rumbo, que marcaba la idea de que quienes gobieman son mandata-
rias de los gobemnados. idea recogida por el movimiento indigena, en la
forma de la exigencia ya tan conocida, de “mandar obedeciendo”
126
CAPITULO V
LAS IDEOLOGIAS DE LA NEGACION
1. Introduceién
Las relactones entre los sistemas normativos indigenas y el siste-
‘ma normativo mexicano, pero igualmente respecto de otros sistemas
normativos hegeménicos latinoamericanos, han sido, y son, eonflic-
tivas. Y el conflicto, entre otros actores, ha estado dominado por la
ideologia juridica, Han sido las ideas juridicas las que han estado en
el centro de esta pertinaz negacién de Ia juricidad de los sistemas
normativos indigenas, Esto no quiere decir que hayan sido solamente
los juristas quienes han intervenido en esta lucha ideolégica. Tam-
bién antropélogos y sociopolitélogos han participado, y siempre del
lado de las ideologias juridicas, lo cual refuerza la conviceién acer-
ca de la fuerza de las mismas. Ciertamente, los cientificos sociales
pueden despreciar el derecho y sus ideas -no sin razén—a todo lo lar-
g0 y lo ancho de la geogratfia intelectual. No obstante, la ideologia
juridica siempre se abre paso y contamina las discusiones en las
cuales los otros cientificos sociales no pueden menos que referirse
‘la juricidad
Asi, las idcologias mas caras a los juristas orgénicos de la socie-
dad capitalista, hacen presa de todas las discusiones. Veremos a
continuacién algunas de estas ideologias de la negacién de la calidad
de sistemas juridicos a los “usos y costumbres” indigenas.
72. El embate y la resistencia
‘Como todas las sociedades conocidas, las comunidades indigenas
ticnden a su reproduccién, El especticulo que brinda la historia, no
es el de revoluciones constantes, sino el de la permanencia de las
relaciones sociales. Las revoluciones son mas bien escasas, y triun-
fan verdaderamente pocas. Las sociedades tienden a reproducirse
Esto es, a mantener las relaciones sociales existentes. La soctedad
capitalista, en especial, ha demostrado firmeza en su reproduccién,
y ha recurrido, para ello, al crimen, al latrocinio, a los peores ejem-
plos de crueldad para mantenerse; y las comunidades también han
desarrollado estrategias que les han permitido pervivir en un mundo
hostil. Esto, claro, ha sido utilizado para decir que las comunidades
indigenas se niegan a modernizarse; se las ataca por la obstinada vo-
luntad de mantener sus formas productivas, sus creencias “paganas”
yy “supersticiosas” ~como si la religién hegemdnica fuera menos
pagana o menos supersticiosa—, sus formas de matrimonio y paren-
tesco, el uso de sus “dialectos” ~como si el espariol no fuera un di
lecto del latin~, la aplicacién de penas “birbaras” —como si nuestras
crceles fueran “civilizadas”-, la antidemocratica normatividad pa-
twiarcal ~como si nuestra sociedad fuese un dechado de democracia-,
¥y muchas acusaciones mas, que no son sino ignorancia de la histo-
nna: las Sociedades tienden a reproducirse. Y para ello desarrollan una
normatividad eficaz, que reprime las conductas que atentan contra esa
reproduccion.!
'Y esto, debe repetirse tantas veces como sea posible, es obvio en
nuestra sociedad capitalista: se reprimen todas las conductas que
atentan, o parecen atentar. contra la reproduccidn ampliada del ca~
pital. Es mucho mas reprobable que la obstinacién en el uso de sus
normas por las comunidades, la obstinacién con que la sociedad
mercantil capitalista mantiene la odiosa injusticia de los nifos de la
calle, el acaparamiento de la riqueza social por unas pocas familias,
la mortalidad entre los pobres ~que no es la misma que entre Ios ri-
cos-, la desigualdad en la educacion, las dificultades de acceso a una
» Sore particular véase: Ossar Cores, niradacein la ertica del derecho moder
ro, Mexico, Fontamara, 2000
128
Justicia medianamente “justa” para los pobres, los salarios de ham-
bre para los trabajadores, la competencia desleal contra los produe-
tores agricolas, y todas estas lacras que tan cuidadosa y puntualmente
defiende el sistema normativo heyeménico.
Lo que hay que retener de todo esto, es que las soviedades, en el
cuidado de su reproduccién, crean normas, esto es, lo que llamamos
derecho. Y las comunidades indigenas no son la excepoion, desde
luego. Disponen, por eso, de un sistema juridico tan completo para
las necesidades de su reproduceién, como el nuestro. Pero hay que
retener algo mas: las comunidades son eso, comunidades. Y, como
tales, son sociedades enfrentadas con la sociedad capitalista; esta
tlfima desarrolla variadas formas de agresién a las cuales la otra
resiste, y con una tenacidad, y éxito, admirables, La cuestién de
Ja inexistencia de propiedad privada sobre la tierra, en este orden
de ideas, es el punto central de la disputa por la subsisteneia. ¥ es el
punto que precisamente ataca la sociedad capitalista con mayor te-
nacidad. Como se sabe, a constitucién mexicana surgida de la revo-
lucién, ante la formidable presencia del campesinado pobre, defen-
did la no propiedad privada de la tierra durante un tiempo, pero, ta
fuerza de las formas capitalistas de propiedad, condujo a una refor-
‘ma que abrié el camino que las comunidades se niegan a recorrer: Ia
privatizacién de su principal medio de produceién para el consumo,
Y el conflicto se encuentra, hoy, a comienzos del siglo XX1, en esta-
do de indecisién. No se sabe atin st la privatizacién de la tierra que-
brard la resistencia de las comunidades, o su ejemplo serviri como
eespejo a las fuerzas sociales que pugnan por un cambio superador de!
capitalismo, Por el momento, con la sola presencia de la vida commu
nitaria, por su resistencia notable, el conflicto se encuentra en esta-
do de empate: ni las comunidades han sido destruidas, nt el capi-
talismo parece en vias de algin cambio
El conificto normativo, que tiene este fondo en la cuestién de la
propiedad de la tierra, ha encontrado, por su parte, una forma preci-
sa, Se trata del reconocimiento de los “usos y costumbres” indigenas
por parte del sistema juridico mexicano, y por la via de una reforma
constituctonal. El asunto ha sido asi planteado, y sus formas idcok
‘sicas no son favorables « las comunidades,
129241. Usos y costumbres
En primer lugar, el uso de la expresién “usos y costumbres”, ubi-
ca la discusién en el mundo ideoldgico del capitalismo. Intelectuales
hhonestos, interesados en la defensa del mundo comunitario, lamen-
tablemente, han cafdo en la trampa de las palabras, que, tratandose
de politica y derecho, nunca son inocentes. Los antropélogos y
sociopolitélogos, y también algunos juristas, interesados en el tema,
hablan de los sistemas normativos indigenas de la misma manera que
e] Cédigo Napoleén habla de las normas regionales que venia, pre-
cisamente a suplantar. Como se sabe, este famoso cédigo tenia por
objetivo la creacidn de un “estado-nacién”, es decir, un mercado re-
sido por ciertas, y no otras, normas juridicas. Es que el llamado
estado-nacién, no era sino el intento de ocupar un territorio y una po-
blacién, fingiendo que eran uno: un territorio, y una poblacién. Lo
cual chocaba notablemente con la realidad: ni habia un territorio, mi
‘habia una poblacién; no habia, a las fechas napolednicas, un sistema
rnormativo que unificara tales cosas. El mercado Ginico ~el estado~
nacién no es sino el mercado sin el cual no se puede reproducir el
capital no existia, Francia ni siquiera era un conglomerado de hi
bitantes que hablaran el mismo idioma, pero la clase social que ins-
piraba a Napoleén, tenia muy claro que la edificacion de un estado
‘modemno —un mercado, requeria un sistema juridico sin rivales para
la poblacién y el teritorio que alcanzara a dominar su ejército. Y eso
estaba muy claro para los juristas que le hicieron a Napoledn su cédi-
0: la ley tenia que ser igual para todos, y habia que hacer desapare-
cer todo vestigio medieval de autonomias ~zuseranités es 1a pala-
bra francesa-. Pero, también sabfan, esta destruccién de autonomias
no puede lograrse de un golpe normativo, y, con sabiduria, el cédi-
{go acept6 que las obligaciones debieran cumplirse conforme con este
cédigo, “o conforme con los usos y costumbres del lugar” siempre
que no contravengan las disposiciones de este cédigo. El golpe era
muy bueno: por un tiempo, mientras la educacién y la justicia logra-
ban imponer la ley y la idea de una nacién, se aceptarian normas
regionales, pero siempre con la cortapisa de que tales normas serfan
aplicables por los tribunales, solamente si no contradijesen las esen-
cias normativas de la nueva ley. Como puede notarse, la expresién
130
1505 y costumbres” tiene, en su origen, un sentido peyorativo: s6lo
se aplicarin estas normas “no oficiales”-la misma existencia del
cédigo las hacia no oficiales, siendo que habian venido siendo muy
‘oficiales”~ cuando los jueces decidieran que no contradecian el
cédigo. En suma, una deferencia momenténea para normas cuya efec-
tividad era imposible destruir inmediatamente, pero que tampoco
aleanzaban la categoria de “derecho”.
Puede verse, ahora, la trampa ideologica que consiste en nombrar
alos sistemas juridicos indigenas, con la expresién con que tradicio-
nalmente los juristas descalifican cualquier norma que no sea produ-
cida por los funcionarios del estado hegemdnico.
2.2. Reconocimiento
EI segundo momento negativo en el conflicto internormativo, es
el del llamado reconocimiento de las usos y costumbres indigenas
En efecto, quien reconoce tiene el poder. Precisamente porque reco-
hoce, Solo quien tiene el poder, puede “reconocer”. {Cémo podria
reconocer” el debil al fuerte? No cabe ni siquiera preguntarlo. Sélo
el fuerte, el hegeménico esta en situacidn de “reconocer” al otto
Sil otro fuera igualmente fuerte, o més, no cabria, no tendria sen-
tido, hablar de tal "reconocimiento”.
Esto puede verse desde otro punto de vista; desde la pregunta:
{Quin dio derecho al recognoscente para reconocer al reconocido?
¢Por que tiene que “reconocerlo”? ;Acaso el otro necesita el perm
50 del poderoso para existir? Nétese que, en el caso de las comu-
nidades indigenas, éstas existian antes de que existiera el estado que
hoy las “reconoce”-o, mas bien, no lo hace. ;De dénde obtuvo el
sistema normativo hegeménico el derecho a no reconocer a los pue-
bios indigenas’ (Puesto que "reconocerlos” es lo mismo que tener el
derecho a no reconocerlos).
‘Todo esto muestra la impertinencia de la cuestién del “reconoci-
‘miento” de las comunidades indigenas y su derecho a aplicar sus
sistemas normativos. Pues, ¢de dénde le habria venido al sistema mas
fuerte, e! derecho a reconocer al otro? Para que haya un derecho, se
sabe, ¢5 necesario que otro lo otorgue. Para que cualquier ciudada-
131‘no tenga un derecho, en estricto sentido juridico, es necesario que un
orden juridico le otorgue ese derecho, ;Cual orden juridico le ha dado
2 los estados latinoamericanos, el derecho a “reconocer” a los pue-
blos indigenas? ;AAcaso el derecho internacional? 2Y quien le ha dado
‘este orden normativo tal derecho? ; Acaso el concierto de los érde-
nes juridicos que se reconocen mutua y cémplicemente? Pero ge6mo
el orden internacional pretende reconocer estados, y desconocer
pueblos y comunidades, sin haber citado nunca a comparecer a dar
su opinién a los pueblos indigenas?®
Esto es mucho menos legitimo cuando se piensa que los pueblos
indigenas estaban aqui mucho antes que nosotros. ;Quién le dio de-
recho al “estado” para decir que él es un orden juridico y que los
pueblos indigenas no son drdenes juridicos? Como se mire, desde el
Angulo que se contemple, la respuesta es siempre la misma: todo esto
tiene origen en la conquista, Y nadie, nunca, en su sano juicio, se
ha atrevido a sostener que la conquista da derechos. Si, se entiende, la
conquista crea derecho, sistemas juridicos, pero no da derechos a
crear tales sistemas juridicos. Estos existen de hecho, jamas de de-
recho. Si la conquista diera derecho, entonces California seria de
Estados Unidos y las Malvinas de Gran Bretafia, como Peri y Boli-
via serian de los descendientes de los espafoles y no de los quechuas
y aymaras, y Paraguay de los paraguayos y no de los guaranies. Y
Escocia de los ingleses y no de los escoceses, y el Pais Vasco 0 Cata-
lufia de los espafioles y no de los vascos 0 catalanes. Y Chechenia de
los rusos y no de los chechenos,
Es facil ver que no existe derecho alguno a “reconocer” los “usos
y costumbres” indigenas, anotando que ya esta itima expresién es
tun desatino lingiiistico, pero, mas que eso, una ideologia dominan-
te. Sin embargo, la mayor parte de los antropSlogos, sociopolitdlogos
¥ juristas, usan estas expresiones coloniales para referirse a la rela-
‘cién entre los sistemas normativos poderosos y los mis débiles. For-
‘mando asi, en las filas de embate contra las comunidades indigenas.
Embate que es resistido, formidablemente, por los sistemas menos
poderosos. Y con éxito, con mucho éxito. Pues “éxito” debe Namar-
se al hecho de que, a pesar del apoyo ideolégico de los intelectuales
2 Aunque algo hay en el derecho inemaconal, debe case agul el muy farms atculo
169 dea OTT, quest reconace a los pusbios origina
132
con el uso de las expresiones colonialistas, a pesar de la fuerza me-
dida en poder de fuego, y los siglos que han transcurrido en situacién
de sitio, las comunidades han pervivido. Lo que habla de una fuerza
ue la propia sociedad capitalista no es capaz de asegurar, puesto que
no tiene tantos siglos de edad
El embate y a resistencia. Un especticulo que no puede menos que
llevarnos a la reflexién acerca de nuestro mundo y nuestro derecho.
‘demas de conducimos a reflexiones morales que deberian quitar-
nos el sueiio
3. Soberania, autonomia, independencia, libre determinacién de
los pueblos
El uso indiseriminado de algunas palabras, de fuerte sabor emo-
tivo, ha contribuido a oscurecer el problema. Pero sobre todo dos
palabras han dado mucho de qué hablar en esta lid entre sistemas nor-
‘mativos. Dos palabras que han generado muchas palabras: “sober
nia” y “autonomia”. Para las comunidades indigenas, han dicho los
funcionarios estatales y sus juristas, nada de soberania, y limitada
autonomia, gEn que consiste la discusién, y qué hay detris de ella?
31. La Sobera
La palabra “soberania’” es otro frente de combate entre las comu-
nidades y la sociedad capitalista. Esta ultima, bajo la forma ideolé-
Michel Foucault "La gubemamentaida” on Eséico, ica yhermenduticn..p. ct
[para Maguiavea el bjto yen certo sentido el lanco det poder son dos cosas por una
parte Jn tertono, prota us habtanes | soberania no se cect sobre as costs, sno,
Ypincipalment sare un ertno yen consecuencia sobre los sits quel haba [|
Elfin de la soberania es eireulr [| Crelandad exncial que sea cual cal cntructra ted
nica, la justiieacon moral, y los efectos practicos, no esta muy lejos de fo que decla
Maguavelo evandoafrmaba gue el objetivo principal del Principe debia sere conserva
‘su prineipao [| a preminenia del problers de ls soberania,comncuestin tics yam
rcp de rganizacion polite ha jugado como factor fundamental por a sobcranis ha
Sido! problema principal, as istiaciones del soberania han sido as mstitucions fun
mena, yl cerca del pater ha si pensado como ceric de Ia soberani” pp 181-185,gica del estado, sostiene que sélo ella, 0 sea su estado, tiene el dere-
‘cho de imponer normas para todos los individuos, y en el territorio,
que consiga comandar. Pero, como hemos visto, nadie le ha otorga-
do ese derecho. Porque nadie le ha dado a Estados Unidos el dere-
cho a imponer derecho en California. Si alguien le hubiera dado ese
derecho, hubiera sido otro orden normativo, de quien, a su vez, val-
dria preguntar lo mismo ;quién le dio derecho a otorgar a Estados
Unidos el derecho a imponer derecho en California? Como se ve, la
idea de soberania, es una ideologia y no un concepto teérico. Sirve,
no para entender algo, sino para excluira otros del hecho, y del de-
recho, de producir normas.
Para entender la idea de soberania, para aquilatarla en lo que vale
‘como ideologfa, es necesario, en primer lugar, atender al hecho de que
todos los paises débiles, defendemos nuestra "soberania” respecte
de los paises imperialistas. Queremos que no se viole “nuestra” so-
berania. O sea, es una ideologia de combate para defender nuestra
libertad, pero también para defender nuestra supremacia sobre las so-
ciedades indigenas. A éstas se les niega soberania, tanto como recla-
‘mamas a Estados Unidos respeto a la soberania de nuestros paises.
{Qué tiene de magico esta palabra, que sirve para expresar sentimien-
tos de signos tan opuestos? Sentimientos que, por lo demas, han Me-
vado a miles de individuos a morir por Ia defensa de esta idea tan
turbia, tan polivalente.
Soberania quiere decir, en iltima instancia, no el derecho sino el
hecho de que alguien impone normas a ciertos individuos y en cier-
to territorio, Pero, en un caso de flagrante violacién @ una ley l6gica
que prohibe deducir normas a partir de hechos, la soberania, el he-
cho de imponer normas, se convierte, por un artilugio ideolégico
incomparable, en el derecho a imponerlas. Estados Unidos impone
normas en California, y, por eso, se arroga el derecho de imponer-
las; pero, como vimos, nadie le ha dado ese derecho, pues California
fue pirateado a México por la fuerza, y la fuerza no da derecho, aun
‘que imponga derecho. (Y,, desde luego, California le fue pirateado a
los aborigenes por los espafoles). O sea que, del hecho de imponer
derecho, se “deduce” -pero en verdad no hay tal deduccién, sino que
cs un artilugio lingiifstico, un sofisma~ que, quien lo impone, “tiene
derecho” a imponerlo. Es un salto légicamente ilegitimo, pero ret6-
134
ricamente muy eficaz: las clases dominantes, que son quienes en
realidad imponen el derecho, aparecen revestidas, por el “estado”,
con el derecho de imponerlo.
Lo anterior requiere advertir que un pais, en rigor, no tiene nada
de homogéneo, a pesar de que la unidad del orden normativo parece
indueir a pensar lo contrario. En rigor, un pais capitalist, es un con-
glomerado de individuos que existen en distintas clases sociales,
algunas de las cuales son franeamente contrarias entre si, No es un
secreto que nuestra sociedad esti dividida en clases, y que una, 0
algunas de ellas, tienen poder sobre las otras. Y que ese poder esté
‘organizado por el sistema normativo, o por el estado, que es lo mis-
mo, De modo que es una fantasfa creer que el derecho a imponer
derecho es un derecho de Ia sociedad: es un hecho que ciertas cla-
ses imponen derecho sobre las otras. Y siendo esto asi, se puede ver
ficilmente que la soberania, o derecho a imponer derecho, no ¢s un
derecho del pais, del estado, sino que lo es de las clases dominantes.
Esto quiere decir que la leologia de la soberania es muy peligro-
sa, por polivalente. En boca de las clases dominantes, es, en rigor, un
instrumento linguistico de su poder. En boca de las clases domina-
das puede ser un instrumento lingistico de liberacién. Bn boca de
los funcionarios piblicos del estado capitalista, refiriéndose a las
comunidades indigenas, es, sin duda, un instrumento linguistico de
copresién. Quiere decir que, sobre los indigenas y su tertoro, slo
estado” puede imponer normas. Pero ;quién es “el estado”? En
verdad, nadie. Pero esconde, tras su legitimidad, a las clases socia-
les mas poderosas, que, ocupando con sus politicos los puestos juri-
dicos, son quienes producen el derecho llamado “del estado”.
En cambio, cuando los habitantes de un pais latinoamericano de-
jJamos de lado la divisin en clases sociales, cuando sentimos estar
Unidos, usamos la idea de soberanfa para oponemos, en bloque, con-
tra los paises imperialistas. Lo cual, por lo dems, es una fantasia,
pues nunca estamos unidos: la verdad es que las clases dominantes
nnunea se han opuesto a los designios imperialistas; todo lo contrario,
se han enriquecido con su sociedad con ellos. Del mismo modo, las
clases subalternas no tienen motivos para oponerse a las comunida-
des indigenas, ni tienen necesidad alguna de empuitar Ia "'soberania”
para decir que ellas no disponen de ésta, y para decir que no tienen
135derecho a aplicar sus sistemas normativos. La soberania, enarbolada
‘en contra de las aspiraciones de los pueblos indigenas, es propia de
Jas clases dominantes, que explotan tanto a los indigenas como a los
‘no indigenas. “Soberania” es una palabra usada contra los pueblos in-
digenas, para negarles su derecho a imponer, en sus territorios, sus
propios sistemas normativos. Con toda facilidad, y con toda la picar-
‘dia que da el conocimiento del sentido multivoco de esta palabra, los
funcionarios del estado mexicano, en quienes se adivina fécilmente
su dependencia de la clase dominante, Ilaman a “defender la sobera-
ria” ante cl peligro de que los pueblos indigenas, por aplicar sus nor-
‘mas propias, atenten contra la “unidad del estado”, y, en verdad, no
hay nada de eso. Como hemos visto, los sistemas normativos indi-
zgenas no son subversivos, y pueden, con toda facilidad, convivir con
cl sistema hegeménico. Entonces, gpor qué usar la ideologia de la
soberania frente a grupos humanos que no tienen ningun interés, ni
intencién, de dafiamos? Esto es sospechoso, tiene que haber algo mas.
Y, finalmente, con poco que se piense, se trata de intereses econd-
micos: las clases dominantes quieren poder disponer de los recur-
sos de que disponen los territorios que aiin estan en poder de los pue-
bios originarias. Y, como se sabe, disponiendo de tales recursos, por
la via de la legitimacién que otorga el sistema normativo devenido
“juridico”, las clases dominantes disponen de estos recursos en su
propio beneficio: no se conoce de ningiin recurso natural de zonas in-