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La droga cobró tanta popularidad y el público le había tomado tan amplia confianza, que
compraba los comprimidos y los ingería con cualquier pretexto. Se emplearon hasta contra la
gripe y el resfrío sin prescripción médica y, como es natural, aparecieron los fracasos. Porque
la droga descubierta por Domagk no tenía eficacia en todos los casos.
Las primeras sulfamidas eran parecidas al prontosil. Después, los químicos se encargaron de
mejorarlas, tomando como guía lo que ocurre en nuestro organismo. Probado que
el prontosil sufre modificaciones después de haber entrado en el organismo y es el nuevo
compuesto el que tiene verdadera acción activa, se procura modificar la fórmula en los
laboratorios. Es decir, que se trata de producir la sustancia ya preparada para ser inyectada
con todo su poder bactericida.
Así se llega a la sulfanilamida, sustituto de todos los compuestos sulfamídicos existentes hasta
entonces. Apareció más tarde, en 1938, en Inglaterra, la sulfapiridina y un año después se
creó, en los Estados Unidos de Norteamérica, el sulfatiazol, droga que dominó todo el campo
de las sulfamidas.
Paulatinamente, se fueron eliminando los efectos tóxicos del nuevo producto, que causaba
trastornos en algunos organismos. En esa paciente tarea de laboratorio se logró, primero la
sulfadiazina, más tarde la sulfaguanidina y después la sucinil-sulfa-ziatol o sulfasuxidina,
desinfectante intestinal, la sulfametazina y la sulfamerizina.
¿Cómo actúan las sulfamidas? La droga no mata directamente a los gérmenes sino que les
impide desarrollarse, paralizándolos.
Los descubrimientos más recientes han revelado la manera cómo actúa la sulfamida y es que
ella no permite la multiplicación de los gérmenes patógenos sustrayéndoles una sustancia que
necesita el microorganismo para cumplir ese proceso. Asimila el ácido paraaminobenzoico en
el ciclo metabólico de los microorganismos y con ello, pierde la capacidad de reproducirse. De
esta manera queda detenida su acción patogénica. Nuevas investigaciones permitieron
concretar otras drogas derivadas del núcleo químico principal de la sulfamida, pero algunas
como la sulfanilamida pueden provocar manifestaciones tóxicas.
Los soldados aliados que participaron en la Segunda Guerra trataban sus heridas con
sulfanilamida, un antibiótico artificial descubierto en 1932 por el médico alemán Gehrard
Domagk, un discípulo de Paul Ehrlich que, como su maestro, buscaba una “bala mágica” para
matar a las bacterias sin intoxicar a las personas.
Últimamente se ha logrado sintetizar otro compuesto que tiene su origen en la sulfamida, pero
con la ventaja que son menos tóxicas que la sulfanilamida y además, tienen una acción
terapéutica más pronunciada: elsulfatiazol, la sulfadiacina, la sulfametacina.
La alternancia entre ambas drogas resulta de eficacia para bloquear varias enfermedades
infecciosas. En buena hora.