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Eduardo Lucita*
En el país
Aquí estamos empezando, el sistema financiero tuvo su propia crisis en el 2001, los bancos
se ajustaron, se concentraron y hoy nadan en la abundancia, con tasas de ganancias
superiores a las del período anterior. Esta es una diferencia con los países centrales donde
los intentos de reforma son resultado de la crisis mundial, por el contrario la reforma aquí
tiene que ver con terminar con una rémora de la dictadura: la Ley de Entidades Financieras
de 1977 que desreguló la actividad financiera, por lo tanto dejó librada la tasa de interés al
libre juego del mercado; dio plena libertad al movimiento de capitales, por lo que abrió un
claro canal para la fuga de divisas; estimuló el ingreso de nuevas instituciones al sistema,
con lo que ayudó a la concentración y a la extranjerización; en lugar de fijar taxativamente
lo que un banco debía realizar dejó un abanico muy amplio fijando solo lo que no se podía,
por lo tanto favoreció la especulación financiera en detrimento del financiamiento a la
actividad productiva. En rigor Martínez de Hoz fue un verdadero adelantado de lo que se
impondría a nivel mundial, su Ley articuló un combo con la convertibilidad y con la
reformulación de la carta orgánica del BCRA, este ya no fijaría la tasa de interés ni
orientaría la inversión hacia las ramas productivas. Tres décadas después, y varios
gobiernos democráticos de por medio, aquellas reglas se mantienen hasta hoy con pocas
modificaciones. Resultado: los bancos están hoy montados en una enorme masa de dinero
que solo prestan para el consumo y a tasas verdaderamente confiscatorias, y prácticamente
no hay crédito a la inversión. Les resulta más rentable financiar tarjetas de crédito y
prestarle al Estado.
Romper este estrangulamiento requiere que el Estado se involucre en los dos términos de la
ecuación. Por un lado invirtiendo en grandes proyectos que a su vez tengan un efecto
reproductor en la industria (transporte ferroviario, energía, petróleo) privilegiando la
provisión local, claro que será necesario revertir la política de privatizaciones. Por el otro
garantizar financiamiento, esto requiere la nacionalización de la banca, o cuando menos la
estatización de los depósitos como hizo el primer peronismo. Obviamente, este gobierno o
el que fuere debiera contar un programa de desarrollo nacional e integración regional y una
planificación en función del mismo.
Si es que esto fuera posible en las actuales condiciones de la mundialización del capital sin
afectar seriamente intereses locales e internacionales.