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El escritor cordobés Sergio Aguirre logra demostrar que el género está lejos de agotarse y
que las virtudes de estas novelas son ideales para poner en juego un tema tan literario como
la verosimilitud: la verdad literaria, el pacto ficcional, la esencia misma de la ficción.
John Bland, un escritor mediocre de novelas policiales recién mudado junto a su mujer a la
campiña, decide hacer una visita de cortesía a su única vecina, una anciana, aprovechando
el viaje sorpresivo de su esposa a Londres.
La anciana, al enterarse de su oficio, le ofrece un relato de una experiencia que dice haber
vivido en su juventud. Se trata de una misteriosa historia que le tocó escuchar en un viaje
en tren: una joven dice haber sido testigo de un posible crimen, cree que el supuesto asesino
la ha descubierto y está aterrorizada porque se siente perseguida. La historia está llena de
vericuetos e intrigas que atrapan a John Bland, quien sin embargo, no admite que está
admirado por la buena trama, quizás para no asumir su falta de ideas literarias. Entonces,
decide entrar en un juego peligroso. Aunque había confesado no tener ninguna idea para
una novela, comienza a relatar una historia que tiene a él y a su interlocutora como
protagonistas: se trata del plan para asesinar a su anciana vecina. Lo que ni él ni el lector
imaginan es, que a partir de allí, lejos de amedrentarse, la mujer responderá con armas
similares a las utilizadas por el escritor: con historias donde la verdad y la ficción
comienzan a cruzarse hasta llegar a extremos francamente peligrosos.
La verdad, la duda, los cruces de miradas y los límites entre ficción y realidad son
tematizados en esta obra, convirtiéndose en el corazón de la trama. Los efectos de los
relatos de ambos protagonistas son tan fuertes para el destino de la historia que se cuenta,
que el lector no sabe si desear, junto al protagonista, que todo sea sólo una novela. La
suspensión de la incredulidad a la que aludía Coleridge explicando así el pacto que entabla
un lector literario con la obra que lee, se vuelve torturante en este texto, ya que todo el
tiempo se está invitando al lector a poner en duda la veracidad de las historias que se
cuentan. Dice Umberto Eco en Seis paseos por los bosques narrativos (Madrid, Lumen): El
lector tiene que saber que lo que se le cuenta es una historia imaginaria, sin por ello pensar
que el autor está diciendo una mentira. Sencillamente, como ha dicho Searle, el autor finge
que hace una afirmación verdadera. Nosotros aceptamos el pacto ficcional y fingimos que
lo que nos cuenta ha acaecido de verdad.
Estas cuestiones que parecen subyacer en el planteo de este libro, lejos de tranquilizar al
lector (al fin de cuentas sólo se trata de una historia), hacen temblar gozosamente todas las
seguridades. La duda surge victoriosa, como sucede con la literatura que abre caminos, que
inaugura un territorio lleno de preguntas.
Recomendado a partir de la adolescencia.
http://ar.answers.yahoo.com/question...8190307AAFYk7e
«Liriçous»
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19/05/2007 13:37 #4
Oscar Javier
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Colombia
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"Porque todo comenzará así: un hombre que tiene por costumbre visitar a sus nuevos
vecinos llega a la casa de una anciana absolutamente desconocida. Él mismo no sabe, hasta
que llama a la puerta, que ha decidido matarla".
Particularmente considero a Sergio Aguirre uno de los mejores escritores que he leído
jamás. Sus obras están llenas de todo lo que uno espera encontrar en un buen libro,
especialmente para los amantes de los cuentos policiales, fantásticos, de terror, etcétera.
Porque la ciencia que caracteriza sus relatos es exquisita, y abunda en descripciones y
retratos alucinantes.
En "Los vecinos mueren en las novelas", el autor juega con una sorprendente y bien
seleccionada colección de pequeños relatos que abordan un misterio en común, pero
indefinido, que sólo se aclara completamente, y acaba de unir a cada historia entre sí, en la
última página: se trata de la historia de una mujer que, viajando en tren, escucha el
aterrador relato de una joven que se encuentra desesperada. La trama nos lleva hasta el
momento de la terrorífica historia de la joven, y luego de vuelta al tren. Y lo más curioso es
que esta mujer que escuchó cada palabra de la joven es la misma anciana que años adelante
le contará la historia a su nuevo vecino.
Pero no termina ahí: otra serie de historias, todas ellas relacionadas, empiezan a relatarse en
la casa de la anciana. Muchas de ellas presentan otros puntos de vista de la historia de la
joven -como por ejemplo el del siniestro vecino de al lado- y el lector empieza a dudar
sobre la autenticidad de estas historias, porque en la casa de la anciana señora Greenwold se
está desencadenando una batalla entre las historias de esta mujer y su vecino, que
casualmente es escritor, por ver quién relata una historia, una anécdota, que atemorice más
al otro.
Finalmente, la tensión se agrava hasta el punto en que las historias empiezan a venir con
amenazas de muerte, como por ejemplo la historia en que el hombre que tenía por
costumbre visitar a sus nuevos vecinos, decide visitar a su nueva vecina. Y en una serie de
historias aterradoras de tiempos pasados... decide matarla.
El autor
Sinopsis
“Los vecinos mueren en las novelas” comienza con un escritor de novelas policiales que se
muda con su esposa a una tranquila casa lejos de la ciudad, en un páramo prácticamente
deshabitado. Este hombre sospecha algo de su esposa, quién siempre debe "salir corriendo"
a ver a su padre. Entonces, en una de sus salidas, este hombre se dirige a visitar a su nueva
vecina (prácticamente la única por los alrededores) dónde ella lo invita a tomar té y hablar
un rato. Y entonces empieza el horror: comienzan a contarse historias verdaderamente
perversas, y este escritor poco a poco libera todos sus sentimientos y preocupaciones,
narrando historias supuestamente reales de acontecimientos que cuenta sin mencionar
nombres ni fechas, y poco a poco, a medida que avanza la historia, que nos mantiene
permanentemente pegados al libro desde el principio hasta el final, vamos armando este
increíble rompecabezas y descubriendo los mensajes subliminales...
Comentario final
Si bien son muchos los vecinos y son muchas las historias, y todo pasa en una sola novela,
cuyo título acaba sorprendiéndonos al final, al igual que el de su primera obra, "La
venganza de la vaca", Sergio Aguirre ha sabido narrar una historia que a pesar de sus
increíbles hechos no se despega de la línea de suspense que comprende cada página, y todas
las preguntas sólo abarcan interpretaciones y suposiciones, hasta la última palabra del libro,
y recién ahí entenderemos completamente la historia.
(Obtenido de http://www.ociojoven.com/article/articleprint/961420/)
Carrera
Desde su niñez se sintió atraído por la lectura, y se considera escritor desde los 12 años.1
me identifiqué con el personaje me gustó la profesión, que era sentarse y escuchar historias
extrañas, ayudar a la gente, curar... Estudié psicología, luego me interesé por el
psicoanálisis, por Lacan.1
Como psicólogo, estuvo a cargo de la coordinación del Taller Literario del Hospital
Neuropsiquiátrico de Córdoba.2
Una de sus obras más reconocidas, Los vecinos mueren en las novelas, fue adaptada para
teatro.
En los planes de estudio de colegios de varios países latinoamericanos figuran sus libros
como parte del material de lectura obligatoria.2
Entre sus principales influencias cita la novela de Robert Louis Stevenson: El extraño caso
del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y admira a escritores como Patricia Highsmith, Raymond Carver
y Arthur Machen.1
[editar] Obras
Se considera un escritor de genero policial y fantástico, según relata:
Trabajar sobre esa tensión es lo que más me gusta, y me organiza, partir de alguna
incertidumbre, o un enigma, para construir una historia. Naturalmente se me ocurren
historias de misterio, mi cabeza ya está hecha así. Este tipo de narraciones también invitan
a trabajar la relación con el género mismo.2
1
El primero portugués era alto y flaco.
El segundo portugués era bajo y gordo.
El tercer portugués era mediano.
El cuarto portugués estaba muerto.
2
- ¿Quién fue?- preguntó el comisario Jiménez.
- Yo no - dijo el primer portugués.
- Yo tampoco - dijo el segundo portugués.
- Yo menos - dijo el tercer portugués.
3
Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio.
El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio.
El sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.
4
- ¿Qué hacían en esa esquina? - preguntó el comisario Jiménez.
- Esperábamos un taxi - dijo el primer portugués.
- Llovía muchísimo - dijo el segundo portugués.
- ¡Cómo llovía! - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su grueso sobretodo.
5
- ¿Quién vio lo que pasó? - preguntó Daniel Hernández.
- Yo miraba hacia el norte - dijo el primer portugués.
- Yo miraba hacia el este - dijo el segundo portugués.
- Yo miraba hacia el sur - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando hacia el oeste.
6
- ¿Quién tenía el paraguas? - preguntó el comisario Jiménez.
- Yo tampoco - dijo el primer portugués.
- Yo soy bajo y gordo - dijo el segundo portugués.
- El paraguas era chico - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la nuca.
7
- ¿Quién oyó el tiro? - preguntó Daniel Hernández.
- Yo soy corto de vista - dijo el primer portugués.
- La noche era oscura - dijo el segundo portugués.
- Tronaba y tronaba - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba borracho de muerte.
8
- ¿Cuándo vieron al muerto? - preguntó el comisario Jiménez.
- Cuando acabó de llover - dijo el primer portugués.
- Cuando acabó de tronar - dijo el segundo portugués.
- Cuando acabó de morir - dijo el tercer portugués.
Cuando acabó de morir.
9
- ¿Qué hicieron entonces? - preguntó Daniel Hernández.
- Yo me saqué el sombrero - dijo el primer portugués.
- Yo me descubrí - dijo el segundo portugués.
- Mis homenajes al muerto - dijo el tercer portugués.
Los cuatro sombreros sobre la mesa.
10
- Entonces, ¿qué hicieron? - preguntó el comisario Jiménez.
- Uno maldijo la suerte - dijo el primer portugués.
- Uno cerró el paraguas - dijo el segundo portugués.
- Uno nos trajo corriendo - dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.
11
- Usted lo mató - dijo Daniel Hernández.
- ¿Yo, señor? - preguntó el primer portugués.
- No, señor - dijo Daniel Hernández.
- ¿Yo, señor? - preguntó el segundo portugués.
- Sí, señor - dijo Daniel Hernández.
12
- Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada - dijo Daniel Hernández. - Uno miraba al
norte, otro al este, otro al sur, el muerto al oeste. Habían convenido en vigilar cada uno una
bocacalle distinta, para tener más posibilidades de descubrir un taxímetro en una noche
tormentosa.
"El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les mojó la parte
delantera del sombrero.
"El que miraba al norte y el que miraba al sur no tenían que darse vuelta para matar al que miraba
al oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o derecho a un costado. El que miraba al este, en
cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al darse
vuelta se le mojó la parte de atrás del sombrero. Su sombrero está seco en el medio; es decir,
mojado adelante y atrás. Los otros dos sombreros se mojaron solamente adelante, porque cuando
sus dueños se dieron vuelta para mirar el cadáver, había dejado de llover. Y el sombrero del
muerto se mojó por completo por el pavimento húmedo.
"El asesino utilizó un arma de muy reducido calibre, un matagatos de esos con que juegan los
chicos o que llevan algunas mujeres en sus carteras. La detonación se confundió con los truenos
(esta noche hubo tormenta eléctrica particularmente intensa). Pero el segundo portugués tuvo
que localizar en la oscuridad el único punto realmente vulnerable a un arma tan pequeña: la nuca
de su víctima, entre el grueso sobretodo y el engañoso sombrero. En esos pocos segundos, el
fuerte chaparrón le empapó la parte posterior del sombrero. El suyo es el único que presenta esa
particularidad. Por lo tanto es el culpable."
El primero portugués se fue a su casa. Al segundo no lo dejaron. El tercero se llevó el paraguas. El
cuarto portugués estaba muerto. Muerto.
Etiquetas: Walsh