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I.

ENTRE MIRREYES TE VEAS


RICARDO RAPHAEL

Su intención no era suicidarse; sólo quería ser visto y admirado. «Me voy a tirar. Tómame
con tu celular». Nadie a su alrededor consideró seria la advertencia. Jorge Alberto López
Amores llevaba días bebiendo mezcal y amenazando con que se lanzaría. Andaba eufórico.
Durante sus últimas horas de vida estuvo cerca de las celebridades que viajaban, entre tres
mil quinientos pasajeros, sobre el MSC Divina, un crucero que sirvió de hotel para muchos
mexicanos que fueron a Brasil durante los días del Mundial de Futbol de 2014.

El miércoles 18 de julio, a punto estaba de comenzar el partido entre Chile y España cuando
este joven de veintitantos años, ante los ojos incrédulos de varios observadores, colocó un
camastro como trampolín y declaró con solemnidad: «¡Voy a hacer historia. Voy a detener
el barco!». Dicho lo anterior tomó vuelo y brincó en dirección al mar que, doce segundos y
cincuenta metros después, se lo tragó sin devolverlo nunca más a la superficie.

Más de cien personas, varias embarcaciones y dos aviones se dedicaron diez días a buscar el
cuerpo de Jorge Alberto que, por razones muy distintas a las que él imaginó, terminó
haciendo historia. Su padre, el procurador de justicia de Chiapas, debió apartarse de sus
obligaciones públicas para enfrentar esta dolorosa tragedia personal.

Pocos días después de este suceso los diarios internacionales volvieron a dar noticia sobre
las extravagancias de los viajeros mexicanos: Sergio Israel Eguren Cornejo y Rafael Miguel
Medina Pederzini fueron detenidos por la policía brasileña debido a que acosaron a una mujer
y agredieron físicamente a sus dos acompañantes; según los testimonios recabados, en plena
vía pública intentaron poner sus manos sobre el cuerpo de la brasileña y cuando el marido
reclamó, los acusados procedieron a golpearlo. Ambos fueron diputados locales del Partido
Acción Nacional (PAN) en el Distrito Federal y, en la fecha del desafortunado episodio,
fungían como altos funcionarios de la delegación Benito Juárez de la capital mexicana.

Un mes antes, el 15 de junio de 2014, Miguel Lozano Ramos cayó desde el sexto piso de una
torre ubicada al sur de Londres, en Inglaterra. De acuerdo con Samson Oguntayo, un vecino
que observó la escena, segundos antes dos jóvenes estaban teniendo sexo sobre el balcón de
una terraza. «Podía observarse que estaban haciendo algo muy peligroso. En algún momento
los amigos salieron a la terraza y entonces la pareja abandonó lo que hacía, pero una vez
solos, recomenzaron. Lo último que me imaginé era verlos caer».

De acuerdo con el testimonio de un amigo cercano a Miguel, el joven mexicano recién había
llegado a Londres para tomar un curso de inglés en la prestigiada escuela Bellerbys, lugar
donde la colegiatura anual llega a ser de medio millón de pesos. Fue invitado a una fiesta en
la lujosa torre con vista al Támesis donde conoció a Anastasia Tutik, una guapa chica de ojos
verdes y de origen ruso. Pocas horas después, en la terraza del departamento donde tenía
lugar la reunión social, ambos jóvenes perdieron el equilibrio y con ello la vida.

El padre del mexicano, Miguel Lozano Munguía, voló al día siguiente del accidente a la
capital inglesa para reconocer el cuerpo de su hijo, quien sólo contaba con dieciocho años.
Este hombre fue presidente municipal de Pesquería, estado de Nuevo León, y presidió
recientemente el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en esa entidad.

Un año antes de estos tres episodios, durante el verano de 2013, tres jóvenes mexicanos
volcaron en un jeep cuando viajaban por las islas griegas; estuvieron a punto de morir,
también por obra del alcohol. En varios hoteles de las principales ciudades europeas se ha
tomado la decisión de no alojar jóvenes mexicanos por los destrozos que suelen hacer durante
los viajes que se organizan para ellos como premio por haber concluido la preparatoria: se
trata de una gira que dura entre tres y cuatro semanas para conocer los principales antros
europeos. No son excepción las cuentas de cincuenta mil euros, firmadas con una tarjeta
adicional a la de los padres, ni las pistas de baile tapizadas con botellas de champaña Moët
& Chandon. En los hospitales de Madrid y Barcelona hay registro sobre la gran frecuencia
con que, en el verano, se atiende a jóvenes mexicanos afectados por congestión alcohólica.

Es común que los cónsules del Servicio Exterior Mexicano acudan ante la autoridad policial
extranjera para liberar a estos ciudadanos de su país; previamente, desde México, los
funcionarios reciben una llamada de auxilio de algún personaje muy influyente. También
corren testimonios sobre la presencia de mexicanos veinteañeros que visitan los casinos de
la Costa Azul para jugar cantidades sorprendentes; pueden perder mucho dinero porque para
ellos no lo es. Con apuestas de mil euros cada vez sobre el tapete verde, afirman que la
diversión lo merece.

La lista de anécdotas trágicas o vergonzosas ocurridas en el extranjero, como las aquí


narradas, es larga y tiende todos los años a ser más grande. ¿Por qué los hijos de mexicanos
económica o políticamente poderosos están dando este espectáculo tan peculiar? Todo podría
quedar como una mala broma guardada con sigilo en el sótano de la casa si no fuera porque
las redes sociales se han convertido en un registro muy visible de los excesos y las bacanales:
en las cuentas de Facebook, Instagram o Twitter de estos muchachos se puede constatar el
comportamiento narrado.

No sólo a Jorge Alberto López Amores le importaba ser grabado por un celular mientras
realizaba su equivocada hazaña: existen en la red fotografías de las cuentas millonarias
pagadas con el dinero de papá, y también de los baños de cuerpo entero con champaña, los
paseos nocturnos en limusina por Campos Elíseos y de los hoteles de cinco estrellas donde
estos jóvenes y los jeques árabes comparten piso y estilo de diversión.
Tal actitud no es una señal que sólo se manifieste cuando estos mexicanos salen del país, los
excesos son igualmente parte de su cotidianidad cuando están en casa. Un ejemplo que puede
encontrarse dentro del mundo digital es el video producido por un grupo de recién egresados
del Colegio Irlandés, de la ciudad de México, donde los muchachos se retratan como zombis
vestidos con trajes Armani, danzando dentro y fuera de una inmensa piscina en una mansión
espectacular; ahí consignan el orgullo que les provoca embrutecerse con alcohol y
probablemente con otros estimulantes sintéticos. En un momento la cámara gira en otra
dirección para capturar a un grupo de egresados, liderado por un joven —acaso el anfitrión—
, quien enciende una botella en cuyo interior se agitan líquidos inflamables. A la manera de
una bomba molotov, ese artefacto es lanzado contra un autobús viejo de pasajeros que estalla
para regocijo de una veintena de zombis fascinados con las llamas amarillas y naranjas que
arroja el espectáculo.

Ese video de graduación produjo escándalo entre los cibernautas mexicanos, también durante
el verano de 2014. Pero aún mayor efecto tuvo otro producido por los alumnos del Instituto
Cumbres, centro escolar perteneciente, al igual que la escuela anterior, a la orden religiosa
de los Legionarios de Cristo. En esta otra pieza un personaje de barba escasa despierta en una
cama inmensa gracias al arribo de un mayordomo con una invitación en una charola; baila
frente a su lacayo y luego, en un sitio diferente de su residencia, otro sirviente le proporciona
un masaje y le depila el pecho. Después vendrá la cámara de bronceado, y al terminar con
los cuidados de la piel, el mozalbete del Cumbres se dirige a un vestidor enorme donde escoge
un reloj dorado entre varias centenas de objetos de un lujo extraordinario; es atendido por un
sastre que le prepara corbata, camisa y traje a la medida, y queda listo para su graduación. El
video termina cuando el personaje sube a un MG descapotable, color blanco, en cuyo asiento
contiguo va sentada una princesa merecedora de su fortuna. El jardín delantero de la mansión
tiene aires de Versalles.

Estos videos, y varios otros, exhibieron la excentricidad que caracteriza a los hijos de la élite
mexicana y produjeron con ello enojo en la opinión pública. Algo de inmoral hay en esas
imágenes si se asume que contrastan con la pobreza que existe en México; no es signo
positivo para un país que se pretende república cuando algunos de sus ciudadanos ostenten
de manera tan descarada su riqueza y privilegios.

Sin embargo, esos mismos personajes de los colegios Cumbres e Irlandés, y los muchos que
se les parecen, provocan en realidad un sentimiento ambiguo: es cierto que de un lado
arrancan expresiones de rabia, pero también lo es que terminan siendo tratados con
indulgencia. Hay quien asume que esos niños ricos se echaron a perder porque sus padres los
malcriaron y por tanto merecerían condescendencia. Lo que les ocurre no es culpa suya, sino
de sus progenitores ausentes.

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