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sus derechos y libertades, por una dictadura de terror que gobernó de manera
férrea e intolerante. La muerte del “jefe”, se convirtió en un hecho que impulsaría
la lucha por alcanzar la libertad y la democracia, tal como explica Moya Pons:
La desaparición física del dictador sirvió para despertar las energías sociales y
políticas de la nación y dio inicio a un intenso proceso de democratización. De
pronto surgieron actores que la Dictadura había reprimido o marginado: exiliados
políticos, partidos políticos, sindicatos, asociaciones de profesionales,
organizaciones estudiantiles y una prensa libre. En los meses siguientes, el sistema
político dominicano sufrió una rápida transformación. Las manifestaciones
políticas y las concentraciones de masas se convirtieron en medios efectivos para
ejercer presión popular contra la familia Trujillo y contra Joaquín Balaguer, el
último presidente nombrado por Trujillo[2].
Por su parte los remanentes trujillistas ofrecían una resistencia que se visualizaba
difícil de vencer, de forma tal que las tareas antitrujillistas y el movimiento popular
se vieron menguados hasta inicios de 1962. Como establece Nelson Moreno
Ceballos, “tras sucesivos intentos de reestructuración y redefinición internas,
finalmente, en enero de 1962, la fracción trujillista pierde la dominación del
aparato estatal, y abre un proceso de tránsito a través del Consejo de Estado a
manos de los sectores de la burguesía no-trujillista, tradicional o “cívica”[3].
En este sentido se expresa Flavio Darío Espinal cuando sostiene que, “con la
emergencia de organizaciones políticas, lo cual a su vez, produjo una movilización
gradual de diferentes sectores de la sociedad, no fue ya posible controlar desde
arriba el curso del proceso político, como Balaguer se había propuesto hacer”.
Los sectores populares urbanos más activos favorecían que la caída de la dictadura
debía ser correspondida con una democratización profunda. Pero la República
Dominicana se colocaba ante un dilema histórico que emanaba del atraso político
profundizado por la dictadura. Se enfrentaban fuerzas que propugnaban la
continuidad del sistema y, a contrapelo, aquellas que luchaban por reformas o por
una revolución, como señala Roberto Cassá[5].
Además, como plantea la socióloga Rosario Espinal, era una cuestión irrefragable
que, “en una sociedad como la dominicana, donde se había anclado un
autoritarismo totalitario y a la vez excluyente, donde el orden y la obediencia eran
valores omnipotentes superiores a la propia vida, el problema de una
reestructuración democrática –o de la recuperación del Estado por parte de la
sociedad –a principios de los años 1960 era complejo”[6].
Juan Bosch, presidente del PRD, tras su regreso del exilio en 1961 inició su
campaña política con un llamado a la concertación y un trabajo de concientización
del pueblo, sobre la importancia de la lucha por el poder, a través de discursos
radiales por Tribuna Democrática, órgano del partido en la emisora Radio
Comercial. Bosch presentó al país un programa de reformas económicas y sociales
en pro de la mejoría de las condiciones de vida y propugnaba un gobierno
democrático y constitucional.
Conclusión.
Tres grandes tendencias matizaron el accionar de las distintas fuerzas políticas. Una pretendía
mantener los resortes principales del esquema de poder trujillista; otra procuraba crear una
democracia de partidos al estilo de la mayoría de los países latinoamericanos; una tercera
quería seguir los pasos de la Revolución Cubana.
Consejo de Estado. Joaquín Balaguer, prominente figura del trujillato, había maniobrado para
quedar en la presidencia desde la muerte del dictador. Sin embargo, la presión de los sectores
populares tuvo como resultado el establecimiento de un Consejo de Estado el primero de
enero de 1962. Balaguer consiguió quedar presidiendo el Consejo, pero, luego de un fallido
golpe de Estado que se atrevió a organizar, fue sustituido por Rafael F. Bonelly.
Este gobierno de transición se ocupó de organizar las primeras elecciones libres en más de
treinta años.
Una serie de conflictos configuró el terreno que dio lugar a la expulsión del grupo
trujillista, logrado sólo por medio de la alianza de la mayor parte de la población,
ejerciendo así una constante presión que coadyuvó a la transición democrática y a la
redefinición de todo el orden social y político vigente.
Sin embargo, lo que nos proponemos, en las páginas siguientes, no es describir las
particularidades de la etapa post-trujillista, sino resaltar el valor histórico que se oculta
detrás de un soslayado capítulo de nuestra historia reciente, allí donde se encuentran
enraizados los cimientos mismos del proceso de democratización definitivo que viviría
el país, renunciando para siempre a las cadenas de la esclavitud de la dictadura.
Pretendemos evidenciar que este período histórico, entendido quizás como el
momento de ebullición patriótico y liberal más genuino del pueblo dominicano en la
contemporaneidad, constituye indefectiblemente, la génesis del proceso irreversible
hacia la democracia que vive el pueblo dominicano después de la muerte del tirano.
En un intento de hacer un rápido recorrido cronológico a través de los acontecimientos
que se suscitaron tras la muerte de Trujillo y serán objeto de análisis en el presente
ensayo, debemos destacar la irrupción violenta y multitudinaria de amplios sectores de
la población al panorama político, organizados en partidos y movimientos sindicales
representativos de un vasto espiral ideológico; la celebración de las primeras
elecciones libres; el golpe de Estado al gobierno de Bosch; la guerra civil de 1965 y la
segunda intervención militar norteamericana.
La caída de la tiranía trujillista significó para el país la conquista de las libertades que
habían sido negadas sistemáticamente durante un largo período de treinta años que
fue socavando el ideal democrático y la existencia de grupos políticos liberales,
eclipsados por las condiciones de una dictadura despiadada que sometió al pueblo
dominicano a varias décadas de oscurantismo. De esta manera, nuevos grupos
políticos aparecerían en el escenario social, mientras otros resurgirían entre las
tinieblas del exilio y la precaria vida clandestina.
La desaparición física del dictador sirvió para despertar las energías sociales y
políticas de la nación y dio inicio a un intenso proceso de democratización. De pronto
surgieron actores que la Dictadura había reprimido o marginado: exiliados políticos,
partidos políticos, sindicatos, asociaciones de profesionales, organizaciones
estudiantiles y una prensa libre. En los meses siguientes, el sistema político
dominicano sufrió una rápida transformación. Las manifestaciones políticas y las
concentraciones de masas se convirtieron en medios efectivos para ejercer presión
popular contra la familia Trujillo y contra Joaquín Balaguer, el último presidente
nombrado por Trujillo[2].
El papel desempeñado por los partidos políticos organizados en esta coyuntura, fue de
vital importancia para la consumación del proceso de transición hacia la democracia.
La garantía de ciertas libertades y el desvanecimiento del régimen de opresión,
permitieron a estos grupos políticos asumir una presencia significativa en la sociedad,
promoviendo la pluralización política y disolviendo las bases de la maquinaria trujillista.
Por su parte los remanentes trujillistas ofrecían una resistencia que se visualizaba
difícil de vencer, de forma tal que las tareas antitrujillistas y el movimiento popular se
vieron menguados hasta inicios de 1962. Como establece Nelson Moreno Ceballos,
“tras sucesivos intentos de reestructuración y redefinición internas, finalmente, en
enero de 1962, la fracción trujillista pierde la dominación del aparato estatal, y abre un
proceso de tránsito a través del Consejo de Estado a manos de los sectores de la
burguesía no-trujillista, tradicional o “cívica”[3].
En este sentido se expresa Flavio Darío Espinal cuando sostiene que, “con la
emergencia de organizaciones políticas, lo cual a su vez, produjo una movilización
gradual de diferentes sectores de la sociedad, no fue ya posible controlar desde arriba
el curso del proceso político, como Balaguer se había propuesto hacer”.
Los sectores populares urbanos más activos favorecían que la caída de la dictadura
debía ser correspondida con una democratización profunda. Pero la República
Dominicana se colocaba ante un dilema histórico que emanaba del atraso político
profundizado por la dictadura. Se enfrentaban fuerzas que propugnaban la continuidad
del sistema y, a contrapelo, aquellas que luchaban por reformas o por una revolución,
como señala Roberto Cassá[5].
Además, como plantea la socióloga Rosario Espinal, era una cuestión irrefragable que,
“en una sociedad como la dominicana, donde se había anclado un autoritarismo
totalitario y a la vez excluyente, donde el orden y la obediencia eran valores
omnipotentes superiores a la propia vida, el problema de una reestructuración
democrática –o de la recuperación del Estado por parte de la sociedad –a principios de
los años 1960 era complejo”[6].
La formación del gobierno democrático del profesor Juan Bosch en 1963 constituyó un
hecho de singular importancia en la historia de la República Dominicana, pues fue
realmente el primer gobierno elegido de manera libre con la participación de las masas
populares. El mismo puede ser considerado como el acontecimiento de mayor
envergadura, desde el punto de vista cívico, en el proceso de transición hacia la
democracia. Su trascendencia e influjo en el curso del proceso político y social, reflejó
el grado de avance y madurez de los valores liberales-democráticos en una sociedad
que había decidido enrumbar todos sus esfuerzos hacia la consolidación de la
democracia y el destierro decisivo de la dictadura.
Juan Bosch, presidente del PRD, tras su regreso del exilio en 1961 inició su campaña
política con un llamado a la concertación y un trabajo de concientización del pueblo,
sobre la importancia de la lucha por el poder, a través de discursos radiales por
Tribuna Democrática, órgano del partido en la emisora Radio Comercial. Bosch
presentó al país un programa de reformas económicas y sociales en pro de la mejoría
de las condiciones de vida y propugnaba un gobierno democrático y constitucional.
Su gobierno aprobó una Constitución, considerada como la más liberal que ha tenido
el país en toda su historia, lo que evidencia la presencia de un gobierno fundado en los
más preclaros valores e instituciones democráticas. En dicha Carta Magna se
definieron, entre otros aspectos: el derecho a la vida; el derecho al trabajo, a la
vivienda, a la educación y a la salud; la prohibición de latifundios privados; la
calificación del minifundio como antieconómico y antisocial; la libertad de prensa y la
libre expresión; la expropiación por causa de interés social; el derecho de los obreros a
agruparse en sindicatos; el derecho a la huelga; la prohibición de la propiedad de los
extranjeros en nuestro territorio; los salarios equitativos; la igualdad de los hijos
naturales; la reforma agraria; y el derecho del trabajador a gozar de las ganancias de
la empresa[8].
El poder asumido por sectores conservadores después del golpe de estado de 1963,
no hizo más que animar y fortalecer la sed democrática popular, manifestada de
manera abrumadora en las elecciones de diciembre de 1962 con el triunfo del PRD. La
posterior lucha por las conquistas ciudadanas asumieron un papel importante,
haciéndose inevitable la “vuelta a la constitucionalidad de 1963”, convertido en el lema
central del levantamiento contra el fracaso de los gobiernos del Triunvirato, los cuales
sufrieron su desmoronamiento, desde el mismo momento en que pretendieron
reinstalar el autoritarismo bajo cualquiera de sus formas, en una sociedad que desde
el ajusticiamiento del tirano venía rechazando de manera absoluta y contundente el
retorno al totalitarismo.
El politólogo Pedro Catrain afirma que, “la ‘vuelta a la constitucionalidad de 1963’ fue
la consigna que en un primer momento aglutinó los sectores que dinamizaron la
‘Guerra de Abril’.”[9]. La llamada “revolución” o “guerra” de abril, originó una gran
revuelta con amplia participación popular. Las acciones militares patrióticas estuvieron
dirigidas por el coronel Francisco A. Caamaño Deñó. En lo político, tuvieron una
destacada participación los líderes y militantes del Partido Revolucionario Dominicano
(PRD), quienes pedían el retorno a la constitucionalidad de 1963.
Conclusión.
Los esfuerzos por alcanzar la democracia moderna o contemporánea tiene sus raíces
en las incipientes luchas del pueblo dominicano contra la dictadura de Trujillo y sus
remanentes, atravesado por un período que pasa por las elecciones de 1962, el
gobierno democrático de 1963, las luchas por restaurar el gobierno del profesor Juan
Bosch, la rebelión titánica contra el Triunvirato que desembocaron en la guerra patria
de abril bajo la exclamación de “vuelta a la constitucionalidad de 1963”, y la resistencia
heroica del pueblo dominicano frente a las tropas de ocupación.
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