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Roto el vínculo colonial, pronto se hizo evidente que la dominación española no había
creado resquicios para el desarrollo de una clase dirigente criolla capaz de suplantar
con su liderazgo y legitimidad el control político o territorial ejercido por la corona. La
secesión de las provincias del Paraguay, el Alto Perú y la Banda Oriental acentuó un
tanto los débiles sentimientos nacionales y creó conciencia en los líderes
revolucionarios sobre la necesidad de defender la integridad del territorio heredado de
la colonia. No obstante, los diversos órganos políticos y proyectos constitucionales
ensayados durante las dos primeras décadas de vida independiente, fueron ineficaces
para conjurar las tendencias secesionistas y la pulverización de los centros de poder,
que tendieron a localizarse en las viejas ciudades coloniales del interior. Separados
por la distancia, la agreste geografía o las franjas territoriales bajo dominio indígena,
estos centros de poder se integraron en torno a la figura carismática de caudillos
locales. La expansión económica de la región pampeano-litoraleña durante la primera
mitad del siglo XIX estuvo estrechamente ligada a su inserción en el mercado
internacional como exportadora de bienes pecuarios e importadora de productos
industrializados. Los intereses del sector mercantil-portuario y de los terratenientes
exportadores se homogeneizaron en torno al fortalecimiento del circuito económico y a
la consolidación del sistema de instituciones de la provincia, que garantizaba la
estabilidad política interna. El desarrollo de la producción pecuaria se basó en el uso
extensivo de la tierra y en la racionalización de la explotación en las estancias, que
consistió principalmente en el disciplinamiento de la fuerza de trabajo y el
aprovechamiento integral del ganado. La estancia era una unidad productiva y al
mismo tiempo una unidad político-social, como núcleo organizado de la vida en la
campaña. Abarcaba desde la organización militar necesaria para defenderse de los
indios y para actuar como policía rural, hasta la producción dela mayor parte de los
consumos internos. Su carácter se hallaba definido por la producción para el mercado
y la difusión de relaciones salariales. Para los terratenientes, el fortalecimiento del
circuito se centraba en garantizar las condiciones de producción de bienes pecuarios a
través del control de la frontera con los indios y desarrollar las vías de comunicación
entre el puerto y las unidades productivas. El interés del sector mercantil-portuario en
el fortalecimiento del circuito económico Buenos Aires-mercado externo se combinaba
con el propósito de expandir el mercado para las importaciones hacia el interior del
territorio. El predominio de Buenos Aires sobre las demás provincias se ligaba en este
caso a la integración de todas las regiones a la economía portuaria, bajo un régimen
liberal. La apertura de todo el territorio como mercado para las importaciones y el
potencial incremento de las exportaciones requerían uniformar el sistema monetario,
abolir las barreras aduaneras internas, crear vías de comunicación y garantizar el
tráfico interprovincial, tareas que solo podrían encararse a partir del desarrollo de un
sistema de instituciones nacionales basado en los recursos de la provincia de Buenos
Aires. La región del Litoral tuvo un desarrollo de la actividad ganadera anterior al de
Buenos Aires. Participó de los impulsos derivados de la exportación de productos
pecuarios y del comercio de importación. Pero se vio relegada a un segundo plano por
la supremacía del puerto de Buenos Aires y el acceso directo al mismo que tenía
la producción de esta provincia. La guerra civil que sobrevino algunos años después
de Caseros, debe entenderse como la manifestación político-militar de un
enfrentamiento entre proyectos alternativos de unidad nacional, congruentes con
interés económicos opuestos.
La alianza de sectores políticos de Buenos Aires con el Litoral había agotado sus
objetivos con la deposición de Rosas. Caseros y más precisamente, el Acuerdo de
San Nicolás, inauguraban un nuevo capítulo de la lucha por la organización nacional,
signado por la unión de los diversos sectores porteños para enfrentar a la
Confederación Argentina liderada por Urquiza. Las resoluciones de San Nicolás, que
otorgaban a Urquiza funciones nacionales con un poder prácticamente discrecional y
adjudicaban a cada provincia el mismo número de diputados haciendo caso omiso de
diferencias en la cantidad de habitantes produjeron el primer conflicto abierto entre
Buenos Aires y Urquiza, con posterioridad a Caseros. Poco más tarde, cuando ese
había perdido la posibilidad de controlar la provincia por medio de un gobierno elegido
localmente, debió asumir personalmente el poder, interviniendo en virtud de sus
atribuciones como Director Provisorio de la Confederación. Inicialmente, Urquiza se
había apoyado en el sector unitario liderado por Valentín Alsina para neutralizar la
oposición de los restos del federalismo rosista porteño. Pero como no obtuvo el apoyo
unitario para llevar a cabo sus planes de organización nacional, buscó más tarde
reconciliarse con los federales para ganar a través de ellos el control directo de la
provincia. Sin embargo en ambas circunstancias fue manifiesta la ausencia de un
correlato de la política litoraleña en el conjunto de las fuerzas políticas de Bs As. Lejos
de servir como nexo de la política urquicista en Buenos Aires, estas fuerzas se aliaron
frente a los intentos de Urquiza de controlar la provincia, y finalmente se apoderaron
del gobierno provincial en septiembre de 1852, a solo siete meses de la batalla de
Caseros. A lo largo de la lucha por el predominio interno, que se dio en el marco del
conflicto con la Confederación, se fue configurando una nueva fuerza política. El
partido unitario, que pasó a llamarse liberal, permaneció unido y en el control del
gobierno provincial a lo largo de casi todo el periodo que duró ese conflicto. Pero al
mismo tiempo se fue desprendiendo la fracción liberal-nacionalista conducida por
Mitre, opuesta al sector liberal que posteriormente se denominaría autonomismo. El
liberal-nacionalismo, si bien postulaba la defensa y fortalecimiento de los intereses
locales de la provincia, tenía como objetivo central crear condiciones para iniciar un
nuevo proceso de organización nacional que, en vez de ser conducido por el Litoral,
fuera liderado por Buenos Aires. La otra facción optó por seguir una política de
conflicto abierto con la Confederación. Finalmente, el gobierno de Buenos Aires logró,
a mediados de julio, el levantamiento del sitio, el fortalecimiento de su soberanía y el
retiro de las fuerzas de la Confederación que se hallaban en su territorio. En 1854 se
sancionó la constitución provincial, declarando a Buenos Aires, al menos
provisoriamente, Estado independiente. En diciembre de 1854 y enero de 1855,
Buenos Aires y la Confederación firmaron dos convenios que, más allá de las
promesas de reunificación nacional, reafirmaban la situación autónoma de la provincia.
Entre 1856 y 1859 el gobierno de la Confederación fue endureciendo progresivamente
su política hacia Buenos Aires. Entre 1858 y 1859 el Litoral consiguió cierta unidad de
los gobiernos provinciales en contra de la política secesionista de Buenos Aires y en
torno a la figura de Urquiza, cuya gravitación provenía fundamentalmente de ser jefe
del partido federal del interior. Sin embargo, los preparativos de una guerra contra
Buenos Aires no hicieron variar la política de sus autoridades. Estas seguían
condicionando toda negociación con respecto de su soberanía, el retorno al statu quo
de 1855 y el retiro definitivo de Urquiza de la vida pública. Luego de la batalla de
Cepeda, Buenos Aires se comprometió a revisar la Constitución de 1853 mediante una
convención provincial. A principios de 1860, Mitre inició una ofensiva política contra el
sector radicalizado de la revolución de septiembre, que ocupaba la mayor parte de los
cargos políticos y predominaba en la legislatura provincial. En las elecciones de marzo
de 1860 para la renovación de esta legislatura la fracción mitrista obtuvo mayoría en
ambas cámaras, posteriormente Mitre fue elegido gobernador. De inmediato anunció
su propósito de incorporar la provincia a la Confederación. El gabinete fue duramente
criticado y se acusó al gobierno de haber traicionado la revolución de septiembre. Por
su parte, Urquiza seguía siendo la figura política clave de la Confederación como
gobernador de Entre Ríos, jefe del partido Federal y comandante en jefe del ejército. A
pesar de su apoyo a Derqui para que accediera a la presidencia, Urquiza era partidario
de una política más flexible con respecto a Buenos Aires y seguía viendo en la
posibilidad de una alianza del Litoral con la provincia disidente la base fundamental
para la organización definitiva del gobierno nacional.
CONSIDERACIONES FINALES