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Se desinfló el impulso inicial que promovía reformas financieras

Eduardo Lucita*

Las anunciadas reformas al sistema financiero que se formularon al calor de la reciente


crisis mundial han naufragado. Los bancos siguen haciendo pingües negocios mientras los
Estados hacen el ajuste.

A poco de iniciada la actual crisis mundial comenzaron a circular versiones de reformas de


los sistemas financieros. Estos cambios serían significativos y alcanzarían también al FMI.
Entre nosotros cobró fuerza la idea de una nueva Ley de Entidades Financieras y otra Carta
Orgánica para el BCRA. A nivel mundial poco y nada se ha hecho hasta ahora, a nivel local
estamos a la espera.

Como es conocido en la primera etapa de la crisis mundial la reacción de los centros


económicos mundiales, y de los formadores de opinión a su servicio, fue acusar a los
banqueros, a la ambición desmedida, a la especulación. En esta segunda etapa, iniciada por
la debacle griega, se acusa a los malos manejos del gobierno, al despilfarro, a la
tergiversación de las cifras macroeconómicas. Tanto ahora como entonces se busca ocultar
que la crisis es del sistema como tal, aunque la especulación, los malos manejos, el
despilfarro hayan jugado un papel desencadenante

Reformas que no preocupan


Lo cierto es que la demanda de regulaciones en el sector financiero se instaló en la escena
internacional. Desde las primeras reuniones del G-20 diversos países han reclamado
penalizar los paraísos fiscales, regular y establecer controles a la actividad financiera;
reformar el FMI, tanto en su composición, otorgándole mayor preponderancia a los BRICS,
como en los criterios para otorgar prestamos.

Los presidentes de Alemania y Francia, en una carta conjunta elevada al presidente de la


Comisión Europea, solicitaron recientemente “apurar los trabajos para una urgente
regulación financiera”. En Europa se habla de poner un impuesto a los bancos para
constituir un fondo especial para enfrentar futuras recaídas de la crisis; de prohibir aquellas
operaciones financieras que alimentan la volatilidad de los mercados; en EEUU de un
impuesto a las ganancias bancarias y otro a las transacciones financieras. Sin embargo nada
de esto se ha hecho hasta ahora.
Cambiar algo…
La reforma en EEUU, que luego de un año de intensas discusiones fue aprobada en el
parlamento y caracterizada por la administración Obama como “la reforma de regulación
del sistema financiero más importante desde la gran recesión de los años ‘30” es en realidad
un pequeño conjunto de modificaciones que limitan tibiamente la actividad bancaria, pero
que no preocupa a los bancos. No avanza sobre la estructura de negocios, sobre el
apalancamiento sin límites, tampoco sobre la enorme concentración del sector. En la
primera reunión del G-20 este decidió reforzar la presencia del FMI, ampliando
significativamente su capacidad prestable y de contralor, y por lo tanto reimponiendo
criterios neoliberales que estallaron en la crisis. Fue el único acuerdo general logrado, en la
reciente reunión del G-20 lo que prevaleció fueron las diferencias entre los países
miembros más que los acuerdos. No hay ningún atisbo de una regulación
internacionalmente coordinada.

En el país
Aquí estamos empezando, el sistema financiero tuvo su propia crisis en el 2001, los bancos
se ajustaron, se concentraron y hoy nadan en la abundancia, con tasas de ganancias
superiores a las del período anterior. Esta es una diferencia con los países centrales donde
los intentos de reforma son resultado de la crisis mundial, por el contrario la reforma aquí
tiene que ver con terminar con una rémora de la dictadura: la Ley de Entidades Financieras
de 1977 que desreguló la actividad financiera, por lo tanto dejó librada la tasa de interés al
libre juego del mercado; dio plena libertad al movimiento de capitales, por lo que abrió un
claro canal para la fuga de divisas; estimuló el ingreso de nuevas instituciones al sistema,
con lo que ayudó a la concentración y a la extranjerización; en lugar de fijar taxativamente
lo que un banco debía realizar dejó un abanico muy amplio fijando solo lo que no se podía,
por lo tanto favoreció la especulación financiera en detrimento del financiamiento a la
actividad productiva. En rigor Martínez de Hoz fue un verdadero adelantado de lo que se
impondría a nivel mundial, su Ley articuló un combo con la convertibilidad y con la
reformulación de la carta orgánica del BCRA, este ya no fijaría la tasa de interés ni
orientaría la inversión hacia las ramas productivas. Tres décadas después, y varios
gobiernos democráticos de por medio, aquellas reglas se mantienen hasta hoy con pocas
modificaciones. Resultado: los bancos están hoy montados en una enorme masa de dinero
que solo prestan para el consumo y a tasas verdaderamente confiscatorias, y prácticamente
no hay crédito a la inversión. Les resulta más rentable financiar tarjetas de crédito y
prestarle al Estado.

El proyecto de nueva ley: un progreso limitado


Luego de varios años finalmente se ha presentado en el parlamento un proyecto de “Ley de
Servicios Financieros para el Desarrollo Económico y Social” suscripto por un conjunto de
diputados de tres bloques parlamentarios. Sus aspectos principales radican en que define la
actividad como un servicio público; establece que la política crediticia no puede quedar
librada al mercado, por lo tanto regula las tasas de interés. Establece tasas máximas para
micro y pequeñas empresas y para créditos personales de bajo monto. Direcciona el crédito
obligando a los bancos a prestar no menos del 38 por ciento de sus carteras al sector
privado a micro, pequeñas y medianas empresas y un 2 por ciento a microemprendimientos.
Apunta a la desconcentración del sistema estableciendo que ninguna institución privada
puede tener una participación mayor al 8 por ciento del total. Se completa con un conjunto
de medidas tendientes a la regulación, la protección de los usuarios y depositantes, defensa
de la competencia y la democratización de los servicios.

Así como está presentado el proyecto y de aprobarse será un progreso respecto de la


situación actual, que debiera articularse con la reforma de la Carta Orgánica del BCRA
para, entre otras cosas, fijar encajes diferenciados para movilizar fondos ociosos hacia el
sector productivo.

Romper los límites al desarrollo requiere avanzar en profundidad


Sin embargo el proyecto no resuelve el problema de fondo: la financiación de la
acumulación de capitales en el sector productivo y áreas estratégicas, fundamentalmente un
proceso de industrialización.

Porque en el país los privados no proyectan grandes inversiones reproductivas y el sector


público no radica inversión en sectores estratégicos. El resultado es una ecuación donde los
bancos hacen poco o nada para financiar inversiones y por otro lado no hay gran demanda
de crédito, ni privada ni pública, para grandes proyectos. Así el desarrollo del país está
estrángulado, solo hay crecimiento por la estimulación del consumo y las exportaciones.

Romper este estrangulamiento requiere que el Estado se involucre en los dos términos de la
ecuación. Por un lado invirtiendo en grandes proyectos que a su vez tengan un efecto
reproductor en la industria (transporte ferroviario, energía, petróleo) privilegiando la
provisión local, claro que será necesario revertir la política de privatizaciones. Por el otro
garantizar financiamiento, esto requiere la nacionalización de la banca, o cuando menos la
estatización de los depósitos como hizo el primer peronismo. Obviamente, este gobierno o
el que fuere debiera contar un programa de desarrollo nacional e integración regional y una
planificación en función del mismo.

Si es que esto fuera posible en las actuales condiciones de la mundialización del capital sin
afectar seriamente intereses locales e internacionales.

*Integrante de EDI- Economistas de Izquierda

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