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La escritura está acabada. La escritura está acabada. Eso quiere decir que, de
todas formas, desde el momento en que hay inscripción, hay necesariamente
selección y, por consiguiente, borramiento, censura, exclusión; y, diga yo lo que
diga ahora de la escritura, de ese tema, como usted decía, de la escritura, del que
me he ocupado de una forma bastante privilegiada durante toda mi vida, por así
decirlo, en todo caso, desde que escribo, la cuestión de la escritura es la que está
trabajando lo que escribo. Diga yo lo que diga aquí ahora en un tiempo tan breve
y en este decorado un tanto extraño y artificial, eso será selectivo, estará acabado
y, por lo tanto, tan marcado por la exclusión, el silencio, lo no-dicho como por lo
que diré.
Usted está escribiendo, es decir, inscribiendo unas imágenes que, a su vez, va
usted a montar, a “editar” como suele decirse en este país, es decir, a seleccionar,
cortar, pegar. Por lo tanto, estamos, de una forma muy artificial, preparando un
texto que usted va a escribir y firmar y yo soy ahí una especie de material para su
escritura. Entonces, como material para la escritura de esta película, el material
debe hablar un poco de la escritura y de la biografía.
He podido decir, en un contexto muy determinado, que escribía para buscar una
identidad. A mí me ha interesado más bien lo que hace imposible la identidad, la
pérdida de la identidad. Y cuando, en Circonfesión y El monolingüismo del otro,
hablé de una autobiografía imposible, en el sentido clásico del término, porque la
autobiografía en el sentido clásico del término implica al menos que el yo sabe
quién es él, que se identifica antes de escribir, o que supone cierta identidad. La
posibilidad de decir yo en una determinada lengua está ligada, en efecto, a la
posibilidad de escribir en general.
Hay acontecimientos que consisten en decir yo, pero eso no quiere decir que el
yo como tal exista, ni que sea nunca percibido como presente ahí. ¿Quién se ha
encontrado alguna vez con un yo? Yo no. El fantasma identitario del que usted
hablaba antes nace de esa inexistencia del yo. Si el yo existiese, no lo
buscaríamos, no lo escribiríamos. Si se escriben autobiografías es movidos por el
deseo y el fantasma de ese encuentro con un yo que, por fin, sería lo que es.
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Si alguien llegase, si yo llegase, a identificar esa identidad de forma segura,
naturalmente yo no escribiría más, ni marcaría, ni trazaría y, de alguna manera,
no viviría más. No viviría más.
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Resulta que me encuentro, y probablemente no soy el único, en esa situación de
emigrado o inmigrante, marrano clandestino, invisible, sin papeles y que, desde
esa situación, que no es siquiera una situación, que no es un lugar, que es un no-
lugar, desde ese lugar sin lugar, atraviesa, y no sin amor, lugares como éstos.
- Usted se identifica, hace ya años, con esa figura de marrano, que es ese judío
español del siglo XIV, y que sigue practicando su religión en secreto para
escapar de la persecución, después de haberse convertido al cristianismo.
- La calle Ulm con música de fondo de Lili Labhasi, no está nada mal.
Ahí está, he pasado treinta años de mi vida ahí. Entre la época de estudios y la
época de docente, treinta años. Ahí. En esa casa. He enseñado en ese aula, ahí
detrás, también durante veinte años. El aula, ahí detrás. El aula que hace esquina.
Ese aula, antes de enseñar en el bulevar Raspail, enseñé ahí, en ese aula. Todos
los miércoles a las cinco, siempre lo mismo. Enseño, desde hace
aproximadamente treinta años, todos los miércoles a las cinco.
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“Voy a abrir la primera sesión pronunciando sin más contexto y sin frase:
perdón. Una sola palabra, perdón.
¿Un perdón debe ser nombrado, incluso oído, audible, visible, fenoménico en una
palabra o, por el contrario, secreto, silencioso, mudo, callado, indecible,
inaparente, solitario? Dicho de otro modo, ¿debería haber o no una teatralidad,
una escenificación, incluso una posible obscenidad de la escena del perdón?
¿Debe éste presentarse o debe, por el contrario, retirarse?
Vamos a ver qué pasa en el teatro, ya estamos allí; vamos a ver y a oír.
Acto I, escena I: personajes, cuatro hombres. Todos ellos son, de una u otra
forma, hombres de confesión cristiana, y protestantes. Los cuatro personajes
presentes, los recuerdo: Hegel, Mandela, Clinton y Tutu, saben mucho acerca del
perdón, la amnistía, el perjurio, el arrepentimiento, la reconciliación, y los
escucharemos dar testimonio. Pero el telón no se ha levantado todavía. Se oye
una voz en off antes de volver a empezar, y ésta habla en alemán, por supuesto.
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pregunta “¿cómo dirigirse a varios, cómo hacerlo con más de una singularidad?”
podría dibujar la cruz del perdón, la cruz misma del perdón?
Jean-Luc NANCY:
Es cierto que la amistad no puede sino comportar una parte silenciosa, una parte
que es verdaderamente independiente de cualquier discurso y, sobre todo, quizá
del discurso filosófico. Porque es seguro que Jacques y yo no hemos
intercambiado demasiadas proposiciones filosóficas desde hace treinta años,
realmente pocas, muy, muy pocas. Tal vez sucede de cuando en cuando, pero
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siempre se acaba enseguida. Es evidente que las cosas, ahí, suceden entre los
textos, no pasan por el habla.
Jacques DERRIDA:
Estas estanterías no estaban ahí. Había, por lo tanto, unas mesas, y era mi único
lugar de trabajo. Además de lo que denomino un poco el almacén, es decir,
algunos textos míos en distintos ejemplares, traducciones, etc., hay varios
grandes corpus filosóficos. Es así, es una estratificación que se ha hecho de
forma empírica. Por ejemplo, Hegel está ahí, Heidegger está ahí, Husserl está ahí.
El sublime se refiere a lo que está justo debajo, a la vez alto y debajo. Hay un
aspecto submarino, subterráneo, subcelestial en este lugar y, al mismo tiempo,
está lo más arriba posible. Por consiguiente, no puedo justificar esa palabra que
me parecía cómoda, por eso lo he llamado mi sublime. Es también el lugar de la
sublimación, el lugar del retiro –
- La escritura...
Tiro para arriba. Eso es, en el fondo, sublime también quiere decir eso, lo que se
reprime hacia arriba también, se puede reprimir hacia abajo, se puede reprimir
hacia arriba. Reprimir para arriba y sublimación es con frecuencia un poco lo
mismo.
- pero usted también reprime para abajo, porque está esa cabaña en el jardín...
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Yo reprimo por todas partes. Reprimo para arriba para abajo, a derecha, a
izquierda, delante y detrás.
En todas partes en donde la inscripción deja una marca en el cuerpo, y una marca
justamente que trabaja, diría yo, con el inconsciente, el cual no es simplemente
una memoria, una rememoración consciente. En todas partes en donde lo que he
denominado la huella lleva más allá de la presencia y de la conciencia, en cierto
modo, ésta nos remite a algo así como una circuncisión.
En ese lugar, que no es cualquiera, que rodea al pene, que es al mismo tiempo un
lugar de deseo, de erección; resulta evidente que la escritura, como escritura del
cuerpo, encuentra ahí su lugar, un acontecimiento en el que el sujeto, di-
simétricamente, recibe la ley. Antes incluso de hablar, de elegir la propia
pertenencia, éste está marcado por la comunidad, y cualesquiera que sean los
movimientos de negación, de emancipación, de liberación que eventualmente
pudiese haber ahí respecto de la comunidad, dicha marca permanece. Así pues,
existen equivalentes: mi hipótesis es que hay equivalentes –pero acerca de dichas
equivalencias habría que hacer largos discursos-, hay equivalentes en cada
cultura. Ahí, se podría hablar de una especie de circuncisión metafórica,
alegórica, trópica. Pero, en todas partes, esto es por lo menos lo que intento
marcar, en donde hay huella, corte, incisión, inscripción, marca en el cuerpo, se
encuentra una figura de la circuncisión. Lo cual quiere decir asimismo que, en
todos los textos de los que hablo, es decir, en todos los textos de marcas, de
fechas, de schibboleth, de huellas, de inscripciones, se apunta hacia la
circuncisión, incluso hacia mi circuncisión.
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Deseo que se lea esto, que esto se lea. Ahora, retomo el hilo. Por un lado, la
palabra sublime significa a la vez lo que se encuentra justamente encima y cerca
del cielo y, al mismo tiempo, el lugar de una especie de sublimación hacia el cual
yo subía, al que subían todos mis sueños de escritura y en el que, en efecto, he
acumulado durante décadas material, textos, documentos, con vistas a ese gran
libro sobre la circuncisión que supe, desde el principio, que no escribiría. En todo
caso, que no podría hacer un texto que estuviese a la altura. Por razones
contingentes sin duda, pero también necesarias. El proyecto era tan ilimitado por
un lado, que habría tenido que escribir un libro más grande que el propio
sublime, es decir, en 200 volúmenes y, por otra parte, y ésta es la razón no-
contingente, porque era como un libro sobre el ombligo de mis sueños. Es decir,
un libro que no sólo habría afectado a la raíz del inconsciente, sino que en cierto
modo lo habría exhibido, vuelto del revés, con un movimiento de verdad que yo
sabía desde el principio que, debido a la circuncisión misma, es decir, a esa
marca inconsciente que está hecha con vistas a permanecer, más fuerte que
cualquier toma de conciencia, jamás podría ni tampoco debería exhibir a plena
luz. Por consiguiente, sabía, desde el principio, que se trataba de un proyecto
destinado al fracaso y del cual yo sólo dejaría en cierto modo una especie de
ruina, o de archivo disperso, o de signo, de resplandor que, de lejos, anunciaría lo
que yo podría haber querido hacer si, etc. etc.
“Rápido, las memorias, antes de que ocurra la cosa. Prescindo de muchas cosas
porque me doy mucha prisa. Acoge mis confesiones, mis acciones en las que doy
gracias, Dios mío, por innumerables cosas, incluso cuando las callo. Pero no
prescindiré de nada de aquello que, dentro de mí, concibe mi alma, sobre tu digna
sirvienta, aquella que me concibió para hacer que naciese, y de su carne a la luz
de los tiempos, y de su corazón a la de la eternidad.
Voy a decir los dones, no los suyos, ni los tuyos, en ella. Y, como en él, a toda
prisa, confieso a mi madre, siempre se confiesa al otro. Me confieso quiere decir
confieso a mi madre, confieso hacer que confiese mi madre. Hago que ella hable
en mí, ante mí, de ahí todas las preguntas al lado de su cama, como si yo esperase
de su boca la revelación del pecado por fin, sin creer que todo consista aquí en
dar vueltas en torno a la falta de la madre que yo llevo dentro de mí, de la cual se
esperaba que yo dijese algo por poco que fuese, como hizo San Agustín acerca
del gusto ‘subrepticio’ de Mónica; jamás ¿me oye?, jamás, la falta resultará tan
mítica como mi circuncisión, aunque tuviese que dibujarla”.
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“Circonfesión”, es una especie de velatorio, de vela, de velatorio, de wake, si lo
prefiere, de mi madre, que acompaña a su muerte.
Toda escritura está construida sobre unas resistencias. La escritura no existe sino
allí donde hay resistencia, en el mejor y en el peor sentido de la palabra; y donde
resistencia puede significar también represión y supresión. Contengo, confino,
con el gesto mismo que libera. Por lo tanto, puedo liberar unas fuerzas de
escritura inauditas o inéditas, pero incluso dicha liberación no es posible sino allí
donde, en el momento en el que se transgrede o libera, se están construyendo
diques, se están construyendo resistencias. Unas estructuras que van a proteger la
posibilidad de la transgresión. En el momento en el que, de forma indecente, se
hace saltar un límite, se hace saltar una barrera, hay otra que se está
construyendo. Leer es descifrar esto. Es descifrar, en las escrituras más
inventivas, en los acontecimientos de escritura más imprevisibles; leer es
descifrar el cálculo de una protección de sí. No es forzosamente el yo el que,
conscientemente, sabe lo que calcula. El inconsciente calcula, ello calcula. La
escritura calcula.
Tengo que decir, aunque haya escrito y publicado mucho, que sigo sin conseguir
defenderme de una especie de carcajada, o de pudor: “pero, ¿por qué escribes?,
pareces suponer que es interesante, se lo llevas al editor, escribes, por
consiguiente, piensas que las frases que haces son interesantes”. Y ese gesto es
absolutamente obsceno, en cierto modo. El hecho de escribir es injustificable
desde ese punto de vista. Por lo tanto, se pide perdón, como alguien que se pone
en pelotas. “Aquí está, miren, expongo”. Y, naturalmente, se pide perdón de
inmediato. Perdónenme por hacerme el interesante. Por consiguiente, en cuanto
escribo, pido excusas al otro e, incluso, al destinatario, a la destinataria, por el
impudor que implica escribir. Es una primera razón para pedir perdón.
Pero hay otra razón, estructural de alguna forma, fundamental, que a mí me
inquieta siempre, me preocupa siempre mucho y que se debe a la estructura de la
marca y del lenguaje. En cuanto dejo una huella, borro la singularidad del
destinatario. Aunque deje una palabra secreta, escrita en secreto, que le dice a
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alguien: “Ya lo ves, te quiero. A ti. Estas palabras que están destinadas a ti
únicamente”, sé que, en cuanto esté escrito y formulado en una lengua, lengua
traducible; en cuanto la huella se pueda descifrar, ésta perderá la unicidad del
destinatario o de la destinataria. Dicho de otro modo, en cuanto escribo, estoy
negando en cierto modo, o hiero la identidad o la unicidad del destinatario. No
me dirijo ya a esta o a aquella persona. Me dirijo a cualquiera. Por consiguiente,
estoy todo el tiempo en medio de la traición, la escritura es una traición desde
este punto de vista. Puesto que traiciono al escribir, perjuro al escribir, pues bien,
no puedo no estar pidiendo perdón por el perjurio que consiste en escribir, que
consiste en firmar.
“La voz de uno de los cinco maestros que Robert Castel acaba de invocar, [...]
en una grabación de 1906”.
Si esto o aquello sucede, por ejemplo, el don, la hospitalidad pura, esto no puede
suceder ni, por consiguiente, tornarse posible más que como imposible. Si hay la
decisión de la responsabilidad, ésta debe pasar por la prueba de la aporía y de lo
indecidible, es decir, de ese momento que no es sólo una fase; es un momento en
cierto modo interminable, por la prueba de esa imposibilidad de decidir o de
disponer de una norma o de una regla previa que permita decidir. En cierto modo,
es preciso que, más allá de cualquier “es preciso” identificable, yo no sepa donde
ir, ni lo que debo hacer, lo que debo decidir, para que una decisión, allí donde
parece imposible, sea posible. Y, por consiguiente, una responsabilidad. Lo cual
quiere decir también que si hay decisión y responsabilidad, ambas deben
atravesar el desierto absoluto. Por otra parte, es con frecuencia en esa
perplejidad, esa imposibilidad de decidirse, de encontrar el camino, donde ocurre
que se pierden algunos viajeros y una de las grandes figuras de la hospitalidad en
la cultura nómada, pre-islámica, es el relato del viajero que, habiendo perdido su
camino, llega cerca de las tiendas donde el nómada ha de acogerlo, tiene como
deber, obligación, acogerlo al menos durante tres días. Por consiguiente, el oasis,
la aporía, el no-camino, la hospitalidad: todo ello forma una misma configuración
de la cultura.
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cuantas cosas, propuso ocuparse él de lavar las paredes, porque había que lavar
las paredes. Había que hacer una serie de cosas que los guardianes de la prisión
nos ordenaban hacer. Por consiguiente, para decir las cosas muy rápidamente,
durante las horas que pasé con ese hombre, en esa pequeña prisión, tuve una
experiencia de amistad y de hospitalidad tales que, en esa pequeña celda, ese
hombre –que conocía la cárcel mejor que yo- me recibió en ella. Empezaba a
soñar con que dicha prisión me resultaría hospitalaria. Y además, a pesar una vez
más de la violencia, el sufrimiento, porque ese momento fue sin embargo
extremadamente cruel, había algo en mí –esto lo he dicho en alguna parte, ya no
sé donde-, algo en mí que repetía esa escena, que vivía esa escena como una
repetición. Como si la hubiese deseado, como si la hubiese anticipado, como si
me dejase acoger por algo que, en el fondo, ya había tenido lugar, y que yo
volvía a empezar. Y esa repetición era como cierto deseo que proviene de la
hospitalidad. Se me acogía en un lugar que ya estaba preparado dentro de mí. En
el fondo, como si yo hubiese hecho de todo para que me encarcelasen. Por otra
parte, al reconstruir el encadenamiento que me condujo a esa prisión, todo sucede
como si yo hubiese hecho de todo, cometido todas las imprudencias necesarias
para que me detuviesen y me encarcelasen. Y, por consiguiente, hay ahí una
repetición en la que hay una mezcla de torturas, de sufrimientos de los que no
quiero hablar demasiado, pero también de goce. De goce debido a la repetición.
Había alguien dentro de mí que decía, está bien, esto no me ocurre más que a mí,
y en el fondo reconozco todo esto. Hallo cierto reducto psíquico, cierta espera.
Esperaba eso en cierto modo.
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entendernos; sino que la condición para que nos hablemos y nos entendamos es
que dicha interrupción de la relación se mantenga. Imagínese la proximidad más
grande posible entre dos seres: el amor, la experiencia erótica, el éxtasis extremo;
la distancia no está abolida, la distancia infinita se mantiene.
El nosotros es una especie; es como cuando se tiran los dados, o cuando se lanza
la caña, cuando un pescador lanza su caña; puede que haya un nosotros del otro
lado. Se dice nosotros, es una promesa, una petición, una esperanza. También
puede ser un temor. Cuando digo “nosotros”, espero que no sea nosotros, que no
estamos encerrados en ese nosotros. Decir “nosotros”, es un gesto loco, en cierto
modo, loco de esperanza, de temor, de promesa, Pero seguro que no es una
garantía tranquila en cuanto a lo que es, ese nosotros. No hay nosotros. Nunca se
ha encontrado un nosotros en la naturaleza.
- De hecho, es una fuente argelina en la que se cocían las tortas, que ahora
también está enterrada, como si la tumba estuviese enterrada.
- Ésta ya es una tumba vieja. Es una tumba del año pasado. Es Lucrèce, a la que
usted conoció.
- Sí.
- Ésta es la del gato grande negro.
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a acuerdos entre sí, se enreden o se entretejan entre sí. En cierto modo, en cuanto
se habla, en cuanto hablo, en cuanto un yo habla, ese mismo yo se constituye, es
posible en su identidad de yo, por ese enmarañamiento de voces. Una voz habita
en la otra, en cierto modo, asedia a la otra.
Y creo que la represión, todas las represiones, sobre todo la represión sexual, la
represión sexual de la mujer, empiezan allí donde se trata de hacer callar una voz
o reducir esa madeja, o esa trenza, a una sola voz, una especie de monológica. La
multiplicidad de las voces es también, de entrada, el espacio abierto a los
fantasmas, a los aparecidos. También al retorno de lo reprimido, al retorno de lo
excluido, caducado. Por eso, trataré de pensar conjuntamente la multiplicidad de
las voces, el asedio, la espectralidad y también todo aquello de lo que hablamos
desde hace un rato, que tiene que ver con el asesinato, la represión, las
diferencias sexuales, la mujer, etc.
Para que ese espacio democrático se abra, es preciso que, dentro de cada cual,
ciudadano o ciudadana, es preciso que, dentro de cada cual, se libere tanto como
sea posible esa multiplicidad de voces. Es preciso que el ciudadano o la
ciudadana trate, dentro de sí, estos problemas de voces, de diferencias sexuales,
de fantasmas, etc. para poder tratarlos como es debido fuera. Si soy tiránico
dentro de mí, tendré tendencia a serlo fuera. Por eso, la política pasa también por
una especie de autoanálisis, por una especie de experiencia de sí. Si no tratamos
bien nuestro inconsciente, si no se está haciendo siempre un autoanálisis, el
ejercicio de la responsabilidad política se resentirá.
Mi deseo más tenaz sería volver a empezar. Revivirlo todo. Lo bueno y lo malo.
Aquello que sé, en el presente, que fue malo también. Los sufrimientos, a toro
pasado, son la oportunidad de mi ...., esa especie de sublimación, de
transfiguración, esa alquimia que hace que el recuerdo de un sufrimiento se
convierta en un buen recuerdo. Hubiese querido repetir, y ésa es la sombra de la
muerte, el miedo, la angustia, la tristeza de la muerte que viene; hubiese querido
volver a empezar una vez más, una y otra vez las mismas cosas, sin siquiera tener
que inventar otras nuevas. Revivir lo que he vivido.
Por lo tanto, cuando el mal pasado tiene un porvenir, por así decirlo, en ese
momento, no diré que maldigo, pero ya no bendigo. No bendigo.
Lo trágico en la existencia, no sólo la mía, es que el sentido de lo que vivimos –y
cuando se tiene una vida bastante larga, son muchas cosas-, el sentido de lo que
hemos vivido no se determina más que en el último momento, es decir, en el
momento de la muerte. Hasta el último momento, puede resultar que lo que he
vivido, creído vivir, como algo bonito, bueno, noble y que, por consiguiente,
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requiere ese deseo de eterno retorno, que al final de mi vida algo venga a
anunciarme que eso fue malo, que ahí hubo una mentira, una falta, la simiente de
una catástrofe, etc... Y, por lo tanto, en el último segundo, me entero de algo que
corrompe o pervierte toda la memoria feliz que conservo.
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