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LA HORA DE LAS DESPEDIDAS

Es un tópico lo de la tristeza en las despedidas y sin embargo, precisamente por


serlo, es una verdad sin paliativos. A José María Iñigo se le notaba especialmente
enfurruñado cuando llegaba la hora de decir adiós, especialmente si la despedida
se producía después de una buena comida. Era como si le sirvieran un postre en
malas condiciones tras haber disfrutado de una mesa espléndidamente dispuesta.
Su sentido hedonista de la vida no le permitía distraerse con asuntos menores y
molestos. Ese mismo sentido, le convertía a veces en su peor enemigo porque
muchas personas aceptan mejor una mentira piadosa que la sinceridad. Pero eso
precisamente confería mayor valor a su amistad: jamás recibirías de él una opinión
fingida o un halago excesivo. En una conversación muy reciente me abroncaba por
haber permitido que la compañía discográfica en que ambos estábamos –en
diferentes barricadas, naturalmente- me engañase: “Todos los artistas estabais
atontados. Sabíais que os escamoteaban vuestras ganancias con unas cifras de
ventas ridículamente falsas y ninguno decíais nada. Tuve que venir yo –recordaba
y reñía al mismo tiempo- para poner las cosas en su sitio…”
Iñigo tuvo, entre los miles de encargos que recibió en su vida, la encomienda de
poner orden en una compañía discográfica y en una revista juvenil. Ambas cosas le
apetecían pero le incomodaban. La revista, “Mundo Joven”, mantuvo sus cifras de
ventas e incluso las incrementó gracias a su dirección, en una época en que
juventud e inconformismo tenían la misma raíz. Recuerdo que en esos tiempos
comenzó a trabajar también en un programa de televisión que se llamaba
Directísimo. Justamente lo que tenía mérito –y él había aceptado el reto con todas
las consecuencias- era que cualquiera podía decir o hacer algo inconveniente en su
programa cuando todavía era costumbre llevar tapabocas en vez de bufanda. Cada
vez que nos veíamos en la redacción de Mundo Joven me preguntaba:
-¿Qué personas raras has encontrado esta semana? Mándamelas…
Se refería a las personas con las que me entrevistaba casi a diario para conocer
aspectos de su vida y de su cultura, casi siempre de extracción rural, a las que él,
aparentemente lejano a sus costumbres y forma de comportarse, sacaba en directo
lo mejor y lo más divertido tratando de hacerse el sorprendido. Para dejar claro
que pertenecíamos a dos mundos diversos dentro del universo pequeño y lleno de
prejuicios del planeta tierra, habíamos compartido un libro –Música Pop, música
Folk- en una serie de gran tirada que editó Planeta para la colección de Radio
Televisión Española. Hace poco me recordaba que fue él quien colaboró
decisivamente para que en la revista Mundo Joven me dieran una página desde la
cual tuve la oportunidad de acercar el mundo de la tradición a tantos jóvenes que
hoy son abuelos concienciados y solidarios. Su influencia en el universo de la
discografía tendrá que ser analizada y reconocida algún día, cuando haya pasado la
hora de los recuerdos inmediatos.
En el último whatsapp que recibí de él, después de una entrañable comida familiar
en Urueña con Pepa Fernández, Andrés Aberasturi y José Ramón Pardo –al alabar
los callos inenarrables y sabrosos de mi amiga Elena- se obligaba a volver y a
repetir el acontecimiento, aunque advertía:
-“Cuando pasen los fríos”…
Tardará mucho en pasarse este frío interior que nos provoca la noticia de su
fallecimiento. Descansa en paz, José María…

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