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Dando vueltas, como siempre.

El tema con el lugar en donde me ponen. ¿Quién me pone?


Lugar de exposición. Tengo que funcionar, tengo que hacerlo bien. Las cosas dependen de mi. ¿Por
qué hacen eso? ¿Por qué me hacen eso?
Soñé. Soñé que besaba a Luján. Que se me paraba y pensaba en que ibamos a coger y que iba a
acabar rápido. Eso me preocupaba.
Imaginate que tus padres son payamédicos
Martes 10 de octubre
día de ensayo (ya perdí la cuenta y no sé el número). Tengo miedo. Estuve pensando toda la semana
mi parlamente, cómo tenia que ser dicho, mejorado. Cuando llegó el momento creo que lo dije bien.
Pero al terminar, sentí lo que suelo sentir cuando digo algo que considero importante. Eso, eso es.
El problema es la importancia que le doy a lo dicho. Un dolor intenso, que nace al comienzo de la
columna vertebral y sube hasta el cuello. Lo experimenté varias veces. No recuerdo la última vez
que lo experimenté. Pero es horrible. Afinemos la sensación. Es una molestia, es un dolor físico. Lo
relaciono fácilmente con lo psicológico, “me duele por los nervios de decir algo que considero de
mucha importancia”. Saber la causa no ayuda. Nada ayuda. Desde la primera vez que lo padeci supe
a qué se debia y eso no ayudó. Sé que tengo un enorme terror de hablar, de decir algo fuera de lugar,
de equivocarme y que, cuando por fin lo hago, aparece esa molestia. Saber no ayuda, repito.
Entonces, ¿qué tengo que hacer? Creía que con el tiempo, cuando hablara se pasaría, pero no. No
pasa, al contrario, saber que soy consciente, creer que eso cambia algo y luego comprobar lo
contrario, me frustra.

Miércoles 11 de octubre

Durante el dia hablé con dos chicas que conocí por Okcupid: Débora y María.
Hice compras. Luego hice ensaladas. Salieron ricas. Leimos y comimos. Vimos tema de los traumas
producidos por un parto difícil, por un embarazo infeliz.
Mentiroso, pero cobarde
esa premisa
alguien que miente
¿Por qué miente? ¿Por qué miento yo?
Por miedo
Porque la realidad me aburre
la ficción creada en la mentira es más divertida
tengo que mostrar que miente, no demostrar, no contar que miente
también tengo que mostrarlo cobarde
El mentiroso ha de ser valiente. La mentira solo sirve cuando se mantiene. Si uno es cobarde, duda,
se cae la mentira
entonces este mentiroso ha de tener tanto miedo que no puede mantenerla
nombres posibles: Marcos, Martín, Marcelo, Mariano,
Martín. Martín es mentiroso, pero cobarde.
Martín es mentiroso. No mencionar la palabra “mentira” en ninguna parte del relato.
La primera vez fue fácil, como un impulso nacido desde lo más hondo del alma. Martin tenia seis
años. Su madre insistía en que no jugara a la pelota dentro de la casa porque podían romperse
ciertos carísimos adornos. Pero, ¿acaso uno no aprende una regla sólo después de haberla
traspasado?
La cosa es que Martín se juntaba con sus primos en su casa todos los viernes cuando salian del
colegio, merendaban y después se ponían a jugar. Aquel viernes, la mamá de Martín salió a hacer
las compras, pero antes le dijo:
—Mar, en un rato vuelvo. Pórtense bien.
Ese “pórtense bien” significaba “no rompas nada”. Porque si había algo que le salía bien a Martín
era eso: romper. Desde bebé que se había esmerado en el meticuloso oficio de la desestructura. Los
chupetes le duraban dias; la ropa, semanas. Cuando empezó el colegio le armaron con la mochila
completa. Al mes, la mochila estaba descosida, los lápices, partidos, la tijera, desafilada y la
Plasticola era imposible: no salía ni entraba pegamento, tampoco se podia abrir. El padre de Martín
intentó con un cuchillo, con ese, con el que cortan latas en la propaganda, pero nada.
Para qué dilatar la cuestión, si el final se avecina: en media hora tanto los jarrones de la abuela
paterna, como los floreros de la materna se encontraban en el piso, divididos en varios fragmentos.
Cuando la madre de Martín volvió, lo primero que vio fueron los adornos destruidos
—¡MARTÍN! ¿¡QUÉ MIERDA HICISTE?! ¡TE DIJE QUE NO ROMPIERAS NADA!—le dijo,
atravesándolo con la mirada.
—Nada—respondió Martín, en un tono neutro.
—¿Cómo que nada?
—Fue Alejo—dijo, señalando a uno de sus primos.
—¿Qué decis, pibe? Si yo solo te pedí que me la pasaras y vos pateaste directo a los jarrones.
—¿Es verdad eso, Martín?
—Sí. Bueno. Fue Cristián.
—¿Cómo Crisitián? Si Cristian ni siquiera está acá, Martín.
—Bueno, sí. Fui yo.
La madre lo retó, le prohibió jugar durante un mes entero.

Luego, en la secundaria, siempre le costó recordar qué útiles tenia que llevar, como también, la
tarea que tenia que hacer.

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