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FAHCE Biblicteca N° Inv. ASS. i , § ( [Aloclarde] cA... 2610S onee © 1968 Centro Editor de América Latina 8. A- ‘Avda. de Mayo. 1365 = Buenos-Aires: tao ‘depen ae, le Bec oe Argentina —Printed in Argentina Estudio preliminar Abelardo es uno de los més brillantes protagonis- tas de la historia erética de Occidente. Sus amores con Eloisa fueron celebrados secularmente por la leyenda popular y por la poesia. Las Cartas cam- biadas con su amante y esposa constituyen, sin duda, ‘uno de los cldsicos de ta literatura amatoria. Por otra parte, le corresponde “un prominente Iugar en ta historia de la teologia medieval, a la que traté de organizar como ciencia”.* Como filésofo, sus contribuciones a la tégica, a ta teoria del conocimiento y a ta étiea, lo sitian entre los més importantes exponentes de la antigua esco- listica. Sin tener et aliento especulativo de Esco- to Erigena, la profundidad metafisica de Meister Eckhart o la potencia sistemética de Tomés de Aqui- no, super probablemente a todos los fildsofos det Medioevo por su agudeza critica, por su dialéctica flesible y sutil, por su profunda independencia in~ telectual. Vida de Abelardo * Pedro Abelardo nacié en Pallet, pequeiia villa de Bretafia, vecina a Nantes, en el afio 1079. Su padre, Berengario, aunque hombre de armas, sentia gusto por las letras. De él heredé simulténeamente, se- gtin parece, el amor al estudio y el impetu guerrero, Otén de Frisingen afirma que su primer maestro 1 Armand A. Maurer, Medieval Philosophy, Nue~ va York, 1962, pag. 59. 2 En este “Estudio preliminar” hemos utilizado, resumiéndolo, el “Prélogo” que escribimos para nuestra traduccion de 1a Etica de Abelardo (Puebla, Cajica, 1967). Pe mare sue Roscelino, candnigo de Compiegne, Este, con- Menado como. hereje en eb-Concilio de Soissons, nabia tenido que huira Inglaterra, pero més tarde ierornd a Francia y levantd edtedra en Locminé, grea de Vannes, donde tal vez tuvo a Abelardo como Slisetpulo, antes de que éste Wegara a Paris, En ottos primeros afios de su tirocinio filoséfico proba Dlemente escuché también a Thierry de Chartres, con quien estudié la aritmética; al parecer, tune 0 seta uiseiplina tan poco éxito como después Lope de Vega'y Federico Nie:zsche. ee aeera ya en esa época el centro de los estudios filosoficos y teolégicos de Europa occidental. 1-05 tscuelag que se levantaban alli, en torno a la cate- ‘nal de Notre Dame, y que en el siglo XIII origina sen la Universidad, reflejaban, como todas las vecnelas urbanas, las exigencias de Ia incipiente bur- questa mercantil y artesanal, por oposicion @ 10s greuelas mondsticas, predominantes hasta entoncess Gue respondian a una sociedad puramente feudal ara economia agricola, que tendia a satisfacer é) rama local El método de las nuevas escuelas oneinas era esencialmenté dialégico y suponia. la wr easién y el choque de ideas (dentro —claro esti fie los limites impuestos por la fe catéliea), mien oe sr ae las eseuelas monésticas y rurales habia ndo sobre todo monolégico, como puede verse, Por sjemplo, en los escritos de Anselmo de Canterbury, veo de los cuales se titula, precisamente, Mono- logion. setae hechos posibilitaron la aparicign de una fi ura como la de Abelardo, tan diferente @ Ia de todos Pre maestros medievales que lo precedieron. Sin Paris y sin las escuelas urbanas, no habria existida, sin duda, Abelardo. "a esta ciudad Tlegé el joven estudiante cuando arin Tis tenia veinte afios. Dubois, en sir Historie-eecle- Gastique de Paris, fija la fecha en el afio 1100; Dubouliis, enssu Historia Universitatis parisiensis sostiene que fue en 10954 2 Cii E Jeaurreau, Lar fitosofia-medienal, Buenos Aires, 1965, pag. 18. TGitariog por Ch. de Rémusat, Abélard. Sa vie, Uno de los maestros més af o de los 1 jamados qie-en aque~ Moras enseiae ere cpotsdlacen> Calllerao Champeaus, apeltidado “columna de tos docto- res” A sus clases de dialéetica comenzé a concur, ‘pues, el joven bretén, y en ellas se revelaron por vez primer a quiere de su ingenio yl indepens denci de su espritu, Lejos de. conformarse con jas tess reaistas que en ta doctrina de los univer sales enscaba este maestro, lvants contra ells se- rrias objeciones yj no tardé en ponerlo en. aprie deknte de se elese, Pronto twv0 que dejer, como era previsible, aquella aula, Pero este fracaso como Giscipulo significaba nada menos que una cons arecian como maestro. En Melun,chudad rea, bri, euendo tenia apenas veintidés aiios, su prot trasladé a Corbeil, ciudad préxima a Paris, y em= ‘pez6, como dice Ch, de Rémusat, “a sitiar la ciuda- dela de ta escuela de Nétre Dame”.* BI sitio hubiera terminado probablemente en bri- ante conqusta, il stador no hubiese enjermad; esto lo obligé a retornar a Bretafia, Alli per 6 esto obi Alli permaneci6 Al regresar a Paris se propus. ‘ aris se propuso seguir un curso d Champenu, retire ahora como religiogo a un con Wento que @l mismo habia fundado. Nueoamente utié con él la cuestin de los universales susoamente logré sobre él un aplastonte olan dilético, obligéndolo a dest de au doctrina. “Es- te captulaciénobligada arruiné a fama de Guiler- made Champs: como profesor de dialétie y su scuela se vacié en provecho de li elardo”, escribe Gilson.? pe aes Conquisté asi, finalmente, U , finalmente, la escuela de Notre Dame y aunque luego, gracias a las intrigas del sa philosophie et sa théologie, 24 ‘is = eee logie, 2° ed, Par * Sobre este autor, cfr. E. Michaud, 1, eft. E, Michaud, Guilt Champeaur é I unens ie Champenus et Tes cote de Paris du Kile, eee, « Op. cit., I, pag. 16. E, Gilson, La philosophi snk ,Glisn, La Dhilosophie au Moyen. Age, Pati, 1855, EE ver otra vez a Me- a ee sutil se acrecenté tanto que su escuela comenz6 a todo. Volvié a Paris y levanto su edtedra en la mon- inai de la ensefianza universitaria’.’ ‘ ‘Hacia esta época, en la que Abelardo habia jot acuerdo, abrazar la vida religiosa. Et hijo viaiS en 7 ‘Deseoso de ampliar sus conocimientos ¥ el campo de su ensefianza e impulsado quizds, como algunos de su madre, decidid entonces iniciar el estudio de de la época, discipulo y continuador de Anselmo as ae sae rote apenas medioere, Abelardo tenian muy poco sentido y ‘estaban vacias de razo- nes”.11 Después lo compara con und ama que hu- * Op. cits, 1, pag. 23. Encyclopaedia of Religion and Ethics, Edimburgo, 1959, I, pags. 14 y 15. —- 2. ‘sobre Anselmo de Laon, eft. P. Fournier, “An- selme de Laon”, en Dictionnaire de Theologie Ca- palique, T, pags. 485 a 487. Pera latde, Histon catamitatum, en Migne, Pa- trotogia latina, vol. 178, col. 123. mex pero no ilumina, con un drbol de frondoso follaje pero carente de frutos, con la higuera estéril ‘que Cristo maldijo Se comprende, pues, por qué, cuando sus condis- cipulos le preguntaron su opinién sobre la teologia, Abelardo contests que la consideraba utilisima en la medida en que ensefiaba cémo salvar el alma, pero que para entender el sentido de la Sagrada Escri~ tura no se necesitaba maestro alguno, pues era sufi~ ciente con leer el texto. El espiritu del libre examen comienza a gestarse asi con Abelardo, aunque hayan de pasar todavia varios siglos antes de que sea doc- trinariamente formulado y piblicamente profesa~ do Para probar su aserto dijo Abelardo que erplicaria cualauier libro de la Escritura que se le presentase. Eligieron sus condiscipulos el de Eze~ quiel, por ser uno de los que mas dificultades exeg ticas ofrecia. Y ante su admirado auditorio lo ex- plicé él con originalidad y brilio poco uswales en las aulas teoldgieas de Laon. Expulsado de dichas aulas, retorné a Paris, donde se le confié ta cétedra vacante de Guillermo y ade- ‘és el importante cargo de director de lus escuelas de ta ciudad. Su fama como tedlogo y fildsofo legs en este ‘momento al apogeo. “En todas partes se hablaba de 41; de los lugares mas alejados, de Bretana, de Ingla~ terra, del pais de los suevos y de los teutones, facudian a escucharlo; 1a misma Roma le enviaba oyentes. La multitud de las calles, ansiosa de con templarlo, se detenia a su paso; para verlo los habi- tantes de las casas descendian hasta et umbral de sus puertas, ¥ las mujeres corrian la cortina detras de las pequefias vidrieras de sus ventanas. Paris to habia adoptado como hijo, como ornato y como an toreha. Paris estaba orguilosa de Abelardo y cele braba_en su totalidad ese nombre, cuyo popular recuerdo ha conservado, después de siete siglos, la ciudad de todas las glorias y de todos los olvidos”33 Un canénigo parisiense, Fulberto, lo alojaba en su % Piensa lo contrario M. de Gandillac, Oeuvres choisies d’Abélard, Paris, 1945, pag. 12, nota 3. * Ch, de Rémusat, op. cit., I, pag. 44. oe a a - casa y le habia confiado la educacién de su sobrina, Eloisa, joven ya famosa en In ciudad por su ingenio iy su saber. El corazén de Abelardo se abrié a uma pasién hasta entonces ignorada 0, por lo mehos, tnérgicamente reprimida por él: el amor carnal. A Tos cuarenta afios se prendé de su discipula de die- cisiete. Y de este modo el més célebre de los dialée- ticos se convirtié, por obra de la, pasién, en miisico y poeta, al estilo de los trovadores de ta época."* Eloisa se rindid pronto al asedio de su maestro. Du- rarte varios meses gozaron de un extrafio amor, tejido de Iujuria y de afinidad intelectual, de ter- mura y de remordimiento, de exaltacién lirica y de grotismo, Pero, sorprendidos al fin por Fulberto, de= dierun separarse, Eloiea dio a Wz un hijo, a quien Wamaron Astrotabio. “Abelardo, arrepentido de su pecado y compade- cido de la lamentable situacién de su amante y de su hijo, quiso reparar el mal causado y contraer matrimonio con Eloisa. Proptisoto asi a Fulberto, imponiendo una tinica condiciGn: tal matrimonio debia permanecer secreto. Aquél acepté sin poner ‘reparos, pero reservéndose para mds tarde una. cri= delisima venganza, No sin antes haber tenido que veneer los reparos de la propia Eloisa, casése al fin con ella Abelardo. Inmediatamente después se sepa Jaron, AL cabo de un tiempo, Eloisa dejé ta ease de Fulberto y se refugié en el convento de Santa Maria de Argenteuil, donde habia pasado wna parte de su nies, Su esposo solia encontrarse con ella dentro det sagrado recinto. Fulberto, burlado una vez més, decidié Nevar a cabo la barbara venganza que habia tramado contra ‘Abelardo. Acompafiado por un grupo de sicarios Jogré. introducirse, con lit complicidad de wn sir- piente, en el cuarto en que Abelardo dormia, Le hizo padecer- la mas humillante, si.no.ta.mds.dolo~ rosa, de las mutilaciones. Al emaseularlo pensaba, fin duda, aplicar a su manera la ley del Talién. EL jnaudito atentado provocé ta indignacién popular. Todo el mundo, desde el obispo hasta la ditima mu- 44 Cfr, A. Colling, Historia de la miisica cristiana, Andorra, 1958, pag. 44. 10 jerzuela, se apresuraba a darle muestras de mise- ‘ricordia, lo cual, naturalmente, no hacia sino acrecer su humillaci6n, No le quedaba, al parecer, otro camino més que el cel claustro. Eloisa, a su requerimiento, tomé el velo en Argenteuil; él profess luego en la abadia de San Dionisio. Contrariamente a lo que podria suponerse, su espiritu no fue ganado por et abatimiento, ni la emasculacion disminuys su agresividad.’® ‘Asi lo demostré en seguida, al emprender una dura critica de las costumbres det monasterio. Por eso, cuando wn grupo de estudiantes Negd @ pe- dir al maestro Pedro que reanudara sus cursos, el abal Addn y sus monjes apoyaron la solicitud, con el objeto de sacarae de encima al molesto cencor. EL propio Abelardo no se hizo rogar demasiado, Se instalé en el priorato de Maisoncelle, en.las tie rras del conde de Champagne, y abrié alli una escuela que, al parecer, leg a contar hasta tres mil alumnos, Las clases que entonces dicté sobre la Trinidad, en las que trataba de explicar con ar~ gumentos racionales 0, al menos, con analogias basa~ das en la experiencia, el més arduo de los misterios de la fe, fueron luego puestas por escrito y dieron pie a sus enemigos, Roscelino "8, Alberico de Reims y Lotulfo de Novara‘, para una acusacién de he- rejia, Los dos tiltimos consignieron que el arzobispo Rodolfo el Verde y el legado pontificio Condn de Palestrina convocaran wn sinodo en Soissons para examinar los errores trinitarios de Abelardo, ‘A pesar de que algunos padres, como Geoffroy de Lénes, obispo de Chartres, se pusieron de su parte, Abelardo “estaba condenado de antemano, en virtud de las previas intrigas de sus enemigos”. Se lo condend sin escucharlo, se lo obligé a quemar por % Cfr. P, Laserre, Abelardo contra San Bernardo, Buenos Aires, 1944, nds, 148 y 149, ij Cfr, M. Rousselot, Btudes sur la philosophie dans ie moyen age, Paris 1840, 1, pég. 187 3 Ambos habian sido disefpulos y amigos de An- selmo de Laon. Cfr. G. Fraile, Historia de ta Filo- Sofia, Madrid, 1960, 11, pag. 395. =" P, Lasetre, op. cit., pags. 150 y 181. rt ——. cae ae = propia mano el escrito cuestionado y se Io recluyé, ‘como penitente, en el monasterio de San Medardo. Pronto retornd, sin embargo, a su convento de San Dionisio, donde lo esperaba un nuevo conflicto con el abad Adan y con los monjes, a propésito de la personalidad histérica del fundador de dicho con vento. Abelardo, siguiendo a Beda el Venerable, sostenia que Dionisio habia sido obispo de Corinto y no de Atenas, como afirmaba la tradicién del con~ vento y de Francia toda, que pretendia vinewlarlo de ese modo a San Pablo, El abad amenazé a Abe-. lardo con denunciarlo al rey, como si su opinién constituyera un delito de alta traicién. Humillado, flagelado, gravemente amenazado en su libertad y en su vida, se vio obliaado a huir, buscando refuaio en el convento de San Egulfo, en Champagne, cuyo prior era un viejo amigo suyo.i8 Al morir el abad Adan, obtuvo de su sucesor per- ‘miso para hacer vida eremitica y se establecié en un lugar desierto, al este de Nogent sur Seine, donde Tevanté un oratorio consagrado a la Santisima Tri- nidad. En torno a esta niistica construccién, conocida Iuego con el.nombre del Pardclito, se agruparon pronto numerosas eabaiias: la fama del maestro Pe~ dro atrajo una verdadera multitud de discipulos 4 aquél se encontré otra vez, sin quererlo ni buscarlo, al frente de una gran escwela, Su actividad docente y literaria fue alli intensa, Sin embargo, al cabo de un tiempo, se apoderé de él una suerte de mania persecutoria. En toda reunién de clérigos veia una conspiracién contra su persona. Llegé a pensar en eciliarse a tierra de infieles, para hallar un poco de tranquilidad. Cuando los monjes del lejano monas- tevio de San Gildas de Rhuys, en la baja Bretafia, le ofrecieron el cargo de abad, en reemplazo del que acababa de morir, acepté sin dudarlo, creyendo en- contrar alli un refugio paga acabar tranquilamente su vida." Se equivocé, sin embargo, por completo. Aquellos monjes vivian en un estado de total relaja~ cién y el nuevo abad tuvo que emprender otra deci- cir. Ch, de Rémusat, op. cit, T, Bags. 102 y 103. w Ch. de Remusat, op. cit., I, pag. 120. 2 -_ =e dida lucha al pretender que reformaran sus cos tumbres. Por otra parte, en aquella misma época, Eloisa y las religiosas de Argenteuil fueron despojadas de su casa; Abelardo tuvo que ocuparse también de ellas, instaléndolas en el oratorio del Paréclito. Al cabo de un tiempo, tos monjes de San Gildas Megaron a atentar contra la vida de su abad y éste viore obligado a huir por un pasaje subterraneo, para refugiarse en un lugar cuya ubicacién no cono~ ‘cemos, donde se dedied a escribir sus memorias. Hacia el ato 1134 abandond, probablemente, ta Bretaria ®; en 1136 lo encontramos otra vez en Pa- ris, dirigiendo una escuela en la montaiia de Santa Genovera Algunas de las doctrinas teolégicas que entonces enseiié y expuso en sus eseritos suscitaron la pre ocupacién y el enojo de los més ortodoros. Hugo Métel y Guillermo de Saint-Thierry® primero, y Bernardo de Clairvaux® mas tarde, iniciaron una violenta ofensiva contra et maestro palatine. Ber~ nario, después de amonestarlo en vano, se dirigid al gapa y a los cardenales, denunciando los errores teolégicos del célebre maestro, eapaz de inficionar, por medio de sus numerosos discipulos, a la cris~ tiandad entera. En sus cartas hacia notar, sobre todo, la amistad de Abelardo con Arnaldo de Bres~ cia, el agitador popular que, por condenar el Iujo y la corrupeién det clero, era mas aborrecido en la Curia romana que todos los heresiarcas del mundo. Ctr. Brucker, Historia critica philosophiae, Leipzig, 1766, Ill, pag. 755 (cit. por Ch. de Rému- sat). * Sobre Guillermo de Saint-Thierry, véase J. M. Déchanet, Guillaume de Saint-Thierry. L’homme et son oewwre, Brujas - Paris, 1942, Sobre Bernardo de Clairvaux, véase B. Vacan- dard, Abélard, sa lutte avec Saint Bernard, Paris, 1882; Vie de Saint Bernard, abbé de Clairvauz, Pa ris, 1927; P. Miterre, Saint Bernard. Un moine arbi- tre de V'Burope au Xile. siécle, Genval, 1929. ® Sobre Arnaldo de Brescia, véase A. de Stefano, ‘Arnaldo da Brescia ¢ i suoi tempi, Roma, 1921; Hampe, Arnold von Brescia, Berlin, 1924. 13

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