JUICIO: “MARIZA CONCEPCIÓN ALIENDRE C/ MIGUEL COSME MENDOZA
Y ROSA MARY SANABRIA S/ NULIDAD DE ACTO JURÍDICO POR
SIMULACIÓN”. ACUERDO Y SENTENCIA Nº 84 de fecha 27 de julio de 2.006, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
Se discute aquí la procedencia de la acción de
simulación intentada por la Sra. Mariza Concepción Aliendre. Fundamentalmente, ella tiene como sustento el hecho de que el bien simuladamente transferido fue adquirido cuando ella ya se hallaba en situación de unión de hecho con quien luego fue su esposo, Miguel Cosme Mendoza; por lo que la venta fue simulada a los efectos de sustraer el inmueble del patrimonio conyugal a ser disuelto. La Ley Nº 1.215/86, Convenio sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer -CEDAW por sus siglas en ingles-, que permite una lectura un tanto diferente de las relaciones familiares extraconyugales con carácter de permanencia o estabilidad y su repercusión patrimonial entre las partes. Desconocer el aporte que el trabajo de la mujer en el hogar, independientemente de su estado o situación de casada o soltera, significa para la formación de la masa de gananciales constituye sin duda una expropiación del trabajo de la mujer en beneficio del varón y un enriquecimiento indebido a favor de éste. Normalmente no se desconoce el aporte que se hace al patrimonio de otro. Hacerlo así porque se trata de la mujer y de relaciones privadas, esto es, familiares, es desigualitario en términos de equidad de género. Tampoco se desconoce en la ley formal el aporte que hace la mujer casada al patrimonio familiar, por ello la ley presume ese aporte y crea la comunidad de gananciales entre esposos. Desconocerlo solo porque se trata de mujer soltera también es desigualitario en términos de equidad de género. Ambas cosas resultarían en una evidente discriminación y una violación de la norma precitada, máxime, considerando que la mentada norma exige en todo caso no distinguir a la mujer ni privarle de sus derechos sólo por la situación o estado civil en que se encuentre, en este caso, de soltera para la ley civil. Esta situación se halla prevista genéricamente en el art. 1 de la Convención de marras, y en su artículo 16, inciso h), que prevé expresamente la necesidad de asegurar, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres, los mismos derechos a cada uno de ellos en materia de propiedad, compras, gestión, administración, goce y disposición de los bienes, tanto a título gratuito como oneroso. La Convención no limita la protección contra la discriminación en el matrimonio, sino que la extiende a “todos los asuntos relacionados con las relaciones familiares”. Se entiende, pues, que la interpretación de la normativa civil, a la luz de dicha norma internacional, permite construir un sistema de participación de la mujer en los beneficios económicos derivados de la vida en común, sobre la base del aporte del trabajo doméstico y de crianza del hijo habidos en común durante la convivencia, que es atribuido a la mujer y que en este caso, había aportado desde la fecha de la convivencia. Las presunciones que, tradicionalmente, han permitido acreditar la existencia de acuerdo simulatorio entre las partes, pues, se cumplen todas en autos.
JUICIO: “RAÚL RICARDO RECALDE ALMIRÓN C/ YOLANDA TOMASA E.
CHILAVERT S/ DIVORCIO”. ACUERDO Y SENTENCIA Nº 126 de fecha 25 de agosto de 2.005, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
La cuestión aquí apelada se centra en torno de
la responsabilidad y culpabilidad de los cónyuges en cuanto a las causales de divorcio, no así en cuanto a la disolución del vínculo. En primer término debemos determinar si la falta de reconvención inhabilita al juez para juzgar sobre la responsabilidad de la disolución del vínculo, o si, planteada la cuestión por la demandada, ella se convierte en parte del thema decidendum, independientemente de una demanda para disolver el vínculo matrimonial. La segunda tesis es la correcta, pues la pretensión en sí es la extinción del vínculo matrimonial, la discusión sobre las causales está implícita en este pedido, máxime si, como en estos autos, la parte demandada hizo un expreso pedido en su petitorio en tal sentido al contestar la demanda, en carácter de excepción de fondo, y lo volvió a reiterar en su expresión de agravios en alzada. Nuestro país es signatario de numerosos convenios y tratados que han regulado la materia de discriminación y de violencia en razón de género. En este orden se inscriben instrumentos internacionales como la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar todas las formas de violencia contra la mujer – Ley Nº 605/95 firmado en Belém do Pará tiene disposiciones que hacen relación con este punto, así como la Convención de la CEDAW y su Protocolo Facultativo, también incorporados a nuestro ordenamiento jurídico por Ley Nº 1215/86 y la Ley Nº 1638/01, respectivamente. Impedir que una mujer pueda demostrar que la disolución del vínculo de su matrimonio se ha debido a la violencia física y/o moral a que pudiera haber sido sujeta, es también una forma de violencia, esta vez orgánica o institucional. Con tales consideraciones queda esclarecido que la cuestión de la imputabilidad de la culpa ha sido planteada y es parte del thema decidendum en esta causa. Una situación de maltrato continuado y serio, que es un elemento importante a la hora de juzgar la conducta injuriosa atribuida por el marido a la esposa. En efecto, es sabido que en situaciones de maltrato físico o moral serio y continuado la persona afectada desarrolla una serie de características en su personalidad, a las cuales se ha dado en llamar “ciclo de violencia”. La ruptura de tal ciclo, es una ardua tarea personal para la persona violentada y que muchas veces no llega a tener éxito. Es por ello que los agravios al otro cónyuge que pudieran haberse producido en tal proceso no pueden verse de modo unilateral, sino en el contexto general en el que se produjeron. Las manifestaciones verbales, que el actor presenta como las bases del agravio e injuria a su persona, no escapan del contexto antes descrito y tomarlas en modo aislado vulneraría seriamente normas de rango preeminente, como son los diversos tratados suscritos por nuestro país en relación con dicha cuestión y ya referidos más arriba.
DE INSTRUMENTO PÚBLICO” ACUERDO Y SENTENCIA Nº 141 de fecha 27 de septiembre de 2.005, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
La cuestión central planteada por el recurso
interpuesto por la Agente Fiscal y expuesta en los agravios, es la pertinencia del cambio de nombre solicitado –en el caso, los apellidos-, atendiendo a las disposiciones de la Ley Nº 985/96, modificatoria de la Ley Nº 1/92 y del Cód. Civ. El cambio de apellidos es una de las formas de cambio de nombre, el que puede involucrar uno de sus dos elementos: el nombre de pila y los apellidos. En cuanto a este último elemento, el Cód. Civ. ha sido modificado sucesivamente por las dos leyes ya citadas, que hacen relación con la igualdad de derechos del hombre y la mujer dentro del matrimonio y la familia, consagrada en normas de rango internacional, como los tratados de la CEDAW, suscriptos y ratificados por nuestro país en el año 1.986. Lo referido implica para los sujetos que cualquier cambio que se pretenda en relación con el orden de los apellidos paterno y materno deberá solicitarse hasta el cumplimento de la edad señalada y arguyendo una “justa causa”. Fuera del límite de edad previsto, ya no se permite ninguna inversión del orden de los apellidos. Aquí la solicitante ha pretendido ejercer la acción de cambio de apellido por inversión luego de haber cumplido los 21 años. Es sabido que las leyes rigen para lo futuro. No obstante, pueden aplicarse a hechos pasados si no afectan derechos adquiridos, a tenor de lo dispuesto por el art. 2 del Cód. Civ. En efecto, tratándose de derechos en expectativa las leyes nuevas son perfectamente aplicables. Ahora bien, la cuestión está en determinar cuándo estamos frente a un derecho adquirido y cuándo ante meras expectativas. El propio art. 2 contiene un indicio en este sentido, pues contrapone las facultades no ejercidas a los derechos adquiridos. En el presente caso estamos frente a facultades no ejercidas, no ante un derecho adquirido. Concluimos así que la inversión de los apellidos paterno y materno se solicitó fuera del plazo previsto por nuestra legislación vigente. En este punto es preciso hacer una disquisición puramente doctrinaria. La Ley 985/96 no solo es contraria a las disposiciones de la CEDAW, sino que también introduce un elemento incomprensible entre los requisitos para el cambio de apellidos, que es la justa causa. Decimos incomprensible, puesto que tal posibilidad ya existía en el Código Civil, en su redacción original, no modificada. Con esta disposición en nada se avanza en cuanto al sistema anterior de modificación de nombre, cuando que lo que se ha pretendido con la Ley 1/92 es precisamente acomodar la legislación interna a los tratados internacionales que resguardan la igualdad de género dentro de la familia. Limitar la edad de inversión de los apellidos paterno y materno, a la vez que exigir, simultáneamente, una justa causa para el efecto no encuentra una ratio legis que pueda resultar suficiente. Si la elección de los padres es libre, la de los hijos lo debería ser también, sin que se precise una “justa causa”, máxime considerando que, por lo general, el orden de los apellidos se mantiene en la realidad social en paterno-materno, y los cambios, si los hay, se dirigen precisamente a hacer del apellido materno el primero y principal. Ese estado de cosas es completamente contrario a la normativa y al espíritu de la CEDAW que compromete a los estados partes hacer todos los esfuerzos, no solo en el ámbito legal, sino también cultural y social, para revertir las desigualdades de género. Sin embargo, si bien la crítica de las leyes es libre, su tenor no habilita al magistrado a ignorarla o a no aplicarla, por lo que esta Magistratura se ve constreñida a ello. JUICIO: “FELIPE GÓMEZ GÓMEZ C/ EMPRESA DE TRANSPORTE “SAN GERARDO” S/ INDEMNIZACIÓN DE DAÑOS Y PERJUICIOS” ACUERDO Y SENTENCIA Nº: 95 de fecha 05 de septiembre de 2.006, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
Se trata aquí de determinar la responsabilidad
derivada de un ilícito civil extracontractual, accidente de tránsito, en el que intervino un peatón y un ómnibus de pasajeros del trasporte público. En cuanto al lucro cesante solicitado por el accionante debemos decir que es un rubro que, habiendo muerte de su titular, el heredero solo puede percibirse iure hereditatis, no iure proprio; y además abarca el período de tiempo en que la víctima dejó de percibir la remuneración, mientras aún se encontraba con vida, habida cuenta que la relación laboral –y productiva- cesa con la muerte. Como el deceso se produjo instantáneamente, no existe un lapso en el cual se haya visto impedida la víctima de ejercer su labor, sino una inmediata terminación de todas sus relaciones jurídicas por causa de la muerte. No obstante lo dicho, el Tribunal, por el principio de iura novit curia, puede encuadrar o recalificar la pretensión del actor de ser resarcido por la pérdida de las futuras aportaciones que a lo largo de su vida eventualmente hubiera podido hacer la occisa a la comunidad de gananciales que el actor tenía con ella. Esto es lo que la doctrina denomina pérdida de chance y hace referencia con la perspectiva o proyección de la vida útil de la víctima. Siendo la expectativa de vida del país de unos 65 años para el varón y de 70 años para la mujer, según los datos de la Dirección Nacional de Estadísticas, y habiendo fallecido la víctima a los 54 de edad –conforme con los certificados de nacimiento y defunción glosados a fs. 7 y 8-, sumado al promedio de vida laboral útil de una persona, que alcanza aproximadamente hasta los 65 años de edad, conforme con las leyes jubilatorias vigentes en el país, le quedaban todavía 11 años de vida útil. Lo cual, aún manteniendo el nivel de ingresos que tenía en el momento de morir, significa una pérdida de chance para el cónyuge equivalente económicamente a ese lapso. Todo ello sin contar con la doble jornada laboral a que están sujetas las mujeres por su sexo, que implica el aporte no remunerado a los trabajos del hogar y que sin duda el actor deberá recomponer y prever su provisión después del fallecimiento de quien los realizaba hasta ese entonces, es decir, su esposa. Este trabajo, existente pero no remunerado, es reconocido expresamente en la normativa positiva nacional que ha sido consagrada en tratados internacionales, en especial el de la Convención para la Erradicación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer –CEDAW por sus siglas en inglés-. Los arts. 2 inc. c), 3 y 13 de este Convenio resultan pertinentes y especialmente el art. 16 establece: “1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas adecuadas para eliminar la discriminación contra la mujer en todos los asuntos relacionados con el matrimonio y las relaciones familiares y, en particular, asegurarán en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres: ...c) Los mismos derechos y responsabilidades durante el matrimonio y con ocasión de su disolución; ...h) Los mismos derechos a cada uno de los cónyuges en materia de propiedad, compras, gestión, administración, goce y disposición de los bienes, tanto a título gratuito como oneroso”.
JUICIO: “PURA LIMPIA C. BRÍTEZ ALVAREZ S/ RECONOCIMIENTO DE
MATRIMONIO APARENTE ACUERDO Y SENTENCIA Nº 103 de fecha 17 de octubre de 2.007 Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
Debemos verificar los elementos que la ley
requiere para la determinación de una relación extramatrimonial o unión de hecho. La relación entre la actora y el causante no ha sido propiamente negada en el escrito de responde, sino más bien cuestiona que existiera una comunidad de “lecho y techo” entre los mismos alegando “La convivencia común, que es solapada, que no tiene la exteriorización de la apariencia de un matrimonio no puede encuadrarse dentro de la figura...” (sic). Se cuestiona que el vínculo argüido fuera público o estable de modo tal, a traer aparejado una relación de marido y mujer en el ámbito social y familiar. La dualidad de domicilios, éste no será per se un impedimento para la existencia de la cohabitación necesaria a la relación concubinaria, puesto que la existencia de domicilios simultáneos o parciales y temporales no es imposible jurídicamente; la susodicha circunstancia no obstaría, pues, a la existencia de la unión de hecho. Lo determinante aquí –más que el domiciliamiento- es la situación de un relacionamiento permanente que produzca una comunidad de vida y aportes, no solo patrimoniales y de prestaciones personales, sino de carácter personalísimo, todos dirigidos al desarrollo de la vida y al enfrentar un destino común. Entonces, es perfectamente compatible sostener que el causante tenía dos domicilios. En consecuencia, deberemos establecer si esta dualidad de domicilios o concurrencia de hogares, excluye o limita la cohabitación requerida por la normativa de fondo para la admisión de la demanda interpuesta. Impedir que una mujer pueda demostrar la convivencia requerida para acreditar una unión de hecho por la sola situación de que uno de los concubinos cuente con dos domicilios habituales, es ciertamente una forma de discriminación que no puede ni debe darse en el marco orgánico o institucional. Así también lo considera la más autorizada doctrina: “La vida diaria nos enseña que una persona pueda tener el asiento de sus actividades comerciales y familiares en diversos centros. Se ha sostenido como lógico que si concurren es más de un lugar los supuestos o elementos necesarios para la formación de un domicilio voluntario, la persona de que se trate habrá de tener más de un domicilio” (Belluscio, Augusto y Zannoni, Eduardo. Código Civil comentado, anotado y concordado, Tomo I., Pág. 431, Ed. Astrea, Bs. As., Año 1993). “El principio teórico –vinculación de la teoría del domicilio a la teoría de la personalidad- pierde autoridad científica porque demuestra su no adaptación a las exigencias de la realidad, por lo que en principio si bien cierto en teoría, no lo es en la práctica, y se lo tilda de sutileza doctrinal o bien abstracción infundada. Lo lógico es que cuando concurren los supuestos de un domicilio voluntario en varios lugares, la persona tenga un domicilio plural (Busso, Eduardo, Código Civil Anotado, Tomo I, Pág. 431, Compañía Argentina de Editores, Bs. As., 1944)” En este marco, y ante la viabilidad de que una mujer pueda acreditar la convivencia requerida para la unión de hecho pese a que su concubino cuente con dos domicilios habituales, cobra gran importancia probatoria la deposición de los testigos rendida en autos.
JUICIO: “RECONSTITUCIÓN DEL EXPTE. CARMEN GRACIELA DEL
PUERTO Y RAMÓN BENITO JOSÉ VERA VARGAS S/ DISOLUCIÓN Y LIQUIDACIÓN DE LA COMUNIDAD CONYUGAL”. AUTO INTERLOCUTORIO Nº: 129 de fecha 5 de marzo de 2.007, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
Se trata de determinar en este caso la calidad de
los bienes denunciados por uno de los cónyuges, como pertenecientes originalmente al acervo comunitario y la subsiguiente adjudicación de los mismos. La existencia, pues, de un acuerdo particionario entre las partes, homologado judicialmente, no es óbice para denunciar nuevos bienes, ya que el mentado acuerdo solo hace cosa juzgada para los bienes denunciados y tratados antes del acuerdo, no para los que son denunciados con posterioridad, respecto de los cuales se puede reabrir la causa. Se entiende, pues, que lo que la denunciante pretende no es desconocer la eficacia per se del acuerdo particionario homologado respecto de los bienes en él enunciados, sino su incompletitividad respecto de otros bienes, ahora denunciados. De la lectura del acuerdo surge que las acciones ahora aquí denunciadas no forman parte del acuerdo particionario, las mismas ni siquiera han sido mencionadas en él, por ende debemos entender que se trata de otros bienes y respecto de ellos se puede hacer la calificación pertinente. Finalmente no podemos dejar de mencionar la situación personal de la denunciante como víctima de maltrato, según se ha demostrado en autos con instrumentales (fs.40/43 y 55/58), circunstancia que sin duda fue determinante para provocar la anterior omisión de las acciones en el juicio de disolución. Desconocer esto es hacer caso omiso de realidades patentes y tabula rasa de la normativa de rango supralegal que las recoge, como ser las disposiciones de la Convención de Belem do Pará de erradicación de toda forma de violencia contra las mujeres. Con todo lo dicho, queda claro que el auto recurrido se encuentra ajustado a derecho y debe ser confirmado en sus tres primeros apartados, así como en el apartado quinto y sexto.
JUICIO: “INCIDENTE DE EXCLUSIÓN DE HEREDITARIA EN LOS
AUTOS: GUILLERMO HEISECKE S/ SUCESION” AUTO INTERLOCUTORIO Nº 1104 31 de diciembre de 2008, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
En estos autos se discute la procedencia de la
exclusión hereditaria de la Sra. María Graciela Rivarola Paoli de la sucesión del causante Guillermo Heisecke. La pretensión de la actora fue acogida favorablemente por la aquo, quien fundamentó la exclusión en la separación de hecho de la demandada y el causante tiempo antes del deceso. La cuestión se centra en el desinterés del causante de separarse de su otrora esposa, materializado en la inexistencia de divorcio vincular o separación judicial de cuerpos entre ambos. Asimismo, el accionado se ha referido a la falta de culpa de la Sra. Rivarola Paoli en el distanciamiento con el causante. El artículo 2587 del Cód. Civ., de interpretación controvertida para las partes, reza: “La sucesión entre esposos no tendrá lugar: […] b) si se hallaren separados por sentencia judicial, respecto del que hubiere dado causa para ello; y c) si lo estuvieren por mutuo consentimiento, o de hecho, sin voluntad de unirse.Nuestra normativa ciertamente se muestra indiferente respecto de los efectos que pueda llegar a tener la culpabilidad de las partes en el distanciamiento o separación. Como principio, y para preservar la intimidad de los esposos -entre otras muchas razones-, se permite que en este tipo de procesos se prescinda de traer a colación hechos imputables a título alguno. El derecho a heredar de los cónyuges -como bien lo dice el Prof. Eladio Wilfrido Martínez- tiene una larga pero lenta evolución en la historia del derecho hereditario, sobre todo en lo que se refiere a las restricciones concernientes a la mujer, cuyos derechos se encontraban en rango subalterno. Si analizamos las disposiciones del derecho hereditario veremos que la sucesión por causa de muerte tiene su fundamento en una vinculación entre causante y heredero. Dicho vínculo puede ser legal, como en la sucesión ab intestato, o puede ser convencional, como en la institución de heredero por testamento. Como quiera que sea, la ley llama a heredar a aquéllas personas que tienen un vínculo con el fallecido, vínculo que en primer término es de parentesco – consanguíneo o asimilado, como el establecido por adopción-; en la sucesión entre cónyuges, aparecida con posterioridad en el derecho hereditario, el derecho de heredar se basamenta en el vínculo matrimonial. De modo, pues, que precisando la sucessio mortis causa de una vinculación entre causante y heredero, ella siempre debe estar dada. Nuestro derecho civil considera que dicha vinculación no existe cuando el matrimonio se extingue por divorcio, o cuando se produce la separación judicial o de hecho. Este último supuesto se imbrica y aproxima a la idea del matrimonio consensual o de hecho, que ha sido expresamente recepcionada en la ley 1/92 a través de la admisión del concubinato permanente y decenal y su asimilación a los efectos de un matrimonio legal. La solución del Cód. Civ. Pyo debe ser examinada a la luz de la Ley Nº 1.215/86, Convenio sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer -CEDAW por sus siglas en ingles-, que permite una lectura un tanto diferente de las relaciones familiares conyugales y extraconyugales con carácter de permanencia o estabilidad y su repercusión patrimonial entre las partes. Atentos al mandato constitucional de no discriminación, contenido en los arts. 46,47 y 48 de la Carta Magna y en el art. 1 de la Convención precitada, se hace necesario el control de no discriminación, a fin de arribar a una resolución en perfecta congruencia con todo el orden normativo. La mujer ni privarle de sus derechos, solo por la situación o estado civil en que se encuentre -en este caso que analizamos, la situación de separada de hecho y sus consecuencias hereditarias-. Se entiende, pues, que la interpretación de la normativa civil, a la luz de dicha norma internacional, permite construir un sistema de participación de la mujer en los beneficios económicos derivados de la vida en común, sobre la base del aporte del trabajo doméstico y de crianza de los hijos habidos en común durante la convivencia. Ahora bien, una norma es discriminatoria cuando establece diferencias entre sujetos que se encuentran en igualdad de condiciones –sea de situación o de posición, jurídicas o fácticas-; o cuando no distingue entre sujetos que se encuentren en distintas circunstancias. Así, no puede considerarse discriminatoria la norma si la distinción que hace entre los sujetos, en cuanto a los derechos de unos y de otros, es razonable y se corresponde con la diferencia de posición, contingencia o situación de ellos. La normativa civil antes aludida no constituiría una nomos discriminatorio desde que se aplica por igual a varones y mujeres; y a estas últimas por igual si son casadas o solteras. La distinción solo se plantea para las divorciadas o las separadas de hecho; en este caso la distinción pudiera ser congruente con la filosofía y valores consagrados en nuestra Constitución Nacional respecto de la organización y constitución de la familia, en la cual se entiende que la unión, concubinaria o matrimonial, mientras sea monogámica, es la base de la familia. Luego, se ve que la interpretación de la normativa civil, a la luz de antedicha norma internacional, permite construir un sistema de participación de la mujer en los beneficios económicos derivados de la vida en común, sobre la base del aporte del trabajo doméstico y de crianza de el hijo habido en común durante la convivencia que es atribuido a la mujer y que en este caso, habría aportado desde la fecha de dicho convivio. Pero estas consideraciones apuntan todas ellas a la participación en los gananciales; en nada se refieren a la adquisición por herencia –que solo abarca los bienes propios y de la cual los gananciales se encuentran expresamente excluidos- y que, como ya vimos, exige la justificación de un vínculo o título de sucesión. En consecuencia, y en consecuencia con todo lo dicho, aunque podamos opinar que la exclusión hereditaria de la cónyuge separada de hecho constituye una solución quizá poco feliz, no queda más que confirmar la resolución que excluye a la pretendiente de la declaración hereditaria. JUICIO: “JAMES ANTONY CARUSO C/ CELESTINA ORUE SALINA DE CARUSO S/ DIVORCIO VINCULAR” AUTO INTERLOCUTORIO Nº 1105 DE FECHA 31 DE DICIEMBRE DE 2007, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
La parte demandada solicitó la fijación de
alimentos como medida cautelar en base al art. 18 de la ley 45/91 que dice “…Podrá también determinar, en caso de necesidad, los alimentos que se debe prestar a la mujer, así como las expensas para el juicio…” y luego fijó -en concepto de mensualidades adelantadas- la suma de G. 1.000.000 (un millón de guaraníes) y ordenó la apertura de la Cuenta Judicial a nombre del presente juicio y a la orden de la demandante. Luego, n la providencia de fecha 7 de noviembre de 2006, el inferior sostiene que el pedido de ejecución de dicho auto es improcedente al no existir sentencia firme. El art. 48 de la Constitución Nacional estatuye la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, cuando dice: “El hombre y la mujer tienen iguales derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. El Estado promoverá las condiciones y creará los mecanismos adecuados para que la igualdad sea real y efectiva, allanando los obstáculos que impidan o dificulten su ejercicio y facilitando la participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida nacional.”; y que además, nuestro país es signatario de numerosos convenios y tratados que han regulado la materia de discriminación y de violencia en razón de género. En este orden se inscriben instrumentos internacionales como la Convención de la CEDAW y su Protocolo Facultativo, también incorporados a nuestro ordenamiento jurídico por Ley Nº 1215/86 y la Ley Nº 1638/01, respectivamente que en su art. 2 prohíbe todo tipo de discriminación por razón de sexo, ya sea ella directa o indirecta, procurando también la igualdad real y efectiva de condición, posición y situación de la mujer en la sociedad. La discriminación indirecta se da cuando una persona pertenece a un colectivo de personas por razón que no son discriminados en razón de un elemento que es propia a su personalidad como la raza y el sexo, sino a través de circunstancias fácticas que, de conformidad con las estructuras sociales o culturales le sitúan en una condición o posición de hecho que es desventajosa y se deriva de ese elemento personal. Esto afecta, naturalmente a la igualdad efectiva. En el caso que estamos examinando se da a través de la situación fáctica que atraviesa al haber sido expulsada de su casa, sin tener oportunidad de tan siquiera llevarse sus pertenencias, ni siquiera su máquina de coser para poder dedicarse a la confección además de tener que mantenerse con un sueldo de G. 200.000 (doscientos mil guaraníes) como limpiadora, sin tener una vivienda. Obviamente, esta situación constituye una forma de discriminación ya que la Sra. Celestina Orue Salina se encontraba ante una situación económica desventajosa afectando no solo a ella y a su hija en el deber alimenticio, sino también afectando las resultas del presente juicio.
JUICIO: “GRISELDA ELIZABETH BOGGINO VILLALBA C/ SUCESIÓN
DE ELIGIO TALAVERA GOIBURÚ Y OTROS S/ RECONOCIMIENTO DE UNIÓN DE HECHO”. AUTO INTERLOCUTORIO Nº 987 de fecha 27 de noviembre de 2.009, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
En autos se discute la procedencia de la
excepción de falta de acción opuesta por todos los herederos en un juicio de reconocimiento de unión de hecho en una sucesión. La excepción de falta de acción se funda sobre la base de que el causante s0e encontraba casado hasta el momento de su fallecimiento, razón por la cual no podría existir una unión de hecho con la demandada. La Ley No.: 1/92 “De reforma parcial del Código Civil”; artículos 83 y sgtes.- En efecto, ambas partes deben ser capaces para contraer matrimonio (edad e inexistencia de impedimento dirimente), haber realizado vida común en forma voluntaria durante cuatro años, por lo menos, en forma estable, pública y singular. La Ley Nº 1.215/86, Convenio sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer -CEDAW por sus siglas en ingles-, que permite una lectura un tanto diferente de las relaciones familiares conyugales y extraconyugales con carácter de permanencia o estabilidad y su repercusión patrimonial entre las partes. Esta norma tiene rango superior al Cód. Civ., pues consiste en un Tratado internacional. Los Tratados y Convenios internacionales tienen y han tenido prelación sobre la ley nacional -aun la codificada- tanto en la Constitución de 1967 como en la hoy vigente, de 1992. Es, pues a la luz de esta Convención que debe hacerse el análisis. A los efectos de la mentada Convención, la expresión “discriminación contra la mujer” denotará toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad entre el hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera. Desconocer el aporte que el trabajo de la mujer en el hogar, independientemente de su estado o situación de casada, soltera o separada, significa para la formación de la masa de gananciales, constituye sin duda una expropiación del trabajo de la mujer en beneficio del varón y un enriquecimiento indebido a favor de éste. Normalmente no se desconoce el aporte que se hace al patrimonio de otro. Hacerlo así porque se trata de la mujer y de relaciones privadas, esto es, familiares, es desigualitario en términos de equidad de género. Tampoco se desconoce en la ley formal el aporte que hace la mujer casada al patrimonio familiar, por ello la ley presume ese aporte y crea la comunidad de gananciales entre esposos. Desconocerlo solo porque se trata de mujer separada de hecho también es desigualitario en términos de equidad de género. Ambas cosas resultarían en una evidente discriminación y una violación del artículo precitado, máxime, considerando que la mentada norma exige en todo caso no distinguir a la mujer ni privarle de sus derechos sólo por la situación o estado civil en que se encuentre.- la interpretación de la normativa civil, a la luz de dicha norma internacional, permite construir un sistema de participación de la mujer en los beneficios económicos derivados de la vida en común, sobre la base del aporte del trabajo doméstico durante la convivencia que es atribuido a la mujer desde la fecha de la misma. Si bien la unión de hecho no puede declararse con las consecuencias personales y patrimoniales que ello implica, según la ley 1/92 que abarca ambos ordenes, no menos cierto es que durante todo el lapso de la presunta convivencia que en este caso alega en 23 años, se pudo haber producido un aporte de hecho al bienestar económico del causante por parte de la demandante. El aprovechamiento no remunerado de este aporte, sin compensación alguna, podría derivar en el enriquecimiento sin causa del patrimonio del difunto, merced a los aportes de la demandante. Todas estas son circunstancias de hecho que exorbitan la excepción de falta de acción manifiesta e impiden su tratamiento como previa.
JUICIO:”GUILLERMO ROMERO C/ MARTA ERENIA RODRÍGUEZ ARAR S/
DIVORCIO” ACUERDO Y SENTENCIA Nº 136 de fecha 1 de diciembre de 2.009, dictado por el Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial, Tercera Sala.
Se trata de establecer si la disolución del
vínculo matrimonial entre el Sr. Guillermo Romero Riveros y la Sra. Marta Erenia Rodríguez obedece a la culpa exclusiva del primero. La sentencia de primera instancia hizo lugar a la demanda de divorcio incoada por el cónyuge, por el hecho de que la Sra. Rodríguez abandonó el hogar marital, causal prevista en el inciso “h” del artículo 4 de la Ley 45/91. La recurrente en el que sostiene que la separación de hecho por más de un año es una consecuencia lógica de las denuncias hechas por su parte, consistentes en sevicias y malos tratos, adulterio y abandono. El actor se allana expresamente a los términos de la reconvención, y –por increíble que parezca-, admitió la sevicia y los malos tratos, el abandono voluntario y malicioso del hogar, y el adulterio, denunciados. Se ha conceptualizado la injuria grave como toda especie de acto intencional o no, ejecutado de palabra, por escrito o por hechos, que constituyen una ofensa para el cónyuge, ataquen su honor, su reputación o su dignidad, hiriendo sus justas susceptibilidades. Ambos cónyuges no pueden estar situados en un mismo plano de culpabilidad. Se ha demostrado que las actitudes injuriosas del demandante no se configuran por la realización de un hecho aislado y producen en la víctima que las padece un efecto destructivo de dimensiones inimaginables. Son la reiteración y la frecuencia las determinantes de la entidad del daño que se causa. Cada una de las agresiones magnifica la siguiente y el efecto se potencia. La causal en que incurre la Sra. Rodríguez, la del abandono del hogar, debe ser reputada como una consecuencia lógica de la sevicia, los malos tratos, las injurias graves, el abandono malicioso del hogar, el adulterio y la separación de hecho por más de un año en que incurrió el demandante. Es decir, la actuación de la demandada debe ser considerada como una reacción normal –y porque no, hasta sensata- luego de haber padecido el trato del que fue víctima durante varios años. En el ámbito de las relaciones corrientes, y por lo general, la injuria genera en el injuriado una reacción que se traduce en una actitud que aislada de su antecedente puede aparecer a su vez como injuriosa y ser tomada por situación de agravios recíprocos. Ese habría sido el razonamiento –aislar el hecho de la separación de la Sra. Rodríguez de sus antecedentes- del aquo al declarar la culpa concurrente de las partes. Pero, tratándose de relaciones que se dan en el ámbito familiar y de convivencia, las así llamadas “injurias”, como ingenuamente lo denominara el Cód. Civ. y lo repitiera la Ley 1/92, adquieren una connotación muy diferente, según aportan hoy a nuestro conocimiento las ciencias de la Sociología y Psicología. La injuria es técnicamente un acto humano antijurídico, hecho con el propósito de lesionar por medio de un ultraje de obra o de palabra. La sevicia, por su parte, se refiere a actos cometidos con brutalidad o crueldad excesiva y de carácter sistemático. Este último concepto, recepcionado igualmente en la Ley 1/92 nos aproxima mucho más a la realidad que subyace en las situaciones como las descriptas en esta causa. El carácter violento y sistemático de la sevicia nos lleva al concepto de violencia intrafamiliar y doméstica. La violencia doméstica e intrafamiliar tiene unas características y un desarrollo que han sido descritos por la Psicología, y que se conoce como “ciclo de la violencia”, que sumen a la persona maltratada en un síndrome identificado con las ciencias psicológicas. Esta situación lleva a la víctima a un estado de aislamiento, de degradación de su autoestima y de sentimiento de inexorabilidad de su situación y padecimientos, que le impide ver una salida al problema. Por ello es que, las personas que logran salir del círculo de la violencia lo hacen siempre de modo traumático, ya sea por un acto violento propio, como respuesta última de la autoconservación y la autodefensa, ya sea por un acto o ejercicio final de violencia del maltratador, que para conservar el control sobre su víctima puede llegar a terminar acabando con la vida de ésta. De este modo la sevicia adquiere, en el ámbito familiar y doméstico, unas connotaciones especiales que implican relaciones asimétricas de poder en cuyo contexto se debe examinar el actuar de la víctima. Así, la conducta agresiva de la víctima como respuesta a esta situación crítica no puede verse como una verdadera y autónoma agresión, dirigida a provocar daño en la otra persona, sino como una respuesta de autopreservación y de legítima defensa. Se entiende, pues, que en la terminación del vínculo matrimonial en tales circunstancias no se pueda hablar de culpas sobre la persona que ha sido víctima de violencia.
JUICIO: “ROBERTO JESUS ARAUJO VANN C/ MARIA DEL CARMEN
PAREDES PEREZ S/ DIVORCIO A PETICIÓN DE UNA SOLA DE LAS PARTES”. ACUERDO Y SENTENCIA Nº 45 de fecha 04 de mayo de 2.010, dictado por el Tribunal de Apelación en lo civil y Comercial, Cuarta Sala.
En el presente caso el actor ha peticionado se
declare el divorcio vincular por culpa de su esposa, encuadrándola en la causal prevista en l inc. c) del art. 4 de la Ley Nº 45/91 “sevicia, malos tratos e injurias”. La accionada reconviene por la misma causal Nos encontramos ante un caso de violencia familiar o intradoméstica, cuyas características y desarrollo han sido descriptos por la Psicología y son conocidas como “ciclos de la violencia”. Ante casos reiterativos de agresión, la víctima en un inicio no acude a las autoridades a denunciarlos, ya sea por vergüenza o por las potenciales consecuencias que ello implica para el agresor quien por lo general, vehementemente promete no reiterarlos y que por los demás, hace visible ante la sociedad un problema interno que subyace en una relación violenta. Esta situación lleva a la víctima a un estado de aislamiento, de degradación de su autoestima y de sentimiento de inexorabilidad de su situación y padecimientos, que le impide ver la salida al problema. Por ello es que, las personas que logran salir del circulo de la violencia lo hacen siempre de un modo traumático, ya sea por un acto violento propio, como respuesta última de la autoconservación y la autodefensa, ya sea por un acto o ejercicio final de violencia del maltratador, que para conservar el control sobre su víctima puede llegar a terminar acabando con la vida de ésta. De este modo la sevicia-invocada por las partes- adquiere, en el ámbito familiar y doméstico, unas connotaciones especiales que implican relaciones asimétricas de poder en cuyo contexto se puede examinar el actuar de la víctima. Así, la conducta agresiva de la víctima como respuesta a esta situación crética no puede verse como una verdadera y autónoma agresión, dirigida a provocar daño en la otra persona, sino como una respuesta de autopreservación y de legítima defensa. Se entiende, pues, que en la terminación del vínculo matrimonial en tales circunstancias no se pueda hablar de culpas sobre la persona que ha sido víctima de violencia” No existe indicio o prueba de que la violencia sea simétrica, es decir, aquella relación en la cual ambas partes luchan por mantener el control de la situación y recíprocamente en un mismo momento o después, con mayor o igual intensidad, desplieguen entre sí acciones constitutivas de violencia intrafamiliar en virtud del equilibro de poder que ambas pretenden. Diferenciar entre la violencia doméstica por desequilibrio de poder, la violencia doméstica simétrica y la respuesta violenta ante una agresión ilegítima, es muy importante a efectos de determinar la culpabilidad ante estas situaciones de malos tratos e injurias. Las leyes 1215/86 y la 1638/01, como el Cód. Penal, modificado recientemente, así como las disposiciones contenidas en las leyes Nº 1600/00 y 605/95 -tanto en el orden local como internacional-, son aplicables al tipo de comportamiento que han sido descriptos en la reconvención. Desconocer esto es hacer caso omiso de realidades patentes y tabula rasa de la normativa de rango supralegal que las recoge, como ser las disposiciones de la Convención de Belem do Pará de erradicación de toda forma de violencia contra las mujeres.