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Familia: Utopía y Realidad

Leonardo Boff

Por más valores irrenunciables que reúna, la familia no deja de inscribirse


dentro de la condición humana, que es siempre convivencia de contrarios. Por eso, hay
en ella, simultáneamente, dimensiones de luz y de sombra. En las culturas reviste
muchas formas de concretización. En la nuestra, junto a las familias-matrimonio, se
dan las familias-pareja (cohabitación de uniones libres), que dan origen a la familia
consensual no conyugal. La introducción del divorcio ha dado lugar a familias
uniparentales (la madre o el padre con los hijos/as) o multiparentales (con hijos/as
provenienes de matrimonios anteriores) y también uniones entre homosexuales
(hombres o mujeres).
¿Hasta qué punto estas formas son realizaciones concretas de la sustancia de lo
que llamamos familia? Antes de cualquier respuesta, la actitud cristiana más adecuada
y no moralizante es: si en todas estas formas existe amor -y no hay por qué dudar de
ello-, entonces estamos ante algo que tiene que ver con Dios, que es amor y bondad.
En ese campo, lo que debe regir es el respeto y no los prejuicios.
Pero la respuesta a la pregunta deriva de la concepción que tengamos de lo que
es la familia. En esa concepción debe estar siempre presente lo utópico y lo concreto,
pues ambas dimensiones constituyen juntas la realidad, también la realidad de la
familia. Lo concreto son las cosas tal como están ahí. Lo utópico es lo que es virtual y
posible en lo concreto, su referencia de valor, por cierto: nunca totalmente alcanzable,
pero que tiene como función mantener a la familia siempre abierta y perfectible y
jamás cerrada, ni estancada en alguna forma considerada como la única posible, por
muy buena que fuere.
Un especialista brasileño, Marco Antônio Fetter, creador de la primera
Universidad de la Familia en Brasil (en Rio Grande do Sul), define así la familia: «un
conjunto de personas con objetivos comunes y con lazos y vínculos afectivos fuertes,
cada una de ellas con un papel definido, donde aparecen naturalmente los roles de
padre, de madre, de hijos y de hermanos». Juan Pablo II en la Carta Apostólica
Familiaris Consortio (1981) y en la Carta a las familias (1994) enseña que la familia es
«una comunidad de personas fundada sobre el amor y animada por el amor... un
conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad/maternidad,
filiación, fraternidad- mediante las cuales cada persona humana es introducida en la
familia humana».
El núcleo utópico e inmutable de la familia es el amor, el afecto, el cuidado de
uno para con otro y la voluntad de estar juntos, estando la pareja abierta a la
procreación, cuando es posible, o, al menos, abierta al cuidado de todas las formas de
vida, que es un modo también de realizar la fecundidad. Este núcleo debe poder
realizarse en varias formas concretas de convivencia.
¿Qué sería de la familia y de sus miembros si no ardiese en ellos la llama de la
utopía? Todos viven de la voluntad de encontrar y vivir el amor; sueñan poder
realizarse a dúo y ser mínimamente felices. Sin ese motor, la vida humana sería menos
humana y perdería sentido, a pesar de todas las dificultades, deformaciones y
frustraciones.
Análisis transculturales han demostrado que cuando ese núcleo de amor existe,
hay menos violencia, hay más sensibilidad para la cooperación social, disminuyen los
conflictos familiares y disminuye el número de divorcios o separaciones desgarradoras.
Para los cristianos, la familia es el lugar donde la Familia divina del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo se revela y donde también se realiza la Iglesia en su expresión
doméstica. Todas estas perspectivas formarán parte del debate de la Semana Nacional
de la Familia que se realizará del 9 al 15 de agosto en todo Brasil.

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