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PORFIRIO BARBA JACOB

Santa Rosa de Osos 1883 – México 1942

ENSAYO

ELCY ESTELA RESTREPO SÁNCHEZ

Trabajo de la asignatura:

Literatura Colombiana

Profesor:

Rómulo Naranjo

UNIVERSIDAD DE MEDELLÍN

FACULTAD DE EDUCACIÓN

Medellín, marzo 31 de 2000

PORFIRIO BARBA JACOB


Santa Rosa de Osos 1883 – México 1942
ENSAYO

En una obra, un escritor plasma todo un mundo, que tiene mucho de su


fantasía o de su realidad. Al igual que otras obras literarias, la poesía lleva en
seno raíces de su autor; sin creer que ellas sean autobiográficas, pues son
netamente creaciones literarias, arte, impregnado de vida, de su vida.
La poesía encierra todo un mundo a develar en cada uno de sus versos,
encontramos en ellos el ancestro de Barba su tierra campesina que lo vio
nacer.
“Vine al torrente de la vida
en Santa Rosa de Osos,
una media noche encendida
en astros de signos borrosos”.
El son del viento

Barba Jacob, viajero incansable no solo de lugares terrenos sino de viajes


simbólicos al interior del alma humana que guarda alegrías y tristezas, temores
y certezas, angustias y sosiegos plasmados en sus versos.
“Main:
Busco la luz, el buen camino
¿Quieres decirme sus señales?
El anciano
Lo envuelve todo enigma oscuro.
Estos senderos son fatales”.
Parábola de los viajeros

Un hombre que ha recorrido lugares


“Vagó, sensual y triste, por las islas de su América;
en un pinas de Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad, su fuerza…y era una llamada al viento.”
Futuro
No puede menos que desplegar sus alas al interior de sí mismo, viajar para
aprender a verse con una mirada nueva, venciendo el temor a lo desconocido,
comprendiendo que el viaje es vida y conocimiento, es “una llama al viento”,
que se aviva cada vez más y renueva el ser escudriñando en los rincones del
alma, buscando la propia identidad, es por esto que es conocido como el
cantor del alma humana. De ese viaje al interior del alma surge un hombre
que reconoce en sus poemas los vicios de que aquejan un moral como él:
desnuda su alma y reconoce sus pecados, vacilaciones y caídas pero lejos de
sentirse culpado, muestra satisfacción por lo vivido.
“Mi vaso lleno-el vino del Anáhue-
mi esfuerzo vano-estéril mi pasión-
soy un perdido –soy un marihuana-
a beber – a danzar al son de mi canción…”
Balada de la local alegría

El hombre en los ires y venires de la vida, se valida como tal en la medida que
posee todas las facultades de que está dotado el espíritu humano, sin negarse
a la experiencia, ni al placer ni al dolor, puesto todo esto unido a un sueño o a
un pensamiento hacen grande el hecho de vivir.
“La vida es clara, undívaga y abierta como un mar…”
Canción de la vida profunda

Pero esa vida en la que habla en “Canción de la vida profunda”, se ve


contradictoria como el mismo hombre que se mueve entre la vacilación y el
optimismo, la depresión y la lujuria. Este pasar por todos los estados
anímicos es lo que perfila el hombre simplemente como humano, humanidad
que aunque se eleve a un Dios, le deja el sabor de la angustia por lo
desconocido, por el futuro que no puede desviar, por un presente que lo
agobia y no puede cambiar, por un destino del que no puede escapar.
“Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar:
el alma gime bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh tierra! Un día…un día


En que levamos anclas para jamás volver:
Un día en que discurren vientos ineluctables…
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!”
Canción de la vida profunda

La duda, plasmada en los versos de Barba, es tomada como una de las más
duras enfermedades de la existencia, pues al no encontrar respuesta a los
interrogantes, el alma se sume en la incertidumbre, cegando la tranquilidad.
“¿Quién sabe en la noche que incuba las formas
de adusto silencio cubiertas,
qué brazo nos mueve, qué estrella nos guía?”
Espíritu errante

En estos versos, la razón humana, capaz de conocimientos infinitos no logra


superar el miedo a lo indefinible, ganándole la debilidad del alma.
“Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,
Que nunca humana lira jamás esclareció,
y nadie ha comprendido su trágico lamento…”
Futuro.

La incertidumbre y la duda en la que se mueren los versos del poeta


antioqueño, vislumbran un hombre que se atormenta por el crecer y quizás
ese sea el motivo por el que no deja morir el niño de Santa Rosa, pues en sus
poemas denota el amor por esa infancia de “fresca primavera”, escritos
enmarcados en la ternura propia de esta etapa. Barba valida en sus poemas
cómo todo hombre lleva dentro algo de niño, a lo que no puede renunciar así
haya recorrido muchos caminos.
“Bajo laurel el héroe rudo
algo de niño tiene que tener”.

Llevar en el alma algo de niño, es la ganancia que tiene la madurez del hombre,
que se hace difícil cuando al crecer se enfrenta a la incertidumbre de lo que
será.
“En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma
la escala de dolor que el mal asume”
Acuarimántima
Los niños son la virtud de habitar en un mundo comunicativo y elocuente, en
el que todas las cosas tienen significado, sujeto siempre a la alegría. La
infancia, siempre armónica tiene la capacidad de asombrarse ante la realidad;
la visión de una infancia llena de alegría, tranquilidad, emoción e ilusión, es la
que presenta el poeta en “Parábola del retorno”, donde el hombre une la
añoranza de la infancia, la nostalgia profunda de no poder regresar nunca a
ese mundo añorado, perdido con los años que sólo dejan los temores de los
que carece un niño.
“El agua de la acequia, brillante y fresca y pura,
no pasa alegre y gárrula cantando su cantar;
la acequia se ha borrado bajo la fronda oscura,
y el chorro, blanco y fúlgido, ni riela ni murmura…
Señor, ¿no os hace falta su música cordial?”
Parábola del retorno

Pero al pasar el tiempo, al abandonar la niñez, el hombre enfrenta a su propia


vida, reconociéndola como una lucha constante contra el destino y contra la
muerte, suprema vencedora.
“Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso
de esta palabra: ¡UN HOMBRE!”.
Un hombre

Los elementos de la vida del poeta giran en torno a voces, libros y exceso de
palabras, que le hacen perder el contacto con lo esencial de la existencia.
“Ni voces que interrumpan la secreta
comunión de la vida;
ni libros imponentes
ni exceso de palabras”.
Virtud interior

Vive en una búsqueda del recogimiento y la paz interior, comparada con la


serenidad del campo, en contraposición con el furor de las olas del mar, que
terminan calmados y apacibles.
“La vida es clara, undíroga y abierta
como el mar”
canción de la vida profunda
En el mar ve al mundo sosegado de contornos claros, perfecta zona del limite
con la tierra, donde se vislumbra la posibilidad de un hombre nuevo.
“Yo traje la visión de una agua dilatada;
y en la orilla del mar
vi tan confuso el límite postrero de la tierra
que tuve un calofrío
de vida y muerte.
Ante el mar

El límite entre el mar y la tierra, es solo comparado con el límite del


pensamiento humano, capaz de sumergirse en los conocimientos más
profundos, es por eso que el mar para Barba Jacob tiene una inmensidad
sagrada, y así como en otros poemas muestra cómo el campo nos introdujo en
la figura santa y protectora de la madre tierra, el mar permite sumergirse en
el misterio del alma humana; su costa señala la ruptura de valores que
atormentan o redimen, vinculados con la tierra, el mar ofrece un modo de
vida, hundiendo al hombre en la responsabilidad de su existencia.
“Y supe que el principio y el fin mío
no marcan las fronteras ni estatuyen los tiempos,
y aprendí la virtud del valle y los de los légamos,
y se llenó de espíritu la arcilla de mi carne”
Ante el mar

Al igual que el mar, la naturaleza es relevante en Barba, pues con ella hay
solidaridad, compenetración y más que respeto, es considerada divinidad. La
naturaleza hace que el hombre vibre con la vida y asuma su destino.
“Toda inquietud es vana; la desazón soporta
-me está diciendo a voces mi amigo interior-
el minuto es florido, sonoro y halagüeño;
para entrar en el último sueño…”
Nocturno

El campo pone al hombre en contacto con la naturaleza y por ende, con la


armonía universal que se manifiesta a través de ella, impregnando al hombre
de significación y trascendencia, por lo que la muerte, gran angustia del poeta,
ya no tiene valor aniquilador, sino, por el contrario, por su compenetración
con la tierra, continuación y permanencia al regresar a ella.
“Si al dulce influjo de un temblor divino
tu propio canto a germinar no alcanza
pide a la tierra el generoso vino
que hará inmortal tu trémula esperanza”.
La tierra inmortal

El hombre que valora la divinidad de la naturaleza es capaz de asombrarse ante


ella y dimensionar las cosas que lo rodean, pues la naturaleza acompaña al
hombre, que deja de sentirse solo con su contacto, viviendo la paz interior que
se logra al reflexionar y asumir la mortalidad sin miedo, puesto que al morir,
se prolonga la vida en la naturaleza, a la madre tierra a la que se regresa; es
por esto que los versos de Barba muestran un hombre compenetrado con el
campo, con la tierra. La función de la tierra como madre hace al campo bello,
donde la naturaleza es manifestación de vida, prolongada en el hombre.
“En Ella está toda virtud oculta;
en Ella está inicial potencia;
Ella es la urna henchida de los humus feraces,
Y de su voz recóndita robamos la cadencia
Que hace nuestras quimeras aladas y vivaces”.
La tierra inmortal

En poemas como el anterior se sacriliza la tierra madre, pues la tierra es la vida


y la posibilidad de estar vivo. La fecundidad espiritual del hombre solo
compagina con la tierra que provee y escucha, acercándolo a lo divino, a Dios.
La fuerza vital de la tierra es poesía, por su capacidad de creación,
multiplicando lo viviente que perpetúa Barba en un verso. La tierra es
receptáculo de virtudes en el que el hombre se redime y recupera.
“Mi corazón devuelve sus mieles a la tierra,
y dándolas le acoge aquel fervor
que es patrimonio y signo del amor”
El corazón rebosante

“La tierra madre comparte materia y vida con el hombre y capacidad creadora
con la divinidad”, recibiendo de ésta el poeta su generosidad; visto de esta
manera, la tierra retribuye: el hombre se vierte en ella en su sepulcro – vida y
ella por esa fusión vierte en él sus virtudes. Pero, aunque la tierra sepulcral lo
devuelve a la vida, la idea de la muerte como si “levantáramos anclas para
jamás volver”, angustia la vida del pieta, situación que llena el alma de
incertidumbre al interrogarse si después de la muerte todo será polvo,
reduciendo incluso a los que fueron grandes.
“La muerte viene, todo será polvo:
polvo de Hidalgo, polvo de Bolívar,
polvo en la urna, y, rota ya la urna,
polvo en la ceguedad del aquilón”.
Balada de la loca alegría

En los poemas de Barba que tratan la muerte, la duda se presenta como una
enfermedad existencial por no encontrar respuesta ante el espectro de dicha
muerte, presentando la vida inútil, que aunque ama tanto, no le encuentra
sentido por ser doblegada por la muerte.
“Hermano mío, en el impulso errante,
nunca sabremos nada…”
La estrella de la tarde

Pensar en la muerte lo hace vivir en un constante sobresalto, desesperación y


ansiedad que lo llevan a trasegar los caminos de su mundo interior, para
terminar aferrándose a esa llama de vida que no deja que el viento acabe, a la
esperanza de perpetuarse.
“Decid cuando y muera…(¡ Y el día esté lejano!)
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llamada al viento…”
Futuro

Quizás esa necesidad de no morir lo llevó a cambiarse tres veces de nombre:


Miguel Angel Osorio, Ricardo Arenales, Main Ximénez y Porfirio Barba Jacob,
pretendiendo vivir cada vez como el fénix. Reconoce que “el tiempo es el
inexorable camino hacia la muerte y ese camino no admite ser desandado”,
por lo que revive cada vez en un nuevo nombre, pues la fugacidad del tiempo
nos da la dimensión de la vida. Lo único que aleja el temor a la muerte es su
hondo sentido religioso, como una pequeña luz que penetra las tinieblas, o
como una tabla de salvación ante la duda permanente de “un más allá” que
resume en el regreso a la nada.
“¿Qué voz suave, que ansiedad divina
tiene en nuestra ansiedad su resonancia?”
La estrella de la tarde

Dios es la luz que le permite salir de las tinieblas rodeadas de dudas, aunque a
veces blasfeme de ese Dios que no lo oye; pero que aún así, reconoce.
“Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar;
el alma gime entonces bajo el dolor del mundo
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar”.
Canción de la vida profunda

BIBLIOGRAFÍA

BARBA JACOB, Porfirio. Poemas Selectos. Colombia. Ed. Printer, 1983, 243 p.

Antorchas contra el viento. Poesía completa y prosa selecta. Antioquia.


Imprenta Departamental, 1983, 302 p.

CHARRY LARA, Fernando. Poesía y poetas colombianos. Bogotá, Ed.


Presencia, 1985, 300 p.

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