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Rosa Parks La lucha contra el racismo Primera edicion, 2013, Reimpresion, 2013, 2014, 2015 (Cuartareimpresin, 2016 DeepOsito Legal: B, 1484-2013, ISBN: 978:84.682 0684-4 ‘Nam. de Orden V.V.JNS7 ‘Titulo original: Ng de Paola Capriolo © 2010 EDIZIONI, Sh Sobre Ia historia de Rosa Packs (© ELENA DELAMO Sobie la tradueciin, (© GLORIA GARCIA ORELLANA Sobre las actividades el apéndice “Historia de los afoamericano, (© AUGUSTTHARRATS, “THA” Sobre Ia ilstraciones al texto lterario. © EDITORIAL VICENS VIVES, S.A, ‘Sobre la presente edicin seg el art. 8 del Real Decreto Legislative 1/1996. Exe libro ha sido publicado por medincion de Ute Kner Literary Ageat, SL, ‘Bareelona-wwwukliag co (Obra protgids pore! RDI 1/1096, de 12 de abil, por el que se aprueba el Texto Refundido de lt Ley de Propiedad Intlectaly por la aormativa vigente que lo modifica, Prolibida le reproduccin total o parcial por cualquier medio, ineluids los sistemas lectrénicos de almacenaje, de reprodaceién, asi como el tratamiento informaico. Reservado ‘favor del Editor el derecho de prétamo pablico, alguilee 0 cualquier ota forma de ‘esion de uso de este ejemplar IMPRESO EN ESPANA, PRINTED IN SPAIN. Paola Capriolo Rosa Parks La lucha contra el racismo Ilustraciones de Tha nodes. Reserado ade Vicens Vives Prono des a eer) de la piel ert fers] Perea RMU ont ky Ree ear Pree a ene oes ce NC nea EU NCe ee ewe Seat ean ene cane Sa ea en e CoR Oe ce Ponies Cees tare rr Oe ete ponerle la mano encima a la mujercita negra que se ha atrevido a ey eerie ae et Cease on ra ce Sete cd Pee Senne Oe Co er Tene sajeros parecen contener el aliento. Los blancos, a quienes el color de la piel les garantiza el privilegio de sentarse en las filas delante ras, intercambian a media voz comentarios de indignacion: es in creible que tengamos que perder tanto tiempo por la desfachatez One et ete ee a Mea Mese went can, con un término despectivo. Pen ene em ca a eS Fee SETS Cnc Cen TS Conon CO PRESSE Or RRO TEM TC ec cn CSC autobiis. Rosa los sigue con la mirada, pero no quiere condenarlos porque eviten implicarse, por su miedo ancestral,” tan profunda- mente arraigado en quienes descienden de varias generaciones de esclavos. éAcaso no siente, también ella, ese miedo? No, en reali- dad no lo siente en absoluto, y eso casi la sorprende. En cambio, desde que se ha opuesto con una firme e inalterable negativa a la pretensién del conductor, siente que ha emprendido un camino necesario, del que ya no podra apartarla nadie en el mundo. Siente que tiene razén, que ha proclamado de una vez por todas la digni- dad personal, el orgullo, el derecho a ser respetado por los demas, y no solo en su propio nombre, sino en nombre de todos esos temerosos hermanos suyos que tanta prisa se estan dando en aban- donarla a su suerte, Si, un camino necesario... Mientras espera tranquilamente en su asiento mirando a través de la ventanilla, Rosa vuelve a evocar ciertas noches de su infancia en Pine Level (Alabama), cuando en lugar de ir a la cama se quedaba sentada junto al fuego hasta el amane: Muy lejos american: habian ve cos, pero gado suv dian ser t de sus m peticion a que desde ya no era: gregacion’ los blanco hospitales linea que tia subir a bian instal viajeros, ft Pero lo dispuestos bian subié tinentes’), de color € abusos a 1 podia ser « Jo ejecutat secreta de ban parte liticos vere cratas)* cw un tal Adc Los sefiore pavoneand do no pod del sur, las ondenarlos profunda- aciones de 9, en reali- an cambio, sgativa ala an camino ado. Siente as la digni- los demas, todos esos o en aban- amente en ‘e a evocar a), cuando uego hasta el amanecer en compafifa de su abuelo. Entonces tenia seis aiios. ‘Muy lejos de alli, en un continente llamado Europa, los soldados americanos acababan de luchar en la Primera Guerra Mundial, y habian vencido, asi que estaban volviendo a casa.’ Volvian los blan- cos, pero también muchisimos jévenes de color que habian arries- gado su vida por su pais, igual que los blancos, y que ahora preten- dian ser tratados con la misma dignidad que los blancos, y disfrutar de sus mismos derechos. Pero en el sur de Estados Unidos una peticién asi seguia sonando como la peor de las blasfemias.* Aun- que desde los tiempos del presidente Abraham Lincoln los negros ya no eran esclavos,' estaban sujetos a las absurdas leyes de la “se- gregaciOn”: no podian frecuentar los mismos locales piblicos que los blancos, estudiar en los mismos colegios, curarse en los mismos hospitales, ni beber en las mismas fuentes. En algunos autobuses de linea que prestaban servicio de una ciudad a otra, no se les permi- tia subir a bordo, ni siquiera para sentarse en las filas del fondo; de- bian instalarse sobre el tejado del vehiculo, entre el equipaje de los viajeros, fuese invierno 0 verano, bajo el sol o bajo la Iuvia. Pero los muchachos que volvian de la guerra ya no parecian dispuestos a tolerar tal situaci6n. Tras vestir el uniforme “se les ha- bian subido los humos a la cabeza”, se habian vuelto sassy (‘imper- tinentes’), adjetivo que los blancos del sur aplicaban a las personas de color en cuanto estas hacian ademén de rebelarse contra los abusos a los que eran sometidas. Y la impertinencia, en esa zona, podia ser castigada con enorme severidad, sobre todo si el castigo lo ejecutaba el tristemente famoso Ku Klux Klan, una asociacién secreta de racistas (secreta es un decir, porque en Alabama forma- ban parte de tal asociacién, y con mucho orgullo, casi todos los po- liticos verdaderamente poderosos, tanto republicanos como dem6- cratas)* cuyos principios no se distinguian en casi nada de los que un tal Adolf Hitler propugnaria en Alemania unos aftos después. Los sefiores del Klan no soportaban ver a esos “negros asquerosos” pavonedndose" con el uniforme del ejército americano, y sobre to- do no podian soportar la idea de que también alli, en los estados del sur, las cosas pudiesen cambiar, hasta el punto de que los blan- ery Pern erence SCOTT Manner OM CCUM OS OnLKoc Sierra Roe rt weea nt ner is ae RC Teer Al Oanant Petree nce Cerny Secor Rr Me oa GRR ue CR ne CU RC saeco Viendo lo que estaba pasando, la poblacién de color se sintié comprensiblemente aterrorizada, aunque solo algunos pensaron en defenderse. Uno de ellos fue, precisamente, el abuelo materno de Rosa, que, por las noches, dormia junto al fuego en su mecedora con el fusil cargado al alcance de la mano. =Yo no quiero lios ~decia-, pero voy a defender mi casa. Si los hombres del Klan se meten aqui, no sé cuanto tiempo podré resis- tir, pero hay algo seguro: al primero que cruce el umbral le pegaré un tiro. Y la pequefia Rosa se sentaba en el suelo al lado del abuelo, sin cerrar los ojos para no dejarse sorprender por el suetio. «Pase lo que pase», pensaba, «quiero verlo. Quiero ver al abuelo disparar con el fusil, si se ve obligado a ello». Fue él, Sylvester Edwards, el primero que le ensefié a Rosa que no debia tolerar que nadie la maltratase. Era de sangre mixta,’ y por su aspecto habria podido pasar por un blanco, algo que a veces aprovechaba para burlarse de la mentalidad racista propia del sur. Por ejemplo, solia presentarse a los blancos que no lo conocian ten- digndoles la mano, que ellos estrechaban sin vacilaci6n, para luego horrorizarse cuando se enteraban de que habian intercambiado semejante saludo con un “negro”. ¥ por si eso fuera poco, se presen- taba siempre con su apellido, nunca con el sencillo nombre de pila que los blancos esperaban de quienes en otro tiempo habian sido sus esclavos, con lo que no existia la posibilidad de Ilamarlos “Mis- ter” 0 “Miss”, que era el tratamiento debido a los blancos. Aunque parezca increfble, Edwards se consideraba su igual, una conviccion profunda que sus descendientes habian heredado de él. Quiza a tra- vés de la sangre y, sobre todo, a través del ejemplo y la educaci6n. Para Rosa, en todo caso, fue muy importante crecer al lado de su abuelo. Nacida el 4 de febrero de 1913, era hija de James McCauley, carpintero, y de Leona Edwards, maestra de escuela, y con solo dos aiios ya habia visto resquebrajarse la unién de sus pa- dres. Empujado por la necesidad de encontrar trabajo, y por cierta aversién" innata a echar raices en un lugar determinado, su padre 10 se traslad cuesta ant marché a say el pe Regres6 s tres, y Ine adulta yc: Por lo bles mim Rosa se ¢ dera figur Pine Leve que apren las peque dias en cu Iba al escuela de Esta ultin dinero pa blancos y del munic a sus hijo los propio podian co cada grup de los neg la de los k de los neg todas las blancos di cuyas ven tipo contr Hegar a su nueve me: or se sintio vensaron en naterno de « mecedora casa. Si los dodré resis- lle pegaré abuelo, sin 2. «Pase lo lo disparar Rosa que > mixta,’ y que a veces dia del sur. nocian ten- para luego ‘cambiado se presen- ore de pila abian sido los “Mis- s. Aunque sonvicci6n ruizd a tra- acacion. er al lado de James escuela, y de sus pa- por cierta , su padre se trasladaba continuamente, mientras que a la madre se le hacia cuesta arriba eso de llevar una vida errante.* Al final, el padre se marché a probar fortuna, dejando a su mujery a sus dos hijos, Ro- sa y el pequefio Sylvester, en la casa de los abuelos en Pine Level. Regresé solo una vez, cuando Rosa tenia cinco afios y su hermano tres, y luego ya no se le volvié a ver hasta que ella fue una mujer adulta y casada, Por lo tanto, no es extraito que ahora, durante estos intermina- bles minutos de espera a bordo del autobiis, el pensamiento de Rosa se dirija en primer lugar al abuelo Edwards, la tinica verda- dera figura paterna de su infancia. Con todo, de los dias vividos en Pine Level, no recuerda solamente Ia leccién de orgullo y dignidad que aprendia a diario en casa. También recuerda, quiza sobre todo, las pequefias y grandes injusticias con las que se topaba todos los dias en cuanto se aventuraba fuera de aquellas paredes. | Iba a Ia escuela, por supuesto, como todos los nifios, pero la escuela de los negros no era igual que la escuela de los blancos. Esta tiltima era un precioso edificio de ladrillo construido con dinero publico (0 sea, gracias a los impuestos pagados por todos, blancos y negros), que se calentaba durante el invierno a expensas del municipio, mientras los negros, si querfan dar una enseftanza a sus hijos, tenfan que construirse la escuela ellos mismos, y eran los propios nifios los que se encargaban de calentarla lo mejor que podian cortando lefia en los bosques. En la escuela de los blancos cada grupo de nifios tenia su propia aula, mientras que la escuela de los negros estaba constituida por una sola estancia. En la escue- la de los blancos, las ventanas estaban cerradas con cristales; en la de los negros, con simples postigos” de madera, que dejaban pasar todas las corrientes de aire que uno pueda imaginar. Los nifios blancos disponian todas las mafianas de un autobiis escolar, desde cuyas ventanillas solian divertirse lanzando desperdicios de todo tipo contra los nifios negros que tenian que caminar a pie para egar a su casucha. Y si el curso escolar, para los primeros, duraba nueve meses, para los segundos se reducia a cinco, para que los ni- u fios de piel oscura pudieran dedicarse sin distracciones superfluas a aquello que, incluso después de la abolicion de la esclavitud, si- ‘guid siendo la obligacion “natural” de la gente de color de todas las edades: plantar el algodén en primavera y recogerlo en otofio en las grandes plantaciones de las que, por supuesto, eran dueifios los blancos. Rosa nunca olvidara aquellas jornadas en las que, con los demas nifios, tenfa que trabajar no cuatro horas, o seis, u ocho, sino, pura y llanamente, como suele decirse, “de sol a sol”, 0 sea desde que salian las primeras luces del alba hasta el momento en que estaba demasiado oscuro para continuar. El sol, con el transcurso de las horas, envolvia la plantacién en un bochorno incandescente, la tierra ardia bajo los pies descalzos o los zapatos demasiado ligeros (porque alli nadie, salvo el capataz, que era blanco, posefa un cal- zado adecuado) y a menudo los nifios, como ya no podian caminar por culpa de las ampollas, tenfan que abrirse paso entre las plantas de algode y manch: ba que le proxima» Se trat para una una amig te dias e: Pero es p yeran ad muchas F que todo; al que pe de fraterr el sisteme del sur: superfluas Aavitud, si- le todas las 1 otofio en duerios los los demas sino, pura desde que que estaba aso de las escente, la ado ligeros efa un cal- wn caminar las plantas de algodén arrastrindose de rodillas, y si por casualidad sangraban, y manchaban la preciosa blancura de la cosecha, el amo manda- ba que les dieran unos buenos azotes: asi estarian mas atentos la proxima vez. Se trataba, sin duda, de una mala manera de crecer, sobre todo para una nifia como Rosa, que era delicada y enfermiza, y padecia una amigdalitis cronica. A menudo tenia que guardar cama duran- te dias enteros, y cada vez que tragaba sentia un dolor horrible. Pero es posible que esos periodos de inmovilidad forzosa contribu- yeran a desarrollar su cardcter reflexivo. La pequeita Rosa se hacia muchas preguntas: por ejemplo, cuando en la iglesia ofa predicar que todos los hombres son hijos de Dios, pertenezcan al pueblo al que pertenezcan, solia preguntarse cémo se conciliaba esa idea de fraternidad con el tristemente famoso “Jim Crow”, es decir, con el sistema de segregacion racial que estaba en vigor en los estados del sur;" y cuando su madre le explicaba que el lema del estado de _ Alabama era “Atrevamonos a defender nuestros derechos”, por un rincén de su mente asomaba la sospecha de que aquel orgulloso propésito debia valer no solamente para los blancos, sino también para los negros. En todo caso, Rosa habia sustentado ese propésito desde ni- fia, instintivamente. Tenia diez afios cuando un incauto chiquillo blanco la amenaz6 con el pufo en alto, y Rosa, en vez de echar a correr, agarré un ladrillo y desafié al nifio a que le pegase si tenia valor. El chiquillo pens6 que era mejor no aceptar el desafio. Lue- go, en casa, la abuela la regafié. Rosa tenia que aprender de una vez. por todas que los blancos son blancos, y que, para evitar pro- blemas, habia que soportar sus ofensas sin replicar. Pero Rosa se negé a aprender esa lecci6n de resignacién. Unos afios después, en Montgomery’ cuando otro altivo muchacho blanco pas6 a su lado patinando e intenté empujarla y tirarla de la acera, se volvio y fue lla quien le dio un empujén a él. La madre del nifio, que estaba cerca, se puso hecha una furia: —éC6mo te atreves a empujar a mi hijo? Es que no sabes que por una cosa asi puedo hacer que te encarcelen y que se deshagan para siempre de la llave de tu celda? Alo que Rosa respondié sin pestafear: —Ha sido él el que me ha empujado a mi, y no podia permitirse- lo, porque yo no le habia hecho nada. En otra ocasi6n, caminaba por la orilla de un arroyo con su her- manito Sylvester, al que queria muchisimo y al que siempre trataba de proteger con un celo casi maternal. Los dos iban andando tran- quilamente, recogiendo lefia para el hogar, cuando un grupo de nifios blancos de diez afios empez6 a perseguirlos y a amenazarlos con arrojar “al negro”, o sea a Sylvester, al rio. Entonces Rosa in- tervino: —Vosotros no vais a tirar al agua a nadie. Atreveos, y acabare- mos todos en el rio. Y de nuevo los arrogantes sefioritos de raza blanca tuvieron que rendirse ante la tranquila firmeza de aquella nifia menudita, que descendia de varias generaciones de esclavos, pero que se atrevia a defender, sencillamente, sus propios derechos y los de sus seres queridos. éSencillamente? No, no era tan sencillo. Se trataba de huir de una mentalidad arraigada tanto en los blancos como entre la pro- pia gente de color, que habia acabado por considerar la vejacién,” Ta desigualdad, como una especie de ley natural, ante la cual pa- recia absurdo rebelarse, tan absurdo como pretender que la lluvia cayera de abajo arriba o que el sol cambiara de direccién en su trayectoria diaria. Sin embargo, Rosa, sin saberlo, debia de estar re- corriendo ya en aquellos momentos el camino que la conduciria el 1 de diciembre de 1955 justamente aqui, a este autobus situado en la avenida Cleveland de Montgomery (hoy Rosa Parks Boulevard), donde ahora mismo aguarda la llegada de la policia. El abue la conviv fuese el la recibi, cas: las natural ¢ Ta actituc propio d dado all color. Se simpatia: como su peligrosa lo peor: incendio: final, en enferma, dias en u Fue, ci sa dedice habria se podido le se McCar Para p Pine Lev color), Re Después y acabare- vieron que udita, que » se atrevia € sus seres de huir de ttre la pro- vejacién,* la cual pa- te la Iluvia cin en su Je estar re- nduciria el situado en yulevard), I El abuelo Edwards no fue el tinico que ayud6 a Rosa a desarrollar la conviccién de que era igual a cualquier otra persona, fuera cual fuese el color de su piel. La segunda leccién sobre ese principio no la recibié de un hombre negro sino de un grupo de mujeres blan- cas: las profesoras de la escuela de Miss Alice White, una sefiora natural de Massachusetts (es decir, de un estado del norte, donde la actitud hacia los negros se apartaba del comportamiento racista propio del sur) que se habfa trasladado a Montgomery y habfa fun- dado alli una escuela para proporcionar educacién a las nifias de color. Semejante iniciativa, naturalmente, no le iba a atraer grandes simpatias en la comunidad blanca. Todo lo contrario: tanto ella como sus colaboradoras fueron marginadas de inmediato, por ser peligrosas “nordistas amigas de los negros”. Claro que eso no fue lo peor: muchas veces, en los afios que siguieron, la escuela suftié incendios y ataques por parte de los fandticos del Ku Klux Klan, Al final, en 1928, hubo que cerrarla, y Miss White, ya anciana, ciega y enferma, se vio obligada a volver a Massachusetts para terminar sus dias en un ambiente menos hostil. Fue, ciertamente, un epilogo melancélico para una vida genero- sa dedicada al servicio de los demés. Sin embargo, Miss White se habria sentido recompensada de todas las desilusiones si hubiera podido leer el futuro de aquella nifiita delicada llamada Rosa Loui- se McCauley, que habia sido alumna suya en 1924. Para poder proseguir los estudios tras la ensefianza primaria (en Pine Level no habia centros de ensefianza media para niflos de color), Rosa se habfa trasladado a Montgomery, a casa de una tia. Después de haber crecido en un pueblo perdido entre las planta- 7 ciones, ahora, a los once afios, probaba la vida de lo que era, si no una metrépoli,* al menos una ciudad, la capital de Alabama, con sus plazas, sus largas avenidas, las tiendas que offecian toda clase de mercancfas a quien pudiera pagarlas... Aqui los negros no te- nian que sudar de sol a sol entre las plantas de algodén, pero los efectos del “Jim Crow”, el opresivo régimen de segregaci6n racial instaurado por las autoridades blancas, se manifestaban con mayor rotundidad. Aqui Rosa descubrié que en los tranvias habia asien- tos en los que podia sentarse y otros en los que no podia hacerlo sin violar nada menos que la ley; aqui vio por primera vez, en las fuentes piiblicas, letreros en los que aparecian escritas las palabras “White” y “Colored”, y al principio, como muchos otros nifios, pen- 86 que esas inscripciones se referfan a que el color del agua que salia de los respectivos grifos era distinto: la que bebia ella, por lo que parecia, estaba “coloreada”, aunque no se notase en lo mas mi- nimo al mirarla, en tanto que la otra debfa de ser blanca y proba- blemente tenia otro sabor. Hasta tiempo después no comprendié que las inscripciones no se referian al color del agua, sino a la piel de quienes podian beberla. Es curioso que la directora de la escuela se llamara precisamen- te White (‘blanco’). Sin embargo, fue aquella palida mujer llegada del norte, aquella hija de la “raza” privilegiada, quien le ensené a Rosa no solo la gramatica y la geografia, la historia y la economia doméstica, sino, sobre todo, como ella misma diria muchos aiios después, «que yo era una persona con dignidad, que tenia que respetarme a mi misma y que no debia someterme a nadie simple- mente por el hecho de ser negra». Este sentimiento de dignidad, para Rosa, formaba précticamen- te un todo con el sentimiento religioso, y ambos sentimientos se reforzaron en la escuela de Miss White. Todos los dias, en clase, se rezaba y se lefa el Evangelio, y ciertas conductas que hoy con- sideramos normales eran castigadas con gran severidad. Bailar, por ejemplo, se juzgaba inmoral, y aunque otras nifias lo hacian a escondidas fuera de la escuela, Rosa se negaba en redondo a seguir tan mal ejemplo. Del mismo modo, de acuerdo con los preceptos 18 de Miss 1 pintaba I religiosid ‘gos fun beateria: concienci dio que | odio ato que se ter pero era atacado < iba madv cual, muc prejuicio Su sue Lastima « suefios m del cierre dios en tinamente La abuek Montgom pleo ent obstaculo enfermé } pudiera 0 En Est presién, u pos," y Re propias ar tarea de | de su ado do peque poco de f era, si no abama, con \ toda clase gros no te- mn, pero los acién racial con mayor tabia asien- dia hacerlo vez, en las as palabras nifios, pen- 1 agua que ella, por lo lo mas mi- 0 a la piel recisamen- ijer legada e ensenié a economia achos aiios tenia que die simple- acticamen- mientos se 3, en clase, e hoy con- ad. Bailar, o hacian a do a seguir preceptos de Miss White, Rosa estaba convencida de que, si iba al cine o se pintaba los labios, cometeria un pecado grave. En el fondo, aquella reli gos fundamentales de la naturaleza de Rosa, no era pura y simple beateria: era un amor profundo por el bien y la justicia, era la clara conciencia de que todos los hombres son iguales, idea que impi- dio que la indignacién de Rosa ante los abusos se transformara en odio alos blancos. Y era, antes que nada, la expresion del respeto que se tenia a si misma. Rosa era tranquila, apacible y obediente...., pero era asimismo inflexible cuando entendia que alguien habia atacado sus principios. Y poco a poco, casi imperceptiblemente, iba madurando en ella una fuerza callada e invencible contra la cual, muchos afios después, acabaria por estrellarse la oleada del prejuicio racial. josidad, que durante toda su vida constituiria uno de los ras- Su suefio era llegar a ser maestra, como lo habia sido sy madre. Lastima que, para quien crece en una familia pobre, incluso los suefios mas sencillos resultan a veces dificiles de realizar. Después del cierre de la escuela de Miss White, la nifia continué sus estu- dios en Montgomery, pero se vio obligada a interrumpirlos repen- tinamente para regresar a Pine Level a cuidar a su abuela enferma. La abuela murié al cabo de un mes. Pero, apenas Rosa volvid a Montgomery para reanudar los estudios y encontrar su primer em- pleo en una fabrica de ropa de trabajo para hombres, un nuevo obstaculo se interpuso en su camino: esta vez fue su madre la que enfermé y reclamé sus cuidados, ya que no habia nadie mas que pudiera ocuparse de ella. En Estados Unidos, corrian entonces los afios de la Gran De- presi6n, una de las crisis economicas mas graves de todos los tiem- pos," y Rosa no fue la ‘inica que se vio obligada a dejar de lado sus propias ambiciones y proyectos para dedicarse por entero a la dura tarea de llegar a fin de mes. Y asi, en vez de estudiar, pas6 el resto de su adolescencia limpiando en las casas de los blancos, realizan- do pequefios trabajos de costura, vendiendo de vez en cuando un poco de fruta por la calle o durante las vacaciones. Por las noches, 19 una vez. acabado el trabajo, acudia a la iglesia metodista’ (la de los negros, por supuesto) y de alli sacaba el consuelo necesario para soportar semejante vida con resignacién cristiana. Nunca se queja- ba; épor qué iba a hacerlo? A fin de cuentas, era su responsabilidad ayudar primero a su abuela y después a su madre. Tenia que hacer- loy se acabo. «¢Y Park: en que, ¢ Parks po pre lo he amiga co ella tenia guida ace piel clara clara nun supuesto, En un terminad a las prin aunque I para dese darse cue le disgust Hijo d murié al tiempo c« de alli de una supu habia pag otro lugar «Habr historia. - que cono ta’ (la de los cesario para ica se queja- ronsabilidad a que hacer- Ul «éY Parks? Si ve que tardo, se preocupara», piensa Rosa, y confia en que, si la acaban deteniendo, le permitirén al menos llamar a Parks por teléfono. Raymond Parks es su. marido, pero ella siem- pre lo ha llamado por el apellido, como todo el mundo. Fue una amiga comiin quien los present6 en la primavera de 1931, cuando ella tenia dieciocho afios y él veintiocho, y Raymond intent6 ense- guida acercarse a Rosa, aunque con poco éxito. Aquel tipo tenia la piel clara, casi como la de un blanco, y a Rosa los hombres de piel clara nunca le habfan gustado (con la excepcién de su abuelo, por supuesto, pero su abuelo era un caso especial). En una palabra, si hubiera dependido de ella, la cosa habria terminado ahi, pero Parks era un tipo obstinado que no se rendia a las primeras de cambio. Dias después, fue a visitarla a su casa y, aunque le dispensaron un recibimiento glacial,” tampoco eso bast6 para desanimarlo. Volvi6 otra vez, y otra, hasta que Rosa empez6 a darse cuenta de que en Parks, después de todo, habia algo que no le disgustaba. Hijo de un carpintero, huérfano desde pequefio porque su padre murié al caerse de un tejado, Parks habia trabajado durante mucho tiempo como sacristén en una iglesia de blancos, pero se habia ido de alli dando un portazo: el pastor le habia insultado por cometer una supuesta negligencia,* y Parks, en vez de agachar la cabeza, le habia pagado con la misma moneda. Luego se habia trasladado a otro lugar y habia empezado a ganarse la vida como barbero. «Habra que tenerlo en cuenta», pens6 Rosa cuando oy6 aquella historia. «Dejando de lado a mi abuelo, este es el primer hombre que conozco que no tiene miedo de los blancos». Al fijarse mas en 2 1, se dio cuenta de que no era nada feo. Y ademas sabia hablar, eso estaba claro: la joven Rosa podia permanecer durante horas oyéndole contar sus numerosas experiencias o discutiendo con él de la cuestin racial. Si, porque Parks no era solamente un tipo orgulloso y valiente, era también un activista de la NAACP (Aso- ciacin Nacional para el Progreso de las Personas de Color), un grupo que habia sido fundado en 1909 para defender los derechos civiles de los negros americanos. De hecho, cuando conocié'@ Ro- sa, Parks estaba entregado en cuerpo y alma al famoso caso de los “Scottsboro Boys”. Con este nombre no se designaba a los miembros de un equipo deportivo 0 de un grupo musical, sino a nueve chicos de entre do- ce y diecinueve afios, que no se conocian ni siquiera entre si y que procedian de diferentes estados del sur, pero que tenfan dos cosas en comir 1931 habj Tennessex muchos | frecuenci: de los nu grupo de en el mis billete de quiera es ridad que por tener bia hablar, ante horas ado con él ite un tipo ACP (Aso- Color), un 's derechos ocié a Ro- caso de los un equipo 2 entre do- re siy que \ dos cosas en comin: el color de Ia piel y el hecho de que el 25 de marzo de 1981 habjan coincidido en un tren de mercaneias que viajaba de Tennessee a Alabama. En aquellos afios de crisis y desempleo eran muchos los que se trasladaban asi de una localidad a otra, con frecuencia en busca de trabajo, y de aquel tren especial, ademas de los nueve muchachos negros, se habia aprovechado un nutrido grupo de blancos. Todos estaban en el mismo tren, pero también en el mismo barco: gente pobre para la cual incluso comprar un billete de tren representaba un gasto imposible. Sin embargo, ni si- quiera eso bastaba para crear entre ellos un sentimiento de solida- ridad que anulase las barreras raciales. Manifiestamente ofendidos por tener que viajar con “negros”, muy pronto los blancos comen- zaron a lanzar contra los chicos puftados de grava y a ordenarles que bajaran del tren, pero los “negros” no toleraron aquel abuso y al final lograron echar del vag6n a gran parte de los agresores. Hicieron mal. Cuando el tren se detuvo en Paint Rock (Alaba- ma), para abastecerse de agua, los estaba esperando un grupo de blancos armados, que los obligaron a bajar para lincharlos. é¥ la policia no intervino? Si, por supuesto que lo hizo, pero ademas de arrestar a los matones blancos mas exaltados, consideré necesario esposar las muiiecas de los nueve muchachos negros, que fueron conducidos a la cércel vecina de Scottsboro por haber echado del tren a los blancos. Entre estos ultimos se hallaba una mujer, una prostituta lamada Victoria Price, que al dia siguiente acus6 a los chicos de haberla violado. En realidad, solo identifies a seis como sus presuntos violadores, pero la policia consideré que si aquellos seis eran culpables, los otros tres también tenfan que serlo. No im- portaba que el relato de la mujer fuese inconsistente de principio a fin, que declarara que habia sido amenazada con navajas y pistolas a pesar de que los imputados no Ilevaban armas encima y de que no se encontraron por ningin sitio sus navajas y sus pistolas, 0 que dijera que habia recibido golpes de los que los médicos, al igual que de la violaci6n en si misma, no consiguieron hallar la mas mi- nima sefial en su persona. Bajo la presin de una multitud enfure- cida, se celebré el juicio con la mayor rapidez, sin que los acusados contaran con una defensa digna de tal nombre, y el asunto termin6 con ocho de los nueve muchachos condenados a morir en la silla eléctrica (el noveno fue perdonado porque solamente tenia doce afios). Esta atroz injusticia le quitaba el suefio a Raymond Parks. La NAACP, ayudada por la organizacién comunista International Labor Defense,” habia logrado que se suspendiera la ejecucién y se admitiera un recurso de apelacién,” y Parks se dedicaba a recau- dar fondos para pagar la defensa de los acusados. Una hazafia que podria haberle costado la vida, teniendo en cuenta el clima que se respiraba en aquellos dias en Alabama. Sin embargo, Rosa estaba muy orgullosa de su marido. 24 La odis« lucién det hasta 1950 hombres n sa McCau. de 193 decisiones da cita, La encontrabs de la famil to, era imy casados se South Jack en los me: los activist bres se reu las pistolas siones, mi aterrada, ¢ las rodilla: dian nunc: asesinados guntaba ta Ie estaba t las que, si destino. st Raymor marido ate hasta obte ces, solo « logro en 1 perspectiv ganaba su encontrar \ ordenarles quel abuso y esores. ock (Alaba- n grupo de arlos. ¢Y la ademas de 6 necesario que fueron echado del mujer, una acus6 a los L seis como si aquellos do. No im- principio a sy pistolas ay de que olas, 0 que os, al igual la mas mi- ud enfure- s acusados to termin6 en la silla cenia doce Parks. La 2rnational jecucién y va. a recau- azafia que na que se asa estaba La odisea judicial de los Scottsboro Boys prosiguié con la abso- lucién de unos y la conmutacién de la pena” de otros, y no terminé hasta 1950, cuando el ultimo de los muchachos (ya convertidos en hombres maduros) obtuvo la libertad vigilada. Mientras tanto, Ro- sa McCauley se convirtié en la sefiora Rosa Parks. En diciembre de 1932 se cas6 con su Raymond, que, como era un hombre de decisiones rapidas, ya le habia propuesto matrimonio en la segun- da cita. La modesta ceremonia tuvo lugar en Pine Level, donde se encontraba la madre de Rosa, sin més invitados que los miembros de la familia y los amigos intimos. Un viaje de novios, por supues- to, era impensable. En cuanto volvieron de Pine Level, los recién casados se trasladaron a la casa que habjan alquilado en la calle South Jackson, que sirvi6 de nido de amor, sin duda, pero también, en los meses que siguieron, como lugar de reuniones secretas de los activistas que deseaban ayudar a los Scottsboro Boys. Los hom- bres se reunian en torno a la mesita del salon, sobre la que dejaban las pistolas que Ievaban consigo para defenderse de posibles agre~ siones, mientras Rosa se sentaba en el porche de atras, inmévil, aterrada, con los pies en el iiltimo peldaiio y la cabeza apoyada en las rodillas, preguntandose por qué los hombres de color no po- dian nunca reunirse sin correr el riesgo de ser golpeados 0 incluso asesinados. Y seguramente, en un rinconcito de su mente, se pre- guntaba también por qué raz6n a ella, por el hecho de ser mujer, le estaba totalmente prohibido participar en aquellas reuniones en las que, sin embargo, se discutia el destino de su gente, su propio destino. Raymond Parks no era, desde luego, un “feminista”, pero era un marido atento. Animé a su joven esposa a proseguir sus estudios hasta obtener el titulo de Bachillerato, algo que, por aquel enton- ces, solo conseguian poquisimas personas de color, y que Rosa logré en 1933. Por desgracia, ni siquiera asf se le abrieron grandes perspectivas de empleo. Deseaba completar el escaso sueldo que ganaba su marido como barbero asalariado, pero todo lo que pudo encontrar fue un puesto de enfermera ayudante en un hospital de 25 la ciudad, que compaginé con la labor de costurera para clientes blancos. De este modo, con la aguja y el hilo, Rosa Parks se ganaba el pan, algo que seguiria haciendo cuando su nombre empezé a ser conocido y reverenciado por todos los negros de Estados Unidos. En 1941, consiguié un trabajo en Maxwell Field, una base mili- tar situada a pocos kilémetros de Montgomery. Fue una experien- cia extrafia, gratamente desconcertante para una mujer habituada a las continuas discriminaciones que el “Jim Crow” imponia en todos los estados del sur. Alli parecia estar en otro mundo: el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, habia prohibido terminantemente toda forma de segregacién racial en las estruc- turas del ejército americano, con el resultado de que Rosa, como todas las demas personas de color empleadas alli, podia sentarse tranquilamente al lado de los blancos en los medios de transporte que circulaban por el interior de la base, Era una pena que des- pués, en cuanto salfa, para volver a la ciudad tuviera que tomar un autobiis “segregado” en el que regian las reglas siguientes: 1. Todos los pasajeros deben subir al autobis por la puerta delan- tera para comprar el billete, pero Iuego las personas de color, en lugar de atravesar el pasillo, deben bajar y subir de nuevo por la puerta trasera para llegar a sus asientos. 2. Los pasajeros de color solamente pueden sentarse en las tltimas filas, reservadas para ellos, en tanto que las primeras son para uso exclusivo de los blancos. No importa que, en un determi- nado momento, no haya blancos en el autobuis: en tal caso, las primeras filas deberén permanecer vacias 3. En las filas intermedias, los blancos tienen preferencia, y los ne- gros solo pueden sentarse si dichas filas estan libres. 4. Una vez sentado, el negro deberd estar dispuesto, si llega el caso, a ceder el asiento a un blanco, aunque el negro sea un anciano de ochenta afios o una mujer embarazada y el blanco un joven robusto y lleno de energia. 5. En caso de que un blanco vaya a sentarse en una de las filas in- termedias, todas las personas de color que se encuentren en esa fila (incluso las de la otra parte del pasillo) deberdn levantarse y buscar un mi con cc Todos kc los demas, humillacié que ahora distinto yr con todas era en abs irremediab cabeza; er Unidos ter instalacion definido ec Pero, pe rebelase. F a ser ella. | de 1943, y brutal cx a la boca : favorito er: a las persc ademas de cho hacier habian pa; de que pu como se q sobre todc cae a plorr Y fue « aquella ta: del autobt se habia s vara clientes una mujer meno, que que obede- satisfacci6n: (esa zona su bolso clo sin m Je esa posi- runa mir ano se ha- do. sonerme la vor la acera > color que reertadc Iv Desde aquel dia, Rosa evité por todos los medios subir a un auto- bis conducido por James Blake. De todas formas, la segregacin en los medios de transporte no era en absoluto la tinica injusticia que tenian que soportar los negros americanos. Aunque, sobre el papel, eran, desde hacia tiempo, ciudadanos libres de un pais de- mocratico, muy dificilmente vefan reconocido su derecho al voto. Ya en 1869 el Congreso habia aprobado la decimoquinta enmien- da en la Constitucién, segan la cual tal derecho no podia negarse a nadie “por razones de raza, color o previas condiciones de escla- vitud”, pero, por desgracia, la realidad no coincidia con la teoria, al menos en los estados del sur, donde, pese a que la enmienda habia sido ratificada, se ideaban las mil y una para incumplirla. Para votar en Estados Unidos hay que inscribirse en las listas electorales, algo que los blancos podian hacer sin problemas pre- sentindose en las correspondientes oficinas. En el sur, en cambio, los negros debian encontrar a un blanco dispuesto a “avalarles”, 0, en su defecto, someterse a un humillante examen para demostrar que eran capaces de leer y escribir y comprender la Constitucion de los Estados Unidos. Pasado un tiempo, la comisién examinado- ra comunicaba por correo al interesado el resultado de la prueba, con un simple “Admitido” o “Rechazado”, sin explicar en absoluto os motivos del veredicto. Por si fuera poco, los escasos afortunados que eran admitidos debian pagar un carisimo “impuesto electo- ral”, al que muchas personas de color no podian hacer frente. No es que lo hubieran instituido adrede para ellos (aunque, de haber podido, lo habrian hecho encantados), pero mientras que los elec- tores blancos, que votaban regularmente desde que alcanzaban 30 la mayoria elector neg: hasta que s sar de un gi Sea com aquel certifi objetivo ha: que mis la muchos jév en su patric luchando p jovenes se « bia protegic su vida en { su regreso ¢ el senador « que ahora € Poco de ga respuest cuestion de tamientos, organizaci6 también la comin hasi periédico |: White, Johi momentos. a su vieja a Ja cuota de participant« cuando hut vergieron e Como e En realidac bir aun auto- a segregacion nica injusticia ique, sobre el e un pais de- echo al voto. ainta enmien- rodia negarse ones de escla- mm la teoria, all mienda habia cla. » en las listas oblemas pre- 1, en cambio, “avalarles”, 0, ra demostrar Constitucion 1 examinado- de la prueba, ren absoluto s afortunados uesto electo- er frente. No tue, de haber que los elec- » alcanzaban la mayoria de edad, pagaban una modesta cantidad cada aio, el elector negro, a quien a veces no se le reconocia el derecho al voto hasta que se hallaba cerca de la cincuentena, tenia que desembol- sar de un golpe todos los atrasos, Sea como fuere, Rosa estaba absolutamente decidida a obtener aquel certificado. Hizo el primer intento en 1943, pero no logré su objetivo hasta 1945, después de recibir unas cuantas “calabazas”. Lo que més la indignaba era pensar que, precisamente en esos afios, muchos j6venes que tenfan la piel como ella, y a quienes se sometia en su patria a las mismas discriminaciones que sufria Rosa, estaban luchando por su pais en la Segunda Guerra Mundial. Entre aquellos jvenes se encontraba Sylvester, el hermano menor al que Rosa ha- bia protegido tantas veces durante la infancia, y que ahora arriesgaba su vida en tierras lejanas. (Qué recibimiento encontraria Sylvester a su regreso a Alabama? éLe estarfa permitido o no elegir al diputado, el senador o el presidente que le inspirara confianza en ese pais al que ahora estaba defendiendo con las armas? ° Poco después, todas aquellas preguntas hallarian una amar- ga respuesta. Mientras tanto, impulsada entre otras cosas por la cuestién del derecho al voto, objeto entonces de grandes enfren- tamientos, Rosa dio un paso muy importante al inscribirse en la organizacién de su marido, la NAACP. Nunca habia pensado que también las mujeres pudieran contribuir activamente a la causa comin hasta que, en diciembre de 1943, vio por causalidad en un periddico la foto de una ex compaiiera suya de la escuela de Miss White, Johnnie Carr, la nica mujer de la asociacién en aquellos momentos. Rosa fue a una reunién del grupo, y no solo para ver a su vieja amiga. Aunque Johnnie no estaba, Rosa se qued6. Pagé la cuota de inscripcién y se sent6 tranquilamente entre los demas participantes. Puesto que todos ellos, obviamente, eran hombres, cuando hubo que nombrar a una secretaria, todas las miradas con- vergieron en Rosa. Como era muy timida, Rosa no tuvo valor para decir que no. En realidad tampoco dijo que si. Se limits a ponerse a trabajar, 31 empezando a tomar notas. Una tarea muy apropiada, al menos en opinion del presidente de la asociacion, Edgard D. Nixon, quien empez6 siendo mozo de coches cama y se convirtié en un luchador infatigable por los derechos civiles. Nixon crefa que el lugar adecua- do para una mujer era la cocina, pero, claro, necesitaba una secre- taria, y Rosa Parks demostro que podia ser una secretaria excelente. Lo fue. Desde entonces, todos los dias, cuando Rosa termina- ba su trabajo, se iba a la sede de la NAACP, es decir, al despacho que el sefior Nixon tenia montado en su casa. Alli, detras de las ventanas protegidas por fuertes barrotes para evitar las agresiones de los vandalos blancos, Rosa pasaba casi todo su tiempo libre trabajando gratis, respondiendo al teléfono, pasando a maquina cartas y documentos con la habilidad de una experta mecandgrafa, organizando los viajes y los encuentros piiblicos del presidente, y sobre todo ocupandose, aunque fuera como simple secretaria, de todos los grandes problemas que afligian entonces a la poblacion de color en Alabama. Y estar en contacto con tantas iniquidades* y vejaciones contribuyé a transformar su sentido instintivo de la justi- cia en una conciencia mas madura, de verdadera activista politica. Una de sus tareas principales consistia precisamente en registrar en un archivo todos los episodios de discriminaci6n o vejacién que suftian los negros. Como el de la mujer de color que fue metida a la fuerza en un automévil y violada por seis hombres blancos cuando volvia de la iglesia. Aunque uno de los culpables confesé y dio el nombre de sus cémplices, los magistrados no creyeron procedente incriminarlo: debi6 de parecerles que forzar a una “negra” era un pecadillo venial* con el que la justicia no debia perder el tiempo. En cambio, cuando era una mujer blanca la que acusaba a un ne- gro de haberla violado, se procedia con todo rigor, y no se era muy exigente con la consistencia de las pruebas. Rosa lo sabia desde los tiempos de los Scottsboro Boys, y ahora volvia a encontrar ejemplos que lo demostraban, Por citar uno, el del botones de dieciocho afios al que una mujer blanca atrajo a su casa para tener con él una breve aventura, pero que se puso a gritar que el chico la habia violado en cuanto se dio cuenta de que un vecino la estaba espiando. Para sal- 32 var su propio muerte, cosa contra él era blanca contra fuera declara ceria pendien edad, momen En casos a ban en vano ticia” blanca, que no aceptz rigores de la 1 dida por la p en redondo a a su acompai con franqueza su amante. Y « estados del su: sideraba un cr el hombre aba biente tan host Todo esto como excelent no en lo mas p Ahora, mie vuelven a su r victimas sin ve ellos: por su he tones condenac cuya tinica cul vieran pidiend« como debe hac Era la Navi por fin de la gu , al menos en Nixon, quien nun luchador lugar adecua- tba una secre- sria excelente. Rosa termina- r, al despacho detras de las las agresiones tiempo libre lo a maquina mecanégrafa, presidente, y secretaria, de la poblacion iniquidades* y ivo de Ia justi- vista politica. te en registrar » vejacién que ae metida a la ancos cuando afes6 y dio el mn procedente negra” era un ler el tiempo. saba a un ne- 10 se era muy abia desde los atrar ejemplos ieciocho afios 1 éluna breve >ia violado en ndo. Para sal- — var su propio “honor” prefiri6 dejar que el joven fuera condenado a muerte, cosa que en efecto ocurrié, pese a que lo tinico que habia contra él era la palabra de la presunta victima. La palabra de una blanca contra la de un muchacho negro bast6 para que el acusado fuera declarado culpable y encerrado en prision, donde permane- ceria pendiente de la ejecucién hasta que alcanzara la mayoria de edad, momento en que se le aplicaria la pena capital. En casos asi, la NAACP y otras organizaciones similares intenta- ban en vano oponerse al férreo e implacable engranaje de la “jus- ticia” blanca, presentando recursos, por ejemplo. Incluso la mujer que no aceptara representar el papel de victima podia atraerse los rigores de la ley, como le ocurrié a una viuda blanca que, sorpren- dida por la policia en compaiia de su amante de color, se negé en redondo a usar la escapatoria habitual, que consistfa en acusar a su acompaiiante de estupro.* Al contrario: admitié la relacin con franqueza y valentia y, en consecuencia, fue detenida junto a su amante. Y es que, al igual que en la Alemania hitleriana, en los estados del sur el amor entre dos personas “de raza distinta” se con- sideraba un crimen. Mas tarde, los dos fueron puestos en libertad: el hombre abandoné la ciudad y la mujer se qued6, pero en un am- biente tan hostil que acabé por quitarse la vida. Todo esto ocurria entonces en la “tierra de la libertad” y Rosa, como excelente secretaria, tomaba nota, no solo sobre el papel si- no en lo més profundo de su alma. ‘Ahora, mientras espera en el autobiis a que legue la policia, yuelven a su. memoria esos nombres y esos rostros, ese sinfin de victimas sin vengar. Lo que esta haciendo, lo hace sobre todo por ellos: por su hermana negra violada en el coche, por el pobre bo- tones condenado a muerte, pero también por aquella mujer blanca cuya tinica culpa fue enamorarse. Es como si todos ellos le estu- vieran pidiendo que no se rinda, que se mantenga firme, que actie como debe hacerlo quien sabe que tiene raz6n, Era la Navidad de 1945 cuando su hermano Sylvester volvi6 por fin de la guerra, Habia combatido en Europa y en el Pacifico, 33 habia Ilevado con honor el uniforme y pensaba que su pais lo re- cibiria con gratitud, o al menos con respeto. Lo mismo suponian los muchos supervivientes de piel negra, ahora acostumbrados a ser saludados como héroes, exactamente igual que sus compafieros blancos, en las ciudades liberadas. Alli habian podido relacionarse de igual a igual con la poblacién, algunos incluso se habian casado con muchachas italianas 0 bavaras* que tenjan una tez tan clara como la de cualquier “Miss” de Alabama, y realmente a muchos les parecia que la campafia de la NAACP por una “Doble V", es decir por una victoria no solamente en la Alemania racista sino también en su patria, estaba destinada al éxito. Desgraciadamente, se equivocaban. A los habituales “bienpen- santes” del sur (los mismos que durante la guerra recibian en los locales pablicos a los prisioneros alemanes y les hacian entrar por la puerta principal mientras obligaban a sus guardias americanos de color a entrar por detras, y que exigian para los caidos capillas 34 » su pais lo re- ismo suponian ystumbrados a 1s compaiieros lo relacionarse habian casado 1 tez tan clara 2 a muchos les ale V”, es decir 1 sino también ales “bienpen- ecibian en los ofan entrar por as americanos caidos capillas ardientes, entierros e incluso columnas necrolégicas separadas se- gin Ia “raza”) no les gustaba nada ver a aquellos supervivientes pavonedndose con el uniforme americano, y cuando después se topaban con alguna foto sacada al dia siguiente de la liberacién, en la que soldados de piel negra bailaban como si tal cosa con las mujeres europeas, sentian que les hervia la sangre ante semejante ultraje” a la “pureza de la raza”. Y puesto que entre estos bienpen- santes habia mucha gente dispuesta, si Hegaba el caso, a pasar a la accién, el tinico agradecimiento a su sacrificio que obtuvieron los negros fue el de convertirse en victimas de una nueva oleada de violencia y vejacién. Uno de ellos, un hombre de Carolina del Sur que acababa de licenciarse en el ejército, fue agredido en un autobtis por un blanco que lo hirié de gravedad al golpearlo en la cabeza. El jurado, integramente compuesto por blancos, no dedicé més de un cuarto de hora a deliberar,” y absolvié al agresor, justo después de que el abogado de este tiltimo hubiera declarado, en medio del aplauso general: —Si os atrevéis a condenar a este hombre, habré una nueva sece- sién en Carolina del Sur." Lejos de toda gratitud o respeto, para un negro, ser soldado pa- recia un agravante. A los supervivientes se les trataba todavia peor que a los demas, y si intentaban inscribirse en las listas electorales eran indefectiblemente rechazados. Estaba claro: a fuerza de com- batir por su propio pais, se habian convertido en unos “descara- dos”, y habia que recordarles cual era su lugar. Pero Sylvester McCauley no estaba dispuesto a aceptar que lo tratasen asi. Cuando recibi6 los escupitajos de la gentuza racista, cuando vio que, a causa de su orgullo, las autoridades lo convertian en un indeseable, y que nadie en Montgomery le iba a ofrecer un trabajo, decidié abandonar el sur y se traslad6 con su mujer y sus hijos a Detroit, una ciudad mucho més avanzada. Nunea se arre- pintié. De hecho, jamas en su vida volvié a poner los pies en Ala~ bama, ni siquiera para una fugaz visita. Y no es que Detroit fuera el paraiso. Incluso Rosa lo advirti cuando, a los pocos meses de que su hermano se hubiera ido, fue 36 a visitarlo aa que salia de / estado, sentia ra empezar, é de la guerra los colores, la los fieles salpi cambio, todo ba las calles ademas, aunq ninguna form quisiera en Ic coraz6n, no e cian mas disp iguales que lo, Por todos « cabeza seguir ms profunde ella, lo mismo y que un sold: ninguna mane

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