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La etnohistoria

Etnogénesis
y transformaciones
sociales andinas

Ana María Lorandi


Mercedes del Río

Centro Editor d e América Latina


L O S FUNDAMENTOS DE
LAS
CIENCIAS DEL HOMBRE
Dirección: Ricardo Figueira
Secretaría de redacción: Osear Troncoso
Asesoramiento artístico: Osear Díaz
Diagramación: Ricardo Pereyra
Coordinación y producción: Natalio Lukawecki,
Fermín E. Márquez

© /1992 Centro Editor de América Latina S.A.


Tucumán 1736, Buenos Aires
Hecho el depósito de ley. Libro de edición argentina. Impreso en
Carybe, Udaondo 2646, Lanús Oeste, Prov. de Bs. As. Encuader­
nado en Haley, Av. Mosconi 640, Lomas del Mirador, Prov. de Bs.
As. Distribuidores en la República Argentina: Capital: Mateo Can-
8
cellaro e Hijos. Echeverría 2469, 5 "C, Buenos Aires; Interior:
Dipu S.R.L., Azara 225, Capital.
Impreso en noviembre de 1992.

ISBN: 950-25-2093-9-
Introducción
EL FIN DEL M I L E N I O
Y LOS C O N F L I C T O S É T N I C O S

Los sucesos que están conmoviendo al mundo en estos


primeros dos años de la década del 90 nos enfrentan con un
resurgimiento agresivo de los conflictos sociales basados en
la diferenciaciones étnicas. Esto nos obliga a una profunda
reflexión sobre las raíces estructurales y temporales de una
situación que parecía definitivamente superada por la crea-
ción de las naciones modernas.
La inesperada y conmovedora fragmentación de la Unión
Soviética ha desnudado realidades que se trataron de enmas-
carar durante muchos decenios. No sólo sorprende que 70
años de comunismo parecen haber sido infructuosos para
construir un universo socialista, sino que lo que nos parece
más importante señalar aun, es que en esos 70 años no haya
tenido éxito el proyecto de la modernidad, cuyo principal
objetivo consistía en lograr la integración de todos los pueblos
a los principios de la lógica occidental. Contra todas las
expectativas de la modernidad, la fragmentación nacionalista
en buena medida se basa en la reivindición de las identidades
étnicas, si bien los regionalismos y la propia fractura de los
estados, por agotamiento del sistema, desempeñaron un
papel fundamental en este proceso. En algún momento la
superioridad de la "raza aria" fue la base que justificaba la
expansión nazi de la Alemania de Hitler, por lo cual todos los
teóricos de la modernidad consideraron que los nacionalis-
mos eran reaccionarios en su esencia. Pero sería ingenuo
pensar que todas las reivindicaciones del presente deben ser
etiquetadas dentro de estos parámetros, si bien es innegabie
que algunos de ellos están espesamente recubiertos de
fundamentalismos que rechazan expresamente el proyecto
de modernidad.
Para movernos en la densa maraña de los acontecimien-
tos actuales, es necesario comprender las razones del fraca-

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so de la universalización de la lógica occidental a la luz de las
otras lógicas que no fueron respetadas o que quedaron
subyacentes o no comprendidas, por la cultura de la sociedad
dominante. Para ello no es suficiente con una aproximación
. a la realidad desde la práctica antropológica corriente. _Es
necesario incorporar la perspectiva de la larga duración, que
nos permita rastrear las raíces de las identidades étnicas y las
estrategias que se fueron implementando históricamente
para circular en el interior del tejido de contradicciones que se
producía entre los intereses de colonizados y colonizadores. >
Para abordar estos problemas tan actuales disponemos
de una disciplina relativamente nueva, la Antropología His-
tórica o Etnohistoria, que no sólo puede dar cuenta de los
procesos de conformación de las identidades étnicas en el
pasado o de las estructuras sobrevivientes de ese pasado,
sino que resulta un instrumento de análisis fundamental para
- diseñar una prospectiva del futuro.
La Etnohistoria, como el resto de las disciplinas que
integran las Ciencias Sociales, se desarrolla en forma para-
lela a dos parámetros fundamentales: por un lado la proble-
mática social que emerge como producto del propio devinir de
la historia de las sociedades y, por el otro, con el desarrollo de
una teoría (o teorías) y metodologías que se construyen para
dar cuenta de las situaciones que investiga.
El plan de este libro, por lo tanto, consiste en describir
sucintamente las alternativas teóricas que influyen en la
construcción de la disciplina etnohistórica y, a continuación,
trasladarnos al área andina central y meridional -Perú, Bolivia
y el norte de la Argentina- para analizar con cierto detalle el
desarrollo de las problemáticas derivadas de las situaciones
que provocaron la existencia de dos sucesivos dominios
estatales, o sea el imperio incaico y la colonización española,
para establecer las bases de la complejidad étnica actual de
la región y tratar de comprenderlos a ¡a luz de esos aportes
etnohistóricos, concebidos como una antropología vista des-
de !a larga duración.

ANA MARÍA LORAHDI'


MERCEDES DEL Rio"

' Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires /


CONICET.
" Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Capítulo primero
LA ETNOHISTORIA
Y LAS CIENCIAS SOCIALES

I. El impacto de las principales corrientes


del pensamiento social

En la historia de cada disciplina se conjugan una compleja


serie de variables que intervienen para configurar su perfil
individual. En el marco de las Ciencias Sociales, la Etnohisto-
ria es, por cierto, una disciplina relativamente reciente e
integrada no solamente por las dos especialidades principa-
les que se encuentran en su origen, es decir la Antropología
y la Historia, sino prefigurada por los espacios culturales y
geográficos donde ha encontrado su desarrollo más amplio.
Nos referimos a los ámbitos del planeta que fueron coloniza-
dos desde el siglo xvi en adelante, o sea América, África y
Asia.
La etnohistoria como disciplina particular nace con los
estudióssobre las sociedades-colonizadas por Europa y,que
continuaron siendo_sociedades total o parcialmente áqrafas
durante muchos sjgTosf'En realidad se trata de sociedades
predominantemente campesinas -aunque este factor no es
excluyente- con distintos grados de mestizaje étnico y cultu-
ral y distintos niveles de integración al mundo llamado Occi-
dental. En su origen, al comienzo de nuestro siglo, se
encuentra la necesidad de los antropólogos funcionalistas de
estudiar el cambio social y de penetrar en el pasado que las
comunidades pueden reconstruir recurriendo sobre todo a la
n m n l a
memoria oral. La Etnohistoria se de'jpfí fní r "Hfooiíñ
de Jos pueblos .sin escritura," o, según otroajauiocss (con un
criterio altamente etnocéntrico y discriminatorio), como la
"Historia délos pueblos sin Historia". Comoya lo ampliaremos
más adéTañfel ésta última definición estaba condicionada por

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la perspectiva teórica del funcionalismo, que no reconocían la
existencia de las relaciones coloniales y de las alteraciones
que provocaba este contexto en las sociedades asiáticas,
americanas o africanas que que constituían su "objeto de
estudio".
Para introducirnos al tema de la Etnohistoria es aecesario
comenzar con una definición muy simple. Se trata
-descomponiendo la palabra- de una Etnología.(Antrorjolo-
gJgJjTistórica, o sea una disciplina que se ocupa~deT oftfo
soc!a]7desde la perspectiva de ja etnícidad y"cojisije-
ra^oXuaI£r5i5S^BB^£|ojtf s altarás riftltiempo; En este
sentido, la Etnohistoria es una disciplina que tiene su origen
e n c o
£lJ°iL^.%^ §9 ® J '
(4ene^p^n!g,J)@^s-eüfQpeos-occideñtales) ha impues-
to suiiQminio sobre otro u o^roso^upos étnicos. Históricamen-
te se desarrolla primero en América con los cronistas espa-
ñoles y portugueses (a quienes podemos considerar etnólo-
gos intuitivos, y que en muchos casos utilizaron una metodo-
logía muy rigurosa para la época) y a comienzos del siglo xx
adquiere estatus profesional con los africanistas, extendién-
dose luego al resto de las regiones bajo colonización europea:
Ahora bien, si adoptamos este punto de vista restringido,
podría suponerse que, a medida Quejas sociedades co-
lonizadas van alcanzando una mavor.jatearacTon al mundo

menos, agudos,Jaoln ia^AntopoJggía, como la Etnohistoria


p<^^}^^j^j^J0íkím^8S^ocomo disciplinas indepen-

Sin embargo, para romper esta perspectiva negativa,


debemos analizar con algún detalle los desarrollos de la
Antropología y de la Historia, vinculándolas con el proceso de
construcción de la teoría de las Ciencias Sociales y la
definición del sujeto social por un lado, y por el otro, con los
cambios históricos que han alterado el perfil político del
planeta a lo largo del último siglo.

/. La Antropología Funcionalista

Como todos sabemos, la Antropología funcionalista se desa-


rrolla en el contexto de las colonizaciones británicas que se
inician a fines del siglo xix y ocupa un lugar preeminente en
las Ciencias Sociales de la primera mitad de este siglo. No nos

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ocuparemos aquí de desarrollar sus principios teóricos, que
damos por conocidos, sino de señalar su particular manejo de
la historia. Es e! contexto colonial en el que se desenvuelve
el que determinó que exisitera un escaso interés porel pasado
de esas sociedades, excepto en la "corta duración", necesaria
para comprender la estructura del tejido social y, sobre todo,
la función de las instituciones. Al colocar el acento en la
institución como un molde coercitivo y supraindividual, el
funcionalismo de raíz durkheimiana, tanto como la Antropo-
logía cultural norteamericana, ignoran al individuo como
sujeto histórico y, por lo tanto, lo consideran incapaz de tomar
decisiones que modifiquen el molde cultural y social en el cual
está inserto.
Desde la perspectiva del Antropología funcionalista, la
Historia tradicional, que se caracterizaba por preocuparse de
la sucesión de hechos singulares, con una clara relación
causa-efecto, resultaba irrelevante para comprender la es-
tructura y la función de las instituciones.; Es así que, por la
singularidad que se le atribuye al hecho histórico, se acusa a
la Historia de incapacidad para establecer generalizaciones
como las que desarrolla la Antropología, preocupada por
establecer las regularidades de los fenómenos sociales.
Las más significativas diferencias entre la Historia y Antropo-
logía Social, tal como esta última se había desarrollado bajo
el influjo de Malinowski y de Radcliffe-Brown, radican en la
distinta importancia que se da a los acontecimiento antece-
dentes. Esta distinción tiene su propia historia. Guando
Raddiffe-Brown estaba proponiendo que la Antropología se
preocupaba por determinar la "función social" de las institu-
ciones, la Historia se volcaba sobre dos vertientes principales:
o bien se ocupaba de los hechos notables sin mayores
intereses interpretativos o bien desarrollaba las teorías evo-
lucionistas o dif usionistas para explicar las grandes etapas del
desanollo de la humanidad, etapas que, a su vez, también se
distinguen por su especificidad irrepetible. Comentando el
rechazo de los funcionalistas a la Historia, Lewis (1972:14)
señala que, en Inglaterra, la tradición sociológica de Weber y
Durkheim tuvo más defensores que la Historia, considerada
espuria o conjetural. Para el funcionalismo el presente debía
enterderse en términos de su estructura contemporánea, o
sea como elementos interdependientes como parte de un
conjunto mayor, donde cada parte "funcionaba" para soste-
ner la integridad total. Esto dio de inmediato a las sociedades

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y estructuras sociales asi concebidas una intemporalidad que
las situó fuera de la Historia y originó lo que M.G. Smith ha
denominado con propiedad la "falacia del presente etno-
gráfico".
Lo cierto es que, a su manera, los antropólogos funciona-
listas, sobre todo los africanistas, estuvieron haciendo histo-
ria. Les interesaba la historia de los sistemas de autoridad o
las genealogías, recuperadas especialmente por medio de la
historia oral. Es decir, una historia que se adecuara a un
problema central para ellos, el del cambio social. Es una'
historia "de corta duración", que permitía dar cuenta de los
procesos de cambio desde la perspectiva de los cambios en
las instituciones dentro de la estructura social. Como lo
veremos más adelante, muchos etnohistoriadores andinos
estuvieron fuertemente influidos por los ejemplos africanos
brindados por Max Gluckman, Evans-Pritchard, Audrey Ri-
chards o Meyer Fortes, entre otros, lo que les permitió
efectuar renovadas preguntas a la documentación colonial,
en especial las crónicas del siglo xvi, que habían recogido la
historia oral sobre el pasado precolombino. Siempre dentro
de ese influjo funcionalista, una nueva exégesis de las
crónicas permitió formular hipótesis originales sobre temas
económicos y las estructuras de poder, tal como lo ejempli-
ficaremos al analizar los aportes de John Murra.
Ahora bien, es evidente que ni esta visión sesgada y parcial
acerca de la Historia que hacían los historiadores, ni la que
practicaban los mismos antropólogos, basada casi exclusiva-
mente en la tradición oral y a la que llamaban Etnohistoria, se
compadece con otras metodologías históricas que se esta-
ban practicando simultáneamente en Europa a partir de los
años 30 para interpretar el pasado el mundo occidental. El
estudio de los hechos singulares y que distinguían a las
esferas dirigentes estaba siendo abandonado o caía en-
descrédito a partir de la Primera Guerra Mundial, dejando
espacio para la Historia Social que se manifestaba en el
análisis de la familia y la demografía, las crisis económicas y
ecológicas, y la cultura social. En Francia ya estaba en
marcha no sólo la Historia Social, sino también aparecían los
primeros estudios que hoy se han clasificado dentro de la
Historia de las Mentalidades, cuyo impacto sobre la Et-
nohistoria más reciente será comentado más adelante.
La forma restringida de Etnohistoria, tal como la practica-
ban los antropólogos africanistas, se considera perimida en

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los criterios modernos. En primer lugar porque imponía una
distinción estigmatizante entre pueblos civilizados y pueblos
ágrafos. Por el otro, porque se negaba a reconocer las
realidades de la situación colonial, y se despreciaba, así, una
enorme cantidad de recursos metodológicos que, como
veremos, enriquecen enormemente la investigación etnohis-
tórica.
Los africanistas se preocupaban especialmente por los
linajes, situaciones de poder-autoridad, familias, propiedad,
pero siempre limitados al corto tiempo de la memoria oral. De
más está decir que la memoria generalmente está manipula­
da por los intereses sociales o políticos y que, sin constrasta-
clones documentales independientes, toda reconstrucción es
incontestablemente parcial, subjetiva e insuficiente. Por el
contrario, lo que resulta realmente apasionante es seguir el
proceso de cambio de las instituciones a través de la "larga
duración", en términos de Braudel. Es necesario conocer ia
multiplicidad de funciones que una institución concreta puede
ejercer en diversos marcos temporales y espaciales, con lo
cual se acrecienta y profundiza nuestra comprensión sobre
las propiedades esenciales de las instituciones, especialmen­
te de su flexibiidad y viabilidad. Aún desde un punto de vista
funcionalista, tal como lo expresa Lewis (1972), por ejemplo,
resulta beneficioso que la historia actúe como el marco
comparativo, tan caro a la Antropología, no ya entre socie­
dades distintas, sino en tiempos distintos. En ese sentido la
Historia ofrece especiales oportunidades para una más pro­
funda comprensión del pasado de las instituciones y para
examinar el valor del particular análisis estructural.

2. El particularismo boasiano y el relativismo cultural

En los Estados Unidos, la figura de Franz Boas tuvo un papel


fundacional en la Antropología académica de su país y su
obra fue continuada por sus numerosos discípulos, aunque
probablemente no se pueda hablar de una teoría boasiana, a
lo que se suma además el hecho de que entre sus sucesores
se encuentren líneas teóricas y metodológicas muy dispares
entre sí. Sus trabajos se caracterizaron por la negación tanto
del evolucionismo morganiano como del difusionismo extre­
mo y-por el énfasis puesto en el particularismo histórico. Boas
negaba la validez de las generalizaciones, argumentando que

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fueron construidas con rasgos seleccionados, y que el desarro­
llo de los conocimientos antropológicos de su época no
permitía avanzar en la formuación de leyes culturales. Enfa-
tizando la importancia del trabajo de campo, Boas asentó las
bases de una escuela que eludía las teorías y se enfrascaba
en la búsqueda de los hechos particulares, contextualmente
organizados, fundando un funcionalismo cultural que difería
del funcionalismo socio-institucional de la escuela británica.
Es por ello que la Antropología norteamaericana se va a
caracterizar por el énfasis puesto en lo descriptivo. Al mismo
tiempo, Boas establece claros criterios de diferenciación en
los procesos de cambio de la cultura, la lengua y la raza (Boas,
1948), afirmando qué debían ser analizados en forma inde­
pendiente. Con estos argumentos Boas se oponía al determi-
nismo económico del materialismo histórico y consideró a la
cultura como una variable independiente que podía explicar­
se por sí misma, sin el contenido social que le daba signi­
ficado. Su negativa cerrada a aceptar la formulación de leyes
culturales, o aun de efectuar cualquier síntesis sobre el
método comparativo, lo condujo a un inductivísmo militante y
a rechazar cualquier tipo de propuesta deductiva o marco
teórico para interpretar las culturas. De allí que su par­
ticularismo histórico derivara en un relativismo cultural, ya
que cada grupo étnico tiene una historia única que se debe
en parte a causas internas, incluidas las psicológocas, a las
que Boas otorga una gran importancia, y en parte a influencias
externas y que resultan de los procesos-de endoaculturadón.
Esta corriente se destaca por el respeto de los valores y las
costumbres de cada sociedad, y procura que el investigador
controle su etnocentrismo. La mayor crítica que ha recibido
esta postura reside en que la pretendida objetividad y prescin-
dencia esconde, en realidad, un deseo de conservar las
sociedades en su estado de indenfensión frente a los poderes
externos mediante el aislamiento cultural, con sus-con­
secuentes implicancias políticas. El respeto por las diferen­
cias terminó por consolidar la inferioridad de las sociedades
menos desarrolladas frente a las hegemónicas.
Esta modalidad especial de Boas de recontruir la historia
particular de cada sociedad, llevó a uno de sus discípulos,
Atfred Kroeber, a afirmar que Boas, en definitiva, terminaba
en una descripción sincrónica de los hechos, acusación de la
que Boas se defiende diciendo que las historias particulares
son las únicas legitimas en el estado del conocimiento de su

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época. La labor descriptiva, fundamentalmente inductiva,
ocupa así el centro del modelo metodológico. Y en lo que se
refiere ai tema de interés en este libro, debemos destacar que
este modelo descriptivo-funcionalista y de particularismo
histórico tiene una notable influencia en algunos de los
autores que, como John Rowe, tendrán un peso decisivo en
el desarrollo de la etnohistoria andina, y se verá reflejado
también en ei pian discursivo de un libro tan fundamental en
la etnología americana como el Handbookof South American
Indians, aunque se haya realizado bajo la inspiración del
neoevolucionista Julián Steward.

3. El neoevolucionismo

En los años inmediatos a la posguena, en los Estados Unidos


se desarrolló una corriente de pensamiento liderada por
Leslie White y Julián Steward que permitió dejar a un lado los
planteos e interpretaciones difusionistas que explicaban el
cambio cultural. Fueron los arqueólogos quienes pudieron
observar y cuestionar los orígenes de las sociedades estata-
les desde un punto de vista generalizador y percibir los
procesos de cambio desde una perspectiva ecológica y
materialista.
Las ideas y propuestas de Steward influyeron en un gran
número de especialistas. Como lo señala Marvin Harrís,
.Steward pudo relacionar los aspectos ecológicos locales con
la capacidad productiva, sin caer en particularismos ni deter-
minismos geográficos. Estos aspectos conformarían ei mar-
co explicativo de la conducta social e ideología de las pobla-
ciones indígenas. Sus preocupaciones principales se re-
lacionaban con la explicación de los orígenes de civilizaciones
en China, México, Mesopotamia, Perú y Egipto, dentro de una
perspectiva neo-evolucionista que planteaba secuencias de
desarrollo paralelo hasta conformar estados complejos. Los
resultados de este nuevo impulso se observa en la edición de
los seis volúmenes del Handbook of South American Indians
(1946-50), donde más de 90 especialistas colaboraron con
sus investigaciones, organizadas por Steward con un criterio
areal, y redasif¡cadas más tarde en "tipos culturales". Hay que
observar, no obstante, que no todos los trabajos reflejan este
modelo neoevolucionista. En buena medida el historidsmoy
el particularismo boasiono están presente en muchos de los

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artículos del Handbook. En estos volúmenes resulta de
especial significación el capítulo dedicado a los Incas, escrito
por John Rowe. Este trabajo es la fuente más consultada
sobre el terna durante al menos los dos decenios posteriores,
porque sienta la bases de una etnohistoria descriptiva (aun-
que como lo veremos, sincrónica en sí misma), basada en una
rigurosa compulsa de las crónicas, constrastadas a su vez
con la información arqueológica.
Los etnohistoriadores americanistas de los años 50-60
supieron hacer una síntesis muy fértil del neo-evolucionismo,
el historicismo y el funcionalismo, aplicándolos al análisis de
las viejas crónicas de los siglos xvi y XVII. Fueron aplicando
cortes temporales sincrónicos en el pasado anterior a la
conquista y reconstruyendo las estructuras e instituciones
sociales de los períodos imperiales Azteca e Inca y sus
inmediatos precedentes. El interés por las relaciones entre la
sociedad y el Estado comienza por ofrecer los primeros
enfoques donde se plantean los cambios y co/iflictos produ-
cidos por la presencia y el dominio de los estados en
Mesoamórica y en los Andes sobre las sociedades conquista-
das.

4. El estructuralismo francés

A partir de los años 60, to que podríamos denominar como la


nueva escuela etnohistórica americana recibirá también el
impulso, como se verá, de la corriente estructuralista france-
sa, liderada por Claude Lévi-Strauss, y fuertemente influida
en su origen por la sociología de Marcel Mauss. Esta escuela
también tendrá un carácter sincrónico, pero proveerá a los
etnohistoriadores americanistas de importantes recursos
metodológicos para la comprensión de las categorías nativas
de pensamiento y los principios subyacentes del sistema de
parentesco. En especial, podemos señalar la búsqueda de
modelos que simplifican la realidad en virtud de pares de
oposiciones; derecha/izquierda, arriba/abajo, femenino/
masculino, u otras similares que conformaron modelos analí-
ticos utilizados para comprender la vida social y el parentesco
en particular, las instituciones o el simbolismo religioso, tal
como se reflejaban en las crónicas y en las fuentes coloniales
en general.
Dentro de la Antropolog ía, no sólo la Etnografía culturalista

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y la más reciente Antropología Estructural liderada por Lóvi-
Strauss, consideraban irrelevantes y contingentes a los he-
chos históricos, ya que el sujeto social estaba ausente como
creador y modificador de la cultura, "...después de C. Lévi-
Strauss, no queda sitio para una cierta concepción humanis-
ta de la Historia, sea evolucionista o 'existencial'" (Ipola
1975:344). También la Arqueología siente que la Historia, por
humanista, es a-científica, y, por lo tanto, desdeñable. Para
el antropólogo el tiempo quedaba detenido en el momento de
hacer sus observaciones en el campo. Buscaba estructuras
y trataba de construir modelos explicativos, sin preocuparse
por las raíces temporales de las estructuras, ni por el, detalle
de los acontecimientos que definen en definitiva las
transformaciones. En el debate entre la Antropología Es-
tructural y la Historia, las estructuras mentales son la realidad
- y abandonan el análisis de las prácticas individuales o guípa-
les como irrelevantes al conocimiento profundo y total. La
Etnohistoria asume el modelo lévistraussiano para analizar
estructuras simbólicas y de parentesco, utilizando las fuentes
de la historia colonial. Si bien las construcciones resultantes
no siempren tienen el apoyo empírico necesario, dada la
fragmentación de la información de los siglos xvi y xvn, no
obstante ello esta teoría aporta categorías de análisis que se
han mostrado muy fértiles para el conocimiento de las
representaciones andinas en los aspectos mencionados. El
posestructuralismo, al tratar de evitar las trampas de las
construcciones extremadamente modelizadas, ha optado
generalmente por utilizar las categorías estructurales de una
manera menos ortodoxa, interrogándose sin demasiados
prejuicios sobre sus transformaciones en la larga duración.

5. El marxismo y la Escuela de Frankfurt

Ningún análisis de las Ciencias Sociales puede ignorar la


influencia del marxismo en el pensamiento contemporáneo y,
en especial, en el desarrollo de nuestras disciplinas en el
ámbito latinoamericano, particularmente entre los años 60-
70, como se observa por el auge de los estudios económicos
y sociales. Podríamos considerar dos formas de manifesta-
ción de las influencias del marxismo: a) explícitas, b) implíci-
tas.
En el primer caso r ^ y ^ f ^ ^ u e r z o por incorporar las

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categorías que se derivan del análisis de la sociedad
latinoamericana dentro de las grandes categorías del mate-
rialismo histórico renovado, influidas por un lado por la teoría
de la dependencia, entre cuyos líderes encontramos a Gun-
der Frank (que se apoya en alguna medida en el antropólogo
EricWolf)y, por el otro, porlateoria de los sistemas mundiales
de Wallerstein..Asimismo, debemos considerar los intentos
de explicar los desarrollos prehispánicos sobre la base del
"modo de producción asiático", que fue una tentativa, a
comienzos de los 60, de responder a la ortodoxia marxista/
morganiana, incorporando una categoría que se apartaba de
las cuatro etapas propuestas por Stalin en 1938.
El auge de la teoría de la dependencia no es un emergente
puramente académico sino que se conecta con los procesos
históricos mundiales, y en especial latinoamericanos, propios
de esas décadas, cuando predominaban los gobiernos mili-
tares autoritarios. Los intelectuales latinoamericanos reaccio-
naron también contra el particularismo cultural que los aislaba
del contexto mundial y los hacía "dependientes" de relaciones
hege'mónicas provientes de los grandes estados, espe-
cialmente de los Estados Unidos. Las dentistas sociales
asumieron un papel militante en los problemas de desarrollo,
y de allí que su principal preocupación se concentrase en las
sociedades campesinas y en los urbanos "marginales", apo-
yándose para ello, también, en el "marxismo estructural"
francés, dominante en esos años, sobre todo en Althusser,
Godelier (1971), o Meillassoux, entre otros. Es necesario
señalar especialmente que el marxismo ortodoxo había
dejado de lado el problema étnico y las contradicdones
derivadas de su diversidad, subsumiéndolo en categorías
sodales. Ese análisis que se reveló como reducdonista e
incompetente para dar cuenta de los conflictos que convul-
sionan al mundo, fue pardalmente modificado bajo la influen-
d a de Gramsd, al incorporar los conceptos de culturas
subalternas y sus reladones frente a las hegemónicas, que se
suman a los aportes del estructUralismo. Sin embargo, los
emergentes culturales derivados de las identidades étnicas
no fueron tratados con el énfasis necesario, que resulta
sustandal desde la perspectiva más actualizada, y que
terminó por convertirse en una barrera difícilmente franquea-
ble para, esta línea del pensamiento sodal.
Donde el impacto del marxisto se revela como más
creativo es en lo que hemos considerado como influendas

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-
implícitas. Estas se manifiestan en la elección las temáticas,
centralizándolas en las relaciones de producción, pero bus-
cando la especificidad del comportamiento dentro de determi-
nada sociedad. Esto ha tenido especial impacto en algunos de
los estudios sobre las relaciones entre la sociedad y los
Estados Inca, Azteca, o Colonial, tratando de identificar las
estretagias grupales e individuales que intervienen en las
relaciones de poder.
En esta línea debemos considerar el concepto de lucha,
aún dejando de lado el de lucha de clases, que ha sido
reconocido como insuficiente para explicar una realidad
mucho más compleja. El problema es analizar el concepto de
lucha como combate activo y ofensivo de un grupo social por
ocupar espacios que dominan otro u otros grupos, no nece-
sariamente definidos por la noción de dase. A su vez, vemos
que hay formas de resistencia pasiva donde distintas estra-
tegias de integración se plantean más bien desde la óptica de
la asimilación o de la incorporación de pautas y prácticas
culturales que permiten el ascenso social. Estas estrategias
generalmente son más individuales que colectivas, aunque
esto no significa que sean aisladas o numéricamemte irrele-
vantes. Del mismo modo, no son siempre conscientes o
expl ¡citas, aunque abundan los casos que pueden clasificarse
como combates por e l reconocimiento social. Buenos e-
jemplos de esto los veremos en los caciques o curacas
andinos. Sin desarrollar este tema por ahora, debemos
recordar sin embargo, que el simple término de lucha no
agota todo el espectro de las estrategias implementadas para
superar las contradicciones y conflictos de la sociedad indíge-
na dentro de su propio sistema y frente al poder hegemónico
europeo. La Escuela de Frankfurt, que se desarrolla en
Alemania durante la República de Weimar.'en las décadas del
20/30, tuvo una fuerte Influencia, a través de Mar cuse, sobre
las revoluciones teóricas y políticas de ta los años 60/70. Por
los 80, la Escuela de Frankfurt fue rescatada también por los
antropólogos mexicanos (se puede ver en varios números de
la revista Iztapalapa). Su importancia radica en que la ideo-
logía crítica de la Escuela de Franckfurt insiste en mantener
la tensión dialéctica entre la ideología y el análisis de la
realidad. Por ello el análisis de un tipo determinado de
relaciones de producción no es presentado como una verdad
demostrada, como lo haría un marxista ortodpxo, sino como
un problema sobre el cual es necesario interrogarse. Desde

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esta óptica, la Antropología pudo desembarazarse de las
categorías que se revelaban inoperantes para el análisis de
la realidad del presente y, más aún, del pasado, de las
sociedades indígenas latinoamericanas.
Uno de los postulados de la Escuela de Frankíurt propone
que es incorrecta la relación del marxismo ortodoxo entre
conciencia o ideología verdadera y falsa, siendo verdadera la
que surge del materialismo histórico o de la teoría marxista y
falsa la ideología burguesa. Aun en aquellos etnohistoriado-
res latinoamericanos que no se expresaron explícitamente
por el marxismo, puede notarse que su forma de plantear la
problemática social estuvo frecuentemente inducida por una
preferencia por descubrir las trazas de sometimiento de la
sociedad colonizada, haciendo de ello su tema central. Un
resultado evidente de este enfoque fue el de suponer que
todas las estregias de la sociedad indígena tendían a destruir
el sistema dominante, trasladando el concepto de lo verdade­
ro a las intencionalidades del actor que estaban estudiando,
y produciendo de alguna manera aquello que afirma Haber-
mas respecto al marxismo: "La concepción socialista del
mundo sería la única verdadera porque 'refleja las leyes
dialécticas que dominan la naturaleza y la Historia'" (Haber-
mas, 1 963:162). Cuando se abandona este concepto cerrado
y se produce la apertura necesaria para "escuchar" a los
actores en sus propios discursos sin prejuicios ideológicos
(aunque no sin teoría interpretativa), los etnohistoriadores
también pudieron prestar atención a otros tipos de eviden­
cias, como por ejemplo las representaciones del poder implí­
citas o explícitas en los expedientes judiciales, ias contra­
dicciones o convergencias entre prácticas y representacio­
nes, la valorización de algunos aspectos de la cultura europea
que los ind ígenas incorporaron como parte de sus estrategias
de ascenso social, así como la critica a algunos aspectos (no
siempre los mismos) del sistema de dominación. Se ha
aorendido también a distinguir entre discursos y prácticas de
los descendientes de las antiguas élites indígenas, y aquellas
que corresponden a los hombres "del común", que antes eran
metidos dentro de la misma bolsa.
El análisis de las estrategias de todos los grupos sociales
involucrados en e! proceso colonial revela que éstas ponen al
descubierto dos aspectos fundamentales que la Antropolog ía
había descuidado hasta el momento, demasiado atrapada
todavía (aunque no lo admitiera) por el sincronismofuncional-
estructuralista. En primer lugar, los antropólogos andinos
(aunque esto no se reproduce de igual manera en toda
América latina), descubren que las estrategias cambian y se
adecúan a las coyunturas de cada momento histórico, y que
resulta ineludible disponer de una perspectiva de larga, o al
menos, de media duración. En otras palabras, que si no se
considera la variable temporal o procesuai, no se comprende
el presente. Pero a esto hay que agregar que, casi como una
consecuencia inevitable, las estretegias coloniales no eran
opciones libremente elegidas, sino codicionadas por una
sociedad que se expresaba no sólo en clases, estamentos, o
sectores sociales, sino a través de instituciones informales
-pero también formales-que no podían ser ignoradas, como
se había hecho hasta entonces.
Como un comentario adicional debemos anotar que, a
través de estos marxistas y neomarxistas, la perspectiva
históiica del largo plazo se "infiltra" en la Antropología, en
especial en regiones como el Perú, por la evidente continui­
dad que se observa entre el pasado y el presente y a pesar
de los cambios y rupturas que se producen en el transcurso
de los siglos.

6. La Historia Social

Ya en 1929 comienzan a publicarse en Francia los Annales


d'Histoire Economique et Sociale, que posteriormente se
llamarían Annales, Economies, Sociétés, Civilizations. En
Inglaterra, casi simultáneamente, se inicia la edición de
Economic History Review. Los nuevos enfoques provocaron
frecuentes y acidas polémicas, que se reflejaron parcialmente
en el famoso libro de de Luden Febvre Combáis pour
l'Histoire. Combates que fueron siendo progresivamente
ganados por las nuevas corrientes, no sin cierto ejercicio de
"terrorismo intelectual" típico de los movimientos académicos
que comienzan a surgir y deben imponerse. En Inglaterra
Past and Present se convirtió en una poderosa rival do
Annales, logrando penetrar en los Estados Unidos, que
desconocían la producción francesa. Pero no sucede lo
mismo en América latina, donde la escuela francesa tiene
amplio arraigo, a través sobre iodo de la obra de Fernarul
Braudel El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en la rp< >c\i
de Felipe II. Esta influencia tiene consecuencia decisivas en
el desarrollo de las escuelas de etnohistoria de los países
latinoamericanos, cuyos historiadores de vanguardia, prime-
ro encerrados en la vertiente cuantitava de la vagamente
lia/nada "escuela de Armellas", con el tiempo se abrieron sin
mayores dificultades a las perspectivas etnohistoricas, y
aunque sus desarrollos ¡ocales se originan en el funcionalis-
mo norteamericano, luego derivarán hacia un enfoque simi-
lar, aunque parcialmente independiente, al de la Nueva
Antropología histórica francesa.
La Historia Social europea no sólo reniega del empirismo
precedente, sino que, por su temática, se abre al resto de las
ciencias sociales, tomando de ellas problemas y temáticas e
influyendo a su vez sobre ellas al comenzar a traslapar el
vacio que las sepaiaba y haciendo que la Sociología y la
Antropología terminaran por aceptar el enfoque histórico del
tiempo largo para explicar las tr ansformaciones de las estruc-
turas y las instituciones. La mayoría de las publicaciones
periódicas "reflejan los nuevos vientos" dice Lawrence Stone
(1S86): Comparativo Studies m Socioty and History; Journal
of Interdisciplinary History; Journal of Social History; Compu-
téis and the Humanitios; I hstoncal Molhods Newsletter; The
Hisiory oíChilhood Quurtcily; Journal uf i'sycho-llistory and
Family History.
Los canales de relación entie la I listona y la Sociología so
abrieron a través de Lmile Uuikhenn y Max Webei que
ofrecían un refugio teórico válido para quienes no aceptaban
ni el marxismo, que pujaba seriamente por el pn 'dominio en
las interpretaciones sociológicas e históricas, ni al influyente
sociólogo norteamericano Talcott Parsons. Por consiguiente,
^volvieron con alivio a estos clásicos del siglo xix o principios
XX. En este sentido la Historia reconoce-las mismas raices
sociológicas que la Antropología, pero, a diferencia do ésta
última, la incorpora en un marco de larga duración.
La Historia social francesa se abrió hacia muchas temáti-
cas y metodologías diferentes. Así como por un lado se volcó
hada la Historia cuantitativa, (historias de precios, con F.
Simiand y Lrnest Labrousse con evidente deuda hacia la
sociología británica y norteamericana) o la agraria y rural con
Georges Lefebvre, por otro comienza a preocuparse por los
aspectos culturales y simbólicos de la sociedad. Surge as! la
¡¡amada Historia de ¡as Mentalidades, que reconoce una
cierta paternidad en los trabajos de Georges Duby y Robert

22
Mandrou y más tarde en la obra de Marc Bloch Los reyes
taumaturgos, entre otros.
La Historia de las Mentalidades pasa del análisis de las
representaciones de las élites a las de la cultura popular,
recurriendo a memoria oral, gestualidad, simbolismo pictóri-
co, folklore, artesanías y temas y metodologías similares. Se
ocupa de las actividades colectivas e individuales frente a la
vida, la muerte, la salud; ei hombre en íamiiia, e! niño, ¡a
educación informal; la violencia, el amor, la felicidad, la locura,
¡a marginación, el imaginario y lo maravilloso. Los recursos
metodológicos son tan variados como lo exige su temática, y
tanto utiliza la literatura de cordel (en España) o el libro azul
(en Francia) como largas series de testamentos o la ar-
queología de los cementerios (Vovelle,1991). Entre sus
representantes podemos mencionar a Jaques Le Gofí que
inagura el término Antropología Histórica, a Philipe Aries,
Francois Furet, o Michel Vovelle, entre ios nombres más
reconocidos.

II. La Antropología, la Historia


y las restantes Ciencias Sociales
en el presente

En !;i última década la intorrelación de las Ciencias Sociales


su ha Mocho cada vt;z más frecuente. Al mismo tiempo es
también más difícil establecer límites claros entre ellas. Cada
ui 1a de Lis antiguas disciplinas fia tenido desarrollos divcrg». •"
tes, según las líneas de pensamiento a las que adherían o a
los países donde se las cultivaba. La demografía, por ejem-
plo, fue una de las pocas Ciencias Sociales que se volcó
decididamente hacia la Historia para ampliar su base empí-
rica. Su extraordinario auge on ¡as últimas décadas se explica
a raíz de interdisciplinariedad sobre la cual ha basado su
desarrollo y que continúa vigente y renovada. Una prueba de
ello son los numerosos trabajos que contrastan los datos
demográficos con fuentes etnohistóricas muy diversas, de
modo tal que permiten incluso, dibujar hipótesis sobre estruc-
tura social, simbolismo y poder.
La sociología de posguerra, por su parte, a diferencia de
la que habían producido los grandes pensadores del período

23
anterior, había quedado atrapada en una visión completamente
estática de la sociedad, en especia! por su dependencia de las
/ encuestas y los análisis estadísticos. En realidad quedó
prisionera de un positivismo extremo, que no era ajeno a la
mayor parte del pensamiento científico moderno y con el cual
las antiguas humanidades trataban de mimetizarse. Esta
corriente, especialmente vigente en los Estados Unidos,
encuentra su contraparte en el pensamiento sociológico
francés y en la Historia Social que comienza a desarrollarse
en la década de los treinta, pero que tendrá una tardía
influencia entre los científicos sociales norteamericanos.
En general todos los historiadores de la cultura prestan
atención a actores ignorados hasta entonces, (es el "regreso
del actor" como lo expresa Alain Touraine, 1087) no sólo
porque se ocupan de los sectores populares de la población,
sino también porque rescatan el papel de ciertos articulado-
res sociales, como funcionarios, curas, maestros, médicos,
notarios e incluso a los articuladores marginales como los
bandoleros, los herejes, las brujas o curanderos (o estu-
diando, como lo hace Foucault, las redes de poder no
formales o institucionales). Es una historia donde lo social,
como fenómeno colectivo, se expresa tanto a través de
comportamientos recurrentes, susceptibles de análisis estadís-
ticos, cuanto de los actores individuales que le permiten
visualizar, sobre un marco de realidad concretada en per-
sonajes específicos, parte de un entramado mayor de
relaciones y representaciones simbólicas sobre el mundo y la
cultura. Un buen ejemplo de esta forma de hacer historia es
el libro de Cario Ginsburg El queso y los gusanos, donde el
personaje es un típico hombre entre dos culturas. Esta obra
incursiona en la intertextualidad del pensamiento del perso-
naje, tal como se manifiesta en los documentos de su proceso
por herejía, y su enfoque metodológico se aproxima al
posmodernismo antropológico y sobre todo literario. Estos
trabajos nos enseñan que es necesario considerar el grado de
libertad de acción individual que permanece vigente al produ-
cirse el cambio social. En este sentido, la estructura social no
es un sistema rígido de relaciones, sino un abanico de
oportunidades para el ejercicio de la voluntad, que se expresa
en forma tanto individual como colectiva. Muchos de los
reclamos colectivos, violentos o pacíficos son rn anif¡estaciones
en defensa de una supuesta ética social -el deber ser- frente
a los abusos de las clases hegemónicas. Es más, lo que para

OA
el antropólogo posfuncionaiista Morton-Williams (1972:41) es
"un orden moral" que refleja los conflictos sociales, para el
historiador británico neomarxista E.P. Thompson será !a
lucha por una "economía moral" (Thomposon, 1984).
El análisis posestructuralista más reciente ha tenido en
cuenta este ejercicio de elección de oportunidades, y de allí
que de la pintura de una sociedad pautada hasta el absurdo,
como la planteaban algunos estructuralistas tradicionales, se
haya pasado a considerar el conflicto y las circunstancias
particulares del o de los actores, históricamente analizado,
como causal de las transformaciones de la estructura global.
Un ejemplo de este enfoque puede observase en un reciente
trabajo de etnohistoria o de historia retrospectiva de Nathan
Wachtel (1990). Según Alain Touraine, el actor no es un
simple reflejo de las contradicciones de ia sociedad, sino que
participa y resignifica los contenidos sociales. Por lo tanto, ia
Sociología moderna, como la Historia y la Antropología no
sólo se ocupan de las relaciones sociales de producción,
como lo propone el marxismo, sino de las de reproducción
social y sobre todo cultural, en términos de vida cotidiana
o de cultura popular (véase por ejemplo la producción de
G arda Canc!ini)._De esa manera aparece una nueva temática
que invade el espacio de todas las ciencias sociales, incluida
la Etnohistoria: el análisis de las estrategias de reproducción
social. Entre ellas se consideran las colectivas y también las
individuales, las de resistencia a ia opresión y el ascenso de
los indígenas y los mestizos a niveles más altos de la
estratigrafía social, así como los procesos de diferenciación
y los conflictos que se producen en el interior de cada uno de
los estamentos de la sociedad, sea el nativo, el mestizo o el
europeo. Las redes de relaciones y la emergencia de nuevos
espacios e instituciones de poder en todos los niveles de esa
jerarquía son objeto de especial interés en los estud ¡os rnas
recientes.j
La consecuencia más inmediata fue el reconocimiento de
las situaciones de crisis, sobre las cuales se podían proyectar
lasestretegias alternativas que, a su vez, iban provocando U - ;
cambios en las relaciones sociales de producción y e n lo:;
reposicionamientos de los individuos en las escalar, j-.-ráiqui
cas de-la sociedad. Y desde este punto se replantean, ¡x.u u n
lado, la noción de crisis, que dejará do estar v i n c u l a d a a
sucesos extraordinarios, y, por el otro, se o m i n e n . M a v i . n a
tizar al individuo corno un actor respon:;at>l<! <)•• lo:. < ai a l o .•.
de la sociedad y no meramente como integrando una masa
informe de miembros anónimos sin capacidad de protagonis-
mo (Balandier 1990). Uno de los principios que toma la teoría
del caos de autores como Gurvitch y otros sociólogos, es que
el modo de ser de lo social es de carácter dramático. Un drama
que se manifiesta en sentido horizontal - e n el interior de los
grupos sociales-yverticalmente-entre grupos jerárquicamen-
te diferenciados. En consecuencia no es la perennidad ni el
orden lo que imperan en las sociedades, sino que el desorden
trabaja permanente - y no ocasionalmente- para provocar los
cambios. Gurvitch ha insistido en que "lo social es a la vez 4o
creado y creador". En este sentido la libertad humana es
"condicional y relativa;, ni un absoluto ni una voluntad sin
límites, no existe sino en relación con los determinismos,
inserta [....] entre fa contingencia y la necesidad, lo disconti-
nuo y ¡o continuo" (Balandier 1990:73). En suma el desorden
se inscribe en el orden; es una libertad parcial para modificFr"
el orden, o las estructuras preexistentes.
El orden es visto como un orden anterior, un modelo de
deber ser. El presente es generalmente percibido cerno
época de crisis, de desorden, de ruptura. Los actores se
mueven dentro de las opciones presentes para reencontrar el
orden perdido o construir uno nuevo.
La fértil interrelacíón actual entre Antropología e Historia
permite, por su mayor flexibilidad, incorporar estos nuevos
modelos sociológicos que, de alguna manera, y tal vez de una
forma un tanto intuitiva, fueron siendo metodológicamente
utilizados por la Etnohistoria americana más reciente. De más
está decir la importancia que puede tener esta teoría para el
estudio de las sociedades prehispánicas, en tanto otorgan urt
instrumento metodológico para interpretar las categorías
simbólicas y el concepto del tiempo y de la historia. Hasta el
momento no hemos visto aplicaciones explícitas de esta
teoría en los estudios andinos, pero, al comentarla, pretende-
mos anticiparnos a los posibles frutos que de ella pueden
derivarse.
Desde esa perspectiva, lo que la Etnohistoria ha hecho en
losúitimos tiempos es tratar dejdentificar el mayor número de
variables qué intervienen eo^sjejueqo_de l a sociedad que
ó^31a~eT¡Fe"etm^elace^ presente - e l desorden-,
y_jdjñúévó''m^.§íx)'írjo. sea el nuevírorden' qW'se' quiere
conjgj^ífijaunque sea la utopía de recuperar el pasado con
fines de reivindicación política).

26
En la larga duración, el último libro de Wachtel (1990) sobre
los Chipayas puede ser un ejemplo de como puede operar el
etnohistoriador, identificando los elementos y redes que
componen la estructura de un determinado grupo social, para
interrogarse sobre los procesos y alternativas orden-desor-
den, tanto desde lo empírico como desde lo representacional,
a lo largo de cinco siglos de historia de ese pueblo. Las
diferentes respuestas ante el azar y la contingencia, lo que en
otros términos tal vez menos filosóficos podemos llamar
estrategias frente a los cambios internos y las presiones
externas, constituyen el paisaje histórico y social que como un
hilo de Ariadna nos conduce desde el presente al pasado y de
nuevo al presente.
La Antropología de los últimos veinte años han sido testigo
de cambios muy acelerados, tanto en sus concepciones
teóricas como en los recursos metodológicos. Los nuevos
enfoques simbólicos, liderados desde la perspectiva cogniti-
va, permitieron considerar simultáneamente la conducta
fenoménica de la sociedad, considerada como su aspecto
etic o manifiesto, observables a través de sus regularidades
estadísticas y, al mismo tiempo, lo que Ward Goodenough
llamó ideacional o emíc (en la terminología de Kenneth Pike),
que no es propiedad de la comunidad sino/ie sus miembros
(1975:37). En un análisis de otro orden podríamos decir que
las perspectivas eticy emicrepresentan la oposición del uso.
de categorías universales provenientes del esquema general
provisto por las teorías científicas, versus la reconstrucción
del operador significativo particular de una determinada
comunidad. En general la Antropología cognitiva reduce Ja
cultura a lenguaje (reconstruyendo los paradigmas clasifica-
torios), dejando fuera importantes sectores de la cultura que
no son reducibles a la dimensión lingüistica.
De la Antropología cognitiva se pasa rápidamente a la
Antropología simbólica y a la interpretativa y luego a la
"posmoderna" (Clifford Geertz, por ejemplo participa en
alguna medida de las tres). La posmoderna, aun más que las
anteriores, abreva en la obra de Foucault (y en menor medida
1
en la historia de las mentalidades) y se vuelca decididamente
hacia la filosofía y la lingüística, en especial en el análisis del
discurso siguiendo el deconstruccionismo de Jaques Derrida
y en el análisis literario de Mijail Bajtin. Del mismo modo, la
nueva historia cultural y en buena medida la sociología
contemporánea, cuyo representante más conspicuo es Pie-

27
rre Bourdieu, se encuentran profundamente marcadas por
Foucault, Derrida y Bajtin, que se alian con la temática
antropológica que ya estaba presente en la escuela de
Annales, aun antes de la aparición de estas corrientes
posmodernas, pero que parecen cada día popularizadas.
Foucault cuestiona el principio rector de la historia social:
que la sociedad en si misma es la realidad que debe ser
estudiada, aunque sin ubicarse en latradicional historia de las
ideas del idealismo alemán. Abandona el concepto de causa
y efecto, y la reemplaza por sus "genealogías" de sucesos
singulares, buscando un punto inicial en una cadena de
acontecimientos pero no en el "origen" en el sentido causal de
los mismos. En estas singularidades, que se focalizan en los
discursos, Foucault investiga la cultura a través de la tecnolo­
gía del poder, observando los mecanismos legales, bu­
rocráticos o los descubrimientos técnicos que permiten ejecer
el poder en hospitales, asilos o prisiones. El poder no es
privativo de una clase, la burgesía o del Estado: es una
estrategia, atribuíble a funciones, ordenamientos burocrá­
ticos, maniobras, tácticas y técnicas (O'Brien, 1989:34-35).
El poder, además, no es sólo represor, puede ser también
creativo, y sobre todo es capaz de generar su propia legiti­
mación.
El rechazo de los historiadores académicos al método de
Foucault, produjo su relativo aislamiento durante la década
del 60, a pesar de lo cual su modelo de trabajo fue ganando
progresivamente mayor predicamento. En realidad muy po­
cos historiadores toman su "anti-método", pero han adoptado
su temática y algunos de sus enfoques. Sin embargo, hay un
cierto rechazo a aceptar su descontextuación de ios procesos
sociales y políticos, que para la mayoría de los historiadores
continúan estando dentro de su específico campo de estudio.
El rechazo de los factores sociales y políticos y a consi­
derar a la cultura como un emergente de ellos, o en otros
términos,a proclamar la independencia de la reproducción
cultural, ha tenido más adeptos en la Antropología y la
Sociología que en la Historia.
Dentro de una corriente similar se encuentran los trabajos
del antropólogo Clifford Geertz, que además de buscar la
interpretación de las culturas en la perspectiva de los actores,
niega la influencia de la sociedad y el poder mundial sobre
cada contexto local. Para Geertz, el análisis o la interpretación
debe basarse más en lo que se dice sobre la conducta pública
de un pueblo que sobre lo que se hace. Es la lectura de los
contenidos simbólicos de la acción, interpretados como sig-
nos. Geertz rechaza la explicación causal" y enfatiza los
particularismos. Se ha ocupado de temas históricos, por
ejemplo en su libro Negara, donde su objeto de estudio es la
política en Bali, a través del análisis de un ceremonial público,
el negara, donde se despliegan los estatus y la dramatización
de los ideales políticos. Poniendo el acento sobre el drama,
como estructuración de los juegos políticos, Geertz es tan
sincrónico como cualquier estructuralista, aún cuando trata
temas históricos. Sostiene que "el hombre es un animal
suspendido en el tejido de sus significados, que él mismo teje"
(citado por Aletta Bíersack 1989: 80). Como lo expresa la
misma autora, le interesa el tejido, pero noel proceso de tejer,
la estructura, pero no la historia de sus transformaciones.
Algunas de las obras más recientes del antropólogo
M arshall Sahlins también han tenido mucho impacto sobre los
historiadores. En su Histórica! Metaphors and Mythical Rea-
lities, encontramos un renovado intento de convivencia entre
el estructuralismo y la Historia. Para ello Sahlins se apoya en
. la historia social de la escuela de Annales, y en especial en los
conceptos de larga duración elaborados por Fernand Brau-
del. Considerando que es falsa la aparente irreductibilidad de
la relación estructura/suceso histórico, Sahlins parte del
punto donde tanto Braudel como Lévi-Strauss la dejan,
comenzado por repensar esa relación en términos dialéticos.
En su Histórica! Metaphors reconstruye la historia de los más
tempranos contactos entre el Capitán Cook y los hawaianos.
Para Sahlins, el gran desafío de la Antropología histórica es
saber no sólo cómo las culturas ordenan las categorías
(estructuras) sino también como se reordenan a lo largo de los
procesos históricos. De esta forma las estructuras se resig-
nifican y revalorizan dentro de cada coyuntura histórica. En
oposición a los criterios de Clifford Geertz, Sahlins acepta que
el cambio cultural puede estar inducido externamente, pero
admitetambién que es "indígenamente orquestado".
La posición de Sahlins está muy próxima a la de Bourdieu,
para quien la estructura y los hechos están ¡nextrincablemente
ligados. De allí que representaciones y prácticas conformen
una totalidad que está condicionada pero también condiciona
la conducta de la comunidad y de los individuos que la
integran. El enfoque de Bourdieu está teniendo un gran
impacto en las investigaciones actuales y comienza a hacerse
también relevante en los estudios andinos más recientes
(Pizarro 19S1 y 1992).
Lo que podríamos llamar mayor apertura o flexibilidad
teórico- metodológica de estos autores, provoca también una
mayor replicación de sus categorías de análisis y conceptos
interpretativos en otros colegas. En el caso de la Etnohistoria
andina que trataremos con cierto detalle, es poco común
encontrar citas a los modelos adoptados por los autores.'pero
un estudio preciso de la producción más reciente revela una
convergencia notable en los enfoques. En el caso de Sahlins
no sería imposible que la Etnohistoria andina le haya servido
en realidad como modelo para sus estudios orientales.
/ ' D e l mismo modo, otro autor de gran impacto actual como
Bajtiri, aporta su concepto de dialogía que se funda en ia
relación existente entre enunciados ("voces") individuales o
colectivas y de éstos con los acontecimientos políticos y
sociales. Supone asimismo que el discurso contiene las voces
del pasado (tiempo), la cultura y la comunidad. Revela, en
otros términos, la orientación social de los enunciados que
presuponen la existencia de una intertextualidad que recono­
ce en todo discurso la pluralidad o la otredad. La Antropología
posmoderna ha incorporado estos principios tanto para
deconstruir los propios discursos de los antropólogos (a
veces en un ejercicio estéril y casi cínico), en otros para
eliminar la monología del discurso académico, incluyendo las
voces de los informantes sobre los cuales se construye el
análisis y la interpretación etnográfica (Reynoso 1991).
En Historia (Hunt 1989) y en Etnohistoria este modelo
teórico-metodológico tiene diversas derivaciones. El reconoci­
miento de que todo discurso contiene lo dicho y lo no dipho,
los silencios y lo silenciado, también conduce a observar las
inversiones de sentido, y está permitiendo un análisis de
fenómenos, discursos y representaciones plásticas que no
habían sido debidamente valorizados. Los estudios sobre la
fiesta y el carnaval -incluyendo el "charivari" francés (Le Goff
y Schmitt 1981) o la "parada" americana (Ryan 1989) como
fenómeno de inversión social del poder y que además desplie­
gan la heteroglosia-, la pluralidad de sentidos simbólicos
(sincretismos) en los rituales, en la literatura y el arte (Chartier
1989; Laqueur, 1989; Starn 1989), son todos temas que
focalizan sobre la cultura como texto. En la etnohistoria
americana el análisis del discurso tiene un impacto decisivo
para visualizar la intertextuaiidad en las crónicas y en otros

30
tipos de documentos coloniales o republicanos, así como los
estudios de arte prehispánico y colonia! en sus manifestacio-
nes populares o de élite o las fiestas cívicas y religiosas
cristianas, entre otros temas que se suman a los tradicionales
sobre cultura, simbolismo o parentesco que en tanto mani-
festaciones de la "otredad étnica" constituían su único sujeto
de estudio hasta hace pocos años.
Del mismo modo, las teorías psicoanáiiticas lacanianas
han invadido la Sociología y la Historia. Baste recordar los
temas sobre el imaginario y lo simbólico de la Historia de las
Mentalidades, los análisis de la ideología de Pierre Bourdieu,
el modelo comunicacional de Habermas y otros muchos que
revelan la cada día mas frecuente interconexión entre las
Ciencias Sociales y que, de manera directa o indirecta, se
reflejan en las nuevas temáticas que abordan los etnohistoría-
dores en este último quinquenio. Un ejemplo respecto al
imaginario popular puede encontrarse en los renovados
estudios sobre ¡as utop ¡as medievales presentes en el acerbo
cultural de los conquistadores españoles. La búsqueda de los
numerosos Dorados, las Amazonas o el Paititi movilizaron
grandes contingentes de hombres ansiosos no sólo por el
sueño del oro sino de hallarlo mediante la "heroicidad que
proviene de combatir contra feroces y mostrousos enemigos.
Si bien los textos de los etnohistoriadores, como ya lo dijimos,
no siempre explicítan el marco teórico del cual son tributarios,
excepto en algunos autores norteamericanos, éste se refleja
en la pluralidad de fuentes y recursos metodológicos que
exceden ampliamente el simple documento histórico utilizado
hasta el momento.
En la actualidad el etnohistoriador, además de constrastar
su información histórica con los datos de la Antropología ;
Social, recurre al floklore, la pintura, la arqueología, resigifica \
relatos históricos sobré manifestaciones culturales criollas y
analiza las crónicas y otros tipos de fuentes buscando no sólo •
la ¡ntertextualidad, sino los significados ocultos -los silencios ¡
implícitos o el imaginario subyacente-que permiten avanzar
1
en explicaciones más allá del empirismo evidente. Esto se
explica si comprendemos que el terreno de la teoría del
lenguaje de Bajtin, tal como lo expresa Iris Zavala (1991) "sea
e! discurso social -los'enunciados y sus usuarios- tanto en el
intercambio rea! cuanto en su concreción en los textos
culturales" (p.20). Este tipo de análisis se manifiesta como
prolifico en una disciplina como la Etnohohistoria, donde es

31
necesario decodificar constantemente los enunciados qua-
generalmente son expresados por una persona de una
cultura pero que nos remiten a situaciones (hechos, intencio­
nes,) producidos o pensados por otras personas, que perte-
-necen a su vez a otra u otras culturas. Hay textos legales,
donde las verdades se oscurecen detrás de fórmulas con­
vencionales, pero hay otra multiplicidad de textos donde la
manipulación ideológica de las evidencias empíricas o de los
juicios de valor, las categorías simbólicas o sociales que se
describen u otras similares, deben pasar por varios filtros
lingüísticos de decodificación de sentido (el del informante, el
del receptor y sus respectivos intereses, de la capacidad de
captar el sentido original que se otorga a una categoría, a una
palabra; la intencionalidad de expresar la verdad, de mentir o
la inconciente parcialidad del informante, opiniones persona­
les o consensuadas por un grupo, una élite, una región, una
situación histórica o política particular, etc.). Hay historias e
historias, cada una mereciendo una lectura específica, según
cada autor y su circunstancia. Con esta mirada hacia los
contenidos dialógicos o heteroglósicos de los textos -inclu­
yendo en esto el análisis de un ritual, de una fiesta cívica, de
un cuadro o de una danza- el modelo intenta restaurar la
diversidad y la diferencia a través de los distintos lenguajes y
lenguas, de estilos de escritura o de gestualidad o de las
significaciones que intentan reunir, manifestar y liberar los
miembros de una determinada comunidad.
En el contexto histórico del mundo colonial americano,
conviven una multiplicidad de grupos étnicos y sociales, y la
Etnohistoria moderna ha dejado de ocuparse sólo del compo­
nente indígena de esa comunidad, para observar los entra­
mados que los vinculan con la otra mitad, la de los coloniza­
dores, -que es en sí misma totalmente plural, diversa y llena
de contradicciones internas- además de considerar también
a los esclavos africanos y sus descendientes, y todos los
migrantes forzados o voluntarios que fueron llegando al
Nuevo Continente.
La filosofía de Jaques Derrida parte del mismo punto:
cuestionando el sentido como un significado único y
trascendental. Los textos se caracterizan por la pluralidad de
los significados, el reconocimiento de la diferencia, de la
otredad subyacente en cada discurso aparentemente mono-
lógico. Con el concepto' de diferencia Derrida introduce el
tiempo en el lenguaje, donde cada signo prefigura otros
signos. Para interpretar una emisión lingüistica hay que tener
en cuenta no sólo el contexto de producción, sino todos los
múltiples significados posibles en otros contextos.
El impacto de Jaques Derrida en las Ciencias Sociales es
enorme en este momento. Entre ellas la Etnohistoria, que se
enriquece notablemente con esta recuperación de conceptos
como el del Acontecimiento [histórico] y la Diferencia [la
otredad] presentes en todo texto y que habían sido ignorados
y aún más bien negados por el estructuralismo leviestrausia-
no. Acontecimiento, diferencia, pluralidad," intertextualidad,"
todos elementos, temas o condiciones que el etnohisto­
riadores reconoce en sus textos y para cuyo análisis ahora
dispone de un marco hermenéutico más refinado con el cualj
decodificar los sentidos y descubrir la otredad que tienen!
incorporados.
En este punto, además es necesario hacer una aclaración.
La Antropología posmoderna ha llegado a límites de nihilismo
autodestructivo que np compartimos. La relatividad de los
hechos observables, las oportunidades de reinterpretación
no puede conducirnos a negar toda posibilidad de acceso a
f
la verdad. Lo que ocurre es que según el ángulo desde el que^'
se produce la observación la verdad puede tener matice^
diferentes. Lo importante es que el lector tiene opción de
contrastar varios modelos explicativos diferentes, y tom ar sus
propias decisiones. Las posiciones más extremas se desarro­
llan en los Estados Unidos, donde desde un positivismo
militante se pasa, casi sin transición al deconstruccionismo
total, otorgándole a los aportes de Derrida y Bajtin una
intencionalidad que van más allá de sus proposiciones origi­
nales.
. El vacío en ei que se debaten los norteamericanos no es,
felizmente, compartido ni por todos los europeos ni por los
latinoamericanos, que no descubren, sólo ahora, que es ne­
cesario hacer participar al "otro" en la construcción del modelo
antropológico. El latinoamericano tuvo conciencia que ese
"otro" era un sujeto y no un "objeto" (cosa, bien, ente de la na­
turaleza) de estudio. El norteamericano descubre algo tarde
que no supo comunicarse con el "otro" y reacciona mal, auto-
flagelándose en medio de un incendio de culpas en el cual los
latinoamericanos no tenemos ninguna razón para participar.

33
III. Etnocentrismo, colonialismo e identidad.
La nueva Etnohistoria

Ubicando a la Etnohistoria en el punto teórico y metodológico


en el que se encuentra en la actualidad, y habiendo definido
sus relaciones con las otras ciencias sociales, ahora nos
corresponde interrogarnos sobre la especificidad de la disci-
plina y sobre aquellas temáticas que aparecen relevantes en
el contexto mundial que definimos en la introducción.
Ante todo, si partimos de que la Etnohistoria es una
disciplina que comienza por reconocer la existencia de compo-
nentes culturales que tienen raíces étnicas, ningún análisis
puede eludir la contextuación histórica en que se desenvuelve
el desarrollo de la cultura. En este sentido, la influencia d é
Foucault debe encontrar sus límites naturales, porque de otr-a
manera sería desconocer las situaciones coloniales y los
efectos de los proyectos imperialistas sobre el desenvolvimien-
to de lo social y lo cultural. No se trata de una toma de posición
ideológica, sino de la constatación de una realidad.
Dentro de este marco conceptual, tenemos que destacar
que la Etnohistoria, y la americana en especial, fue primera-
mente un intento de hacer antropología sobre la base de la
información contenida en las fuentes históricas coloniales. En
este sentido era antropología histórica en tanto estaba ubica;
da en un tiempo pasado y para ello era necesario intenogar
fuentes del pasado. Pero hay que reconocer que en sus
inicios, y bajo el influjo funcionalista, también era estática o
sincrónica, o sea que prestaba atención a las estructuras pero
no a sus transformaciones. Por la misma razón, el sujeto de
estudio se ubicaba predominantemente en la identidentifi-
cación de las estructuras prehispánicas, eludiendo los cam-
bios evidentes que se inician con la colonización. Con el
tiempo esta situación fue cambiando, en especial porque
muchos historiadores, influidos a su vez por la Antropología,
comenzaron a ocuparse de las transformaciones coloniales,
y para ello acrecentaron el uso de fuentes no convencionales".
Después de que John Murra, desde la perspectiva antropoló-
gica, había descubierto el valor etnológico de las "Visitas"
realizadas por españoles para censar y comprender el siste-
ma tributario de los indígenas al Estado inca, el uso de fuentes
administrativas y judiciales se hizo más frecuente, a veces,
incluso, en detrimento de las crónicas. Si bien volveremos

34
más adelante sobre este tema, en este apartado nos interesa
destacar que'ja Etnohistoria americana encuentra su especi-
ficidad en una triple confluencia teórica y metodológica: 1) el
análisis de las estructuras (económicas, sociales p simbóli-
cas) realizado por los antropólogos, 2) las transformaciones
coloniales de las estructuras, sobre el doble eje del tiempo y
el espacio y en relación con los sucesos mundiales que los
afectaban, que eran estudiados por los historiadores y,
1
finalmente, 3) el uso de fuentes de distinto tipo y origen. Con
el tiempo las perspectivas, de los análisis realizados por
antropólogos e historiadores han ido convergiendo, y si bien
aun pueden observarse diferencias de énfasis en la discusión
interpretativa o en el tema elegido, cada vez es más difícil
señalar diferenciaciones muy netas entre ambas vertientes
de la práctica etnohistórica.
Como lo dijimos en la Introducción, el problema de las
identidades étnicas ha adquirido en los últimos tiempos una
relevancia en parte inesperada. El fracaso de muchas de las
naciones modernas en construir identidades "nacionales" nos
obliga a interrogarnos sobre la fuerza del etnocentrismo,
desde la óptica de los dos grandes actores colectivos: el del
colonizador (aún las más recientes colonizaciones in-
1
traeuropeas) y el del colonizado. La interacción colonial, aún
en los casos menos evidentes, refuerza la construcción de
identidades étnicas que se resignifican a medida que los
juegos de oposiciones reubican a los actores en nuevaá
coyunturas políticas y económicas o, en otros términos, his-
tóricas.
Las identidades no son por lo tanto estables, ni invariables i
dentro de cada uno de los grupos. Cada grupo tiene dife- j
rendas internas y sus propios conflictos y pujas de poder, y j
los sistemas de solidaridades son tan dinámicos como lo son j
la resignificadón de identidades, las alternativas de opciones, ;
y el éxito o fracaso de las estrategias de interacción. Perrot y 1
Preiswerk (1979:54) definen el etnocentrismo

como la actitud de un grupo que consiste en atribuirse un lugar


central en relación con otros grupos, en valorizar positivamente
sus realizacioes y particularismos y que tiende hacia un comporta-
rpiento proyectivo con respecto a los grupos de afuera, que son
interpretados a través del modo de pensamiento del en-grupo.

Ningún análisis etnohistórico que se ocupe de las situa-

35
dones coloniales en América puede ignorar que los textos,
. aún las crónicas de autores indígenas, reflejan y/o contrapo-
i nen identidades endovalorizadas, ni que el propio esfuerzo de
• escribir una crónica tiende a reforzar la valorización del propio
-grupo, minimizando, o incluso desvalorizando, al ajeno. En
este sentido, el más reciente y renovado análisis del discurso
aplicado "a las crónicas refuerza una hermenéutica que,
aunque parcialmente conocida y practicada, no alcanzaba los
jiiveles de sutileza con que son actualmente tratadas.
Uña breve revisión de los índices de una revista estadouni-
dense, Ethnohistory y una europea, Annales. Economies,
Sociétés, Civilizations, nos revela que los temas de etnicidad
e identidad tienen una presencia constante en la preocupa-
ción de los autores. Es interesante observar los cambios de
definición del objetivo de Ethnohistory a lo largo de la década
del 80. "Ethnohistory publica en cuatro números anuales,
artículos, documentos originales y reseñas relativas a la
historia y el proceso general de la cultura y a una historia
específica de pueblos de todos los niveles de organiza-
ción sociocultural, enfatízando aquellos pueblos no in-
dustriales y todas las áreas del mundo". (1980-81). En
1982 se produce el primer cambio, "Ethnohistory[...\ trata de
la cultura histórica de los grupos étnicos a través del
mundo". En 1984 observamos un nuevo intento de identifi-
cación de los objetivos de Ethnohistory."... trata con el pasado
de las culturas y sociedades de todas las áreas del mundo,
enfatízando el uso de documentación y materiales de campo
e historiográficos y aproximaciones antropológicas". Como
podemos observar, el tema étnico, enfatizado en las dos
primeras definiciones, tiende a subsumirse en la fercera.
¿Significa esto que la etnicidad ha dejado de ser un tema
central? Los artículos podrían contradecir esta opinión. Más
bien, lo que se encuentra es el reconocimiento de la diversi-
dad, la incorporación de la propia sociedad (la mismidad)
dentro de los intereses etnohistóricos, o sea un análisis similar
de la mismidad y de la otredad. Por supuesto, en todas las
definiciones, las dimensiones antropológicas e históricas
fueron convenientemente enfatizadas.
Las temáticas transcurren por la esclavitud, el contacto
colonial, criminalidad y castigo en la colonia (evidente in-
fluencia de Foucault), análisis de discursos, tumbas colonia-
les e ideología (influencias del arqueólogo James Bindford y
de Michele Vovele), temas teóricos, etnohistoria y folklore o
literatura, relaciones entre medio ambiente y mitos; memoria
oral, faccionalismo en pueblos blancos norteamericanos,
parentesco, sociedad y estado, transculturación y endoacul-
turación, minorías, etcétera. O sea los temas que hemos
comentado y tratado en general dentro de las perspectivas de
vanguardia.
* Los índices de Annales son más vanados, en tanto no es
una revista dedicada a la Etnohistoria como disciplina especí­
fica. Pero lo que sí puede observarse es que muchos de los
trabajos antropológicos incorporan la historia y todos los de
Historia tienen progresivamente un carácter más antropoló­
gico. Los problemas de las migraciones africanas en Europa,
las minorías y la identidad se hacen muy populares a partir de
la década del 80, reflejando una preocupación social que
continúa vigente. Temas sobre el etnocentrismo y el racismo,
ocupan un buen espacio en esta prestigiosa revista.
El reconocimiento de que la identidad étnica es un compo­
nente activo de la sociedad moderna, ha ido generando un
creciente interés por la antropología del "próximo". Es una de
las formas con las cuales los antropólogos occidentales han
comenzado a estudiar a su propia sociedad, aplicando la
misma metodología de análisis que se utiliza generalmente
para estudiar al "otro étnico". El último número de la revista
L'Homme, de enero-marzo de 1992, está dedicado a la
antropología del próximo. Esto se observa en el hecho de que
en los artículos, por un lado se reconoce la existencia de
multicomponentes étnicos que conviven en las grandes na­
ciones occidentales y, por el otro, se trata de un problema
metodológico, o sea el de aplicar los mismos enfoques a
diferentes sectores sociales y/o ocupacionales del propio
grupo referencial. La misma mirada que se aplicaba antes
exclusivamente para estudiar a "otros grupos étnicos" se
aplica ahora para distinguir a los campesinos de los urbanos,
las élites o los marginados.
Todas estas temáticas se encuentran también en los
estudios etnohistóricos hispanoamericanos. Hay que recono­
cer que el etnohistoriador de origen hispanoamericano estuvo
investigando a su próximo desde sus comienzos, sólo que los
modelos norteamericanos o europeos no le permitían siem­
pre comprender que partían desde puntos de obseivación
diferentes. Claro que esta ignorancia es solamente una
verdad a medias, porque muy temprano se levantaron voces,
como las Valcárcel, Maríategui o Arguedas en Peiú, quu
alertaban y desnudaban este problema. Pero lo cierto és.que
repasando los focos de interés de nuestra disciplina, puede
observarse que los que estudiaban a la sociedad o al estado
prehispánico, o los que trataban de identificar los grupos
étnicos nativos y sus transformaciones, estaban haciendo
antropología del "otro" desde una perspectiva eurocéntrica-a
veces inconsciente. Parte de la reacción contra este modelo
proviene, como ya lo dijimos, del compromiso político con la
realidad. El investigador hispanoamericano tiene una mayor
sensibilidad por lo problemas de su pueblo, y esto lo compro-
mete intelectualmente frente a el'a. Muchos antropólogos
abandonaron el ejercicio académico en pos de una Antro-
pología aplicada, vinculándose para ello cor? organismos
gubernamentales y no gubernamentales de desarrollo, cua'n-
do no a grupos políticos. Debemos considerar además que
muchos de ellos tienen un origen mestizo, que hablan las
lenguas locales y que están en condiciones de ser articulado-
res sociales que disponen de los códigos de todos los
estamentos de la sociedad. Todo esto tiene también otra
Consecuencia: no segmentan el pasado del presente, y la
Etnohistoria es la historia de su pueblo que encuentra perfec-
ta continuidad con la realidad en la que viven. Este proceso
no se observa en cambio, entre los antropólogos argentinos,
que continúan aislados de la perspectiva histórica, en parte
por las evidentes transformaciones que aislan el pasado
indígena y el presente y en parte por incapacidad manifiesta
para reconocer la existencia de esas transformaciones e
interpretar las diferencias como producto de rupturas totales
que aportarían luz a ía interpretación de la realidad actual.
La novedad en el área andina y en el último decenio ha
sido, en primer lugar, la preocupación por la Antropología
histórica de la sociedad indígena en el contexto colonial, como
un enfoque que incorporaba también a los actores de la
sociedad dominante. Y, más recientemente, la Antropología
histórica de la sociedad hispana y de sus descendientes está
adquiriendo un espacio cada vez más significativo en los
nuevos trabajos.
Un ejemplo son los renovados estudios sobre el mestizaje,
y las élites españolas, o la nueva focalización sobre biografías
individuales donde se tratan de discernir la intertextualidad
social implícita en sus comportamientos. Lamentablemente,
por falta de espacio no hemos podido incluir estos últimos
estudios en nuestros análisis, pero es interesante señalar que

38
están ocupando un interés creciente entre los investigadores.
El reconocimiento de la experiencia interactiva, como un
núcleo en el cual se definen una enorme variedad de comporta-
mientos de los miembros de cada uno de los grupos que
intervienen en el proceso colonial, ha obligado a reananalizar
y repensar no sólo el tema de las estrategias o de los
árticuladores sociales, como lo mencionamos más arriba.
Esta renovación incluye también el estudio de los compo-
nentes ideológicos y motivacionales de las rebeliones, la
conducta política y económica de las élites, los problemas de
género, las reivindicaciones nativas como se reflejan en sus
reclamos judiciales o en las fiestas y rituales públicos, simbo-
lismo y parentesco, los grados de éxito y fracaso de la
evangelización, los comportamientos del migrante urbano,
las reformulaciones simbólicas del sentido del espacio, del
tiempo y de las relaciones sociales, y otros temas conexos.
Todos ellos abonados por una metodología interdisciplinaria,
donde puede destacarse que el predominio anterior de los
estudios económicos, que eran casi excluyentes para com-
prender las relaciones de producción y de reproducción
social, ocupan ahora el mismo espacio, cuando no más, que
el resto de las temáticas mencionados.
Podemos decir que .frente al colapso del predominio de las
ideologías, las explicaciones sobre el proceso de desestructu-
ración de la sociedad nativa americana están siendo acom-
pañados con el análisis de los procesos de reestructuración
y conformación de una nueva sociedad, con sus identidades
múltiples. Reconocer la particularidad de los acontecimien-
tos, admitir ¡as diferencias en las respuestas adaptativas,
descubrir las contradicciones en la conducta de ios indígenas,
sumergirse en los vericuetos y zigzagueos del mundo simbó-
lico, aceptar la convivencia de las lógicas utópicas con los
oportunismos políticos, todas son conquistas que la Etnohis-
toria debe tributar a los nuevos desarrollos de las ciencias
sociales y a las cuales ha contribuido a su vez a enriquecer
gracias a su peculiar "sujeto de estudio": el mundo colonial,
con su diversidad étnica, espacial y temporal.
Finalmente, uno de los temas que más discusiones ha
provocado en los últimos tiempos se vincula con los proble-
mas inherentes a la modernidad, modernización y la sociedad
indígena o hispanoidígena (Urbano 1991). La pregunta trans-
curre a través de un análisis de los principios de la modernidad
iluminista, los límites estructurales e ideológicos para implan-

39
tarla de pleno en el mundo hispanoamericano, la necesidad
0 no de ponerla en tardío funcionamiento frente a los desafíos
del final del milenio. Como es obvio, después de los sucesos
de los inicios de la década de 1990, este tema se retoma
constantemente desde distintos ángulos y perspectivas,
permaneciendo como una preocupación y un interrogante
abierto.
El combate sostenido por los especialistas para hacer
antropolog ía a partir de fuentes históricas difíciles de descifrar
(los papeles coloniales son "informantes" ambiguos y contra-
dictorios) ha sido un motor que ha impulsado muchos de los
cambios actuales en las otras ciencias sociales.
(~ El mayor mérito de la Ejüohistoria reside, sin embargo, ga.
1 haberle otorgado"voz al vencido y dominado. Con nuestra
i disciplina otorgamos también sentido al conflictivo presente
¡de América, para lo cual es necesario entender las
\ transformaciones que se produjeron en la colonia y la repú-
; blica temprana, visualizándolas como una totalidad social
1
muy plural y muy compleja, muy diversa en el tiempo y en el
espacio. Con la Etnohistoria disponemos de referentes empíri-
cos para dejar sin contenido ideológico a la historia oficial que
, negaba protagonismo al nativo americano.
Capítulo segundo
LAS FUENTES

Las fuentes que utilizamos para el área andina pueden


clasificarse en distintos tipos, según su origen y objetivos.
Existe un enorme corpus documental compuesto por un lado
por las crónicas y por el otro por papeles de tipo judiejal 5

administativo, religioso, privado, literario o periodístico. Pero


además, como ya lo dijimos, la Etnohistoria reciente y en
virtud de su enfoque interdisciplinario, recurre a otras disci-
plinas, tales como la Iconografía, el Folklore, la Antropología
social, la Sociología, laGeograf ¡a, la Arqueología, la Demogra-
fía, la Lingüística y, en general, a todas las restantes Ciencias
Sociales, si bien y como es obvio por los objetivos de este
libro, estas fuentes y la metodología que utilizan no serán
comentadas, salvo cuando tratemos los temas específicos y
resulte necesario para la comprensión de los resultados. En
este apartado haremos una sucinta evaluación de los docu-
mentos históricos tradicionales y de los distintos tipos de
información que contienen, asi como del desarrollo de la
metodología de lectura e interpretación que exige cada uno
de ellos.

I. Las crónicas

Debemos distinguir dos grandes grupos de crónicas: las


redactadas por européosTeTTparticular españoles, y las que
TuéFon'escritas^por mestizos o por indígenas, q.ue,_a su vez,
se'pueden subdiyidir en otros tres grupos, (a) aquellas cuyos
j i ü t o r e s f u ero tí personas "que disponían de suficiente ilus.tr.a-

41
ción como para escribir en españoi, (b) las de aquellos que
recurrieron a terceros para expresar sus opiniones, relatar la
Historia y/o .reflejar sus concepciones simbólicas y (c) inÍQxma-
cipnes recogidas entre los indígenas con objetivos políticos,
administrativos o religiosos.

1. Las crónicas españolas^

Antes de caracterizarlas con cierto detalle, debemos hacer


algunos comentarios generales. En primer lugar es necesario
señalar que ofrecen una visión eurocéntrica del Nuevo Mum
do. Este etnocentrismo está teñido de valorizaciones que
resultan desfavorables para la población.jn¿jgena,.á veces
encubierto con un cierto paternalismo. Todo ello no impide
que reconozcan las diferencias entre los distintos tipos de
sociedades con las cuales entran en relación, ni se asombren
ante algunos logros,tecnoiógicos como los sistemas de riego,
la monumentalidad de los edificios o la belleza del arte. Del
mismo modo, el diseño que construyen sobre la aceitada
maquinaria política, económica'y administrativa del estado
inca refleja la profunda admiración que les producía, si bien
constantemente deben retraducirla a las categorías euro-
peas para ingresarlas a sus propios códigos cognitivos. Sin
duda esto provoca deformaciones, ambigüedades o falsas
descripciones de la realidad. En suma, etnocentrismo más
djficultad de decodificación de las pautas culturales'de la
"otredacT resultan, en definitiva, en producciones intelectua-
les cuya objetividad deberá ser siempre comprobada por
verificaciones independientes, e incluso contestaciones in-
ternas de las opiniones de un mismo autor.
De alií que la lectura moderna de los textos, necesaria-
mente, debe recurrir a la intertextualidad o la dialogia, reco-
nocimiento de los silencios y de lo silenciado y a todos los
recursos que nos ofrece la moderna deconstrucción del
discurso.
Es evidente que no todas I as crónicas tienen el mismo valor
tej>jtimcj3ial, y esto ya había sido controlado parcialmente por
la heurística tradicional, que se preocupaba de los factores
externos que incidían en la contabilidad de los textos (Arani-
bar 1963). Estos incluyen el estudio del momento de produc-
ción, el origen social de! autor, los objetivos del texto, la
originalidad (muchos autores copian a sus predecesores sin

42
citarlos), ¡a calidad y confiabilidad do la traducción palecgrá-
fica, la existencia o no de diferentes copias (modificadas o no)
de cada texto, los autores citados (cuando lo hacen) o el
origen de las ideas planteadas, y elementos de control
similares. Con estos recursos heurísticos a mano fue relati-
vamente común que los investigadores seleccionaran aque-
llas crónicas que les parecían más confiables, para construir
a partir de ellas un modelo histórico-funcionalista de la
sociedad prehispánica, en especial del estado incaico. En
esta línea se encuentra principalmente el famoso artículo de
John Rowe publicado en el volumen II del Handbook of South
American Indians (1946). Si bien existe una contrastación de
los hechos empíricos más notables, en los años 50 hay una
tendencia a aceptar sin mayores críticas el modelo de historia
lineal europea al cual los cronistas acomodaron la información
recogida entre ¡os indígenas. Entre los temas que interesaban
podernos mencionar la sucesión de ¡os reyes incas, con ¡os
cuales Rowe (1945) estableció una cronología que ha estado
vigente hasta la actualidad.
El estudio más detallado de las crónicas andinas con ei que
contamos actualmente fue realizado por Raúl Porras Bane-
nechea (1986), que las clasifica según sus tipos y contenidos.
Adecuando su clasificación a nuestros intereses discursivos
y apoyándonos también en Manuel Marzal (1986) podremos
subdividirla de ¡a siguiente manera:

• a. La crónica soldadesca y del descubrimiento, que se


refieren a los primeros descubrimientos y hechos de la
conquista. Estas crónicas tienen un valor especial porque
trasmiten las primeras impresiones sobre la geografía y la
organización política del mundo andino. Ofrecen información
no sólo sobre Atahualpa, el último rey Inca a quien ejecutan,
sino sobre su séquito, sus generales, la organización del
ejército, las armas, las ciudades, los tambos y otros datos
primarios para reconstruir el Tawantinsuyu o Estado "de los
cuatro suyus" (suyus o provii icias) antes de que se iniciase su
desarticulación. Estas mismas crónicas también reflejan las
primeras.actitudes de los españoles frente a los nativos yjos
conflictos que. se suscitan entre los conquistadores por el
Botín y el poder. ,
De este primer gran grupo podemos mencionar,entre
otras, a la Relación del Descubrimiento y Conquista de los
Reinos del Perú de Pedro Pizarro ([1571] 1978) o a La

43
Verdadera Relación de la Conquista del Perú y Provincia del
Cuzco, llamada la Nueva Castilla ([1534] 1987) de Francisco
de Jerez. Es evidente que los datos sobre la sociedad
indígena recogidos en este período muestran a la sociedad
andinajtalcomo era antes de los grandes cambios producidos
por la conquista española, pero al mismo tiempo carecen de
la familiaridad necesaria para conocer la naturaleza profunda
de esta sociedad y generalmente son imprecisos, totalmente
impresionistas y dependiente de las traducciones._áe los
"lenguas". Como son escritos por los propios actores de la
conquista, los peores abusos resultan cuidadosamente ocul-
tados, aunque el saqueo del tesoro de los incas y en particular
del Cusco quedan perfectamente consignados.

• b. La crónica política, que fue escrita por juristas y licencia-


dos déla segunda generación. Estas crónicas profundizan en
la recuperación de la memoria oral de los sobreviertes de la
conquista, tratando dleJnforma/se sobj^eLpasada prehispá^__
nico en todos sus aspectos y, al mismo tiempo, como en el
caso del más lúcido de estos cronistas del siglo XVI, Pedro
Cieza de León ([1553-54] 1984-91), t a m h i p r w g l a t j n Ins
hejciix3s-del-descubjiji!ie posteriores av atares de la
ci2]pj3izaciéf^JiTcJu5oJas.guerras civiles jqu.e ensaRgrentaron
e] Perú hasta 1560.
La mayoría de estos ai it"r°^jigJKrisan pn pI método rift la
recuperación deJa-memoria oral que en rnuchos..caaos era
ayudada porla utilización de quipus, los hilos anudados donde
s e j n j c i í b í a n tajrto__datos •cuantitativos como cualitativos
rejatjvo&aiahistofiay la organización social, poJu^c^jjslifliüaa..
^económica de! imperio inca". Én este sentido, algunos,
cronistas, y en especial Cieza de León, se compjprtaajcomo
aiijtxoi^ólogos intuitivas, como lo expresamos en un apartado
anterior. Son capaces de cqntrastai. diversas fuentes infor-
mjatjy_as, a las que .agregan su propia evaluación de. (a
realidad, fundada en la observación directa del territorio;yjen
las prácticas de sus pobladores. En el caso de Juan de
Betanzos, por ejemplo, podemos destacar su matrimonio con
una hermana de Atahualpa, que había sido primeramente
concubina de Francisco Pizarro. De ella y de su familia,
Betanzos ([1551] 1987) obtiene un relato pormenorizado de
la sucesión, hechos y conquistas de los incas, tal como esa
historia-hoy lo sabemos- había sido "construida" por el linaje
de Atahualpa.

AA
Era una práctica corriente en los Andes que cada linaje
organizara la historia según sus propios intereses, recordan-
do los hechos de algunos de los incas y borrando los
restantes. Aparentemente también fue habitual recordar sólo
aquellos reyes incas que habían realizado las conquistas más
importantes u organizado el Imperio en la forma en que lo
encontraron los españoles. Este modelo de construir la
historia mezcla frecuentemente los hechos reales con los
míticos y esta peculiaridad fue escasamente percibida por los
cronistas de la época. Una caracterísca de las historias
premodernas es su carácter cíclico y no lineal, y muchos
autores señalan que, más que acontecimientos, estos relatos
se refieren a personajes o situaciones arquetípicas (Pease
1989), tema polémico sobre el cual regresaremos al tratar los
avances del conocimiento referente al estado inca. La linea-
lidad que trasmitieron los españoles fue una construcción
propia, adecuada a los cánones europeos, y a causa de ello
los planos de la realidad y el mito aparecen extrapolados de
tal manera que aun hoy, después de largos años de debates
sobre el tema, resulta difícil identificarlos y aislarlos adecua-
damente. Es necesario comprender que realidad y mito
conforman un tejido que regula la conducta religiosa, y aun la
cotidiana de los pobladores andinos, pautando los ciclos
cósmicos tanto como los rituales y productivos y que si bien
la multiplicidad de sentido en estas categorías cognitivas no
es, por cierto, ajena a la mentalidad europea posmedieval, no
le resultaba fácil desentrañarlos en el contexto de la conducta
y los relatos de los americanos.
Otra buena parte de la información proviene de una
compulsa documental en los propios archivos coloniales,
sobre las "entradas" a nuevos territorios, las sociedades que
se iban descubriendo, las similitudes y diferencias entre.eil.as r

así como sobre méritos y,a veces, debilidades dejos agtoxes-


españoles que participaban de la conquista. Tanto las prime-
ras crónicas como los documentos relativos a la conquista y
colonización también fueron utilizados por los Cronistas de
Indias, muchos de los cuales nunca llegaron al Nuevo Conti-
nente, pero abrevaron en estas fuentes para construir las
grandes historias encargadas por la Corona. Entre estos
Cronistas de Indias podemos mencionar a Fernández de
Oviedo ([1535] 1950)" o Antonio de Herrera ([1601-1615]
1934).
• De todos modos, muchos cronistas vivieron y escribieron

45
en el Perú o en España en los primeros treinta o cuarenta años
después de la llegada de Francisco Pizarro a la región. Sin
embargo, la metodología de recuperar la historia oral no se
abandona, aunque, en algunos casos, difieren les intereses
por los cuales se escribe una crónica. En la época del Virrey
Francisco de Toledo, Sarmiento de Gamboa ([1572] 1942)
recupera información entre ios señores locales que habían
sido incorporados al Tawantinsuyuo Imperio de los Incas, con
el propósito de demostrar las injusticias de tai conquista! El
proyecto de reorganización del Virreynato que había empren-
dido Toledo lo conduce a remodelar la ideología de la
ocupación española, que había sido ampliamente cuestiona-
da por Bartolomé de Las Casas en sus numerosas obras y en—
sus combates legales (Las Casas, ([1552] 1967; Hanke,
1985). Al tratar de ilegitimar los justos títulos de poder
poseídos por los incas, Toledo trata de invertir la ecuación
validando ¡a nueva conquista.
Hacia fines del siglo w i y principios dol xvn, y aunque no
todos se encuentran ya atados al proyecto político de Toledo,
los nuevos cronistas recuperan información de fuentes más
variadas gracias a un mejor conocimiento de las realidades
andinas. Pueden evaluar las particularidades regionales u
observar con nuevos ojos las estructuras que se van organi-
zando a partir de la colonización. Gracias a ello es posible
contrastar la información sobre la historia inca construida a
partir de diferentes versiones e intereses. Entre los cronistas
más destacados de este segundo período, además de Cieza
de León, Betanzos o Sarmiento de G amboa, podemos mencio-
nar a Miguel Cabello de Balboa ([1586] 1951); Martín de
Murúa ([1590-16001 1986) o Bernabé Cobo ([1613-í653]
1956), entre otros.
La tradición oral también fue utilizada para levantar las
denominadas Informaciones. A diferencia de las crónicas
-que estaban destinadas a ser leídas por un público muy
amplio- las Informaciones (que hemos clasificado en con-
junto porque ambas recurren a la historia oral), tienen obje-
tivos más limitados. Estos pueden ser económicos o políticos
y están en más directa relación con los intereses propíos de
la conquista, la evangelizacíón y la colonización. Tal vez los
más conspicuos funcionarios españoles que recurren a la
metodología mencionada son el virrey Toledo ([1570-72]
1940) y Poio de Ondegardo (I?]1964; (1554] 1916; [1571]
1916-17). Las Informaciones recopiladas por Toledo le permi-

46
ten disponer de un enorme corpus de información sobre las
comunidades nativas, la tenencia de la tierra y las prácticas
de tributación al Inca. Sobre esta base Sarmiento de Gamboa
escribirá parte de su libro y Toledo prepara el cuestionario
para las Visitas que cubren buena'pílrte del virreinato del
Perú, con la excepción de las zonas menos integradas como
el Tucumán colonial, por ejemplo, que estaba aún en proceso
de conquista.
Polo, por su parte, es un observador muy sagaz, fun-
cionario en el Cuzco y encomendero en Cochabamba. En sus
informes al virrey aporta datos sustanciales sobre las prácti-
cas andinas de poder, de control de recursos naturales y
humanos, sobre religión-idolatrías- parentesco y las relacio-
nes que los vinculan entre sí. El objetivo consistió en interiorizar-
se de la naturaleza de! estado inca, así como sobre los
sistemas étnicos de acceso a la tierra, sus rituales y otros
aspectos de ía cultura andina que permitieran reorganizar la
estructura económica de la colonia y avanzar en la evange-
lización de los indios.
.En otros casos los testigos indígenas eran convocados
para avalar determinadas situaciones judiciales, las cuales,
en ocasiones, remiten a los hechos de la conquista o a las
condiciones y- aspiraciones de los jefes -curacas- , o a
determinadas prácticas sociales, rituales o económicas. Es
más, estos testimonios pueden trasmitir la "versión inca de la
conquista" española (Guillen, 1974). Una de las fuentes más
conocidas, producto de este tipo de compulsas son las
Relaciones Geográficas de Indias ([1586] editadas por Jimé-
nez de la Espada a fines del siglo pasado (citamos ed.1965).
La mayor parte de las crónicas e informaciones también se
interesaron por los aspectos religiosos y rituales andinos. Sin
embargo existen algunas crónicas específicamente escritas
con fines de evangelización cristiana que centralizan su
preocupación en estos aspectos.

c. Las crónicas religiosas, que fueron escritas por los


misioneros de las distintas Ordenes, o por sacerdotes regu-
lares. En el Perú se puede señalar la Relación de la religión
y rítos del Perú, hecha por los primeros religiosos agustinos
del Perú que allí pasaron para la conversión de los naturales
(1555), o la obra del jesuíta José de Acosta que pasa
muchísimos años en Perú y mantiene una permanente
actividad como organizador e ideólogo de la evangelización

47
y la organización de la colonia. Es uno de los más cercanos
consejeros del virrey Toledo, a quien le aporta argumentos
valiosos para su proyecto de construir las dos repúblicas, la
de indios y la de españoles, que debían mantenerse unidas
pero nunca mezcladas.
A partir de fines del siglo xvt la preocupación por la
evangelización se hace cada Vez más amplia, y surgen no
sólo crónicas generales como las de Bernabé Cobo'([1653]
1964) sino también las de las diversas órdenes, en especial
de los jesuítas, franciscanos, agustinos y dominicos. Citare-
mos, a titulo de ejemplo, al franciscano Diego de Córdoba y
Salinas ([1651] 1957), al agustino Antonio de Calancha
([1639] 1981), al jesuíta José de Acosta ([1588] y [1590] 1954)
o al dominicano Reginaldo de Lizárraga ([1605] 1916) entre
o t r o s . . . . . . .
En el esfuerzo por descubrir los rituales y destruir las
idolatrías (Arriaga [1621] 1968; Avila [1598?] 1966) se reco-
píló^uchisima información que permitió diseñar estrategias
de e'v&ngelización, elaborar catecismos o normas de predica-
'tfónSppB^^n (Avendaño [1649] ?). Un gran mérito de esta
t á r e ^ ^ e p ^ í f e n d i z a j e de las lenguas nativas y la elaboración
de Ic^^frríéros diccionarios y catecismos bilingües. (Domin-
go de Santo Tomás [1560] 1951; Ludovico Bertonio, [1612]
1956,- Diego González de Holguín [1608] 1952).

2. Las crónicas indígenas o mestizas.

Conocemos tres crónicas escritas por indígenas, la de Gua-


rnan Poma de Ayala ([1615] 1980), la de Santa CrurPecha-
cutí_([Í6Í3] 1950) y la de Titu Cusí Yupanqui .([157011927)
(dTctada a un español), y el Manuscrito de Huarochirí cuya
recopilación fue ordenada por Francisco de Avila. Mjención
aparte merece la del mestizó Garcilaso de la Vega ([1609-17]
1943): - "
Estas crónicas ofrecen ante todo una visión de los nativos,
tanto de su sociedad prehispánica, cuanto del mundo colo-
njajj.Sin embargo, presentaji.c¿fei£ririas_susl
sí. Estas se basan éñ las condiciones y lugar de nacimiento
lIJé cada uno de los autores, en el grado de aculturacióin
europea que.recibieron y en los intereses que Ióslfról7íá7ri7
escribir. Un párrafo aparte merecerá el Manuscrito de Hua-
rochirí. '
La obra de Garcilaso es la de un intelectual de reconocida
solvencia en cultura europea, dado que vive en España desde
los veinte años hasta su muerte. Asimismo fue la más
tempranamente conocida y difundida y formaba parte de la
literatura utilizada por los jesuítas en sus colegios destinados
• a los curacas andinos. De allí que la utopia garcilasista,
basada en las virtudes civilizadoras de los incas, tuviera un
amplio impacto en las representaciones y prácticas de las
élites indígenas andinas. Garcilaso presenta a los incascomo
el estadio más civilizado de una secuencia evolutiva y ya
•próximos a concebir una religión monoteísta sobre la cual
podría asentarse sin dificultades la evangelización cristiana.
Garcilaso escribe casi anciano y dice utilizar las tradiciones
que le trasmitieron los parientes de su madre que pertenecía
a las panacas (o linajes) nobles del Cuzco. No obstante tuvo
acceso a crónicas anteriores y diversas otras fuentes con las
cuales hizo una reconstrucción de la historia de los incas y de
la colonización hispana. En el siglo xvm, cuando se produce
la gran rebelión de Tupac Amaru, las autoridades prohiben la
lectura de libro, por considerarlo una de las fuentes ideológi-
cas de los disturbios.
Guarnan Poma es hijo de un curaca yarovilca (un señorío
de la Sierra Central) y tiene participación como traductor en
las campañas de extirpación de idolatrías. No alcanza a
disfrutar de una formación intelectual como la de Garcilaso,
pero en su texto hay citas que demuestran su conocimiento
de la literatura histórica y religiosa europea, con lo cual
maneja los códigos de comportamiento de ambas sociedades
- y sobre los que basa su propuesta para compatibilizar ambos
- mundos en una estructura jerárquica más equilibrada.
La obra de Guarnan Poma de Ayala es en realidad una
larga carta-al Rey, en la cual lo informa sobre la estructura
social y religiosa del mundo andino, pero donde también lo
aconseja sobre la mejor forma de gobernar el reino de Perú.
Es una de las fuentes más importantes para reconocer la
relación entre la historia y los ciclos míticos, los aspectos
simbólicos, también reflejados en sus famosos dibujos, y los
conflictos entre nativos y españoles en el interior de la nueva
estructura social. Su vida estuvo signada por una serie de
dificultades para conservar las tierras que los españoles
otorgaron a su padre, y sus luchas judiciales le permitieron
conocer a fondo el sistema legal de la colonia y percibir los
desajustes que éste producía en el mundo andino. Guarnan
Poma reclamaba un lugar más jerarquizada para los señores
nativos que, en su opinión, no podían estar por debajo del
último español de la escala social.
Santa Cruz Pachacuti es originario del Collao, al sur del
Cuzco, más precisamente de las provincias de Canas y
Canchi. Tambiés es hijo del señor de urr grupo étnico y
trasmite-una versión local de la historia y del simbolismo de
los incas. Su obra está destinada a demostrar la existencia de
una evangelización cristiana prehispánica, llevada a cabo por
ej dios Tunupa, que estaría asociado a los apóstoles Santo
Tomás o San Bartolomé. Con ello procura de demostrar que
las idolatrías indígenas ya estaban parcialmente influidas por
el cristianismoy que la evangelización no hallaría demasiados
obstáculos.
El caso de Titu Cusi es diferente. Este es uno de los
descendientes de Manco Inca, el rey entronizado por los
españoles después de la ejecución de Atahualpa. Sabemos
que Manco Inca logra escapar del Cusco, ciudad a la que sitia
durante un año, y luego se refugia en Vilcabamba, creando lo
que se ha llamado el Estado neo-inca que resiste hasta la
intervención de Toledo en 1572. "El testimonio de Titu Cusi
-dice Franklin Pease (1988:143)- es ciertamente ambiguo;
dictado a un español, tiene a la vez el carácter de una
probanza y de un reclamo, al mismo tiempo una autoproda-
macáón y un reconocimiento de derrota". Por cierto, su obra
comparte con la de los otros cronistas indígenas o mestizos
la valorización positiva del estado incaico.
Guarnan Poma, a diferencia de Garcilaso, enf atiza la edad
de oro que precede al advenimiento délos incas, no obstante
lo cual dice que éstos impusieron un orden moral similar ai
cristianismo, por lo cual se permite poner en duda la legitimi-
dad de la conquista española. Un desarrollo discursivo par-
cialmente similar es el de Santa Cruz Pachacuti, que busca
ia legitimación en el orden moral que les otorgara el profeta
(o dios) Tunupa y que luego seria reconocido por los incas.
(Pizarra, 1992). Excepto Tttu Cusi que mantuvo escasos
contactos con los europeos por haber vivido en Vilcabamba,
Guarnan Poma, Santa Cruz y Garcilaso reflejan el hecho de
que podían manejar los códigos de la sociedad andina y
también de la europea,, con lo cual otorgan a sus discursos un
doble juego de símboios lingüísticos (e iconográficos en el
caso de los dos primeros) para comunicarse con los dos
grandes segmentos de la sociedad colonial.

50
Si bien todos ellos se ocuparon de los cultos andinos y de
los problemas de la evangelización, existen otras fuentes
específicas cuyo valor etnológico proviene del hecho de ser
relatos recogidos entre los propios actores del drama de la
extirpación de idolatrías. (Duviols, 1977; 1986). Tal vez el más
conocido sea el Manuscrito de Huarochiri, recopilado por
orden del cura de Huarochiri, Francisco de Avila. Este texto
fue escrito en lengua quichua por un autor desconocido y ha
merecido numerosas traducciones de las cuales la más
difundida es la que realizara José María Arguedas (Arguedas
y Duviols, 1966) y la más cuidada la de Gerald Taylor (Taylor
y Acosta, 1987). El interés de este documento es que
probablemente fue contada (o cantada en verso) por una
persona de lengua aru (de los pueblos de la sierra costeña,
arriba de Lima) y que conocía muy bien el quichua. Taylor
recupera parte de los vocablos aru, con lo cual ya nos
encontramos con una intertextualidad lingüística muy particu-
lar. Al mismo tiempo es evidente que el relato refleja visiones
cosmogónicas de varios pueblos diferentes. En un estudio
reciente, Frank Salomón (1991: 465) se pregunta:

¿Cuántas voces individuales cobran aquí expresión? ¿Cuándo


se trata de un yo colectivo? ¿Debemos entender que los mitos
y ritos pertenecen a un sistema armónico o reúne acaso este libro
un conjunto de cultos cuyas respectivas tradiciones no hacen
sino contradecirse? ¿Qué panes debemos atribuir al redactor o
editor desconocido? ¿Puede nuestra lectura trascenderlo para
percibir las rupturas de tiempo, voz y creencia a partir de las
cuales modeló el autor la unidad de su texto?
:
• Én otra pregunta Salomón plantea 13 relación entre la
versión oral y la escrita, y entre una traducción etnopoética
que intente reconstruir la versificación (posiblemente) original
y ia prosa escrita. Salomón busca las respuestas en un
análisis parci al de los textos y, sin utilizar referencias teóricas,
rastrea la intertextualidad, la heteroglosia del texto, dentro de
los cánones metodológicos más actualizados. Si bien el texto
en si mismo es tal vez uno de los más significativos para
reconstruir los mitos y ritos de los andes centrales, en este
caso también nos interesa señalar que los esfuerzos de
Taylor (cuya traducción y forma de presentación bilingüe
permite avanzar notablemente en la interpretación del conte-
nido) y los de Salomón en este último sentido, nos demues-

51
tran que la Etnohistoria se enriquece enormente cuando
utiliza estos recursos metodológicos popularizados por Baktin
o Derrida.

II. Las fuentes administrativas y judiciales

A partir de los años60 se comenzó a percibir que había mucha


información que había quedado fuera del registro de los
cronistas. Los investigadores (Rostworwoski, 1963) comen-
zaron a interesarse mucho más por los documentos burocrá-
ticos y judiciales que ofrecían buena información, no sola- _
mente sobre los indígenas prehispánicos, sino también sobre
sus transformaciones en el contexto colonial.

7. Las visitas

Estas se encuentran entre los papeles burocráticos más


utilizados porque proporcionan información tanto sobre el
Estado inca en términos generales, cuanto sobre las diferen-
tes sociedades que fueron incorporadas a| Estado. Además,
la utilización délas Visitas de Huánuco y de los Lupacas como
fuente etnológica fundamental (Murra, 1964; 1967; 1972)
estuvo también combinada con los datos arqueológicos
(Morris, 1972 y Morris y Thompson,1985), inaugurando una
"táctica" (en términos de Murra) de investigación interdiscipli-
naria que sólo se había aplicado hasta entonces con las
crónicas (Pease, 1989).
Las visitas fueron un recurso administrativo colonial para
obtener datos económicos y_ demográficos a.fjn d.e.jepartif, e
Imponer tributo a los indios por medio de las encom¡enda_s. _eL
t

yanaconaje o la mita minera. Se hacían sobre la base de


cuestionarios previos, cuyos objetivos '^^ta^Tabiidaj^deT
visitador determinaron en alguna medida el sesgo que tomo
cada visita, asi como ppjrla^wedjsppsicifínjrjejps indios a
ofrecer informacion,~a ocTjTtana o de.foimarla^ Como éstas sé
repitieron con diferente amplitud a lo largo de los siglos xvi al
xviu por iniciativa de las autoridades o de las comunidades,
resultaron ser de un incalculable valor para estudiar las
transformaciones pre y poshispánicas en temas que van
desde la obtención de recursos, tenencia de tierras, regías de
la sucesión de curacazgos, migraciones y estrategias frente
a la presión colonial, entre otros muchos.
Los cuestionarios para las visitas circularon en Peni ya en
la primera década después del desastre de Cajamarca (o sea
de la ejecución de Atahualpa [Murra 1970J). En 1549 ei
Presidente La Gasea (presidente de la Audiencia de Lima con
facultades de gobierno) ordena la primera visita general del
territorio ya conquistado. Setecientos visitadores coordina-
dos por el dominico Domingo de Santo Tomás se repartieron
por todo el país para averiguar sobre los recursos y la
demografía y efectuar la primera tasación oficial de los
tributos. Entre 1550 y 1570 se realizaron otras visitas locales,
que en algunos casos reunieron información aún más valiosa.
Entre ellas mencionaremos las visitas de Iñigo Ortiz de Zúniga
en 1562 a los Chupaichus (en las proximidades de Huánuco
actual), publicada fragmentariamente por Maríe Helmer en
1955-56 y luego republícada por John Murra en 1972. La más
ambiciosa de esas visitas fue la ordenada por el virrey
Francisco de Toledo en 1571 y de la cual poseemos algunas
partes completas, como la realizada a los lupacas que
habitaban la costa occidental del Titicaca y que ya había sido
visitado en 1567, con lo cual es posible comparar los datos y
los efectos de la colonia sobre este grupo étnico. Del resto del
territorio existen copias incompletas (Cook, 1975), donde se
han dejado sin transcribir buena parte de los mejores datos
etnológicos. Sobre la base de estos datos Toledo organizó las
reducciones o pueblos de indios, como consecuencia de las
cuales millares de pobladores fueron arrancados de sus
tierras y reinstalados para acomodarse al modelo previsto.
Estas reducciones tuvieron escaso éxito en el corto plazo,
probando en parte la imposibilidad -como decía Polo de
Ondegardo- de alterar "a los indios sus fueros". Por el
contrario, sí tuvieron éxito en fijar los tributos en relación con
los recursos y el capital humano. Es por ello que a lo largo de
los siglos siguientes estas visitas se repitieron, tanto como
una necesidad burocrática cuanto por solicitud de las comu-
nidades, a fin de reajustar los tributos de acuerdo con los
cambios demográficos (Sánchez Albornoz, 1978).
2. Los memoriales

Algunas de estas visitas locales están precedidas por juicios


entablados por los encomenderos, los hacendados o los
campesinos. Otras veces están acompañadas de extensos
memoriales, elaborados por los curacas donde se pueden
seguir los antecedentes de los derechos a la tierra o a las
jefaturas étnicas, así como a acceder a la estructura indígena
de poder (Espinosa Soriano, 1969). Los memoriales pudieron
ser escritos por diversas motivaciones, en su mayor parte
para obtener un reposionamiento de los curacas frente a la
estructura jerárquica colonial. Las investigaciones más re-
cientes están prestando mucha atención a diversos memoria-
les del siglo XVII, que otorgan un nuevo sesgo a las relaciones
políticas y simbólicas de la época. (Pizarro, 1992)

3. Los juicios

Estos pudieron ser entablados entre españoles, españoles e


indígenas o entre estos últimos y motivados por razones muy
diversas. Ei acceso a'los tribunales les permito a los indios
aprender a manipular con gran habilidad los recursos legales,
si bien, cómo lo afirma Stern (1982), al mismo tiempo resultó
ser una trampa en la quedaron prisioneros, ya que ellos no
controlaban la administración de la justicia. Los juicios contie-
nen en cierta medida las opiniones de los involucrados," pero
no deBemós olvidar que están redactados por escribanos,
que no soló utilizan fórmul as legales, sino que pudieron alterar
los testimonios con o sin intencionalidad expresa. Si el
litigante no era bilingüe, se debía recurrir al "lengua" o
traductor, con los consiguientes problemas que de esto se
derivaban. En general el análisis de un juicio requiere de una
metodología específica. Es necesario controlar los intereses
en juego y el hecho de que los testigos eran aportados por
cada litigante y, por lo tanto, respondían a favor de quien los.
invitara y, fundamentalmente, que existían cuestionarios
previos que condicionaban las respuestas de los interroga-
dos. Sin embargo, y siempre que se tengan en cuenta estos
y otros recaudos metodológicos, los juicios, son una fuente
riquísima para reconstruir la vida social, cultural, política y
ecoxiomica de todos los estamentos de la sociedad colonial.

54
4. Otras fuentes administrativas.

En este acápite consideraremos al cuerpo de leyes, ordenan-


zas y disposiciones que regían la vida colonial. Si partimos del
hecho, constatado por los historiadores, de que la legislación
de Indias hasta la época de los Borbones respondía a la
incitación de las necesidades locales, más que constituir un
cuerpo normativo uniforme, este tipo de papeles contiene
directa o indirectamente, información etnológica. Esto se
observa no sólo por las frecuentes contradicciones entre una
disposición y otra, sino por las diferencias entre las legislacio-
nes locales, que demuestran el esfuerzo permanente de la
Corona por adaptarse a los condicionamientos de cada medio
social específico. Es obvio que bajo estas circunstancias,
cada investigador está obligado a atender el cuerpo nor-
mativo de la región que le interesa, tal vez con mayor cuidado
que el que intenta regular la vida general de las posesiones
americanas.

5. Otras fuentes económicas y burocráticas

Aparte de las visitas ya mencionadas como fuentes para este


tipo de datos, debemos considerar ,por un lado, los registros i
parroquiales para la demografía comunitaria, estructura fami- \
liar, migraciones y temas conexosfTandeter, 1991) y, por el
otro, el inmenso cúmulo de papeles de neto corte económico.
Entre estos últimos también incluimos a las mercedes de.,
indios-las Cédulas de Encomiendas- y de tierras, con las que
eran beneficiados ios conquistadores o buenos servidores de
la -Corona. Cuanto más rica la tierra y, sobre todo, la comu-
nidad otorgada en merced, más detallada esTa Cédula, spjbjre^
todo pasados los primeros años.de contacto. Estos papeles,
asi como los juicios entre los distintos postulantes a una
merceJCS con los indígenas~por razones de segmentación d§.i
laTinidad étnica por ejemplo, constituyen una de las fuentes
7ña?~ápreciada$:por;:,su valor etnológico. Al mismo tiempo
a
R9Iian no pocos datos sobre las propiedades y recursos de
lojLe^paocJes y j a economía de cada regjófl.
La solicitud de nñeFcecTéS^Uéron precedidas por Proban-
zas de Méritos, en las cuales los postulantes relataron y
atestiguaronn sobre sus contribuciones en beneficio de la
Corona (Leviller,1920). Estas Probanzas resultan ser una

55
fuente muy rica tanto para estudiar a la sociedad ind ¡gena - y a
que a través deellas pueden analizarse las categorías que se
utilizaron para describir la geografía y los pueblos conquista-
dos y sus costumbres, entre otros datos de interés etnológico
(Lorandi y Bunster, 1987-88)- como para conocer la sociedad
española, que nos permite entrar en contacto muy intimo con
los personajes que intervienen, los costos de cada empresa,
los recursos de una región, etcétera.
De más está decir que la producción de papeles en torno
al mundo de la explotación de minas, tierras y hombres han
generado, a su vez, toneladas de investigaciones macro y
microeconómicas. Este tema ha sido generalmente abordado
por los historiadores, si bien actualmente parte de estos
estudios también llaman la atención de los etnohistoriados,
porque la sociedad indígena intervino activamente en el
mercado (Harrís et al.,1987) y en especial los grandes
curacas, y porque los datos económicos reflejan el grado y los
mecanismos de explotación de los recursos humanos, así
como diversos aspectos de la conducta y las representaciones
de la sociedad europea sobre los indígenas y sobre sí misma.

III. Historiadores, viajeros y periodismo

A partir del siglo xvm, es cada vez mayor el cúmulo de


información disponible. La práctica de escribir historia se
profesionaliza cada vez más y en este caso se cuenta con una
previa compulsa en los archivos civiles, comerciales, judicia-
les y políticos. No parece necesario en este caso extenderse
más sobre el tema, ya que en el capítulo anterior hemos
discutido con cierto detalle las características del desarrollo
de esta disciplina. Con el surgimiento de las repúblicas
independientes, desde comienzos del siglo xix, los historia-
dores americanos se dedicaron cada vez más a la historia
local, como un ejercicio de construcción de las nacionalidades
nacientes.
Desde el siglo xvm. América fue continuamente visitada por
viajeros, muchos de ellos empujados por diversos intereses
científicos, que reflejaban el espíritu iluminista de la época.
Humboldt, Azara, D'Orbigny, Darwin... : son numerosos los
nombres que jalonan esta pléyade de viajeros ilustres, aun-
que también había otros, tal vez más oscuros, pero que
aportaron infinidad de información histórica y etnológica.
Desde el XVII se populariza también el periodismo. El
Mercurio Peruano, por ejemplo, es una fuente cada vez más
utilizada y en él se reflejan los intereses y acontecimientos de
la época, semana a semana. En este sentido es una valiosa
crónica que permite reconstruir también el simbolismo colec-
tivo; tal como se manifiesta en las fiestas populares, la
criminalidad, la legislación y todos los temas que preocu-
paban a los contemporáneos. En general es un periodismo
comprometido con fuertes juicios de valor sobre los aconte-
cimientos y la conducta de los actores sociales. De alguna
manera se trata de crónicas moralizadoras.
En términos generales, todas las fuentes pueden ofrecer
simultáneamente datos o apoyar interpretaciones sobre dis-
tintas facetas de la conducta humana. En buena parte, la
calidad de esas interpretaciones depende de la sutiliza de la
lectura y del cruce inteligente de la información. Con este
resumen, que por cierto no agota todas la variedad de fuentes
disponibles, pretendemos orientar al lector sobre la riqueza
etnológica de las fuentes históricas, y de esta forma prepario
para comprender cual fue el desarrollo de la disciplina a
medida que se fue ampliando el registro e incorporándolo
sucesivamente a un esquema multidisciplinarío que abre
cada día nuevas líneas de investigación. En este sentido
queremos subrayar la renovada importancia que han adqui-
rido las investigaciones iconográficas, que con sus sentidos
manifiestos u ocultos, permiten internarnos de una manera
novedosa en las representaciones simbólicas y en las prácti-
cas pol ítícas déla sociedad en todas las épocas (en el pasado
prehispánico con la ayuda de la arqueología) y en todos los
espacios.

Nota: La mayor parte de las crónicas han merecido sucesivas


ediciones. En estos últimos años, a raíz de la conmenoración del Quinto
Centenario del Descubrimiento de América, estas ediciones se han
multiplicado enormemente. Por este motivo hemos seleccionado, en lo
posible, las ediciones más recientes, si bien no disponemos de todas las
que se han realizado en estos últimos diez años.
Capítulo tercero
EL TAWANTINSUYUO IMPERIO DE L O S I N C A S

I. El espacio, la gente, la lengua

El espacio ocupado por el imperio incaico encierra dentro de


sus límites una gran variedad de paisajes, de pueblos y de
lenguas. Los incas ocuparon casi un millón de kilómetros
cuadrados e incorporaron a su dominio de seis a once
millones de sujetos. Las conquistas se extendieron desde el
sur de Colombia hasta el río Maule (al sur de Santiago) en
Chile y Mendoza, en el territorio argentino. En el sentido
transversal, ocuparon desde el mar hasta una frontera irregu-
lar que corría a lo largo de las vertientes serranas que la
separan de la selva ecuatorial y el Chaco occidental. La
expansión de los incas cuzqueños estuvo acompañada por la
imposición del quechua como lengua general, sin que por ello
las lenguas restantes fueran abandonadas como medio de
comunicación fundamental en el nivel de las comunidades.
Los españoles encontraron que les resultaba más fácil recu-
rrir al quechua, con lo cual ampliaron su difusión, si bien en
algunas grandes áreas lingüisticas como la aymara, debieron
adaptarse y emplearla también como lengua general. La
grafía utilizada en el siglo xvi no fijó normas uniformes para
transcribir esas lenguas, por lo que existe una relativa anar-
quía en este sentido, que afecta en muchos casos las
posibilidades de traducción y sobre todo de captación de las
sutilezas del habla en los niveles conceptuales. En los
párrafos siguientes vamos a observar que fue necesario
utilizar palabras como gobierno, rey, gobernadores, ins-
pectores, provincias, mercados, dioses, y muchas otras que
tienen una clarísima connotación en nuestras lenguas euro-

59
peas, pero que problamente no traduzcan con corrección las
categorías andinas del espacio, el poder o la sacralidad. En
los últimos años se ha difundido la práctica de utilizar los
términos quechuas o aymarás a veces, incluso, sin sus
equivalentes en lenguas europeas. Los textos así escritos
quedan restringidos a lectores entrenados en el tema, y es
difícil reproducirlos en trabajos de mayor difusión. Este
esfuerzo, sin embargo, revela el interés por lograr una mayor
aproximación a la realidad profunda que reflejan las lenguas
nativas: en otras palabras un mayor respeto a la "otredad".
A medida que los europeos fueron ocupando y conociendo
el territorio, fue posible captar las diferencias ecológicas y
culturales que habían sido incorporadas bajo el dominio del
Cuzco y, posteriormente, comprender también los mecanis-
mos de cohesión y coerción que habían sido utilizados para -
cumplir la gigantesca tarea de explotar y administrar este
extraordinario mosaico multiétnico.

II. Las fuentes y los autores.


Las perspectivas teóricas

Nuestra información sobre los orígenes, desarrollo y condicio-


nes estructurales del Estado inca provienen de fuentes muy
diversas, como lo expresamos en el capítulo anterior. La
elección del tipo de fuentes ha ido cambiando en los últimos
años al compás de las mutaciones teóricas y metodológicas,
así como varían la calidad de las interpretaciones y la
dirección que se imprime a las investigaciones. En esta
sección analfzareñrió^ de los "autores que se
basaron fundamentalmente en el análisis de las crónicas y
que ,a su vez, fundan las perspectivas teóricas más difundi-
das en los_..e_studio,s .andinos. En la "siguiente veremos los
efectos de la incorporación de nuevos tipos de fuentes y la
apertura de una mayor diversidad de variables que enrique-
cen el análsis temático del dominio inca, y aún lo exceden. Por
ello, la subsiguiente sección está destinada a la discusión de
los modelos básicos del comportamiento andino que fueron
previos al desarrollo del Tawantinsuyu, pero que lo recubren
y lo trascienden hasta el período colonial. Metodológicamen-
te, es importante señalar, que las investigaciones sobre estos

en
últimos temas no se hubiesen podido desarrollar sin contar
primero con los diseños sobre el comportamiento del Estado,
en especia! por la necesidad de profundizar en las relaciones
entre el Estado y la sociedad.

1. Los precursores¿

Los tempranos trabajos de peruanos como Julio Tello (1923),


Luis E. Valcárcel (1925 a y b; 1937-41) o Raúl Porras|
barrenechea ( 1 S J 3 3 , 1944, 1950) entre otros, así como de
diversos auTores norteamericanos y europeos fundan las
bases del conocimiento sobre la prehistoria andina y en
particular sobre los incas.
Luis Valcárcel es considerado el fundador de la antropolo-
gía cíeñfiTíca en el Perú (Pease, 1976r77). Su'métodcrpuedfe
ser considerado como una antropología retrospectiva en
tanto combinaba la información de fas crónicas' con iajp
evidencias arqueológicas y fue quien introdujo en el m e f f i
peruano él término etnohistoria, que reflejaba por cierto el
vínculo entre la anVopoIbgía déla sociedad contemporánea
y su pasado histórico. Considerado el fundador del indigenis-
mo peruano^su historia de los incas tiene un perfil idealizad^.
Nos retrata un estadoperfecto, justo.'redistributivo, que tema
como meta el "bienestar de todos los seres humanos". Su
imagen idealizada se completa con frases como ésta, "el
trabajo sería universal, obligatorio, justo, alterno, saludable,
útil..." (1970:17). Sin duda esto no desmerece su esfuerzo y
su trabajo pionero que le ha merecido el reconocimiento del
mundo académico y de los peruanos en general, por sus
¡mporantes contribuciones historiográficas.
Valcárcel estuvo influido por la Escuela Htetórico-Cultural'
de Leo Frobenius, FrfizCJraebner y otros que precbnízáBán
la existencia de ios ciclos culturales^Sobre esta base Valcár-
cel^ construyó un modelo específico para el área andjiía,
meaTaliteülríacómb^ de elementos de cultura materiai...
religión;'économí a, arte y organización social. La Historiad?
la cultura antigua derPerW.cüya. edición iniciaraA/alcárceTen
1943 y continuara en 1949, incorporó esta perspectiva a los
estudios andinos, inaugurando así en el Perú una corriente
transitada también entre los años '30 y '40 por otros antro-
pólogos latinoamericanos, como José ImbeHonl en la Argen-
tina, por ejemplo (Pease 1976-77:209). Por su parte, Julio_

61
TéítoTtajmbién un pionero de la arqueología andinajutilizaba
las crónicas para venlicar süT6^s^u1frTñTÍé71{ps. La conlxonta.-
cíónJ3e~ lál^pWs^écBya's antropológica y arqueológica le
peimitióaValcárceldesarrollar algunos intrumentos de crítica
respecto aja. información contenida en las crónicas. Si bien
esta perspectiva no supera totalmente la ingenuidad de la
historiografía tradicional frente a esa misma información, es
cierto que abre nuevas perspectivas en la metodología de
verificación sobre la base teórica de la antropología, un
ejercicio en el cual se lo puede considerar un verdadero
pionero. Valcárcejfue además un impulsor del indigenismo en
ej_J£erú de allí la importancia de sus estudios sobre el
t

Tawantinsuyu como modelo de construcción y reafirmación


de la conciencia nacional. Por lo tanto, su metodología
etnohistórica vincula el pasado con el presente con el objetivo
de formular una ideología de afirmación nacional.
* Raúl Porras Barrenechea fue uno de losjnejores conoce-
dores de las crónjcas andinas. Historiógrafo fino y minucioso,
fue un""maestro que dejó una profunda huella entre los
especialistas. Su obra se distingue por la edición crítica de
nuevas fuentes y por haber inspirado en sus discípulos, como
María Rostworowskí, la búsqueda incesante de nuevos ma-
nuscritos que iluminaran la historia andina desde perspec-
tivas no exploradas por ios cronistas.
Las lecturas posteriores han revisado sin cesar esta
bibliografía temprana otorgándole nuevos significados, aun-
que hayan sido menos sofisticadas que los estudios más
recientes, gracias a la obra de estos pioneros y al aproximar-
nos .a_rnedi,ado5 del siolo. el tema incaico fue reenfocádo
i

sobre la base de numerosos cronistas desconocidos o ina-


ccesibles hasta entonces y a l aportado las nuevas corrientes"
antropológicas que privilegian el análisis de lasIñslífÜQÍones.
y d e jas representaciones simbólicas, más allá de la historia,
láctica.Ln los párrafos siguientes analizaremos tres modelos
metodológicos diferentes - e n alguna medida basados en los
aportes anteriores- ,que tuvieron importantes replicaciones
en las investigaciones andinas. Con este tipo de discusión a
partir de modelos específicos (a los que agregaremos algu-
nos comentarios de autores posteriores), también tendremos
ocasión de comenzar a observar el proceso de construcción
del conocimiento entorno a la problemática andina á lo" largó"
v
dé tos últimos 50 años. "~ " ~ "
2. El historicismo norteamericano: John Rowe

La síntesis que másjmpacto produjo al promediar el siglo ha


sTdo'eranlcl^o'de^^ en el Handbook of
South American Indians (1946). Rowe estuvo influido por él
hjstqricismo v particularismo boasianoy que se revela en la
utilización simultánea rieia.sxrrinicas y la arqueología? sin
adoptar por cierto el esquema de los ciclos culturales que
nabía influido sobre Valcárcel. Siendo ei texto de Rowe un
eslabón fundamental en los estudios andinos, aprovecharemos
el esquema de su exposición con dos finalidades simultáneas.
Por un lado reflejar el método de análisis del particularismo
histórico, que, como decía Kroeber respecto de Boas, hace
historia sin hacer historia, ya que no se preocupa de tac
transformaciones en el largo plazo. El cuadro resultante,
netamente descriptivo, termina por ser sincrónico. Por el otro,
basár^hoseñlasTmpficidad del esquema, describiremos los
temas básicos de la historia y estructura del Tawantinsuyuy
de esa manera podremos disponer en tas discusiones poste-
riores de un corpus de datos elementales que sirvan de
referencia al lector. Deberemos observar, desde el comienzo,
que en la descripción que Rowe ofrecía por los años 50. hay
pocas referencias a los confjictos^ntre el Estado y la sode¿
dad.j^al mismo tiempo una muy débil preocupación por las
consecuencias de la impjantación del Estadoeñél proceso dé
etnogénesisdeTás comunidades andinas.
'Laselapasen el desarrollo del Imperio. La^teCíCupadónde
John Rowé por périodjzar el desarrollo y crecimiento del
Imperio lo condujo a identificar distintos momentos de ese
proceso, comenzando coñías evidencias arqueológicas del
PeríodojÚhanapataj que define la ocupación preinca de la
reglón del Cuzco, y que se corresponde con una etapa
formativa generalizada para los Andes Centrales. A éste le
sigue el Período^ Inca Temprano que "probablemente
corresponda a un período histórico quése ubica entre 1200
al 1438 d.C, y que muestra el establecimiento gradual de la
hegemonía inca en la región del Cuzco" (Rowe, 1946:199).
Finalmente, ei Período Inca Tardío,jyue Rowe fecha entre
1438 y el arribo de los españoles y secaracteriza por el mayor
esplendor del Cuzco y la más amplia extensión de sus
conquistas hasta los' límites mencionados más arriba._ta
preocupación historicista de Rowe lo conduce a pronpner una
cronología para la sucesión patrilineal de trece reyes incjs^

63
comenzando con Manco Capatf^fujidjjdor de la dinastía,^
finalizando coTi^taTiuaípa. ejecutado por Francisco Pizarro
éríCajamarca en Í532.l|cs cinco primeros reyes descende-
rían de los í ¡ n a i e _ s ^ e j ^ ^ V ios restantes de
Hanan (o Alto) Cuzco, las dos mitades en las que se dividía
la ciudad, siguiendo el modelo de dualismo que caracterizaba
la estructura social andina.
Este esquema patrilineal y de gobierno unipersonal ha sido
ampliamente discutido por los investigadores más recientes.
Sobre todo porque en las estructuras políticas andinas pre-
vias y contemporáneas al Tawantinsuyu y que persisten en
tiempos coloniales, las autoridades de las dos mitades com-
parten el poder,'justamente como expresión de la dualidad
fundamental de la sociedad. Haciendo una lectura directa de
las crónicas, sin tener en cuenta la posibilidad de que se trate
de tiempos cíclicos, y sin decodificar en este tema el euro-
centrismo de los autores coloniales, Rowe calcula los lapsos
de gobierno de cada rey inca, sugiriendo que Manco Inca
pudo instalarse en el Cuzco hacia el año 1200. Basándose en
la tradición cuzqueña, reformulada por Cabello de Balboa
([1580] 1951), Rowe propone que Pachacuti, el noveno inca,
fue coronado en 1438, (fecha en la que hace finalizar el
Período Inca Temprano) al cual le siguen, en sucesión
patrilineal: Topa Inca que toma el comando del ejército en
1463 y es coronado en 1471; Huayna Capac que asume en
1527, y Huáscar que llega al trono en 1532 y que es asesinado
por Atahualpa, que desde el Ecuador, le disputaba el trono a
su hermano cuzqueño.

• La expansión v desarrollo del Estado. Basándose en las


crónicas que le parecen más confiables, Rowe sugiere, y esto
continúa siendo aceptado hasta el momento, que en ios
tíémpos~"de "Pachacuti (el "noveno" inca) se produce un
cambio fundamental en el^proceso' a^é'éxpansión. Es a este
rey a quien se atribuyen cambios fundamentales en las
relaciones con los vencidos, ya que se comienza a incorpo-
rarlos al dominio del Cuzco por medio de la violencia o las
negociaciones.
Los primeros que se incorporaron bajo este nuevo régimen
fueron los Chancas, que vivían no lejos del Cuzco y que
sufrieron una durísima derrota. A partir de ese momento se
inicia una agresiva política de conquistas. Comienzan por las
poblaciones de la cuenca del Lago Titicaca, donde se encontra-

64
ban los señoríos Collas y Lupacas, que ya habían sostenido
guerras con Viracocha, el padre de Pachacuti. En sucesivas
campañas Pachacuti y su hijo Topa Inca dominan desde el
Lago Titicaca hasta Quito y, una vez coronado, Topa Inca
amplía las conquistas incorporando el altiplano boliviano, el
norte y centro de Chile y, en la Argentina, el noroeste del país
y la región occidental de Cuyo. En las últimas campañas
Huayna Capac trata de avanzar la frontera norte hacia
Colombia, pero su muerte prematura interrumpe este proyec-
to. Sus hijos Huáscar y Atahualpa combaten por la sucesión
a la llegada de los españoles.

• Las instituciones andinas e imperiales^ John Rowe recons


truye el modelo institucional implantado desde el Cuzca.
Comienza con él "añaTIsTs"dfl W rpri^sos, tanto de la aajicjj-
lura -subrayando la expansión de las andenerias y los
sistemas de riego- como del pastoreo, la caza o la pesca-
Pasa (yeqo a describir la arquitectura, ya sea la domestica
como la señorial y ritual. .
Pero hay otros aspectos de la vida andina comunitaria y
estatal que difícilmente hayan sido tratados con la minuciosi-
dad con que lo hizo John Rowe en el trabajo que comentamos.
Describe tanto el estilo de fos ornamentos y las técnicas de
manufactura, cuanto el transporte; la extracción de recursos
mineros o la redistribución de los bienes artresanales. Su'
excelente conocimiento de la arqueología y su familiaridad
con las crónicas nos han dejado un instrumento de consulta
permanente. Es por ello que el sistema social, el político y la
mitología y religión tampoco escapan a sus intereses.

• Parentesco, organización social y politiza. Su incursión en


el sistemade parentesco no fue tarea fácil, ya que se basó en
los confusos datos de las crónicas. Sin embargo Rowe parte
de la gramática y diccionario quechua de Diego González
Holguín ([1607] 1952), que lo orienta en la búsqueda de los
té¡ minos y la clasificación del parentesco, un tema que Rowe
puede manejar con soltura ya que conoce esa lengua.
|nvestiga más adelante las restricciones aj matriniflWfi^ las
régíasdel incesto para finalizar describiendo la uñíoad básica
del sistema social - el ayllu- que define como un grupo de
parentesco endógamo, patrilineal y sin totemismo (Rowe
1946: 255). Sin embargo, al comenzar su discusión sobre
este tema, Rowe reconoce que algunas fuentes sugieren

65
"diferentes significados" para el término ayllu: (1) los linajes de
clase real, cada uno compuesto de los descedientes directos
del emperador en linea masculina; (2) unidades sociales de
varias familias extensas; (3) "¡ocasionalmente una mitadl" (el
signo de admiración es de Rowe; 1946:253). Cuando el autor
opta por la segunda opción pierde una oportunidad de
interpretar los "diferentes significados" como una forma de
expresión simultánea o intercambiable entre niveles de dis-
tinta complejidad estructural y, como él mismo lo dice en
alguna medida, dependiente del contexto del discurso. En las
últimas décadas los investigadores han probado el uso
"emboité" del concepto dé ayllu (Platt, 1978; Isbell, 1974;
Rasnake, 1989), por medio del cual se define al mismo tiempo
a un conjunto de linajes, a las mitades y al grupo étnico mayor.
fWWamenraTmenlé es un concepto referencia! que marca la
•perféñeñcia de un segmento con" réspecío aotro, y por lo tanto
©^Imprescindible partir del análisis de! cóñléld35"aTscür5ÍvTr
Del mismo modo, la interpretación del nivel en el que se ubica
la endogamia depende del nivel referencial. Los estudios
etnográficos de Tristan Platt han mostrado que la endogamia
preferencial es a nivel de ayllu máximo, o sea del grupo étnico,
pero que las mitades son exógamas.
En cuanto a la organización política. Bo.we acepta la visión-
transmitida por los cronistas acerca de la centralización d e l
poder en la cabeza del rey Inca legitimados con los atributos
simbólicos y milcos con que se rodeaba su" sácraiizada
persona? Las Tundones de gobierno, sin embargo, eran
asistidas por miembros^dj? Jos RnaLes {ayllus o paracas)
reales, ya que debían controlar un imperio de magnitud sin_
precedentes en la historia prehispánica. A esta aristocracia de
sangre real, se sumaron los llamados "incas de privilegio" que
pertenecían generalmente a las noblezas locales que se
mostraron mejores aliados del Imperio. Con esto el Cuzco
podía reclutar funcionarios para cumplir las innumerables
obligaciones que enfrentaba el Estado.
El Tawantinsuyu era el Imperio de los cuatro suyus,_Q^
provincias, que permitían ordenar cosmogónica y adminjs.-
trativamente ese iñrTteTfsTneTTrTorTó de múltiples paisajes y
pobia^3e55¡fios.¿tniCQS ¿eJítefentes niveles de cultura^
y organización política Esos cuatro grandes suyus eran:
Chinchaysuyu al noroeste,que incluía la mayor parte de la
sierra central y el norte del Perú y .Ecuador; Antisuyual este,
que cubría una franja indeterminada de las laderasorientales

66
de los Andes; el Collasuyu al sur, que abarcaba la cuenca del
lago Titicaca, el resto del altiplano y los valles mesotérmicos
de Bolivia, el norte de la Argentina y Chile; el Cuntisu^u al
sudoeste, que incluía la sierra y la costa sur. Cada uno de los
suyus estaba gobernado por un apo, y fueron subdivididos en
diferentes provincias, que se correspondían aproximada-
mente con los territorios de los antiguos señoríos étnicos y
eran supervisadas por gobernadores denominados totrikoq.
El resto de las autoridades menores se jalonaban a distintos
niveles, según el número de tributarios que debía controlar,
en un sistema de autoridad "emboité" seguiendo un orden
decimal. Estos oficiales menores eran llamados curacas, y en
muchos casos sumaban nuevos oficios y obligaciones reales
a la jerarquía que emanaba del grupo étnico al que pertene-
cía. Debido a esta doble función, el curaca debía asumir la
responsabilidad de que sus sujetos entregaran su trabajo al
Estado en las condiciones prefijadas por las autoridades
enviadas por el Cuzco.

• Laorganización trit^gtaria La población (al menos en los


territorios mejor controlados) fue subdJyJdLcLa-en un sistema
decimal, con el fin de garantizar las prestaciones sobre una
base demográfica uniforme, y a su vez era clasificada según
doce niveles dé edad, dentro de las cuales un hombre era
considerado tributario en el momento de formar un nuevo
hogar. Para organizar el sistema, el Inca ordenaba, además,
el desplazamiento de un cierto número de pobladores que en
forma permanente era instalado fuera de su territorio de
origen. Estos eran los llamados mitimaes, que si bien no
quedabarTaesvincuíados de sus curacas étnicos, a los fines
del tributo estatal eran colocados bajo la autoridad de los
oficiales reales, aunque fueran éstos los curacas del nuevo
lugar de residencia. Con este mecanismo de desplazamiento,
el Inca nivelaba demográficamente las unidades administra-
tivas, incorporando gente adonde faltaba y sacándola de
donde sobraba. Al mismo tiempo, los señores étnicos tuvie-
ron bajo su control un número equivalente de sujetos; con ello
se evitaban las competencias internas, ya que el desplaza-
miento poblacional era acompañado por una redistribución de
tierras y recursos para las nuevas comunidades así organiza-
das. Diez mil tributarios formaban una unidad llamada Huno
y su jefe tenía autoridad sobre el que comandaba una
Waranqa, o sea una unidad de mil tributarios, que a su vez se

67
subdividía decimalmente en otras unidades menores. Esto
servía para fijar las tasas anuales tributarias asignadas en
trabajo o en servicios militares que eran llamadas mita, que
equivale a "turno". O sea que, anualmente, toda la población
masculina adulta cumplía su cuota o turno de trabajo en las
actividades fijadas por los oficiales reales. Este tiempo de
trabajo estaba calculado para obtener una determinada
cantidad de bienes, de modo que aunque el tributo en
términos estrictos no se entregaba en especie, existía una
clara relación entre el tiempo del trabajo y los recursos que se
esperaban obtener.
La contabilidad sobre las prestaciones y los bienes produ-
cidos se realizaba por medio de los quipus, los famosos
conjuntos de hilos anudados, que incluso eran utilizados
como un recurso nemotécnico para recordar los sucesos
históricos..
Los oficiales reales controlaban todo tipo de tributación: las
prestaciones realizadas en los campos que el Inca se reser-
vaba en cada comunidad, y la cantidad de grano cosechado,
la producción artesanal, y su destino, el contenido de los
depósitos, el ganado de los rebaños del Inca, el tiempo
dedicado a los servicios públicos tales como construcción de
los centros poblados, puentes y caminos, o servicios especia-
les al Inca y la nobleza. Rowe admite sin discjj_sió_n_el rol
redistribuí vo del Estado, que, según los cronistes^ja^e^jujaba
el aprovisionamiento de la población en épocas de malas
cosechas o desastres naturales. Esta afirmación de los
cronistas ha sido muy discutida en las investigaciones más
recientes, y se relaciona con el rol civilizador que se atribuyó
al Estado inca, en el marco de de un largo proceso evolutivo.

• Control político del_Estado. Salvo rebeliones o fuerte resis-


tencia a la conquista, una de las características del modelo
hegemónico del Tawantinsuyu fue la de conservar las auto-
ridades locales, e incluso pagar su fidelidad mediante esplén-
didos regalos, que incluían derechos sobre nuevas tierras,
como lo han revelado estudios más recientes (Rostwroswki
1963).
En este artículo R Q W R de»scrihB el sistema político de
control poxjuexüo de la extracciójndejff/?as y de ad/as^qua,
como veremos más adelante, fueron temas ampliamente
desarrollados por John Murra (1975 y 1978) y que discutire-
mos en su momento.
En su análisis institucional, Rowe (1946) se ocupa de IjL
guerra y, en este tema, de las armas, las tácticas,.el tratos
fos prisioneros, los trofeos, los honores a los generales
vícTonósos, los rituales y la diplomacia.

•El ciclo de vida, la cultura andina y la religión. Rowe se ocupa


de analízar^éTcTció de vida andino, los juegos, los deportes y
el arte en todas sus manifestaciones. Muchos de los rasgos
culturales incluidos en este análisis pertenecen a la tradición
andina y no fueron inventados por los incas. En el tratamiento
de este tema se revela la sincronía del modelo de Rowe,
confirmando algunas de las críticas que recibía la tradición
boasiana, o sea la de hacer historia sin hacer historia.
— f e j ^ c u j m t o ^ a la religión Rowe describe los principales
atributos de los principales divinidades del panteón andino,
los mitos de creación del mundo y las principales fiestas y
rífuales.

La historia del gobierno y el origen de los incas ha sido contada


en forma simple y lineal. Hemos descripto los rasgos más
relevantes de la problemática que a partir de mediados de
nuestro siglo será retomada, discutida y resignificada por
diversos autores, muchas veces apoyándose en otros más
antiguos, pero, sobre todo, releyendo las crónicas con otras 4

hipótesis e incorporando paulatinamente nuevos tipos de


fuentes. **

3. EJJuncionalismo: John Murra]

El enfoque funcionalista en los estudios andinos adquiere una


de sus cumbres con la obra de John Murra. Como él mismo
lo expresa en el prólogo a la edición de su Tesis (1978a),
realizada veintidós años después de su defensa en la Univer-
sidad de Chicago en 1955 (por lo cual encontraremos trabajos
posteriores que corrigen o amplían temas de su Tesis antes
de que fuera publicada) Mifrrp tienp. su principal tféfflZf
intelectual m n PI funcionalismo británico qu^^studiaba i f s
reino^fjjcanojp. En el prólogo de 1955 de su Tesis, Murra es
rouy claro en este sentido, dado que pretende hacer una
relectura de "todo el corpus de las fuentes a la luz de los logros

69
de una antropología que ser ¡a a la vez h istónca y F u ncio nal"
(pag.19; el subrayado es nuestro). Á diferencia de la cober-
tura total de los temas vinculados a los incas que realiza
Rowe, John Murra focaliza su investigación en la ecoriQmy.
y "en parte de su organización social, denJxp>dfiajaj3iac#Q
etnológico y de la antropología <?™^" 1fiBidem:18-19). PJor-
primera vez los temas eronómicos privilegian la problemática.,
cfe las relaciones entre eTEstado y las comunidades, interro-.
gándose sobre e[ impacto del Estado j3fijjna__muMud-óe.-
diferentes grupos etnico"sque ostentan también muy variados
nlyelisidj^rganizacToíTpolítica. Se ocupa de los mecanismos
que utilizan la sociedad y el Estado en la producción y
circulación de bienes y servicios, regidos por las pautas de la
reciprocidad y redistribución. Por ello Murra reconoce tam-
bién la influencia de algunas de las ideas de Xarl Polanyi
(¡1957) 1976) sobre c í r c w i a c l ó r n f g ^
! precapitalístas^ Asimismo Munajnsíste en la importanga de
Í cruzar los datos etnohistóricos con los arqueológicos, un
i tema que ha sicío constante en la prédica escrita y oral de eáte
I maestro de la nueva generación de investigadores.
El interés de Murra por las etnías que ingresaron al dominio
del Tawantinsuyu excede los límites de las relaciones estado-
sociedad. A través de sus estudios ha buscado aquellas
constantes que dan especificidad al mundo andino, y por eso
ha privilegiada aquellas fuentes que le aportan información
sobre la vida comunitaria. En el momento en que escribe su
Tesis, Muña no tenía acceso a fuentes inéditas y debió
limitarse a una relectura de las crónicas editadas hasta esa
época. Sin embargo, prestó atención especial a algunos
autores como Polo de Ondegardo, que había despertado
escaso interés, o a las Informaciones que fueron recopiladas
por Jiménez de la Espada bajo el título do Relaciones
Geográficas de Indias, y que ofrecían un cuadro más detalla-
do sobre la vida local de las comunidades. En esta elección
se refleja menor preocupación por la historia centrada en el
Cuzco y por ios aspectos bélicos o míticos de la epopeya-de
construcción del Tawantinsuyu^ mucho más en las institucio-
nes básicas que organizan tanto internamente la vida social
I cuanto sus relaciones con el Estado.
En su prólogo a la edición castellana de 1978, (Murra se
negó a que su libro fuera editado antes en inglés) relata !as¿
condiciones éh Tas que realizó su investigación.jBu párticipa-
« é w e nteguerra civil en España, en lüs brigadas del ejército

70
republicano, lo hicieron pasible de la represión maccarthisfSl
A causa de ello, el gót¡!emoa'e los Estados Unidos le negó?©'
pasaporte|impidiéndo!e realizar un trabTSjó'üe campo antropoló-
gico en los Andes. Frente a ese contexto, la única solución
para continuar con sus estudios andinos "era hacerlo en,la
biblioteca; de etnólogo me convertí en etnohistoriador" (1978a:-
12). Admite también que en el artículo sobre* las etnías
ecuatorianas, publicado en el volumen II del Handbook of
South American Indians, consideraba que en América no
existían Estados fuertes, y habiendo rechazado la tesis
esclavista q la socialista (Baudin (1928J1962), optó por el
feudalismo, basado en la escasez del comercio y la importan-
cia de las relaciones de parentesco en la estructura del poder.
Cuando inició su Tesis años depués, rechazó esta postura
que había estado influida por la historiografía europea, espe-
cialmente por el materialismo histórico, y se comenzó a
interrogar sobre la verdadera naturaleza de los fenómenos
andinos. Sin embargo mucho más familiarizado por ese
entonces con el funcionalismo británico, reconoció la coexisten-
cia entre las relaciones de parentesco y las maquinarias
políticas jerarquizadas y fuertes. Las correlaciones funciona-
les entre los estados africanos y los andinos se multiplican en
las referencias de Murra: la mita con la cfop/cvvedahomeiana,
las reciprocidades asimétricas entre los señores y sus sujetos
descriptas por Herskovits en los años 30, la redistribución
barotse y la incaica y así en muchos temas. En los párrafos
siguientes, veremos cuales son los aportes originales de
Murra, y podremos discutir las diferencias con los enfoques
anteriores.

• La Agrígultum» Tal vez el punto más original de su análisis


resideen la importancia que le aUibuy^Lalxulüv^4e-tubéfe«-
lós, en e s p e a a l l a j i a p a con todas_ susvariedades^que
constituyen el alimento básico de las poblaciones dé al.tura.-
En la opinión deMurra, sobre todo en los Andes serranos, ej.
maíz sólo resultaba un privilegio como alimento corriente de^
tas clases áltase en tanto que para el común de la población
se restringía al uso ritual, que obligaba al consumo de grandes
cantidades de chicha, el alcohol andino fabricado con maíz
fermentado. Destaca asimismo las posibilidades de almacena-
je de los tubérculos, en forma de chuño, que podía ser
conservado varios años y suplir con cierto éxito las hambru-
nas provocadas por las frecuentes sequías.

71
Murra no ignora que los ciclos de cultivo estaban regidos
por el calendario ritual y destaca el interés del Éstadomca por
ampliarlastienras destinadas al cultivo deí maíz, como un bien
dejyesüjgioj pero tajmbjén entregado a íos soldados cuando
eran enviados a l a guerra.Fára"esto los incas ampliaron las
andenerias y b s sofisticados sistemas de riego, y en especial
debieron confiaren la experiencia de los Chimú, el pueblo de
la costa norte, que habían construido fabulosas obras de
ingeniería hidráulica desde tiempos muy remotos.

• Tenencia de la tierra. Este es el tema del segundo capítulo.


Comienza afirmando la relación entre la tenencia de la tierra
y Jos vínculos, de parentesco. Murra discute en detalle los
derechos territoriales comunales, basados en el ayllu, y Ta
redistribución de parcelas a cargo del curaca, en relación con
la cantidad de miembros de cada unidad doméstica. Basán-
dose en Polo de Ondegardo, reconoce la existencia de
conflictos interétnicos por derechos territoriales. Sobre estos
temas Murra deja abierta varias preguntas. Entre ellas el
problema de la herencia, de los derechos adicionales, de las
dotes, etc. sobre los que ahora tenemos más información,
pero de los que por cierto no podemos afirmar que hayamos
encontrado todas las respuestas.
Debemos señalar la importancia que Murra le otorga a las
relaciones de reciprocidad y redistribución en el nivel del ayllu:
las prestaciones a los curacas y las obligaciones que éste
adquiere por recibir esos servicios o mitas, insistiendo en que
se trataba de prestaciones rotativas de trabajo y no de bienes,
aspecto que constituye uno de los pilares de su demostración
sobre las características de la tributación andina.
A partir de este punto se dedica a estudiar los mecanismos
de apropiación de tierras que el Estado destina para obtener
sus recursos y las mitas que los miembros de cada ayllu
debían cumplir en dichas parcelas estatales. Hay una detalla-
da discusión de las evidencias documentales respecto al
mecanismo utilizado porelCuzco para legitimar sus derechos
sobre las tierras que pertenecían tradicionalmente a las
comunidades étnicas, el ejercicio de la generosidad hacia los
señores y otros problemas conexos. Señala además las
tierras que se asignan a ciertos individuos gracias a servicios
especiales, a los linajes reales para sostener a las panacasde
los Incas vivos o muertos, y a los mitimaes trasladados por su
orden a territorios extraños. En este punto Murra es muy claro
A estos [dominios! hay que distinguirlos de las tierras del
Estado" (1978a :73).
Las tierras de los curacas son objeto de especial atención.
Yaqui se observa como Murra maneja hábilmente la informa-
ción para entresacar aquellas evidencias que vinculan los
aspectos políticos y de parentesco con el ejercicio de la
reciprocidad y la redistribución. Observa que existe una
jerarquía de tenencias, articuladas según los lazos de paren-
tesco, y en tanto el curaca pertenecía a uno de los linajes
jerarquizados de su grupo, tenía especiales derechos a
tierras y a prestaciones ofrecidas por sus sujetos, privilegios
que fueron ampliados por Tawantinsuyu.

Los rebaños vJos tejidos. Como hemos visto hasta el


momento, M_una toma temas ya tratado por otros autores
modernos, pero comienza a resignif icarios¡dentro una estrtlc-
tura-Juncional. Ló~7fíísmo sucede con su análisis de los
rebaños y, sobre todo, con los tejidos. Nadie había ignorado
la importancia del pastoralismo en los Ande.s, pero, como
veremos, M^rra pone^en este tema un nuevo acento. La
posesión de rebaños fue sustancial .paraTM~p^lá^fones
altoandinas. La posesión de los rebaños estaba regida por
aproximadamente las mismas reglas que la de la tjjerra. Por
supuesto los camélidos" integrados póY~TásTdos especies
domesticadas -llama y alpaca- y las dos salvajes -guanaco
y vicuña-, siempre fueron una fuente de alimentación para
estas poblaciones. Pero bien sabemos que los pastores
normalmente sólo consumen la carne de los animales que ya
no pueden prestar otros servicios, salvo, en nuestro caso, en
los hogares de élite y en los rituales. También es sabido que
la llama es un animal'de carga, aunque no de la misma
potencia de otros del Viejo Mundo; sin embargo era un
elemento crítico en el transporte de mercaderías, ya sea con
fines de intercambio o bélicos.
Con todo, la mayor importancia del ganado reside en su
lana a tal punto que las comüríládes que más rebaños tenían
e
I^n.cojQ^eradj[sjas. másncas. Los collas del altiplano norte
fueron castigados por su resistencia a los incas y perdieron
buena parte de su ganado, que pasó a poder del Estado. Los
tejidos constituían uno de Jos bienes más apreciados en Tos
Andes, y tal vez. uno de los de mayor circulación, convirtién-
dose en vehículo de aculturación estética. Los reyes cuzque-"'
ños organizaron cuidadosamente la tenencia de rebaños y la

73
producción y circulación de los tejidos lujosos, llamados de
cumbi. Los tejedores, cumbicamayoc, o las aellas, fueron
concentrados en los centros estatales y producían ropa que
el Inca utilizaba para sí mismo o sus parientes y que además
obsequiaba en el ejercicio de su generosidad señorial.
Según Murra, la producción de tejidos en los Andes
alcanzó, durante el Tawantinsuyu, las mayores dimensiones.
Por elloie dedica un extenso capítulo, analizando punto por
punto todos los aspectos que se vinculan con este tema.
Murra descubre que la lana era entregada a las mujeres de
cada unidad doméstica para que tejieran para el Estado,
como parte de las prestaciones rotativas. Las telas eran, en
general, tejidos bastos que luego engrosaban los depósitos
para aprovisionar a los mitimaes que labraban la tierra o a los
ejércitos. Al mismo tiempo, los tejidos cumbi no eran confec-
cionados individualmente en las unidades domésticas sino
sólo por las aellas o los cumbicamayos y sólo podían ser
obsequiados por el Inca, con lo cual el recibir una de estas
prendas, otorgaba prestigio adicional. El acento que Murra
pone en esto se resume en una frase clave: esta entrega de
tejidos, era "doblemente valiosa-(en tanto tela y en tanto
donativo real) si recordamos que el Cuzco trató de formular
una ideología según la cual todo ganado lanar era propiedad
del estado y todo intercambio función estatal" (Murra
1978aa:114; el subrayado es nuestro).
No sólo se tejía lana, sino también algodón, que provenía
de la costa. Tanto la materia prima como los artesano's
costeños fueron integrados a los contingentes de tejedores;;
en muchoscasos con estatus de yanas, para asegurarun flujo
constante de estos bienes tan apetecidos por eHEstado. El
tejido tenia un enorme valor ritual. Grandes cantidades de
ropa eran quemadas en las festividades anuales que se
realizaban en el Cuzco. Ocasiones cuando también se sacri-
ficaban llamas e incluso niños para obtener el favor de los
dioses.

• La prestación yota ti va, las rentas del Estado, el reparto del


exc^élimY&IntiMzéffittnfa segunda parte del libró, los
tres primeros capítulos se ocupan de estos temas. La primera
preocupación de Murra es dejar bien en firme la idea dejgue
la tributación andina se realizaba en.trabajo^rotativo. """"
La ayuda mutua, regimentada por un sistema d i ruegos y
dones, era una práctica"generalizad' < i todos los niveles de"

74
la sociedad.Los curacas tenían derecho a que los miembros
del ayllu trabajaran sus tierras, incluso debían entregarle un
cierto número de servidores domésticos, todo ello a cambio
del ejercicio de las obligaciones de gobierno y las prácticas
rituales que lo acompañan. A medida que la reciprocidad se
practica en relación con diversos niveles jerárquicos, se
transforma en una reciprocidad asimétrica, puesto que aun-
que el intercambio de bienes no es económicamente equiva-
lente, existe una equivalencia diferente si consideramos que
tanto el curaca en su dimensión como el Inca en el suyo,
otorgaban bienes de prestigio y de alto valor simbólico.
La organización de las prestaciones rotativas estatales
estuvo precedida por censos y la imposición del sistema
decimal, del cuai ya nos ocupamos al discutir los aportes de
John Rowe. Su importancia reside -tal como lo analiza
Murra-en la forma que adoptan los servicios y su relación con
el sistema total en aspectos como propiedad de tierras y
rebaños comunales o estatales, propiedad de_recursos_sil-
vestres (considerados exclusivos del" Estado), condiciones
demográficas estatus y ofraós~(/n/f//77aes, yáhas, camayos
-estos últimos eran oficiales o especialistas que podían ser
a su vez hombres de comunidad, hatunrunas, o mitimaes o
yanas-), destino de los bienes o servicios producidos por la
prestación, relación del prestador con los distintos linajes
reales o funcionarlos, etcétera.
Una vez establecidos los ejes por los cuales transcurren
las prestaciones en todos los niveles de la sociedad, Muña se
pregunta como administraba sus rentas el Tawantinsuyu.
Además de las jerarquías de funcionarios que terminaba en
el curaca de ayllu para asegurar las prestaciones, es necesa-
rio considerar el destino de las cosechas y bienes, así como
los trabajos cíclicos en obras públicas y en el ejército. Los
bienes eran primero almacenados localmente y, dejando lo
necesario para el uso de los prestadores, el resto en general
era conducido al Cuzco o centros mayores de almacenaje.
Murra insiste en que todo trabajo solicitado por el Inca
implicaba que la alimentación, la ropa, la materia prima y las
henamientas eran proporcionadas por el Estado. En esta
perspectiva, las cuotas tributarias andinas sólo deben medir-
se en tiempo de trabajo. En los sitios arqueológicos incas
hemos encontrado lichas" de cerámica en grandes cantida-
des y en un contexto que sugiere que servían para llevar la
contabilidad de las prestaciones (Williams 1983).

75
El abuso en la demanda de prestaciones o de tierras y en
especial los servicios extraordinarios para obras públicas y
guerra producían frecuentes rebeliones. Este tema no fue
tratado extensamente en su Tesis, pero lo desarrolla con más
datos en un trabajo posterior (Murra 1978b), donde, entre
otros temas, puede observarse la importancia del ejercicio de
la generosidad real para sostener las alianzas, e incluso la
fidelidad de sus propios generales. Si bien los servicios
militares formaban parte de las prestaciones rotativas, en los
últimos años antes de la invasión española, los incas habían
eximido a ciertos grupos como los Charcas de Bolivia o los
Cañaris del Ecuador de todas sus obligaciones de mita, y
fueron asignados en forma permanente a los ejéricitos reales.
Por cierto, el ejército no permanecía en actividad como los
actuales ejércitos profesionales, sino que esta obligación
cesaba al terminar cada campaña. Pero con esta medida,
acompañada de regalosy otros privilegios, el Cuzco eludía los
inconvenientes que se derivaban de la reposición de los
combatientes siguiendo el ritmo de los turnos, ya que algunas
campañas se prolongaron, a veces, hasta veinte años, en
especial las que se realizaron en la frontera norte del Imperio,
ocupada por poblaciones que ofrecieron gran resistencia a los
conquistadores cuzqueños.
Al hablar de la generosidad, Murra rechaza la.idea.
c u a
ílí i^J^ _E9r ÍQs_croni5tas. deLEsladoJjenefaclor. Los con-
tenidos de los depósitos eran controlodos por el quipucama-
yoc, que comunicaba al Cuzco la situación "financiera" de
cada establecimiento. La información era llevada hasta la
capital por medio de los chasquis y de esa manera se sabía
puntualmente el contenido de las cólicas y con ello se
planeaban las actividades de generosidad real así como las
bélicas. Todo este complejo sistema impactó a los cronistas,
por su cualidad de ser organizado y ordenado a pesar de la
gran extensión, las dificultades de transporte y comunicación
y la multiplicación de los centros de control y almacenaje. Pero
el contenido de estos depósitos no se redistribuían para la
manutención de la comunidad étnica, que tenia sus propios
sistemas de reservas. Murra cree que, por el contrario,. ej_
Estado se ocupaba de los mitimaesyde los yanas, con lo cual
al extraer tanta gente de su comunidad, las economías
étnicas podían haberse visto afectadas frente a la ruptura da-
los lazos internos de reciprocidad. Sin duda, donde el Estado
gastaba grandes cantidades de bienes era en los rituales. Las

76
fiestas duraban semanas, y se consum ian alimentos y chicha,
se ofrendaban animales y bienes preci ados como oro o tejidos
y a su vez el Inca hacía gran gala de su generosidad.
Murra rechaza la ¡dea de que haya existidounJmeqys
generalizado en los Andes. A diferencia de México central,
donde existían plazas de mercados y organizaciones de
mercaderes para el tráfico a larga distancia, nada de esto
parece haber existido en los Andes, y en especial en la sierra.
Si bien admite que barcas llenas de productos fueron halladas
por los primeros españoles en las proximidades de la isla de
Puna, frente a las costas ecuatorianas, sugiere que este
tráfico a largas distancias era estatal, por medio del cual se
obtenía concha-mu//u-de gran valor ritual, que sería intercam-
biada por metales y textiles. Acepta la existencia de trueque
en el nivel local, sobre todo de productos alimenticios. Sin
embargo, años después, a raíz del estudio de las Visitas, con
el que pudo organizar su modelo de explotación vertical de un
máximo de pisos ecológicos (1972), Murra pone más énfasis
en el rechazo al trueque, prefiriendo considerar que sonTos
inevitables intercambios de bienes producidos por distintas
familias del grupo étnico, en distintos pisos ecológicos; es
decir que sería efecto de la redistribución interna de pro-
ductos, de acuerdo con la localización de los mitimaes
étnicos.

• De la prestación rotativa a la servidumbre En su último


capítulo, Murra sugiere que a la llegada de los europeos, el
Tawantinsuyu estaba en las puertas de cambios muy pro-
fundos. Desde el comienzo admite que es muy difícil distinguir
entre las mitas prolongadas, los mitimaes, los yanas, las
aellas, y los camayos. Estos últimos han sido mejoridentifica-
dos con posterioridad por John Rowe (1982) como especia-
listas que pueden tener estatus de mitimaesode yanas, pero
que fundamentalmente se trata de personas con habilidades
o funciones especificas. En las fuentes coloniales mitimaesy
yanas aparecen con frecuencia como sinónimos. Ambos
disponían de tierras para su alimentación. De allí que una vez
sobrevenida la colonización ibérica, muchos de los antiguos
mitimaes y/o yanas reclamaran derechos en esas tierras,
porque había parcelas que realmente les habían sido otorga-
das para su sustento. Esto queda claro en investigaciones
posteriores e independientes a la de Murra (Espinosa Soriano
1969-70, 1983,1987; D'Altroy, Lorandi y Williams, 1991). La
:

77
creciente absorción de gente que quedaba ligada permanen­
temente al Estado, con la consiguiente desascripción de sus
comunidades de origen, se encuentra en la base de la
hipótesis de Murra sobre los profundos cambios que sobre­
venían en los Andes hacia 1532. Habiendo asumido la^
responsabilidad y también los riesgos de tan impresionante
producción económica, la necesidad dé gente a quien se *
podía ordenar y no rogar, como dice María Rostworowski
(1976), se hizo cada más imperiosa, pero también más
confUctiva.^lo podemos olvidar que la reciprocidad exige que
previamente se instale el ruego, aún en los casos donde las
prestaciones rotativas estaban preestablecidas por la organiza­
ción decimal. Las rebeliones se producen cuando los curacas
estiman que la presión tributaria es excesiva y el Inca, para
dominarla, debe aumentar su generosidad o utilizar la fuerza.
La captación de yanas y aellas tendía a aprovisionarse dé
mano de obra desligada de la voluntad de los curacas. Como
las relaciones sociales y las económicas sólo se entendían
dentro de los vínculos del parentesco, estos servidores eran
asignados a la familia del Inca o de los nobles o funcionarios
a cuyo servicio de encontraban. Es lo que se ha llamado
"parentesco ficticio o administrativo" (Murra, 1978a:222). En
el caso del Inca, formaban parte de la-corte real, que
aparentemente sólo podía ser integrada por sus "parientes",
que cumplían funciones tan variadas como cargodores del
rey, cocineros o tejedores, para mencionar algunos de los
múltiples oficios que concentraban esas cortes.
"Marrase ocupa en detalle del origen de los yanas, combate
la hipótesjsdeJa esclavitud y discute el concepto de criados
perpetuos expresado por algunos cronistas. Reconoce qua
había yanas en funciones tan diversas como agricultores o
pastores y gobernadores.. Con las aellas sucede lo mismo: o
eran reservadas.paía trabajos finos o eran parte de los dones
reales.
Puede ser interesante finalizar este análisis con las propias
palabras de John Murra:

El estado inca estaba experimentando cambios profundos cuan­


do fue destruido desde el exterior. Su aptitud para sobrevivir y
expandirse no dependía solamente, como con frecuencia se ha
sostenido, de su capacidad para fusionar en una sola nación a
las numerosas etnías, heterogéneas y remolas. También le era
preciso afrontar las múltiples tensiones sociales y organizativas

78
de efecto centrífugo creadas por una rápida expansión, las
concesiones a particulares de bienes estratégicos y la creciente
población de dependientes lejos de su hogar étnico y de la
autosuficiencia [1978a: 2 6 2 ] .

El enfoque funcionalista de John Murra plantea pero no


desarrolla el "CO.nTTicto,. las transformaciones sociales y los
carrTBIos de Tdeniida.di1npulsaiiQ5.p9j;Ja superposición de un
Estado sóüreTos grupos étnicos. No obstante, observamos
un notable avance en el nivel de las cuestiones planteadas,
instalando un mecanismo de reflexión inédito hasta ese
momento. Si bien en los últimos años la problemática de la
etnogénesis ocupa un lugar mucho más importante que en la
investigación de Murra, sin duda es este autor el que sienta
las bases para avanzar un tema que consideramos.de notable
actualidad.
La Tesis de Murra circuló entre algunos especialistas en la
edición mícrofilmada de la Universidad de Michigan. Gracias
a ello, comenzaron a generarse nuevos trabajos que respon-
dían al gran impacto que produjo su nuevo enfoque sobre los
problemas sociales y económicos del mundo andino. Ahora
bien, si Murra se había apoyado en los aspectos míticos y
rituales para su análisis socioeconómico, no los había desa-
rrollado como un tema específico. Con el transcurrir de los
años, el funcionalismo británicof ue dejando el espacio antropo-
lógico al estructualismo lévistrausiano (aunque no lo reempla-
zó totalmente), que influirá en los investigadores que comien-
zan a interrogarse sobré los problemas del parentesco cuz-
queño, y sus relaciones con la organización del espacio
cosmogónico y político. Al discutir la utilización del estruo
turalismo, sobre la base de las investigaciones ef antropólogo
holandés Tom Zuidema, pretendemos mostrar.una-nueva
forrna de reconstruir el mundojncajcp. Con ello tendremos
bajo los ojos l6TSpT5fles delas'fres escuelas que más impacto
Han producido hasta bien entrajaTa decada del 8.0. cuando
comienza a observarse éT influjo de otras tendencias, y en
general un mayor eclecticismo en las propuestas de los
investigadores, los cuales, en su mayoría, eluden afiliarse
monolíticamente a una línea teórica determinada.

79
4. El estructuralismo: Tom Zuidema

Las investigaciones de Zuidema se inician con su Tesis^de


Doctorado^ publicada en 1964¿ bajo la dirección de J.P.B de
Josselinde Jong. De difícil acceso por su redacción intrincada
y ciertas contradicciones y ambigüedades en el manejo"dejos
daíós.'ha tenido mayor difusión gracias a los trabajos po$le-
rtp"res~de"NathaaJ(Maí¿ilel,-que analiza y discute su obra con
gran cuidado (Wachtel, 1971 y 1973). Como lo expresa
Wachtel, es "un libro difícil, casi ilegible, pero apasionante"
(1973:24). Zuidemaha seguido trabajando sobre esos temas
y, aunque muchas veces controvertido, sus i nvestiq aciones
han influido en los estudios sobre .parentesco, mitología,
cosmog<^'axuso.xtel.e¿p^
El punto central de su demostración reside en el sistema
de_cegues, que integran un conjunto de líneas. imagjnarias (o
construidas) ajo largo de las cuales se orgajijzabamjQajsexie
de lugares sagrados naturales o'edíficados, que se encontra-
ban en éllnterior y en los alrededores de Cuzco y que teníap
una"especial significación mítica o religiosa. A su vez, cada
grupo de pegues estaba bajo el cuidado de cada uno de los
linajes o canacas reales. La información básica para este
tema proviene de las investigaciones que originalmente
realizara Polo de Ondegardo en 1571, un funcionario colonial
que se preocupó, entre otras cosas, por descubrir la localiza-
ción de las momias de los antiguos incas y que continuaban
siendo objeto de los rituales prohibidos por la Igfesia Católica.
Su informé fue incluíido en la obra del jesuíta Bernabé Cobo,
Historia del Nuevo Mundo ({1653] 1964).
A diferencia del simple esquema de división del Imperio
propuesta por John Rowe, ¿uidema analiza Jas-tal aciones
enjxe ladivisión del espacio y las representaciones simbólicas
binarias-de Ja estructura social.. La divisióndualista y cuatri-
partrta deLCuzcoes la misma que se proyecta al Tawanlinsu-
. Chinchaysuyü, TCñtisuyu que son Hanan (Alto Cuzco) y
Collasuyu y Cuntisuyu Hurin (Bajo Cuzco). Cada uno de los
barrios o suyus estaba dividido en tres secciones: collana,
payany cayao, a su vez subdi vididos en tres cequescada una,
con lo cual los ceques se definen a la vez por rasgos sociales
y espaciales. Además de las diez panacas reales fundadoras
de linajes (aunque la tradición oral menciona a trece reyes
incas) había en el Cuzco otros diez ayllus integrados por los
pobladores originales del valle y que fueron conquistados por

80
los incas. Las informaciones de los cronistas permiten atribuir
en cada barrio, a cada grupo de ceques, una panaca y un
ayllu. Los linajes fundadores de panacas coi responden a ios
ceques collana, los ayllus a los ceques cayao, mientras los
descendientes mixtos de ambos grupos corresponden a los
cequespayan. Las panacasúe los cinco primeros reyes incas
están ubicadas en Hurín o Bajo Cuzco, y las de los cinco
últimos en Hanan o Alto Cuzco. A su vez, el grupo collana
ocupa el centro del Cuzco, al grupo payan se los puede situar
en el resto de la ciudad y a los cayao en extramuros, en-sus
alrededores. Con esto se revela una estructura concéntrica
que a la vez reflejan las relaciones jerárquicas entre los tres
grupos.
A partir de estos datos básicos se descubre que la
organización social estaba regida por tres principios básicos
que regulan las relaciones matrimoniales y las normas de
descendencia: tripartición, dualismo y cuatripartición. Este
juego de interrelación de estructuras diametrales o duales y
concéntricas le permitieron a Lévi-Strauss desarrollar su tesis
de que toda estructura dual implica la tripartición como rasgo
esencial para asegurar la reproducción, al menos ideológica,
del sistema y donde cada mitad rompe su aislamiento gracias
a la tripartición que se resuelve por la disposición espacial
concéntrica (1968: 119-150). Por la tripartición, un hombre
collana sólo puede tener descendientes collanasx se casa con
una mujer del mismo grupo. En este sentido existe una
endogamia. Pero esto no impide los matrimonios mixtos, por
lo cual un hombre collana puede obtener una esposa secunda­
ria en una mujer cayao y sus hijos pertenecerán a payan, que
sólo podrá casarse fuera del grupo con una mujer cayao. "Las
relaciones exogámicas entre los tres grupos están pues
regimentadas por el modelo de matrimonio asimétrico con la
prima cruzada matrilineal, y los cambios matrimoniales están
orientados en el sentido collana payan cayao" (Wachtel,
1973:32).
De la doble función endogámica y exogámica de collana
surge una oposición dualista que se resuelve de la siguiente
manera:

1. Collanay payan son considerados parientes, vinculados


por oposición a cayao, como grupo vencido y extranjero. Pero
a su vez el grupo payan son considerados servidores de los
incas y tienen un estatus ambiguo.

81
. 2. Collana por sus prácticas endogámicas representan a
los linajes incas mas "puros", por oposición a payan y cayao,
que se considerados "no incas".

En tanto cada grupo es endógamo y exógamo a la vez,


Zuidema resumen de esta manera las reglas de matrimonio
y del incesto:

el grupo endógamo está compuesto por cuatro clases matrimonia-


les matrilineales, relacionadas por matrimonio asimétrico con la
prima cruzada, hija del hermano de la madre y repartidas en dos
mitades exógamas matrilineales [Zuidema 1964:42, citado por
WachteM 973:33],

Sin profundizar más en el intrincado juego estructural entre


las mitades, la tri y la cuatripartición, podemos comentar que
los principios lógicos que Zuidema encuentra en el sistema le
permiten sugirir una lectura distinta de la historia tradicional.
Según esta historia, cada nuevo inca fundaba una nueva
panaca. Pero para interpretar esto en términos históricos se
plantean dos problemas: (1) hay sólo diez panacas dentro de
las estructuras comentadas y hubo aparentemente trece
reyes incas; (2) como pudo funcionar la lógica de la estructura
si la división decimal del sistema no se completó hasta el
décimo inca. En opinión de Zuidema esta historia es puramen-
te mítica, porque la estructura debió quedar establecida
desde los comienzos, sobre la base matrilineal de las clases
exógamas dentro del grupo endógamo. «
Este modelo es estructural, y puede tener diferentes
relaciones con la realidad y el devenir de los acontecimientos
y de la historia. Para comenzar, es un modelo que refleja la
ideología de los incas cuzqueños, pero las fuentes no per-
miten probarlo en otros niveles de ¡a sociedad andina. Ade-
más, en tanto un modelo es un modelo, no necesariamente
sus premisas son observadas en todas las circunstancias, y
las presiones derivadas de la expansión y de los conflictos
internos pueden haber provocado transgresiones más o
menos consentidas. Sí el modelo reproduce a su vez la
estructura y los acontecimientos en orden a tiempos cíclicos,
la ideología de la estructura social oculta el proceso lineal real
de los acontecimientos. Si bien el complejo texto de Zuidema
no permite afirmado con toda certeza, y la prueba es que
nadie lo ha aceptado en su totalidad, de su análisis surge la
posible existencia de una jefatura dual en el Cuzco, pertene­
ciente a dos dinastías contemporáneas, cinco de las cuales
gobernaron en Hanan Cuzco y las otras cinco en H urín Cuzco.
Las distintas interpretaciones sobre los niveles de endoga-
mía/exogamia dentro de las clases matrimoniales de cada
mitad, le permitieron a Wachtel sospechar la existencia de un
modelo "emboité" donde el dualismo y la tripartición se
reflejan desde el microcosmos de cada grupo de ceques y
clases matrimoniales, pasando por la estructura de cada
barrio o segmento de la cuatripartipación hasta alcanzar la
estructura mayor.
Los aportes de Zuidema sobre el dualismo y la cuajfipar-
tiric^tian t e n i ^
épocas del rWndc^aodiaau, La tripartición y el esquema
decimal de los ayllus son mucho más difíciles de probar y en
principio no debería confundirse este esquema decimal con
la organización fiscal que se impone para regular las presta­
ciones al Estado. Sin embargo, este puntapié inicial para
internarnos en el estudio del parentesco andino y en su
relación con la cosmogonía global son retomados en todos los
estudios que indagan en las lógicas de las estructuras míticas
y sociales. La diferencia con otros autores más recientes es
que éstos enlazan el modelo de la estructura del parentesco
y la cosmovisión con el comportamiento económico y con
esquemas de opciones que regulan las relaciones sociales de
producción y reproducción de la sociedad. Un ejemplo de
estos estudios son los de Tristan Platt (1978) y Bouysse-
Cassagne (1978; 1988) entre otros.

El historirismo, el fundonalismcLvel estructuralismo fundan


las bases de los desarrollos más regentes de la etnohistoria
áTtdina. A partir de ellas se irán abriendo nuevos ternas eT
Interrogantes, que a su vez se verán enriquecidos por el
aporte de otras líneas teóricas y metodológicas que vinculan
la cuestión incaica con las comunidades sometidas y conflu­
yen en la búsqueda de los sistemas básicos socioeconómicos
y simbólicos andinos que preceden y trascienden el desarrollo
del imperio.

83
III. Las fuentes, los autores.
Nuevas temáticas

La historiografía peruana que se había desarrollado inicial-


mente a partir de los impulsos pioneros de investigadores
nacionales se fue enriqueciendo con una renovada interpre-
tación de las crónicas por parte del sueco Ake Wedin (1963
y 1966), la nueva edición de fuentes en España y el esfuerzo
especial en esta línea editora de la francesa Marie Helmer
(1955-56). También abren nuevas perspectivas en la inves-
tigación los estudios sobre ecolog ¡a andina del peruano Javier
Pulgar Vidal (1946) y del sueco Cari Troll (1935).
La década del 60 va á caracterizarse, en términos gene-
rales, por una profunda revisión de la lectura de fuentes y por
el descubrimiento de otras nuevas, en especial las Visitas. La
antigua propuesta de Means de distinguir entre cronistas
garcilacistas, partidarios de la existencia de un estado civili-
zadory redistributivo, y los toledanos, cuyo máximo represen-
tante sería Sarmiento de Gamboa, que proponía una con-
quista violenta y un duro sometimiento de los grupos étnicos
al control del Cuzco, desemboca en un mejor control sobre el
origen de las tradiciones orales en las cuales abrevan los
cronistas, así como en las copias y plagios entre ellos. Todo
esto afina la lectura que luego se combina con información
administratativa, y generalmente no cuzqueña, contenida en
las Visitas, juicios y otros paples administrativos.

/. Relaciones entre el Estado y sociedad

Desde mediados de la década del 50 se iniciaron los estudios


de una gran maestra peruana, María Rostworowski de Diez
Canseco, a su vez discípula de Porras Barrenechea. En esta
primera época Rostworowski (1953) se preocupa de revisar
el simbolismo de Pachacuti, pero más tarde trabajará sobre
los problemas de sucesión, las tierras personales y los
mitimaes de los reyes incas a la luz de una relectura de las
fuentes ya conocidas y la incorporación de otras nuevas
(1960;1962,1963;1966).
El problema de tierras otorgadas a las panacas reales y a
los Incas como tierras "privadas" ofrece una veta muy intere-

84
sante que en realidad no ha sido suficientemente explorada.
A partir de las publicaciones documentales de Rostworowski,
queda en evidencia que cada nuevo inca debía tratar de
aprovisionarse de tierras particulares para sostener su linaje
y nueva panaca. En los valles de la región del Cuzco las
mejores parcelas fueron quedando en manos de los reyes
incas, y al menos hay datos precisos desde Pachacuti en
adelante. De los pleitos coloniales que se suscitaron para
conservar dichas tierras se desprenden algunos elementos
claves: (1) las tierras "privadas" eran heredadas por los
miembros de la familia real, siguiendo a la vez las líneas de
_ parentesco patrilineal y matrilineal cruzado; (2) las tierras
eran servidas por yanaso mitimaes, muchas veces traídos de
varias partes del Imperio; (3) como un ejemplo ilustrativo
podemos comentar en detalle el caso de las tierras privadas
de Topa Inca en el valle de Amaybamba (Rostworowski 1963)
donde los mil mitimaes Chachapoyas traídos por el Inca
permanecieron en las tierras y conservaron sus curacas
étnicos, aunque dependían de un curaca principal que perte-
necía a la panaca del rey "propietario" de las tierras. Estos
Chachapoyas se aliaron a los españoles como "indios ami-
gos" y lucharon contra Manco Capac 11 cuando éste se rebeló,
sitió la ciudad del Cuzco y luego huyó a Vilcabamba; (4) los
mitimaes disponían de tierras propias, cuyos derechos les
fueron reconocidos por el gobierno español, si bien la mayor
parte de las tierras restantes habían quedado libres, debido
a la baja demográfica y porque seguramente eran los suyus
que se cultivaban para el Señor. Eran esas últimas las
parcelas que luego reclamaban los conquistadores, por con-
siderarlas vacantes, si bien ampliaban sus pretensiones
sobre los predios de los indígenas, que las defendían litigando
, en la Audiencia de Lima; (5) en sus juicios y probanzas estos
mitimaes relatan las condiciones de la tenencia de la tierra y
los derechos de herencia.
Actualmente estamos pensando que el método de obtener
tierras privadas para proveer al linaje del Inca no debió
circunscribirse al Cuzco. La extensión incesante de la con-
quista puede entenderse mejor, como ya lo han señalado
olios autores, si se la considera bajo la óptica de está
búsqueda de nuevos recursos tanto físicos como humanos.
Por ello será muy importante revisar nuevamente toda la
documentación provincial en relación con los juicios por
' tierras y los mitimaes, porque, estamos seguras que arrojarán

85
nuevas informaciones sobre un tema que resulta esencial en
el estudio del Tawantinsuyu.
Con estas comentarios hemos ingresado al tema de los
enormes movimientos de población; con su consiguiente
desarraigode sus comunidades de origen. Si bien muchos de
los contingentes trasladados regresaron a sus tierras des-
pués de la caída del Imperio, otros muchos quedaron én sus
nuevas instalaciones, disfrutando de excelentes predios y de
una posición jerarquizada frente a los originarios. Esto se
piJfio observar en el caso de los olleros de Cupi, en el antiguo
señorío Colla (Espinosa Soriano, 1987; D'Altroy, Lorandi y
Williams, 1991) y en otros tantos lugares donde se reproduce
el esquema de mitimaes que resuelven permanecer en sus
nuevos asientos (véase la bibliografía de Espinosa Soriano).
Es interesante observar que una situación similar se reprodu-
ce en los valles Calchaquíes, en el territorio argentino. Los
Paciocas, que provenían del sur del Cuzco, más precisamen-
te de Sicuani, así como otros trasladados desde la región
•colindante tucumano-santíagueña y también instalados en el
'valle, permanecieron en la zona hasta mediados del siglo XVII.
Gozaban de una situación privilegiada, en especial porque en
parte se emparentaron con los originarios y estaban en lucha
permanente con otros "advenedizos" (también antiguos miti-
maes o bien refugiados que escapaban de las encomiendas
españolas). Estos conflictos interétnicos, sin embargo, no les
impideron confederarse para resistir al dominio español, a tal
punto que los valles Calchaquíes perm anecíeron como región
autónoma hasta 1665, cuando todos sus pobladores fueron
desnaturalizados como castigo por la prolongada resistencia
(Lorandi y Bobeados, 1987-88).
Ahora bien, una consecuencia inmediata de estas situacio-
nes que se reproducen a lo largo de todo el Tawantinsuyu
fueron los mestizajes interétnícos (Lorandi y Cremonte, 1991
y Lorandi, 1992). Murra había expresado en varias ocasiones
que no se habían estudiado en detalle los profundos cambios
que se produjeron en el mapa étnico andino como consecuen-
cia de la conquista inca. Creemos que sería éste el momento
de Iniciar nuevos estudios sobre el tema, considerando los
procesos de etnogénesis que resultan de estos intercambios
biológicos y culturales. En' este sentido la perspectiva de la
historia de la larga duración permitiría explicar algunos de las
alternativas de la situación de los campesinos y de sus
transformaciones sociales hasta llegar a la realidad actual.

86
«Sabíala temática de los mitimaes se encuentran también -
rarpobteaciones de Espinosa Soriano (f963; 1967a; 1967b;
1970; 1971; 1974 entre otras), que en parte ya hemos
mencionado y cuyos estudios están frecuentemente acom-
pañados con la transcripción de memoriales, juicios y visitas
locales, con lo cual pone en manos de los investigadores
Instrumentos muy valiosos para comprender los distintos
niveles de integración de las comunidades dentro de la
estructura estatal, ya no desde la perspectiva del centro, osea
del Cuzco, sino desde la provincial o regional. A su vez, las
relaciones Estado-sociedad se afirmaron con el proyecto
jnterdisciplinario del Institut of Andean Studies a cargo de
John Murra y del arqueólogo Craig Morris. En esa ocasión se
desarrollaron novedosas estrategias de investigación ar-
queológica, que trataron de probar las afirmaciones conteni-
das en la Visita de Huánuco realizada por Ortiz de Zúñiga en
1562, relativas a las prestaciones que las poblaciones circun-
dantes tenían que entregar al establecimiento de Huánuco
Pampa.
En 1971, aparece la primera edición francesa de la Vision
des Vaincusde Nathan Wachtel, con un enfoque totalizador
= que combina con gran éxito la perspectiva de Murra sobre las
relaciones de producción del estado inca (en su Tesis, que
aun no había sido publicada) con el estructuralismo, y que
Wachtel aplica también al análisis de las danzas simbólicas
que representan la caída del Imperio en manos españolas.
i El comienzo de los 70, y bajo el impacto de la teoría de
. liberación o dependencia, es testigo de una fuerte polémica
acerca de la incorporación o no del Estado inca dentro del
modelo marxista del "modo de producción asiático". Uno de
los principales líderes de esta polémica fue Maurice Godelie|
desde la perspectiva marxista, a la cual se oponía John Murra,
\ quien sostenía que sólo existía un modelo de producción
andino. El tema tiene raíces mucho más antiguas. Ya se había
iniciado en la segunda década de este siglo con los escritos
de José Carlos Mariátegui, quien propuso la existencia de una
sociedad inca comunista, tesis que defendió en sus Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) y
desde las páginas de su revista Amauta. Por cierto la influen-
cia de Mariátegui sobre la izquierda peruana ha sido muy
fuerte, y parte del indigenismo vernáculo se apoya en la utopia
de un mundo prehispánlco basado en esta organización
comunista o socialista de la comunidad y el Estado inca.

87
Otra variante de esta tendencia fue defendida por el
autodidacta Emilio Choy (1962), quien sostenía que el Estado
inca fue de tipo esclavista. Son muchos lo autores peruanos
y extranjeros que han adherido a una u otra de las tesis sobre
el socialismo de los incas (Espinosa Soriano, 1978) y que la
retomaron entre los fines del 60 y mediados del 70 en
concordancia con la situación política de los países
latinoamericanos, generalmente dominados por gobiernos.
militares autoritarios. La construcción de una utopia indige-
nista - d e retorno al pasado prehispánico- como modelo de un.
socialismo vernáculo tuvo muchos adeptos en esos años
conflictivos.
Tal vez el esfuerzo más sistemático para reenfocar en
particular la perspectiva política del Estado en relación con las
categorías simbólicas, haya sido hecho por FranWin Pease.
En su libro Del Tawantinsuyu a la Historia del Perú (1978),
varias veces reeditado (1989,1991), Pease insiste en afirmar
que las crónicas no ofrecen un relato "histórico", entendido
como historia lineal. Considera que los hechos atribuidos a los^
reyes incas son producto del eurocentrismo y que "la memoria
oral juega con categorías temporales y personales distintas;
las que emplea la historia" (Pease, 1978:61). En este sentido'
acepta que la crónica de los últimos incas puede resultar más
confiable debido a la cercanía cronológica de los sucesos y la
falta de tiempo para "reelaborarlos dentro de las normas
propias de la tradición oral que incluye una noción del pasado
arquetípico, ejemplar y sintético" (ibidem:62). Como ejemplo
de estas transformaciones, en temas que se vinculan con.
categorías sustantivas de la supervivencia de las comunida-
des, Pease utiliza las modificaciones que realizaron los.
andinos con respecto a la ejecución del Inca Atahualpa en
manos de Francisco Pizarro y que culminan en el mito de
Inkarrí, que supone que cuando la cabeza y el cuerpo del Inca
vuelvan a reunirse podrá ser restaurado el Imperio, en tanto
que representa el modelo idealizado de la autonomía perdida
por la invasión europea. Con esto se construye una imagen
mesíánica del Inca que los salvará de la opresión de los
invasores hegemónicos, tanto coloniales como de sus here-
deros modernos. *
r~ Cuando analiza el desarrollo de la élite cuzqueña, que se
| produce al compás del crecimiento territorial del Tawantinsu-
yu, Pease se detiene en señalar la relación que existe entre
el proceso de acumulación del poder y la aparición del nuevo
culto solar, que interpreta como la constitución de una
ideolog ía de élite. Las versiones sobre la mitolog ía del origen,
con el mito de los hermanos Ayar, sirven de sustento a la
legitimación del poder. A partir de allí Ayar Manco (o Manco
Capac, según la versión de Garcilaso) se transforma en el
arquetipo primordial, que "prefiguró todas las normas que
presidieron la conducta de sus sucesores, cada uno de los
cuales sería considerado como epónimo de una de las
" panacas cuzqueñas" (Pease 1989:49). El séptimo inca lleva
el nombre del Dios Creador, Viracocha, quien lucha con su
hijo Pachacuti cuando deben defenderse de la agresión de los
Chancas. De acuerdo con la lectura que hace Pease de las
crónicas, Pachacuti es mencionado también como hijo de
Manco Capac - e l fundador de la dinastía- con quien se lo
identifica, al punto que Pachacuti vuelve a fundar el Cuzco, al
mismo tiempo que inicia la gran expansión y la fundación de
un nuevo Estado. Todo ello bajo el patrocinio de Inti, el Sol.
Viracocha queda relegado a un rol de Dios ocioso, que
abandonó el mundo después de la creación, en tanto Inti es
dinámico, y guía a su pueblo a su destino manifiesto. Pacha-
cuti solarizó el Cuzco, en la expresión de Pease, generando
una continuidad genealógica que se prolonga en todos sus
sucesores. En este análisis Manco y Pachacuti serían dos
arquetipos: el segundo simboliza un nuevo tiempo primordial,
con el que se» inicia la gran expansión y movilización de
recursos y de energía humana.
Con la muerte de Atahualpa y la posterior ejecución de
. Manco Capac II por orden del virrey Toledo, se elabora la
•condición mesiánica del Inca, a quien también se le atribuye
el poder de restaurar el modo de vida andino. En esta
esperanza mesiánica reside un tercer tiempo primordial,
utópico en este caso. Para Pease existe uña sucesión de div-
inidades creadoras que se manifiesta a través de Viracocha,
Inti y el Inca (en su versión más reciente el Inkarrí). Todos son
dioses ordenadores "que construyen el mundo a través de los
1
restos de creaciones anteriores que habían entrado en crisis'
(1989:61). A pesar de que el Inca fue vencido por el dioscris-
. tiano, la espera de su resurreción está acompañada con la
esperanza de una vuelta del tiempo y del mundo - u n Pacha-
cuti- que permitirá recuperar el pasado feliz, idealizado.
En una segunda lectura de estos mitos, Pease sugiere
que, influidas por I a evangelización franciscana realizada bajo
_ los esquemas.de Joaquín de Fiore, las crónicas dejan entre-

89
ver que las tres divinidades podrían ser simultáneas, presidi-
das a la distancia por Viracocha, con intervención dinámica
del Inti y representadas en la Tierra por el Inca (el Sol de la
Tierra) (Pease, 1989:51).
La construcción de la mitología solar como ideología del
poderes un tema esencial en la exposición de Franklin Pease.
A partir de este punto desarrolla la vinculación entre los
mecanismos de conquista y colonización, el orden de suce-
sión entre diversos candidatos de las panacas, la planifi-
cación del Cuzco como ombligo del mundo y su replicación
arquitectónica, también como replicación simbólica del cen-
tro-poder.
En particular es interesante el análisis de Pease referente
a los mecanismos de elección del Inca entre varios candida-
tos. En su opinión, cada entronización debió estar precedida
por un conflicto entre varios pretendientes, que se manifes-
taba en combates rituales y que finalizaba por la elección que
Inti hacía en uno de ellos.
Sin embargo es posible hacer otra lectura de estos mismos
datos. En el último conflicto entre Huáscar y Atahualpa, los
combates no sólo tenían manifestaciones rituales sino mate-
riales, al punto que la contienda que originalmente se entabló
entre varios pretendientes, terminó con el asesinato de
Huáscar mientras que Atahualpa debió legitimar su nomina-
ción frenteá todos los señores étnicos. Aquí hay un punto que
sólo se insinúa en el análisis de Pease, pero que habría
merecido una discusión más detallada. Aparentemente los
señores étnicos habían estado tomando partido por uno u otro
candidato. ¿Cuál es la razón para justificar que los señores
étnicos tomaran partido en los conflictos internos del Cuzco?
¿Cada nuevo Inca debía renovar las alianzas con su perso-
na? En este caso, además de las luchas entre panacas, el
problema se ampliaba porque el antecesor, Huayna Capac,
había fundado un segundo centro o segunda capital en
Tumipampa, en Ecuador, con lo cual la élite que había
quedado en el Cuzco resentía la pérdida de poder. Una vez
nominado un Inca era la encarnación del poder mediador,
tanto entre los dioses y los hombres, como entre las distintas
facciones entre los hombres. El carácter mítico de los relatos
históricos recogidos en las crónicas se revela en los atributos
que se reconocen en el Inca, como su capacidad de media-
ción y su enorme generosidad, su rol paternal a la vez
protector y represor, sus virtudes para ordenar y civilizar. Sin

90
embargo, aparentemente hay hechos concretos que de-
muestran que la idealización pudo ser un proceso acentuado
en la colonia, pero que la memoria oral fue capaz de recuperar
hechos históricos concretos, aunque éstos estuvieran reves-
tidos con un manto ritual.
En las investigaciones de Franklin Pease sobre el Tawan-
tinsuyu podríamos agregar el énfasis puesto en marcar la
importancia y magnitud de la movilización de recursos hu-
manos. Tal vez, entre los trabajos más reciente (descontando
por supuesto los de John Murra) y sin haberlo desarrollado en
detalle, es el autor que junto con Espinosa Soriano se ha
ocupado en subrayar este tema, cuya revisión no ha des-
pertado todo el interés que merece, como ya lo hemos
expresado más arriba. La colonización de tan extenso terri-
torio estuvo condicionada por los distintos tipos de socieda-
des que se fueron incorporando. El plan general, con preten-
siones de homogeinización encontró sus límites en las particu-
laridades sociales, políticas y económicas de cada región.
Más adelante retomaremos estos aportes de Franklin Pease
r
en relación con ese tema y también al discutir lo que hemos
llamado los modelos básicos del comportamiento andino, que
incluyen no sólo los aspectos económicos y sociales sino
también el tratamiento que se ha otorgado a los aspectos
i religiosos.» Como ya lo expresáramos más arriba¡ el culto aP
'Sol formó parte de la ideología de la expansión cuzqueña,
pero los elementos básicos de» la religión la preceden y
. trascienden. La religión es uno de los hilos conductores de la
• tradición cultural que otorga continuidad a la sociedad a través
. de las transformaciones impuestas por la presencia de los
•grandes estados inca y colonial

2. La religión andina.

Las investigaciones sobre la religiosidad andina también


reflejan las influencias de diversas escuelas de pensamientq
teórico. Algunos son francamente historietas, como el ya
analizado de John Rowe, y otros francamente estructuralis-
tas, como los casos de Tom Zuidema o Pierre Duviols, que
reconocen su deuda con autores corrió Lévi-Strauss o Dúme-
zil; o Pease con respecto a la fenomenología de Elíade.
Thérese Bouysse-Cassagne combina con habilidad el análi-
sis estructural de la mitología con información geológica,

91
arqueológica y las representaciones estéticas, produciendo
uno de los trabajos recientes más novedosos. Otros navegan
en aguas más ambiguas, como los aportes de María Rostwo-
rowski, que inició sus trabajos desde un evidente historicismo,
pero que posteriormente ha recurrido con frecuencia a los
análisis estructurales e incluso psicoanalíticos (Hernández et
al., 1987; Lemlrjy Millones,eds. et al., 1991). Las proyec­
ciones y transformaciones coloniales de la mitología, slmbof
logia y prácticas religiosas andinas han sido extensamente
estudiadas por Luis Millones, José María Arguedas, Juan
Ossio, Franklin Pease, Nathan Wachtel, Jorge Flores Ochoa,
Tristan Platt, Olivia Harris, Verónica Cereceda, Gabriel Mar­
tínez, Alberto Flores Galindo y Manuel Burga, para mencionar
sólo unos pocos de los investigadores más reconocidos,
sobre los cuales se harán algunos comentarios, pero que en
general pertenecen al capítulo colonial de la historia de los '
Andes.
Todos los cronistas brindan información sobre las religio­
nes andinas, pero en ellos podemos distinguir dos corrientes
bien diferenciadas entre sí (Urbano, 1981:xvi). La primera
puede atribuirse a la tendencia lascasiana. Su sensibilidad ;
frente al problema del indio repercutió en sus escasos inten­
tos de recuperar y combatir idolatrías, por lo tanto la informa­
ción que proviene de esos misioneros es más pobre y menos
estructurada. Con la llegada del virrey Francisco de Toledo los
jesuítas se imponen una agresiva tarea evangelizadora y para
ello se abocan a la extirpación de idolatrías. Para descubrirlas
no escatiman esfuerzos por conocer la religión andina, y de
esa forma su política nefasta dirigida a su destrucción culmi­
na, al menos, en la recuperación de una rica información
sobre la que actualmente podemos intentar una reconstruc­
ción de las mentalidades y la simbología andinas. Además
todos los autores modernos han hecho un prolífico uso de los
diccionarios quechuas o aymarás, tratando de descubrir la
multiplicidad de significados que se esconden detrás del
abigarrado vocabulario que recubre las catogorías simbóli­
cas.
En un libro de síntesis crítica como el presente es imposi­
ble desarrollar los aspectos estructurales del simbolismo y la
mitología. Para hacerlo sería necesario recurrir a las citas de
los textos originales, puesto que cualquier otra organización
del dircurso no podría dar cuenta de la complejidad del tema.
En consecuencia, sólo haremos unas breves menciones a las

Q9
principales iendencias, con lo cual demarcaremos los puntos
esenciales que los autores han abordado con mayor detalle.
En sus libros Estructuras Andinas del Poder (1983) e
Historia del Tawantinsuyu (1988), María Rostowrowskí ana­
liza en detalle toda la jerarquía de los dioses andinos, sin
descuidar los ciclos míticos ni las divinidades regionales.
Entre las divinidades mayores menciona en primer lugar a
Tunupa, Viracocha, Libiacy Pachacamac, tratando de descu­
brir la multiplicidad de atributos y aspectos estructurales que
los ordenan en una jerarquía interna, entre ellos las relaciones
deparentesco y el control del espacio y del poder. Los tres son
dioses creadores, que se vinculan por sus atributos con
distintos aspectos de la naturaleza, como el fuego, el agua,
la lava, la tierra. Estos atributos se organizan en una es­
tructura a la vez dual y cuatripartita, arriba/abajo, derecha/
izquierda, masculino/femenino. Viracocha tiene sus raíces
míticas en el lago Titicaca, ligado a la antigua tradición de
Tiwanaco. Pachacamac está asociado con los terremotos y
el mar y predomina con fuerza en la costa, compitiendo en
importancia con Viracocha, con el que muchas veces se
confunde, y posteriomente con el Sol. Tunupa es un dios del
Collao, que según los recientes estudios de Bouysse-Cas-
sagne (1988) puede vincularse con antiguas migraciones
aymarás provenientes de Tarapaca, en el Chile actual, y con
las alteraciones en los niveles del lago Titicaca y la apertura
del Desaguadero. Según esta tesis, Tunupa seria el cons­
tructor del eje acuático sobre el cual se asientan las etnías
andinas del altiplano.
Henrique Urbano (1981) plantea el tema a partir del
análisis de tos ciclos m íticos de Viracocha, los Ayar y la Guerra
de los Chancas. Los múltiples nombres de Viracocha mostra­
rían que los supuestos vínculos con dioses como Tocapo,
Ymaymana o Tunupa, serían más bien reflejos de una
jerarquía de parentesco. Estas, a la vez, se vinculan a
diferentes funciones de un mismo dios, apoyándose para
sostener esto en la teoría de las funciones expresada por
Dtimézil. Las relaciones jerárquicas se ordenan enel espacio
y de acuerdo con las funciones culturales que se atribuyen a
cada una de estas representaciones del dios. Imaymana es
el hijo mayor, relacionado con los Antis, las curaciones y las
plantas. Tocapo el hijo menor, ubicado en el Cuntisuyu, dios
de los tejedores y representante de uno de los bienes más
importantes en las relaciones de redistribución social. Vlraco-

93
cha principal o Pachayachachi preside el norte. Los tres son
héroes civilizadores, que en sus recorridos emparientan,
organizan y significan el espacio.
Una estructura similar se refleja en los mitos de los
hermanos Ayar y en los de la guerra con ios Chancas. La
mayor parte del libro de Urbano está dedicado a una prolija
transcripción de los mitos, comparando y contrastando todas
sus versiones.
Por supuesto hay otros dioses mayores (en términos de
Rotworowski), aunque con atributos menos generalizados,
como illapa, el dios del trueno que en la época colonial será
representado por el apóstol Santiago, o de alcance sólo
regionaj como Catequil, que tenia una importante guaca en
Huamachuco, en la Sierra Central. Existen también otras
diosas y dioses menores. Todos ellos reflejan simultáneamente
los conflictos individuales, sociales y políticos del mundo
andino y, en particular, las relaciones del Estado inca con sus
"provincias".
Zuidema, por ejemplo, analizando un conjunto de relatos
míticos sobre Viracocha, Pariacaca (dios del Trueno) y el Sol,
recogidos en San Damián, una parroquia establecida en las
proximidades del antiguo santuario de Pachamac, trata de
extraer de estos relatos la organización del poder entre las
mitades del Cusco. Así elabora un esquema de jefaturas
duales entre Hanan y Hurin, en el que ambas reconocen como
ancestro común a Manco Capac, y desembocan a su vez en
un solo Inca en el caso de Guayna Capac, para volver a
dividirse entre Huáscar y Atahualpa, que comparten y com-
piten por el poder en el momento del caos producido por la
llegada del español.
A propósito de los conflictos entre los dioses y su vincula-
ción con las relaciones del Cuzco y las provincias, haremos
algunos comentarios que nos pueden ilustrar sobre la Inter-
vención de las divinidades en dichos conflictos. En su reciente
libro Religión inthe Andes, Sabine MacCormack recupera
información entre los conflictos entre Inti y el poderoso dios
creador costero Pachacamac. La competencia entre ambos
reflejaba las fricciones entre los pueblos costeros y el Cuzco
en las que intervienen además las guacas locales, aunque
tuviesen menor poder frente al Sol. Entre los varios sucesos
que se les atribuyen, se encuentra un relato donde los
habitantes del pueblo de Chacalla, (próximo al gran santuario
de Pachacamac cerca de Lima) rogaban a su guaca tutelar

94
para que hiciera morir a Topa Inca. Enterado éste ordenó
ejecutar a todos los hombres del pueblo (MacCormack,
1991:61). Un suceso similar se repite posteriormente"en otro
pueblo cercano al primero, esta vez rogando que el siguiente
Inca, Huayna Capac muriese. La represión se repite de la
misma forma. Los castigos son más severos si las guacas
eran aun más poderosas, como la de Huamachuco en la
Sierra Central, llamada Catequil, que fue destruida por Topa
Inca y por su hijo Huayna Capac. Los augurios nefastos eran
considerados como muestras de enemistad, aun si resulta-
ban verificados por los hechos. La lucha de poder entre los
dioses refleja las luchas entre los hombres y la necesidad de
renovar constantemente los vínculos de la alianza. Una
prueba de esto se encuentra en los rituales de la Capacocha,
que se hacía en ocasiones extraordinarias, entre otras cuan-
do el Inca necesitaba apoyo suplementario para sus conquis-
tas (Duviols, 1976). En una ocasión Topa Inca convocó una
Capacocha a causa de la rebelión de varios grupos étnicos,
que no conseguía someter desde hacía doce años. Pidió
ayuda a las guacas, y la mayoría permaneció en silencio. El
único que respondió fue Macahuisa, hijo de Pariacaca, dios
de Huarochiri (de la sierra costera central). Macahuisa,
divinidad de las tempestades venció a los rebeldes, y el Inca
lo premió con regalos. Entregó cincuenta hombres para el
santuario de Paricacaca, a Macahuisa le ofreció mujeres, que
él rechazó, le dio de comer mullu (la concha sagrada) ,v

sobre todo [el Inca] aceptó ser huacasa del huaca, es decir
feligrés del santuario. "El Inca fue huacasa, y, como tal bailó y
cantó dedicando la danza como homenaje y reverencia a quien
correspondía." Es decir que él, Inca, no sólo tuvo que dar bienes
sino también servicio -personal!- entrando asi en una situación
de dependencia" [Duviols 1976: 33).

Estos breves ejemplos ponen de manifiesto que la "pax


incaica" estaba poblada de rebeliones, y que las alianzas
debían consolidarse a través de renovadas muestras de
fidelidad, pero con grandes'costos para los cuzqueños. Es
probable que las relaciones con uno u otro de los Incas hayan
dependido del éxito coyuntural de este juego de ruegos y
servicios, pero también de los derechos específicos en
recursos y energía humana que cada Inca haya adquirido en
una determinada región por efectos de la conquista. Las

95
claves del dominio inca se encuentran en la complicada trama
de las alianzas y sus reiteradas renovaciones, a los que se
suman los derechos "privados" sobre tierras y energía.
Pero todos los autores señalan también la ortancia del
culto a las guacas locales, que en general representan a los
ancestros y a la vez son la semilla de las futuras generaciones.
Los cerros o los monolitos lítícos - el huanca- suelen repre-
sentar estos ancestros tutelares que constituyen la génesis
de las identidades étnicas, y señalan y vigilan sus territorios,
sus poblados, o sus chacras (Duviols 1979).
Con la caída del Tawantinsuyu y la prohibición de los
grandes rituales colectivos, las comunidades se concentran
en torno a sus guacas tutelares, que además tienen menos
visibilidad para el ojo poco experto de los primeros coloniza-
dores, y que más tarde deberán extremar los recursos de
observación para descubrirlos en sus "herejías".

IV. L o s modelos básicos del comportamiento andino.


Sus repercusiones, polémicas
y la problemática derivada

Una de las consecuencias más importantes de los estudios


que se inician en los años 60 es el integrar el tema inca dentro
de una problemática mucho más abarcativa, donde lo andino
como espacio ecológico y social recubre como una totalidad
globalizadora cada uno de los temas específicos por los que
se interesan los etnohistoriadores. En el desarrollo del tema
veremos, sin embargo, que no siempre es posible definir y
aislar con claridad los modelos étnicos de los estatales y que
metodológicamente unos derivan de los otros en una intrinca-
da red de relaciones sociales, políticas y económicas que las
fuentes tienen grandes dificultades para identificar. Por eso
no siempre estaremos en condiciones de expresar con total
certeza cuando nos encontramos en el nivel étnico o en el
estatal, porque las situaciones coloniales pueden reflejar
ambas a la vez, o bien confundirlas voluntaria o involuntaria-
mente.

96
1. El modelo de control vertical.

A partir del estudio de cinco casos, basados en el análisis de


visitas, juicios, información ecológica, lingüística y arq­
ueológica, Murra (1972 y 1975) contruye su famoso modelo
de control vertical de un máximo de pisos ecológicos. A
partir de lá información sobre los Chupaychu encuentra que
esta etnía de la sierra norte, cuyo núcleo habitacional se
encuentra en la queshwa o tierras de maíz ubicadas entre
entre los 3.000 y 3.200 msnm, envía colonos o m/f/Vnaespara
explotar otros recursos a distintos pisos ecológicos. En las
tierras más altas cultivan papa y en la puna, a los4000 msnm,
atresdíasdecamino.pastanganadoy extraen la sal. Bajando
hacia las yungas, o sea las tierras cálidas de la ceja de selva,
a tres o cuatro días de camino cultivan coca, algodón y aiL
En el segundo caso, el antiguo reino Lupaca ubicado en la
costa occidental del Lago Titicaca, los núcleos residenciales
divididos en siete "provincias" se ubican a los 4.000 msnm,
donde cultivan tubérculos y crian grandes hatos de caméli­
dos. Para obtener el maíz, el algodón y el guano utilizado
como fertilizante y combustible, los lupacas debían viajar
quince días hasta los valles costeros de M^quegjjaJicuAzapa
y Camarones. Según érinforme del visitador Garcí Diez, los
lupacas cultivaban cocales y explotaban bosques en Lareca-
ja, en las yungas orientales de la Bolivia actual.
No abundaremos en los detalles de los tres casos siguien­
tes. En Quivi se observan un cierto control vertical, pero esta
vez ejercido desde las etnías de la costa central sobre las
yungasoccídentales (tierras altas pero cálidas, ubicadas a los
2.500 msnm, cara al mar) donde se cultivaban productos
tropicales como la coca, ají, maní, yuca, camote, guayabas
y lúcuma, recursos que estaban siendo disputados por otros
grupos serranos y antiguas colonias estatales. El cuarto caso,
el más débilmente fundamentado, trata sobre el control de los
pueblos de la costa norte sobre la adyacente sierra de
Cajamarca. El quinto, se ocupa de colonos estatales, instala­
dos en Songo, en las yungas de las proximidades de La Paz,
dedicados especialmente a la explotación de la coca.
Del análisis de estos casos, Murra extrae una serie de
principios básicos, que en su opinión regulan buena parte de
la vida andina. Por la explotación de múltiples" pisos
ecológicos, la sociedad andina responde a un ideal de
autosuficiencia económica, al menos para los productos
básicos, reduciendo al mínimo posible la obtención de
recursos por medio del trueque o comercio. La comple-
mentariedad autosuficiente se logra por la instalación de
colonos" destinados a producir todo aquello que no puede
obtenerse en el territorio donde está instalada la cabecera del
grupo étnico. La tesis central de Murra es que en estos casos
cada familia o la comunidad tienen chacras en los distintos
pisos ecológicos y la actividad social y económica está
regulada por los principios de reciprocidad y redistribución
entre parientes, medios por los cuales se intercambian lo
recursos obtenidos entre la cabecera y las colonias. Otro
elemento dáve del modelo es la discontinuidad territorial
entre cabeceras y colonias. Las colonias son permanentes
y no temporarias, a pesar de lo cual, los colonos conservan
sus derechos en las cabeceras y regresan periódicamente
a ellas. El tamaño de las colonias está en relación con el
tamaño y poder político de las cabeceras. El último rasgo
significativo es que las colonias son multiétnicas, es decir
que ciertos territorios son compartidos por varios grupos
étnicos. Tan especiales y estrechas relaciones multiétnicas
en estos territorios marginales al núcleo le sugirieron a Murra
la existencia de no pocos conflictos y que, en situaciones
extremas, la necesidad de expansión o de conquista de
tierras para instalar nuevas colonias pudo estar en la raíz de
la formación de los horizontes panandinos. v

2. El modelo costeño de ayllus especializados.

En 1975, María Rostworowski publicó su investigación sobre


"Pescadores, artesanos y mercaderes costeños en el Perú
Preh¡spáni<x>",(reeditado en Etnía y Sociedad en 1977, de_
donde extraemos nuestras citas). En ella demuestra que ef
modelo serrano de John Murra encuentra su límite en una
estructura diferente que se manifiesta en la región de la costa
pacífica. Rostworowski afirma que
a diferencia de la sierra, la costa era autosuficiente en cuanto a
conseguir productos alimenticios; y sobre todo estaba el mar, al
cual no se le ha dado su merecido valor como fuente de
subsistencia, ni se ha tomado en cuenta la influencia que ejercía
sobre los costeños [pág.213].

Antes de la enorme caída demográfica que afectó a la


franja del litoral andino, en un solo señorío, ubicado en el valle
de Chincha, en la costa central, había unos treinta mil
tributarios.dividos en seis mil mercaderes, diez mil pescado-
res y doce mil labradores, un hecho que revela no sólo el
volumen demográfico general, sino el de cada uno de los
grupos especializados, que definen la característica principal
de la estructura social de la costa que, a diferencia de la sierra,
no disfrutaban simultáneamente de tierras de labradío. Por el;
contrario, ellos obtenían cuanto necesitaba por medio del
intercambio de productos especializados, ya sea el pes-
cado, freco o salado, los bienes artesanales como ollas,
metalurgia, pinturas, chicha, sal y otros similares. Por último,
debemos destacar la presencia de importantes mercaderes
que recorrían la costa en balsas incluso hasta el Ecuador o
subían a la sierra, transportando los productos espcializados
de mayor valor, como tejidos, objetos de metal o mullu.
Los pescadores hacían su faena con balsas y redes en el
mar, o bien pescaban, también con redes, en las lagunas
costeras. Cada ayllu de pescadores poseía derechos priva-
dos sobre determinadas franjas de costa y caletas, y dispo-
nían de un lenguaje especializado de comunicación que los
identificaba a lo largo de toda la costa. Es probable también
que fueran grupos endogámicos, ya que en tiempos colonia-
les se demuestra que no se casaban con labradores del
mismo señorío, sino que preferían a otros pescadores aun-
que ajenos al grupo. Los pescadores cumplían también el
oficio de chasquis, y disponían de dos caminos, uno para los
Intercambios de pescado y otro recorrido sólo por los chas-
quis. Todos los entrevistados en la época colonial niegan
disponer de tierras de labranza y afirman que estaban
exceptuados de cumplir cualquier tipo de mita, y que sólo
tributaban entregando parte de su propia producción. Con
esto nos encontramos con un segundo elemento de diferen-
ciación entre la sierra y la costa, o sea que las prestaciones,
al menos las de los miembros de los ayllus especializados, se
realizaban en bienes y no en energía.
La importancia del alimento marino se refleja en la existen-
cia de una diosa especializada llama Urpay Huachac y
numerosas waqaso santuarios, asi como en la decoración de
peces en el importante "oráculo" de Pachacamac.
Los artesanos responden al mismo esquema estructural.
Carecen de tierras y obtienen los alimentos por medio del
trueque con los restantes productores, no solamente en el

99
interior de su grupo étnico sino también con la sierra. Durante
la época dp dominio inca, muchos de los mejores artesanos,
en especial tejedores, orfebres y olleros fueron desplazados
como mitimaes a otros lugares del Imperio, en especial a la
sierra. Los más hábiles, seguramente fueron instalados en el
Cuzco al servicio de las panacas reales^
Los mercaderes chínchanos asombraron a los primeros
españoles que se acercaron a las costas peruanas. En 1529
el piloto Bartolomé Ruiz captura cerca de Tumbez una balsa
repleta de objetos suntuarios, entre los que había tejidos,
metal y mullu. Muchos de estos bienes eran luego transpor-
tados hada la sierra. Es probable que existieran dertos
"puertos de intercambio" tal como lo definiera Polanyi y en
particular fueran descríptos por Anne Chapman para el caso
de Mesoamérica (1976); tal como lo ha sugerido John Murra,-
uno de esos puertos pudo ser la Huaca del Dragón en la costa
norte, cerca de Trujillo (Murra 1975).
Como lo expresa Rostworowski en la introducdón a su
trabajo, el modelo costeño es esencialmente diferente al
serrano. Mientras en este último el ideal de autosuficienda se
expresa por el acceso a diferentes pisos ecológicos y el
trueque parece limitado a los intercambios de reciprocidad y.
redistribución en el interior del grupo étnico, en la costa el
modelo prevaleciente es el del intercambio, a partir de la
especializacíón de los ayllus que integran cada señorío, y aún
más, ya que estas prácticas se extienden en la larga distancia,
a través de poderosos mercaderes.
En estas diferenciaciones entre los dos modelos, quedan
algunos puntos que todavía continúan sin aclarar. Por una
parte, es posible que los mercaderes de iarga distancia hayan
estado bajo el control estatal en la época incaica. Por otro
lado, en el modelo de Murra queda sin respuesta el interro-
gante relativo a la especializacíón artesanal a nivel del grupo
étnico. Es evidente que ta concentración de ayllus especiali-
zados fue una práctica del Estado inca, como lo reconoce
Murra, pero nada permite suponer que estos especialistas
serranos no hayan tenido un estatus particular en el nivel
étnico, aún considerando que es probable que la artesanía
serrana no haya alcanzado la excelencia que tuvo la costeña
desde muchísimos siglos antes de la formación del Imperio.
Estos y otros interrogantes han dado lugar a repetidas
replicaciones de los modelos, así como interesantes debates
que trataremos de sintetizar á continuación.

100
3. Repercusiones, debates y la problemática derivada.

En trabajos publicados hace unos años (Lorandi 1977,1978


y 1986) se discutieron las implicancias del modelo de Murra
en relación con el tema de la formación de los horizontes
panandinos, sobre la base de la comparación con las inves-
tigaciones de Augusto Cardich (1974 y 1975) referentes a tos
límites superiores del cultivo y su impacto en las migraciones,
asi como su relación con en el estudio de los ciclos climáticos
y sus efectos sobre la conducta de las poblaciones de altura.
Cardich utiliza información arqueológica, paleoclimática, mi-
tos y datos etnohistóricos. La comparación continúa con las
investigaciones de Pierre Duviols sobre los mitos de control
de hidráulico (1974-76) y sobre migraciones y complementa-
riedad entre pastores y agricultores (1973), donde se anali-
zan, simultáneamente, los problemas del dualismo básico
entre sociedades de altura y de valle; y .finalmente, con el
modelo costeño propuesto por María Rostworowski (1977)
donde se demuestra que existía intercambio entre ayilus
especializados de pescadores, artesanos, mercaderes y
agricultores, y que, por lo tanto, en la costa no se cumplían el
patrón de autosuficiencia serrana, propuesto por Murra. El
objetivo del estudio comparativo de Lorandi fue probar la
confluencia, en la formación de los horizontes andinos, de
factores estructurales, tanto m íticos cuanto socio-económicos,
con otros de orden coyuntural, que obligaron a tomar de
decisiones frente a crisis ecológicas o políticas de diverso
origen.
El modelo de control vertical, con la formación de archipiéla-
gos o islas de explotación de múltiples recursos tuvo un
impacto sensacional en las investigaciones andinas. Un gran
número de trabajos que se realizaron posteriormente proba-
ron la vigencia del modelo a lo largo del eje espacial andino,
así como su persistencia desde tiempos prehispánicos hasta
la actualidad en las regiones donde la vida comunitaria se
encuentra menos alterada. Una síntesis relativamente re-
ciente sobre el tema da cuenta de las variabilidades del
modelo y de las consecuencias sobre las investigaciones
andinas en términos generales y específicos (Masuda, Shi-
mada y Morris, 1985). Entre las múltiples variaciones con las
cuales se expresa el modelo podemos señalar que en algunos
casos los mitimaes no tienen residencia permanente en las
tierras alejadas del núcleo (Webster, 1971) o como en Canta

101
en la sierra central, donde es toda la comunidad la que se
traslada de asiento en asiento en las distintas épocas del año
(Rostworowski, 1978); el caso extremo seria el descripto por
Frank Salomón (1987) para Ecuador, donde esta circulación
de bienes era realizada por mercaderes llamados mindalaes
que estaban bajo el control de los jefes étnicos y donde los
mercaderes tenían una importancia similar al de los costeños
descriptos por Rostworowski. Un artículo de Frank Salomón
publicado en Andean Ecology and Civilizaron (Masu-
da.Shimada y Morris, 1985) sintetiza los trabajos de ese
volumen y la producción general sobre el tema, que cubren,
y esto hay que señalarlo con toda claridad, una buena parte
de la región andina, incluidas algunas de sus fronteras, y
además abarca desde los tiempos preincaicos hasta el
presente. De modo que las variaciones no necesariamente
contradicen o matizan los modelos iniciales que tenían un
espacio y tiempo más limitados. Salomón reúne la casuística
en varías categorías que dan cuenta de la diversidad de
mecanismos con los cuales se pone en práctica este ideal de
complementaridad en los Andes, organizándolas según dos
ejes: (I) que se desplaza desde la reciprocidad descentraliza-
da hasta la redistribución centralizada y (II) de acuerdo con el
número de unidades políticas que entran en contacto. La
posterior discusión de Frank Salomón sobre el estado de la
cuestión se basa en el desglose y las combinaciones de los
caracteres previamente aislados. Su síntesis permite un
acceso actualizado del problema, tal como se encontraba en
el primer quinquenio de los años 80.
En el mismo volumen, la propuesta de Lorandi ya comen-
tada (1977), fue retomada y ampliada por Craig Morris (1985)
para analizar el impacto del modelo de control vertical en el
desarrollo del Tawantinsuyu. Como ya lo había advertido la
autora, los conflictos derivados de la necesidad de acceder a
nuevas tierras para cumplir con el ideal de autosuficiencia
sólo se encuentra en el origen de la formación de los grandes
horizontes panandinos (Chavín, Wari-Tiwanaku e Inca), pero
no los explican en su esencia. Para que esas expansiones
hayan podido integrar a una gran diversidad de poblaciones
y ambientes ecológicos a través de rasgos culturales comu-
nes, fue necesario implementar mecanismos específicos de
poder, que variaron de acuerdo con el abanico de opciones
y expectativas que caraetirizó a cada uno de los períodos en
los que se produjeron esas expansiones. En el caso de los

102
Incas, la expansión adquiere un carácter "imperial", y Morris
se pregunta hasta qué punto el control político y administra­
tivo no refleja la existencia de un planeamiento cuidado­
samente elaborado desde el Cuzco, donde se combinan los
grandes desplazamientos de población y su reinstalación
multiétnica con la infraestrsuctura sofisticada (2.300 a 4.000
km de caminos [Hyslop 1984], centros adminstrativos, depó­
sitos), el acceso a múltiples recursos centralizadamente
controlados, aumento de la eficiencia productiva y la refor­
mulación de las relaciones de poder internas y externas de las
comunidades andinas. "En este sentido, dice Morris, las
prácticas estales pueden ser vistas como explotativas, pero
también fueron muy creativas" (Morris, 1985:487). Por otra
parte, Morris avanza sobre un tema poco explorado, el de la
relación entre los movimientos de población emprendidos por
el Estado y las antiguas prácticas de desplamiento a grandes
distancias. Con bastante razón sugiere que la presión del
poder político y militar no habría sido suficiente para imponer
esa modalidad si no hubiese existido una tradición donde
anclar estas prácticas imperialistas o, retomando la expresión
de Lorandi, "la visión totalizadora" que caracteriza al Estado
: andino (Morris, 1985:488).
Como vemos, el modelo de control vertical interviene en el
análisis de las prácticas tanto étnicas - c o n toda su diversidad
. (como lo refleja la síntesis de Salomón)-cuanto estatales. Y
veremos también cómo los comentarios posteriores desnu­
dan que a esa dificultad se suman otras de orden me­
todológico, y que se refieren a la interpretación de las fuentes
y a los senderos por donde se desplaza un autor en busca de
la confirmación de sus hipótesis.
Recordemos que en el modelo de Murra, los mitimaeseran
enviados por los grupos étnicos y proveían recursos que eran
redistribuidos entre todos sus miembros según los principios
de reciprocidad simétrica, y por otra parte.se rechaza la
existencia del trueque, salvo para ciertos bienes especiales
como el mutlu (Spondylus, concha del Pacifico de gran valor
ceremonial) o plumas de la selva, entre otros. Según Murra,
el rawartf/nsuyureproduce el sistema, haciendo que el tributo
se manifieste casi exclusivamente en prestaciones de ener­
gía, reduciendo al mínimo el intercambio de bienes.
A continuación comentaremos dos trabajos que discuten
estos aspectos sustanciales de las proposiciones de Murra.
En uno de ellos, consultando los datos de la misma Visita a
los Lupacas, Assadourian (1987) propone algunas variacio-
nes importantes: (1) que los mitimaes eran las personas que
todos jos ayllus entregaban a los jetes étnicos, y que los
españoles llamaban criados o yanas. Es posible que fuera
gente que había quedado sin ganado, que era la riqueza de
los pueblos del altiplano, con lo cual se establece también la
existencia de varios niveles de jerarquización interna dentro
de la comunidad; (2) que estos mitimaes eran enviados a las
colonias por orden y cuenta del curaca para quien en realidad
trabajaban, con lo cual se desarrolla la sospecha de que las
colonias eran tierras del curaca; y (3) que existían intercam-
bios de bienes y servicios entre colonos de distintos grupos
étnicos, por lo que la autosuficiencia, como ideal excluyen-
te dentro de la propuesta de Murra, queda parcialmente
cuestionada. Por algunos datos que maneja Assadourian, en
el valle costeño de Sama, había mercaderes que comerciaban
con la puna, o sea que "el intercambio vertical incluía a los
no parientes" (1987:99). Assadourian agrega, además, que
existía un intercambio horizontal entre grupos diferentes que
habitaban los mismos pisos ecológicos, y que con ello procu-
raban paliar los efectos de las crisis climáticas, o la imposibi-
lidad de obtener ciertos recursos por falta de tierras o de
energía humana para producirlos.
Asimismo Assadourian, basándose en un memorial de
fray Domingo de Santo Tomás, matiza el primer caso de
Murra, el de los Chupaychos de Huánuco, afirmando que no
existe discontinuidad territorial entre el núcleo y las colonias,
y que los yachas, uno de los grupos que compartía tierras en
la quishwa, carecían de derechos en los pisos cálidos de las
yungas, accediendo a esos recursos por medio del intercambio
con no parientes.
Tanto Murra como Assadourian y la mayoría de [os autores
que se han ocupado del tema, reconocen que las fuentes son
confrecuencia muy ambiguas respecto de si los archipiélagos
son étnicos o estatales. En general todos están de acuerdo
en que el Inca legitimó una práctica muy antigua en los Andes,
y que además la amplió hasta límites nunca ejercidos hasta
el momento. De todas maneras, es probable que las altera-
ciones producidas por los incas, instalando mitimaes bajo la
autoridad de otrosjefes étnicos, haya conducido a interpretar
como derechos étnicos ciertos accesos a recursos que en
realidad fueron adquiridos por la redistribución estatal de
tierras y de energía, que de esa manera organizaban un

104
archipiélago que predominantemente respondía a las nece­
sidades del Cuzco. Esto no impidió que los jefes étnicos se
beneficiaran con la nueva situación, aunque estos mismos
beneficios fueran fuente de conflictos una vez que cesó la
coerción para mantener un determinado circuito de flujo de
bienes y servicios.
En un trabajo publicado en 1985, Terence D'Altroy y
Timothy Earle discuten otros aspectos de las proposiciones
de Murra que se vinculan con la relación que éste establece
entre autosuficiencia estatal por acceso a múltiples recursos,
entrega de energía como modelo predominante del tributo y
virtual ausencia de intercambio. Estos autores proponen que
los recursos del Estado inca pueden dividirse en dos grupos
fundamentales: (1) los bienes de consumo corriente y (2) los
bienes suntuarios. En relación con los primeros subrayan su
importancia en términos cuantitativos y su relación con les
miles de depósitos y los circuitos regionales de redistribución.
Estos bienes, producidos por prestaciones de energía y en
buena medida sostenidos por la explotación de múltiples
recursos en múltiples pisos ecológicos sirvieron, de alguna
manera para "pagar" a los productores especializados de
bienes de lujo. Si se acepta que ese pago es, en realidad,
alimentar y vestir a esos artesanos (un hecho que podría ser
cuestionado en muchos casos, sí no en todos), entonces en
este punto no se apartan de las propuestas de Murra. Pero la
tesis de D'Altroy y Earle sugiere que gracias a esa transferen­
cia de productos de consumo corriente se están produciendo
otros bienes, en este caso suntuarios, que sí tienen valor de
intercambio,' en tanto son otorgados como regalos para
sostener el sistema político. En este sentido, son bienes que
tienen un cierto valor de intercambio prefijado, con el cual se
compran a las élites de las unidades políticas incorporadas al
Estado. Según los autores, las fuentes informan, y la arqueo­
logía en parte lo confirma, que en muchos casos las élites
entregaban bienes -tejidos o metal sobre todo- como parte
de las obligaciones tributarias. Por lo tanto el tributo no puede
ser limitado a la entrega de energía, y con esto se confirmaría,
para la sierra, el modelo presentado por Rostworowski,
aunque los autores no lo discutan en forma especial. Otro
argumento es que en última instancia el cálculo de la cantidad
de prestaciones estaba en estrecha relación con los bienes de
cualquier tipo que se deseaba obtener. Resumiendo, D'Altroy
y Earle creen que la circulación de bienes es el motor que

105
sostiene las finanzas del estado. En realidad Murra nunca ha
negado esta evidencia, pero es'taba especialmente interesa-
do en marcar la diferencia entre el sistema incaico y el
colonial, siendo que en este último el flujo de bienes tiene un
solo sentido y que el tributario tiene que extraerlo totalmente
de su propio excedente; es más, en la colonia, si el tributario
no logra reunir lo tasado, necesita vender tierras o alquilarse
por salario. Creemos que sólo desde esta perspectiva com-
parativa, no evaluada en la propuesta de los autores comen-
tados, puede' entenderse mejor la insistencia de Murra en
subrayar la reciprocidad y redistribución como mecanismos
sustanciales del modelo andino estatal y no estatal. Emeste
sentido, si aplicáramos a los textos de Murra una de las
premisas del análisis del discurso, podríamos decir que en
ellos se encuentra una "polémica oculta", con el objete de
diferenciar el sistema píehispánico del colonial. De todos
modos, no es necesario llegar a este punto, porque constan-
temente Murra compara ambos sistemas y es evidente su
esfuerzo por señalar la especificidad del modo andino de
producción. De todas maneras cada día hay más evidencias
de que las prácticas comerciales, que tan rápidamente se
adoptaron en la colonia, podían tener antiguos antecedentes
entre las poblaciones andinas y que el ideal de autosuficiencia
haya convivido con variadas formas de intercambio local e
interregional. En última instancia, este debate muestra.que
pueden existir distintas miradas para explicar un determinado
fenómeno, y que éstas no siempre son mutuamente excju-
yentes. Si hiciéramos un paréntesis teórico, podríamos decir
que esta evaluación que acabamos de expresar coincidecon
el relativismo posmoderno, pero esto no implica que debamos
descreer de la validez de los modelos, que fueron además
generadores de tantas y tantas investigaciones. Sin ellas hoy
no podríamos tomar esta distancia de evaluación y considerar
con mayor base empírica el hecho de que las fuentes
coloniales dejan traslucir la complejidad interna del sistema,
donde convivían simultáneamente varios modelos de con-
ducta y de representaciones de las mismas.
Hay que reconocer que el tema del Tawantinsuyu ha sido
menos frecuentado en estos últimos años. Si bien ya hemos
comentado parte de los nuevos aportes en relación con los
modelos básicos andinos y sus modificaciones o replicado-
nes por parte del Estado, el mayor interés ha provenido de los
trabajos arqueológicos que de los etnohistoriadores. Estos

106
últimos se están ocupando más del problema de las transfor-
maciones coloniales, con lo cual, y de todas maneras, en
muchos casos, se vuelve indirectamente al Tawantinsuyu.
Tal vez la mayor repercusión del modelo de control vertical
se refleje en una reevaluación general de los mecanismos del
Tawantinsuyu para controlar tierras y energía humana. Su
importancia exige que nos detengamos especialmente en
este tema y evaluemos la información disponible.
La maximización de los patrones andinos, más que la
invención de otros nuevos, es el rasgo más sobresaliente de
la organización estatal incaica. El patrón de colonizar distintos
pisos ecológicos se reproduce a gran escala, esta vez para
organizar la circulación de energía humana y de recursos en
beneficio del Estado. Los mitimaes estatales se distribuyen
en todos los ambientes y no solamente para producir alimen-
tos. Es necesario que una gran cantidad de trabajo se vuelque
a la extracción de materiales de construcción, de caminos y
de puentes; de fundamental importancia son ios tejidos, la
alfarería, la minería y la artesanía de los metales, la plumería.
Los trabajos más especializados quedaban en manos de los
camayos más hábiles, oficiales artesanos responsables de la
producción más exquisita, que era acumulada en el Cuzco y
utilizada por los linajes reales o redistribuida como ejercicio de
la generosidad señorial. Los mejores camayos en muchos
casos tenían el status de yanas, y de ese modo quedaban
adcriptos al servicio permanente del Inca y de su familia. Pero
tal movilización de recursos humanos no se hacia sin ofrecer
un contradon a los afectados. A los señores que veían
disminuido su poder al restarles un cierto número de sujetos,
se los compensaba con regalos o acceso a nuevas tjerras.
Asimismo, los trasladados también podían obtener benefi-
cios. Los artesanos, por ejemplo, recibían tierras para su
sustento, ya que se muestra falsa la ¡dea de que el Estado los
alimentaba mientras cumplían su prestación, excepto cuando
se trataba de m/fastemporarias, o sea prestaciones rotativas.
Durante la época colonial se produjeron frecuentes reclamos
de tierras presentados por las poblaciones originarias, que
desembocaron en interminables pleitos, algunos de los cua-
les se prolongaron hasta el siglo xix (Espinosa Soriano, 1969-
70, 1983,1987; D'Altroy, Lorandi y Williams, 1991). Las
situaciones de este tipo se observan tanto en regiones
cercanas al Cuzco, como el caso de los plateros originarios
de la población costera de Ishma, cuanto en las más alejadas

107
.corno en nuestro noroeste argentino (Lorandi y Cremonte,
1991). Otro caso extremo lo hallamos en Cochabamba
(Wachtel, 1981), que fue despoblado déla mayor parte de su
población original, redistribuida en las fortalezas que defen-
dían la frontera oriental de los ataques chiriguanos. El valle de
Cochabamba fue luego destinado a la producción agrícola por
medio del envío de 14.000 mitimaes, que se trasladaban
todos los años desde regiones tan apartadas como la costa
del Lago Titicaca y el sur de Bolivia. A estos mitimaes se les
entregaron las tierras menos irrigadas para su sustento, pero
otras parcelas o suyus les correspondieron a los curacas de
algunos de los pueblos de origen y a los mitimaes permanen-
tes que vigilaban y llevaban la cuenta del contenido de los
depósitos. Después de la llegada de los españoles Polo de
Ondegardo, que eraencomendero de Cochabamba, reclama
sus tierras porque las consideraba antiguos suyus estatales,
que por lo tanto habrían revertido a la Corona, que a su vez
podía otorgarlas en merced a los beneméritos de la conquista
y la colonización. Pero los curacas del Lago Titicaca las
reclamaban para sí, argumentando que esas tierras les
habían sido cedidas a ellos por el Inca.
Dos consecuencias sustanciales se extraen de este pro-
ceso de maximización estatal de los patrones andinos de
colonización. Por un lado tenemos problemas políticos deri-
vados de la coexistencia de las panacas reales durante el
Tawantinsuyu, y por el otro aquellos que se derivan de la
desascripción de los mitimaes y su integración en nuevo
proceso de etnogénesis que se produce durante el ciclo de
colonización hispana.
El primer problema ya lo hemos discutido al analizar las
opiniones de Franklin Pease respecto a la sucesión y dere-
chos de las panacas y de las tieuas y mitimaes privados de
los Incas, pero quedan sin resolver la relación entre este tema
y nuevas conquistas. Sobre las dominios 'privados' ya se
había pronunciado Murra en 1955 (1978) y más tarde en 1978
(s/f [1978c] ¡o confirma y lo amplía basándose especialmente
en los trabajos de Rostowrowski (1962,1963,1966), pero aún
continúa distinguiendo entre tierras estatales y tierras de los
linajes reales. Los datos sobre el valle de Cochabamba
también sugieren que al menos parte de esas tierras fueron
cedidas por Huayna Capac a uno de sus hijos. Es inútil
continuar con el tema con datos todavía tan fragmentarios,
pero creemos que será sustancial mejorar nuestra per-

108
cepción sobre él, porque influirá profundamente en una
posible teoría sobre el Estado, que como ya dijimos está aún
por hacerse.
El segundo problema que se vincula en parte al anterior se
refiere a las relaciones entre el Estado y las provincias.

V. Ei Estado, y las provincias»


Las perspectivas más recientes

En los últimos años se ha acrecentuado el interés por analizar


las relaciones Estado/sociedad desde la perspectiva de las'
provincias. Desde ya podemos adelantar que este tipo de
trabajos están ofreciendo información que concierne tanto a
las modalidades de implantación del Estado, cuanto a la*
estructura social y política de las distintas regiones, antes y *
durante el período inca. Para analizar este punto eligiremos
algunos ejemplos que pretenden dar cuenta de la enorme
variedad de situaciones con las que se enfrentó el Estado. Por
supuesto, es imposible, en este caso, analizar todas las
situaciones puntuales. Hemos dejado de lado, por ejemplo,
muchos de los estudios realizados sobre comunidades dei
altiplano y que forman parte de las numerosas Tesis y trabajos
sobre comunidades que se realizan en esa zona, pero que, en
general, no se ocupan específicamente del tema del Tawan-
tinsuyu, sino que parten de él para avanzaren las transforma-
ciones coloniales.
Es bien conocido que un Estado de las dimensiones
territoriales del Tawantinsuyu debió imponerse a grupos
sociales muy diferentes entre sí y que cada uno de ellos fue
sometido con distintos grados de consentimiento y violencia
(Pease, 1989). A su vez, el Estado, debió adaptar su adminis-
tración a las condiciones sociales y ecológicas imperantes en
cada región. En este juego de adaptación, consentimiehtó'y*
resistencia residenalgunas de las particularidades que»def>
nen el carácter de la instalación en cada una de las-regiones
incorporadas al lmperío.£n esto hay que comprenderque en
to.do proceso de dominación, no siempre es el más fuerte - e n
este caso el C u z c o - el que puede imponer todas las reglas.
Lo mismo sucedió con la conquista y colonización españolas,
obligada a adecuarse a las condiciones imperantes y a

109
realizar sucesivos ensayos y rectificaciones de su política
indiana.
En el libro citado más arriba, Pease (1989) se pregunté*
acerca de los niveles de relación entre el Tawantinsuyuy las
unidades étnicas: /

Ello requiere, ciertamente, de una revisión de lo que dicen ios


cronistas clásicos sobre la forma de expansión cuzqueña (no
sobre los motivos por cierto), y confrontarlo con otro tipo de"
información más local o regional [Pease 1989:101].

El autor no acepta la opinión de Espinosa Soriano (1974}


sobre que el dominio inca fue tan autoritario que favoreció el
apoyo generalizado a los españoles para colaborar en su
destnjcción, pero admite una cierta falta de consentimiento-,
según lo desarrollara Godelier (1978), a quien cita larga-,
mente. En principio Pease rechaza también las simplifica-,
dones garcilasistas, del paseo triunfal de los generales
cuzqueños a lo largo de los Andes, o la opuesta tesis toledana,
que consideraba al Tawantinsuyu un estado ilegítimo o
usurpador.
En su trabajo, Franklin Pease propone tres ejemplos para
analizarlas relaciones entre el Estado y los grupos étnicos. En
primer lugar las relaciones del Cuzco con el llamada reino
Lupaca, ubicado en la costa del Lago Titicaca. A raíz de viejas
rivalidades entre los Lupacas y sus vecinos los Collas, que se
encontraban más norte, los primeros se aliaron temprana-
mente con los incas, a diferencia de los Collas, que resistieron t
en varias oportunidades. En premio a su lealtad los incas;
respetaron la estructura política y económica Lupaca, que
pudieron conservar sus tierras y mitimaes en la costa pacífica
y aún fueron agraciados con nuevas tierras en el valle de
Cochabamba. A su vez la proporción de mitimaes estatales
instalados en su territorio fue sustancialmente menor que en
otras regiones. De todas formas, como medida de resguardo,
político, los Lupacas fueron obligados a abandonar sus
antiguos asientos fortificados y reinstalados en las proximida- •»
des de la costa del Lago, en pueblos sin defensas especiales. -
Gradas a los datos trabajados por Murra en base a la Visita
de Garcí Diez de San Miguel en 1567, puede observarse que
los incas superpusieron sus demandas estatales al sistema
económico vigente, sin alterarlo mayormente. Pease señala,
además, que la estructura Lupaca sobrevive a la conquista

110
hasta bien avanzado el siglo xvi, con lo cual se demuestra que
había disfrutado de una situación de privilegio. De esto
deduce que en este caso debió existir un "alto nivel de
consentimiento" respecto al dominio cuzqueño. La perdura-
ción del control de los recursos tradicionales y aún su
acrecentamiento por generosidad del Inca, hizo que, en
tiempos coloniales, los Lupacas fueran entregados en en-
comienda a Su Majestad, por ser el reino más rico del
altiplano.
Un caso diferente es el de Chimor o reino Chimú, tal vez
el más sofisticado de los Andes. Ubicado en la costa norte,
con un desarrollo agrícola impresionante, fundado en la
construcción de extensísimos acueductos intervalles, los
Chimú habían alcanzado un alto desarrollo en la especializa-
ción técnica que se manifiesta también en una organización
social altamente estratificada. Las crónicas y los informes
locales llaman la atención sobre la virulencia del conflicto
entre Chimor y los incas. Una vez dominados por la fuerza de
los ejércitos, miles de mitimaes camayos especializados
fueron trasladados al Cuzco y a otros centros estatales, en
particular los orfebres o plateros, famosos por su destreza
artesanal. Una de las consecuencias de esta política fue el
rápido despoblamiento de la región, que según los datos
arqueológico ya se había iniciado un tiempo antes de la'
conquista inca. Los visitadores coloniales no recogieron
información local sobre las relaciones con el Tawantinsuyu.
Según datos de M aria Rostworowski, los Chimú no realizaron
prestaciones militares (probablemente porque se desconfia--
ba de ellos), pero el tributo era más duro que en otras
regiones. Patricia Netherly (1988) afirma que los incas modi-
ficaron las fronteras del antiguo Chimor con la sierra, para
poner a los cursos medios de los ríos que regaban la costa,
y sus valles colaterales, bajo el dominio de los serranos.
Políticamente, restringieron el poder de una de las mitades
del reino reduciéndola al foco nuclear original localizado en el
valle Moche y su capital Chan-Chan.
Pease sostiene que no es posible continuar aceptando la
opinión de Cieza de León, que afirmaba que cuanto más
"civilizada" era una región, mayor había sido el consen-
timiento y que, por el contrario, los grupos menos estructura-
dos habían ofrecido mayor resistencia. En realidad esta
opinión de Cieza no es totalmente desacertada si se la mira
dentro de un espectro más amplio. Más bien el caso de Chimú

111
puede explicarse como producto de la rivalidad entre dos
unidades políticas del mismo nivel, ambas con similares
pretensiones hegemónicas, ya que Chimú se había expan-
dido rápidamente por varios valles de la Costa y controlaba
probablemente parte de la sierra de Cajamarca. Los datos de
Patricia Netherly confirman que la política inca consistió
justamente en restituir independencia a los grupos que
habían permanecido bajo el paraguas de Chimor, para quitar-
les la base demográfica y económica sobre la cual sustenta-
ban su poder.
El tercer caso que toma Pease es el de los Chachapoyas,
una población marginal de la sierra norte, enclaustrada contra
los flancos .de la ceja de la selva. Según los documentos
publicados por Espinosa Soriano (1967) el curaca que encon-
traron los españoles había sido yana del Inca y los informan-
tes refieren que habían participado en las luchas entre
Atahualpa y su hermano Huáscar que se estaban produ-
ciendo a la llegada de Pizarra. En los documentos publicados
por Espinosa se relata que entre los chupaychos cada ayllu
y pueblo vivía en forma independiente, o sea que existía una
estructura relativamente segmentaria, con escasa jerarqui-
zación y virtual ausencia de poder centralizado, aunque
tuvieron "una cultura uniforme y hablaron el mismo idioma...[y]
tuvieron un mismo dios...Sin embargo nunca constituyeron
un estado unificado" (Espinosa 1966:233, en Pease, 1989-
:109). En esto los Chachapoyas difieren tanto de los Lupacas
como de los Chimor./EI curaca erúyana del inca^y con ello se
revela que la nueva estructura había sido producto de la
reorganización estatal, y que los cambios producidos en el
nivel político les obligaron a participar activamente en favor de
los conflictos dinásticos y a una consecuente mayor de-
pendencia del inca. Recordemos que muchos Chachapoyas
fueron trasladados como mitimaes personales de Topa Inca
e instalados en las proximidades del Cuzco, tal como se relata
en las probanzas y juicios para conservar las tierras donde se
los había instalados (Rostworwoski 1963).
Este tipo de sociedades con un gran número de autorida-
des independientes, pero vinculadas entre sí, y sin caer en los
casos tribales de la selva, nos conducen al otro extremo del
Imperio, a la región del noroeste argentino. En esta zona se
reproduce del caso de Chachapoyas. En general, y al menos
en la época colonial, el noroeste estaba habitado por innume-
rables unidades étnicas, con jefaturas políticas que contaban

112
con un caudal demográfico y amplitud territorial reducidos. El
norte de la Puna y de la quebrada de hUimahuaca estaba
ocupado por grupos de origen Chicha y el resto de la
quebrada, el sur de la Puna y el norte de los valles Calcha-
quíes por grupos de identidad no identificada con certeza, en
términos de macrogrupo étnico. Desde esta zona, hacia el
sur, incluyendo el resto de los valles Calchaquíes, Catamarca
y t a Rioja, encontramos a los Diaguitas, que compartían una^
lengua común, la cacana subdividida en varios dialectos. A f
menos los valles Calchaquíes opusieron gran resistencia a los
incas quienes, según el historiador jesuíta Pedro Lozano,
debieron implementar varias campañas para dominarlos.
Como castigo, fueron fuertemente segmentados y sus tiernas
repartidas a numerosos mitimaes, muchos de los cuales
provenían del actual territorio de Tucumán y el borde occiden-
tal tie Santiago del Estero y otros de diversas zonas altipláni-
cas, incluso desde las proximidades del Cuzco. En la zona de
la actual provincia de Tucumán gobernaba un cacique llama-
do Tucma o lúcuma que se alió con los incas y recibió el
encargo de vigilar la frontera oriental del Tawantinsuyu, y a su
vez de controlar a los rebeldes de los valles serranos del oeste
(Lorandi, 1980, 1984, 1988; Lorandi y Boixadós, 1987-88;
Lorandi y Bunster, 1987-88). A pesar del reducido poder
político de las jefaturas, éstas disponían de una gran capaci-
dad para confederarse bajo la hegemonía, de líderes que
surgían entre los caciques con mayor poder de convocatoria
a causa de sus cualidades personales. Estos líderes conser-
varon su prestigio y ofrecieron similar resistencia a las
pretensiones de la conquista española, que en los valles
Calchaquíes se prolongó hasta mediados del siglo xvn. En la
quebrada de Humahuaca se destaca. ViItipoco y en los valles
Calchaquíes por los años 1550-60 encontramos a Juan
Calchaquí, a Lltimpa en la primera mitad del siglo xvn y,
finalmente, a Pedro Bohorquez, un español que se autotitula
descendiente de los incas y que Jiegemoniza el poder en el
valle entre 1657 y 1659. Con este último aparece la figura de
un líder extraétnico, que había participado en acciones
simljares en el piedemonte oriental peruano, incitando a la
rebelión a los Amueshas y Matsiguengas. Aparte de esta
historia de Pedro Bohorquez.que tiene ribetes épicos, pera
que-pertenece al proceso colonial, en el caso del'noroeste
queremos destacar que la capacidad de confederación y,
simultáneamente, de oposición a los Estados hegemónicos,

113
finalizó tanto por parte de los incas como de los españoles con
la fragmentación de los grupos, pérdida de tierras,y desnatura-
lizaciones masivas. Los incas, además, recurrieron a su
práctica más corriente: instalar grandes contingentes de
mitimaes entre los más díscolos, a fin de restarles poder
político y económico, afectando con esto su capacidad de
reproducción social autónoma. La arqueología muestra la
profusa cantidad de asentamientos incaicos en casi todas las
regiones del noroeste, con lo cual se pone en evidencia que
la zona debió.quedar gobernada por un control directo,
ejercido desde el Cuzco. Con esto encontramos otra diferen-
cia en los modos de implantación del Estado. En los casos
menos conflictivos, el Cuzco ejerció un gobierno indirecto, a
través de las jerarquías autóctonas. Las zonas menos dóciles
para aceptar las exigencias y prestaciones del Estado, fueron
controladas a través de mitimaes y personajes "ascendidos"
que reemplazaban a las jerarquías locales. Con la caída del
incario, surgieron muchos conf lictds entre los originarios y los'
llamados "advenedizos" por la recuperación del poder y las
tierras que se les habían usurpado.
En general se ha difundido la errada opinión de que esta
situación de múltiples jefaturas en el interior de los grupos
étnicos era privativa de las regiones de frontera. No obstante,
no todas las poblaciones del núcleo de los Andes Centrales
respondían al modelo de los señoríos jerarquizados como se
pensaba hasta hace unos años. Los estudios arqueológicos
y etnohistóricos del Proyecto del valle del Mantaro llevados a
cabo por Timothy Earle, Terence D'Altroy, Christine Hastorf
y otros colegas de diversas universidades norteamericanas,
han demostrado que la estructura política Wanka estaba
compuesta también por jefaturas múltiples, y que los llama-
dos cinches (hombres valientes) o líderes surg ¡an entre ellos
en momentos de crisis, ejerciendo un grado de poder más
autoritario que el que disfrutaban los curacas tradicionales
(D'Altroy 1987). En tiempos preincas, la sociedad Wanka
estaba compuesta por una serie de entidades en conflicto
crónico entre sí por el acceso a los recursos económicos.
Aunque el poder se estaba consolidando en un número
limitado de funciones políticas y grupos de parentesco, la
naturaleza de las disputas y los medios de resolverlas sugie-
ren que sólo estaba presente una estructura política modera-
damente compleja y no una altamente centralizada. Tal como
ocurría en el noroeste argentino o entre los Lupacas de la

114
costa del Lago, los wankas preincaicos habitaban en fortale-
zas ubicadas en la cumbre de los cerros, lugares de refugio
por las guerras permanentes que se producían entre las
distintas parcialidades. Entre los Wankas, los cinches debían
ceder su poder una vez que cesaba el conflicto, pero en
ocasiones continuaban ejerciéndolo y ocupando un lugar de
privilegio dentro de la estructura social. Fue con el apoyo de
estos líderes que los incas pudieron reorganizarlos bajo un
modelo de mitades y sobre la base de una jerarquía más
centralizada. Es probable que esta alteración de las reglas y
de las alternativas de poder los haya motivado para aliarse a
los españoles desde los primeros momentos de la conquista,
con el propósito de ayudarlos a demoler el dominio inca
(Espinosa Soriano, 1974).
Si nos trasladamos a la frontera norte del Tawantinsuyu,
en Ecuador y el sur de Colombia, veremos el esfuerzo del
Cuzco por articular la heterogeneidad cultural -"la fuente
indispensable de su variada abundancia-" (Salomón,1987:
63) a otro tipo de fenómenos sociales. En esta zona existían
instituciones económicas diferentes a las que caracterizaban
a los Andes Centrales. Nos referimos a la existencia de un
grupo de mercaderes especializados, los mindalaes, que
disfrutaban de un estatus especial dentro de estas comunida-
des. Estos mercaderes cumplían una función redistributiva
extraterritorial a larga distancia, bajo el amparo de las dinas-
tías gobernantes, a semejanza de los pochteca mexicanos.
Los mindalaes no formaban parte del "común", no eran
nobles, ni serviles ni extranjeros. Cada casa gobernante con
cierto poder tenía a su disposición un cuerpo de mercaderes
con estatus. A los propósitos fiscales estaban censados como
un grupo tributario diferente, y pagaban a sus señores con
bienes suntuarios, en especial collares de chaquiras (cuentas
de concha preciosas) o vestidos. Para sus intercambios
utilizaban una forma restringida de "dinero" que se expresaba
en las mismas chaquiras o un botón de oro. Estos bienes
tienen valor fijo de trueque. Lo interesante de los mindalaes
es que también eran operadores políticos de los señores, ya
que utilizaban su capital para atraer a otros pueblos bajo el
dominio del señor bajo cuya protección se encontraban.
Esto último nos enfrenta a un problema singular: la posi-
bilidad de que un determinado conjunto de gente o pueblos
cambie de señor y se reubique en otra esfera política. Algo
similar fue detectado por Susan Ramírez en la costa norte del

115
Perú. ¿Cuáles son las consecuencias de esta conducta en la
formación de las identidades étnicas? ¿Cuál es el grado de
dinamismo y reconversión que tienen esas identidades?
¿Cuáles fueron los efectos de estas transformaciones en el
cuadro y mapa étnico que nos describen las crónicas y
documentos coloniales? ¿En qué medida la política inca de
instalar grandes contingentes de mitimaes alteró las identida-
des? ¿En qué medida fueron traumáticas las alteraciones de
identidad provocadas por la colonización europea? Podría-
mos multiplicar las preguntas y a la vez encontrar pocas
respuestas, al menos por el momento. Sin embargo, este es
un tema crítico sobre el que se debería intentar encontrar un
camino fértil de investigación en los próximos años.
Las diferentes formas institucionales que debió adaptar la
hegemonía inca a lo largo de su territorio quedaron parcial-
mente reflejadas en un Simposio organizado por Tom Dillehay
a
y Patricia Netherly en el marco del 45 Congreso Internacional
de Americanistas de 1985 y publicado en BAR International
Series 442en 1988. El Simposio sirvió para comprender los
grados de heterogeniedad que se ocultan bajo la uniformidad,
que no deja de expresarse en diversos aspectos de la
estructura administrativa y económica del Estado. Pero fuera
de las zonas colonizadas, existieron otras poblaciones que se
integraron de manera indirecta bajo la hegemonía del Tawan-
tinsuyu. Nos referimos a las poblaciones que ocupaban el pie
de monte andino y la franja de selva occidental. Numerosas
fueron las expediciones incas para conquistar a estas pobla-
ciones. Si bien no pudieron incorporarlas de pleno, entablaron
con ellas distintos tipos de relaciones (Renard-Casevitz,
Saignes y Taylor-Descola, 1986). En algunos casos se enta-
blaron vínculos de clientelismo tributario, ritualizados también
por el intercambio de esposas y otros bienes de prestigio. En
otros, algunas poblaciones fueron trasladadas como cus-
todios de frontera, como el caso ya mencionado del Tucumán
(Lorandi, 1988), formando un "colchón" defensivo gracias a
estas poblaciones que se encontraban en un nivel cultural
intermedio entre las sociedades andinas y las de tierras bajas.
Cuando las relaciones más o menos pacíficas no eran
posibles, los incas intentaron dejar una franja sin población a
fin de quedar fuera del alcance de los ataques de las grupos
más belicosos de la selva. En algunas de estas expediciones
a la selva se perdieron contingentes militares que el imagina-
rio colonial reconstruyó en forma de utopías, donde los incas

116
perdidos se habrían refugiado en territorios ricos en oro y
fundado poblaciones muy prósperas. Uno de estos lugares
fue el llamado Paititi, que los españoles buscaron en innu-
merables expediciones que consumieron muchos hombres y
dinero y a través de los cuales ingresaron al contacto con los
habitantes de la selva en la zona de Mojos en el Chaco
boliviano.

VI. El Tawantinsuyu:
¿Estado centralizado o gobierno indirecto?

Por el momento nos quedan unas pocas reflexiones sobre la


naturaleza del Estado que hemos estado describiendo y
analizando a lo largo de este capítulo. Las opiniones sobre el
grado de centralización de las decisiones políticas son tan
variadas como numerosos los autores que se han ocupado
del tema. En esta ocasión eludiremos las citas, para volcar
nuestra propia opinión sobre el tema.
Una perspectiva del análisis conduce a sospechar que el
grado de planeamiento y centralización fue tan fuerte que le
permitió lograr una singular coherencia en la estructura
administrativa y económica. Los camines, los centros admi-
nistrativos, los depósitos, la capacidad de movilización de
energía y los traslados de población se suman ai manejo de
las nuevas relaciones políticas entre advenedizos y origina-
rios, la demarcación de nuevas fronteras entre los grupos y
elejercicio centralizado de la justicia.
'Otra perspectiva apunta a confirmar que todo lo mencio-
nado no pudo hacerse sin tejer alianzas que debían renovarse
periódicamente, y que de éstas dependía en buena medida
la estabilidad del Estado. En primer lugar nos encontramos
CQ/! los conflictos por las sucesiones en el Cuzco, que reflejan
los intereses cruzados de las panacas, ya que todas preten-
dían similares accesos al poder. Por otra parte es necesario
considerar los costos de las alianzas con los señores étnicos,
s quienes el Inca debía otorgar regalos de diverso tipo, entre
ellos bienes de prestigio y tierras. Pero, había además otra
forma de ejercicio de la generosidad real, y consistía en la
redistribución de mujeres, las aellas. Este rasgo, unido al
hecho de los matrimonios del Inca o de sus familiares

117
inmediatos con miembros de los linajes étnicos, reflejan que
el poder siempre tenía que apoyarse en el parentesco, sin el
cual las reglas de reciprocidad carecían de sustento ideoló-
gico. Tan es así que toda alianza se sellaba con un matrimo-
nio, por medio del cual los señores étnicos ingresaban,
aunque más no fuera por la puerta de atrás, al corazón de las
panacas cuzuqueñas.
Desde el punto de vista simbólico, el culto al Sol se
realizaba en los centros urbanos fundados por el Cuzco, pero
no ingresó a los panteones locales. En cambio, el Inca debió
incorporar divinidades tutelares de algunos señoríos impor-
tantes, o declararse devoto a ellas, para obtener los benefi-
cios de sus respectivos poderes. Del mismo modo, la organi-
zación de la extracción de la energía descansaba en los
curacas locales, puesto que si bien en algunos casos se
descabezaron las cúpulas del poder, quedaron en pie las
jerarquías de menor rango, que debieron responsabilizarse
por el cumplimiento de las prestaciones que se debían al
Estado. Para ello, se les asignaron rangos estatales que se
superponían a los q j e ostentaban a nivel étnico. Esta doble
función los legitimaba frente a los dos poderes: el que
derivaba de su lugar en la comunidad y el que le otorgaba el
Cuzco. El curaca desempeña así un papel articular sin
precedentes y se transforma en cierta medida en un arbitro
indirecto de las decisiones del Estado.
En suma, la fuerza, el prestigio, los dones, y las relaciones
de parentesco se entrelazan en un tejido más o menos
apretado con el ideal de eficiencia y autosuficiencia manipu-
lado desde el Cuzco. La trama muestra hilos firmes y otros
más débiles, que se entrecruzan en especiales juegos de
poder y tensiones, cada una de ellas resueltas coyuntural-
mente según la habilidad que podían demostrar los actores
Involucrados.
El Estado Inca no se encuentra con un desarrollo político
menos elaborado de lo que su conquistador ibérico tenía en
el siglo xv. España aún no existía con su perfil moderno, que
sólo se consolida a partir del siglo xvm. Las alianzas entre los
reinos ibéricos se estructuraban por medio de matrimonios,
como los de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Las
legislaciones locales quedaron vigentes durante dos siglos
después de la unificación.política, y los intereses corporati-
vos, o de clases, presionaban sobre la voluntad de construir
un estado absolutista.

118
Comparando la situación de ambos estados en el momeri-.
to de la conquista, se nos ocurre que habría que replantearse
también la difundida opinión sobre la incapacidad de los
cronistas europeos para comprender el sistema andino o, en
general, los andinos y mesoamericanos. Esto no significa que
debamos retornar a una mirada ingenua y acrítica de las
crónicas, sino a releerlas nuevamente, con estos interrogan­
tes en mente. Es probable, en realidad, que la verdadera
historia del Tawantinsuyu nos reserve todavía algunas sor­
presas.

119
Capítulo cuarto
LA INVASIÓN ESPAÑOLA
Y LAS T R A N S F O R M A C I O N E S SOCIALES

I. Introducción

Hasta principios de los años 70, los estudios sobre historia de


la Conquista habían merecido un enfoque historicista que
localizaba la atención en los aspectos políticos, instituciona-
les y militares desde la perspectiva del invasor.
En el año 1971, Nathan Wachtel publicó su tesis La visión
des vaincus: les indiens du Perou devant la conquéte espag-
nole, 1530-1570, la cual significó una renovación metodoló-
gica ya que combinó el análisis estructuralista e histórico para
enfocar los problemas del contacto e inicios de la sociedad
colonial, esta vez desde la óptica de "ios vencidos".
Este trabajo tuvo el gran mérito de transgredir las fronteras
interdisciplinarias donde los antropólogos estudiaban las
culturas nativas y el campesinado moderno y los historiadores
las élites de origen europeo o los orígenes de los estados
latinoamericanos. Con esta perspectiva abordó los proble-
mas relacionados con la invasión europea y las consecuen-
cias de lo que definió como el "trauma de la conquista",
además de difundir las novedosas investigaciones de
tf.V.Murra y de T.Zuidema.
Para Wachtel, la caída del Tawantinsuyu significó la
ruptura del sistema de redistribución y el comienzo de un
proceso destructivo y negativo caracterizado por la caída
demográfica de la población nativa, por los continuos despo-
jos de sus mejores tierras y el progresivo incremento del
despotismo cacical. Asimismo, el excesivo cobro de tributos
(en especies y luego en metálico), la resignificación de
categorías o instituciones prehispánicas como la mita (turno
de trabajo rotativo y obligatorio) y el yanaconazgo (indios

121
desvinculados de sus comunidades de origen, al servicio de
los españoles) y, finalmente, las campañas de extirpación de
las idolatrías fueron sus signos más significativos.
Este proceso fue definido por este autor con el concepto
de desestructuración de las organizaciones sociopolíticas
nativas o de sus sistemas simbólicos con motivo de la
conquista europea, concepto que tuvo un enorme impacto en
los estudios andinos.
Sin embargo, a medida que se fueron multiplicando las
investigaciones que estilmulaban un progresivo avance en el
conocimiento de los complejos procesos de transformación
étnica y social que se desataron después de la invasión, se
pudo advertir las serias restricciones que encerraba esta
noción, especialmente cuando se la utiliza en forma estigma-
tizada para señalar procesos lineales de disolución de la
etnicidad provocada por el impacto de la invasón española, ya
que sólo permite destacar actitudes pasivas de la población
nativa frente a la opresión colonial.
Algunos trabajos innovadores, tanto del campo de la
antropología como de la historia, se alejan de la oposición
simplista que enfrenta y contrapone en polos separados a las
repúblicas de españoles y de indios, presentado a las socie-
dades indígenas irremediablemente desarticuladas a partir
.del trauma inicial. Algunos historiadores norteamericanos con
formación marxista como Steve Stern (1982), K.Spalding
(1984) o B.Larson (1988) subrayan los procesos de resisten-
cia indígena a la coacción colonial externa desde la óptica de
las estrategias colectivas, destacando también los procesos
de diferenciación interna y los conflictos desatados durante el
período colonial.
En ellos han influido el concepto de "economía moral" de
E.P.Thompsqn y de "hegemonía" de Gramsci, que permiten
matizar nociones absolutas como dominación o subordina-
ción, para introducir en el análisis otras variables como son el
consenso y ia negociación (D.Poole, 1992).
Nuevos avances han permitido superar opciones mani-
queístas tales como enf rentamiento andino/occidental; resis-
tencia cultural y continuidad de las tradiciones "andinas"
versus aculturación o asimilación. Se intenta por cierto cues-
tionar el concepto de raíces kroeberianas de "lo andino" o de
"cultura andina" como categoría generalizadora de las di-
ferencias interétnicas y en tanto supervivencia de tradiciones
prehispánicas.
Hoy se presta mayor atención a los vitales mecanismos de
reorganización de las sociedades nativas una vez insertas y
en constante interacción con el mundo colonial y republicano
y en especial sobre los complejos procesos de etnogénesis y
mestizaje que permiten comprender mejor los problemas
"actuales de las sociedades latinoamericanas (T.Abercrombie,
1986).
Se trata entonces no sólo de señalar a"la sociedad nativa
como sujeto de la historia sino también observar los conflictos
y/o transformaciones en su interior, como asi también la
compleja trama de intereses, alianzas o competencias inter-
nas por el poder. Pero hay que destacar que este enfoque
requiere definir en forma urgente nuevas categorías de
análisis que permitan captar de qué manera los actores
sociales fueron recreando, dinámicamente y de acuerdo con
las coyunturas, sus identidades plenamente cargadas tanto
de valores prehispánicos como europeos, ambos resignifica-
dos desde los inicios de la invasión.
En términos de larga duración, la gran mayoría de los
grupos en los Andes han recibido aportes de otros, confor-
mando una suerte de polimorfismo cultural. No se trata de una
simple asimilación o aculturación sino de creativos procesos
internos más complejos, que permiten la aparición de nuevas
entidades étnicas e identidades. En los Andes, como en otras
regiones del mundo, se recrearon y resignificaron activamen-
te los sentimientos de pertenencia y adhesión en nuevas
colectividades.
Con estos atributos participaron en el mundo colonial,
interactuaron con el Estado y con otros grupos sociales,
pudiendo definir las respuestas para enfrentar las diferentes
formas de subordinación y, a su vez, defender los derechos
conquistados y aspiraciones forjadas por su memoria colec-
tiva y conciencia popular.
- Como lo han demostrado numerosos investigadores que
analizaremos en los próximos capítulos, el impacto de los
estados, ya sea incaico, colonial o republicano, se relaciona
íntimamente con estos procesos, a veces acelerándolos y en
otros por su perturbación. Los caracteres étnicos en muchos
casos desaparecieron y en otros se modificaron con nuevos
contenidos. Ya no serán ni puramente indígenas ni españo-
les, tan solo y simplemente se trata de nuevos emergentes
étnicos y sociales que debemos definir.

123
II. La Demografía Histórica
y las estrategias socioeconómicas

A fines de la década del cuarenta un grupo de historiadores


norteamericanos de la llamada Escuela de Berkeley, fuerte-
mente influidos por su fundador, el geógrafo Cari O. Sauer,
comenzaron a formular una serie de hipótesis acerca del
tamaño de la población prehispánica. Sus estimaciones,
basadas en numerosos estudios efectuados en México Cen-
tral, apuntaban a considerar la presencia de un número de
pobladores nativos mucho más importante de lo que se
suponía hasta ese entonces.
Autores como L.B.Simpson, Sherburne F.Cook o Woo-
drow Borah, utilizando fuentes cuantitativas del siglo xvi, a las
que aplicaron métodos matemáticos sofisticados u otros
interdisciplinarios, observaron una fuerte caída de la pobla-
ción nativa o colapso demográfico después de la conquista
española. Al efectuar una minuciosa contextualización insti-
tucional, y social, en su trabajo New Spain's Century of
Depression, publicado en 1951 ,W. Borah interpretó que esa
declinación de la población se debía a causas económicas
propias del régimen colonial, como el crecimiento de ias
haciendas, el peonaje por deudas, etcétera. Estas conclusio-
nes apuntaban a efectuar una fuerte crítica a la política
colonial implementada por España, generando una amplia
gama de discusiones que ¡mpactaron en otras regiones de
América.
Es importante recordar que, para ese entonces, la historio-
grafía colonial norteamericana se veía envuelta aun en las
viejas polémicas sobre la "leyenda negra o blanca" de la
conquista española, de modo tal que esta renovación meto-
dológica iniciada fuera del campo de la historia significó un
verdadero impulso a los estudios sobre demografía e historia
económica.
Los investigadores del área andina prestaron su atención
a las curvas demográficas proyectadas para México, y comen-
zaron sus análisis numéricos, con interesantes resultados
que permitieron, a su vez, cuestionar otros planteos acerca de
la estructura social nativa. De un extremo a otro las cifras
vanaban, en función de los métodos de cálculo utilizados,
entre los tres y cuatro millones hasta los treinta y siete
propuestos por Henry Dobyns en 1966.
Actualmente, los cálculos más aceptados son los de N.
Wachtel (1971) y N.D.Cook (1981) con cifras que no superan
los diez millones de personas. En esta I inea, la mayoría de las
Investigaciones intentaron relacionar la demografía con la
historia social (G.Kubler, 1946, 1952; J.Rowe, 1946; C.T.
Smith, 1968; D.E.Shea, 1976; C.S. Assadourian, 1985,1989),
manteniendo las preocupaciones respecto a la magnitud de
lá población nativa. Lograron demostrar para los Andes, una
caída demográfica a raíz del contacto, por cierto menos
espectacular que la mexicana, y su posterior recuperación
entre fines del siglo xvn y comienzos del siglo xvm, a pesar de
las recurrente crisis demográficas que azotaron la región
(Dobyns, 1963; Sánchez Albornoz, 1978; Cook, 1981; Tande-
ter, 1991).
Uno de los mayores problemas que enfrentaban los
primeros estudios demográficos que tomaban el área andina
en su conjunto era, por un lado, la naturaleza fragmentaria de
las fuentes y, por el otro, los puntos que aun permanecían
oscuros en la historiografía colonial. Ambos motivos no
facilitaban un solido avance en el tema.
Los manuscritos más confiables que brindaban informa-
ción cuantitativa para el- virreinato en su totalidad fueron
bastante escasos. Correspondían a censos o recuentos de
población indígena organizados por las máximas autoridades
coloniales, como el dispuesto en 1573 por el virrey Toledo o
el de 1683 por el virrey duque de La Palata. De ellos,
únicamente los resúmenes del primero fueron publicados en
distintas oportunidades (V.Maurtua, 1906; R.Levillíer, 1925;
N.D.Cook, 1975)
Un ptoblema frecuente y que condujo a numerosos errores
fue que algunas fuentes generales, como por ejemplo el
Compendio de Vázquez de Espinosa (1613 ?), por citar un
caso, reproducía recuentos poblacionalesdel virreinato recogi-
das en diferentes épocas. De esta forma para algunos
pueblos repetía las cifras censales efectuadas por orden del
virrey Toledo cuarenta años atrás, mientras que para otros
figuraban resultados posteriores, haciendo suponer a quie-
nes lo consultaban una cierta estabilidad poblacional. Ade-
más de los posibles errores u omisiones de cifras que aun se
deslizan en las fuentes, otro inconveniente se producía al
trabajar con totales demográficos de unidades administrativas
mayores como obispados, audiencias o el virreinato, los
cuales no siempre incluían la totalidad de las provincias o

125
repartimientos que lo conformaban, quedando esa ausencia
oculta en las ciíras generales. Sin embargo estos datos
podían aparecer, en los censos posteriores, dificultando o
incluso invalidando las comparaciones generales. De allí
surgió la necesidad de volcar el análisis en distritos menores,
fueran estos repartimientos, doctrinas o pueblos, donde
además se pudiera efectuar una contextualizacion "de los
datos en la problemática socioeconómica.
La preocupación por la rigurosidad en el tratamiento de las
fuentes cuantitativas llevó sin duda a despejar los conflictos
sociales subyacentes, los cuales no son fáciles de percibir con
una mirada ingenua de los censos demográficos. Numerosos
papeles, en su mayoría visitas o censos de población realiza-
dos a solicitud de las autoridades nativas para efectuar los
ajustes de las exacciones coloniales (número de mitayos y
cantidades de tributo) o a propósito de algún proceso judicial,
proporcionaron una minuciosa y riquísima información local o
provincial de diferentes épocas. Frecuentemente, en esos
padrones, existe también información secundaria que, com-
pletada con la de litigios por tierras o curacazgos, memoriales,
informes sobre epidemias o alternancias de sequías, etc.,
permite aclarar y sobre todo completar la trama social del
mundo nativo y, por ese motivo, constituye una fuente de gran
valor etnológico (Murra, 1972).
Por otro lado, los registros parroquiales, con sus datos
sobre bautismos, matrimonios y defunciones, conforman un
auxiliar imprescindible para comprender las fluctuaciones
económicas y las transformaciones dé las sociedades urba-
nas y rurales, a partir de las últimas décadas del siglo xvil
(Tandeter, 1991).
En parte, esta búsqueda de nuevas fuentes permitió
orientar la investigación hacia análisis puntuales donde la
Etnohistoria, la Demografía y la Historia Económica se apo-
yaron mutuamente.
Un hito importante á fines de la década de los años 70
fueron (a) por un lado, el impacto que tuvieron las publicacio-
nes de la Visita de Ortiz de Zuñiga ([1562] 1967-72) a
Huánuco y la que hiciera Garci Diez de San Miguel a la
Provincia de Chucuito ([1567] 1964), (b) por otro, las
investigaciones sobre demografía histórica a cargo de Nico-
lás Sánchez Albornoz (1973,1977,1978) para el Alto Perú,
y (c) finalmente, los trabajos sobre economía colonial.particu-
larmente los de C.S.Assadourian (1979,1982), abrazándose

126
de esta manera definitivamente la Antropología, la Historia y
la Demografía en los estudios andinos.

a) Las Visitas como fuente etnológica.

Entre las fuentes administrativas, las visitas o censos efectua-


dos a Huánuco y Chucuito por la administración colonial
pretoledana permitieron, por su carácter burocrático, efec-
tuar una interesante aproximación hacia la población andina.
Los visitadores recorrían los pueblos "casa por casa" reco-
giendo información demográfica (nombres, edades, sexos,
números de hijos etc.), sobre su comportamiento, control de
recursos, sistema de autoridades etc., intentando relevar
información acerca de la persistencia o ruptura de rasgos
prehispánicos.
Su valor radica en que se trata de testimonios previos a las
radicales reformas introducidas cuando el virrey Toledo con-
solidó el sistema colonial. Por ello, su información permitió
aclarar numerosos problemas prehispánicos regionales y,
sobre todo, la transición al régimen colonial ,como se eviden-
cia en los estudios que acompañaron las ediciones de ambas
visitas. A modo de ejemplo un tema presente que surge de su
lectura, además de los ya comentados acerca de la novedosa
interpretación que hiciera Murra sobre los modelos económi-
cos andinos, se refiere a las transformaciones de los criterios
clasificatorios. Es fácilmente observable el cambio entre las
categorías laborales y sociales vigentes en "el tiempo del
ynga" utilizadas por los quipucamayoqy los registros censa-
les hispanos generalmente numéricos, como así también los
problemas acerca de la noción y cálculos de edades, sobre los
"redondeos" o repeticiones realizadas por el visitador o aun
sobre los registros parciales que anotaban a los hijos en edad
de tributar fuera de la unidad doméstica, trastrocando o
afectando los actuales cálculos sobre el tamaño familiar.
La importancia de la publicación de este cuerpo documen-
tal radica no sólo en el valor de la fuente en sí misma, por cierto
ya advertida en 1951 por Marie Helmer, sino fundamental-
mente en la renovación y, sobre todo ,la prédica que impulsó
en la década de los años 70. J.Murra sobre el valor antropo-
lógico de los expedientes administrativos regionales, a partir
de los cuales se pueden despejar una serie de incógnitas
sobre la organización social y económica de los grupos

127
étnicos locales, ocultos en la visión cuscocéntrica de la
mayoría de las crónicas.
Continuando con este impulso, otros investigadores han
realizado estudios demográficos seriales (a partir de visitas
sucesivas de un mismo pueblo) o puntuales, acompañando
la publicación de nuevos documentos censales como la visita
efectuada en 1540 en Trujillo (Espinoza Soriano, 1967) y
Cajamarca (S. de la Gama, [1540] 1974), a Conchucos en
1543 (Espinoza Soriano, 1974; citado por F. Pease, 1989);
algunos fragmentos de las visitas dispuestas por el presidente
La Gasea en 1549 en diversas zonas del Perú y Charcas
(M.Rostworowski, 1975, 1978, 1983-84; M.Helmer, 1956;
Espinosa Soriano, 1975; Galdos Rodríguez, 1977), las de la
época del virrey Cañete entre 1557 y 1558 (Jiménez de la
Espada, [1881] 1965), en 1560 a los Churumatas e indios
Charcas de Totora (J. González, [1560] 1990), en 1557 a
Pocona (M.Ramírez Valverde, 1970), a los cocales de Songo
(D. Dávila de Cangas y B. Otazu, [1568-70] 1991) los resúme-
nes generales de 1573-75 (V.Maurtua, 1906, R.Levillier,
1925; N.Cook, 1975) y los estudios de Chérrepe (S.Ramírez
Horton, 1978); y la Visita a Tiquipaya, Cochabamba (J.M.-
Gordíllo y M.del Río, en prensa) para esa fecha, la de
Collaguasen 1591 (F.Pease, ed. 1977) entre otras. El camino
aún sigue abierto, pero es indudable que, a pesar de lo difuso
del análisis demográfico temprano y de las enormes dificulta-
des no sólo para hallar la documentación sino también para
interesar sobre su publicación, estos aportes significan un
notorio avance para la historiografía andina y multiplican los
interrogantes sobre las sociedades prehispánicas.

b) La Historia Económica.

Los resultados de las investigaciones de C.S. Assadourian,


efectuados desde la vertiente de ia Historia Económica,
tuvieron un amplio impacto en los estudios andinos en gene-
ral. Al prestar una mayor atención al desarrollo del mercado
interno y de sus flujos mercantiles, señaló el rol de la minería
en los procesos de integración y/o fractura del espacio
económico peruano. Sus propuestas orientaron las inves-
tigaciones al destacar la importancia de Potosí como centro
articulador de la producción regional abastecedora de medios
de producción y fuerza laboral entre los siglos xvi y xvm. Su

1 on
alta densidad demográfica, especialmente indígena al servi-
cio de la actividad minera, produjo una fuerte demanda y
expansión de la circulación mercantil intra e interregional,
impulsando nuevos circuitos de intercambio. La fase más alta
de producción de plata se inició en 1580, cuando las disposi-
ciones del virrey Toledo aseguraron simultáneamente un flujo
anual compulsivo de 13.400 campesinos para trabajar en el
ceno en forma rotativa (mita), y la introducción de la nueva
técnica de amalgama por mercurio para el beneficio de la
plata, favoreciendo así su desarrollo a gran escala. Esta
tendencia continuó en alza hasta 1650, para repuntar nueva-
mente de la crisis económica entre 1750 y 1800. En los
momentos de máxima producción, Potosí había congregado
en sus parroquias de indios a muchas familias indígenas
migrantes "libres" que habían decidido escapar de sus comu-
nidades para permanecer en la Villa junto a los mitayos,
debido a las múltiples oportunidades mercantiles que ésta
ofrecía, especialmente para los mingados (mano de obra
alquilada) que obtenían salarios mayores que los mitayos. La
mita había producido numerosas tensiones étnicas entre las
regiones obligadas y las exentas con importantes fluctua-
ciones de población. Finalmente, la declinación final de la
minería potosina se inició a comienzos del siglo xix a causa
de la baja rentabilidad de la minería, escasez de mercurio
para la amalgama y declinación de los mitayos y mingados,
iniciándose un nuevo ciclo de migración hacia el espacio rural
(Tandeter, 1980; Assadourian et al., 1980)

c) Las estrategias.

En 1978, el historiador español Nicolás Sánchez Albornoz


analizó en profundidad el cuerpo documental ordenado por el
virrey duque de La Palata en 1683, estudiando en detalle el
problema de las categorías fiscales. Así pudo distinguir un
grupo jamás matriculado hasta fines del siglo xvn. llamado
"forasteros", conformado por indígenas que habían huido de
sus comunidades de origen para instalarse en otros pueblos
de indios, perdiendo, por lo tanto, sus derechos de tenencia
de tierras. Por esta causa las primeras generaciones que
sucedieron a los migrantes quedaron en las nuevas reduc-
ciones, sin posibilidades de obtener los imprescindibles dere-
chos a las tierras, y por tal motivo exentos de las pesadas

129
cargas coloniales, a diferencia de los tributarios "originarios".
Por el contrario, estos últimos eran los descendientes de los
primeros pobladores a quienes las Ordenanzas del siglo xvi
habían reconocido el derecho al usufructo de las parcelas y,
por ello, se hallaban sujetos al pago del tributo y a la asistencia
al turno obligatorio de trabajo denominado mita. La origi-
nalidad de los planteos de Sánchez Albornoz fue la de
relacionar el problema de esas categorías fiscales,es decir
indios "originarios", "forasteros con tierras" o "forasteros sin
tierras", con los mecanismos de captación del excedente
económico generado por las comunidades indígenas.
Por otra parte, T. Platt (1982) enriqueció estas propuestas
al demostrar la existencia de una gran flexibilidad de las
categorías fiscales en Chayanta (actual Bolivia) durante el
siglo xtx, en virtud de la escasez de tierras o de aumentos
demográficos, de modo tal que esas categorizaciones care-
cían para la fecha de su análisis del contenido definido en él
siglo xvi. SAsí pudo percibir que no siempre se debía asociar
a los "forasteros" con los inmigrantes recientes de una
comunidad, ya que en muchos casos eran hijos de originarios
que cultivaban tierras sobrantes. Lo mismo ocurría con los
forasteros sin tierras que cultivaban en las márgenes conce-
didas por los titulares. En ambos casos se adscribían a los
pobladores en determinadas categorías, en función de las
tierras disponibles por los vaivenes demográficos locales. Por
ello, Platt considera que no hay que utilizar a las categorías
fiscales como unidades de análisis rígidas, sino mas bien
como estatus sociales flexibles que se podían traspasar a lo
largo de la vida.
Los trabajos demográficos en la línea de Sánchez Albor-
noz se multiplicaron para muchísimos distritos andinos. Los
principales cuestionamientos se relacionaban con los proble-
mas y las consecuencias de la evasión fiscal al tributo y a la
mita y, sobre todo, acerca de los efectos de las migraciones,
tan frecuentes en el virreinato durante el siglo xvn.
Las bajas poblacionales se comenzaron a explicar por
motivos económicos (apropiación española de tierras indíge-
nas, peso de las exacciones, etc.), biológicos (muertes por
nuevas epidemias traídas por los españoles o como conse-
cuencia de las guerras de conquista), o de orden psicológico
(desgano vital).
Por otra parte, se empezó a prastar detenida atención al
tema de los subregistros en las listas censales. Estas tácticas

130
intencionales perduraron bajo distintas modalidades durante
los siglos siguientes, como pudo observarlo por ejemplo E.
Tandeter (1991) a principios del siglo xix en las parroquias de
indios de Potosí, donde eran frecuentes los subregistros en
las defunciones para evitar los pagos fijados para los nativos
por sus entierros, constituyendo una opción para paliar las
consecuencias de la carestía y escasez de trabajo.
Los interrogantes mas frecuentes apuntaban a. verificar en
estudios locales o regionales si el descenso demográfico se
debía a una baja de la población general o tan sólo a una
mayor baja de tributarios provocada por los mecanismos
enunciados, y también en qué corregimientos se daba este
fenómeno con mayor profundidad y por qué motivos.
Esto condujo a trabajos como los de Thierry Saignes
(1984, 1985 a , 1987 a), quien pudo demostrar una variedad
de estrategias trazadas por las autoridades étnicas en Char-
cas colonial para aliviar, según las circunstancias, las pesa-
das cargas que imponía el sistema (mita, tributo y, más tarde,
los repartos o ventas forzadas de mercancías). Hoy queda
claro que a principios del siglo xvn el proyecto toledano había
fracasado debido a la ausencia indígena en las reducciones
o pueblos nuevos, quiebra del trabajo obligatorio y rotativo en
las minas y evasión tributaria. La mano de obra"originaria" fue
"borrada" en muchos casos intencionalmente de las matrícu-
las y desviada hacia otros objetivos. Frecuentemente queda-
ban inscriptos como ausentes, huidos o muertos o bajo
nuevas categorías fiscales como yanaconas en haciendas o
centros urbanos o como forasteros.De esta manera.se baja-
ba intencionalmente el número de tributarios en los registros
censales para que las autoridades españolas disminuyeran el
cálculo tributario general, quedando así una mano de obra
flotante que el curaca podía destinar a otras actividades más
rentables.
Esta situación variaba notablemente a nivel regional en
virtud de las circunstanciales alianzas o pugnas tejidas entre
curacas , corregidores y curas en su disputa por la mano de
obra nativa. Se creó entonces, una red de intereses alterna-
tivamente contrapuestos o coincidentes entre los jefes étni-
cos, que tenían poder para movilizar la fuerza de trabajo
indígena, los funcionarios reales o corregidores en búsque-
da de sus éxitos mercantiles con la venta forzada de merca-
derías a las unidades domésticas y con la trajinería y los curas
. tras los aranceles eclesiásticos.

131
Simultáneamente, otros migrantes se ausentaban tem-
porariamente de las comunidades de origen debido a even-
tuales catástrofes naturales (sequías periódicas en las tierras
altas) o biológicas (por ejemplo las epidemias de sarampión
y viruela entre 1524-26; 1546; 1558-59; 1585 y 1591, por
mencionar solamente las ocurridas en el siglo xvi), por
motivos festivos o religiosos o condicionados por el manejo
paralelo de los ciclos agrícolas y ganaderos en terrenos
distantes y de poca extensión que les facilitaba una produc-
ción constante de excedentes. Tanto las tácticas antifiscales
como los movimientos interecólogicos demostraban un apa-
rente desmembramiento inicial de las organizaciones étnicas,
pero aun no se habían roto los lazos y redes comunitarias. Sin
embargo, éstas no fueron las únicas opciones, ya que existía
Uh grupo de fugitivos reales que, como ya hemos señalado,
se podían trasladar definitivamente tanto a otras comunida-
des indígenas como a centros urbanos o mineros en bús-
queda de nuevas oportunidades mercantiles o, inclusive, a
zonas fronterizas.
Pero éstas no constituyeron las únicas respuestas nativas
a la coacción colonial. Para enfrentar las cargas que impuso
el sistema fue necesario además recurrir a ingresos mercan-
tiles, ya sea comercializando la producción comunal según los
precios y coyunturas climáticas, alquilando o vendiendo
tierras sobrantes, extrayendo en forma clandestina metálico
en los centros mineros, vendiendo fuerza de trabajo o apro-
vechando las ventajas que ofrecía el comercio intrarregional
que abastecía al mercado potosino; en otras oportunidades
una eficaz lucha jurídica permitió resguardar los derechos
nativos.
La consecuencia de la explotación del sistema mercantil
en la colonia temprana fue evaluado como "desinscripción
étnica" o m'arginación (C.S.Assadourian, 1982, 1983; N.
Sánchez Albornoz, 1982,1983) al observar que aproximada-
mente el 50% de los varones en edad de tributar eran a
mediados del siglo xvn migrantes recientes. Por el contrario,
Thierry Saignes (1978, 1984, 1985, 1987) al observar las
sutilezas y variedades de respuestas, pudo destacar un rol
mas activo de la población indígena al trazar estrategias para
superar las demandas coloniales que les permitían contener
la población y mantener los lazos de filiación por algunas
generaciones a pesar de las distancias y de las circunstancias
históricas.

132
Este modelo entró en crisis en el transcurso del siglo xvii,
dejando paso a procesos de mestizaje y a la conformación de
nuevos lazos sociales recreados en los últimos lugares de
residencia de los migrantes o inclusive a situaciones de
vagabundaje o explosiones de violencia.

III. Las mediaciones étnicas

Intimamente vinculados con esta temática podemos conside-


rar los problemas relacionados por un lado con el sistema de
autoridades nativas y por el otro con la mercantilización de la
economía campesina.
Una de las principales preocupaciones que estimuló el
debate historíográfico se refiere al rol desempeñado por los
jefes étnicos, en tanto mediadores entre el mundo indígena
y la élite española o el Estado colonial, prestando especial
atención a los cambios en sus pautas tradicionales de con-
ducta.
Se ha sostenido con insistencia que, durante la colonia
temprana, los señores principales tejieron una serie de
alianzas con el invasor. Mientras algunos autores subrayan
las efectuadas con los conquistadores, otros señalan los
lazos sostenidos con las élites coloniales o inclusive aquellos
trazados con la Corona.
Muchos trabajos intentan despejar y comprender el compor-
tamiento cacical tanto hacia sus propios aylluscomo respecto
del cumplimiento de las obligaciones coloniales (cobro de
tributos y envío de mitayos). Las limitaciones de las fuentes
históricas hacen que prevalezca esta perspectiva articulado-
ra del rol cacical al quedar oculta sus actividades en el interior
del ayllu como son las actividades festivas o rituales. De ahí
que la observación en particular de sus actividades mercan-
tiles y sus consecuencias sobre las economías étnicas haya
sido considerada como una importante variable para medir el
grado de transformación cultural de los sistemas de autorida-
des. Sin embargo hay trabajos -pocos a u n - que buscan las
transformaciones de los patrones de autoridad a partir de
otras fuentes, como son las representaciones iconográficas,
- la heráldica, el material arqueológico, los mitos y las tradicio-
nes orales, aunque se requiere una mayor exploración para

133
el área andina en su conjunto (J.lmbelloni, 1946; J.Rowe,
1951; T.Gisbert, 1980; Silverman Proust, 1986; Iwasakí
Cauti, 1986, J.LMartinez, 1989; R.Adorno, 1989; S. Arze y X.
Medinaceli, 1991; Hocquenghemy Bellier, 1991, entre otros).
Nos vamos a detener, entonces, en los principales argumen-
tos que se sostienen, aunque antes recordaremos los rasgos
principales de los curacas en el momento de la conquista.
Desde tiempos prehispánicos los curacas, en tanto autori-
dades étnicas e intermediarios con el mundo divino, tenían el
privilegio de acceder a un conjunto de objetos simbólicos
asociados al cargo. U n señor importante gozaba del derecho
a servicios laborales especiales y a un amplio número de
esposas secundarias que le permitían ampliar sus redes
políticas y económicas, asimismo tenía accesos especiales a
tierras y rebaños y un control riguroso de la distribución de
hojas de coca, chicha y bienes suntuarios destinados al ritual.
El uso de ciertas insignias como los duhos o asientos, literas,
trompetas, tejidos cumbi,plumería, objetos de plata y oro,
fueron indicadores de su rango y de su carácter sagrado.
Estos privilegios y signos distintivos que legitimabansu poder,
se resígnificaron en el nuevo contexto colonial y se asociaron
a nuevos conjuntos de origen europeo (J.LMartinez, 1988;
Ch.Caillavent, 1982; M. del Río, 1990).
Los curacas eran símbolos de los intereses comunitarios
y su prestigio estaba en relación directa con el número de
personas a cargo y con la capacidad para coordinar las
actividades laborales, además de custodiar y administrar los
recursos comunitarios. Una amplia base económica y paren-
tal les facilitaba la "generosa" redistribución de los productos
excedentarios acumulados, reforzando ritual y ceremonia-
lemente las redes sociales y de parentesco.
En todas las unidades sociopol¡ticas complejas existía un
amplio número de autoridades articuladas jerárquicamente
que se incluían en conjuntos mayores (ayllus m ínimos en los
menores y éstos, a su vez, en los mayores) según la lógica
dualista ampliamente difundida en el mundo andino. Con la
expansión del Tawantinsuyu, los rangos cacicales mas altos
de cada grupo étnico tuvieron la responsabilidad de decidir ya
sea el camino de la resistencia y rebelión o el de entablar
largas y dificultosas negociaciones sobre los términos en que
' se llevaría a cabo el gobierno indirecto ejercido por el Estado,
inclusive transformándose algunos de ellos en nuevos funcio-
narios de la administración cusqueña.

134
La vinculación real o ficticia con los linajes nobles cusque-
ños o el hecho de haber desempeñado alguna actividad
prestigiosa para el estado incaico, fueron invocaciones co-
rrientes de muchos curacas para mantener una cuota de
poder en sus comunidades, como asi también y mas tarde en
¡a sociedad colonial en su conjunto (G.Urton, 1989; Arze y
Medinacelli, 1990; Espinoza Soriano, 1969).
Es evidente que la idea de sometimiento a un poder central
externo facilitó el dominio español durante la compleja tran-
sición a la colonia temprana.
Si bien la victoria de Francisco Pizarro y su ejército en los
primeros años después de la invasión significó una ruptura
histórica y cultural para los pueblos andinos, la velocidad con
que ocurrió el derrumbe del Tawantinsuyu ha dado pie a
diferentes interpretaciones sobre el grado de consenso que
obtuviera la expansión cusqueña sobre las diferentes unida-
des sociopol¡ticas regionales. Espinoza Soriano (1974 a),
interpretó que las fluidas alianzas entabladas entre las aris-
tocracias de cada nación y los primeros conquistadores se
establecieron frente a la necesidad de acabar con el dominio
incaico, englobando a la mayoría de las naciones andinas en
esta posición. Esta observación indicaría un grado de oposi-
ción étnica bastante generalizado y frontal al Tawantinsuyu,
caracterizado por este autor como un estado imperialista y
despótico, comandado por una aristocracia guerrera cuya
ilegitimidad facilitó, a la llegada del pequeño grupo de espa-
ñoles, su rápida destrucción.
Por cierto que la imagen trazada por Espinoza merece un
análisis crítico y otros comentarios. C.S. Assadourian (1983)
matizó el grado de cooperación brindado a los españoles
observando una constante dualidad con el invasor.
Es importante tener en cuenta que algunas justificaciones
étnicas, presentes en memoriales, litigios y probanzas sobre
la "tiranía" inca, perseguían logros y reclamos coloniales. Por
otra parte, muchas veces las fuentes consultadas se encuen-
tran envueltas en las discusiones de la época respecto a
caracterizar al Tawantinsuyu tanto como un estado paterna-
lista y benévolo o, por el contrario, proponiendo un estado
usurpador donde el Inca y la élite sometían por la fuerza al
conjunto de los campesinos, justificando asi las medidas
adoptadas por el régimen colonial. Eran las imágenes que
tenía la administración colonial, aunque no siempre su real
comportamiento. (F.Pease, 1988, 1989).

135
Para efectuar una evaluación de la conducta aparente-
mente ambigua de las élites nativas frente a los nuevos
invasores será necesario renovar nuestras fuentes para
despejar aun numerosos puntos oscuros que se relacionan
con los mecanismos de inserción de los diferentes grupos en
el Tawantinsuyu y sobre los alternativos niveles de control
estatal. Nuevas investigaciones deberán preguntar, por un
lado y a modo de ejemplo, sobre el alcance de las influencias
de las panacas o linajes nobles cusqueños sobre los señoríos
locales, marcando los conflictos, tensiones y/o alianzas que
se proyectaron en los primeros años de la administración
española. Esta perspectiva echará luz sobre otros pro-
blemas, como aquellos referidos a los lazos regionales con el
estado neoinca rebelado contra la administración colonial
entre 1537 y 1572, el grado de movilización de Paullu Inca
(hijo del Inca Huayna Cápac) en la región charqueña, la
participación étnica en cada uno de los bandos opuestos
durantes las guerras civiles desatadas entre los españoles
(1544-48) ya sea a favor de la Corona o de los encomenderos,
etcétera..
Steve Stern (1982) en su estudio sobre Huamanga colonial
(actual Ayacucho), interpretó que existieron importantes alian-
zas y lazos de cooperación con los europeos desde que estos
se instalaron en el nuevo territorio. Para este autor, los
españoles fueron reconocidos como los nuevos señores y,
sobre todo, como un medio para sortear las exigencias incas
y neoincas y triunfar en las rivalidades y enfrentamientos
interétnicos.
Para Stern, los ejes de las negociaciones coloniales
tempranas fueron las figuras del encomendero y los curacas.
Estos últimos canalizaron los excedentes comunitarios a los
europeos (primero en especies y desde la década de 1570 en
metálico), aprendiendo los beneficios de las nuevas tenden-
cias comerciales. Los señores negociaban con los encomen-
deros por los montos tributarios y servicios, lo que significaba
una mayor protección y apoyo.
Estas alianzas entraron en crisis conforme aumentaron las
exigencias de excedentes. Pocos años después, los señores
emprenderían una lucha contra los encomenderos para
aliarse en torno a la Corona. En efecto, a partir de 1550 esto
cobró magnitud y se dio además la adhesión de ciertos
curacas hacia las jerarquías religiosas influidas por el pensa-
miento lascasiano. Lucharon en forma conjunta contra de la

-t na
perpetuidad de las encomiendas ofreciendo inclusive para
ello hasta 100.000 ducados a Felipe II y organizando congre-
sos en Mama (Huarochiri), Juli y Arequipa; pugnaron por la
preservación de la sociedad indígena de las influencias
mercantiles, la consolidación de las élites nativas aliadas con
la Corona y con los religiosos, hasta los años 70 en que
sufieron un duro golpe con la política toledana (C.S. Assado-
urian, 1983; F.Pease,1988).
Estos últimos reclamos a la Corona son importantes
porque nos permiten reflexionar acerca de las aspiraciones
de los curacas de ser reconocidos y respetados en sus
derechos para controlar la población a su cargo y mantener
o acrecentar sus privilegios y un elevado estatus en la
sociedad coloniat, cuidando por cierto de contrastar el impac-
to de estas alianzas en otros ámbitos de ios Andes. ¿Cómo
se evalúan estas aspiraciones entendidas casi con rasgos
señoriales?
Aquellos dirigentes que -según Stern- pudieron ampliar
su base social y traspasar los vínculos de parentesco,
adoptarían un carácter señorial o autoritario, dando muestras
de una actitud abierta o receptiva hacia la cultura, religión y
símbolos hispánicos.
Para la misma época, Susan Ramírez (1987) puso el
acento en las transformaciones del rol de los jefes tradiciona-
les de la costa norte peruana durante las primeras décadas
después de la invasión española. En efecto.observó una
fuerte fractura de lasautoridades nativas frente a las deman-
das coloniales. Este proceso se vio favorecido por el colapso
demográfico, por la política de reducciones, por la imposi-
bilidad de mantener las pautas tradicionales de hospitalidad
y por las divisiones operadas por las nuevas unidades admi-
nistrativas como las encomiendas, que favorecieron el ascen-
so de jefes de segundo nivel.
Estas imposiciones socavaron, para la autora, las bases
del poder y prestigio de los caciques "antiguos", fundado en
el control de un amplio número de personas y de recursos
naturales que les permitía redistribuir la parte sobrante del
excedente comunitario y así favorecer el bienestar general.
De ahí que, siguiendo las opiniones un tanto simplificadas
de los primeros trabajos de K.Spalding (1974) cuando estudió
la evolución de los curacazgos coloniales y de N.Wachtel
(1971), concluya que las nuevas exigencias, hicieron de los
curacas"...cómplicesyfuncionarios del estado colonial Espa-

137
ñol...*, ya que con sus constantes abusos y mal gobierno
extraían los excedentes a favor de los españoles, consolidan-
do una sociedad "inestable e infeliz".
Si bien sus interpretaciones son interesantes para explicar
los fenómenos de resistencia y de pérdida de control de
subordinados y de tierras, son insuficientes para interpretar
los casos de consenso que inclusive obtuvieron los jefes dé
segundo nivel.
Justamente al focalizar la atención en este último punto, es
decir en el reconocimiento de la autoridad y en el manteni-
miento del prestigio, se dio pie a otros enfoques sobre el tema.
Pero previamente comentaremos las principales modificacio-
nes en el sistema colonial introducidas a partir de 1568,
cuando asumió el virrey Francisco de Toledo.
Las reformas toledanas habían instaurado un nuevo orden
colonial: la "República de Indios", separada de la "República
de Españoles" (por lo menos en la legislación); la monetiza-
ción del tributo, lo que provocó una cierta mercantilización de
las economías étnicas; la organización de la mita o turnos
obligatorios de trabajo en minas, en haciendas, en la frontera,
en obrajes, etc.; la disposición de las reducciones de indios
con el objetivo de transformar los antiguos patrones de
asentamiento disperso para recibir adoctrinamiento religioso;
el nombramiento de un número menor de autoridades tradi-
cionales para los repartimientos (divisiones administrativas a
los efectos fiscales) a saber: cacique principal, segunda
persona y principales de ayllus, creando simultáneamente y
en forma paralela un grupo de cargos centralizados en la
reducción de acuerdo con el modelo del Cabildo español
(alcaldes, regidores, alguaciles, escribanos, pregoneros, etc.)
con eJ objetivo de controlar las bases de poder de los
anteriores y la institucionalizadón de las estructuras en
mitades (anansaya y urinsaya) que perduraban desde el
Tawantinsuyu. Por otro lado, Iruto de las negociaciones que
imponía el nuevo contexto, se crearon cargos de jurisdicción
regional (capitanes de mita para reclutar mitayos y alcalde
mayor como máxima autoridad interregional) a cargo de un
gran numero de unidades sociopolíticas .
Los curacas tenían la responsabilidad de cobrar a los
miembros del ayllulos montos tributarios estipulados durante
las visitas censales, como así también de responder con
dinero por las ausencias en la mita o bien alquilar mano de
obra para su reemplazo. De ese modo, cualquier baja demo-

138
gráfica real no actualizada por un nuevo censo, afectaría en
forma directa ,por un lado, el pago completo del tributo y.por
el otro, el cumplimiento del número de mitayos acordado,
debiendo ser compensado en ambos casos con los recursos
de los mismos curacas que, de lo contrario, podían ser
castigados con la cárcel.
Frente a esta situación, nos podemos preguntar ¿cómo
podían responder a las pesadas exigencias coloniales y
simultáneamente resguardar a sus comunidades? ¿Cómo
enfrentaban con sus propios recursos las deudas comunita-
rias procedentes de la mitayde la tributación? ¿Los curacas
defeccionaban ante el poder colonial a expensas de sus
propias comunidades? ¿Exigían cargos para obtener privile-
gios señoriales? ¿ Por qué algunas fuentes de la época
cuestionan severamente su conducta?
Las evidencias no surgen siempre tan transparentes para
nuestro análisis. Se superponen continuamente aspectos de
resistencia nativa con aquellos que provienen de pautas
europeas que confunden a muchos investigadores. Steve
Stern (1987) advierte acerca de las dificultades metodo-
lógicas que surgen cuando se intenta buscar en las fuentes,
especialmente económicas, la pervivencia de un modo andi-
no tradicional de conducta orientado a la subsistencia o, por
el contrario, el surgimiento de una lógica colonial europea en
el comportamiento nativo, ya que ambas manifiestan un sinfín
de disfraces engañosos. Por el contrario, propone orientar las
investigaciones en la profundizaqión de un modelo "andino
colonial" que refleje las ambigüedades de la vida colonial a
través de documentos que revelen el comportamiento simbó-
lico o los conflictos y tensiones étnicas y sociales.
En este punto T.Saignes (1987 b,1989) señala que a fines
del siglo xvi se fue gestando una nueva legitimidad que nació
frente a la capacidad de enfrentar exitosamente las exi-
gencias coloniales (costear tributo y mitas) o negociar los
cargos regionales o tierras comunales destinadas a la tribu-
tación, que hizo declinar a los "señores máximos" atrapados
por sus normas de comportamiento que provenían de tiempos
prehispánicos, ligadas al prestigio y a las obligaciones re-
distributivas. El nuevo modelo cacical que nació con posterio-
ridad alas reformas toledanas, exigía el manejo adecuado de
las estrategias (antifiscaies, intervenciones mercantiles, ca-
pacidad par a transformar el excedente comunitario en dinero,
etc.) para cumplii con la cohesión grupal y territorial y, a su

139
vez, superar las dificultades financieras que imponían las
demandas coloniales.
A partir de la década de 1630 entran en crisis los cargos
regionales. La situación había empeorado por las fuertes
migraciones, las bajas demográficas y las disminuciones de
metálico en Potosí. Los capitanes de mita no pod ían reempla-
zar a la gran cantidad de ausentes con los beneficios mercanti-
les, debiendo renunciar a ser factores de integración étnica y
prestigio (T.Saignes, op.cit. 1987). Estos cargos mayores se
hicieron insostenibles, fortaleciéndose en su lugar un poder
cacical que había nacido o se había reestructurado creati-
vamente en el interior de los segmentos menores implícitos'
en las antiguas unidades sociales mas abarcativas. Para la
mayoría de los curacas de repartimiento la disyuntiva gene-
ralizada a lo largo del siglo xvn fue la del éxito mercantil en
beneficio de los ayllus o la tentación del lucro individual
muchas veces denunciado por los miembros de los ayllus y
que culminaba con violentos conflictos frente a los excesivos
pedidos cacicales.
Hay muchos ejemplos que señalan la presencia de cura-
cas exitosos en el manejo económico o excelentes gestores
comunitarios, como por ejemplo don Diego Chambilla,capitán
de mita y curaca de Pomata, quien tenía importantes intere-
ses comerciales en Potosí, cuyas ganancias le permitían
mantener a los mitayos y costear los gastos de esa actividad
(Murra, 1978), o don Gabriel Fernandez Guarachi, cacique
gobernador de Jesús de Machaca cuya fortuna personal le
permitió en 1673 asegurar las tierras colectivas, costear las;
deudas de la mita y del tributo (S. Rivera, 1978), o inclusive
aquellos que llegaron a viajar reiteradas veces a España para,
continuar con los pleitos en procura de curacazgos, argumen-
tando la defensa de los intereses de sus comunidades, como,
don Jerónimo Lorenzo Limaylla, curaca de Luringuanca,
Jauja (F.Pease, 1988). Por el contrario, hay casos como el de
Don Fernando Ayra de Ariutu, cacique de Pocoata, Chayanta,
que aprovechaba los recursos étnicos en beneficio personal
(T.PIatt, 1987) o don Pedro Chipana, cacique de Calamarca
y rico comerciante de vino, dedicado también a la minería,
quien quitaba las tierras y castigaba rigurosamente a sus
indios a tal punto que muchos de ellos huyeron hacia otras-
localidades (R.Choque, 1978, 1987) .
Tristan Platt (1987) explica para el sur andino esta gama
de respuestas entre el consenso o la tensión y ruptura

140
comunal, cuando afirma que el orden social aymara se
basaba en periódicas "negociaciones" que permitían llegar a
un equilibrio recíproco en el intercambio de bienes y servidos
al controlar los excesos de las jerarquías y a su vez limitar el
ejercicio de la autoridad.
El siglo xvn se caracterizó entonces, por la crisis del
sistema fiscal colonial: los controles habían cedido y numero-
sas tácticas individuales o comunales abrieron paso a un
mundo mas interrelacionado y mestizo, cuyo motor prindpal
fue el aprovechamiento de las oportunidades mercantiles.
Así también se comenzaron a notar fenómenos novedo-
sos, como la presencia de caciques intrusos o la asimilación
a una pujante capa mestiza en los principales cargos comu-
nitarios (hoy conocidos como vecinos), que empujaron a los
indios de las reducciones. Por otro lado, algunos dirigentes
fueron adoptando formas culturales hispánicas como hablar
y leer el castellano, practicar el cristianismo, vestir a la
europea, concurrir a escuelas de caciques, etc., actitudes
visibles sobre todo en la élite cusqueña.
Este último fenómeno, que debe ser estudiado con mayor
profundidad, no se puede interpretar simplemente como una
traición a los miembros de los ayllus o como hispanismo
indígena, ya que estos sectores desempeñaban fundones
claves en la vida ritual y festiva, compartiendo el mismo
universo simbólico y una serie de conceptos sobre el orden
social y su actuación en él (R.Rasnake, 1989). Sin duda
forman parte de fenómenos culturales mas complejos que no
se pueden reducir a una suerte de imposición o aceptadón
acrítica.
A principios del siglo xvni, se fueron eliminando y perdieron
poder y legitimidad los curacas de niveles superiores (cad-
ques de repartimiento y de mitades), para surgir huevas
lealtades en torno a la reducción. Se fueron nivelando los
sistemas jerárquicos de autoridad para ser reemplazados por
cargos temporarios y rotativos en lugar de los vitalidos,
consolidándose un nuevo orden social donde la figura del
religioso ocupa un lugar primordial al acaparar las fundones
rituales . El poder cacical hereditario se vio socavado por el
fortalecimiento de dos instituciones que conformaban un
orden conjunto: el cabildo (cargos rotativos que debían
cumplir los miembros de la sociedad) y las cofradías
(organizaciones en torno a santos). Se trata, de acuerdo a los
interesantes aportes de Thomas Abercrombie (198-5) de

141
estructuras "sintéticas activas" y no meros sincretismos entre
lo indígena y lo español ni máscaras donde se ocultan en
forma clandestina las raices prehispánicas, las cuales habían
sufrido casi dos siglos de andinización.
Justamente en esta estructura novedosa, este autor nos
propone explicar las rebeliones y levantamientos de fines del
siglo xvm, cuando los señores hereditarios junto a los funcio-
narios españoles fueron el objetivo de la explosión. Es en este
siglo también cuando surgió una necesidad de acercamiento
a la monarquía y a la iglesia (esquema teocrático de poder)
y un fuerte deseo de perpetuarse en la iconografía, hasta que,
entrado el siglo xix, se extinguió con la República el sistema
de curacazgos (T.Gisbert, 1980).
Con la República, fue abolida la mita en 1813, aunque no
el tributo que constituía un importante aporte para las nuevas
naciones. Asimismo se desdobló el sistema de autoridades.
Por un lado la figura de origen mestizo y vecinal del "corregi-
dor*, mas identificado con las clases urbanas, fue el represen-
tante del Estado y sus demandas, mientras que, por otro lado,
un conjunto de autoridades cacicales como ¡ilacatas, alcal-
des, curacas ,etc. serán los los constructores del mundo
simbólico e identidades colectivas (R.Rasnake, 1989).

IV. La participación en los mercados coloniales

El otro tema pendiente en nuestro análisis se refiere a la


incidencia de las actividades mercantiles en las economías
étnicas, particularmente a partir del descubrimiento de Potosí
en 1545 y de su impacto en el desarrollo del sistema mercantil
colonial.
Frente a la evidente participación nativa en las actividades
mercantiles nos podemos ante todo interrogar si ésta estuvo
impulsada coactivamente por el Estado y si vulneró la auto-
suficiencia nativa. O tal vez de qué manera respondieron a los
mercados de bienes, mano de obra y de tierras. O si se
produjeron procesos de diferenciación interna. Así podría-
mos continuar con muchas preguntas más.
En líneas generales se observan varias tendencias que
responden a diferentes enfoques teóricos, explícitos o implí-
citos, que tienen que ver por un lado con la caracterización de

142
las economías campesinas y sus lógicas de producción y
reproducción y por el otro con las consecuencias de los
cambios económicos introducidos a partir dé la colonia. El
trasfondo último nos remite a una serie de problemas vigentes
en la actualidad, vinculados con el destino final de las
sociedades campesinas de hoy en día en los países latinoa-
mericanos, su tendencia a la proletarización o, por el contra-
rio, su persistencia. Este debate tuvo su auge en la década de
los años 1970 con la implementación de ia Reforma Agraria
en el Perú y con la necesidad de explicar la fuerte migración
rural a los centros urbanos, y continúa vigente hoy.
En términos generales la mayoría de los autores conside-
ran la existencia de dos esferas en las economías campesi-
nas, una de ellas el sector déla autosubsistencía, que a veces
se generaliza como tradicional o andina y, por otro lado, la
mercantil. Hoy ya se ha superado el planteo "dualista", que las-
consideraba como dos sectores independientes, y se los
percibe como integrados en una sola racionalidad, con una
fuerte integración a lo largo de la planificación anual o
plurianual. Si bien las actividades agrícolas son las que
prevalecen, esto no significa que las no agrícolas sean
consideradas marginales, sino tan solo que están subordina-
das alas anteriores (J.Golte-M.de la Cadena, 1986; A.Figueroa,
1981; H.Mossbrucker, 1990 y muchos mas).
Hay más matices y no tantos acuerdos en cuanto a los
análisis de las consecuencias que produce el impacto de las
fuerzas mercantiles. Estas varían desde aquellos que desta-
can el debilitamiento y su destrucción (por privatización de
tierras o parcelamiento, contacto con la sociedad nacional
etc.) en un extremo hasta el otro donde prevalecen las
caracterizaciones más ingenuas y románticas, que ponen el
acento en las labores y tierras colectivas con sus efectos de
nivelación en su interior (E.Wolf, e inclusive los indigenistas
como H. Castro Pozo y C.Mariátegui), y hasta posiciones
intermedias que destacan los procesos de recreación de lo$
vínculos de cooperación a pesar de los cambios (J.M.Caballeró,
1981).
Para los Andes del sur, en líneas generales se pueden .
observar va, ¡as tendencias, ya sea de enfoques teóricos
como .en cur.nio a líneas a explorar, muchas de las cuales
quedan ab: las y generan interrogantes que deberán ser
respondidos en el futuro. En 1987, se publicó La participación
indígena en los mercados surandinos. Estrategias y repro-

143
ducción social. Siglos xvi a xx(0. Harris, B.Larson y E.Tandeter,
comps.) donde se muestra este abanico de propuestas y se
presenta un excelente "estado de la cuestión". Gracias a esta
diversidad se pone al descubierto la complejidad del tema que
nos hace concluir que seria demasiado pronto para intentar
una síntesis explicativa general. Es interesante comprobar en
qué medida las ópticas teóricas y los datos diferentes permi-
ten observar la gran cantidad de matices y la complejidad de
los mecanismos de inserción de los indígenas en el mercado,
que remiten inclusive al pasado prehispánico. Comentare-
mos entonces en esta oportunidad los principales trabajos
que hacen hincapié en el período colonial.
Como hemos analizado en el capítulo III en relación con
éste tema, J.V.Murra ha sostenido que el mercado tenía
escasa incidencia en el mundo serrano. Sin embargo, el
trabajo de C.S.Assadourian (1-987) en el libro mencionado, ha
dado un paso hacia adelante en el tema, al proponer que la
autosuficiencia estaba mediatizada por las condiciones eco-
lógicas, por los grados de diferenciación social que permitían
enviar a los mas pobres como colonos del curaca y por las
oportunidades en que se producían los intercambios. Lo
interesante es que este proceso prehispánico tiene efectos
importantes en la colonia. Si los datos presentes pudieran ser
contrastados (en los casos que existan) con los de las
rivalidades y/o alianzas interétnicas, estos "matices" en las
relaciones de producción y circulación adquirirían aun mayor
relevancia, colocándolas dentro de la dinámica de los conflic-
tos que debieron producirse en las áreas de acceso multiét-
nico y que Murra ya señalara cuando elaboró su modelo de
control vertical.
Habría que analizar también, con mayor puntualidad,
dentro de este contexto, las modificaciones provocadas por
la intervención incaica a través de la emergencia de conflictos
tras la caída del Cusco.
Para el mundo colonial surandino, algunos autores consi-
deran la inserción de los indígenas en el mercado como una
estrategia positiva y esencialmente activa, como es el caso de
los trabajos deThierry Saignes, R.Choque C anquí, D. Santa-
maría, B. Larson y R.León.
En otras visiones, este optimismo se ve matizado por el
análisis de las situaciones restrictivas que muestran que
buena parte de lo que se obtiene de los mercados urbanos de
mercancías y trabajo sirven o bien para el "pago de tributos,

144
o bien para sostener los cambios por trueque tradicionales.
En esta óptica encontramos los trabajos de J.Hidalgo para
fines del siglo xvm y de L.Lewinski para los inicios del siglo xix.
Los cambios históricos y demográficos, así como la forma-
ción de nuevas actitudes y lazos socioeconómicos fueron
analizados por A.Zulawski. Encontramos valiosa información
sobre los mecanismos de reinserción de los indígenas a las
condiciones cambiantes del mundo colonial, donde puede
verse como los yanaconas, forasteros y migrantes en general
buscaban los recursos más aptos para insertarse en la nueva
sociedad sin perder sus lazos de relación tradicionales. En
efecto, O.Harris muestra la existencia de un circuito ritual en
el que se inserta el dinero, asi como los simbolismos y los usos
múltiples que adopta.
Otro fenómeno relevante es el urbano visto desde la óptica
de la participación mercantil. El trabajo de E.Tandeter y sus
colaboradores, netamente económico, procura diferenciar y
medir la participación de los nativos en los intercambios
urbanos. Los datos se transmiten desde una perspectiva
optimista ,tal como parecen reflejar las cifras. En cambio,
L.Lewinski señala ciertos límites a ese fenómeno a partir de
la frecuencia de los intercambios, que alteran los precios y, en
definitiva, pone en evidencia la relativa escasez de la variedad
y cantidad de productos que cada campesino aporta al
mercado de Oruro.
La mayoría de los trabajos presentados en esta compila-
ción están ligados a la doble esfera, la tradicional quedefiende
pautas de un relativo igualitarismo y por el otro los esfuerzos
individuales o colectivos para distanciarse de la comunidad
tradicional. Esto sugiere procesos de cambio a través de las
coyunturas históricas, como lo prueban B.Larson y R.Leon.
Ahora bien, es notable que a través de la mayoría de las
propuestas queda aún flotando una pregunta: si bien hay
efectiva y fuerte inserción en el mercado, ¿cuál ha sido el rol
de esta estrategia en los procesos de transformaciones
sociales de la región surandina? Si la diferenciación social fue
parcialmente temporaria, cuál fue el destino de aquellos
indios y sus descendientes que permanecieron viviendo en
comunidad y que vieron recortadas sus posibilidades de
ascenso?
Cuando se comenzaron a estudiar los mecanismos de
transformación cultural en los Andes, se pusieron al descubierto
los resortes de activa resignificación de una sociedad que

145
había sido entendida solamente dentro de la desestruc­
turación. Pero debemos estar atentos para no cometer el
error inverso, es decir, considerar que los mecanismos que
burlan las presiones coloniales, así como aquellos que permi­
ten explorar y explotar en beneficio propio el sistema, pudie­
ran hacer mas vulnerable al sistema en si mismo.En realidad
éste necesitaba la participación indígena en la medida en que
la admitió y propició, aunque los flujos y reflujos de fuerzas y
los conflictos fueran permanentes.
La participación indígena en el mercado colonial salva­
guarda él nivel de subsistencia y un cierto control de la
-
reproducción social de los grupos campesinos, aunque l o s
que tienen inserción urbana sufren un cambio más neto. Pero •
nada permite sostener la euforia con que se iniciaron los
estudios sobre esta problemática, y salvo cambios individua­
les o muy recientes, el proceso de acumulación es decidida­
mente limitado y no condujo a un cambio global de significa­
ción en los términos de desarrollo nacional, como lo muestra
la realidad.

V. La mujer en los Andes

Es creciente la bibliografía que aborda el tema del género en


las sociedades andinas, especialmente a partir de una toma
de conciencia del rol subordinado de las mujeres en la pareja
o en la sociedad (J.B.Isbell,1976, 1978; O.Hanis, 1978; O.
Harris y K.Young (comps.) 1979; B.Larson, 1983,
M.Rostworowski 1983,1986,1989; L.M.GIave 1989; I.Silver-
blatt, 1990; M.E. Mannarelli, 1990; N.Van Deusen, 1990; M.
de la Cadena, 1991; P.Harvey, 1991, entre otros). A su vez,
esta corriente se vio favorecida, por un lado, por él auge y
desanollo de los movimientos feministas, tanto en los países'
del norte como más tarde y lentamente en los latinoamerica- -
nos, como así también por el hecho de que el tema de la
mujer.obtuviera un espacio de difusión en algunas uni­
versidades y cierta promoción en la política de subsidios de
muchas fundaciones.
Como hemos analizado en páginas anteriores, la antropolo­
gía es la disciplina que ha desarrollado mejores herramientas
teóricas para analizar la diversidad de organizaciones socia-

146
les, instituciones y estilos de vida alejados de la tradición
cultural europea. Al calor de sus distintas corrientes comen­
zaron a tomar cuerpo los estudios sobre la multiplicidad de
organizaciones familiares y formas matrimoniales e identida­
des sexuales, como así también sobre la naturaleza y trans­
formaciones históricas del rol femenino en diferentes socie­
dades.
Inicialmente, los numerosos estudios sobre el matriarcado
fueron utilizados por algunas feministas para fundamentar su
oposición aJ actual orden patriarcal, llevando a profundizar
temáticas relacionadas con el mundo femenino, sobre el
lenguaje simbólico del género, como así también acerca de
la naturaleza de la autoridad y del poder en ambos sexos.
A estos aportes fue muy importante agregar la noción
desarrollada por el estructuralismo francés con respecto a
que el pensamiento humano opera por oposiciones binarias,
lo cual permitió reflexionar sobre la naturaleza de ciertas
asociaciones conceptuales como mujer/impureza/inferiori-
dad/esfera doméstica, en oposición a hombre/pureza/supe-
rioridad/esfera pública.
Asimismo, el uso de categorías analíticas y perspectivas
utilizadas frecuentemente por los especialistas en historia de
las mentalidades y últimamente por los que frecuentan la
antropología posmoderna con sus propuestas sobre la de­
construcción como actividad fuertemente crítica a los para­
digmas en boga y sobre los análisis de discursos, permitieron
enriquecer el campo de estudio de la mujer.
Los primeros trabajos sobre el género en los Andes,
comenzaron a destacar el papel de la mujer, estudiando su
participación laboral y su incidencia en la economía comunita­
ria o general. Esto condujo inevitablemente hacia cues-
tionamientos respecto del manejo del poder y acerca de la
subordinación femenina, ya sea en la pareja o en la comuni­
dad.
Al focalizar la atención en los arquetipos femeninos prehis-
pánicos se pudo distinguir que, a nivel étnico, ambos sexos
tenían estatus sociales equivalentes, expresados simbólica­
mente en el universo religioso, durante los rituales y las
ceremonias. En efecto, en los Andes existían divinidades
femeninas y masculinas, con funciones diferenciadas, aso­
ciándose generalmente a las femeninas los conceptos de
fertilidad. Estos argumentos adquirieron mayor fuerza cuan­
do se focalizó I a atención en los patrones de herencia andinos.'

147
Por cierto, está comúnmente aceptada la existencia de
descendencia paralela o bilateral en el interior de los ayllus,
coexistiendo, por lo tanto, los derechos tanto maternos como
paternos para transmitir los recursos en forma independiente.
De acuerdo con esto, se consideraba que los hombres y las
mujeres descendían de ancestros de su mismo sexo, reci-
biendo de ellos su correspondiente poder político y econó-
mico, que a su vez podían transmitir. Por lo tanto,las imáge-
nes y representaciones que tenían los miembros del ay//u
sobre el género se basaban tanto en el paralelismo como en
la complementariedad, y estos principios aseguraban, por
otra parte, la reproducción del grupo en su conjunto.
Ahondando aún más en las imágenes de la mujer,
M. Rostworowski (1986) estima que algunos mitos y relatos
andinos, nos remiten, a dos modelos de mujer prehispánica.
Los mitos de origen de los hermanos Ayar, como las narracio-
nes de la guerra inca contra los chancas, señalan para la
autora la presencia de un mundo femenino orientado cotidia-
namente hacia las tareas domésticas, textiles, agrícolas y la
crianza de los niños, conviviendo junto a otro donde la mujer
tenía atributos guerreros y casi feroces al mando de ejércitos
y se mostraba diestra en el manejo de armas.
Ahora bien, nos podemos preguntar si estos modelos
existieron en realidad o si el mensaje del mito esta justificando
un determinado orden social donde la mujer desempeña un
rol subordinado, habiendo perdido por su "incapacidad" el
dominio que tuvo en un pasado remoto.
Estos problemas requieren una mayor investigación, inclu-
sive que puedan aclarar aun más los importantes aportes de
Rostworowski en relación con la presencia de mujeres cura-
cas o las capullanas de la costa norte peruana, de forma tal
que se pueda confirmar la presencia de mujeres dependien-
tes junto a otras más activas que tuvieron la oportunidad de
ejercer un poder que con el devenir del tiempo perdieron, ya
que tanto la expansión incaica como la colonial no estimularon
estas actividades.
Esta nueva perspectiva en los estudios ha permitido
revalorizar también la naturaleza del dominio cusqueño y
cuestionar su ideología expansionista. En efecto, como su-
giere I.Silverblatt, con los incas creció el poder masculino,
utilizando la ideología del género como máscaras de las
nuevas jerarquías y rangos que intentaron imponer para
reordenar la sociedad. Con ellos el poder político pasó a los

148
hombres, en especial a los guerreros y administradores del
Estado, apoyándose la jerarqu ía de conquista en la oposición
entre lo masculino y femenino. Los hombres, en tanto descen-
dientes del Sol.emblema de la conquista incaica, fueron
considerados superiores a las mujeres, descendientes de la
Luna. Como tales, llegaron a controlar a través de ciertas
instituciones como las aellas, su sexualidad e indirectamente
efectuaron un control demográfico del grupo al que pertene-
cían. Como indica I. Silverblatt, la élite cusqueña, como
"conquistadores masculinos" dominó a la población no inca
como a "mujeres conquistadas", trabando alianzas matrimo-
niales que expresaban las recientes relaciones de poder e
intentando transformar -no siempre con éxito- a una so-
ciedad basada en el parentesco en otra sustentada en clases.
Es indudable que las nuevas tendencias sobre los estudios
del género son más abundantes para períodos históricos
recientes, ya que no es fácil detectar el comportamiento
femenino durante la época colonial. Para este período,
algunas investigaciones apuntan a señalar el grado de explo-
tación del mercado laboral femenino, especialmente en cier-
tos tipos de trabajo como la servidumbre doméstica urbana,
en una sociedad colonial caracterizada por el fuerte desarrai-
go y mestizaje (Glave, 1989; B.Larson, 1983). A propósito de
este tema, nos podemos interrogar acerca de las consecuen-
cias de las migraciones en los Andes. ¿Cual fue el impacto de
las ausencias masculinas?. Si bien existieron rupturas fami-
liares, ¿cuál fue la proporción y cómo se conjugaron con las
estrategias nativas?. ¿La mujer se hacía cargo de las res-
ponsabilidades agrícolas o acompañaba a su esposo a
Potosí?.
En esta línea Silverblatt propuso que las mujeres constitu-
yeron el sector más excluido de la sociedad colonial, some-
tidas inclusive a abusos sexuales. Sin embargo, otros autores
las visualizaron como las más asimiladas (E. Burkett, 1978),
mientras que M. Rostworowski (1989) enfatizó su función de
mediadoras entre dos mundos, especialmente al cumplir
roles de esposas, am antes o servidoras de los colonizadores.
También F. Salomón (1988), en una posición más moderada
qué Burkett, destacó que la mujer en las ciudades coloniales
de Quito desempeñaba un rol más activo que el hombre, en
tanto que A. Zulawski (199 ) observó que en las ciudades
coloniales surandinas la economía mercantil incrementó a
fines del siglo xvn los procesos de formación de clases,

149
sugiriendo que la problemática del género se analice estre­
chamente con la de etnicidad y clases.
Frecuentemente se ha indagado sobre los aspectos posi­
tivos de la relación entre hombres y mujeres en las comunida­
des campesinas actuales, privilegiando el sentido de unidad
en la diversidad y complementariedad de la pareja como
ideología subyacente del mundo andino. Como tales, bajo un
. común rótulo de "indígenas" enfrentaron, según ésta pers­
pectiva a la sociedad dominante.
Por el contrarío, las recientes investigaciones sobre el
género han comenzado a demostrar el fundamental rol
económico y político de las mujeres a pesar de hallarse
envueltas en una inferioridad simbólica y fuerte descalifica­
ción social.
Esta perspectiva permite mayores sutilezas al poner el
acento en los conflictos y las relaciones de poder en el interior
de las comunidades y a no percibir al mundo campesino de
un modo simplista, ya sea como mero reducto de rasgos
tradicionales o, por el contrario, englobándolo en análisis
clasistas.
En ésta nueva línea de trabajo es común tanto la búsqueda
e identificación de los discursos hegemónicos sobre el género
vigentes en las sociedades nativas, como así también de sus
respuestas y prácticas contrahegemónicas. Es decir, se pone
el acento en las diferenciaciones no sólo étnicas o de clase a
nivel local sino también en las de género, para poder observar
las bases en que se sustenta el poder comunal. Por otro lado,
se subraya el hecho de que el sistema de valores y las
relaciones de poder no han permanecido estáticas desde
tiempos prehispánicos .
Últimamente se ha intentado también explorar, desde una
perspectiva histórica, las relaciones entre género, edad y
etnicidad, al observar los discursos sobre el género y su
vinculación con las relaciones y diferencias sociales comuna­
les. Para ello es necesario precisar las oposiciones simbólicas
e ideológicas de inferioridad y superioridad para luego relacio­
nadas con ambos los sexos.
Muchas veces se utilizan ciertos términos clasificatorioso
identidades étnicas -en sí mismas flexibles.ya que una
misma persona las puede traspasar según el contexto- como
indio/india; mestizo/mestiza chola/cholo en el interior de la
sociedad nativa asignándolos a cada uno de los sexos con
sentido de valor social peyorativo o de prestigio para reforzar

150
las redes jerárquicas y de subordinación en la comunidad.
Generalmente la naturaleza jerárquica de los sistemas clasi-
ficatorios expresa notablemente las diferencias sociales. Así,
por ejemplo, M. de la Cadena (1991) demostró que la
población mestiza de una comunidad cercana al Cusco
llamada Chitapampa, es mayoritariamente masculina. Preci-
samente los hombres son los que pueden migrar y tener
contactos o adquirir conocimientos urbanos y así concentrar
el poder local. Por el contrario ,la mujer es identificada como
india: esla que permanece en el ámbito rural yes por lo tanto
la subordinada. De esta forma, las diferencias y las relaciones
de subordinación entre cónyuges fueron percibidas como
diferencias étnicas.
Otra relación importante se refiere a las vinculaciones
entre género y lengua. P.Harvey (1991) pudo señalar en su
estudio sobre una comunidad peruana llamada Ocongate,
que la distinción de sexos se vincula a la lengua. Los hombres
adultos son generalmente bilingües, en tanto las mujeres son
quechuahablantes monolingües o con un uso extremada-
mente limitado del castellano. El quechua, en contraste al
castellano (lengua del Estado y de la ciudad), es la lengua que
se habla entre parientes y la del ritual, pero simultáneamente
representa la ignorancia y vulnerabilidad del mundo moderno.
Por ello las mujeres custodian la identidad india, pero, al no
acceder al castellano, se las excluye del prestigio en sus
comunidades. En este sentido, poder, jerarquía, sexos, len-
gua y etnicidad serían las últimas temáticas que rondan los
problemas del género.

151
Capítulo quinto
MOVIMIENTOS S O C I A L E S EN LOS A N D E S

En páginas anteriores hemos desarrollado las múltiples res-


puestas elaboradas por la población indígena cuando se
consolidó el sistema colonial.
Sin embargo, en la historia andina no son ajenas las
explosiones de violencia colectiva manifestadas mediante
revueltas y rebeliones las cuales, como puntualiza Steve
Stern (1990), deberán ser comprendidas como variantes
coyunturales dentro de procesos adaptativos de larga dura-
ción.
Muchos trabajos sobre estas temáticas nacieron en la
década de los años ochenta, cuando numerosos historiado-
res prestaron su atención a los mecanismos internos de
respuesta a la coacción externa, en tanto paradigma teórico
alternativo al determinismo económico que prevalecía en la
aún vigente teoría de Ja.dependencia y del sistema mundial
(D.Poole, 1992).
-. La mayoría de los estudios que trataremos se concentran
v
en dos ciclos que coinciden con el derrumbe del Tawantinsuyu
y luego del Estado colonial, pero cuyos contenidos remiten a
significados diferentes.

I. El rechazo a la invasión
¿El Taki Onqoy fue un movimiento contra el invasor?

El primer ciclo de inquietudes o revueltas étnicas y/o sociales


se inició al comienzo de la colonización y su signo principal fue
el del rechazo a la conquista española. Los momentos
culminantes estuvieron representados por el movimiento
llamado Taki Onqoy (1565-70) y por las formas organizativas
del Estado Neo-Inca (1536-72).
El Taki Onqoy fue un movimiento con sentido religioso y
ritual que se practicaba en las punas de Huamanga (actual
Ayacucho, Perú), descubierto por el presbítero Luis de Olvera
en 1565 en la provincia de Parinacocha. Esta revuelta mística
contó con numerosos seguidores que lo difundieron al norte
de su epicentro hasta Lima y Jauja, y por el este hacia el Cusco
y Charcas.
Perm aneció vigoroso a lo largo de cinco años hasta que fué
controlado y reprimido durante las campañas de extirpación
de las idolatrías, a cargo del Visitador eclesiástico Cristóbal de
Albornoz (Zuidema, 1965; Duviols, 1967, 1977, 1984; Millo-
nes, 1964, 1965, 1990; Wachtel, 1971; Pease, 1973; Ossio,
1973, Stern, 1982, entre otros estudios).
En efecto, conforme a las constituciones del Primer y
Segundo Concilio de Urna celebrados en 1551 y 1567 respec-
tivamente, se habia iniciado una severa persecución de
prácticas, rituales y cultos indígenas (deformaciones cranea-
nas, perforación de las orejas, fiestas agrarias, ofrendas a los
muertos, etc.) y se había procedido a la sistemática búsqueda
y destrucción de ¡dolos y objetos de adoración (huacas,
apachetas, etc.), considerados falsos y de naturaleza demonía-
ca.
El objetivo apuntaba a que los indios se pudieran convertir
sin dificultad y a su vez castigar a los apóstatas que habían
retornado a las prácticas idolátricas, a fin de cumplir con la
misión evangelizadora. En el caso del Taki Onqoy, Albornoz
comenta haber castigado a unos ocho mil indios, recurriendo
a confesiones públicas o a sanciones más severas para los
hechiceros y curacas (azotes, corte de pelo, humillaciones,
prisión, servicios obligatorios en hospitales, construcción de
iglesias, multas en dinero, etc.). Asimismo, proponía la
destrucción de los ¡dolos domésticos, amuletos, huacas, o la
profanación de cementerios y quema de las momias, etcéte-
ra.
El movimiento, por su parte, preconizaba la muerte de los
invasores por crueles enfermedades o calamidades y la
derrota del dios cristiano, facilitada por una alianza de divini-
dades o huacas regionales. Entre ellas figuraban, en un plano
jerárquico igualitario, las principales huacas de ámbitos inclu-
sive distantes, como la prestigiosa Pachacamac en la costa
peruana y Titicaca en el Cóllao.

154
Sus sacerdotes anunciaban el fin de la dominación y por
ende el renacimiento de un mundo nuevo, abundante y sin
desórdenes, gracias al poder de las huacasya la purificación
de los insurgentes. Difundían entre sus seguidores el rechazo
a las imposiciones económicas coloniales (mita y tributo),
culturales (alimentos y vestidos europeos) o el adoctrina-
miento religioso. Por el contrario, en sus reivindicaciones
étnicas promovían el resurgimiento de las divinidades locales
y la restauración del mundo preincaico, en el cual no cabían
los símbolos del estado incaico, recientemente derrotado.
Sin embargo, esta oposición no respondía a un plan
organizado sistemáticamente por una élite sacerdotal sino a
una expresión de la memoria colectiva expresada en el campo
religioso, donde se difundía el mensaje de los dioses locales.
Determinadas personas, denominadas taquiongos, eran po-
seídas por las huacas y por su intermedio predicaban el
mensaje de compromiso que exigían los dioses, durante una
danza denominada Takl Onqoy.
Literalmente Taki significa "cantar", posiblemente en el
sentido de cantar histórico, de repetición de eventos a veces
acompañado de música y baile; por otra parte el nombre
Onqoy hace alusión a las ceremonias mediante las cuales se
alejaban las enfermedades o males. Es decir, celebraciones
para pedir salud, prosperidad, abundancia (a semejanza de
la Sitúa o el Ytu) en las que se incluían los cantares (Varón
Gabai, 1990). De este modo, temblando en trance y con
convulsiones, revolcándose por el suelo, iniciaban estos
mensajeros un ritual guiado por sacerdotes, en tanto los
participantes festejaban su llegada bebiendo, bailando y
aprovechando la oportunidad para adorarlos (mochar) y
efectuar sus ofrendas.
Este movimiento estimuló numerosas interpretaciones a
partir del primer análisis presentado en 1964 por Luis Millo-
nes, que lo considera un movimiento nativista de resistencia
a la opresión. Hay diferentes vertientes de acercamiento a
ésta temática ya sea la psicoanalítica, que apunta al análisis
del mensaje de resistencia y a sus signos contradictorios (los
asistentes del ritual llevan nombres cristianos y el mensaje los
rechaza) y su relación con la afirmación de las identidades
étnicas (Lemlij, Péndola, Rostworowski, Hernández, 1990), o
los que estudian el mensaje de resistencia desde la perspec-
tiva del análisis del discurso (Castro-Klarén, 1990) o en su
contenido ideológico definido como el de una proto-utopía

155
andina de regreso a los tiempos preincaicos (Burga, 1988).
Desde otro ángulo están los que destacan que la sociedad
indígena atravesaba una aguda crisis moral en la coyuntura
de los años 1560, con una fuerte desilusión y toma de
conciencia respecto de los resultados de las, alianzas y a la
colaboración brindada por los curacas a los europeos (Stern,
1982). Para éste autor, fue un movimiento antihispánico
que llamaba a una unificación panandina, aunque vulnerable
por las divisiones y rivalidades internas de la sociedad
indígena, por el germen de la dinámica de clase, por el
colaboracionismo y por la crisis de confianza en sus propios
valores. En forma contraria a la propuesta de Marco Curatola
(1977), éste movimiento surgió en una región donde las
economías étnicas no atravesaban una profunda crisis eco-
nómica. Por otro lado, T. Zuidema fue el primero que lo definió
como un movimiento milenarísta, en tanto resurrección del
mundo derrotado y fundamentado en una concepción cíclica
del tiempo (1965). Luego N. Wachtel (1973) analizó el milena-
rismo en el contexto de la desestructuración y a la "extirpación
de las idolatrías" como su consumación en el plano religioso,
en tanto otros autores observaron en esas campañas dispu-
tas en el interior del clero secular o con las órdenes
religiosas por las jurisdicciones de sus misiones o por bene-
ficios económicos (Acosta, 1982; Varón Gabai; 1990).-
Finalmente, H.Urbano (1990) sugiere que las lecturas mesiá-
nica o de rebeldía de este movimiento son simples hipótesis
que requieren una mayor fundamentación, y siguiendo la
línea que sustenta Acosta para interpretar las "extirpaciones"
de Avila en Huarochirí, se pregunta si la documentación de
éste movimiento no fué un pretexto de Albornoz o de Cristóbal
de Molina para obtener cargos eclesiásticos más elevados.
En esta misma tendencia G.Ramos (1992) parte de un
análisis minucioso y crítico de las fuentes avanzando con
buenos fundamentos sobre la "constucción progresiva"
del Taki Onqoy conforme aumentaban las aspiraciones de
Cristóbal de Albornoz para obtener un cargo en el cabildo
eclesiástico cusqueño. Para ello hace hincapié en que solo
tenemos las manifestaciones de españoles, comprometidos
con la causa de Albornoz.
II. El rechazo organizado

Hasta el momento se abordó la tarea de reconstruir la historia


cultural del Estado Neo-Inca desde una perspectiva histori-
cjsta, a la que se complementó con la publicación de documen-
tos y trabajos puntuales que echan luz al asunto, pero dejando
pendiente un debate actualizado que ponga en relieve las
tensiones entre los linajes cusqueños y su relación, por un
lado, con la activación de antiguas rivalidades interétnicas y,
por el otro, con la colaboración con las diferentes facciones
españolas.(E.Temple, 1937,' 1939, 1948; M.Rostworowski,
1970; Lohmann Villena, 1965; J. Hemming, 1982).
El movimiento Neo-Inca tiene un carácter más político y
militar que el anterior, inclusive como se ha demostrado
-últimamente, no hay conexiones reales entre ambos. Se
trataba de una fuerte oposición al régimen español en tanto
resistencia armada de los últimos representantes del aparato
estatal, en la misma línea que habían ofrecido los generales
de Atahualpa, Quisquís y Calcuchimac a Francisco Pizarro.
El sitio al Cusco fue la primera guerra general de recon-
quista organizada por la élite cusqueña. A fines del mes de
abril de 1536, a tan sólo tres años de la entrada de Pizarro al
Cusco y de su coronación como Inca, Manco abandonó la
ciudad para presidir una reunión con los señores principales
del Collao y organizar su asedio al frente de numerosos
guerreros.
Se había iniciado la rebelión, dirigida desde Calca (Valle
del Yucay) por Manco Inca, aprovechando la ausencia de
Almagro, quien se hallaba en camino a Chile, y de Francisco
Pizarro, que estaba en Los Reyes (Lima). El operativo estuvo
a cargo de Villac Urna, Inquil y Paucar Huamán y comenzó
con la toma de la fortaleza de Sacsahuamán para continuar
a los pocos días con el ataque al Cusco.
Sin embargo, al poco tiempo Hernando Pizarro pudo
retomar la estratégica fortaleza, obligando a los máximos
dirigentes nativos a replegarse en Calca. A pesar de los
esfuerzos de Pizarro, no se logró romper el aislamiento del
Cusco casi por el término de un año, principalmente porque
las expediciones de auxilio enviadas desde Lima no llegaban
con éxito a su destino. Las débiles defensas dispuestas por
el grupo de europeos en el Cusco peligraban aún más, porque
el ejército de Manco tenía por objetivo complementar este

•( r-7
asedio con ataques en Jauja, Lima y Andes Centrales,
comprometiendo de esta forma las rutas comerciales de los
españoles.
Sin embargo, los planes de Manco se vieron quebrados
por la expedición de Alonso de Alvarado al Cusco y por el
retomo de Diego de Almagro y de Paullu después de su largo
viaje a Chile.
A pesar de las tratativas que mantuvo Diego de Almagro
con Manco, su protegido y posible aliado contra los Pizarro,
el acuerdo no fue factible, reinando en ambos bandos el
desconcierto y la confusión.
Manco no simpatizaba con los Pizarro, su linaje habla sido
humillado por Gonzalo-Pizarro cuando pretendió quitarle su
esposa. En otras oportunidades se desataron fuertes agra-
vios frente a ia despiadada búsqueda de tesoros y más aún
por las torturas recibidas durante su cautiverio,-previo a la
gran rebelión.-
Almagro entró al Cusco en abril de 1537, coronó a Paullu
como Inca, aprovechando la ocasión para apresar a los
hermanos Pizarro en ia ciudad. Una vez recuperado el Cusco,
Manco y Villac Urna paitieron de Ollantaytambo a Víteos y
años después a Vilcabamba, donde sus descendientes se
replegaron al frente del Estado Neo-Inca por el término de
más de treinta años.
La reconquista del Cusco y el coronamiento de Paullu
provocaron una fuerte división en el interior de la nobleza
cusqueña, mientras que en la facción española, la división
entre almagristas y pizarristas también se hizo patente.
Pero Aimagro tenía los días contados: desde la costa llegó
Hernando para enfrentarse en la guerra de Las Salinas (26 de
abril de 1538) con el bando almagrista, triunfar y ejecutar a
Don Diego después de unos meses.
Estos hechos hicieron que Manco gestara un segundo y
último intento de rebelión nativa para expulsar a los españoles
(1538-39), atacando simultáneamente la Sierra Central,
Condesuyo,'Collao y Charcas.-Pero estos hechos también
activaron las tensiones étnicas prehispánicas.
Con la ayuda de los Collas y de Paullu, Hernando hizo su
primera incursión por el Titicaca, resistiendo a la feroz embes-
tida de los Lupacas. Mas tarde, su hermano Gonzalo se dirigió
nuevamente hacia el sur, con el objetivo de invadir Charcas
y someter a su población. Frente a ésta situación Manco envió
a Tiso para que ejecutara en Pocona (frontera oriental del

158
antiguo Tawantinsuyu) al antiguo gobernador del Collasuyu
Ilamado-Challco Yupanqui Inca por favorecer con servicios e
información a don Diego de Almagro en su paso a Chile .
Además debía organizar con las naciones del sur una fuerte
resistencia a las tropas españolas.
Sin embargo, la presencia de Paullu fue decisiva para la
rendición de las naciones charcas e inclusive del propio Tiso
quien se sometió a Hernando en el Cusco.
• Frente a la negativa de Manco a negociar, Francisco
apresó y torturó a su esposa, quemó a Villac Urna y Tiso y a
numerosos capitanes de Manco, desbaratando el último
intento de rebelión.
Paullu fue premiado por su fidelidad a la Corona: en 1539
obtuvo un repartimiento de Hatun Cana cuya renta ascendía
a 12.000 pesos, escudo de armas, tierras en Copacabana, en
el valle de Jaquijahuana y el palacio que había pertenecido a
Huáscar, llamado Colcampata. Gozaba de una posición
destacada en el Cusco colonial donde gobernaba a la aristo-
cracia indígena. Vestía a la española y fué bautizado en 1543,
siendo su padrino el gobernador Cristóbal Vaca de Castro. A
partir de ese momento dejó de celebrar la fiesta del Raymi en
su palacio y entregó las momias de su padre Huayna Capac
y de otros parientes. Sus lealtades cambiaban fluidamente
según las oportunidades políticas: Almagro, Gonzalo Pizarro,
Vaca de Castro, Nuñez Vela o La Gasea.
En cambio, los guerreros de Manco continuaron en Vilca-
bamba a la espera de mejores momentos para una nego-
ciación. Hubo un intento de arreglo con el Gobernador Vaca
de Castro, frustrado a fines de 1542, tal vez por las excesivas
exigencias de Manco, consistentes en cierta cantidad de
indios de servicio (portadores de litera, pastores, indios de
"casas de placer", otros para que le provean de coca y maíz,
orejones, etc.) y tierras.
Pocos años después, en 1545, Manco fue traicionado y
apuñalado en Vitcos por los mismos siete almagristas fugiti-
vos de la batalla de Chupas (setiembre de 1542), que había
refugiado y protegido durante dos años. Estos habían ense-
ñado las técnicas militares europeas a los guerreros de
Manco, quien a su vez era un hábil jinete.
Es evidente que con esta acción estos españoles preten-
dieron congraciarse con el virrey Blasco Nuñez Vela quien
había llegado para implementar las Leyes Nuevas. Según
Cieza de León (lib. IV.cap. 6), Manco también tuvo esperan-

159
zas de obtener el perdón del virrey. Sin embargo, la muerte
abortó, en ambos casos, la búsqueda de nuevas ocasiones
para retornar al Cusco. Mientras tanto la rebelión de Gonzalo
Pizarro entretuvo durante tres años más a los españoles.
A la muerte de Manco, lo sucedió su primogénito llamado
Sayri Túpac, de tan sólo cinco años de edad. Las negociacio-
nes se reiniciaron con La Gasea en 1549: los consejeros del
joven pedían tierras en Vilcabamba y Abancay, casas de
placer en Jaquijahuana, casas en el Cusco, etcétera. Sin
embargo, la muerte de Paullu abortó estos acuerdos, quedan-
do el hijo mayor de este último, llamado Don Carlos, como
personaje principal del Cusco y heredero de sus bienes
obtenidos por derecho de sucesión o por su habilidad en la
sociedad colonial. En general los descendientes de Paullu,
como los miembros de su familia o los antiguos orejones
residentes en el Cusco, aspiraban a ser educados por espa-
ñoles -muchas veces religiosos-, convertirse al cristianismo
y conmemorar sus fiestas y participar en procesiones, adquirir
bienes de prestigio y gozar de servicios. Frecuentemente se
codeaban con los hijos mestizos de los primeros conquista-
dores que quedaron en América, quienes gozaban también
de importantes rentas.
Don Carlos obtuvo el favor de La Gasea, en tanto los
descendientes de Manco obtuvieron los de la Corona
(fuertemente influida por el movimiento lascasiano) que los
veía como los legítimos herederos.
Finalmente, los acuerdos se canalizaron en 1557 a través
de una tía de Sayri Tupac, Doña Beatriz Huayllas, hija de
Huayna Cápac. Esta había vivido con Mancio Sierra de
Leguizamo para luego casarse con el pizarrista Pedro de
Bustinza y finalmente, a su muerte, con el soldado Diego
Hernández.
Se resolvió enviar una misión para tratar con los de
Vilcabamba a cuya cabeza estaba el hijo de Doña Beatriz,
llamado Juan Sierra (condiscípulo de Garcilaso de la Vega) e
integrada también por Juan de Betanzos (casado con la
hermana de Atahualpa, Doña Inés Yupanqui). Llevaban
numerosos regalos enviados por el Virrey Cañete, el perdón
y la propuesta de interesantes rentas que ascendían a los 150
mil pesos, la oferta de una encomienda en Jaquijahuana y otra
en Pucará y fincas en el Valle de Yucay.
La aceptación de Sayri Túpac significó una nueva ruptura
para le élite cusqueña. Este renunció al título de Inca y se

160
dirigió inmediatamente a Lima para entrevistarse con el
virrey; mientras tanto, Titu Cusí Yupanqui, su hermano ma-
yor, tomaba las banderas en Vilcabamba. La entrada de Sayri
al Cusco fue solemne y en medio de agasajos y fiestas. Se
casó en la catedral del Cusco con su hermosa hermana y
después del bautismo se empezaron a llamar Diego Hurtado
de Mendoza Inca Manco Capac Yupanqui y su esposa Doña
Beatriz Manrique. Tan solo a tres años de haber salido de
Vilcabamba, el joven inca murió en el valle del Yucay en 1561,
tal vez envenenado por un cañari o por Don Carlos, el hijo de
Paullo.
Titu Cusi era hijo "ileg ¡timo" de Manco: recibió la mascapai-
cha y el llautu (insignias reales) y gobernó en Vilcabamba
asesorado por un secretario mestizo llamado Martín Pando,
y desde 1570 junto al agustino Diego Ortiz.
Tanto el Conde de Nieva como el Presidente García de
Castro, intentaron negociar con Titu Cusi, proponiéndole el
casamiento de su hijo Quispe Titu con la rica y única heredera
de Sayri Túpac, Doña Beatriz Clara Coya, además de ofrecer-
le indios y dos encomiendas, amén de una renta para el Inca
y una encomienda en Vilcabamba. A cambio debían salir
pacificamente rumbo al Cusco o Huamanga, restituir los
indios huidos de algunas encomiendas, cesar definitivamente
los asaltos en el camino Cusco-Jauja y Huamanga (ayudados
por fugitivos españoles), concluir los posibles planes de
insurrección general con ramificaciones entre los araucanos
de Chile, los diaguitas del Tucumán y los chiriguanos del
oriente del Alto Perú. Asimismo, Vilcabamba quedaría, de
acuerdo con estos planes, a cargo de un corregidor español.
Aunque sin conexiones probadas, era el momento de
apogeo del Taki Onqoy. En 1565 habían llegado alarmantes
noticias acerca de un complot organizado en el valle de Jauja,
donde se habían encontrado tres mil picas, justamente en
territorio Huanca, de tradicionales colaboracionistas de los
españoles (Espinoza Soriano.1974; Wachtel, 1971). Muchas
eran las preocupaciones de los españoles y por tal motivo el
famoso Oidor Juan de Matienzo organizó, en 1565, una
reunión con Titu Cusi, quien aún se quejaba de los agravios
que había recibido su padre Manco II.
Mientras tanto, en el Cusco, en medio de un gran escán-
dalo, Doña Beatriz Clara fue violada y casada abruptamente,
a los ocho años de edad con Don Cristóbal Maldonado, a
instancias tanto de su hermano, el rico encomendero mestizo

161
de Oüantaytambo y Calca, Don Arias Maldonado, como de
María Cusi Huarcay, madredelaniña. En efecto éste veía una
buena oportunidad para incrementar los recursos familiares
ya que el Valle del Yucay quedaba en medio de sus posesio-
nes. La situación no pod ia ser más delicada. Las autoridades
decidieron entonces, recluir a la niña en el Monasterio de las
mestizas de Santa Clara hasta que la situación se apaciguara
y luego hicieron apresar a los hermanos Maldonado, acusa-
dos de conspiraciones junto a numerosos mestizos, y a
Carlos Inca en 1567.
Si bien Titu Cusi había confirmado el acuerdo con García
de Castro, recibido a un corregidor y a dos sacerdotes, uno
de los cuales bautizó a su hijo Quispe Titu, y sobre todo
corroborado el acta de rendición, jamás abandonó Vilcabam-
ba. Titu Cusi fue tolerante con la religión cristiana e inclusive
permitió la construcción de iglesias y la evangelización en la
región, para bautizarse al poco tiempo como Diego de Castro
Titu Cusi Yupanqui.
Pero los tiempos habían cambiado y el virrey Toledo se
enfrentó a Titu Cusi con una actitud más dura que la de sus
predecesores. Sin embargo, este Inca murió a mediados de
1571, acusando en sus últimos momentos a Martín Pando y
a Fray Diego Ortiz, quienes fueron inmediatamente senten-
ciados.
El úítimo Inca coronado en Vilcabamba fué Túpac Amaru:
con éi se enfrentó Toledo durante una feroz campaña donde
capturó a los principales jefes del Inca y a éste lo acorraló en
la selva amazónica. Allí fue capturado por García de Loyola
en 1572.
Túpac Amaru y Quispe Titu fueron apresados y llevados al
palacio de Colcampata, que había sido previamente confis-
cado a Carlos Inca. Allí el Inca fue sentenciado y luego, en la
plaza, le cortaron la cabeza el 22 de setiembre de 1572. Su
cuerpo fue enterrado y su cabeza, puesta en una pica, fué
exhibida en la plaza del Cusco, aunque por poco tiempo, ya
que los rumores crecían respecto a que había comenzado a
"embellecer" y se realizaban numerosas ceremonias en su
honor.
Continuando con su política ejemplarizados, el virrey
dispuso incinerar los cuerpos de Manco II y de Titu Cusi y
destruir las imágenes del Sol.
Pero el Virrey Toledo había decidido fracturar especial-
mente a la nobleza cusqueña pro-española: así Carlos Inca

162
fue apresado y acusado de participar del mencionado complot
mestizo de 1567 y de mantener correspondencia con Vil-
cabamba, junto con otras figuras de linajes colaboracionistas
(Temple, 1948). Se lo privó de sus bienes y junto a Quispe Titu
y el hijo de Túpac Amaru fueron desterrados a México en
1573, aunque luego todas estas decisiones fueron revocadas
por el Rey, quedando exiliados en Lima casi en la pobreza.
Una hija de Túpac Amaru, llamada Juana Pincahuaco
quedó en el Cusco y se casó con el curaca de Tinta, Don Felipe
Coridorcanqui, en cuya descendencia se encuentra el famoso
José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru, que encabezó la
rebelión de 1781.
. Los descendientes de Paullu y de Sayri Túpac gozaron de
importantes privilegios y fortunas. Asi por ejemplo, la ñusta
Beatriz Clara Coya (hija de Sayri Túpac) se casó en 1588 con
el hidalgo Capitán Martín García de Loyola (sobrino nieto del
fundador de la Compañía de Jesús) quien había apresado a
Túpac Amaru . Su única heredera, Doña Ana María Coya de
Loyola, vivió en España en la mayor opulencia, bajo el cuidado
del Conde de Borja y Castro. Poseedora de un feudo en el
Valle de Yucay (dado a perpetuidad a Sayri Túpac) se casó
con Don Enrique de Borja y fundaron el Marquesado de
Oropesa, el cual pasó sólo en 1741 a la Corona por falta de
descendientes. Como señala Teresa Gisbert (1980) ese
matrimonio representó la alianza entre los descendientes de
Huayna Capaccon las grandes familias jesuítas, alentando el
proyecto teocrático dependiente de la Corona y el Papa. Por
otro lado, el nieto dé Paullu, el mestizo Melchor Carlos,
estudió en un colegio jesuíta del Cusco y, como su padre, se
casó con una dama española, Leonor Arias Carrasco, nieta
a su vez de destacados conquistadores. Demasiado rico y
propenso a los escándalos y a dilapidar sus bienes, fue
epviado a España en 1602, para morir sin descendencia
legítima a los pocos años (Lohmann Villena, 1948).
. En cambio, la línea ilegitima de Paullu y la de una hija del
consejero y descendiente de Huayna Capac, Titu Atauchi,
ubicados en la parroquia de San Cristóbal; perduró durante
todo el período colonial, siempre del lado de la Corona y de
los vencedores, con el nombre de Sahuaraura. Ellos ayuda-
ron a traicionar durante el siglo xvm, la rebelión de Túpac
Amaru.
Al desaparecer Túpac Amaru I, no hubo nuevos continua-
dores legítimos que pudieran sustentar el titulo de Inca,

163
aunque sí numerosos pretendientes dentro de la nobleza
cusqueña. Con la muerte de los últimos descendientes de la
línea de Sayri Túpac, la disputa se centrará en la línea de
Túpac Amaru, representada por un lado por la familia Betan-
cour y por el otro por José G. Condorcanqui, quien en el siglo
xvm retomó la idea de la monarquía incaica.
La nobleza cusqueña cumplió una función mediadora
entre los españoles y la sociedad ind ¡gena y fué motor en los
cambios sociales y económicos de la región. Los linajes
incaicos se unieron a los primeros conquistadores y abrieron
las puertas a la mestización en los pueblos circundantes e
inclusive de las capas dirigentes locales, forjando una fuerte
jerarquización en su interior y una red de lazos de dependen-
cia y subordinación individual.
Las reivindicaciones de las familias nobles de una real 6
supuesta ascendencia incaica fueron de vital importancia, ya
que se las liberaba de las pesadas cargas tributarias y dé
servicios, integrándolas a los estamentos privilegiados de la
sociedad colonial. En este sentido, un interesante ejemplo es
el caso de Don Rodrigo Sutiq Callapiña , miembro de una
familia decaciques principales representantes de la élite local
de Pacariqtambo (a pocos kilómetros al sur del Cusco),
analizado por Gary Urton (1989). Este cacique sostenía, en
1569, descender de Manco Capac I por línea paterna y de
otros nobles incas por linea materna, en una evidente mani-
pulación efectuada por su linaje, de ciertas versiones locales
del mito de origen de los incas (el cual en sí mismo fue una
construcción teórica y normativa de las relaciones entre el
Cusco y el exterior),a fin de aprovechar los privilegios que
otorgaba el sistema administrativo colonial y amortiguar el
impacto de las reformas toledanas. Es decir, los grupos
dirigentes se apropiaron de un mito local para transformarlo
en "historia" con el objetivo de legitimizar sus orígenes y
posición social, justamente frente a una sociedad como la
española que privilegiaba, de igual forma, la transmición
hereditaria de la nobleza.

III. La resistencia prolongada: el caso del Tucumán

En otro contexto, y en una región más alejada del corazón del


imperio, los pueblos del valle Calchaquí (Tucumán),
seguramente en una reformulación política de su memoria
histórica, aceptaron en el siglo xvn la presencia de un "Inca"
en la figura del español Pedro Bohorquez (Plossek Prebisch,
1976; Rex González, 1982; Lorandi, 1989,1991). Estelideró
la etapa final de resistencia indígena a la penetración hispá-
nica en el valle, que se había prolongado en su conjunto por
más de 130 años hasta que en Í664 los indígenas fueron
dominados definitivamente y desnaturalizados fuera del mis-
mo (Lorandi y Boixadós, 1987-88).
Esta larga historia de resistencia se había iniciado a
mediados del siglo xvi encabezada por Juan Calchaquí. Este
organizó la expulsión de los españoles arrasando Córdoba
del Calchaquí, en el valle homónimo, y provocó el abandono
de Londres y de Cañete frente al peligro de una inminente
invasión. Sólo después de la década de los años 1580, la
colonización comenzó a tomar formas más regulares y
efectivas mediante nuevas fundaciones (Lorandi, 1988).
Mientras que en la quebrada de Humahuaca se había
logrado desarticular el levantamiento de Viltipoco, el valle
Calchaquí sólo había logrado una falsa paz, ya que las
promesas de sumisión no se terminaban de cristalizar.
La apropiación de territorios y el desmedido servicio
personal exigido por los encomenderos, particularmente para
las mujeres, hizo crisis hacia 1630.
En 1631 se inició un nuevo alzamiento fuertemente
reprimido por el Gobernador Felipe de Albornoz. Sin embar-
go, desde el sur del valle se reorganizó el movimiento
encabezado por el cacique malfín de Andalgalá llamado
Chalimín. Sus asedios se propagaron por Catamarca y La
Rioja hasta que fue apresado y ejecutado en 1637.
No obstante, los ataques a las haciendas y poblados
continuaron, como así también la negativa a bajar de los
cerros para servir a los españoles. Los últimos 400 maifines
y abaucanes rebeldes fueron capturados apenas en 1643 y
luera de su tierra natal. Habían muerto 150 españoles en la
guerra y un número ignorado de indios, generando una
sensación de desasosiego social muy difícil de revertir.
Poco se sabe sobre la situación del valle en los doce años
siguientes a estos sucesos, hasta que, en 1656, hizo su
entrada al valle el falso inca, Pedro Bohorquez.
Pedro Bohorquez (su verdadero nombre era Pedro Cha-
m
yo) había llegado a Lima por el año 1620; tratando de

165
. hacerse de un espacio propio en el mundo colonial, recabó
Información entre pueblos y chicherías, acerca de los mitos
e historias de los últimos incas y sobre sus tesoros escondidos
después de la hecatombre de la conquista. Tras los pasos del
Paitití (ciudad dorada), emprendió numerosas entradas a las
vertientes amazónicas, particularmente al oriente de Tarma,
donde levantó a su población contra los españoles titulándose
gobernador, en la misma región que,' cien años más tarde,
fuera el escenario de los levantamientos de Juan Santos
Atahualpa (F.Santos, 1986-87) Esto motivó al virrey a depor-
tarlo a Valdivia, en Chile, donde al poco tiempo huyó hacia el
Tucumán. En su trayecto trató de encontrar adeptos entre
españoles e indios, convenciéndolos de que disponía de
información secreta sobre el Paitití y sus riquezas. En su
búsqueda, se relacionó en 1657 con el cacique dé-los
Paciocas, llamado Pivanti, quien gobernaba una de las
parcialidades que habitaba el centro del valle Calchaquí.
Hasta ese momento, las poblaciones del valle habían mante-
nido una actitud de rechazo frente a la conquista, impidiendo
su colonización hasta mediados del siglo xvn. Bohorquez se
presentó con ej título de "Inca" precisamente frente al grupo
Pacioca, que conservaba en su memoria histórica sus anti-
guos orígenes de mitimaes Canas trasladados al servicio del
estado incaico. Este grupo vio que a través de Bohorquez no
sólo podían consolidar la independencia que sus vecinos
defendían, sino recuperar la hegemonía y privilegios que el
Inca les había otorgado cuando conquistó el valle Calchaquí.
Es razonable suponer, como sugiere A. M. Lorandi (1991),
que estos hechos permiten superar la aparente contradicción
de la aceptación del liderazgo de un "Inca" entre grupos del
Tucumán que, en su momento, habían eludido las prestacio-
nes exigidas por el Tawantinsuyu. Por otra parte, su calidad de
líder, tanto en el oriente peruano como entre los calchaquíes,
no resultaba un fenómeno atípico en ambas sociedades,
cuyas estructuras políticas, segmentadas y lluctuantes, per-
mitían lapresencia de jefes extraétnicos con una cuota mayor
de poder y conductas más violentas que los naturales a fin de
enfrentar coyunturas críticas como la guerra. Pero Bohor-
quez también buscaba el apoyo español para engañar a los
indios sobre su condición de Inca, y les prometía como
contraparte entregarles los ocultos tesoros incaicos de la
región. Fué así como recibió el cargo de Capitán General y
Justicia Mayor y simultáneamente las insignias incaicas, con

166
la evidente intención de abrir una cuña a la penetración
española al valle. El fracaso del pacto determinó el ataque
armado al valle y su deportación a Lima en 1659. Ocno años
más tarde, en 1667, fué decapitado ante la sospecha de que,
desde la cárcel, pudiera haber intervenido en la rebelión de los
caciques de Lima de diciembre de 1666 (Vargas ligarte,
1954; Glave, 1990). Para comprender a Bohorquez hay que
partir de la búsqueda de lo maravilloso, asociado con el
heroísmo, la riqueza y la necesidad del poder, y continuar con
su capacidad para integrarlo con la mitología andina, tanto en
sus versiones serranas como selváticas. Su fantasía utópica
se transmitió a la población por efecto de sus cualidades
carismáticas y se transformó en rebelión. Por su condición de
enlace con los dos mundos, consiguió llevar adelante parte de
sus proyectos, pero, a la vez, esta participación ambigua y su
incapacidad para integrar todos los elementos que daban
coherencia a cada una de las sociedades en las que partici-
paba constituyeron su mayor debilidad. El no aceptó plena-
mente el mundo colonial y su jerarquía de poder ni se
conformó con un liderazgo restringido entre los grupos étni-
cos marginales. Necesitó ponerlos en contacto y confrontar-
los como parte de su estrategia personal, que no siempre
coincidió con la indígena. La situación social del siglo XVII,
durante la cual transcurre la vida de estos personajes, merece
algunas consideraciones especiales.
Este siglo se caracterizó por el debilitamiento del control
estatal, cuya lógica se había instaurado durante el gobierno
del virrey Toledo a fines del siglo xvi. y por la sistemática
corrupción y defraudación al fisco estimuladas por la venta de
cargos de Oficiales de la Real Hacienda y de la Real Audiencia
(Andrien, 1982; Glave, 1990). Fue constante la crisis en la
recaudación fiscal y en el dominio político del Estado frente a
los embates de las fuerzas del mercado que involucraban a
diversos sectores sociales en pugna por la acumulación de
riquezas. Los tres ejes de la política toledana, las" reduc-
ciones, la mita y el cobro del tributo, mostraban serias
falencias. El fracaso de la ocupación indígena permanente en
los pueblos nuevos se sumó a los inconvenientes de los
Oficiales Reales para recaudar los montos tributarios.ya sea
por las dificultades de las comunidades para completarlos
(por bajas demográficas reales o por desvíos de la mano de
obra hacia otras actividades) o bien porque los corregidores
los retenían para sus propíos negocios y, en otros casos,

167
porque la Corona los transfería en forma de rentas. En cuanto
a la mita, el Estado tampoco recaudaba a plenitud las
imposiciones fiscales relacionadas con la producción (Quinto
Real), debido a que el sector minero prefería, concorde con
su mentalidad rentística, retener el dinero que entregaban las
comunidades indígenas para conmutar la correspondiente
cuota obligatoria de mitayos (indios de faltriquera o de plata)
en lugar de invertir en la extracción de plata, cada vez menos
rentable con el correr del siglo, disminuyendo por lo tanto su
registro. Esta suerte corrió paralela al agotamiento de las
vetas de plata en el Cerro, especialmente en la segunda mitad
del siglo xvn, por lo cual los azogueros o empresarios mineros
optaron por la explotación de "sueltos y desmontes" que
requería un menor riesgo e inversión pero también una menor
rentabilidad, aunque segura, o dedicarse tan solo a la refina-
ción del mineral comprado a pequeños empresarios y así
ocupar parte de la asignación de los mitayos (J.Cole, 1985;
E.Tandeter, 1992). Por otra parte, los comerciantes y, espe-
cialmente, los hacendados fueron consolidando su sector,
beneficiados por la disponibilidad de mano de obra fruto de las
migraciones (evasión de la mita y tributo) y la ocupación de
tierras obtenidas por las composiciones, consolidándose las
empresas rurales en manos privadas o de órdenes religiosas
(Glave y Remy, 1983) hasta su crisis en el siglo xvm.
El siglo xvn, también se caracterizó por la frecuencia de
conspiraciones y conjuras contra los españoles, las cuales no
pudieron desembocar en una insurrección general, sino tan
solo postergarla en su imaginario con propuestas de fugas o
respuestas individuales; el protagonista de las más violentas
será el mestizo de los valles y de los centros urbanos o
mineros como en el caso de la rebelión de los hermanos
Joseph y Gaspar Salcedo en Laicacota durante 1665. En
Charcas, hay una sucesión de rumores y hechos locales; hay
rumores de alzamientos en Larecaja (1613); estalla una
violenta revuelta en los yungas de Songo (1623) con la
consigna de matar a los españoles y refugiarse en el interior
amazónico, que se repite en 1644,1662 y 1664; se producen
los asaltos de los Ochosumas en el altiplano (Crespo, 1961;
T.Saignes, 1985), en tanto en Lima estalla otra conjura
organizada por el curaca Gabriel Manco Capac en la década
de 1660, cuyas raíces se podían encontrar en una situación
de inestabilidad y alteración mas abarcativa del orden colonial
(Pease, 1981).
La debilidad, retracción y falta de control del Estado sobre
la economía colonial dieron paso a la presencia de las fuerzas
mercantiles, que provocaron un reordenamiento de los sec­
tores sociales, favoreciendo los procesos de individuación y
mestizaje, libres de las mediaciones cacicales.
Un nuevo esfuerzo, casi semejante al de Toledo, para
recuperar el rol centralizador del Estado, revitalizar la econo­
mía y evitar la evasión, lo encontramos ya en medidas
implementadas por el virrey Castelfuerte en 1724/36, en la
legalización del reparto (1754) y más tarde en 1777 en la
política anticriolla de las reformas borbónicas. Ajuste fiscal
(nuevos impuestos, aduanas, redistribución de tierras a los
forasteros para que adquirieran estatus de originarios, matricu-
lación de los forasteros de haciendas), controles a nuevos
emergentes sociales como el mestizo/cholo fuera del sistema
tributario, modernas demarcaciones políticasy administrativas
(intendencias, Virreinato del Rio de la Plata (1776) y Nuevo
Reino de Granada (1739), legalización de los repartos de
mercaderías entre 1756 y 1783; crisis de la agricultura y
recuperación de la minería potosina fueron los signos de este
siglo, pero también el escenario de los movimientos sociales
de mayor envergadura (B.Larson, 1988, 1990; S.O'Phelan,
1988).

IV. Los movimientos sociales del siglo xviil

El descontento y las tensiones sociales emergieron durante


el siglo xvm en toda Hispanoamérica, particularmente a lo
largo de todo el Virreinato del Perú donde se organizaron
importantes movimientos insurreccionales.
En distintos puntos de los Andes, algunos tan alejados
como el Obispado de Trujillo o Atacama, estallaron más de
140 revultas sociales locales y rebeliones generales, que
involucraron a los diversos estamentos sociales de la estruc­
tura colonial. Entre sus protagonistas, además de la población
-indígena, se encontraban nuevos actores sociales como
mestizos, criollos, cholos y/o mulatos quienes durante el siglo
anterior habían pugnado por obtener un reconocimiento
dentro de la sociedad colonial al disolver en cierto modo sus
fronteras étnicas y sociales.

169
No todas las protestas, rumores o inquietudes desembo-
caron en rebeliones. Precisamente Scarlett O'Phelan Godoy
(1988) efectuó un deslinde conceptual entre los alzamientos
menores, que tienen connotacionesde revueltas, y otros que
desembocaron en importantes rebeliones. Aquellos alza-
mientos dé corta duración, restringidos al ámbito local y, por
ende, fácilmente controlables por las autoridades virreinales,
se pueden considerar simplemente revueltas. Generalmente
se trata de conflictos internos provocados por la convergencia
de un conjunto de variables de complejo análisis, ya sea
contra los corregidores o jueces visitadores en-desacuerdo
con los montos tributarios, o con la imposición de artículos o
impuestos; o contra los abusos de mayordomos, adminstra-
dores de obrajes o minas; en otros casos contra los curacas
que actuaban como agentes del corregidor o los curacas
interinos en conflicto con los cabildos ind ígenas, conflictos por
tierras y, en menor medida, contra los curas doctrineros.
Los estallidos de mayor alcance temporal y geográfico,
cuya organización respondía a un plan político definido contra
las instituciones o el sistema colonial en su conjunto se
denominan rebeliones.
Así estalló la rebelión de Azángaro en 1735 encabezada
por el cacique Cacma Condori; la de Oruro por el criollo Velez
de Córdova en 1739; la de Tarma en 1740 con Juan Santos
Atahualpa a la cabeza; la de Lima y su prolongación en
Huarochiri con el cacique Inga en 1750. Sin embargo dentro
de ios movimientos sociales de mayor impacto podemos
ubicar aquellos cuyo epicentro fue la región centro-sur andina
ubicada entre Cusco y Potosí, durante la segunda mitad del
siglo xvm. Dentro de esta coyuntura rebelde la llamada, en su
momento, "Gran Rebelión" de 1780-82, encabezada por el
cacique José Gabriel Tupac Amaru y posteriormente su
articulación con la del cacique Tupac Catari en el Collao, se
caracterizaron por su notable repercusión y por el nivel de
alianzas tejidas a lo largo del sur andino.
Comentaremos muy brevemente los hechos políticos de
esta rebelión por ser muy conocidos, aunque necesarios para
introducir las polémicas en torno a su interpretación.
La "Gran Rebelión" fue uno de los movimientos mas
importantes que perturbaron la vida económica y social de la
colonia. Es factible distinguir dos etapas: (a) fase cusqueña
o tupamarista iniciada en noviembre de 1780 por su líder
Túpac Amaru hasta su ejecución en mayo de 1781 y (b) fase

170
katarista, cuando la continuidad del movimiento se desplazó
durante dos años entre Puno y el Altiplano boliviano a cargo
de sus familiares, para luego articularse con el movimiento
liderado por Julián Apasa.
Don José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru fue un
cacique mestizo y gobernador de los pueblos de Surimana,
Tungasuca y Pampamarca en la Provincia de Tinta. Se
hallaba emparentado por línea paterna y en quinta genera-
ción con Felipe Túpac Amaru, último Inca recluido en Vilca-
bamba ejecutado por disposición del virrey Toledo en 1572.
En efecto, una de sus hijas naturales y única sucesora del
Inca, llamada Doña Juana Pilcohuaco, fue criada, a la muerte
de su padre, por la familia del Corregidor de Canas y Canchis.
En 1593, concertaron su matrimonio en Tinta con Don Diego
Felipe Condorcanqui, cacique de Surimana, quien defendió
los derechos de su esposa al beneficio de rentas, bienes y
servicios. Con su descendencia se inició un fuerte mestizaje
familiar heredando especialmente el uso sucesivo del presti-
gioso nombre de Túpac Amaru.
En su juventud, y como miembro del sector privilegiado,
José Gabriel estudió en el colegio de caciques San Francisco
de Borja, en el Cusco, regenteado por jesuítas, donde apren-
dió doctrina cristiana, algo de derecho y a leer los Comenta-
rios del Inca Garcilaso de la Vega. Más tarde se casó con
Micaela Bastidas, quedando a cargo del cacicazgo en Tinta,, •
desde donde inició la lucha por obtener el Marquesado de
Oropesa, en disputa contra los Betancur.y por laeximición de
la mita potosina a los indios de su repartimiento de Canas y
Canchis (FALoayZa, 1946; M. de Mendibúru, 1874-90; J.A.
del Bustu Duthurburu, 1981; B.Lewin, 1979;). Sí bien ambas
causas estaban ganadas, las dos estuvieron demoradas por
fuertes intereses movilizados desde la metrópoli, particular-
mente entorno al marquesado.
La rebelión se inició el 4 de noviembre de 1780, precisa-
mente el día de los festejos del aniversario de Carlos III
(C.Huneféidt, 1983), cuando ajustició públicamente en la
plaza de Tungasuca a su compadre, el corregidor Antonio de
Arriaga en virtud de ciertos negociados con el reparto de
mercaderías. A partir de ese momento se proclamó Rey Inca.
Conformó un ejército jerarquizado dirigido por mestizos,
criollos de estratos populares y curacas e integrado por
indígenas, mulatos y negros. •
En su programa reivindicaba la supresión de la mita,

171
obrajes, repartos, alcabalas (impuesto al comercio) .aduanas
y también de la esclavitud. Asimismo pretend ia expulsar a los
españoles y abolir la Audiencia y la autoridad del Virrey. Sus
reclamos apuntaban por lo tanto a exigir sus derechos como
legítimo monarca y simultáneamente afirmar su respeto al
Rey.
El 5 de abril se enfrentó a los realistas en Sangarara,
siendo traicionado por Francisco de Santa Cruz, compadre y
capitán de su bando quien le preparó una emboscada en-
complicidad con el cura Antonio Martínez. Mientras huía, fue
hecho prisionero en manos de mulatos, luego torturado y
ejecutado con suma crueldad junto a su familia, el 18 de mayo
de 1781.
Sus parientes prontamente se rearmaron bajo el mando de
Diego Cristóbal Túpac Amaru, primo del Inca, continuando la
lucha esta vez desde Azángaro.
Cercano al ocaso de Túpac Amaru, apareció el 13 de
marzo en el primer sitio a la ciudad de La Paz, un comerciante
de coca y bayeta e indio forastero llamado Julián Apasa, a la
cabeza de un movimiento aymara menos elitista y más
anticriollo y antlespañol que el anterior. Esta organización
estaba gobernada por los representantes de los 24 cabildos
/indígenas de La Paz, mientras que los tupamaristas estaban
bajo el mando de las élites nobles cusqueñas (Campbell,
1990). Julián Apasa pudo aunar los reclamos del movimiento
de Chayanta de los hermanos Catari con la rebelión cusqueña
de Tupac Amaru, de ahí su nombre de "Tupac Cátari".
Mantuvo este cerco a La Paz durante más de tres meses a la
cabeza de 12.000 indios. Cataris y Amarus dominaron el
altiplano, sitiaron en mayo a Sorata por el término de tres
meses y realizaron otro intento en La Paz hasta que, final-
mente, Julián Apasa fue también traicionado por un coronel
tupamarista, Tomás Inga Lipe, y luego ejecutado y descuar-
tizado él-13 de noviembre dé 1781 (X.AIbó, 1984).
El 26 de enero de 1782, en Un acto solemne en el pueblo
de Sicuani, Diego Cristóbal Túpac Amaru confirmó las
conversaciones previas de paz y de indulto. Sin embargo fue
detenido en Tinta el 15 de marzo de 1783 con sus parientes
mas cercanos. Trasladado al Cusco, fue torturado y ejecuta-
do el 19 de julio de ese mismo año.
Hay una infinidad de investigadores que se han preocupa-
do por distintos aspectos de las revueltas y rebeliones cuyos
comentarios darían pie a un trabajo en sí mismo,'de modo tal

172
que tomaremos tan solo algunos comentarios contrapuestos
que demuestran algunos avances y la multiplicidad de pers­
pectivas adoptadas.

V. Las distintas interpretaciones

a) El nacionalismo incaico
y los albores de la independencia

J.Rowe (1954) considera al movimiento tupamarista en el


cuadro insurreccional de! siglo xvm y principios del xix,
englobando a todas las explosiones de violencia en un mismo
significado.
Para este autor los cuatro ciclos de agitaciones, gestiones
de acuerdos y posteriores fracasos ubicados en 1737,1750,
1780 y 1814, respectivamente, representan las luchas caci­
cales por instaurar una monarquía indígena. Como sugiere
Rowe, fueron movimientos independentistas sustentados en
una ideología "nacionalista incaica" cuya dirigencia formaba
parte de las élites cacicales (fuertemente cristianizadas por
jesuítas y en su mayoría mestiza) que pugnaban por el acceso
a privilegios, educación, cargos eclesiásticos, etcétera. Sus
signos principales fueron los escudos con heráldica indígena,
ideas de restauración inca inspirados en la versión de Garci­
laso de 1723, resurgimiento del vestido incaico y del tocapu,
retratos cacicales, comedias y funciones públicas etcéfera.
Esto no significa para Rowe; una vuelta al pasado, sino la
necesidad de la élite dirigente de legitimizarse en el prestigio
del mismo y así enfrentar los requerimientos del presente. El
fracaso de las rebeliones, especialmente la del mestizo Túpac
Amaru, a quien Rowe considera un representante de la
tradición Incaica con fuerte conciencia nacionalista, condujo
a la represión y destrucción del poder cacical. Gradualmente,
entre 1780-1830, se dio el ocaso del nacionalismo, que corrió
una suerte paralela a la de los cacicazgos hereditarios, cuyo
golpe i:r\a\ dieron los criollos republicanos (Boiivar los extin­
guió en 1825).
En otro sentido y desde una óptica historicista, Valcárcel,
(1946); Cornejo Bouroncle (1949); B.Lewin (1979), entre
otros, proyectan al tupamarismo entre los antecedentes de la

173
Independencia hispanoamericana, cuestionando su carácter
fidelista o separatista. Indudablemente, se trata de trabajos
pioneros donde se englobaba a la mayoría de los movimien-
tos en una causa común sin poder distiguir aún las sutilezas
y diferenciaciones de composición y de objetivos que_estos
encerraban.
Sin embargo-son casi los únicos trabajos que presentan
una visión continental de la trama insurreccional, cuya visión
se está aparentemente reabriendo en los últimos tiempos.

2. La rebelión y el determinismo económico

Para J.Golte (1980), la causa principal de las rebeliones del


siglo xvn, se relaciona directamente con los compulsivos
repartos de mercancías efectuados por los corregidores.
Estos funcionarios distribuían a los indios de su corregimiento
ciertos productos de origen europeo o nativo a preciosaKos
(tejidos, muías etc), generando un sistema de endeudamien-
to que se podía cancelar mediante el pago en especies (lana)
o fuerza de trabajo. No sólo se expandió de esta manera el
mercado interno, sino también significó un flujo interesante de
mano de obra hacia los obrajes y haciendas cuya mita se
había abolido en 1720. Para Golte, la legalización del reparto,
es decir de los mecanismos de extracción de excedentes
campesinos, efectuada en 1754, permitió una serie de abu-
sos e intensificación de estas actividades. Esta modalidad
compulsiva fue impulsada por. los comerciantes limeños,
quienes tenían particular interés en activar el mercado inter-
no. Recurriendo a una serie de cálculos (por cierto discutidos
por S.Stern, 1990), concluye que los distritos.que no pueden
enfrentar las cargas de tributo y repartos coinciden con los
sublevadas durante la rebelión de Túpac Amaru. Sin embar-
go, para Flores Galindo (1988), los repartos son bajos en el
área de la sublevación, donde a su vez había escasas
haciendas y alta concentración de población indígena.
Por otro lado, y en una posición crítica a la anterior,
S.O'Phelan Godoy (1988 ) vinculó el ciclo de movimientos
sociales desarrollados a lo largo del siglo con ta implementa-
ción en 1777 de las reformas borbónicas asociadas al reinado
de Carlos III (1759-1788). El aumento del-número de aduanas
(Arequipa, Cusco, La Paz) en 1775 y de la alcabala del 4% al
6% (impuesto al comercio) y su ampliación a otros productos

174
(coca, aguardiente y granos) y a sectores exentos, afectó
para esta autora a mestizos, criollos e indios acaudalados,
como Túpac Amaru, quien tenía una empresa de arriería que
abarcaba el circuito comercial del sur andino. La actividad
comercial permitió expandir el movimiento en el territorio de
este circuito mediante mensajes enviados en textiles, perdien-
do fuerza fuera de esa región.
Para S. O'Phelan Godoy, los repartos tan sólo generaron
revueltas locales y desarticuladas, que afectaron a la pobla-
ción indígena y, en menor medida, a la mestiza, minimizando
la interpretación de la autora la presencia indígena en la
primera etapa de la rebelión, especialemente en la toma de
decisiones. En efecto Túpac Amar u contaba con el apoyo de
casi toda su provincia (Canas y Canchis), como también de
Quispicanchis, con la excepción de los caciques interinos de
Sicuani y Coporaque, demostrando así el rol de las relaciones
de parentesco y de sus vinculaciones comerciales en la
expansión del movimiento..

3. Aproximaciones al contexto cultural e ideológico


de los rebeldes

L Campbell (1990) centra su análisis en el problema de las


tradicionales hostilidades en el interior de la sociedad andina
"tan jerarquizada e internamente dividida como la sociedad
criolla" y el manejo de estos conflictos por parte de las élites
regionales, para luego examinar y tratar de comprender los
movimientos sociales. Siguiendo el argumento de J.Hidalgo
(1983) sostiene que tanto Túpac Amaru como Túpac Catari
recibieron el mandato.de Inkarrí (mito sobre el regreso del
Inca para restaurar un sistema injusto y reordenar el mundo)
y por ello debían presidir los cataclismos que permitirían
expulsar a b s españoles e implantar un nuevo orden social.
Este signo común facilitó la superación de la fragmentación
étnica y faca'onalismo político reinante en las poblaciones
andinas y en particular entre tupamaristas y cataristas, pero
simultáneamente favoreció las divisiones al proponer como
líder a un noble cusqueño, cuyo mensaje no llegaba a las
poblaciones aymarás del Alto Perú. Inclusive la autoridad de
Túpac Amaru tampoco fue acatada por la totalidad de la
nobleza cusqueña como, por ejemplo, el poderoso clan de los
Pumacahua, que lo consideraba como un simple farsante.

175
J.Szeminski (1990), por su parte, llamó la atención acerca
de la imagen que tenían los rebeldes de losespañoles y sobre
la cosmovisión de los insurrectos, donde las creencias cristia-
nas y la fidelidad al rey interactuaban estrechamente con el
mito de Inkarrí, en medio de un fuerte sentimiento de fin del
mundo, donde los corruptos no tenían cabida. Se pregunta
por qué mataban a los españoles, concluyendo que éstos
eran traidores al rey, herejes e impíos, casi la encarnación del
demonio o anticrjstos que debían ser expulsados. Esta
condición hacía que las muertes de españoles y criollos con
la correspondiente extracción del corazón, genitales, sangre,
etc., no fueran consideradas como sacrificios y ofrendas a los
ancestros.
Szeminski explica la aparente contradicción de los rebel-
des cuando proclamaban su fidelidad a la corona junto a la
propuesta del reinado de un Inca debido a que concebían qué
el rey de España había otorgado poder pata reordenar este
mundo y expulsar a los corregidores españoles del Perú etc.
Sin embargo, para Campbell la fidelidad al rey no fue siempre
constante. A medida que transcurría el tiempo las referencias
al rey fueron menores, para consolidarse la figura del Inca-
Rey. Inclusive se pueden observar, según este autor, los
esfuerzos por recuperar las antiguas tradiciones incaicas y
sus símbolos a medida que aumentaban las deserciones de
criollos y mestizos.
Para Flores Galindo (1988) se trata de una inversión del
mundo con una ética milenarísta sumada a una restauración
de la monarquía incaica (utopía andina), dejando a un lado las
interpretaciones economicistas. Para este autor, "...en los
Andes, la imaginación colectiva terminó ubicando a la socie-
dad ideal - e l paradigma de cualquier sociedad posible y la
alternativa para el futuro- en ia etapa histórica anterior a la
llegada de los europeos" (op.c/r.411).
Los españoles trajeron la utopía en tanto sentimiento o
búsqueda de un orden social justo y con ella el milenarismo
(fin del mundo y la condena o salvación) que pasa con la orden
de los franciscanos. La utopía andina, gestada al calor de los
textos de Garcilaso, y del mito colonial de Inkarri, sería una
alternativa al presente, donde se proclama el regreso del Inca
en tanto principio ordenador.

176
4. Las rebeliones y las estrategias campesinas

Hay un conjunto de ensayos que abordan los problemas de


las agitaciones y rebeliones desde el análisis de las decisio-
nes políticas de los campesinos en sus relaciones con el
Estado y con otros actores sociales. En este sentido, no
interesan los hechos violentos en sí mismos o en su interpre-
tación como reacciones defensivas a factores externos sino
en virtud de la observación de patrones previos de resisten-
cia.
Steve Stern (1990) propone incluir su estudio en un marco
temporal y geográfico mas amplio, donde se pueda combinar
el análisis económico al de la memoria colectiva que sustenta
las expectativas sobre un nuevo orden social. En este sentido,
un marco de temporal de "larga duración" o mas amplio que
incluya períodos sosegadosy silenciosos dará las claves para
comprender las creativas políticas de autodefensa, de pactos
o compromiso con el Estado o con no-campesinos y sobre sus
parciales adaptaciones. Sólo en esta perspectiva es posible,
según Stern, comprender adecuadamente las causas de los
violentos estallidos colectivos en tanto ruptura de los patrones
de "adaptación en resistencia".
El innovador trabajo de Morner y Trelles (1986) para la
región de Cusco, cuestiona las relaciones causales propues-
tas, por un lado, por J.Golte cuando vinculaba los abusos del
reparto de mercancías con la rebelión, como, por otro, por
O.Cornbilt, quien hacía coincidir la presencia mayoritaria de
forasteros en las áreas rebeldes. AL preguntarse sobre las
reacciones de las comunidades o curacas respecto a actitu-
des a favor o en contra del movimiento tupamarista (grupos
y curacas rebeldes o leales a los españoles) observan que en
las regiones insurrectas predominaba abultadamente una
población indígena residente en comunidades pequeñas,
marginales y ubicadas en tierras más altas, donde las hacien-
das eran poco frecuentes, de modo tal que el número de
forasteros era bastante bajo. Asimismo confirman las tesis
respecto de la correlación entre la arriería y el área de
expansión de la rebelión y sobre la importancia de las redes
familiares de Tupac Amaru o de curacas de ayllus nobles
cusqueños en las zonas rebeldes.
Estos avances hacen en cierto modo cuestionar ia validez
de los condicionantes económicos como explicación única de
los movimientos insurreccionales analizados.

177
Finalmente T.Abercrombie (1986) advierte respecto al
peligro de reducir ei fenómeno de las rebeliones a las
actitudes anti-hispánicas o de volver al pasado prehispánico,
ya que no todas las instituciones coloniales estaban en
cuesüonamiento. Para este autor hay que vincular las situa-
ciones violentas con los conflictos en los sistemas de autori-
dades nativas. En efecto, cuando el cabildo indígena y las
cofradías conformaron un solo orden en las reducciones a-
fines del siglo xvn¡, se consolidaron las bases para la legitimi-.
dad de los oficiales del cabildo como nuevos mediadores con
el Estado, pudiendo de esta forma enfrentar la administración
a cargo de los señores hereditarios.
Si bien hemos analizado rápidamente las últimas y más
importantes corrientes interpretativas de los conflictos y
rebeliones desatadas en los Andes entre los siglos xvi y xvm,
es interesante apuntar la vigencia del debate en torno a estas.
temáticas.
En los'últimos años Jos problemas étnicos, que se supo-
nían superados, retornaron con enorme fuerza en el mundo.
Particularmente, en los Andes irrumpió un fenómmenos
novedoso definido por X. Albo (1991) como el "nuevo desper-
tar indio". Se trata del resurgimiento de nuevas organizacio-
nes políticas aglutinadas en torno a factores étnicos, cuya
figura clave es el "indio urbano", restringido en su ascenso
social. Estos procesos se vieron favorecidos por la aplicación
de recetas neoliberales que marginan y dejan fuera del
sistema y en la pobreza a amplios sectores de la sociedad.
Las antiguas reivindicaciones de "clase" abrieron paso a
conceptos como "nación" para definir a los grupos que aspiran
a integrar, en algunos paises andinos como Bolivia.un estado
plurinacional, asestando un duro golpe a la idea criolla de una
única identidad nacional (X. Albo, op.cit.).
El actual movimiento katarista aymara boliviano, incubado
en tos años 60 en la ciudad de La Paz y formalizado en 1977,
recoge el nombre, los líderes y temáticas de la gran rebelión
de 1780 (Túpac Cataii) como banderas y símbolos para
actuar en los movimientos sociales que se presentan en la
moderna coyuntura. No se trata de una vuelta mesiánica al
pasado, sino de una búsqueda de los contenidos simbólicos
más fuertes del mismo, para construir el nuevo orden social.
En otros paises andinos como el Perú estos fenómenos de
reivindicaciones étnicas son menos evidentes o tal vez se
hallan ocultos por las explosiones de violencia armada des-

178
atadas desde hace más de diez años por el grupo guerrillero
Sendero Luminoso y por la consecuente respuesta estatal. Si
bien el análisis pormenorizado con la seriedad que el mismo
merece, excede los marcos de este trabajo, realizaremos
algunos reflexiones sobre este movimiento a modo de conclu-
siones finales.
Sendero Luminoso es una organización que nació en
Ayacucho, una de las regiones más pobres y atrasadas del
Perú. Precisamente, en el corazón de la élite intelectual,
mestiza y provinciana, de la entonces pujante Universidad de
San Cristóbal de Huamanga. El vacío de poder regional,
marcado por la crisis del sector terrateniente y de una
sociedad señorial en decadencia, fue dinamizado política y
económicamente por la Universidad, llevando a fuertes trans-
formaciones culturales y sociales. La juventud ayacuchana
asume entinces una ideología maoísta o prochina impulsada
desde los claustros universitarios y por la facción Bandera
Roja (escindida del PCP). Se consideraba al Perú como un
país semiíeudal y se proclamaba la necesidad de una guerra
popular prolongada. Después de numerosas rivalidades y
enfrentamientos, en los años 70 se construyó la alternativa
Sendero Luminoso. Entre los años 70 y 80 va transformando
su perfil para definirse por una violenta e indiscriminada lucha
armada, por una organización estrictamente jerarquizada y
por el endurecimiento ideológico, de rasgos autoritarios y
fundamentalistas (I. Degregori, 1990).
Sendero se abrió paso en un país donde no se presentaron
alternativas políticas que superaran las desigualdades regio-
nales entre la ciudades y el campo, entre el interior y la costa,
entre campesinos y criollos y donde ¡os procesos de urbani-
zación, migraciones y mestizaje se aceleran día a día.
Expresa fundamentalmente a aquellos que carecen de inte-
gración (Degregori, 1985)
Los cuadros de rangos mas bajos, son mestizos serranos
del centro sur andino, son "cholos" a veces nacidos en Urna,
pero todos do bajos recursos. En tanto los cuadros mas
jerarquizados son "njistis" intelectuales de provincia que
desprecian a los criollos limeños. Hay un sentimiento presen-
te de humillación y marginación por parte del mestizo del
interior que los separa tanto de los sectores indígenas del
campesinado como de los criollos que controlan las estructu-
ras del Estado, pero que indudablemente cohesiona a esa
franja mestiza que integra este movimiento. Sus dirigentes

179
son los nuevos mistis; sin embargo, como lo señala Degregori
(1990, op.c/7.),el dogmatismo ideológico de los dirigentes de
Sendero les hace ignorar la dimensión étnica y los valores
tradicionales por considerarlos como una manipulación bur-
guesa, tomando un camino diferente al katarismo boliviano.
Indudablemente bloquea la refSlexión y salida a problemas
más profundos que cuestionan la identidad de esos sectores
que no son indios ni criollos, que necesitan abrirse un espacio
alejado de connotaciones racistas.

Nota: Este libro es una síntesis de las lecturas teóricas que susten-
teron las investigaciones de las autoras. Dichas investigaciones fueron
financiadas con fondos provistos por el Consejo Nacional de Investiga-
ciones Científicas y Técnicas, la Universidad de Buenos Aires, la
Fundación Antorchas y la Organización de Estados Americanos.

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201
ÍNDICE

Introducción. El fin del milenio


y los conflictos étnicos 7

1. La Etnohistoria y las Ciencias sociales 9


7. El impacto de las principales corrientes del
pensamiento social 9
//. La Antropología, la Historia y las restantes
Ciencias Sociales en el presente 23
///. Etnocentrismo, colonialismo e identidad.
La nueva Etnohistoria 34

2. Las fuentes 41
/. Las crónicas 41
//. Las fuentes administrativas y judiciales 52
///. Historiadores, viajeros y periodismo 56

3. El Tawantisuyu o imperio de los incas 59


/. El espacio, la gente, la lengua 59
//. Las fuentes y los autores.
Las perspectivas teóricas 60
///. Las fuentes, los autores.
Nuevas temáticas 84
IV. Los modelos básicos del comportamiento andino.
Sus repercusiones, polémicas
y la problemática derivada 96
V. El Estado, y las provincias.
Las perspectivas más recientes 109
VI. El Tawantinsuyu:
¿Estado centralizado o gobierno indirecto? 117

203
4. La invasión española y
las transformaciones sociales 121
/. Introducción 121
//. La Demografía Histórica
y las estrategias socioeconómicas 124
///. Las mediaciones étnicas 133
IV. La participación en los mercados coloniales 142
V. La mujer en los Andes 146

5. Movimientos sociales en los Andes 153


/. El rechazo a la invasión. ¿El Taki Onqoy
fue un movimientocontra el invasor? 153
//. El rechazo organizado 157
///. La resistencia prolongada: el caso del Tucumán 164
/V. Los movimientos sociales del siglo XVIII ...........169
V. Las distintas interpretaciones 173

Bibliografía 181

204
LOS FUNDAMENTOS DE LAS
CIENCIAS DEL HOMBRE

1 Los orígenes de la antropología - Darwin, Morgan y


Tylor
2 Ciencia y política - Max Weber
3 El análisis estructural -Levi-Strauss, Barthes, Moles y
otros
4 Teoría política y modernidad -Maquiavelo, Rousseau,
Montesquieu y otros
5 Conceptos de literatura moderna - Jaime Rest
6 La comunicación de masas -Lazarsfeld, Marión, Morin
y otros
7 Ciudad y Utopía - O w e n , Fourier, Howard, Le
Corbussier y otros
8 El mundo de Vang Gogh - Mario De Micheli y otros
9 Teoría de la educación y sociedad -Natorp, Dewey,
Durkheim
10 Sociología del poder -Wright Mills, Lasswell, Talcott
Parsons y otros
11 El mundo de Charles Chaplin - Arcelia, Kleinman,
Eisenstein, Bleiman, Kosinov
12 La ciencia del hombre en el siglo XVIII - Jauffret, Cuvier,
Degérando y otros
13 Introducción al folklore - Redíield, Foster, Chertudi y
otros
14 El salvaje del Aveyron. Psiquiatría y pedagogía en el
lluminismo tardío - Philippe Pinel y Jean Itard
15 El cuento norteamericano contemporáneo - Hemingway,
Scott Fitzgerald, Chandler y otros
16 Conceptos de sociología de la educación - Juan Carlos
Tedesco
17 La economía política clásica - S m i t h , Ricardo, Quesnay
18 Literatura y Sociedad - Goldmann, Escarpit y otros
19 Conceptos de antropología soc/a/-Carozzi, Maya y
Magrassi
20 Los fisiócratas -Quesnay, Dupont de Nemours y otros
21 El mundo de Roland Barthes - Introducción, notas y
.selección de textos de Beatriz Sarlo
22 Descartes - Risieri Frondizi
23 Léxico de Economía - Eugenio Gastiazoco
24 Braudel y la renovación histórica (Carlos V y Felipe II) -
Prólogo de Fernando Devoto
25 El mundo de Juan Jacobo Rousseau - Introducción,
notas, selección de textos y traducción Jorge E. Dq/ti
26 La historia oral-VJ. Moss, A. Portelli, R. Fraser y otros
27 Léxico de lingüística y semiología - Nicolás Rosa
28 Psicología comunitaria. El enfoque ecológico-
contextualista - James G. Kelly y otros
29 Keynes - Enrique Silberstein
30 Derecho y Lingüistica - María Laura Pardo
31 El pensamiento agrario argentino -Barsky, Posada,
Barsky
32 Métodos cualitativos - Los problemas teóricos-
epistemológicos - Irene Vasilachis de Gialdino
33 Platón- Rodolfo M. Agoglía
34 Antropología económica I - Héctor Hugo Trinchero
(compilador)
35 Montesquieu - Alberto Ciria
36 Pareto - Leopoldo Portnoy
37 El método en las ciencias sociales - Félix Gustavo
Schuster
38 Movimientos migratorios: historiografía y problemas -
Fernando J. Devoto
39 La Arqueología urbana en la Argentina - Daniel
Schávelzon
40 Etica y Política según Aristóteles. I: Acción y
argumentación - Osvaldo Guariglia
41 Etica y Política según Aristóteles II: El bien, las virtudes
y la polis - Osvaldo Guariglia
42 Ditthey - Cor'iolano Fernández
43 Medeau-Ponty - Luís M. Ravagnan
4*4 Husserl - Jacobo Kogan
4í> La sociología clásica: Dürkheim y Weber - Estudio
preliminar y selección de textos: Juan Carlos Portantiero
46 Antropología Económica II - Conceptos fundamentales -
Compilador: Héctor Hugo Trinchero
47 Historia de las imágenes e historia de las ideas. La
escuela de Aby Arburg - A. Arburg, E. Gombrich, H.
Frankfort, F. Yates, H. Ciocchini, (Introducción y
selección de textos por José Emilio Burucúa.)
48 Sociología rural latinoamericana - Hacendados y
campesinos - E. Wolf, A. Schejtman, M. Murmis, M.
Mórner, O. Barsky, I. Llovet. (Estudio preliminar y
selección de textos César E. Peón.)
49 Pavlov - Juan E. Azcoaga.
50 Literatura y Educación -' R. Barthes, W. Booth, R.
Ceserani, J. Culler, G. Genette, P. Kuentz, P. Sollers, R.
Young (Estudio preliminar y selección de textos:
Gustavo Bombini).
51 La problemática indígena - Estudios antropológicos
sobre pueblos indígenas de la Argentina / Introducción y
selección de textos: Juan Carlos Radovich y Alejandro
O. Balazote.
52 La sociología del trabajo - J. Goldthorpe, A. Touraine, S.
Marglin, P. Rosanvallon, P. Bianchi, LCiliado (Estudio
preliminar y selección de textos: Eduardo Rojas y Ana
Proieni).
53 Medio ambiente urbano en la Argentina - María di Pace,
Sergio Federovisky, Jorge E. Hardoy, Sergio
Mazzucchelli.
54 F. J. Turner - Hebe Clementi.
55 Método científico y poder político - Bacon, Descartes,
Galiieo, Locke, Spinoza.
56 Nuevas tecnologías en la ciudad/ Información y comuni­
cación en la cotidianeidad.- Susana Finquelievich, Ali­
cia Vidal y Jorge Karol.
57 Métodos cualitativos II - la práctica de la investigación -
Floreal H. Forni, María Antonia Gallart y Irene Vasilachis
de Gialdino.
58 Psicología social / Modelos de Interacción -Herbert Blu-
mer, Gabriel Mugny. (Estudio preliminar y selección de
textos: María Galtíeri.)
59 Bergson - Ángel Vasallo.
60 Poppery las ciencias sociales I - Félix Gustavo Schus-
ter (compilador).
61 Poppery las ciencias sociales II - Félix Gustavo Schus-
ter (compilador).
62 Historia y Lenguaje / Los discursos de la Revolución de
Mayo - Noemí Goldman.
63 AV. Hartmann - Ricardo Maliandi.
64 Análisis lingüístico y discurso político - M.M. García Ne-
groni y M.G. Zoppi Fontana.
65 Marc Bloch. Una historia viva - G i g í Godoy y Eduardo
Hourcade.
66 Los relatos de vida. El retorno de lo biográfico - Magda­
lena Chineo.

Centro Editor de América Latina

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