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GRACIA Y LIBERTAD

Habiendo contestado ya a las preguntas siguientes ¿Somos realmente libres a pesar de los
condicionamientos que afectan nuestra libertad? Y, en el caso de una respuesta afirmativa, ¿En
qué consiste la libertad humana?, estamos listos ahora para considerar cómo se relacionan
gracia divina i libertad humana. Vamos a empezar con el tema de la iniciativa divina ya que,
según el testimonio de la Escritura, Dios es el que tiene la total iniciativa en el proceso de
agraciamiento del Hombre y, por dicha iniciativa, posibilita y suscita respuesta humana.

 La iniciativa divina

Empecemos recordando algunas referencias bíblicas que ilustran claramente que Dios es quien
tiene la iniciativa absoluta en su relación de amor con el hombre.

- En el AT: DTt7,7-8 ; 8,17-18 ; 10,14-15 ; Is 42,6-9 ; Jr 1,4-8 ; Ez 16,8-14.60-63


- En el NT: Pablo: Rm 9,11-24 ; Ef 1,3-13 ; 2,4-10
Sinópticos: Mc 2,17; parábolas de Lc 15

Y en Flp 1,6; 2,13, Pablo afirma que Dios es quien comienza y lleva a su perfección la obra buena
así como el que obra el querer y el obrar como bien le parece.

Por lo tanto, no se puede afirmar, como lo enseñaban los semipelagianos, que el hombre tiene
que decidirse por sí mismo a ir hacia Dios para recibir la gracia que éste le quiere ofrecer. Tal
doctrina es incompatible:

 No sólo con la condición pecadora del hombre incapaz, por sí mismo, de salir de su
situación pecaminosa.
 Sino también con la misma gracia, la cual consiste esencialmente en la donación que
Dios hace de sí mismo al hombre en la persona de Cristo con tal fin de otorgarle la
participación de su propia vida divina-trinitaria, haciéndole hijo suyo en su hijo único
mediante su Espíritu Santo derramando en el corazón humano. En efecto, tal don, por
ser la misma vida de Dios, trasciende infinitamente al ser humano de tal manera que
éste no puede conseguirlo por sus propios esfuerzos, estando o no bajo la esclavitud del
pecado.

Dicha iniciativa divina en el proceso de agraciamiento del hombre “es un don iluminador, una
atracción que toca el interior del ser humano alumbrando su razón y movilizando su voluntad,
esto es, penetrando en su estructura cognoscitiva y afectiva. Todo lo cual suscita en el
destinatario de la acción divina la libre respuesta de la fe” (Ruiz de la Peña, El don de Dios, p.
323.324)

 La capacidad de respuesta humana

1. El hombre pecador conserva su libre albedrío

Frente a la doctrina de Lutero, Bayo y Jansenio que negaban la existencia del libre albedrío en el
hombre consiguientemente el pecado original, el concilio de Trento afirmó claramente – l hemos
visto en la primera parte del presente capítulo – que el pecador, aunque no puede evitar
duraderamente el pecado (o, dicho de otra manera, observar perseverantemente los
mandamientos de Dios), sigue siendo libre. Es decir que aunque tenga debilitada su libertad
entendida como capacidad de elegir en orden a su fin supremo que es Dios, sigue contando con
su libertad entendida como faculta de elegir1.

2.2. El testimonio de la Escritura

Como lo hemos visto en los capítulos sobre la gracia en el AT y en el NT, la Escritura, por sus
continuas exhortaciones a la conversión (por ejemplo: Dt 30,15-20; Is 5; Si 15,11-17; Mc 1,15;
Mt 23,37; las parábolas del Reino), reconoce que el hombre, aunque sea pecador, tiene la
responsabilidad de sus opciones y acciones.

2.3 Verdades que suponen la existencia del libre albedrío en el hombre

Sólo al reconocer la existencia del libre albedrío en el hombre tiene sentido:

 que el hombre tenga culpa


 que no todas las obras del pecador sean pecado, sino más bien que éste pueda realizar
buenas acciones.
 que la Escritura y el magisterio de la Iglesia enseñen que, ante la iniciativa divina, el
pecador pueda y deba responder activamente aunque no tenga la capacidad de iniciar
de modo autónomo el proceso de conversión (cf. Rm 7,7ss; Jn 8,33-36)

“Pues sin tal aptitud ya no se entiende que lo que Dios pretende es restaurar una relación de
amistad recíproca. ¿Cómo puede darse esa relación si una de las partes no es capaz de acogerla
en libertad? Lo que surge de la relación entre un ser libre y un ser no libre no es amistad, y
menos aún amor, es dominio de un y esclavitud del otro. Si el pecador ya no es responsable,
tampoco es persona; Dios no puede entablar con él un diálogo del tipo yo-tú.” (Ruiz de la Peña,
ibid., p.327)

 que tenga realidad la gracia como interpelación del amor divino a la persona humana.

En resumen, sin el reconocimiento del libre albedrío del hombre pecador, no se puede salvar la
identidad del hombre en cuanto persona no tampoco la identidad de la gracia en cuanto
interpelación divina que busca al hombre para que le responda. Como lo dice cabalmente Ruiz
de la Peña, “Nadie, ni siquiera Dios, puede comenzar a ser amigo de alguien sin movilizar su
voluntad para que ese alguien quiera serlo realmente. Así pues, el hombre no puede salvarse sin
contar con Dios. Pero Dios no puede salvar – decía San Agustín en una célebre sentencia – sin
contar con el hombre.” (ibid., p.328)

 La respuesta del hombre a la gracia: a la vez suya y gracia de Dios

Aquí tocamos el núcleo del tema presente capítulo sobre la relación entra la libertad del hombre
y la gracia de Dios quien, según el mismo testimonio de la Escritura, a la vez lo llama a responder
libremente al don que le quiere hacer de sí mismo y obra en él este querer y este obrar (cf. Flp
1,6; 2,13) por lo cual le responde libremente. Esta soberanía de la gracia sobre la cooperación
libre del hombre con la misma, nos acordamos que le concilio de Trento, siguiendo la enseñanza
de la Escritura, la expresa en los términos siguientes: “Así toca Dios el corazón del Hombre por
la iluminación del Espíritu Santo, pero de forma que el hombre no esté inactivo totalmente

1
“No se olvide, por los demás, que esa capacidad es susceptible de graduación; en ciertos casos o en
determinadas coyunturas, puede quedar eclipsada o incluso abolida. Mas de ley ordinaria todo ser
humano la poseerá al menos en grado suficiente para poder – y tener que – responsabilizarse de sus
opciones ante los valores morales.” (Ruiz de la Peña, ibid.,p.324)
al recibir esa inspiración, puesto que puede rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia divina es
incapaz de moverse con su voluntad libre hacia la justicia (canon 3 del capítulo del decreto de la
justificación).

Afirmar a la vez la soberanía de la gracia y la cooperación libre del hombre con la misma, parece
ser una contradicción. Sin embargo, como lo afirma Karl Rahner en su artículo “Gracia y Libertad”
en Sacramentum Mundi citado al inicio del presente capítulo (col.335),

“La diversidad entre Dios y la criatura – a diferencia de cualquier otra dependencia causal
intramundana – se caracteriza precisamente por el hecho de que la autonomía (el ser
propio) de la criatura y su dependencia de Dios no están en proporción inversa, sino directa.
La causalidad de Dios2 es la que produce la verdadera diferencia entre él y la criatura, la que
crea la realidad autónoma con su propio ser. Esta relación (…) alcanza su punto culminante
en la relación entre Dios y el ser libre junto con sus actos libres. El origen transcendental del
acto libre en Dios implica precisamente su posición como tal acto libre, su entrega a la
criatura para que lo reciba bajo su propia responsabilidad (…) es el misterio de la
“coexistencia” entre Dios y criatura libre, misterio que no puede desentrañarse
ulteriormente.”

Como lo ilustra Juan Luis Ruiz de la Peña, en su libro Creación, Gracia y Salvación (P.90.), esta
paradójica dialéctica dependencia – libertad encuentra, en el mismo proceso de crecimiento
humano, una analogía que nos puede alumbrar mucho: la de la relación de la mamá con el bebé.
Antes de que el bebé pueda desarrollar una relación personal con su mamá, ésta (o la persona
que ocupa su papel) posibilita esa relación por tomar la iniciativa de cuidar su bebé con amor,
con ternura, de hablar con él aunque él no pueda todavía entender lo que le dice. Por su misma
actitud y conducta relacional con su bebé, lo solicita y le permite desarrollar progresivamente
una verdadera relación personal con ella. Así el hombre individual nace progresivamente a la
experiencia de amor y, que por consiguiente, a la experiencia de responder libremente a otras
persona que irán solicitando su libertad para entrar en relación con él en la vida diaria, tanto
más es así en cuanto a la relación de cada ser humano con Dios quien no sólo solicita la libertad
del hombre estando fuera de él son que la solicita desde dentro por ser él mismo el origen
absoluto y constante de su ser libre y de sus actos libres que no pueden suceder sin recibir su
misma existencia, como actos libres, de Dios.

Acordémonos que ser libre no es sinónimo de ser independiente, es decir de toda forma de
dependencia, sino que consiste:

1° en la capacidad ontológica del hombre de autodeterminarse (libre albedrío), esta capacidad


ejerciéndose desde la misma situación existencial del individuo, afectada por distintos
condicionamientos;

2° en la capacidad del hombre de usar su libre albedrío conforme a las exigencias de su


naturaleza creada a imagen de Dios y, por consiguiente, llamada a realizarse en el amor a Dios y
a los demás (libertad de perfección, la cual no es otorgada por la misma gracia de Cristo que, al
liberar nuestro libre albedrío del poder de la concupiscencia, lo capacita para acoger a Dios y así
vivir con Cristo en la libertad de los hijos de Dios).

Por lo tanto, como lo subraya Ruiz de la Peña, “la presencia de Dios (la gracia) no funciona como
factor compulsivo o coactivo, sino como polo fascinate y atractivo; voy hacia Dios no arrastrado,

2
No nos olvidemos de que la causalidad divina es la de su mismo Ser que es Amor, un amor capaz de
crear a otros seres distintos de él y dotados de libertad para que entren en relación con él.
sino atraído (Jn 6,44) por su amor (…) Dios me llama como el tú amado: requiriéndome,
solicitándome, fascinándome. Pero no forzándome. Ante esa llamada, sólo puedo
comportándome respondiendo libremente. Y tal respuesta, cuando es afirmativa, es ya fruto del
amor que me llama. (…) Así pues, no sólo la llamada es gracia; lo es también respuesta, Mas de
otro lado, esa respuesta es mía (Ruiz de la Peña, ibid., p. 360)

4. Gracia y realización personal

Al considerar en que consiste la libertad humana, hemos visto que la voluntad humana, por ser
atraída necesariamente por el bien absoluto – el cual solo puede colmar su sed de felicidad – se
ve libre frente a los bienes particulares que se le presentan. Tiene así el poder de
autodeterminarse en orden al Sumo Bien que es Dios, eligiendo a bienes que puedan contribuir
verdaderamente a que se encamine hacia este Sumo Bien. Se ve así que el hombre es
ontológicamente – es decir, en su mismo ser – abierto a la relación amical con Dios y, por lo
tanto, es capaz de gracia. En ésta – sólo en ésta – puede alcanzar su plena realización personal.
Por eso, nunca el hombre es más libre que cuando acoja libremente la donación que Dios desea
hacerle de sí mismo.

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