA

dilema: ya que deben adoptar un criterio científico poco sólido con objeto de
ser capaces de obtener resultados significativos, o bien adoptar un criterio
científico firme que alcance resultados que no tengan una gran importancia.

El desencanto con respecto al segundo enfoque está trayendo consigo un


regreso al primero. Como resultado de esto, actualmente se está dando
un desarrollo del ejemplo selectivo —que con frecuencia no consiste en un
ejem plo único y detallado-- como uno de los modos en boga del discurso
histórico. En un sentido, esto viene a ser únicamente una ampliación lógi­
ca del enorme éxito de los estudios históricos locales, los cuales han referi­
do su temática no a ía totalidad de la sociedad, sino únicamente a una de
sus partes —ya sea una provincia, un pueblo o incluso una aldea— . La
historia total parece que sólo es posible si se considera un microcosmos, y
de hecho los resultados a este respecto con frecuencia han esclarecido
y explicado mejor el pasado que todos los estudios anteriores o concurren­
tes basados en los archivos del gobierno central. En otro sentido, sin em ­
bargo, la nueva tendencia es la antítesis de los estudios históricos locales,
puesto que abandona la historia total de una sociedad, no importa qué
tan pequeña sea, considerándola como una imposibilidad, y se aboca a la
narración del discurso sobre una única célula.
El segundo problema, que surge del uso d d ejemplo detallado para
ilustrar la mentalité, es cómo distinguir lo normal de lo excéntrico. Pues ­
to que el hombre es ahora nuestra cantera, la narración de un relato muy
minucioso acerca de un único incidente o una personalidad puede hacer
que la lectura sea buena y coherente. Pero esto sólo será así en el caso
de que los relatos no narren solamente la trama sorprendente, pero bási­
camente irrelevante, de algún episodio dramático sobre disturbios o sobre
alguna violación, o bien sobre la vida de algún excéntrico rufián, villano
o místico, sino que su selección se haga por virtud de sus posibilidades de
esclarecimiento de ciertos aspectos de una cultura pasada. Esto significa
que dichos relatos deben ser típicos, enipei'o, el extendido uso de registros
de litigación hace que esta cuestión acerca de lo típico sea rnuy difícil de
resolver, Las personas que son llevadas a un tribunal son atípicas casi por
definición; no obstante, el mundo tan crudamente exhibido por el testi­
monio de los testigos no requeriría serlo necesariamente. Por ende, lo
más seguro consiste en examinar los documentos no tanto por la evidencia
que proporcionan respecto al excéntrico comportamiento de los acusa­
dos, com o por la luz que arrojan sobre la vida y las opiniones de aquellos
que se vieron implicados en el incidente en cuestión.
El tercer problema concierne a la interpretación, y es aún más difícil de
resolver. Suponiendo que el historiador esté consciente de los riesgos
implicados, el contar relatos es quizá un modo tan satisfactorio como
El. R E SU RG IM IEN TO DE I,A N A R R A T IV A 119

cualquier otro para obtener una visión íntima del hombre del pasado, y
para tratar de penetrar en su mente. El problema es que en caso de qtie
logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la h a b ilid a d ,
experiencia y conocimiento que haya adqurido en el ejercicio de la histo­
ria analítica de la sociedad, la economía y la cultura, si es que ha de p r o ­
porcionar una explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares
que está sujeto a encontrar. Es posible que también necesite la ayu da de
un poco de psicología amateur, aunque este tipo de psicología es bastante
engañosa para ser manejada satisfactoriamente —y hay quien argüiría
que es imposible hacerlo.
Otro peligro evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría
traducirse en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar re la ­
tos por el hecho de contarlos. Sin embargo, otro es que aquélla cen tre su
atención sobre lo extraordinario, oscureciendo así la opacidad y la m o ­
notonía de las vidas de la vasta mayoría. Tan to Trevor-Roper com o
Richard Cobb resultan extremadamente divertidos de leer, y sin em bargo
están bastante expuestos a las críticas en ambos respectos. Muchos d e los
que ejercen esta nueva modalidad, incluyendo a Cobb, Hobsbawrn, T h o m p ­
son, Le Roy Ladurie y Trevor-Roper (y a mí mismo) se hallan bajo la fas­
cinación de los relatos de violencia y de sexo, los cuales atraen los instintos
escopofílicos que hay en cada uno de nosotros. Por otra parte, puede adu­
cirse que el sexo y la violencia son partes integrales de toda experiencia
humana, y que por lo tanto resulta tan razonable y justificable el explorar
sus efectos sobre los individuos del pasado, como lo es el esperar encontrar
dicho material en las películas, la televisión y las novelas contemporáneas.
La tendencia hacia la narrativa plantea problemas aún sin resolver
acerca de cómo habremos de capacitar a los estudiantes que se gradúen
en el futuro --suponiendo que haya algunos para capacitar— , ¿En las
antiguas artes de la retórica? ¿En la crítica textual? ¿En la semiótica? ¿En
la antropología simbólica? ¿En la psicología? ¿O acaso en la técnica de
análisis sobre las estructuras económicas y sociales, las cuales hemos esta­
do ejerciendo durante una generación? Por consiguiente, sigue siendo
una pregunta abierta el si esta inesperada resurrección de la modalidad
narrativa entre un número considerable de aquellos que encabezan la
práctica de la ‘‘nueva historia” , tendrá efectos satisfactorios o perniciosos
para el futuro de la profesión.
En 1972, L e Roy Ladurie escribía confiadamente:38 “ La historiografía
del presente, con su preferencia por lo cuantificable, lo estadístico y lo
estructural, se ha visto obligada a suprimir para sobrevivir. En las últimas
décadas ha virtualmente condenado a muerte a la historia narrativa de

3fl E. Ir* Roy Ladurie, The Terrilory o f thc Histurian, p. 111.


IZO H ISTO R IO G R A FÍA

los acontecimientos y a la biografía individual.” Pero en esta tercera dé­


cada, la historia narrativa y la biografía individual están mostrando sig­
nos evidentes de un nuevo retorno al mundo de los vivos. Ninguna presen­
ta e l mismo aspecto que solía tener antes de su presunta desaparición,
empero son fácilmente identificables como variantes del mismo género. A
pesar de esta resurrección sería muy prematuro proferir una oración fú­
nebre sobre el cadáver en descomposición de ia historia cuantitativa, ana­
lítica y estructural, ya que ésta aún sigue floreciendo y desarrollándose, si
es que la tendencia en las disertaciones doctorales norteamericanas puede
servir como guía.59
Es claro que en el taso específico de una simple palabra como ‘‘narrati­
va’’ , que encierra una historia tan complicada tras de sí, ésta no resulta
adecuada para describir lo que viene a ser de hecho un amplio conjunto
de transformaciones con respecto a la naturaleza del discurso histórico.
Existen indicios de un cambio en el problema histórico central, con un
énfasis sobre el hombre en medio de ciertas circunstancias más bien que
sobre las circunstancias que lo rodean; en los problemas estudiados, susti­
tuyéndose lo económico y lo demográfico por lo cultural y lo emocional;
en las fuentes primarias de influencia, recurriéndose a la antropología y
a la psicología en lugar de a la sociología, la economía y la demografía; en
la temática, insistiéndose sobre el individuo más que sobre el grupo;
en los modelos explicativos sobre las transformaciones históricas, realzán­
dose lo interrelacionado y lo multicausal por sobre lo estratificado y lo
monocausal; en la metodología, tendiéndose a los ejemplos individuales
más bien que a la cuantificación de grupo; en la organización, abocándo­
se a lo descriptivo antes que a lo analítico; y en la conceptualización de la
función del historiador, destacándose lo literario por sobre lo científico.
Estos cambios multifacéticos en cuanto a su contenido, lo objetivo de su
m étodo y el estilo de su discurso histórico, los cuales están dándose todos a
la vez, presentan claras afinidades electivas entre sí: todos se ajustan per­
fectamente. N o existe ningún término adecuado que los abarque, y por
ello la palabra “ narrativa” nos servirá por el momento como una especie
de símbolo taquigráfico para todo lo que está sucediendo.
Ten go la esperanza de que al centrar la atención sobre el resurgimiento
de la narrativa, este artículo estimulará futuras reflexiones acerca de su
importancia para el porvenir de la historia, y acerca de la cambiante rela­
ción — la cual se vuelve ahora cada vez más débil — entre la historia y sus
hermanas las ciencias sociales, suponiendo que la historia ataña en pri­
mer término a las ciencias sociales.

39 R. Darnton, 'Tntcllectual and Cultural History". apC-ndíce


m

.H

Segunda parte
EL SURGIMIENTO DEL MUNDO MODERNO

i
IV . L A REFORM A

UNA de las características más sorprendentes de la Cristiandad ha sido


su tendencia perenne a la escisión. Habiendo mantenido con dificultad su
cohesión durante la Edad Media, se fragmentó súbitamente a comienzos
del siglo XVI. Sin embargo, un conjunto de Iglesias nuevas y de o rga n iza ­
ción independiente --la calvinista, la luterana y la anglicana— las cuales
conformarían lo que normalmente se ha descrito como la “ R eform a M a ­
gisterial” , no fue lo único que surgió como consecuencia de estos m o vi­
mientos sísmicos; sino también emanaron por entre las hendeduras del
edificio del cristianismo medieval un sinnúmero de sectas nuevas y ex tra ­
ñas que preconizaban creencias y aspiraciones alarmantemente revolu ­
cionarias — conocidas en general como la “ Reforma Radical’’ . 1
Existen dos formas de considerar esta crisis de la civilización europea.
La primera pone de relieve principalmente las tendencias populares clan ­
destinas en donde se hallan manifestadas una emoción y una fe religiosas,
y ve a la Reform a a la manera de un conjunto de respuestas, por parte de
los hombres de autoridad y las instituciones, a las presiones y a las exigen­
cias de los estratos inferiores.2 Su fuerza radica en la simpatía y en la
comprensión mostradas con respecto a las tensiones y a los conflictos id eo­
lógicos que operaban en la Europa medieval tardía, y en su valoración de
las profundas tendencias históricas clandestinas que arrebatan incluso a
los príncipes más poderosos, como Carlos V , o a los profetas más carismá-
cicos, como Lutero.
La otra interpretación pone especial énfasis en las personalidades
sobresalientes y en su manejo del poder, particularmente el poder de la
espada.3 Hay bastante coherencia en este enfoque, ya que una y otra vez
observamos cómo una minoría determinada impone sus puntos de vista
doctrinales sobre una mayoría indiferente o reacia, mediante el uso de la
fuerza. El primer medio siglo del régimen calvinista en los Países Bajos y
del régimen anglicano en Inglaterra, son ejemplos impresionantes a este
respecto. Por otra parte, exagera el grado en que el poder estatal fue e fi­
caz en el siglo XVI, y subestima el papel de los sentimientos populares.
A l ponerse a analizar las causas de la Reforma, es preciso comenzar

1 G. H. Williams. The Radical Reformation, Pliiladclpliia, 1962.


2 A. G. Dickcns, Reformation and Society ¿n.Sixtcenth Cenlury Europa, Nueva York, 1966.
3 G. R. Eiton, Reformation Europa 15171559, Nueva York, 1966-

123
124 EL SU RG IM IE NTO DEL M U N D O M ODERNO

claramente con una descripción del escenario social de la Alemania del


siglo XVI, Una teoría, la cual se remonta por lo menos cincuenta años
hasta Henry Hauser, nos dice que el área fue víctima de un violento dislo-
camíento económico y social. La consecuencia del rápido crecimiento de
la población vino a ser el alza en los precios de los alimentos, la emigra­
ción hacia los pueblos, el desempleo, la tenencia rural fragmentada, las
rentas elevadas y los bajos salarios, al igual que un abismo cada vez mayor
entre los ricos y los pobres. Los artesanos y los campesinos se vieron parti­
cularmente afectados por el sistema de elevados precios y bajos salarios, y
se hallaron aun más agobiados por el alza en el sistema tributario para
alimentar a las maquinarias estatales en desarrollo de Europa, y por la
explotación ejercida por los terratenientes sobre el excedente de la fuerza
de trabajo. El resultado de esto, según reza dicha teoría, fueron la pobre­
za, la desorientación y el resentimiento, los cuales encontraron una
temprana expresión en el resurgimiento religioso milenario, al igual que
en. la receptividad con respecto a las instancias más disciplinadas y ra­
cionales de Lutero o de Calvino.
La dificultad, sin embargo, de esta teoría es que se cuenta con muy p o ­
cas pruebas de que las presiones demográficas hayan llegado a ser real­
mente serias por 1520; lo mismo sucede en cuanto a que la precaria si­
tuación de los campesinos y los artesanos fuera ostensiblemente peor de lo
que habría de serlo después; asimismo, no existe testimonio alguno
de que una miseria como la que había fuera particularmente severa en
Alemania. En el tiempo de Lutero, ésta constituyó el área más próspera
de Europa, y la opresión de los campesinos y los artesanos bajo el peso del
sistema tributario y las elevadas rentas comenzaba apenas a hacerse sen­
tir. En ios pueblos, la privación económica y política de la clase artesanal
era incipiente, y empeoraría considerablemente en el futuro.
La segunda hipótesis, enunciada primero por Marx y Engels, es que la
Reform a está vinculada al surgimiento de la burguesía. Pero en primer
lugar, no está del todo claro que la burguesía se hallara en ascenso en esa
época. La creciente actividad comercial de Europa era lo que probable­
mente estaba incrementando la riqueza y el número de la comunidad de
comerciantes, lo mismo que ei número, si es que no la riqueza, de los ar­
tesanos. Pero es muy dudoso en verdad, decidir si este incremento podría
equipararse con el crecimiento de la riqueza aristocrática y principesca
que resultaría de la incautación de los bienes eclesiásticos, el alza en las
rentas, y el incremento en los ingresos estatales derivados de los impuestos.
Además, hablando en términos de poder, las autoridades municipales
perdían su soberanía por todas partes ante las usurpaciones de los prínci­
pes y de los nobles. En segundo lugar, no todos los burgueses eran protes­
tantes. Es verdad que los primeros reformadores —Lutero, Calvino y Zwin
l.A REFORM A 125

glí— hicieron un llamado inmediato a los grupos influyentes dentro de las


ciudades libres de Europa Central, especialmente, según parece, a las g e ­
neraciones más jóvenes en las nuevas ramas del comercio, quienes estaban
ávidas de arrebatar el poder de,manos del patriciado más antiguo y co n ­
servador. Por otra parte, los patricios de las ciudades europeas más im ­
portantes — Araberes, París, Amsterdam y Londres -, parecen haber
permanecido hostiles o indiferentes, mientras que las áreas de m ayor fa ­
natismo protestante, como Escocia, carecían virtualmente de burguesía.
Lo único que puede afirmarse con sensatez con respecto a esta etapa es
que cuando el panorama del siglo XVI se aclaró, se puso de manifiesto
que los puntos de desarrollo de la economía europea —las ciudades de la
costa occidental — eran predominantemente protestantes, en tanto que
las ciudades estancadas de la zona continental del centro eran una vez
más en su mayoría católicas. Pero lo que sigue siendo muy dudoso es que
sea posible aplicar el principio de causalidad a esta asociación.
Una tercera explicación sociológica acerca de la Reforma, que tal vez
sea más plausible, nos dice que ésta refleja el surgimiento de una élite culta
de laicos, dispuesta y ávida de asumir las funciones espirituales y adm i­
nistrativas de un clero ya para entonces superfiuo y desacreditado. En tér­
minos generales, es esto precisamente lo que sucedió, y de hecho el cre­
ciente control del laicado sobre el clero es un fenómeno común a todas las
etapas de la Reforma. Quizás el cambio teológico más importante fue la
reducción en cuanto a la función salvadora de los sacramentos. Esto
im plicó a su vez una aguda reducción, en la autoridad y en el prestigio del
clero como dispensador de este tipo de ritual, y un consecuente incremen­
to en lo tocante a la independencia y a la confianza en sí mismo del laica­
do. Por mucho tiempo se ha admitido que el anticlericalismo fue una de
las fuerzas principales detrás de la Reforma, pero sólo recientemente se
ha reconocido que este sentimiento fue menos el producto de un cambio
en detrimento de la personalidad del clero, que de un cambio en favor de
las exigencias del lateado. Este sentimiento de superioridad del laicado
sobre el clero se vio grandemente fortalecido por la labor de los humanis­
tas. Sus reformas educativas adaptaron ios centros de lenguas clásicas y
las universidades medievales a las necesidades de los caballeros diletantes,
rnás bien que a las de los clérigos profesionales, su estudio de la anti­
güedad demostró e¡ valor moral incluso de un laicado no cristiano, y las
traducciones del Nuevo Testamento destruyeron los cimientos históricos
de la autoridad sacerdotal. Este nuevo humor de agresivo erasmianismo
pronto se reflejó en un cambio en el poder político. Los príncipes asu­
mieron la agradable fundón de reyes-sacerdotes, integrando en una sola
persona la dirección de la Iglesia y del Estado. Los nobles incautaron los
bienes eclesiásticos y se arrogaron la autoridad de nombrar al clero local;
I2G EL SURGIM IENTO DEL M U N DO MODERNO

las corporaciones urbanas, como en el caso de Zurich o Ginebra, se aso­


ciaron con el clero para mantener un control estricto sobre la economía y
las costumbres. En cualquier caso, uno de los aspectos fundamentales de
la Reform a fue la destrucción del orden jerárquico de intercesores entre
Dios y el individuo. El cristianismo dejó de ser un politeísmo tolerante con
oraciones dirigidas a los santos, a los ángeles y a la Virgen María en lugar
de a Cristo; la función de los sacramentos y en consecuencia la de su
agente el sacerdote se redujeron al mínimo, al tiempo que la salvación
quedó depositada en el acto individual de fe, más bien que en la ejecu­
ción rutinaria de ciertos rituales.
Resumiendo, pues, existe un consenso general con respeto a que la R e­
form a apeló a ciertos grupos específicos dentro de la sociedad del siglo
XVI. A los príncipes, quienes encontraron en el luteranismo una herra­
mienta ideal para la construcción dei Estado; a los oligarcas urbanos más
progresistas, quienes vieron en la fuerza moralizante de Zwingli o de Cal-
vino un instrumento adecuado para el control social de sus ciudades; a los
artesanos y a los comerciantes dentro de las ramas comerciales más nove­
dosas, quienes buscaban un apoyo ideológico en contra de un patriciado
recalcitrante; a los nobles que trataban de obtener una justificación mo­
ral y religiosa para transferir a sí mismos los bienes eclesiásticos, al tiempo
que para asumir la función administrativa e ideológica del clero; a las es­
posas aristocráticas, atormentadas por la banalidad de sus vidas ociosas y
descuidadas, para quienes las nuevas doctrinas parecían por fin ofrecer
alguna explicación de su existencia; y finalmente a los intelectuales, con
frecuencia el bajo clero, los monjes, los frailes, o los académicos, que ha­
bían perdido toda confianza en el papel de la Iglesia católica, y que veían
en la religión protestante un enfoque más alentador con respecto al
problema de la salvación, y una fe con la cual poder rehacer la corrupta y
mundana sociedad en que vivían.
Las principales doctrinas características de la Reforma fueron la salva­
ción sólo mediante la fe y el sacerdocio de todos los creyentes, redundan­
do ambas en el desacreditamíento del sacerdocio mismo y en la creación
de una nueva jerarquía y una nueva élite. El factor principal para la
propagación de estas ideas fue la imprenta, sin la cual es probable que
la Reforma jamás se hubiera dado. El desarrollo de tipos móviles algunos
siglos antes de que se desarrollara una fuerza policial eficiente, debilitó
seriamente el poder del Estado para controlar las ideas dentro de sus pro­
pias fronteras (una vez que los poderes policiales se incrementaron, el
equilibrio, por supuesto, volvió a restablecerse, y de hecho actualmente
existe un aplastante poder ideológico en manos del Estado). Fue la
imprenta la que propagó las ideas de Lotero con tal rapidez, y fue ella
la que hizo también que un documento revolucionario como la Biblia

1
LA REFORM A 127

fuera accesible a un laicado sencillo y semianalfabcto. Esto se tra d u jo en


el impulso misionero más impresionante que registra la historia, un ata-
que combinado contra la indiferencia, el cinismo, el paganismo y la ign o­
rancia por parte de los reformadores, por un lado, y de los com rarrefor-
madores, por el otro, En la medida en que transmitió a los hom bres y las
mujeres comunes el verdadero sentido del cristianismo, el siglo XVI fue
mucho más eficaz a este respecto que todos los largos siglos d e la Edad
Media, por lo que no viene a ser una paradoja descabellada el h ab lar del
siglo XVI como de la era del surgimiento de la Europa cristiana — y de la
declinación de la burguesía.
La Reforma no habría alcanzado tal éxito inmediato de no haber sido
capaz de encauzar los poderosos sentimientos separatistas y nacionalistas
en boga. N o fueron únicamente Iglesias estatales independientes las que
nacieron para satisfacer las exigencias de los príncipes con respecto a una
soberanía total, sino que la traducción de la Biblia a lenguas vernáculas,
y la sustitución del ritual latino por uno de índole vernácula ocurrida
dentro de la Iglesia, fueron también factores que incrementaron enorm e­
mente la homogeneidad de las culturas nacionales. (Sería interesante es­
pecular sobre la consecuente superioridad, en cuanto a su coherencia in ­
terna, de los Estados protestantes sobre los católicos durante los últimos
cuatrocientos años.)
Finalmente, la Reforma constituyó una era en la que se realizó un es­
fuerzo por reestructurar la personalidad ideal del Occidente. Este am bi­
cioso programa de ingeniería social tuvo en un principio una amplia d ifu ­
sión a través de Europa. Aquello que había sido vislumbrado en teoría
por el católico Tomás Moro en su Utopía, fue llevado a la práctica en la
Ginebra y el Boston calvinistas. En ambos frentes de la brecha ideológica,
los predicadores jesuitas, jansenistas y calvinistas preconizaron la austeri­
dad, la disciplina y el control sobre sí mismo, y modificaron el impulso
principal de la instrucción moral, trasladándolo de cuestiones relativas a
la propiedad y a la violencia a aquellas atingentes al orgullo y al sexo. La
moralidad cobró un carácter personal, internalizándose, a medida que
la confianza en la capacidad sacerdotal para la absolución de los pecados
declinaba. La culpa y el Demonio remplazaron a la expiación y a la Virgen.
Si bien estas son las principales fuerzas que subyacen bajo la Reform a,
con todo no resultan ser sino únicamente un conjunto suficiente más que
necesario de causas. A ellas debe añadirse la condición espiritual de la
Iglesia católica y la configuración política de Europa. El problema con
la Iglesia no era, como pensaban los humanistas, que estuviera plagada de
violaciones que clamaban una depuración, sino más bien que ésta había
perdido su sentido de finalidad espiritual, que era lo que había permitido
que tales violaciones prosperaran. Durante varios cientos de años había
128 EL SU RG IM IE NTO D E L M U NDO MODERNO

absorbido con éxito a los movimientos reformistas radicales, incluyendo a


ios franciscanos, manteniendo asi su vitalidad espiritual. Pero a partir de
finales del siglo XIV había aplastado dichos movimientos tildándolos
de heréticos —como en el caso de los lolardos y los hasitas— , y en conse­
cuencia había entrado en un proceso de lenta decadencia ideológica. Ob
sesionada por cuestiones administrativas de índole jurídica y financiera,
había perdido de vista su finalidad esencial.
El que la Reform a pudiera empezar y propagarse rápidamente en A le ­
mania puede explicarse por el hecho de que en esta área políticamente
fragmentada había príncipes dispuestos a ofrecerle su protección y su
apoyo. Que pudiera sobrevivir y arraigarse se explica parcialmente por
su atractivo popular, pero también por el hecho de que importantes inte­
reses políticos se sintieron amenazados ante los esfuerzos del emperador
Garlos V por aplastarla.
Los príncipes --incluso los príncipes católicos— estaban preocupados,
ya que pensaban que la supresión del protestantismo podría llegar a ser
el prim er paso hada la supresión de las libertades principescas. Francia
la católica y hostigante Francia— estaba temerosa de que si los Habs­
burgo lograban aplastar a los protestantes, obtendrían una fuerza arrolla­
dora y alterarían así el equilibrio del poder en Europa. Incluso el papa se
hallaba temeroso, puesto que un emperador militarmente triunfador en
Alem ania aodría amenazar su propia consolidación de su poder territo­
rial en Italia. Debido a esta oposición, conjuntamente con la necesidad de
rechazar a bs turcos, Carlos V jamás fue capaz de aplastar la herejía re­
formista. Por las mismas razones, la marcha triunfal que hiciera la
Contrarreforma en su regreso al norte de Europa durante la Guerra de los
Trein ta Años cien años después, se vio obstaculizada por la intervención
activa en favor de los protestantes por parte de la Francia católica, y por
las actitudes ambivalentes de los príncipes católicos del Imperio. Una y
otra vez el equilibrio del poder tuvo prioridad sobre ia solidaridad reli­
giosa. .La sangre que corría por las venas de un interés nacional y egoísta
era más espesa que el agua de la ideología.
Durante la primera mitad del siglo XVI Europa se vio confrontada con
una diversidad de opciones religiosas. Por una parte estaba el viejo catoli­
cismo no reformado / politeísta con todas sus reliquias, indulgencias y
demás accesorios degenerados de salvación puestos a la venta en el sótano de
las baratijas, y cuya supervivencia era ya vírtualmente imposible en vista
de la creciente demanda de alimento espiritual que había en Europa. Asi­
mismo, estaba la posibilidad dé una Iglesia católica reformada segírn los
lincamientos de ios humanistas cristianos; es decir, depurada de sus viola­
ciones administrativas y financieras, tolerante, humana y flexible. Uno
que otro historiador ha acariciado la idea de que de no haber sido por
L A REFO RM A 120

Lutero la Iglesia podría haber evolucionado sobre estos lincamientos, y


considerada superficialmente tal idea parece atractiva. Pero com o lo señala
el doctor Elton, implica una transferencia de los valores del siglo XX al
siglo XVI y pasa por alto el hecho de que el humanismo erasmiano era
esencialmente moralista y elitista. No tenía la intención ni era capaz de
satisfacer las necesidades teológicas de los intelectuales, o las necesidades
espirituales de los pobres, no obstante que eran precisamente estas necesi­
dades las que estaban desgarrando a la Cristiandad.
La tercera posibilidad venía a ser la abortiva Reforma Radical, cuya
importancia cabal apenas comienza a hacerse patente merced en parte a
la publicación del libro del profesor Williams, y también debido a que
muchas de las ideas que aquélla abrazara encuentran una resonancia d i­
recta en la “ contracultura" de nuestra sociedad contemporánea, Son p o ­
cos los historiadores que han mostrado simpatía o dedicado su tiem po a
los radicales, y más pocos aún los que han admitido que éstos han llegado
a tener algún tipo de influencia sobre el pensamiento del futuro. Empero,
algunas de sus ideas volvieron a aflorar entre los niveladores ingleses y las
sectas más exacerbadas del Interregno. Algunas de las más moderadas de
estas ideas fueron trasvasadas al pensamiento reformista inglés a finales
de los siglos XVII y XVIII, aun cuando la principal ideología política xvhig
se debiera casi por completo a James Harrington.
Y de este modo, la iglesia medieval tardía no reformada fue incapaz de
defenderse, los humanistas erasmianos cristianos jamás tuvieron la m ín i­
ma posibilidad de hacerlo, en tanto que las sectas radicales fueron perse­
guidas casi hasta su extinción. Las necesidades espirituales de Europa
encontraron una respuesta primero en la Reforma Magisterial, com o la
llama el profesor Williams, y posteriormente en la Contrarreforma católica.
De las tres ramas principales de la Reforma Magisterial, dos, la luterana y
la anglicana, se adaptaron casi inmediatamente a la autoridad política
existente y perdieron toda capacidad de expansión: se volvieron locales,
particularistas y conservadoras. £1 calvinismo, sin embargo, estaba hecho
de una sustancia más resistente, ya que tenía todos los ingredientes para
un desarrollo dinámico. Tenía un libro sagrado, la Biblia, y en él se leía
con más frecuencia el combativo Antiguo Testamento que ios pacíficos
Evangelios; tenía una organización celular y una rígida disciplina, al
igual que una fe mística en el futuro triunfo de su causa. La doctrina de
la predestinación de los elegidos alentó por su propio determinismo el que
los hombres realizaran mayores hazañas, de igual manera en que la fe d e­
terminista del marxismo lo hace hoy día.
En oposición a esta religión expansionista surgió una Iglesia católica re­
vitalizada. Ante el estado de sitio, Roma reaccionó como era de esperarse:
se volvió más centralizada, más dogmática, más rígida, más hostigante, y
130 EL SU RGIM IENTO DEL M U N D O M ODERNO

más fanática; también se volvió más viva espiritual e intelectualmente


hablando, más fecunda en cuanto a innovaciones institucionales, y más
activa en la batalla por las almas de lo que había sido por siglos. L a com­
binación de la centralización administrativa del papado, las actividades
represivas de la Inquisición, el impulso educativo de los jesuítas, la rege­
neración espiritual y estética del catolicismo barroco, y las conquistas m i­
litares de los ejércitos de los Habsburgo, tuvo éxito en hacer retroceder la
marea de la herejía al norte de Alemania, y en recuperar la totalidad de
Europa Oriental.
Frente a estas fuerzas antagónicas, los políticos sensatos hicieron todo
lo que estuvo a su alcance para evitar la catástrofe, aviniéndose a una d i­
visión de Europa de acuerdo con lincamientos geográficos. L a fórmula
cváus regio eras religio suscrita por la Paz de Augsburgo de 1555, fue un
recurso cínico pero práctico para prevenir la destrucción total de Europa
en m edio de un conflicto ideológico. En la práctica, si es que no en teoría,
confirió a los poderes seculares la libertad para exterminar a los disiden­
tes dentro de sus propias fronteras, sin correr por ello un riesgo tangible
de intervención externa. En el curso de una generación, la ideología ha­
bía en consecuencia dejado de ser analizable en términos de sentimiento
de cíase o de grupo, y se había vuelto un mero asunto de geografía. Euro­
pa se fragmentó, áreas como ios Países Bajos se dividieron artificialmente
en dos, pero la paz pudo preservarse en Alemania durante setenta años.
A fin de cuentas, por ende, fueron las fronteras de los Estados-nación
las que prescribieron la fe religiosa a la que la gran mayoría de la pobla­
ción habría de hecho de suscribirse. Esto no debe sorprendernos mucho,
ya que de una manera amplia la misma generalización de cuius regio eius
religio se aplica incluso en mayor grado al siglo XX, la segunda era en que
la civilización occidental ha sido escindida ideológicamente por la mitad.
En la Rusia bolchevique, cincuenta años de presión política han termina­
do por destruir casi por completo la fe ortodoxa; y tal vez otros treinta
años de presión política en Europa Oriental podrían bastar para reducir
ai catolicismo romano al este de la Cortina de Hierro a proporciones in ­
significantes. En ios Estados Unidos, por otra parte, los miembros del
partido comunista son tan r aros como las águilas calvas, en gran medida
por las mismas razones.
Resulta curioso el hecho de que el problema del control ejercido por el
pensamiento protestante durante la Reforma haya sido tan extremada­
mente descuidado hasta hoy día por los historiadores. Se lian escrito
volúmenes enteros acerca de la manera como los católicos suprimieron el
protestantismo tanto en España como en Italia, pero muy poco se ha
dicho acerca del modo en que los protestantes suprimieron el catolicismo
lo mismo en Inglaterra que en Holanda. Los Estados del siglo XVI eran
l.A REFORM A 181

mucho más débiles que los actuales, y sin embargo, tras setenta años de
régimen protestante, el catolicismo romano fue reducido en In gla terra a
una minoría insignificante y aislada, cuando antes había sido v irtu a lm en ­
te la única religión. Existen tres posibles explicaciones sobre có m o sucedió
esto: que la población era indiferente respecto a ambas opciones, de m a ­
nera que el Estado no tuvo que hacer esfuerzo alguno; que existía una m i­
noría activa y creciente que en todo caso miraba las reformas c o n sim pa­
tía, en vista de lo cual la política del Estado habría sido sim plemente la de
seguir esta oleada influyente de opinión; o bien que el Estado ejerció p o ­
deres policiales enérgicos y eficaces para destruir toda oposición abierta,
erradicar las disensiones verbales, y convertir a la población, o en todo
caso a la generación más joven, a la nueva ortodoxia.
El doctor F.lton es un historiador administrativo y constitucional que,
según sus propias y claramente expresadas aseveraciones, no tiene tiempo
para el pluralismo histórico. Se opone fuertemente a innovaciones como
la historia social o los métodos cuantitativos, y considera al estudio de la
política y el poder estatales como la función más elevada y legítim a del
historiador. N o va con él aquello de que la comunidad de historiadores
pueden habitar provechosamente varías mansiones y aprender mu­
tuamente de sus diversos estilos de vida. Asimismo, este autor es uno de
los rnás distinguidos historiadores de los Tudor, que ha ganado su reputación
principalmente merced a un estudio especializado sobre las innovaciones
administrativas del primer ministro de Enrique V IH durante ía década
de 1530, Thotnas Cromwell.4 Sin embargo, no ha logrado persuadir, sal­
vo a una reducida minoría de sus colegas, de que los cambios ocurridos en
esa época puedan describirse razonablemente como una “ revolución
dentro clel gobierno” , y no obstante se trata de una idea que en lo sucesivo
cualquier estudioso serio de dicho periodo deberá afrontar.
Actualmente, ha llevado a cabo un detallado análisis de Tos aspectos
represivos de la maquinaria burocrática descrita en el. volumen anterior y
de su uso como un instrumento de control social en una época en que la
ortodoxia religiosa estaba siendo alterada por vez primera, desde la con­
versión inicial de los ingleses al cristianismo novecientos años antes, en la
que la sucesión hereditaria al trono cambiaba arbitrariamente año con
año de acuerdo con los caprichos maritales del rey Enrique, y en la que el
Estado se hallaba en proceso de confiscar en su favor entre una cuarta y
una tercera parte de los bienes territoriales del reino.6 Como el prefacio lo

* O. ft. Eiton, The Tudor Revolution in Government: Administrativa Changes in tho Reign of
Uenyy VSIS. Cambridge, 1953.
0 G. U. Elton, Policy and Pólice: the Enforcement o f the Reformativa in the rige o f Tho mas
Cromutel!, Cambridge, 1972,
132 FX SU RG IM IE N TO OKI, M UNDO M O DERNO

aclara, el propósito principal del libro es reivindicar a Thomas Crom ­


w ell del cargo formulado contra él por el erudito Victoriano R, B. Merri-
m an respecto a haber practicado un “ reino del terror". Esta es la razón
por la que el doctor Eicon se ciñe exclusivamente al período del régimen
de Cromwell, y es éste el tema sobre el que continuamente vuelve. Se tra­
ta, por consiguiente, de un libro con una finalidad fundamentalmente d i­
dáctica, que intenta emitir un veredicto de inocencia sobre un individuo
por el que a lo largo de los años el profesor Elton ha llegado a sentir nn ín­
timo afecto -casi una identificación-— , y cuyo propósito más general es
"revelar las realidades del gobierno".
L a argumentación procede como sigue: 1) "Si hubo terror, éste existió
únicamente en el pensamiento” (i. e., se trató de un régimen benigno, ya
que sólo unas 350 personas como máximo fueron ejecutadas por razones
políticas en. el transcurso de nueve años). 2) “ Su control implicó el
cumplimiento de la ley según las condiciones de la misma, mediante los
métodos jurídicos de la época en lo tocante a juicios e investigaciones”
( l e., siguió la ley al pie de la letra, y esto es lo que importa). 3) "Se puso
especial cuidado en establecer la verdad antes de sancionar el ejercido del
poder de. la ley" (i. e,, el castigo eventual de víctimas inocentes de una d e­
nuncia malévola no formaba parte de la política oficial). 4) “ N o se hizo
intento alguno por organizar... nada que pudiera asemejarse a una red
de espionaje; no se llegaron a ofrecer recompensas ni incentivos de ninguna
índole” ( í . e., aquél se atenía únicamente al caudal diario de correspon­
dencia anónima). 5) "Cromwell hacía lo que pensaba que era su deber; el
odio y los impulsos punitivos eran privativos del rey” (i. e., Cromwell era
el burócrata frío y eficiente, Enrique era el hombre pasional). 6) “ Sin ac­
tividades de esta índole la sociedad se derrumba. . . la revolución encabe­
zada por él tenía importantes objetivos inherentes en perspectiva.” “ El
rey y sus ministros no eran hombres de una dulce bondad. Se hallaban d i­
rigiendo una revolución y necesitaban instrumentos drásticos de repre­
sión.” (i. e., no es posible preparar una tortilla de huevos sin romper los
huevos y en todo caso la tortilla de huevos que resultó de lo anterior fue
buena).
Con objeto de juzgar la validez de este conjunto de proposiciones, es ne­
cesario considerar detenidamente los métodos que se emplearon para lle­
gar a ellas. El libro se compone de una serie interminable de denuncias
formuladas por individuos desconocidos en contra de otros individuos
igualmente desconocidos, y de los informes de investigaciones oficiales
sobre los acusados. Estos relatos no únicamente resultan ser inconexos y
con frecuencia triviales, y rara vez divertidos, sino que en la gran mayoría
de los casos el doctor Elton no tiene idea de que pudo haberle ocurrido al
acusado al final. Com o él mismo afirma: “ Estoy consciente, y ello me ín-
L A R E FO RM A m

quieta, de las barreras puestas al deleite por tantas historias sobre aconte­
cimientos con frecuencia nimios, muchos de los cuales están además
desprovistos de aquella satisfacción que proporciona conocer el desenlace
fin al." Esta ignorancia del desenlace final se debe en parte a qu e los re ­
gistros de los Tribunales Trimestrales y de las Assizes* o no existen, o se
hallan incompletos, o bien presentan una elaboración de índices bastante
deficiente; así como al hecho de que el doctor Elton se ha lim itado en
extremo a un examen meticuloso de ese cuerpo de datos que él conoce
mejor que nadie en el mundo, los archivos personales de Cromwell. Una y
otra vez, por consecuencia, sus relatos terminan de manera inconclusa:
"cualesquiera que hayan sido las medidas que se adoptaron, no dejaron
ninguna prueba tras de sí", "no se sabe nada más” , "ésta parece haber
sido absuelta", etc. Cuando se encuentra en un momento de vacilación,
tiende a dar por hecho que el acusado fue exonerado, aun cuando no
haya ningún testimonio de peso que apoye una conclusión de esta índole.
Por lo menos algunos do. los 109 casos capitales que califica de "p ro b a b le­
mente revocados” , podrían de hecho añadirse a la lista de aquellos a
quienes se les infligieron terribles castigos por traición, es decir, una
muerte por tortura. En consecuencia, es difícil sustraerse a la conclusión
de que las estadísticas del doctor Elton acerca de las víctimas no son del
todo fidedignas.
Una deficiencia más grave aún es que la lista de ejecuciones no es en todo
caso más que la morena arrojada y hacinada cu un enorme e invisible gla •
ciar de represión y de acciones punitivas, de flagelamientos, de torturas,
de encarcelamientos, de humillaciones públicas, de hostigamientos, etc.,
llevados a cabo por autoridades menores en todo el país. El propio doctor
Elton admite que bajo el incesante acicate de Cromwell para suprimir las
conversaciones sueltas, los rumores, las falsas noticias, etc., los jueces de
paz locales con frecuencia "actuaban sumariamente, recurriendo a las
palinodias, la picota y el látigo según se les daba a bien entender, o según
parecía justificarlo la gravedad de la ofensa". De este modo, un celoso
— o sícofántico— juez de Cornualles informó en una ocasión a Cromwell
que estaba haciendo uso libremente de la picota y del cepo “ según lo
contenido en sus anteriores cartas a mí dirigidas". Debido a que el doctor
Elton se ha limitado a una detenida lectura délos documentos contenidos
en la gaveta secreta del escritorio del ministro más importante de
Londres, sus datos no ofrecen más que acaso un par de débiles sugeren­
cias con respecto al verdadero peso de la pena no capital, conforme éste se
hacía sentir en la vida real de las aldeas y los pueblos de Inglaterra; por

* Sesiones periódicas de losjucc.es de las audiencias superiores para considerar y emitir fallos sobre
las causas referentes a cada condado. [T.j
134 El. SU RGIM IENTO DEL M U N D O M ODERNO

consiguiente, resulta imposible determinar con exactitud el rigor de la


misma a partir de este libro.
El segundo error metodológico es que al aducir que todos ellos constitu­
yen un "caso bastante especial", el doctor Elton pasa por alto cualquier
discusión acerca de la supresión de toda una serie de rebeliones armadas
importantes que estallaron en el norte de Inglaterra en 1536-1537, y que
por algún tiempo amenazaron ia estabilidad del régimen mismo. Éstas
constituyeron el desafío supremo al sistema represivo de Cromwell, y de
hecho su erupción es indicativa de la magnitud de los resentimientos con­
tenidos por parte d e la población, al tiempo que su derrota señala el m o­
mento crucial en la larga batalla por el control social, que es de lo que este
libro se ocupa.
Otro conjunto d e objeciones al enfoque del doctor Elton sobre este
problema tiene que ver con cuestiones referentes a la imaginación históri­
ca. En ellas se alude a asuntos delicados tocantes a la sensibilidad moral
más que al método histórico, y que bien podrían resultar extremadamen­
te subjetivos para ser aplicables. Empero, no dejan de ser molestos. Perso­
nalmente el doctor Elton es un hombre afable, no obstante se advierte un
tono escalofriantemente desalmado en sus interminables descripciones
acerca de persecuciones —-y en ocasiones de torturas y de ejecuciones -
de gente insignificante atrapada por una palabra indiscreta, o por haber­
se dejado ir de la lengua en un momento de cólera o de beodez, en la
rueda dentada de una gran revolución, y triturada hasta quedar pulveri­
zada por el Moloc del Estado. Nos narra alegremente que una víctima
“ tuvo éxito en hacerse ejecutar” como si el pobre miserable hubiera insis­
tido perversamente en arrojarse en manos del verdugo. En el caso de otra
víctima, "su lengua suelta le costó un mes en la cárcel esperando a que
Cromwell quedara satisfecho, pero nada más” . ¿Se ha detenido alguna
vez el doctor Elton a considerar lo que era la vida para un hombre pobre
en una prisión del siglo XVI, languideciendo inexorablemente medio
muerto de hambre y posiblemente encadenado dentro de un oscuro ca­
labozo en medio de su propia inmundicia? ¿O de qué manera podía
sobrevivir su familia cuando el sostén de la casa dejaba de ganar dinero?
Para Cromwell, tales habladurías eran meramente molestias onerosas que
debían silenciarse, y en esto el doctor Elton concuerda con él: “ Fish esta­
ba buscando problemas. La credulidad de la gente se volvía una pesada
carga para el rey y el gobierno. Cromwell dijo hasta la saciedad. . . "O tra
de las deficiencias con respecto a la imaginación histórica resulta igual­
mente inquietante. El doctor Elton parece ignorar por completo el daño
que se inflige a la estructura de urm sociedad cuando los gobiernos alien­
tan de manera positiva las denuncias de unos vecinos contra otros, ya que
con esto abren una caja de Pandor a que se traduce en una malevolencia y
LA KKFORMA 1SD

una calumnia de carácter local. Nadie que haya leído un poco acerca de
cómo era la vida en la Europa sometida a la ocupación nazi, o qu e haya
visto la película Le Chagrín et La Pitié, podría compartir la satisfacción
mostrada por el doctor Elton cuando concluye triunfalmente qu e su h é­
roe estimuló las acusaciones privadas en lugar de confiar en un sistema de
informadores asueldo. Incidentalmente, es en este punto donde un grave
caso de suppressio veri tiene lugar. En su examen acerca de si C rom w ell
tenía en mente u operaba de hecho un Estado policial, el doctor Elton
omite por completo mencionar aquella siniestra y corta frase que aquél
escribiera para sí mismo en uno de sus memorandos en 1534; “ tener p e r­
sonas incondicionales en cada bendito pueblo para descubrir quién habla
o predica de este m odo" (i. e,, “ en favor de la autoridad del papa” ) . G
Por último, está la cuestión de la actitud curiosamente respetuosa del
doctor Elton con respecto a la ley promulgada. Para él parece que no
puede haber una diferencia significativa entre un estatuto y la justicia n a ­
tural, Habla de “ los propósitos del gobierno, propósitos que, dadas las
condiciones en que estaba la ley, deben denominarse también com o los f i ­
nes de la justicia” . En 1536 Cromwell se las arregló, no sin antes luchar
por ello, para hacer que el Parlamento aprobara un estatuto en el qu e se
ampliara el significado —y las sanciones— del término traición, in clu ­
yéndose en él las palabras proferidas, la negativa a prestar el Juramento
de Supremacía, o, según su interpretación judicial, la mera propagación de
un rumor, y en el que se preservara al mismo tiempo la tradición m e­
dieval respecto a la suficiencia de un solo testigo para el dictamen de una
condena. Las ejecuciones infligidas mediante tortura que resultaron de
este atroz estatuto tuvieron un carácter legal, y según el doctor Elton fu e­
ron al parecer justas. El párrafo que el doctor Elton dedica a este estatuto
(pp. 287-288) merece ser leído como una obra maestra de casuística sofista.
¿A qué queda reducida entonces la tesis principal del doctor Elton en
vista de todo lo anterior? N o obstante lo claramente deficientes que resul­
tan ser sus pruebas, lo limitado que se muestra en cuanto a la posibilidad
de experimentar empatia por las víctimas, lo confuso que se halla con res­
pecto a la diferencia entre la legalidad y la justicia natural, lo ciego que
esta ante cualquier consideración que no sea la de la raison d'état, ha
logrado probar un punto que casi no deja lugar a la duda: no hubo profu­
sos derramamientos de sangre, como cuando el Terror de Robespierre
o las Grandes Purgas de Stalin. Las ejecuciones anuales no sobrepasaban
las cincuenta, cantidad pequeña si se la considera con criterios modernos.
Comparados con lo que ocurrió durante la Revolución francesa, cuyos in ­
terminables y sangrientos horrores han sido puestos de manifiesto recien-

Lettors and Paper* o f Henry VIIJ. VII, núirt. 420.


136 El,SU RGIM IENTO DEL M UNDO M ODERNO

teniente, quizás con un apego excesivo por los detalles, por el profesor
Cobb, los instrumentos de control social ejercidos por Cromwell durante
la primera etapa de la Reforma inglesa muestran una organización débil
y pobre, Y esto por lo siguiente: Cromwell jamás pagó a una burocracia
local o a un ejército permanente para reforzar el cumplimiento de sus dic­
támenes. Parece que tampoco fue un sádico arbitrario y excéntrico, aun­
que no hay duda de que fue un hombre bestial, desalmado y frío. Efecti­
vamente, actuó en la mayoría de los casos dentro de los límites prescritos
por la ley, no importa cuán tiránica pudiera ésta haber sido, y se esfor
zó por tamizar la verdad de la falsedad en medio del caudal de denuncias,
hasta donde se lo permitían otras ocupaciones más perentorias. En qué
medida lo logró, es otro asunto, respecto al cual los registros no son útiles.
Por otra parte, en comparación con la Edad Media o las modernas so­
ciedades abiertas, resultan sorprendentes en verdad el grado de control
sobre el pensamiento y la pérdida de la libertad personal. Fue la crisis de
la Reforma la que primeramente indujo a los políticos y a los burócratas
de Europa a procurar el dominio sobre las mentes y los corazones de sus
súbditos, de una manera mucho más radical nunca antes vista.
Sí la represión orquestada, dirigida y supervisada por Cromwell, la
cual se extendió hasta los estratos ínfimos de ¡a administración cívica,
vino a traducirse en un "reino del terror” , debe quedar como una pregun­
ta sujeta a discusión. Empero, debe advertirse que la represión opera con
mayor eficacia a través dei miedo inducido de manera ejemplar. Las eje­
cuciones bien elegidas y con una divulgación apropiada de personajes cla­
ves como Moro y Fisher, lo mismo que el abad de Reading, los frecuentes
espectáculos en que se hacían manifiestos los castigos públicos iníligidos a
los propagadores de rumores, poniéndolos en la picota, cortándoles las
orejas, o flagelándolos sobre el torso desnudo de un lado a otro del pueblo
en días de mercado hasta que quedaban bañados en sangre, eran sufi­
cientes para acobardar casi hasta a los más acérrimos y los más temera­
rios. Es cierto que el régimen no fue tan sanguinario como otros regíme­
nes de épocas posteriores, pero sí fue ei más represivo que la primitiva
maquinaria administrativa de la época estaba en condiciones de. manejar.
De m i lectura de las pruebas proporcionadas por este libro, se desprende
que éste intenta reforzar la creencia de qne C.onmell estaba llevando a
Inglaterra con paso fum e hacia un despotismo renacentista de carácter
legal, revestido de formas más modernas de control sobre el pensamiento,
y cuyo desarrollo ulterior se vio únicamente interrumpido por la muerte
prematura de aquél — ocurrida muy a tono con las circunstancias — en el
cadalso, lo mismo que por importantes errores subsecuentes en la política
estatal, tales como la venta de gran parte de los bienes confiscados a la
Iglesia, para el mantenimiento de una guerra sumamente banal.
I.A. reforma 137

El argumento metodológico fundamental al que aquí se está aduciendo


es que la historia de la represión no puede escribirse meramente m ediante
la narración de relatos sacados de la correspondencia personal d el repre­
sor principal. En primer lugar, se necesita cierto análisis exhaustivo para
evaluar la capacidad del primer ministro del rey para hacer que los fu n ­
cionarios locales se plegaran a sus designios. Esto implica un estudio
cuidadoso acerca de la distribución del poder local, y del deseo y la capa­
cidad de los magnates y los hidalgos locales para obstaculizar las órdenes
de Londres. La cuádruple relación entre el gobierno central, la alta
nobleza, los hidalgos, y el despierto contingente formado por los pe­
queños terratenientes y el campesinado, fue cambiante durante este p e­
ríodo, como vino a mostrarlo la Peregrinación de la Gracia, pero el doc­
tor Elton no tiene nada que ver con estos asuntos. No se nos dice nada,
por ejemplo, acerca del modo en que Enrique y Cromwell aumentaron el
poder de los hidalgos confiables en el norte del país, con objeto de minar
el de los magnates que no eran dignos de confianza en esa zona, y ampliar
de esta manera el área de control del gobierno central. No obstante que
los archivos de Cromwell proporcionan una amplia información al res­
pecto, no se nos dice nada en absoluto acerca de sus métodos y de su éxito
para desarrollar una cadena -compuesta de agentes, subordinados y
clientes locales - sobre la que pudiera basarse la eficacia política en una
época en que prevalecía el patronazgo. Necesitamos ver ahora de qué m a ­
nera el sistema de clientela de. Crotnv/eli se relacionaba con los de sus ene­
migos, como el duque de Norfolk, muchos de los cuales eran también in­
termediarios del poder, tan ansiosos de proteger a los católicos romanos
como Cromwell de silenciarlos. Sólo mediante un estudio de esta índole,
el cual el doctor Elton no ha llevado a cabo, resultará posible “ revelar las
realidades del gobierno".
En segundo lugar, es preciso hacer el relato de la represión, no sólo des­
de el punto de vista policial, que es lo que hace el doctor Elton, sino tam­
bién desde el de las victimas, que es el tipo de relato intentado por el pro­
fesor Gobb. ! Es significativo el que la ideología, la apasionada devoción
religiosa profesada al protestantismo o al catolicismo, desempeñe sólo un
papel secundario en los innumerables relatos del doctor Elton. Empero,
difícilmente podría dudarse de que aquélla desempeñó efectivamente un pa­
pel importante, conjuntamente con la crueldad, la calumnia, la codicia, la
envidia, la malevolencia y todo tipo de acciones impías. A fin de cuentas,
las opiniones de la gente, desde los tejedores a los nobles, forjadas a través
de la lectura de la Biblia, o por el anhelo de apoderarse de las tierras de la
Iglesia, o bien por aversión hacia la autoridad sacerdotal, fueron por lo 7

7 R. C. Cobb. The Pólice and (he Peoplo- l'mlitk Popular Prótesis l/<s‘) 1S20 Qxfoiá. 1970.
138 EL SU RGIM IENTO DEL MUNDO MODERNO

menos tan importantes como la crisis de la Reforma. Pero esto es algo que
sólo puede narrarse, como lo ha hecho el profesor Dickens, a partir de los
registros locales y legales.8 Lo que realmente ocurrió a los ingleses en la
década de 1530 — y de hecho lo que realmente le sucede a la gente de
cualquier época— no puede descubrirse meramente mediante la corres­
pondencia del ministro más importante.
Si en lugar de considerar las causas y los métodos centramos nuestra
atención en las consecuencias que este gigantesco levantamiento tuvo
para la vida europea, somos inmediatamente confrontados por una grave
dificultad semántica. Muchos factores, como la alfabetización, el na­
cionalismo, o el anticlericalismo, son a ¡a vez causas y efectos: fue su pre­
sencia lo que ayudó a que la Reforma echara raíces, pero la Reforma a su
vez alentó enormemente el ulterior desarrollo de los mismos. Los resultados
no se vislumbran con claridad a corto plazo. El grado de inhumanidad,
crueldad y violencia del hombre hacia el hombre se agudizó enormemen­
te; se produjo una marcada declinación en la libertad de pensamiento, lo
mismo que en las ideas racionales de tolerancia y de moderación, a m edi­
da que los humanistas se vieron desplazados por los radicales: se observó
una considerable redistribución entre el laicado de los bienes provenien­
tes de la Iglesia, tanto en las zonas católicas como en las protestantes; y fi­
nalmente, se hizo patente un impresionante auge en el entusiasmo reli­
gioso, el cual invadió a. todas las clases dentro de la estructura social:
Europa había sido por fin convertida al cristianismo.
Las consecuenias a largo plazo, sin embargo, no fueron deliberadas y
tuvieron un carácter muy diferente. En la política, el punto muerto entre
protestantes y católicos ratificó la fragmentación particularista de A lem a­
nia mediante el estímulo dado a los príncipes; al tiempo que ratificó la
fragmentación nacional de Europa mediante el estímulo dado a las Ig le­
sias estatales. Eli desafío de los radicales obligó a que los luteranos consoli­
daran una alianza con las autoridades seculares más estrecha de lo que
hubieran querido en otras circunstancias; al tiempo que el desafío del
protestantismo hizo que Roma adoptara una postura rígida y reacciona­
ria consistente en un autoritarismo centralizado, de! que apenas está sa­
liendo hoy día después de transcurridos unos cuatrocientos años.
Una de las hipótesis directrices en cuanto a la organización de los tiem­
pos modernos fue adelantada por Max Weber, quien sostuvo que las en­
señanzas de los reformadores crearon las condiciones éticas necesarias sin
las que el capitalismo moderno no hubiera podido prosperar. La hipótesis
volvió a ser interpretada por R. H. Tatvney, quien argüyó que las ideas de
los reformadores se ajustaron con el tiempo para satisfacer las necesidades

A. G. Dickens, l.ollards and Proiostants va Ihe Dioaesc of York 1509-1558, Oxford, 1959.
L A REFORM A 139

de la sociedad burguesa y capitalista en la que habrían de arraigarse. N i


el profesor Dickens ni el doctor Elton le conceden mucha atención a esto,
y de hecho este último, depositando una gran confianza en el tra b a jo de
un historiador sueco, el doctor Samuelsson,0 dirige un ataque fu rioso en
contra de tal planteamiento, haciendo particularmente patente su escar­
nio en el caso del gran libro de Tawney, Religión and The Rise o f C apita-
lüm, respecto al cual escribe:

Este libro ha ejercido una extraordinaria influencia. En el caso especial de


Inglaterra y los Estados Unidos, ha contribuido grandemente a la declinación
de la confianza del protestantismo en sí mismo y al consecuente resurgimiento
del catolicismo romano, a la reacción en contra del capitalismo como un siste­
ma económico, y quizás incluso a la creciente tendencia del Occidente a re­
nunciar al liderazgo del mundo.

Lo más benévolo que podría decirse acerca de este extraordinario exacer­


bamiento es que la explicación que propone para la declinación del Occidente
tiene por lo menos la virtud de lo novedoso. (Uno de los más desconcer­
tantes fenómenos de nuestra época es la manera en que intelectuales c on ­
servadores, como el doctor Elton o el profesor Trevor-Roper, quienes se
muestran capaces de adoptar un punto de vista frío y desapasionado con
respecto a Carlos Marx, son presa de un odio frenético ante los escritos de
un socialista cristiano tan apacible como R . H. Taw ney.)
Las críticas en contra de W eber y de Tawney formuladas por el doctor
Samuelsson y repetidas por el doctor Elton se basan en una falta de
comprensión acerca de lo dicho por aquéllos, o en todo caso en una lectu­
ra descuidada de sus textos. A W eber no le interesaba la codicia o la avi­
dez humana, ya que se daba perfectamente cuenta de que.ésta constituye
un rasgo psicológico recurrente, ni tampoco le preocupaba la aparición
de los “ capitalistas de rapiña” que medraban merced al gobierno, las fi­
nanzas, los monopolios, la guerra, la piratería, o la usura. De este modo,
traer a cuento a los Fúcar o la hostilidad de Calvino con respecto a la usu­
ra, es algo que está totalmente fuera de contexto.
W eber creía que esta ética había surgido del abandono dei círculo ca­
tólico de pecado y de expiación, según el cual la salvación podía asegurar­
se mediante los sacerdotes y la ayuda de las buenas acciones; lo mismo
que de su sustitución por un credo de salvación exclusivamente mediante
la fe y la doctrina de los elegidos. L a única forma en que un hom bre po­
día probarse satisfactoriamente que estaba salvado era por medio de una
continua devoción, alcanzada a través de una tenaz autodisciplina en la

K. Samuelsson, Religión and Economú; Action, Nueva York. 1964.


HO EL SU RG IM IE NTO DEL M UNDO M O D E RN O

que la esmerada dedicación a la propia vocación desempeñaba un papel


vital, aunque sólo fuera como un medio de apartar las múltiples tenta­
ciones del Demonio. El resultado de esto vino a ser la creación de una
fuerza de trabajo disciplinada y bien adaptada a los ininterrumpidos linca­
mientos de producción de la industria moderna, dispuesta a imponerse a
sí misma el ahorro a través de la frugalidad a fin de proporcionar el capi­
tal de inversión que fuera necesario; y asimismo la formación de empresa­
rios sagaces pero honestos interesados por el rendimiento a largo plazo
más que por las especulaciones tendentes a lograr ganancias rápidas,
Esta “ ética protestante", aunque bastante dispersa entre toda una
población, habría de conducir inexorablemente, según pensaba W eber, a
aquella dedicación habitual al comercio que es la esencia del capitalismo
moderno —“ la organización capitalista y racional de la fuerza (form al­
m ente) libre de trabajo” -™. Si ha de criticarse esta tesis, debe hacerse por
lo menos en los términos de lo que la misma expresa. Actualmente resulta
en efecto cierto que la “moralidad de la clase m edia” con respecto al sexo,
el trabajo y la puntualidad ha sido una característica esencial de las so­
ciedades industriales occidentales, y que esta moralidad parece tener su
origen en la teología calvinista. El hecho de que por el siglo XVIII se haya
divorciado de sus cimientos religiosos para convertirse en el sistema de va­
lores puramente secular de Benjamín Franklin, prueba únicamente que
se había arraigado lo suficiente para sobrevivir al debilitamiento del en­
tusiasmo religioso.
Por otra parte, existen tres objeciones a la tesis de W eber y Tawney, las
cuales requieren aún ser respondidas. La primera consiste en la evidencia
de que hasta por lo menos a comienzos del siglo XVt, gran parte del pen­
samiento calvinista mostraba una fuerte aversión hacia la avidez capita­
lista y las leyes del mercado. El laüsez-faire y la doctrina de la optimiza­
ción de las utilidades, prescindiendo de su importancia para el bienestar
público, no tuvieron lugar en la Ginebra de Calvino. El dilema del piado­
so comerciante calvinista que procuraba conformarse al código moral cal­
vinista en lo tocante al justo precio, y que por otra parte se apegaba a su
vocación de rendir su mejor esfuerzo, se nos describe de manera revelado­
ra en la agónica autobiografía del comerciante bostoniano del siglo XVII
Robert Keayne.10 L a ética puritana lo motivó a optimizar sus utilidades,
en tanto que la moralidad económica de su Iglesia lo condenó pública­
mente cuando así lo hizo. A fin de cuentas, como sabemos, el crecimiento
del capitalismo erosionó las restricciones morales, incluso en Boston, y sin
embargo esta tensión psíquica, este precario equilibrio, es algo que W e ­
ber ha pasado por alto y que Tawney ha negado. En segundo lugar, esta­

10 tV(<? Apología o f Roben Keayie, omij, R B HÍyít, Nu.íva Yo, t 1965.


LA REFORMA MI

mos comenzando a cobrar conciencia de la existencia de un “ puritanismo


católico” , particularmente ostensible en el jansenismo francés, que hace
dudar acerca del papel exclusivo del protestantismo en el desarrollo de es­
tas características éticas. La tercera objeción se basa en que el estudio del
incipiente carácter empresarial moderno muestra una tem eridad en
cuanto a la adopción de riesgos y un índice muy elevado de fracasos, ca­
racterísticas que parecen asemejarse más al “ capitalismo de ra p iñ a ” m e­
dieval que a los modernos esfuerzos corporativos conscientes d el beneficio
de los costos. Además, los acaparadores verdaderamente grandes depen­
dían por lo común fuertemente del soborno y el chantaje com o recursos
para obligar a los gobiernos a otorgar monopolios y concesiones que se
tradujeran en permisos para la impresión de dinero. T od o esto parece
apartarse considerablemente de la ética protestante.
La contribución más importante de la Reforma al capitalismo, a la
ciencia y al espíritu de tolerancia no fue de hecho deliberada en absoluto.
La fragmentación religiosa de la Europa cristiana socavó la confianza en
la existencia do un único camino hacia la verdad. El encendido entusias­
mo del siglo XVII condujo directamente al frío deísmo del XVin. L a cons­
ternación ante lo encarnizado y devastador de las guerras religiosas alentó
finalmente al reconocimiento de las ventajas económicas y políticas de la
tolerancia. La incapacidad de las persecuciones para extirpar otros credos
dentro de muchas áreas protestantes obligó a que varios países, en parti-
. cular Inglaterra, aceptaran de buen o mal grado una sociedad plural en
la que pudieran coexistir toda una diversidad de creencias y de opiniones.
Una vez que esto ocurrió, algunas de las ideas desacreditadas de los refor­
madores radicales con respecto a la libertad, la igualdad y la fraternidad,
pudieron surgir una vez más abiertamente, e incluso lograr aquí y allá
cierto grado de respetabilidad. El cambio de autoridad del clero al laica-
do llevó al final a un cambio de valores, los cuales no se centraban ya
sobre el otro mundo sino sobre éste, como la producción literaria y el
caudal bibliotecario de finales del siglo XVII claramente lo muestran. En
última instancia, por lo tanto, la Reforma, at igual que todos los demás
movimientos importantes de la historia, tuvo consecuencias muy distintas
a las concebidas por sus líderes y sus seguidores.
Hasta este punto del análisis, la atención se ha centrado sobre la “ R e­
forma Magisterial” , en la medida en que ésta afectó a las élites gobernan­
tes y a las autoridades estatales. Pero mientras tanto sucedían cosas aún
más inquietantes, ya que entre 1520 y 1580 aparecieron resquebrajaduras
sobre la dura corteza de ¡a sociedad europea. Por un periodo de aproxi­
madamente medio siglo, los príncipes y los magistrados, los terratenientes
y los patricios, al igual que los sacerdotes y los presbíteros, sintieron ame­
nazados su autoridad y su sentido de los valores. Las fisuras en la cstructu-
142 EL-SURGIMIENTO B E L M UNDO MODERNO

ra social, política e intelectual asomaron por toda Europa desde Polonia


hasta Inglaterra, y a través de ellas rezumaron un sinnúmero de nuevos
revolucionarios sociales y religiosos: adamitas, amositas, anabaptistas,
blandratistas, budriyitas, davidjoristas, farnovianos, familistas, gabrielí-
tas, gonesianos, hoferistas, Inméritas, loístas, melchoritas, menonitas,
münsteritas, obbenitas, pinczovitas, quintinístas, schwenchfeldianos, ser-
vetianos, socinianos, unitarios, utraquistas y valdenses. Estos sectarios
eran primordialmente, por supuesto, fanáticos religiosos, obsesionados
por doctrinas teológicas extrañas. Pero también eran hombres y mujeres
que se reunían para predicar y practicar el pacifismo, la comunidad de
los bienes y de la producción, la igualdad de los sexos, la abolición de las
distinciones de dase, la exaltación de la actividad sexual dentro del
matrimonio como un sacramento cuasirreligioso, el divorcio por causa de
adulterio, la abolición de la usura, los diezmos y los impuestos, y el retiro
de los cristianos de todos los cargos dentro del gobierno secular.
Es bastante natural el que la vida de estas personas resultara desagra­
dable, brutal y breve. I.a sociedad se volvía en su contra con aquella apa­
sionada fiereza que reserva para aquellos que desafían los supuestos, los
estándares y la estructura de la autoridad por virtud de la cual vive y se rige.
Todas las Iglesias establecidas, tanto la católica como la protestante,
se unieron en su odio por estos “ libertinos, revolucionarios, fanáticos, vi­
sionarios, blasfemos y comunistas". Uno de ellos, Miguel Servet, logró es­
capar de los católicos de Lyon, quienes lo quemaron en efigie, sólo para
caer en manos de los calvinistas de Ginebra, quienes lo quemaron vivo. A
éstos se les masacraba con rapidez en medio del paroxismo, se les tortura­
ba lentamente y a sangre fría con el potro, la bota y las empulgueras, se
les quemaba en la hoguera, se les quebraban los huesos en la rueda, se les
decapitaba, colgaba y flagelaba, se les desgarraba con pinzas al rojo vivo,
se Ies destripaba y desmembraba. Por 1580, sus días habían casi termina­
do. Lograron sobrevivir en Polonia y Transilvania, pero fue en la Ingla­
terra del siglo XVII donde habrían de dejar su impronta sobre la historia,
instaurando aquella conciencia no conformista que sigue siendo la leva­
dura de la sociedad inglesa de hoy día.
Hasta aquí estos sectarios han sido considerados indiferentemente sólo
como un grupo marginal y lunático de la Reforma propiamente dicha.
En un estudio impresionante y revolucionario de todo este campo, el doc­
tor Williams sugiere actualmente que este punto de vista tradicional es
falso. Arguye que la Reforma asumió dos formas distintas: la Reforma
Magisterial de Lulero, Zwingli, Calvino y Cranmer, la cual se llevó a cabo
para respaldar la autoridad secular, al tiempo que se sostuvo por su poder
coercitivo y consolidó un desarrollo satisfactorio dentro del marco es­
tablecido por las ciudades, los principados y los Estados nación; y la Re
LA REFO RM A 14».

forma Radica), la cual tuvo un carácter internacional, revolucionario y


antisocial. Ésta se distinguió por sus expectativas apocalípticas, con res-
pecto al milenio,* su indiferencia u hostilidad hacia la autoridad del Es­
tado, su rechazo de las instituciones, las prácticas y la disciplina d e la
Iglesia medieval, lo mismo que por la unión de toda la comunidad de los
fieles en el seno de un nuevo apostolado laico.
Como ocurre con todos los modelos, debe admitirse que esta división de
la Reforma en dos mitades distintas viene a ser una simplificación ex a ge­
rada de una situación compleja. Fue el “ magisterial” Zwingli qu ien una
vez escribió: “Jamás será el mundo amigo de Cristo. Él se envió a sí mismo
como cordero en medio de los lobos” ; por otra parte, el calvinismo fue
considerado extremadamente subversivo, por ejemplo por la reina Isabel,
para las doctrinas referentes a la autoridad jerárquica y secular sobre las
que se hacía descansar a todas las instituciones civiles. Empero, no por
ello deja de ser una clasificación útil que sirve para ubicar dentro de una
perspectiva adecuada al elemento más radical de la Reforma. Los o ríge­
nes del radicalismo deben buscarse entre los reformadores católicos de las
primeras décadas del siglo, principalmente Erasrno, quien insistía en la
virtud moral más que en las disputas teológicas, lo mismo que en el p a ci­
fismo y en la libertad de la voluntad individual. De ahí en adelante el m o ­
vimiento cobró ímpetu, desarrollando doctrinas teológicas y sociales más
radicales y diversificadas. No pasaría mucho tiempo antes de que apare­
cieran verdaderos revolucionarios como Tilomas Muntzer, quien p ro c la ­
marla que "frente a la usura, los impuestos y las rentas nadie puede tener
fe". Algunos sostenían que no era adecuado para un cristiano el ejercer
un cargo o tener propiedades; otros manifestaban desprecio por los ca r­
gos eclesiásticos, y hacían caso omiso de las distinciones de clase al sentar
a los comulgantes, lo mismo que en la forma de tratarlos. En Europa
Oriental hubo terratenientes que manumitieron a sus siervos y practica­
ron un pacifismo total.
El conglomerado de sectas efímeras que brotó en la siguiente m itad del
siglo podría dividirse en tres grupos principales. En primer lugar, estaban
los espiritualistas, que eran el flanco radical del luteranismo, con fre­
cuencia milenaristas en cuanto a su carácter y dirigidos por líderes caris-
máticos. Éstos tendían a creer en "la revelación directa a los elegidos de la
inminencia del Reino de Dios, y el menosprecio por las palabras y los
•sacramentos externos que pretendían anteponerse a la guía directa del
Espíritu Santo” . En segundo lugar, estaban los radicales evangélicos, que
prevalecieron sobre todo en Italia, normalmente personas con una

* Se pensaba que habría un periodo de mil años de beatitud durante el cual Cristo reinaría en la
Tierra. |T.]
14*1 KI. SU RG IM IE NTO DEL M U NDO MODERNO

raigambre aristocrática o clerical, cuyo credo se basaba en el humanismo


italiano y en un estudio racional e imparcial de la Biblia, Fundamental­
mente teístas éticos, eran pacifistas, tolerantes y Filántropos que prescin­
dían de los sacramentos y dudaban de la divinidad de Cristo. Finalmente,
estaban los anabaptistas que constituían el ala radical del zwinglianismo,
y que negaban la virtud del bautismo de los niños de tierna edad, se
congregaban en sociedades independientes, formadas por los Elegidos y
no tenían otro trato con las masas de fuera de su grupo. Estos anabaptis­
tas se dividen en fres tipos psicológicos fundamentales: los pacifistas, los
misionarios violentos y los místicos.
El doctor Williams es primordialmente un historiador de la religión, y
sólo en segundo término un sociólogo. N o van con él las especulaciones
más generales acerca de las causas sociales de estas bizarras manifesta­
ciones del espíritu humano, a las que el señor Norman Cohén dedica su
atención en su libro The Pursuit o f the M illennium . No hay lugar en el
enorme índice del doctor Williams para los Dukhabor o los Cultos de Car­
gamento.* Es claro que el trasfondo lo constituyó aquella combinación de
alienación material, social e ideológica que ya se ha descrito, Fue en este
suelo fértil donde la Biblia se injertó, la cual había sido ya finalmente
compilada, traducida y puesta a disposición de los ignorantes. Casi cual­
quier punto de vista acerca de Dios o ele la sociedad puede deducirse de esta
obra, y de hecho lo ha sido, mas para el campesino y el artesano del siglo
x v i, el descubrimiento esencial y sorprendente fue la hostilidad de Cristo
hacia los sacerdotes y los príncipes, hacia los ricos y los poderosos, y su
apego por los pobres, los humildes y los ignorantes. Difícilmente sorpren­
de el que una revelación tan asombrosa hubiera propiciado que algunos
intelectuales autodidactos y frustrados, salidos de las clases trabajadoras,
perdieran los estribos.
El doctor Williams ha mostrado que aquellas ideas expresadas prime­
ramente por estos fanáticos religiosos del siglo XVI se encuentran arraiga­
das en muchas de las creencias más fundamentales de la actual democra­
cia occidental. Estos despreciados y perseguidos visionarios figuraron
entre los primeros que dejaron oír sus voces de protesta en contra del
quebrantamiento de las voluntades infantiles mediante la brutalidad físi­
ca. Fueron ellos quienes primero denunciaron la persecución religiosa
como una acción anticristiana.

¿Quién (lesearía ser cristiano, si viera cómo aquellos que profesan el nombre
de Cristo son destruidos por los mismos cristianos con fuego, agua, al igual

6 Movimientos religiosos tic negros de África, cuya característica principal es la creencia en tjuc
agentes espirituales pondrán enormes cargamentos con los bienes más codiciados en manos de los
miembros del culto, [T.J
l.A REFORM A 145

que por la espada, de manera implacable?, . . Imaginad a Cristo, el juez de


todas las cosas, presente. Imaginadlo pronunciando condenas y valiéndose
de una tea encendida. ¿Quién no tomaría a Cristo por un demonio? ¿Qué más
podría hacer Satán que apelar al nombre de Satán?

Es en parte gracias a ellos que un historiador cristiano de la religión n aci­


do en los Estados Unidos y un crítico agnóstico nacido en In glaterra
pueden compartir los mismos ideales en lo referente a la fraternidad de
los hombres sin importar su clase, la igualdad de oportunidades tanto
para los hombres como para las mujeres, y la solidaridad de todas las ra ­
zas — ideales que están en franca oposición con la experiencia histórica
observada, pero que de hecho han logrado suavizar aquí y allá lo acerbo
de las asperezas de la explotación social, sexual y racial— . N o obstante
todos sus desvarios y excesos, su fanatismo y su histeria, su obsesión por
ciertos aspectos oscuros de la doctrina teológica, su inflexibilidad y lite ­
ralidad en cuanto a la interpretación de los textos bíblicos, los sectarios
establecieron el principio de que el individuo tiene el derecho a sus p ro ­
pias creencias, y que en casos extremos tiene la obligación de desafiar al
poder físico de la autoridad y al conformismo moral de la sociedad. Si re ­
sulta muy improbable que veamos al señor J. P. Taylor quemándose en la
hoguera en la Explanada de Oxford, a Canon Collins con los huesos rotos
en la rueda frente a la catedral de San Pablo, o a la cabeza del difunto
lord Russell adornando un asta en el puente de Londres, se debe en algu ­
na pequeña medida a las luchas y a los sufrimientos de estos marginados
fanáticos, antisociales e intratables del siglo XVI.
V. REVOLUCIÓN Y REACCIÓN

DURANTE la última década ha surgido un enorme caudal literario, cuya


lectura no es empero del todo fácil, acerca del tema de la modernización,
el proceso por el que tantas sociedades han alcanzado la avanzada etapa
de la urbanización, la industrialización y la burocratizacíón. Una de las
preguntas más intrigantes formuladas por todo este cuerpo de trabajos se
refiere al modo en que la interacción de las diferentes clases sociales y el
peso de las diferentes tradiciones intelectuales han tenido como resultado
pautas de evolución política muy distintas. El problema de explicar p o r
qué algunos Estados han seguido el camino autoritario, en tanto que
otros d democrático, ciertamente que no carece de importancia, incluso
cuando ninguna solución satisfactoria pueda vislumbrarse todavía.
El profesor Barrington Moore se dio primero a la tarea de examinar el
papel de dos grupos sociales, la élite hacendada y el campesinado, duran­
te los últimos trescientos años aproximadamente; valiéndose después del
método comparativo con objeto de tratar de aislar los factores que es po­
sible que den como resultado sistemas políticos de carácter autoritario o
dem ocrático.1 Es evidente de suyo, sin embargo, que resulta imposible
abordar adecuadamente el tema de los terratenientes y los campesinos
sin analizar qué ocurría en la totalidad de la sociedad. Una historia social
acerca del mundo moderno que prescinda de la alta burguesía tiene el
mismo sin sentido que Ila m let sin el Príncipe de Dinamarca. Resulta fun­
damental estudiar la interacción de la élite acaudalada e industrial, por
una parte, y la élite agraria, por la otra. Como Moore finalmente lo ad­
mite: "sin burgueses no hay democracia". Empero, los elementos de la
ecuación no se limitan al amo, el campesino y el burgués, ya que cual­
quier análisis de la Revolución francesa obliga al historiador a tomar en
cuenta el papel de los pequeños burgueses, los sans-culottes, en tanto que
el estudio de Rusia y de China supone cierto análisis acerca de la burocra­
cia agraria. Por lo tanto, es necesario examinar la estructura social en lo
referente a todas sus partes operativas, en lugar de centrarse exclusiva­
mente en el terrateniente y en el campesino. De hecho, una sociedad
rumo los Estados Unidos jamás ha tenido un campesinado después de to­
do, a no ser que se considere como parte del mismo a los aparceros sure-

1 l‘.i, , ¡ii^ion Muñir, Ji..


Social Origins o j D ic ta to n h ifJ and Detnocracy: l.tnd and Vaocant in the
Muktng o j ihn Modem World. Boston. 1967,
M6
R E V O LU C IÓ N Y R E AC C IÓ N 147

ños posteriores a la Guerra Civil (como Moore lo hace tentativam ente).


El autoritarismo o ¡a democracia no son fáciles de definir, a m enos que
se clasifique a las sociedades de acuerdo con un marco de referencia fo r ­
malista, institucional y legal. L a clase de historia constitucional qu e solía
impartirse en Harvard o en Oxford hace cuarenta años, daba p o r supues ­
to que las instituciones de las sociedades anglosajonas constituían la ú lti­
ma palabra en lo tocante a la equidad y a la sabiduría políticas, y que el
grado de libertad y de democracia de una sociedad podían evaluarse m e ­
diante un detenido análisis de las normas formales del juego constitu­
cional, es decir, de acuerdo con su aproximación nominal al modelo an glo­
sajón. Hoy día, sin embargo, la amarga experiencia del fracaso total por
exportar constituciones democrácticas anglosajonas a la naciente Á f r i ­
ca, nos ha enseñado a tener un mejor conocimiento a este respecto, En
primer lugar, nos hemos visto obligados a reconocer que la libertad tiene
muchas facetas, y que no todas se encarnan en la Carta Magna, la D e c la ­
ración de Derechos o en una asamblea electoral, y que (como ha sido p r o ­
bado en el caso de Staliri y de Verwoerd) la tiranía puede prosperar bajo
la fachada del constitucionalismo. Tam bién nos damos cuenta de que
aquello que realmente importa es el estado mental de acuerdo con el cual
se operan las normas: si existe o no un consenso acerca de la deseabiiidad
de la igualdad de oportunidades para todos, un espíritu de tolerancia y
de compromiso, y por sobre todo, un reconocimiento de las limitaciones
morales puestas al ejercicio del poder soberano, ya sea que las im ponga
una mayoría sobre una minoría, o viceversa. Creer que no todos los medios
encuentran su justificación en los fmes, y que incluso las minorías impopula -
res tienen ciertos derechos inalienables, es esencial para esta ideología.
Aun cuando los términos se definan según un modo menos legalista y
más antropológico, el problema presenta un cariz más bien diferente a
comienzos de los setentas que hace veinticinco años, Entonces los eruditos
deseaban saber por qué en el siglo XX grandes sociedades abocadas a la
modernización y la industrialización corno Alemania, Italia, Japón, C h i­
na y Rusia, habían seguido el camino del autoritarismo, ya sea en su fo r­
ma comunista o fascista, en oposición a la opción democrática adoptada
por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Esta cuestión parecía bas­
tante real en los días en que la pira funeraria de Hitler en Berlín aún esta­
ba humeante, en que Stalin ejercía una de las tiranías más implacables y
gigantescas que el mundo jamás hubiera visto, y en que George O rw ell se
encontraba escribiendo 1984. Actualmente, sin embargo, estos prob le­
mas referentes al autoritarismo versus las opciones democráticas parecen
ser menos fundamentales, no debido a que nos importe menos la libertad
en los setentas que en los cincuentas, sino debido a que las formas consti­
tucionales se muestran superficiales y temporales. Los estudios antropoló-
148 El. SU RG IM IE NTO DEL M U NDO M O DERNO

gícos acerca de las sociedades primitivas y tradicionales han puesto de


manifiesto formas de lograr un intercambio de puntos de vista y una
aceptación desconocidos para los juristas constitucionales anglosajones;
en tanto que la crítica marxista de las instituciones legales como epifenó­
menos dependientes de la estructura social y de las relaciones económicas
se ha visto meramente fortalecida por la prueba del tiempo. líl fascismo y
el stalinismo aparecen actualmente como una fase de transición a corto
plazo, más que como un fenómeno estructural permanente y profunda­
mente arraigado. A la luz de las fluctuaciones a corto plazo con respecto
al grado de libertad y de democracia en las diferentes sociedades, parece­
ría razonable preguntarse si el problema no debería formularse de otra
form a. Tal vez sería mejor preguntar bajo qué condiciones es probable
que una sociedad determinada (o bajo qué condiciones le es necesario se­
gún lo afirman algunos teóricos de la modernización) pase por una fase
relativamente breve de autoritarismo conforme ingresa al mundo moder­
no. Esta cuestión es importante, aunque no exageradamente importante
si se le considera a largo plazo, si se acepta la hipótesis de que es probable
que la fase no se prolongue mucho más allá del periodo de despegue in­
dustrial.
Existen, sin embargo, dos cuestiones vinculadas, las cuales resultan
mucho más interesantes que ésta. La primera se refiere a cuáles sean las
raíces y las consecuencias sociales de las Grandes Revoluciones, la inglesa,
la francesa, la rusa y la china, las cuales en todos estos casos parecen ha­
ber sido el preludio a la modernización, y en particular alude a cuál sea el
papel desempeñado en ellas por los terratenientes y los arrendatarios. La
segunda inquiere acerca de cuáles sean los prerrequisitos para ingresar en
el mundo moderno, industrializado y urbano, lo mismo que acerca de
qué cambios se requiera llevar a efecto en el campo con objeto de hacer
dicha evolución posible, y de cuál sea el precio social que haya de pagarse
en un proceso de esta índole.
Si estas son las preguntas, ¿cuáles son las respuestas? Moore sugiere que
existen tres caminos alternativos hacia la modernización. El primero, que es
en su opinión el más deseable, es el camino que han seguido Inglaterra,
Francia y los Estados Unidos, en el que la democracia y el capitalismo se
logran después de una revolución. El segundo camino, seguido por A le­
mania y Japón, alcanza el capitalismo sin revolución, por virtud de una
dictadura fascista de los terratenientes y los industrialistas. El tercer ca­
mino, adoptado por Rusia y China, pasa primero por una revolución
campesina que destruye a los terratenientes, luego por una dictadura co­
munista que destruye a los campesinos, para desembocar también en una
sociedad capitalista, aunque no democrática. En todos los países que han
seguido el primer camino, Moore encuentra que una era de violencia es
RE V O LU C IÓ N V R E AC C IÓ N 149

un prerrequisito necesario para la subsecuente evolución de l a libertad


política y del progreso económico. En el caso de Inglaterra, esta violencia
asumió dos formas, primero la Guerra Civil y la ejecución de Carlos I en
1649, lo cual vino a ser simbólico de la sumisión de la corona y la reduc­
ción del poder estatal; y segundo, la destrucción del campesinado en el
siglo XVIU por el sistema de cercados. Moore considera esto últim o como
un proceso cruel pero históricamente necesario, por una parte, porque
demuestra el cambio de. la clase terrateniente a la agricultura com ercial,
y por la otra, porque gracias a ello se eliminó de la escena a una clase po~
tencialmente reaccionaria, el pequeño propietario campesino, quedando
abierto así el camino para una sociedad más democrática en el futuro. Se­
gún esta teoría, la peculiar evolución política de Inglaterra ha dependido
de cuatro cosas; el temprano surgimiento como gran potencia y como d e ­
tentadora de una gran riqueza de una formidable burguesía con aspira­
ciones aristocráticas; el temprano cambio (principalmente merced al
interés en la explotación de lana) de la aristocracia hacendada a una acti­
tud comercial antes que feudal con respecto a la propiedad de la tierra; el
factor extremadamente importante de que la alianza de estos dos grupos
se desarrolló de manera independiente, y en realidad antagónica, al Esta­
do durante los siglos XVII y XVIII; y la eliminación del campesinado de la
sociedad inglesa en el siglo XVIII.
Esta interpretación de la evolución de la sociedad inglesa corresponde
perfectamente a las ideas de C. B. McPherson, quien explica el pensa­
miento político inglés desde ílobbs a Locke en términos similares que se
refieren al surgimiento de una actitud competitiva, individualista, y
orientada, hacia el mercado, con respecto a las relaciones sociales y econó­
micas.2 Las objeciones básicas a este enfoque aluden a dos aspectos. En
primer lugar, exagera demasiado el grado en que la sociedad inglesa, es­
pecialmente la sociedad rural, había pasado a un sistema competitivo, in­
dividualista y de valores comercializados. Los arrendatarios (no importa
si se trataba de pequeños campesinos o de agricultores arrendatarios) se
mostraron respetuosos hacia sus superiores hasta finales del siglo X IX , en
tanto que los terratenientes conservaron una actitud paternalista en lo re­
ferente a sus subordinados. En el caso de una sociedad tradicional existen
severas restricciones sobre la maximización de las utilidades, las cuales
normalmente se interiorizan con éxito a través del proceso de socializa­
ción, al tiempo que son supervisadas mediante la presión ejercida por la
opinión pública. Convengamos de una vez en que el trabajador agrícola
tiene mayores posibilidades de obtener una porción mucho más conside­
rable del pastel bajo un sistema colectivo de compra-venta a través de sin­

2 C. B. McPherson, Political Theory oj Posxeixive IndividualUrn, Oxford, 1962,


160 El.SU RGIM IENTO DEL M UNDO M O DERNO

dicatos, que de la confianza en la generosidad o en el sentido de obliga­


ción de un patrón paternalista, Esto es evidente de suyo. Empero, ignorar
el papel de esto último es omitir la significación de un conjunto de nor­
mas sociales que tuvieron suma importancia para la regulación de las
relaciones sociales en el pasado. Tam poco es obstinado romanticismo o si­
niestra reacción el argüir que aquéllas sirvieron a un propósito moral-
mente sostenible que frecuentemente resultó ser ventajoso para ambas
partes. Es importante recordar que el campesinado inglés permaneció pa­
sivo e imperturbado incluso durante los levantamientos de la revolución.
Las constantes, desesperadas y feroces revueltas campesinas de la Francia
del siglo XVII simplemente no ocurrieron en Inglaterra después de 1549,
una de cuyas razones fue la relativa moderación de la clase terrateniente y
el respeto a sus superiores inculcado a los trabajadores. De este modo, ya
no es posible sostener a la luz. de la investigación moderna que el m ovi­
miento del sistema de cercados del siglo XVIII fue un acto brutal de
violencia, un proceso cruel de desahucio y de despueble. El sistema
de cercados fue en Inglaterra un proceso lento y continuo que duró unos
tres siglos, y en el que muchos de los cercados fueron relativamente
equitativos en su intención y en sus efectos; además, en el caso particular
de los del siglo XVIII, éstos implicaron un desalojamiento en masa de
campesinos muy reducido. La población de los villorrios ingleses después
de los cercados, fue normalmente mayor en la década de 1830 de lo que
había sido en la de 1730. El resultado más importante de los cercados
fue proporcionar alimento suficiente para sostener un estallido masivo de
expansión demográfica. Finalmente, en qué sentido el agricultor arren­
datario del siglo XIX —que tenía derechos morales y prácticos, si bien no
legales, a que se le garantizara su seguridad de generación en genera­
ción— se diferenció en lo fundamental de los pequeños propietarios inde­
pendientes del siglo XVII en términos de status, seguridad o ingresos, es
una pregunta que aún está por responderse.
En conclusión, por lo tanto, admitamos que, con estas importantes sal­
vedades, el modelo de Moore para el caso ele Inglaterra es correcto en tér­
minos generales, hasta donde alcanza nuestro conocimiento, y es acep­
tablemente razonable. La aportación más importante hecha por él con
respecto a nuestro volver a pensar la experiencia inglesa, es su énfasis en
el hecho de que la alianza de los terratenientes y la burguesía tuvo lugar
dentro de un antagonismo hacia el Estado, más bien que en colaboración
con este último.
¿Y qué hay con respecto a Francia? A qu í el problema es determinar por
qué un trasfondo social muy diferente no ha conducido a un sistema polí­
tico disímil. En la Francia del siglo XVIII la aristocracia obtenía parte de
sus utilidades de la tierra en forma de derechos señoriales, de modo que la
R E VO LU C IÓ N Y REACCIÓN 151

comercialización vino de hecho a fortalecer al feudalismo en lugar de de­


bilitarlo. Fue la burguesía la que se tornó feudal, y no la aristocracia la
que se volvió burguesa, y ambas quedaron vinculadas mediante su mutua
dependencia en el Estado para la defensa de sus privilegios hereditarios y
de sus cargos; ya que el Estado operaba una gran burocracia agraria com ­
puesta de burgueses y de nobles, la cual servía asimismo para fortalecer,
antes que para debilitar, las relaciones de tenencia, lo mismo que los p ri­
vilegios y la dependencia. Como resultado de esto, con el advenimiento de
la revolución apareció que ésta llevaba en su seno importantes elementos
anticapitalistas, de manera señalada los sans-culottes y el campesinado,
así como la recalcitrante clase oficial. Las sucesivas sacudidas revolu ­
cionarias hacia la izquierda procedieron normalmente hasta que los inte­
reses del campesinado rural y los sans-culottes urbanos se escindieron cois
respecto a la cuestión del control de precios. Fue en ese punto don d e la
Revolución francesa llegó a su término con resultados muy diferentes de
los obtenidos por la inglesa.
Entre las muchas virtudes del análisis de M oore figura su refinada con ­
ciencia de las complejidades de las transformaciones sociales. No va con él
el hombre de paja indicativo del surgimiento de una burguesía francesa
homogénea sobre las ruinas del feudalismo, del tipo de la que el profesor
A lfred Cobban ha mostrado recientemente un placer perverso por erigir y
luego derrumbar. Por el contrario, considera los resultados de la revolu ­
ción, al igual que sus causas, corno una alianza conjunta de grupos distin­
tos, uno de los cuales, la burguesía industrial y comercial, se vio particu­
larmente favorecido por el nuevo sistema político-legal de oportunidades
basado en la propiedad privada que la revolución había establecido. Este
fue el efecto a largo plazo, pero a corto plazo lo que importaba era la
dislocación de los privilegios aristocráticos y la consolidación de un cam ­
pesinado propietario. La importancia de lo primero consistió en eliminar
a la aristocracia de la vida francesa, que a los ojos de Moore fue lo que
salvó a Francia de una alianza fascista de las élites hacendadas y opulen­
tas apoyadas por el ejército, tal como ocurrió en Prusia y en Japón. L a
importancia de lo segundo estribó en que el campesinado, satisfecho en
sus aspiraciones ideológicas por el logro de la concesión de la ciudadanía,
y en sus aspiraciones materiales por la adquisición del feudo franco, se
volvió a partir de ahí una fuerza sólidamente conservadora, que detuvo la
modernización de Francia desde aquellos días hasta la fecha. En términos
generales, este análisis de los acontecimientos franceses parece aceptable.
Se podría discutir acerca de los detalles. Se podría aducir que el derroca­
miento de la aristocracia sólo ocurrió hasta 1830, que una alianza proco-
fascista entre los terratenientes y la alta burguesía puede encontrarse en
la Francia tanto de Napoleón XIí como del mariscal Pétala. Se podría se­
15ü El. SU RG IM IE NTO DEL M U NDO MODERNO

ñalar que la aristocracia no fue puramente feudal, y que desempeñó un


papel importante en el desarrollo de la industria pesada durante los siglos
XVIII y XIX. Y sin embargo, parece claro que esta actividad, lo mismo
que la compra de cargos hereditarios dentro del Estado, eran en última
instancia callejones sin salida a los que tanto la aristocracia alemana co­
mo la francesa se abocaban en su marcha hacia su destrucción. El hecho
de que la sociedad francesa se hubiera modernizado en unión con el Esta­
do, más bien que de forma antagónica a él, al igual que la destrucción
tanto política como en términos ideológicos de los privilegios aristocráti­
cos y oficiales, y el apuntalamiento del derecho de propiedad campesino,
son todos factores claves para la comprensión de la historia francesa.
El acomodar la historia norteamericana dentro de este modelo plantea
dificultades casi insuperables, especialmente debido a que se considera
que la Guerra Civil norteamericana desempeñó el mismo papel que las
revoluciones inglesa y francesa en la preparación del terreno para los fu­
turos conceptos de libertad, democracia y progreso económico, Según la
moderna teoría revisionista, la economía sureña de plantaciones constitu­
yó un reto económico para los intereses industriales del norte, si bien las
opiniones difieren considerablemente con respecto a su eficiencia relativa
en términos de producción agrícola. Empero, Moore no encuentra rivali­
dad económica, sino un enfrentamiento de valores culturales profunda­
mente arraigados. El sur era antiurbano, aristocrático, elitista, jerár­
quico, y antiindustrial, aun cuando una plantación, no obstante operar
con fuerza de trabajo servil, fuera tan cabalmente capitalista y empresa­
rial en su administración como cualquier fábrica del norte. Los in­
dustrialistas del norte deseaban preservar a la Unión Americana como un
mercado unificado, y evitar que la autoridad del gobierno federal se usa­
ra para proteger y ampliar la institución de la esclavitud, la cual ofendía
sus convicciones en cuanto a la igualdad de oportunidades, el indivi­
dualismo y la democracia. Los libres agricultores del oeste también esta­
ban preocupados por la ampliación de la esclavitud, ya que veían en ésta
una amenaza para sus valores y sus intereses, y el resultado vino a ser una
coalición de los industrialistas del norte y los agricultores del oeste en
contra de los plantadores del sur en lo tocante a cuestiones tan profunda­
mente asentadas en valores culturales que no aceptaban ningún tipo de
negociación. Moore sugiere que la única opción ante la guerra era una
alianza reaccionaria entre los industrialistas del norte y los plantadores
del sur en contra de los esclavos, los trabajadores urbanos y los agricultores
libres; opción con respecto a la cual él considera la guerra infinitamen­
te preferible, a pesar de su precio. En caso de haberse evitado la guerra
y haberse consolidado la coalición reaccionaria en la década de 1850,
en lugar de en la década de 1880 tras el fracaso de la Reconstruc­
R E VO LU C IÓ N Y R E AC C IÓ N 153

ción, * la tendencia ideológica y política hacia la igualdad y la democracia hu­


biera sido interrumpida, y los valores oficialmente sustentados para orgullo
del pueblo norteamericano (a pesar del inevitable fracaso por instrum en­
tarlos cabalmente en la práctica) no habrían sido aquellos que prevalecen
hoy día. El obligar al gobierno federal a quedar permanentemente al
margen de la actividad de respaldar a la esclavitud justificó toda la sangre
derramada durante la Guerra Civil.
Esta es una interpretación bastante moralista, que se halla en marcado
contraste con el examen más desapasionado de otras sociedades. M oore
concluye esta sección con un encomio de la Oración Fúnebre de Pen des y
del discurso pronunciado por Lincoln en Gettysburg, lo cual, por conm o­
vedor que sea, no por ello es menos indicativo de la gran distancia que nos
hemos alejado de un análisis objetivo acerca de los terratenientes, los
campesinos y la formación de la sociedad moderna. Además, si en efecto
la alianza reaccionaria de los industrialistas y los plantadores se realizó de
cualquier manera después del fracaso de la Reconstrucción, se podría
preguntar razonablemente si la Guerra Civil no fue de hecho algo nego­
ciable después de todo, y si sus resultados tuvieron un carácter verdadera­
mente decisivo. El análisis de Moore acerca de la historia norteamericana
contiene serias contradicciones tanto morales como fácticas; sus clasifica­
ciones socioeconómicas son mucho más burdas que en cualquier otro con
texto, y su conclusión optimista no concuerda con la precaria situación de
los negros en la sociedad presente, ni con la persistencia observada en el
Sur, hasta la década de 1900. de una pauta cultural retrógrada. Moore
parece ser victima en ese capítulo de su teoría cerca de la necesidad de. la
violencia como preludio a la democracia, lo mismo que de su intensa p a ­
sión por la libertad, la igualdad y la democracia.
¿Cómo podríamos resumir la tesis de Moore? Básicamente nos dice que
para que la modernización se lleve a cabo es necesario desembarazarse de
la agricultura como la principal actividad económica; esto implica la
destrucción de la hegemonía política de la élite hacendada, y la conver­
sión del campesinado en agricultores sólidos que produzcan para el mer­
cado (o probablemente en un proletariado agrícola dentro de comunidades
rurales colectivizadas). En caso de que estos dos grupos, los terratenientes
y los campesinos, no sean satisfactoriamente eliminados, es probable que
se desarrollen dos ideologías perniciosas. La primera consiste en la enfer­
medad aristocrática, el diletantismo. Éste conduce al juicio equilibrado
sobre asuntos no científicos, y a una devoción por la cultura y las artes, pero
también tiene sus desventajas, como se sabe de sobra en Inglaterra: esno­
bismo estético, incompetencia y antiintelectualismo. La segunda es la en-

Reorganización gubernamental ele los estados secesionistas después de la Guerra Civil. [T.]
154 F.L SURGIM IENTO DEL M U NDO MO D ERNO

fermedad campesina, el catoriismo, el ideal retrógrado de la belleza y


la armonía orgánicas de la vida rural, realizada en contacto íntimo con la
M adre Naturaleza, lejos de las pecaminosas ciudades y las satánicas
fábricas de la industria. Se trata aquí de una acción para proteger la reta­
guardia de una sociedad decadente compuesta por terratenientes y cam­
pesinos, la cual termina pronto por desbordarse en peanes encomiásticos
alusivos al patriotismo, la guerra y la muerte en combate. Esta actitud no
es tan sólo acérrimamente antiintelectual, sino que es asimismo contraria
a todas la tendencias del mundo moderno, incluyendo la democracia.
Al igual que la mayoría de otros escritores acerca del tema, por lo tan­
to, Moore está convencido de que esto es esencial para transformar a la
sociedad rural, y estima que en casi todas las sociedades la eliminación de
los terratenientes y los campesinos ha implicado el uso de la violencia en
una etapa o en otra. La opción comunista tiene probabilidades de reali­
zarse cuando existen una burguesía débil y una aristocracia reaccionaria,
y conlleva un uso máximo de la fuerza con objeto de circunscribir la
destrucción tanto de los terratenientes como de los campesinos dentro de
un levantamiento único y violento. La opción fascista es probable que se
dé cuando los terratenientes y los industrialistas se unen para valerse del
poder estatal a fin de forzar la modernización según sus propios términos y
a costa de los estamentos inferiores. La opción democrática tiene el mayor
grado d e probabilidades de efectuarse si las condiciones peculiares se pre­
sentan en lo referente a una evolución política muy lenta, a una paulatina
eliminación del campesinado, y a una unión entre los nobles de mentali­
dad comercial y los burgueses en oposición al poder deí Estado, más bien
que en colaboración con el mismo. Inglaterra constituye el tipo ideal de
una evolución histórica de esta índole.
En el tratamiento que da a la evolución de las sociedades liberales occi­
dentales, Moore subraya repetidamente su creencia de que dicha violen­
cia, y en particular la destrucción violenta del campesinado, es uno de los
prerrequisitos imprescindibles para una futura sociedad democrática. El
único caso al que esto correspondería sería Inglaterra, empero es aquí
donde la erudición moderna ha mostrado cpie el proceso fue muy lento y
dilatado, y en gran parte sin violencia. En Francia, la violencia se empleó
durante la Revolución no para destruir al campesinado, sino para refor­
zarlo. L a democracia y un campesinado independiente no han sido en
dicho país compañeros incompatibles de cuarto, más bien son la m oder­
nización y el campesinado los que parecen ser necesariamente incom pa­
tibles. D e modo similar, el general MacArthur y sus consejeros usaron la
fuerza en Japón después de la segunda Guerra Mundial para redistribuir
las propiedades al campesinado, proceso que hasta ahora no ha probado
ser incompatible con la democracia. El punto no se refiere simplemente a
■í.ri

RE V O LU C IÓ N Y REACCIÓN 155

una interpretación técnica, ya que implica un juicio básico acerca de la


justificación moral y práctica del uso de la violencia a gran'escala para
servir al propósito de la ingeniería social. En. casi todos los casos históricos
tal violencia ha probado ser contraproducente, en el sentido de qu e los
objetivos a largo plazo difícilmente se han alcanzado, y por el solo hecho
de que el uso mismo de la violencia crea una nueva situación q u e exige
una nueva solución. La violencia genera amargas escisiones dentro de la
sociedad que, como lo sugieren los ejemplos de Francia, Inglaterra y los
Estados Unidos, pueden tardar entre 70 y 150 años antes de resolverse. El
precio de estas escisiones, el cual viene a traducirse en una detención de la
sociedad y en una obstaculización de los propósitos de su desarrollo eco­
nómico y político, normalmente pesa mucho más que cualquier ganancia
temporal obtenida mediante la eliminación, rápida del poder d e algún
grupo retrógrado.
Es evidente que existen algunas sociedades donde las desigualdades
extremas en cuanto a los ingresos y el status son cuidadosamente preserva­
das y protegidas por el Estado, y en las que la élite gobernante es total­
mente intransigente y se opone a todo intento de modernización o de
reforma. En estos casos relativamente raros pudiera ser que nada que es­
tuviera por debajo de una sangría breve pero encarnizada sería capaz de
abrir el camino hacia el progreso social. Empero, este no es el único p a ­
pel, y ciertamente tampoco el más importante, de la violencia tal como la
considera Moore, quien porte mucho más énfasis en su función destructi­
va del campesinado. ó-
En su metodología, Moore se muestra anticuado e insular cuando insis­
te en la conformación legal del constitucionalismo anglosajón, lo mismo
que en su definición de la libertad política. Tam bién es anticuado de
otras dos maneras, de las cuales la primera consiste en su actitud recelosa
hacia el uso de métodos cuantitativos dentro de la historia social. Sin lu­
gar a dudas pasa y hace pasar a sus lectores un buen rato en el apéndice
maliciosamente titulado “Una nota acerca de las estadísticas y la historio­ n
grafía conservadora” , y de hecho es verdad que gran parte de la cuantifi-
c.ación de las últimas dos décadas ha sido empleada por revisionistas de
derecha para descargar la tensión ideológica fuera del debate histórico, y
para probar que las cosas no eran tan malas después de todo antes de la
revolución. Sin embargo, gran parte de este revisionismo, como es el caso
de los cercados ingleses, es capaz de resistir cualquier crítica, y no sería
más que puro oscurantismo el negar el papel que las estadísticas pueden
desempeñar cada vez más dentro de la historia social, si se usan con una
adecuada reserva académica y son controladas por el sentido común (lo
cual dista casi siempre de ser el caso). Aunque Moore condena específica­
mente “la mentalidad antimecánica que rechaza las cifras que están fuera
156 EL SURGIM IENTO DEI, M U NDO M O D ERNO

de control” , sus argumentos son de hecho un buen grano para la molien­


da de los neoludditas de nuestro tiempo, los cuales aún dominan la profe­
sión histórica en todos los países, y cuyos prejuicios se ven confirmados
por la arrogancia y la insensatez de algunos de los principales cliometristas.
Una mala historia estadística no es mejor, pero tampoco peor, que una
mala historia impresionista, aunque ciertamente es más tediosa. Por otra
parte, este autor parece anticuado en su descuido de las transformaciones
demográficas como un factor crítico que afecta a todas las relaciones so­
ciales, y no en menor grado las del terrateniente y el campesino. Es el cre­
cimiento demográfico lo que conduce a la avidez por la tierra, a la huida
a las ciudades y a la agricultura orientada hacia el mercado, lo mismo
que a un cambio en las utilidades agrícolas, del campesino o el arrendata­
rio a), terrateniente. El estancamiento o el descenso demográfico son los
que invierten las pautas. Estos hechos tienen una importancia tan gran­
de dentro de nuestra interpretación actual tanto del siglo XX como del
pasado, que aquellos escritos que hacen caso omiso de los mismos parecen
tan anticuados como los libros de texto de física que no hacen referencia
alguna al átomo. Las diferentes sociedades reaccionarán de manera dife­
rente ante circunstancias demográficas similares, como lo hicieron Pru-
sía, Francia e Inglaterra en el siglo XVI, no obstante que todas se vieron
arrastradas en medio de una marejada de crecimiento demográfico de
tremenda fuerza. La interpretación de Moore sobre los cercados ingleses
se ve seriamente debilitada por su omisión del factor demográfico, y asi­
mismo podrían también citarse otros ejemplos con base en los capítulos
sobre China y Japón.
Puesto que Moore se ha visto envuelto de mala gana en un amplio exa­
men panorámico acerca de las causas y las consecuencias de la revolución
y los procesos de modernización, su marco de referencia, el cual consiste
casi por completo en fuerzas sociales antagónicas, parece excesivamente
estrecho. La reciente obra de C. E. Black, The Dynamics o f Moderniza-
tion, muestra que un amplio margen de la actividad humana se halla
implicado en el proceso de modernización, y señala en particular el im ­
portante papel desempeñado tanto por las ideas como por las institu­
ciones. Moore descuida gravemente el factor ideológico en la historia, ya
sea que se trate del puritanismo como una de las causas de la Revolución
inglesa, o de la importancia de la tolerancia como sistema de conducta
moldeada según normas en las sociedades tradicionales, o bien del papel
del nacionalismo como factor esencial de la Revolución china del siglo XX.
Term inar con una nota crítica sería injusto para un libro con cualida­
des sobresalientes. Nadie había intentado antes emplear el método com­
parativo en tal escala y con un estudio tan detenido de la bibliografía pro­
cedente. Pocos habían definido antes de manera tan clara la importancia
RE VO LU C IÓ N Y RE AC C IÓ N ir . v

de! campesinado en una revolución, o la significación política de d d e rm i


nar si la alianza entre los terratenientes y los industrialistas esiá con for­
mada bajo el patronazgo del Estado, o en oposición al mismo. Son pocos
los historiadores que tratan a aquellos con los cuales discrepan con la g e­
nerosidad y la honestidad exhibidas por Moore, También son pocos los
historiadores que muestran un respeto y una admiración tan apasionados
por los valores humanos y liberales. La mayoría de los historiadores, par­
ticularmente los historiadores administrativos y políticos, tienden a
mostrarse como cínicos pragmatistas preconizadores del punto de vista
hobbesiano acerca de la naturaleza humana, la función del Estado, y los
propósitos y los métodos de las relaciones internacionales.
El libro deberá juzgarse en última instancia como una o b ra maestra
imperfecta. La cuestión que se propone dilucidar no es la correcta, y la
respuesta que proporciona pasa por alto la importancia del m om ento
oportuno para que se dé la alianza entre las élites aristocráticas y las in ­
dustriales. El alcance geográfico es enorme, y sin embargo om ite las dos
áreas claves, Prusia y Rusia; el análisis de las causas de la revolución ign o­
ra casi por completo el papel de la ideología; la discusión de la m oderni­
zación difícilmente puede conducirse dentro de los estrechos límites de la
interrelación de los grupos sociales, ya sea que se aluda al terrateniente y
al campesino; o al terrateniente, al campesino y al burgués; o incluso al
terrateniente, al campesino, a! burgués y al burócrata. La fuei t deter­
minante deí crecimiento demográfico difícilmente puede asigno'«c a to­
dos por igual. Además, el libro señala algunas serias dificulta'1 tanto
metodológicas como conceptuales, de la historia comparativa, tu 1n par­
te del mismo comprende análisis directos acerca de sociedades j•- <' i< uI.»
res, y la totalidad de su contenido se sintetiza únicamente en '• 1 larga
conclusión. Y cuando llega el momento de la síntesis, la esc a*** di- ln-,
ejemplos, la complejidad de las variables, y las diferencias en lo* I* .......
adoptados por las diversas sociedades, todo hace que resulte e- " 1 1,1
mente difícil que se obtengan conclusiones convincentes. Pero e.r
en gran medida a que la historia comparativa se halla aún en
muy primitiva y acientífica de su desarrollo, y nadie sabe cóni­
ca bo correctamente. T a l vez uno puede sentirse tentado a sos)-
no es posible llevarla a cabo satisfactoriamente, aunque esto im
que no valga la pena intentarlo.
VI. LA CRISIS DEL SIGLO XVII

N o MACE mucho era posible creer en una progresión lineal bastante uni­
forme <le la historia europea desde el siglo vnt al XX en términos de ren­
dimiento económico y de organización burocrática. Hoy día, nos damos
cuenta con inquietud de que durante largos periodos, que compren­
den un siglo o más, Europa ha permanecido de hecho estancada o ha
retrocedido. La primera de dichas interrupciones, la cual fue la más pro­
longada y la más trágica, duró aproximadamente desde 1320 a 1400, y
abarcó la totalidad de Europa con excepción de Italia. Durante este pe­
riodo de depresión, la autoridad gubernamental se desmoronó a medida
que se desarrollaba el poder militar de los señores, las utilidades fiscales
declinaron, y el Estado fue presa de las facciones aristocráticas. Peor aún
vino a ser la crisis malthusiana, a la que sucedieron los recurrentes ataques
de la devastadora peste bubónica, la prolongada guerra franco-inglesa,
y que aunados a un manejo monetario equivocado redujeron drástica­
mente la población, la producción y el comercio europeos. L a población
disminuyó todavía más rápido que la producción, de manera que el
ingreso real per capüa se elevó y los pobres se encontraron económica­
mente mejor de lo que jamás lo habían estado antes, o de lo que volverían
a estarlo de nuevo hasta la mitad del siglo XIX. Empero, el precio psícoló
gico de vivir en un mundo cada vez más estrecho, y en medio de expecta­
tivas de vida aterradoramente bajas, fue en verdad muy elevado. Tal
como Huizinga lo mostró hace muchos años, el siglo XV fue una época de
melancolía y de mórbida introspección.
Durante algún tiempo todo esto nos ha sido familiar. Empero, ¿es cier­
to que el advenimiento del Renacimiento, la Reforma y el incipiente ca­
pitalismo en el siglo XVI aseguró a partir de allí un progreso uniforme? Esto
es lo que uno desearía creer, y sin embargo, por atractivo que este con­
cepto resulte, recientemente se ha hecho patente que los años 1620-1740
fueron, aún testigos de otra crisis económica y política.1 Algunas de las ca­
racterísticas familiares del siglo XV reincidieron. La devastadora peste y
las hambrunas diezmaron a la población, particularmente en Italia y en
España. En un país, Inglaterra, ciertos controles demográficos preventi­
vos funcionaron al parecer (el matrimonio tardío, el no casarse, el coitus
¿nterruptus), por razones que basta el presente siguen siendo totalmente

’ T. tí. Aston, Catttuiy o f Crisis, 1560 ¡660, Nueva York, 1966.


I,A CRISIS DEL SIGLO X V II 1M

oscuras. En otro, Alemania, una encarnizada guerra que du ró treinta


años, y que fue tan destructiva como cualquiera de este siglo en cuanto a
las vidas de civiles y a los bienes materiales, dejó gran parte d e l área en
ruinas. Brecht tuvo razón cuando eligió a la Alemania del siglo x v n c o ­
mo trasfondo para su fábula moral acerca de los horrores de la guerra.
Incluso Inglaterra, la cual gracias al mejoramiento en la productividad
agrícola y la extraordinaria prosperidad de su comercio colonial después
de 1660, fue afectada sólo ligeramente por la Gran Depresión, vio a su
población estancarse, a su comercio soportar una prolongada crisis de
reajuste desde 1620 hasta 1660, y a su producción de hierro, p lo m o y es­
taño disminuir paulatinamente.
En segundo lugar, a mediados del siglo XVH se observó una crisis en
cuanto al desarrollo del Estado-jia¡ctón. Si bien 1848 habría de ser el año
de la revolución, la década de ;1640 fue el periodo en que importantes le ­
vantamientos ocurrieron en Inglaterra, Irlanda, Escocia, Francia,
Suecia, Cataluña, Portugal y Ñapóles; asimismo, hubo un golpe de Esta­
do en Holanda, y Alemania sufrió las últimas y desesperadas convulsiones ■1
de la Guerra de los Treinta Años. ' ■{
Esta doble crisis del siglo XVII es de importancia crítica para la ¡
j comprensión del inundo moderno, ya que fue a partir de aquí de donde (
;)
\ surgieron la sociedad capitalista y el Estado burocrático. Por otra parte,
í proporciona el campo de prueba ideal para los diversos modelos de las i
i transformaciones históricas adelantados por Marx, W eber y otros.
Existen básicamente tres hipótesis acerca de las causas de la crisis tlel
siglo XVII. La primera es la hipótesis marxista, tal como ha sido propues­
ta por el profesor Eric Hobsbawm contando con un sólido apoyo docu­
mental de parte de la escuela Brande! de París, la cual considera el
problema fundamentalmente en términos económicos. Los aconteci­
mientos políticos j^>n vistos en gran medida como epifenómenos, y de.
hecho Hobsbawm se ocupa sólo de manera incidental de los grandes es­
tallidos revolucionarios de mediados del siglo XVII. Según este punto de
vista, la crisis se debió j i l a superproducción frente a los mercados elitistas
y limitados que ofrecía la llamada sociedad “ feudal” , en la que la ri­
queza estaba concentrada en manos de un reducido puñado de aristócra-
tas que empleaban su capital acumulado para un consumo ostentoso en
lugar de invertirlo productivamente. La declinación de las ciudades inde­
pendientes y la rtuni posición del vasallaje en Europa Oriental fueron dos
de las cónsecuencias..ele ’ » .{imitación, inherente con respecto al desarrqlío de
este tipo de sociedad.
Por sugestiva que sea, tsta interpretación acerca de la incipiente Euro­
pa moderna contiene demasiadas ambigüedades y dificultades para ser
completamente satisfactoria. Nadie duda hoy de que los hechos referen-
160 EL SU RG IM IE NTO DEL M U N D O MO D ERNO

tes a un estancamiento económico de un siglo aproximadamente queda­


ron espaciados de manera intermedia dentro de muchas regiones de
Europa, aunque de ningún modo en todas, entre el impulso hacia adelan­
te observado en el siglo XVI y la renovada aceleración de mediados y fina­
les del siglo XVIII. Pero en primer lugar, la descripción cronológica es
muy vaga. Generalmente se está de acuerdo en que la crisis habría co­
menzado en 1620, aunque en ocasiones se estima que llegó a su término
en 1670, y en ótías que se prolongó hasta alrededor de 1740. Las diferentes
partes de Europa, al igual que los diferentes sectores de la vida económica
e intelectual, reaccionaron en forma distinta y en diversos momentos du­
rante un periodo muy largo. Es posible que la producción industrial
inglesa haya tropezado, pero su rendimiento agrícola se incrementó rápi­
damente a lo largo del siglo. Su auge comercial a finales del siglo XVII no
logró estimular ninguna actividad industrial de gran relevancia, en tanto
que la revolución científica newtoniana y la planeación de incentivos para
las innovaciones tecnológicas llegaron a su fin por 1720. En las Provincias
Unidas la depresiói^ apenas si alcanzó a las ascendentes fortunas de Ains-
terdam. En Francia la crisis de principios del siglo XVII afectó mucho más
al sur que al norte, y sólo hasta la década de 1680 sobrevino una declina­
ción económica y demográfica general. En Europa Oriental, el surgi­
m iento de los grandes latifundios operados por una fuerza de trabajo
servil no se verificó de manera uniforme, sino de un área a otra por un pe­
riodo de 150 años, comprendiendo desde Prusia del Este en el siglo XVI,
vía Suecia en el XVII, hasta Rusia a comienzos del XVIII. De este modo,
fácilmente se podría, estar de acuerdo en que alrededor de 1620 se.inició
en térnafeóS generales un viraje descendente, sin admitir por ello, que hu­
bo algún tipo de reacción clara o uniforme ante el mismo.
Tam poco la explicación marxista sobre este viraje descendente resulta
del todo satisfactoria. Otra explicación, en términos de una desafortuna­
da coyuntura de acontecimientos que ejercieron una fuerte presión sobre
una sociedad demográficamente hidrópica, parece ser igualmente válida.
La peste volvió a golpear fuertemente a la fuerza de trabajo; losjriercados
de consumo se volvieron más restringidos a medida que la guerra devasta­
ba áreas.cada vez mayores de Alemania; se produjo una escasez de los m e­
dios circulantes como consecuencia de la declinación en las importaciones
de plata del Perú. El irresponsable malabarisimo monetario de los prín­
cipes de Suecia, España y Alemania hizo astillas la confianza de la comu­
nidad comercial internacional, e hizo que el cálculo racional de las utili­
dades fuera imposible. Todo parecía confabularse para convertir a los
años 1619.-1622 en una crisis importante, al tiempo que más profunda y
duradera en sus efectos que la de 1929. Pudiera ser que esta prolongada
crisis del siglo x v n hubiera sido más importante de manera negativa al
1,A CRISIS DEL SIGLO X V II 161

haber hecho retroceder a Europa Oriental y del Sur en su progreso hacia la


modernidad, que por haber actuado como un estímulo positivo para el
desarrollo ulterior dentro de áreas claves de Europa Noroccidental.
I£s el segundo aspecto de la crisis, el político, el que le interesa al p rofe­
sor T revor-Roper ' cuyo artículo incluido en la colección de ensayos de
Ashton. ofrece otro modelo frente al de Hobsbawm. Este autor ve en los le ­
vantamientos políticos de mediados del rigió XVII una especie d e cuenca
entre una época y otra, entre el Renacimiento y la Ilustración, una crisis
causada por un defecto básico dentro de la estructura política preexisten­
te, que la hacía incapaz de soportar las tensiones que le eran impuestas.
Tanto Hobsbawm como Trevor-Roper —el marxista y el antimarxista —
se vuelven uno, nótese, al despreciar la vieja noción whig d e que los
conflictos constitucionales pueden ser tomados en su valor nominal. T a n ­
to ellos como los demás contribuyentes al debate están de acuerdo en que
esta es una forma ingenua y superficial de considerar las transforma­
ciones históricas, de que detrás de cada lucha constitucional subyacen in ­
tereses, pasiones y prejuicios que deben explorarse y exponerse cuidado­
samente. Para Trevor-Roper, la crisis es entre et Estado y la sociedad. Por
el siglo XVII la máquina estatal centralizada —los cortesanos, ios fu n ­
cionarios, los obispos y los políticos— se había vuelto intolerablemente
onerosa y opresiva para el resto de la sociedad. I,a división entre los bene­
ficiarios y las víctimas del sistema político se estaba volviendo cada vez
más aguda y evidente día a día, a medida que la corte renacentista con su
séquito cada vez mayor de burócratas parásitos depositaba una carga cada
vez más pesada sobre la sociedad. Cuando la recesión económica hobs-
bawmíana redujo el tamaño del pastel del que la porción gubernamental
habría de cortarse, la situación se volvió intolerable y varios grupos so­
ciales intentaron cambiar el sistema recurriendo a la revuelta y a la revo­
lución. Las ciudades habían sido ya aplastadas con anterioridad en el
siglo XVI; ahora eran las clases hacendadas quienes peleaban en contra de
las cortes. Las sociedades de mayor éxito, las de Holanda, Inglaterra y Fran­
cia, se amoldaron a la situación en parte mediante el mejoramiento y
la modernización de la administración, y en parte mediante el incremen­
to de sus recursos económicos a través de la aplicación de ideas mercanti-
Ustas. Por estos medios el peso se ajustó al potencial económico de la
sociedad, y fue así como pudo comenzar la era del despotismo ilustrado.
Esta ingeniosa y a primera vista atractiva tesis no resiste un análisis d e­
tenido. A l igual que tantas generalizaciones actuales acerca de la evolu­
ción del Estado moderno, la constitución moderna y la economía moderna,
se trata aquí del trabajo de un historiador que adopta un modelo diseña­
do primeramente para adaptarse a una experiencia británica única, para
aplicarlo después de manera indiscriminada ai contexto bastante diferente
16?. E l.SU R G IM IE N TO DEL M UNDO MODERNO

del continente europeo. En primer lugar, ninguno de los conflictos exa­


minados en Inglaterra, Francia o España, resultan ser simples forma­
ciones de los funcionarios en contra del resto, como Trevor-Roper débil­
mente lo admite en una posdata. En segundo lugar, el retrato de una horda
inmensamente opulenta de cortesanos derrochadores es bastante exagera­
do. Las riquezas espectaculares de las minorías han cegado a Trevor-
R oper con respecto a las remuneraciones modestas, y con frecuencia mi­
serables, de la mayoría. Por consiguiente, la onerosa carga de la corte y
de la burocracia, aun admitiendo el vasto iceberg de honorarios y sobor­
nos subrepticios, no fue en ninguna parte comparable con los costos esti­
mados de la guerra. En tercer lugar, resulta d ifícil, si no es que imposible,
ver a la mitad del siglo XVU como una cuenca, y como el verdadero pe­
riodo revolucionario por contraposición al de la Reforma, excepto dentro
de los estrechos términos de la experiencia inglesa. N i Francia ni España
cambiaron grandemente después de sus respectivos levantamientos con
relación a lo que hablan sido antes, y sus políticas permanecieron en gran
medida las mismas. Finalmente, hacia donde quiera que uno mire, los in­
tentos de reformas internas hechos por Strafford, Richelieu y Olivares
fueron detonadores de las revueltas, más que movimientos orientados ha­
cía una nueva era, como Trevor-Roper pensaría.
Si la tesis de Trevor-Roper no resulta satisfactoria, ¿cuál es la opción?
La solución de John Elliot y otros, planteada aquí tentativamente y res­
paldada por m í en otro lugar, pondría un mayor énfasis en las presiones
de la guerra. De hecho, ciertos.eruditos como Vicens Vives y F. G. l.ane,
consideran a ris ta d o moderno primordialmente como, una máquina de
guerra, creada e impulsada por las necesidades de preparación militar y
de agresión. Difícilmente podría dudarse que este ha sido su campo de ac­
tividad más satisfactorio durante los últimos cuatrocientos años, y que no
existe nada dentro del mundo contemporáneo que sugiera que haya al­
gún cambio en perspectiva a este respecto. Vives explica el surgimiento
del Estado renacentista a comienzos del siglo XVI como el producto de la
guerra internacional y del desorden interno, y considera al ejército per­
manente corno su manifestación más impresionante, el cual frecuente­
mente se componía de mercenarios extranjeros. Lañe convierte el argu­
mento en un informe financiero sobre las ganancias y tas pérdidas. Mira
al Estado moderno como un dispositivo para disminuir los costos de de­
fensa mediante la adquisición del monopolio de la violencia, tanto inter­
na como externamente, Una vez que esto se logia, el Estado puede entonces
exigir un precio más alto para la defensa en contra de enemigos designa­
dos (y si fuera necesario fabricados) por él mismo, a costos sustancial-
rnente más bajos. De este modo le es posible transferir la riqueza de la
población a los funcionarios, sin restricciones. Este es un m odelo que re-
I. A CRISIS DEL SIGLO X V II 1G3

corre un largo camino hacia la explicación <lel surgimiento d e l sistema


cortesano descrito por Trevor-Roper.
La expansión burocrática de los siglos XVI y XVII fue el resultado de
las necesidades de todos los Estados de reclutar, pagar, equ ipar y trans
portar cantidades cada vez mayores de soldados a través de distancias cada
vez más grandes. Puesto que los nuevos cargos podían venderse, el
incremento de funcionarios por sobre los requerimientos de organización
fue el producto de las necesidades de financiar la guerra. Siendo esto así,
los conflictos del siglo XVII fueron causados principalmente p o r la cre­
ciente escalada y duración de la guerra, lo cual obligó a todos los gobier­
nos a intentar invadir las antiguas exenciones fiscales y constitucionales,
con objeto de apropiarse de una proporción creciente de los recursos
nacionales (que en todo caso disminuían incesantemente d eb id o a la
recesión económica general). En muchas áreas, como en Escocia, Irlan­
da, Cataluña y Portugal, las provincias externas se rebelaron en contra
del proceso centralizado!- por miedo de las aplastantes cargas fiscales y de
la interferencia en las libertades locales. En otras partes, com o en In gla­
terra, Francia y Suecia, las oligarquías en competencia dentro de la élite
- los nobles, los hidalgos y los comerciantes-- peleaban entre sí por el ac­
ceso o el control de los cargos, concesiones y privilegios del nuevo Le-
viatán. El desenlace final del conflicto variaba grandemente de un Estado
a otro, por lo que es ilusorio suponer que el resultado de tal lucha desem­
bocaría necesariamente en el surgimiento ya sea de un régimen más d e ­
mocrático o bien de uno más autoritario.
La aparición de estos trabajos seminales a cargo de Hobsbawm,
Trevor-Roper y otros nos enseña una clarísima lección. A medida que nos
apartamos de las biografías y las historias narrativas de carácter institu­
cional y político, las cuales presentan vm fundamento más seguro a pesar
de ser desesperanzadamente estrechas en su enfoque y antianalíticas, a
medida que buscamos descubrir fuerzas ideológicas, económicas y so­
ciales más amplias y profundas detrás de 3a marea de la historia, en esa
misma medida corremos el riesgo de remontarnos en nuestro paso más
allá de nuestra evidencia. Si recorremos este camino con excesiva prisa y
adentrándonos mucho en él, caemos en el pantano toynbeeano consisten­
te en generalizaciones amplias, vagas y pastosas, cuyos lóbregos abismos
no pueden evaluarse, sondearse o medirse por ningún conjunto de datos
empíricos. Unos pocos años atrás, daba la impresión de que la historia se
estaba conviríiendo en un cúmulo atomizado de trivialidades sin ningún
interés para nadie, excepto para aquellos especialistas de mente más
estrecha (y de hecho la gran masa de disertaciones doctorales sigue estan­
do en esta línea actualmente). N o obstante, nos encontrarnos ahora en la
etapa de quedar aturdidos por una ráfaga de hipótesis organizadoras de
104 El. SURGIM IENTO D Í4. M UNDO MODERNO

mediano alcance, las cuales se hallan respaldadas por gran cantidad de


datos verosímiles, pero que no es posible insertar todavía firmemente
dentro de la evidencia histórica. Documentar, cuantificar y calificar estas
generalizaciones constituye la tarea fundamental de la generación actual.
Necesitamos conjugar este grato aire renovador de ideas con aquella m e­
ticulosa erudición y aquellos elevados estándares de evidencia que fueran
la gloria de la antigua escuela de historiadores.
Un excelente estudio de caso que puede avalar la interpretación m ili­
tar de la crisis es el de España, donde la relación entre Castilla y Catalu­
ña, entre la capital y las provincias, ha sido examinada por el profesor
F.lliot en un eminente trabajo que viene a ser una muestra de la erudición
histórica de la posguerra.*
En la década de 1590 el Imperio español parecía estar suspendido al
borde de la conquista del mundo. En cien años, el árido y elevado reino
de Castilla había engullido al resto de la península española, enormes
áreas de Italia, incluyendo Sicilia, Milán y Genova, los Países Bajos,
América Central y del Sur y las Indias Orientales portuguesas. L a plata
fluía en torrentes cada vez mayores de las minas de los Andes para ali­
mentar a la burocracia y al ejército más grandes de Europa. Parecía que
España mantenía un buen control sobre Francia, y ai mismo tiempo
había provocado la rebelión en Irlanda y amenazaba seriamente a Ingla­
terra. Cincuenta años después, la Francia borbónica constituía un serio
rival, Inglaterra y las Provincias Unidas mostraban prosperidad y agresi­
vidad, Portugal y las Indias Orientales se habían liberado y los catalanes
estaban en franca revuelta. Los ejércitos españoles habían dejado de ser
invencibles, su administración era el prototipo de una indolente incompe­
tencia, sus finanzas eran caóticas y su comercio trasatlántico estaba en
plena decadencia; parecía como si el Imperio se hallara al borde de su di­
solución.
¿Qué había resultado mal? Lejos de ser un Estado unificado, la España
de los Habsburgo era una confederación disgregada, dividida por barre­
ras en cuanto a las costumbres y por constituciones extremadamente dis­
tintas. El peso, la gloria y las utilidades del Imperio fueron dejados a los
nobles de Castilla, en tanto que los de Cataluña remoloneaban en sus ca­
sas. Protegidos por sus privilegios en contra de ¡as exigencias reales de d i­
nero o de hombres, los catalanes también fueron excluidos de los empleos
y ¡as remuneraciones. La nobleza rural perdió todo sentido de finalidad,
quedando absorta eri una lucha de facciones, en cruentos enfrentamien­
tos entre familias y en el bandolerismo.

* ) rtliot, The Revolt uf tlie Cotühinx, A Siwly of thc Decline ofSpoin (119$ 16-10), Cambridge,
1964
í;

LA CRISIS DEL SIGLO XVII 165

En 1621 ascendió al poder en España el conde duque d e Olivares


quien, con Richelieu y Strafford, fue uno de los tres grandes arquitectos
del absolutismo de la época. Este incansable, aunque neurótico estadista
se dio cuenta en ese momento de que Castilla carecía de la fu erza econ ó­
mica y de los recursos en cuanto a potencial humano para sostener sola el
vasto edificio de un Imperio mundial. Concibió el nada innoble ideal de
fusionar a las provincias en un todo unificado, en el que se com partieran
por igual los beneficios y las cargas de la grandeza. Vio en las prerrogativas
provinciales instrumentos para la defensa de intereses privados m ez­
quinos, y tomó la determinación de que deberían subordinarse al bienestar
del im perio como un todo. L o que no alcanzó a apreciar fue la paradoja
inherente a su programa. La única esperanza de ganar la cooperación de
las provincias consistía en conceder cargos centrales a la nobleza y p re­
rrogativas comerciales a la oligarquía urbana. Pero cualquier acción de
este tipo apartaría inmediatamente a la aristocracia castellana y a los co­
merciantes de Sevilla, de cuya cooperación dependía todo el ed ificio del
Imperio. ']
Dicho programa era todavía mucho más irrealizable puesto que debía
llevarse a cabo en un momento de creciente presión externa, la cual cul­
minó en tina guerra franca con Francia.
I.a señal del derrumbamiento de los grandiosos planes de Olivares fue
la revuelta catalana de 1640. Exasperados por las depredaciones de las
tropas no re.tribu.ida3, a quienes habían tenido forzosamente que alojar
durante el invierno en espera de la campaña del siguiente año contra
Francia, el campesinado y las multitudes urbanas comenzaron la violen -
| da. Primero atacaron a las tropas, luego a los agentes de la autoridad real,
y finalmente a sus propias clases acaudaladas. Una minoría de estas últi­
mas aprovechó la oportunidad para exigir la confirmación de las prerroga­
tivas catalanas, viéndose obligada posteriormente a entregarse en manos
de los franceses por temor a las represalias. Inspirado por este levanta­
miento, Portugal se liberó, en tanto que los andaluces amenazaron con
hacer lo mismo. A l final la revuelta catalana se desplomó. La sociedad se
hallaba demasiado fragmentada como pava adscribirse a tina subleva­
ción nacional, los franceses desertaron, y el hambre y las enfermedades
cobraron nn atroz número de víctimas. No obstante que España fu e así
parcialmente restaurada y estuvo en condiciones de entrar tambaicún-
• dose al siglo XVlil, el daño estaba hecho. Cataluña fue al gobierno de Feli­
pe IV lo que Esocia fue al de Carlos I. Barcelona no pudo separarse de
Madrid, pero no se le unirla. "L a revuelta de los catalanes resumió y pre-
-.1 sagió al mismo tiempo la tragedia de España."
Ún caso de estudio muy diferente, el cual proporciona una excepción a
todas las generalizaciones acerca de un siglo de crisis, es el del gian ene

:£ ¿i
166 El. SURGIM IENTO DEL M U N D O MODERNO

raigo de España, Holanda.3 El problema aquí es de qué manera esta pe­


queña provincia fue capaz de desafiar con éxito a la potencia más grande
de Europa, al tiempo que consolidaba su independencia, tomaba la parte
del le6n dentro del comercio mundial, y se convertía en la más grande po­
tencia marítima de Europa durante el siglo XVII.
Hace algunos años Pieter Geyl escribió: "L a historia no puede conce­
birse ni escribirse ni comunicarse si no es desde un punto de vista condi­
cionado por las circunstancias del historiador. Incluso podría argiiírse
que siendo los seres humanos como son, la historia puede sacar provecho
del contacto íntimo de la imaginación del historiador, o de su conciencia,
con 1a. vida contemporánea.” Los trece meses que Geyl pasó en el campo
de concentración de Buchenwald son un amplio testimonio de su implica-
mierito en los asuntos cotidianos, y de hecho esto constituyó una apa­
sionada convicción que fue la que inspiró su importante juicio acerca de
la historia de los Países Bajos durante los últimos cuatrocientos años.
La clave de los logros de Geyl radica en el hecho de que es un naciona­
lista flamenco que encuentra imposible aceptar como algo natural o ine­
vitable la división política de los pueblos de habla holandesa. Esta premi­
sa fundamental lo llevó a considerar la evolución de los Países Bajos en
el siglo XVI bajo una perspectiva completamente nueva. A mediados
del siglo XVI lo fortuito de los matrimonios dinásticos y de las herencias ha­
bía colocado bajo la corona española a una. aglomeración dispersa de provin­
cias y de ciudades, algunas de habla francesa y otras de habla holandesa,
conocidas colectivamente como los Países Bajos. Unos pocos años después co­
menzó una rebelión armada que finalmente condujo a la división del
área en los países de Bélgica y de Holanda tal como los conocemos hoy
día. Según la interpretación de Geyl, esta rebelión de las Provincias del
Norte en contra del dominio de España dejó de ser una lucha heroica pol­
la independencia política y la libertad religiosa emprendida por un
pueblo en armas, que es lo que había sido según el punto de vista de his­
toriadores como Motley y Frain. Se convirtió en la labor de una reducida
minoría resuelta a imponer sus opiniones sobre una mayoría hostil o inerte.
Por razones de conveniencia geográfica, un grupo de forajidos calvinis­
tas —la mayoría exiliados del sur— eligió establecer su cuartel general en
el norte detrás de las barreras fluviales. A llí se atrincheraron, sometieron
a la mayoría católica por la fuerza de las armas; encontraron un político
taimado en su líder Guillermo el Taciturno, fundador de la noble casa de
Orange, y se hicieron ricos. Todavía en 1624, se estimaba que una cuarta

3 P. Ccyl, The NeCherUmds Dtvtded , Londres, 1956; P. Geyl, The Nethcrlands in Che Sevcn-
teentk Century, Londres, 1961 1964; P. Geyl, llistory of Cha l.ow Cowitries: Efrisodesand Problenu,
Londres, 196L
L A CRISIS DEL. SIGLO X V II 1C7

parte de la población era católica. La división política entre el n o rte y el


sur no representó una división lingüística, cultural o religiosa, ya que
Flandes y Brabante, en donde se hablaba el holandés y que habían sido
ios principales centros del protestantismo, quedaron detrás de las líneas
españolas. La división fue de este modo meramente de conveniencia
estratégica, la línea de estancamiento militar a lo largo de las vías flu ­
viales. Geyl concluye que “ fue, debido a que tos ríos permitieron q u e la re­
belión se atrincherara en el norte, mientras España recuperaba las pro­
vincias ubicadas en el lado equivocado de la barrera estratégica, que con
el curso del tiempo vino a existir el sistema dual de la República protes­
tante del norte y los Países Bajos católicos del sur, de la Holanda protestante
y la Bélgica católica".
Esta interpretación podría parecemos razonable hoy día, cuando son
líneas militares las que dividen a Alemania y a Corea, en tanto que dos
culturas e ideologías diferentes se consolidan detrás de ellas. Em pero, ésta
fue planteada hace más de treinta años, en el apogeo de los conceptos re­
ferentes a las fronteras naturales y a la autodeterminación nacional,
cuando la idea de que una nación pudiera ser una construcción artificial
no era meramente algo inmoral, sino algo impensable. En consecuencia,
la tesis estuvo inspirada no por la inexorable aceptación del poder de la
espada, sino por el rechazo de su eficacia para horrar la identidad cultu­
ral de los pueblos de habla holandesa. Admitía, sin embargo, que la his­
toria podía ser arrojada fuera de lo que pudiera considerarse como su
curso normal por causa de una catástrofe imprevista. Esto lleva a Geyl a
entrar en un agudo conflicto con la postura filosófica adoptada por E. H .
Carr. Debido a su lealtad al frustrado nacionalismo flamenco, encuentra,
imposible de aceptar el dictamen teleológico de Carr: “ Es el sentido de d i­
rección en la historia el único que nos permite ordenar e interpretar los
acontecimientos del pasado.” Rechaza, por otra parte, la noción de cjue
el historiador debería escribir "com o si lo ocurrido tuviera que ocurrir
inevitablemente, y como si su tarea fuera simplemente la de explicar qué
ha ocurrido y por qué” . Este pragmatismo brutal es rechazado por Geyl, y
con razón según mi opinión. Está de acuerdo en que la historia es una
lucha incesante de fuerzas antagónicas, pero estima que los perdedores
siempre aportan algo a la cultura de los vencedores, y que negar la posibi­
lidad de elegir dentro de la historia no únicamente le roba gran parte de
su carácter instructivo para el presente, sino que priva también al histo­
riador de comprenderla en su verdadera complejidad.
Dada la premisa acerca de una división artificial de los pueblos de
habla holandesa, la siguiente pregunta que habría que responder sería
por qué la línea divisoria permaneció virtualmente inalterada durante
tanto tiempo. N o se desplazó hacia el norte en primer lugar porque Espa-
168 El. SU R G IM IE N TO D E L MUNDO M O D E R N O

a a y luego Francia carecieron de los recursos militares y la habilidad para


atravesar las barreras de agua fuertemente defendidas, ante unas Provin­
cias Unidas cuya riqueza podía movilizarse en caso de crisis para subven­
cionar a un numeroso ejército de mercenarios. La estabilidad de la línea
estuvo influida de manera decisiva por el hecho de que el siglo XVII fue
una época en la que el arte de la guerra se encontraba en una de sus fases
estáticas, y en la que las técnicas defensivas sobrepasaban con mucho a
las capacidades ofensivas. Cuando la línea se vio más seriamente amena­
zada ante Luis X IV a comienzos del siglo XVIII, los ingleses al mando de
Marlborough se pusieron en marcha, por sus propias razones, para prote­
ger la Valla de Fortalezas. La línea no se desplazó hacia el sur en parte
debido a que una gran mayoría de los generales holandeses eran extrema­
damente cautelosos, pero también debido a que los oligarcas (los regen­
tes) de Holanda y de Zelanda, particularmente los de Arnsterdam, no lo
deseaban mucho. Mientras permaneció donde estaba, el gran puerto de
Amberes fue estrangulado por el control holandés de la desembocadura
del río Scheldt. Un Amberes reconciliado sería libre de comerciar de
nuevo y amenazaría así seriamente la prosperidad de los puertos localiza­
dos más al norte.
Las Provincias Unidas eran mantenidas y sacadas a flote por la pros­
peridad económica sin paralelo del área, en lo particular de Arnsterdam,
Sus barcos transportaban dos terceras partes de la carga del Báltico y
gran parte del comercio de exportación francés e inglés de Europa, y de
hecho la ciudad se convirtió en el centro del comercio y la banca mun­
diales. Empero, como Geyl tiene el cuidado de señalar, sintiéndose de al­
gún modo orgulloso por ello, Holanda carecía de una base industrial sóli­
da. La prosperidad, por consiguiente, dependía del mantenimiento de la
libertad de navegación -ex cep to en el Scheldt— y de la libertad de co­
mercio —excepto en el caso de otros en las Indias Holandesas Orienta­
les— ; estos eran los principios por los que debía lucharse en una Europa
cada vez más mercantilista.
Los holandeses del siglo XVII constituían la nación más rica del mundo.
Siendo esto así, naturalmente que no eran apreciados, incluso ni siquiera
por correligionarios como los ingleses, y en consecuencia se vieron obliga­
dos a sostener una serie de guerras prolongadas en contra de rivales
acérrimos: primero España, luego Inglaterra., y finalmente Francia. Una
característica importante del revisionismo de Geyl consiste en un cambio
en cuanto a la balanza de simpatía histórica favorable a la Casa de Oran-
ge, la cual proporcionó el liderazgo hereditario, militar y político, incli­
nándose nuevamente del lado de los oligarcas burgueses. Lo que este
autor ve es a una burguesía próspera, culta y civil obligada a sostener una
guerra tras otra en defensa de sus intereses económicos. Con objeto de
LA CRISIS DEL SIG LO X V II 169

lograr la victoria, precisó otorgar poder a un complejo político-m ilitar


con intereses creados con respecto a la guerra agresiva. Para Geyl, el ver­
dadero interés de las Provincias Unidas era la expansión com ercial, el
particularismo provincial, la tolerancia religiosa, y el control p olítico a
través de los regentes, pero no el aventurismo militar, la centralización y
el calvinismo dogmático promovidos por la Casa de Orange.
A l final el esfuerzo bélico fue más de lo que las Provincias Unidas podían
resistir. Inglaterra se dio cuenta de que no podía derrotar a H olanda
peleando en su contra; empero, logró hacerlo, quizás accidentalmente,
aliándose con ella en las interminables guerras en contra de Luis X I V . N o
fue esta la última vez en la historia en que la alianza entre un país pe­
queño y uno grande con objeto de combatir a un enemigo poderoso, tuvo
como consecuencia principal el transferir el liderazgo económ ico del
aliado pequeño al grande, dejando a la larga al enemigo im pasible en
gran medida.
Además del desgaste de la guerra con Francia y de la creciente co m p e­
tencia con Inglaterra, el liderazgo económico holandés se vio tam bién de­
bilitado por un cambio de actitudes psicológicas, un abandono de la
agresiva asunción de riesgos, característica de la Compañía Holandesa de
las Indias Orientales en sus inicios, y una transferencia de capital a inver­
siones menos espectaculares y más prudentes dentro de las finanzas y la
banca. Se trató de un cambio, tal vez de un cambio inevitable, n o tanto
del señor feudal —sustentado por el robo— al hombre de organización,
como del empresario al contador. Estuvo acompañado por un cierre de
los caminos de movilidad social a través de reglamentaciones y prácticas
nuevas, las cuales convirtieron a los oligarcas existentes en una camarilla
hereditaria que se repartía los cargos y los recursos tanto de la ciudad
como de la provincia, Esta exclusión de las oportunidades con respecto al
talento nuevo vino a acelerar la declinación en la preeminencia cultural y
económica de la Holanda del siglo XVIII.
VIL EL PURITANISMO

UNO de los aspectos del asalto histórico masivo al problema del puritanis­
mo durante los últimos treinta años ha sido el empeño por explicar sus
causas, no tanto en términos ideológicos como en términos políticos, insti­
tucionales y económicos. A pesar de algunos análisis excelentes sobre la
ideología del puritanismo isabelino, no existía ningún examen minucioso
del movimiento como fuerza política hasta la publicación del magistral
estudio del doctor Collinson.1Lo que este autor viene a confirmar es la cre­
ciente impresión de que la interpretación más antigua de la Reforma
inglesa como un acto de Estado se halla en gran medida mal encauzada,
siendo el resultado de la miopía congénita de los historiadores admi­
nistrativos. El profesor Dickens ha demostrado el mar de fondo de senti­
miento religioso popular sobre el que la Reforma se llevó a cabo, el profesor
H exter ha postulado una intensificación general de la emoción religiosa
que subyada bajo la Reforma y la Contrarreforma, en tanto que el libro
del doctor Collinson acerca de los puritanos de finales del siglo XVI pro­
porciona una prueba adicional de la importancia de la religión en su ac­
ción sobre la sociedad, puesto que hizo caso omiso de la voluntad de los
príncipes y de los potentados, l'ocos ingleses devotos eran capaces de
aceptar el ordenamiento anglicano, con sus compromisos doctrinales tor­
pemente pergeñados y su confirmación de todos los abusos dentro de la
organización y la administración de la Iglesia medieval tardía. Lo que
exigían era una reforma ulterior con objeto de crear una Iglesia verdade­
ramente purificada, y puesto que tenían respaldo en lugares importantes,
entre los que se contaban el tribunal de obispos, el Consejo Privado, y
ambas cámaras parlamentarias, estaban en condiciones de tratar impu­
nemente de persuadir primero a la reina de efectuar cambios en su políti­
ca, y posteriormente si tal empeño fracasaba, de crear deliberadamente
una Iglesia dentro de la Iglesia. El doctor Collinson tal vez exagera la na­
turaleza conspiradora del movimiento clandestino organizado por John
Field, y tal vez se encuentra muy intrigado por sus paralelismos con las cé­
lulas comunistas del siglo XX, empero narra un relato fascinante y
plausible acerca del surgimiento de un.movimiento revolucionario y de su
destrucción final mediante la enérgica acción policial a cargo de Isabel y
del arzobispo W hitgift, Asimismo, muestra cuán ilusorio fue este fácil

1 P. Collinson, The Elimbethan Vmitán Movnraenl, Londres, 11)67.

170
E L PU R IT A N IS M O 171

triunfo, ya que el aplastamiento de la organización sólo condujo a que el


movimiento se arraigara más profundamente en el corazón de la sociedad
inglesa, propiciando el que continuara creciendo y expandiendo sus raí­
ces. Cuarenta años después de la muerte de la reina, dicha organización
contribuyó al derrocamiento de la Iglesia anglicana y a que se llevara a
cabo la Guerra Civil, y posterionnente a la Restauración creó una escisión
permanente dentro de la vicia religiosa inglesa, la cual ha tenido repercu­
siones desde aquella fecha hasta el presente. L a responsabilidad de esta
evolución de los acontecimientos radica grandemente en la obstinación
de Isabel y de Jacobo, lo mismo que del tribunal de obispos. Se trata de la
historia acerca de las graves consecuencias que pueden desprenderse de
una simple negativa a negociar en el momento oportuno.
Si el puritanismo ha de ubicarse dentro de su propia perspectiva, y si ha
de darse una explicación con respecto a su sorprendente popularidad a
comienzos del siglo XVII, es obvio que resulta tan importante investigar
las deficiencias de la Iglesia establecida como demostrar lo atractivo del
puritanismo. Particularmente esto es así ya que lo único que mantenía
unidas a las diferentes facciones de puritanos a comienzos de la década de
1640 era su fuerte antipatía por la Iglesia laudiana.
Un aspecto extremadamente importante de las deficiencias de la Ig le ­
sia anglicana fueron sus dificultades económicas, cuyas raíces retrocedían
en el tiempo mucho más allá de la Reform a.5* En Inglaterra, como en
otras partes de Europa, el siglo XVI fue testigo de una secularización m a­
siva de los bienes eclesiásticos. Los monasterios y las capellanías fueron
engullidos por la corona. El obispo, el deán y el cabildo, habiendo sortea­
do a duras penas el reinado de Eduardo V I, se encontraron sujetos bajo
Isabel a una guerra de desgaste menos abierta pero casi igualmente eficaz
a manos de los cortesanos y de la nobleza. Entre tanto, el clero parroquial
se hallaba también apremiado por la revolución en los precios y por las se­
cularizaciones con las que se transferían gran parte de sus ingresos a los
bolsillos de los hidalgos, la nobleza y las universidades. En consecuencia,
el status social y las cualidades educativas y morales tanto del clero como
del episcopado no lograron satisfacer a la nueva generación, y se levantó
el clamor de abolir al segundo con objeto de subvencionar al primero.
Dentro de esta crisis de su historia, durante los últimos años de Isabel, la
Iglesia encontró súbitamente ciertos aliados poderosos. Primero la coro­
na, y luego una parte del laicado acaudalado, se dieron cuenta de que la
Iglesia, y particularmente el episcopado, constituía una parte integral del
orden establecido, cuya caída bien podría poner en peligro ia posición

RC. HUI, Economía Prakleim o f the Churck frorn Archbishop Whitgifl lo lile long Parliament,
Londres, 1956.
172 KLS U R G IM IE N TO DEL M U N DO M O D E RN O

tanto de los pares como de la monarquía. Las clases hacendadas eran


puestas por fin frente a frente con la ambigüedad de su posición. Como
cristianos devotos deploraban el estado de ignorancia del clero y se opo­
nían a la simonía, al pluralismo y a la no residencia; pero como seculari-
zadorcs laicos, benefactores de los derechos de patronato, y cortesanos
potenciales, sus propios intereses económicos estaban comprometidos con
estos mismos abusos. Como reformadores calvinistas eran bastante recelo­
sos de los poderes y la riqueza de los obispos; pero como miembros de las
clases acaudaladas temían que la abolición de) episcopado desatara ata­
ques similares sobre su propia autoridad e intereses creados.
Esta situación de punto muerto continuó hasta el fin de la década de
1620, tan sólo para ser quebrantada por intentos serios de parte de ambos
lados de atacar el problema de raíz. Los puritanos comenzaron a darle
prioridad a su conciencia por sobre sus intereses pecuniarios. Estable­
cieron una compañía financiera mediante suscripciones públicas, la
cual comenzó a comprar las secularizaciones laicas y a restituir el dinero
— aunque no la autoridad--- a la Iglesia; y como benefactores indivi­
duales o como congregaciones comenzaron a incrementar los sueldos del
clero — por propia elección-- mediante aumentos voluntarios. Laúd puso
en marcha todos los poderes del Estado en contra de estas tendencias.
Aplastó el proyecto de compra de secularizaciones, atacó los aumentos
considerándolos como el primer paso para la independencia, e intentó
restituir la solvencia financiera de la Iglesia mediante la fuerza, T ra tó de
exprim ir mayores diezmos de las ciudades, especialmente de Londres, al
igual que mayores sueldos de los sécula tí zadores. Esto tuvo como resulta­
do, como lo señala el doctor Hill, que "el protestantismo, el patriotismo,
el parlamentarismo y la propiedad trabajaran conjuntamente en contra
del intento de Laúd por trastrocar la historia". Y fue así como en la déca­
da de 1640 los obispos, los deanes y los cabildos sucumbieron, no obstante
que los diezmos sobrevivieron, lo cual resulta bastante significativo.
La objeción más seria a este análisis sólido y bastante bien documenta­
do es si esta concentración en los problemas económicos de la Iglesia, ne­
cesaria como lo fue para la tarea que se tenía entre manos, realmente
logró una simbiosis juiciosa de los factores económicos y los religiosos. Por
consiguiente, existe una aplastante prueba de la pobreza del clero parro­
quial isabelino, lo cual se tradujo en su deplorable ignorancia y en su baja
calidad personal. Sin embargo, el clero parroquial había permanecido en
esta situación embrutecedora a lo largo de la Edad Media. ¿No fue ei sur­
gimiento de la conciencia calvinista, con su énfasis en la importancia de
las cualidades morales de! sacerdocio, lo que vino al fin a darle al asunto
una importancia candente? Asimismo, antes de la Guerra Civil, benefac­
tores laicos estaban otorgando prebendas a hombres de sus propias con-
El. P U R IT A N IS M O 173

vicciones religiosas, y como resultado do ello "el patrocinio de legos hizo


del puritanismo un problema dentro de la Iglesia". Sin em bargo, ¿no
podría igualmente alegarse que el "puritanismo convirtió al patrocin io
laico en vtn problema dentro de la Iglesia” por medio de conservadores
alarmantes como Laúd? Finalmente, no basta con describir en d eta lle las
presiones económicas ejercidas por Laúd, sin examinar también el im p u l­
so paralelo hacia la "belleza de la santidad", el estímulo dado a los ó rga ­
nos y a los comulgatorios. ¿Quién podría decir qué fue lo que más alienó
las mentes de los hombres?
Sea esto como fuere, una de las consecuencias de las debilidades reli­
giosas, educativas y organizativas del clero anglicano fue que el va cío es­
piritual dejado por él fue llenado por un creciente ejército de predicadores
puritanos celosos y jóvenes.3 Una de las claves con respecto al puritanismo
vino a ser su convicción en el valor de predicar la palabra de Dios com o el
único método eficaz de ganar almas y evitar su subsecuente reincidencia
en el pecado. El púlpito dominical era el principal instrumento de p rop a ­
ganda religiosa y política, y el control del mismo se convirtió en conse­
cuencia en objeto de acerbos conflictos entre la corona y los obispos, por
una parte, y entre el laicado puritano y los ministros, por la otra. Se dice
que la reina Isabel "solía afinar los pulpitos” , en tanto que Jacobo 1,
Carlos I y Garlos II estaban bastante conscientes de la importancia de este
instrumento vital en lo referente a moldear la opinión pública. El p ro b le­
ma era que el laicado controlaba el patronazgo de aproximadamente
cuatro quintas partes de todos los beneficios del país, y en caso de que d e ­
cidiera emplear este poder para proteger al clero subversivo, no habría
mucho que las autoridades pudieran hacer al respecto. Peor aún, desde el
punto de vista oficial, fue el uso que se desarrolló rápidamente después de
1575 referente al acuerdo de una corporación parroquial o municipal a
proporcionar fondos a partir del sistema tributario local, al margen de los
clérigos titulares y del orden establecido de la Iglesia, con objeto de
contratar a un predicador durante los domingos o los demás días de la se­
mana. Esto tuvo una particular importancia en Londres, donde la vasta
mayoría de los beneficios estaban bajo d patronazgo real o episcopal. L a
única forma en que el lateado londinense podía conseguir a los predica­
dores que deseaba era establecer una organización eclesiástica paralela,
contratando a sus propios hombres para sus propios propósitos.
Dos cosas sobresalen en esta historia, de las cuales la primera se refiere
al grado extraordinario en el que la nueva institución se arraigó a toda
costa en las ciudades. En algún momento o en otro, la mayoría délas co r­
poraciones provinciales y casi todas las juntas parroquiales contrataron a

3 P . Seavet-, The Puntan Lectureshipjt: The PaUticx oí Heligitms Ditsent. S ta n fo rtl, 1970.
17-1 El. SURGIMIENTO D E L M U NDO MODERNO

un predicador fuera de los servicios regulares del orden eclesiástico oficial


establecido. El señor Seaver tiene pruebas de que por lo menos setecientos
hombres predicaron en Londres únicamente en el siglo comprendido
entre 1560 y 1662, casi dos terceras partes de los cuales se sabe definitiva­
mente que fueron puritanos Éstos incluyen a la gran mayoría de los pre­
dicadores puritanos mejor conocidos, que con frecuencia tomaban des­
pués posesión de los beneficios eclesiásticos dentro de las ciudades o de las
zonas rurales. L a medida del cambio que esto significa para nuestra ma­
nera de pensar puede ilustrarse muy fácilmente. En 1961 la señora Pearl,
en su libro definitivo acerca de Lond on and the Outbreak o f the Puntan
Revolution, tuvo esto que decir con respecto a los predicadores en
Londres en 1640-1642: “ Ninguna otra parroquia londinense además de
St. Antholin mantuvo un sermón diariamente. Unas pocas, sin embargo,
mantuvieron a uno o a lo sumo a dos predicadores puritanos.” El señor
Seaver muestra que de hecho en 1640 había más de setenta de ellos, ele­
vándose el número a más de noventa en 1642, de los cuales por lo menos
setenta eran definitivamente puritanos. Un mundo completamente nuevo
ha sido abierto ante nosotros.
L a segunda conclusión se refiere a la relativa impotencia incluso de la
persecución episcopal más enérgica por hacer algo más que estabilizar
temporalmente una situación en deterioro. El poder de los benefactores
laicos era tan enorme que nada que hubiera estado por debajo de una
transformación social importante podría haber traído la victoria. Consi­
derada retrospectivamente, la política de Laúd fue un abyecto fracaso,
cuyo único resultado fue estimular el radicalismo religioso y político de los
predicadores. En la década de 1630, en el clímax de la persecución
laudiana, unos cuarenta y seis seguían aún diciendo sesenta sermones a la
semana dentro de una densa área urbana de 1 600 metros cuadrados. Un
entusiasta funcionario anglicano escribió en 1636: “ Si Su Majestad en su
rea! cuidado ha de abolir expulsando fuera de su iglesia ese veneno para
ratas de la predicación... tendremos una Iglesia tan uniforme y ortodoxa
que el mundo cristiano sea incapaz de mostrar otra igual.” La idea era
buena pero las esperanzas vanas, ya que se desvanecieron ante las realida­
des sociales.
Es difícil que se exagere la importancia de estos hallazgos cuando se
explica la configuración religiosa de la Inglaterra del siglo XVII. Ahora
podemos ver con mayor claridad que nunca el enorme poder obstructivo
del patronazgo laico, la impotencia incluso de los obispos anglicanos más
enérgicos por lograr el control de la Iglesia, y la eficacia de este cúmulo
de palabras que fluían en los días de fiesta y a lo largo de la semana en
instar a una clase inedia urbana de por sí ya receptiva a abrazar la piedad
puritana, y a la larga una acción política radical. A mediados del siglo XV»,
EL PU R IT A N IS M O 175

algunos realistas sostenían que habían sido estos predicadores puritanos


quienes habían expulsado al rey Carlos de su reino con sus sermones.
Estos esfuerzos por comprender las causas del surgimiento d el pu rita­
nismo en medio de las debilidades de la Iglesia anglicana, lo m ism o que
la habilidad de organización de los líderes puritanos y su incansable celo
proselitista, se han visto eclipsados por los esfuerzos aún mayores p o r d ilu ­
cidar las consecuencias de dicho surgimiento.
Durante la segunda mitad de este siglo, algunos de los cerebros más
brillantes dentro de la historia y las ciencias sociales se han dedicado al
problema del puritanismo en la Inglaterra del siglo XVII. Considerado como
una ideología, una forma de vida o un estado psicológico, se le ha aso­
ciado con la naciente burguesía, el espíritu del capitalismo, la revolución
científica y la tecnología aplicada, la democracia política, el igualitaris­
mo social, la tolerancia religiosa, la alfabetización masiva y la educación
superior extensiva, la familia conyugal centrada en los niños, lo mismo
que con la filantropía institucionalizada para el mejoramiento social:
es decir con todos los elementos que en conjunto han estado transform an­
do a la sociedad humana durante los últimos doscientos años.
Según el doctor H ill, el núcleo del movimiento puritano lo constituía
"el tipo industrioso de gente” , a saber: los pequeños comerciantes, los
tenderos y los fabricantes independientes, y los artesanos.4 Inspirados por
su odio a las pretensiones clericales, los puritanos pusieron un supremo
énfasis en la predicación como "el único medio e instrumento para la sal­
vación de la humanidad” ; y merced a su control de gran parte del patro­
nazgo eclesiástico, lo mismo que del sistema educativo, y a contar con
amplios recursos financieros, lograron conservar los pulpitos en m edio de
la agudización de la persecución episcopal y real. Las doctrinas predica­
das por el clero puritano eran las que convenían a los intereses económ i­
cos de la dase: la reducción de los días festivos y la concentración del ocío
en el domingo, las cuales ayudaron a aumentar y regularizar la produc­
ción correspondiente a una economía moderna, al tiempo que p rote­
gieron al débil contra una competencia injusta; por otra parte, los depor­
tes y los juegos tradicionales fueron desaprobados corno conducentes a un
desenfreno económicamente pernicioso. El que Inglaterra se haya desta­
cado por su celo sabatario, superando con mucho a Holanda a este res­
pecto, se atribuye a su mayor industrialización. En el nuevo mundo capi­
talista la ociosidad era un crimen, de ahí el castigo de ios mendigos y la
condenación de los pobres como seres moralmente degenerados. L a sus­
titución de los juramentos formales por obligaciones contractuales, y el
reconocimiento de que la honestidad es la mejor política, se adecuaban

4 O. Hill, Soviet y and Puritanúm m Pre ■Revoluttonary England, Londres, 1964.


176 EL SU RG IM IE NTO DEL M UNDO M O D ERNO

también a las necesidades comerciales de una posesiva sociedad mercan­


til. La asunción por parce de la cabeza de la fam ilia del control espiritual
y económico directo sobre sus miembros, fue algo que se derivó del derro­
camiento del sacerdocio y que correspondía claramente a las demandas
del hombre modesto de acumular capital y observar de cerca sus asuntos
familiares. Las teorías políticas de los puritanos exigían una transferencia
del poder de los nobles y los sacerdotes a una oligarquía más amplia de
cabezas de familia acaudalados, aunque ciertamente no a las mujeres, los
hijos, los sirvientes o los pobres. L a tolerancia religiosa fue “ el concomi­
tante natural del surgiente orden económico de libre producción in­
dustrial y de libre comercio interno” .
N o es posible negar la fuerza de esta tesis sólidamente documentada y
enérgicamente defendida. Se podría preguntar, sin embargo, si el retrato
que nos presenta tanto del puritanismo como del escenario del siglo XVII
no es acaso más que un aspecto de una realidad más compleja y ambigua.
En primer lugar, se da por sentado de principio a fin que los puritanos
eran todos pequeños comerciantes, fabricantes y artesanos. Sin em bar­
go, un elemento crucial dentro del movimiento puritano fueron la noble­
za terrateniente y los hidalgos, los cuales suministraron el patronazgo, ta
protección y el peso político. En segundo lugar, se da por hecho que en el
siglo XVII la sociedad inglesa dejó de ser rural, agrícola y feudal, para
convertirse en urbana, industrial y capitalista. Actualmente, una buena
prueba de la modernización está dada por el grado de urbanización. Em­
pero, aun admitiendo la explosión demográfica de Londres, la propor­
ción de la población que en 1650 vivía en las ciudades probablemente no
era mucho mayor que la que había en 1650; el principal cambio tuvo que
esperar hasta finales del siglo XVIII. I.os problemas económicos y psicoló­
gicos de la Inglaterra del siglo XVíl no eran, sin embargo, similares a los
de la Inglaterra del siglo XIX o a los de la Rusia, la Ghana, la Cuba o la
India del siglo XX. En tercer lugar, incluso si admitimos, como tenemos
que hacerlo, que una cultura y una ética de clase media se desarrollaron
en el curso del siglo XVII, hay bastantes pruebas que sugieren que el inte­
rés político y social prevaleciente, al igual que el sistema dominante de
valores, siguieron siendo ios de las clases hacendadas hasta bien entrado
el siglo XIX. Y en cuarto lugar, este análisis frío y racional del puritanis­
mo como una preparación sensata a la nueva atmósfera capitalista no
logra llegar al meollo de la cuestión. ¿Dónde quedó el ciego fanatismo
que atormentó a las brujas y que derribó a los mayos, dónde la asombrosa
pedantería de la bibliolatría, dónde la insensibilizadora introspección?
¿En dónde podría ajustarse la correlación entre los signos externos del
análisis freudiano y las características principales del puritano? ¿Fue real­
mente el sabatismo tan útil al pequeño capitalismo industrialista? ¿Es el
El, P U R IT A N ISM O 177

holgorio del sábado por la noche, tan aborrecido por los puritanos, en a l­
gún respecto menos característico del moderno proletariado urbanizado
que del tradicional campesinado rural? ¿Estuvieron los inexorables es­
fuerzos por suprimir la fornicación relacionados con cualquier tipo de
efectos supuestamente nocivos para la productividad?
Otro de los nexos que se han sugerido entre el puritanismo y los asuntos
seculares alude a que éste actuó como un poderoso estímulo para el pen ­
samiento político radical. Según el profesor Walzer, el vínculo pu ede es­
tablecerse con la ayuda de la psicología social,5 Según él, la innovación
esencial de los puritanos fue el partido ideológico, en el cual se co m b in a ­
ban el fanatismo en las creencias y la disciplina dentro de la organización,
y cuya orientación apuntaba conscientemente hacia la acción política.
Este nuevo instrumento de poder, que en gran parte sigue estando p re­
sente entre nosotros, ha sido el agente revolucionario más eficaz qu e el
mundo haya visto jamás; y de hecho las similitudes entre los puritanos, los
jacobinos y los bolcheviques han resultado obvias desde que Grane Brin-
ton las señaló hace más de una generación. Todos buscaban destruir
completamente d viejo orden y establecer un mundo nuevo y más moral;
todos eran inteligentes, virtuosos, autodisciplinados, trabajadores, d e d i­
cados, y en muchos respectos hombres totalmente admirables; todos re­
currieron a la tiranía y a la opresión, y bien podrían haber incrementado
en lugar de mitigado el grado de sufrimiento humano y de injusticia.
¿Pero qué los hizo ponerse en movimiento? W alzer arguye que estos r a d i­
cales del siglo XVII fueron un producto derivado de la dislocación social y
religiosa de la era de la Reforma, ya que los valores y las instituciones se
desmoronaron. La Iglesia, los sacramentos, el sacerdocio, el padre, la co ­
munidad de la aldea, el gremio, todos fueron repentinamente puestos en tela
de juicio o socavados. El resultado de esto entre los hombres propensos a
la angustia, cultos y pensantes fue una sensación de derrumbamiento, de
desarraigo, de alienación, llámesele como se quiera. En medio de esta c ri­
sis de modernización surgieron dos nuevos grupos sociales, cuyas caracte­
rísticas psicológicas e ideológicas se forjaron y se encendieron en el crisol
del exilio por el continente durante el reinado de María. Quienes los c o n ­
formaban eran los intelectuales de profesión y el laicado culto, entre
quienes salieron ios dedicados puritanos -los Santos--. El calvinismo
proporcionó el respaldo ideal para estos nuevos grupos, ya que internalizó
las formas de control y restauró la confianza en un mundo moralmente
seguro y ordenado. Bastaba con que únicamente los Santos fueran capa­
ces de convertir a la sociedad como un todo a sus propios patrones de con ­
ducta, para que el Estado hobbesiano se volviera superfino. “ Pluguiera

b M Walzer, The Hevolution of thc Sañits, Cambridge, Mass., IS65.


178 EL SURGIMIENTO DEL M U N D O M O D ERNO

que toda la gente del Señor [es decir, los ingleses] perteneciera a los San­
tos” , gimió en una ocasión Cromwelt mientras inspeccionaba su agitado y
pecaminoso reino. Estos fueron los grupos y las fuerzas que se apartaron
de la corrupta corte Carolina y de la papista Iglesia laudiana a comienzos
del siglo XVii; quienes se propusieron crear por vez primera una sociedad
nueva y devota en Massachussets, y por lo tanto renovar el antiguo mun­
do perverso.
Por consiguiente, el calvinismo no fue modernizador en sí mismo, se­
gún pensaron W eb er y T'awney, ni tampoco una de las causas del surgi­
miento del liberalismo o la burocracia o el capitalismo, sino más bien una
reacción psicológica ante las tensiones de las transformaciones sociales y
religiosas, la cual preparó accidentalmente el camino para el adveni­
miento de aquellos acontecimientos. El puritanismo no fue parte del
nuevo orden, sino un producto del desorden que a su vez hizo que
el nuevo orden fuera posible. El puritanismo no moldeó el pensamien­
to de Benjamín Franklin, pero hizo que este tipo de pensamiento fuera
posible.
En suma, la complejidad cabal de esta brillante y original obra se ha
perdido parcialmente, pero es bastante lo que se ha dicho para mostrar su
importancia y su novedad. ¿Es esto cierto? La única respuesta que se
puede dar a estas alturas es: quizás, incluso hasta probablemente, pero no
ha sido aún demostrado de manera concluyente. Lo que es preciso hacer
ahora es demostrar dentro de instancias históricas concretas el nexo entre
las conmociones sociales, la angustia personal, y la súbita y cegadora con­
versión que para muchos marcó su aceptación de la ideología puritana.
¿Específicamente a qué se debió el que los hidalgos y los aristócratas os­
tensiblemente ricos, seguros de ellos mismos y bien establecidos abrazaran
en forma tan numerosa este credo profundamente antiaristocrático? En
segundo lugar, ¿es correcto afirmar que los calvinistas presbiterianos
fueron verdaderamente radicales y revolucionarios hasta justo antes del
final, antes de la década de 1630 o incluso de la década de 1640? N o hay
ninguna razón para dudarlo. Tres generaciones enteras vivieron y mu­
rieron en perturbadora conformidad con la Iglesia establecida y el Estado
soberano, antes de abocarse a la actividad revolucionaria. En tercer lu­
gar, ¿dónde entran los sectarios independientes? Ellos fueron los verdade­
ros radicales del siglo XVI, y también quienes se apoderaron primero del
ejército y luego del poder político con Oliverio Cromwell; no obstante,
W alzer los envía a paseo tildándolos de extravagantes sin importancia.
T od o esto no significa que la tesis de W alzer sea inaceptable, sino más
bien que hay importantes cabos sueltos que aún es preciso atar.
V ÍIL MAGIA, RELIGIÓN Y RAZÓN
i

EN 1938, el gran historiador francés Lu den Febvre hito un llam ado a la


reorientación de los estudios históricos, instando a que se prestara mucho
mayor atención a lo que él denominaba " L ’histoire des mentalités collec-
tives”, definida como un inventario del bagaje mental de las generaciones
pasadas y como un esfuerzo por entender a través de la simpatía sus creen­
cias y sus modos de razonamiento. Han pasado ya más de treinta años
desde entonces, pero ha sido únicamente durante la última década que
ha habido indicios de que el consejo de Febvre está comenzando a p rod u ­
cir resultados, En 1961, Robert Mandrou publicó Introduction á la F ra n ­
ca Moderna: Essai de psychologie historique 1500-1640, donde exam ina­
ba no únicamente el medio físico y social del hombre medio, sirio también
sus actitudes psíquicas, su "outillage m ental", sus creencias fundam en­
tales, sus ideas acerca de la moralidad y del capitalismo, sus deportes y sus
pasatiempos.1 A l final de su ensayo, Mandrou insertó una larga sección
acerca de las "Evasiones” , clasificadas como nomadismo, mundos im agi­
narios, satanismo y suicidio. No era posible llevar a cabo ningún progreso
a partir del énfasis tradicional puesto por el discurso histórico en las ges­
tas de las élites de estadistas, burócratas, diplomáticos, soldados, sacerdo­
tes y pensadores. Mientras tanto, Edward Thompson y otros estaban so­
metiendo a la cultura popular a un análisis sensible y centrado sobre la
simpatía, en un esfuerzo por revelar cómo eran en realidad las clases tra­
bajadoras y en qué creían,1 2 en oposición a lo que sus superiores pensaban
que eran y daban por supuesto que creían. La Ilustración está siendo
actualmente puesta de cabeza, y se le está dando tanta atención a las
vidas sórdidas y a las ideas prematuras de los escritorzuelos de Grub Street*
como a las grandiosas construcciones intelectuales y a las magníficas y
elegantes carreras de los grandes filósofos.
En Inglaterra, los Estados Unidos y Francia, tres de los países donde la
historia se lleva a cabo de la manera más seria, la historia de la ciencia y
su relación con el pensamiento racional es algo que está repensándose
considerablemente. Muchos de los supuestos básicos de la ciencia de épo­

1R. Mandrou, Introduction á la Frunce Moderne (1550 16-10): Essai de psychnlogie historique,
París, 196J.
2 E. P. Thompson, The Mahing of tke English Worhin^ Cluss, Londres, 1963.
* Antigua calle habitada por escritores incrcenavíos y necesitados. [T.J
179
180 KL SU RG IM IE NTO D E1. M UNDO M O D E R N O

cas anteriores han resultado ser erróneos, y se ha hallado que muchos de


los científicos más sobresalientes estaban llenos de nociones absurdas e
irracionales. Boyle fue un gran creyente en las propiedades medicinales
de las lombrices de tierra guisadas y de la orina humana (obtenida tamo
interna como externamente), y estaba deseoso de entrevistarse con los m i­
neros con objeto de obtener pormenores acerca de los “ demonios sub­
terráneos” con los que se habían topado. Incluso Newton dedicó gran
cantidad de tiempo a la elucidación del libro de la Revelación y a la realiza­
ción de complejos cálculos acerca de las medidas del Tem plo de Salomón.
El último acontecimiento importante que resulta pertinente aquí es el
intento por poner a la historia en un contacto más estrecho con las cien­
cias sociales. Durante algunos años los historiadores han estado haciendo
exitosas incursiones dentro de la sociología, lo cual les ha permitido en­
contrar un valioso tesoro en W eber y en Durkheim, e incluso unas cuantas
pepitas en medio de la escoria hacinada por las escuelas sociológicas más
recientes. Sólo fue cuestión de tiempo antes de que algunos historiadores
jóvenes y emprendedores formaran un equipo de exploración para
adentrarse en el territorio antropológico y ver qué era lo que hombres co­
mo Malinowski y Evans-Pritchard habían aportado.
Estas tres tendencias (el despertar del interés por las "■mentatítés collecti-
vas" , la literatura popular y la cultura de la clase obrera; la mayor con­
ciencia respecto a que la racionalidad y la irracionalidad, la ciencia y el
sinsentído, no son polos opuestos, sino más bien puntos de un espectro, o
incluso sistemas de pensamiento que interactúan y se vinculan entre sí; y
el sentimiento de que la revkalización de la historia bien pudiera tener
que provenir de un mejor conocimiento de los modelos teóricos, los pro­
yectos de investigación y los resultados empíricos de las ciencias sociales),
han sido ahora reunidas por Keith Thomas en un extenso libro acerca de
la magia en Inglaterra.3 Debido a que en 61 se representan tantas tenden­
cias diferentes dentro de la historiografía reciente, debido a que el tema
de la declinación de la creencia en la magia resulta ser tan fundamental
para el desarrollo de la moderna sociedad tecnocrática, debido a que sus
conclusiones son tan origínales c interesantes, debido a que está cons­
truido sobre los sólidos cimientos de una vasta erudición y de una investi­
gación de primera mano, y debido a que está iluminado por las actitudes y
los descubrimientos de la antropología, este libro es sin duda uno de los
principales trabajos de la moderna erudición histórica.
Hoy se admite en forma unánime que la vida del hombre prem odem o
era completamente lo opuesto de aquella vida de seguridad y de estabili­
dad que nos ha pintado la nostalgia romántica. Tanto los grupos como1

1 K. Tboiuas. Religión rtnd Ihu Decline o f tMagic, bombe*. 1871.


M A G IA . R E LIG IÓ N Y R A ZÓ N 181

los individuos se hallaban bajo constante amenaza, a merced ele las vicisi ­
tudes del clima, el fuego y las enfermedades; víctimas también de las
hambrunas, las pandemias, las guerras y otras calamidades totalmente
impredecibles. Esta inseguridad generó un estado de aguda angustia que
rayaba en ocasiones en la histeria, lo mismo que en un anhelo desespera­
do de consuelo y de tranquilidad. Existen tres formas básicas m ediante las
cuales el hombre ha tratado de remediar su condición. Ha intentado ali­
viar los síntomas de su angustia recurriendo a la magia, o depositando su
confianza en la providencia de Dios tal como le es revelado a través de la
religión; o bien ha tratado de suprimir las causas de su angustia am plian­
do su control sobre su medio ambiente a través del ingenio científico y
tecnológico. Estos tres remedios no se excluyen mutuamente; todos ac­
túan y reaccionan entre si. Si un hombre se ve abatido por la enfermedad,
puede recurrir al ritual mágico, a la identificación y la persecución de
una bruja, a las plegarias, al sangrado, a la acupuntura o al consumo
de píldoras (la mayoría de las cuales, según lo admiten con toda libertad
ios más honestos dentro de la profesión médica, tienen poco o ningún va­
lor' profiláctico). En cuál de estos remedios llegue a creer un hombre d e ­
pende más de la naturaleza de su cultura que de la claridad de su lógica o
del grado en que su conducta se halle racionalmente determinada.
En la Edad Media, la magia y la religión estaban inextricablemente
mezcladas. La Iglesia medieval tardía hacía alarde de una panoplia de
poderes y divinidades mágicas, lo mismo que de rituales milagrosos como
el exorcismo, o la aplicación de agua bendita, o los sacramentos, cuyo
propósito era apartar el. mal. N o importa lo que los teólogos pudieran ha­
ber pensado y enseñado, en las mentes de las personas el cristianismo
medieval tardío era en gran medida una religión politeísta en la que la
omnipotencia del Dios Supremo se veía opacada por una cohorte de san ­
ios milagrosos, cada uno especializado en la protección de cierto grupo
geográfico o perteneciente a cierta profesión, o en el cuidado de algún
desorden específico. El sacerdote local con frecuencia estimulaba fuerte­
mente esta tendencia, de manera que podría decirse que la principal di­
ferencia entre él y el brujo o el mago radicaba en que aquél tenía una po­
sición oficial mientras que estos últimos no.
Este bagaje mágico fue violentamente atacado por los primeros refor­
madores protestantes en Inglaterra. Denunciaron la misa como algo “ que
no merecía ser tenido en mejor estima que los versículos del brujo o del
encantador” , y su exacerbada iconoclasia hacia las imágenes de los santos
y de la Virgen María estuvo inspirada por un apasionado deseo de depu­
rar a la Iglesia de cualesquíer indicios de poderes mágicos. Cuando
W illiam Lambarde identificó al papa como “ el brujo del mundo” , estaba
expresando algo que, sí bien carece de significación para nosotros, tuvo
182 Kl..SURGIMIENTO DEL M UNDO MODERNO

«n a profunda importancia para sus contemporáneos. Empero, la extre­


ma austeridad de la fe, y el desconocimiento por parte de la Iglesia oficial
de todos los poderes milagrosos, fue más de lo que la doliente humanidad
podía soportar. En la medida en que la Reforma fue un impulso hacia
una visión más racional del mundo, en ese mismo grado fue parcialmente
abortiva. Las tensiones psicológicas se encontraban probablemente en
aumento debido a las deteriorantes condiciones físicas, tales como el rápi­
do crecimiento demográfico, las severas hambrunas malthusianas, las de­
vastadoras guerras, la elevada movilidad social, el desempleo estructural
y la galopante inflación. Además, la nueva doctrina acerca de la omnipo­
tencia de Dios, y en consecuencia la eliminación de las oportunidades en
el mundo, simplemente vino a empeorar las cosas, ya que el infortunio se
consideraba ahora de manera oficial como el castigo de Dios por causa
del pecado —una doctrina con mayores probabilidades de atraer a los
triunfadores que a los fracasados en este mundo -. “ Un hombre pobre se
ve grandemente tentado a dudar de la providencia y el cuidado divinos” ,
se lamentaba un contemporáneo. Ciertamente que se veía y aún se ve ten­
tado a dio,
De este modo, un inglés del siglo XVI tenía que confrontar una mayor
inseguridad —y en consecuencia una mayor angustia.. que antes, y aho­
ra se veta privado de las múltiples consolaciones de la Iglesia medieval
- el confesionario y la absolución, la cohorte de santos milagrosos, las re­
liquias y ¡os sacramentos, el ritual del exorcismo—-. Una conclusión lógica
que se desprende de tal situación, es que el papel de la magia no oficial
debió de haberse incrementado significativamente dentro de la sociedad
inglesa con objeto de llenar dicho vacío. Esto no puede probarse, pero por
lo menos se ha mostrado ahora más allá de toda duda que un inglés isabe-
lino vivía en un mundo en el que se pensaba que cada suceso fortuito era
causado por ia magia, la cual podía ser manipulada por los magos, “ los
hombres sabios” , “ los hombres astutos” , los brujos blancos —y ocasional­
mente los brujos negros— . “Cuando los hombres han perdido algo, cuan­
do tienen algún padecimiento o enfermedad, entonces acuden al instante
con aquellos que llaman hombres sabios. ” Estos “ hombres sabios” , o m é­
dicos brujos como se les llama hoy día, parecen haber sido por los m e­
nos tan numerosos e influyentes como el clero regular, y de hecho algunos
de ellos desempeñaban ambas funciones. El isabelino medio estaba pro­
bablemente menos preocupado por los prospectos de tormento en el in ­
fierno, que por sus sufrimientos presentes en este mundo —la enferm e­
dad, la pobreza, el robo, o hacer el papel de cornudo — , Estos eran los
asuntos en los que el pastor tenía realmente poco que hacer, excepto atri­
buirlos a pccaminosidad de la víctima o a la inescrutable providencia de
Dios. Y éstas eran, por otra parte, precisamente las cosas que se pensa­
M A G IA , R liU G lÓ N Y RAZÓ N 188

ba que el brujo negro era capaz de causar, y el brujo blanco capaz de


curar.
De este modo, el retrato del mundo isabeiino nos asoma a un m u n d o en
el que el infortunio era la obra de espíritus, demonios y hadas, a los cuales
había que implorar, amenazar o conjurar mediante hechizos, rituales y
amuletos. Para un auditorio shakesperiano no eran en absoluto sorpren­
dentes Calibán, las tres brujas de Macbeth o el espectro del padre de
Harnlet. Los reyes y las reinas de Inglaterra tocaban con regu laridad a
miles de hombres y mujeres con objeto de curarlos de toda una serie de
enfermedades de la piel, y se pensaba que los anillos contra los calambres
venerados por ellos eran una curación eficaz para la epilepsia. M uchos in ­
telectuales creían en los amuletos de la suerte, y casi todos creían en las
brujas y los brujos. Elias Ashmole, el fundador del Museo Ashm oleano de
Oxford, llevaba siempre consigo tres arañas como medida profiláctica en
contra de la peste, mientras que un pastor no conformista llegó a deposi­
tar su fe en el musgo del cráneo de un muerto. A finales del siglo X V I I un
lord del Almirantazgo pasó largos años buscando un tesoro enterrado,
con un equipo que las hadas habían inventado para él, y con las que
mantenía contacto a través de su amante. Las conjuraciones de espíritus,
la elaboración de horóscopos astrológicos, la bxxsqueda de la Piedra Filo­
sofal, la producción de pócimas de amor, el desarrollo de rituales para
encontrar algún tesoro enterrado, constituían pasatiempos habituales
de catedráticos y estudiantes emprendedores. Un maestro isabeiino de
Balliol tuvo problemas por hacer dinero fuera de su profesión vendiendo
un espíritu con el que se garantizaba el éxito apostando a los dados (esto
nos da una medida del abismo que separa a esa época de la nuestra, ya
que ni siquiera sus críticos más severos eran capaces de sospechar del
nuevo maestro por ninguna de tales inclinaciones). El intermediario que
controlaba las acciones de estas fuerzas mágicas era el hombre sabio, el
hombre astxxto, el brujo blanco. "El monstruo más horrible y detestable es
el brujo bueno” , escribió el conocido predicador puritano W iliiam Per-
kins, punto de vista qxxe adoptó en parte porque aquél atribuía a su pro­
pia invención lo que sólo debería atribuirse a Dios, y en parte debido a la
amenaza que significaba para el clero como un. rival profesional. Á pesar
de esta difundida hostilidad clerical, fue poco lo que la iglesia pudo hacer
con respecto al brujo blanco a causa de la favorable opinión pública ha­
cia él. Ahora resulta claro que las persecuciones en contra de los brujos
blancos en los tribunales eclesiásticos fueron casi totalmente ineficaces.
Existen buenas razones para creer que la contracuitura de la m agia era
más poderosa y estaba más difundida que la cultura oficial de la Cristian­
dad protestante. La explicación oficial acerca de la naturaleza dei. univer­
so era que éste estaba bajo la férula de una deidad caprichosa, qxxien por
18-1 K LS U R G IM IE N TO D EL M UNDO M O DERNO

una razón o por otra permitía un amplio margen de libertad a un demo­


nio igualmente caprichoso. La versión no oficial era que todos los sucesos
inexplicables eran causados por fuerzas sobrenaturales impersonales de
naturaleza u origen ínespecíficos, a las que era posible aplacar, estimular
u obstaculizar mediante las acciones rituales de ciertos seres humanos do­
tados con poderes especiales. Un tercer sistema de creencias sostenía que
la experiencia del individuo en el mundo estaba predeterminada por el
movimiento de los astros. La coordinación precisa tanto del nacimiento
como de las subsecuentes acciones importantes venía a ser crucial. La as-
trología prometía predecir el futuro y revelar lo desconocido a través de
una juiciosa combinación de observaciones astronómicas de carácter
científico y una compleja estructura de supuestos mágicos acerca de la cau­
salidad. A l igual que los "hombres sabios” , los astrólogos entraron en un
agudo conflicto con el clero, en parte debido a que proponían una forma
de predestinación que rivalizaba con la de la gracia divina, y en parte de­
bido a que realizaban una amplia y lucrativa práctica de consultas que
amenazaba a la influencia del clero sobre su grey. Una vez más, la hostili­
dad clerical no tuvo aquí prácticamente ningún efecto, ya que los astrólo­
gos fueron protegidos por los principales terratenientes, al igual que por
criaturas tan crédulas como las criadas y los marineros, El nivelador
W illiam Overton consultó a un astrólogo acerca de sí lanzar o no una re­
volución popular en abril de 1648; el rey Carlos II consultó a otro precisa­
mente acerca de cuándo dirigirse al Parlamento en 1673. Incluso John
Locke creía que las hierbas medicinales podían recolectarse mejor en
ciertos momentos determinados astrológicamente.
A pesar de los esfuerzos de los primeros reformadores, el ritual mágico
se las ingenió para lentamente infiltrarse de nuevo en las Iglesias protes­
tantes. El ordenamiento anglicano de 1558 había preservado mucho del
aparato visual de la Iglesia medieval, incluyendo las vestimentas sacerdo­
tales, el uso de la cruz en el bautismo, y otras prácticas que los predicado
res puritanos denunciaban como papistas y supersticiosas. Por la década
de 1630 el impulso del arzobispo Laúd hacia la "belleza de la santidad”
había colocado a la mesa eucaristica nuevamente en el extremo oriental
de la Iglesia, interponiendo una barandilla entre ella y el público, al
tiempo que se ponía cada vez mayor énfasis en cosas tales como la música
de órgano y los vitrales. En el flanco opuesto de la Iglesia, los puritanos
popularizaron el ayuno público en el que la población se abstenía tempo­
ralmente del alimento, el trabajo, el sexo y el sueño. Tam bién se vol­
vieron fanáticos en cuanto a la imposición del rígido tabú del domingo,
un movimiento que indudablemente se vio estimulado por la difundida
creencia en las propiedades mágicas del tiempo, a la que la astrología era
asimismo afecta. De este modo, por 1640 el ritual mágico había reingre-
\\

M A G IA . RE LIG IÓ N Y R AZÓ N 185

sacio en las liturgias de todas las facciones contendientes dentro de la Ig le ­


sia, mientras que algunas de las sectas puritanas más radicales se halla­
ban reclamando una vez más sus poderes milagrosos.

Hasta muy recientemente el estudio de la brujería se había dejado casi


por completo a individuos extravagantes y con poca erudición, o a r a ­
cionalistas indignados, estos últimos más preocupados por censurar a
causa de su. credulidad y su crueldad a aquellos responsables de que otros
hubieran tragado el anzuelo de la brujería, que por entender en qué
había consistido el fenómeno. El estudio del señor MacEarlane acerca de
la brujería en Essex, iluminado por un conocimiento minucioso de los
hallazgos de la antropología moderna, la revaloración del brote de bruje­
ría ocurrido en Salem en 1692 por parte del profesor Hansen, el cual re­
curre a los hallazgos de la psicología anormal, el análisis del cambio de
actitud de los magistrados franceses a cargo del profesor Mandrou, y la
importante encuesta del señor Thomas acerca de! clima de opinión en
Inglaterra con respecto a todo tipo de creencias mágicas, forman en con­
junto una serie de libros que vienen a hacer por fin posible responder al ­
gunas de. las preguntas fundamentales al respecto. Además, por una feliz
coincidencia se complementan entre sí, ya que cada uno enfoca el proble­
ma desde un ángulo diferente. Tomando en cuenta los hallazgos de los
cuatro, resulta factible trazar una descripción compuesta que tenga visos
de ser plausible.
La creencia en la brujería alcanzó un mayor nivel de conciencia en el
siglo XVI con respecto a la Edad Media. La primera razón de esto fue la
enorme intensificación de la creencia en los poderes del Demonio causada
por la Reforma. Los primeros protestantes rechazaron con indignación
todas las afirmaciones de que Dios podía ser persuadido o engatusado a
interferir en aras del bien en los trabajos de la naturaleza, pero al mismo
tiempo fortalecieron las afirmaciones de que el Demonio era el respon­
sable de todas las fuerzas del mal en el mundo. Fue así como rechazaron
la magia blanca en el caso de la Iglesia, al tiempo que ofrecieron una
explicación oficial para la magia negra. Esta paradójica tendencia surgió
debido a que un Demonio inmanente era el complemento lógico y necesa­
rio de un Dios inmanente. Mientras que el segundo regía en el cielo, el
primero se convirtió, según las palabras de John Knox, en "el Príncipe y
el Dios del M undo” . La creencia en las fuerzas sobrenaturales del mal,
como algo que estaba esparcido por todas partes del mundo, vino a ser así
reforzada por la doctrina protestante, y pronto se vertió sobre las creen-
186 EL SU RGIM IENTO DEL M UNDO M O D E RN O

cias de la Contrarreforma. La segunda razón fue que los teólogos de la


Reforma abandonaron los únicos remedios aprobados en contra de las
maquinaciones del Demonio, a saber, el exorcismo, las reliquias sagradas
y la aspersión de agua bendita, con lo cual suprimieron los medios o fi­
ciales de curación en un momento en que se decía oficialmente que ia en­
fermedad se estaba diseminando. La tercera razón fue que la presión de
las transformaciones sociales y económicas estaba quebrantando los anti­
guos valores de las comunidades campesinas, en las que prevalecía un tra­
to íntim o y directo, creando un alto grado de tensión en las aldeas. En lo
particular, la pobreza se estaba propagando en tal forma que no era po­
sible controlarla voluntariamente; por otra parte, tanto el deber moral de
los ricos de dar limosna a los pobres como el derecho moral de los pobres
de exigírsela estaban siendo puestos en tela de juicio. Como resultado de
esta desintegración se daba una constante fricción entre aquellos que se
mostraban cada vez más renuentes a dar limosna, y las cada vez más exi­
gentes ancianas pobres. N o obstante, los primeros aún tenían un rem a­
nente de sentimientos de culpa ante la declinación de sus impulsos carita­
tivos, y sentían resentimiento hacia aquellos que los fastidiaban. Si el que
rehusaba ser caritativo sufría después un infortunio, inmediatamente sos­
pechaba que el mendigo rechazado lo había embrujado. Esto liada que
su culpa fuera transferida al mendigo, y que las frustraciones sentidas en
contra de todo un sistema que ofrecía un pobre consuelo se canalizaran a
través de la persecución de un individuo. El mecanismo psicológico de la
persecución de brujas y de brujos resulta ahora bastante claro.
La cuarta razón fue que Europa continental, si bien en mucho menor
grado que Inglaterra o Nueva Inglaterra, vio la aceptación entre los
estratos cultos de una teoría conspiradora y amplia, la cual vino a ser una
invención de sacerdotes y de intelectuales obsesionados. Ésta se refería a
la noción de una difundida sociedad secreta de brujas, las cuales celebra­
ban sus aquelarres, hacían pactos con el Demonio y copulaban con él en
el sabat, yendo a su encuentro montadas sobre palos de escoba. La
prueba en favor de este fárrago de tonterías fue pronto proporcionada
mediante un alud de confesiones, ya sea el producto de la autosugestión
en las histéricas o del empleo de la más terrible de las torturas; aunque de
hecho fue la frecuencia cada vez mayor de este empleo lo que vino a ser el
factor contribuyente. Gomo lo hemos vuelto a encontrar en el siglo XX,
el torturador puede obtener una detallada evidencia con respecto a las
conspiraciones más absurdas y a los conspiradores más poco probables,
siempre y cuando se le diga qué y a quién buscar, ya que en medio de su
tortura las víctimas confesarán sin reservas cualquier cosa y lanzarán acu­
saciones contra todo aquel que conozcan. Gracias a los ingleses el sistema
legal del derecho consuetudinario inhibió en gran medida, si es que no lo
M A G IA , R E LIG IÓ N Y RAZÓ N 187

previno por completo, el empleo “ del método —para nada inglés— de la


tortura", Como consecuencia de ello, jamás se permitió que las p o ten ­
cialidades destructivas del delirio por la caza de brujas y de brujos se desa­
rrollaran hasta el grado en que lo hicieron en el continente y en Esco­
cia. Aunque el enjuiciamiento era extremadamente común en In glaterra,
la pena de muerte era relativamente poco frecuente, debido al cuidado
con que los magistrados y el clero solían enfocar el problema referen te a
la obtención de pruebas satisfactorias.
Fue así como el temor a los espíritus malignos manipulado por la b ru je­
ría se propagó en el siglo XVI en una sociedad que creía im plícitam ente
que cualquier suceso inexplicable era causado por la magia, en que la
Iglesia había abandonado sus antiguas armas milagrosas, y se pensaba
que los poderes del Demonio hablan aumentado grandemente.
Se trataba asimismo de una sociedad sometida a un alto grado de ten­
sión social, el deber del rico hacia el pobre no estaba ya claro, y el único
recurso del pobre contra la injusticia era la invocación de la magia negra.
Es eviclene que las comunidades aldeanas deben de haber pasado una
enorme cantidad de tiempo discutiendo sus conjeturas con respecto a la
brujería y las formas de ocuparse de ella. Los enjuiciamientos eran única­
mente la cima del iceberg, ya que bajo su superficie tenía lugar una
guerra constante entre la magia blanca y la negra. Sólo cuando parecía
que la magia negra no podía detenerse por otros medios, se recurría a los
tribunales.
Hasta aquí, hemos abordado la brujería exclusivamente como parte de
un sistema de creencias cuya función era la de aliviar la angustia causada
por la ignorancia de la causalidad y la incapacidad para controlar el m e­
dio ambiente. Empero, es posible que también haya tenido una función
latente, la de restringir los conflictos sociales. Tod o lo que sabemos acer­
ca de la vida en las aldeas, especialmente en los siglos XVI y XVII, parece
indicar que ésta transcurría en medio de actitudes irascibles y riñas, al
tiempo que estaba plagada de odios, celos y sentimientos de culpa. El te­
mor a ser embrujado debe de haber actuado como un poderoso incentivo
para que aquellos económicamente boyantes, y que se hallaban en la p ri­
mavera de sus vidas, se mostraran amables y generosos con los ancianos,
los enfermos y los pobres. Y viceversa, el temor a ser acusado de brujería
debe de haber sido un poderoso incentivo para que estos últimos fueran
amables y corteses con los primeros. Por otra parte, los alegato: de bruje­
ría desviaban a los impulsos agresivos y a las tensiones sociales de las desa­
justadas instituciones y normas convencionales que yacían en la raíz del
problema. En este caso específico, la raíz era el sistema económico que
hacía que el pobre se volviera tan exigente y gravoso, y el rico tan cul­
pable y resentido; lo mismo que el sistema de status que dejaba a las mu-
188 EL SU RG IM IE NTO D EL M U N DO M O DERNO

jeres al margen de cualquier posición socialmente significativa.¡Las creen­


cias de brujería, por consiguiente, pospusieron las transformaciones insti- g||
tucionales e intelectuales necesarias, al permitir que la sociedad canaliza-
ra su cólera a través de la persecución de un chivo expiatorio.* Como
resultado de ello, se permitió que estas instituciones disfuncionales
siguieran pugnando en lugar de ser rápidamente transformadas.
I Los que hacían acusaciones de brujería podrían clasificarse dentro de
tres categorías. Los primeros, que eran sin lugar a dudas los más comu-
n«*. eran simples campesinos de las aldeas que habían cometido cierta
violación de las convenciones sociales en su comportamiento hacia el acu­
sado —por lo general ésta consistía en negarse a dar limosna o a prestar
d in e ro --. Esto llevaba a que en ocasiones el acusado dejara escapar cierta
expresión de malicia -normalmente una maldición - lo cual podía coin­
cidir con que posteriormente el acusador fuera abatido por el infortunio.
La víc tima recurría en primer lugar a un “hombre astuto", quien le ayu-
daba a confirmar sus sospechas acerca de la identidad de la bruja o del
brujo que había sido la causa de sus tribulaciones. Debido a esta relación
entre el acusador y el acusado, el primero casi siempre gozó de un status
social y económico más elevado que el segundo. La segunda dase de acu­
sador era el histérico, normalmente una mujer que caía presa de severos
ataques y hablaba a través de diversas voces, acusando a todo el mundo
de haberla embrujado. En algunos de los casos más extraordinarios, es
evidente que el papel predominante estuvo desempeñado por una epide­
mia local de histeria, superpuesta a una creencia general en la magia. La
histeria es extremadamente contagiosa, y corno resultado de ello en oca­
siones, como ocurrió en Salera en 1692 o en algunos conventos franceses,
comunidades enteras sucumbían a una epidemia de histeria de brujería
en cuya vorágine eran arrastrados tanto los acusados como los acusado­
res, y en la que las autoridades padecían una ceguera temporal que íes
im pedía discernir la sutil naturaleza de las pruebas. I-a literatura sobre la
psicología anormal, señaladamente los escritos de Charcot y de janet, de
Breuer y de Freud, nos proporciona ejemplos de comportamiento, habla
y contorsiones físicas que se asemejan con exactitud a los exhibidos por las
muchachas de Salem víctimas de este tipo de aflicción. Experiencias to­
talmente diferentes pueden generar frustraciones similares conjuntamen­
te con síntomas visiblemente similares. En Salem, todos los acusadores y
algunos acusados fueron sin lugar a dudas víctimas de una epidemia de
esta índole. En estos casos ninguna de las reglas habituales se aplicó. Los
hijos acusaban a los padres y los padres.a los hijos, y algunos de los acusa­
dos eran ciudadanos con una alta posición social y económica.
El tercero y el más raro de los tipos de acusador, en el que encontramos
«n a devoción ideológica, era el descubridor de brujas armado con el

M A G IA , REM G1ÓN Y R A Z Ó N 189

Malleus M aleficarum o algún otro manual inquisitorial por el estilo, el


cual merodeaba por la campiña aterrorizando todos los alrededores. Un
horrible ejemplo de la devastación que estos hombres eran capaces de
efectuar en un poblado sugestionable, fue la persecución en masa de cin ­
cuenta brujas en la zona de Manningtree en Essex en 1645, la cual fue
emprendida por dos descubridores de brujas.jDebido a la aparición en es­
cena de estos profesionales, éste constituye uno de esos raros casos en
Inglaterra en que las confesiones hechas aluden a prácticas europeas
trilladas como los aquelarres, el copular con el Demonio, el besarle el tra­
sero, etcétera. Por otra parte, es obvio que estos descubridores profesionales
de brujas, con sus patentes obsesiones erótico-anales, lo único que esta­
ban haciendo era explotar y fomentar temores, odios y engaños preexis­
tentes dentro de la comunidad aldeana. De hecho, toda la historia de la
brujería ha sido desvirtuada al haber centrado la atención sobre estos ra­
ros casos, pero extremadamente sensacionalistas, fuertemente sazonados
con sexo y sadismo, y que por otra parte fueron promovidos por mujeres
histéricas o descubridores profesionales de brujas. Lo que ha sido ignora­
do es el flujo constante de quejas y de enjuiciamientos por parte de perso­
nas comunes que habían sufrido un infortunio inexplicable.j
„ Los acusados de brujería también pueden caber dentro de tres catego­
rías, no obstante que las distinciones no son de ninguna manera tan seña­
ladas como entre los diversos tipos de acusador; lo cual hace que sea m a­
yor el riesgo de incurrir en una esquernatización exagerada. ;E1 primer
grupo eran las brujas y los brujos genuinos, personas resentidas de bajo
status social y nivel económico, que intentaban vengarse de sus vecinos
por lo general a causa de cierto agravio real. Mediante el em pleo de
hechizos, rituales, pócimas, el clavar alfileres en muñecas de cera, etc.,
intentaban seriamente inducir la enfermedad o la muerte en los seres hu­
manos o en el ganado./La brujería era el arma de los débiles en contra de
los fuertes, ya que, aparte de las injurias y los actos incendiarios, era la
única arma de que disponían/La magia, de la que la brujería form a par­
te, únicamente es eficaz en la medida en que la gente piensa que lo es, ya
que sus efectos dependen del poder psicosomáíico de la creencia y no de
propiedades físicas. Puesto que la sociedad creía en la brujería, con fre­
cuencia las víctimas eran lo suficientemente sugestionables para verse se-
1 veramente afectadas por ella. Sin embargo, habría bastante que decir
respecto al punto de vista de escépticos como Hobbes que negaban la ca­
pacidad de la brujería de hacer algún daño concreto, pero que pensaban
que debía castigarse a las brujas y a los brujos por la malicia de sus inten­
ciones. La segunda categoría de los acusados eran los inocentes, quienes
indudablemente constituían la gran mayoría. Algunos de ellos negaban
su culpa basta el final, pero muchos eran intimidados, torturados, o con-
MÍO RESURGIM IENTO DEL M UNDO MODERNO

fundidos por la fuerza de la opinión pública entre sus vecinos y por la pre­
sión ejercida por prolongados interrogatorios para que confesaran críme­
nes de los que no eran culpables. I,a tercera categoría eran los histéricos,
con frecuencia mujeres o jóvenes púberes, que daban rienda suelta en sus
confesiones voluntarias a fantasías construidas por su autosugestión acer­
ca de tratos amorosos con animales domésticos o de cópulas sin amor con
el Demonio.
i fes muy notable que durante el periodo en que la actividad de la bruje­
ría y su persecución en el Occidente alcanzaron su punto máximo, la ma­
yoría de los brujos negros fueran mujeres, mientras que la mayoría de los
brujos blancos y los acusadores fueran hombres.'Desafortunadamente,
hasta la fecha los antropólogos no han sido capaces de identificar y aislar
satisfactoriamente las causas por las que en ciertas sociedades africanas
de hoy día los brujos negros son casi todos mujeres, mientras que en
otras son casi en su totalidad hombres, o incluso en otras más forman un
grupo mixto. I.as teorías acerca del predominio económico de las mujeres
en Ghana, o acerca del conflicto generacional en Massachusetts, simple­
mente no son aplicables a otras sociedades. En medio de este hueco de
teoría científica, al historiador sólo le resta especular en el vacío. ¿Es po­
sible que la práctica de la brujería constituyera una de las muy pocas for­
mas en las que una mujer podía dejar su impronta en un mundo machista
y chauvinista, en una época en que las oportunidades económicas eran li­
mitadas, en que la estructura familiar se transformaba muy lentamente,
y en que el erotismo femenino estaba fuertemente proscrito? ¿Es posible
que la declinación de la brujería fuera causada en cierto grado por una
adaptación parcial de la familia orientada a dar a las mujeres un respeto,
una autoridad y una satisfacción sexual mayores? ¿Ies que hay más que una
mera coincidencia en que las brujas se esfumen justo en el momento en -<-0%
que Fanny Hill aparece? Si esto es así, sería entonces preciso asociar el
surgimiento y la declinación de la brujería en el Occidente con diferentes -T;
etapas de una revolución dirigida a lograr mayores expectativas para las
mujeres, y generada a su vez por el desarrollo de ia alfabetización y el sur­
gimiento del individualismo, los cuales no habrían sido más que una con­
secuencia secundaria y accidental de la Reforma. Tod o esto parece ser
bastante fantasioso; sin embargo, el elemento sexual en la brujería occi­
dental es demasiado obvio para ser ignorado. \
Una medida acerca del grado en que nuestra comprensión de las verda­
deras dimensiones de la brujería se ha visto ampliada por las aportaciones
recientes, se obtiene comparando la descripción actual sobre ella con la
propuesta por el profesor Trevor-Ropcr en 1967. El trabajo de este último
está escrito dentro del habitual estilo brillante y desenvuelto que lo carac­
teriza; además despliega al máximo su capacidad para lograr una aventu-
■ S liíl

it
M A G IA , R E L IG IÓ N Y RAZÓN 191

rada síntesis intelectual. Se trata de un autor docto, ingenioso y de gran


alcance; nos presenta una vivida descripción de las manifestaciones más
extrañas de la dcmonología intelectual en el continente, y nos describe
con terrible minuciosidad sus atroces consecuencias. Se halla b a jo la ins­
piración de una saeva indignatio ante la crueldad y la insania de la h u m a­
nidad, la cual resulta digna de sus modelos Gibbon y Voltaire. N o s o frece
una explicación al parecer plausible acerca del surgimiento y la caída del
delirio por la brujería en Europa. Se muestra como alguien “con sentido
de la pertinencia” al trazar de manera específica una analogía con el ma-
carlismo y con otros movimientos modernos de persecución inspirados
por el temor y dirigidos en contra de chivos expiatorios y disidentes. Su
ensayo tiene todas las virtudes, y con razón se le ha alabado am pliam ente
como un modelo de discurso histórico ensayístico. Sin embargo, actu al­
mente da la impresión de ser anticuado en su enfoque, y de estar e q u ivo ­
cado, o en el mejor de los casos de ser extremadamente asertivo en todas
sus conclusiones importantes. El análisis de Trevor-Roper no se basa en
nuevas fuentes o en investigación de primera roano, y se centra sobre ei
viejo problema de a quién habría de culpar por las persecuciones, en lu ­
gar de intentar dilucidar el modo en que ia brujería operaba dentro del
escenario social concreto y qué funciones desempeñaba. Sustituye una
investigación paciente acerca del clima mental, las relaciones sociales y
las condiciones físicas en que estas extrañas creencias florecieron, p o r el
estilo literario y los sentimientos sutiles. Propone grandes teorías genera­
les acerca de la relación de la persecución con la geografía o la religión, lo
cual incluso la exploración más superficial dentro de la literatura antro­
pológica puede mostrar que no es cierto, o incluso más, que no hay en ab­
soluto manera de verificarlo. Y finalmente, muestra una tendencia a
ampliar las pruebas para acumular un arsenal de datos que respalden las
bien conocidas opiniones anticlericales y antirreligiosas del autor.
Nuevas aportaciones recientemente publicadas sugieren que la m ayo­
ría de las extremadamente confiadas aserciones del profesor Trevor-Roper
son falsas o carecen de comprobación. Casi no hay indicios, en todo caso
en Inglaterra y en los Estados Unidos, de que el clero haya sido el princi­
pal instigador de la persecución. El profesor Hansen logra reivindicar con
éxito la reputación del tan difam ado Gotton Mather, y muestra que en
Salem el clero se hallaba del lado de la cautela y de la moderación, y que
en realidad fue vencido por la opinión pública. De hecho, en Inglaterra
y en Francia fueron las clases cultas, el clero y los hidalgos los primeros en
volverse escépticos, y quienes finalmente establecieron estrictas normas
jurídicas de evidencia con objeto de prevenir ulteriores condenas. En se­
gundo lugar, no obstante que las descabelladas teorías intelectuales del
continente alusivas a pactos con el Demonio pudieran haber influido en
m EL SU RG IM IE NTO DEL MUNDO MODERNO

cuanto al mane jo de los detalles obtenidos en las confesiones, no resultan


de importancia primordial para explicar el surgimiento de las persecu­
ciones de brujas y de brujos, ya que la mayoría de éstas fueron lanzadas
no por descubridores de brujas instruidos y profesionales, sino por vecinos
ignorantes dentro de las aldeas. No es posible hallar prueba alguna res­
pecto a una relación entre un conflicto local de creencias religiosas, por
una parte, y la persecución de brujas y brujos, por la otra. En cuanto a la
supuesta asociación de las regiones montañosas con la persecución de
brujas y brujos, entre menos se hable al respecto mejor.
Reviste cierto interés general el preguntarse cómo es que un despliegue
de talento tan asombroso como éste puede haber tenido como resultado
tan egregio error. Todos los historiadores investidos con una verdadera
distinción intelectual —los cuales no son muchos— de vez en cuando en­
cuentran placer en abandonarse a aventuradas reinterpretaciones sintéti­
cas de problemas con los que únicamente están familiarizados de segunda
mano, a través de la lectura de bibliografía de segundo orden y el examen
minucioso de algunas fuentes primarias publicadas fácilmente accesibles.
Debido a su extremada inteligencia, algunas veces proporcionan ideas
que hacen que los especialistas y los estudiantes de posgrado se encaucen
por un camino completamente nuevo. Con frecuencia sus ideas tarde o
temprano resultan ser erróneas, pero el esfuerzo mismo de demostrar que
son erróneas enriquece enormemente el campo y conduce al desarrollo de
una nueva y m ejor síntesis a través del procedimiento de la dialéctica he-
geliana, Pero en ocasiones se estrellan de bruces contra el piso y su labor
aparece simplemente como anticuada y mal informada. Los escritos más
valiosos de Trevor-Roper han consistido hasta ahora en brillantes ensayos
interpretativos, la mayoría de los cuales han resultado ser tan sugestivos
que han quedado justificados por sí mismos. El ensayo sobre la bruje­
ría, sin embargo, es menos provechoso. Con frecuencia no resulta ser m e­
ramente erróneo, sino que también su enfoque es muy limitado, lo que
hace que la actual generación de eruditos sobre la brujería, la cual se
halla trabajando a partir de nuevas perspectivas antropológicas y psicoló­
gicas, lo ignore tácitamente o lo descarte de manera lapidaria.

III

¿A qué se debió que la persecución de brujas y brujos declinara en el siglo


XVII? L o que es absolutamente cierto es que la iniciativa en este sentido
fue tomada por las élites laicas y clericales, las cuales fueron las primeras
en perder la fe en el sistema de creencias sobre el que se fundaban las per­
secuciones. La creencia en la eficacia de la magia, y por ende en la reali-
M A G IA , R E LIG IÓ N Y R AZÓ N 93

dad de la magia negra, es algo que sobrevivió dentro de la población en


general hasta épocas recientes. De hecho, hay fuertes razones p a ra dudar
que la creencia en la magia haya muerto alguna vez en el O ccidente. El
problema, por consiguiente, es de qué manera explicar el cambio de acti­
tud observado en el siglo XVJi, no tanto entre el campesinado q u e instiga­
ba los enjuiciamientos, sino entre las élites que controlaban el proceso le ­
gal: el clero y los magistrados. La gran fuerza del libro del señor Thom as
radica en su insistencia en que dicho cambio no puede considerarse de
manera aislada, como se ha hecho hasta ahora, sino que debe vérsele a la
luz de creencias mágicas de todos tipos. Existe una unidad fundam ental
de índole intelectual y práctica entre la magia, la astrología y la brujería.
W illiam Lilly, por ejemplo, practicó la astrología, la medicina, la invoca­
ción de espíritus, la búsqueda de tesoros, y la conjuración de hadas. Los
astrólogos, al igual que sus rivales los hombres astutos, con frecuencia
eran requeridos para diagnosticar casos de brujería.
Por consiguiente, debe ampliarse la cuestión y preguntarse no acerca
de cuál haya sido la causa de que la creencia en la brujería declinara en el
siglo XVII, sino a qué se debió el que disminuyera la creencia en la magia.
Una posibilidad podría ser el desarrollo de la filosofía mecanicista. El
problema con esta explicación es que el escepticismo con respecto a la
magia y a la brujería era de hecho cada vez mayor entre el clero, los juris­
tas, los doctores, y los magistrados laicos de principios del siglo XVII, an­
tes de que la nueva ciencia natural hubiera causado un efecto real. En
cualquier caso, las alusiones mágicas se propagaron a través de la ciencia
de comienzos del siglo XVII, El pensamiento hermético vino a ser un
estímulo para las teorías heliocéntricas, como la creencia en las propieda­
des mágicas de los números lo fue para las matemáticas, y la astrología
para la astronomía. El descubrimiento del magnetismo realmente incre­
mentó la creencia en los espíritus, ya que parecía probar que los objetos
físicos eran capaces de ejercer influencia entre sí a distancia. Más im p or­
tante que cualesquier descubrimientos científicos fue el cambio en cuanto
a las actitudes científicas, a saber, la nueva exigencia baconiana de
comprobación experimental. La idea de que "no hay conocimiento cierto
sin demostración” vino a erosionar lentamente la creencia en todo tipo de
explicaciones mágicas sobre los hechos, justo en el momento en que los ju ­
ristas se encontraban ciñendo las normas de evidencia a criterios más
estrictos, en una exigencia paralela por obtener pruebas más rigurosas.
Empero, este enfoque racional con respecto a la evidencia no podía des­
arrollarse en un mundo mágico y arbitrario. Así, una de las condiciones
previas para el surgimiento del espíritu de investigación científica fue el
desarrollo de la creencia religiosa en un universo ordenado, en el que la
providencia divina operaba de conformidad con las leyes naturales.
194 El. SU RGIM IENTO 1)H . M UNDO M O D E RN O

I,a religión organizada y establecida debe verse como un sistema expli­


cativo y un recurso paralelos y en oposición a los de la magia y la astrolo-
gía. Hobbes señala correctamente que la distinción entre la superstición y
la religión estriba en la perspectiva del espectador. "Este temor a las cosas
invisibles constituye la semilla natural de aquello que cada uno llama en
él mismo Religión; mientras que la superstición es esa veneración o temor
diferentes a los habituales que los hombres tienen en el poder de
aquéllas." No obstante que la religión se ocupa de los principios funda­
mentales, y la magia de los pormenores, es evidente que los clérigos y los
médicos brujos llegaron a ser rivales en cuanto al ejercicio de la aplicación
de potleres sobrenaturales a los problemas y a las miserias de este mundo.
Ambos tendían a culpar a los individuos los primeros al doliente por sus
pecados, los segundos al manipulador malévolo de espíritus • . Los pres­
biterianos y los astrólogos proponían sistemas alternativos de predestina­
ción. El profesor Evans-I'ritchard ha sugerido recientemente que "cuan­
do las creencias religiosas, ya sea que se trate de los cultos espirituales o de
los cultos por los antepasados, son fuertes, las creencias en la brujería son
relativamente débiles". Como hemos visto, la distinción entre la religión y
la magia quedó irremisiblemente borrada en la Edad Medía, y de hecho
el prim er paso por establecer su división tuvo lugar cuando los reforma­
dores protestantes rechazaron en el caso de sus Iglesias cualquier tipo de
pretensiones de poderes milagrosos. El segundo paso importante, sin em­
bargo, se dio a finales del siglo XVU, cuando la religión se volvió más ra­
cional y se llegó a considerar por fin que la providencia divina operaba en
estricta conformidad con las leyes naturales. Fue la teología natural del
siglo XVUI la que finalmente rompió eon la costumbre de atribuir el in ­
fortunio a la delincuencia moral o a la actividad malévola.

Otra de las teorías de Hobbes era que la semilla natural de la religión consis­
tía en cuatro cosas la opinión sobre los fantasmas, la ignorancia de las
causas segundas, la devoción por lo que es objeto de temor entre los hombres,
y la consideración de cosas fortuitas como vaticinios - , y que aquélla debido a
las diferentes fantasías, juicios y pasiones de diversos hombres, se había desa­
rrollado en actos ceremoniales tan diferentes, que aquellos empleados por un
hombre resultaban en sú mayor parte ridículos para otro.

Es indudablemente cierto que tanto la magia como las diversas Iglesias


cristianas y sectas proporcionaban explicaciones para llenar los huecos
abiertos por la ignorancia humana de la causalidad, pero su alcance no
estaba meramente determinado por dicha ignorancia. Si fuera así, ningu­
na de las anteriores se habría visto mermada sino hasta que el control tec­
nológico de la naturaleza se hubiera incrementado, empero, como hemos
visto, la cronología es errónea. A comienzos del siglo XVU, Baeon había
M A G IA , R I'.U G IÓ N Y RAZÓN 195

definido los fines de la nueva ciencia: “ El propósito de nuestros prin cip ios
es el conocimiento de las causas y del movimiento secreto de las cosas, así
como la ampliación de los confines del imperio humano, para la realiza­
ción de todas las cosas posibles.” Ésta era ciertamente la meta; sin em b a r­
go, durante el periodo crítico en que la magia se hallaba en decadencia y
las propiedades mágicas de la religión también cedían ante la teología n a­
tural, en realidad no hubo ningún gran adelanto tecnológico. L os m é d i­
cos se encontraban prácticamente tan impotentes para curarlas e n fe rm e ­
dades o para prolongar la vida en el año 1700 como lo estaban en el año
1500, los medios para recuperar un bien robado eran tan inadecuados
como siempre, y la predicción del futuro tan poco confiable como de cos­
tumbre. Lo que había cambiado, sin esnbargo, eran las aspiraciones y las
expectativas del hombre. Se hallaba ahora difundida por todas partes la
creencia de que la condición humana podía ser mejorada, en parte m e­
diante la acción social conducente a la fundación de hospitales o a la
legislación para dar asistencia a los pobres, y en parte mediante la realiza­
ción de descubrimientos tecnológicos. Asimismo, había una nueva dispo­
nibilidad para tolerar la ignorancia, en lugar ele llenar su basta ese m o­
mento insoportable vacio con supuestos acerca de la intervención de
demonios o de ángeles, o de la intercesión directa de Dios.
Lo que vino a socavar a la culta creencia en la magia, y junto con ella a
la culta creencia en la brujería, no fue por lo tanto el éxito de la tecnolo­
gía para reducir el grado de ignorancia. Fue más bien una nueva actitud
religiosa basada en el esfuerzo personal, una aceptación de la doctrina de
que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos, y de que la intervención
sobrenatural en los procesos de la naturaleza era tan poco común que
carecía de importancia para fines prácticos. Tales son las amplias conclu­
siones a las que el señor Thomas llega en su importante libro, parte de las
cuales se hallan respaldadas por los trabajos de los profesores MacFarla-
ne, Mandrou y Hansen.
Existen tres importantes puntos en los que el modelo del señor Thomas
se llalla sujeto a discusión. En primer lugar, no está del todo claro en qué
medida la Reforma redujo de hecho el contenido mágico de la religión,
dejando así el camino abierto para el surgimiento de) hombre astuto, la
mujer sabia y la bruja o el brujo. Es posible que este cambio haya sido real,
pero basta que no contemos con un estudio que sea comparable acerca de
la creencia en la magia durante dos siglos, en un país predominantemen­
te católico y aproximadamente con el mismo nivel de desarrollo económi­
co y social, digamos en Francia, no podemos tener la certeza de que la
teoría es válida, Este es un caso en que la única estrategia de investigación
es la comparativa en la que se examinan dos culturas, manteniendo todos
los factores constantes con excepción de que en uno de ios casos se trata
1% El. SU RG IM IE NTO DEL M U N D O MODERNO

de una cultura católica y en el otro de una protestante. Actualmente ig­


noramos todo acerca de cuáles hayan sido los efectos de la Contrarrefor­
ma sobre la creencia en la magia. En segundo lugar, el énfasis que el se­
ñor I'homas pone en las crecientes tensiones en las relaciones entre
quienes daban limosna y quienes la solicitaban, considerándolas como el
factor que estimuló el que se recurriera a la brujería dentro de la comuni­
dad aldeana, parece dudoso. Aunque en efecto podría ser cierto en el caso
de Inglaterra, no se aplica a casos tales como el de Salem en Massachu-
setts o el de I.oudun en Francia, donde el ingrediente principal consistió
claramente en una epidemia de histeria generada por otras causas. 1.a
institucionaiización de la asistencia para los pobres jamás se difundió a las
zonas rurales de Francia en la forma en qrte lo hizo en Inglaterra, de ma­
nera que en el primer caso la declinación de la brujería no puede atri­
buirse al surgimiento de relaciones más impersonales entre los ricos y
¡os pobres dentro de la aldea. Además, está claro que la demonología in ­
telectual sustentada en los escritos de inquisidores paranoicos con
complejo de conspiración y problemas sexuales sadomasoquistas, y res­
paldada por confesiones arrancadas mediante la tortura o la autosuges­
tión, desempeñó un papel más importante en el continente respecto a la
obsesión por la brujería de lo que lo hizo en Inglaterra. En este sentido,
los ejemplos de Inglaterra y de Nueva Inglaterra no son típicos del O cci­
dente considerado como un todo. En todas las zonas, por otra parte, la
mayoría de los casos de brujería llegaban a consideración de ios magistra­
dos a través de la protesta popular de los aldeanos, antes que como resul­
tado de las investigaciones realizadas por algún cazador de brujas profe­
sional o por algútr inquisidor. El principal hallazgo de Tilomas queda por
consiguiente incólume, es decir, que la brujería es meramente un aspecto
de una creencia difundida por la injerencia constante y cotidiana de la
magia dentro de los asuntos humanos personales. Esta es la manera en que
la brujería se le aparece a cualquier antropólogo que la haya investigado
en el seno de un escenario tribal moderno, y esta es la manera en que los
historiadores deberían, sin duda, abordarla en el futuro.
En tercer lugar, se tiene el difícil problema de cómo cuantificar las
creencias. Thomas ha mostrado en forma concluyente que en la Ingla­
terra isabelina existía una contracultura mágica mucho más ampliamen­
te difundida y en la que se creía más profundamente que en las teorías
anticipadas por la religión oficial. Pero lo que no está en condiciones de
probar es si esta contracultura había aumentado o disminuido en compa­
ración con la Edad Media. Incluso la prueba que proporciona para expli­
car su declinación a finales de los siglos XVHy XVlllno es del todo segura,
ya que se basa grandemente en el cambio de actitud de la élite hacia la
brujería y en la disminución en cuanto a las quejas por parte del
M A G IA , RELIG IÓ N Y R A Z Ó N 197

clero con respecto a la competencia de sus antiguos rivales: los hombres


sabios y los astrólogos. Ésta no es lo que podría decirse una prueba ideal,
pero es probablemente tan buena como cualquier otra q u e nos sea
verosímil obtener. N o puede haber duda alguna de que en e l curso del
siglo XVII las clases acaudaladas inglesas se volvieron menos temerosas e
inseguras, y se mostraron menos dispuestas a recurrir a los extrem os con
objeto de mantener la ortodoxia y el orden. El último hereje fu e quemado
en Inglaterra en 1612; en 1639 se torturó al último sujeto p o r razones
políticas, mientras que la última bruja fue colgada en 1685; cada uno de
estos casos ocurrió aproximadamente un siglo antes de que se presentaran
cambios similares en el continente. Resulta menos seguro determinar
cuánto tiempo transcurrió para que esta actitud escéptica se infiltrara
ampliamente entre la gran masa, pero lo que sí es un hecho es que a fina­
les del siglo XVII se escucha hablar menos en comparación con el siglo X VI
acerca de las brujas y los brujos, los hombres astutos, los astrólogos, los
demonios familiares, las hadas y los horóscopos,

IV

Un interesante paralelo al surgimiento y la declinación de la creencia en


un mundo debatido entre Dios y los ángeles, por un lado, y el Demonio y
las brujas y los brujos, por el otro, vino a ser el surgimiento y la declina­
ción de la creencia en el Anticristo. “ Después de Nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, nada es tan necesario como el conocimiento verdadero y bien
fundado del Anticristo” , escribió el maestro de escuela mejor cotizado de
Oliverio Cromwell. i odos, desde John Pym a Isaac Newcon, llegaron a es­
pecular acerca de la identidad del Anticristo, tal como éste aparecía refe­
rido en las Sagradas Escrituras, y acerca del tiempo exacto de su derroca­
miento. Lútero y Calvino no tenían dudas acerca de 61: era el papa, la
Gran Ramera de Babilonia. Las habilidades matemáticas más adelanta­
das de la época se unieron a la búsqueda, ya que se sabía que el Número
de la Bestia era el 666 y que su derrocamiento sería en “ una vez y medía
veces” dicho número, John Napier valoraba particularmente su descubri­
miento de los logaritmos, ya que esto le permitía acelerar sus cálculos con
respecto a este asunto; asimismo, Newton dedicó mucho de su estupendo
talento a la resolución del mismo problema banal.
En esta segunda mitad del siglo XX nos hemos llegado a dar perfecta
mente bien cuenta de lo que ocurre cuando estadistas en muchos otros
respectos moderados y prudentes, e intelectuales racionales y perspicaces
se obsesionan con una teoría acerca del Demonio: sus mentes terminan
198 EL SURGIMIENTO D E L M U NDO MODERNO

por estallar, y esto se traduce en derramamiento de sangre, tortura, y


represión en una escala que difícilmente parecería creíble para una posteri­
dad que se haya liberado de este tipo particular de mitología. La razón
por la que las teorías acerca del Demonio resultan ser tan destructivas para
la felicidad humana es que dos o más de ellas pueden, y normalmente
lo hacen, jugar el juego de las identidades, emplear cada una la rúbrica
del Anticristo para referirse a la otra, y emprender una guerra santa que
termine en un exterminio mutuo. Por ejemplo, no transcurrió mucho
tiempo antes de que algunos protestantes ingleses comenzaran a identifi­
car a todos los obispos - incluso a los obispos anglicanos— como el A n ­
ticristo. Con objeto de escapar de ellos, muchos emprendieron una huida
de tres mil millas hasta los parajes vírgenes de Massachusetts. La siguiente
mutación se produjo durante la desintegración intelectual y política
causada por la Guerra Civil y el Interregno, cuando los líderes parlamen­
tarios y los predicadores hicieron crecer el entusiasmo al identificar pri­
mero al arzobispo Laúd y al rey Carlos, y después a todos los realistas, como
agentes del Antícristo. Finalmente, las sectas radicales identificaron a su
vez a todos aquellos que detentaban alguna autoridad religiosa o secular,
incluyendo el liderazgo parlamentario, como el Anticristo, propiciando
con esto que se les persiguiera de una manera tan encarnizada como se
había hecho con las brujas y los brujos. Fue aquí donde se llegó al final
del camino. La gran búsqueda del Anticristo, cuya eliminación purifica­
ría al mundo y dejaría abierto el camino para el reino de Jesucristo, había
terminado siendo un callejón sin salida. En medio de esta desilusión sur­
gió una perspectiva más racional del mundo, lo mismo que. una mayor to­
lerancia de aquellos que tenían opiniones diferentes. N o es mera coinci­
dencia que la preocupación por el Anticristo y los agentes del Demonio,
las brujas y los brujos, declinara señaladamente después de 1660. Los
ingleses se hallaban intelectual y emocionalmente agotados por la expe­
riencia de un siglo de febril actividad dedicada a la búsqueda y a la
destrucción de la Bestia del Anticristo y del Demonio y sus epígonos.
Ahora podemos ver, quizá por vez primera, la compleja interacción
cronológica entre la magia, la religión y la ciencia, como sistemas explica­
tivos opuestos. La incipiente Reforma renunció a los poderes mágicos de
la religión, y es de suponerse que la magia no oficial fue la que vino a lle­
nar el vado. Sin embargo, a través de su doctrina oficial los reformadores
estimularon grandemente la creencia en el Demonio como el instigador
de todo mal e infortunio, y del Antícristo como la encarnación del mal en
la Tierra, a quien había que destruir para que el reino de Jesús pudiera
dar principio. Sólo hasta mucho después, tras un siglo de agitación y de
sanguinaria persecución, Ion aspectos más profundos de la nueva religión
afloraron. A finales del siglo XVI! la perspectiva más racional y coherente
M A G IA , R E LIG IÓ N Y R A ZÓ N 199

del protestantismo con respecto a la naturaleza y a su relación con la p ro ­


videncia divina, habla por fin generado un estado mental ante el cual las
explicaciones mágicas o milagrosas de I0 3 fenómenos resultaban ser in a ­
ceptables. Incluso posteriormente este racionalismo de inspiración re li­
giosa comenzarla por socavar a la religión misma. L a relación entre la
magia y la ciencia pasó por las mismas dos etapas de simbiosis y de anta­
gonismo. Durante un siglo, la magia y la ciencia fueron de la m ano, pero
finalmente la ciencia terminó por escindirse y destruir la credibilidad de
su contraparte, cuando menos entre las clases cultas. Mucho tiem po des­
pués, en el siglo XIX, romperla con la religión, a la que también com en za­
rla a destruir.
N o se trata aquí de un simple relato de héroes y villanos, de la razón
combatiendo a la sinrazón, ni tampoco basta con consider ar toda la cues­
tión como si se tratara de uno de los aspectos más extraños de la locura
humana. Así como las creencias más profundamente defendidas en el p a ­
sado nos parecen completamente irracionales, sin duda muchas de las
nuestras lo parecerán a la posteridad. Una vez que todo ha sido dicho, sin
embargo, resulta que la distinción que permanentemente ha caracteriza­
do al Occidente durante los últimos trescientos años, es que éste ha ido
más allá que cualquier otra sociedad que el mundo haya jamás conocido
en cuanto a liberarse de estos antiguos temores y supersticiones. El proce­
so es quizá la transformación intelectual más importante desde que el
hombre salió de las cavernas. Empero hoy día, en medio del apogeo de
nuestra civilización científica, racionalista y tecnológica, las creencias
mágicas se están extendiendo una vez más. Millones de amuletos de la
suerte cuelgan de los carros con objeto de evitar accidentes automovilísti­
cos: ios consejos astrológicos se publican regularmente en los periódicos
populares, incluso están comenzando a aparecer cursos en las universida­
des a este respecto como respuesta a la demanda estudiantil; la elabora­
ción de horóscopos, frecuentemente con ayuda de computadoras, consti­
tuye una boyante industria en desarrollo; cada año enormes multitudes
de enfermos acuden a Lourdes con la esperanza de una cura milagrosa.
Quizá lo más inquietante de todo sea el actual resurgimiento caprichoso
del interés por la brujería, cuya evidencia nos la proporcionan el alud de
nuevos trabajos históricos, las reimpresiones de manuales inquisitoriales y
de informes acerca de notables juicios de brujería, las imaginativas recrea­
ciones de sucesos históricos por parte de talentosos novelistas como
Erancoise Maüet-Joris y de directores cinematográficos en boga como K.en
Russell, y c! surgimiento de cultos organizados de brujería semíformales
en California. A la luz. de este actual resurgimiento de la creencia en la
magia y en lo irracional, toda arrogancia y complacencia salen sobrando
cuando uno contempla ía larga, desordenada y continuada lucha que ha
200 EL SURGIM IENTO DEL M U N D O M O D ERNO

conducido lentamente a aquello que Max W eber describiera como “ el


desencanto del mundo” .
Cómo resultado de esta lucha el hombre moderno se halla caminando
sobre el delgado filo de una navaja. En un lado se encuentra una sociedad
“ tecnetrónica", uniforme, impersonal, racional y científica, una especie
de compañía universal 5BM regida por la computadora. Si bien tiene la
capacidad de ser eficiente en grado sumo, también es monótona y estéril,
no hay en ella lugar ni para las emociones, ni siquiera las más sutiles
como el amor y la compasión, ni para el sentido del misterio estético y la
admiración que se encuentran en la raíz de toda gran obra literaria, artís­
tica y musical. En el otro lado se localiza una sociedad a merced de los
prejuicios y las pasiones, movida por creencias completamente irraciona­
les que embotan la mente e impiden cualquier acción efectiva para el me­
joramiento humano. Si bien es cierto que puede ser cálida y vibrante,
también está llena de crueldad, odio y temor. El mono desnudo haría
bien en cuidar sus pasos.
IX. EL CATOLICISMO

L a COMUNIDAD de la Iglesia católica no ha contado hasta ahora con


buenos servicios por pane de sus historiadores o sus publicistas. En este
siglo, la realidad de un relato fascinante se ha visto irremisiblemente e m ­
pañada por el seudomedievalismo romántico de Belloc y de Chesterton y,
más recientemente, por el igualmente desorientador esnobismo nostálgico
de W augh en Brideshead Revisited.1Como consecuencia, la historia de la
comunidad que se halla en boga hoy día es más o menos la siguiente.
En la Inglaterra prevreformista, el catolicismo fue abrazado por la m ayo­
ría de la población. Durante los siguientes dos siglos su influencia se redujo
lentamente gracias al vigoroso proselitismo realizado por los predicado
res protestantes y reforzado por una persecución política salvaje. Los ves­
tigios de la fe medieval fueron preservados entre una minoría de opulen­
tos terratenientes, gracias a los heroicos esfuerzos de devotos sacerdotes
misioneros, muchos de los cuales fueron martirizados como pago a sus
cuidados y desvelos. En el siglo XIX la comunidad se transformó y resur­
gió mediante la supresión de deficiencias religiosas y civiles, la afluencia
de grandes cantidades de trabajadores urbanos irlandeses, y el estableci­
miento por parte de Roma de una organización episcopal form al. La
imagen es la de un grupo con una perspectiva eternamente orientada ha­
cia el pasado, que soñó y urdió durante un siglo y medio restaurar a la
Iglesia prerreformista con la ayuda de los reyes católicos, de m aquina­
ciones de asesinatos, y a través do»un intento serio por aniquilar de un solo
golpe a la totalidad de la élite dominante del país —la Conspiración de la
Pólvora de 1605 — . Sin embargo, este sueño fracasó, sin dejar tras de sí
casi nada más que un sinnúmero de martirios, desilusiones y traiciones.
Entre tanto, el material primario para una interpretación nueva y más
refinada del problema estaba siendo recopilado en los sesenta y tantos v o ­
lúmenes de documentos publicados por la Sociedad Católica de R e­
gistros; por otra parte, se estaban escribiendo unos cuantos estudios loca­
les notables, especialmente el referente a Yorkshire por el benedictino
Hugh A veling,2 a la vez que los antropólogos y los sociólogos estaban pro-

1H. Belloc, and thc Faitli, L o n d re s , 1921; H. B c tlo c . A Hislory o f Ktigland, L o n d r e s ,


Iüirope
A. Shori Hislory uf Engíand, L o n d r e s , 1017; E. W a u g h , Brideshead
11)25-1992; (>. K . C h esu iiU m ,,
Revisited.
2 H. Aveling. The Northe.ru Catholics /558-J790, Londres, 196(i; H. Aveling, The llandlc and
the Axc: (he Cafholic Recnsanls tu Englo.nd Frotn Refornuitvm to T.mnruipation, Londres. 1976.

«01
202 El. SU RGIM IENTO DEL. MUNDO M O D ERNO

porcionando nuevos modelos teóricos para el análisis y la clasificación de


las instituciones, las comunidades, los rituales y la conducta de carácter
religioso. Por la década de los setentas el escenario estaba listo, y era aho­
ra el doctor Bossy quien había llegado para poner todos los elementos en
orden .3
Su relato mantiene tan sólo la más tenue relación con los tradicionales.
Según él, los primeros doscientos arios posteriores a la Reforma fueron
testigos de la creación de una secta viable, vigorosa y en desarrollo, la
cual surgió en m edio de las cenizas de la desaparecida Iglesia prerrefor-
mista. Esta comunidad era una comunidad germina, una secta que debía
poco, sí no es que nada, a la Iglesia de los cardenales Wolsey y Pole. Por
1620 fue encabezada por un grupo fuertemente unido por vínculos matri­
moniales de familias aristocráticas y familias pertenecientes a la hidal­
guía; sus miembros estaban inspirados por unos 700 sacerdotes regulares
y seglares, aunque de hecho aquéllos eran los benefactores y los señores de
éstos. Se trató de una secta arraigada entre las clases altas, primordial­
mente laica, rural, dócil y no proseütista -una de las varias que eran in­
capaces de tolerar la blanda inercia y la falta de celo espiritual del clero
anglicano.
Hasta la fecha no está del todo claro a qué se debió que ciertas familias
hacendadas abrazaran el catolicismo entre 1S70 y 1620, mientras que
otras permanecieron indiferentemente anglicanas o se convirtieron en ce­
losas puritanas. El doctor Bossy indica que en las laderas orientales de la
cadena formada por los montes Perlinos, ios valles venían a ser alternati­
vamente protestantes y católicos, lo que sugiere la perpetuación de los an­
tiguos feudos locales a través de una nueva forma religiosa. L o que es
cierto es la enorme importancia del papel de las mujeres en el proceso de
conversión, ya sea al catolicismo o al puritanismo. Ambas eran religiones
del espíritu, las cuales se hallaban reforzadas mediante rituales de ayuno
y de oración diaria; ambas exigían la presencia de un cloro celoso, ins­
truido e independiente que fuera capaz de hablar directamente al alma.
Ambas atraían a las mujeres que se encontraban bajo conflictos em o­
cionales.
En uno de sus capítulos más brillantes, e! doctor Bossy muestra de qué
manera esta comunidad católica laica se fue desprendiendo lentamente
de los conformistas anglicanos en torno a ella mediante la observancia de
una serie de rituales separatistas: un calendario completamente diferente
de ayunos y de festividades, la asistencia a misa, y rites de passage propios
con respecto al bautismo, el matrimonio y los entierros. Como él lo seña­
la, los “papistas eclesiásticos" de la época isabelina constituyeron una cepa

' J Hdssv. The Kiiftlüh Colhtike Caiwnwiity 1 VJ.0 ■ S iO , Nueva Ymk,


El. C A T O LIC IS M O •¿03

que fue incapaz de reproducirse. Frente a la fuerte desaprobación sacer­


dotal, éstos difícilmente podían enseñar a sus hijos a vivir una v id a de d e­
liberada duplicidad asistiendo tanto a la comunión anglicana pública como
a la misa católica privada, si bien en sus inicios hacer esto había sido bas­
tante fácil para ellos sin que causaran desasosiego moral.
Por el tiempo en que el proceso de separación culminó, a lred edor de
1620, habían quedado establecidas cuáles serían las características de la
comunidad católica durante los próximos 150 años, “ la época de los hi­
dalgos": esta clase estaba predominantemente controlada por aristócratas
y por ricos terratenientes, aunque insphada por capellanes jesuítas resi­
dentes y respaldada por misioneros seglares itinerantes; sus m iem bros re­
sidían en grandes casas rodeados de una multitud de sirvientes y arrenda­
tarios, y alojaban a sacerdotes residentes; se congregaban principalm ente
en las tierras altas del norte, lejos de las áreas en donde se daba una nueva
actividad económica; en su mayoría no eran proselitistas y se m antenían
fíeles al Estado protestante inglés. Constituían, lo cual era aceptado, un
grupo minoritario que abarcaba quizás una quinta parte de la nobleza ti­
tular y una duodécima parte de la alta hidalguía, pero tan sólo el uno por
ciento menos de la población total. Estas cifras permanecieron estáticas, e
incluso disminuyeron, a finales del siglo XVII, como consecuencia de los
golpes mortales asestados por una viciosa persecución. El sacerdocio se
convirtió cada vez más en una profesión propia de los hijos de los h idal­
gos. Aunque su cantidad disminuyó, esto no representó una gran pérdida,
ya que al igual que en la iglesia anglicana, había habido un considerable
excedente de sacerdotes para atender a la comunidad en el segundo
cuarto del siglo.
El final del siglo XVII vino a ser la época de ¡os capellanes residentes
dentro de grandes casas, los cuales servían a comunidades controladas
por los señores. En ocasiones había roces entre ambas clases cuando los
primeros eran tratados como sirvientes. Empero, las cosas seguían por lo
común un curso bastante apacible mientras los sacerdotes no manifesta­
ran un insensato exceso de celo, como aquel que intentó persuadir a los
matrimonios de su congregación de hacer votos de castidad. Los sacerdo
tes se vestían como civiles, y muchos de ellos llevaban provechosas vidas
dobles como abogados familiares, mayordomos, administradores de ha­
ciendas o tutores, del mismo modo como ¡os capellanes lo hacían dentro
de las familias protestantes nobles (como fue el caso del filósofo Thornas
Hobbes en Ghatsworth). Debido a la naturaleza peculiar de la composi­
ción social y la organización de la comunidad católica, concebidas para
satisfacer a una clase culta y ociosa dentro de un medio familiar, las for­
mas de devoción eran más espirituales que mágicas, y más domésticas y
privadas que colectivas.
200 EL SU RGIM IENTO DEL M U N D O M O D ERNO

conducido lentamente a aquello que Max W eber describiera como “ el


desencanto del mundo".
Como resultado de esta lucha el hombre moderno se halla caminando
sobre el delgado filo de una navaja. En un lado se encuentra una sociedad
“ tecnetrónica” , uniforme, impersonal, racional y científica, una especie
de compañía universal IBM regida por la computadora. Si bien tiene la
capacidad de ser eficiente en grado sumo, también es monótona y estéril,
no hay en ella lugar ni para las emociones, ni siquiera las más sutiles
corno el amor y la compasión, ni [rara el sentido del misterio estético y la
admiración que se encuentran en la raí? de toda gran obra literaria, artís­
tica y musical. En el otro lado se localiza una sociedad a merced de los
prejuicios y las pasiones, movida por creencias completamente irraciona­
les que embotan la mente e impiden cualquier acción efectiva para el me­
joramiento humano. Si bien es cierto que puede ser cálida y vibrante,
también está llena de crueldad, odio y temor. El mono desnudo liaría
bien en cuidar sus pasos.
IX. EL CATOLICISMO

L a COMUNIDAD de la Iglesia católica no lia contado hasta ahora con


buenos servicios por parte de sus historiadores o sus publicistas. En este
siglo, la realidad de un relato fascinante se ha visto irremisiblemente e m ­
pañada por el seudomedievalismo romántico de Belloc y de Chesterton y,
más recientemente, por el igualmente desorientador esnobismo nostálgico
de W augh en Bridesheacl Revisited -12Como consecuencia, la historia de la
comunidad que se halla en boga hoy día es más o menos la siguiente.
En la Inglaterra prerreformista, el catolicismo fue abrazado por la m ayo­
ría de la población. Durante los siguientes dos siglos su influencia se redujo
lentamente gracias al vigoroso proselitismo realizado por los predicado
res protestantes y reforzado por una persecución política salvaje. Los ves­
tigios de la fe medieval fueron preservados entre una minoría de opulen­
tos terratenientes, gracias a los heroicos esfuerzos de devotos sacerdotes
misioneros, muchos de los cuales fueron martirizados como pago a sus
cuidados y desvelos. En el siglo XIX la comunidad se transformó y resur­
gió mediante la supresión de deficiencias religiosas y civiles, la afluencia
de grandes cantidades de trabajadores urbanos irlandeses, y el estableci­
miento por parte de Roma de una organización episcopal form al. La
imagen es la de un grupo con una perspectiva eternamente orientada ha­
cia el pasado, que soñó y urdió durante un siglo y medio restaurar a la
Iglesia prerreformista con la ayuda de los reyes católicos, de m aquina­
ciones de asesinatos, y a través de»un intento serio por aniquilar de un solo
golpe a la totalidad de la élite dominante del país —la Conspiración de la
Pólvora de 1605— , Sin embargo, este sueño fracasó, sin dejar tras de sí
casi nada más que un sinnúmero de martirios, desilusiones y traiciones.
Entre tanto, el material primario para una interpretación nueva y más
refinada del problema estaba siendo recopilado en los sesenta y tantos vo­
lúmenes de. documentos publicados por la Sociedad Católica de R e­
gistros; por otra parte, se estaban escribiendo unos cuantos estudios loca­
les notables, especialmente el referente a Yorkshire por el benedictino
Hugh A veling,?- a la vez que los antropólogos y los sociólogos estaban pro-

1 H. Belloc:, fíurope and the Faith. Londres, 19X1; H. Belloc, A 11/síory aj' England, Londres,
'11)25-19112; G. K. Ci íesicrio n,, A. Sharl Jliilory o f England, Londres, 1917; E. Waugh, Bvideshead
Rcvisiletl.
2 H. Aveling. The Northern Catholtcs 1558-1J90, Londres, lDfiíí; H. Avelin#, The Ilandle and
the Axe: the. Cutholic R censants ¿ti England From Reformalitm to F.mancipar, ion. Londres. 1976-
202 EL SU RGIM IENTO DEl. MUNDO M O D ERNO

porcionando nuevos modelos teóricos para e.I análisis y la clasificación de


las instituciones, las comunidades, los rituales y la conducta de carácter
religioso. Por la década de los setentas el escenario estaba listo, y era aho­
ra el doctor Bossy quien había llegado para poner todos los elementos en
orden.3
Su relato mantiene tan sólo la más tenue relación con los tradicionales.
•Según él, los primeros doscientos anos posteriores a la Reforma fueron
testigos de la creación de una secta viable, vigorosa y en desarrollo, la
cual surgió en m edio de las cenizas de la desaparecida Iglesia prerrefor-
rnista. Esta comunidad era una comunidad germina, una secta que debía
poco, sí no es que nada, a la Iglesia de los cardenales Wolsey y Pole, Por
1620 fue encabezada por un grupo fuertemente unido por vínculos m atri­
moniales de familias aristocráticas y familias pertenecientes a la hidal
guía; sus miembros estaban inspirados por unos 700 sacerdotes regulares
y seglares, aunque de hecho aquéllos eran los benefactores y los señores de
éstos. Se trató de una secta arraigada entre las clases altas, primordial-
mente laica, rural, dócil y no proselitista -u n a de las varias que eran in­
capaces de tolerar la blanda inercia y la falta de celo espiritual del clero
anglicano.
Hasta la fecha no está cid todo claro a qué se debió que ciertas familias
hacendadas abrazaran el catolicismo entre 1S70 y 1620, mientras que
otras permanecieron indiferentemente anglicanas o se convirtieron en ce­
losas puritanas. El doctor Bossy indica que en las laderas orientales de la
cadena formada por los montes Peninos, los valles venían a ser alternati­
vamente protestantes y católicos, lo que sugiere la perpetuación de los an­
tiguos feudos locales a través de una nueva forma religiosa. L o que es
cierto es la enorme importancia del papel de las mujeres en el proceso de
conversión, ya sea al catolicismo o al puritanismo. Ambas eran religiones
del espíritu, las cuales se hallaban reforzadas mediante rituales de ayuno
y de oración diaria; ambas exigían la presencia de un clero celoso, ins­
truido e independiente que fuera capaz de hablar directamente al alma,
Ambas atraían a las mujeres que se encontraban bajo conflictos em o­
cionales.
En uno de sus capítulos más brillantes, el doctor Bossy muestra de qué
manera esta comunidad católica laica se fue desprendiendo lentamente
de los conformistas anglicanos en torno a ella mediante la observancia de
una serie de rituales separatistas: un calendario completamente diferente
de ayunos y de festividades, la asistencia a misa, y rites de passage propios
con respecto al bautismo, el matrimonio y los entierros. Como él lo seña­
la, los "papistas eclesiásticos" de la época isabelina constituyeron una cepa

*J. Bos$‘.. The KnqtUh Caihntu' Commwtíty JÜO iS'iO, Nueva Yo» k.
El. C A T O LIC IS M O 203

que fue incapaz de reproducirse. Frente a la fuerte desaprobación sacer­


dotal, éstos difícilmente podían enseñar a sus hijos a vivir una v id a de d e ­
liberada duplicidad asistiendo tanto a la comunión anglicana pública como
a la misa católica privada, si bien en sus inicios hacer esto había sido bas­
tante fácil para ellos sin que causaran desasosiego moral.
Por el tiempo en que el proceso de separación culminó, a lred edor de
1C20, habían quedado establecidas cuáles serían las características de la
comunidad católica durante los próximos 150 años, “ la época de los hi­
dalgos” : esta clase estaba predominantemente controlada por aristócratas
y por ricos terratenientes, aunque inspirada por capellanes jesuítas resi­
dentes y respaldada por misioneros seglares itinerantes; sus m iem bros re­
sidían en grandes casas rodeados de una multitud de sirvientes y arrenda­
tarios, y alojaban a sacerdotes residentes; se congregaban principalm ente
en las tierras altas del norte, lejos de las áreas en donde se daba una nueva
actividad económica; en su mayoría no eran pros-elitistas y se m antenían
fíeles al Estado protestante inglés. Constituían, lo cual era aceptado, un
grupo minoritario que abarcaba quizás una quinta parte de la nobleza ti­
tular y una duodécima parte de la alta hidalguía, pero tan sólo el uno por
ciento menos de la población total. Estas cifras permanecieron estáticas, e
incluso disminuyeron, a finales del siglo XVII, como consecuencia de los
golpes mortales asestados por una viciosa persecución. El sacerdocio se
convirtió cada vez más en una profesión propia de los hijos de los h idal­
gos. Aunque su cantidad disminuyó, esto no representó una gran pérdida,
ya que al igual que en la Iglesia anglicana, había habido un considerable
excedente de sacerdotes para atender a la comunidad en el segundo
cuarto del siglo.
El final del siglo XVíl vino a ser la época de los capellanes residentes
dentro de grandes casas, los cuales servían a comunidades controladas
por los señores. En ocasiones había roces entre ambas clases cuando los
primeros eran tratados como sirvientes. Empero, las cosas seguían por lo
común un curso bastante apacible mientras los sacerdotes no manifesta­
ran un insensato exceso de celo, como aquel que intentó persuadir a los
matrimonios de su congregación de hacer votos de castidad. Los sacerdo
tes se vestían como civiles, y muchos de ellos llevaban provechosas vidas
dobles como abogados familiares, mayordomos, administradores de ha­
ciendas o tutores, del mismo modo como los capellanes lo hacían dentro
de las familias protestantes nobles (como fue el caso del filósofo Thom as
Hobbes en Chatsworth). Debido a la naturaleza peculiar de la composi­
ción social y la organización de la comunidad católica, concebidas para
satisfacer a una clase culta y ociosa dentro de un medio familiar, las for­
mas de devoción eran más espirituales que mágicas, y más domésticas y
privadas que colectivas.
204 EX.SURGIMIENTO DEL M U N D O M O DERNO

Esta estructura sobrevivió bastante bien a la paranoia pública y a las


persecuciones oficiales de finales del siglo XVII, pero sufrió profundas
transformaciones en el siglo XVIII como respuesta a los cambios económi­
cos e intelectuales de la época. Los antiguos rituales concernientes al ayu­
no, las festividades y la asistencia a las iglesias durante todo el día en los
días santos, no fueron capaces de sobrevivir al desafío de la ética pragmá­
tica de trabajo de la época de Adam Smith. Ya en 1683, W illiam Blun-
dell, un piadoso caballero católico, se hallaba calculando el costo de tal
conducta en términos tan materialistas como los empleados por cualquier
inflexible economista político contemporáneo. Estimaba que en Ingla­
terra y en Gales el trabajo de toda la población equivalente a un día “ as­
ciende a cien m il libras, de manera que la diferencia entre trabajar y no
trabajar. . . no es un asunto de poca monta en lo que concierne a cues­
tiones civiles y políticas". Ante este tipo de cálculo, los rituales separatis­
tas que consumían mayor tiempo se vieron drásticamente reducidos. En
segundo lugar, los sacerdotes empezaron a surgir cada vez más de entre
las clases inferiores a los hidalgos, lo que vino a traducirse en que dedica­
ran cada vez mayor atención a los agricultores y a los jornaleros en lugar
de a los hidalgos, y en que modificaran cada vez más el centro de su acti­
vidad desplazándolo de la administración de los sacramentos a la catc­
quesis moral, en conformidad con las corrientes más racionalistas de la
época. En tercer lugar, se incrementó su contingente.
Después de 1770 el ritmo de las transformaciones volvió a cobrar fuer­
za. Las restricciones penales al culto católico se suprimieron, la actividad
misional se incrementó, y la población católica se desplazó de las zonas
rurales a las nuevas zonas industriales dentro de las ciudades, especial­
mente en Lancashire. Una de las razones de este desplazamiento vino a
ser la enorme afluencia de inmigrantes irlandeses después de 1790, aun­
que el doctor Bossy proporciona razones plausibles para pensar que tal
cambio habría ocurrido de cualquier manera, en vista de que el exceden­
te de jornaleros ingleses católicos se vio obligado a abandonar sus aldeas
para emigrar a las ciudades y desempeñar ocupaciones industriales. El re­
sultado fue que la comunidad católica creció de aproximadamente 80 mil
en 1770 a 750 mil en 1850, un incremento de diez veces su número en 80
años. El tamaño, la composición social, y la distribución geográfica tan­
to de la comunidad laica corno del sacerdocio, habían sido radicalmente
alterados.
Con la revocación de todos ¡os impedimentos civiles, en 1829, la secta
se convirtió en una denominación más entre las muchas que componían
la configuración religiosa extraordinariamente pluralista de Inglaterra.
La influencia clerical aumentó, y disminuyó el control laico, al igual que
sucedió entre las Iglesias protestantes de comienzos del siglo XIX, culmi­
El. CATO LICISM O 205

nando en la imposición en 1851 de la organización episcopal p or parte


de Roma. Esto no se debió a ninguna decadencia económica entre la
aristocracia y la clase terrateniente católicas, las que en tocio caso se
enriquecían cada vez más conforme los sobrevivientes en línea masculina
engullían las propiedades de un número cada vez mayor de her ederas c a ­
tólicas. Esto vino a ser parte de un movimiento más amplio hacia el poder
clerical dentro de la incipiente Inglaterra victoriana, el cual estuvo re fo r­
zado por el renacimiento del gótico, el desplazamiento del centro de g r a ­
vedad de las zonas rurales a las ciudades, y el incremento en el núm ero de
personas que se hallaban fuera de la esfera de la familia y los arrendata­
rios de los terratenientes católicos. Una tercera posible estructura de o r­
ganización fue el congregacionalismo, controlado por los agricultores y
los negociantes de clase media que construían las capillas y organizaban
la recabación de fondos necesaria. Éste constituyó una posibilidad real
durante algún tiempo, pero fue vencido en parte debido al vigoroso
contraataque emprendido por la jerarquía sacerdotal, y en parte d eb i­
do al sentimiento prevaleciente de la época, que favorecía las exigencias
clericales,
En su conclusión, el doctor Bossy traza un amplio esquema en el cual
poder adaptar su descripción de la comunidad católica. Señala el plura­
lismo persistente de la historia religiosa inglesa, el hecho de que desde su
fundación la Iglesia anglicana oficial haya sido incapaz de satisfacer las
aspiraciones espirituales de la totalidad de la población. Se trató en este
caso de un Estado renacentista en el que la doctrina del cuius regio, eius
religio no tuvo aplicación. El doctor Bossy desearía abandonar la tradi­
cional división que se hace entre disidentes católicos de derecha y de iz­
quierda. Más bien propondría reagruparlos dentro de dos divisiones, una
de ellas compuesta por aquellos que aceptaban por lo menos dos de los
tres dogmas principales del protestantismo: la autoridad primaria de la
Biblia, la justificación mediante la fe, y el sacerdocio de todos los creyen­
tes. Esto excluye a los católicos, los cuáqueros y los unitarios, pero incluye
a los presbiterianos, los congregacionalistas, los bautistas y los metodistas.
Él arguye que fue la ¡nflexíbilidad y la falta de disposición para hacer
concesiones de la Iglesia anglicana lo que dio pie a esta diversidad de disi­
dentes siglo tras siglo. Finalmente sugiere, casi a manera de posdata en
la última página, todavía otra forma de agrupar a los disidentes, esta vez
de acuerdo con los principios de la antropología estructural. Por una parte
estaban aquellos cuya relación con la divinidad, de alguna manera una
continuación del género humano, tenía como mediación a la naturaleza;
y por la otra aquellos cuya relación con la divinidad, fundamentalmente
trascendente y diferente del género humano, tenía como mediación a la
cultura, a saber, los textos bíblicos. El resultado práctico de esta división
206 F.l. SURGIM IENTO DEL MUNDO MO D ERNO

es el mismo que en el caso anterior; también aquí encontramos los dos


mismos espectros que abarcan desde los unitarios pasando por los católi­
cos hasta ios cuáqueros, por un lado, y desde los presbiterianos pasando
por los congregacionalistas hasta los bautistas particulares, por el otro.
¿Qué conclusiones podemos sacar de este libro notable? Lo primero
que llama la atención del lector es la descripción tan diferente que nos
ofrece con respecto a los relatos tradicionales, en el sentido de que la per­
secución y su leuto relajamiento, el cual culminaría en una completa tole­
rancia en el siglo XIX, aparecen casi como algo inelevante, mientras que
los factores sociales y las tensiones laico-clericales internas cobran mucha
importancia. La T orre, el potro, Tyburn, la Conspiración de la Pólvora,
la Conspiración Papal y las rebeliones de 1715 y 1745 apenas si se men­
cionan, y ello de manera incidental. Lo anterior implica un rechazo drás­
tico y deliberado de la histoire historisante, la narrativa de los aconteci­
mientos externos. A qu í pienso que el doctor Bossy ha tirado al niño junto
con el agua. La evolución de la comunidad católica no llega a ser comple­
tamente inteligible excepto dentro del contexto de un siglo y medio de
persecución oficial y de odio popular. Después de la Conspiración de la
Pólvora, los católicos fueron considerados en general como traidores a su
patria, lo mismo que como perversos conspiradores capaces de casi cual­
quier acto criminal. Por ejemplo, el embuste de su responsabilidad por el
Gran Incendio de Londres de 1666 se grabó oficialmente en piedra en la
base del monumento erigido por dicho motivo, a fin de que la posteridad
recordara esa fecha. Cualquier transgresión de la ley y del orden en los
años 1640-1641 y 1688 conducía inmediatamente a que furiosas multitu­
des saquearan las casas de campo católicas. En 1639, un oficial católico
detenido por sospechoso fue desollado vivo por sus tropas ante la aproba­
ción de la multitud congregada en la plaza pública de W ellíngton en So-
merset. La histeria masiva generada por la Conspiración Papista en­
cuentra pocos paralelismos históricos aparte de la tormenta desencadenada
por eí senador Joseph McCarthy, la cual sería tan hábilmente explotada por
el futuro presidente Nixon.
Únicamente dentro de este trasfondo de persecuciones, y de las carac­
terísticas psicológicas de una secta minoritaria perseguida, es como puede
explicarse la concentración de los sacerdotes misioneros en torno a la aris­
tocracia y los grandes hidalgos, quienes eran los únicas que podían pro­
porcionarles la protección local necesaria; lo mismo que la insistencia por
parte de estos benefactores respecto a que el proselitismo activo e
irrestricto entre la población cesara, por temor de que esto les ocasionara
más problemas. Fue la persecución la que diezmó a los jesuítas y la que
condujo a una probable disminución del número global de la comunidad
a finales del siglo XVll, Fue la moderación de las persecuciones lo que
KL C A T O L IC IS M O 207

permitió que volviera a iniciarse la labor misional a comienzos d el siglo


XVIII, y fue la abolición de las leyes penales en contra del culto católico
la que permitió a los sacerdotes aprovechar la oportunidad q u e les fue
ofrecida por la inmigración irlandesa posterior a 1790. Fueron la ociosi­
dad y la impotencia de la nobleza y los hidalgos católicos, efe cto de su
exclusión de los cargos públicos, y su deseo de desempeñar su p a p e! n atu­
ral como lideres de la sociedad y baluartes de la ley y el orden, los factores
que indujeron a que constantemente miembros de estas clases a b a n d on a ­
ran su fe y se apegaran a la Iglesia anglicana durante el siglo XVIII. A lg u ­
nas familias se debatían incesantemente en medio de este d ilem a ; el
ejemplo más impresionante de ello fueron los Howard, duques de N o r ­
folk. Entre 1570 y 1850 hubo trece cabezas de familia, pero sólo una de
ellas adoptó una fe religiosa diferente a la de su predecesor, e l cual era
normalmente el padre. Difícilmente podría interpretarse esto com o un
caso extremo de rebelión hereditaria edípica. Más bien nos indica la ten ­
sión entre la fidelidad a su religión y la fidelidad a las responsabilidades
naturales de su clase que atormentó a estas familias durante muchas ge­
neraciones, una tensión que sólo vino a relajarse hasta 1829, cuando ya
era demasiado tarde para que fuera de utilidad alguna.
En todo momento, por consiguiente, de 1570 a 1850, el peso de la p er­
secución y de. la exclusión influyó sobre la evolución de la comunidad ca­
tólica en Inglaterra. Ignorar este hecho equivale virtualmente a escribir
la historia de los judíos de la palizada haciendo caso omiso de la existencia
de las leyes antisemíticas y los intermitentes pogromos.
A pesar de esta evidente falla, el libro del doctor üossy logra arrastrar
en una gigantesca zancada a la historia de la comunidad católica de
Inglaterra al prim er plano de historiografía moderna. Se trata de un tra­
bajo formidablemente inteligente en el que el autor razona con el lector a
lo largo de las páginas impresas, persuadiéndolo serenamente mediante
la lógica y los ejemplos. Su interpretación es revolucionaria, sus conclu­
siones sutiles, su erudición sólida, y su discernimiento de los préstamos
hechos por la antropología y la sociología amplio. Es un libro excelente en
verdad, y considero que su enfoque es correcto en casi todos los aspectos
importantes.
X. LA COR TE Y EL PAÍS

¿QUÉ sucedió en Inglaterra a mediados del siglo XVJI? ¿Fue acaso una
“ gran rebelión” como creyó Clarendon, la última y la más violenta de las
múltiples rebeliones en contra de monarcas particularmente desagra­
dables o impopulares, las cuales hablan sido escenificadas por miembros
disidentes de las clases hacendadas un siglo tras otro a través de la Edad
Media? ¿Se trató simplemente de una guerra interna causada por una desin­
tegración política temporal debida a circunstancias políticas particulares?
¿Fue la revolución puritana de S. R . Gardiner, episodio cuya fuerza
motriz fue un conflicto entre las diversas instituciones e ideologías reli­
giosas? ¿Fue el primer gran choque de la libertad en contra de la tiranía
real, según pensaba Macaulay, el primer impulso hacia la Ilustración y la
ideología whig, un impulso que colocó a Inglaterra en el lento camino ha­
cia la monarquía parlamentaria y las libertades civiles? ¿Fue la primera
revolución burguesa, en la que los elementos económicamente progresistas
y dinámicos de la sociedad lucharon por desembarazarse de su envoltura
feudal? Es así como Engels lo consideró, y como muchos historiadores de
los treintas, incluyendo a R. H . Tawney y C. H ill, tendieron a juzgarlo,
¿Fue la primera revolución de la modernización, la cual viene a ser la in­
terpretación marxista bajo una nueva forma, percibida actualmente
como una lucha de las fuerzas empresariales por remodelar las institu­
ciones gubernamentales con objeto de responder a las necesidades de una
sociedad más eficiente, más racionalista y económicamente más avanza­
da? ¿O fue más bien una revolución instigada por la desesperación, fra­
guada por los elementos decadentes y anclados en el pasado de la so­
ciedad rural, los simples hidalgos de H. R. Trevor-Roper, hombres que
tenían la esperanza de volver a crear aquella sociedad descentralizada,
introvertida, socialmente estable y económicamente estancada que veían
en sus sueños desesperanzados y anacrónicos?
En la segunda mitad de este siglo, la historiografía referente a la Revo:
loción inglesa ha pasado por tres etapas bastante bien definidas. En la
primera tuvimos a la narrativa política, desarrollada con erudición y
cuidado meticulosos por el gran historiador Victoriano S. R. Gardiner. Esta
interpretación religioso-constitucional fue profusamente atacada por
los marxistas en vísperas de la segunda Guerra Mundial, lo cual hizo que
se derrumbara el antiguo y cómodo paradigma whig y que se le sustituye­
ra por un conflicto bien delineado entre la burguesía en ascenso y las de­

200
I, A C O R T E Y E L P A ÍS 209

cadentes clases feudales. Posteriormente siguió un breve periodo de pos­


guerra en el que se dio una labor teórica deslumbrante y atrozm ente
contradictoria con base en las más ligeras pruebas documentales, lo cual
hizo que las áreas de consenso con respecto a cada uno de los aspectos del
problema quedaran reducidas casi a cero, y que la Revolución inglesa se
deslizara en la clase de caos fragmentado en el que la historiografía de la
Revolución francesa nada actualmente. Urra vez que en el caso de ambas
revoluciones los historiadores han venido a darse cuenta de q u e la in ­
terpretación marxista no es significativamente más satisfactoria que la
whig, ha seguido un período en el que nada parece ser lo suficientemente
seguro para llenar este vacío. Los últimos veinte años, sin em bargo, han
sido testigos del más notable florecimiento de las monografías históricas
especializadas, fruto de la labor de eruditos de ambos lados del A tlán tico
que han sido preparados para asumir los infinitos cuidados que se re­
quieren en cualquier investigación histórica de valor permanente, y que
han demostrado tener la suficiente profundidad en sus ideas, al igual
que imaginación y capacidad intelectual para ordenar sus hallazgos y g e ­
neralizar a partir de ellos. Como consecuencia de esto, un considerable
haz de luz está comenzando a penetrar a través de la niebla: la verdad
parcial, imperfecta y provisional— está empezando a surgir.
Una interpretación de los acontecimientos que condujeron a la desin­
tegración política de mediados del siglo xVU fue expuesta primeramente
por el profesor Trevor-Roper y luego desarrollada en forma de libro por
el profesor Zagorin.1 Ésta considera el surgimiento de la oposición en tér­
minos de la polaridad entre “ corte” y “país” . Empero, estos son conceptos
vagos y de poca solidez que presentan todo tipo de alusiones ideológicas,
religiosas, morales e incluso estéticas, por encima del conflicto concer­
niente al interés y al poder. Una polaridad tan maleable y adaptable re­
quiere de un análisis y una definición muy cuidadosa si es que ha de escla­
recer la comprensión histórica.
La corte es bastante fácil de definir: todos aquellos ministros, cortesa­
nos, funcionarios, servidores y financieros de la corona. Sin embargo, es
de suponer que también incluye a la aristocracia titular, los obispos, y los
comerciantes que se beneficiaban de los monopolios reales y que controla­
ban las corporaciones locales mediante restrictivas cartas reales. En pocas
palabras, es lo que hoy día denominaríamos vagamente como “ el or­
den de cosas establecido” . L a principal objeción a emplear la palabra
“ corte” , es que si bien con ella pueden abarcarse toda una serie de élites,
éstas distaban mucho de hallarse unificadas bajo un mismo trasfondo,

1 II. R. Trevor-Roper, The Gentry, Economic Hi^tory Review, Suplemento I, 1953; P. Zagorin,
The Court and the Country: the Begtnnings o f ihe Engttsh Rcvolution , Londres, 1969.
210 E L S U R G IM IE N T O D E I . M U N D O M O D E R N O

una misma forma de pensamiento o una misma conducta política. Los


grandes aristócratas hereditarios y hacendados, los arzobispos de humilde
cuna que habían luchado por abrirse paso hasta la cumbre mediante el
patrocinio de algún favorito, los ocupados funcionarios burocráticos de
los estratos medios, los jueces de derecho consuetudinario, los alcaldes
y ios concejales de las grandes ciudades, no conformaban nna falange sóli­
da de intereses creados que estuviera lista a alinearse hombro con hombro
para oponerse a las demandas en favor de cambios políticos. Cuando
sobrevino la crisis en 1640-1642, sabemos perfectamente que estos grupos
se escindieron, los jueces asumieron diferentes actitudes, la mayoría de las
corporaciones urbanas intentaron por sobre todo aferrarse a sus cargos,
mientras que muchos burócratas se pusieron del lado del Parlamento o
simplemente se mantuvieron al margen. Ni siquiera la Cámara de los L o ­
res llegó a constituir un cuerpo unificado, ya que los obispos laudianos y
los antilaudianos como el obispo Williams adoptaron posiciones muy di­
ferentes; los pares laicos abandonaron a los obispos en medio de la crisis;
gran cantidad de burócratas se mantuvieron neutrales, en tanto que una
minoría se pasó del lado del Parlamento. La condición común de ser
miembro de un orden de cosas establecido y putativo denominado como
la corte, es únicamente un indicador entre muchos respecto a las pro­
bables opciones que un hombre tenía en 1640-1642, Las amistades o los
odios familiares o individuales, las convicciones religiosas, las influencias
locales, las creencias constitucionales, la confianza o la desconfianza en la
persona de Garios I, el deseo de proteger la propia posición y los propios
bienes sin importar el sacrificio infligido a la estabilidad p olítica... todos
estos factores hacen que sea imposible el hablar de la corte, excepto en la
misma forma general y vaga en que empleamos hoy la expresión “orden
de cosas establecido".
Resulta aún más difícil definir la palabra "país". Para hacerlo es preci­
so que ríos apartemos de Wcstminster y nos adentremos en los condados,
área en ia que el señor Zagorin no se ha aventurado. No llegaremos a nin­
gún lado centrándonos en el "elemento ciudadano” , al que el señor Zago­
rin dedica un capítulo, puesto que, como él tiene el cuidado de señalarlo,
los ciudadanos componían únicamente uno de los elementos tanto de los
partidarios como de los oponentes de la corona en 1640. Incluso tampoco
llegaremos muy lejos centrándonos en los puritanos, a quienes él dedica
otro capitulo, ya que éstos eran un grupo de clérigos y una minoría divisiva
dentro del país, la cual venía a darle su radical pasión por el cambio. Y
tampoco adelantaremos mucho centrándonos meramente en aquellas per­
sonas que aparecían en el Parlamento llamándose a sí mismos “ los
patriotas” o “el país” . Nos será preciso ahondar mucho más.
El país viene a ser originariamente un ideal. Encuentra expresión en
I.A C O R T E Y E L P A ÍS 211

aquella visión de paz rústica, simplicidad y virtud, la cual se rem onta has­
ta la Roma clásica y que encontró oídos bastante receptivos en los nuevos
caballeros cultos de Inglaterra. Su concepto era opuesto al alboroto, la
actividad, la contaminación y la suciedad de la ciudad. Tam bién consti­
tuye una visión de superioridad moral, de honestidad, de frugalidad, de
probidad, de sobriedad y de castidad, todas las supuestas virtudes ca m p i­
ranas que se hallan en contraposición con ios muchos vicios de los sicofan­
tes degenerados que deambulan por los alrededores de la corte. E n segun­
do lugar, y esto es importante, tal visión comenzó a convertirse en una
institución. Casi sin excepción, siempre, que un inglés de comienzos del
siglo XVH decía “ mi país", quería decir “ mi condado” . Y de hecho lo que
observamos durante la primera mitad del siglo, antes de la Guerra Civil, es
el desarrollo no sólo de un sentido emocional de lealtad a la com unidad
local, sino también ordenamientos institucionales para conferir a dicho
sentimiento fuerza política. Las causas de este desarrollo de la com unidad
condal son de dos clases. La primera fue la declinación de la comunidad do­
méstica o familiar basada en el “ buen señorío’’ , mediante el cual los h i­
dalgos medievales tardíos habían estado vinculados a las familias de los
grandes magnates, cruzando límites condales, dividiendo condados, y
creando lealtades personales antes que geográficas. La declinación de la
estructura familiar de los magnates aristocráticos puso en libertad a los
hidalgos para nuevas orientaciones psicológicas y políticas, y abrió campo
a nuevas normas educativas tanto en la escuela como en la universidad.
La segunda fue el peso cada vez más oneroso impuesto por e) Estado sobre
los hidalgos locales, a medida que aquél expandió sus controles estatuta­
rios, sociales y económicos sin establecer su propia burocracia local y asa­
lariada que se hiciera cargo de ellos. El resultado vino a ser el desarrollo
de los tribunales condales de jueces que fungían como administradores y
autoridades judiciales, los cuales comenzaron lentamente a conferir una
identidad política a su condición de socios, Esta tendencia fue grande­
mente fomentada por el crecimiento en el número de los hidalgos residen­
tes en las zonas rurales, al igual que por las pautas matrimoniales en
donde se hacía manifiesta una extrema endogamia en el seno de los gru­
pos de hidalgos locales de los condados. L.a paradoja de la historia inglesa
— y por ósmosis de la historia estadounidense— es que el crecimiento del
poder y la lealtad con respecto al centro ha sido exactamente propor­
cionado al del poder y la lealtad con respecto a las comunidades locales.
Empero, el concepto de país no significaba únicamente un ordena­
miento institucional para la expresión de sentimientos locales particula­
ristas. También quería decir una sensibilidad cada vez mayor con respec­
to a la comunidad nacional, expresada a través de un creciente interés
por la institución política nacional del Parlamento. En consecuencia, el
212 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O

tercer dem ento discemible en la palabra "país” alude a un programa po­


lítico. Debido a la creciente intromisión financiera, política y religiosa del
gobierno central, los hidalgos desarrollaron un programa propio, que fue
el que llevaron consigo a Westminster. Cuando estos ricos e influyentes
terratenientes locales se encontraron en su calidad alternativa de
miembros del Parlamento, comenzaron a verse cada vez más como repre­
sentantes de los electores de los hidalgos que habían dejado tras de sí. Su
programa preconizaba una descentralización política e institucional. Para
ser más específicos, el país quería que los cargos locales estuvieran en m a­
nos locales, que se suprimieran los controles económicos ejercidos por el
gobierno central, que terminara la intromisión con respecto al patronaz­
go laico dentro de la Iglesia, que se impusieran algunas restricciones a los
poderes fiscales del gobierno central y que se estatuyera también una
política exterior completamente protestante, pero que fuera económica.
L a polaridad corte-país viene a ser en la política, por lo tanto, poco
más que una versión del estado de tensión normal que existe en todas las
sociedades organizadas entre las fuerzas de centralización y las de des­
centralización: entre Hamilton y Jefferson, por ejemplo. Puesto que tal
polaridad continuó desempeñando un importante papel político en
Inglaterra por lo menos durante otros 75 años después de 1640, no puede
considerársele como la causa exclusiva de la desintegración del gobierno.
Esto resulta ser particularmente así cuando se ve que, al sobrevenir la cri­
sis, las líneas divisorias entre los hidalgos rurales y los cortesanos no
quedaron trazadas con precisión matemática. Muchos hidalgos eran ca­
paces de ver las virtudes del fuerte régimen monárquico, y no fueron po­
cos ios cortesanos que lo abandonaron cuando éste comenzó a hundirse,
Con objeto de proporcionar una interpretación convincente acerca del
derrumbamiento en 1640 del gobierno central, es preciso poner en juego,
por consiguiente, las otras fuerzas. El derrumbamiento fue causado no
únicamente por la innegable ineptitud de Carlos I y sus consejeros, sino
también por ciertas tendencias históricas específicas. Desafortunadamen­
te para la corona, los ideales, los intereses y los programas del país en­
contraron aliados poderosos en otras dos ideologías y otros tres grupos de
interés: el puritanismo y los puritanos, el derecho consuetudinario y los
juristas especializados en él, y el comercio de las Indias Occidentales y
norteamericano conjuntamente con los comerciantes dedicados a él. N in ­
guno de estos grupos tenía objetivos que correspondieran a los del país,
pero se vieron vinculados a ellos por un proceso de convergencia que se
debió más a los accidentes históricos que a una necesidad inexorable.
En cuanto a los puritanos, si Isabel, y posteriormente los Estuardo, hu­
bieran continuado manteniendo sus opciones abiertas, admitiendo a sim­
patizadores puritanos aristocráticos y burocráticos dentro del consejo real
L A C O R T E Y E L P A lS 213

y la corte, mostrando una actitud benévola con respecto a la persecución


de los disidentes puritanos, y conservando las políticas doctrinales o fi­
ciales y las ceremonias religiosas dentro de los lincamientos de la Iglesia
moderadamente no ritualista del inicial anglicanismo isabelino, es pro­
bable que la íntima asociación del puritanismo con el país no hubiera te­
nido lugar. Es cierto que existía una larga prehistoria de afinidad electiva
entre los dos, pero actualmente no hay duda alguna de que fue la política
del arzobispo Laúd y sus compinches la que finalmente h izo que se
unieran en la década de 1630. No obstante esto, los hidalgos aún si­
guieron siendo firmemente erasmianos y no mostraron simpatía alguna
por las pretensiones teocráticas del clero puritano.
En cuanto a los juristas, éstos tenían sus propios motivos d e queja en
contra de la corona y los tribunales de prerrogativas; resultaba particu­
larmente manifiesta su hostilidad hacia la intromisión de los tribunales
eclesiásticos en los asuntos de derecho consuetudinario. T a m b ién resen­
tían fuertemente la competencia a los tribunales de derecho consuetudi­
nario por parte de las jurisdicciones --las cuales venían a sobreponérse­
les — de los dos tribunales de prerrogativas y los diversos tribunales de
Westminster que se ocupaban de tipos particulares de clientes, com o el
Almirantazgo, la Tesorería o los distritos, o de ciertos tipos de delitos,
como la Star Chamber.* Esta disputa intramuros entre los juristas no
habría asumido visos políticos si la corona no hubiera acudido tan pron­
tamente en ayuda de los atrincherados tribunales de prerrogativas y de la
Cancillería, y si su búsqueda de ingresos adicionales no le hubiera llevado
a extender de tal forma sus propios poderes para establecer prerrogativas.
El resultado de ¡o anterior vino a ser el desarrollo de una ideología a ma­
nera de “Carta Magna” entre algunos juristas con respecto a la naturaleza
del equilibrio constitucional, al igual que una alianza de estos juristas es­
pecializados en derecho consuetudinario con los hidalgos y los puritanos.
Pero una vez más los objetivos básicos de los juristas no correspondían a
los del país; ambos eran meros aliados tácticos en un frente común orien­
tado al control sobre la dirección central del Estado.
El tercer grupo de aliados de los hidalgos rurales en su batalla política
surgió entre la comunidad de comerciantes. Estos eran hombres que. care­
cían de una ideología, pero que poseían un programa. La mayor parte de
los comerciantes se mantuvieron al margen de los acontecimientos, for­
mando parte de la vasta mayoría silenciosa que se mostró indolente
mientras las marejadas de la guerra y la revolución les llegaban cada vez
más cerca de los pies. Otros permanecieron del lado monárquico por vir­

* Antiguo tribunal británico inquisitorial conocido por el carácter injusto e implacable de sus sen
tenerías. [T.]
21*1 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O

tud de su dependencia de los privilegios monopólicos comerciales, o del


respaldo al control oligárquico de sus propias comunidades frente a la
creciente presión proveniente de los estratos inferiores. Sin embargo, ac­
tualmente es posible identificar a otros elementos importantes entre los
comerciantes, hombres interesados de manera especial en los comercios
norteamericanos, en la colonización de Nueva Inglaterra, yen la ruptura
del monopolio de la India Oriental y de las Compañías de Levante. Se
trataba de hombres nuevos dentro de nuevos campos de esfuerzo empre­
sarial que se hallaban enfadados ante el opresivo dominio político y eco­
nómico de las antiguas oligarquías rnonopólicas oficiales. Por lo regular
eran puritanos en cuanto a sus opiniones religiosas, deseaban reorientar
la política exterior y la política comercial inglesas e impulsarlas de una
form a más agresiva y dinámica hacia América, y deseaban abrir el co­
mercio mediterráneo e indio a los recién llegados. Estos hombres eran
miembros importantes del grupo de radicales que asumió ei control sobre
Londres en un momento crítico en 1641, e hizo así que el poder y la
influencia de la ciudad oscilaran decisivamente dei lado del Parlamento.
La ciudad venía a ser un aliado sin el que el país no se habría atrevido a
lanzar una guerra por cuenta propia; de hecho, el Parlamento habría
sido derrotado en cosa de semanas sin el respaldo de Londres. Por otra
parte, estos comerciantes casi no tenían otra cosa aparte de un fermento
de puritanismo, un interés en la colonización de Norteamérica, y un ene­
m igo común que los unía con los grandes del país.
Aunque empleada por los contemporáneos para describir la oposición
política a los primeros Estuardo, la palabra “ país” casi no es otra cosa,
por ende, que una conveniente expresión mixta que oculta una amplia
variedad de intereses e ideas, entre los cuales sólo pertenece propiamente
a uno. Si se adopta este último, es posible esclarecer considerablemente
muchas cosas que hasta aquí eran oscuras, pero sólo a costa de oscure­
cer muchas otras.
XI. EL DERECHO

MACE aproximadamente un cuarto de siglo muchos historiadores d eci­


dieron que había llegado el momento de estudiar más acerca d e la p obla­
ción que acerca del 2 % , a lo sumo el 3% , conformado por aquellos entre
quienes surgía la élite, política y social: los reyes, los generales, los nobles,
los jueces, los obispos, los políticos y los magnates locales, cuyas gestas (en
su mayoría sanguinarias) habían llenado hasta ese momento los libros de
historia. El problema era, sin embargo, que muy pocos dentro del 97%
de base habían dejado algún rastro de sí mismos en los registros, que no
fueran los simples hechos de su nacimiento, su matrimonio y su muerte.
Como consecuencia, gran parte de los primeros trabajos acerca de los ne­
cesitados fueron áridamente estadísticos en su naturaleza, Em pero, muy
pronto resultó manifiesto que el reducir a la vasta mayoría de la pobla­
ción a un conjunto de cifras en una tabla, difícilmente era más esclareee-
dor que el ignorarla por completo, ya que seguíamos sin saber nada acer­
ca de su modo de pensar o de sentir.
Una de las formas de resolver este dilema era acudir a los registros del
derecho, ya que sólo aquí podían escucharse las voces auténticas de los
pobres, aunque sólo fuera bajo la forma de testigos volubles, coléricos de­
mandantes y temerosos acusados. Sí se les trataba con cuidado, estos do­
cumentos podían actuar como “ un punto de acceso al mundo mental de
los pobres” . Los resultados de esta labor han comenzado a aparecer a ma­
nera de historias de casos.de las cuales la más famosa es M on ta illo u de
Emmanuel L e Roy Ladurie.1 Los historiadores han encontrado el filón
más rico a este respecto en las sociedades que practicaban el derecho ro­
mano, con sus interrogatorios y deposiciones escritas, que contaban con
un sistema policial bien desarrollado, y que empleaban la tortura para
extraer información. Los registros de la Inquisición son ideales, ya que esta
institución poseía todas estas características y estaba también obsesiva­
mente interesada en aquello que la gente — incluso la gente humilde —
pensaba. En los países anglosajones difícilmente encuentran aplicación
estas ventajas (para los historiadores); no obstante, aun allí es posible ob­
tener buenos frutos a través del análisis paciente de documentos legales:
Además de esclarecer la mentalité y la conducta de los necesitados, los
registros legales también arrojan luz con respecto a la relación de la auto-

* E. Le Roy Ladorie, Montaillou, Village occitan da 129*1 d 1324, París, 1975.

215
210 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O

rielad con la sociedad. En lo particular pueden mostrar de qué manera el


derecho era percibido por los diferentes estratos sociales, y cómo y a favor
de qué intereses se le aplicaba en la práctica. Esto abre nuevas perspecti­
vas acerca de la naturaleza y la función del derecho, y de las concepciones de
los diferentes grupos con respecto a qué constituye la justicia natural.
Hay dos formas posibles de proceder al abordar los registros legales. La
primera consiste en dividir los delitos según una serie de categorías y en
cuandficar las acusaciones a través del tiempo, con objeto de generar el
tipo de estadísticas con las que el difunto J. Edgar Hoover solía compla­
cerse.2 Incluso actualmente, sin embargo, ésta viene a ser una excusa
muy dudosa. Sabemos que el número de acusaciones tiene poca relación
con el número de actos reales, y tenemos la fuerte sospecha de que dicha
relación ha variado considerablemente con el tiempo. En segundo lugar,
las cifras empleadas son por lo general bastante pequeñas, ya que resulta
muy tedioso el extraerlas, lo que lleva a que se hagan deducciones falsas a
partir de oscilaciones insignificantes y quizá aleatorias. En tercer lugar,
nuestras estimaciones demográficas totales son bastante inciertas, lo que
hace muy difícil el comparar los índices de criminalidad por millar de
una década a otra o de trn siglo a otro, aunque podemos tener la certeza
de que el índice de asesinatos en el O xford medieval era mucho mayor
que el observado en las zonas más peligrosas de las ciudades más peligro­
sas de los Estados Unidos actualmente. Una forma más provechosa de
emplear este material es extraer de él una serie de historias de casos, las
cuales esclare7,can el modo en que las autoridades administraban la justi­
cia y las actitudes del público con respecto al delito y al derecho. Este en­
foque viene a tender un puente esencial entre la historia social y la histo­
ria política, las cuales han seguido por algún tiempo trayectorias más o
menos separadas, lo que ha redundado en un serio detrimento para ambas.
El marco conceptual en el que estos problemas se consideran actual­
mente con respecto a los comienzos de la época moderna en general, y a
la Inglaterra del siglo XVIII en particular, ha sido establecido a través de
parte de la labor brillante y precursora del señor Edwavd Thompson. Para
él, la sociedad inglesa del siglo XVIII estaba dividida en “patricios” (los
terratenientes y los detentadores del poder que constituían a lo más el 5%
de la población) y “ plebeyos" (el resto), los cuales se hallaban trabados en
un conflicto interminable - - “la guerra de clases sin clases” — , lo mismo
que en una cultura de paternalista reciprocidad.3 Según este paradigma,

8J. S. Cockbnrn. "The Na‘ uve and Incidenceof Crime ¡n England 1559-1625", en J. S. Coekbum
(comp.), Crime in England 1550-1800; j. Bcattic, '‘The Patterns of Crime in England 1660*1800",
Past and Presen!. 62, 1974.
3 E. P, Thompson, Whigs and Hunters: the Origins o f the Black Act, Nueva York, 1975; Dougla6
Hay, Peter Linebaugh, John G. Rule, E. P. Thompson y Cal Winslow, Albion’s Fatal Tree: Crime
and Saciety in Eighteenth Century England, Nueva York, 1965; F,. P. Thompson, “Eightcenth Cen-
E L D EREC HO 217

el derecho venía a ser un instrumento creado y empleado con el fin de


mantener a los plebeyos a raya y de promover sus propios intereses a tra­
vés de personas descritas como "banditti-patricios” y “badoleros-cortesa-
nos". El derecho era ‘ un instrumento selectivo de justicia de clase” . Este
es el tema tanto del libro del señor Thompson Whigs and H unters, como
del volumen adicional de ensayos escrito por él mismo y por un grupo de
sus estudiantes. Debe admitirse que en las últimas doce páginas de su
libro el señor Thompson se contradice súbitamente, y concede qu e "existe
una diferencia muy grande... entre el poder extralegal arbitrario y los
preceptos del derecho” . Por una parte, es indiscutible que el derecho es
un instrumento y una legitimación dei poder de clase. Por otra parte, “ la
retórica y las normas de una sociedad son mucho más que una m era far-
j sa,.. el derecho media entre estas relaciones de clase a través de form as le ­
gales, las cuales vinieron a imponer restricciones una y otra vez sobre las
acciones de los gobernantes” . El señor Thompson concluye finalm ente
que fue este respeto profundamente arraigado por el derecho el que obligó
a la clase inglesa dominante a hacer las concesiones necesarias, en lugar
de persistir en políticas reaccionarias reforzadas por el ejercicio arbitrario de
la fuerza bruta, cuando el conflicto social alcanzó un punto crítico y deci­
sivo a comienzos del siglo XIX.
Empero, este sorprendente volte-face tiene poca o ninguna relación
con el tono y el contenido anteriores de su libro, o con las premisas inhe-
;| rentes a los ensayos de sus estudiantes, o bien con sus propios escritos ulte­
riores, todos los cuales subrayan el conflicto polar de clases entre los rapa­
ces patricios y los oprimidos plebeyos. Por ende, con excepción de esta
breve retractación de carácter whig, la posición dei señor Thom pson pa­
rece ser firmemente neomarxista. L a segunda parte del paradigma de
Thompson afirma que el delito puede dividirse en dos tipos, el delito ne­
fario por provecho personal, y el "delito social” , que se adecuaba a los es­
tándares de la comunidad, recibía una amplia protección y apoyo dentro
de la localidad, y se empleaba con frecuencia para presionar a las autori-
r, dades a adoptar conceptos populares de justicia natural. Según T h o m p ­
son y sus seguidores, un amplio margen de violentas actividades popula­
res, que comprendían desde los disturbios de granos hasta ia cacería furtiva
y el contrabando, eran expresiones de "la economía moral de la
multitud” o del “ bandidaje social" estilo Robín H ood,4
¿Cuál fue el papel social del derecho penal en el siglo XVIII? I,a solu-
vVó-?.
: } tury Crime, Popular Movemcnts and Social Control’’ , Bullelin o f the Socielyfor the Study ofLabour
History, 25, 1972; E P. Thompson, "Patrician Society. Plebcian Culture", Journal of Social History,
7, 1973-1974; E. P. Thompson, "Eighteenth Ccntury English Society: Class Stiugglc Wiihout
} Olass", Social History. S, 1978.
* Además de los escritos de Thompson, véase E. J. Hobabawm. ‘'Social CriminalUy’’, Bulletm of
the Society fo t the Sludy o f Labour History, 25, 1972.
218 E l . S U R G I M I E N T O O K I. M U N D O M O D E R N O

ción reside en el análisis de dos paradojas, ¿A qué se debió que, no obs­


tante que la legislatura siguió aumentando el numero de delitos en contra
de la propiedad que conllevaba la pena de muerte - de aproximadamen­
te 50 basta 200— , el número de ahorcaduras fuera sólo alrededor de una
cuarta parte de lo que había sido en el siglo XVII, y que en todo caso
mostrara una tendencia a disminuir? En segundo lugar, ¿por qué las cla­
ses opulentas rehusaron tan obstinadamente, hasta la década de 1830,
modificar este arcaico sistema en el que la práctica variaba tan brutal­
mente con respecto al derecho escrito, a pesar de la aplastante evidencia
de que un sistema punitivo más moderado, pero llevado a su cumplimien­
to con mayor regularidad, protegería sus propiedades más eficazmente y
estaría más de acuerdo con la justicia natural y el pensamiento de la
Ilustración?
L a respuesta a ambas preguntas se localiza en las verdaderas funciones
desempeñadas por el derecho en dicha sociedad. En 1688 la élite domi­
nante había rechazado finalmente, como una amenaza inaceptable para
su propio poder, la imposición de un. aparato legal continental, en el que
se incluían la abolición del sistema de jurados y el establecimiento de una
fuerza policial omnipresente. Siendo éste el caso, el control social sobre el
restante 97% de la población tenía que ser mantenido por una mezcla de
terror moderado mediante la clemencia, el consenso respecto a la aproxi­
mada justicia del sistema, y un impresionante despliegue de la majestad
del derecho. La aprobación de más y más leyes penales no tenía corno in­
tención incrementar el número de ahorcaduras, sino simplemente
ampliar el área para el ejercicio arbitrario de la clemencia. Únicamente
alrededor de la mitad de los condenados a muerte eran de hecho colga­
dos, el resto eran eximidos o trasladados a las colonias a petición de la éli­
te y los jueces locales.
Esto depositó enormes poderes de patronazgo en manos de la élite con
respecto a procesar o abstenerse de ello, y a rehusar o a conceder su apoyo
a una apelación de clemencia, según pudieran sugerirlo sus sentimientos
personales y las condiciones locales. Este poder flexible vino a reforzar
todo el sistema social de respeto y de dependencia, e hizo también posible
que el derecho se ajustara a las diversas comentes de la opinión pública.
Otro factor fue el comportamiento de los mismos jueces, quienes no esca;
timaban esfuerzos en favor del acusado para tratar de descubrir la m í­
nima falla técnica en la redacción de la acusación. Al actuar así se
encontraban protegiendo los secretos de su profesión. En vista de estos
enormes beneficios rendidos a los grupos influyentes, no es sorprendente
el que los reformadores racionalistas no consiguieran hacer progresos.
El tercer factor fue la costumbre de los jurados de negarse a dictar con­
denas, en evidente desafío de los hechos, especialmente mediante la estí-
E L D EREC HO 219

pulación del valor de los bienes robados por debajo del mínimo requ erid o
para la pena de muerte. El cuarto fue el producto derivado a ccid en ta l­
mente del Imperio; la apertura de un basurero ubicado a una con ven ien ­
te distancia, Georgia, al que los criminales pudieran trasladarse y que n a­
die pudiera volver a verlos o escuchar de ellos jamás, que era lo único que
podía hacer posible tal flexibilidad en el ejercicio de la clem encia.
El libro de ensayos y el propio libro del señor Thompson son ilustra­
ciones de este tema central acerca de la relación de la jerarquía social con
el derecho y el delito. Ambos examinan la naturaleza del delito y de los
delincuentes, y la forma en que el derecho estaba concebido y era em plea­
do para ajustarse a las necesidades de la clase dominante, sin que fuera
suprimido el sentido de justicia popular en la población en general. Este
último resultado se logró mediante un astuto simbolismo, a saber, el
cumplimiento ocasional de la ley en todo su rigor en contra de algún
miembro de la clase dominante, siendo el ejemplo clásico y bastante cita­
do de esto la condena a la horca por asesinato de lord Ferrers en 1760 —y
la ulterior disección de su cadáver— , Tanto el empleo de jurados, como
estos sacrificios ocasionales de algún miembro de la élite, hacían que
fuera verosímil creer que el derecho constituía un instrumento ímparciai
de justicia natural. También venía a ser, por supuesto, una poderosa de­
fensa en contra de cualesquier tendencias despóticas por parte del rey y
sus ministros en Londres.
Otro de los análisis concierne a los espeluznantes detalles de la lucha es­
cenificada en Tyburn entre los cirujanos, deseosos de obtener cadáveres
para realizar disecciones anatómicas ante sus estudiantes, y la multitud
que se sentía agraviada por tales actividades. Los restantes ensayos se ocu­
pan de los diversos tipos de delitos: el contrabando, que llegó a ser una
actividad casi comparable a la industria de distribución ilícita de licor
durante la Prohibición; el hundimiento y saqueo de barcos; la cacería
furtiva; y la redacción de cartas anónimas para expresar amenazas o tra­
tar de extorsionar. He aquí algunas de las realidades más sombrías que se
daban entre los estratos inferiores en medio de esta Época Augusta.
Varios de estos ensayos son ejemplos de la clase más deprimente de dis­
curso histórico, consistente en verter sobre una página el contenido de cú­
mulos de tarjetas de notas. Empero, la impresión general que dan ambos
libros es sorprendente — aunque no todos los colaboradores logran trans­
mitirla por igual, puesto que insisten en considerar la situación exclusiva­
mente a partir de los estratos inferiores— . El señor Thompson, por
ejemplo, se esfuerza por dejar claro que el respeto externo mostrado a los
superiores era con frecuencia una mera apariencia bajo la que se oculta­
ban resentimientos y odios profundamente arraigados. Pero incluso él no
logra llegar a la conclusión obvia con respecto a la extrema precariedad
220 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O

del equilibrio entre las fuerzas de la ley y el orden y las del crimen y la
anarquía existentes en la Inglaterra del siglo XVIII. En las zonas costeras
de Sussex, las bandas de contrabandistas aterrorizaban la campiña, y su­
peraban en número y armamentos a las tropas que eran enviadas para
acabar con ellos. En Hampshire, pandillas de ladrones de venados mero­
deaban a placer, y por lo general administraban su propia y grosera justi­
cia. En Cornwall, quienes se dedicaban a hundir barcos eran incontro­
lables y se les dejaba en libertad de saquear como quisieran. En Londres,
pandillas de marineros vagaban por las calles, destruyendo los prostíbulos
donde pensaban que les habían tomado el pelo. Batallas campales a gran
escala tenían lugar en Tyburn por la posesión de los cadáveres de quienes
habían sido ahorcados. En los años de malas cosechas, quienes se amoti­
naban por comida llegaban a apoderarse de los mercados y a robar los
graneros privados. Además de estas actividades gmpalcs, consideradas
por Thompson y sus seguidores como “ delitos sociales” , había los delitos
más personales del bajo mundo, los cuales eran obra de los enjambres de
carteristas y pequeños ladrones; de los asaltantes que rondaban por las
calles de I.ondres con mayor impunidad que la que tienen los asaltantes
neoyorquinos actualmente; o de los salteadores de caminos y los bandole­
ros que con regularidad abordaban y robaban a los viajeros en los cami­
nos. Este tipo de hombres trabajadores distaba de tener un carácter
amable. Los contrabandistas de Sussex capturaron a un recaudador del
impuesto sobre el consumo y a un informador y los torturaron lentamente
hasta causarles la muerte; una multitud de tejedores londinenses lapidó a
muerte a un informador; quienes se dedicaban a hundir barcos en Corn­
wall desnudaron y asesinaron a una mujer indefensa que había naufraga­
do en una playa; los extorsionadores anónimos constantemente recurrían
a la amenaza y al cumplimiento de acciones incendiarias para arrebatar
dinero o concesiones; los asaltantes urbanos mutilaban y asesinaban; los
ladrones y los salteadores de caminos disparaban a matar si se ofrecía re­
sistencia a sus exigencias. Pero tampoco la sociedad en la que estos crimi­
nales se movían, como el pez en el agua de Mao, era particularmente
amable. En varias ocasiones, por ejemplo, las multitudes apedreaban y
golpeaban hasta causarles la muerte a personas que habían sido puestas
en la picota por delitos particularmente impopulares como la sodomía o
el mantenimiento de prostíbulos. En cuanto a las multitudes que asistían
a las ejecuciones en la horca, mostraban gran regocijo y disfrutaban el es­
pectáculo en estado de ebriedad.
Algunas zonas geográficas permanecieron totalmente fuera de la ley a
comienzos del siglo XVIII, por ejemplo el bosque de Kingswood, justo en
las afueras de Bristol, Los mineros del carbón llevaban allí una vida salva­
je e indómita, a la que no tenían acceso ni los hidalgos ni ia Iglesia; se de
E l. D E R E C H O 221

dicaban a armar trifulcas, a fornicar, a beber, y en ocasiones a m archar


sobre Bristol aterrorizando a los ciudadanos. Fue necesaria la fuerte y
embriagadora infusión del metodismo para finalmente domarlos y que
fuera posible que la ley y el orden penetraran. El amotinamiento del si­
glo XVIII venía a ser una parte tan importante de la táctica de los plebeyos en
los procesos de negociación, como ha llegado a serlo actualmente la tom a
de rehenes. Ambos recursos han sido empleados para igualar las fuerzas
en conflicto y al hacer esto para divulgar una injusticia que ha sido
descubierta.
Se trataba de tina sociedad que estaba siempre tambaleándose al borde
de la anarquía; y en vista de esto, no es sorprendente que el poder legisla­
tivo recurriera cada vez más a la amenaza del “ Fatal Árbol de A lb ió n ”
la horca-—. Lo que realmente, sorprende es que en la práctica no se le
empleara con más frecuencia. Pero es que manteniendo así las cosas, fue
como aquél pudo arreglárselas de la manera más hábil para evitar que
este interminable conflicto entre los potentados y los desposeídos se des­
arrollara en una guerra de clases abierta y sangrienta. Las clases inglesas
acomodadas estaban preparadas para hacer frente a un nivel de violencia
eventual por parte de sus inferiores, que conduciría a la ley marcial y a la
suspensión de los derechos civiles en caso de ocurrir hoy día. L a idea
de que existe algo históricamente inusual con respecto al nivel reciente de
violencia observado en este siglo en los Estados Unidos es pura tontería,
como estos libros lo demuestran ampliamente.
En Wkzgs and Hunters, el señor Thompson gira en torno a un único
decreto parlamentario, reduciendo paulatinamente su enfoque al mismo,
la Ley Negra de 1723, la cual creó de un solo golpe cincuenta nuevos d eli­
tos capitales, todos concernientes a amenazas a la propiedad. Con objeto
de explicar dicha ley, se vio obligado a estudiar a los cazadores de vena­
dos, al gobierno forestal, a los cortesanos y a sus cotos de caza reales, y final­
mente al gobierno whig de Londres. En medio de todo esto, desafía a ge­
neraciones enteras de historiadores whig y en particular al trabajo en dos
volúmenes del profesor J. H, Plumb acerca del establecimiento del poder
whig por parte de Robert W alpole bajo Jorge I y jorge II. Declara categó­
ricamente: “ N o encuentro manera de saber quién... se benefició de la ad­
ministración de W alpole... además del círculo de las propias criaturas
auspiciadas por él." Aquí tenemos un revisionismo histórico con creces, el
cual desafía uno de los dogmas mejor establecidos de las pasadas décadas,
que W alpole fue el arquitecto de la estabilidad política, la prosperidad,
el predominio del derecho y la libertad política de los hombres acaudala­
dos en Inglaterra, que fueron la envidia del mundo civilizado de la época.
Se trató de un Estado y de una sociedad que fueron particularmente ad­
mirados por los filósofos y los reformadores franceses, aunque algunos de
222 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O

ellos también notaban cómo una cantidad extraordinariamente, grande


de ingleses parecían terminar en la horca o ser remitidos a América de
por vida.
El problema moral que estos libros plantean en última instancia es si
tales prácticas valieron el precio pagado a cambio de los beneficios recibi­
dos. En un pasaje fundamental, el señor Thompson identifica su tema de
estudio como un conflicto entre “ los pequeños depredadores” , por una
parte — los cazadores furtivos de venados, quienes cortaban los céspedes,
los ladrones de madera, los cuatreros, los comerciantes de carne de vena­
do, los pequeños extorsionadores armados — , y "los grandes depredado­
res” , por la otra. A estos últimos los define como los grandes oligarcas
whig, como el duque de Newcastle y sir Robert Walpole, que se esforza­
ban por arrebatar los cargos, el dinero, los emolumentos adicionales y el
patronazgo, y por englobar a la corona y a las tierras públicas en el proce­
so. “ Sus depredaciones eran inmensurablemente mayores y mucho más
perjudiciales... qu e las depredaciones de los ladrones de venados.”
El señor Thompson va todavía más allá y arguye que “ la vida política
de Inglaterra en la década de 1720 tuvo algo de la mórbida calidad de un
‘país bananero’. Se trata en este caso de una reconocida fase del capitalis­
mo comercial en la que los depredadores luchan entre sí por las preben­
das del poder, ya que aún no han acordado el someterse a normas y for­
mas racionales o burocráticas".
Son muchos los aspectos que resultan equivocados en esta concepción
neomarxista acerca del derecho y la sociedad del siglo XVIII planteada
por el señor E. P. Thompson. Quizá debería descartarse en primer lugar :
su enfoque referente a la siniestra clase patricia, a fin de que cuestiones
históricas más serias pudieran ser consideradas en su correcta perspectiva.
Veinte años de exhaustiva investigación acerca de la historia social inglesa
de comienzos de la época moderna sugieren que Inglaterra no era más
corrupta en la década de 1720, ni había estado más plagada de “ grandes
depredadores” de lo que lo había estado en cualquier época de los ante­
riores 180 años, o de lo que lo estaría durante los próximos cincuenta.
W alpole fue, de hecho, el último primer ministro inglés en hacer una
gran fortuna de su cargo —y hoy sabemos que el duque de Newcastle no
hizo ninguna.
Un historiador de la época más respetable y burocratizada de las
guerras napoleónicas que se remóntal a en el tiempo no encontraría nada
especialmente corrupto con respecto a la Inglaterra de la década de 1720;
mientras que uno que pudiera ver hacia el futuro partiendo de la década
de 1540 o la de 1620 encontraría una positiva mejoría. Tam poco es justo
describir a los whigs de la década de 1720 como “ una curiosa junta com­
puesta por especuladores políticos y políticos especulativos, funcionarios
E l- D E R E C H O 223

dedicados al corretaje de la bolsa que medraban a costa de las guerras de


Marlborough, serviles dependientes dentro de la jurisprudencia y la Ig le ­
sia, y grandes magnates hacendados". Ningún liderazgo de ningún parti­
do político ofrece un espectáculo muy decoroso cuando se le exam ina de
cerca, sin embargo los whigs contaron con el respaldo de la nación p olíti­
ca — y con justicia — que veía en ellos a una barrera en contra de la perse­
cución religiosa, el gobierno monárquico arbitrario, la represión policial,
la dependencia de Francia, lo mismo que de las aventuras militares qué se
traducían en altos gravámenes al tiempo que reduelan el comercio.
Aunque casi nunca dicen todo esto sin ambajes, los seis autores de una
nueva colección de ensayos proporcionan el material que se requiere para
hacer una crítica importante de otros aspectos del paradigma de T h o m p ­
son.5 En primer lugar, se muestra que la dicotomía patricio-plebeyo
conlleva una seria deformación de la estructura social inglesa del siglo
XVIII. Ignora por completo la transformación esencial de la época, defi­
nida principalmente por el auge notable y probablemente único en cuan­
to a la cantidad, la riqueza, el ocio y la educación de los “ estratos
medios” : los gendleshombres de menor rango, los grandes agricultores
arrendatarios, los pequeños profesionales, los negociantes, los hombres de
dinero, los pequeños comerciantes, los tenderos, los dependientes, los b o­
ticarios, los escribanos, los agrimensores, los auditores, los artistas, los gra­
badores, etc. Estas eran personas hacendadas y respetuosas do las leyes,
cuyas demandas en favor de una justicia igualitaria para todos, un proce­
so legal adecuado y una participación dentro del sistema político, lleva­
ron al movimiento wilkita, el cual gozó de una inmensa popularidad a fi­
nales del siglo XVlü, y finalmente al primer Proyecto de Reforma de
183?.. En segundo lugar, resulta engañoso tratar al derecho de la Ingla­
terra de los siglos XVII y XVIII meramente como un instrumento de opre­
sión al servicio de ciertas clases, punto de vista que sólo puede llegar a ser
verosímil reduciendo el enfoque al derecho penal. Inglaterra era una so­
ciedad profundamente legalista, y la coacción de los preceptos del de­
recho consuetudinario regía en la misma medida para los patricios que
para los estratos medios o los plebeyos. El derecho constituía una ideo­
logía umversalmente venerada que en su aspecto civil legitimaba al tiem­
po que limitaba la autoridad de los patricios. El derecho consuetudinario
vino a crear un derecho de múltiples usos, el cual podía ser fácilmente
explotado tanto por el acusado como por el acusador. Una de las de­
mostraciones más notables de esto fue la manera en que el radical John
Wilkes, fungiendo como un intérprete estricto de las leyes, se valió al pie
de la letra del derecho consuetudinario para desconcertar al presidente

5 An UnKOVcmublc Peo pie The and The.tr i.fl ¡v in lite Seventeenth and EtghCeenth Cen
lu tú s, comps. John Bicwcv y John Siylos, New Brunswick, N . }.. 19M0, p. 400
224 EL SU RGIM IENTO D E L M UNDO M O D ERNO

del tribunal Mansfield con su punto de vista imparcial acerca de su fun­


ción como juez.
N adie que lea este ensayo de Brewcr puede aún creer que el derecho
haya sido una mera herramienta de los patricios para mantener la opre­
sión social. Esta conclusión se halla avalada por otro ensayo acerca de los
acuñadores de Yorkshire, en el que se muestra de manera concluyente
que la élite se encontraba dividida en cuanto a sus intereses y opiniones,
y que los acuñadores aprovecharon hábilmente las sinilez,as del derecho.
Incluso cuando los acuñadores — todos ellos comerciantes respetables —
se reunieron para pagar a algunos rufianes porque asesinaran a un re­
caudador del impuesto de consumo demasiado celoso de su deber, las
fuerzas del orden no lograron persuadir al jurado local de que condenara
a los asesinos, los cuales tuvieron que ser puestos en libertad. Es verdad
que el principal acuñador, “ El Rey David", fue condenado y ejecutado
y que los asesinos fueron finalmente condenados (cinco años después)
— por robar el cadáver de la víctima — , empero una enorme multitud se
congregó para evitar que las autoridades colgaran encadenados los cadá­
veres de los asesinos ejecutados. Es evidente que instituciones como los ju­
rados y la picota, ya no digamos el amotinamiento del populacho, aña­
dían un elemento de participación popular a todo el proceso judicial y penal.
H oy nos resulta del todo clavo que tanto el derecho mismo, como sus
procedimientos administrativos, limitaban severamente el poder de los
patricios. La mayoría de ellos es obvio que deseaban establecer una so­
ciedad respetuosamente armoniosa, pero no estaban dispuestos a pagar el
precio de un aparato de Estado autoritario para alcanzarla, y eran inca­
paces de lograr sus propósitos por la vía del derecho. En las localidades, el
gestor a cargo del cumplimiento de la ley era el policía aficionado, quien
se hallaba bajo la supervisión incierta del juez de paz aficionado. Ambos
tendían a concentrarse en evitar problemas y en llevar la fiesta en paz.
Los jueces de paz. “ patricios" constituían resistencias pasivas a las impopu­
lares leyes estatales aprobadas por los miembros “ patricios” del Parla­
mento en lo referente a asuntos como el otorgamiento de permisos para
las cervecerías, las apuestas, la irreverencia, el incumplimiento del sabat,
los delitos menores de carácter sexual y la falta de asistencia a la iglesia.
Únicamente aquellos que estaban fuera de la “ comunidad moral” de la
aldea tendían a ser sometidos a juicio.
Por último, la distinción entre delito nefario y delito “ social” resulta en
ocasiones difícil de delimitar cuando se analizan estos conceptos detenida­
mente, amén de que tampoco es muy útil como herramienta analítica.
Los salteadores de caminos que empleaban sus cachiporras para romperle
la cabeza a sus víctimas por razones de lucro personal quedan claramente
comprendidos dentro de la primera categoría, mientras que los amotina-
EL DERECHO 225

dores —con frecuencia mujeres— que se apoderaban de los granos y los


vendían a un “precio justo” quedan claramente comprendidos a su vez
dentro de la segunda. ¿Pero qué decir acerca de ese otro tipo d e ban dole­
ros que frecuentemente eran tenidos como héroes populares debido a sus
caballerosas baladronadas y su habilidad para despojar a los ricos? ¿Son
acaso ellos los “ bandidos sociales” de Hobsbawm? ¿Y qué acerca de
quienes hundían barcos en Cornwall, los cuales gozaban también de un
amplio respaldo comunitario y de reivindicación moral? ¿Ha de clasifi­
cárseles. por lo tanto, como delincuentes “ sociales” , no obstante que eran
hombres que atraían a los barcos en medio de una tormenta hacia los es­
collos, y dejaban desnudos y/o asesinaban a los sobrevivientes que forcejea­
ban por llegar a la orilla? El caso de los acuñadores de Yorkshire nos
muestra de qué manera la distinción entre delito normal y delito “social"
se halla irremediablemente empañada, ya que los acuñadores se enrique­
cían mediante la falsificación de dinero, con lo cual socavaban la econo­
mía nacional. Y a pesar de esto, proporcionaban a la comunidad local los
medios necesarios de cambio que el gobierno debería haber suministrado,
lo cual les granjeaba un amplio respaldo local.
Lo que permanece incólume con respecto al paradigma de Thom pson,
es en primer lugar el hecho nada sorprendente de que el derecho penal
— aunque no el derecho civil — , era de hecho en última instancia un ins­
trumento al servicio de la élite para proteger la vida y los bienes de sus
miembros y de otras personas mediante el ejercicio de un terror selectivo.
¿Pero qué otra cosa ha hecho siempre el derecho penal? En segundo lu ­
gar, existía indudablemente una “ economía moral de la multitud” , que
es la que animaba a los amotinadores de granos, a quienes cumplían una
condena por causa de sus deudas y a ciertos otros grupos locales que sen­
tían que el derecho no correspondía a la justicia natural. Una vez más, es­
to difícilmente resulta nuevo.
Liberados de los constreñimientos del paradigma neomarxista, avanza­
mos hacia una nueva etapa en la historiografía de las formas de funciona­
miento del sistema legal del siglo XVIII. Actualmente estamos en libertad
para analizar la interacción que.se dio en el siglo XVIII entre una sociedad
compleja de clase media y su gobierno, al igual que el conflicto entre las
ideas acerca de la propiedad, la autoridad y el respeto, por una parte, y
aquellas acerca de la igualdad ante la ley, la libertad y la justicia natural,
por la otra. Inglaterra surge en el siglo XVÜI como una sociedad ingober­
nable, desordenada y casi anárquica, tenuemente unida merced a un res­
peto profundo y compartido por el derecho consuetudinario, lo mismo
que a un consenso compartido con respecto a los derechos legítimos aunque
limitados del patemalismo; y merced a supuestos compartidos acerca de
las relaciones sociales, y al uso intermitente del terror o de su amenaza.
226 EL SURGIMIENTO DEL M U N DO M ODERNO

Este nuevo trabajo vino a echar por tierra primero las interpretaciones
namieritas, y posteriormente las interpretaciones neomarxistas, acerca
del gobierno y la sociedad ingleses del siglo XVIU, lo mismo que acerca de
sus actitudes hacia el derecho, el delito y los amotinamientos, El resultado
ha sido una comprensión mucho más refinada y llena de matices de la re­
lación del derecho con la sociedad.
XIJ. LA UNIVERSIDAD

¿CUÁL fue el propósito de la universidad inglesa en los siglos XVI y XVH?


En el Medievo su función había sido la de servir como una escuela de ins­
trucción profesional. Sus alum ni se especializaban en derecho civil y en
derecho consuetudinario, llegaban a formar parte de las jerarquías supe­
riores del clero, ya que un grado académico en derecho canónico era algo
que cada vez deseaban más aquellos que aspiraban a ser ascendidos. Los que
dejaban la universidad sin haber obtenido un grado académico se conver­
tían en su mayoría en párrocos.
Puesto que el currículo universitario tenía un carácter exclusivamente
escolástico y legal, las élites de las clases altas tendían a mantenerse al m ar­
gen de las universidades, las cuales tenían poco o nada que ofrecerles a no
ser que pretendieran hacer carrera dentro.de la Iglesia. Los estudiantes, por
consiguiente, provenían de hogares bastante humildes, Algunos de ellos
eran confinados en colegios destinados al clero secular o monástico, aun­
que la mayoría llevaban vidas libres y carentes de normas como
miembros de comunidades sin mucha cohesión conocidas como Halls.*
Durante la Reforma, este tipo de universidad medieval desapareció en
forma pasmosa y súbita. Los colegios monásticos fueron suprimidos al d i­
solverse los monasterios, al tiempo que los Halls desaparecieron casi por
completo. Fueron fundados muchos nuevos colegios, cuyas dos nuevas ca­
racterísticas consistían en que entre el estudiantado se incluían muchos
hidalgos que seguían una carrera secular, y en que aquél era sometido a
una estricta disciplina, la cual venía a ser reforzada por altos muros, una
constitución jerárquica y severos castigos en caso de desobediencia, inclu­
yendo el inirabile diclu o castigo corporal, Fue así como llegó a su térmi­
no la antigua vida despreocupada del estudiante medieval.
La última etapa de este proceso de rigor institucional tendría lugar en
la década de 1570 en Cambridge y la de 1630 en Oxford, cuando nuevos
estatutos universitarios vinieron a transformar la distribución del poder
político: la última palabra en cuanto a toma de decisiones le fue quitada-
a la vieja democracia de participación constituida por el cuerpo docente
subalterno, y concedida a una reducida oligarquía de rectores de cole­
gios. El desarrollo del orden y la jerarquía dentro de la sociedad y la polí­
tica Tudor estuvo por lo general acompañado, por consiguiente, en for-

* Especie de vestíbulos o paraninfos donde se congregaban los estudiantes. [T.]


227 ,
228 EL SU RGIM IENTO DEL M U N D O M O D ERNO

ma estrechamente paralela por el desarrollo del orden y la jerarquía


dentro de las universidades.
Conforme la crisis de la Reforma se agudizó, el Estado decidió que lo
que ocurría en las universidades era demasiado importante para ser
abandonado a los académicos, por lo que comenzó a interferir en ellas di­
recta y vigorosamente. Puesto que el material que los intelectuales tienen
en existencia son las ideas, inevitablemente se encuentran sometidos a
fuertes presiones de todas partes en tiempos de crisis política y religiosa,
mientras que en tiempos de más sosiego, cuando los intereses económicos
tienden a prevalecer, se les deja más o menos en paz. El cuerpo docente
de una universidad está siempre compuesto en gran medida por hombres
conservadores y faltos de imaginación, en extremo deseosos por seguir su
curso de acuerdo con las normas establecidas, pero normalmente com­
prende también a un mínimo de personas cuyo producto intelectual es in-
novativo. En épocas como los siglos XVI y XVII, este tipo de personas
fueron estrechamente vigiladas con objeto de asegurarse de que las ideas
por ellas generadas fueran compatibles con la autoridad eri vigor.
Por otra parte, los miembros del cuerpo dór ente fueron importantes de
otra manera, ya que estuvieron a cargo tanto de los futuros generadores
de opiniones y propagandistas —el clero — , como de la élite secular en el
poder, en los años en que se supone ambos llegaron a ser más susceptibles
a las ideas de aquéllos. Y así los catedráticos y los rectores del siglo XVI es­
tuvieron sometidos a una considerable presión por parte dei Estado a fin
de garantizar su avenencia religiosa y política. A través de la poderosa
influencia del canciller universitario, quien fue siempre una figura
política principal, lo mismo que a través del cada vez más difundido siste­
ma de prebendas de la corte, el gobierno inglés logró interferir cada vez
más en la elección de las direcciones de las facultades, de la misma mane­
ra que en el otorgamiento de becas tanto para graduados como para no
graduados, recurriendo a cartas de recomendación, cabildeos e incluso
amenazas.
Dos enormes y opulentos establecimientos reales, Triníty en Cambridge
y Christ Church en Oxford, proporcionaron a la corona un poderoso apo­
yo para ejercer su patronazgo dentro de las universidades, mismo que se
vio facilitado aún más con la creación de cargos de. Regius Piofessor*
dentro de asignaturas que la corona estaba ansiosa de fomentar. Esta
múltiple invasión de la universidad por parte del Estado durante finales
del siglo XVI tuvo consecuencias de mayor alcance que la segunda inva­
sión ocurrida a finales del siglo XX, y cuyo propósito ha sido la promoción
de la ciencia y de los científicos.
* Erofesot a quien se otorga una cátedra por dádiva real en las universidades de Oxford o
Cambridge. [T.j
LA UNIVERSIDAD 229

Dentro de esta nueva estructura institucional fluía un alud cada vez


mayor de estudiantes provenientes de dos grupos sociales. El prim ero con ­
sistía en diversos elementos de la clase media baja: hijos de comerciantes,
tenderos, pequeños terratenientes, alabarderos, labradores y artesanos de
primera categoría, los cuales frecuentemente sufragaban sus gastos por
medio de becas o de trabajos domésticos alrededor de los colegios. Es de
suponerse —aun cuando esto no haya sido todavía probado— que m u ­
chos, si no es que ca3Í todos, de estos hombres tenían corno meta obtener
un grado académico y hacer carrera corno clérigos dentro de la nueva Ig le ­
sia anglicana. Era ahora que el laicado se hallaba expresando exigencias
¡ inauditas para ia formación de un clero culto y responsable, que un grado
; universitario se estaba volviendo algo cada vez más deseable, incluso para
* un párroco. Otra de las ocupaciones que estaban abiertas para quienes se
j graduaban y eran de origen plebeyo era el oficio de maestro de escuela,
j consistente en enseñar a leer y a escribir, conjuntamente con la gram ática
■j latina, al creciente número de niños cuyos padres estaban dispuestos a
r, pagar por tales cosas.
F.i segundo elemento importante dentro del cuerpo estudiantil, cuyo
] número crecía rápidamente, estaba conformado por los hijos de la élite
i! laica (desde los nobles basta los hidalgos), quienes por primera vez en la
:! historia eran enviados por sus familias a la universidad durante dos o tres
| años, aunque en la mayoría de los casos sin ninguna intención de obtener
( un grado académico. N o está del todo claro lo que estos hombres espera-
1 barí obtener de su estancia en la universidad, pero ciertamente que ésta
i incluía la adquisición de sólidos fundamentos de retórica, latían clásico y
] la Biblia. De la universidad pasaban al Colegio de Abogados de Londres
í con objeto de aprender algo de derecho consuetudinario, y es posible que
vr después realizaran el Grand Tour* para adquirir refinamiento social, es-
tudiar lenguas y ampliar su experiencia acerca del mundo.
Como resultado de esta enorme afluencia de los hidalgos, las universi
i dades se encontraron desempeñando una doble función: por una parte,
i proporcionaban instrucción formal a aproximadamente la mitad del
; cuerpo estudiantil, proceso que culminaba en un examen final y la obten ­
ción de un grado académico con miras a ejercer una carrera profesional;
y por otra, proporcionaban a la mitad restante aquello que pensaban
podía serles útil antes de asumir sus puestos hereditarios entre la élite d o­
minante. Esta doble función es algo que debe resultarnos bastante fam i­
liar hoy día, ya que constituyó la norma tanto en Oxbridge como en la
Ivy L.eague** entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX.

• Cían recorrido por Europa que hadan los hijos de las élites. [T.J
** Grupo (lo universidades del noroeste de los Estados Unidos de gran prestigio académico y social. [T.J
230 FX SU RGIM IENTO DEL MUNDO M ODERNO

Estas transformaciones sociales y organizativas dentro de la universidad


se hallan actualmente bastante bien establecidas. Lo que resulta mucho
menos claro, sin embargo, es qué era exactamente lo que los estudiantes
estudiaban. La educación del clero permaneció como una función pin
mordial de la universidad, pero exactamente lo que debía impartírseles a
él y a los hidalgos recientemente ingresados era un asunto sobre el que los
rectores y los catedráticos recibían gran cantidad de consejos contradic­
torios: los humanistas seculares recomendaban el estudio de los clásicos,
especialmente de Cicerón; los humanistas cristianos proponían combinar
el estudio de los clásicos con el estudio de la Biblia y de la ética; los puri­
tanos, ia enseñanza de la Biblia y de los comentarios bíblicos calvinistas;
los conservadores académicos, el apegarse al escolasticismo y a Aristóte­
les; los innovadores científicos, la enseñanza del pragmatismo baconiano;
y los reformadores sociales, el proporcionar a las clases superiores una
educación "útil” que comprendiera lenguas modernas europeas, literatu­
ra, política e historia.
La transformación más importante que puede sustentarse en pruebas
documentales fue la proscripción categórica de la enseñanza del derecho
canónico por parte del Estado poco después de la Reforma, lo cual vino a
abolir en forma tajante una de las principales funciones de las universida­
des durante la Edad Media, la formación de juristas canónicos. Inciden-
talmente, esto hizo que se le concediera al Colegio de Abogados de
Londres el indiscutible monopolio de toda la educación legal del país.
Con objeto de averiguar qué otra cosa ocurrió realmente además de lo an­
terior, es preciso que intentemos lograr todo el esclarecimiento posible a
partir de las pocas guías para estudiantes que aún sobreviven, lo mismo
que de los muchos cuadernos de apuntes de ellos de que disponemos.
Según el profesor Kcarncy,1 a mediados del siglo X V I se manifiesta un
enfrentamiento de dos humanismos. El primero, al cual denomina "hu­
manismo cortesano” , exigía un estudio detenido de los clásicos con objeto
de fortalecer la lealtad de los hidalgos al Estado y a las doctrinas estable­
cidas. Éste floreció en la década de 1530 y se prolongó hasta la de 1550,
para ser sustituido por el “ humanismo rústico", que ponía énfasis en la
piedad y la virtud ames que en la instrucción, y que daba mayor atención
a los estudios bíblicos y a la historia. La época isabelina fue testigo de la
introducción del ramismo en Cambridge, aunque difícilmente en Ox­
ford, una especie de lógica del hombre simple con la cual acometer en
contra tanto de las obsesiones lingüísticas y gramaticales de los humanis­
tas, como de la servil pedantería de los aristotélicos.

1H. F, Kcat aey, Scholars and Gentlemcn: Vnwerst'ltes and Soctety in Fre-lndustrial Brííain,
1500-1700, Ithaca, 1070.
LA U NIVERSIDAD 2S1

El ramismo ponía de relieve el contenido antes que la forma, au n qu e se


le asoció con el radicalismo religioso —no se sabe a ciencia cierta có m o - ,
por lo que se le suprimió eficazmente tanto en Inglaterra como en Escocia
hacia finales del siglo. En la década de 1590 se desarrolló una fu erte reac­
ción a favor del escolasticismo medieval, la cual es vista por el profesor
Kearney como parte de una tendencia conservadora general a com ienzos
del siglo XVII.
El profesor Kearney reconoce que durante las décadas revolucionarias
de 1640 y 1650, el baconismo estuvo brevemente en boga entre u na m ino­
ría de rectores y catedráticos, pero arguye que en la práctica no fue
mucho lo que las universidades cambiaron, Incluso los mismos líderes
científicos creían que la ciencia no tenía lugar dentro de un currículo para
estudiantes aún no graduados. Seth W ard, el futuro historiador de la So­
ciedad Real, preguntó sin rodeos en una ocasión: "¿Quiénes entre la
nobleza y los hidalgos tienen el deseo cuando envían a sus hijos aquí de
que éstos se dediquen a la química, la agricultura o la mecánica?"
[Quién, en verdadl En cualquier caso, la clase dominante estaba en ese
entonces precipitándose rápidamente de nuevo en el escolasticismo tradi­
cional, en el que veía un baluarte en contra de las ideas socialmente
subversivas de los sectarios radicales. En ambos lados del Atlántico las uni­
versidades estaban siendo objeto de ataques por parte de las sectas, las
cuales denunciaban a la "tonteriversidad” como el núcleo de ferm enta­
ción de una cerrada clase profesional compuesta de ministros, abogados y
doctores incapaces de hablar directa y claramente a la gente, y que se va ­
lían de sus conocimientos para proteger y promover sus intereses egoístas.
Sin embargo, los rectores, los catedráticos y los miembros de las diversas
profesiones rechazaron este ataque con la ayuda del poder laico —el caso
de John Winthrop en Massachusetts y de Cromwell en Inglaterra — , ío
que hizo que el antiguo currículo sobreviviera virtualmente intacto.
Los rectores, los catedráticos y los estudiantes posteriores a la Restaura­
ción heredaron, en consecuencia, un currículo hecho de escolasticismo y
del estudio de los clásicos, "los antiguos", a quienes defendían tan vehe­
mentemente en contra de los ataques de "los modernos” , tales como las
lenguas, la historia y las traducciones de dichos clásicos. En medio del p a ­
roxismo de su celo reaccionario, la Universidad de Oxford prohibió a los
estudiantes en 1683 la lectura de las obras de diversos enemigos del pensa­
miento seguro (ordenando que fueran quemadas públicamente), tales como
el congregacionista independiente Milton, el presbiteriano Baxter, el car­
denal católico Bellarmine y el escéptico Hobbes, La razón de este conser­
vadurismo global dentro de las universidades de finales del siglo XVII es,
según el profesor Kearney, que éstas estaban conformadas por dos grupos
sociales en decadencia, los hidalgos y ei clero, los cuales estaban siendo en
232 EL SURGIM IENTO DEL MUNDO M O D ERNO

ese momento superados en número, al tiempo que rebasados en otros as­


pectos, por las clases adineradas y comerciantes, lo mismo que por los di­
sidentes.
Bajo la tensión de esta amenaza social, los rectores, los catedráticos y
los estudiantes se refugiaron en un conservadurismo reactivo, como últi­
ma defensa desesperada en contra de la marejada del futuro. Mediante la
buida a! escolasticismo y los clásicos, esperaban preservar los antiguos va­
lores caballeresco-clericales dentro de un mundo capitalista extraño, cu­
yos voceros intelectuales eran Descartes y L.ocke. Dentro de la batalla
entre los antiguos y los modernos, la supremacía de los primeros en el seno
de las universidades y de los segundos al margen de las mismas tiene, por
consiguiente, una profunda significación social, por lo que no debería
considerársele meramente como un epifenómeno de la historia de las ideas.
Según el punto de vísta del profesor Keamey, el efecto que tuvieron las
universidades en este periodo de doscientos años fue fortalecer las fuerzas
del conservadurismo socia) e intelectual. Ellas eran el principal instru­
mento que polarizaba a la sociedad en dos grupos distintos en cuanto a su
condición y en dos subculturas, los miembros con modales caballerosos de
la “ sociedad refinada” y el resto de la población, los cuales se hallaban se­
parados. por un hiato definido por un estilo ocioso de vida, cuya
característica más visible era una constante familiaridad con el latín.
Los plebeyos podían adquirir la condición de bien nacidos mediante
una educación universitaria y una carrera dentro de la Iglesia, institución
que se hallaba ahora bajo el control de la élite laica, y en la que los
progresos dependían del favor de los benefactores de los hidalgos. Su
estancia en la universidad proporcionó a los hidalgos una experiencia
educativa común y sirvió pava crear una élite nacional que se encontra­
ba unificada tanto en su perspectiva como en su cultura, y que se distinguía
claramente del resto de la nación. Además, la tendencia curricular en la
que se proponía un regreso al escolasticismo, y que sobrevino a finales del
siglo XVi, creó el trasfondo intelectual para el régimen autoritario de
Carlos I y del arzobispo Laúd durante la década de 1630. Esta tendencia
explica también por qué los líderes revolucionarios de la década de 1640
eran hombres viejos e irascibles, casi diez años mayores que los partidarios
realistas. Según el profesor Kearney, aqxiéllos habían sido educados en las
universidades de acuerdo con el currículo bíblico isabelino, en tanto que
éstos lo habían sido de acuerdo con la teología escolástica y con los Padres
de la Iglesia; se consideraba que el primero era un incentivo para el radi­
calismo y que los segundos lo eran para el conservadurismo.
El profesor Kearney ha propuesto una tesis bastante audaz y original
que abre una puerta a los muchos misterios acerca de la historia social e
intelectual inglesa con respecto a un periodo crítico de doscientos años. Se
L A U NIVERSIDAD 255

trata en este caso de un libro original y apasionante en muchos aspectos,


el cual habrá de proporcionar temas de discusión y de investigación en
muchos de los años por venir. Se halla animado por súbitos destellos de
gran discernimiento y por afirmaciones provocativas. Pero por im p re­
sionante cjue sea la proeza intelectual que ha generado una síntesis tan
atractiva, desafortunadamente hay razones para pensar que la m eto d o lo ­
gía es deficiente y que muchas de las conclusiones carecen de prueba o no
son ciertas.
Hay cuatro defectos metodológicos en el libro del profesor Kearney,
cualquiera de los cuales bastaría por sí solo para restarle seriamente valor.
En primer lugar, se basa en un supuesto fijo, a saber, que la universidad
era una institución que no únicamente se pretendía que funcionara, sino
que de hecho lo hacía así, como un sistema de control social e intelectual
para fortalecer el monopolio de la élite existente sobre las posiciones de
elevada jerarquía, al igual que para formalizar y reforzar las distinciones
de clase, y para propagar la ideología conservadora. Se da por sentado
que la universidad vino a ser, tanto en su intención como en la práctica,
uno de los elementos más importantes del sistema represivo que mantenía
el statu quo social.
El hecho de que los gobiernos y las élites dominantes han tratado en
épocas pasadas de usar el sistema educativo para este tipo de propósitos,
es algo que consta en los registros de la historia. Fue apenas en el siglo XX
cuando los liberales trataron de usar el sistema pava crear una sociedad
cuyas bases fueran la igualdad de oportunidades y la alta movilidad so­
cial. Pero la medida en que las universidades funcionaron efectivamente
de esta manera, y el grado en que constituyeron resistencias o pérdidas de
fuerza internas, eso es un asunto completamente diferente.
En la práctica, las universidades han desempeñado casi siempre dos
funciones abiertamente contradictorias. Por una parte, han servido para
encauzar a los hijos de la élite a posiciones elitistas, endureciendo así la
estructura social; y asimismo han transmitido la cultura tradicional here­
dada del pasado a cada nueva generación. Por otra parte, han abierto
senderos, amplios o estrechos, por los que los hijos con talento de las cla­
ses humildes (aunque normalmente no de la dase dedicada a trabajos
manuales) han podido tener acceso a las filas de ía élite', y también han
proporcionado refugios relativamente seguros a la libertad intelectual
dentro de un universo onerosamente censurado, que han hecho posible el
que surjan nuevas ideas y nuevos hechos que vengan a desafiar tanto al
sistema social existente como a su concomitante conjunto de valores.
Sin este reconocimiento de la función esencialmente ambivalente de las
universidades —socialmente un bloque y un cedazo, intelectualmente un
puntal y una mina terrestre— es imposible comprender la función que
234 EL SU RGIM IENTO DEL M UNDO MODERNO

han desempeñado dentro de la sociedad occidental durante los últimos


trescientos años. El poner énfasis exclusivamente en la segunda función,
de carácter innovativo y socialmente móvil, conduce a las exageradas pre­
tensiones de los liberales del siglo XX que han visto en la universidad sólo
una fuerza de transformación social e intelectual. Por otra parte, el poner
énfasis exclusivamente en su función reaccionaria y socialmente estabili-
zadora viene a ratificar la denigración marxista de la importancia de la li­
bertad de pensamiento y de expresión dentro de la universidad, ya que ésta
es considerada nada más que como un epifenómeno de la cultura bur­
guesa. “ El afirmar que la escuela está por encima de la vida y por encima
de la política, es una mentira y una hipocresía", escribió Lenin, quien
procedió en consecuencia a aplastar la libertad de pensamiento dentro de
las universidades rusas. Esta doctrina ha sido adoptada de nuevo por los
estudiantes más radicales en Europa y en los Estados Unidos, los cuales
también estiman que la universidad y la libertad de opiniones dentro de
ella son meras fachadas y apoyos del complejo militar-industrial existente.
Sin embargo, son graves los errores históricos que se desprenden de la
adopción del supuesto de que “ las universidades son los órganos intelec­
tuales de la élite dominante". De esta manera, a pesar de los esfuerzos del
gobierno por acabar con la disensión, las universidades inglesas de esta
época desempeñaron un papel absolutamente vital en cuanto a la propa­
gación del puritanismo tanto a través de las sociedades laicas como de las
clericales. Los intelectuales puritanos acapararon los puestos en los con­
sejos y en las cátedras de la facultades, y desde allí inculcaron sus
ideas subversivas a una generación tras otra de los hidalgos y del clero
parroquial.
De manera similar, los ataques de los teóricos del libre albedrío en
contra de las ideas calvinistas aceptadas sobre la predestinación fueron
lanzados también dentro de las universidades, a pesar del hecho de que el
calvinismo conformaba una parte de la doctrina anglicana oficial. Y
cuando el arminianismo se volvió finalmente oficial en la década de 1620,
la oposición a él continuó dentro de las universidades, incluso en el clí­
max de la tiranía laudiana. Las universidades sólo se volvieron plenamen­
te conformistas a finales del siglo XVII, exagerando entonces su entusias­
mo por el statu quo en tal grado que les fue sumamente difícil adaptarse
a la revolución de 1688, y de allí en adelante tendieron a convertirse en
centros de desafección de los altos lories.
En cuanto a la función de las universidades como agentes de la movili­
dad social, la cantidad tan elevada de hombres de origen humilde que se
insciibían en ellas habla por sí sola. Independientemente de todo lo demás
que pudieran haber sido durante este periodo, las universidades y los co­
legios no constituyeron refugios exclusivos de la élite social.
L A U NIVERSID AD 236

El segundo error del libro del profesor Kearney consiste en su organ iza­
ción de la historia intelectual en torno a una dialéctica h egelian a de
opuestos conservadores y radicales, En primer lugar, todas sus categorías
son erróneas. Es falso identificar los estudios clásicos con el conservaduris­
mo en el siglo XVII, por más que esto pueda ser verdad boy día. D e hecho,
Hobbes argüía lo contrario, que la Revolución inglesa habla sido causada
en gran medida por la exhaustiva lectura de republicanos subversivos
como Cicerón, Tácito y Séneca.
N o resulta sensato denominar a Eliot un “ humanista cortesano” y a
Lawrence Humphrey un “ humanista rústico” , ya que ellos m eram ente
representan diferentes etapas en el proceso de aclimatación de un p ro ­
totipo italiano, antes que posiciones intelectuales bien delimitadas.
Humphrey estaba únicamente adaptando un modelo renacentista a una
sociedad reformista, y en tanto protegido de los condes de Leicester y
Warwick no es posible describirlo como una figura en algún respecto m e­
nos "cortesana" que Eliot. En cuanto a la teología escolástica, es verdad
que los Primeros Padres de la Iglesia son un alimento espiritual menos p e ­
ligroso que el Nuevo Testamento. Empero, la confianza servil en la Biblia
como fuente de toda autoridad, difícilmente puede ser más liberadora como
doctrina que una confianza servil en Aristóteles. Los opuestos del doctor
Kearney no son en modo alguno tan antagónicos como él afirm a, como
tampoco resultan tan obvias las consecuencias de adoptarlos.
Además, misteriosamente, ignora por completo a la teología y, en con­
secuencia, no alcanza a advertir la principal pugna intelectual que des­
garró a Oxford y a Cambridge entre 1590 y 1640, a saber, la disputa entre
los calvinistas preconizadores de la predestinación y los arminianos sus­
tentadores del libre albedrío acerca de la doctrina de la gracia. Esta
fue una de las cuestiones más ardientemente debatidas de la época, la
cual habría de tener las más serias consecuencias políticas una vez que
Carlos I hiciera pender todo el peso de la influencia cortesana sobre
los arminianos.
Tam poco es del todo satisfactorio tratar al ramismo, al baconianismo,
al cartesianismo y a los modernos como partes intercambiables de una
máquina intelectualmente progresista. N o es posible ajustar fácilmente al
ramismo dentro de un espectro de izquierda-derecha, excepto en la m edi­
da en que en Cambridge éste vino a ser claramente asociado con el puri­
tanismo de Cartwright y de sus seguidores. Los baconianos y los carte­
sianos eran opuestos en cuanto a su enfoque acerca del método científico,
en tanta que muchos modernos rechazaban la ciencia como inapro­
piada para la educación de un caballero. Con objeto de sostener su dico­
tomía conservador/progresísta, el profesor Kearney se ve obligado en
ciertos lugares a abandonarse a un pensamiento anacrónico. Por ejem-
2SC El, SURGIMIENTO DEL M UNDO MODERNO

pío, considera que la creencia en la astrología, es decir en el efecto de los


cuerpos celestes sobre la personalidad y la suerte del individuo, viene a ser
una prueba del pensamiento conservador. Empero, este era un supuesto
estándar en el siglo XVII, común tanto a muchos de los nuevos científicos
como a los aristotélicos, por lo que no es pasible deducir nada a partir de él.
En cualquier caso, aun cuando las categorías del profesor Kearney
fueran correctas, que no lo son, su sistema de polaridades seguiría siendo
falso, ya que no es así como las ideas operan. Las nuevas ideas se infiltran
en las antiguas, fluyen clandestinamente y afloran en lugares inespera­
dos, se mezclan subrepticiamente, o incluso coexisten codo a codo sin que
se dé por ello conflicto o fusión. Un sistema de creencias o de valores rara
vez desafía a otro en forma directa para derrocarlo finalmente en una
única lucha caiaclísmica. Se trata más bien de un asunto de guerra de
guerrillas, de infiltración secreta y de una final adaptación mutua.
El tercer error consiste en el modo grosero como el profesor Kearney
relaciona las ideas o los conjuntos de ideas directa y funcionalmente con
los supuestos intereses de ciertas clases. Este burdo y abrupto enfoque
acerca de la historia intelectual no permite ninguna form a de avance en
nuestra comprensión de la sociología del conocimiento. Bajo este trata­
miento reduccionista, el intelectual desaparece como un individuo capa?,
de hacer una aportación personal y única, convirtiéndose meramente en
el símbolo de una clase o de ciertos intereses.
De este modo, el profesor Kearney no únicamente asocia a los clásicos,
al escolasticismo aristotélico y a los Primeros Padres de la Iglesia con el
conservadurismo; también asocia al conservadurismo con los hidalgos.
Todo lo demás — los estudios bíblicos, el ramismo, el cartesianismo, el
baconianismo, los modernos— es considerado no sólo como algo potencial­
mente subversivo, sino también como algo vinculado a los comerciantes.
Esta adhesión de programas curriculares específicos a ciertos grupos so­
ciales como los hidalgos y los comerciantes no es otra cosa que mera pala­
brería, a la que no respalda ni un ápice de pruebas. Por ejemplo, ¿cómo
es posible argüir que la fuerza de la posición de Locke "dependía esencial­
mente de la apelación que él hacía a los nuevos grupos sociales... a los in­
tereses de los adinerados” ? (p. 159), En su tratado sobre la educación, a
Locke le preocupa específica y exclusivamente la educación de un joven
caballero hacendado, y sus indudables vínculos con los líderes del partido
whig difícilmente lo convierten en un reformador educativo en lo concer­
niente al interés mercantil.
Las bases sociales del modelo no se hallan mejor fundadas que las inte­
lectuales. La reducción en las inscripciones de los estudiantes de las clases
altas después de 1670 no puede explicarse mediante ninguna declinación
hipotética de los hidalgos frente a la competencia de los comerciantes. Si
I.A U NIVERSID AD 237

bien es cierto que los bajos hidalgos se hallaban en dificultades fin a n ­


cieras en esa ¿poca, los altos hidalgos y la nobleza se encontraban en una si­
tuación próspera, y no obstante ello estos últimos desertaban de las u n i­
versidades tan apresuradamente como aquéllos. L o que observamos a
finales del siglo XVH es un rechazo masivo del valor de la form ación u n i­
versitaria como preparación para la vida como miembro de la élite. L a
asistencia de los hidalgos a la universidad disminuyó no debido a que
representaran una clase social en decadencia, sino porque no op tab an ya
por enviar a sus hijos allí.
En cuanto a la segunda clase supuestamente decadente, el clero, el n ú ­
mero de sus miembros era estacionario, su status iba en ascenso, mientras
que sus finanzas ciertamente que no empeoraban y pronto m ejorarían
merced a la generosidad de la reina Ana. Por otra parte, se estaba co n v ir­
tiendo rápidamente en el aliado social de los hidalgos, la sólida columna
vertebral del partido tory, al tiempo que estaba comenzando a infiltrarse
en las magistraturas de los tribunales de justicia. ¿Qué sentido tiene
describir al periodo posterior a 1689 como "la época de la disensión”
(p. 158), si de hecho fue en él cuando se observó la consolidación de los
terratenientes y los pastores como las élites dominantes dentro de las zo­
nas rurales?
Es falso suponer que se da una correlación exacta entre lo que ocurre
en la universidad y las necesidades de la sociedad exterior. Esto equivale a
tomar las desorientadas nociones funcionalistas de los sociólogos m o d er­
nos demasiado en serio. Como todo historiador sabe, todas las institu­
ciones sociales son parcialmente funcionales y parcialmente anticuadas,
vestigiales, o incluso francamente “ disfuncionales’’ . Esto se debe a que to ­
das ellas tienen una historia y una„vida propias, y a que su respuesta a la
presión externa es consecuentemente imperfecta, tambaleante, tardía, e
incluso reactiva.
La historia de la educación superior en Occidente durante los últimos
cuatro siglos no avala el supuesto de que los contenidos de la enseñanza
universitaria se hallan directa y funcionalmente vinculados a las necesida­
des de la sociedad. Las tres grandes e indisputables aportaciones de la
universidad a la sociedad han sido la preservación de la herencia cultural
de la civilización; el progreso en cuanto al saber, ci cual significa el incre­
mento en cuanto al acervo de información láctica, y la formulación de
nuevas ideas tanto acerca de la naturaleza como de la sociedad; y p or ú lti­
mo, la preparación técnica de estudiantes graduados para las diversas
profesiones —que hasta muy recientemente comprendían la carrera ecle­
siástica, el derecho y la medicina, y que ahora abarcan toda una gam a de
nuevas ocupaciones que van desde la ingeniería hasta el estudio p ro fe­
sional de la historia — . Estos son tres servicios sin los que ninguna so-
238 El. SU RG IM IE NTO DEL M U N D O M ODERNO

ciedad avanzada puede funcionar, y que en Occidente han sido sumi­


nistrados normalmente por las universidades.
Debe admitirse que la herencia cultural en el arte, la música y la litera ­
tura creativa ha sido siempre transmitida hasta ahora fuera de las univer­
sidades a través de un sistema informal de aprendizaje. Tam bién debe
admitirse que algunos de los pensadores más innovadores de los tiempos
modernos —Marx, Darwin y Freud, por ejem plo— han vivido y trabaja­
do completamente al margen de la profesión académica, y que hubo una
época, el siglo XVIU, en que el progreso del saber tuvo lugar casi en todas
partes. Empero, en este último siglo la universidad ha ido adquiriendo un
monopolio cada vez más exclusivo sobre estas tres funciones, como lo evi­
dencian los programas referentes a las artes y la literatura creativas, los
cuerpos docentes orientados a la investigación dentro de las principales
instituciones, el surgimiento de facultades de derecho, medicina y admi­
nistración, y el desarrollo de programas de posgrado, todo lo cual viene a
controlar eficazmente el ingreso a las diversas disciplinas académicas.
L a universidad proporciona también un cuarto servicio a la sociedad,
la educación general; hasta hace poco de una reducida élite social e inte­
lectual, y actualmente de una proporción que se torna con rapidez cada
vez mayor de las masas. En este caso, los métodos curriculares específicos
adoptados no se hallan de ninguna manera tan manifiestamente vincula­
dos con un propósito social como en los otros tres casos. De hecho, es esta
falta de "aplicabilidad” de la educación universitaria lo que constituye
una de las quejas más onerosas por parte de los estudiantes. Sin embargo,
este problema de la aplicabilidad fue más notorio en el pasado de lo que
lo es hoy día. l’ara dar el ejemplo más obvio; ¿cuál pudo haber sido el
propósito funcional, en términos educativos e intelectuales, de propor­
cionar a las clases dominantes de los Estados-naciones del norte de Euro­
pa y de los Estados Unidos una instrucción tan penosamente estrecha,
consistente en el estudio de la lengua muerta de un Imperio mediterráneo
extinto desde hacía mucho tiempo? Ciertamente que los autores clásicos
encerraban gran parte de la sabiduría humana tal como ésta se entendía
a pr incipios de la época moderna, pero tal como los críticos contemporá­
neos no cejaban de señalar, casi todos ellos se hallaban disponibles en tra­
ducciones, y de hecho el énfasis en las formas lingüísticas y gramaticales
sólo tendía a oscurecer el contenido fáctico y filosófico de los mismos.
Durante la revolución puritana se produjo un notable y renovador
caudal de pensamiento educativo.2 La mayoría de los reformadores eran
hostiles al currículo clásico en boga, algunos debido a un deseo utilitarista
de hacer la educación más aplicable, otros por causa de su afán de supri-1

1 R. I.. Creavcs. The Puntan Revolution and KducaUoual Thourgh, N.mv Brunswick, N. J., 1969.
L A U NIVERSIDAD 233

mir las distinciones sociales existentes. T a l corno ellos lo señalaban en ese


tiempo, y como ha sido señalado muchas veces desde entonces, resultaba
evidente el valor del aprendizaje del latín como medio de creación y de p re­
servación de las distinciones de clase; pero el poner a un estudio tan p en o ­
so la rübrica de “ educación liberal” es meramente un ejemplo h ilarante y
temprano de una forma ambigua de pensamiento. De hecho, un cínico
podría sospechar que gran parte de lo que se ha enseñado a los estudian­
tes universitarios durante casi toda su historia —incluyendo el presen­
te— , ha sido casi tan útil para la sociedad y tan benéfico para el in d ivi­
duo como lo ha sido la práctica de la circuncisión femenina.
En todo caso, sigue siendo una cuestión discutible en qué m edida
aquello que los estudiantes aprenden en ei aula universitaria influye sobre
sus ulteriores convicciones políticas y religiosas, ¿Es acaso posible deducir
las futuras posiciones políticas de un caballero isabelino del hecho de que
su dieta universitaria hubiera consistido en Scheibler, Burgersdicius y Za-
barella, o bien en Scribonius, Freigius y Beurhusius? Es probable, aunque
el nexo es algo que aún tiene que establecerse.
Posiblemente los cambios en el contenido de los sermones de las ca ­
pillas universitarias ejercieron una mayor influencia en cuanto a la fo r ­
mación de actitudes, que los cambios en el contenido de las listas
bibliográficas dentro de las aulas. De manera similar, hoy día el hecho de
que la mayoría de los académicos de las mejores universidades sean lib e­
rales en cuanto a sus actitudes políticas y morales, resulta más importante
para la conformación de los valores de los estudiantes que los temas de los
libros de texto por ellos prescritos, (Aun así, estas actitudes han prevaleci­
do durante cuarenta años, sin que hayan hecho nada particularmente
notorio por modificar los puntos de vista republicanos y conservadores de
los alumnos.)
En consecuencia, algunos académicos terminan por darse por vencidos
totalmente. A finales del siglo XVII, John Aubrey decidió que era una
pérdida de tiempo tratar de enseñar algo a los adolescentes, debido a que
en esa edad sus mentes se hallan obsesionadas con imágenes y fantasías se­
xuales, lo cual hace que sean incapaces de prestar atención a cualquier
otra cosa. Hay razón para pensar que estaba exagerando, pero aun así, el
efecto que los cambios en el currículo puedan tener sobre los valores estu­
diantiles es algo sobre lo que no se sabe virtualmente nada. Todos los aca­
démicos suponemos que causamos profundos efectos, pero ninguno pue­
de probarlo, por lo que la descripción de sir Osbert Sitwell acerca de
que su educación tuvo lugar “en los días festivos de Eton” tal vez no sea
del todo insólita. Aquello que ocurre fuera del aula de clases, en las lectu­
ras personales, en las conversaciones con los compañeros, en las discu­
siones informales con los miembros del cuerpo docente, y en general en la
2-10 El, SURGIM IENTO DEL M U N D O M O D ERNO

actividad extracurricular, es posible que sea más importante que lo que


ocurre dentro de la misma.
Se podrían formular importantes preguntas acerca del uso que se hace
de los cuadernos de apuntes de los estudiantes. N o es en absoluto cierto
que el desarrollo intelectual de un individuo dentro de la universidad
pueda reconstruirse a partir de la lectura cuidadosa de uno o dos entre los
muchos cuadernos de apuntes referentes a las clases a que éste asistió y a
ios libros que se le dejó leer (en mi caso esto sería imposible). Aun cuando
supongamos que esto pueda hacerse, es fundamental distinguir los
cuadernos de apuntes de estudiantes cuyo propósito es obtener un grado
académico y seguir una carrera erudita o clerical, de los cuadernos de
apuntes de jóvenes caballeros que se hallan residiendo temporalmente en
la universidad con objeto de conseguir una educación liberal.
Resulta muy peligroso usar el argumento ex silentio y hacer deduce
dones sobre cosas que no se encuentran en ellos, cuando es evidente que
jamás podemos tener la certeza de que el mismo estudiante no poseyó
otros cuadernos de apuntes acerca del mismo tema o de otros, los cuales
se hallan ahora perdidos. Esto es particularmente importante, ya que las
“ guías para los estudiantes” sugieren que el currícuío era bastante abi­
garrado, de manera que un cuaderno de apuntes fácilmente podía contener
a Aristóteles y a Galeno, mientras que otro a Harvey, Galileo y Gassendí.
Allí donde las pruebas son razonablemente abundantes, nos encontramos
con que diferentes listas bibliográficas son asignadas a diferentes estu­
diantes por diferentes preceptores dentro de la misma universidad o cole­
gio. Aunque esto es lo que podríamos esperar, ello viene a poner en tela
de juicio cualquier modelo alusivo a etapas.
Por ejemplo, las guías para estudiantes de Oxford incluían a finales del
siglo XVII, conjuntamente con las autoridades tradicionales, obras acerca
de la lógica cartesiana, la ética neoplatónica, los ataques lockeanos a la
metafísica, lo mismo que acerca de una amplia gama de escritores cientí­
ficos modernos. Por consiguiente, hay ciertas razones para pensar que las
universidades bien podrían después de todo no haber sido tan reacciona­
rias a finales del siglo XVtl, excepto por el desastroso periodo de mediados
de la década de 1680, el cual fue de una aguda crisis política. Si esto es
así, uno de los principales soportes del modelo se viene abajo.
Si hay ciertas partes del modelo del profesor Kearney que resultan poco
firmes, ¿qué podría remplazarías? La respuesta es que no hay mucho con
qué hacerlo, excepto con lo que reste de su propia estructura más ciertas
sugerencias tomadas de algún otro lado. Actualmente sabemos que en
gran parte de Europa entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo
x v ii —las fechas exactas varían de un país a o tro— los hombres inunda­
ron las universidades en cantidades que, consideradas proporcionalmente
L A U NIVERSID AD 24)

al agrupamiento masculino por edades, sólo fueron igualadas hasta los


treintas o después en este siglo. Esto es indudablemente cierto en el caso
de Inglaterra, Alemania, España y Massachusetts, y probablemente ta m ­
bién en el caso de Francia e Italia. L a gran mayoría de esta m ultitud de
estudiantes desertaba de sus estudios, ya sea a causa de. su pobreza o p o r ­
que en todo caso no buscaba obtener un grado académico. El p o rq u é se
presentaban, o cómo se mantenían, o qué hacían después, son preguntas
cuyas respuestas aún siguen siendo oscuras. Resulta tentador ver a este
movimiento como una moda o una manía, propagada en primer térm ino
por los humanistas, y posteriormente estimulada por razones m uy d ife ­
rentes por los puritanos, los jesuítas y el Estado secular; empero, se tra ta ­
ba de una manía que finalmente se volvió incontrolable.
Las consecuencias sociales de esta afluencia fueron ambiguas. Es ver­
dad que el conocimiento del latín llegó a ser un pasaporte al refinam iento
aristocrático, y que por lo tanto los estudios clásicos servían para polarizar
a la sociedad. Sin embargo, la enorme amplitud de oportunidades que t e ­
nían los relativamente humildes para adquirir una educación clásica en
alguna escuda cíe lenguas clásicas, una escuela privada, una universidad
o un colegio, era un factor que antes que reducirla contribuía a una m a ­
yor movilidad social. La significación intelectual de los cambios curricu-
lares es todavía más ambigua. El clasicismo latino puede y podía ser con ­
siderado corno algo conducente al conservadurismo o a la subversión,
dependiendo del gusto; la vinculación del ramismo con el puritanismo en
Cambridge es posible que haya sido fortuita, e indudablemente que no
constituyó una fuerza radical, digamos, en Y a k durante el siglo X V IU ; la
confianza en la Biblia es quizá todavía menos liberadora intelectualmen­
te que la confianza en Aristóteles; por otra parte, la relación de la nueva
ciencia con las opiniones políticas y religiosas no ha sido probada en el
mejor de los casos y es inexistente en el peor de ellos.
Sobre lo que no hay duda alguna es que en la mayor parte de Europa
(con excepción de las zonas calvinistas) la quimera de ia educación supe­
rior terminó por hacerse astillas a mediados dei siglo XVII. Una de las ra ­
zones fue que una excesiva cantidad de hombres estaban siendo educados
en un nivel excesivamente alto y en temas de estudio excesivamente poco
idóneos, como el estudio de los clásicos, como para que les fuera posible
encontrar después un empleo satisfactorio dentro de estas sociedades sub­
desarrolladas. El Estado comenzó a mostrar su preocupación ante la ame­
naza a la estabilidad social que representaba una clase de intelectuales
enajenados -—curas, catedráticos, maestros de escuela, hombres sin una
ocupación fija, etc, — en tanto que los jesuítas y los disidentes estable­
cieron sus propias instituciones académicas en oposición a las universida­
des. Los pobres ya no velan en la educación superior uri camino abierto
242 El.SU RG IM IEN TO D E I.M U N D O M O DERNO

hacia el progreso social, y el número de aspirantes comenzó a correspon­


der al reducido margen de vacantes dentro de la Iglesia y al nivel cada vez
menor de oportunidades en cuanto al oficio de maestro.
Se produjo una espiral descendente en la educación universitaria y en
las oportunidades de trabajo de aquellos con formación académica. Esto
se debió a que el auge educativo del siglo XVI, al igual que como ocurre
con todos, se estaba alimentando en parte de él mismo, en el sentido de
que muchos graduados ingresaban a la cada vez más expandida profesión
de la enseñanza. Empero, la desilusión con respecto a la educación supe­
rior también se extendió a las escuelas de lenguas clásicas, abandonando
gran cantidad de ellas la enseñanza de los clásicos a finales de los siglos
XVII y XVIII. Com o resultado de ello, la proporción de la población mas­
culina que en 1750 o 1800 se hallaba familiarizada con el latín debe de
haber sido significativamente mucho menor que en 1650. Además, los ricos,
quienes jamás habían acudido a la educación superior con miras a una
instrucción profesional, se hallaban ahora curados de aquel respeto por el
saber clásico como tai que con tanto celo habían propagado los humanis­
tas. L o que ahora pedían no era otra cosa que una formación general en
las artes liberales, es decir, el tipo de educación más superficial y amplia
característica del más refinado de los virtuosos aficionados, que era algo
que las universidades no estaban ert condiciones de poder ofrecer. Locke
instaba a los padres a mantener a sus hijos en casa bajo la guía de un pre­
ceptor particular, mientras que otros recomendaban el que se les enviara
a alguna academia en el extranjero. Por otra parte, la segunda cualidad
que las universidades podían preciarse de fomentar, a saber, la piedad a
través de los estudios bíblicos y exegéticos, ya no era tenida en tan alto va­
lor por la élite secular como lo había sido alguna vez. La época de la indi­
ferencia religiosa había comenzado hacia finales del siglo XVII.
Por el siglo XVIII las universidades eran nuevamente, por ende, aquello
que habían comenzado por ser en ta Edad Media: escuelas de instrucción
bastante pequeñas para el ejercicio de las diversas profesiones, principal­
mente la eclesiástica. Puesto que también los hidalgos desertaban del Co­
legio de Abogados de Londres, una de las consecuencias sociales debió
de habei sido un creciente aislamiento de las clases profesionales — el clero,
los abogados y los doctores— con respecto a la élite hacendada a la que
servían. Es posible que provinieran de la misma clase social, el caso es que ya
no asistían juntos a los colegios o a las universidades. Tam bién es fac­
tible que los órdenes jerárquicos, superiores de los terratenientes y la
nobleza, los cuales continuaban recibiendo educación en sus casas por
medio de preceptores, o bien en alguna academia en el extranjero o m e­
diante ia realización del Grand Tour, terminaran cufturalmente por dis­
tinguirse cada vez más de los bajos hidalgos parroquiales, cuya educación
LA U NIVE RSID AD

concluía ahora en el nivel escolar antes de establecerse en el cam po y d e­


dicarse a los placeres de la cacería y la bebida.
Como resultado de esta desbandada de las universidades por p a rte de
la élite social, menos de la mitad de los hombres que en el siglo XVIU
lograban destacar lo suficiente como para merecer ingresar al D iction ary
o f N ational fíiography* habían asistido a O xford o a Cambridge, en tan­
to que menos de tres cuartas partes habían siquiera asistido a alguna uni­
versidad (proviniendo los restantes universitarios de universidades escoce­
sas e irlandesas).
Las consecuencias intelectuales difícilmente fueron menos graves que
las sociales. Con el término de la ideología, el Estado volvió a perder inte­
rés por los rectores y los catedráticos, quienes ya no le eran útiles para sus
guerras propagandísticas, lo que hizo que la literatura polémica produci-
j da por éstos disminuyera. De haber sido los principales centros de activi-
j dad intelectual en Europa, las universidades volvieron a hundirse en os-
| curas aguas estancas, apenas removidas por el gran movim iento de la
í Ilustración, el cual surgió en el seno de ciertos círculos dentro de las capi­
tales lo mismo que en los umbrales del haut monde. Sólo hasta la épo-
\ ca de Napoleón las universidades volvieron a renacer intelectual, social y
numéricamente.

1
í

• Diccionario en el que se incluían las biografías de los hombres más eminentes de la época. [T,]
XIII. LOS HIJOS Y LA FAMILIA

N o OBSTANTE que han transcurrido tres cuartos de siglo desde que Freud
llamara por vez. primera la atención sobre los efectos cruciales de las expe­
riencias de la infancia con respecto a la determinación de la personalidad
adulta y las normas conductuales, sólo hasta los cincuentas apareció en
Occidente la primera historia general acerca de la infancia. Los cuatro
estudios significativos acerca de este fenómeno han sido escritos por per­
sonas que no son historiadores, es decir, por hombres marginales con res­
pecto a la profesión.
En 1955, J. H. van den Berg, un psicólogo holandés, publicó Metableti-
ca, o f Leer der veranderingen (L a naturaleza cambiante del hombre), un
estudio audaz y sumamente flexible de carácter psicohistórico acerca de
las relaciones de los padres con los hijos, con base principalmente en
fuentes Fdosófícas como Rousseau,1 En 1960, el francés Philippe Ariés,
director de publicaciones del Instituto de Investigación Aplicada a Frutos
Tropicales y Subtropicales, publicó su ahora famosa obra Centuries of
C hildhood .2 En 1970, David Hunt, un historiador norteamericano que
también ha trabajado como psicólogo con niños desequilibrados, rein­
terpretó algo del material de Ariés referente a la Francia del siglo x v n en
Parents and Children in Hútory, valiéndose de un modelo eriksonianó
modificado acerca del desarrollo del yo.s Y en 1974, Lloyd deMause, un
desertor universitario norteamericano, amén de exitoso hombre de nego­
cios y psícohistoriador autodidacto, produjo un volumen colectivo, The
History o f Childhood, cuyo ensayo fundamental consistía en su propio
examen general y prolijo acerca de “ La evolución de la infancia” , desde
los griegos y los romanos hasta el presente.4
El primer problema que plantea estudiar la historia de la infancia es de
qué manera elegir el modelo psicológico apropiado. Nada dentro de los
anales históricos contradice la teoría d e Freud respecto a la manera en
que a través de las diferentes etapas del desarrollo infantil diversas zO-

' J. H. van den Berg, The Ckanging Nature of Man: Introduction lo a Hislorteal Psychotogy (Me-
tabletica), trad. I I . F. Croes, Nueva York, 1975. .
2 Philippe Ariüs, Centunes of Childhood: A Social History of Family Life , trad. Roben Baldick,
Nueva York. 1965.
3 David Hunt, Parents and Children in Htstory: The Psychology of Family Life in Enrty Módem
Frunce, Nueva York, 1970.
4 l loyd deMause. comp., The History of Childhood, Nueva York, 1974,
244
I.OS HIJOS Y 1,A F A M IL IA 245

ñas erógenas se convierten en el foco de la estimulación sexual, lo cual


proporciona una explicación lógica para la ulterior relación entre el p la ­
cer oral, anal y genital. Tampoco hay nada en los registros históricos que
disminuya la importancia de la sublimación, o del inconsciente o peran do
a través de su propia dinámica secreta. Pero lo que éstos sí hacen, sin e m ­
bargo, es poner seriamente en tela de juicio el supuesto de que las clases
específicas de traumas infantiles sobre los que Freud ponía tanto énfasis
hayan sido padecidos por toda la raza humana en todas las épocas y en t o ­
dos los lugares. Hoy resulta bastante claro que cuatro de los principales
traumas que Freud buscaba y que logró descubrir entre sus pacientes,
asumiendo con base en ello que eran universales, dependen de ex p erien ­
cias particulares que lejos de haber sido vividas por la gran mayoría de las
personas en casi todas las épocas históricas, eran peculiares de la cultura
urbana de la clase media de la tardía Europa victoriana. Siempre y cu an ­
do se efectuara lentamente, que fue al parecer lo que ocurrió en muchos
casos, el trauma oral del destete difícilmente pudo haber sido grave cuan­
do ocurría en una edad tan tardía comprendida entre los quince y los
dieciocho meses después del nacimiento. El trauma anal del control de es­
fínteres es poco probable que haya existido en poblaciones acostumbra­
das a vivir en medio de su propio excremento, que casi nunca se aseaban,
y cuyas mujeres y niños no usaban calzoncillos.
El único ejemplo histórico detallado acerca del control de esfínteres
con que contamos es, desafortunadamente, el de una persona no precisa­
mente común: el de un futuro rey, el joven Luis X III, en los albores del
siglo XVII. Su adiestramiento a este respecto al parecer sólo comenzó has­
ta que él tenía ya dieciséis meses o algo así de nacido, y sólo fue interiori­
zado hasta por los tres años. En todo caso, no es posible que haya sido
traumatizado en una edad tan tierna por causa de la presión de controlar
sus esfínteres. Ignoramos ia manera en que otros niños eran adiestrados
en cuanto al control de esfínteres, aunque contamos con la fuerte eviden­
cia negativa de que los manuales sobre educación infantil de la época ni
siquiera consideran el asunto.
N o obstante que los niños tuvieron que soportar en el pasado, como v e ­
remos, cosas mucho peores, no parece que el paso a través de las etapas
oral y anal durante la infancia haya sido particularmente traumático. En
cuanto a la etapa genital, el único ejemplo de que disponemos — nueva­
mente el de Luis X I I I — sugiere que a nadie le molestaba el autoerotismo
sexual propio de la infancia, como tampoco las manifestaciones o la cu ­
riosidad sexuales de ios niños. Luis podía hacer que los cortesanos besa­
ran su pene, y se le permitía introducir su pequeño puño en las vaginas de
varias damas de honor, También sabemos que la mayoría de las familias
dormían en un solo cuarto, y aun en los casos en que no era así, las casas
24C EL SU RGIM IENTO DEL M UNDO MODERNO

estaban precariamente construidas con mamparas de cartón a través de


las cuales era fácil ver u oír —como Fanny H ill pronto lo descubrió — .
Por lo tanto, los niños deben de haber sido testigos desde una edad muy
temprana de cómo sus padres y otras personas — por no mencionar a los
animales— se entregaban a la cópula.
Asimismo, hay evidencia negativa de que la masturbación infantil y
adolescente no se consideraba como pecado mortal en los manuales de
confesión católica del siglo XVIII {aunque en la Edad Media sí se le tenia
por tal), y de que no obstante que las paranoicas campañas por erradicar
cualquier indicio de autoerotismo comenzaron en 1710, tal tendencia no
se propagó antes de comienzos del siglo XIX. Finalmente, sabemos que la
mitad de los niños perdían a uno de sus padres antes de terminar la ado­
lescencia, y que en Inglaterra la mayoría de ellos dejaban en todo caso sus
hogares entre los siete y los catorce años, para dedicarse a servir en las ca­
sas de otras personas, desempeñarse como aprendices o ingresar en algún
internado. En tales circunstancias, el conflicto de voluntades entre los
padres y sus hijos adolescentes, que actualmente desgarra a tantos hoga­
res modernos, difícilm ente podía tener oportunidad de desarrollarse. La
crisis de identidad de la pubertad llegaba a su término desde el hogar.

Ahora resulta posible plantear alternativas a estos traumas históricamen­


te inadecuados, formulados porí'reud como explicaciones autosufícientes
con respecto a los problemas de la personalidad adulta. T a l como lo ha
expresado David Riesman:

Ha habido una tendencia en la investigación social actual, influida como se


halla por el psicoanálisis, a subrayar y generalizar exageradamente la impor­
tancia de la más temprana infancia en lo que respecta a la formación de la
personalidad. Incluso dentro de esta temprana etapa, se ha dedicado un
cuidado casi tecnológico a los que podrían denominarse como los ardides del
oficio de educar niños: la fijación de horarios para la ingestión de alimentos y
para las necesidades fisiológicas.

Esto “ supone que una vez que el niño ha alcanzado, digamos, la etapa del
destete, la estructura de su personalidad está ya tan bien constituida que,
salvo una intervención psiquiátrica intensiva, casi nada de lo que sucede
después hará otra cosa que manifestar tendencias ya fijadas” .5
Nadie duda de que los hábitos implantados en la educación de los ni­
ños afecten a la personalidad adulta; sin embargo, la aceptación de las
teorías de psicólogos del yo más recientes como Erikson y Hartmann le

5 David Riesman, The Lonely Croxod, New Haven, Conn., 1950.


LOS HIJOS Y L A F A M IL IA '¿47

abre al historiador una nueva gama de posibilidades.1' Estas teorías


comprenden hipótesis acerca de la continuada plasticidad del y o hasta
muy avanzada la edad adulta, a medida que éste responde, a través de
una serie de crisis, a los retos que le plantean por igual la m aduración, las
influencias familiares, la cultura y el medio ambiente. Estas teorías no
únicamente poseen un halo de verdad en tom o a ellas a la luz de la expe­
riencia común, sino que también tienen la enorme ventaja para e l histo­
riador de que admiten un desarrollo del yo en periodos del ciclo vital en
que los datos históricos resultan más fácilmente disponibles.
En segundo lugar, puesto que estas teorías del desarrollo adm iten la
influencia del medio social y cultural como algo que afecta la naturaleza,
el ritmo y la resolución de las crisis recurrentes, permiten a) historiador
enfocar el problema del desarrollo del yo dentro de un marco histórico
amplio. La evidencia clara de rasgos distintivos de carácter nacional, lo
mismo que los cambios fundamentales operados en la personalidad a tra­
vés del tiempo, por ejemplo una personalidad determinada exógenamen-
te que llega a establecer sus propias normas, pueden explicarse en térm i­
nos más generales que aquellos de índole fam iliar interna.
Esto no significa, sin embargo, que la experiencia infantil careciera en
el pasado de efectos sobre la personalidad adulta. Por el contrario, las ex­
periencias del niño promedio eran tan perjudiciales que creo que gran
número de adultos, en todo caso pertenecientes a la clase de los h idal­
gos durante el periodo con el que estoy más familiarizado, a saber, los si­
glos XVI y XVII, se hallaban atrofiados emocionalmente y encontraban
extremadamente difícil establecer relaciones personales con los demás
que fueran intensas.

Probablemente esto se debió a cuatro factores. El primevo fue la frecuen­


cia con que en esa época se privaba a las criaturas de una única figura
materna y nutricia con la que pudieran relacionarse durante los primeros
tres o cuatro años de vida. Los bebés pertenecientes a las clases altas en la
mayoría de los casos eran apartados de sus verdaderas madres y arrojados
en manos de alguna nodriza. Con frecuencia éstas eran crueles y des­
cuidadas, y tampoco era raro que se quedaran sin leche, por lo que el bebé
tenía que ir de pezón en pezón, y de un sucedáneo materno poco amoroso
a otro. Aun cuando permaneciera al lado de una nodriza con la que lle­
gara a encariñarse, el proceso del destete hacia los dieciocho meses le in­
fligía el terrible trauma psicológico de la separación final de la figura ma-6

6 ErikErikson, ChildhoodandSoctety, Nueva York. 1963; Erik Erikson, idenUlyand the LifcCy-
cle: Selecled Papers, Nueva York. 1959; Heintz Hartmanu, Ego Psyclwlogy and the Problem of
Adaplion, Nueva York, 1964.
248 EL SU RG IM IE NTO D EL M U N D O M O D E RN O

terna suplente y el retorno al mundo extraño de la madre natural. Se sabe


que este tipo de experiencia es psicológica e incluso físicamente lesiva,
ya que conduce a un ‘‘enanismo por privación” y a una atrofia emocional
en ulteriores etapas de la vida.
El segundo factor vino a ser la elevadísima tasa de mortalidad. La ame­
naza constante y la realidad de perder en forma súbita a un padre, una
nodriza, un hermano, una hermana o un amigo, pronto le enseñaban
al niño a estar alerta de no implicarse demasiado, emocionalmente, con
ningún ser humano. El tercero fue el hábito de arropar apretadamente a
los niños durante los primeros meses, o incluso hasta el primer año, lo
cual se considera que aísla a la criatura de su entorno, infundiéndole tan­
to una sensación de rabia frustrada como una aceptación impotente de la
crueldad y la duplicidad del mundo. Por tanto, era posible que se diera,
como frecuentemente se daba, una combinación de privación sensorial,
motora y emocional —ya no digamos ora l— durante los primeros meses
críticos de vida, cuyas consecuencias sobre la vida adulta se sabe ahora
que son muy graves y que tienen un carácter duradero en cuanto a la re­
ducción de la capacidad de tener relaciones sociales intensas.
Finalmente, había un deliberado quebrantamiento de la voluntad del
muchacho, primero a través de las palizas más despiadadas y posterior­
mente al someterlo a abrumadoras presiones psicológicas, métodos qué
en los siglos XVI y x v n se pensaba que constituían la clave para una exito­
sa educación infantil. Estos cuatro factores contribuyeron a un “ entume­
cimiento psíquico” que desembocó en la creación de un mundo adulto de
inválidos emocionales, cuyas respuestas primarias a los demás consistían
en el mejor de los casos en una indiferencia calculadora y en el peor en
una mezcla de recelo y hostilidad, de tiranía y sumisión, de alienación
y rabia.

Dada la validez de la "psicohistoria” como una empresa legítima, ¿cuál


vendría a ser el campo en que esta investigación podría llevarse a cabo de
manera más provechosa? En mi opinión, éste no residiría en la aplicación
de tal o cual teoría psicológica al análisis de algún personaje histórico par­
ticular — Lutero, Leonardo da Vincí, W oodrow Wilson, Hitler o Gan­
d id — . Lo que resultaría más fructífero sería estudiar los diversos cambios
en las normas y las estructura familiares de clases específicas o grupos
jerárquicos dentro de ciertos lugares. Estos cambios incluirían las rela­
ciones de la parte medular del núcleo con los círculos de parentesco y la
comunidad, lo mismo que las relaciones económicas, de poder social
y afectivas tanto entre los cónyuges como entre los padres y los hijos.
En este sentido, V an den Berg, Ariés y deMause siguen una línea de in­
vestigación histórica mucho más promisoria que la de aquellos que han
LOS HIJOS Y L A F A M IL IA 249

intentado usar la psicología para interpretar la conducta de ciertas fig u ­


ras individuales del pasado. Sencillamente no puedo concebir qu e algo
como el exterminio de seis millones de judíos pueda explicarse p o r el pre­
sunto hecho de que la madre de Hitler hubiera muerto a causa d e un tra ­
tamiento que le diera un doctor judio, en un intento por curarla de cáncer
en el pecho; o que el desafío de Lutero a la Iglesia romana se haya debido
a la forma brutal en que lo trataba su padre o a su estreñimiento crónico.
Es posible que estas cosas sean causas necesarias, pero es evidente
que no son suficientes, y de hecho el resultado de este tipo de trabajo ha
sido decepcionante hasta la fecha; en parte debido a lo poco sólido de las
pruebas acerca de la experiencia infantil, en parte debido a la naturaleza
especulativa de los nexos causales con la conducta adulta, y en parte de­
bido al descuido de la influencia de los grandes procesos de transform a­
ción histórica sobre la religión, la economía, la política, la sociedad, etc.
T a l como Malinowski lo señalara en 1927: “ El hombre dispone de un
cuerpo de posesiones materiales, vive dentro de cierto tipo de organiza­
ción social, se comunica a través del lenguaje y es movido por sistemas de
valores espirituales,” 7 Cualquier explicación de su historia que ignore es­
tos hechos culturales no es probable que llegue a ser muy convincente.

El primer modelo general que se dio en Occidente acerca del desarrollo


infantil fue el de Philippe Aries. Su enfoque es pesimista y alude a la de­
generación observada desde una era de libertad y sociabilidad hasta una
era de opresión y aislamiento. Según él, la Edad Medía y el siglo XVI
constituyeron un periodo de feliz polimorfismo social, en donde nohabía divi­
siones de rangos ni de edades, ni Reparación entre el niño y el adulto, ni
privacidad, ni presiones externas por parte del Estado o de las necesida­
des de una economía industrial, como tampoco introyección de una ética
de trabajo. Los niños y los adultos convivían en forma espontánea y natu­
ral, usaban el mismo tipo de indumentaria, jugaban los mismos juegos y
desempeñaban juntos los mismos trabajos. También compartían desde el
principio un conocimiento común tanto acerca del sexo como de la muer­
te. En el seno de esta agradable familiaridad igualitaria era impensable el
ultraje a los niños. Todo esto suena demasiado bien para ser verdad
--com o de hecho lo es.
En el siglo XVII, como resultado de la propagación de nuevas formas de
cristianismo, tanto dentro de las zonas protestantes como de las católicas,
se desarrolló una nueva actitud hacia los niños, hecho que él describe como
“ el descubrimiento de la infancia” . Esto no fue obra de los humanistas
renacentistas, sino del clero del siglo XVII. Se dio una creciente preocupa-

7 B. Malinowski, Sex and Reprensión iti Savage Soctely, Londres, 1927, p. 18.
250 EL, SU RGIM IENTO DEI, M U N DO MODERNO

ción por el niño, la cual asumió dos formas. En primer lugar, se produjo
un estrechamiento de los vínculos familiares, conjuntamente con el aisla­
miento de la fam ilia con respecto a las influencias externas y una preocu­
pación cada vez mayor de los padres hacia sus hijos; y en segundo lugar,
se manifestó un temor cada vez más agudo en cuanto a la corruptibilidad
inherente del niño por el pecado, lo cual llevó a que se le tratara severa­
mente en el hogar, y a su aislamiento en escuelas reglamentadas por agru-
pamientos por edades y sometidas a una disciplina orientada a erradicar
cualesquier signos de desviación moral. La sociabilidad medieval fue
sustituida no por un individualismo ilustrado, sino por la familia y la es­
cuela aisladas y centradas sobre el niño, en las cuales la preocupación pri­
mordial consistía en la sumisión de la voluntad.
El surgimiento del internado represivo viene a ser la característica
significativa de esta tendencia, el cual implicaba una extensión progresi­
va del periodo de la infancia hasta la adolescencia, e incluso más allá de
ésta; “ El hecho central resulta bastante obvio: la extensión de la educa­
ción escolar.” Esta transformación con respecto a las actitudes hacia la in­
fancia precedió a los cambios demográficos, y de hecho se convirtió en la
causa de éstos cuando a finales de los siglos XVIII y XIX inspiró una delibe­
rada política de contracepción.
El libro de Ariés ha tenido un deslumbrante éxito y ha venido a ser el
p rim um mobile de la historia de la familia occidental durante las dos últi­
mas décadas. En tanto es un trabajo pionero, erudito, imaginativo e inge­
nioso, merece todo el encomio y la atención de que ha sido objeto. Se tra­
ta de la clase de libro precursor que ningún historiador tradicional podría
haber escrito, y sin el que nuestra ¿cultura se vería empobrecida. Empero,
a pesar de toda su brillantez original y trascendente, hay ciertas cues­
tiones básicas que aún no han sido respondidas. ¿Es su metodología con­
sistente? ¿Son sus datos confiables? ¿Es su hipótesis carnal válida? ¿Son los
presuntos hechos y las presuntas consecuencias verdaderos? En síntesis,
¿es el modelo correcto, y en caso de ser así con respecto a cuáles áreas y a
qué clases?

En primer lugar, Ariés omite señalar el hecho innegable de que, entre la


Edad Media y el siglo XIX, la institución de la familia perdió muchas de
sus antiguas funciones ante una serie de instituciones impersonales, tales
como los asilos benéficos para los indigentes, las casas de caridad para los
ancianas, los hospitales para los enfermos, las escuelas para los niños, los ban­
cos de crédito, y las compañías de seguros para dar protección en caso de
una catástrofe. Sus funciones legales, políticas y económicas declinaron
ante la invasión incontenible de las instituciones del Estado moderno. Esta
erosión funcional vino a realzar la prominencia de la última zona del
LOS HIJOS Y L A F A M IL IA 251

cuidado familiar, la crianza y la socialización del niño durante las diver­


sas etapas de la infancia.
Asimismo, el poder del Estado socavó la influencia de los círculos de
parentesco, incrementando así el aislamiento y la privacidad de la fam ilia
nuclear. Difícilmente podría denominarse a este proceso como el surgi­
miento de la familia, ya que más bien constituyó su reoriencación con o b ­
jeto de desempeñar una función más limitada y especializada. L a mejor
forma de considerar al surgimiento de la escuela es no como parte del
mismo proceso en que se localizaba el desarrollo de la familia centrada en
el niño, sino como su misma antítesis, es decir, la transferencia a una ins­
titución impersonal de una función socializadora previamente desempe­
ñada por la familia. Además, no obstante que la escuela represiva se b a ­
saba en la teoría del pecado original, fue únicamente en su primera etapa,
en el siglo XVH, cuando la familia centrada más en el niño tuvo también
un carácter represivo, ya que hay claras pruebas de que hacia el si­
glo XVII! se caracterizó por ser amorosa, afectuosa y una verdadera fuen­
te de alimento.
De este modo, el modelo de Ariés queda partido en dos, ya que sus dos
agentes de cambio, la familia centrada en el niño y la escuela represiva, se
hallaban siguiendo caminos diferentes y tuvieron como causa distintas
ideas e influencias, Esto hace que carezca de cohesión explicativa, como
señalan Hunt y deMause. Por otra parte, el uso que hace de las pruebas,
particularmente de las pruebas iconográficas del arte, pava probar que el
“ descubrimiento de la infancia” realmence ocurrió, no resulta muy con­
vincente. Por ejemplo, ahora sabemos de manera cierta que aunque la
burguesía florentina de los siglos XV y XVI solía decorar sus casas con o b ­
jetos de cerámica pintados y esculpidos, las vaciaba de niños de carne y
hueso, los cuales eran enviados al cuidado de las nodrizas en las zonas ru­
rales. Los objetos de cerámica, que Ariés usa como prueba del descubri­
miento de la infancia, no constituyen en realidad, por lo tanto, prueba
alguna.

Además, la tesis presenta un enfoque unilineal acerca de la evolución his­


tórica que es contrario a los hechos conocidos. Los niños fueron más du­
ramente tratados en los siglos XVI y XVII y de nuevo en el siglo XIX, en los
dos puntos máximos del celo religioso de reforma moral, de lo que lo fueron
en los siglos XVIII o XX, y quizá también en el XV. La cronología de Ariés
es muy vaga. Jamás se tiene la completa seguridad de que hace referencia
al siglo XVI, al XVII o al XVIII; asimismo, el libro se desliza de un siglo a
otro en una forma extremadamente confusa y ciertamente ahistórica.
Resulta tan vago en su geografía como lo es en su cronología, ya que os­
cila de manera casual entre Italia, Francia e Inglaterra a fin de propor-
252 l'X SU RGIM IENTO DEL M UNDO M O D E RN O

cionar pruebas. Por ejemplo, la presencia de efigies de bebés, fallecidos


hacía mucho tiempo, sobre las tumbas, fue relativamente rara en Fran­
cia, pero extremadamente común en Inglaterra a finales del siglo XVI y
comienzos del XVII —una distinción cuya importancia Ariés ignora por
completo —. Los flagela míen tos desaparecieron de las escuelas francesas en
el siglo x v ili, pero persistieron en las escuelas inglesas hasta el XX, El
em pleo de nodrizas dejó de observarse en la Inglaterra del siglo XVIII,
pero persistió en gran escala en Francia hasta muy avanzado el siglo XIX,
Es evidente que la geografía tiene importancia.
Tam bién se presta demasiada poca atención en este trabajo a la clase
particular a la que se está aludiendo. Aries deduce la actitud de toda la
sociedad hacia la sexualidad infantil a partir del ambiente que rodeaba al
futuro Luis X I II. El desarrollo del internado y su enseñanza de los clási­
cos, lo cual vino a afectar únicamente a una reducida minoría de la
población, se convierte en un acontecimiento fundamental de la incipien­
te historia moderna. Y finalmente, las poderosas fuerzas históricas que
afectaron a la fam ilia de manera tan profunda, lo mismo que los cambios
observados en la religión, el poder político, la industrialización, la urba­
nización y las condiciones de pobreza, son virtualmente ignorados. El
libro de Ariés es de hecho una historia acerca de las escuelas francesas, y
acerca de los padres y los hijos pertenecientes a las clases alta y media,
que carece del contexto histórico necesario de tiempo, lugar, clase y cul­
tura. Se trata de un fascinante libro pionero del que ahora se admiten se­
rias deficiencias tanto en su metodología como en sus conclusiones.

El libro de David Hunt viene a ser una glosa psicológica del de Ariés. Co­
mienza con una brillante crítica de la psicología eriksoníana del yo, seña1
lando que el optimismo de este último se halla mal fundado, ya que la
posibilidad de procrear es un frágil artificio cultural y no una respuesta
humana instintiva. Consecuentemente, la realidad es que los niños han
sido con frecuencia descuidados y ultrajados. Hunt también critica el mo­
delo histórico de Ariés por su nostálgico, e incluso reaccionario, enfoque
durkheimiano Gemeinschaft-Gesellschaft acerca del cambio, como por su
exagerado énfasis en la escuela.
A continuación emprende un detallado análisis sobre la descripción del
doctor Héroard respecto a la educación del pequeño Luis X I II. Hace hin­
capié en la relación tan estrecha del niño con su padre, el todopoderoso y
viril Enrique IV , y en sus relaciones tan distantes con su madre; asimismo
destaca la forma en que la voluntad del niño fue deliberadamente
quebrantada desde los dos años mediante frecuentes azotes, cuyo propósi­
to era inculcarle el principio básico de la obediencia. Alude a la vida ulte­
rior de Luis como un esposo desdichado y semiimpotente, y dando un
LOS HIJOS y LA FAMILIA 253

gran salto imaginativo atribuye esto a las experiencias de su educación: el


hecho de que conociera los aspectos físicos del sexo pero no su significado
psicológico, su confusión a causa de señales contradictorias con respecto a
qué estaba permitido y qué estaba prohibido, la intimidación producida
en él por los frecuentes azotes y el aislamiento en mayor o menor grado de
su madre. Hunt subraya también la naturaleza traumática de la ruptura
a la edad de siete años, cuando se le vistió con ropas de adulto, transfi­
riéndosele del control de las mujeres al de los hombres. Su conclusión es
que "la autonomía infantil constituyó el principal problema educativo de
la sociedad del siglo XVii” , no el sexo ni las cuestiones anales, lo cual estu­
vo vinculado al sentimiento de angustia coir respecto al propio status en
una sociedad jerárquica definida por la ley y el orden.
Hunt tiene razón cuando subraya que el quebrantamiento de la volun­
tad fue el elemento clave de la educación infantil en los siglos XVI y XVH,
pero debe señalarse que sus pruebas son en muchos respectos menos que
satisfactorias. En primer lugar (como lo he mencionado), él alude al hijo
y heredero de un rey, por lo que probablemente no sea legítimo el extra­
polar la educación de un personaje tan eminente, digamos, a la de un niño
de clase medía de la misma época. En segundo lugar, ha basado su traba­
jo exclusivamente en el documento impreso del diario del doctor Héro-
ard, el cual fue publicado a mediados de! siglo XIX, y en el que se reprodu­
ce sólo una parte relativamente pequeña de todo el texto. Al parecer la
principal preocupación del doctor en el manuscrito no era ni la sexuali­
dad ni la disciplina, sino la salud del niño, por lo que gran parte del mis­
mo consiste en un registro detallado del diario flujo de entrada y salida de
alimento y excrementos respectivamente. Hasta que la totalidad del
diario haya sido publicada, cualesquier conclusiones que se basen en la
publicación del extracto Victoriano deberán verse con recelo. Finalmente,
el nexo entre los rasgos de la personalidad adulta y la experiencia infantil
no sigue siendo otra cosa que una interesante especulación.
El modelo de deMause acerca de las transformaciones históricas es
exactamente lo opuesto al de Ariés, ya que es optimista. Se basa en las si­
guientes cinco afirmaciones: 1) Las relaciones padres-hijos son una va­
riable independiente dentro de la historia. 2) Existen únicamente tres
reacciones posibles de los adultos hacia los niños: proyectivas, de inversión y
em páíkas; las dos primeras se traducen en odio y crueldad, y la tercera
en amor y afecto. 3) Los cambios en las relaciones padres-hijos no se
hallan afectados por factores religiosos, sociales, políticos, económicos o
de otra índole, sino que operan medíante "psicogénesis” , proceso por el
que la capacidad de los padres para regresar a la edad psíquica del niño
ha ido mejorando lentamente a través de los siglos. Por consiguiente, los
padres se superan un poco cada vez de una generación a Otra, lo cual
254 El. SURGI M IE NTO DEL M UNDO M ODERNO

viene a hacer que hoy día el niño perfecto se halle a la vuelta de la es­
quina. Se trata de un proceso al parecer tan inevitable y autónomo como
la evolución darwiniana, "una poderosa fuerza secreta de transformación
de la personalidad histórica” , que opera "en forma totalmente indepen­
diente de los acontecimientos públicos, ya sean económicos, sociales o de
cualquier índole” . 4) Durante los últimos dos mil años se ha observado
una progresión lineal ascendente en la historia de la infancia, desde el
modo infanticida de la Antigüedad clásica, el modo de abandono de co­
mienzos de la Edad Media, el modo ambivalente de finales de la Edad
Media y comienzos de la época moderna, el modo de intrusión del si­
glo XVIII —la gran línea divisoria — , hasta llegar al modo de socialización
comprendido entre 1800 y 1950 y al modo de ayuda de 1950 en adelante.
5) Los hábitos educativos infantiles proporcionan la clave para la trans­
misión de todos los demás rasgos culturales visibles en el adulto.
Instigado por la crítica, deMause afirma que su modelo no es unilinea)
sino multilineal, y que implica un "individualismo metodológico” —sea
lo que fuere lo que esto signifique — y no un "reduccionismo psicológico” .
Estas rectificaciones no hacen nada para resolver el problema de en qué
forma juzgar un modelo tan intrépido, desafiante, dogmático, entusiasta,
perverso, y tan profusamente documentado. No obstante que la concep­
ción de deMause acerca de la educación infantil ha venido a remplazar a
las nociones marxistas del control de los medios de producción y la lucha
de clases, considerados como los elementos claves en tomo a los cuales ha de
concebirse toda la historia, nuestra tarea como historiadores es construir
"una historia científica de la naturaleza humana". ¿Nos encontramos
aquí frente a lo que Clifford Geertz ha descrito como "la tendencia natu­
ral a los excesos de las mentes seminales” , o bien ante una aberración irre­
mediablemente poco erudita, que oscila indefinidamente en medio del
vacío entre la historia y la psicología, y que carece del rigor metodológico
de cualquiera de estas disciplinas?

Es indudable que el ensayo de deMause constituye una lectura cautivan­


te, si bien aterradora. El lector se entera de la forma en que los escritores
de la Antigüedad consideraban al infanticidio como un medio normal y
sensato de deshacerse de los niños indeseables; de cómo encontraban pla­
cer en usar a niños pequeños para consumar actos de felatorismo o de có­
pula anal; de cómo es posible localizar los huesos de niños sacrificados en
los cimientos de las construcciones que datan del año 7000 a.C. al 1843
d.C.; de cómo las nodrizas del siglo XVII jugaban a lanzar y atrapar a las
criaturas apretadamente envueltas, dejándolas caer en ocasiones con
consecuencias letales; de cómo las criaturas eran sumergidas en baños de
agua helada con objeto de fortalecerlas, quizá simplemente bauti-
LOS HIJOS Y LA F A M IL IA 255

zarlas, pero que en Ja práctica causaban en ocasiones su muerte; de qué


manera los escalones de las puertas y los muladares de las poblaciones
europeas del siglo XVIII se hallaban atiborrados de cuerpos de criaturas
i muertas, agonizantes, o simplemente abandonadas; de cómo algunas
j nodrizas dejaban m oiir sistemáticamente de hambre a los niños b a jo su
[ cuidado a fin de ahorrar dinero, o simplemente por no poder proveer de
í leche a la gran cantidad de bebés que aceptaban; de cómo los niños eran
j ferozmente golpeados, encerrados en la oscuridad, privados de alim ento,
j; intimidados por el Coco, obligados a ver ahorcamientos y cadáveres, ven-
5 didos para la prostitución, cegados y mutilados en diversas form as con
| objeto de obtener limosna, castrados para el suministro de testículos a la
Í magia, despojados de sus dientes para el suministró de dentaduras; y de
f cómo en el siglo XIX sufrían vejaciones como la clitoridectomla, la adhe-
j sión de anillos dentados en el pene, e incluso el confinamiento nocturno
Í en camisas de fuerza a fin de evitar la masturbación —y así podrían refe-
| rirse innumerables ejemplos más.
¿Qué ha de deducirse de este catálogo de atrocidades? U no de los
3 problemas obvios que se encuentran es el grado en el que deMause ge-
j neraliza a partir de lo particular al construir su modelo lineal referente al
\ cuidado infantil. Es evidente que tiene un gusto especial por lo m acabro,
1 y con frecuencia exagera excesivamente, pero en general parece com o si
j algunas de sus conclusiones básicas estuvieran probablemente bien fun-
I dadas. Es indudable que la Antigüedad consideró el infanticidio de una
] manera tan indiferente como muchos de nosotros consideramos hoy día el
aborto, y ciertamente que el cristianismo vino a modificar las actitudes a
este respecto. Tam poco puede haber duda de que en el pasado los niños
fueron frecuentemente descuidados y explotados, y asimismo hay cada
j vez una mayor evidencia de que la transformación crítica hacia una rela­
ción más afectuosa entre los padres y los hijos tuvo lugar en el siglo XVIII.

L o primero que puede preguntarse es si todo esto se traduce en una teoría


í lineal acerca del progreso. La transformación del siglo XVIII ocurrió prin­
cipalmente en Inglaterra y en los Estados Unidos, y se limitó en gran m e­
dida a las clases profesionales y los hidalgos. Empero, las relaciones
padres-hijos de las clases media y alta empeoraron una vez más de m ane­
ra significativa en el siglo XIX, antes de mejorar en el XX. El padre Victo­
riano de clase media encarnaba a una figura autoritaria, intimidatoria y
con frecuencia cruel. En cuanto a los hijos de los pobres, es probable que
su condición se deteriorara durante la explosión demográfica, urbana e
industrial de finales del siglo XV1U y comienzos del XIX. Empero, durante
el siglo XIX la contvacepción, la legislación humanitaria, las condiciones
económicas paulatinamente mejores, los servicios de beneficencia y las es-

, . t ’i
256 EL SU RG IM IE NTO DEL M UNDO M O D E RN O

cuelas probablemente hicieron que mejorara la suerte de los hijos de los


pobres, justo en el momento en que empeoraba la de los ricos. Por consi­
guiente, la teoría del progreso lineal es claramente falsa, por lo que el dis­
curso acerca de los diversos cambios tendrá que delinearse país por país
y clase por clase, ya que cada uno de ellos tiene su propia historia vital
individual.
En segundo lugar, la teoría causal “psicogénica” acerca de las transfor­
maciones en las actitudes de los padres no es otra cosa que necedad mís­
tica. La reacción de los padres hacia los hijos dista mucho de estar limita­
da a lo proyectivo, la inversión o lo empático, tal como lo propone
deMause. T od o sugiere que en el pasado la mayoría de los padres han tra­
tado a sus hijos como inevitables productos derivados del placer sexual,
en ocasiones acremente mal acogidos, en ocasiones apenas tolerados, en
ocasiones útiles para su explotación económica, y en ocasiones apreciados
y queridos. En la mayoría de los casos, sin embargo, la respuesta parece
haber sido la de una relativa indiferencia. La cruel verdad --más cruel
quizá que cualquier cosa sugerida por deMause - pudiera ser qué la ma­
yoría de los padres casi no se han comprometido emocionalmente con sus
hijos ni se han preocupado por ellos a lo largo de la historia. De allí qué
los impresionantes índices de mortalidad infantil —en los que entre una
cuarta y teicera parte fueron niños muertos antes de haber cumplido el
año— , antes que haberse debido a una deliberada hostilidad por parte de
los padres, como él sugiere, hayan sido causados por la ignorancia, la
pobreza y la indiferencia. La mayoría de los niños no han sido amados u
odiados, o ambas cosas a la vez, por sus padres a lo largo de la historia;
han sido descuidados o ignorados por ellos.

Por lo tanto, a pesar de toda su brillantez, el modelo de deMause resulta


deficiente en ciertos aspectos críticos, N o existe una progresión unilíneal
ascendente con respecto a la felicidad de la infancia, diferentes etapas
se aplican a diferentes clases en diferentes países, mientras que por otra
parte se dan enormes intervalos de demora entre diferentes países en una
misma época; la teoría psicogénica acerca de la evolución de los padres
constituye una hipótesis no probada y poco verosímil; las relaciones pa­
dres-hijos se han m odificado como respuesta a determinantes culturales
tales como las creencias religiosas, las presiones económicas, las prácticas
habituales, el poder estatal, etc.; normalmente los padres no han mante­
nido relaciones intensas con sus hijos, sino más bien los han mirado con
cierta indiferencia; y finalmente, viene a ser una simplificación exagera­
da el argüir que “ el niño es el padre del hombre" y que los niños que han
sido tratados brutalmente se convierten en forma automática en adultos
embrutecidos, que a su vez hacen aflorar sus frustraciones a través de la
LOS HIJOS Y L A F A M IL IA 257

guerra, la violencia y los asesinatos. Desafortunadamente, la moderna


psicología del yo, al igual que la moderna genética y la moderna antropo­
logía no avalan una concatenación causal tan simplista.
Los demás ensayos del libro de deMause logran hacer algo p o r darle
mayor peso o en ocasiones contradecir a su modelo, aunque m uchos de
ellos resultan un poco decepcionantes. Una de las razones de e llo es que
las fuentes para un estudio de esta índole son muy poco satisfactorias, y
se disipan cada vez más a medida que alguien se remonta en el tiem po. Éstas
consisten en las recomendaciones con respecto a la educación infantil
proporcionadas por los doctores, los teólogos y los moralistas, las cuales
son con frecuencia totalmente contradictorias y de las que nada garantiza
que tuvieran algún tipo de relación con comportamientos reales; o por
otra parte en una serie de ejemplos individuales bien documentados, de
los que tampoco hay garantía alguna de que fueran representativos
de una clase, una nación o una época. L a recopilación de este tip o de m a ­
terial con frecuencia, lejos de producir conclusiones sólidas, se traduce
meramente en una serie de impresiones contradictorias y ambiguas.
Considerados cronológicamente, los primeros ensayos exitosos a este
respecto son el del profesor Marvick acerca de Luis X I II, el cual se basa
por fin en documentos manuscritos, y el del profesor Illick acerca de
Inglaterra y de los Estados Unidos en el siglo x v n , en el que e l lector es
puesto frente a frente con los penosos hechos demográficos referentes al
alto grado de mortalidad infantil en las diversas etapas de la infancia. En
estas condiciones, era imposible que los padres conservaran la cordura si
llegaban a implicarse demasiado emocionalmente con criaturas tan e fí­
meras como los niños. El retraimiento, la aceptación de la voluntad de
Dios o el enviar a los hijos lejos def hogar eran tres soluciones naturales al
problema de cómo enfrentar sus muertes.
El profesor Illick establece también el muy interesante hecho de que los
hábitos educativos norteamericanos fueron un antecedente de la teoría de
Locke acerca de la educación infantil, sugerencia desarrollada con mayor
amplitud por el profesor W alzer en su ensayo sobre la infancia en los Es­
tados Unidos durante el siglo XVIII, donde una vez rnás las pruebas su­
gieren relaciones más estrechas entre los padres y los hijos en el caso de los
Estados Unidos que en el de Inglaterra, en parte debido a la escasez de
sirvientes que estuvieran al cuidado de tos niños, y en parte debido a los
bajos índices de mortalidad. Hay un contraste dramático entre esta
descripción bastante humana de la vida familiar observada en los Estados
Unidos en el siglo XVIII, y la brutalidad y la indiferencia que según
muestra el profesor Bunn constituía todavía la norma en la Rusia del
siglo XIX. ¿Podría esto indicar que la familia centrada en el niño comenzó
primero en los Estados Unidos, para trasladarse posteriormente a Ingla-
258 EL SU RGIM IENTO DEL M UNDO MODERNO

terra, seguirse desplazando lentamente hacia el este y sólo llegar a Rusia


hasta el siglo XX? Sí esto es así, entonces se trata de un artificio puramen­
te cultural que ha sido difundido lentamente de una clase a otra y de país
en país, sin que se observe en ello una clara línea de progreso.

En vista de que los modelos propuestos por Aries y deMause presentan de­
bilidades lo mismo que brillantes aportaciones, ¿habida algún otro mode­
lo que pudiera remplazarlos? Uno de los muchos problemas que surgen al
estudiar la infancia de manera aislada es que ésa se presta para apa­
sionadas polémicas — todos los autores tienen alguna obsesión perso­
nal— . Otra objeción más seria es que resulta imposible estudiar a los niños
al margen de aquellos que los asesinaron, los alimentaron, los descuida­
ron, los criaron, los golpearon o los mimaron, a saber, sus padres. La his­
toria de la infancia es de hecho la historia de ia forma en que los padres
han tratado a los niños. Una objeción similar podría plantearse con res­
pecto al actual torrente de libros acerca de la historia de las mujeres,
tema con una mayor carga emocional, que tampoco puede estudiarse
adecuadamente al margen de aquellos que las dominaron económica y
sexualmente, las explotaron, las golpearon, les negaron educación
y oportunidades de progresar profesionalmente, pero que también las m i­
maron, las consintieron, las sostuvieron en medio de un ocio confortable,
las pusieron sobre pedestales, les proporcionaron una realización sexual y
en ocasiones incluso las amaron —a saber, los hombres — . L a unidad
adecuada de la que deben partir los estudios históricos en esta área no
son, por consiguiente, ni los niños ni las mujeres ni los hombres, sino la
fam ilia, la institución dentro de la cual tienen lugar todas estas interac­
ciones personales.
Debería subrayarse el hecho de que las principales transformaciones
tuvieron lugar primero en los Estados Unidos y en Inglaterra, difundién­
dose luego en Francia, y posteriormente todavía más al Este, como también
la circunstancia de que éstas se limitaron exclusivamente en un principio
a las clases acaudaladas, los hidalgos, los profesionales y la alca burguesía
--fam ilias que no eran tan potentadas como para ser capaces de mante­
ner a un pequeño ejército de personal de crianza que cuidara de los niños
por ellas, pero sí lo suficientemente ricas como para entregarse al lujo del
sentimiento — . Existen muchísimos ejemplos de padres verdaderamente
amorosos en lo que se refiere al siglo XVIII, y de hecho el primer clímax de
tolerancia en la educación infantil de los hidalgos se alcanzó hacia finales
de dicho siglo, tan sólo para declinar posteriormente. Estas nuevas actitu­
des se propagaron muy lentamente, por un proceso de difusión estratifi­
cada, en sentido ascendente dentro de la alta aristocracia y en sentido
descendente dentro de la clase media baja, y posteriormente entre los
LOS HIJOS Y L A F A M IL IA 259

pobres; alentadas y apoyadas por los impulsos humanitarios puestos p ri­


mero en movimiento por la Ilustración del siglo XVIII, y transformadas
en acción legislativa durante el curso del siglo XIX.
También debería subrayarse que esta teoría por etapas acerca de la
evolución de la fam ilia no implica ningún juicio de valor con respecto al
paso del progreso, como tampoco suposición alguna de que el tipo d e fa ­
milia nuclear, individualista y emocionalmente vinculada que ha surgido
deba ser necesariamente siempre mejor, en cierto sentido social y m oral,
que los tipos de familia que la han precedido. Puede argüirse qu e el in d i­
vidualismo posesivo es un ideal que carece de bases demostrables dentro
de la realidad psicológica o social, y que ha traído consigo ciertas conse­
cuencias malignas al igual que muchos beneficios.
Como lo ha señalado Philip Slater en su reciente libro The E arth Walk:
“ La noción de que las personas comienzan por ser individuos separados,
que posteriormente emprenden su marcha y se relacionan con los demás,
es uno de los ápices más deslumbrantes de automistificación en la historia
de la especie.’’ Esto no únicamente ha traído como resultado la D eclara­
ción de Derechos, sino también el socavamiento de las organizaciones co ­
munitarias, al igual que un consecuente realce del poder del Estado
centralizado y una obsesión narcisista por parte del individuo en lo refe­
rente a su autorrealización, la cual resulta ser con mucha frecuencia y de
manera inevitable contraproducente. Puesto que los vínculos afectivos se
limitan a ia familia nuclear, ambos cónyuges tienden a desarrollar expec­
tativas exageradas con respecto a la satisfacción sexual y emocional, las
cuales fomentan el desenfrenado ascenso de los índices de divorcio. Esta
concentración lleva también con frecuencia a relaciones extremadamente
intensas entre los padres y los hijos, las cuales dan como resultado niños
obsesivamente activos que experimentan una gran dificultad para cortar
el cordón umbilical durante la etapa de la adolescencia y de su surgimien­
to al mundo; aún se encuentran ligados a sus padres por lazos de amor
y/o de odio.

A pesar de sus muchas virtudes, el surgimiento en el Occidente de la fa ­


milia centrada en el niño, de carácter individualista y nuclear, la cual
constituye el único canal para dar salida tanto a los lazos sexuales como a
los afectivos, no ha sido de ninguna manera siempre una pura bendición.
Tam poco está del todo claro que logre necesariamente sobrevivir al si­
glo XX, en vista de las imposibles demandas que con tanta frecuencia se le
hacen, y de los muchos signos de reacción en su contra por parte de
hombres, mujeres y niños. Como una última reflexión irónica digamos
que justo en el momento en que deMause se halla proclamando el adveni­
miento de la perfecta relación padres-hijos con base en las teorías penni-
260 EL S U R G I M I E N T O DEL M UNDO M O DERNO

sivas de A. S. Ncill, muchos jóvenes norteamericanos están perdiendo in­


terés en los niños, y optando definitivamente por no tenerlos. Y aun cuando
llegan a tenerlos, al parecer se hallan lejos de tratarlos con tolerancia
dentro del hogar, o bien los botan en guarderías a la primera oportuni­
dad que se les ptesenta. El ciclo histórico se repite una vez más: los padres
“ progresistas” , las escuelas “ progresistas” y los colegios "progresistas” se
hallan en decadencia, justo en el momento en que deMausc atisba la pro­
mesa de la llegada del milenio de la educación infantil "libre".
XIV. LA ANCIANIDAD

VIENE a ser un truismo ei afirmar que los historiadores tienden a form u


lar preguntas acerca del pasado que revisten un interés directo para las
sociedades en que viven. En el siglo XIX, las principales cuestiones eran la
construcción nacional y el derecho constitucional; a comienzos d el si­
glo XX, éstas et an el desarrollo económico y las relaciones de clase; actual­
mente es la menta-lité, esa intraducibie palabra francesa que se refiere a
la manera en que la gente considera al cosmos, a ella misma y a los d e­
más, y a los valores según los cuales las personas conforman su conducta
al relacionarse entre sí.
El tema concerniente a las actitudes adoptadas hacia la ancianidad
en el pasado ha sido completamente descuidado hasta la fecha. L a razón
de este descuido reside en la asociación que hoy se hace entre la anciani­
dad y la muerte, aunque de hecho este nexo es muy reciente, ya que en el
pasado la mayoría de la gente moría joven más bien que vieja. Esta aso­
ciación ha obstaculizado la investigación, puesto que casi durante medio
siglo hemos estado viviendo en una sociedad que piensa, habla y escribe
cada vez más explícitamente acerca del sexo, pero que piensa, habla y
escribe cada vez menos explícitamente acerca de la muerte. Hem os atra­
vesado por un periodo que podría denominarse como “ la pornografía de
la muerte” , en el que ésta ha llegado a ser un tema tabú dentro de las
conversaciones de buen gusto. Empero, en la última década este tabú se
ha venido abajo, y los historiadores, al igual que el resto de nosotros,
se han apresurado a llenar el vacío. Hoy existe una rama especial del co­
nocimiento denominada "Tanatología” ; asimismo, los historiadores de la
muerte, como Ariés o Vovelle, han aparecido de repente en escena.1
Por lo tanto, no es sorprendente que este resurgimiento del interés por
la muerte haya, a su vez, generado un creciente interés por la ancianidad.
Anteriormente preocupados, debido» al énfasis freudiano en la im portan­
cia de este periodo para el desarrollo posterior, por las diversas fases de la
infancia (terreno en el que Philippe Ariés fue una vez más el pionero), los
historiadores han vuelto súbitamente su atención hacia los ancianos. Ya
era tiempo de que esto ocurriera, ya que el vado dejado por los anteriores
historiadores vino a llenarse con las falsas imágenes de una Edad de Oro.

1 Philippe Ariés, Western Auúudus Totearás Death, Baltimore, 1974; Michcl Vovelle. Moutir
/Uitrofots. Poi'ís. 1974.
261
262 El. SU RGIM IENTO DEL M U NDO MODERNO

Un sociólogo inglés, Bryan Wilson, recientemente aseguró a sus lectores


que en las sociedades tradicionales y preindustriales, “ un individuo podía
pensar en su vejez en forma placentera, como una época en que la dismi­
nución de su energía física se vería conpensada por el respeto social hacia
la experiencia” . Obviamente, este individuo no había oído hablar jamás
del rey Lear. El presidente de la rama norteamericana de la Asociación
Internacional de Gerontología había adoptado anteriormente la misma
postura, al afirm ar que "antes de la Revolución industrial, los ancianos
gozaban de una posición favorable casi sin excepción. Su seguridad eco­
nómica y su jerarquía social estaban aseguradas por su papel y su lugar en
el seno de una fam ilia numerosa” ,2
¿Cuáles son los hechos según el análisis reciente del profesor Fischer, el
señor Thomas y el señor LasletC?3 En primer lugar, como los antropólogos
siempre lo han sabido, las sociedades tradicionales son muy ambivalentes
en sus actitudes hacia los ancianos. En tanto una persona mayor conserve
sus facultades, servirá como el Néstor de la comunidad, la venerada fuen­
te de la antigua sabiduría y las costumbres, el sucedáneo viviente de los
libros de historia dentro de una sociedad ágrafa. Pero una vez que esas fa­
cultades merman, se da la tendencia a despreciarlo y a ridiculizarlo, y
con frecuencia se le mata deliberadamente o se le deja morir por abando­
no y desnutrición. Las primeras sociedades modernas preindustriales de
Occidente tenían mucho también esta ambivalencia, si bien la expresa­
ban en una forma menos cruda y cruel. De las tradicionales siete edades
del hombre, las últimas dos, de los cincuentas en adelante, difícilmente
podría decirse que se describían con respeto y veneración. Según lo expre­
só Shakespeare en Como gustéis, la sexta edad "se desliza en un delgado y
resbaladizo pantalón” , mientras que la séptima “es una segunda infancia
y mero olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada” .
Conjuntamente con la decadencia física, que en aquellos días comen­
zaba en una edad temprana, se daba un deterioro psicológico. Se pensaba
que los viejos se caracterizaban por ser “ quisquillosos, olvidadizos, avari­
ciosos, gárrulos y sucios” , y no con poca frecuencia también impotente­
mente libidinosos, como lo ilustraba la leyenda popular en que se describía
al venerable Aristóteles gateando desnudo por su jardín montado por la
lozana Filis blandiendo un látigo. Tampoco se concedía a los ancianos el
respeto que ellos pensaban que se les debía, por lo que el pastor de Sha­
kespeare en Cuento de invierno meramente vino a hacerse eco de siglos de

2 B, R. Wilson, Londres, 1970, p. 219; F. W. Burgessen


The Youth Culture and the Universities,
comps. J. KapJan y G. J. Aldrigc, Nueva York, 1962, p, 350.
Social Welfare o f the Aging,
5 D. H, Fischer, Nueva York, 1977; K. Thomas,
Grotoittg Oíd in America, Age and Authority in
1976; P. Lasiett, "The Historyof
Earfy Modera England, Proceedings o f tita Brítish Academy, LXU,
Aging and the Agcd", en su Cambridge. 1977.
h'amily Life and íllicit Love in Eurlier Gcnerations,
L A A N C IA N ID A D 263

quejas al afirmar que entre las edades comprendidas entre los dieciséis y
los veintitrés años, los jóvenes únicamente piensan en “ em barazar a las
mozas, injuriar a los ancianos, robar y pelear” .
Si bien en el ideal de una sociedad premoderna no se incluía el respeto
por la ancianidad, de igual forma se encontraba en él muy poco respeto por
la juventud. "¡Hasta que un hombre no ha alcanzado la edad d e los v e in ­
ticuatro años, se comporta como un salvaje, carece del discernimiento y
de la experiencia suficiente para gobernarse a sí mismol” Se le considera­
ba como “ una edad escurridiza, llena de pasión, arrebatos y obcecación ” .
L a actitud prevaleciente, según se lee en la literatura de la época, era hos­
til tanto a los jóvenes como a los ancianos, y fuertemente favorable a los
individuos maduros, a los “ hombres graves y melancólicos que se e n ­
cuentran por encima de las veleidades de la juventud y por debajo de los
achaques de la vejez” . No es posible describir razonablemente a una so­
ciedad de este tipo como gerontofílica, ya que miraba con recelo a los
ancianos en la misma medida que a los jóvenes. Por otra parte, los a l­
tos índices de fecundidad y de mortalidad indican que se trataba de una
sociedad poblada y joven. Como resultado de ello, a pesar del énfasis en
la madurez, entre los miembros de la Cámara de los Comunes, para no ci­
tar más que un ejemplo, alrededor del 45% estuvo conformado in d efec­
tiblemente por hombres menores de cuarenta años durante los siglos XVII
y XVIII. Además, la costumbre del patronazgo proporcionó inmensas
oportunidades a la minoría privilegiada. N o únicamente ocurría que al­
gunos hombres muy jóvenes heredaban con frecuencia vastas fortunas y
poder a consecuencia del temprano fallecimiento de sus padres; sino que
otros eran impulsados a ocupar altos cargos merced al patronazgo de un
amigo influyente, que con frecuencia era su propio padre. De esta m a n e­
ra sucedió que en 1667 un debate en la Cámara de los Comunes fue abier­
to por un hijo de George Monck, el arquitecto de la Restauración de
Carlos II: el muchacho tenía catorce años.
Una característica fundamental que distinguió a la sociedad prem oder­
na de la nuestra fue que en ella se dieron enormes cantidades de gente jo ­
ven, ávida de poder y de posesiones, y no mucha gente vieja para ser ya
sea respetada o despreciada, atendida o descuidada. En la Inglaterra del
siglo XVII, las personas arriba de los sesenta comprendían a lo sumo el 8%
de la población, en comparación con el 19% de hoy día. Ciertamente
que el derecho de antigüedad constituía el principio en torno al cual la
sociedad organizaba sus instituciones —las Iglesias, los gremios, las cor­
poraciones o las universidades — , y se desconocía el retiro obligatorio. En
la práctica, sin embargo, el reducido número de ancianos significaba
que, tanto entonces como ahora, los puestos de autoridad eran desempe­
ñados principalmente por hombres cuarentones o cincuentones. L os po-
264 EL SU RG IM IE NTO DEL M U NDO M O D ERNO

eos que lograban llegar al umbral de los sesentas con frecuencia conse­
guían puestos de distinción exclusivamente en virtud de su longevidad:
por ello dos terceras partes de quienes figuraron en Quién es quién en la
historia 1603-1714 habían alcanzado la edad de sesenta años o más.4
A medida que las fuerzas físicas de estos pocos ancianos mermaban, la
única forma en que podían asegurarse respeto y sostén era aferrándose te­
nazmente a los cargos, las posesiones y él poder. Eran relativamente pocos
los ancianos que vivían solos, en parte debido a que no había muchos, y
en parte debido a que muchos de ellos se las ingeniaban para mantener a
una hija soltera en casa que se ocupara de su cuidado. Eran relativamente
pocas las familias, sin embargo, que estaban compuestas por tres genera­
ciones, y éstas estaban normalmente ligadas no por lazos afectivos, sino
por necesidad económica y obligación legal; ya que la sabiduría conven­
cional, encerrada en la Biblia, recomendaba que “mientras vivas y la vida
aliente en tí, no te abandones a nadie. Pues es mejor que tus hijos hayan
de procurarte a que tú tengas que depender de sus favores” .
Cuando un campesino cedía sus bienes a su hijo al mermar sus fuerzas
físicas, normalmente se cuidaba muy bien de asegurarse, mediante una
escritura legal, de que las obligaciones de este último para cuidar de él
quedaran estipuladas minuciosamente, estableciéndose incluso el número
de velas que habrían de proporcionársele y el libre acceso al fuego de la
cocina. Cualquier incumplimiento de cualesquiera cláusulas causaba la re­
vocación automática de la escritura, Los padres del siglo XVII no se ha­
cían ilusiones acerca de cómo pudieran cuidarlos sus hijos si se daba el
caso: “ Ninguna prisión puede ser más onerosa para un padre que la casa
de un hijo o de una hija.”
La conclusión es inevitable: en la Inglaterra premoderna (lo mismo
que en los Estados Unidos) los ancianos eran respetados únicamente
mientras conservaban el control sobre sus posesiones, lo cual les daba el
poder para hacer que sus hijos los obedecieran. La suerte de aquellos que
carecían de bienes era bastante severa, ya que se veían reducidos a la sc-
miinanición y a la mendicidad, a merced de la asistencia para los pobres
institucionalizada en la Inglaterra de aquella época, o a depender de las
insuficientes e inciertas posibilidades de obtener caridad privada en otras
partes. Los sociólogos que aún creen en la Edad de Oro preindustrial de
los ancianos deberían echar una mirada a la reciente y aterradora
descripción de Olwen Hufton acerca de. las condiciones de vida de los
pobres en la Francia del siglo XVIII.5 .
La gran transformación entre la temprana época moderna y la píesen­

os. Smtth, "Orowíng Oíd inF.arly Stuart Englnnd", Álbion, 8, ¡976, p. 156
5 O. Hufton, The Poor tn Eíghíecnth Ccniury Trance, 1750-1789, Oxford, 975.
)
L A A N C IA N ID A D 265

te consiste en la creciente estratificación por edades de la sociedad. L a


precocidad juvenil ha sido suprimida actualmente por el cierre de filas de
la cohorte generacional a medida que ésta prosigue su marcha inexorable
a través de un sistema educativo cada vez más amplio. En el o tro extrem o
del espectro generacional, el retiro obligatorio y los esquemas públicos y
privados de pensiones han dejado un cuerpo cada vez m ayor de an­
cianos en un estado de superfluidad, ya que éstos han sido expulsados de
la completa ciudadanía que confiere elparticiparenla fuerza de trabajo, aun­
que la mayoría de ellos viven por fin en circunstancias económicas tolerables.
El profesor Fischer es el primer erudito que emprende un vasto exam en
de las actitudes hacia ios ancianos observadas desde el siglo XVH hasta
el XX (lanzando incluso una mirada tentativa hacia el futuro). Su libro
manifiesta elegancia tanto en su prosa como en el uso de los conceptos, y
es ingenioso en cuanto al empleo de una amplia variedad de datos.
Muestra una brillantez superficial de lo más atractiva, y es un trabajo
erudito, agudo y apasionado, una combinación casi irresistible.
Su tesis se resume en lo siguiente. Hasta 1780 los norteamericanos
fueron en efecto gerontofílicos en teoría, del mismo modo en que los so­
ciólogos afirman que lo fueron en la práctica. Señala que los mismos
nombres con que se alude a las personas de autoridad, como “ senador” o
“ concejal” ,* se derivan de palabras que significan anciano, Cita a Cotton
Mather con respecto a que "las dos cualidades van juntas, lo anciano y lo
honorable” . La principal prueba que proporciona en favor de que la teo­
ría se tradujo en la práctica es el hecho de que la población de Massachu-
setts se sentaba en los templos de acuerdo con sus edades, antes que de
acuerdo con la riqueza o el status. Admite, sin embargo, que este respeto se
manifestaba en grado sumo en el caso de los hombres ricos y con bienes, y
que era mínimo o inexistente en el caso de los pobres que carecían de pro­
piedades y en c), de las ancianas.
La gran línea divisoria que marcó el cambio de una sociedad gerontofí-
lica a una gerontofóbiea tuvo lugar, según cree el profesor Fischer, en los
cincuenta años comprendidos entre 1770 y 1820, un periodo de “ p rofu n ­
das transformaciones" en cada uno de ios aspectos de la vida norteameri­
cana, incluyendo la política, la economía, la demografía, la sociedad, la
religión y los valores. Si esto es cierto, esta proposición vendría a sepultar
definitivamente la teoría de la modernización, ya que haría que todas
estas transformaciones precedieran en lugar de seguir a la industrializa­
ción y la urbanización. La concatenación causal quedaría de cabeza.
El margen de evidencia que el profesor Fischer ha elegido para probar
su punto de vista es ilustrativo tanto del extraordinario ingenio que exige

* En ingles concejal se dice aldcrman, que etimológicamente significa eider man. hombre <lc edad. [T.J
266 EL SURGIM IENTO D EL M U N D O M ODERNO

tener un historiador de la mentalité, como de su capacidad para selec­


cionar los puntos significativos en medio de un vasto y abigarrado ordena­
miento de hechas. En primer lugar, el profesor Fischer muestra que el cri­
terio para ocupar los asientos en los templos de Massachusetts dio un viraje
de la edad a la riqueza, subastándose aquéllos al mejor postor. En segun­
do lugar, alude a la introducción de una edad obligatoria de retiro en el
caso de los funcionarios, que se inició con algunos jueces en 1777. Esta fue
una innovación que hizo enfurecer al anciano John Adams de ochenta y
nueve años: “ Nunca podré perdonar a Nueva York ni a Connecticut ni a
Maine por arrojar a los hombres venerables” , escribió airadamente al poco
compasivo Jefferson,
A continuación se dedica a un hábil ejercicio de carácter cliométrico,
haciendo un escrutinio de los resultados censales, con objeto de extraer
pruebas estadísticas de que los hombres tendían a sobrestimar su an­
cianidad en el siglo XVIII, y a subestimarla en el siglo XIX. La conclusión
a que este autor liega es que el culto de la ancianidad fue sustituido por el
culto de la juventud. En cuarto lugar señala que en el siglo XVIII los
hombres se veían mayores que la edad que tenían, ya que usaban pelucas
empolvadas y largos gabanes, mientras que en el siglo XIX se veían más
jóvenes a causa del cabello natural, los tupés y los chalecos y los pantalo­
nes ajustados. En quinto lugar arguye que se desarrolló un nuevo len­
guaje para injuriar y ridiculizar a los ancianos. Las antiguas palabras
neutras se volvieron peyorativas, se introdujeron nuevas palabras inju­
riosas, en tanto que las antiguas palabras de respeto cayeron en desuso.
En sexto lugar, en los retratos familiares del siglo XVIII los padres de fa ­
milia descollaban sobre sus esposas e hijos de acuerdo con una composi­
ción vertical. En séptimo lugar, la herencia partióle o dividida sustituyó a
la primogenitura en los códigos legales de la nueva república. En octavo
lugar, disminuyó la proporción de niños a quienes se les ponía el nombre
de sus abuelos.
A n te el respeto impuesto por esta serie de pruebas, la primera reacción
del pasmado lector es someterse a ellas. ¿Cómo podría resistirse ante un
cuerpo de pruebas tan brillantemente presentado, tan diverso, tan in ­
tegrado y de un alcance tan vasto? Seguramente después de todo esto
piensa que el profesor Fischer ha demostrado triunfalraente su teoría, y
que al hacerlo ha exhibido un virtuosismo histórico magistral en cuanto a
la manipulación de datos orientada a revelar diversos estados mentales.
Por desgracia, lo cierto es que no ha logrado hacerlo. Sometido a un
examen cuidadoso, cada fragmento de prueba empleado para demostrar
un argumento resulta ser ambiguo, infundado, o inadecuadamente sus­
tentado, y aun en el caso de ser válido sujeto a otro tipo de explicación. FJ
argumento más firm e es el primero, el referente a las transformaciones en
LA A N C IA N ID A D 267

cuanto a la disposición de los asientos en veintiún templos protestantes de


Massachusetts entre 1765 y 1836. Empero, esto podría explicarse ig u a l­
mente como un viraje ideológico de la deferencia a la dem ocracia, o por
un reconocimiento del hecho de la creciente desigualdad económ ica. L a
jubilación de los jueces a los setenta no parece ser nada más que un in ten ­
to muy modesto por retirar de los tribunales a los miembros seniles, antes
de que hicieran un daño considerable al ejercicio de la justicia. jEI retener
a los jueces hasta la edad de sesenta y nueve años difícilmente puede con ­
siderarse un triunfo de la juventud sobre la ancianidad!
En cuanto al conglomerado por edades en los resultados censales, los
cuatro casos propuestos con respecto a los años comprendidos entre 1636
y 1787 son akarneme ambiguos. Ninguno de los cuatro muestra una ten­
dencia uniforme a exagerar la edad, y la enorme concentración - hasta
del 40% -- en cada decena de años, treinta, cuarenta, cincuenta, etc., hace
en todo caso que sea imprudente el sacar cualquier tipo de conclusiones a
partir de esta información. Es verdad que se dieron cambios con respecto
al cabello y la indumentaria, pero ha de recordarse que las pelucas poivea-
das sólo llegaron a estar de moda a finales del siglo XVII, mientras que en
el siglo XVI y a principios del XVII el cabello suelto y las ropas elegante­
mente juveniles se avenían confortablemente con la supuesta geron tofilia.
Al referirse a las modificaciones en el lenguaje, Fischer ha interpreta­
do mal sus pruebas. Su fuente, al igual que la mía, es el Diccionario O x ­
ford. Gaffer [ = viejo o vejete] jamás fue peyorativo, pues conservó hasta
finales del siglo XIX sus antiguos significados neutros o positivos. Graybe-
ard [- v ie jo , aludiendo a la barba cana], se mantuvo siempre neutro.
O ldtim er [ = viejo, en el sentido de quien pertenece a otro tiempo], es un
término norteamericano de finales del siglo XIX, completamente neutro
en su significado. En cuanto a las palabras peyorativas, baldhead [ = cal­
vo, en el sentido de alguien decadente físicamente], data de 1535, codger
[ = viejo excéntrico], de 1756, geezer [ = viejo chiflado], de 1885, lo cual
no resulta de mucha ayuda. Las palabras positivas que se aduce cayeron
en desuso, como grandsire [ gran señor], o forefa th er [ = antepasado,
padre de antaño], se observan desde el siglo XIV al siglo XIX, Grandad
[ = abuelo, gran padre] o grandaddy [ = abuelito, gran papito] tuvieron
un uso más difundido en el siglo XIX. El verbo "abuelear” , cuya intención era
halagar, es tan raro que únicamente se le usó en 1748. Uno se ve obligado a
concluir que no puede obtenerse ninguna conclusión de utilidad de este
ejercicio semántico.
En cuanto a las pautas de nombramientos (con base en un pueblo de
Massachusetts), el poner a los niños los nombres de sus abuelos muestra
una pauta aleatoria en zigzag, y sólo se observa una declinación en forma
indefectible en el caso de las niñas. Esto, en el supuesto de que signifique
268 EL SU RGIM IENTO DEL MUNDO M O D E RN O

algo, podría explicarse mejor por la relación cambiante entre la familia


nuclear y el círculo de parentesco, que por cualquier cambio de actitud
con respecto a la ancianidad.
El profesor Fischer podría tener razón en cuanto a la disposición de los
retratos familiares, empero sería deseable contar con más que simple­
m ente treinta retratos, correspondientes a un periodo de 140 años desde
1729 a 1871, para poder sustentar una conclusión. En todo caso, es más
probable que la explicación consista en aquel individualismo y aquel
igualitarismo que De Tocqueville pensó constituían las características dis­
tintivas de la familia norteamericana de comienzos del siglo XIX, antes
que en cualquier propensión hacia la gerontofobia. Puesto que en la
práctica las herencias divisibles eran ya la norma, la abolición de la pri-
mogeniíura vino a ser un gesto en gran medida carente de sentido por
parte de Jeffcrson y otros hacia el ideal del igualitarismo.6 Si el profesor
Fischer piensa que esto tuvo algo que ver con la disminución en el respeto
por los ancianos, es suya la responsabilidad de reproducir algunas citas a
fin de mostrar que era esta la intención de Jeffcrson.
Este prolijo examen de las pruebas referentes a “ profundas transforma­
ciones” entre 1770 y 1820, y a un profundo cambio de actitud hacia la an­
cianidad y hacia la juventud, parece socavar los cimientos de la hipótesis.
¿Pero dónde nos deja todo esto? La transformación más importante es de­
mográfica, el notable surgimiento de los ancianos como una proporción
de la población adulta. En los Estados Unidos, únicamente alrededor del
25 al 40% de aquellos con una edad de veinticuatro años podían esperar
llegar a la edad de sesenta en el siglo XVU; entre los nacidos en 1840 la
proporción era del 60%; y entre aquellos nacidos en 1960 llegó a ser del 90%.
Los efectos de tal transformación sobre las perspectivas de lograr una
prom oción temprana pueden imaginarse fácilmente. El redro obligatorio
se convirtió en una necesidad con objeto de evitar que esta masa de an­
cianos en rápido crecimiento obstruyera los canales del progreso. Aun así,
casi cualquier profesión se volvió más vieja en el siglo XIX, y la proporción
de hombres menores de cuarenta años en la Cámara de los Comunes se
redujo a la mitad. A comienzos del siglo XX se desarrollaron programas
privados, y posteriormente nacionales, de pensiones a fin de ocuparse de
la creciente precariedad económica de los jubilados, en la misma forma
en qiie el Estado se hallaba asumiendo la responsabilidad con respecto a
muchos otros problemas sociales, desde el desempleo basta la vivienda y
la salud. Como resultado de ello, se ha. logrado hacer frente más o menos

6 S . N . K a ty . “ T h o m a s je ffc r s o n a n d th c R ig lt t to R io p c it y ¡n R e v o lu tio n a r y A m e r i c a " . Journal of


Lawand ficonomics, e n e ro d e 1976; C. R a y K e i m , " P r im o g e n t t u r e a n d E m a il in C o lo n ia l V ir g in ia 0.
WtlUatn and Mary Quarterly, T e r c e r * S erie, X X V , 1968.
LA A N C IA N ID A D 2GI)

a los realmente severos problemas económicos de los ancianos (siem pre y


cuando las instituciones de previsión social no quiebren). M uchos estu­
dios han mostrado, sin embargo, que el automóvil, el avión y el teléfono
han preservado o incluso incrementado los contactos entre los abuelos,
sus hijos y sus nietos. De manera que la situación de los ancianos es seria,
pero no desesperada. Ciertamente es mucho menos desesperada en el
caso de los pobres de lo que lo fue en la “ Edad de Oro” preindustrial.
Sin embargo, persiste una aguda fuente de angustia para muchos an­
cianos, la cual se deriva de las transformaciones demográficas, id eo ló gi­
cas e institucionales ocurridas en el siglo XX. Ésta consiste en la sensación
psicológica de superfluidad observada entre los jubilados, debido a que se
hallan viviendo en una sociedad todavía apegada a la ética puritana de
trabajo. Sienten que se les ha descartado como seres inútiles para la c o ­
munidad, y no encuentran satisfactorio el sentarse simplemente al sol y
observar pasar al mundo. Es posible, sin embargo, que la ética de trabajo
se halle hoy en decadencia en los Estados Unidos de finales del siglo XX, y
que se le esté sustituyendo por una nueva ética de carácter hedonista,
orientada hacia la búsqueda del placer y del ocio. Si esto es así, tendrá
profundas consecuencias para nuestra sociedad, muchas de ellas malas.
Empero, una cosa buena podría ser que los ancianos jubilados se llegaran
a sentir mucho más positivos con respecto a su ocioso destino. Quizá pu ­
diera ser que su migración a Florida y a California fuera lo que estuviera
estimulando este cambio de actitudes hacia el trabajo y el ocio en toda la
sociedad.
Por consiguiente, la sociedad norteamericana (al igual que la inglesa)
jamás fue gerontofílica, ni siquiera en teoría, pero ciertamente que no es
gerontofóbica en la actualidad. Si en realidad fuera gerontofóbica, esta­
ríamos llevando a empellones a ios ancianos a los hornos de gas, o los d e ­
jaríamos m orir en medio de la podredumbre, en lugar de gastar pasmosas
sumas de dinero en pensiones, atención médica y asistencia con objeto de
prolongar las costosas vidas de estas criaturas productivamente inútiles y
cada vez más numerosas, No hay duda de que el cuidado y la asistencia
son en ocasiones insensibles e inadecuados; sin embargo, ninguna so­
ciedad a lo largo de la historia ha destinado una mayor cantidad de su
producto nacional bruto a los ancianos.
De hecho, todo parece sugerir que nuestras actitudes hacia los ancianos
no son muy diferentes hoy día de lo que solían ser en tiempos de Sha­
kespeare, y que el tipo de diferencia que existe asume la fonna de una
mayor amabilidad —la mayoría de nosotros aún nos ponemos de pie en
los camiones para cederles el asiento— y de una mayor disponibilidad a
pagar excesivamente (a través de impuestos) por su bienestar. En cuanto
a la intimidad y el afecto, jamás hubo muchas familias de tres genera­
270 EL. SURGIM IENTO DEl. M UNDO MODERNO

ciones en mayor grado de las que hay hoy día. N o estamos ni más ni
menos ansiosos por tener a nuestros abuelos bajo los pies de lo que estu­
vieron nuestros antepasados.
Cuando Charles Colson quiso impresionar al público norteamericano
con lo extremo de su servil devoción por Richard Nixon, proclamó que de
buena gana pasaría sobre su abuela con tal de servirlo. El hecho de que
Colson baya empleado este tipo de imagen sugiere que se daba cuenta de
que los norteamericanos de finales del siglo XX aún siguen considerando
el pasar sobre las abuelas como un grave acto de sacrilega impiedad, al
igual que los griegos en los días de Homero. Tampoco debe olvidarse que
hasta hace tan sólo unos pocos años todas las democracias del mundo oc­
cidental se complacían en encomendar su destino a figuras que encarna­
ban la imagen del abuelo: Eisenhower, Churchill, De Gaulle, Adenauer
( “D er A lie ") y De Gasperí. No hay muchos indicios en esta tendencia re­
ciente de que se haya dado alguna disminución en el respeto por los an­
cianos dentro del comportamiento político.
¿Qué es entonces lo que ha sucedido? Durante los últimos veinte años
ha tenido lugar un cambio de actitudes (posiblemente temporal) hacia
los méritos relativos de la juventud y de la edad madura. Las víctimas de
este cambio no han sido los ancianos sino aquellos “ melancólicos” , madu­
ros y sobrios hombres que llegaron a ser tan admirados en los tiempos pre­
modernos. Si se ven expulsados del trabajo después de la edad de los
cuarenta y cinco, quedan reducidos a la condición de ser virtualmente
inempleables. N adie desea contratar a un hombre o a una mujer madu­
ros. Si bien los aspectos más grotescos del culto a la juventud observado en
los sesentas han desaparecido casi por completo, sobrevive una indisponi­
bilidad a reconocer y recompensar la sabiduría y la experiencia de la m a­
durez. El vigor y ia virilidad juveniles se procuran actualmente en el caso
de los rectores, los altos ejecutivos, los senadores y los congresistas. Por
consiguiente la verdadera transformación, la cual ha tenido lugar única­
mente en los últimos veinte años, mucho después y no antes de que la R e­
volución industrial alcanzara la madurez, ha venido a ser la degradación
de los hombres maduros y la exaltación de los adolescentes y de la juventud.
X V . L A M UERTE*

A JUZGAR por las pruebas arqueológicas, parece evidente q u e Freud se


equivocó por lo menos en un respecto. Los diversos tipos de malestar de la
civilización parecen haberse centrado no en la supresión del id, sino más
bien en las aprensiones con respecto a las perspectivas y la naturaleza de
la vida después de la muerte. Algunas de las construcciones más gigantes­
cas, lo mismo que algunas de las obras de arte más espléndidas y extrava­
gantes y algunos de los rituales más complejos se han consagrado al
entierro, al alojamiento y al equipamiento de los muertos, como una pre­
paración al viaje del alma más allá de la tumba. Ya por el año 50000 a.C.
el hombre de Neanderthal enterraba a sus muertos con ñor es, y por el
año 7000 a.C. florecía en Jerícó un refinado culto a los antepasados. Nos
quedamos asombrados al contemplar las pirámides de los faraones de Gi-
za, el gigantesco montículo funerario de Silbury HUI — la más grande
estructura hecha por el hombre en Europa— , la imponente tumba pira
midal del alto sacerdote en las espesuras del bosque chiapaneco en Palen­
que, las tumbas en forma de colmenas de Micenas y las grandes tumbas
megalíticas de múltiples cámaras en los largos montículos del noroeste de
Europa. Los museos de todo el mundo se hallan repletos de accesorios fu­
nerarios pertenecientes a reyes y nobles muertos. En El Cairo se exhibe el
mobiliario de oro de Tutankamón; en Londres, las joyas, los platos de
plata y el escudo ornamentarlo del cenotafio funerario en forma de barco
del rey anglosajón de Sutton Hoo; en Atenas, la máscara de oro de un rey
micénico; en Cháteaudun, la gigantesca y clásica crátera griega de bron­
ce, transportada a través de media Europa y enterrada después junto con
una princesa celta desconocida en V ix, Los ejemplos son interminables,
pero la conclusión es evidente: los hombres creían que podían llevarse to­
do con ellos, y que tenía que ser lo mejor.
Por supuesto que estos enormes monumentos llenos de tesoros tenían
una finalidad social al igual que ritual. Incluso los bienes funerarios ocul­
tos eran mucho mayores de lo estrictamente necesario para el envío fun­
cional del alma a su viaje postumo. Las superestructuras eran el resultado
de un complejo de edificios, vanos y gloriosos despliegues del status social
tanto de los muertos como de sus sobrevivientes, quienes podían permitir-
* Estoy en deuda con la Fundación Rockefcller de la Villa Serbclloni de Bcllagio por la hospitali­
dad que me brindó para poder elaborar esta reseña en un ambiente de paz y de ocio. Mis corresiden­
tes en Bcllagio, los profesores Dorothy Nelkin yjoscph Berlincr, proporcionaron algúnas sugerencias
útiles.
271
272 RESU RGIM IENTO DEL M UNDO M O D E RN O

se no únicamente enterrar para siempre bajo tierra riquezas tan fabulo­


sas, sino también gastar la tan escasa fuerza de trabajo humana en la edi­
ficación de llamativos símbolos de la inmortalidad. Asimismo, la simple
opulencia del mobiliario, y la no poco frecuente inclusión de concubinas
y de esclavos sacrificados, muestran que los bienes funerarios también
tenían la intención de dar placer a los muertos. Estaban hechos con el
propósito de permitirles disfrutar en el otro mundo de los mismos lujos,
las mismas complacencias sensuales y el mismo estilo de vida suntuoso de
que habían disfrutado en éste. En abierto contraste con la creencia cris­
tiana de que es más difícil para un rico entrar en el cielo que para un ca­
m ello pasar a través del ojo de una aguja, los reyes y los nobles de la A n ti­
güedad pagana esperaban tener bonanza en ambos mundos. Sin embargo,
el hecho de que la función esencial era servir al alma se demuestra por el
éxito de las grandes religiones monoteístas, el judaismo, el cristianismo y
el islamismo, en poner fin a esta práctica de equipar a los muertos con
bienes materiales dispuestos para su viaje, l.as esposas, las concubinas, los
esclavos, los caballos, los barcos, los carros, las armaduras, las armas, el
mobiliario y las joyas dejaron de acompañar a su propietario a la tumba
al no serle ya de ninguna utilidad en la otra vida. Por supuesto que esto
no ocurrió de la noche a la mañana, ya que todavía en el siglo VIH los
reyes merovingios seguían enterrando a sus muertos con refinados bienes
funerarios, a pesar de su piedad cristiana. Debido a su creencia en la re­
surrección final del cuerpo, el cristianismo también puso límites a la
naturaleza del entierro, la cremación dejó de ser una opción viable. Ai
mismo tiempo, se redujo también el tamaño de los monumentos funera­
rios, Por otra parte, el cristianismo no hizo nada por detener la elabora­
ción del ritual que rodeaba al acto de la muerte, con los subsecuentes ri­
tuales referentes al luto, al funeral y al apaciguamiento o al auxilio de las
almas de los muertos.
Esta creencia persistente y universal en una vida después de la muerte
es un fenómeno muy extraño. Es como si la parte racional del cerebro hi­
ciera al hombre único en cuanto a su conciencia de que el único hecho
inevitable de su vida es la muerte. Y sin embargo, en un nivel más pro­
fundo de conciencia la parte del cerebro más intuitiva no puede aceptar
la inevitabilidad de la extinción del sujeto y de aquellos a quienes está vin­
culado. Por ello el individuo postula la existencia del alma como una en­
tidad que habrá de permanecer después de su descomposición física. Casi
da la impresión de que por medio millón de años ambas partes del ce­
rebro hubieran sostenido una guerra irreconciliable entre sí, cada una
rehusando aceptar las conclusiones de la otra. Como Erwin Panofsky lo
señalaba, “ difícilmente hay alguna esfera de la experiencia humana en la
que creencias racionalmente incompatibles coexistan tan fácilmente, y en
LA MUERTE 278

la que sentimientos prelógícos, podría decirse que casi rnetalógkos,


sobrevivan a través de periodos avanzados de la civilización, como en
nuestras actitudes hacia los muertos” . 1 Una última peculiaridad de esta
paradoja es que el concepto de racionalidad se desarrolló en e l Occidente
en el siglo XVIíI coincidentemente con el concepto de individualismo. En
consecuencia, la probabilidad de la extinción personal llegó a ser ai mis­
mo tiempo más contundente desde el punto de vista lógico y más inacep­
table desde el emocional. Esto ha hecho que la tensión intelectual y psi­
cológica se haya intensificado durante los últimos doscientos años.
Lo cual nos retrotrae a Freud, quien postuló un conflicto eterno entre
Evos y Tána.tos. Este tema recibió una dimensión histórica en el libro Life
Against Death de Norman O. Brown, uno de los trabajos más brillantes
de la escuela neoman.ista, y se ha visto reflejado en ciertos lemas actuales de
la juventud, tales como “ Haz el amor y no la guerra” . Sin em bargo, en la
realidad biológica el sexo y la muerte se hayan causalmente vinculados.
La naturaleza prevé que cualquier especie que reproduce los genes m e­
diante la unión sexual de los individuos tenga mecanismos inherentes
que aseguren la eliminación de los padres, para permitir que el nuevo mate­
rial genético tenga espacio para crecer y reproducirse a su vez. Esto es, la
muerte es esencial para la diversificación genética mediante la unión sexual.
Hay evidencia irrebatible de que la preocupación por la muerte ha ab­
sorbido una cantidad significativa de energía psíquica y de rendimiento
económico en Occidente desde el siglo I al XX, de que la elaboración de
una visión alusiva al cíelo y al infierno vino a ser el tema de los más gran­
des poetas desde Dante a Milton, y de que la mayoría de los más grandes
escultores occidentales, como Miguel Ángel, han consagrado gran parte
de su tiempo y de su talento a los monumentos funerarios. A pesar de
todo esto, hasta hace muy poco la muerte había sido un tema del que los
historiadores casi no se habían ocupado. Los historiadores del arte se han
visto obligados desde hace mucho a prestar mayor atención a este asunto,
ejemplos prominentes de ello son los libros de A , Tenenti y Erwin Panofs­
ky,2 Panofsky fue el primero en formular una distinción esencial entre el
arte y el ritual “ prospectivos", diseñados en forma mágica para manipu­
lar el futuro, ya sea haciendo felices a la almas de los muertos en el más
allá o evitando que perturben a los vivos, y el arte y el ritual “ retrospecti­
vos” diseñados meramente para conmemorar las hazañas pasadas de los
muertos. Tam bién señaló el modo en que la doctrina paulina de la salva­
ción exclusivamente por la fe, que posteriormente llegó a ser tan esencial

1 E. Panoftky, Tomb Sculplure, Nueva York, 1964, p. 9.


t Panofsky, op cit.; A. Tenenti. La Vic et la Morí 4 travers l ’/lrt du X Vitrae Sieclc, Parts, 1962; A.
Tcneti, II Semo delta morle e l'A?norc delta Vita nel Rinascimento, Turfn, 1957.
27-1 EL SURGIMIENTO D E l. MUNDO MODERNO

para la teología protestante, eliminó en teoría al elemento retrospectivo y


centró el arte funerario en la redención de los peligros de la otra vida. ,
Sólo hasta el Renacimiento se incrementó el énfasis en la gloria perso­
nal retrospectiva, y con ello el tamaño y la opulencia del monumento v i­
sible sobre la tumba: son testimonio Brou, Innsbrück, la capilla de Enri­
que V II en la abadía de Westminster o las tumbas reales de Saint Denis.
Se admite que estos son despliegues del orgullo familiar antes que de p ro­
tección en contra de las malevolentes acciones de los fantasmas, o de con­
suelo para el alma en la otra vida. Sin embargo, incluso en los siglos XVI y
XVO, el antiguo m otivo subyacente sigue siendo: tim or mortis conturbat
me, un temor demostrado por la persistencia de los transí, imágenes del
cadáver desnudo ya sea en rigor mortis, abierto y suturado por el em bal­
samados o en plena descomposición y siendo devorado por los gusanos.
Antes de analizar el extenso libro de Philippe Aries, serla útil conocer
algo acerca del autor,5 El señor Aries no es un historiador profesional, sino
un hombre que se gana la vida como director de un centro de inform a­
ción en un instituto de investigación acerca de frutas tropicales. Aunque
estudió historia en la Sorbona según la forma usual, no logró aprobar su
agrégation en 1943 y abandonó la carrera de historiador profesional.
También es un caso insólito dentro de los círculos intelectuales parisienses,
ya que es un católico devoto que proviene de un medio fuertemente vin­
culado con el nacionalismo de derecha* el ultrarrealismo y el tradiciona­
lismo nostálgico, medio al que ha permanecido fiel, y puesto que fue por
mucho tiempo miembro activo de la A ction Franfaise. C om o se verá, es­
tos antecedentes personales son esenciales para la comprensión de la obra
del autor, ya que también nos explican por qué el señor Ariés es la excep­
ción de la historiografía francesa, A pesar de que su interés por las menta-
lités ha llegado a estar repentinamente en boga en la gran y dominante
escuela histórica de los Anuales de París, y de que la mezcla que hace entre
una filosofía antiilustrada y una etnografía histórica se halla de hecho
muy cercana a la del actual gurú parisiense, Michel Foucault, no es, sin
embargo, un profeta muy prestigiado en su propio país. Empero, en
Inglaterra y en los Estados Unidos su libro Centuries o f ChildhoodA ha
causado un sorprendente efecto, en parte debido a sus solas originalidad y
audacia, en parte debido a lo oportuno de su aparición, la cual coincidió
con el trabajo de Erikson acerca de la infancia y con un exhaustivo y
público volver a reflexionar sobre los diversos modos educativos. H a sido
una de las obras históricas de mayor influencia de los sesentas, la cual ha3 4

3 P. Ariés,L'Homme devant Ui Morí, París. 1977; P. Ariés, Western Attitudes íou/ards Deaíhfrotn
Baltimore, 1974. Véase la reveladora entrevista de Philippe Ariés
the Middle Ages to the Ptesent,
con André Burguiére publicada en Le Nouvel Obsetvalcur,20 de febrero de 1978.
4 Philippe Ariés, Londres, 1962.
Centuries o f Childhood,
LA MUERTE 275

venido a estimular el actual torrente de investigación histórica acerca de


la familia que se observa en los Estados Unidos y en Inglaterra. Tratá n d o­
se de un aficionado y de un extraño dentro de la profesión, este es un
logro notable y único en verdad. Y ahora ha vuelto a repetir la hazaña al
proporcionar un extenso modelo con respecto a los cambios de actitudes
hacia la muerte dentro de un periodo de mil años, el cual es probable que
tenga los mismos alcances que Centuries o f Childhood.
Artes postula cinco etapas principales dentro de la lenta y errática evo­
lución en la que se sobreponen diversas actitudes hacia la m u erte, en un
periodo comprendido entre los siglos IX y XX. Cada etapa se identifica
por tas que de hecho parecen ser definiciones diferentes acerca de la na­
turaleza del hombre con respecto a la muerte. L a primera no constituye
realmente una etapa sino una condición, y se basa estructuralmente en
una creencia que se mantiene inalterada entre las masas hasta el si­
glo XIX, la cual él denomina como "Todos morimos” . El ritual fundamental
es la escena del lecho de muerte: un despliegue público de arrepentim ien­
to y serena aceptación del fin. L a muerte está desprovista de un carácter
particulannente aterrador, y el destino del individuo se subordina sosega­
damente al futuro de la colectividad, de la sociedad, del grupo jerárquico
y de la familia. La vida después de la muerte no es más que una especie
de sueño que se prolonga indefinidamente.
La segunda etapa, referida como “ L a muerte del yo” , surgió entre los
siglos XI y XIII y sólo vino a afectar a la élite social e intelectual. Se carac­
teriza por el concepto del Juicio Final, en el que Dios habrá de decidir el
destino de cada alma con base en la conducta que haya observado en esta
vida; por la transformación de la misa fúnebre, de un ritual ocasional y
colectivo en un instrumento frecuente para la salvación de un alma parti­
cular; y por un cambio en cuanto al énfasis, el cual se centra ahora sobre
el funeral, ejecutado como un despliegue ostentoso y teatral, en lugar de
sobre el lecho de muerte. T o d o esto daría razón del empleo cada vez ma­
yor del testamento escrito para estipular todo lo referente al funeral, el
entierro y las misas en favor del alma. Estas transformaciones se debieron
a un cambio en la balanza; el individuo cobró importancia sobre la colectivi­
dad, lo cual se expresó a través de un violento amor a la vida y a todos los
bienes materiales de este mundo. Asimismo, el alma inmortal queda cla­
ramente separada de la corrupta carne. En el norte de Europa se cubría
el rostro del muerto, cuando al mismo tiempo el arte macabro se hallaba
mostrando el invisible cadáver en toda su prodredumbre. Ariés ve este
arte macabro no como un reflejo de la desesperación humana, generado
por la peste negra y las atrocidades de la Guerra de los Cien Años, como
creía Huizinga, sino como la contraparte de un apasionado anhelo por la
vida y las posesiones materiales.
27fi FX SURGI MIENTO D EL MUNDO MODERNO

La tercera etapa, denominada ‘‘La muerte prolongada e inminente”


(expresión tomada de una frase algo oscura de Madame de La Fayette,
“la m ort longue et proche'') alude al derrumbamiento de las defensas en
contra de la naturaleza. El sexo y la muerte recobran su fuerza salvaje e
indómita, lo cual halla su expresión más impresionante en la obra del
marqués de Sade, La agonía y el orgasmo quedan reunidos en una sola
sensación, simbolizada por la erección que supuestamente experimentan
ios hombres al ser ahorcados.
L a cuarta etapa, denominada “ T u muerte” , es el resultado del surgi­
miento del apego familiar a un amante, los hijos, la esposa o los padres.
Este nuevo fenómeno, que se halla vinculado al desarrollo de la privaci­
dad y de los estrechos nexos emocionales de la familia nuclear, es lo que
en otra parte he definido como “ individualismo afectivo” .5 En el si­
glo XVIII ciertamente que llega a ser, por vez primera, la fuerza motriz y
psicológica predominante de la élite en el noroeste de Europa. La patética
aflicción por la pérdida de un ser querido, ahora libre del ritual tradi­
cional, se convierte consecuentemente en la respuesta normal ante la
muerte, y en el centro de los cambios de atención, la cual ya no se dirige a
los moribundos sino a quienes les sobreviven. Nuevamente el énfasis recae
sobre el individuo, esta vez sobre los vivos antes que sobre los agonizantes.
A l mismo tiempo, el romanticismo transforma a la muerte, de algo te­
mible en algo bello. Se le anticipa casi anhelantemente, en especial por
aquellos que agonizan de manera lenta y bizarra a causa de la tuberculo­
sis, mientras que la alarma ante la posibilidad del castigo eterno disminu­
ye. L a creencia en la relación entre pecado, sufrimiento y muerte se m o­
difica en forma decisiva. Como consecuencia, la muerte se convierte en
un mero estado transitorio, una preparación que preside al hecho de
reunirse con los seres queridos en el otro mundo.
Finalmente, el siglo XX llega a desarrollar una fobia tal hacia la muerte
que se le desden-a por completo. Esta quinta etapa, denominada en fo r­
ma un tanto oscura como “ L a muerte invertida” (en lugar de “ L a muer­
te proscrita” , que hubiera sido mucho mejor) florece de manera más se •
¿ralada en Inglaterra y en los Estados Unidos. A medida que el sexo sale
del armario, la muerte va siendo confinada en él, ya que es algo de lo que
resulta impropio hablar entre gente educada. El morir es algo que se deja
a la tecnología médica y que ya no tiene lugar en el hogar, sino en un hos­
pital. Los funerales se abrevian y se simplifican, la cremación se convierte
en algo normal y se piensa que el luto es una forma de enfermedad men­
tal. El hombre se define según lo consideran los doctores, como un mero
conjunto de órganos sujetos a deteriorarse. Estas últimas tendencias son el

6 L. Stone, The Family, Sex and Mnrriagc m England, 13001)100, Nueva York, 1977.
LA MUERTE X77

resultado de una aguda disminución en la creencia de una supervivencia


después de la muerte, lo mismo que de una ulterior evolución del indivi­
dualismo, a medida que d hombre agonizante ha llegado a quedar tan
envuelto por la solicitud familiar que su enfermedad, e incluso la inmi­
nencia de su muerte, le son cuidadosamente ocultadas por tem or a con­
vertirlo en un miserable. Este es el último de los vítores del id ea l ilustrado
de Jefferson acerca de la búsqueda de la felicidad: puesto q u e la muerte
constituye evidentemente una amenaza para la felicidad, no sólo se le des-
tierra del horizonte humano ío mismo que de las conversaciones, sino que
incluso se le oculta a la víctima. En los Estados Unidos, esto ha alcanzado
su apogeo en Forest Lawn; la realidad de la muerte queda tam bién oculta
para el sobreviviente gracias al arte del embalsamado!-. Las m ejillas se ha­
cen parecer rollizas mediante la inyección de ceras, en tanto que el rostro
y las manos reciben un elaborado tratamiento de belleza. El cadáver es
expuesto al público en el ataúd, pero ahora luce más joven, apuesto y feliz
que en la vida real. A nadie le preocupa que fantasmas errantes o espíri­
tus malignos puedan entrar en esta carne tan cuidadosamente preserva­
da. Tam bién se da una sexta fase, la cual es la más reciente de todas y
que comenzó hacia 1970, cuya característica principal consiste en una
aversión en contra de la visión mecánica y accesoria del hom bre, lo cual
no es sino una reafirmación de su derecho a decidir cómo, cuándo y dón­
de habrá de morir,
La muerte, al igual que la locura y la magia, ha salido nuevamente a la
superficie, razón por la que este libro resulta tan oportuno. Es curioso el
ver cuánto hay en común entre un tradicionalista de derecha com o Phi­
lip pe Aries y un radical de izquierda como Michel Foucault, no única­
mente en cuanto a su metodología histórica referente al roedor* etnográ­
fico, sino también en cuanto a sus intereses básicos y sus conclusiones acerca
de la naturaleza de nuestra sociedad y de las enfermedades que la afligen.
Ambos autores comparten una misma aversión hacia ciertas instituciones
características de nuestro mundo optimista, racionalista y posilustrado
de ingenieros sociales: la prisión, el manicominio, el hospital, Mace más de
cuarenta años, Luden Febvre se quejaba de que “no contamos con nin­
guna historia acerca del amor, la muerte, la piedad, la crueldad o la
dicha” . Actualmente, en gran medida gracias a los trabajos de un talen­
toso y aislado aficionado, algunas de estas lagunas están siendo llenadas.
Por otra parte, resulta igualmente cierto que el libro presenta serias debi­
lidades, En primer lugar, a diferencia de Centuries o f Childhood, resulta
muy difícil de leer. Parte de su oscuridad se deriva de la ausencia de una

* £1 término que usa el autor es packrat, que viene a ser un tipo de roedor que habita en las mon­
tanas Rocosas. fT ]
278 ELS U RG IM iE NTO DEL M UNDO MODERNO

distinción clara entre los diversos elementos que constituyen la totalidad


del complicado síndrome de la muerte. El ritual del lecho mortuorio
puede tener lugar lo mismo en una casa, que en un asilo, una prisión (lo
cual era común en el siglo XVül) o un hospital (lo cual ocurría también
con frecuencia en e l siglo XVIII y es algo normal actualmente). También
puede tener lugar en público, con o sin la presencia de un sacerdote, o en
el aislamiento de un hospital.
El luto tiene en general un carácter altamente ritualista, el cual
comprende el uso de una indumentaria negra, la exposición del cuerpo,
los velatorios, etc. En el siglo XVIII adquirió un tono expresivo y emo­
cional, aunque más recientemente ha terminado por suprimírsele públi­
camente por completo.
El funeral puede ser costoso y solemne, o económico y apresurado, de­
pendiendo de la ocasión o de las posibilidades de cada bolsillo. Puede o
no acompañarse de un cortejo de parientes o de dolientes. El lugar en que
en la Antigüedad se verificaban los entierros se localizaba siempre fuera
de los muros de la ciudad. Fueron únicamente los cristianos quienes vi­
nieron a poner a los muertos en medio de los vivos, congregados en torno
a las tumbas de los santos, dentro de las iglesias en el caso de la élite, y
cerca de los patios de las mismas en el caso de las masas. Esta costumbre
prevaleció hasta el siglo XIX, cuando debido a tina mera presión de­
mográfica extrema, ya que el hedor de los cuerpos putrefactos era intole­
rable, los entierros volvieron a proscribirse por completo en los interiores
de las iglesias, y los cementerios se trasladaron a los distantes suburbios.
El cuerpo mismo puede embalsamarse, incinerarse, colocarse dentro
de un cripta familiar, o bien enterrarse primero para posteriormente ser
exhumado con el propósito de trasladar los huesos a un osario. El cuerpo
puede ser considerado con repugnancia, como en la Antigüedad u hoy
día; o con respeto, como en la Edad Media, cuando se le lavaba, se le pre­
paraba y se le exhibía en público durante el velatorio e incluso el funeral.
El monumento erigido sobre la tumba puede ser anónimo, fam iliar o
individual en cuanto a su identificación. Puede tener un carácter pros­
pectivo, alusivo al futuro a través de imágenes en las que el alma es eleva­
da al cielo por medio de ángeles, o retrospectivo, consistente en una
narración y una ilustración de los hechos notables realizados en vida.
Puede sér religioso y subrayar la piedad cristiana del muerto y la esperan­
za de salvación merced a la fe o a las buenas acciones; o bien puede ser
puramente secular, los ejemplos más sobresalientes de lo cual se en­
cuentran en las estatuas ecuestres en el interior de las iglesias de hombres
con armadura corveteando a sus corceles, como la de Bartolomeo Colleo-
ni en Bérgamo. Puede también poner de relieve la personalidad, la jerar­
quía social o la ocupación del muerto. El juicio de Dios puede concebirse
LA M UERTE 279

como colectivo y ofrecer salvación eterna para todos los creyentes cris­
tianos, o como personal, dependiente de la gracia divina, la intercesión
de los santos, las oraciones de los sacerdotes, o bien la fe o las buenas ac­
ciones del muerto. Puede haber dos tipos de juicios, el prim ero en el m o ­
mento de la muerte y el segundo en el momento del Juicio F in a l, o bien
únicamente uno. Puede haber dos destinos, el Cielo o el In fiern o, o tres,
el Cielo, el Infierno o el Purgatorio. Las almas pueden pasar e l intervalo
entre su muerte y el Juicio Final, cuando habrán de reunirse u na vez más
con sus cuerpos, como seres fantasmales y desdichados rondando en el
mundo de los vivos, o bien quedar recluidas segura y bastante con for­
tablemente en el Purgatorio.
Los vivos pueden considerar a las almas de los muertos com o espíritus
amenazadores a los que hay que temer y odiar, o a los que hay que hacer
propicios mediante la amabilidad y la generosidad, o bien exorcizar por
medio de la magia; o como objetos de piedad a los que hay que ayudar
por medio de una pródiga provisión de bienes para su postrer viaje, o en
su defecto por la contratación de costosos especialistas que recen por su
expedito acceso al Cielo. Los agonizantes pueden tener la suficiente con­
fianza en sus familias para dejarlas a cargo de todos estos arreglos, o bien
pueden tener los suficientes recelos como para estipular todas las medidas
en testamentos legalmente notariados.
Dada la gran cantidad de rituales y conceptos semiautónotnos en el
proceso que va desde la muerte hasta la disposición final del cuerpo y del
alma, dado el amplio margen de opciones, dada la extrema lentitud en
cuanto a los cambios de opinión, especialmente en estratos que caen por
debajo de la élite social e intelectual, y dadas la ambigüedad y la confu­
sión mentales con que la mayoría de nosotros abordamos el problem a de
la muerte, difícilmente sorprende el que los historiadores encuentren tan
arduo el identificar las diversas tendencias, y el que sólo mediante una he­
roica y extrema simplificación puedan descubrirse las etapas más generales.
Aun cuando sea posible hallar pruebas estadísticas aparentemente
aplastantes con respecto a las transformaciones, las causas de las mismas
no son del todo claras. Por ejemplo, los profesores Vovelle y Chaunu han
realizado análisis cuantitativos exhaustivos de testamentos, probando más
allá de toda duda que la alusión a la disposición última del alma (y del
cuerpo) tiende a desaparecer después de 1740, suprimiéndosele virtual­
mente por 1780, cuando menos en la Provenza católica y en París.6 A par­
tir de allí los testamentos se dedican exclusivamente a la disposición de los
bienes mundanos. Uno se ve tentado a concluir con el profesor Vovelle
que una gran marejada de secularización inundó Francia, borrando la in­

&Michel Vovelle, Pió té Baroque et DéChristianisation: les Altitudes devaut la Morí en Provence
au X.VW* Stécle. París, 1978; Fierre Chaunu. Mourir á Parts, París, 1977.
280 EL SURGIMIENTO DEI. MUNDO MODERNO

tensa piedad barroca de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Pero,
¿cómo podríamos asegurarlo? Los retablos barrocos observados en esa zona,
los cuales también han sido estudiados por el profesor y por Madame Vo-
velle, no muestran este tipo de tendencia, ya que continúan siendo popu­
lares, no obstante lo estereotipado de su contenido, hasta muy avanzado
el siglo XIX.7Pudiera ser que la naturaleza de la piedad se hubiera trans­
formado en otras formas, más espirituales, las cuales no figuran en
los testamentos. Dicho de otro modo, la prueba estadística en favor del
surgimiento de la piedad barroca parece ser bastante clara, empero su
aparente declinación podría ser prueba, por lo menos parcialmente, de
anticlericalismo — ya que el clero había sido el principal beneficiario
de dicha piedad — antes que de un secularismo ilustrado.
Una segunda posibilidad es que la nueva estructura familiar, afectiva­
mente vinculada, del siglo XVIII hubiera relevado al agonizante de la ne­
cesidad de estipular disposiciones legales con respecto a su cuerpo y a su
alma, ya que éste tenía ahora la seguridad de que podía confiar en que sus
amorosos parientes darían cumplimiento a sus deseos y harían lo que
fuera correcto por él. No obstante lo seductor de esta sugerencia, su ca­
rácter es puramente especulativo. Por otra parte, no hay ningún indicio
de que el tamaño y lo costoso de los monumentos funerarios de las iglesias
y de los patios de las mismas hayan disminuido a finales del siglo XVIII y a
comienzos del xix, a pesar de la falta de disposiciones legales para su
construcción. Aquí tenemos un ejemplo clásico a partir del cual años de
paciente cuantificación han producido resultados bastante claros en sí
mismos, pero cuya interpretación sigue siendo incierta sin que sea suscep­
tible de una solución científica.78
Sin embargo, la propia metodología de Ariés no es del todo satisfacto­
ria. Como un grajo, recopila datos de aquí, de allá y de todas partes en el
gran montón de basura de las pruebas históricas, mezclándolas desorde­
nadamente a través del tiempo, el espacio, las divisiones religiosas y los hi­
tos culturales. Muchas de sus fuentes son muy escurridizas: romances y
novelas, la Chanson de Roland, Charlotte Bronté, Tolstoy y Sokhenitsyn.
Hay cierta cantidad de datos litúrgicos y cierto análisis de testamentos,
pero por supuesto ningún indicio de cuantificación — no se encuentra
una sola estadística a lo largo de sus 642 páginas — . Las inscripciones fu-

7 Gaby y Míchel Vovclle, Vision de la Morí el de l'Au-delá m Provénce d'apres les Autels des
Arnés du Purgatoire. París, 1970.
8 En lo tocante a puntos de vista más favorable# acerca de la contribución de los análisis
estadísticos a la historia de las actitudes hacia la muerte, véanse P. Chaufiu, "Un nouveau Champ
pour PHutoire sériclíc: le Quantieatif au troisiéme N iveau en Mélanges Fcmand Braudel, Tolos»,
1978; E. Le Roy Ladurie, "Chauna, Lebrun, Vovelle: la nouvelle Hiatoire de la Mort”, en su Le
Territoire de l’Hisioricn, Pavía, 1973.
L A MUERTE 281

nerarias se emplean satisfactoriamente, al igual que los testim onios ico­


nográficos a partir de las esculturas de las tumbas, parte de los cuales han
sido compilados por historiadores del arte, si bien una porción conside­
rable ha sido reunida por el propio Aries a lo largo de unos cuarenta años
de viajes a través de Europa Occidental y el Mediterráneo. (U n a de las
principales dificultades para la evaluación de todos estos testimonios es
que el editor no ha incluido en el libro ni una sola lámina.) Finalmente,
hay una mezcolanza de información que ha sido entresacada de la sabi­
duría popular, las descripciones de rituales, la literatura m oralista refe­
rente al lecho mortuorio, la correspondencia familiar, las dimisiones con
respecto a la ubicación y a las medidas sanitarias de los entierros en las
iglesias y en los cementerios, etcétera.
Su tratamiento del tiempo y del espacio es aún más perturbador, ya
que conduce al lector en una especie de vertiginosa montaña rusa de un
siglo a otro y dentro y fuera de diversos países, La página 16 cam bia brus­
camente de un comentario acerca de Chateaubriand a comienzos del
siglo XJX a un texto italiano de 1490, a una narración de comienzos del siglo
XVIII y a una fábula de La Fontaine. L a página 306 incluye a ¡a Chanson
de Roland, La Fontaine y Tolstoy en una única oración, seguida por refe­
rencias a un canciller de Florencia de 1379 y a una dama italiana de fina­
les del siglo X V III. Se requiere tener una mente poderosa para in gerir tan
potente mezcla sin intoxicarse.
Dadas todas estas salvedades con respecto a su metodología, ¿en qué
forma se mantiene en pie el marco cronológico de Ariés? Su postulado
acerca de una creencia popular más o menos intemporal, observada du­
rante los últimos mil años, en una especie de sueño después de la muerte,
considerado como un hecho existencia! del que hay que ocuparse a través
de formas ritualistas tradicionales, es bastante coherente. Su última eta­
pa, localizada a finales del siglo XX, en la que se implica la destrucción de
este antiguo sistema de creencias gracias al socavamiento de la fe en otra
vida, lo mismo que a la popularidad del punto de vista m édico del
hombre como un montón de partes físicas, y a la irresistible invasión de la
privacidad por parte de la tecnología médica, parece irrefutable. Em pe­
ro, el fechar el surgimiento de "L a muerte del yo” , un concepto personali­
zado de la muerte entre la élite, entre los siglos XI y XII no resulta muy
convincente. Son muy pocas las esferas de la actividad humana en las que
el concepto del individualismo pueda observarse en cuanto a su surgi­
miento en el siglo XII. L a supuesta obsesión cada vez mayor por los place­
res sensuales de la vida y por los bienes materiales es difícil de sustentar
documemalrnente, mientras que el temor personalizado hacia el Juicio
Final fue pronto mitigado por el desarrollo de la creencia en el Purgatorio
y en el poder de las oraciones a la Virgen y a los santos, lo mismo que de
282 EL. SURGIMIENTO D E L MUNDO M ODERNO

las misas, para hace* que las almas de los muertos se elevaran de esta vida
transitoria. Sin embargo, tiene razón al señalar que la salvación ha cobra­
do un carácter menos colectivo, menos seguro para la totalidad de los cre­
yentes cristianos, y más individual, más dependiente de las buenas ac­
ciones y de la intercesión para la remisión de los pecados personales.
El concepto de “ L a muerte del yo” , si bien es útil, debería transferirse a
su lugar correcto en el siglo XVI y atribuirse primordialmente al Renaci­
miento y a la Reforma. El primero ha sido siempre asociado, y con razón,
con la exaltación d el individuo, ya sea que se le muestre en E l príncipe de
Maquiavelo y en el Tamerlán de Marlowe, o en los retratos y bustos perso­
nalizados del arte del cinquecento. La segunda, con su énfasis en la pre­
destinación y en la salvación exclusivamente por la fe, tuvo el efecto para­
dójico, como lo señalara hace mucho Max W eber, de acrecentar la
angustia psíquica y estimular la introspección moral, el individualismo y
el instinto adquisitivo de bienes mundanos. Trasladada al siglo XVI, la
etapa de “ La muerte del yo” puede, por lo tanto, preservarse y de hecho
fortalecerse.
La tercera etapa, denominada “ Tu muerte” y referida a finales del
siglo XVIII, se halla completamente demostrada, aunque yo me inclina­
ría, con base en los testimonios ingleses, a remontar sus orígenes a los ini­
cios de dicho siglo. Sin embargo, es indudable que debe asociársela con el
surgimiento del amor familiar, tanto entre padres e hijos, corno entre
cónyuges o entre amantes.
La etapa referente a “ La muerte prolongada e inminente” es la menos
comprensible y convincente de todas. Hasta donde he llegado a enten­
derla (de lo que no estoy completamente seguro), su único propósito pare­
ce ser el subrayar los malignos efectos de la Ilustración, el racionalismo y
la ciencia al suprimir los antiguos controles sobre el sexo y la muerte. Se
admite que alguien como De Sade requiere de explicación, pero es fácil
exagerar su importancia cultural, y ciertamente que no es necesario crear
una etapa especial dentro de la estructura mental de la civilización occi­
dental a fin de darle cabida en ella.
En conclusión, digamos que si se omite esta etapa, se desplaza la fecha
de otra tres siglos y se modifica su orden causal, el marco de Ariés puede
llegar a funcionar plausiblemente, y ajustarse a los principales cambios
en la evolución de la cultura europea.
Cuando la pregunta consiste en p or qué ocurrieron estos cambios,
Ariés no proporciona una respuesta muy clara. En su conclusión sugiere
que las actitudes hacia la muerte se ven afectadas por cambios tocantes a
la fuerza y a la debilidad relativas de cuatro “ parámetros” . El primero es
el individualismo, la importancia relativa atribuida al yo y al grupo. El
segundo son las defensas erigidas contra de las fuerzas caprichosas e in­
LA M UERTE 28 b

controlables de la naturaleza que amenazan constantemente c o n disolver


el orden social. De estas fuerzas, las dos más peligrosas, y por e llo las más
estrictamente controladas, son el sexo y la muerte. El tercero es la creen ­
cia en la supervivencia después de la muerte. El parámetro fin a l es la
creencia en la estrecha concatenación entre el pecado, el sufrim iento y
la muerte, todos ellos malos y todos ellos vinculados con el m ito de la
“ Caída” . Al parecer Ariés considera estos cuatro parámetros com o v a ­
riables independientes, y no hace ningún intento por explorar los factores
inherentes que originan sus cambios. Otra de las dificultades es que
tienen un carácter tan general y tan vago que es casi imposible dem ostrar
que algún cambio específico, digamos una modificación e n las cos­
tumbres funerarias, se halle vinculado a cualquiera de ellos.
Si se pasa por alto este argumento, el cual figura en la conclusión casi
como idea tardía, para centrarse en lugar de ello en el cuerpo d el texto, re­
sulta evidente que el concepto intelectual del individualismo y el organismo
social de la familia tienen gran importancia dentro de esta in terpreta­
ción, por lo que debe asumirse que este autor los considera com o esen­
ciales. Empero, aquello que omite es mucho más sorprendente que lo que
incluye. En primer lugar, no nos dice virtualmente nada con respecto a
los hechos biológicos y demográficos inherentes. Esto hace que uno se vea
obligado a recurrir a otras fuentes, por ejemplo a la inolvidable descrip­
ción de Fran<;ois Lebrun acerca de la muerte en Anjou en el siglo x v m , 9
a fin de lograr una apreciación adecuada de la presencia ubicua de la
muerte en la Europa premoderna. Por otra parte, Ariés jamás explica a
sus lectores que la asociación de la muerte con la ancianidad, que actual­
mente vemos tan natural, es de hecho una tendencia propia de finales del
siglo XIX y del XX, y que en épocas anteriores la muerte se abatía sobre
todas las edades, especialmente durante la infancia, pero también duran­
te la edad adulta joven. Era por consiguiente una presencia infinitamente
más familiar de lo que lo es en nuestro caso, ya que para nosotros la
muerte que sobreviene antes de la edad de los cincuenta y cinco constitu­
ye relativamente una rareza. El relato de Ariés pasa serenamente sobre
este gran hito de la experiencia humana acerca de la muerte sin siquiera
mencionarlo,
La causa de esta omisión es probablemente que no piensa que sea im ­
portante. Con bastante razón rechaza cualquier noción simplista referen­
te a una relación mecánica entre la biología y la conducta. Tam bién p o ­
dría mostrarse justificadamente escéptico con respecto a la sugerencia de
Pierre Chaunu de que el pesimismo del siglo XV, el optimismo del XVI, el
pesimismo del XVII y el optimismo del XVIII están relacionados con

9 F. Lebrun, Les Hommes et la Mort en Anjou , París, 1971.


281 EL SURGIMIENTO DEi .M U N D O MODERNO

transformaciones en los índices de mortalidad y en las expectativas de vida.10


Incluso la reciente supresión de la muerte se debe por lo menos en igual
medida tanto a la tecnología médica y a la menguante creencia en otra vida,
como a la transición demográfica.
Pero si la demografía no es lo fundamental para Aries, ¿qué lo es en­
tonces? Jamás nos ha dicho, ni en su libro acerca de los niños como tam­
poco en el referente a la muerte, qué hace que las actitudes hacia asuntos
tan importantes se modifiquen. Apenas hace mención de las transforma­
ciones dentro de la estructura económica o los modos de producción. Casi
no presta atención a los factores sociales, especialmente a las aspiraciones de
consolidar un status, el deseo de llamar la atención, de conservar una posi­
ción respetable o de deslumbrar a la comunidad. A través de toda la his­
toria los hombres han tenido los funerales, los monumentos y las ora­
ciones que ellos o sus parientes han estado dispuestos a sufragar, y los
motivos de estos gastos, que en todas las clases han sido con frecuencia
bastante considerables, han estado prescritos tanto por consideraciones
referentes al prestigio y al status, como al deseo de hacer más expedito el
tránsito del alma al Cielo. Esto es algo que Aries ignora casi por comple­
to, Tam poco es capaz de encontrar mucha diferencia entre las actitudes
católicas y protestantes hacia la muerte. Esto elimina para él el papel de­
sempeñado por la teología protestante y contrarreformista, lo que explica
por qué ha pasado por alto el surgimiento del ritual mortuorio barroco
descubierto por Vovelle y Chaunu en los testamentos. Sigue siendo
un misterio cómo es que ha podido ignorar una transformaciótiL que
condujo a la mitad de la cristiandad a rechazar el Purgatorio y las misas
fúnebres.
Tam bién pasa por alto el tabú, tan poderoso y popular a finales del
siglo XVII, y también durante el XVIII y el XIX, en contra de cualquier
manipulación ilícita del cuerpo del muerto. Esto es algo que explica la
declinación de la costumbre del embalsamamiento por parte de los ricos,
entre quienes se vino a dar un rechazo a esta interferencia con sus restos
físicos. De allí el horror experimentado ante la violación ritual del tabú
en forma de castigo, llevada a cabo a través de la práctica de colgar con
cadenas los cadáveres de algunos criminales, abandonándolos al lento
vaivén de! viento y a su descomposición ante la mirada pública. De allí
también las grandes y encarnizadas batallas sostenidas en el siglo XVIII en
torno a la horca por la posesión de los cuerpos de crimínales ordinarios
que habían sido colgados, los cuales eran redamados por la ley y por los
estudiantes para servir como tema de alguna lección de anatomía a los ci-

[0 P, Chatinu, “Moviíirá ParisXVIe.XVIIc-XVIIIftSiécles”, Annalcs, Economíes, Sociétés, Civili-


sations, 51 (1), enero-febrero 1976, pp. 34-35.
LA MUERTE 285

rujanos, lo mismo que por los parientes y la multitud para qu e recibieran


una sepultura digna. El historiador jamás debería ignorar las supersti­
ciones que se hallan profundamente arraigadas en el alma popular, ya
sea que se trate de fantasmas o de cadáveres.
Lo que resulta peor aún es que Aries ignora virtualmente corrientes in ­
telectuales tan importantes corno el Renacimiento y la Ilustración. L a
omisión en el caso del primero hace que Ariés cometa un error en cuanto
a la fecha del surgimiento de la etapa de ‘‘La muerte del y o ” de varios
siglos. Con respecto a la segunda, su omisión lo lleva a subestimar el des­
arrollo del anticlericalismo entre la élite, lo mismo que la declinación en
cuanto a la creencia en otra vida entre una minoría todavía más reduci­
da, peto sumamente importante. Los deístas fueron un grupo muy activo
en Francia que a finales del siglo XVIU se dedicaron a la destrucción de los
rituales católicos tradicionales del lecho mortuorio que requerían de la
confesión y la absolución sacerdotales. En La Nouvelle Héloise, Rousseau
nos muestra cómo Julia se pone en paz y sin ayuda de nadie con su H ace­
dor, circundada únicamente por sus familiares más íntimos. El profesor
McManners ha denominado a esto con razón como “un intenso e introver­
tido asunto familiar, la crisis suprema del afecto doméstico". El clero
quedaba ahora completamente excluido. Voltaire, por otra parte, ca­
recía de afectos familiares, y escenificaba un sorprendente espectáculo
teatral, un despliegue altamente público y cuidadosamente urdido de am­
bigüedad filosófica que mantenía a todo el mundo haciendo conjeturas
hasta el final. Incluso más radicales y difíciles de ajustar dentro del modelo
son los ateos abiertos: David Hume, quien tanto aterró a Boswell por su
serena aceptación de la inminente aniquilación personal; o el conde de
Caylus, quien anunció al obispo y a los parientes que se hallaban congre­
gados en torno a su lecho mortuorio, con la esperanza de traerle la salva­
ción al extraviado pecador, “ puedo ver que queréis hablarme por el bien
de mi alma. . . Pero voy a revelaros mi secreto; nunca he tenido alma
alguna".11
Por otra parte, debe darse crédito a Aries por tratar la cultura como
una variable independiente por derecho propio. Jamás hablaría, como lo
hace Chaunu, acerca de "Vassault recent du quantitatij au troisiéme nive-
au” , 12 en parte debido a que se muestra suspicaz en todo caso respecto ai
valor de la cuantificación, pero primordialmente debido a que rehúsa
tratar la cultura, la mentalité, o los sistemas de valores como una su­
perestructura localizada en el tercer nivel, la cual se sustentaría sobre los
cimientos más sólidos de los hechos económicos y demográficos y de la

11J. McMaimrn), Reflections on the Death fíed o f Voltaire. Oxford, 1975, pp. 14, 16, 19*25.
lz P, Chaunu, op. cit.. p, 50.
286 EL SURGIMIENTO D EL MUNDO MODERNO

estructura social. Se da cuenta de que los efectos de las transformaciones'


económicas y sociales son considerables pero jamás directos, ya que
siempre están sujetos a la mediación de los filtros de la cultura, la religión
y el poder político. Su debilidad, sin embargo, reside en su tendencia a
tratar la cultura como la única variable, en lugar de una entre muchas,
lo cual da a su modelo de explicación una característica curiosamente
unidimensional, en contraste con la extraordinaria riqueza y variedad de
sus pruebas, y con su notable talento para dotar de significación a mate­
riales tan diversos y contradictorios. Como resultado de esto, todo aquello
que tiende a dejarse como la fuerza motriz de la historia, aparte del surgi­
miento del individualismo y la familia nuclear vinculada afectivamente
(cuyos orígenes son oscuros), consiste en una especie de conciencia colec­
tiva junguiana. Dados sus puntos de vista conservadores, difícilmente
sorprende que esta conciencia colectiva muestre una triste decadencia
entre los siglos XVí al XX, un apartamiento progresivo desde una edad de
oro casi mística en la que la muerte sobrevenía espontánea, natural y
públicamente.1*
A pesar de estas salvedades, sería completamente erróneo concluir con
un comentario negativo. Ariés ha escrito un trabajo que contiene muchas
aportaciones brillantes y notables vuelos de imaginación, lo mismo que
un caudal de información esotérica y fascinante. Nos ha proporcionado un
marco cronológico de las actitudes hacía la muerte durante los últimos
mil años que es bastante coherente. En algunos respectos es un libro
extraño, excéntrico, perverso y embrollado, pero casi no hay lugar a du­
das de que demostrará ser un trabajo original y primordial de erudición
histórica, un importante hito en la historiografía de finales del siglo XX.

El profesor Stannard ha desempeñado su labor en una forma muy dife­


rente, ocupándose de una única y claramente definida cultura provincial,
la de los puritanos de Nueva Inglaterra, y considerando los cambios en
sus actitudes hacia la muerte a través de un periodo limitado de 500 años
que abarca desde el siglo XVII al XIX .14 A l trabajar dentro de una pers­
pectiva mucho más reducida, le es posible ser más preciso y convincente
en su análisis, lo cual hace que proporcione un valioso respaldo al modeló
de Ariés.
Las creencias fundamentales de los puritanos del siglo XVII consistían
en la vocación, o la obligación de comprometerse activamente en esté

19 Para críticas similares con respecto a Ariés, véase M. Vovelle, "Les Actitudes devant ía Morí:
Problémes de Méthode, Approches, et Lectures dífférentes", Anuales, Éconorm'es, Sociétés, Civilisa•
lions, 31 (1), enero-febrero de 1976, pp. 128-131.
14 David Stannard, The Punían Way o f Death: a Study o f Religión, Culture and Social Change,
Nueva York, 1977, pp. x y 236,
LA MUERTE 287

mundo; la predestinación, entendida como la idea de que la s a lv a c ió n del


alma se halla predeterminada por Dios y no es una recom pen sa p o r las
buenas acciones, y de que tan sólo unos pocos están destinados a sa lva r­
se; y el milenarismo, la creencia de que la segunda venida d e C risto es
inminente, prospecto que vino a moderar el presagio pesim ista de la
predestinación.
Para los puritanos, la muerte era una ordalia terrible e in c ie r ta . M o ­
rían rígidos, llenos de culpa, dudando acerca de su salvación y c o n la sola
certe2 a de la espantosa realidad de los tormentos del Infierno. P o c a s cu l­
turas han tenido más miedo a la muerte y han proporcionado m e n o s m e ­
dios de aliviar dichos temores. Los puritanos no creían en el P u rg a to rio ,
ni en la posibilidad de que las oraciones y los rituales llevados a c a b o por
los vivos pudieran ayudar a los muertos. En consecuencia, los ritos fu n e ­
rarios se reducían a un mínimo, los sermones fúnebres constituían la oca
sión para un estímulo teológico dirigido a los vivos en lugar de ser discur­
sos encomiásticos para los muertos, y los monumentos funerarios n o eran
otra cosa que meras lápidas mortuorias, de acuerdo con la h ostilidad p u ­
ritana hacia las imágenes grabadas. La simplicidad y el a n o n im a to
constituían la norma.
Pero esto no podía durar, y de hecho no duró, La creencia en la p re­
destinación tuvo a la larga efectos socialmente deletéreos que se tra d u je­
ron en un desacuerdo cognitivo, una intolerable tensión entre la doctrin a
de la salvación exclusivamente por la fe y la compulsión a h acer buenas
acciones como el único medio de convencerse a sí mismo de qu e se estaba
entre aquellos llamados a salvarse. Esta contradicción interna fu n d a m e n ­
tal dentro de la ideología puritana vino a ser con el tiempo insoportable, y
llevó en el siglo XVIII a una liberación de la creencia con objeto d e aliviar
la tensión. A medida que la sociedad de Nueva Inglaterra se volvía más
compleja, más densa y más rica, las distinciones sociales se ra tifica ron en
forma de elaborados funerales para la élite, los cuales iban acom pañados
del embalsamamiento del cadáver, que permitía a la familia tener tiem po
para planear la ceremonia y reunir a los invitados y las viandas. E l surgi­
miento del individualismo hizo que los sermones fúnebres se convirtieran
en encomios personales, y que las lápidas sepulcrales llegaran a ser ico ­
nográficamente más elaboradas. En Nueva Inglaterra, como en In g la ­
terra y posteriormente en Francia, el siglo XVIII fue testigo del surgimiento
de la familia nuclear aislada y vinculada afectivamente. Este aisla­
miento vino a acrecentar la onerosa situación de los deudos al privarlos
del respaldo comunitario al tiempo que se incrementaban los nexos em o­
cionales con los muertos. A mediados del siglo XVIII, los habitantes de
Nueva Inglaterra estaban dándole un carácter romántico a la m uerte. Su
aceptación de la misma era ahora espontánea, en un arrebato de confían-
288 EL S U R G IM IE N TO DEL M U N D O MODERNO

za en la salvación, o por lo menos de tener paz en la otra vida. El temor


abrumador del siglo XVII con respecto a la muerte y al Infierno se había
evaporado, y como consecuencia los cráneos con muecas irónicas de las
lápidas sepulcrales cedían ante las cabezas aladas de querubines. El ce­
menterio se describía ahora como un “ dormitorio” . Finalmente, en el
siglo XX, tuvieron lugar el familiar ocultamiento de la muerte, su domi­
nio mediante la tecnología médica, y su verificación en medio del aisla­
miento y la narcotizada insensibilidad de los hospitales. Estos procesos vi­
nieron a ser una respuesta al cese de la creencia en la otra vida y al temor
del vacío que habría de sobrevenir.
Sin embargo, se podría poner en tela de juicio la suposición común de
que la muerte es hoy más terrible que nunca. Hay que reconocer que se
está sujeto a m orir solo en el estéril pabellón de un hospital, rodeado de
máquinas y tubos y asistentes semejantes a máquinas. Hay que reconocer
que este aislamiento y la pérdida del control individual privan al m ori­
bundo del desafío de escenificar un espectáculo, de representar una
“ buena muerte” ante los parientes, los amigos y los vecinos (que era la ra­
zón por la que el doctor Johnson se oponía en forma tan decidida a la
abolición de los ahorcamientos públicos). ¿Tero cuántos han sido los que
han logrado este ideal en la práctica? El poeta Crabbe, que en su cargo
como doctor provinciano había concurrido a muchos lechos mortuorios,
tenía sus dudas acerca de esta cifra. ¿Cuántos se encontraban físicamente
can estragados por el dolor o por la enfermedad que estaban más allá de
todo cuidado o constituían un desconcierto para los presentes debido a su
fétido olor? ¿Es preferible m orir en medio de la agonía o estupidizado por
los calmantes? ¿Es preferible afrontar la certidumbre de la aniquilación
en lugar de los posibles tormentos del Infierno? La actual crítica en
contra de la moderna muerte "medicada” parece sustentarse no única­
mente en un resentimiento hacia la tiranía de los doctores, sino también
en una buena dosis de falso romanticismo acerca de una época dorada y
perdida en que la muerte acontecía en el seno de la familia. Tam bién se
sustenta en una falla para apreciar el hecho de que es nuestra capacidad
considerablemente incrementada para prolongar la vida, y no las ambi­
ciones de los doctores, la que ha creado la actual situación, L a indigna­
ción moral está completamente fuera de lugar cuando se abordan las in­
novaciones tecnológicas, las cuales siguen su curso con una vida propia.
Stannard explica los cambios que ha observado mediante el uso de dos
variables principales, L a primera es la religión, al parecer debido a que
cree, junto con Hobbes y Malinowski, que el miedo a lo desconocido, y en
particular a los fantasmas y a la otra vida, constituye la causa última de
las creencias religiosas. La segunda es la relación del individuo con la co­
lectividad, especialmente según ésta se expresa en la familia. El surgí-
LA M U E R TK 28!l

miento y posteriormente el descenso en la creencia en el pecad o original,


la predestinación y el Infierno, al igual que la intensificación del indívi
dualismo afectivo y del romanticismo dentro de la familia, bastan por sí
solos para explicar con elegancia y parsimonia las actitudes cambiantes
hacia la muerte observadas en Nueva Inglaterra a lo largo de tres siglos,
N o obstante que aún existen muchos cabos sueltos por atar, y muchos
problemas y ambigüedades por resolver, es notable la form a en que los
trabajos recientes acerca de la muerte tienden a apuntar en la misma di
rección general. Como resultado de ello, no es posible comenzar a
vislumbrar el surgimiento de una pauta. Por fin se está vinculando for­
malmente la historia de la muerte con la historia religiosa, fam iliar e in te­
lectual, aunque aún requiere ser relacionada cabalmente con la historia
económica, social, tecnológica y médica. Durante los últimos diez anos
los demógrafos históricos han probado con estadísticas qué tan reciente y
dramáticamente han cambiado las perspectivas de los mortales, ahora
que las expectativas de vida han aumentando de alrededor de treinta a alre­
dedor de setenta años. I,os historiadores de la epidemiología han de­
mostrado los devastadores efectos de la peste bubónica, la sífilis, el saram
pión, la viruela, la malaria, la tuberculosis, el, cólera, la influenza, etc.
Los historiadores sociales han mostrado con vividos detalles lo cjue todo
esto significó exactamente en términos humanos, de qué manera cada
uno de los aspectos de la vida humana y sus aspiraciones se vieron regidos
por el temor siempre presente a la muerte.
Aries, Statmard y otros han formulado un discurso verosímil y razo
nablemente coherente acerca de las etapas cronológicas dentro de la evo­
lución de las actitudes hacia la muerte. El esmerado análisis acerca de los
testamentos efectuado por Vovelle y Chaunu y sus estudiantes ha d e­
mostrado tanto el surgimiento de la piedad barroca en la Francia de fin a­
les del siglo x v ii, centrado particularmente en el Purgatorio y en las m i­
sas fúnebres, como su subsecuente declinación después de 1740, Tomados
conjuntamente, los trabajos de estos eruditos vienen a significar el ade­
lanto histórico más original e importante de los setentas. Por otra parte, si
los autores tienen razón al pensar que las ideas acerca de la muerte consti­
tuyen un buen indicador sobre el carácter de toda una civilización, enton­
ces este nuevo campo de investigación viene a ser esencial para la
comprensión de la evolución del hombre occidental.
INDICE

A g r a d e c im ie n to s .................................. ............................., . 9
I n t r o d u c c ió n ..................................................................... ...... . 11

Primera Pane

H ISTO RIO G RA FÍA

I. La historia y las ciencias sociales en el siglo xx . , . ¡5


La evolución de la profesión histórica . . . . . . ¡5
La influencia de las ciencias sociales . . . . . . . 29
La nueva h i s t o r i a .........................................................., 34
El futuro de la historiay de las ciencias sociales . . . 44

II. Prosopografía.............................................. 61
O ríg e n e s ..............................................• 61
Raíces intelectuales.................................. 68
Limitaciones y p e lig ro s ............................ 74
Errores en la clasificación de los datos . . . . . . . 77
Errores en la interpretación de los datos . . . . . . 78
Limitaciones de la comprensión h istórica ................................... 80
L o g r o s ................................................... 84
C o n c lu s ió n ............................................. 90

III. El resurgimiento de la narrativa: reflexiones acerca de una


nueva y vieja h is t o r ia ............................ 95

Segunda Parte

E L SURGIM IENTO DEL MUNDO MODERNO

IV. La R e fo r m a ............................................................................... 123

V. Revolución y r e a c c ió n ........................... 146

VI. La crisis del siglo xvn ........ ................................................... 158


V il El puritanismo . 170

V III. Magia, religión y razón 179

IX . El catolicismo 201
X . La corte y el país . 208;

X I. El derecho . . 215

XH . La universidad 227

X III. Los hijos y la familia 244

X IV . La ancianidad 261

XV. La muerte 271

liste libro se terminó de imprimir el día 9


de mayo de 1986 en los talleros do lito
Ediciones Olimpia. S. A. Sevilla 109, y se
encuadernó en Encuadernación Progreso,
8. A. Municipio Libre 188, México 13, D. P.
Se tiraron 5,000 ejemplares.
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