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QUÍMICA Y COMPLEJIDAD

José Luis Villaveces C.1

Contenido

INTRODUCCIÓN: TRES MANERAS DISTINTAS DE VER LA CIENCIA........................................................ 1


QUÍMICA Y COMPLEJIDAD.............................................................................................2
¿COMPLEJIDAD EN QUÍMICA?..................................................................................................... 2
UNA EPISTEMOLOGÍA DE LA TOTALIDAD....................................................................................... 5
CONCLUSIÓN......................................................................................................................... 13

Introducción: tres maneras distintas de ver la ciencia


Manuel Sacristán, el gran traductor al castellano de la obra de Marx, nos dice que el
pensador renano maneja en sus obras la ciencia en tres perspectivas distintas:
 Ciencia como crítica
 Ciencia como conocimiento objetivo en el sentido anglosajón dominante en
su época, de sabor positivista
 Ciencia como método en una acepción muy amplia, como estilo, programa
de investigación o concepción del mundo.
Marx superpone en su obra, pero distingue entre ellas, la crítica propiamente dicha,
a la manera de Feuerbach, la ciencia propiamente dicha como la usa en El Capital, y lo que
los románticos alemanes llamaban Wissenschaft (que es saber esencial, saber de las
totalidades).
Esto daba como resultado un sistema de pensamiento que era al mismo tiempo
crítica de la ciencia normal, ciencia normal en sí mismo y superciencia totalizadora con
puntos de vista políticos, sociales, éticos, cosmológicos y con una concepción del mundo
incorporada. Marx buscaba con ello, además de escandalizar a la burguesía, cambiar el
sistema de pensamiento que había construido esta clase social en Europa Occidental desde
finales de la Edad Media. En realidad no lo logró pues, primero la burguesía rusa en
ascenso y después las nacientes burguesías del Tercer Mundo encontraron en él inspiración
y fuerza –en vez de escandalizarlas, reemplazó para ellas al Evangelio--, y segundo, la
burguesía occidental sigue encontrando hoy en El Capital fuentes importantes de análisis
del funcionamiento del capitalismo.

1
José Luis Villaveces C. es químico de la Universidad Nacional de Colombia y Doctor en Ciencias
de la Universidad de Lovaina. Profesor e investigador muchos años en el Grupo de Química Teórica de la
Universidad Nacional, ha desarrollado trabajos en Química Teórica, Química Matemática, Historia y
Epistemología de la Química. Actualmente dirige el Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología.
jlvillaveces@ocyt.org.co
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Si traigo a cuenta estas reflexiones en un artículo que versa sobre la química y la


complejidad es porque la lectura de la literatura corriente sobre complejidad muestra que
quienes se interesan en el tema lo trabajan mezclando las tres perspectivas que Sacristán
encuentra en Marx, y utilizando con frecuencia argumentos que corresponderían a una de
ellas para referirse a otra, lo cual genera al menos perplejidad en el lector, cuando no franca
confusión. El plantear de inicio esta triple perspectiva tal vez ayude a manejar tal
perplejidad. Una buena parte de la literatura corriente sobre “complejidad” parte de una
posición parecida a la del Wissenschaft romántico para criticar a la ciencia “newtoniana” su
posición positivista y sus limitaciones para actuar como ciencia totalizadora. Asegurando
que el positivismo decimonónico fracasó nos anuncian que ahora sí tenemos, en el
pensamiento complejo, la clave de la verdad.
El debate así planteado se enfoca en la Weltanschauung de los debatientes, en sus
opciones cosmológicas y hasta ontológicas. Quiero plantear de entrada que en este texto
no voy a utilizar este enfoque. Trataré de argumentar en el segundo de los niveles
mencionados: el de la ciencia como conocimiento objetivo de raíz positivista, aunque ello
escandalice a aquellos lectores que ven en la objetividad y el positivismo engendros
satánicos. He escrito sobre y contra la objetividad y el positivismo en otros textos. Incluso
he llegado a argumentar que, más que engendros satánicos, son engendros machistas, lo
cual no los hace menos feos, pero sí menos temibles. Lo que busco no es rehuir ese debate,
sino organizar los temas y decir que en el presente texto hablaré de la química, de esa
ciencia nacida a finales del siglo XVIII, desarrollada en el XIX y responsable
principalísima del desarrollo industrial del siglo XX. Buscaré mostrar que esta ciencia,
positiva como la que más, ha tenido desde sus comienzos un enfoque bastante más holístico
que los que se buscan hoy en la biología o la economía y que vale la pena mirarla con más
cuidado.
Al hacer este planteamiento, sigo directamente las recomendaciones de Agudelo y
Alcalá, y asumo mi responsabilidad comenzando a buscar una semántica del concepto de
complejidad dentro de la cual desarrollar este texto:
“La Teoría de la Complejidad es relativamente reciente en diversos campos
de estudio, como el de la vida, del universo, del cerebro y la mente, hasta disciplinas
como la economía, la arquitectura, la ecología etc. La definición de este término
presenta los problemas graves de todos los conceptos que tienen un uso común en el
lenguaje diario, coloquial, cuando de pronto se les utiliza para denotar algo preciso en
un lenguaje más científico. Una vez que se ha decidido la semántica del concepto, el
autor se responsabiliza por la misma. Ésta debe ser consistente. No obstante que, el
siempre presente contexto, matiza el significado, el autor no puede eludir su
responsabilidad y culpar enteramente al contexto.” i

¿Complejidad en química?
Algo que me sorprende constantemente en la Filosofía de la Ciencia es el ínfimo
interés que los filósofos dedican a la química. Ni epistemólogos, ni ontólogos, ni éticos –
bioéticos o de los otros— se preocupan por esta ciencia, a pesar de que cualquier manual la
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considera dentro de las “Ciencias Naturales y Exactas” y de que, sin duda, entre las
disciplinas clásicas, matemáticas, física, química y biología, es la que tiene más
practicantes en el mundo y la que más ha influenciado el desarrollo industrial. En
particular, los interesados en la Complejidad se ocupan mucho de la biología y encuentran
en la organización orgánica o social de los seres vivos campo fértil para el pensamiento
complejo y se ocupan también de la física, principalmente de aquellas ramas de esta
disciplina que se relacionan más con la metafísica y la cosmología, como la astronomía o la
termodinámica, siguiendo en esta última los caminos de Teilhard o de Prigogine.
En un artículo publicado en Science en 1999ii, Whitesides e Ismagilov nos anuncian
que el tema de la complejidad empieza a ganar importancia en la química, aunque insisten
en que “Complejidad” es una palabra rica en ambigüedades y altamente dependiente del
contexto. Hacen un detallado análisis de la complejidad que resulta ser más de lo
complicado que de lo complejo. En efecto, lo central de su enfoque es que las sustancias
químicas que se manipulan en el laboratorio constan de muchas moléculas, cada una de
ellas de muchos átomos que, a su vez, constan de muchos electrones y protones y por eso
un análisis detallado es demasiado complicado y hay que recurrir al uso de promedios
estadísticos que generan formas emergentes o analógicas que serían las utilizadas por los
químicos. En este sentido, la complejidad en la química no iría más allá de las
complicaciones inherentes al análisis de cualquier sistema de muchos componentes salvo,
tal vez, porque los números involucrados son acá de cientos de miles de trillones o hasta de
cuatrillones.
Más interesante me parece el enfoque de Giuseppe del Re en HYLE de 1998iii , que
retoma el tema de la complejidad en química desde el punto de vista del estatus ontológico
de la estructura molecular. Probablemente en ningún otro campo de la ciencia se ve el
surgimiento de una estructura emergente con tanta claridad. Dentro de la concepción más
reduccionista y decimonónica, una molécula es un conjunto de átomos, cada uno de ellos a
su vez formado de núcleos y electrones. Desde el siglo XIX muchos sostuvieron la
opinión, reforzada por algunos de los pioneros de la cuántica de que lo real en este
micromundo son los átomos o sus partículas y que las ideas de enlace químico o de
estructura son meros convencionalismos. Sin embargo, el mismo siglo XIX que vio el
nacimiento del atomismo y de la fisico-química, conoció el desarrollo de la química
orgánica, y hacia 1900 los químicos orgánicos habían llegado a la conclusión de que la
estructura es el hecho fundamental del mundo de las moléculas y que nuestra comprensión
del mundo puede verse en serios problemas por la incertidumbre existente sobre el estatus
ontológico y epistemológico de conceptos como la estructura de las moléculas y el enlace
químico. Gilbert Newton Lewis, el gran químico americano en su libro “Valence” de 1923
escribió:
“Ninguna generalización de la ciencia, ni siquiera si incluimos aquellas
capaces de enunciado matemático exacto, ha nunca logrado un mayor éxito en la
reunión en forma simple de tal multitud de observaciones heterogéneas que este
grupo de ideas que llamamos la teoría estructural. La fórmula gráfica es mucho más
que una mera teoría de arreglos atómicos; se ha convertido en un notable método
taquigráfico para representar una gran variedad de conocimiento químico.”
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¿Qué es una molécula? Sin duda, una molécula es un conjunto de electrones y de


núcleos o, si se prefiere, un conjunto de átomos. Pero también, sin duda, es mucho más
que eso. El caso de los isómeros está ahí para mostrárnoslo con claridad: dos isómeros son
dos conjuntos del mismo número de electrones y de núcleos. Dos conjuntos del mismo
número de átomos. Si la molécula fuera reducible a los átomos que la componen, dos
isómeros serían idénticos y, sin embargo, hay isómeros distintísimos en sus propiedades.
Unos reaccionan de cierta manera y otros de otra, unos se encuentran en la naturaleza y sus
gemelos no, incluso unos son esenciales para la vida y los isómeros idénticos son letales.
Más allá de ser un conjunto de átomos, una molécula posee además una estructura
persistente y definitoria de su comportamiento. Es de hecho, escandaloso que teniendo una
pequeñísima diferencia estructural un amino ácido levógiro y su contraparte dextrógira, los
seres vivos sobre la Tierra están formados casi exclusivamente de los levógiros.
En la última década del siglo XX los materiales que más atrajeron la atención de
físicos, químicos y expertos en electrónica fueron los derivados de los fullerenos y
nanotubos de carbón que, incluso se piensa que serán determinantes en la próxima
generación de computadores basados en la nanoelectrónica, la electrónica con piezas del
tamaño de 10-9 metros, la milésima parte del tamaño de una célula del cuerpo humano.
El boom en la investigación de estas moléculas después de su descubrimiento en
1985 viene precisamente de que después de creerse que eran conglomerados amorfos de
átomos de carbón –lo que llamaríamos hollín—resultó, al mirar con más cuidado, que
tenían propiedades totalmente ajenas a un cuerpo amorfo, más las de un diminuto cristal,
explicables si tenían una estructura rígida. Denominados en honor de un arquitecto,
Buckminster Fuller, pues las moléculas reproducen la forma de sus domos, los fullerenos
son hoy objeto de una intensa actividad de creación de nanoarquitecturas llenas de
sorprendentes propiedades químicas y electrónicas.
A pesar de su importancia, no existen definiciones buenas de la estructura química y
casi todos los químicos tienen de ella una burda imagen mecanicista llena de problemas
epistemológicos. Un químico orgánico “normal” dirá que dos isómeros tienen distinta
estructura cuando los mismos átomos tienen distintos enlaces, pero no podrá responder al
ser interrogado sobre lo que es un enlace químico con otra cosa que generalidades que no
resisten un análisis juicioso.iv Lo cierto es que hay una propiedad de los conjuntos de
átomos que va más allá del hecho de ser un conjunto, que es estable en el tiempo y que
genera comportamientos muy distintos de los mismos conjuntos de átomos. Llamarla
estructura es ya un paso, pero no es mucho más lejos lo que se puede llegar.
Al hablar de complejidad en química, muchos autores, desde Whitesides e
Ismagilov hasta Prigogine y Stengers, hacen énfasis en que la complejidad en química
proviene del número grande de componentes del sistema, sea éste una molécula, una
mezcla de reacción o un ecosistema. Todos estos enfoques adolecen del mismo problema:
ven la complejidad de un sistema que tiene muchas partes y creen que el tener muchas
partes este sistema es lo que lo hace complejo. Sin embargo, cualquier sistema natural
puede ser visto como un sistema con pocas partes o con muchas. Es cuestión de la forma
de análisis.
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En todos estos enfoques la idea es esencialmente la misma: se individualiza UN


sistema que se aparta del resto del universo y luego el problema es si tiene pocos o muchos
componentes o cuántos de ellos vamos a considerar. Este enfoque proviene esencialmente
de la epistemología de la física clásica, que comienza por aislar un sistema del resto del
universo y, aunque la mecánica cuántica ha mostrado que esto no tiene sentido, la tentación
sigue siendo muy grande y domina gran parte del pensamiento contemporáneo.

Una epistemología de la totalidad


Lo que quiero mostrar en los siguientes párrafos es que el pensamiento químico se
ha planteado desde el siglo XIX de otra manera y que, aunque los filósofos han
reflexionado poco sobre la epistemología que se desprende de él, es suficientemente
novedosa como para que valga la pena ponerle atención y en realidad va más lejos que casi
todos los autores en la dirección señalada por el pensamiento complejo: la comprensión de
la totalidad y no de particularidades.
El punto de partida es la diferencia entre los cambios físicos, que son cambios del
sistema aislado y por lo tanto epistemológicamente sirven de fundamento al reduccionismo,
y los cambios químicos, que sirven de base a un pensamiento químico que poco ha sido
objeto de análisis epistemológico.
Los libros de texto dan definiciones que se parecen de una u otra forma a la
siguiente, tomada del excelente libro de Garritz y Chamizov:
“Cambios físicos: cuando se cambia la forma, el tamaño, el estado de
movimiento o el estado de agregación. La energía implicada generalmente es
pequeña.
Cambios químicos: cuando se obtiene una nueva sustancia con propiedades
distintas. La energía desprendida o absorbida es mayor que en el caso del cambio
físico.”
Lo malo es que esta definición es ontológicamente problemática: ¿qué es una
“nueva sustancia”? ¿A qué “propiedades distintas” se refiere? ¿Distinta forma, distinto
tamaño, distinto estado de movimiento? Claramente no, pues entonces se confundiría con
el cambio físico. Normalmente se refiere a las propiedades químicas y lo que se quiere
decir es que la “nueva sustancia” tiene propiedades químicas distintas y eso es lo que la
define.
¿Qué es entonces una “propiedad química”? Lo interesante de las propiedades
químicas es que no son propiedades del sistema aislado, sino siempre propiedades-en-
relación. Las propiedades químicas de una sustancia S se describen en la forma: “S con el
oxígeno forma óxidos”; “S con los ácidos forma sales”; “En presencia de cloro gaseoso, S
se reduce”; etc. La sustancia S no tiene propiedades químicas en sí, sino en relación con
otras sustancias. Químicamente sólo existe como miembro de un conjunto. Cualquier
manual de química, al presentar la sustancia S, comienza por explicar como “se obtiene”, es
decir, qué sustancias y en qué condiciones deben reaccionar para producir S. Generalmente
hay varias vías de obtención. Esto es así aun para aquellas sustancias a las que
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denominamos elementos. El hidrógeno se obtiene por electrólisis del agua, el hierro a


partir de sus óxidos o el cobre se encuentra como carbonato y de él puede extraerse el
metal. Luego nos explica qué le sucede a S cuando se la coloca en presencia de otras
sustancias. Es su particular posición en esa red de relaciones que la preceden y que dan
origen a otras más lo que le da su naturaleza química a S y cuando un cambio modifica su
puesto en esa red de relaciones “se obtiene una nueva sustancia”. El proceso químico por
excelencia es la reacción química y en ella, típicamente, entran unas sustancias y salen
otras, lo que se puede representar así para una reacción R1 en la que entran A y B y salen C
y D:
(A , B) R1 (C,D)
Schummervi analiza este tema y sugiere construir en esa forma la red de relaciones
químicas. Por ejemplo:
(A, B) R1 (C, D)
(E, F) R2 (A)
(H, C) R3 (E, G)
dan lugar a un fragmento de red:

que, evidentemente no es sino un fragmento, pues cada uno de los nodos a su vez entra en
muchas otras reacciones. Es fácil imaginarse cómo la red se extiende hasta cubrir todas las
sustancias conocidas, todas las existentes y todas las posibles.
Hay zonas de esta red con características especiales. Así, el sistema de la química
de Lavoisier se organizó sobre el hecho de que el Oxígeno es un nodo de características
especiales, asociado con todos los demás elementos. La centralidad del oxígeno es en él
muy alta. En la química de los seres vivos, la centralidad del carbono es máxima, seguida
por la del hidrógeno, el nitrógeno y el oxígeno. Los gases nobles son nodos de muy pocos
vínculos en la red y así sucesivamente. De hecho, los ejemplos que acabamos de
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mencionar hacen referencia a aquel subconjunto de la red al que llamamos “los elementos
químicos”. No son una subred, pues por ejemplo, la vinculación del oxígeno con cualquier
metal en una reacción genera uno o varios óxidos, como en el fragmento de red que se
ilustra a continuación:

La red de todas las sustancias químicas que estamos mostrando es la única forma
posible de entender la química, lo cual nos lleva mucho más allá de la complejidad
generada por un sistema con muchas partes. Acá estamos hablando de que el mundo de las
sustancias químicas sólo puede entenderse si estudiamos en conjunto todas las sustancias
químicas y la red de reacciones que ellas forman.
Esto no es tan extraño en el conjunto de las ciencias físicas. Prigogine y Stengers vii
nos dicen que el pensar en totalidades fue uno de los cambios importantes en el
pensamiento de los físicos durante el siglo XIX:
“No hay nada de asombroso en que el principio de conservación de la
energía haya tomado una importancia extrema a los ojos de los físicos del siglo XIX.
Para muchos de ellos es la naturaleza toda entera y no solamente los distintos
campos experimentales lo que se encuentra unificado así.” (subrayado mío)
La importancia cosmológica de los enunciados de las leyes de la termodinámica en
la forma en que los planteó Clausius en 1865:
<<Die Energie der Welt ist konstant
Die Entropie der Welt strebt einem Maximum zu.>>
radica precisamente en la posibilidad abierta por primera vez de hacer enunciados generales
sobre la naturaleza entera, sólidamente anclados en la observación del mundo físico. Esta
posibilidad sólo se abrió cuando se entendió que las observaciones sobre la potencia motriz
del fuego en las máquinas de vapor en realidad nos estaban mostrando propiedades del
conjunto de todos los objetos materiales: la energía y la entropía. De manera que pensar en
el mundo entero como un conjunto de sistemas entrelazados por intercambios de energía y
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de entropía fue posible. Al mismo tiempo, comenzó a hacerse posible pensar en el mundo
entero como un conjunto de sistemas químicos entrelazados por reacciones que los cambian
unos en otros en una red gigante que envuelve todas las sustancias químicas posibles:

Estudiar esto puede parecer desmesurado, sin embargo no lo es. Algunas regiones
de esta inmensa red han sido estudiadas como conjunto con enorme provecho. El ejemplo
más conocido aunque tristemente poco comprendido es el de la Tabla Periódica de los
Elementos Químicos. Todos hemos oído hablar de la Tabla de Mendeleyev y de sus
predecesores ilustres: Lothar Meyer, Newlands y sus octavas, de Chancurtois y el “Anillo
Telúrico”.
El esfuerzo de encontrar relaciones entre los elementos químicos es tan antiguo
como el pensar químico, o como el filosofar sobre la naturaleza y está directamente
vinculado con el propósito de encontrar un orden en el universo: la comprensión del
cosmos que subtiende al caos que nos presentan los sentidos. La multiplicidad de
sustancias de toda índole que se presentan a nuestros sentidos, animadas e inanimadas,
activas e inertes, sólidas, líquidas, gaseosas, brillantes o malolientes, purulentas o preciosas
parece el desorden resultante de una noche de juerga de los dioses. Sin embargo, tan pronto
empezamos a experimentar vemos que muchas de ellas se transforman unas en otras: el
agua se torna hielo o vapor, el dulce vino se hace amargo vinagre, de la roca informe sale
refulgente metal. Las artes químicas enseñaron a los hombres desde el principio de la
civilización que unas sustancias pueden transformarse en otras y de todas pueden sacarse
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las esencias fundamentales. Frente a esta observación, la hipótesis es inmediata: ¿serán


todas las sustancias que vemos en el mundo variaciones de unas pocas fundamentales?
Los jónicos especularon con esa idea que Tales llevó al extremo cuando proclamó que todo
debía estar hecho de agua. Sus paisanos moderaron un poco la hipótesis y formularon
cuatro principios: agua, tierra, aire y fuego, o lo líquido, lo sólido, lo frío y lo caliente,
como los principios con los cuales se hacen todas las sustancias y durante siglos la química
se desarrolló aprovechando la combinación y descomposición de estos principios en todas
las proporciones. El nacimiento de la ciencia moderna, hacia el siglo XVII, el énfasis en la
experimentación y la recuperación de la concepción atómica de la materia, además de los
abusos en la especulación teórica de los alquimistas llevaron al descrédito a la secular teoría
de los cuatro elementos y a su reemplazo por una definición operacional en la que elemento
químico es una sustancia que no puede descomponerse en otras por acción de procesos
físicos o químicos. En términos de nuestra red de todas las sustancias químicas, esto define
un tipo particular de nodo en la red de todos los elementos. Aquel que no puede tener la
siguiente forma:

Si se toman exactamente esos nodos, se tienen hoy, al comenzar el siglo XXI,


aproximadamente cien de ellos entre la red de todas las sustancias químicas. Mendeleyev
conoció algo más de sesenta.
Lo que estamos tratando de hacer notar es que siendo todos ellos parte de esta red
gigante, cabe pensar en ellos como elementos de un conjunto y no como entes individuales.
Acá está la clave de la diferencia entre una epistemología reduccionista, que coloca su
atención en las partes aisladas y el enfoque de Mendeleyev, que estudió todo el conjunto.
Al definir como objeto de estudio el Conjunto de los Elementos Químicos, la
atención se vuelca no sobre las propiedades de uno u otro, sino sobre las propiedades
relacionales que tienen en tanto elementos del conjunto y entonces se dibuja un hermoso
tapiz que subyace al conjunto: los elementos se organizan en familias y en períodos e
incluso son evidentes los huecos del tapiz y se hace posible predecir su existencia y sus
propiedades. La naturaleza química del universo entero está ordenada y responde a un
patrón general. El primero y más claro vistazo de ese patrón es la Tabla Periódica.
Lo que queremos resaltar es que la Tabla tiene sentido sólo cuando se analiza un
conjunto de elementos. El gran aporte de Mendeleyev consistió en no estudiar los
elementos uno por uno, sino todos al tiempo y ver las propiedades del conjunto. Si la gran
piedra de toque de la epistemología clásica – mecanicista había sido la capacidad de
predicción basada en las ecuaciones diferenciales, las predicciones de Mendeleyev no
fueron menos acertadas, pero no tuvieron detrás de ellas ninguna ecuación diferencial. Tal
vez por eso llamaron poco la atención de físicos y filósofos. En los mismos días en que
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Mendeleyev trabajaba sobre su tabla, Georg Cantor, un compatriota suyo, sentaba los
fundamentos de la Teoría Matemática de los Conjuntos. Poco tiempo después comenzó a
desarrollarse la Topología de Conjuntos de Puntos, de tal manera que en 1932 David
Hilbert decía que era sorprendente cómo una rama de la matemática que parecía tan poco
prometedora en un principio, hubiera llegado a alcanzar en tan corto tiempo una
importancia tan fundamentalviii y hoy, más de un siglo después de Mendeleyev, podemos
pensar en estudiar los fundamentos matemáticos de la teoría del Conjunto de Elementos
Químicos, utilizando para ello la topología de este conjunto. De hecho, utilizar la
topología parece bastante natural, pues la intuición química ha llevado desde tiempos
inmemoriales a tratar los elementos como unos más próximos de otros. Los metales son
cercanos entre sí y lejanos de los no metales, con algunos semimetales en la zona
intermedia; los halógenos son cercanos entre sí (o similares, si se prefiere), etc.
Precisamente, un objetivo importante de la topología de conjuntos de puntos es estudiar las
relaciones de vecindad, de frontera, etc.
Trabajos recientes han permitido mostrar que una aplicación cuidadosa de la
topología al conjunto de los elementos químicos conduce, efectivamente, a mostrar la
estructura matemática que subyace al conjunto de todos los elementosix. De manera
interesante, al estudiar topológicamente este conjunto se obtienen conjuntos robustos de
elementos, es decir, que forman una vecindad muy estable y separada de los otros. Los dos
más robustos son el conjunto de los gases nobles y el conjunto de los metales alcalinos, que
en la tabla de Mendeleyev ocupan las columnas de la extrema derecha y de la extrema
izquierda. Se reproducen muchos otros aspectos de la tabla, pero más interesante aún, se
reproducen aspectos que los químicos conocen, pero no están tan claros en la tabla, como el
denominado “efecto diagonal”, que encuentra similitudes entre elementos de dos columnas
diferentes. Un resultado impresionante es que si se construyen los conjuntos clásicos de los
metales y de los no metales, su frontera topológica es precisamente el conjunto llamado por
los químicos de los semimetales.
Lo que busco señalar es que es posible estudiar en conjunto todas las sustancias
químicas y la red de reacciones que ellas forman, como señalé arriba, o al menos,
subconjuntos de ella bien caracterizados. El triunfo de Mendeleyev en el siglo XIX fue
hacerlo para el subconjunto de los elementos, a base de intuición y paciencia, pero hoy hay
herramientas para hacerlo de manera formal.
Otros ejemplos son interesantes. Hay subredes de la red de elementos químicos
que han recibido particular atención, por constituir lo que uno podría llamar nudos dentro
de esa red. Son las redes en que un lazo pasa varias veces por el mismo nodo. Lo que se
llama en química autocatálisis. Posiblemente el más famoso de estos nudos sea el llamado
“Bruselator” estudiado extensamente por Prigogine, Nicolis y el Grupo de la Universidad
Libre de Bruselasx. Su forma es:
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Lo interesante es que el estudio de este pequeño nudo dentro de la gran red puso de
presente la existencia de todos los fenómenos asociados con la complejidad de los procesos
irreversibles. La gracia es que la presencia de la autocatálisis, es decir, de las flechas que
vuelven a pasar por X continuamente en él, es la causante de las propiedades de “reloj
químico”, de la existencia de atractores extraños y otros fenómenos ya bien conocidos por
los estudiosos de la complejidad y de la termodinámica de procesos irreversibles. El estudio
de estos sistemas estuvo en la base de los desarrollos que llevaron al premio Nóbel a
Prigogine. Lo que yo estoy tratando de señalar acá es que este tipo de sistemas pueden
verse sencillamente como motivos interesantes dentro del conjunto de todas las sustancias
químicas y la red de reacciones que ellas forman, de manera que de nuevo, el estudio
cuidadoso de pequeños fragmentos de la red, pensados como tales, lleva a resultados muy
interesantes y alejados de la vieja epistemología mecanico-reduccionista.
Es posible, al menos de manera formal, hacer un planteamiento matemático
completo del conjunto de todas las sustancias químicas aprovechando los elementos de la
teoría cuántica aplicada al estudio de la química. En el rango de energías en que existen
las sustancias químicas y se dan los procesos que llamamos químicos, las únicas fuerzas
relevantes son las electromagnéticas, y la formulación estándar de la química cuántica
conduce a estudiar una molécula o un sistema de moléculas a partir de su hamiltoniano
independiente del tiempo:

En la visión reduccionista-mecanicista usual, las cargas nucleares, Zi son datos fijos


del problema: hablamos de una molécula, y sólo de ella, y ella está caracterizada por los
números atómicos de los átomos que la conforman. H2O es el agua porque está formada
de Hidrógeno y Oxígeno, cuya naturaleza no cambia. Hidrógeno y oxígeno están
caracterizados por sus números atómicos, 1 y 8 respectivamente, ocupan el primero y el
octavo puestos en la Tabla de Mendeleyev de manera que podríamos escribir, en vez de
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H2O, su sinónimo, (1,1,8). Este último paréntesis puede ser tomado como un vector de
números atómicos.
Pero, si en vez de pensar en estos números de esta manera, pensamos en el conjunto
de todos los valores que ellos puedan tomar, al menos entre 1 y 100 y construimos vectores
de números atómicos, entonces los distintos vectores así formados pueden representar el
conjunto de todas las sustancias químicas posibles. (10) sería el Neón, (9,1) el HF, (8,1,1)
el agua, (7,1,1,1) el amoníaco NH3, (6,1,1,1,1) el metano y así sucesivamente. Paul
Mezeyxi mostró que este conjunto podía ser visto como un espacio vectorial, el “Espacio de
las Cargas Nucleares” y tenía ciertas propiedades matemáticas interesantes, que fueron
desarrolladas posteriormente por Daza y Villavecesxii. Lo interesante es que esto provee
una base matemática para el estudio simultáneo de todas las sustancias químicas. Desde
hace algunas décadas se conocen resultados como el Teorema del Átomo Unido, que
asegura que dada cualquier molécula, el átomo cuya carga nuclear sea igual a la suma de
todas las cargas nucleares de la molécula tiene una energía total inferior, sin embargo ese
teorema, que obviamente relaciona conjuntos de moléculas que son subconjuntos del de
todas las moléculas, no ha sido pensado sino hasta muy recientemente como propiedad de
conjunto. Daza demostró que era muy fácil obtener este teorema a partir de las propiedades
del Espacio de las Cargas Nucleares y el resultado más reciente en este sentido fue el
obtenido por Andrés Bernal, quien logró mostrar que, mucho más allá de la comparación
entre el átomo y todas las moléculas de la misma carga, éstas se ordenan completamente, de
manera que, así como todos los elementos aparecen ordenados en la Tabla de Mendeleyev,
conjuntos de moléculas con la misma suma total de carga nuclear, --conjuntos
isoprotónicos, como el del neón, el agua y el amoníaco que se usó como ejemplo
anteriormente--, pueden ser ordenados. La siguiente es una gráfica de su trabajo de grado
como químico en la Universidad Nacional de Colombia, presentado en diciembre de 2003:
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Hemos señalado en ella los vectores correspondientes al Ne, HF, H2O, NH3 y CH4, que
son los ejemplos mejor conocidos de moléculas cuya carga total sea 10. El vértice inferior
ocupado por el Neón es una expresión gráfica del Teorema del Átomo Unido ya
mencionado, pero se ve fácilmente la posibilidad de organización de todas las moléculas
isoprotónicas.

Conclusión
Aunque poco se preocupan por ella los filósofos, la química presenta aspectos
epistemológicos muy particulares. Uno de ellos, muy destacado, es que sólo puede
estudiarse como ciencia de la totalidad: el objeto de estudio de la química es el conjunto de
todas las sustancias químicas y la red de todas las reacciones que las conectan. Eso plantea
desafíos epistemológicos importantes desde el punto de vista de la complejidad. Aunque el
conjunto entero no ha sido estudiado, sí hay estudios hechos sobre subconjuntos de él: el
conjunto de todos los elementos químicos o los de moléculas isoprotónicas e
isoelectrónicas. Cuando se estudian estos mediante la matemática de los conjuntos –
topología de conjuntos de puntos o el espacio de las cargas nucleares— se encuentran
propiedades muy interesantes, de las cuales la primera conocida históricamente fue la Tabla
Periódica de los elementos químicos, pero otras son objeto de investigación activa en la
actualidad.
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iAgudelo G.; Alcalá J.G. “La complejidad” http://iieh.com/autores/gagudelo.html Instituto de Investigación sobre la Evolución Humana, A. C.
ii Whitesides G.M., Ismagilov R.F “Complexity in Chemistry”
, SCIENCE (1999) 284 89
iii Giuseppe Del Re
“Ontological Status of Molecular Structure” HYLE, --International Journal for Philosophy of Chemistry, Vol. 4 (1998), No. 2, pp. 81-103
iv Daza E.E y Villaveces J.L. hicieron una cuidadosa puesta a punto de la situación no elucidada del problema de la estructura química al terminar el siglo XX, en “The concept of

molecular structure” en: D. Rouvray, ed, « Concepts in Chemistry, a contemporary challenge » ed.New York : John Wiley & Sons Inc, (1997)

v Garritz, J.A. Chamizo J.A. “Tú y la química” Pearson Education, (2001)

vi Schummer, J. “The Chemical Core of Chemistry I: A Conceptual Approach” HYLE--International Journal for Philosophy of Chemistry, Vol. 4 (1998), No.2, pp. 129-162

vii Prigogine I., Stengers I, “La nouvelle alliance”, 2a. ed. Gallimard, folio, 1986, p. 174

viiiHilbert D., en el prefacio al libro de P. Alexandroff “Einfachste Grundbegriffe der Topologie”, Springer 1932. Citado de la traducción inglesa “Elementary Concepts of Topology” publicada por

Dover en 1961

ix Restrepo*, G. Mesa H., Llanos E.J., Villaveces J.L.


“Topological Study of the Periodic System”. J. Chem. Inf. Comput. Sci. 2004, 44, 68-75
x Ver, por ejemplo, Ault S., Holmgreen E. “Dynamics of the Brusselator” www.math.ohio-state.edu/~ault/Papers/Brusselator.pdf

xi Mezey P.G. Theor Chim, Acta, 59: 321, 1981, Int. J. Quantum Chem. Quant. Chem. Symp., 15: 279, 1981. J. Chem. Phys, 80, 5055 1984; Int. J. Quantum Chem, XXII : 101,
1982. J.Am.Chem.Soc. 107 : 3100 1985

xii Daza, E.E. Villaveces J.L. J.Chem.Inf.Comp.Sci., 34: 309, 1994

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