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CONTRIBUCIONES PARA UNA TEORIA DEL CUENTO
1. El cuento empieza moviéndose. Nace caminando y no importante como un riñón o un pulmón. Más todavía: la
se detiene hasta su final. Es todo vitalidad, emoción y movi- vida mhnu de ese cuerpo puede depender de semejante
miento. Por eso no es adecuado hablar de la anatomia del acto quirúrgico. Esto es irrealizable en un cuento auténtico,
cuento, y s í de su fisiología, como no podemos hablar de l a que en su perfecta unidad funcional, más que a un organis-
anatomía del viento, del torrente o del movimiento mismo, mo vivo completo se asemeja a algo más pequeño y a la vez
ni siquiera metafóricamente. E s factible una imagen estática más delicado y vital: tal un cerebro o un corazón. Por eso
del mar, pero no del agua que se despeña. Y es este movi- una mutilación o cualquier otra “intervención quirúrgica”
miento, este fluir constante, esta vida permanente, lo que a un cuento es sobremanera dificultosa y frecuentemente
hace que el cuento sea tan gustado por niños y adultos, imposible. Como una operación a cualquiera de los dos
incultos y versados de todos los países y en todos los Últimos órganos citados: siempre peligrosa y a veces fatal.
tiempos. Tan importante es esta unidad funcional, que la primera
El cuento, que nació oralmente, sigue conservando hoy, frase sugerente de la primera idea o emoción del lector
al cabo de varios milenios, sus dos caracteres esenciales: su sigue funclonando y trascendiendo en éste hasta después de
uniiinealidad, es decir, su espina dorsal, única e indivisible, leer la Última línea. Y es que la euritmia vital del cuento, su
y su unidad de asunto. Son las dos primeras leyes estruc- dinámica fisiológica obliga a que su Última palabra termine
turales que lo apartan y lo alejan de la novela. por unirse a la inaugural, completando y cerrando, emocio-
Una novela -cuanto más si es extensa- admite cual- nal o conceptualmente, el círculo o ciclo inherente’a esta
quier planeamiento, cualquier conformación, cualquier forma literaria. Merced a esta hábil frase primera, ningún
objetivo que se l e ocurra al novelista. Tal es su amplitud, su lector abandona la lectura. Y quiéralo o no, consciente o
diversidad, su “cosmopolitismo literario” podríamos decir. inconscientemente, es ya un esclavo del texto (como el
Debido a estas razones, en una novela es imposible esa autor lo es de su plan premeditado) hasta que el desenlace
perfección que puede lograrse en un cuento. Por su peque- l o devuelve a la vida real.
ñez espacio-temporal, éste no sólo admite sino que exige La vida y la salud de un organismo vivo dependen de su
precisión, armonía y exactitud. Lo principal en él es el unidad funcional. En un simil que creemos si no exacto al
suceso y a dónde nos conduce. Suceso Único y hermético, menos oportuno, esta unidad funcional tiene en nuestro
sin ningún intersticio que permita penetrar la menor partí- caso el ambivalente objetivo de ir acumulando interés o
cula del mundo real o que no sea del presentado por el emoción progresivamente y concentrarlos al máximo e n el
cuentista y que, simultáneamente, no permita la menor último instante.
distracción del lector. Este se halla, de pronto, prisionero 3. Todo lo expuesto nos conduce a otro ramal: el cuen-
en una estrecha celda completamente oscura y tan desman- t o necesita un asunto o tema unívoco, no siempre apto para
telada que no puede prestar atención más que a las mágicas la novela o e l relato. La naturaleza o índole del tema o
palabras que a sus oídos o a su corazón le dicta o le sugiere asunto es secundaria y está subordinada al temperamento o
ese mago Invisible que se ha apoderado de él. iY pobre del preferencias del escritor. Pero no deja de tener su importan-
cuentista que tolere que, la más insignificante ventana o cia. El cuento es una producción comprimida y con gran
mirilla o agujero en la pared distraiga a su prisionero, o que presión emocional. Y es conveniente tener en cuenta que
éste se le fugue de la celda! por mucho que e l autor se esfuerce es imposible meter un
Precisamente esta posible y necesaria perfección del océano en un dedal; dedal que, por otra parte, puede ence-
cuento es l o que hace mds ardua su elaboración que la de la rrar hasta un momento determinado -y valga la hipérbole-
novela, aunque parezca lo contrario. Fácil es advertir dónde una energía comparable a la atómica. De modo que, en
está la falla de su funcionamiento, en qué punto está líneas generales, a una forma determinada corresponde un
alterada su fislología,iuando esta alteración existe. tema determinado también. Tema Único, circunscrito, con-
La unilinealidad del cuento y su unidad de asunto, a creto. Las crisis son los hechos que más se ajustan a la
menudo olvidadas, nos llevan a otra ley de esta especie del brevedad, violencia o problemática de estas ficciones. Crisis
género narrativo, más olvidada aun por los ensayistas: su individuales, sociales, históricas, universales y especial-
unidad funcional, su armonía vital, o como quiera llamár- mente las muy dramáticas. En pocas palabras: las horas
seie. decisivas cuya culminación es rápida e ineludible y a menu-
2. Tal unidad funcional tiene dos fina primordiales: do inexorable, y que colocan al hombre frente a s í mismo,
lo) canalizar el interés o la emoción, entubando la mente frente al destino, frente a la adversidad, frente a la muerte,
del lector (ya que el cuento es ua túnel, un sendero libre frente a cualquier cataclismo personal o colectivo.
de malezas y otros obstbculos), y 20) concentrar este inte- 4. El cuento requiere, asimismo, una purezu de eiernen-
r& o emoción al final del suceso narrado, haciéndola esta- tos que no requieren otras expresiones narrativas. Pureza de
llar o desvanecer tan radical y oportunamente (verdadero elementos, en el sentido de todo aquello imprescindible a
orgasmo psíquico) que el cuento lo ultime el mismo iector, los fines que se propuso el autor. Son frecuentes las narra-
sin previa advertencia ni presencia del cuentista. ciones que constituyen un verdadero matorral de hechos,
Esta centralizada unidud funclonal puede ser disimulada, incidencias, interferencias y hasta personajes que estorban
prescindida o imperfecta en la novela. Novelas abundan a al cuento en s í y que distinguen a éste del relato, ya que la
las que se les puede desgajar fragmentos y diilogos, capítu- novela presenta otros caracteres diferenciales. Esto ocurre
los y hasta personajes. Y no pierden nada con ello, cuando a menudo cuando se refieren SUC~SOS vividos por su propio
no ganan en belleza e interés. Pues una novela es como el autor. Tales episodios, al “regresar” a la mente del que
cuerpo humano, que puede sufrir la mutilación de uno o narra, confirman una realidad, creándole simultáneamente a
todos sus miembros, e inclusive la extirpación de un órgano éste un? grave problemática cuentística: ¿cuáles le serán
continúa en pág. 39.
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ggDesocupado
lector":
CONSEJO E D l TORIA L
lo Autopisto
El frío tiene mil formas y mil maneras hermanos uno tomó una destral, otro un
de moverse por el mundo: por el mar corre gancho, el tercero una cuerda, dijeron adiós
como una manada de caballos, a los campos a su madre y partieron en busca de u n
se arroja como una nube de langosta, en las bosque.
ciudades como una hoja de cuchillo corta Caminaban por la ciudad alumbrada por
las calles y se mete por las rendijas de las las farolas, y no vetan más que casas: lo que
casas sin calefacción. E n casa de Marcovaldo es bosques, ni la sombra. S e cruzaban con
aquella noche habían terminado hasta la algún raro transeúnte, mas no se atrevían a
Última astilla, y la familia, abrigada hasta preguntarle dónde había un bosque. Así
los ojos, veía en la estufa empalidecer las llegaron donde se acababan las casas de la
brasas, y de sus bocas brotar las nubecillas ciudad y la calle se convertía en autopista.
a cada respiro. Nada decían ya; las nubeci- A ambos lados de la autopista los chiqui-
llas hablaban por ellos: la mujer las producía llos vieron el bosque: una tupida vegetación
largas como suspiros, los hijos las soltaban de extraños árboles cubría la vista de la
absortos como pompas de jabón y Marco- llanura. Tenían troncos muy finos, tiesos
valdo las lanzaba al techo a golpes como o torcidos; y copas chatas y extendidas,
relámpagos de genio que al momento se con las más extrañas formas y más extraños
d isipan. colores cuando algún auto al pasar las ilumi-
Finalmente Marcovaldo se decidió: -Voy naba con los faros. Ramas en forma de
por leña; a lo mejor encuentro-. S e embutió dentrífico, de rostro, de queso, de mano, de
cuatro o cinco periódicos entre chaqueta y navaja, de botella, de vaca, de neumático,
camisa como coraza contra u n mal aire, cubiertas con un follaje de letras del alfa-
disimuló bajo el gabán una larga sierra beto.
dentada, y así se lanzó a la noche, seguido -¡Viva! -soltó Michelino-, iaqut' está
por las largas miradas esperanzadas de la fa- el bosque!
milia, produciendo crujidos de papel a cada Y los hermanos miraban embelesados
paso y con la sierra asomando de vez en a la luna despuntando entre aquellas extra-
cuando por el embozo. ñas sombras:
Andar por leña en la ciudad: icasi nada! -Qué bonito es ...
Marcovaldo se dirigió inmediatamente hacia Michelino los devolvió de pronto al objeto
un cacho de jardín público que había entre que les llevó allá la leña. E n consecuencia
dos calles. Todo estaba desierto. Marcovaldo abatieron un arbolillo que tenía forma de
estudiaba las desnudas plantas una a una prímula amarilla, lo hicieron pedazos y se
. pensando en la familia que le aguardaba lo llevaron para casa.
entre castañeteo de dientes... Marcovaldo regresaba con su menguada
El pequeño Michelino castañeteaba los carga de ramas húmedas, y se encontró con
dientes, leía un libro de cuentos, tomado la estufa encendida.
en préstamo de la bibliotequilla de la escue- -¿Dónde la habéis encontrado? -excla-
la. El libro hablaba de un niño, hijo de un mó señalando los restos del cartel publici-
leñador, que salía con su hachuela a hacer tario que, por tratarse de madera contrapla-
leña en el b0squ.e. -Ahí es donde hay que cada, había ardido muy aprisa.
ir -dijo Michelino-, ial bosque! ¡Allá si' -¡En el bosque! -respondieron los
que hay leña! -Nacido y crecido en la niños.
ciudad, en su vida había visto un bosque ni -¿Y qué bosque?
de lejos. -El de la autopista. ¡Está hasta arriba!
Dicho y hecho, lo combinó con sus E n vista de que la cosa era tan sencilla, y
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que otra vez hacía falta leña, más valía seguir
el ejemplo de los chicos. Marcovaldo volvió I d o Calvino, italiano nacido en Cuba, 1923. Licenciado
a salir con su sierra y se encaminó hacia la en Literatura. Periodista y crítico literario, pertenece a la
autopista. gneración de la lucha contra d hscismo, Brigada Gui-
baldi. Se inicia como escritor con n a m c i o n a realistas,
El agente Astolfo de la policía de carrete- testimonio de la guerra.
ra era algo corto de vista, y de noche, cuan- Obras: El sendero de los nidos de aniia, 1947. Ultimo
do cumplía corriendo en moto su servicio, viene el cuervo, 1949. El visconde demediado, 1952. El
barón Runpante, 1957. El ubaikro inexistente, 1958.
la verdad es que necesitaba gafas; pero no
lo decía, por miedo a que pudiera perjudi-
carle en su carrera.
Esta noche alguien ha denunciado que en
la autopista una banda de pilluelos está
derribando los carteles de anuncio. El agente
Astolfo sale de inspección.
A los lados de la carretera, la selva de
extrañas figuras admonitorias y gesticulantes
acompaña a Astolfo, quien las escruta una
a una, saliéndosele de tas Órbitas los ojos
miopes. D e pronto, a la luz del faro de la
moto, sorprende a ü n granujilla encaramado
en un cartel. Astolfo frena: -iEh!, ¿qué
haces ahí, tú? ¡Bájate al momento! -El
otro no se mueve y le saca la lengua. Astolfo
se acerca y ve que se trata del anuncio de
unos quesitos, con un mofletudo que se
relame-. Vaya, vaya d i c e Astolfo, y parte
a todo gas.
Al rato, en la sombra de un cartel enorme,
ilumina una triste cara asustada. -¡Alto ahí!
¡No intentes escapar! - P e r o nadie se escapa:
es un dolorido rostro humano pintado en
mitad de un pie todo lleno de callos: el
anuncio de un callicida-. Oh, perdón
-dice Astolfo, y sale zumbando.
El cartel de un sello contra la jaquecaera
una gigantesca cabeza de hombre, con las
manos sobre los ojos por tanto dolor. Astol-
fo pasa, y el faro ilumina a Marcovaldo subi-
do en todo lo alto, que con su sierra intenta
cortarle un cacho. Deslumbrado por aquella
claridad, Marcovaldo se hace un rebullo y
permanece inmóvil, agarrado de una oreja
de semejante cabezudo, con la sierra que ha
llegado ya a mitad de la frente.
Astolfo lo estudia a fondo, dice: -iAh,
sí: sellos Destapa! ¡Un cartel eficaz! ¡Bien
ideado! ¡El hombrecillo allá arriba con su
sierra representa la jaqueca que parte la
cabeza en dos! ¡Al momento lo he entendi-
do! -Y prosigue su camino.
Todo es silencio y hielo. Marcovaldo lanza
un suspiro de alivio, se afianza en el incómo-
do caballete y reanuda su tarea. E n el cielo
iluminado por la luna se propaga el apagado
graznar de la sierra contra la madera.
OSCAR CASTRO
Recortadas unas sobre otras, las cresterías vamos a tener que alejar solitos -manifiesta
de la cordillera barajan sus naipes hasta don- al caballo, completando su pensamiento.
de la mirada de Rubén Olmos puede alcan- Rubén Olmos es baqueano antiguo.
zar. Cumbres albísirnas, azules hondonadas, Aprendió la dificil ciencia junto a su padre,
contrafuertes dentados, enhiestas puntillas que desde niño lo llevó tras él por entre
van surgiendo ante su vista, siempre cam- peñascales y barrancos, pese a sus rebeliones
biantes, cada vez más difíciles al paso a me- y a la desconfianza que le inspiró al comien-
dida que ascienden. Antes de iniciar un zo la cordillera. Cuando el viejo murió
repecho demasiado fatigoso, el viajero deci- -tranquilamente en su cama- el patrón de
dido concede un descanso a su cabalgadura, la hacienda lo designó a él como reemplazan-
que resopla ya como un fuelle. Y cuandose te. Cruzó por lo menos cien veces esta barre-
ha detenido cruza su pierna izquierda por ra, que al principio se le antojara inexpug-
encima de la montura y despeña su mirada nable y trajo arreos numerosos de ganado
hacia el valle. Primero le salta a la pupila el cuyano, siempre en buenas relaciones con
espejo del río, que alarga con desgano su la fortuna.
caprichoso serpenteo por entre pastizales Eligió a “Lucero” cuando éste era todavía
y sembrados. Pasan luego sus ojos por sobre un potrillo retozón y él mismo tuvo a su car-
los cuadriláteros de unos cuantos potreros go la tarea de domarlo. Desde entonces nun-
y busca el pueblo de donde partiera en la ca quiso aceptar otra cabalgadura, a pesar d e
mañana. Al1í está, escaparate de jugueteria, que su patrón le regaló dos “bestias” más, de
con sus casas enanas y los tajos oscuros de mayor empuje al parecer, y de superiores
sus calles. Algunas planchas de cinc devuel- condiciones. Este caballo ha sido para él una
ven el reflejo solar, tajeando el aire con especie de mascota a la que se aferró la su-
pleteado y violento resplandor. perstición de su vida siempre jugada al azar.
Con un aleteo de párpados, Rubén Olmos El baqueano, habituado a la lucha épica
borra la imagen del valle y examina a su contra los elementos, antes que por las
cabalgadura, cuyos mojados ijares se con- hembras se apasionó por el peligro. Con ins-
traen y elevan u n rítmico movimiento. tintiva sabiduría puso su devoción en un
-iT’estay poniendo viejo, “Lucero”? bruto, presintiendo quizá que de él no podía
-interroga con tono cariñoso. Y el animal esperar desaires ni traiciones. Si un día le
gira su cabeza negra, que tiene una mancha dieran a elegir entre la vida de su hermano y
blanca (plagio de una estrella) en la frente, la de “Lucero”, vacilaría un rato antes de
como si comprendiera. decidirse. Porque el animal, más que u n
’
-Güeno, también es cierto que harto ha- vehículo , significó desde el comienzo un
bís trabajao; pero te quean años de viajes amigo para él. Fue algo así como la prolon-
toavía. Por lo menos, mientras la cordillera gación de s í mismo, como la vibración de sus
no se bote a mairastra ... músculos continuando en los tendones de
Torna a mirar la mole andina, familiar y “Lucero”.
amiga para él y “Lucero”; no en balde la han Rubén Olmos nació con la carne tallada
atravesado durante once años. Rubén Olmos, en dura sustancia. Sintió la vida en oleadas
encandilado un poco por la llamarada blanca golpeándole las rutas de su ser. Arriba de un
del sol en la nieve, piensa en sus compañeros caballo fue siempre el que conduce, no el
de viaje y en la ventaja que le llevan. Pero no que se deja llevar. Y esta fuerza pidió opacio
le concede importancia al detalle: está cierto para vaciarse; ninguno pudo resultarle más
de darles alcance antes que anochezca. propicio ni más adaptado a sus medios que la
-Siempre que vos me acompañís; la’e no tumultuosa crestería de los Andes.
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Mirado sin atención, el baqueano es un do mucha ventaja. Tendrá que forzar a su
hombre como todos. A lo sumo, da sensa- pingo.
ción de confianza en sí mismo. Debajo de su A su paso van surgiendo lugares conoci-
piel cobriza y de su nariz achatada asoma la dos: L a Cueva del León, La Puntilla del
evocación de algún indio, su antepasado. Su Cóndor, L a Quebrada Negra. “Mis compañe-
risa no tiene resplandores; se le oscurece en ros pueden estar esperándome en el Refugio
los ojos y, a lo más, blanquea en la punta de del Arriero”, piensa, y aprieta las espuelas en
sus dientes. Apacentador de soledades, las costillas de “Lucero”.
aprendió de ellas el silencio y la profundi- El sendero es apenas una huella imprecisa,
dad. Con “Lucero” se entiende mejor que en la cual podrían extraviarse otros ojos
con los humanos. Será porque el caballo no menos experimentados que los suyos. Pero
responde. O porque dice siempre que sícon Rubén Olmos no puede engañarse. Este
sus ojos tiernos y húmedos. ¡Vaya uno a surco anémico por donde transita es una
saber! calle abierta y ancha que conduce a un fin:
-Güeno, ahora vamos andando. la tierra cuyana. A medida que asciende, la
Asentando sus cascos en cualquier hendi- vegetación cambia de tono. Se hace más dura
dura, el caballo enfila en dirección al cielo. y retorcida para resistir los embates de las
El jinete, inclinado hacia delante, lleva el tormentas. Espinos, romerillos, quiscos filu-
compás del balanceo. Ruedan piedrecillas dos, ponen brochazos nocturnos en el albor
hacia las profundidades y tintinean las de la nieve. L a soledad comienza a tornarse
argollas del freno. Y “Lucero” -tac-tac-tac- cada vez más blanca y honda, revistiéndose
arriba, por fin, a la cima, tras caminar un de una majestuosa serenidad. El sol, ya sos-
cuarto de hora. layado hacia Occidente, forcejea por tamizar
En la altura, el viento es más resistente, su calor a través del viento.
rnás cargado de agujas frías. Resbala por la Cambia de pronto el decorado, y el caba-
cara del baqueano. Busca cualquier hueco de llo del baqueano desemboca en un inmenso
la manta para clavar su diente. Sin embargo, estadio de piedra. Dos montañas enormes
la costumbre inmuniza al hombre de su ata- enfrentan sus paréntesis, encerrando un tajo
que. Y por más que el soplo insiste, no consi- cuyo fondo no se divisa. Parece que un
gue inmutarlo. inmenso cataclismo hubiera hendido allí la
Traspuestas unas cuantas cadenas de mon- cordillera, separándola de golpe en dos.
tañas, ya no se divisa el valle. Hay cerros El jinete detiene a “Lucero”. El Paso del
hacia donde se vuelve la mirada. Y arriba, un Buitre ejerce una extraña fascinación en su
cielo frágil, puro, rnás azul que el frío del mente. A los quince años, cuando la atrave-
viento, manchado apenas por el vuelo de un só por vez primera, se le ocurrió mirar hacia
águila, señora de ese predio inabarcable. abajo, pese a las advertencias de su padre, y
La soledad de la altura es ancha, tan diáfa- al cabo de un momento vio que la hondona-
namente desamparada, que el viajero siente da empezaba a girar semejante a un embudo
a veces la leve sensación de ahogarse en el azul. Algo como una garra invisible lo tiraba
viento, como si se hallara en el fondo de un hacia el abismo, y él se dejaba ir. Por fortu-
agua infinitamente liviana. Pero el hombre na, “taita” advirtió el peligro y destruyó la
no tiene tiempo de admirar las perspectivas fascinación con un grito imperioso: ‘‘ iGüel-
magníficas del paisaje. Ni esta atmósfera que ve la cabeza, baulaque!”. Desde entonces,
parece una burbuja translúcida; ni el verde a pesar de toda su serenidad, no se atreve
rotundo y orquesta1 de las plantas, ni la a descolgar sus ojos hacia aquella profundi-
sinfonía de pájaros e insectos que ascienden dad insondable. Además, el Paso del Buitre
en flechas finas hacia la altura, dicen nada a tiene su leyenda. No puede ser atravesado
su espíritu tallado en oscuras sustancias de en Viernes Santo por un arreo de ganado sin
esfuerzo y decisión. que ocurran terribles desgracias. También su
Desde una puntilla que resalta por sobre padre le advirtió este detalle, contándole,
sus vecinos, Rubén Olmos explora el sendero como ilustración, diversos casos en que la
con la esperanza de divisar a quienes lo sima se había tragado reses y caballos de
preceden. Pero la mirada vuelve vacía de este modo inexplicable.
peregrinaje. El hombre arruga la boca. Sus E n verdad, el paso es uno de los más im-
cuatro compañeros, que partieron de la presionantes que puede presentar la cordi-
hacienda una hora antes que él, le han toma- llera. El sendero tiene allí unos ochenta cen-
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tímetros de ancho: lo justo para que pueda -Aquí están mis dos tiros -expresa.
pasar un animal entre el muro de piedra y el El desconocido io imita, y presenta, igual-
abismo. Un paso en falso... y hasta el Juicio mente, dos cápsulas sin plomo.
Final. Antes de aventurarse por aquella repi- -Mala suerte, amigo; disparamos al mismo
sa suspendida quién sabe a cuántos metros tiempo -expresa el baqueano.
del fondo, Rubén Olmos cumple escrupulo- -Así es, compañero. ¿Y qué hacemos
samente la consigna establecida entre los ahora?
transeúntes de la cordillera: desenfunda SU -Entonces uno tiene que quearse de a
revólver y dispara dos tiros al aire para adver- pies.
tir a cualquier posible viajero que la ruta -Lo qu’es golver, no hay que pensarlo si-
esta ocupada y debe aguardar. Los estampi- quiera.
dos expanden sus ondas por el aire diáfano. -El que la suerte diga.
Rebotan en las peñas y vuelven multiplica- ...
-Sí, pero ¿Cuál de los dos?
dos, hasta los oídos del baqueano. Tras un Y sin mayores comentarios, el jinete del
momento de espera, el jinete se decide alazán extrae una moneda del bolsillo y,
a reanudar su viaje. “Lucero”, asentando con colocándola sin mirarla entre sus manos
precisión sus cascos en la roca, prosigue la unidas, dice a Rubén Olmos:
marcha, sin notar al parecer, el cambio de -Pida.
fisonomía en la ruta, ‘‘ ¡Caballo lindo!”, mu- Hay una vacilación inmensa en el espíritu
sitó el hombre, resumiendo en esas palabras de Rubén. Aquellas dos manos unidas que
todo su cariño hacia el bruto. tiene ante los ojos guardan el secreto de un
L o que ocurre en seguida nunca podrá veredicto inapelable. Poseen mayor fuerza
olvidarlo Rubén Olmos. que todas las leyes escritas por los hombres.
Al salir de un recodo cerrado, el corazón El destino hablará por ellas con su voz in-
le da un vuelco enorme. E n dirección contra- flexible y escueta. Y, como Rubén Olmos
ria, a menos de veinte pasos, viene otro hom- nunca se rebeló ante el mandato de lo desco-
bre, cabalgando un alazán tostado. El estu- nocido, dice la palabra que alguien moduló
por, el desconcierto y la ira se barajan en el en su cerebro:
rostro de los viajeros. Ambos, con impulso - ¡Cara!
maquinal, sofrenan sus caballos. El primero El otro descubre, entonces, lentamente, la
en romper el angustioso silencio es el jinete moneda, y el sol oblicuo de la tarde brilla
del alazán. Tras una gruesa interjección, aña- sobre el ramo de laureles con una hoz y un
de a gritos: martillo debajo: el baqueano ha perdido. Ni
-¿Y cómo se le ocurre meterse en el ca- un gesto, sin embargo, acusa su derrumbe
mino sin avisar...? interior. Su mirada se torna dulce y lenta
Rubén Olmos sabe que con palabras nada sobre la cabeza y el cuello de “Lucero”. Su
remediará. Prosigue su avance hasta que das mano, después, materializa la caricia que
cabezas de los caballos casi se tocan. E n brota de su corazón. Y, finalmente, como
seguida, saca una voz tranquila y segura del sacudiendo la fatalidad, se deja deslizar hacia
fondo de su pecho: el sendero por la grupa lustrosa del caballo.
-El que no disparó jué usté, amigo. Desata el fusil y el morral con provisiones
El otro desenfunda su revólver, y Rubén que van amarrados a la montura. Quita des-
hace lo mismo con rapidez insospechadas en pués el envoltorio de mantas que reposa
él. S e miran un momento fijamente, y hay sobre el anca. Y todo ello va abriendo entre
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un chispazo de desafío en sus ojos. El desco- los dos hombres un silencio más hondo que
nocido tiene unas pupilas aceradas, frías, y el de la soledad andina.
unas facciones acusadoras de voluntad y Durante estos preparativos, el desconoci-
decisión. Por su exterior, por su seguridad, do parece sufrir tanto como el perdedor.
parece hombre de mente, habituado al peli- Aparentando no ver nada, trenza y destrenza
gro. Ambos comprenden que son dignos los correones del rebenque. Rubén Olmos,
adversarios. desde el fondo de su ser, le da las gracias por
Rubén Olmos se decide por fin a estable- tan bien mentida indiferencia. Cuando su
cer que la razón está de su parte. Empuñan- penosa labor ha finalizado, dice al otro, con
do SU arma con el cañón hacia el abismo, voz que conserva una indefinible y desespe-
para no infundir desconfianza, extrae las rada firmeza:
balas, presentando un par de vainillas vacías. -¿Encontró en el camino a cuatro arrie-
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ros con dos mulas, por casualidad?
-Sí, en el Refugio estaban descansando.
¿Son compañeros?
-Sí, por suerte.
“Lucero, sorprendido tal vez de que se le
quite la silla en tan intempestivo lugar, vuel-
ve la cabeza y Rubén contempla por un mo-
mento sus ojos de agua mansa y nocturna.
La estrella de la frente. Las orejas erguidas.
Las narices nerviosas... Para decidirse de una
vez, echa al aire su voz cargada de secreta
pesadumbre:
-Sujete bien su bestia, amigo -el otro
afirma las riendas, desviando la cabeza de su
alazán hacia el cerro.
Entonces Rubén Olmos, como quien se
descuaja el corazón, palmotea nuevamente a
“1-ucero” en el cuello, y de un empellón
inmenso, lo hace rodar al abismo.
Juan Mihovilovic
que no sabía qué hacer. Que me levantaba y
de inmediato yo retomaba mi estado
habitual.
Lo cierto es que no podía. Mi madre me
erguía, pero sus buenas intenciones no pros-
peraban. Recuerdo que al principio no era
ANDRES TENIA SU M U N D O motivo de preocupación. Por lo demás la
gran mayoría de las guaguas se arrastran
antes de caminar. Si mi madre me levantaba
H e gateado como todos los niños. A los y ponía en dos pies sentía unos mareos
ocho meses gateaba. extraños. Todo daba vueltas. Yo mismo era
A los dos años seguía gateando, pero hice una pelota girando en forma interminable.
algo extraño. Bueno, no tan extraño en prin- Al fin me iba al piso y volvía a reconocerme.
cipio: me alzaba en cuatro manos y mante- Mis padres decidieron amarrarme un par
nía los brazos y las piernas rígidas. Luego de veces a los barrotes de la cuna para que
asomaba la cabeza por entre las piernas y me acostumbrara. Al comienzo era inútil. Yo
observaba. Las cosas que me rodeaban tenía cinco años y para no vomitar cerraba
tenían, de esta forma, otra perspectiva. Esto los ojos. Nada ni nadie me hacía abrirlos
que explico es algo, aparentemente, compli- hasta que el cansancio me vencía y termina-
cado. Yo vivía en esa posición. Cada figura ba dormido.
tenía para m í su propio significado, aunque Pero, no todo quedaría así para siempre.
en ese entonces también, cada cosa la veía El hecho de erguirme a la fuerza les sirvió
diferente. M i padre era un par de piernas a quienes querían convertirme en un ser nor-
bajo un par de pantalones. Cuando escucha- mal. Dentro de mis mareos pude ver los
ba su voz las piernas se movían para m í s u rostros de mis padres, los verdaderos rostros
voz provenía de sus piernas. S u cabeza eran para la mayoría. Al comienzo me asustaron,
las piernas y como yo no veía más arriba de pero como rápidamente cerraba los ojos aca-
las rodillas creía que un cuerpo comenzaba baba por olvidarlos. Ver aquello fue un cam-
en un par de zapatos y terminaba en un par bio absoluto. Para un niño que no sabe de
de rodillas- A s í y todo entendía las cosas con bocas ni pupilas verlas de pronto era peor
facil’idad. No era complejo tener mi mundo. que una pesadilla
Los muebles estaban al revés, pero al revés U n día desperté mirando el techo de la
era para m í lo cierto. Al abrir una puerta casa Hasta ese entonces dormía boca abajo.
se abría desde abajo. Las ventanas no las Yo conocía algunas cosas enteras: el gato
conocía ni imaginaba que se miraba a la por ejemplo, los pajaritos, cuando me saca-
gente tras una cortina. Vivir de esa manera ban al patio y se paraban a comer a mi lado.
no era una costumbre ni un hábito: simple- Conocía las hormigas como nadie sin la difi-
mente el mundo era a s í y hasta hoy no me cultad de quienes las observan desde lejos o
he respondido por qué un día cambié de las ignoran. Me entretenía horas mirando su
posición. Yo era feliz. Mejor dicho, nunca trabajo. E n fin, poseía tantas .cosas que al
cuestioné la felicidad ni me compliqué tenerlas no sabía que eran mías.
respecto de lo que me rodeaba. Siendo limi- Pero, un día tenía que despertar boca
tado en mi visión todo era sencillo. A nadie arriba admirado del techo de mi pieza. Tam-
vi un rostro enojado y si escuchaba palabras bién pajaritos, pero eran de papel y colgaban
agresivas no pensaba que ellas llevaban una de un hilo.
finalidad. Por lo demás ver un rostro era ver Fue en ese momento cuando entró un
un par de piernas y ellas mantenían siempre hombre trayendo en la parte de arriba una
idéntica posición, por lo que en nada variaba cabeza. Me miró. Me nombró sonriendo y y o
mi forma de escuchar. Hoy sé lo que signifi- supe que estaba naciendo.
can las palabras alteradas en un rostro airado Juan Mihovilovic
y no es agradable. Punta Arenas, 1951. Tiene publicada una novela: “La
Yo sabía que la gente me consideraba un ultima condena”. Editorial Pehuén, 1983. Ha obtenido
numerosos premios en concursos de novela, -cuentos y
niño raro. Lo descubrí cuando la señora A n a poesía, destacándose: 1er. Premio Cuento, Revista Andrés
le dijo a mi madre: -Tienes que mantenerlo Bello, 1978; ler. Premio Pedro de Oña, Novela, 1980;
de pie. Esto no es normal. Lleva tres años así 2do. Premio Gabriela Mistral, Novela, 1980; ler. Premio
Cuento Nacional de “Bata”, 1982; ler. Premio Certamen
22 lnternacionai “Julio Cortázar 1984”, Poesía.
die tiene la culpa” o “Sin tener la culpa” o...
algo así... ¿cómo era? S e sobresalta. No lo
Yanko Rosenmnn recuerda. No pretende perder los últimos
minutos de su vida en recordar el título de
un estúpido relato (no tanto, por la evidente
CAIDA LIBRE DE UN CUERPO similitud que tenía dicho relato con la mor-
SOBRE LA TIERRA tal situación en que 61 se hallaba). A todo
DESDE UNA GRAN DISTANCIA esto, seguía cayendo a una velocidad cada
vez mayor a causa de la maldita gravedad
“Si m es la masa del cuerpo y M la de la que despreciando el roce aumenta propor-
tierra, la ley de gravitación de Newton nos ...
cionalmente al tiempo de caída principios
dice que la fuerza ejercida por la tierra sobre elementales de Cinemática... en el ramo de
el cuerpo tiene el valor de: Mecánica. El año de la Adriana ...
¡Maldita
pécora infame! Lo había chupado entero. A
F = -r m M ver si después de mi muerte se irá a dar cuen-
? ,) ta de su acción, de haberme dejado sumergi-
do en la cloaca apoteósica del abandono con
Entonces sucedió que se cayó del avión. Y la desesperanza en el límite que tiende a
al ir viajando por los aires, escrutando el infinito y en el pecho esa angustia en forma
horizonte, se sintió paradojalmente libre, exponencial que me carcomió hasta el últi-
como si nada le hubiese sucedido. Así, dulcí- mo hueso... ¡Mierda!... si tan Sólo las partí-
simo por los aires. Poco a poco comenzó a culas de aire tuvieran mayor masa, así
percibir el efecto de la fuerza de gravedad y aumentaría el coeficiente de roce demoran-
por lo tanto, la gravedad del asunto mismo; do algunos segundos más este descenso.
ir cayendo al final de su vida. El miedo Esto de demorar la llegada de la muerte no
comenzó a crecer proporcionalmente a la era en realidad por el terror a ella misma,
velocidad de caída. Casi podía palpar la sino más bien para poder seguir divagando,
muerte con los brazos abiertos. Sedienta. ya que comenzó a darse cuenta que poco a
Esperándolo allá abajo. Fugazmente recor- poco sus pensamientos se encaminaban hacia
dó otra caída, otro descenso profundo y con algo “de profundis”, hacia esa reflexión
un final similar; algo que si bien no era la constante de siempre lo angustió en demasía.
muerte lo que estaba en juego tenía la Eso que lo hacía sentirse un existencialista
misma atmósfera de esta testamental caída. sin rumbo en el recorrido. Parecía que toda
La Adriana. Sí, le sirvió de consuelo y espe- posibilidad de salvación le abría la puerta de
ranza haberse recordado que, cuando lo una lucidez impresionante. Sólo me aferraría
abandonó la Adriana, se sintió caer en el a un paracaídas... co-mo se achatan los idea-
vacío más infinito, más desolador y en reali- les, las metas... ¡Podría cambiar todo por
dad no fue para tanto, aunque eso sí, podría un paracaídas! Comenzaba a comprender el
haber sido peor de no haber sido por la Pola, verdadero sentido de las palabras, las pala-
que en cierta forma le amortiguó bastante el bras con el sentido de propiedad que nunca
golpe. El horizonte ya se ubicaba a la altura antes le había dado... paracaídas., .para-mi-
de sus pies, lo que le permitía ir calculando caída... ....y si es así, cuántas cosas más po-
la velocidad del descenso. La situación, de dría comprender, las que siempre se le plan-
angustiosa, comenzó a hacerse incómoda. No tearon como una teoría metafísica, lejana,
hallaba qué hacer; si intentar cambiar de sin posibilidad de “praxis” alguna, sin el gran
posición para morir por la médula o mejor valor de la experiencia... en k que me veo
quedarse tal cual y triturarse las piernas. i nvoluntariamente i nvolucrado, subyugado.
Cada vez que pensaba algo así, tan estúpido, Sólo debo apresurarme... ¿cómo era?...‘
ante la puerta de la muerte, lo invadía una vamos... ¡por Dios... como era! Eso de ...
sensación infame y absurda. Por momentos poder estar vivos d o por un azar, pero en
se sentía inserto en el papel protagónico de cuanto ocupamos un espacio físico, nos está
un relato al estilo de los de Cortázar (en encomendado un objetivo, pues nada preva-
(realidad porque eran los Únicos que había lece en el traicionero Mundo de! Ingenio
leído) y que cualquier pensamiento que cru- disecado en el calvario solitario o en el muro
zara por su cabeza sería puesto de la forma de los verdaderos lamentos ... ...
ni siquiera la
más ingeniosa y literaria, como ese de “Na- inercia , y en realidad hasta el hecho de ocu-
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par un espacio para que haya un sentido, el rápidamente reinició sus imploraciones al
...
inmutable, el omnipotente porque no pue- omnipotente, solicitándole ahora (por haber
de ser que sólo una Licenciatura en Física en visto al jote, supongo) un par de alas. L e gri-
la mano y el Corazón deshabitado, navegan- taba a toda voz su petición de Icaro; luego lo
do en la nada de nada solamente asimiladas insultaba, le imprecaba las más terribles gro-
por sicologías ajenas y desesperadas, ansiosas serías y garabatos hasta quedar tendido en el
de respuestas con códigos ajenos a la imagen aire de puro cansancio. Agotado y absoluta-
misma... resulta que en estos momentos soy mente escéptico tuvo tiempo de llorar y las
víctima del fenómeno más elemental de la lágrimas -por la velocidad impresionante
Física, la fuerza de gravedad, y me lleva a la que llevaba- comenzaron a subirle por la
muerte sin ser capaz de discernir nada más, frente, mezclándose con el sudor de muerte
tan sólo la causa de esto de estar bajo una que le estrujaba la cabeza. No sabe m‘mo
condición natural arrastrándome al fin de mi fue. La cosa es que al querer enterrar la
vida sin aportarme nada de nada, nada... y si cabeza en el abrigo se le metió por entreme-
nada me aportó estrujarme la cabeza resol- dio de éste y el pulover un gorrión, que
viendo problemas laberínticos y gratuitos comenzó a aletear desesperado, metiéndose
sobre “Caída libre de los cuerpos” sin com- esta vez, entre la camisa y la camiseta. El
prometer a mi cuerpo... ¡Qué me queda de pájaro, tan desesperado como él, aleteaba
todo lo restante!, de la Cósmica, de la Nu- enfurecido y era peor, pues más se enredaba
clear, si ahora ni siquiera me sostiene una en los ropajes. L e picoteaba el estómago, se
estructura atómica... la incertidumbre que- le subía por el pecho, de pronto se tranquili-
dó en ese inconcluso poema, el Único que zaba y comenzaba a tirarle los pelos con las
...
logré pulsar en mi vida ... mi vida que se patas, la víctima lo palmoteaba suavemente
está consumiendo con aceleración constante como sin querer hacerle daño, lo cual le
y con su Integral aumentando metro a me- hacía crecer más su angustia. No pudo conte-
tro ... en caída libre... libre de todo lo otro, ner más la tensión de los músculos ni el frun-
lo consumado, la Pola, la Adriana, la pintora cimiento de la boca cuando el pajarillo logró
de la esquina que descalza, salía a la vereda trepar hasta su axila y soltó una estruendosa
y se sacaba las medias para sentir cómo se carcajada, una carcajada gutural, desde lo
estremecía la tierra con la llegada del cre- más hondo de sus vísceras como la abertura
púsculo... ...D e pronto no entendía c o h o de una represa que sostiene el caudal de un
demoraba tanto la caída, ahora sólo ansiaba bravío rio. S u rio. L a represa sellada en
llegar luego, estamparse en la tierra como un alguna tarde lluviosa de su pubertad. Su río.
sello postal, eterno, sin remitente. Pero el Y comenzó a reír involuntaria y descontro-
tiempo previo a la muerte se enancha, el ritmo ladamente. Reía. Desesperadamente intenta-
es ajeno a segundos y horas, se expande, ba zafar al avecilla de la prisión del brazo,
dejando cabida a una revisión de los pasos en pero la cosquilla era cada vez peor; era un
falso dados en el recorrido de existencia. E n vómito definitivo. Y ahí estaba, a un paso de
especial a los tropezones, a las trampas pues- la muerte y muerto de la risa, ubicado en la
tas por uno mismo en el camino. Gritó. S u paradoja más absurda y lapidaria. Y a no pen-
cabeza no lograba liberarse de lo absurdo. saba en nada. No podía concentrarse ni
A pocos metros podía percibir algunos pája- siquiera en su auto-extremaunción. E n libe-
ros, debe quedar poco ¿ y si hubiese un col- rarse de sus pecados. A la altura que llevaba
chón de paja esperándome? Si lo hubiera,‘ podía divisarse ya el terreno y parecía, que
prometería comprometerme por entero a las se había abierto a su espera; era desolado,
...
reflexiones de este descenso mortal ¡Sí, lo algunas piedras y uno que otro pequeño
prometo! ¡Dios! ...¿me escuchas? ¡Por la arbusto conformaban el futuro sórdido cua-
Divina Gracia, haz que algo me amortigüe dro. S u pie derecho fue la primera parte del
allá abajo! que n o sea el resorte de la muerte cuerpo que tocó tierra. Milésimas de segun-
que me enviaría nuevamente al cielo y los dos más tarde cayó como un bulto todo el
benditos límites de tu Reino. Abrazaré estas resto. S u cabeza fue la Última en azotarse
percepciones Apocalípticas por el resto de con una piedra bañándola casi instantánea-
mis días, si es de tu voluntad dejarme-aún mente de sus sesos blanquecinos, metódicos,
en vida ... ...S u súplica de Resurrección fue cuadriculados, grises de teorías. Sus ojos
bruscamente interrumpida por el vuelo de un extremadamente abiertos miraban el cielo, el
jote que pasó muy cerca de su cabeza, pero Reino de Dios que no quiso protegerlo en
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sus dominios, que fue vencido por la cruda les un par de detalles en común: ambas utili-
realidad de un campo gravitacional. Un silen- zaban antiguos peines de marfil, ornamenta-
cio hondo y sepulcral invadía el terreno. Ese dos con filigranas doradas, y, lo que era del
silencio típico y terrible que siempre sucede todo irracional -considerando la espesa
a toda catástrofe. L a quietud del campo lluvia que traspasaba los impermeables- sus
-súbitamente convertido en cementerio- largos cabellos permanecían en idéntica
fue interrumpido por los aleteos del gorrión forma iisecos!! Confuso, me detuve a
en su desperado intento por zafarse definiti- observarla. Ante mi insistente mirada, res-
vamente de su prisión de géneros. Finalmen- pondió con un chispazo en la suya, solidi-
te logró desprenderse y emprendió vuelo a ficando las gotas frente a su rostro y ocul-
la altura del pecho del hombre, como si fuese tándose tras ese antifaz opalino. Parpadeé
la imagen de su Alma levitando hacia la intentando aclarar lo que -precipitado-
Eternidad... y comenzó a volar por los aires, creí, sería una ilusión óptica, sin conseguir-
libre, como si nada le hubiese sucedido. lo. L a cortina lechosa continuaba separán-
Así, dulcísimo por los aires, escrutando el donos y tornándose por momentos, más y
horizonte. más impenetrable. Acometido por el temor
abstracto de la sin razón, me escabullí bus-
cando el protector anonimato de la muche-
dumbre que, ensimismada en sus quehaceres,
Yanko Rosenmann, Santiago, 1962. Obtuvo mención no parecía advertir lo que de extraordinario
honrosa en el Concurso de Cuentos organizado por revista
Paula, en 1983. y a la par, amenazante, ocultaba aquello
sucediendo a su alrededor. Aun así, mi
curiosidad se impuso y quise forzar nuevas
respuestas cristalinas, y ya no las hubo. No
encontré otras peinándose en esa cuadra, ni
tampoco en la siguiente; en cambio, al
desembocar en la Alameda, la situación era
distinta i y por completo! Rubias y morenas,
esponjaban rítmicamente sus cabellos mascu-
llando quién sabe qué letanía intraducible,
de cara al oriente; luego, finalizado el rito,
escondían entre sus ropas los peines y se
iban confundiéndose en el gentío con una
sonrisa indefinida y expresión acechadora.
“Maligna” ... calificó de inmediato el sub-
consciente (tal vez, asaetado por el conoci-
miento transmitido en las generaciones),
impulsándose a alertar los oídos en direc-
ción a un par de “ellas” que hablaban entre
SI’, mirando casuales el sol amarillento, y a
Se dice en Europa que cuando llueve con todas luces, disfrutando del chaparrón que
sol, salen las brujas de sus escondrijos a escurría de sus vestidos a los adocretos de la
peinarse para renovar sus poderes y seguir calzada, como una reluciente tela-araña y
deteniendo su tiempo. Creerlo allí, es casi con la festiva ingenuidad de un chapoteo
natural. Están presentes desde que la vieja infantil en arroyos domingueros; algo com-
tierra comenzó a ser... pero encontrarlas pletamente lejano a lo que sucedía en mi
en medio del trajín de la gente y los para- interior, desquiciado, a medida que les
guas, en plena calle Ahumada, fue una escuchaba comentar de “su exitoso traslado
revelación inesperada, tanto así, que al prin- de hemisferio -escapando del anormal calor
cipio, no supe de qué se trataba al ver a la seco del Norte- decían; y de su agrado por
primera haciéndolo tranquilamente bajo el encontrarse en esta tierra de clima generoso
agua. -propicio a sus intereses- y que no tenían
-“Cosas de mujeres...”. Me dije, no dán- la intención de abandonar...”. Comprendí
dole mayor importancia. Sin embargo, un el peligro que correría sí era sorprendido o
poco más adelante había otra en actitud lo que era peor, ¡si las delataba! y bajé los
similar y le presté atención por encontrar- ojos, arremetiendo contra los transeúntes
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a la caza de un taxi que me alejara de la
tentación de gritar mi descubrimiento:
i¡Brujas en la Alameda! ! Pude sobreponer-
me y callé, soportando a solas el peso del
conocimiento por temor -en parte- al
pánico que él pudiera provocar, y a la vez,
iba cavilando a qué o quién recurrir para
obligarlas a marcharse. Entonces, distraído UN VIDRIO QUEBRADO
como estaba, por poco caigo de bruces sobre
la jovencita agachada, que trataba de alzar
la reja de la alcantarilla tanteando con sus Mariela vino a nacer quince años después
manos el agua barrosa. Había desesperación de Lucía. El abogado Martínez debió confor-
en sus gestos y lágrimas corriendo con la marse con no tener heredero varón.
lluvia por su cara. Olvidé mis propias preocu- Miró con alegría a sus hijas desde el bal-
paciones y la hice a un lado. Con bastante cón de su dormitorio. Mariela de vestido
esfuerzo y un buen rato después, levanté la blanco y cinta al pelo corría por el jardín
trampilla y la puse en la vereda. Ella no me que bordeaba la terraza. Lucía sentada en un
dio tiempo a nada; pues sumergiendo los banco, estudiaba.
brazos hasta alcanzar el fondo, extrajo -cho- Quizá sea mucha la diferencia de edad de
rreante y sucio- un peine marfileño, entre- las niñas, pensó. Lucía tenía ya diecinueve
cruzado de hilillos de oro. Lo leyó en mis años y estudiaba arquitectura, Mariela recién
ojos. Sin mediar palabra, se tomó de mi había cumplido los cuatro y asistía al pre-
brazo y empezamos a caminar. kinder por las mañanas.
Eso fue hace ya mucho... pero, no puedo El señor Martínez subió al auto y echó a
dejar de tener presente en la memoria, la andar el motor. Bajó el vidrio y le gritó a su
angustia vivida por nosotros al enfrentarnos hija mayor: -Tu madre llegará después de
a “ellas”; especialmente, cuando llueve con las ocho, ¡no te olvides del jarabe de Marie-
sol -como ahora- me recorre un chasquilleo la! L a niña se quedó con la cara metida entre
de temerosa incertidumbre al imaginar tan los barrotes de la reja, mirando cómo el auto
sólo, que pudieran arrepentirse y faltar a su de papá se alejaba.
promesa, regresando un día cualquiera a Mariela vio venir a Verónica, compañera
Santiago; pero, mi mujer, cariñosa como de Universidad de su hermana. Corrió a
siempre, se ríe un poco de mi adversión a las abrirle la puerta, ésta la saludó poniéndose
tormentaj de verano y termina por tranquili- en cuclillas para darle un beso. Cruzó el jar-
zarme diciendo que: “las brujas, también dín, subió a la terraza y empezó a dejar
tiene,n palabra... ¿o no?”. No puedo desmen- sobre la mesa de cubierta de vidrio los mu-
tirla; es cierto. Ella me lo ha demostrado. No chos libros, folletos y revistas que traía.
ha vuelto a usar su peine de marfil con fili- Toda la terraza se llenó de escuadras, com-
granas doradas... pases, rollos de papel transparente y lápices
de todos los colores imaginables. Mariela no
se despegó del lugar donde estaban su herma-
na y su amiga, atraída por los colores casi
María Pilar Laporta. Madrid, España, 1938. Ha sido publica-
luminosos y las extrañas formas de los teso-
da en las antologías de cuentos: Tres veces siete, en 1984. ros que ellas tenían.
Y Cuentos del Soma, 1984. Obras inéditas, novelas y -¿Por qué no te vas a ver televisión un
cuentos. Reside en Santiago de Chile.
rato?, invitó Lucía. Mariela no contestó.
¿Para qué sirve esto?, preguntó tomando una
regla pequeña.
-¡Ya Mariela, a jugar!, gritó Lucía con
gesto autor itar¡o.
L a niña no tenía intención de irse; a la
nana María le había tocado salida y en toda
la casa no había nada que fuera más intere-
sante que todo eso que Lucía y Verónica
tenían sobre la mesa.
Verónica tiende un cordón largo y pone
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a sonar una pequeña grabadora sobre una ta que logra dar con ella, sobre la mesa de
silla. trabajo. Nadie le dice nada, nadie ha visto
-¿Para qué sirve eso?, pregunta la niña y nada.
da vueltas la brillante perilla del volúmen. Toma la manguera que está sobre el pasto
-Anda a jugar a otra parte o me voy a y se moja, sabe que eso se lo tienen prohibi-
enojar, dice Lucía con auténtico desagrado. do. Se tira al suelo para embarrar su vestido
Mariela se va, da una vuelta completa por blanco. No, nada. L a idea de que realmente
detrás de la casa y vuelve. Se apodera de un la han borrado, va tomando cuerpo dentro
marcador de fibra y raya una hoja blanca de su pequeña cabeza.
que estaba junto a la grabadora. VerÓnica da Corre, se tuerce un pie. Con el pelo sobre
un grito. ¡No, eso no! ... Lucía palidece. la cara y mirando hacia su hermana, llora.
-Anda a jugar, Mariela, ruega Lucía em- Ella conversa.
pujándola por los hombros. -Te presto la Se mordió el labio inferior y cogió una
flauta dulce, ¿quieres? piedra; esta vez sí daría resultado. Lanzó la
Verónica toma un plumón y lo apunta a la piedra directamente contra el ventanal gran-
cara de la niña. de del living. El vidrio se hizo astillas, pero
- ¡Si no te vas, te pinto! ni Lucía ni Verónica dijeron nada, ni siquie-
- ¡La cara no!, grita la niña y arranca. ra un gesto. Corrió entonces, a refugiarse al
Verónica la persigue un trecho largo a pasi- cuarto de cachureos al final del patio.
tos muy cortos para no pillarla. Ha obscurecido. Lucía y Verónica aún tra-
Son cuarenta y cinco grados, dice Lucía y bajan.
traza la línea con lápiz de carbón. L a madre llega, saluda y pregunta por
-¿Qué son cuarentaicinco grados?, suena Mariela. -No sé, contesta Lucía, recién anda-
la voz pequeña de Mariela. ba por ahí.
Lucía toma la goma de borrar y con un La madre se interna por la casa llamándo-
grito en la mirada amenaza a su hermana: la. Al oír la voz, la pequeña corre y se aferra
- ¡Si no te vas lejos, te borro!, te borro igual a ella con su cara enrojecida y su vestido su-
que si fueras una raya. cio. Su cuerpo es Sólo un llanto y un temblor
-Las gomas no sirven para borrar gente, sostenido.
replica la pequeña con seguridad. -¿Qué pasó? ¿Por qué llora la niña?, pre-
-Eso es lo que tú crees, iahora verás! gunta sin lograr sacar palabra de la criatura.
Lucía coge la goma con gesto violento y se la -No sé, dice Lucía con aire distraído, de-
pasa por todo el cuerpo a su hermana, de be ser porque quebró un vidrio.
pies a cabeza.
-Ya no está, dice VerÓnica asintiendo con
la cabeza, borramos a la niña molestosa,
ahora no está. Luis Alberto Tamayo (1960). Ganó el concurso de cuento
Lucía y Verónica siguen trabajando en por los Derechos Humanos (1978). Ha obtenido otros pre-
silencio. Mariela se mira sus zapatos y su mios en concursos de cuentos y novela inédito.
vestido blanco. -No me borraste, dice desa-
fiante.
Lucía se hace la sorda. La niña corre hasta
el borde de la piscina, corre haciendo sonar
sus pies. Nada, su hermana y Verónica pare-
cen no verla. Vuelve a la mesa, toma un lápiz
pero nadie le habla, no la miran. -Estoy
aburrida, dice después de un rato acercándo-
se y tirando a Lucía de una punta de su ves-
tido. -Lucía, ¿te puedo ayudar?
Todo está en completo silencio.
--¡Lucííía!, grita la niña dándole una
patada en las canillas. Nada, ésta.sigue inalte-
rable, compás en mano trazando circulos.
L a hermana y su amiga trabajan y con-
versan. Mariela juega con una pelota roja de
plástico; se acerca varias veces y la lanza, has-
27
CU€NTO-BRW€
i
EL AMOR Y LA MUERTE PAR LAGERKVIST (Sueco)
Una noche paseaba las calles con mi amada, cuando al pasar ante una casa de lúgubre aspecto,
abrióse repentinamente la puerta y un Amorcillo dio un paso fuera de las sombras. Mas no era un Amor-
cillo común -frágil, delicado y artístico-, sino un hombrazo pesado y fornido, con todo el cuerpo
cubierto de pelos, que más parecía un guerrero bárbaro apuntándome con su rústico arco. Me disparó
una flecha que me alcanzó en el pecho. Retiró después la pierna y cerró tras de sí la puerta de aquella
casa semejante a un castillo hosco y sombrío. Y o caí, pero mi amada continuó su paseo. Pienso que no
advirtió mi caída, pues, de lo contrario, se hubiera inclinado sobre mi cuerpo y habría tratado de soco-
rrerme. Mas como siguió, sin detenerse, comprendí que no se había dado cuenta de mi caída. Mi sangre
corrió tras ella, durante un rato, como un arroyuelo, hasta que se detuvo cuando ya no pudo alcanzarla.
Siempre imagino que mi madre tiene nada más que veinticinco años (la edad que ella tenía cuando
yo nací) de ahí que me enfurezca si la oigo arrastrar los pies, cloquear, toser, pensar como UM vieja. No
entiendo por qué a los veinticinco años le han salido arrugas ni me explico cómo siendo tan joven se acues-
ta tan temprano.
Si en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal descubrimiento me llena de
horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de
manera que enseguida recupera sus veinticinco años.
Ella me trata a m í continuamente como si fuera una niña, por lo cual nos entendemos perfecta-
mente. No insisto en crecer, porque sé que es inútil: para nosotras dos, el tiempo se ha estacionado y
ninguna cosa del mundo podría hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de veinticinco; a nuestros
funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás llegaron a crecer.
l
EL ARGUMENTO Alvaro Menen Desleal (El Salvador)
Se había escapado de la escuela. Era la primera vez, y le pareció que la mejor manera de pasar el
tiempo sería viendo una película. Depositó su bolso escolar en un tenducho, llegó al cine y compró una
localidad barata, listo para sumergirse por noventa minutos en un mundo apasionante. Ya estaban apaga-
das las luces de la sala, y a tientas buscó un sitio vacío. Los mágicos letreros de la pantalla daban el título
de la cinta, la que comenzó de inmediato.
E n la película, un pequeño actor hacía el papel de un escolar que, por primera vez, se escapaba de la
escuela. Pareciéndole que la mejor manera de llenar el tiempo era en un cine, compra una localidad barata
y entra a la sala cuando en la pantalla un actor de pocos años hacía el papel de un escolar, que por primera
vez, se fuga de la escuela, y decide ir al cine para pasar el tiempo. El actorcito tomaba asiento en el instan-
te en que, en el film, un niño escolar, fugado de la escuela, entra a un cine para pasar el tiempo. Al frente
se proyectaba la imagen de un niño que, por primera vez, faltaba a su escuela y llenaba su tiempo viendo
una cinta, cuyo argumento consistía en que un chico, por primera vez...
Yo le dije al mariscal de campo con todo respeto: -Usted me envía al matadero. Está previsto que
en este ataque nadie escapará con vida. Ahora bien, usted me obliga a disparar con este torpe fusil que
tiene un corcho en la punta, mi general. Usted me dice que esperamos la hora cero para asaltar al enemigo
que nos espera con las ametralladoras camufladas en las casamatas. Mi capitán, no es que yo sea cobarde.
Saludo a la bandera antes de partir, soy joven, difícil sostener que tengo derecho a la vida porque la guerra
es la guerra, eso está claro, mi cabo, pero el hecho de que yo me haya enredado con su mujer, después de
todo, se puede arreglar con un trato de caballeros. En todo caso cuando se acueste con ella dígale que mis
Últimas palabras fueron: ¡Viva la patria, viva el amor!, pero no le dé mayores detalles cuando se ponga a
llorar y salga a buscarme en medio de la noche, mi sargento cornudo.
28
CRONICR
REENCUENTRO CON NUESTRO TIEMPO
Por EDUARDO BRICERO
La editorial Bruguera, en una iniciativa que la prestigia, gan y marginan a un porcentaje bastante importante de los
en octubre pasado, publicó el libro ENCUENTO. L a miembros de la cultura nacional.
edición nació, realmente, durante el desarrollo del Encuen- Sin embargo, quiéraselo aceptarlo o no, la actividad
tro de Narrativa que se realizó durante una semana en el escritura1 de hoy día está enmarcada por un suceso históri-
Instituto Chileno Francés de Cultura. Veintiún escritores co que, a semejanza de la figura histórica de Cristo, borra
leyeron sus obras a un público ávido de conocer obras y un decurso natural de la historia y obliga a los hombres a
autores de un género tan huérfano de difusión y oportuni- contar de nuevo, ha partir de cero. Explica M. Cerda:
dades de probar frente al lector su valía y eficacia. “Pareciera, en efecto, que cada vez que una sociedad se
El evento contó, además, con el patrocinio de la Socie- altera -y los testimonios no escasean-, el argumento de la
dad de Escritores de Chile y reunió a un grupo de cultores vida colectiva se sustrae, como si cada situación realmente
del género cuentístico que abarcan a casi dos generaciones vivida se enmascarase y no pudiera ser descrita directamen-
de literatos chilenos. te. Los tiempos de alteración, en verdad, son todos esos
L a selección que recoge Bruguera, tiene la particulari- períodos de la historia de una sociedad en los que, en Últi-
dad de haber sido hecha por sus propios autores. Por ésta y mo trámite, la vida se vuelve radicalmente incierta e insegu-
otras razones, la cuasi antología que comentamos, tiene ra. Son tiempos de grave crisis o perturbación, en los que las
peculiaridades que no la asemejan a trabajos anteriores que instituciones Y las leyes por las que se regía la vida colectiva
se publicaron en el pasado. e individual se desploman o se transforman en algo distinto
E n efecto, Martín Cerda, presentador de la selección, a lo que tradicionalmente habían sido. Son tiempos, en
expresa al inicio que “este libro no pretende ser una antolo- suma, de violencia extrema, en los que todo parece devalua-
gía del cuento chileno de nuestros días ...” sino que “ensaya do, decaído o quebrado en innumerables partículas”.
ser sólo un registro parcial pero significativo de la cuentísti- Luego de constatar el hecho doloroso, el ensayista pasa
ca escrita en Chile durante la Última década...”. Ubicado en a determinar la función histórica que le ha correspondido
su propio epicentro de aspiraciones y limitantes, podemos asumir al escritor. Pero, además de ambos aspectos, aborda-
agregar que la selección, como toda opción, no incluye ni dos magistralmente por Martín Cerda, se podría agregar un
a los mejores ni a los peores exponentes de la narrativa tercero: cómo se reflejan prácticamente, es decir en produc-
chilena del Último cuarto de siglo. Es una muestra extensa, tos culturales, la realidad trágica que involucra y enlaza, con
intensa y significativa. una conjunción de fuego, a varias generaciones. Porque,
L a presentación de Marti’n Cerda “Escritos de Chile”, en siempre que se aborda el problema del Golpe de Estado del
rigor, un ensayo a secas, da cuenta, en forma científica, pre- 73 y su dolorosa secuela, por razones obvias, se recuerda y
cisa y objetiva, de la crisis que la sociedad chilena soporta compadece a los afectados en forma directa (fusilados,
estoicamente hace más de diez años. Para 61, el escritor no prisioneros de guerra, exiliados, perseguidos). Pero se olvi-
está ni al margen ni a favor del orden que se constituye a da, inconscientemente, de la generación en gestación por
la época y que, debido al cambio violento, no tendrá nunca
partir de la crisis; el escritor realiza su oficio, escribir, Y a
pesar de todo, con la crisis a cuestas en su estilo, en su pro- oportunidad de llegar a terminarla, ni menos llegar a su
plenitud o vigencia: son las llamadas “generaciones perdl-
blemática, con sus propias y particulares inquietudes. Seña-
la Cerda: “Todos los relatos que este libro incluye, por dis- das”. Sin embargo, esta generación, de todas maneras, se
tantes que parezcan entre sí y por distintos que sean sus desarrolla: mal o bien; deformada o con taras; a espaldas
grados de ejecución, se reencuentran, sin embargo, en el o adherida al nuevo orden. De todas maneras, es una gene-
enclave de haber sido todos escritos en una situación anáio- ración que, aunque diezmada y disgregada, es crítica y origi-
ga a la que vivieron los escritores chilenos durante los años nal frente a la nueva ideología imperante (o la vieja disfraza-
da de nueva). D e alguna manera alcanzó a coger la esencia
inmediatamente posteriores a la sacudida 1891”.
En el lenguaje literario se hermanan los hombres en con- de las virtudes del anterior régimen de vida de sus connacio-
tradicción a lo que ocurre en su actuar público. E n este nales. Tiene, evidentemente, una conciencia estructural más
sentido, la muestra en cuestión, guarda un cauteioso respeto rebelde y madura que le permite, por analogía y compara-
por mantener refleiada la coexistencia, el pluralismo y la ción, establecer un sistema de oposiciones entre dos o más
originalidad que conforma la república de los escritores. opciones de concepciones del Estado.
Valga subrayar este aspecto puesto que tales condiciones no Pero, la generación mayormente afectada, y aún no
se dan en los medios habituales de comunicación que segre- existe conciencia de ello, es la que viene enseguida: aquella
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que se gesta dentro del nuevo régimen y que, por lo tanto,
no tiene una base de comparación ni una mentalidad libre
y creadora. Esta ú!tima generación, indudablemente, no
está representada en el ENCUENTO. Habrá que esperar
si es capaz de romper el cerco dorado, de desarrollarse a
pesar de la falta de expectativas reales. En general, este tipo
de generaciones, no tiene u n proyecto propio de vida y casi
no genera las condiciones para terminar con una situación
que, para ellos, es natural pero castrante.
La falta d e horizontes e Itinerarios propios hace caer de
la abulia a la violencia a una generación que no tiene ni
encuentra su cauce directo. A T R A S SIN GOLPE, por Ramón Díaz Eterovic, La Gota
E n un intento de clasificación simple, podemos destacar Pura - Obsidiana Editores (1985).
dos vertientes de cuentos en el texto que abordamos.
La mayor parte de los escritores del E N C U E N T O , Uno de los primeros elementos que atrae la atención en
manifiestan una clara intención escritura1 de registrar lite- los relatos de Ramón Díaz es la inmensa humanidad que
transmiten sus personajes, muchas veces puestos en situa-
rariamente, diferentes aspectos de la realidad chilena de las
ciones dlfkila, extremas, a veces en lo afectivo, otras en
Últimas décadas. Y este expediente ubica la situación narra-
lo social. Se trata de seres de carne y hueso, débiles y
tiva en la problemática del perseguido, real o imaginario,
fuertes al mismo tiempo y, por lo tanto, más verosímiles,
político o no. E n general, pareciera que el Hombre del
más cercanos. La vida es un torbellino donde se entrecruzan
agonizante siglo XX, sufre del síndrome de la persecución
distintas experiencias: amor, política, humor, aventuras de
de otros o de él mismo. Otra de las recurrencias y obsesio-
toda especie que nos van mostrando que “Eltiempo frágil”
nes que se repiten en las narraciones se da en el hecho del
(titulo del primero de los cuentos del volumen) es una
recordar insistentemente un pasado que aparece como
realidad, que nada ya es como parecía ser, y que a pesar
glorioso y engrandecido con respecto al presente misérrimo
y antiheroico. de todo también seguimos siendo los mismos, con las ansie-
El análisis de cada relato daría material para un ensayo, dades antiguas mordiéndonos aún por dentro, aunque
objetivo que no tiene el presente trabajo. Por lo tanto, nos tratemos de olvidarlo, de volver el rostro, de evitar esas
basta mencionar algunos nombres y obras que ilustren nues- terribles miradas hacia atrás. De alguna forma consigue
tras aseveraciones. deslizar esta sensación el autor en buena parte dejos relatos
Por ejemplo, Luis A. Acuña con “Un jarrón de porcela- de A T R A S SIN GOLPE.
na china”, trasciende de la simple anécdota sicológica de un En “Apuntes para una historia inconclusa”, encontra-
hombre de facto frente a su destino. mos todos los elementos citados conjugados en una excelen-
Jaime Hagel, por su parte, reconstituye una época bioló- te síntesis donde la técnica narrativa desempeña u n rol
gica -adolescencia- y geológica -década de los treinta- fundamental. Con un lenguaje cuya intensidad se aproxima
que le inserta en su situación actual. El epígrafe,entonces, fácilmente -y sin recargarse o hacer difícil la lectura- a la
es decidor: “Volvió esa noche y Carlitos Gardel / no la poesía, el autor nos lleva a través de una diáspora de expe-
esperaba”. riencias variadas, nos arrastra al pasado y nos compromete
E n la misma dirección, utilizando el tono de diverti- al reconocer, más allá de las particularidades de los perso-
miento, y con maestría en el oficio, Poli Délano en “ L a najes, una época rica en acontecimientos de todo orden
misma esquina del mundo” nos relata el encuentro no de la cual hemos sido parte, actor o público, pero parte,
ficcional de una pareja de exiliados que, ha pesar de todo, sin duda. Existe una unidad indisoluble entre la situación
social, personales y progresión de la historia base del relato.
aún tiene la capacidad de reír, llorar y amar.
Asimismo, la forma narrativa está concebida de modo que
Por su parte, Carlos Olivarez, en “Yo adivino el parpa-
resulta plenamente funcional al contenido: ágil y pdtica,
deo”, utilizando el discurso permanente fácil de la confe-
virtudes que hablan de una técnica elaborada que revela
sión, situación correspondiente al acoso, nos descubre la
un arduo trabajo literario.
cotidianidad del Santiago actual con su mercado decapita-
E n “Ella, Ellos y Raúl”, somos transportados violenta-
les,al lado de las actitudes supertic¡-, en una cadena
mente a la realidad que nos rodea y que procuramos
sin fin de contradicciones de una sociedad en permanente
soslayar, porque es comprensible evitar el terror, el sufri-
deterioro y cuyos miembros no son capaces de internali-
miento, la locura. Comprensible, pero injusto. Ramón
zarlos.
Díaz nos arranca de este egoísmo y nos muestra la irreali-
A. Rojas Gómez en “De la visita que Tristán Benítez
dad de este mundo absurdo y kafkiano. Comprensible
hizo al pueblo de Humberston” narrativiza la desazón que
tam bién que algunos críticos descalifiquen +bedediendo
produce en el ser humano, el darse cuenta que ha pasado un
claramente a criterios políticos- narraciones como esta
tiempo tan inexorable como inútil. La reminiscenciaes otra
que penetran en nuestra historia actual, aquella que trans-
forma de sufrir con el presente. E n efecto, Rojas termina su
curre e n estos años, en estos días. Aquellos que pretenden
relato de esta forma: “Y empezó a recorrer las abandonadas
que nuestra literatura se inscriba exclusivamente del aquí
calles de su pasado”.
y del ahora, están no sólo negando la historicidad de la
La otra corriente fácil de observar es aquella que trabaja
literatura, sino que cerrando los ojos a los profundos
con una realidad inaugurada en Hispanoramérica por Bor-
cambios que se operan en nuestra sociedad; ceguera intere-
ges, a principios del siglo, democratizada por Cortázar y
masificada por la literatura de ciencia ficción. Relatos de sada y militante, por cierto. Los cuentos de Ramón Díaz no
hombres en situaciones límites, que pierden su identidad, son unidimensionales integran distintas experiencias que
transformándose (recuérdese “La Metamorfosis” de Kafka) trascienden lo puramente político o lo Únicamente amoro-
en otro ser o lindando en otra dimensión, distinta a la que so, y van mucho más allá, hacia el descuorimlwto de los
originalmente pertenecía. Esta diversidad textual permite valores más íntimas y poderosos del ser humano.
acceder a realidades de macro sistema, describiendo situa- A T R A S SIN GOLPE nos hace conocer a un tierno
ciones particulares que pasan a ser universales o que tras- payaso víctima de omnímodos criminales sin rostro, a u n
cienden de una menor, a una esfera mayor de relaciones peón estanciero capaz de jugar el salario de todo un año
estructurales. al truco, a un luchador de la resistencia enfrentado a la
D e lo anterior, sededuce que la aventura de leer un con- tortura, a una dulce muchacha viajando en el tren subte-
junto de relatos de escritores, permite analizar no sólo el rráneo, a la historia de un niño y una manzana de insos-
desarrollo particular de un arte, la literatura, sino que, pechado final, todos seres próximos, vitales que encontra-
también, cuestionarnos profundamente como seres socia- mos todos los días en las calles y que Ramón tiene la
les, históricos y creadores. capacidad de acercarnos a través de la palabra.
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A T R A S SIN GOLPE es el resultado de u n larga trayec- en un clima de dos homicidios, uno de los cuales solamente
toria literaria, de una actividad prolífica traducida en cinco es descubierto y enfrentado por el autor y por la policía.
libros, inclusión en varias antologías y diversas publicacio- El final es elocuente. Se ha logrado un texto de intensidad
nes nacionales y extranjeras. A T R A S SIN G O L P E tiene la dramática dostowieskiana, en el sentido de conseguir que el
fuerza de la nueva literatura latinoamericana, rompe con homicidio no sea para justificar un cuento policia1,sino un
juicios y prejuicios superficiales y contrae los únicos com- estudio de estados íntimos en el proceso vital de un perso-
promisos válidos para el escritor: el hombre y la literatura. naje aherrojado por sus propias circunstancias. Creo que
esta autora es, esencialmente, una novelista.
por U LISES E n Yolanda Venturini se observa una diferencia de esti-
lo bien ostensible con el conjunto de la antología, no
obstante que el clima de sus relatos -más propiamente
estampas- está asimismo circuido por un clima poético
NUEVOS CUENTISTAS CHILENOS. Edito- menos abstruso, menos complejo, aunque tan vagaroso
rial Universitaria. Colección GENERACION como el obtenido por otros de sus compañeros de antolo-
ESPONTANEA;selección de Martín Cerda. gía. Ella es una artista y su sensibilidad sensorial aflora con
muy valedera poesía en su prosa.
Personalmente creo y siento a Calvo, Soto y Venturini
En una visión de enteladas formas y de ribetes casi mági-
como los más logrados. A Calvo por su más seguro estilo,
cos, cuando no abiertamente oníricos, se deslizan por un
compartiendo con los otros dos, la fuerza subyacente de sus
estilo de extendida fluidez, los relatos de Jorge Calvo. Es
creaciones, prometedora de futuras expresiones. Del mismo
uno de los más sólidos narradores de esta muy buena mues-
modo el alcance y logro de sus objetivos literarios, tanto en
tra del Taller HuelCn. S u ya muy premiado relato “La poza
calar como en exponer sus temáticas.
de los lagartos”, es un auténtico paradigma de este sugeren-
te y, por veces, abstruso estilo del autor. La fluidez desli- Guiliermo Trejo
zante de su proceso creativo, bien plasmado en su forma,
arrastra al lector como si lo cogiera de las solapas. Ello se
ve, sin embargo, algo entorpecido en el texto “Huellas en el LUIS AGONI M O L I N A : “OSCAR C A S T R O , A P R O X I M A -
polvo”, pero se torna nuevamente eficaz en “Quedarse un CION EN EL RECUERDO”
rato”. Dramático y bien logrado es el contrapunto realidad Impresos Alerce. Rancagua, 1984.
actual-recuerdo en “Travesía”. Al final, como en las obras
de Bach, el contrapunto se funde -fugadamente- dramáti- A casi cuarenta años de su muerte ocurrida el año 1947,
co y persistente, en un final tan doliente e incierto como el este libro de Luis Agoni (Osorno, 1944) viene a rescatar del
de estos pobres seres desnaturalizados y corruptos por el olvido la figura de ese gran poeta y narrador que es Oscar
dolor y la sevicia. Castro. Apoyado en trabajos anteriores, como el de los
escritores Gonzalo Drago y Raúl González Labbé, y con
Gabriela Boza nos presenta en una gran síntesis dramáti-
abundante información recopilada por el mismo autor,
ca, el interior compungido y sufriente de una incendiaria
Agoni conforma un completo, ameno y documentado
que, a diferencia de lo comúnmente aceptado, ha intentado
matar a sus “daimones” cuando enciende la lumbre destruc- cuadro de la vida del escritor rancagüino, creador entre
otros, de libros como “Comarca del Jazmín” y “La Vida
tora. Y no ha buscado un placer en la destrucción por la
Simplemente”, que perduran en el tiempo y entre las mejo-
llama, en “Los visitantes”. Y muy bien manejada la
res páginas de nuestra literatura.
reflexión en “ A dos voces”. Se trata, pues, de una autora
Junto con el relato cronológico de la vida de Oscar
-aprendiz de narradora- que nos relata el proceso de factu-
Castro, desde su infancia hasta la época de su muerte,
ra de un cuento.
Agoni presenta un cuadro de las condiciones sociales en
Salvo algunas indecisiones iniciales (torpezas de redac-
que Castro se form6, de los escritores que lo acompañaron
ción) del hilo de su relación en el primer cuento “Rau”,
en su trabajo, y de la creación del Grupo “Los Inútiles”,
Ita Hernández consigue en éste y en sus otros textos breves,
que tanta trascendencia tuvo en su momento dentro del
una perfecta armonía. Hay, por momentos, algunas rebabas
panorama cultural del país. Interesantes también son los
en su estilo que serían fáciles de limar. “La roca” es tam-
datos que el libro aporta sobre el nacimiento de las inquie-
bién un logrado proceso de maridaje entre un sueño
tudes literarias de Oscar Castro, sus influencia, y sobre
punzantemente premonitorio y su descubrimiento salvador
algunos hechos de su vida que fueron od@n de obras
en el seno de la realidad.
como el “Romance del hombre nocturno” y su cuento
Mediante breves relatos que son como estampas, Reynal-
”Lucero”.
do Martínez logra crearnos ambientes tensos, muy reales
en su propia mecánica. “La botella”, es un ejemplo muy Luis Agoni es autor de un ensayo sobre “La Ultima
niebla’’ de María Luisa Bombal, publicado en España en
bueno de estilo económico, glabro, pero de punzante efecto
la revista “Cuadernos Hispanoamericanos”, y ejerce la
vivencial. L o propio ocurre con “Lechuza”, relato en el que
crítica literaria en diarios del sur del país. Sin duda,
se suma una bien lograda sorpresa final.
Una de las mejores piezas de esta antología, es el exten- como se señaia en la presentación del libro, y por lo dicho
so cuento de Gabriela Soto, “El momento de la tomeM,aun ya antes en relación a su documentación y ameneidad,
a pesar de ciertas imperfecciones formales. Allíse dan equí- éste representa un valioso aporte d conocimiento de uno
vocos y estados anímicos y conductuales del protagonista de nuestros grandes acritom.
que mueven a la nerviosidad, inquietud y tensión del lector,
Runón Díaz Eterovit
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Para Nunca Olvidar, de José Paredes
Ediciones de OBSIDIANA, Santiago, 1985.
En escasas 56 páginas asistimos a una diversidad de mun- Muchas veces hemos dicho que una de las características
dos narrativos que, no obstante su heterogeneidad -tanto particulares que nos define a los escritores jóvenes de esta
dmatica como de niveles de calidad- consiguen finalmente época, es la desvinculación, la pérdida del contacto directo
entregarnos la imagen completa del rompecabezas que es la coh algunos de los escritores de generaciones anteriores. El
realidad chilena de hoy. Es así, a través de pequeñas partes exilio en unos casos y la incomunicación interior en que
se va constituyendo un todo revelador. José Paredes no vivimos, en otros, nos ha privado de ese contacto vital para
se anda con sutilezas, sus cuentos no mueven a equívocos: nuestra formación y desarrollo como creadores.
quiere decir algo y lo dice, al pan, pan y al vino, vino. Estas ideas se nos vienen a la memoria a propósito del
Desfilan en este manojo de cuentos temas que la memoria reciente fallecimiento de don Luis Enrique Délano (1907-
chilena tiene presentes, aunque algunos los quisieran ver 1985) destacado escritor chileno, Premio Nacional de
olvidados: la tortura, e l asesinato político, la persecución y Periodismo y autor de numerosos libros que conforman una
el abuso. El título no podría estar mejor elegido: PARA obra literaria sólida y permanente. Sus Últimos años los
NUNCA OLVIDAR, precisamente esas cosas feas que no vivió exiliado en México, y por ello, a la hora de intentar un
tienen cabida en las revistas dominicales n i en las teleseries. modesto recuerdo de su persona, no podemos hacer otra
Podríamos decir que PAREDES dibuja “este otro Chile”, cosa que referirnos a la lectura que en más de una oportuni-
...
ese que vive la inmensa mayoría l o dibuja y lo siente. dad hicimos de algunos de sus libros.
Eso es ya un gran mérito de éste, u n cuentista joven chile- Recordar que en nuestro tiempo de universitarios, cuan-
no. do intentábamos expresar nuestra inquietud de jóvenes
Desde un punto de vista estrictamente literario creo que frente a los acontecimientos sociales que nos tocaban vivir,
hay cuatro cuentos que encuentro ricos y bien logrados, son leímos con gran emoción su novela “La Base”, tal vez no su
ellos: “Coro de risas”, “Topless”, “Ojos azules” y “Fuera el mejor obra, pero s í una en la que encontrábamos las viven-
loco”. Uno de ellos -“Topless”- ganador del tercer premio cias de jóvenes de otra época luchando por los mismos idea-
en el concurso organizado por l a Sech “Neruda 80 años”. les por los cuales lo hacíamos nosotros. La sencillez de sus
PAREDES juega siempre con ases bajo la manga, nos relata personajes, la emoción contenida en cada página, la compar-
una historia, en apariencia trivial, que abruptamente se tíamos en lecturas que nos llenaban de fuerza y esperanza.
transforma y adquiere una nueva dimensión. “Topless” por En esos mismos días, cuando con otros compañeros de
ejemplo, describe un mundo sórdido y decadente donde el estudios queríamos ser poetas, nos encontramos con su
público bullicioso asiste al strip-tease de una mujer, el novela “El laurel sobre la lira” que basada en la vida de
cuento, sin embargo, adquiere un nuevo vuelo cuando nos Pedro Antonio González nos entregaba las vivencias de un
enteramos de que en verdad se trata de una prisionera que poeta “maldito”.
ha sido obligada a desnudarse ante sus verdugos como parte Más tarde hubieron otras lecturas. “La Red”, “Puerto
del “tratamiento”. “Coro de risas” pone en marcha todo de Fuego”, “La nitia de la prisión”, “Viaje de sueño” y
el mecanismo de un hombre ante su inminente íusilamien- “Sobre todo Madrid” donde encontramos interesantes
...
to, finalmente éste es un simulacro de ahí la risa de sus crónicas sobre los intelectuales chilenos que vivieron de
verdugos. El autor logra tamizar de humanidad temas difíci- cerca los acontecimientos de l a Guerra Civil Española.
les de ser tratados sin caer en el panfleto barato, en lo sen- La primera y Única vez que vimos en persona a don
siblero y mantiene una viva tensión dramática que es -ya Luis Enrique Délano fue durante un homenaje que se le
se sabe- indispensable en todo buen cuento. Lamentable- rindió en la Sociedad de Escritores de Chile. En las pala-
mente estos relatos excelentes contrastan con otros bastan- bras con que agradeció este acto, nos pareció ver a un hom-
t e pobres. No me explico la presencia de relatos como: bre que estaba feliz de poder retornar a su país, y a la vez
“Ilusión” o “El testamento”. PAREDES siente la tentación triste, por la situación social y política en que lo encontra-
de usar un lenmaje relamido y exquisito, lleno de arcaís. ba. Supimos también de su interés por integrarse a las acti-
mos y palabrejas difíciles, y eso no se compadece en absolu- vidades que desarrollaban sus colegas escritores. Sin dudas
to de l a temática ni de la tknica propia del cuento, en este tenía muchas cosas que decirnos, y por eso nos dolió ver
caso. Al revés, los deslices poéticos de Paredes entorpecen cómo su muerte pasaba casi inadvertida por la prensa y
la fluidez del relato, lo hacen “falso”, “postizo”. Frases otros medios de comunicación. Sin embargo, conocemos
como: “Se aceleraban los pasos y los vasos se escancian, muy bien la realidad en que vivimos y ya llegará el tiempo
vivaces, en las ávidas bocas” (p. 39). “Descansa el aterida de hacer justicia cabal a su obra literaria, y a la de otros
pie en el prístino charco” (p. 41 ). “Los furtivos ojos de los escritores de su generación.
púberes ígnaros...” (p. 42); pienso que un lenguaje rebusca Nuestra revista “Qbsidiana”, como tantas otras editadas
do no ayuda, precisamente, a dar cuerpo a la narración por jóvenes, pretende ser un cauce para la creación de este
muy al contrario, aleja al lector de “lo narrado” y lo muevc tiempo, pero sin olvidar a los creadores que como don Luis
al fastidio, cuando no, a sentimientos opuestos a los busca Enrique Délano dejan una huella por la cual debemos tran-
dos por el narrador. Resumiría este comentario con ur sitar. Por esto mismo, valoramos el homenaje que le rendirá
empate: los cuatro cuentos mencionados son lo suficiente la SECH, con la presencia de los escritores Humberto Díaz
mente buenos para contrarrestar la presencia de aquella Casanueva y José Donoso, los que de seguro sabrán hablar
que le restan calidad a la totalidad. PAREDES es un osomi de su vida y su obra con mayor justicia y propiedad que
no que nos ha mostrado que es capaz y me atrevo a pensai nosotros.
que las irregularidades se deben a que esmos a divena!
etapas en un ascenso que ya ha dado frutos excelentes Ramón Díaz EteroviC
“Topless”, un cuento PARA NUNCA OLVIDAR,
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Luis Enrique Délano,
un fabulador de otros tiempos
Poco espacio k dieron en Chile los órganos de publici- activo, algo que desconcertaba a los interióuitorm extraños.
L d escritos, hablados o Vistos en l a pantolla, a la muerte Pero su recuerdo mis vivo está para nosotros en dos de sus
de Luis Enrique Délano, sucedida el 20 de marzo de 1985, libros: “Ebilmaceda, político romántico” (biografía) Santia-
a los 77 &os de edad. Se diría que todos estamos preocu- go, 1937 y “El Laurel sobre la lira”, Santiaga, 1946. El
pados de otros asuntos, algunos de espantoso dramatismo primero fue la orilla en que nos afirmamos cuando en
y que hlta tiempo para recordar al autor de “Viejos rela- 1945, pretendimos revivir la revduci6n de 1891 en unos
tos” con sus contrabandistas, solitarios, adolescentes, romances que provocaron la ira de algunos congresistas
pirata y niñas m d i n c d i w . Luis Enrique Délano, luan revolucionarios todavía vivos y en acción. Nosotros en
Marín y Wvador Reyes, los dos Últimos mayores que nuestro afán, habíamos descubierto, en medio de discursos
Duano, con cierto puecido en la elección de sus temas, y polémicas a favor y en contra del Presidente suicida,
representamn hace más de 5 0 úios, una desviación del unas coronas fúnebres sin f i n a ni pie de imprenta y la
cridliwno vtrnacuiar que se consideró la expresión clásica biografía novehda de Luis Enrique Délano que nos dio
de un país hispanoamericano si quería interesar a los la tercera dimensión, la vida de la epopeya. “El laurel sobre
lectores de la sabia Europa. la lira” es la vida del poeta también personaje t&ico.
Luis Enrique Dtlano es autor además, entre otros Pedro Antonio González (1863-1903), cuyo verso solilario
libros, de “El pesudor de estrellas”, poesía, 1926; “Cuatro escrito cuando los influjos de Gustavo Adolfo BCcquer y de
mests de g i e n a civil en Madrid”. 1937: “Balmaceda. RuMn Darío dominaban el estro nacional, fue paladeado
p d í t i c o romántico”, 1937; “La vida romántica y novelesca por nuestra pequeña clase media lectora junto a las velas
de Alejandro Flores”, 1937; “Pequeña historia de Chile”, de sus mesas de noche, hasta 1926.
México, 1944; “El laurel sobre la lira”, 1946; “Puerto de El periodismo activo de Délano, sin pausa, le hizo mere-
fuego”, 1956. Nació en Santiago en 1907, hizo sus primeros cer e l Premio Nacional de Periodismo y que el 5 de noviem-
estudios en Quillota, despuQ asistió a clases de Derecho bre de 1984, a pocos meses de su muerte, recordara a otra
en la Universidad de Chile, de Pedagogía en la misma figura de nuestro periodismo y de la investigación litenria,
Universidad, de Letras en la Univenidad de Madrid. Ade- Lenka Franulic, en una velada que se efectuó en el teatro
más, nuestro escritor fue cónsul de Chile en México y en “Camilo Henrt’quez” de Santiago. Sus comienzos de poeta
Nueva York, corresponsal de “El Mercurio” en Europa, del mar, su labor de novelista, de biógrafo y de antólogo,
director de las revistas “Ecran”, ”Qué hubo” y “Vistazo” sus jornadas de comentarista generoso le sitúan en la órbita
y padre de un hijo Único que vale por diez, el escritor Poli de la cultura chilena, más alta de lo que imaginan nuestros
m a n o , autor de “El hombre de la máscara de cuero” una comentaristas habituales, a veces de muy limitada y amnési-
novela sufriente arnbientada en México que conviene ca información.
leer.
Al recibir Pablo Neruda, el Premio Nobel de Literatura, Luis Merino Reyes
el 21 de octubre de 1971, Luis Enrique Délano era embaja-
dor de Chile en Suecia y ese f u e su Último cargo representa-
tivo. Despu¿s vivi6 en México durante diez años y sólo en
1984. poco antes de morir, regresó a Chile, a su antigua
casona de la u i l e Vdenúa en 19uríoa. L o último que leímos
venido de su mano fue el prólogo al libro de Nicasio Tangol,
“Leyendas de Kurukinld” publicado en México en 1982,
a dos añcs de la muerte de Tangol y en cuya oración final,
Délano anotó: “Lamento de veras que m i viejo compañero
de letras no llegan a ver esta edición que tanto gozo le
habría dado. Pero por los anchos canales del fondo (Fondo
de Cultura de México), el libro de Tangol llegará a no pocos
lugues y países y los misterios de la Tierra del Fuego van a
inquietar a muchos lectores. Cosa que fue tal vez lo que
Tangd sc propuso d escribir ‘Las leyendas de Karukinki’,
obra en que d antropólogo y el poeta no se apartan ni un
momento el uno del otro”.
Hombre rubio. de ojos claros, “huero” como dicen en
México, Luis Enrique Dclano dejaba en la memoria la
imagen de.un hombre tranquilo y afable, con cierto halo
de escritor nórdico, siempre fiel a un oficio sin ocio. Ngu:
nos, Luis Durand entre ellos y así lo estampa en su libro
“Gente de mi tiempo”, Santiago, 1953, afirmaron que varió
su modo de ser con la militancia política. Puede ser, aunque
nosotros no tuvimos oportunidad de advertirlo. L e recor-
damos, en cambio, padndose por la Playa Grande de
Griagem. pmviSto de su pipa, sentado junto a una mesa
en la terraza h t e al mar, manteniendo su habla cuidadosa
si el tema concernía a los escritores y p0etas.cn servicio
Rnálisis
CONTINGENCIA Y LITERATURA
Sería bueno, a esta altura, hablar con franqueza ni la abstracción ajena a lo real ni la mímesis chata
respecto a un tema tan manido como lo es el Ilama- sino la humanización de la realidad hasta hacer de
do “compromiso”, por un lado, y la “limpieza” o lo real un fenómeno de la conciencia. La realidad
“apoliticidad” de un texto literario, de un escritor. tamizada por la conciencia del artista, lo objetivo
Digo que sería muy bueno aproximamos al proble- y lo subjetivo son superados dialécticamente en una
ma con un mínimo de seriedad. No se trata de síntesis expresiva que llamamos obra de arte y que
escribir un mamotreto grisáseo y denso sino más se reintegra a la realidad (una vez objetivada) con
...
bien de evitar la ligereza sin perder el humor Y ya un nuevo status.
que estamos en esto, nada mejor que examinar un Hay una segunda pregunta que la formularía en
par de citas a este respecto. L a primera pertenece los siguientes términos: ¿de qué modo la historia
a Jorge Luis Borges: Quienes dicen que el arte no está presente en una obra literaria? Y a hemos
debe propagar doctrinas suelen referirse a doctrinas consignado la idea del escritor peruano cuando
contrarias a las suyas’: La segunda cita pertenece a habla de que la realidad social atestigua “por refrac-
Mario Vargas Llosa: “La literatura atestigua s í sobre ción”, o dicho de otro modo, “a un nivel indivi-
la realidad social y económica, por refracción, dual” y que éste sería el camino -el único según
registrando las repercusiones de los acontecimientos V. Llosa- para que “el testimonio sea viviente y
históricos y de los grandes problemas sociales a un no cristalice en un esquema muerto”.
nivel individual: es la Única manera de que el testi- Este supuesto Varga Llosiano puede ser enten-
monio literario sea viviente y no cristalice en un dido en dos sentidos:
esquema muerto”2.Con la lucidez que le es propia,
Borges nos advierte sobre el peligro que representa a. Suponer que, el nivel individual significa la
esa adversión por lo “doctrinario”. Podríamos conciencia del escritor. D e esta manera el
concluir, provisoriamente, que toda literatura ha problema se centra en la poesis literaria, en
sido y es un vehículo ideológico, o más simplemen- la tesis sartreana de que la historia hay que
te: lo ideológico es un atributo de la literatura. Hay “exktenciarla” y así hacerla o rehacerla
aquí una sutileza que es bueno advertir, estamos dialéctica.
hablando de literatura; o sea, si bien es cierto que b. Suponer que Vargas Llosa quiere señalar un
la literatura es inseparable de lo ideológico, es indis- modo concreto de hacer literatura, haciendo
pensable que antes que nada se trate, en efecto, que los personajes sean “portadores” de la
de literatura. ¿Y qué hace de la literatura, precisa- historia. Una historia de la que el creador
mente, tal cosa? Vargas Llosa nos aclara ese punto seria un ser consciente y quién podría, enton-
de la siguiente manera: “La significación moral y ces, dosificarla a través de la estructura narra-
social de una obra presupone un coeficiente estéti- tiva en cada uno de los personajes en juego.
co. S i no es así, no hay literatura”; luego enfática-
mente: “Las buenas intenciones no sirven para nada El primer supuesto me parece que está conteni-
si no van acompañadas, o precedidas mejor, de eso do ya en la llamada “conciencia profesional” y que
que los románticos llamaban inspiración, los sim- permite alcanzar un cierto “coeficiente estético”,
baiisías rigor y los realistas conciencias profesio- de tal manera que analizaremos brevemente el se-
na1”3. Nos encontramos ante la primera gran pregun- gundo sentido posible. Flaubert y Lautréamont
ta en torno a lo ideológico, ¿qué es el compromiso son dos ejemplos que nos muestran que un texto
en definitiva? Admitamos, por el momento, que la puede ser creado a partir de dos vías distintas y
literatura supone un coeficiente estético, como complementarias. Por un lado está el acopio cultural
dice Vargas Llosa y que sólo a partir de allí es con visos de natural, de acopio del que el lenguaje
dable atribuirle una significación moral o social es una mezcla ideológica más o menos consciente;
o pdítica, eso parece muy claro. Parece interesante, en este sentido, al escribir él inventa su expresión,
en este sentido, recordar el concepto de “humaniza- su lenguaje cuyo origen no es sino el individuo.
c i h de la realidad” que han utilizado algunos este- Por otro lado están los textos reales, la “biblioteca”
tas marxistas y que hace alusión, justamente, a la tal cual es y de la que todo escritor echa mano
superación de la realidad “a partir de la realidad”: alguna vez -consciente o inconsciente de ello-
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para efectos de su creación, hablamos de una cierta
“tradición literaria” y las múltiples posibilidades
de imitación, adaptación, plagios, comentarios, etc...
E n ambos casos constatamos una cierta determina
ción, un grado de alienación cultural.
E n la hora presente, aquí en América Latina
el problema político y la politicidad o no politicidad
de una obra de arte es un problema concreto, real
y urgente. Pero..., ¿lo es también literariamentf
hablando? Volvemos al asunto del "coeficiente
estético” y a una sospecha: ¿quién define lo estéticc
sino el que goza de ello? E n una sociedad altamentc
estratificada, por decirlo así, serán las éiites las quc
definan los criterios y valores estéticos, no cabc
duda, pero -y he ahí lo importante- es más cierta
que el verdadero arte trasciende la época históric;
en que es incubado, hay en él una “vocación de uni-
versalidad,’ innegable. iPor qué seguimos admirando
algunas obras de esos esclavistas griegos? iPor qué
leer un Bocaccio fruto del feudalismo? iPor qué
gozamos con Dostoyevski o Hamsum? Simplemente
porque todo arte verdaderamente arte es, a pesar
de su creador, símbolo de la humanidad entera. E n
este momento que vive nuestro continente, duro,
crítico diría, no hay que perder de vista este aspec-
to. Sí a la historia, sí a lo contingente siempre y
cuando podamos encontrar en esas obras la trascen-
dencia histórica, un atisbo, quizá, de nuestra propia
identidad.
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