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Panorama histórico de la literatura infantil argentina

Prof. Sabrina Martín

Para abordar la historia de la literatura infantil (LI) argentina consideramos


que es necesario referirnos a algunos hechos de la historia de la infancia y la historia
sociopolítica del país. El 25 de mayo de 1810 la Argentina se independiza
oficialmente del dominio español y en 1880 se conforma definitivamente como
Estado-Nación. Los siguientes diez años tuvieron un fuerte impacto en la infancia
argentina ya que la niñez comenzó a ser objeto de políticas públicas y de un saber
especializado como la pedagogía (Carli). En el año 1884 se declara la Ley de
Educación Común (N°1420) que enuncia que la instrucción primaria será gratuita,
obligatoria y laica. Esto incidirá claramente en la LI. En principio porque esta
literatura está atravesada por una asimetría fundacional que tiene que ver con ser
producida por adultos para un destinatario infante y por otro, porque es el mundo
adulto y la escuela un claro ejemplo de ello, el que delimita, ofrece y tutela las
lecturas que hacen los niños. (Díaz Rönner 2011). La relación de la literatura infantil
con la escuela será siempre estrecha ya que en numerosos casos constituirá la única
posibilidad de acceso que tendrán los niños, principalmente de clases marginadas.
Sin embargo esta relación estará siempre en tensión porque el discurso literario será
visto como una vía válida para la transmisión de discursos morales, pedagógicos o
formativos de una identidad nacional en desmedro de una atención sobre las
cualidades estéticas.
Es en 1880, entonces, año fundamental en la historia argentina, cuando
Eduarda Mansilla publica Cuentos, considerado como el primer libro para niños que
no está destinado al ámbito educativo y con clara conciencia de sí mismo como
producto cultural destinado a la infancia. La autora menciona a Hans Christian
Andersen como modelo para su obra e intentará recrear el género maravilloso
cultivado por este autor en escenarios locales. De esta manera los personajes serán
animales que dialogan u objetos personificados como una jaulita dorada o un alfiler,
pero como ella misma lo anticipa al denominar “apólogos” a sus obras, los cuentos
estarán atravesados por situaciones moralizadoras que apuntarán a la identificación
del lector con los personajes para dejar su enseñanza (Molina, 2011).
Antes de la aparición del libro de Mansilla los niños ya leían obras de autores
nacionales. Durante la primera mitad del siglo XIX aparecen en periódicos las
fábulas de Domingo de Azcuénaga, Felipe Senillosa y las de Gabriel Real de Azúa.
(Serrano, 1996). Otro género de éxito eran las biografías de personajes célebres,
presentados como figuras ejemplares para la infancia que comenzaban a incluir
semblanzas de hombres ilustrados de América y de próceres argentinos (Serrano,
1984). Asimismo eran frecuentes obras de autores extranjeros como recuerda
Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la Nación Argentina (1868-1874), en
Memoria sobre ortografía americana (1843) cuando menciona a Robinson Crusoe
de Daniel Defoe, El almacén de los niños de Leprince de Beaumont y los Cuentos a
mi hijito y a mi hijita de Sophie de Renneville. Por su parte, la escritora Juana
Manuela Gorriti en El mundo de los recuerdos (1886) hace referencia a relatos de
tradición oral que había escuchado narrar, entre los cuales se encontraban cuentos de
pícaros y cuentos maravillosos.
Sobre la convivencia de literatura escrita y extranjera con cuentos locales de
tradición oral coincidimos con Ángel Rama (2008) cuando afirma que:

“En la originalidad de la literatura latinoamericana está presente, a modo de guía, su movedizo y


novelero afán internacionalista, el cual enmascara otra más vigorosa y persistente forma nutricia; la
peculiaridad cultural desarrollada en lo interior, la cual no ha sido obra única de las elites literarias
sino el esfuerzo ingente de vastas sociedades construyendo sus lenguajes simbólicos”.

En este breve panorama nos proponemos atender a esta convivencia que ha


contribuido a la conformación de la literatura infantil argentina.

La literatura y la prensa
Entre los años 1880 y 1914 Argentina se convirtió en uno de los principales
países destino de los inmigrantes europeos principalmente italianos y españoles. La
población creció de manera exponencial y en la ciudad de Buenos Aires durante
varios años la población extranjera superó en número a la población nativa. Las
campañas de alfabetización en todo el país constituyeron una de las políticas del
pasaje a una sociedad moderna y generaron un nuevo tipo de lector. La prensa
periódica sirvió de práctica inicial para ellos y creció al ritmo en que lo hacían estos
nuevos grupos lectores; el número de títulos, la variedad de los mismos y la cantidad
de ejemplares no tuvo casi paralelo en el mundo contemporáneo (Prieto, 2006). Los
medios gráficos fueron espacios centrales para la difusión de las obras de los
escritores de la época.
En 1905, Ada María Elflein comienza a publicar en el suplemento infantil del
diario La prensa episodios de la historia argentina contados para niños. En 1906
aparecen reunidos con el título Leyendas argentinas, aunque también han recibido la
denominación de “tradiciones”, continuando un género cultivado por Ricardo Palma
en Perú. Estas obras alternan entre el hecho histórico (la conquista española o los
primeros años de la ciudad de Buenos Aires) y el argumento novelesco, y
transforman en protagonistas a indígenas, campesinos y a soldados anónimos. Los
episodios ocurren en distintos escenarios naturales de la Argentina y procuran
inculcar valores en los niños.
El periódico La prensa fue también un medio en el que publicó Horacio
Quiroga, escritor uruguayo que desarrolló casi la totalidad de su obra en Argentina y
que aún sigue reeditándose. Colaborador también de importantes revistas de la
época, publicó Cuentos de la selva en 1919. Los cuentos están ambientados en la
selva que se encuentra en la provincia de Misiones, al noreste del país, donde
Quiroga vivió muchos años alejado de las grandes ciudades y sus comodidades.
Varios de los cuentos están protagonizados por animales personificados y aparecen
ayudando al ser humano y sacrificándose por él, mostrando, en oposición a la
ciudad, una faceta distinta de la naturaleza o lo salvaje. La escritura de Quiroga,
encuadrada en el naturalismo es contundente y con una economía muy grande de
recursos desarrolla historias dramáticas sin contemplaciones ante el lector niño.
Las revistas también se constituyen en medios de difusión de las vanguardias
artísticas. En la década del 20 sirven como órganos de difusión para las obras de dos
grupos de escritores que llevan el nombre de dos calles-símbolos de Buenos Aires:
Florida y Boedo. El primero, estaba asociado a la escritura de vanguardia más
experimental y de renovación formal y su punto de reunión estaba en el centro de la
ciudad. El segundo estaba conformado por escritores de izquierda cuya literatura se
focalizaba en temas sociales, principalmente las problemáticas de la clase obrera y
se ubicaban en zonas suburbanas. Dos autores del grupo de Boedo, José Sebastián
Tallón y Álvaro Yunque en sus producciones para niños daban muestras de que los
límites entre estos grupos no eran tan absolutos.
Álvaro Yunque cultivó una literatura realista que tuvo como protagonistas a
trabajadores, a marginados por la sociedad y en numerosos casos a niños y que
buscaba interpelar al lector desde las injusticias sociales que vivían los personajes.
La revolución rusa estaba aún cerca y la posibilidad de movilizar a las personas a
partir de la concientización de las injusticias sociales encontraba lugar en su
literatura. Algunas de sus obras han sido Zancadillas (1926), Tatetí (1928),
Muchachos pobres (1957).
Por su parte, José Sebastián Tallón publica Las torres de Nuremberg en 1927.
Conviven en esta obra poemas que priorizan el juego con el lenguaje y proponen una
visión más lúdica y extrañada sobre el mundo, (Bajour, 2011) con poemas que están
más ligados a la temática de Boedo. Javier Villafañe y María Elena Walsh dos
poetas fundamentales de la literatura para niños argentinos lo reivindicarán por su
búsqueda de una renovación formal en la poesía para la infancia.

El folklore argentino para niños


En 1936, desde la Universidad de Buenos Aires, Berta Elena Vidal de Battini
se abocó a la recopilación y estudio de cuentos y leyendas tradicionales del país,
comenzada en 1921 por el Consejo Nacional de Educación a través de la
denominada Encuesta Láinez. Asimismo, Juan Alfonso Carrizo realizó en el
noroeste argentino una recopilación de la lírica popular. En 1940 Battini hace una
selección para niños y una para las escuelas primarias con el fin de que el folklore y,
llegue a los niños. Ambas antologías reúnen cuentos de animales, maravillosos, de
pícaros y leyendas indígenas. De esta manera las historias de tradición oral locales
comienzan a conjugarse con la producción de LI. En 1986 Ediciones Culturales
Argentinas en conjunto con el Centro Editor de América Latina (CEAL) publicará la
colección “Cuentos de mi país” que reunirá reescrituras de las versiones recopiladas
con títulos como Cuentos del zorro, Cuentos de maravillas, Cuentos del noroeste,
Cuentos del sapo entre otros.
Si bien varias ediciones de folklore literario estaban muy ligadas a los
propósitos de una reafirmación de la identidad argentina y a la valoración de un
patrimonio nacional y a su vez estas premisas fuertemente ligadas a la tarea
homogeneizadora de la escuela, las publicaciones destinadas a niños de esta
literatura empiezan a sufrir transformaciones a la vez que el campo va ganando
autonomía: se modifican textualmente, se compilan siguiendo las vicisitudes de
algún personajes y las ediciones conceden un importante espacio a la ilustración que
al establecer una relación particular con el texto colabora fuertemente en la
producción de sentidos.
En la década del 40, la tradición oral convive con la literatura de autor y con
producciones como la Colección Billiken de editorial Atlántida dirigida por Rafael
Diste, un intelectual español exiliado en la Argentina luego de la guerra civil
española. Esta colección que reunía autores franceses, ingleses, norteamericanos y
españoles, replicaba las bibliotecas de las misiones pedagógicas que se habían
llevado adelante en España antes de la guerra. Influido por este grupo, el escritor y
titiritero argentino Javier Villafañe recorre el país con sus propias obras de teatro
para niños. El gallo Pinto (1944) es un libro de poemas que se edita con
ilustraciones de niños y Libro de cuentos y leyendas (1945) reúne reescrituras de
historias de tradición oral que escucha en sus viajes por el país.
La mitad del siglo proporcionaba a los niños una apertura hacia la literatura
occidental y simultáneamente hacia relatos que daban visibilidad a los pueblos
originarios y focalizaban la atención sobre su historia y su cosmovisión.

Estallido y censura

En la década de 1960 los movimientos sociales y políticos impulsan la lucha


contra el racismo, promueven la libertad de expresión y la liberación de la mujer y
cuestionan la familia y la educación tradicionales. Hay un auge en la producción
universitaria y una narrativa consolidada en las letras argentinas (Fernández, 2012)).
Es una época convulsionada. En la LI se produce una renovación formal
fundamental que ya había comenzado con las obras de Villafañe y Conrado Nalé
Roxlo y que aparece retratada en la obra de la poeta María Elena Walsh, quien en
1960 publica Tutú Marambá e introduce el humor y el disparate en las producciones
para niños. Confluyen en su obra una línea inglesa expresada en los limericks y el
nonsense, y otra proveniente del folklore argentino. Lo culto y lo popular, lo
europeo y lo nacional así como los juegos de palabras, las rimas, los
encabalgamientos y las aliteraciones caracterizaron su poesía. (Díaz Rönner, 2000)
Esta época también aparece signada por el desarrollo de las industrias
nacionales. El Estado mediante la protección y la participación favorecerá el
surgimiento de editoriales que tendrán un papel central en el desarrollo de la LI. Una
de ellas será el Centro Editor de América Latina (CEAL), creada en 1967 por Boris
Spivakov, un proyecto editorial que buscará la ampliación del público lector con la
producción de libros económicos y de alta calidad que se venderían en kioscos
callejeros. La colección de Los cuentos de Polidoro, dirigida por Beatriz Ferro
comienza a publicarse en 1967. Eran adaptaciones argentinas de cuentos
tradicionales europeos, orientales y americanos, y ponían en primer plano un
elemento constitutivo de la LI que es la relación imagen-texto. Las ilustraciones a
cargo de Ayax Barnes, Oscar Grillo, Hermenegildo Sábat, Oski entre otros eran
verdaderas obras de arte. En 1975 surge la colección Los cuentos del chribitil, que
convocaba a autores noveles y estaba dirigida por Delia Pegretti y luego por
Graciela Montes quien va a marcar una línea de producción y lectura en la LI
argentina. (Cornide, 2011). Esta colección también ponía de relieve la imagen y el
diseño, a cargo de Oscar Díaz, lo que daba como resultado una valoración de la
producción en cuanto objeto estético en su totalidad.
Los años 70 muestran una fuerte politización que revitaliza la polémica sobre
el compromiso del intelectual con la sociedad. (Fernández, 2012). En 1975 Elsa
Bornemamm publica “Un elefante ocupa mucho espacio”, un cuento en el cual los
animales del zoológico hacen una huelga reclamando su libertad; por su parte
Augusto Bianco crea la editorial “Rompan Filas” y publica “La ultrabomba” un
cuento en el que un piloto se niega a cumplir la orden de tirar una bomba.
Un año después se produce en el país un Golpe de Estado cívico-militar que
instala una dictadura hasta 1983 en la cual numerosos escritores, intelectuales y
militantes son perseguidos y obligados a exiliarse, asesinados o desaparecidos. Un
millón y medio de libros del CEAL fueron quemados y se prohibió “Un elefante
ocupa mucho espacio” de Bornemann y La torre de cubos de Devetach -que había
sido parte de la renovación literaria de la década anterior- acusándolos de “tener una
finalidad de adoctrinamiento subversivo” y por presentar “simbología confusa e
ilimitada fantasía” (Gociol, 2001) respectivamente.
Nuevos aires con el retorno a la democracia
A partir del 1984, se conformó un colectivo de escritores que sumados a las
mencionadas Montes, Devetach, y Bornemann comienza a buscar una nueva estética
para las obras destinadas a niños. Libros como La aldovranda en el mercado (1989)
de Ema Wolf, Cuento con ogro y princesa (1987) de Ricardo Mariño, El monte era
una fiesta (1984) de Gustavo Roldán, así como obras de Graciela Cabal y Silvia
Schujer dan cuenta de una renovación de la LI a partir del humor y la exploración de
nuevas temáticas censuradas o autocensuradas en el periodo anterior. Las editoriales
Colihue y Libros del Quirquincho apoyaron fuertemente la búsqueda de esta nueva
estética y propiciaron una nueva relación con los lectores infantiles y con la escuela.
(Bajour-Carranza, 2005).
La década del 90 en la Argentina implicó la consolidación del régimen
democrático y a su vez la aplicación de una política económica neoliberal. En el
marco del proceso de globalización, grandes editoriales extranjeras desembarcan en
el país y/o compran las nacionales. Frente a este fenómeno se desarrollan las
llamadas editoriales independientes que van a promover la edición de material que
escape a una lógica estrictamente de mercado signado por la novedad y las ventas.
En este periodo se producen una revalorización de los ilustradores y sus obras y las
pequeñas editoriales, como El Eclipse han dado un importante lugar a autores
nacionales de libros ilustrados y de libros- álbum, género en el que la imagen y el
texto y a su vez el diseño aparecen como indisociables para la producción de
sentido.

Actualmente la producción de libros para niños en Argentina es numerosa,


rica y variada y es reconocida internacionalmente como lo demuestra el
otorgamiento del Permio Hans Christian Andersen a la escritora María Teresa
Andruetto en 2012 y la distinción con el Astrid Lindgren Memorial Award
(ALMA), a la escritora e ilustradora Isol (Marisol Misenta) en 2013.

El campo de la LI argentina se encuentra en expansión. No sólo en lo que


respecta a la producción editorial sino también al desarrollo de una crítica
especializada producto del surgimiento de instancias de grado y posgrado en
universidades nacionales. Repensar la LI implica la consideración de la literatura
para niños como un objeto estético y cultural heterogéneo, pero también la reflexión
sobre los complejos vínculos que una sociedad entabla con la infancia de su época.

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