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EL PASADO
EL PRESENTE
Traducción de
L orenzo A l d r e t e B e r n a i .
✓1
Primera edición en inglés, 1981
Primera edición en español, 1986
Título original:
The Past und ihe Presenl
© 1981, Lawrence Stone Publicado por Routlcdge & Kcgan Paul, Londres
ISBN 0-7100-0628*4
Implese» en México
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sir Roben Birley. John Prestwich y R.H. Tawney,
primevos en enseñarme de qué trata la historia.
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AGRADECIMIENTOS
Los ensayos contenidos en este volumen son de dos tipos. El prim ero con
siste en tres investigaciones con las que se intenta describir y dar opiniones
acerca de los cambios radicales en las preguntas que los historiadores han
estado formulando con respecto al pasado, y acerca de los datos recientes,
lo mismo que de las herramientas y la metodología por ellos desarrolladas
para responderlas. En lo personal siento que he sido especialmente afor
tunado por haber vivido y tomado parte en una transformación tan esti
mulante de mi profesión. Si, como parece verosímil, la afluencia de
nuevos miembros a la academia se verá drásticamente restringida duran-
v'C' te los próximos quince años por causa de falta de oportunidades de traba
jo, es probable que sobrevenga un estancamiento intelectual, ya que es de
los jóvenes de quienes provienen las innovaciones. Si esto sucede, ios últi
mos veinticinco años serán considerados como una especie de fase heroica
en la evolución de la comprensión histórica, atenazada en medio de dos
periodos de sosegada consolidación de una sabiduría heredada.
Los ensayos del segundo grupo fueron originariamente reseñas reflexivas
acerca de libros de publicación reciente, y todos ellos tienen que ver de
una manera o de otra con un único tema. Este es el referente al problema
que atormentó tanto a Marx como a W eber: de qué manera y por qué la
Europa Occidental se transformó durante los siglos XVI, XVII y XViu pai a
llegar a poner los cimientos sociales, económicos, cientílicos, políticos,
ideológicos y éticos de la sociedad racionalista, democrática, individualis
ta, tecnológica c industrializada en que actualmente vivimos. Inglaterra
fue el primer país en seguir este camino, y fue precisamente a este modelo
inglés al que Marx y W eber se sujetaron.
Todos los ensayos que figuran en esto libro se escribieron durante los se
sentas y los setentas, y reflejan un cambio de interés que va desde trans
formaciones sociales, económicas y políticas, basta tansformaciones en
. cuanto a valores, creencias religiosas, costumbres y normas de conducta
personal. En lo tocante a este cambio, los ensayos no reflejan simplemen
te transformaciones en mi propia perspectiva acerca del pasado, sino más
bien un cambio más general, verificado en los sesentas y los setentas, de la
sociología a la antropología como la fuente principal de nuevas ideas en
la profesión histórica en general. I.os libros que elegí para reseñar fueron
aquellos que en ese momento consideré que llevaban a cabo los adelantos
más importantes e innovativos, siendo el propósito de los ensayos hacer
12 IN TR O D U C C IÓ N
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1 Las notas de pie de página se han limitado a citas directas o a ulteriores desarrollos del argu
mento. Los autores y los trabajos de ellos a que se alude en el texto son bastante bien conocidos para
requerir de documentación. Estoy muy agradecido con los estudiantes y los miembros del cuerpo do
cente del seminario de Princeton conducido por mí y por el profesor Amo J. Mayer, en discusión con
los cuales los argumentos de este ensayo se han modificado y acendrado a través de los años. Estoy
extremadamente agradecido a los agudos y pertinentes comentarios con respecto a un penúltimo
borrador por parte de mi colega y amigo, el profesor Roben Darmon, quien me libró de incurrir en
muchos excesos y errores. En lo que se refiere a aquellos que aún persisten, soy el único responsable.
15
lfi H IS TO R IO G R A FÍA
más interesados en promover sus propias carreras que en servir al bien co
mún. Esto constituye un enfoque completamente diferente sobre los obje
tivos, la talla y los logros de los principales protagonistas políticos, con
respecto al que prevaleció de manera general hasta antes de la primera
m itad del siglo XIX.
En segundo lugar, la historia era una excelente fuente de solaz que pro
perdonaba un tipo de narración más cautivante, intrigante y significati
va que las prolijas y artificiosas novelas de amor y de aventuras de la épo
ca. Una verdad sobria y manifiesta, tal como la que los historiadores
narraban con elegancia, se consideraba de mayor interés que las elu
cubraciones llenas de imaginación de escritores ingeniosos. Finalmente,
se pensaba que la historia era una invaluable fuente de enseñanza para
los adolescentes, ya que los aleccionaba sobre la naturaleza del hombre y
del poder político. Siendo ésta su índole, su lectura era imprescindible
para los hijos de las élites, que recibían su educación en casa, en acade
mias, o en las universidades con miras a ocupar puestos de importancia
política en el futuro.
Resulta posible obtener un enfoque esclarecedor sobre la naturaleza y el
alcance de la historia tal como se le consideraba en 1850, justamente al f i
nal de esta prolongada fase de dilettantismo, y antes de que se convirtiera
en una profesión en sentido estricto, ejercida casi exclusivamente por es
pecialistas de tiempo completo dentro de las universidades. El testimonio
lo encontramos en el discurso inaugural pronunciado en 1848 por el Re-
fíius Professor* de Historia de la Universidad de Oxford, H. H. Vaughan.
Esto tuvo una carrera trágica y extremadamente estéril, y en su produc
ción poco o nada se halla de valor permanente, peto tuvo una visión de lo
que la historia debería ser, la cual tiene una considerable significación
h¡.-t(ortográfica hoy día. La cuestión principal que cualquier historia
do! debe abordar, según Vaughan, es el “ hacer patente las transforma
ciones críticas con respecto a las condiciones de !a sociedad” . Debe ad-
vr 1 1use que aquí se poste énfasis sobre las transformaciones, no sobre una
dc:i( ripción estática, y que la naturaleza de los cambios históricos no está
definida como recurrente o periódica, como sucede en las ciencias natu-
i .i les o sociales, sino como crítica y, por consiguiente, probablemente üni-
i a Vaughan describió en términos muy generales el tema de estudio de la
historia, abarcando en él aspectos históricos de índole popular, social y
<iilim ,d, de un m odo tal que ganaría la aprobación de los más recientes
cutre los "nuevos" historiadores de hoy día; “ Existen instituciones, le
ve., costumbres, gustos, tradiciones, creencias, convicciones, magistratu
* l I /íif/¡iN.í Professor ca tm profesor que ocupa una cátedra instituida por dádiva real en las uní-
. , i•I.«<I»•milr Oxford o Cambridge. [T.]
LA H IS T O R IA I)E LAS CIENCIAS SOCIALES EN El SIGLO X X 17
3 Edward G. W. Bill, Universiíy Refonn ¡i: Ninet cent h -Cení ttry Oxford: A Study oflíenry Hal-
fo t Afatíg/tan, 1811-1885, Oxford, 1973. pp. 69-72.
3 Walter Bagehot, The English Consiüulion, Londres, i 667
18 H ISTO R IO G R A FÍA
. ;1 Elias H. Turna, ''New Appíoaehys f’i Kcoromic Hístory and Rclatcd Social Sciences". Journal of
Huropean Ticonomic Hislory, 5, iiüra. I, primavera de 1974, p. 175.
6 1 i.im Hudson, The Culi o f tha lucí. ,4 Psychologist's clutobingraphical Critique ofhis Düripti-
un, Nueva York, 1972. p. 12.
22 H ISTO R IO G RA FÍA
,l( ,1
24 HISTORIOGRAFÍA
6 Cari Bridenbaugh en Neui York Times Booh Review Section, YA de enero de 1935,
7 Para un brillante análisis sobre el desarrollo de Armales y de la escuela histórica cue representa,
véase J. H. Hexcer, “Femand fraudo} avid shc Monda Braudelinn. . Journal o f Modvrn Hislory,
44, núin. i , diciembre de 1972, pp. 480-541.
I.A IIIS l'OKIA DlvI.rtS CIKNCIAS SOCl Al.F.S KN I I . SIGLO X X X5
el contenido del libro de Luden Fcbvrc, Combatí pour l'h ts to ire.* A lre
dedor de 1960 los "nuevos historiadores” , con su orientación sobre las
ciencias sociales, hablan capturado la imaginación y la apasionada fid e li
dad de los jóvenes más talentosos: y ya por 1976, en Francia y en alguna
medida en los Estados Unidos, se habían convertido en una élite poderosa
con control sobre los círculos académicos, logrando incluso infiltrarse f i
nalmente en bastiones de la ortodoxia como la Sorbona y H arvard.
En Inglaterra, Past and Present, una revista con ambiciones y objetivos
similares a los Anuales, comenzó una carrera ascendente y exitosa de p o
pularización en 1960, para llegar a convertirse a finales de la década en
su rival más seria en todo el mundo. Esta revista quizás ha ejercido mayor
influencia en los Estados Unidos que en Inglaterra, ya que no obstante
que algunos de los miembros de su consejo editorial se hallaban bien
arraigados en Oxford, Cambridge y Londres, y a pesar de que muchos de
ellos sustentan actualmente cátedras, estaban y siguen estando lejos de al
canzar un impulso decisivo con respecto al poder y al prestigio académ ico
en estos importantes puestos de la enseñanza inglesa. No es casual el que
dos de los miembros del consejo editorial hayan emigrado desde entonces
a los Estados Unidos, donde el alud de publicaciones periódicas fundadas
en los sesentas habla por sí solo acerca del triunfo de este nuevo m o vi
miento, en tanto que los títulos de las mismas son indicativos de la d irec
ción en que ha estado soplando el viento: Comparativa. Studies iu Socicty
and History; Journal o f Interdisciplinary History; Journal o f Social His-
tory; Com puten and the Humanities; Histórical Methods Ncw sletter;
The History o f Childhood (hiarterly; Journal o f Psycho-History, y Family
History.
, Mientras tanto, en las ciencias sociales se dieron movimientos irrelevan-
/tes, y retrospectivamente abortivos en gran medida, por volver a la histo
, ria. En el campo de las ciencias políticas, Gabriel A. Aimond afirmaba en
^1964 que8 9
Los años decisivos en cuanto al viraje del interés de los historiadores hacia
las ciencias sociales, al igual que de las optimistas expectativas respecto a
que los científicos en el campo social volvieran a la historia, tuvieron
lugar a finales de los sesentas. No es difícil proporcionar pruebas para esta
aserción. Finalmente, después de mucho tiempo, se han admitido en las
páginas de por lo menos dos de las principales revistas oficiales, la A m eri
can Historical Review y la Revu'e Historique, artículos que suministran
una clara prueba de los métodos y los problemas a que se abocan los his
toriadores influidos por las ciencias sociales (la Engltsh Historical Review
ha mantenido hasta la fecha su tradicional y sectaria exclusividad). El se
gundo testimonio es la gran afluencia, en los departamentos norteamerica
nos de historia, de misioneros pertenecientes a la gran escuela francesa de
historiadores conocida vagamente como la "escuela de los Anuales” (por
ser su publicación interna), o la “Escuela de la V I Sección” (llamada así
p o r su afiliación institucional con la V I Sección de la École Pratíque des
l iantes Études de París).10Habiendo comenzando con un programa de in
tercam bio para visitantes, elaborado por el Princeton University History
Department en 1968, la pequeña afluencia de huéspedes se ha convertido
en la actualidad en una verdadera avalancha, y la profesión histórica nor
teamericana se está familiarizando profundamente con las personalida
des y las obras de esta notablemente talentosa e innovativa escuela de in
vestigación histórica. La tercera prueba viene a ser la transformados» de
los temas de las sesiones en la convención anual de la American Historical
Associaíion. En la actualidad, basta una mirada somera al programa para
percatarse de que casi todos los proyectos que se llevan a cabo en los Es
tados Unidos tienen como tema central el problema de los oprimidos y los
marginados —los esclavos, los pobres, o las mujeres — , al igual que cues
tiones referentes a la estructura y la movilidad sociales, la familia y el sexo,
el crimen y las desviaciones, las culturas populares y la brujería, y d ifícil
mente se hallará alguno que no emplee teorías sociales tomadas de la psi
cología, la sociología o la antropología, o que no recurra a la metodología
de las ciencias sociales como en el caso de la cuantificación. La primera
impresión no resulta, empero, totalmente exacta después de un examen
más detenido, pero el cambio operado de 1965 a 1975 es sorprendente.
Con exclusión de las sesiones sobre métodos de enseñanza, se registra-
son 84 sesiones en la convención de la American Historical Association,
celebrada en Atlanta en diciembre ele 1975, N o menos de doce de estas 84
ie Para v.na perspectiva introspectiva sobre los artuates enfoques de esta escuela, víanse Jacques
Le Goff y Picrre Nata, Faire de t'kútoire, París, 11W4 .
l.A H IS T O R IA I)E LAS C IEN C IAS SOCIALES EN El. SIGl.O XX. 29
En los Estados Unidos estamos siendo testigos de los primeros signos de una
amalgamación entre la historia y las ciencias sociales, en una época en que los
eruditos han dejado de considerar legítimo el confinarse dentro de los límites
de su propia sociedad, en tanto que los historiadores están comenzando a libe
rarse de las ataduras del historícismo. La consecuencia de esto, la cual se nos
presenta actualmente de manera incipiente, es una ciencia social y una histo
ria comparativa de gran erudición. Es el comienzo de una verdadera Science
humaine.
Esta ambición, tan bien descrita por Shils, es muy noble y no se le debe
ver con escarnio. Significa reunir a la historia con todas las ciencias so
ciales y las humanidades, para crear de nuevo un campo único que nos
permita estudiarlos diferentes aspectos de la experiencia humana pasada
y presente: quiere decir remontarse de hecho a 1850, pero con todo <•!
caudal de conocimientos acumulado en los últimos 125 arios dentro tic
una amplia gama de diferentes disciplinas.
11James lioswell, Tin/ Life o f Samuel Johnson. 2 voL., Kveryman's Libravy, Londres, 1949, vol. 2,
página 451.
32 H IS TO R IO G R A FÍA
así como debido a l hecho de encontrarse todas ellas en un estado casi caó
tico y altamente primitivo. De hecho, en este momento algunas de ellas,
principalmente la economía, la sociología y la psicología, parecen hallarse
al borde de la desintegración y el hundimiento intelectuales. Por otra
parte, esto deja al historiador en libertad para seleccionar lo que más le
convenga. Puede adoptar nociones sociológicas de índole marxista, webe-
riana o parsoniana; o conceptos de la antropología social, cultural o sim
bólica; o de teorías económicas tan diversas como la clásica, la keynesiarta
o la neomarxista; o bien de la psicología freudiana, eriksoniana o jun-
guiana.
L o mejor que puede hacer el historiador es seleccionar todo aquello
que le parezca ser lo inmediatamente más esclarecedor y útil; considerar
cualquier fórmula, modelo, hipótesis, paradigma o método muy por de
bajo de una verdad apodíctica; apegarse a la firme convicción de que
cualquier teoría unilinea! y monocausal para explicar un suceso histórico
importante está destinada a ser falsa; y no aterrarse ante el refinamiento
metodológico, especialmente en el caso de la cuantificación: de hecho,
emplear todo el sentido común de que disponga para compensar su igno
rancia técnica.
Este es, y hay que admitirlo, un procedimiento peligroso. Cualquiera
de las ciencias sociales es una frontera que se desplaza con rapidez, y con
mucha facilidad el intruso de otra disciplina puede en su prisa tomar un
conjunto de ideas o de herramientas que se encuentren ya superadas. Ig
norar las aportaciones de las ciencias sociales es ciertamente fatal; tener
dominio sobre todas ellas, o incluso sobre una en particular, es a todas lu
ces imposible. Usualmente, lo más que el historiador puede esperar al
canzar es la perspectiva general, y hasta cierto punto superficial, de los es
tudiantes universitarios que con entusiasmo se interesen en el campo. Por
lo general, con esto es suficiente, y en efecto, debido a la proliferación y a
la creciente especialización de las disciplinas que se ocupan del hombre,
es lo más que puede esperarse. Empero, el historiador debe avanzar con
cautela a través de estas áreas y no olvidar jamás las limitaciones que su
ignorancia relativa le impone. Es ésta una ignorancia prescrita ineluc
tablemente por el enorme crecimiento con respecto al cauda) de conoci
mientos, lo mismo que por su fragmentación en disciplinas herméticas y
especializadas.
La nueva h is t o r ia
U K.J. Hobsbawm. "Prona Social History lo tile History oí Socicty”. fíuedalus: Journal afilie Ame
rít and Sciences, invierno <te 1671, pp. ZO-íí,.
rican Acudeniy of A
315 H IS TO R IO G R A FÍA
1
jÜ !
.y
L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOC IALES EN El, SIGLO X X 39
!1W .S, Xtobinson, "Ecólogical CoL'vclations and the Behavioi' of Individuáis", American Sociolo-
Ib, núm. 5, junio de 1950, pp. S51-X57.
gtcal Re.view,
40 H IS TO R IO G R A FÍA
Para algunas exposiciones sobre psicobistoriogi afía, véanse Cushing Strout» "Ego Psychology
and the Historian” , Hislory and Thcyry: Stitdícs in [he Philosophy o f History, 7, núm, S (19G8),
pp, 281*297; Alaín Bcsangon. "Veis une histoirc p$ychanalytiquc'\ Aunóles, Économies, Sodétés,
Civilisntions, 24, núm. 3, mayo-junio de 1969, pp. 594-616, y 24, núm. 4, julio-agosto de 1969/
pp. 1011-1033; Bruce Mazlish, "Whai is Psychohistory?", Transactians of the Royal Jíistorical So*
ciety (Londres), 5a. serie, 21, 1971; yFrank Manuel, "The Ufe and Abuse of Psychology inHistory” ,
en Ifislorical Sludtcs Today, comps. Félix Oilbcrt y Stephen R. Gntubard. Nueva York, W. W.
Norton, 1972. Otros ejemplos de esta índole se encontraran en Bruce Matlish, uonip., Psychounalysís
and Htslory, ed. corregida, Nueva York, 1971; y Robert jay T ifio», conip., Explnrations in Psy-
c/iohistory: The Wellfleet Papas, Nueva York, 19.74.
19 Para dos recopilaciones de trabajos representativos de esta nueva escuela, véanse Robert W. Fo-
gcl y Stanley I - Kngerman, comps., The Rsinterpretalion o f American Economic History. Nueva
York, 1971; y Peter Temía, comp., The Ñero Economía Htslory: Setaoled Readíngs, llarrnoiujs*
worth, 1973.
L A H IS T O R IA DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN E L SIGLO X X 41
Con objeto de ocuparse de los problemas de estas nuevas áreas, los histo
riadores han adoptado toda una gama de nuevas técnicas, todas ellas to-
ruadas en préstamo de las ciencias sociales. Una de éstas es la prosopogra-
; fia, como los historiadores clásicos han dado en llamaría por rancho tiempo,
28 Picrrc Coubert, "Local I-listory", Dacdahu, invierno itc 1971, pp. 113-127; y Lawrence Scone,
“English and United States Local Histoiy". Dcadalus, invierno de 1971, pp. 128-132,
44 H IS TO R IO G R A FÍA
La mayoría de. los científicos en el campo social que confían en tarjetas perfo
radas y en las computadoras, en la práctica parecen abandonar su poder de
razonamiento, y en consecuencia, sus datos quedan casi sin excepción defi
cicntemente analizados, o bien, analizados de una manera torpe y burda. Pa
recería como si el investigador se convirtiera de manera sutil en una creatina
de la maquinaria de procesamiento de datos, y no al reves.
Casi no hay duda de que la “ nueva historia'' de los últimos cuarenta años, §,
que tanto debe a los “préstamos” de las ciencias sociales, ha venido a u jii
venecer la erudición histórica y ha hecho que este intervalo de tiempo,
25 Reseña de Keith V. Thomas, Religión and the Decline o f Alacie, poi E. P. Thompson, en
Midland History,I, núm. 3, primavera de 1972, pp. 41-55.
46 H ISTO R IO G R A FIA
en África en el siglo XX, pero no resulta tan fácil pretender que quede
explicada por ellos, ya que los contextos sociales y culturales son muy di
ferentes,
Si volteamos la cara de la moneda, vemos que al parecer algunos cientí
ficos actuales en el campo social, consideran a la historia como algo que
va un poco más allá de una útil fuente de datos para el logro de sus pío*
pias investigaciones teóricas. Se ha argüido que la historia existe en parte;
"con el propósito explícito de hacer progresar las investigaciones científi
cas en el campo social", lo cual es una posición extrema, desde luego,: i
pero basada fundamentalmente sobre una concepción equivocada acerca;
de la integridad y la importancia de la historia como estudio del hombre
en las sociedades del pasado.26 -j?|
Además, éste parece ser en algunos aspectos un extraño momento paral
uncir la Musa de la Historia a la carroza de las ciencias sociales, dado ques
eas! todas ellas atraviesan actualmente por un estado de aguda crisis y un
proceso de revaluación de su legitimidad científica. La noción de una; jg :
antropología libre de valores subjetivos se ha derrumbado a raíz de la
publicación de los diarios de Malinowski; la sociología libre de valores;
subjetivos ha recibido fuertes críticas --ya no digamos su utilidad o sus
conocimientos— ; la psicología libre de valores subjetivos es una flagrante;
necedad a la luz de los marcos ideológicos y evidentes de suyo de B. F.
Skínner, lo mismo que de acuerdo con las ideas románticas y antitéticas:
de R. D. Laing; en tanto que la más rigurosa de las ciencias sociales —la
economía— no ha conseguido predecir ni remediar los nuevos problemas
planteados a raíz del estancamiento inflacionario, las gigantescas corpo
raciones internacionales, y los límites respecto a los recursos naturales.
Para emplear otra metáfora, es posible que haya llegado el momento de
que las ratas históricas abandonen el barco científico del campo social;
— en lugar de permanecer en él hacinadas en medio del desorden— , ya;
que éste parece estar haciendo agua y requerir urgentes composturas. La
historia siempre ha tenido un carácter social, y si hace poco tiempo se vio
atraída por el canto de las sirenas de las ciencias sociales, fue debido .á|
que pensó —al parecer algo equivocadamente— que éstas eran también
científicas. Á
Por otra parte, puesto que todas las ciencias sociales se encuentran eh;
un proceso transitorio de gran agitación, su futuro resulta impredecible.-
Anteriormente parecía más probable que los sociólogos fueran de ayuda
para los historiadores, y de hecho Max Weber y después R. K. Merton lo¡
fueron, pero terminaron por encerrarse en una investigación cuantitativa
cales casi nunca son confiables; y los censos, incluso hoy día, son bas
tante inexactos, especialmente en lo que se refiere a categorías ocu pa-
dónales, lo mismo que debido a omisiones de personas pobres, mujeres,
niños y otros tipos de grupos subordinados. Además, aun en caso de que
los datos sean exactos, no existe la seguridad de que todos los asistentes de
la investigación los estén codificando de la misma manera. Casi siempre
existe cierto grado de juicio personal implicado en el proceso d e cod ifica
ción. L o peor de todo es el hecho de que cuando se requiere cotejar un in di
viduo mencionado en un documento con el que aparece en algún otro, los
problemas de concatenación de registros se vuelven casi insuperables en la
mayoría de los casos, independientemente del hecho de que aquellos que
se desplazan fuera del área se excluyen por completo de la muestra.
F.n vista de todos estos problemas, y a la luz de los resultados hasta aquí
publicados, surge la pregunta de si tal concentración de vastas cantidades
de recursos escasos, como dinero y potencial humano, en unos cuantos
proyectos gigantescos, fue del todo sensata; y si los fondos pudieran ha
berse destinado de manera provechosa para ayudar individualmente a las
investigaciones de gran número de eruditos. Es razonable preguntarse si
los honorarios por 7 mil dólares pagados a cada uno de cíen historiado
res, no habrían producido un mayor rendimiento, en términos de p rogre
so en cuanto ai conocimiento, si se les hubiera invertido como 700 m il dó
lares en un solo proyecto. La información para evaluar este problem a no
se halla aún disponible, y probablemente no se cuente con ella por varios
años. En cualquier caso, incluso cuando algunos de estos descomunales
proyectos proporcionaran ciertas conclusiones realmente importantes en
los próximos cinco años, o algo así, es posible que terminen por extinguir
se totalmente en la edad financiera del hielo de los ochentas. Si es así,
puede ser que algunos de ellos no dejen tras de sí más que un buen caudal
de millas de cinta de computadora, lo mismo que cúmulos de copias
impresas, que causen admiración en los años venideros tanto por su valor
potencial para la labor erudita, como simplemente por su magnitud. P ro
bablemente algunos resultarán semejantes al proyecto de enviar un
hombre a la Luna, más notables por la evidencia que dan acerca de la
ufana ambición humana, los vastos recursos financieros, y el virtuosismo
técnico de los sesentas, que por sus logros científicos para el progreso del
conocimiento.
Asimismo, puede ser que algunos de ellos no prueben más que lo que es
obvio, como que el trabajador del siglo XIX vivía cerca de su lugar de tra
bajo, dado que se desplazaba a pie hasta él. Otros proporcionan inform a
ción que aparentemente no tiene ningún significado útil, y que no se hu
biera medido excepto por el hecho de ser mensurable —por ejemplo, la
distribución geográfica de las hernias en Francia a comienzos del si
54 H IS TO R IO G R A F ÍA
primero, el tener conciencia del elemento artístico que subyace en todos los
esfuerzos por asir la realidad, sin importar qué tan reforzados puedan estar,
dichos esfuerzos por pretenciosas metodologías y sistemas de cómputo; segun
do, no importa cómo se proceda, o con qué grado de objetividad y devoción á
la verdad, no es posible sustraerse a las limitaciones impuestas por la forma
que cada quien da a la investigación; y tercero, que muchos de los términos
mediante los que los científicos en el campo social, los humanistas y otros se
enfocan hacia la realidad, son indefectiblemente metafóricos.
rioro en la calidad de los artículos publicados, sino a que resulta más esti
mulante y fructífero el convertir con éxito a los incrédulos, que el predicar
a los ya conversos. Por otra parte, la adición más reciente a esas p u b lica
ciones, el Journal o f Interdisciplinary History de los Estados U n id os, se
encuentra aún en la curva ascendente de los logros intelectuales.
Es posible que ya sea tiempo de que el historiador reafirme la im p o r
tancia de lo concreto, lo particular y lo circunstancial, así como e l m odelo
teórico general y los procedimientos de discernimiento; de que sea más
cauto respecto a la cuantificación por la cuantifícación misma; de que
vea con mayor suspicacia los vastos proyectos co-operativos im presionan
temente costosos; de que ponga.énfasis en la importancia fundam ental de
una inspección minuciosa y rigurosa acerca de la confiabilidad de las
fuentes; de que tenga la apasionada determinación de combinar datos y
métodos cuantitativos y cualitativos, como la única forma legítim a de
aproximarse a la verdad, incluso tratándose de una criatura tan singular,
impredecible e irracional como el hombre; y de que muestre una p erti
nente modestia acerca de la validez de sus descubrimientos en ésta que es
la más difícil de las disciplinas.
Si esto pudiera lograrse, se impediría la amenaza factible de una d ivi
sión dentro de la profesión, especialmente en el caso de los Estados U n i
dos. Por una parte, los “ nuevos historiadores” se encuentran deslizándose
a gran altura sobre la cresta de una ola de exitosas prerrogativas, enco
miásticos artículos en la prensa popular, la admiración de un sinnúmero
de estudiantes de posgrado, y el apoderamíento por fin de algunos de los
puestos clave de poder dentro de la profesión. Por otra parte, algunos de
los humanistas más antiguos, como jaeques Barzun y Gertrude H im m el-
farb, protestan hoy día con vehemencia no sólo en contra de los injusti
ficados abusos de algunos de los “ nuevos historiadores” , sino también en
contra de una tolerancia latitudinaria hacia un enfoque multilateral
sobre la historia.40
Existe una creciente atmósfera de escepticismo en todas partes, acerca
del valor que pueda tener para los historiadores gran parte de esta tan re
ciente y extrema metodología de las ciencias sociales. Esto resulta eviden
te por el tono reservado empleado en la serie de artículos sobre la “ nueva
historia” que figuran en The Times Literary Supplement de marzo de
1975, en comparación con la optimista euforia manifestada en los tres
números del mismo diario de nueve años antes, es decir de 1966, cuya
i
G» H ISTO R IO G RAFIA
O r íg e n e s
DURANTE los últimos cuarenta años, la biografía colectiva (com o los his
toriadores modernos la denominan), el análisis múltiple de línea de curso
(como lo llaman los científicos en el campo social), o la prosopografía (c o
rno la conocen los antiguos historiadores), se ha convertido en una de las
técnicas más valiosas y comunes para el historiador abocado a la investi
gación. La prosopografía1es la investigación retrospectiva de las caracte
rísticas comunes a un grupo de protagonistas históricos, mediante un es
tudio colectivo de sus vidas. El método que se emplea es establecer un
universo de análisis, y luego formular una serie uniforme de preguntas
— acerca del nacimiento y la muerte, el matrimonio y la familia, los o rí
genes sociales y la posición económica heredada, el lugar de residencia, la
educación, el monto y la fuente de la riqueza personal, la ocupación, la re
ligión, la experiencia en cuanto a un oficio, etcétera — . Posteriormente,
los diversos tipos de información sobre los individuos comprendidos en este
universo, se combinan y se yuxtaponen, y se examinan para buscar varia
bles significativas. Se evalúan con respecto a sus correlaciones internas y a
sus correlaciones con otras formas de conducta o de acción.
L a prosopografía se utiliza como una herramienta para abordar dos de
los problemas más importantes de la historia. El primero concierne a las
raíces de la acción política: descubrir las intenciones de fondo que se
piensa subyacen bajo la retórica política; analizar las afiliaciones sociales
y económicas de las agrupaciones políticas, y mostrar la manera en que
Opera la maquinaría política e identificar a aquellos que accionan sus pa
lancas. El segundo se refiere a la estructura y a la movilidad sociales: una
serie de problemas implica el análisis del papel social, y especialmente,
las transformaciones de dicho papel a través del tiempo, de grupos con
61
62 H ISTO R IO G R A FÍA
s I I . 1). Lassw ctl y D . L e v n c r , Wuild Reuolutionury Elites Studies in Cocrcive Jdeological Move-
monis, C a m b r id g e , M a s s ., 1965.
PR O SO PO G R AFIA 63
'
64 H IS TO R IO G R A FÍA
por vez primera dentro de ia profesión en los veintes y los treinl as, cuando
aparecieron una serie de trabajos que tuvieron un profundo efecto sobre
todo su desarrollo posterior. La materia prima a partir de la cual se cons
truyeron, y siguen construyéndose tales estudios prosopográficos, com
prende principalmente tres categorías generales: simples listas con los
nombres de quienes detentan ciertos cargos o títulos, o donde se enume
ran las capacidades educativas o profesionales; genealogías familiares; y
diccionarios biográficos completos, que normalmente se elaboran en par
te con base en las dos primeras categorías, y en parte con base en un mar
gen infinitamente más amplio de fuentes. La recabación de materiales
biográficos de esta Indole estaba ya en práctica mucho antes de que los
primeros prosopógrafos profesionales aparecieran en escena. Para tomar
el caso de la historia de Inglaterra (si bien la historia de Roma podría ser
un ejemplo igualmente idóneo),4 vemos que desde finales del siglo XVili,
pasando por el XIX, y llegando hasta comienzos del XX, laboriosos anti
cuarios, clérigos y eruditos habían estado produciendo información
biográfica de toda índole en cantidades impresionantes. Tan to de las
imprentas públicas como de las privadas surgía un alud de recopilaciones
biográficas referentes a todo tipo de descripciones y condición social:
miembros del Parlamento, pares, baronets, hidalgos, arzobispos de Can-
terbury, clero londinense, lores cancilleres, jueces, abogados de primera
dase, oficiales del ejército, recusantes católicos, refugiados hugonotes,
alumnos de O xford y Cambridge, etc. La lista es casi interminable.5
El propósito de esta efusión de datos — que fue emulada en los Estados j
Unidos, Alemania, y otras partes— no es del todo claro, puesto que la . .
prosopografía como método histórico aún no se había inventado, y estas
publicaciones no se utilizaron por historiadores profesionales más que ü
como canteras de las cuales poder extraer trozos de información sobre los ¡¡
individuos en particular. En términos de motivación psicológica, estos ob
Raíces intelectuales
’* Beard, Economic interpretación of tire Constitntion, p. xiv; R. Syme, The Román Revolution,
Oxford, 1939, p. vii. Para una descripción de esta ingente transformación historiográfica en la trato-
. tía romana, víase Nícolct, '‘Prosopographic et histoire socíalc".
16 L, 0. Namier, England in lite Age o f the American llevoluíion, 2a. ed., Londres, 1961, p. 229.
16]. c. Holt. The Norlherners, Oxford; 1961; J. E. Ncale, The Elizabethan Honre o f Commons,
Londres, 1949; M. F. Heder. The Long Parliament, 1610-1 fiel, Filadclfia, 1964; L. 11, Namier y
j. Brooke, The Honro o f Commons, 177-1-1790, Londres, 1964; E. j, HobsbawmyG. Iludí, Capiain
Sv/ing, Londres, 1969; G. 11. Aylincr, The King's Servants: The Civil Service o f Charles 1, 162} 1612,
Londres, 196); W. L. Guttsmaiv, The Rritish Political Elite. Londres, 1963.
70 h is t o r io g r a f ía
■
p r o s o p o g r a Ma 71
nante, cuyo eje es ella misma, por otra; y si son un puñado de hombres sin
escrúpulos quienes comandan como les place el timón del barco del Esta
do, sin importar la bandera constitucional bajo la que naveguen, enton
ces la diferencia entre la tiranía y la democracia parece desvanecerse, en el
menor de los casos. Desde este punto de vista, la escuela elitista de los pro-
sopógrafos históricos de los treíntas se vio profundamente afectada por la
crisis contemporánea en cnanto a la confianza en la democracia. Namier
se dedicó deliberadamente a destruir las teorías acerca de una conspira
ción tiránica de Jorge III en contra de la Constitución Inglesa, en tanto
que Syme pareció suprimir toda base para emitir juicios morales con res
pecto a la destrucción de la república romana hecha por Augusto, En
1939, A, Momígliano aplicó a Syme su propia descripción de Tácito; “Un
monárquico por perspicaz desesperación de la naturaleza humana.” 20Ro~
bert Dahl ha observado con razón, sin embargo, que “ para los individuos
con un fuerte acento de idealismo frustrado [la teoría elitista], tiene todas
las características de un cinismo recrudecido".21 El teórico y el historiador
elitistas tienden a ser igualitaristas desilusionados, cuya misantropía ema
na directamente de un sentimiento moral ultrajado.
L a actitud hacia los modos en que opera la política que asumieron los
primeros prosopógrafos, parece que debe poco a los escritos de teóricos
políticos. Marx mismo subrayó primero el papel de los lores feudales y
después el de la burguesía, y prestó atención al interés egoísta que guiaba
sus acciones. Pero las primeras teorías políticas elitistas cabales surgieron
en la Europa de comienzos del siglo XX, con los escritos de R. Michels, G,
Mosca y V. Parcto. Aunque a Michels podía leérsele en francés, Pareto
y Mosca sólo fueron traducidos al inglés hasta los treíntas, y no hay ninguna
prueba de que hubieran ejercido la más mínima influencia sobre círculos
históricos anglosajones antes de. esa fecha. Namier, Merton y Syme eran
fuertemente antimarxistas, y sin embargo sólo Merton parece haber esta
do familiarizado con estos modelos elitistas no marxistas. Nos encontra
mos, por lo tanto, con el desarrollo por parte de los científicos abocados a
!a política, de una teoría completa sobre el dominio de las élites, la cual
antecedió por una generación a la labor de los historiadores. Pero, con
excepción de Merton, los historiadores efectuaron sus análisis empíricos
con base en sus propias aserciones semiconscientes acerca del comporta
miento político, privados del beneficio de la teoría política que les hu
biera proporcionado el marco que necesitaban. Se trata de uno de los epi
sodios más bizarros de la historia intelectual, consecuencia de la lentitud
con que los científicos europeos en el campo social fueron traducidos al
20 A. Momígliano, haciendo vna reseña de Syme en Journal o f [loman Studtes, SO, í 910, 75.
21 Según se cka cu O A. Rusíow, "Síudy of Élites", p 713.
PROSOPOGRAFÍA 73
L. R. Taytoi, í’arly Polt'tics in the Age of Cansar. BeiUcley, HM9, p. 23; E. Radian, Foreign
Cítentelas. Oxford, 19f)S, p. 1.
23 K. B. McFarlrmc, "Baitaid í'cudalism", ¡hdletin of the Instituí? for Hútorical Research,, 21,
194b; Neale, Etuabethan Itcuse of Commons, pp. 24, 27,
24 Namier, England ¡n the Age ofthe American ftevoliition, p. 19. Véame también Syme, Román
74 H IS TO R IO G R A FÍA
Limitaciones y peligros
85 Por ejemplo, W. O. Aydcloüe, "The Coumry Gentlemcn and thc itepeal of Ule Com Laws'Y
Kngtish Hütorxcal Re vicia, 82, 19í>7; ’Voting Patterm m thc Bvitiíh Housc uf Commoro ín che
1840Y', en ftowr.ey y Grabam, Qunntihnwc Uislory.
PR O SO PO G R A F ÍA 77
26 D. Brunton y D. H. Pcnnington, Members of ihe l.ong Parh'ament, Londres, 1954. Para una
convincente refutación de la teoría de "que los nexos genealógicos y políticos coincidirían normal
mente ’ a comienzos del siglo XVill, véase G. Holmes, British Polt'tics tn the Age of Atine, Londres,
1967. pp. 327-334; C. Meier, Res Publica Amissa, Wiesbaden. 1966, y una reseña déoste por P.A.
Bruñí en Journal of Román Sludtes, 58, 1968, pp. 5129 232.
78 H IS TO R IO G R A F ÍA
■gf¡J¡
Errores en la interpretación de los datos
■"xm
Incluso si su documentación es adecuada y su sistema de clasificación está <8
diseñado correctamente, el prosopógrafo incauto permanece aún sujeto a.|j
27 Para un ejemplo al que se ha criticado sobre estas bases, véase L. Stone, The Crisis of the AriS''
M
locracy: J>58 1641, Oxford, 196b; D. C. Coleman, “The 'GenIr/ Coalroversy and rhc Aristocracy.irt^^
Cnsis, 1558 1641". History, 51, 1966; E. L. Pctersen. "The Elizabethan Arinocracy Anatoinúe4jy§
Atomized and Reassessed", Scandinovian Economic History ilexriew, 16, 1968; S. J. Woolf. "W x!
Transformazione dell’Aristocrazia et la Revoluzione Inglese", Studi Storici, diciembre de 1968; J. H. jjk
Hexter, "The Kngltah Aristocracy, Its Crises, and the English Revolutíon, 1658-1660", Journal á/í|JI
¡iritisk Studies, 8. 1968. La incapacidad para desarrollar sus categorías suficientemente detalladas
redujo seriamente la utilidad del análisis de Brunton y Pennington acerca del Parlamento Largo. ^
28 J. Y Tirat, “Problemes de inéthode en hístoire sociale", Retrnc d’Htstoiro Moderno et Contem:' A'
poraine, 10, 1963. p. 217. . rtí^P
PR O SO PO G R AFÍA 79
15 T, K. Rabb, Enterprise and Empire: Merchant and Gentry Invéstment in the Expansión o f
. England, 1515-1630, Cambridge, Ma«s., 1967, Para una reseña que establece este y otros puntos,
’ vé^sej. J. McCusker en
fiistorica l Methods Newsletter, 2 de junio de 1969, pp. 16-17, Otro ejemplo
íc este problema es la afirmación de David Pottinger respecto a que los escritores de la Francia del
Antiguo Régimen provenían predominantemente de la noblesse d'épée y de la alta burguesía —con
clusión a la que se llegó después de la eliminación del 48.5% de los escritores debido a que no pu
dieron descubrirse sus antecedentes sociales—, D. Pottinger, The French Book Trade in the Anden
Hegime, 1500-1791. Cambridge. Masa.. 1958. Debo esta crítica al profesor Robcrt Damton.
50 D. Grecr, The Jnct'dence of the Terror During the French Revolution: A Slatisltcal Interpreta-
tion, 3a. cd., Cambridge, Mass.. 1964. pp. 385*387. Un ejemplo ligeramente diferente de la misma
falacia es el intento de D. Lerncr por mostrar que los líderes naris eran "hombres marginales1’, cuan
do su definición de la marginalidad claramente abarcaba a más de la mitad de la población (Rus-
tow, "Study of Elites", p. 702)
80 H IS TO R IO G R A F ÍA
Hasta aquí, los errores descubiertos han sido del tipo de los que es posible
evitar si se aprenden las severas lecciones que da la experiencia, pero hay
otros que resultarán más difíciles de erradicar. En primer lugar, el dedi
carse al estudio de las élites ha sido en parte causa, y en parte efecto, de
una tendencia a ver la historia exclusivamente como la gesta de las clases
dominantes, en la que los movimientos populares no desempeñan práctica
mente ningún papel. Syme sostenía que “en todas las épocas, cualquiera que
para las ideas, los prejuicios, las pasiones, las ideologías, los ideales, o los
principios. La correspondencia íntima y personal constituye una rareza f
entre los registros Listóneos. Clon frecuencia ésta era destruida durante la
vida de alguien, o bien a su muerte, ya que a diferencia de los registros
genealógicos, legales o comerciales, nadie entre la familia o los amigos de ;
dicha persona tenía interés alguno en preservar tales datos. Aun en los
pocos casos en qu e tal material existe, con frecuencia no es muy esclarece-
dor, puesto que los hombres rara vez confían sus convicciones más pro- ■%
fundas al papel, incluso tratándose de sus amigos. Además, puesto que en
la mayoría de los periodos históricos ha resultado decididamente peligro
so el expresar perspectivas sectarias sobre religión o política, tales comen- 1
tarios escritos según las condiciones en que se conservan, tienden a ceñirse
a las normas, aceptadas por la sociedad. El prejuicio sistemático observa- !í
do en los registros históricos en favor de los intereses materiales y los lazos |
de parentesco y en contra de las ideas y los principios, estaba en perfecta
concordancia con la presuposición manifestada explícitamente entre los j
más grandes de los primeros eruditos elitistas.34 “ Los intereses espirituales
de las personas se consideran muy por debajo de sus matrimonios” , se jí
lamentaba Momigliano recién aparecido el libro de Symc. Sir Herbert ,.
Butterficld protestaba con respecto a Nam icr que “ los seres humanos son :
portadores de ideas, así como depositarios de intereses creados” .36
A pesar de haberlo negado posteriormente, casi no hay duda de que en
la práctica tanto Nantier c o m o Syrne atribuyeron poca o ninguna impor- %
tancia a ideal o prejuicio algunos que se opusieran a los cálculos de un in
teres egoísta. La atención conferida por estos historiadores a la táctica
más bien que a. la estrategia política, presupone una sg.qiedad sin convic
ciones, en la que la manipulación y las, maquinaciones, se vuelven más im
portantes que las cuestiones de principios o de política. De esta manera,
resultó, que el de mediados del siglo XVHI, hacizt ej que Nam ier dirigió
primero su atención, fue un periodo de lq, historia inglesa extraordina
riamente desprovisto de cuestiones, importa uf e* de.controversia, y en ei
que los protagonistas políticos constituyeron.también un grupo inusitada-1
m.ente hórpogéneo: de este modo, este autor eligió, por accidente o en for
nía deliberada, un periodo y una clase particularmente susceptibles a un
análisis mediante los métodos por él adoptados,, Empero, algunos de sus
seguidores han.encontrado, a costa suya, que no siempre resulta seguro el i
trasladar acompasadamente el mismo tipo de aserciones hacia adelante y
hacia atrás, Robgrt Walcott intentó emplear, el modelo para el reinado de
•í .Namier, Eugland in the Age o f the American Hfvolution, p, 18; Bcard, Economtc hiterprejaj
twn o j the Constitution, p. 13.
Momigliano haciendo una reseña a Symc enJournal o f l\ornan Studies, 30, 1940, p. 76; H, ■'£$
tt'i jleld, George I I I and ího HisCouans, Londres, 1907, p- 2 il. '
PROSOPOGRAKÍA 83
Casi no existe interés por la labor de los ministros dentro de sus ministerios; ni
por cuáles sean las fuentes de la política o los orígenes de las decisiones impor
tantes; ni por el contenido real de las controversias políticas de una época; ni
por la actitud del público hacia las diversas medidas y hacia ciertos hombres;
ni tampoco por las presiones recíprocas de los debates parlamentarios, . . Ta
les tendencias están calculadas para plantear el problema de si la nueva for-
:' ma de análisis estructural no es capífe de producir en quienes ejercen la profe
sión su propia clase de enfermedad ocupacional.
56 R. Walcott, English Polüicsin the Early Eighleenth Century,Oxford, 1956; J. H. Plumb, The
Origtns of Polilical Stabüity: England, 167S-Í725,Boston, 1967, pp, xiv, 44-46, 135*138; Holmes,
pp. 2-4, 327-334.
Brílish Pollita in the Age o f Anne,
37 H, R. Trevor-Roper, "Oliver Cromwell and His Parliamcnt", en su Religión, the Reformution
and Social Change, Londres, 1967.
38 Butterííeld, George ÍU and the Historiam. pp. 208-209.
84 H IS T O R IO G R A F IA
Logros
Nada de lo dicho hasta aquí deberá interpretarse como que la prosopo-
grafia elitista es por su misma naturaleza inútil o desorientadora. Se han
fijado banderas rojas en torno a aquellos puntos de peligro donde yacen
los huesos de muchos de los pioncios de este método, y se ha establecido
firmemente la consigna de reducir las pretensiones a considerar a la pro-
.topografía en general como una herramienta explicativa. Si ios errores
del pasado pueden evitarse y reconocerse las limitaciones del método, sus
potencialidades serán muy grandes. Ue hecho, suponiendo que se acepte
como ciertamente debe hacerse— que los valores y las normas de con-
(lucí a están fuertemente influidos por las experiencias pasadas y la educa
ción recibida, difícilmente podrá negarse la fuerza del método. I ndo lo
■V1 í..
j ltaingcr y D. S. oenring. "Social Bacltjfv'iua.-l iu Klit-c Aoalysis: A Mcihodological
Kiujtñry", Ametican Politic é Scicvr,' ¡levtüiv. til, 19(i7
l’ HOSOI’ OGHAKlA US
40 Pt'.ter Hcítth, The Englñfi Tarislt Clcrgy on lite Eve nf che Reformación, Londres, i 360, ))\>
M. Bowkcr, The Secular Clcrgy in thc Dio cese of Lincoln, ¡ 491-1520, Cambridge, 19¿8.
80 H IS TO R IO G R A FÍA
45 G. H, Ganen, The Marian lixiles, Cambridge, 1930; M. Waltet, The íievólntion o f the SaiHli,
Cambridge, Mass., 19G5. pp. 92-115; ]. E. Neale, Efizabeth 1 and Her Parlíamenis, 1559-1581.
Londres, Cape, 1953. pane L
40 W, G. Hoskins; ''The Lciccstershirc Cotmtvy Pavson in the SixteenthCcntury”, Essays in Leices-
Urshtre History, Liverpool, 1950; F. W. Brooks, ‘The Social Position of the Patson ín the Sixtccmh
Cemury”, British Archaeological SocietyJournal, 3a, serie, 10. 1948; D. M, Baria, “The Condition
of tlie Parish Clergy Betwcen the Reformatton and 1660“, tesis, Oxford, 1949; P. Tylcr, “The Sta
tus of the Eluabethan Parochíal Clergy'', Síwdfeí m Church History. 4. 1957.
47 Existe una buena cantidad de material prosopogváfico incidental en el gran libro tic P. Collin-
son, The Eh'xabethan Burilan Movament, Londres, 1967; P. S. Seuver, The Burilan Lectureships,
Stanford, 1970, caps. 5, 6.
48 A, G. Dickens, “The First Stages of Romanist in Yorkshirc, 1560 1590”, Yorhshitc Archaeologí-
cal Journal, 35, 194 L Véanse también J. Bossy, “The Gharactev of Elizabct han Catholidsm”, Past
and l\escnt, 21, 1962; B. Magec, The English Hecusants, Londres, 1938.
88 H IS T O R IO G R A F IA
49 Para un sumario de la controversia, víanse L, Stone, Social Chance and Revolvtion in England,
1540-1640, 1965, pp. xi-xxvi; M. E. Finch, The WeaUh of Five Northamplonshire Facultes, 1540-
1610, Oxfoul, 1956; Clíffe, The Yorkshire Gtvlry; II. A. Lloyd, The Gañiry of South West W(iles,
1540-1640, Cardíff, 1968; Stone, The Crisis of the Aristocracy. Durante los últimos años se han cien
to y se siguen escribiendo alrededor de veinte tesis doctorales acerca de diversos grupos de hidalgos cu
varios condados.
50 Oliffe, The Yorkshire Gcntry, p. 354. Los porcentajes y las conclusiones obtenidas a partir de
ellos son míos y jio del doctor CHffe.
51 La prosopogralla tambtéú ha socavado otra hipótesis acerca de las causas ríe la Guerra Civil, a
saber, las afirmaciones de H. R. Trovor-Ropcr acerca del papel de burocracia. G. fc. Aylmer,
“Office-holding asa Factor in Fnglish History, 16?,5-1G42‘\ History, 44. 1959.
PROSOPOGRAl-'ÍA a»
preguntarse qué clase de gente había sido la que había gestado esta histo
ria. Actualmente contamos con estudios acerca de los m iembros pa rla
mentarios de casi todos los Parlamentos comprendidos entre 1559 y 1600,
y como resultado de esto se ha obtenido un cuadro histórico m ucho más
fecundo y convincente.52 A través de estadísticas comparativas y de toda
una serie de minuciosos estudios de caso, podemos observar la expansión
en el número de los miembros del Parlamento, y rastrear sus orígenes en
el afán de los magnates isabelinos por ampliar el margen de su influencia
política, lo mismo que en la disponibilidad de Isabel a hacer concesiones,
sin importar cuán insensatas desde el punto de vista político resultaran a
la larga, que no le significaran desembolsos a corto plazo. Las investiga
ciones estadísticas han revelado el sorprendente desarrollo en la prepara
ción académica y la experiencia administrativa de los miembros del
Parlamento, y el incesante aumento en la proporción de los hidalgos. A c
tualmente sabemos cómo se elegía a los miembros y de qué manera se p e
leaban y ganaban los concursos electorales, y estamos comenzando a te
ner conocimiento sobre la cambiante relación entre los electores y sus
representantes. Podemos rastrear el modo en que disminuyó la influencia
electoral de los grandes magnates de la corte antes de 1640, puesto que
dio lugar a una declinación en el mismo sentido de los caballeros locales,
e incluso de los mismos ciudadanos con respecto a las sillas cumies en los
ayuntamientos.
Los estudios prosopográficos sobre las élites locales fuera del Parlam en
to, tanto en los condados como en las ciudades, están apenas comenzando
a ser de mayor utilidad para la elucidación de los factores económicos y
sociales subyacentes bajo las alineaciones de partido durante la Guerra
Civil.
Tam bién han revelado que, en ciertos condados y poblaciones pero
no en todos- -, los miembros de los hidalgos de mayor jerarquía y las anti
guas oligarquías urbanas se retiraron a finales de la década de 1640 del
ejercicio de puestos de autoridad, y fueron sustituidos por hombres pro
venientes de los hidalgos de menor jerarquía y los pequeños comercian
tes, conforme se adoptaban políticas más radicales para la prosecución
de la guerra y el logro de un ordenamiento político.53
52 Las tesis no publicadas de los discípulos de sir John Neale. una brillante síntesis e interpretación
cuyos resultados se presentan en svt JKUzabethan lio use o f Commons. T. L. Moir, The Addled
Pnrliament o j 1614, Oxford, 1958; Keeler, The Long Parliament; Brunton and Pennington, Mem-
beys oftfie Long Parliament\ P. J. Pinknev. *‘The Crmiwellian Parliamcnt of 1656‘\ tesis, Var.der-
bilt 19f>‘¿ M. E. W. Hclms, “The Convention Parliamcnt of 1660”, tesis, Bryn Mawr, 1963.
5* Evcritt, The Cotnmunity o f Kent, p. 143; V. Peavi, Londort and the Outbreak of íhe Puritan
Revolution, Londres, 1961, p. 160; R.G, Howell, NexvCastle upon Tyne and the Puntan Revoluiton,
Oxford, 1967. pp. 171-173. La antig-ua élite se mantuvo en Suffolk. Véase A. Evcritt, Suffolk and Ihc
Great ft.e.bcllton. 1640-1660. Suffolk Record Socicty, 3, 1960.
90 H IS TO R IO G R A FÍA
Conclusión
Los relevantes estudios acerca de las élites por parte de eruditos norteamericanos dentro de la
historia norteamericana incluyen a; J. T. Main, The Upper Hause in Revolutionaxy America, 1763-
1788. Madison, 1967; D. J. Rothman, Politics and Power: The United States Sánate, 1869 1901,
Cambridge, Mató., 1966; S. H. Aronson, Status and Krnship in ihc ITigher Civil Service, Cambridge,
Ma&s., 196-1; B. Bailyn, Nexo England Merchants in the Seventecnth Century, Cambridge, Mass.,
1955; G.W. Milla, The Poxoer Elite, Nueva York, 1956; F. M. G. Harris, "The Social Origina oí
American Leadcrs: The Dcmographic Foundatiom**, Per.spectives in American Iíistory. 5, 1969,
pp. 159*3-16. Para las bibliografías con respecto a la escuela de masas, véase la anterior nota 12.
PR O SO FO G R A FIA 91
Véase .}. K. Neate, "Tha Biographieal Appvoseh to Htstovy", en sus kitays in hUúabothaii Mis-
tory, Nueva York. 1958, pp. 229-2M.
ÍM h is t o r io g r a f ía
* Estoy considerablemente en cicada con mi esposa, y con mis colegas los profesores Roben Oarn-
ton, Natalic Davis, Félix Gilbcrt, Charles Gillispic, Thcodore Rabí), Cari Schorske y con muchos
otros por sus valiosas críticas a un primer borrador de este ensayo. He aceptado la mayor parte de las
sugerencias, aunque la responsabilidad por la redacción final me concierne a mí únicamente.
1 No debería confundirse a este grupo reciente de “nuevos historiadores" con los “nuevos histo
riadores” norteamericanos pertenecientes a una generación anterior, como Charles Bcard y james
Harvey Robínson.
2 Para la historia de la narrativa, véanse L. Gossman, "Augustin Thjerry and Liberal I-Iísto*
riogrftpliy", HiUoryanU Tiuióry, BéiKeft 15, 1979, y 11. Whiic, Méluhntory thc iiitlorfcál ¡ magín «-
tion m the Nineteenth Century, Baltimore. 1973. (Estoy en deuda con el profesor I<. Starn porfiaber
llamado mi atención a este último.)
95
90 H IS T O R IO G R A F ÍA
II
3 Lo Roy I.adune, The Terrilory o f lile Historian, Nueva York, 1979, p. 15 y Parte I,
passivi.
* Un ensayo no publicado de R. W. Fogel, “Scicntífic History and Traditionai History" (1979),
ofrece el caso más persuasivo ai que es posible referirse para considerar a ésta como la fínica "historia
científica" en sentido verdadero, Pero sigo sin estar convencido de ello.
El. R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 99
miento electoral, tanto del electorado como de aquellos que son electos.
Estas grandes empresas son necesariamente el resultado de un trabajo de
equipo similar a la construcción de pirámides: contingentes de asiduos
asistentes compilan datos, los cuales codifican, programan y pasan a tra
vés del “ tracto digestivo” de la computadora, todo esto bajo la dirección
automática de un líder del equipo. Los resultados no pueden verificarse
mediante ninguno de los métodos tradicionales, puesto que las pruebas se
hallan sepultadas en cintas privadas de computadora, en lugar de ex p re
sarse en notas de pie de página destinadas a la publicación. En cualquier
caso, los datos se exhiben con frecuencia en una forma m atem áticam ente
tan abstrusa, que resultan ininteligibles para la mayoría de quienes ejer
cen la profesión histórica. Lo único tranquilizador para los perplejos legos
es que los miembros de esta orden sacerdotal discrepen furiosa y pú blica
mente sobre la validez de los resultados de unos y de otros.
Estos tres tipos de "historia científica” se hallan traslapados en alguna
medida, pero son lo suficientemente distintos, ciertamente a los ojos de
quienes los practican, para justificar la creación de esta tipología tripartita.
Otras explicaciones "científicas" sobre las transformaciones históricas
se han visto favorecidas por algún tiempo, para luego pasar de moda. El
estructuralismo francés produjo cierta labor teórica brillante, pero nin
gún trabajo histórico específico de importancia - a menos que se conside
ren los escritos de Michel Foueauk como trabajos primordialmente histó
ricos, más bien que como una filosofía moral en la que se aluden ejemplos
tomados de la historia---. El funcionalismo parsoniano, al que precedió la
obra Scientij'ic Theory o f Culture de Maíinowski, tuvo una trayectoria
bastante larga, a pesar de su incapacidad para dar una explicación acer
ca de las transformaciones en el tiempo, y del hecho evidente de que la
correspondencia entre las necesidades materiales y biológicas de una so
ciedad, y las instituciones y los valores por los que ésta vive, ha distado
siempre mucho de ser perfecta, mostrándose con frecuencia bastante
pobre en verdad. Tanto el estructuralismo como el funcionalismo han
proporcionado valiosas aportaciones, pero ninguno ha podido aproxi
marse siquiera a una explicación científica global acerca de las transfor
maciones históricas a las que pudieran recurrir los historiadores.
Estos tres grupos principales de historiadores científicos, que flo re
cieron, respectivamente, de los treintas hasta los cincuentas, de los cin
cuentas hasta mediados de ios sesentas, y de los sesentas hasta comienzos
de los setentas, tenían una absoluta confianza en que los problemas más
importantes con respecto a la explicación histórica eran resolubles, y de
que en un momento dado serían ellos quienes les darían solución.
Suponían que llegarían a proporcionarse finalmente soluciones irreba
tibles en lo tocante a cuestiones hasta hoy día desconcertantes, tales
100 h is t o r io g r a f ía
como las causas de "las grandes revoluciones” o los cambios de! feudalis
m o al capitalismo, o bien de las sociedades tradicionales a las modernas.
Este vehemente optimismo, que se hizo tan ostensible de los treíncas a los
sesentas, fue reforzado entre los dos primeros grupos de "historiadores
científicos” por la creencia de que las condiciones materiales tales como
los cambios en la relación entre la población y el suministro de alimentos,
o los cambios en los medios de producción y en el conflicto de clases,
constituían ias fuerzas directrices de la historia. Muchos de ellos, aunque
no todos, consideraban los acontecimientos intelectuales, culturales, reli
giosos, psicológicos, jurídicos, e incluso políticos, corno meros epifenóm e
nos, Debido a que un determinismo económico y/o demográfico fue lo
que fijó en gran medida el contenido del nuevo género de investigación
histórica, resultó que un procedimiento analítico más bien que narrativo
era el que se ajustaba ópticamente para la organización y la presentación
de los datos, y que estos últimos debían ser hasta donde fuera posible
cuantitativos en su naturaleza.
Los historiadores franceses, que en los cincuentas y los sesentas se halla
ban a la cabeza de esta valiente empresa, desarrollaron una clasificación
jerárquica estándar: en primer término, tanto por su posición como por
su orden de importancia, estaban los hechos económicos y demográficos;
después de la estructura social; y finalmente los acontecimientos intelec
tuales, religiosos, culturales y políticos. Estos tres renglones fueron conce
bidos como los pisos de una casa: cada uno descansando sobre los cimien
tos del de abajo, pero ejerciendo los superiores un efecto recíproco
ínfimo, por no decir nulo, sobre los inferiores. En ciertas manos, la nueva
metodología y las nuevas cuestiones produjeron resultados que fueron
poco menos que sensacionales. Los primeros libros de Fernand Braudel,
Fierre Goubort y Kmmanuel L e Roy Ladurie figurarán entre ios escritos
históricos más grandes de todos los tiempos.!l Por sí solos justifican sobra
damente la adopción hecha por toda una generación del enfoque analíti
co y estructural. (
I.a conclusión, sin embargo, fue un revisionismo histórico exacerbado.
Puesto que sólo el primer renglón era el realmente importante, y puesto
que el tema de estudio se ícfería a las condiciones materiales de las masas,
y no a la cultura o a las élites, vino a ser posible hablar acerca de la historia
de la Europa continental comprendida entre los siglos Xiv y XVIII como de
"l'h isloirc im m o b ile ". El profesor 1.e Roy Ladurie argüyó que nada, abso
lutamente nada, había cambiado durante esos cinco siglos, ya que la so
ciedad había permanecido obstinadamente encerrada dentro do su tradi-5
5 F. Braudel, 1& Medite-,-ranée au Tcutps de Philippe tí, tGiíi., 1049; F. Coubcit, ih'uuvais et le
fteauvaüis de 1600 á í'/)0, París, 1066; E. l.« Roy Ladurie, Les Payutns du Langucdoc, París. 1966.
EL. RESU RG IM IEN TO DE LA N A R R A T IV A 101
III
E. Le Roy Ladurie. "L'histobo ¡inmolóte”. crv su t.r Territoirv de [‘Historien, 11, Parts, 1978
{«crito «i 1975).
7 R Oauiton, 'ítH'ÓL:ion! .mil Cultural Hístory*1, iiístory m our Ttmi'. como. M. K.tmmen,
HHnca, r900.
102 H IS TO R IO G R A F IA
Muchos historiadores creen hoy día cjue la cultura del grupo, e in
cluso la voluntad individua], son agentes causales del cambio tan im
portantes —por lo menos potencialmente— como las fuerzas impersona
les responsables de la producción material y el crecimiento demográfico.
N o existe ninguna razón teórica para que los segundos factores determi
nen a los primeros, más bien que viceversa, y de hecho hay una abundan
te información en cuanto a ejemplos que indican lo contrario.8 La anti
concepción por ejemplo, es claramente tanto el producto de un estado
mental, como d e circunstancias económicas o descubrimientos tecnológi
cos. La prueba de este argumento puede hallarse en la amplia propaga
ción que esta práctica tuvo en toda Francia, mucho antes de ¡a in
dustrialización, sin que hubiera tanta presión demográfica excepto en las
pequeñas granjas, y casi un siglo antes que en cualquier otro país occiden
tal. Hoy sabemos también que la familia nuclear precedió a la sociedad
industrial, y que los conceptos de privacidad, amor e individualismo sur
gieron de manera similar en el seno de algunos de los sectores más tradi
cionales de la sociedad tradicional de la Inglaterra de finales del siglo
XVII y comienzos del x v m , más bien que como resultado de ulteriores
procesos económicos y sociales de modernización. La ética puritana fue
un producto derivado de un movimiento religioso espiritualista, que se
arraigó en las sociedades anglosajonas de Inglaterra y de Nueva In gla
terra durante los siglos anteriores al advenimiento de patrones rutinarios
y necesarios de trabajo o a la construcción de la primera fábrica. Por otra
parte, existe una correlación inversa, en todo caso en la Francia del siglo
X IX , entre la alfabetización y la urbanización, por una parte, y la in
dustrialización, por la otra. Los niveles de alfabetización resultan ser una
guía pobre con respecto a las actitudes mentales ‘'modernas” o a las ocu
paciones “modernas” .9 De este modo, los vínculos entre la cultura y la so
ciedad son a todas luces muy complejos en verdad, y parecen variar según
las épocas y su ubicación.
Es difícil evitar la sospecha de que la declinación en cuanto al com pro
miso ideológico entre los intelectuales occidentales, ha tenido también que
ver en esto. Si se consideran las tres batallas históricas más apasionadas y
disputadas a lo largo de los cincuentas y los sesentas — acerca del ascenso
o el descenso de los hidalgos en la Inglaterra del siglo XVII, acerca del alza o
la baja del ingreso real de la clase trabajadora durante las primeras eta
pas de la industrialización, y acerca de las causas, la naturaleza y las con
8 M. Zuckcrman, "Dreatns that Mrn Oare lo Dreain: tire Role of Ideas in Western
Modernizado»”, Social Science History, vol. 2, 3. 1978.
9 V. Furet yj. Ozouf, Lite et /terne, París, 1977. Víase también K. Loekriclge, í.ileracy in Cola
nial Neto ICngland, Nueva York, 1974.
EL RESURGIM IENTO DE L A N A R R A T IV A 103
10 Me refiero ¡ti debate desencadenado por R. P. Rrenner "Agravian Class Simctuve and Peono -
PoM and Prescnl,
mic Oeveloprnet in Pie-Industrial Europe” , 70, 1976.
KM h is t o r io g r a f ía
de la historia demográfica nos han dejado poco más que perplejos. Igno
ramos por qué la población cesó de crecer en la mayoría de las áreas de
Europa entre 1640 y 1740; tampoco sabernos por qué comenzó a crecer
de nuevo en 1740; ni incluso si la causa pudo haber sido una creciente fer
tilidad o una declinación en la tasa de mortalidad. La cuantificación nos
ha dicho mucho acerca de cuestiones concernientes al qué de la
demografía histórica, pero hasta ahora relativamente poco acerca dei
porqué. Las principales cuestiones sobre !a esclavitud en los Estados Uni
dos siguen siendo tan evasivas como de costumbre, a pesar de haberse
aplicado a las mismas los análisis más extensos y refinados que jamás ha
yan sido elaborados. Su publicación, lejos de resolver la mayoría de los
problemas, simplemente hizo más candente el debate.11 Empero, tuvo e!
benéfico efecto de centrar ¡a atención sobre aspectos importantes tales
com o la dieta, la higiene, la salud y la estructura familiar de los negros
norteamericanos bajo la esclavitud, pero a la vez distrajo la atención de
los igualmente importantes, si no es que más, efectos psicológicos de dicho
fenómeno tanto sobre los amos como sobre los esclavos, simplemente por
el hecho de que estas cuestiones no son mensurables a través de la compu
tadora. Los historiadores urbanos se debaten desordenadamente en m e
dio de estadísticas, y a pesar de ello las tendencias que señalan el grado de
movilidad siguen siendo aún oscuras. Hoy nadie está completamente se
guro de si la sociedad inglesa era más abierta y móvil que la francesa du
rante los siglos XVJI y XVIlí, o incluso si los hidalgos o la aristocracia se
hallaban en ascenso o en decadencia en la Inglaterra que precedió a la
Guerra Civil. Nuestra situación no es nada mejor a este respecto que la de
James Harrington en el siglo XVII o la de Tocquevílle en el siglo XIX.
Son precisamente este tipo de proyectos los que han sido más pródiga
mente financiados, los que se han mostrado más ambiciosos con'respecto
a la compilación de vastas cantidades de datos ~ mediante ejércitos de in
vestigadores asalariados— , los que han sido procesados de la manera más
científica por la más reciente tecnología eomputacional, y los que han
exhibido el más alto grado de refinamiento matemático en su modo de
presentación, los que han resultado ser los más decepcionantes de todos.
Hoy, dos décadas y millones de dólares, libras y francos después, se cuen
ta únicamente con resultados más bien modestos a cambio del gasto de tal
cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero. Éstos consisten en enormes rimeros
de verdosas copias impresas empolvándose en los cubículos de los erudi
tos; hay también muchos tornos voluminosos y extremadamente tediosos
que contienen tablas numéricas, abstrusas ecuaciones algebraicas y por-
11 R. W. Fo&ei y S. F.ngwmnn. Time <jn tha Croes. Boston. 1974; P. A. David el al., RceAoning
Nueva York, 1976; H. Giitmcm. Slavery and thc Nutnbers Game, Urbana, J97/>.
unth Slavory,
EL RESU RGIM IENTO DE l.A N A R R A T IV A 107
i!i L. Le Hoy Laduvic, l.e Terriloire ti? I'Misionen, vo!. 1, París, Í9'/S, p. M.
108 H IS TO R IO G R A FÍA
15 G. Gct'ii.i, "Deep Pluy: .Votes otv thc Batine?e CocSc-fíyl, [’ en eu Interftry tallón o f Cultures.
Nueva York. 1973.
F.I.. RESU RG IM IEN TO DE l.A N A R R A '!'! VA 109
IV
D. P. Jordán, The Kmg's Tria/: l.outs X t/ v. the Prendí Hevolutiuii, líerkclcy, 1979. Reseñado
en Publishers' Weehly, lft ele agosto de 1979.
E L R ESU RG IM IEN TO DE L A N A R R A TIVA II)
libro le agradó al crítico, pero pensó que la narrativa es por defin ición no
académica. Cuando un miembro distinguido de la escuela de la “ N u ev a H is
toria” escribe en forma narrativa, sus amigos tienden a disculparlo, d icien
do: “ Por supuesto que sólo lo hizo por el dinero." A pesar de estas excusas
más bien pudorosas, las tendencias referentes ala historiografía, el conten ido,
el método y la modalidad, resultan evidentes dondequiera que uno mire.
Después de haber languidecido sin ser leído durante cuarenta años, el
libro precursor de Norbert Elias acerca de las costumbres, The C ivilisin g
Process, ha sido traducido repentinamente al inglés y al francés,1 16 El d o c
5
tor Zeldin ha escrito una brillante historia en dos volúmenes acerca de la
Francia moderna, en una serie estándar de libros de texto, que h ace o m i
sión de casi todos los aspectos de la historia tradicional, y se concentra
casi exclusivamente en las emociones y en los estados mentales.16 El p r o fe
sor Philippe Ariés ha estudiado, tomando en cuenta un parám etro de
tiempo muy vasto, las diferentes respuestas con respecto al trauma u n i
versal de la muerte.17 La historia de la brujería se ha vuelto súbitamente
una industria en crecimiento en todos los países, lo mismo que la historia
de la familia, incluyendo la referente a la infancia, la juventud, la a n
cianidad, las mujeres y la sexualidad (estas dos últimas se hallan en p e
ligro de sufrir un exceso de intelectualismo). Un excelente ejem plo de la
trayectoria que los estudios históricos han tendido a asumir durante los
últimos veinte años, nos lo proporcionan los intereses de investigación
mostrados por el profesor je an Delurneau. Éste comenzó en 1962 con un
análisis sobre un producto económico (el alumbre); seguido en 1969 por
el de una sociedad (Rom a); en 1971, por el de una religión (el catolicis
mo); en 1976, por el de un comportamiento colectivo (Les Pays de Cocag-
ne)\ y finalmente, en 1979, por el de una emoción (el m iedo).18
El francés tiene una palabra para describir este nuevo tema de estudio
..m entalité— , pero desafortunadamente ésta no está muy bien definida
ni es fácil do traducir. En cualquier caso, el contar relatos, la narración
circunstancial minuciosa de uno o más “ acontecimientos” con base en el
testimonio de los testigos oculares y los participantes, es claramente una
forma de recapturar algo de las manifestaciones externas de la m entalité
del pasado. Ciertamente el análisis permanece como la parte esencial de
de una aldea de. los Pirineos de comienzos del siglo XIV. Montaülou es
significativo por dos tazones; la primera es que ha llegado a ser u no de los
libros históricos más vendidos en Francia en el siglo XX; y la segunda es
que no nos cuenta un relato de manera directa — ya que tal relato no
existe — , sino que vaga de un lado a otro por el interior de las mentes de
las personas. N o es accidental el que ésta sea uua de las maneras en las
que la novela moderna se diferencia de aquellas de épocas anteriores.
Más recientemente, Le Roy Ladurie nos ha contado el relato de un único
y sangriento episodio ocurrido en un pequeño pueblo del sur de Francia
en 1580, valiéndose de él para revelar las tendencias antagónicas in d ica ti
vas del odio que desgarraba a la estructura social de dicho pueblo.*2 El
profesor Cario M. Cipolla, quien hasta la fecha ha sido uno de los más
acérrimos e inflexibles estructuralistas económicos y demográficos, acaba
de publicar un libro que muestra una mayor preocupación por hacer una
reconstrucción evocadora de las reacciones personales ante la terrible cri
sis suscitada por vira pandemia, que por establecer las estadísticas con
respecto al grado de morbosidad y de mortalidad. Por primera vez, lo que
hace es contar un relato.*3 El profesor Eric Hobsbawm ha descrito lo
odioso, brutal y efímero de las vidas de los rebeldes y de los bandidos en
todo el mundo, con objeto de definir la naturaleza y los objetivos de sus
"rebeldes primitivos” y sus “ bandidos sociales".*4 Edward Thompson ha
narrado la lucha escenificada en la Inglaterra del siglo XViJi entre los ca
zadores furtivos y las autoridades en el bosque de Windsor, con objeto de
reforzar su argumentación acerca del choque entre plebeyos y patricios
ocurrido en esa época.*5 El último libro del profesor Robert Darnton nos
narra cómo la gran Encyclopédte francesa llegó a publicarse, y al hacer
esto ha logrado esclarecer considerablemente y bajo una nueva luz el pro
ceso de la propagación del pesamiento de la Ilustración en el siglo XV111, y
los problemas de complacer a un mercado nacional —e internacional —
de ideas.*6 La profesora Natalie Davis ha presentado una narración acer
ca de cuatro charivaris o procedimientos rituales de ignominia en las
ciudades de Lyon y Ginebra del siglo XVIb con objeto de ilustrar los es
fuerzos comunitarios para reforzar el cumplimiento de los estándares
públicos referentes al honor y la propiedad.*72*
4
3
jp
114 H IS TO R IO G R A FÍA
3I) S. Schama, Patriots and Liberators: Ttevolntion in the Netlierlands, Nueva York, 1977.
116 H IS TO R IO G R A FÍA
* Antiguo tribunal británico de inquisición, execrado por !a injusticia y la crueldad de sus senten
cias. [T.j
31 G , R . E lto n , Star Chumbar Stories, L o n d r e s , 10138.
9* H. XI. Trevor Uopcr, Ths last Days ofHithr, Londres, 1047.
H . ,R. T r e v o r K o p e r , The ííermii of Poking, N u e v a Y o r k , 1977; A . j . A . S y m o n s, Ojuest for
Corno, L o n d r e s , 1034.
M ¿i. Cobb, The Pólice and ths People, Oxford, .1070; 31. Cobb, Dctttk in Pavés. N u e v a Voric,
1278.
95O. Rniísell, Parflamente and fíngUsk Politics 1621 -1629, Oxford, 1979; J. í \ Kenyon, Síuart
Füigbmd, Londres, 1978; v ííu w c tom & fóa los artículos en c\fom m í of Modat n Ziütory, tvd.. 49 (> ),
1977.
E L R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 117
¡Inglaterra. Sea como sea, son cronistas del pequeño acontecim iento, de
l'hisloire é.vénementielle, dotados de una gran erudición e inteligencia, y
conforman por ello una de las muchas vertientes que alimentan, el resur
gimiento de la narrativa.
La razón fundamental del viraje observado entre los “ nuevos histo
riadores" del modo analítico al descriptivo, consiste en un im portante
cambio de actitud con respecto a cuál deba ser el tema histórico central.
Y esto a su vez depende de supuestos filosóficos anteriores sobre el papel
de! libre albedrío humano en su interacción con las fuerzas de la n atu ra
leza. Ambos polos contrastantes de pensamiento nos son m ejor revelados
mediante las siguientes citas, una de ellas como ejemplo de una postura y
las otras dos como ejemplos de la otra. En 1973, Emmatiuel L e R oy L a
drare intituló a una de las secciones de uno de los volúmenes de sus ensa
yos “ Historia sin gente” . Contrariamente, hace medio siglo Lucien Pebvre
proclamó “M a proie, c'est l ’homme” [M i presa es el hom bre], mientras
que hace un cuarto de siglo Hugh Trevor-Roper exhortaba a los histo
viadores en su disertación inaugural al “ estudio no de las circunstancias
sino del hombre en medio de las circunstancias” .S(i Actualmente, el ideal
histórico de Febvre se está volviendo popular en muchos círculos, al mis
mo tiempo que los estudios analíticos estructurales sobre fuerzas im perso
nales continúan publicándose profusamente. Por ende, los historiadores
se están dividiendo hoy en cuatro grupos: los viejos historiadores narrati
vos, fundamentalmente historiadores y biógrafos políticos; los cliometrís-
tas que persisten en actuar como natcómanos estadísticos; los acérrimos
historiadores sociales que aún se ocupan de analizar estructuras imperso
nales; y los historiadores de la mento.lité que en la actualidad se valen de
la narrativa para capturar ideales, valores, estructuras mentales, y nor
mas de comportamiento personal Intimo --e l cual entre más íntimo sea,
mejor.
La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva
minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo, sin em
bargo, sin ciertas dificultades. El problema es el mismo de antaño; que la
argumentación mediante ejemplos selectivos no es filosóficamente con
vincente, que es simplemente un recurso retórico y no una prueba cientí
fica. La trampa historiográfica fundamental en la que hemos caído ha
sido expuesta recientemente bastante bien por Garlo Ginzburg:37
dilema: ya que deben adoptar un criterio científico poco sólido con objeto de
ser capaces de obtener resultados significativos, o bien adoptar un criterio
científico firme que alcance resultados que no tengan una gran importancia.
cualquier otro para obtener una visión íntima del hombre del pasado, y
para tratar de penetrar en su mente. El problema es que en caso de qtie
logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la h a b ilid a d ,
experiencia y conocimiento que haya adqurido en el ejercicio de la histo
ria analítica de la sociedad, la economía y la cultura, si es que ha de p r o
porcionar una explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares
que está sujeto a encontrar. Es posible que también necesite la ayu da de
un poco de psicología amateur, aunque este tipo de psicología es bastante
engañosa para ser manejada satisfactoriamente —y hay quien argüiría
que es imposible hacerlo.
Otro peligro evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría
traducirse en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar re la
tos por el hecho de contarlos. Sin embargo, otro es que aquélla cen tre su
atención sobre lo extraordinario, oscureciendo así la opacidad y la m o
notonía de las vidas de la vasta mayoría. Tan to Trevor-Roper com o
Richard Cobb resultan extremadamente divertidos de leer, y sin em bargo
están bastante expuestos a las críticas en ambos respectos. Muchos d e los
que ejercen esta nueva modalidad, incluyendo a Cobb, Hobsbawrn, T h o m p
son, Le Roy Ladurie y Trevor-Roper (y a mí mismo) se hallan bajo la fas
cinación de los relatos de violencia y de sexo, los cuales atraen los instintos
escopofílicos que hay en cada uno de nosotros. Por otra parte, puede adu
cirse que el sexo y la violencia son partes integrales de toda experiencia
humana, y que por lo tanto resulta tan razonable y justificable el explorar
sus efectos sobre los individuos del pasado, como lo es el esperar encontrar
dicho material en las películas, la televisión y las novelas contemporáneas.
La tendencia hacia la narrativa plantea problemas aún sin resolver
acerca de cómo habremos de capacitar a los estudiantes que se gradúen
en el futuro --suponiendo que haya algunos para capacitar— , ¿En las
antiguas artes de la retórica? ¿En la crítica textual? ¿En la semiótica? ¿En
la antropología simbólica? ¿En la psicología? ¿O acaso en la técnica de
análisis sobre las estructuras económicas y sociales, las cuales hemos esta
do ejerciendo durante una generación? Por consiguiente, sigue siendo
una pregunta abierta el si esta inesperada resurrección de la modalidad
narrativa entre un número considerable de aquellos que encabezan la
práctica de la ‘‘nueva historia” , tendrá efectos satisfactorios o perniciosos
para el futuro de la profesión.
En 1972, L e Roy Ladurie escribía confiadamente:38 “ La historiografía
del presente, con su preferencia por lo cuantificable, lo estadístico y lo
estructural, se ha visto obligada a suprimir para sobrevivir. En las últimas
décadas ha virtualmente condenado a muerte a la historia narrativa de
.H
Segunda parte
EL SURGIMIENTO DEL MUNDO MODERNO
i
IV . L A REFORM A
123
124 EL SU RG IM IE NTO DEL M U N D O M ODERNO
1
LA REFORM A 127
mucho más débiles que los actuales, y sin embargo, tras setenta años de
régimen protestante, el catolicismo romano fue reducido en In gla terra a
una minoría insignificante y aislada, cuando antes había sido v irtu a lm en
te la única religión. Existen tres posibles explicaciones sobre có m o sucedió
esto: que la población era indiferente respecto a ambas opciones, de m a
nera que el Estado no tuvo que hacer esfuerzo alguno; que existía una m i
noría activa y creciente que en todo caso miraba las reformas c o n sim pa
tía, en vista de lo cual la política del Estado habría sido sim plemente la de
seguir esta oleada influyente de opinión; o bien que el Estado ejerció p o
deres policiales enérgicos y eficaces para destruir toda oposición abierta,
erradicar las disensiones verbales, y convertir a la población, o en todo
caso a la generación más joven, a la nueva ortodoxia.
El doctor F.lton es un historiador administrativo y constitucional que,
según sus propias y claramente expresadas aseveraciones, no tiene tiempo
para el pluralismo histórico. Se opone fuertemente a innovaciones como
la historia social o los métodos cuantitativos, y considera al estudio de la
política y el poder estatales como la función más elevada y legítim a del
historiador. N o va con él aquello de que la comunidad de historiadores
pueden habitar provechosamente varías mansiones y aprender mu
tuamente de sus diversos estilos de vida. Asimismo, este autor es uno de
los rnás distinguidos historiadores de los Tudor, que ha ganado su reputación
principalmente merced a un estudio especializado sobre las innovaciones
administrativas del primer ministro de Enrique V IH durante ía década
de 1530, Thotnas Cromwell.4 Sin embargo, no ha logrado persuadir, sal
vo a una reducida minoría de sus colegas, de que los cambios ocurridos en
esa época puedan describirse razonablemente como una “ revolución
dentro clel gobierno” , y no obstante se trata de una idea que en lo sucesivo
cualquier estudioso serio de dicho periodo deberá afrontar.
Actualmente, ha llevado a cabo un detallado análisis de Tos aspectos
represivos de la maquinaria burocrática descrita en el. volumen anterior y
de su uso como un instrumento de control social en una época en que la
ortodoxia religiosa estaba siendo alterada por vez primera, desde la con
versión inicial de los ingleses al cristianismo novecientos años antes, en la
que la sucesión hereditaria al trono cambiaba arbitrariamente año con
año de acuerdo con los caprichos maritales del rey Enrique, y en la que el
Estado se hallaba en proceso de confiscar en su favor entre una cuarta y
una tercera parte de los bienes territoriales del reino.6 Como el prefacio lo
* O. ft. Eiton, The Tudor Revolution in Government: Administrativa Changes in tho Reign of
Uenyy VSIS. Cambridge, 1953.
0 G. U. Elton, Policy and Pólice: the Enforcement o f the Reformativa in the rige o f Tho mas
Cromutel!, Cambridge, 1972,
132 FX SU RG IM IE N TO OKI, M UNDO M O DERNO
quieta, de las barreras puestas al deleite por tantas historias sobre aconte
cimientos con frecuencia nimios, muchos de los cuales están además
desprovistos de aquella satisfacción que proporciona conocer el desenlace
fin al." Esta ignorancia del desenlace final se debe en parte a qu e los re
gistros de los Tribunales Trimestrales y de las Assizes* o no existen, o se
hallan incompletos, o bien presentan una elaboración de índices bastante
deficiente; así como al hecho de que el doctor Elton se ha lim itado en
extremo a un examen meticuloso de ese cuerpo de datos que él conoce
mejor que nadie en el mundo, los archivos personales de Cromwell. Una y
otra vez, por consecuencia, sus relatos terminan de manera inconclusa:
"cualesquiera que hayan sido las medidas que se adoptaron, no dejaron
ninguna prueba tras de sí", "no se sabe nada más” , "ésta parece haber
sido absuelta", etc. Cuando se encuentra en un momento de vacilación,
tiende a dar por hecho que el acusado fue exonerado, aun cuando no
haya ningún testimonio de peso que apoye una conclusión de esta índole.
Por lo menos algunos do. los 109 casos capitales que califica de "p ro b a b le
mente revocados” , podrían de hecho añadirse a la lista de aquellos a
quienes se les infligieron terribles castigos por traición, es decir, una
muerte por tortura. En consecuencia, es difícil sustraerse a la conclusión
de que las estadísticas del doctor Elton acerca de las víctimas no son del
todo fidedignas.
Una deficiencia más grave aún es que la lista de ejecuciones no es en todo
caso más que la morena arrojada y hacinada cu un enorme e invisible gla •
ciar de represión y de acciones punitivas, de flagelamientos, de torturas,
de encarcelamientos, de humillaciones públicas, de hostigamientos, etc.,
llevados a cabo por autoridades menores en todo el país. El propio doctor
Elton admite que bajo el incesante acicate de Cromwell para suprimir las
conversaciones sueltas, los rumores, las falsas noticias, etc., los jueces de
paz locales con frecuencia "actuaban sumariamente, recurriendo a las
palinodias, la picota y el látigo según se les daba a bien entender, o según
parecía justificarlo la gravedad de la ofensa". De este modo, un celoso
— o sícofántico— juez de Cornualles informó en una ocasión a Cromwell
que estaba haciendo uso libremente de la picota y del cepo “ según lo
contenido en sus anteriores cartas a mí dirigidas". Debido a que el doctor
Elton se ha limitado a una detenida lectura délos documentos contenidos
en la gaveta secreta del escritorio del ministro más importante de
Londres, sus datos no ofrecen más que acaso un par de débiles sugeren
cias con respecto al verdadero peso de la pena no capital, conforme éste se
hacía sentir en la vida real de las aldeas y los pueblos de Inglaterra; por
* Sesiones periódicas de losjucc.es de las audiencias superiores para considerar y emitir fallos sobre
las causas referentes a cada condado. [T.j
134 El. SU RGIM IENTO DEL M U N D O M ODERNO
una calumnia de carácter local. Nadie que haya leído un poco acerca de
cómo era la vida en la Europa sometida a la ocupación nazi, o qu e haya
visto la película Le Chagrín et La Pitié, podría compartir la satisfacción
mostrada por el doctor Elton cuando concluye triunfalmente qu e su h é
roe estimuló las acusaciones privadas en lugar de confiar en un sistema de
informadores asueldo. Incidentalmente, es en este punto donde un grave
caso de suppressio veri tiene lugar. En su examen acerca de si C rom w ell
tenía en mente u operaba de hecho un Estado policial, el doctor Elton
omite por completo mencionar aquella siniestra y corta frase que aquél
escribiera para sí mismo en uno de sus memorandos en 1534; “ tener p e r
sonas incondicionales en cada bendito pueblo para descubrir quién habla
o predica de este m odo" (i. e,, “ en favor de la autoridad del papa” ) . G
Por último, está la cuestión de la actitud curiosamente respetuosa del
doctor Elton con respecto a la ley promulgada. Para él parece que no
puede haber una diferencia significativa entre un estatuto y la justicia n a
tural, Habla de “ los propósitos del gobierno, propósitos que, dadas las
condiciones en que estaba la ley, deben denominarse también com o los f i
nes de la justicia” . En 1536 Cromwell se las arregló, no sin antes luchar
por ello, para hacer que el Parlamento aprobara un estatuto en el qu e se
ampliara el significado —y las sanciones— del término traición, in clu
yéndose en él las palabras proferidas, la negativa a prestar el Juramento
de Supremacía, o, según su interpretación judicial, la mera propagación de
un rumor, y en el que se preservara al mismo tiempo la tradición m e
dieval respecto a la suficiencia de un solo testigo para el dictamen de una
condena. Las ejecuciones infligidas mediante tortura que resultaron de
este atroz estatuto tuvieron un carácter legal, y según el doctor Elton fu e
ron al parecer justas. El párrafo que el doctor Elton dedica a este estatuto
(pp. 287-288) merece ser leído como una obra maestra de casuística sofista.
¿A qué queda reducida entonces la tesis principal del doctor Elton en
vista de todo lo anterior? N o obstante lo claramente deficientes que resul
tan ser sus pruebas, lo limitado que se muestra en cuanto a la posibilidad
de experimentar empatia por las víctimas, lo confuso que se halla con res
pecto a la diferencia entre la legalidad y la justicia natural, lo ciego que
esta ante cualquier consideración que no sea la de la raison d'état, ha
logrado probar un punto que casi no deja lugar a la duda: no hubo profu
sos derramamientos de sangre, como cuando el Terror de Robespierre
o las Grandes Purgas de Stalin. Las ejecuciones anuales no sobrepasaban
las cincuenta, cantidad pequeña si se la considera con criterios modernos.
Comparados con lo que ocurrió durante la Revolución francesa, cuyos in
terminables y sangrientos horrores han sido puestos de manifiesto recien-
teniente, quizás con un apego excesivo por los detalles, por el profesor
Cobb, los instrumentos de control social ejercidos por Cromwell durante
la primera etapa de la Reforma inglesa muestran una organización débil
y pobre, Y esto por lo siguiente: Cromwell jamás pagó a una burocracia
local o a un ejército permanente para reforzar el cumplimiento de sus dic
támenes. Parece que tampoco fue un sádico arbitrario y excéntrico, aun
que no hay duda de que fue un hombre bestial, desalmado y frío. Efecti
vamente, actuó en la mayoría de los casos dentro de los límites prescritos
por la ley, no importa cuán tiránica pudiera ésta haber sido, y se esfor
zó por tamizar la verdad de la falsedad en medio del caudal de denuncias,
hasta donde se lo permitían otras ocupaciones más perentorias. En qué
medida lo logró, es otro asunto, respecto al cual los registros no son útiles.
Por otra parte, en comparación con la Edad Media o las modernas so
ciedades abiertas, resultan sorprendentes en verdad el grado de control
sobre el pensamiento y la pérdida de la libertad personal. Fue la crisis de
la Reforma la que primeramente indujo a los políticos y a los burócratas
de Europa a procurar el dominio sobre las mentes y los corazones de sus
súbditos, de una manera mucho más radical nunca antes vista.
Sí la represión orquestada, dirigida y supervisada por Cromwell, la
cual se extendió hasta los estratos ínfimos de ¡a administración cívica,
vino a traducirse en un "reino del terror” , debe quedar como una pregun
ta sujeta a discusión. Empero, debe advertirse que la represión opera con
mayor eficacia a través dei miedo inducido de manera ejemplar. Las eje
cuciones bien elegidas y con una divulgación apropiada de personajes cla
ves como Moro y Fisher, lo mismo que el abad de Reading, los frecuentes
espectáculos en que se hacían manifiestos los castigos públicos iníligidos a
los propagadores de rumores, poniéndolos en la picota, cortándoles las
orejas, o flagelándolos sobre el torso desnudo de un lado a otro del pueblo
en días de mercado hasta que quedaban bañados en sangre, eran sufi
cientes para acobardar casi hasta a los más acérrimos y los más temera
rios. Es cierto que el régimen no fue tan sanguinario como otros regíme
nes de épocas posteriores, pero sí fue ei más represivo que la primitiva
maquinaria administrativa de la época estaba en condiciones de. manejar.
De m i lectura de las pruebas proporcionadas por este libro, se desprende
que éste intenta reforzar la creencia de qne C.onmell estaba llevando a
Inglaterra con paso fum e hacia un despotismo renacentista de carácter
legal, revestido de formas más modernas de control sobre el pensamiento,
y cuyo desarrollo ulterior se vio únicamente interrumpido por la muerte
prematura de aquél — ocurrida muy a tono con las circunstancias — en el
cadalso, lo mismo que por importantes errores subsecuentes en la política
estatal, tales como la venta de gran parte de los bienes confiscados a la
Iglesia, para el mantenimiento de una guerra sumamente banal.
I.A. reforma 137
7 R. C. Cobb. The Pólice and (he Peoplo- l'mlitk Popular Prótesis l/<s‘) 1S20 Qxfoiá. 1970.
138 EL SU RGIM IENTO DEL MUNDO MODERNO
menos tan importantes como la crisis de la Reforma. Pero esto es algo que
sólo puede narrarse, como lo ha hecho el profesor Dickens, a partir de los
registros locales y legales.8 Lo que realmente ocurrió a los ingleses en la
década de 1530 — y de hecho lo que realmente le sucede a la gente de
cualquier época— no puede descubrirse meramente mediante la corres
pondencia del ministro más importante.
Si en lugar de considerar las causas y los métodos centramos nuestra
atención en las consecuencias que este gigantesco levantamiento tuvo
para la vida europea, somos inmediatamente confrontados por una grave
dificultad semántica. Muchos factores, como la alfabetización, el na
cionalismo, o el anticlericalismo, son a ¡a vez causas y efectos: fue su pre
sencia lo que ayudó a que la Reforma echara raíces, pero la Reforma a su
vez alentó enormemente el ulterior desarrollo de los mismos. Los resultados
no se vislumbran con claridad a corto plazo. El grado de inhumanidad,
crueldad y violencia del hombre hacia el hombre se agudizó enormemen
te; se produjo una marcada declinación en la libertad de pensamiento, lo
mismo que en las ideas racionales de tolerancia y de moderación, a m edi
da que los humanistas se vieron desplazados por los radicales: se observó
una considerable redistribución entre el laicado de los bienes provenien
tes de la Iglesia, tanto en las zonas católicas como en las protestantes; y fi
nalmente, se hizo patente un impresionante auge en el entusiasmo reli
gioso, el cual invadió a. todas las clases dentro de la estructura social:
Europa había sido por fin convertida al cristianismo.
Las consecuenias a largo plazo, sin embargo, no fueron deliberadas y
tuvieron un carácter muy diferente. En la política, el punto muerto entre
protestantes y católicos ratificó la fragmentación particularista de A lem a
nia mediante el estímulo dado a los príncipes; al tiempo que ratificó la
fragmentación nacional de Europa mediante el estímulo dado a las Ig le
sias estatales. Eli desafío de los radicales obligó a que los luteranos consoli
daran una alianza con las autoridades seculares más estrecha de lo que
hubieran querido en otras circunstancias; al tiempo que el desafío del
protestantismo hizo que Roma adoptara una postura rígida y reacciona
ria consistente en un autoritarismo centralizado, de! que apenas está sa
liendo hoy día después de transcurridos unos cuatrocientos años.
Una de las hipótesis directrices en cuanto a la organización de los tiem
pos modernos fue adelantada por Max Weber, quien sostuvo que las en
señanzas de los reformadores crearon las condiciones éticas necesarias sin
las que el capitalismo moderno no hubiera podido prosperar. La hipótesis
volvió a ser interpretada por R. H. Tatvney, quien argüyó que las ideas de
los reformadores se ajustaron con el tiempo para satisfacer las necesidades
A. G. Dickens, l.ollards and Proiostants va Ihe Dioaesc of York 1509-1558, Oxford, 1959.
L A REFORM A 139
* Se pensaba que habría un periodo de mil años de beatitud durante el cual Cristo reinaría en la
Tierra. |T.]
14*1 KI. SU RG IM IE NTO DEL M U NDO MODERNO
¿Quién (lesearía ser cristiano, si viera cómo aquellos que profesan el nombre
de Cristo son destruidos por los mismos cristianos con fuego, agua, al igual
6 Movimientos religiosos tic negros de África, cuya característica principal es la creencia en tjuc
agentes espirituales pondrán enormes cargamentos con los bienes más codiciados en manos de los
miembros del culto, [T.J
l.A REFORM A 145
Reorganización gubernamental ele los estados secesionistas después de la Guerra Civil. [T.]
154 F.L SURGIM IENTO DEL M U NDO MO D ERNO
RE V O LU C IÓ N Y REACCIÓN 155
N o MACE mucho era posible creer en una progresión lineal bastante uni
forme <le la historia europea desde el siglo vnt al XX en términos de ren
dimiento económico y de organización burocrática. Hoy día, nos damos
cuenta con inquietud de que durante largos periodos, que compren
den un siglo o más, Europa ha permanecido de hecho estancada o ha
retrocedido. La primera de dichas interrupciones, la cual fue la más pro
longada y la más trágica, duró aproximadamente desde 1320 a 1400, y
abarcó la totalidad de Europa con excepción de Italia. Durante este pe
riodo de depresión, la autoridad gubernamental se desmoronó a medida
que se desarrollaba el poder militar de los señores, las utilidades fiscales
declinaron, y el Estado fue presa de las facciones aristocráticas. Peor aún
vino a ser la crisis malthusiana, a la que sucedieron los recurrentes ataques
de la devastadora peste bubónica, la prolongada guerra franco-inglesa,
y que aunados a un manejo monetario equivocado redujeron drástica
mente la población, la producción y el comercio europeos. L a población
disminuyó todavía más rápido que la producción, de manera que el
ingreso real per capüa se elevó y los pobres se encontraron económica
mente mejor de lo que jamás lo habían estado antes, o de lo que volverían
a estarlo de nuevo hasta la mitad del siglo XIX. Empero, el precio psícoló
gico de vivir en un mundo cada vez más estrecho, y en medio de expecta
tivas de vida aterradoramente bajas, fue en verdad muy elevado. Tal
como Huizinga lo mostró hace muchos años, el siglo XV fue una época de
melancolía y de mórbida introspección.
Durante algún tiempo todo esto nos ha sido familiar. Empero, ¿es cier
to que el advenimiento del Renacimiento, la Reforma y el incipiente ca
pitalismo en el siglo XVI aseguró a partir de allí un progreso uniforme? Esto
es lo que uno desearía creer, y sin embargo, por atractivo que este con
cepto resulte, recientemente se ha hecho patente que los años 1620-1740
fueron, aún testigos de otra crisis económica y política.1 Algunas de las ca
racterísticas familiares del siglo XV reincidieron. La devastadora peste y
las hambrunas diezmaron a la población, particularmente en Italia y en
España. En un país, Inglaterra, ciertos controles demográficos preventi
vos funcionaron al parecer (el matrimonio tardío, el no casarse, el coitus
¿nterruptus), por razones que basta el presente siguen siendo totalmente
* ) rtliot, The Revolt uf tlie Cotühinx, A Siwly of thc Decline ofSpoin (119$ 16-10), Cambridge,
1964
í;
:£ ¿i
166 El. SURGIM IENTO DEL M U N D O MODERNO
3 P. Ccyl, The NeCherUmds Dtvtded , Londres, 1956; P. Geyl, The Nethcrlands in Che Sevcn-
teentk Century, Londres, 1961 1964; P. Geyl, llistory of Cha l.ow Cowitries: Efrisodesand Problenu,
Londres, 196L
L A CRISIS DEL. SIGLO X V II 1C7
UNO de los aspectos del asalto histórico masivo al problema del puritanis
mo durante los últimos treinta años ha sido el empeño por explicar sus
causas, no tanto en términos ideológicos como en términos políticos, insti
tucionales y económicos. A pesar de algunos análisis excelentes sobre la
ideología del puritanismo isabelino, no existía ningún examen minucioso
del movimiento como fuerza política hasta la publicación del magistral
estudio del doctor Collinson.1Lo que este autor viene a confirmar es la cre
ciente impresión de que la interpretación más antigua de la Reforma
inglesa como un acto de Estado se halla en gran medida mal encauzada,
siendo el resultado de la miopía congénita de los historiadores admi
nistrativos. El profesor Dickens ha demostrado el mar de fondo de senti
miento religioso popular sobre el que la Reforma se llevó a cabo, el profesor
H exter ha postulado una intensificación general de la emoción religiosa
que subyada bajo la Reforma y la Contrarreforma, en tanto que el libro
del doctor Collinson acerca de los puritanos de finales del siglo XVI pro
porciona una prueba adicional de la importancia de la religión en su ac
ción sobre la sociedad, puesto que hizo caso omiso de la voluntad de los
príncipes y de los potentados, l'ocos ingleses devotos eran capaces de
aceptar el ordenamiento anglicano, con sus compromisos doctrinales tor
pemente pergeñados y su confirmación de todos los abusos dentro de la
organización y la administración de la Iglesia medieval tardía. Lo que
exigían era una reforma ulterior con objeto de crear una Iglesia verdade
ramente purificada, y puesto que tenían respaldo en lugares importantes,
entre los que se contaban el tribunal de obispos, el Consejo Privado, y
ambas cámaras parlamentarias, estaban en condiciones de tratar impu
nemente de persuadir primero a la reina de efectuar cambios en su políti
ca, y posteriormente si tal empeño fracasaba, de crear deliberadamente
una Iglesia dentro de la Iglesia. El doctor Collinson tal vez exagera la na
turaleza conspiradora del movimiento clandestino organizado por John
Field, y tal vez se encuentra muy intrigado por sus paralelismos con las cé
lulas comunistas del siglo XX, empero narra un relato fascinante y
plausible acerca del surgimiento de un.movimiento revolucionario y de su
destrucción final mediante la enérgica acción policial a cargo de Isabel y
del arzobispo W hitgift, Asimismo, muestra cuán ilusorio fue este fácil
170
E L PU R IT A N IS M O 171
RC. HUI, Economía Prakleim o f the Churck frorn Archbishop Whitgifl lo lile long Parliament,
Londres, 1956.
172 KLS U R G IM IE N TO DEL M U N DO M O D E RN O
3 P . Seavet-, The Puntan Lectureshipjt: The PaUticx oí Heligitms Ditsent. S ta n fo rtl, 1970.
17-1 El. SURGIMIENTO D E L M U NDO MODERNO
holgorio del sábado por la noche, tan aborrecido por los puritanos, en a l
gún respecto menos característico del moderno proletariado urbanizado
que del tradicional campesinado rural? ¿Estuvieron los inexorables es
fuerzos por suprimir la fornicación relacionados con cualquier tipo de
efectos supuestamente nocivos para la productividad?
Otro de los nexos que se han sugerido entre el puritanismo y los asuntos
seculares alude a que éste actuó como un poderoso estímulo para el pen
samiento político radical. Según el profesor Walzer, el vínculo pu ede es
tablecerse con la ayuda de la psicología social,5 Según él, la innovación
esencial de los puritanos fue el partido ideológico, en el cual se co m b in a
ban el fanatismo en las creencias y la disciplina dentro de la organización,
y cuya orientación apuntaba conscientemente hacia la acción política.
Este nuevo instrumento de poder, que en gran parte sigue estando p re
sente entre nosotros, ha sido el agente revolucionario más eficaz qu e el
mundo haya visto jamás; y de hecho las similitudes entre los puritanos, los
jacobinos y los bolcheviques han resultado obvias desde que Grane Brin-
ton las señaló hace más de una generación. Todos buscaban destruir
completamente d viejo orden y establecer un mundo nuevo y más moral;
todos eran inteligentes, virtuosos, autodisciplinados, trabajadores, d e d i
cados, y en muchos respectos hombres totalmente admirables; todos re
currieron a la tiranía y a la opresión, y bien podrían haber incrementado
en lugar de mitigado el grado de sufrimiento humano y de injusticia.
¿Pero qué los hizo ponerse en movimiento? W alzer arguye que estos r a d i
cales del siglo XVII fueron un producto derivado de la dislocación social y
religiosa de la era de la Reforma, ya que los valores y las instituciones se
desmoronaron. La Iglesia, los sacramentos, el sacerdocio, el padre, la co
munidad de la aldea, el gremio, todos fueron repentinamente puestos en tela
de juicio o socavados. El resultado de esto entre los hombres propensos a
la angustia, cultos y pensantes fue una sensación de derrumbamiento, de
desarraigo, de alienación, llámesele como se quiera. En medio de esta c ri
sis de modernización surgieron dos nuevos grupos sociales, cuyas caracte
rísticas psicológicas e ideológicas se forjaron y se encendieron en el crisol
del exilio por el continente durante el reinado de María. Quienes los c o n
formaban eran los intelectuales de profesión y el laicado culto, entre
quienes salieron ios dedicados puritanos -los Santos--. El calvinismo
proporcionó el respaldo ideal para estos nuevos grupos, ya que internalizó
las formas de control y restauró la confianza en un mundo moralmente
seguro y ordenado. Bastaba con que únicamente los Santos fueran capa
ces de convertir a la sociedad como un todo a sus propios patrones de con
ducta, para que el Estado hobbesiano se volviera superfino. “ Pluguiera
que toda la gente del Señor [es decir, los ingleses] perteneciera a los San
tos” , gimió en una ocasión Cromwelt mientras inspeccionaba su agitado y
pecaminoso reino. Estos fueron los grupos y las fuerzas que se apartaron
de la corrupta corte Carolina y de la papista Iglesia laudiana a comienzos
del siglo XVii; quienes se propusieron crear por vez primera una sociedad
nueva y devota en Massachussets, y por lo tanto renovar el antiguo mun
do perverso.
Por consiguiente, el calvinismo no fue modernizador en sí mismo, se
gún pensaron W eb er y T'awney, ni tampoco una de las causas del surgi
miento del liberalismo o la burocracia o el capitalismo, sino más bien una
reacción psicológica ante las tensiones de las transformaciones sociales y
religiosas, la cual preparó accidentalmente el camino para el adveni
miento de aquellos acontecimientos. El puritanismo no fue parte del
nuevo orden, sino un producto del desorden que a su vez hizo que
el nuevo orden fuera posible. El puritanismo no moldeó el pensamien
to de Benjamín Franklin, pero hizo que este tipo de pensamiento fuera
posible.
En suma, la complejidad cabal de esta brillante y original obra se ha
perdido parcialmente, pero es bastante lo que se ha dicho para mostrar su
importancia y su novedad. ¿Es esto cierto? La única respuesta que se
puede dar a estas alturas es: quizás, incluso hasta probablemente, pero no
ha sido aún demostrado de manera concluyente. Lo que es preciso hacer
ahora es demostrar dentro de instancias históricas concretas el nexo entre
las conmociones sociales, la angustia personal, y la súbita y cegadora con
versión que para muchos marcó su aceptación de la ideología puritana.
¿Específicamente a qué se debió el que los hidalgos y los aristócratas os
tensiblemente ricos, seguros de ellos mismos y bien establecidos abrazaran
en forma tan numerosa este credo profundamente antiaristocrático? En
segundo lugar, ¿es correcto afirmar que los calvinistas presbiterianos
fueron verdaderamente radicales y revolucionarios hasta justo antes del
final, antes de la década de 1630 o incluso de la década de 1640? N o hay
ninguna razón para dudarlo. Tres generaciones enteras vivieron y mu
rieron en perturbadora conformidad con la Iglesia establecida y el Estado
soberano, antes de abocarse a la actividad revolucionaria. En tercer lu
gar, ¿dónde entran los sectarios independientes? Ellos fueron los verdade
ros radicales del siglo XVI, y también quienes se apoderaron primero del
ejército y luego del poder político con Oliverio Cromwell; no obstante,
W alzer los envía a paseo tildándolos de extravagantes sin importancia.
T od o esto no significa que la tesis de W alzer sea inaceptable, sino más
bien que hay importantes cabos sueltos que aún es preciso atar.
V ÍIL MAGIA, RELIGIÓN Y RAZÓN
i
1R. Mandrou, Introduction á la Frunce Moderne (1550 16-10): Essai de psychnlogie historique,
París, 196J.
2 E. P. Thompson, The Mahing of tke English Worhin^ Cluss, Londres, 1963.
* Antigua calle habitada por escritores incrcenavíos y necesitados. [T.J
179
180 KL SU RG IM IE NTO D E1. M UNDO M O D E R N O
los individuos se hallaban bajo constante amenaza, a merced ele las vicisi
tudes del clima, el fuego y las enfermedades; víctimas también de las
hambrunas, las pandemias, las guerras y otras calamidades totalmente
impredecibles. Esta inseguridad generó un estado de aguda angustia que
rayaba en ocasiones en la histeria, lo mismo que en un anhelo desespera
do de consuelo y de tranquilidad. Existen tres formas básicas m ediante las
cuales el hombre ha tratado de remediar su condición. Ha intentado ali
viar los síntomas de su angustia recurriendo a la magia, o depositando su
confianza en la providencia de Dios tal como le es revelado a través de la
religión; o bien ha tratado de suprimir las causas de su angustia am plian
do su control sobre su medio ambiente a través del ingenio científico y
tecnológico. Estos tres remedios no se excluyen mutuamente; todos ac
túan y reaccionan entre si. Si un hombre se ve abatido por la enfermedad,
puede recurrir al ritual mágico, a la identificación y la persecución de
una bruja, a las plegarias, al sangrado, a la acupuntura o al consumo
de píldoras (la mayoría de las cuales, según lo admiten con toda libertad
ios más honestos dentro de la profesión médica, tienen poco o ningún va
lor' profiláctico). En cuál de estos remedios llegue a creer un hombre d e
pende más de la naturaleza de su cultura que de la claridad de su lógica o
del grado en que su conducta se halle racionalmente determinada.
En la Edad Media, la magia y la religión estaban inextricablemente
mezcladas. La Iglesia medieval tardía hacía alarde de una panoplia de
poderes y divinidades mágicas, lo mismo que de rituales milagrosos como
el exorcismo, o la aplicación de agua bendita, o los sacramentos, cuyo
propósito era apartar el. mal. N o importa lo que los teólogos pudieran ha
ber pensado y enseñado, en las mentes de las personas el cristianismo
medieval tardío era en gran medida una religión politeísta en la que la
omnipotencia del Dios Supremo se veía opacada por una cohorte de san
ios milagrosos, cada uno especializado en la protección de cierto grupo
geográfico o perteneciente a cierta profesión, o en el cuidado de algún
desorden específico. El sacerdote local con frecuencia estimulaba fuerte
mente esta tendencia, de manera que podría decirse que la principal di
ferencia entre él y el brujo o el mago radicaba en que aquél tenía una po
sición oficial mientras que estos últimos no.
Este bagaje mágico fue violentamente atacado por los primeros refor
madores protestantes en Inglaterra. Denunciaron la misa como algo “ que
no merecía ser tenido en mejor estima que los versículos del brujo o del
encantador” , y su exacerbada iconoclasia hacia las imágenes de los santos
y de la Virgen María estuvo inspirada por un apasionado deseo de depu
rar a la Iglesia de cualesquíer indicios de poderes mágicos. Cuando
W illiam Lambarde identificó al papa como “ el brujo del mundo” , estaba
expresando algo que, sí bien carece de significación para nosotros, tuvo
182 Kl..SURGIMIENTO DEL M UNDO MODERNO
fundidos por la fuerza de la opinión pública entre sus vecinos y por la pre
sión ejercida por prolongados interrogatorios para que confesaran críme
nes de los que no eran culpables. I,a tercera categoría eran los histéricos,
con frecuencia mujeres o jóvenes púberes, que daban rienda suelta en sus
confesiones voluntarias a fantasías construidas por su autosugestión acer
ca de tratos amorosos con animales domésticos o de cópulas sin amor con
el Demonio.
i fes muy notable que durante el periodo en que la actividad de la bruje
ría y su persecución en el Occidente alcanzaron su punto máximo, la ma
yoría de los brujos negros fueran mujeres, mientras que la mayoría de los
brujos blancos y los acusadores fueran hombres.'Desafortunadamente,
hasta la fecha los antropólogos no han sido capaces de identificar y aislar
satisfactoriamente las causas por las que en ciertas sociedades africanas
de hoy día los brujos negros son casi todos mujeres, mientras que en
otras son casi en su totalidad hombres, o incluso en otras más forman un
grupo mixto. I.as teorías acerca del predominio económico de las mujeres
en Ghana, o acerca del conflicto generacional en Massachusetts, simple
mente no son aplicables a otras sociedades. En medio de este hueco de
teoría científica, al historiador sólo le resta especular en el vacío. ¿Es po
sible que la práctica de la brujería constituyera una de las muy pocas for
mas en las que una mujer podía dejar su impronta en un mundo machista
y chauvinista, en una época en que las oportunidades económicas eran li
mitadas, en que la estructura familiar se transformaba muy lentamente,
y en que el erotismo femenino estaba fuertemente proscrito? ¿Es posible
que la declinación de la brujería fuera causada en cierto grado por una
adaptación parcial de la familia orientada a dar a las mujeres un respeto,
una autoridad y una satisfacción sexual mayores? ¿Ies que hay más que una
mera coincidencia en que las brujas se esfumen justo en el momento en -<-0%
que Fanny Hill aparece? Si esto es así, sería entonces preciso asociar el
surgimiento y la declinación de la brujería en el Occidente con diferentes -T;
etapas de una revolución dirigida a lograr mayores expectativas para las
mujeres, y generada a su vez por el desarrollo de ia alfabetización y el sur
gimiento del individualismo, los cuales no habrían sido más que una con
secuencia secundaria y accidental de la Reforma. Tod o esto parece ser
bastante fantasioso; sin embargo, el elemento sexual en la brujería occi
dental es demasiado obvio para ser ignorado. \
Una medida acerca del grado en que nuestra comprensión de las verda
deras dimensiones de la brujería se ha visto ampliada por las aportaciones
recientes, se obtiene comparando la descripción actual sobre ella con la
propuesta por el profesor Trevor-Ropcr en 1967. El trabajo de este último
está escrito dentro del habitual estilo brillante y desenvuelto que lo carac
teriza; además despliega al máximo su capacidad para lograr una aventu-
■ S liíl
it
M A G IA , R E L IG IÓ N Y RAZÓN 191
III
Otra de las teorías de Hobbes era que la semilla natural de la religión consis
tía en cuatro cosas la opinión sobre los fantasmas, la ignorancia de las
causas segundas, la devoción por lo que es objeto de temor entre los hombres,
y la consideración de cosas fortuitas como vaticinios - , y que aquélla debido a
las diferentes fantasías, juicios y pasiones de diversos hombres, se había desa
rrollado en actos ceremoniales tan diferentes, que aquellos empleados por un
hombre resultaban en sú mayor parte ridículos para otro.
definido los fines de la nueva ciencia: “ El propósito de nuestros prin cip ios
es el conocimiento de las causas y del movimiento secreto de las cosas, así
como la ampliación de los confines del imperio humano, para la realiza
ción de todas las cosas posibles.” Ésta era ciertamente la meta; sin em b a r
go, durante el periodo crítico en que la magia se hallaba en decadencia y
las propiedades mágicas de la religión también cedían ante la teología n a
tural, en realidad no hubo ningún gran adelanto tecnológico. L os m é d i
cos se encontraban prácticamente tan impotentes para curarlas e n fe rm e
dades o para prolongar la vida en el año 1700 como lo estaban en el año
1500, los medios para recuperar un bien robado eran tan inadecuados
como siempre, y la predicción del futuro tan poco confiable como de cos
tumbre. Lo que había cambiado, sin esnbargo, eran las aspiraciones y las
expectativas del hombre. Se hallaba ahora difundida por todas partes la
creencia de que la condición humana podía ser mejorada, en parte m e
diante la acción social conducente a la fundación de hospitales o a la
legislación para dar asistencia a los pobres, y en parte mediante la realiza
ción de descubrimientos tecnológicos. Asimismo, había una nueva dispo
nibilidad para tolerar la ignorancia, en lugar ele llenar su basta ese m o
mento insoportable vacio con supuestos acerca de la intervención de
demonios o de ángeles, o de la intercesión directa de Dios.
Lo que vino a socavar a la culta creencia en la magia, y junto con ella a
la culta creencia en la brujería, no fue por lo tanto el éxito de la tecnolo
gía para reducir el grado de ignorancia. Fue más bien una nueva actitud
religiosa basada en el esfuerzo personal, una aceptación de la doctrina de
que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos, y de que la intervención
sobrenatural en los procesos de la naturaleza era tan poco común que
carecía de importancia para fines prácticos. Tales son las amplias conclu
siones a las que el señor Thomas llega en su importante libro, parte de las
cuales se hallan respaldadas por los trabajos de los profesores MacFarla-
ne, Mandrou y Hansen.
Existen tres importantes puntos en los que el modelo del señor Thomas
se llalla sujeto a discusión. En primer lugar, no está del todo claro en qué
medida la Reforma redujo de hecho el contenido mágico de la religión,
dejando así el camino abierto para el surgimiento de) hombre astuto, la
mujer sabia y la bruja o el brujo. Es posible que este cambio haya sido real,
pero basta que no contemos con un estudio que sea comparable acerca de
la creencia en la magia durante dos siglos, en un país predominantemen
te católico y aproximadamente con el mismo nivel de desarrollo económi
co y social, digamos en Francia, no podemos tener la certeza de que la
teoría es válida, Este es un caso en que la única estrategia de investigación
es la comparativa en la que se examinan dos culturas, manteniendo todos
los factores constantes con excepción de que en uno de ios casos se trata
1% El. SU RG IM IE NTO DEL M U N D O MODERNO
IV
«01
202 El. SU RGIM IENTO DEL. MUNDO M O D ERNO
1 H. Belloc:, fíurope and the Faith. Londres, 19X1; H. Belloc, A 11/síory aj' England, Londres,
'11)25-19112; G. K. Ci íesicrio n,, A. Sharl Jliilory o f England, Londres, 1917; E. Waugh, Bvideshead
Rcvisiletl.
2 H. Aveling. The Northern Catholtcs 1558-1J90, Londres, lDfiíí; H. Avelin#, The Ilandle and
the Axe: the. Cutholic R censants ¿ti England From Reformalitm to F.mancipar, ion. Londres. 1976-
202 EL SU RGIM IENTO DEl. MUNDO M O D ERNO
*J. Bos$‘.. The KnqtUh Caihntu' Commwtíty JÜO iS'iO, Nueva Yo» k.
El. C A T O LIC IS M O 203
¿QUÉ sucedió en Inglaterra a mediados del siglo XVJI? ¿Fue acaso una
“ gran rebelión” como creyó Clarendon, la última y la más violenta de las
múltiples rebeliones en contra de monarcas particularmente desagra
dables o impopulares, las cuales hablan sido escenificadas por miembros
disidentes de las clases hacendadas un siglo tras otro a través de la Edad
Media? ¿Se trató simplemente de una guerra interna causada por una desin
tegración política temporal debida a circunstancias políticas particulares?
¿Fue la revolución puritana de S. R . Gardiner, episodio cuya fuerza
motriz fue un conflicto entre las diversas instituciones e ideologías reli
giosas? ¿Fue el primer gran choque de la libertad en contra de la tiranía
real, según pensaba Macaulay, el primer impulso hacia la Ilustración y la
ideología whig, un impulso que colocó a Inglaterra en el lento camino ha
cia la monarquía parlamentaria y las libertades civiles? ¿Fue la primera
revolución burguesa, en la que los elementos económicamente progresistas
y dinámicos de la sociedad lucharon por desembarazarse de su envoltura
feudal? Es así como Engels lo consideró, y como muchos historiadores de
los treintas, incluyendo a R. H . Tawney y C. H ill, tendieron a juzgarlo,
¿Fue la primera revolución de la modernización, la cual viene a ser la in
terpretación marxista bajo una nueva forma, percibida actualmente
como una lucha de las fuerzas empresariales por remodelar las institu
ciones gubernamentales con objeto de responder a las necesidades de una
sociedad más eficiente, más racionalista y económicamente más avanza
da? ¿O fue más bien una revolución instigada por la desesperación, fra
guada por los elementos decadentes y anclados en el pasado de la so
ciedad rural, los simples hidalgos de H. R. Trevor-Roper, hombres que
tenían la esperanza de volver a crear aquella sociedad descentralizada,
introvertida, socialmente estable y económicamente estancada que veían
en sus sueños desesperanzados y anacrónicos?
En la segunda mitad de este siglo, la historiografía referente a la Revo:
loción inglesa ha pasado por tres etapas bastante bien definidas. En la
primera tuvimos a la narrativa política, desarrollada con erudición y
cuidado meticulosos por el gran historiador Victoriano S. R. Gardiner. Esta
interpretación religioso-constitucional fue profusamente atacada por
los marxistas en vísperas de la segunda Guerra Mundial, lo cual hizo que
se derrumbara el antiguo y cómodo paradigma whig y que se le sustituye
ra por un conflicto bien delineado entre la burguesía en ascenso y las de
200
I, A C O R T E Y E L P A ÍS 209
1 II. R. Trevor-Roper, The Gentry, Economic Hi^tory Review, Suplemento I, 1953; P. Zagorin,
The Court and the Country: the Begtnnings o f ihe Engttsh Rcvolution , Londres, 1969.
210 E L S U R G IM IE N T O D E I . M U N D O M O D E R N O
aquella visión de paz rústica, simplicidad y virtud, la cual se rem onta has
ta la Roma clásica y que encontró oídos bastante receptivos en los nuevos
caballeros cultos de Inglaterra. Su concepto era opuesto al alboroto, la
actividad, la contaminación y la suciedad de la ciudad. Tam bién consti
tuye una visión de superioridad moral, de honestidad, de frugalidad, de
probidad, de sobriedad y de castidad, todas las supuestas virtudes ca m p i
ranas que se hallan en contraposición con ios muchos vicios de los sicofan
tes degenerados que deambulan por los alrededores de la corte. E n segun
do lugar, y esto es importante, tal visión comenzó a convertirse en una
institución. Casi sin excepción, siempre, que un inglés de comienzos del
siglo XVH decía “ mi país", quería decir “ mi condado” . Y de hecho lo que
observamos durante la primera mitad del siglo, antes de la Guerra Civil, es
el desarrollo no sólo de un sentido emocional de lealtad a la com unidad
local, sino también ordenamientos institucionales para conferir a dicho
sentimiento fuerza política. Las causas de este desarrollo de la com unidad
condal son de dos clases. La primera fue la declinación de la comunidad do
méstica o familiar basada en el “ buen señorío’’ , mediante el cual los h i
dalgos medievales tardíos habían estado vinculados a las familias de los
grandes magnates, cruzando límites condales, dividiendo condados, y
creando lealtades personales antes que geográficas. La declinación de la
estructura familiar de los magnates aristocráticos puso en libertad a los
hidalgos para nuevas orientaciones psicológicas y políticas, y abrió campo
a nuevas normas educativas tanto en la escuela como en la universidad.
La segunda fue el peso cada vez más oneroso impuesto por e) Estado sobre
los hidalgos locales, a medida que aquél expandió sus controles estatuta
rios, sociales y económicos sin establecer su propia burocracia local y asa
lariada que se hiciera cargo de ellos. El resultado vino a ser el desarrollo
de los tribunales condales de jueces que fungían como administradores y
autoridades judiciales, los cuales comenzaron lentamente a conferir una
identidad política a su condición de socios, Esta tendencia fue grande
mente fomentada por el crecimiento en el número de los hidalgos residen
tes en las zonas rurales, al igual que por las pautas matrimoniales en
donde se hacía manifiesta una extrema endogamia en el seno de los gru
pos de hidalgos locales de los condados. L.a paradoja de la historia inglesa
— y por ósmosis de la historia estadounidense— es que el crecimiento del
poder y la lealtad con respecto al centro ha sido exactamente propor
cionado al del poder y la lealtad con respecto a las comunidades locales.
Empero, el concepto de país no significaba únicamente un ordena
miento institucional para la expresión de sentimientos locales particula
ristas. También quería decir una sensibilidad cada vez mayor con respec
to a la comunidad nacional, expresada a través de un creciente interés
por la institución política nacional del Parlamento. En consecuencia, el
212 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O
* Antiguo tribunal británico inquisitorial conocido por el carácter injusto e implacable de sus sen
tenerías. [T.]
21*1 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O
215
210 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O
8J. S. Cockbnrn. "The Na‘ uve and Incidenceof Crime ¡n England 1559-1625", en J. S. Coekbum
(comp.), Crime in England 1550-1800; j. Bcattic, '‘The Patterns of Crime in England 1660*1800",
Past and Presen!. 62, 1974.
3 E. P, Thompson, Whigs and Hunters: the Origins o f the Black Act, Nueva York, 1975; Dougla6
Hay, Peter Linebaugh, John G. Rule, E. P. Thompson y Cal Winslow, Albion’s Fatal Tree: Crime
and Saciety in Eighteenth Century England, Nueva York, 1965; F,. P. Thompson, “Eightcenth Cen-
E L D EREC HO 217
pulación del valor de los bienes robados por debajo del mínimo requ erid o
para la pena de muerte. El cuarto fue el producto derivado a ccid en ta l
mente del Imperio; la apertura de un basurero ubicado a una con ven ien
te distancia, Georgia, al que los criminales pudieran trasladarse y que n a
die pudiera volver a verlos o escuchar de ellos jamás, que era lo único que
podía hacer posible tal flexibilidad en el ejercicio de la clem encia.
El libro de ensayos y el propio libro del señor Thompson son ilustra
ciones de este tema central acerca de la relación de la jerarquía social con
el derecho y el delito. Ambos examinan la naturaleza del delito y de los
delincuentes, y la forma en que el derecho estaba concebido y era em plea
do para ajustarse a las necesidades de la clase dominante, sin que fuera
suprimido el sentido de justicia popular en la población en general. Este
último resultado se logró mediante un astuto simbolismo, a saber, el
cumplimiento ocasional de la ley en todo su rigor en contra de algún
miembro de la clase dominante, siendo el ejemplo clásico y bastante cita
do de esto la condena a la horca por asesinato de lord Ferrers en 1760 —y
la ulterior disección de su cadáver— , Tanto el empleo de jurados, como
estos sacrificios ocasionales de algún miembro de la élite, hacían que
fuera verosímil creer que el derecho constituía un instrumento ímparciai
de justicia natural. También venía a ser, por supuesto, una poderosa de
fensa en contra de cualesquier tendencias despóticas por parte del rey y
sus ministros en Londres.
Otro de los análisis concierne a los espeluznantes detalles de la lucha es
cenificada en Tyburn entre los cirujanos, deseosos de obtener cadáveres
para realizar disecciones anatómicas ante sus estudiantes, y la multitud
que se sentía agraviada por tales actividades. Los restantes ensayos se ocu
pan de los diversos tipos de delitos: el contrabando, que llegó a ser una
actividad casi comparable a la industria de distribución ilícita de licor
durante la Prohibición; el hundimiento y saqueo de barcos; la cacería
furtiva; y la redacción de cartas anónimas para expresar amenazas o tra
tar de extorsionar. He aquí algunas de las realidades más sombrías que se
daban entre los estratos inferiores en medio de esta Época Augusta.
Varios de estos ensayos son ejemplos de la clase más deprimente de dis
curso histórico, consistente en verter sobre una página el contenido de cú
mulos de tarjetas de notas. Empero, la impresión general que dan ambos
libros es sorprendente — aunque no todos los colaboradores logran trans
mitirla por igual, puesto que insisten en considerar la situación exclusiva
mente a partir de los estratos inferiores— . El señor Thompson, por
ejemplo, se esfuerza por dejar claro que el respeto externo mostrado a los
superiores era con frecuencia una mera apariencia bajo la que se oculta
ban resentimientos y odios profundamente arraigados. Pero incluso él no
logra llegar a la conclusión obvia con respecto a la extrema precariedad
220 E L S U R G IM IE N T O D E L M U N D O M O D E R N O
del equilibrio entre las fuerzas de la ley y el orden y las del crimen y la
anarquía existentes en la Inglaterra del siglo XVIII. En las zonas costeras
de Sussex, las bandas de contrabandistas aterrorizaban la campiña, y su
peraban en número y armamentos a las tropas que eran enviadas para
acabar con ellos. En Hampshire, pandillas de ladrones de venados mero
deaban a placer, y por lo general administraban su propia y grosera justi
cia. En Cornwall, quienes se dedicaban a hundir barcos eran incontro
lables y se les dejaba en libertad de saquear como quisieran. En Londres,
pandillas de marineros vagaban por las calles, destruyendo los prostíbulos
donde pensaban que les habían tomado el pelo. Batallas campales a gran
escala tenían lugar en Tyburn por la posesión de los cadáveres de quienes
habían sido ahorcados. En los años de malas cosechas, quienes se amoti
naban por comida llegaban a apoderarse de los mercados y a robar los
graneros privados. Además de estas actividades gmpalcs, consideradas
por Thompson y sus seguidores como “ delitos sociales” , había los delitos
más personales del bajo mundo, los cuales eran obra de los enjambres de
carteristas y pequeños ladrones; de los asaltantes que rondaban por las
calles de I.ondres con mayor impunidad que la que tienen los asaltantes
neoyorquinos actualmente; o de los salteadores de caminos y los bandole
ros que con regularidad abordaban y robaban a los viajeros en los cami
nos. Este tipo de hombres trabajadores distaba de tener un carácter
amable. Los contrabandistas de Sussex capturaron a un recaudador del
impuesto sobre el consumo y a un informador y los torturaron lentamente
hasta causarles la muerte; una multitud de tejedores londinenses lapidó a
muerte a un informador; quienes se dedicaban a hundir barcos en Corn
wall desnudaron y asesinaron a una mujer indefensa que había naufraga
do en una playa; los extorsionadores anónimos constantemente recurrían
a la amenaza y al cumplimiento de acciones incendiarias para arrebatar
dinero o concesiones; los asaltantes urbanos mutilaban y asesinaban; los
ladrones y los salteadores de caminos disparaban a matar si se ofrecía re
sistencia a sus exigencias. Pero tampoco la sociedad en la que estos crimi
nales se movían, como el pez en el agua de Mao, era particularmente
amable. En varias ocasiones, por ejemplo, las multitudes apedreaban y
golpeaban hasta causarles la muerte a personas que habían sido puestas
en la picota por delitos particularmente impopulares como la sodomía o
el mantenimiento de prostíbulos. En cuanto a las multitudes que asistían
a las ejecuciones en la horca, mostraban gran regocijo y disfrutaban el es
pectáculo en estado de ebriedad.
Algunas zonas geográficas permanecieron totalmente fuera de la ley a
comienzos del siglo XVIII, por ejemplo el bosque de Kingswood, justo en
las afueras de Bristol, Los mineros del carbón llevaban allí una vida salva
je e indómita, a la que no tenían acceso ni los hidalgos ni ia Iglesia; se de
E l. D E R E C H O 221
5 An UnKOVcmublc Peo pie The and The.tr i.fl ¡v in lite Seventeenth and EtghCeenth Cen
lu tú s, comps. John Bicwcv y John Siylos, New Brunswick, N . }.. 19M0, p. 400
224 EL SU RGIM IENTO D E L M UNDO M O D ERNO
Este nuevo trabajo vino a echar por tierra primero las interpretaciones
namieritas, y posteriormente las interpretaciones neomarxistas, acerca
del gobierno y la sociedad ingleses del siglo XVIU, lo mismo que acerca de
sus actitudes hacia el derecho, el delito y los amotinamientos, El resultado
ha sido una comprensión mucho más refinada y llena de matices de la re
lación del derecho con la sociedad.
XIJ. LA UNIVERSIDAD
• Cían recorrido por Europa que hadan los hijos de las élites. [T.J
** Grupo (lo universidades del noroeste de los Estados Unidos de gran prestigio académico y social. [T.J
230 FX SU RGIM IENTO DEL MUNDO M ODERNO
1H. F, Kcat aey, Scholars and Gentlemcn: Vnwerst'ltes and Soctety in Fre-lndustrial Brííain,
1500-1700, Ithaca, 1070.
LA U NIVERSIDAD 2S1
El segundo error del libro del profesor Kearney consiste en su organ iza
ción de la historia intelectual en torno a una dialéctica h egelian a de
opuestos conservadores y radicales, En primer lugar, todas sus categorías
son erróneas. Es falso identificar los estudios clásicos con el conservaduris
mo en el siglo XVII, por más que esto pueda ser verdad boy día. D e hecho,
Hobbes argüía lo contrario, que la Revolución inglesa habla sido causada
en gran medida por la exhaustiva lectura de republicanos subversivos
como Cicerón, Tácito y Séneca.
N o resulta sensato denominar a Eliot un “ humanista cortesano” y a
Lawrence Humphrey un “ humanista rústico” , ya que ellos m eram ente
representan diferentes etapas en el proceso de aclimatación de un p ro
totipo italiano, antes que posiciones intelectuales bien delimitadas.
Humphrey estaba únicamente adaptando un modelo renacentista a una
sociedad reformista, y en tanto protegido de los condes de Leicester y
Warwick no es posible describirlo como una figura en algún respecto m e
nos "cortesana" que Eliot. En cuanto a la teología escolástica, es verdad
que los Primeros Padres de la Iglesia son un alimento espiritual menos p e
ligroso que el Nuevo Testamento. Empero, la confianza servil en la Biblia
como fuente de toda autoridad, difícilmente puede ser más liberadora como
doctrina que una confianza servil en Aristóteles. Los opuestos del doctor
Kearney no son en modo alguno tan antagónicos como él afirm a, como
tampoco resultan tan obvias las consecuencias de adoptarlos.
Además, misteriosamente, ignora por completo a la teología y, en con
secuencia, no alcanza a advertir la principal pugna intelectual que des
garró a Oxford y a Cambridge entre 1590 y 1640, a saber, la disputa entre
los calvinistas preconizadores de la predestinación y los arminianos sus
tentadores del libre albedrío acerca de la doctrina de la gracia. Esta
fue una de las cuestiones más ardientemente debatidas de la época, la
cual habría de tener las más serias consecuencias políticas una vez que
Carlos I hiciera pender todo el peso de la influencia cortesana sobre
los arminianos.
Tam poco es del todo satisfactorio tratar al ramismo, al baconianismo,
al cartesianismo y a los modernos como partes intercambiables de una
máquina intelectualmente progresista. N o es posible ajustar fácilmente al
ramismo dentro de un espectro de izquierda-derecha, excepto en la m edi
da en que en Cambridge éste vino a ser claramente asociado con el puri
tanismo de Cartwright y de sus seguidores. Los baconianos y los carte
sianos eran opuestos en cuanto a su enfoque acerca del método científico,
en tanta que muchos modernos rechazaban la ciencia como inapro
piada para la educación de un caballero. Con objeto de sostener su dico
tomía conservador/progresísta, el profesor Kearney se ve obligado en
ciertos lugares a abandonarse a un pensamiento anacrónico. Por ejem-
2SC El, SURGIMIENTO DEL M UNDO MODERNO
1 R. I.. Creavcs. The Puntan Revolution and KducaUoual Thourgh, N.mv Brunswick, N. J., 1969.
L A U NIVERSIDAD 233
1
í
• Diccionario en el que se incluían las biografías de los hombres más eminentes de la época. [T,]
XIII. LOS HIJOS Y LA FAMILIA
N o OBSTANTE que han transcurrido tres cuartos de siglo desde que Freud
llamara por vez. primera la atención sobre los efectos cruciales de las expe
riencias de la infancia con respecto a la determinación de la personalidad
adulta y las normas conductuales, sólo hasta los cincuentas apareció en
Occidente la primera historia general acerca de la infancia. Los cuatro
estudios significativos acerca de este fenómeno han sido escritos por per
sonas que no son historiadores, es decir, por hombres marginales con res
pecto a la profesión.
En 1955, J. H. van den Berg, un psicólogo holandés, publicó Metableti-
ca, o f Leer der veranderingen (L a naturaleza cambiante del hombre), un
estudio audaz y sumamente flexible de carácter psicohistórico acerca de
las relaciones de los padres con los hijos, con base principalmente en
fuentes Fdosófícas como Rousseau,1 En 1960, el francés Philippe Ariés,
director de publicaciones del Instituto de Investigación Aplicada a Frutos
Tropicales y Subtropicales, publicó su ahora famosa obra Centuries of
C hildhood .2 En 1970, David Hunt, un historiador norteamericano que
también ha trabajado como psicólogo con niños desequilibrados, rein
terpretó algo del material de Ariés referente a la Francia del siglo x v n en
Parents and Children in Hútory, valiéndose de un modelo eriksonianó
modificado acerca del desarrollo del yo.s Y en 1974, Lloyd deMause, un
desertor universitario norteamericano, amén de exitoso hombre de nego
cios y psícohistoriador autodidacto, produjo un volumen colectivo, The
History o f Childhood, cuyo ensayo fundamental consistía en su propio
examen general y prolijo acerca de “ La evolución de la infancia” , desde
los griegos y los romanos hasta el presente.4
El primer problema que plantea estudiar la historia de la infancia es de
qué manera elegir el modelo psicológico apropiado. Nada dentro de los
anales históricos contradice la teoría d e Freud respecto a la manera en
que a través de las diferentes etapas del desarrollo infantil diversas zO-
' J. H. van den Berg, The Ckanging Nature of Man: Introduction lo a Hislorteal Psychotogy (Me-
tabletica), trad. I I . F. Croes, Nueva York, 1975. .
2 Philippe Ariüs, Centunes of Childhood: A Social History of Family Life , trad. Roben Baldick,
Nueva York. 1965.
3 David Hunt, Parents and Children in Htstory: The Psychology of Family Life in Enrty Módem
Frunce, Nueva York, 1970.
4 l loyd deMause. comp., The History of Childhood, Nueva York, 1974,
244
I.OS HIJOS Y 1,A F A M IL IA 245
Esto “ supone que una vez que el niño ha alcanzado, digamos, la etapa del
destete, la estructura de su personalidad está ya tan bien constituida que,
salvo una intervención psiquiátrica intensiva, casi nada de lo que sucede
después hará otra cosa que manifestar tendencias ya fijadas” .5
Nadie duda de que los hábitos implantados en la educación de los ni
ños afecten a la personalidad adulta; sin embargo, la aceptación de las
teorías de psicólogos del yo más recientes como Erikson y Hartmann le
6 ErikErikson, ChildhoodandSoctety, Nueva York. 1963; Erik Erikson, idenUlyand the LifcCy-
cle: Selecled Papers, Nueva York. 1959; Heintz Hartmanu, Ego Psyclwlogy and the Problem of
Adaplion, Nueva York, 1964.
248 EL SU RG IM IE NTO D EL M U N D O M O D E RN O
7 B. Malinowski, Sex and Reprensión iti Savage Soctely, Londres, 1927, p. 18.
250 EL, SU RGIM IENTO DEI, M U N DO MODERNO
ción por el niño, la cual asumió dos formas. En primer lugar, se produjo
un estrechamiento de los vínculos familiares, conjuntamente con el aisla
miento de la fam ilia con respecto a las influencias externas y una preocu
pación cada vez mayor de los padres hacia sus hijos; y en segundo lugar,
se manifestó un temor cada vez más agudo en cuanto a la corruptibilidad
inherente del niño por el pecado, lo cual llevó a que se le tratara severa
mente en el hogar, y a su aislamiento en escuelas reglamentadas por agru-
pamientos por edades y sometidas a una disciplina orientada a erradicar
cualesquier signos de desviación moral. La sociabilidad medieval fue
sustituida no por un individualismo ilustrado, sino por la familia y la es
cuela aisladas y centradas sobre el niño, en las cuales la preocupación pri
mordial consistía en la sumisión de la voluntad.
El surgimiento del internado represivo viene a ser la característica
significativa de esta tendencia, el cual implicaba una extensión progresi
va del periodo de la infancia hasta la adolescencia, e incluso más allá de
ésta; “ El hecho central resulta bastante obvio: la extensión de la educa
ción escolar.” Esta transformación con respecto a las actitudes hacia la in
fancia precedió a los cambios demográficos, y de hecho se convirtió en la
causa de éstos cuando a finales de los siglos XVIII y XIX inspiró una delibe
rada política de contracepción.
El libro de Ariés ha tenido un deslumbrante éxito y ha venido a ser el
p rim um mobile de la historia de la familia occidental durante las dos últi
mas décadas. En tanto es un trabajo pionero, erudito, imaginativo e inge
nioso, merece todo el encomio y la atención de que ha sido objeto. Se tra
ta de la clase de libro precursor que ningún historiador tradicional podría
haber escrito, y sin el que nuestra ¿cultura se vería empobrecida. Empero,
a pesar de toda su brillantez original y trascendente, hay ciertas cues
tiones básicas que aún no han sido respondidas. ¿Es su metodología con
sistente? ¿Son sus datos confiables? ¿Es su hipótesis carnal válida? ¿Son los
presuntos hechos y las presuntas consecuencias verdaderos? En síntesis,
¿es el modelo correcto, y en caso de ser así con respecto a cuáles áreas y a
qué clases?
El libro de David Hunt viene a ser una glosa psicológica del de Ariés. Co
mienza con una brillante crítica de la psicología eriksoníana del yo, seña1
lando que el optimismo de este último se halla mal fundado, ya que la
posibilidad de procrear es un frágil artificio cultural y no una respuesta
humana instintiva. Consecuentemente, la realidad es que los niños han
sido con frecuencia descuidados y ultrajados. Hunt también critica el mo
delo histórico de Ariés por su nostálgico, e incluso reaccionario, enfoque
durkheimiano Gemeinschaft-Gesellschaft acerca del cambio, como por su
exagerado énfasis en la escuela.
A continuación emprende un detallado análisis sobre la descripción del
doctor Héroard respecto a la educación del pequeño Luis X I II. Hace hin
capié en la relación tan estrecha del niño con su padre, el todopoderoso y
viril Enrique IV , y en sus relaciones tan distantes con su madre; asimismo
destaca la forma en que la voluntad del niño fue deliberadamente
quebrantada desde los dos años mediante frecuentes azotes, cuyo propósi
to era inculcarle el principio básico de la obediencia. Alude a la vida ulte
rior de Luis como un esposo desdichado y semiimpotente, y dando un
LOS HIJOS y LA FAMILIA 253
viene a hacer que hoy día el niño perfecto se halle a la vuelta de la es
quina. Se trata de un proceso al parecer tan inevitable y autónomo como
la evolución darwiniana, "una poderosa fuerza secreta de transformación
de la personalidad histórica” , que opera "en forma totalmente indepen
diente de los acontecimientos públicos, ya sean económicos, sociales o de
cualquier índole” . 4) Durante los últimos dos mil años se ha observado
una progresión lineal ascendente en la historia de la infancia, desde el
modo infanticida de la Antigüedad clásica, el modo de abandono de co
mienzos de la Edad Media, el modo ambivalente de finales de la Edad
Media y comienzos de la época moderna, el modo de intrusión del si
glo XVIII —la gran línea divisoria — , hasta llegar al modo de socialización
comprendido entre 1800 y 1950 y al modo de ayuda de 1950 en adelante.
5) Los hábitos educativos infantiles proporcionan la clave para la trans
misión de todos los demás rasgos culturales visibles en el adulto.
Instigado por la crítica, deMause afirma que su modelo no es unilinea)
sino multilineal, y que implica un "individualismo metodológico” —sea
lo que fuere lo que esto signifique — y no un "reduccionismo psicológico” .
Estas rectificaciones no hacen nada para resolver el problema de en qué
forma juzgar un modelo tan intrépido, desafiante, dogmático, entusiasta,
perverso, y tan profusamente documentado. No obstante que la concep
ción de deMause acerca de la educación infantil ha venido a remplazar a
las nociones marxistas del control de los medios de producción y la lucha
de clases, considerados como los elementos claves en tomo a los cuales ha de
concebirse toda la historia, nuestra tarea como historiadores es construir
"una historia científica de la naturaleza humana". ¿Nos encontramos
aquí frente a lo que Clifford Geertz ha descrito como "la tendencia natu
ral a los excesos de las mentes seminales” , o bien ante una aberración irre
mediablemente poco erudita, que oscila indefinidamente en medio del
vacío entre la historia y la psicología, y que carece del rigor metodológico
de cualquiera de estas disciplinas?
, . t ’i
256 EL SU RG IM IE NTO DEL M UNDO M O D E RN O
En vista de que los modelos propuestos por Aries y deMause presentan de
bilidades lo mismo que brillantes aportaciones, ¿habida algún otro mode
lo que pudiera remplazarlos? Uno de los muchos problemas que surgen al
estudiar la infancia de manera aislada es que ésa se presta para apa
sionadas polémicas — todos los autores tienen alguna obsesión perso
nal— . Otra objeción más seria es que resulta imposible estudiar a los niños
al margen de aquellos que los asesinaron, los alimentaron, los descuida
ron, los criaron, los golpearon o los mimaron, a saber, sus padres. La his
toria de la infancia es de hecho la historia de ia forma en que los padres
han tratado a los niños. Una objeción similar podría plantearse con res
pecto al actual torrente de libros acerca de la historia de las mujeres,
tema con una mayor carga emocional, que tampoco puede estudiarse
adecuadamente al margen de aquellos que las dominaron económica y
sexualmente, las explotaron, las golpearon, les negaron educación
y oportunidades de progresar profesionalmente, pero que también las m i
maron, las consintieron, las sostuvieron en medio de un ocio confortable,
las pusieron sobre pedestales, les proporcionaron una realización sexual y
en ocasiones incluso las amaron —a saber, los hombres — . L a unidad
adecuada de la que deben partir los estudios históricos en esta área no
son, por consiguiente, ni los niños ni las mujeres ni los hombres, sino la
fam ilia, la institución dentro de la cual tienen lugar todas estas interac
ciones personales.
Debería subrayarse el hecho de que las principales transformaciones
tuvieron lugar primero en los Estados Unidos y en Inglaterra, difundién
dose luego en Francia, y posteriormente todavía más al Este, como también
la circunstancia de que éstas se limitaron exclusivamente en un principio
a las clases acaudaladas, los hidalgos, los profesionales y la alca burguesía
--fam ilias que no eran tan potentadas como para ser capaces de mante
ner a un pequeño ejército de personal de crianza que cuidara de los niños
por ellas, pero sí lo suficientemente ricas como para entregarse al lujo del
sentimiento — . Existen muchísimos ejemplos de padres verdaderamente
amorosos en lo que se refiere al siglo XVIII, y de hecho el primer clímax de
tolerancia en la educación infantil de los hidalgos se alcanzó hacia finales
de dicho siglo, tan sólo para declinar posteriormente. Estas nuevas actitu
des se propagaron muy lentamente, por un proceso de difusión estratifi
cada, en sentido ascendente dentro de la alta aristocracia y en sentido
descendente dentro de la clase media baja, y posteriormente entre los
LOS HIJOS Y L A F A M IL IA 259
1 Philippe Ariés, Western Auúudus Totearás Death, Baltimore, 1974; Michcl Vovelle. Moutir
/Uitrofots. Poi'ís. 1974.
261
262 El. SU RGIM IENTO DEL M U NDO MODERNO
quejas al afirmar que entre las edades comprendidas entre los dieciséis y
los veintitrés años, los jóvenes únicamente piensan en “ em barazar a las
mozas, injuriar a los ancianos, robar y pelear” .
Si bien en el ideal de una sociedad premoderna no se incluía el respeto
por la ancianidad, de igual forma se encontraba en él muy poco respeto por
la juventud. "¡Hasta que un hombre no ha alcanzado la edad d e los v e in
ticuatro años, se comporta como un salvaje, carece del discernimiento y
de la experiencia suficiente para gobernarse a sí mismol” Se le considera
ba como “ una edad escurridiza, llena de pasión, arrebatos y obcecación ” .
L a actitud prevaleciente, según se lee en la literatura de la época, era hos
til tanto a los jóvenes como a los ancianos, y fuertemente favorable a los
individuos maduros, a los “ hombres graves y melancólicos que se e n
cuentran por encima de las veleidades de la juventud y por debajo de los
achaques de la vejez” . No es posible describir razonablemente a una so
ciedad de este tipo como gerontofílica, ya que miraba con recelo a los
ancianos en la misma medida que a los jóvenes. Por otra parte, los a l
tos índices de fecundidad y de mortalidad indican que se trataba de una
sociedad poblada y joven. Como resultado de ello, a pesar del énfasis en
la madurez, entre los miembros de la Cámara de los Comunes, para no ci
tar más que un ejemplo, alrededor del 45% estuvo conformado in d efec
tiblemente por hombres menores de cuarenta años durante los siglos XVII
y XVIII. Además, la costumbre del patronazgo proporcionó inmensas
oportunidades a la minoría privilegiada. N o únicamente ocurría que al
gunos hombres muy jóvenes heredaban con frecuencia vastas fortunas y
poder a consecuencia del temprano fallecimiento de sus padres; sino que
otros eran impulsados a ocupar altos cargos merced al patronazgo de un
amigo influyente, que con frecuencia era su propio padre. De esta m a n e
ra sucedió que en 1667 un debate en la Cámara de los Comunes fue abier
to por un hijo de George Monck, el arquitecto de la Restauración de
Carlos II: el muchacho tenía catorce años.
Una característica fundamental que distinguió a la sociedad prem oder
na de la nuestra fue que en ella se dieron enormes cantidades de gente jo
ven, ávida de poder y de posesiones, y no mucha gente vieja para ser ya
sea respetada o despreciada, atendida o descuidada. En la Inglaterra del
siglo XVII, las personas arriba de los sesenta comprendían a lo sumo el 8%
de la población, en comparación con el 19% de hoy día. Ciertamente
que el derecho de antigüedad constituía el principio en torno al cual la
sociedad organizaba sus instituciones —las Iglesias, los gremios, las cor
poraciones o las universidades — , y se desconocía el retiro obligatorio. En
la práctica, sin embargo, el reducido número de ancianos significaba
que, tanto entonces como ahora, los puestos de autoridad eran desempe
ñados principalmente por hombres cuarentones o cincuentones. L os po-
264 EL SU RG IM IE NTO DEL M U NDO M O D ERNO
eos que lograban llegar al umbral de los sesentas con frecuencia conse
guían puestos de distinción exclusivamente en virtud de su longevidad:
por ello dos terceras partes de quienes figuraron en Quién es quién en la
historia 1603-1714 habían alcanzado la edad de sesenta años o más.4
A medida que las fuerzas físicas de estos pocos ancianos mermaban, la
única forma en que podían asegurarse respeto y sostén era aferrándose te
nazmente a los cargos, las posesiones y él poder. Eran relativamente pocos
los ancianos que vivían solos, en parte debido a que no había muchos, y
en parte debido a que muchos de ellos se las ingeniaban para mantener a
una hija soltera en casa que se ocupara de su cuidado. Eran relativamente
pocas las familias, sin embargo, que estaban compuestas por tres genera
ciones, y éstas estaban normalmente ligadas no por lazos afectivos, sino
por necesidad económica y obligación legal; ya que la sabiduría conven
cional, encerrada en la Biblia, recomendaba que “mientras vivas y la vida
aliente en tí, no te abandones a nadie. Pues es mejor que tus hijos hayan
de procurarte a que tú tengas que depender de sus favores” .
Cuando un campesino cedía sus bienes a su hijo al mermar sus fuerzas
físicas, normalmente se cuidaba muy bien de asegurarse, mediante una
escritura legal, de que las obligaciones de este último para cuidar de él
quedaran estipuladas minuciosamente, estableciéndose incluso el número
de velas que habrían de proporcionársele y el libre acceso al fuego de la
cocina. Cualquier incumplimiento de cualesquiera cláusulas causaba la re
vocación automática de la escritura, Los padres del siglo XVII no se ha
cían ilusiones acerca de cómo pudieran cuidarlos sus hijos si se daba el
caso: “ Ninguna prisión puede ser más onerosa para un padre que la casa
de un hijo o de una hija.”
La conclusión es inevitable: en la Inglaterra premoderna (lo mismo
que en los Estados Unidos) los ancianos eran respetados únicamente
mientras conservaban el control sobre sus posesiones, lo cual les daba el
poder para hacer que sus hijos los obedecieran. La suerte de aquellos que
carecían de bienes era bastante severa, ya que se veían reducidos a la sc-
miinanición y a la mendicidad, a merced de la asistencia para los pobres
institucionalizada en la Inglaterra de aquella época, o a depender de las
insuficientes e inciertas posibilidades de obtener caridad privada en otras
partes. Los sociólogos que aún creen en la Edad de Oro preindustrial de
los ancianos deberían echar una mirada a la reciente y aterradora
descripción de Olwen Hufton acerca de. las condiciones de vida de los
pobres en la Francia del siglo XVIII.5 .
La gran transformación entre la temprana época moderna y la píesen
os. Smtth, "Orowíng Oíd inF.arly Stuart Englnnd", Álbion, 8, ¡976, p. 156
5 O. Hufton, The Poor tn Eíghíecnth Ccniury Trance, 1750-1789, Oxford, 975.
)
L A A N C IA N ID A D 265
* En ingles concejal se dice aldcrman, que etimológicamente significa eider man. hombre <lc edad. [T.J
266 EL SURGIM IENTO D EL M U N D O M ODERNO
ciones en mayor grado de las que hay hoy día. N o estamos ni más ni
menos ansiosos por tener a nuestros abuelos bajo los pies de lo que estu
vieron nuestros antepasados.
Cuando Charles Colson quiso impresionar al público norteamericano
con lo extremo de su servil devoción por Richard Nixon, proclamó que de
buena gana pasaría sobre su abuela con tal de servirlo. El hecho de que
Colson baya empleado este tipo de imagen sugiere que se daba cuenta de
que los norteamericanos de finales del siglo XX aún siguen considerando
el pasar sobre las abuelas como un grave acto de sacrilega impiedad, al
igual que los griegos en los días de Homero. Tampoco debe olvidarse que
hasta hace tan sólo unos pocos años todas las democracias del mundo oc
cidental se complacían en encomendar su destino a figuras que encarna
ban la imagen del abuelo: Eisenhower, Churchill, De Gaulle, Adenauer
( “D er A lie ") y De Gasperí. No hay muchos indicios en esta tendencia re
ciente de que se haya dado alguna disminución en el respeto por los an
cianos dentro del comportamiento político.
¿Qué es entonces lo que ha sucedido? Durante los últimos veinte años
ha tenido lugar un cambio de actitudes (posiblemente temporal) hacia
los méritos relativos de la juventud y de la edad madura. Las víctimas de
este cambio no han sido los ancianos sino aquellos “ melancólicos” , madu
ros y sobrios hombres que llegaron a ser tan admirados en los tiempos pre
modernos. Si se ven expulsados del trabajo después de la edad de los
cuarenta y cinco, quedan reducidos a la condición de ser virtualmente
inempleables. N adie desea contratar a un hombre o a una mujer madu
ros. Si bien los aspectos más grotescos del culto a la juventud observado en
los sesentas han desaparecido casi por completo, sobrevive una indisponi
bilidad a reconocer y recompensar la sabiduría y la experiencia de la m a
durez. El vigor y ia virilidad juveniles se procuran actualmente en el caso
de los rectores, los altos ejecutivos, los senadores y los congresistas. Por
consiguiente la verdadera transformación, la cual ha tenido lugar única
mente en los últimos veinte años, mucho después y no antes de que la R e
volución industrial alcanzara la madurez, ha venido a ser la degradación
de los hombres maduros y la exaltación de los adolescentes y de la juventud.
X V . L A M UERTE*
3 P. Ariés,L'Homme devant Ui Morí, París. 1977; P. Ariés, Western Attitudes íou/ards Deaíhfrotn
Baltimore, 1974. Véase la reveladora entrevista de Philippe Ariés
the Middle Ages to the Ptesent,
con André Burguiére publicada en Le Nouvel Obsetvalcur,20 de febrero de 1978.
4 Philippe Ariés, Londres, 1962.
Centuries o f Childhood,
LA MUERTE 275
6 L. Stone, The Family, Sex and Mnrriagc m England, 13001)100, Nueva York, 1977.
LA MUERTE X77
* £1 término que usa el autor es packrat, que viene a ser un tipo de roedor que habita en las mon
tanas Rocosas. fT ]
278 ELS U RG IM iE NTO DEL M UNDO MODERNO
como colectivo y ofrecer salvación eterna para todos los creyentes cris
tianos, o como personal, dependiente de la gracia divina, la intercesión
de los santos, las oraciones de los sacerdotes, o bien la fe o las buenas ac
ciones del muerto. Puede haber dos tipos de juicios, el prim ero en el m o
mento de la muerte y el segundo en el momento del Juicio F in a l, o bien
únicamente uno. Puede haber dos destinos, el Cielo o el In fiern o, o tres,
el Cielo, el Infierno o el Purgatorio. Las almas pueden pasar e l intervalo
entre su muerte y el Juicio Final, cuando habrán de reunirse u na vez más
con sus cuerpos, como seres fantasmales y desdichados rondando en el
mundo de los vivos, o bien quedar recluidas segura y bastante con for
tablemente en el Purgatorio.
Los vivos pueden considerar a las almas de los muertos com o espíritus
amenazadores a los que hay que temer y odiar, o a los que hay que hacer
propicios mediante la amabilidad y la generosidad, o bien exorcizar por
medio de la magia; o como objetos de piedad a los que hay que ayudar
por medio de una pródiga provisión de bienes para su postrer viaje, o en
su defecto por la contratación de costosos especialistas que recen por su
expedito acceso al Cielo. Los agonizantes pueden tener la suficiente con
fianza en sus familias para dejarlas a cargo de todos estos arreglos, o bien
pueden tener los suficientes recelos como para estipular todas las medidas
en testamentos legalmente notariados.
Dada la gran cantidad de rituales y conceptos semiautónotnos en el
proceso que va desde la muerte hasta la disposición final del cuerpo y del
alma, dado el amplio margen de opciones, dada la extrema lentitud en
cuanto a los cambios de opinión, especialmente en estratos que caen por
debajo de la élite social e intelectual, y dadas la ambigüedad y la confu
sión mentales con que la mayoría de nosotros abordamos el problem a de
la muerte, difícilmente sorprende el que los historiadores encuentren tan
arduo el identificar las diversas tendencias, y el que sólo mediante una he
roica y extrema simplificación puedan descubrirse las etapas más generales.
Aun cuando sea posible hallar pruebas estadísticas aparentemente
aplastantes con respecto a las transformaciones, las causas de las mismas
no son del todo claras. Por ejemplo, los profesores Vovelle y Chaunu han
realizado análisis cuantitativos exhaustivos de testamentos, probando más
allá de toda duda que la alusión a la disposición última del alma (y del
cuerpo) tiende a desaparecer después de 1740, suprimiéndosele virtual
mente por 1780, cuando menos en la Provenza católica y en París.6 A par
tir de allí los testamentos se dedican exclusivamente a la disposición de los
bienes mundanos. Uno se ve tentado a concluir con el profesor Vovelle
que una gran marejada de secularización inundó Francia, borrando la in
&Michel Vovelle, Pió té Baroque et DéChristianisation: les Altitudes devaut la Morí en Provence
au X.VW* Stécle. París, 1978; Fierre Chaunu. Mourir á Parts, París, 1977.
280 EL SURGIMIENTO DEI. MUNDO MODERNO
tensa piedad barroca de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Pero,
¿cómo podríamos asegurarlo? Los retablos barrocos observados en esa zona,
los cuales también han sido estudiados por el profesor y por Madame Vo-
velle, no muestran este tipo de tendencia, ya que continúan siendo popu
lares, no obstante lo estereotipado de su contenido, hasta muy avanzado
el siglo XIX.7Pudiera ser que la naturaleza de la piedad se hubiera trans
formado en otras formas, más espirituales, las cuales no figuran en
los testamentos. Dicho de otro modo, la prueba estadística en favor del
surgimiento de la piedad barroca parece ser bastante clara, empero su
aparente declinación podría ser prueba, por lo menos parcialmente, de
anticlericalismo — ya que el clero había sido el principal beneficiario
de dicha piedad — antes que de un secularismo ilustrado.
Una segunda posibilidad es que la nueva estructura familiar, afectiva
mente vinculada, del siglo XVIII hubiera relevado al agonizante de la ne
cesidad de estipular disposiciones legales con respecto a su cuerpo y a su
alma, ya que éste tenía ahora la seguridad de que podía confiar en que sus
amorosos parientes darían cumplimiento a sus deseos y harían lo que
fuera correcto por él. No obstante lo seductor de esta sugerencia, su ca
rácter es puramente especulativo. Por otra parte, no hay ningún indicio
de que el tamaño y lo costoso de los monumentos funerarios de las iglesias
y de los patios de las mismas hayan disminuido a finales del siglo XVIII y a
comienzos del xix, a pesar de la falta de disposiciones legales para su
construcción. Aquí tenemos un ejemplo clásico a partir del cual años de
paciente cuantificación han producido resultados bastante claros en sí
mismos, pero cuya interpretación sigue siendo incierta sin que sea suscep
tible de una solución científica.78
Sin embargo, la propia metodología de Ariés no es del todo satisfacto
ria. Como un grajo, recopila datos de aquí, de allá y de todas partes en el
gran montón de basura de las pruebas históricas, mezclándolas desorde
nadamente a través del tiempo, el espacio, las divisiones religiosas y los hi
tos culturales. Muchas de sus fuentes son muy escurridizas: romances y
novelas, la Chanson de Roland, Charlotte Bronté, Tolstoy y Sokhenitsyn.
Hay cierta cantidad de datos litúrgicos y cierto análisis de testamentos,
pero por supuesto ningún indicio de cuantificación — no se encuentra
una sola estadística a lo largo de sus 642 páginas — . Las inscripciones fu-
7 Gaby y Míchel Vovclle, Vision de la Morí el de l'Au-delá m Provénce d'apres les Autels des
Arnés du Purgatoire. París, 1970.
8 En lo tocante a puntos de vista más favorable# acerca de la contribución de los análisis
estadísticos a la historia de las actitudes hacia la muerte, véanse P. Chaufiu, "Un nouveau Champ
pour PHutoire sériclíc: le Quantieatif au troisiéme N iveau en Mélanges Fcmand Braudel, Tolos»,
1978; E. Le Roy Ladurie, "Chauna, Lebrun, Vovelle: la nouvelle Hiatoire de la Mort”, en su Le
Territoire de l’Hisioricn, Pavía, 1973.
L A MUERTE 281
las misas, para hace* que las almas de los muertos se elevaran de esta vida
transitoria. Sin embargo, tiene razón al señalar que la salvación ha cobra
do un carácter menos colectivo, menos seguro para la totalidad de los cre
yentes cristianos, y más individual, más dependiente de las buenas ac
ciones y de la intercesión para la remisión de los pecados personales.
El concepto de “ L a muerte del yo” , si bien es útil, debería transferirse a
su lugar correcto en el siglo XVI y atribuirse primordialmente al Renaci
miento y a la Reforma. El primero ha sido siempre asociado, y con razón,
con la exaltación d el individuo, ya sea que se le muestre en E l príncipe de
Maquiavelo y en el Tamerlán de Marlowe, o en los retratos y bustos perso
nalizados del arte del cinquecento. La segunda, con su énfasis en la pre
destinación y en la salvación exclusivamente por la fe, tuvo el efecto para
dójico, como lo señalara hace mucho Max W eber, de acrecentar la
angustia psíquica y estimular la introspección moral, el individualismo y
el instinto adquisitivo de bienes mundanos. Trasladada al siglo XVI, la
etapa de “ La muerte del yo” puede, por lo tanto, preservarse y de hecho
fortalecerse.
La tercera etapa, denominada “ Tu muerte” y referida a finales del
siglo XVIII, se halla completamente demostrada, aunque yo me inclina
ría, con base en los testimonios ingleses, a remontar sus orígenes a los ini
cios de dicho siglo. Sin embargo, es indudable que debe asociársela con el
surgimiento del amor familiar, tanto entre padres e hijos, corno entre
cónyuges o entre amantes.
La etapa referente a “ La muerte prolongada e inminente” es la menos
comprensible y convincente de todas. Hasta donde he llegado a enten
derla (de lo que no estoy completamente seguro), su único propósito pare
ce ser el subrayar los malignos efectos de la Ilustración, el racionalismo y
la ciencia al suprimir los antiguos controles sobre el sexo y la muerte. Se
admite que alguien como De Sade requiere de explicación, pero es fácil
exagerar su importancia cultural, y ciertamente que no es necesario crear
una etapa especial dentro de la estructura mental de la civilización occi
dental a fin de darle cabida en ella.
En conclusión, digamos que si se omite esta etapa, se desplaza la fecha
de otra tres siglos y se modifica su orden causal, el marco de Ariés puede
llegar a funcionar plausiblemente, y ajustarse a los principales cambios
en la evolución de la cultura europea.
Cuando la pregunta consiste en p or qué ocurrieron estos cambios,
Ariés no proporciona una respuesta muy clara. En su conclusión sugiere
que las actitudes hacia la muerte se ven afectadas por cambios tocantes a
la fuerza y a la debilidad relativas de cuatro “ parámetros” . El primero es
el individualismo, la importancia relativa atribuida al yo y al grupo. El
segundo son las defensas erigidas contra de las fuerzas caprichosas e in
LA M UERTE 28 b
11J. McMaimrn), Reflections on the Death fíed o f Voltaire. Oxford, 1975, pp. 14, 16, 19*25.
lz P, Chaunu, op. cit.. p, 50.
286 EL SURGIMIENTO D EL MUNDO MODERNO
19 Para críticas similares con respecto a Ariés, véase M. Vovelle, "Les Actitudes devant ía Morí:
Problémes de Méthode, Approches, et Lectures dífférentes", Anuales, Éconorm'es, Sociétés, Civilisa•
lions, 31 (1), enero-febrero de 1976, pp. 128-131.
14 David Stannard, The Punían Way o f Death: a Study o f Religión, Culture and Social Change,
Nueva York, 1977, pp. x y 236,
LA MUERTE 287
A g r a d e c im ie n to s .................................. ............................., . 9
I n t r o d u c c ió n ..................................................................... ...... . 11
Primera Pane
II. Prosopografía.............................................. 61
O ríg e n e s ..............................................• 61
Raíces intelectuales.................................. 68
Limitaciones y p e lig ro s ............................ 74
Errores en la clasificación de los datos . . . . . . . 77
Errores en la interpretación de los datos . . . . . . 78
Limitaciones de la comprensión h istórica ................................... 80
L o g r o s ................................................... 84
C o n c lu s ió n ............................................. 90
Segunda Parte
IX . El catolicismo 201
X . La corte y el país . 208;
X I. El derecho . . 215
XH . La universidad 227
X IV . La ancianidad 261
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