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UNIVERSIDAD PRIVADA ANTENOR ORREGO

ETICA DE LA VIRTUD, VIRTUDES


CARDINALES Y VIRTUDES TEOLOGALES

ALUMNOS:

 AMAYA ESPINOZA, OSWALDO

 LUJAN MEZA, LEYDI

 REYES SÁNCHEZ, JENNY

 SÁNCHEZ VARGAS JOSÉ EMMANUEL

 TRIGOSO LOZANO, LARSON

CURSO:
 ETICA Y DEONTOLOGIA

DOCENTE:
 Dra. SILVA RAMOS, LIDIA MERCEDES

TRUJILLO – PERU
2018-I
Ética de la virtud

El enfoque de la ética de la virtud en la filosofía moral sostiene que, a la hora de


decidir cómo vivir, no deberíamos tener en cuenta que haría del mundo un lugar
mejor, o qué normas debemos obedecer, sino más bien qué tipo de agentes
morales queremos ser. La ética de la virtud se centra en el carácter moral.
Sostiene que la ética tiene que ver con el tipo de personas que somos, y no tanto
con lo que hacemos.

Debido a esto, la ética de la virtud, a diferencia de otros puntos de vista éticos,


no nos orienta hacia lo que se debe hacer. No nos dice que deberíamos
incrementar la felicidad en el mundo, o defender la igualdad, o evitar el asesinato.
Más bien, nos dice simplemente que debemos desarrollar un carácter moral
sólido. En opinión de quienes defienden la ética de la virtud, si tenemos un
carácter virtuoso actuaremos correctamente.

Debido a la forma en que la ética de la virtud concibe el pensamiento ético,


resulta difícil ver cómo podríamos defender un punto de vista especista conforme
a esa línea de pensamiento. Aun así, hay quienes podrían pensar que es posible
adoptar un enfoque desde ética de la virtud que esté en consonancia con el
especismo. Al considerar esto, primero debemos señalar que estamos en una
posición ventajosa en nuestra relación con los animales no humanos. Estamos
en una situación de poder frente a ellos. Esta relación de poder nos puede
conducir a beneficiarnos de una situación en la que los animales se vean
perjudicados, o simplemente ser indiferentes a los daños que sufren, ya sean
causados por nosotros mismos, por los demás, o como consecuencia de
fenómenos naturales. Sin embargo, tales actitudes, que pueden describirse
acertadamente como abusivas o insensibles, difícilmente pueden ser
consideradas características de un carácter virtuoso.

Cuando se habla de ética, se puede argumentar que, como la mayoría de la


gente acepta el especismo, es muy difícil asumir un punto de vista antiespecista.
Sin embargo, quienes defienden un enfoque de ética de la virtud pueden
rechazar esta afirmación, como lo han hecho Daniel Dombrowski 1 y Nathan
Nobis2, porque se debe obrar virtuosamente, independientemente de si el
contexto en el que nos encontramos es favorable o desfavorable a la acción
moral.

Hay quienes defienden la ética de la virtud y afirman que ser virtuoso es realizar
nuestro potencial de convertirnos en agentes morales por completo. Pero solo
podemos realizar ese potencial al máximo haciendo posible que otros individuos
también satisfagan sus propias necesidades, según han afirmado teóricos y
teóricas como Stephen Clark,3 Bernard Rollin,4 Rosalind Hursthouse5 y Martha
Nussbaum.6 Puesto que los seres sensibles se ven perjudicados cuando no
pueden satisfacer sus propias necesidades, el enfoque de la ética de la virtud
implicaría el respeto a los intereses de los demás. Por otra parte, debido a lo que
se ha señalado anteriormente en relación con la insensibilidad, también
podríamos afirmar que la acción más virtuosa no sería simplemente no hacer
daño, sino en realidad, hacer el bien, y tratar de ayudar a los animales siempre
que sea posible.

Ética del cuidado

Quienes defienden la ética del cuidado afirman que la base de nuestras


preocupaciones éticas deben ser nuestras respuestas emocionales a ellas.
Siguiendo esta línea, sostienen que las relaciones especiales generan deberes
morales especiales, algo que otras teorías (básicamente, las que defienden las
preocupaciones imparciales sobre la ética) rechazan.

Se podría pensar que, debido a esto, la ética del cuidado podría servir de base
para un punto de vista antropocéntrico que excluya a los animales no humanos.
La supuesta razón para esto sería que, ya que normalmente tenemos relaciones
más sólidas con los seres humanos, deberíamos dar prioridad a sus intereses, y
prestar menos atención a los intereses de los animales no humanos. 7 Este
argumento ha sido rechazado por quienes defienden la consideración de los
animales no humanos desde una perspectiva ética del cuidado, como Josephine
Donovan y Carol J. Adams.8 Donovan ha argumentado que no podemos ser
considerados agentes de cuidado si no somos capaces de cuidar de los intereses
de los seres que sabemos que están sufriendo.9 Ser un o una agente de cuidado
implicaría tener una respuesta humanitaria hacia el sufrimiento. Por lo tanto,
debemos preocuparnos por los intereses de todos aquellos que puedan sentir el
sufrimiento y el bienestar. En consecuencia, algunas defensoras de la ética del
cuidado han abordado no solo los deberes que podemos tener hacia los
animales no humanos con los que estamos relacionados, sino también hacia
otros con los que no nos relacionamos, como los animales que viven en estado
salvaje.10

Si solo tuviéramos que atender a aquellos con los que tenemos relaciones
cercanas, cuidaríamos a muy pocos individuos. No cuidamos a la inmensa
mayoría de la humanidad, ya que no tenemos relaciones con ellos y, de hecho,
muchas personas tienen una estrecha relación con algunos animales no
humanos. Si hiciéramos de las relaciones la base del cuidado, entonces
tendríamos que aceptar el abandono de la mayoría de la humanidad como ético,
y que algunos animales no humanos merecen más consideración que muchos
humanos. Una alternativa a esto es, por supuesto, rechazar la relevancia de las
relaciones con respecto a las consideraciones morales, a pesar de que esto
signifique rechazar parte de lo que sostienen las especialistas en ética del
cuidado.

Las virtudes éticas


A lo largo de nuestra vida nos vamos forjando una forma de ser, un carácter
(éthos), a través de nuestras acciones, en relación con la parte apetitiva y volitiva
de nuestra naturaleza. Para determinar cuáles son las virtudes propias de ella,
Aristóteles procederá al análisis de la acción humana, determinando que hay tres
aspectos fundamentales que intervienen en ella: la volición, la deliberación y la
decisión. Es decir, queremos algo, deliberamos sobre la mejor manera de
conseguirlo y tomamos una decisión acerca de la acción de debemos emprender
para alcanzar el fin propuesto. Dado que Aristóteles entiende que la voluntad
está naturalmente orientada hacia el bien, la deliberación no versa sobre lo que
queremos, sobre la volición, sino solamente sobre los medios para conseguirlo;
la naturaleza de cada sustancia tiende hacia determinados fines que le son
propios, por lo que también en el hombre los fines o bienes a los que puede
aspirar están ya determinados por la propia naturaleza humana. Sobre la primera
fase de la acción humana, por lo tanto, sobre la volición, poco hay que decir. No
así sobre la segunda, la deliberación sobre los medios para conseguir lo que por
naturaleza deseamos, y sobre la tercera, la decisión acerca de la conducta que
hemos de adoptar para conseguirlo. Estas dos fases establecen una clara
subordinación al pensamiento de la determinación de nuestra conducta, y exigen
el recurso a la experiencia para poder determinar lo acertado o no de nuestras
decisiones. La deliberación sobre los medios supone una reflexión sobre las
distintas opciones que se me presentan para conseguir un fin; una vez elegida
una de las opciones, y ejecutada, sabré si me ha permitido conseguir el fin
propuesto o me ha alejado de él. Si la decisión ha sido correcta, la repetiré en
futuras ocasiones, llegando a "automatizarse", es decir, a convertirse en una
forma habitual de conducta en similares ocasiones.

Es la repetición de las buenas decisiones, por lo tanto, lo que genera en el


hombre el hábito de comportarse adecuadamente; y en éste hábito consiste la
virtud para Aristóteles. (No me porto bien porque soy bueno, sino que soy bueno
porque me porto bien). Por el contrario, si la decisión adoptada no es correcta, y
persisto en ella, generaré un hábito contrario al anterior basado en la repetición
de malas decisiones, es decir, un vicio. Virtudes y vicios hacen referencia por lo
tanto a la forma habitual de comportamiento, por lo que Aristóteles define la virtud
ética como un hábito, el hábito de decidir bien y conforme a una regla, la de la
elección del término medio óptimo entre dos extremos.
La virtud es, por tanto, un hábito selectivo, consistente en una posición
intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal como la determinaría el
hombre prudente. Posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el
otro por defecto. Y así, unos vicios pecan por defecto y otros por exceso de lo
debido en las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige
el término medio. Por lo cual, según su sustancia y la definición que expresa su
esencia, la virtud es medio, pero desde el punto de vista de la perfección y del
bien, es extremo. (Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro 2, 6)
Este término medio, nos dice Aristóteles, no consiste en la media aritmética entre
dos cantidades, de modo que si consideramos poco 2 y mucho 10 el término
medio sería 6. ("Si para alguien es mucho comer por valor de diez minas, y poco
por valor de 2, no por esto el maestro de gimnasia prescribirá una comida de seis
minas, pues también esto podría ser mucho o poco para quien hubiera de
tomarla: poco para Milón, y mucho para quien empiece los ejercicios
gimnásticos. Y lo mismo en la carrera y en la lucha. Así, todo conocedor rehuye
el exceso y el defecto, buscando y prefiriendo el término medio, pero el término
medio no de la cosa, sino para nosotros"). No hay una forma de comportamiento
universal en la que pueda decirse que consiste la virtud. Es a través de la
experiencia, de nuestra experiencia, como podemos ir forjando ese hábito,
mediante la persistencia en la adopción de decisiones correctas, en que consiste
la virtud. Nuestras características personales, las condiciones en las que se
desarrolla nuestra existencia, las diferencias individuales, son elementos a
considerar en la toma de una decisión, en la elección de nuestra conducta. Lo
que para uno puede ser excesivo, para otro puede convertirse en el justo término
medio; la virtud mantendrá su nombre en ambos casos, aunque actuando de dos
formas distintas. No hay una forma universal de comportamiento y sin embargo
tampoco se afirma la relatividad de la virtud
Las Virtudes Teologales
Son aquellos hábitos infundidos por Dios en la inteligencia y en la voluntad del
ser humano. Estas virtudes pretenden ser la guía irrenunciable para que el
hombre ordene sus acciones y vayan dirigidas conforme a los preceptos de Dios.
Se llaman teologales
1. porque tienen a Dios por objeto inmediato y apropiado.
2. porque son infundidas divinamente.
3. porque sólo se conocen a través de la Revelación Divina.
Las virtudes teologales son tres, a saber: fe, esperanza y caridad.
1. FE. La fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios, en todo lo que El
nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de fe.
2. ESPERANZA...La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos y
esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para
merecerla, porque Dios nos lo ha prometido.
3. CARIDAD. La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre
todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios,
con el amor filial y fraterno que Cristo nos ha mandado.
Las Virtudes Cardinales
Las virtudes morales son aquellas que perfeccionan las facultades apetitivas del
alma, es decir, la voluntad y el apetito sensual. La virtud moral es llamada así
por la palabra mos, que significa cierta inclinación natural o cuasi natural a hacer
una cosa. Puesto que la función propia de las virtudes morales es rectificar los
poderes apetitivos, es decir, disponerlos a actuar según la recta razón, hay
principalmente tres virtudes morales: (a) justicia, que perfecciona el apetito
racional o la voluntad; (b) la fortaleza y (c) templanza, que moderan los apetitos
inferiores o sensuales. La prudencia, como hemos observado, es llamada una
virtud moral, no sólo esencialmente, sino debido a su materia, en la medida en
que dirige los actos de las virtudes morales. Se considera que las virtudes
cardinales predisponen al ser humano a llevar una vida recta y conforme al buen
juicio y a obrar correctamente. Se dice que la repetición de los actos crea el
hábito, y cuando estos están encaminados al bien reciben el nombre de virtudes,
mientras que en el caso contrario estaríamos hablando de vicios. Las virtudes
cardinales son cuatro: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Justicia: Es una virtud esencialmente moral, regular las relaciones del hombre
con su prójimo. Nos dispone a respetar los derechos de los demás, a dar cada
cual lo que le pertenece. Entre las virtudes anexas a la justicia están: Las cuatro
virtudes cardinales son:

1. PRUDENCIA.
 Nos hace conocer y practicar los medios mas conducentes para obrar el
bien.
• Esta se basa en el buen juicio; en actuar reflexivamente y con precaución
para discernir el bien y elegir los medios adecuados para acometer una
acción evitando todo posible daño.
• En la prudencia se halla el valor para adquirir conciencia de las
situaciones que se deben enfrentar en la vida y actuar desde la calma y
la reflexión para adoptar, finalmente, la decisión más acertada.

2. JUSTICIA.
 Hace que demos a cada uno lo suyo y lo que le corresponde.
• Es una virtud esencialmente moral, regular las relaciones del hombre con
su prójimo.
• Nos dispone a respetar los derechos de los demás, a dar cada cual lo que
le pertenece. Entre las virtudes anexas a la justicia están:
 Religión, que regula las relaciones del hombre con Dios, y lo dispone a
darle el culto debido a su Creador.
 Piedad, que nos dispone al cumplimiento de los deberes debidos a
nuestros padres y a la patria (patriotismo).
 Gratitud, que nos inclina a reconocer los beneficios recibidos:
 Liberalidad, que restringe el desmedido afán por la riqueza.
 Afabilidad, por la cual uno está adecuadamente adaptado a sus
congéneres en las relaciones sociales para tratarlos apropiadamente.
3. FORTALEZA.
 Nos da valor para amar y servir a Dios con fidelidad.
• La fortaleza remueve de la voluntad aquellos obstáculos que surgen de
dificultades en hacer lo que requiere la razón. Por lo tanto, la fortaleza,
que implica cierto coraje y fuerza moral, es la virtud por la cual uno se
enfrenta y padece peligros y dificultades, incluso la muerte misma, y
nunca nos desalienta el miedo a perseguir el bien que dicta la razón.
• Las virtudes anexas a la fortaleza son:
 Paciencia: que nos dispone a sobrellevar los males presentes con
ecuanimidad; el hombre paciente es uno que sobrelleva los males
presentes de tal modo de no dejarse abatir excesivamente por ellos
 Munificencia: la que nos dispone a incurrir en grandes gastos para
realizar adecuadamente una gran obra. El hombre munificiente es uno
que da con generosidad real, que no hace las cosas en una escala
mezquina sino magnífica, siempre, sin embargo, de acuerdo con la recta
razón.

4. TEMPLANZA.
 Hace que frenemos las pasiones bajas . Hace que frenemos las pasiones
bajas
• Es la que restringe el impulso indebido de concupiscencia por el placer
sensible, mientras que la fortaleza hace al hombre fuerte cuando de otro
modo huiría, contrario a la razón, de peligros y dificultades inherentes a
aquellos actos por los cuales la naturaleza humana se preserva en el
individuo se propaga en la especie.
• La templanza, entonces, considerada más particularmente, es esa virtud
moral que modera de acuerdo a la razón los deseos y placeres del apetito
sensual.
• Las clases subordinadas de templanza son:
 Abstinencia, que dispone a la moderación en el uso de la comida.
 Sobriedad, que nos inclina a la moderación en el uso de bebidas
espiritosas.
 Castidad, que regula el apetito respecto a los placeres sexuales; a la
castidad se puede reducir la modestia, la cual se relaciona con los actos
subordinados al acto de procreación.

Referencias

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5 Hursthouse, R. (2000) Ethics, humans, and other animals: An introduction with


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8 Adams, C. J. & Donovan, J. (eds.) (2007) The feminist care tradition in animal
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10 Clement, G. (2003) “The ethic of care and the problem of wild


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