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-Voriccones sobre la memoria Censurc: Francia 1789 y Alemania 1989 Adios al cine / El mito én Freud AT YO (Og SO eee amon AN oi PUNIO. am Revista de cultura Aho XIX + Nimero 56 Buenos Aires, diciembre de 1996 Sumario 1 20 40 Hugo Veezetti, Variaciones sobre la memoria social Leonor Arfuch, Album de familia Jorge Belinsky, Los dos cuerpos del padre: sobre la posible existencia de un mito moderno Siegfried Kracaver, Cullo a la distraccidn. Sobre los palacios del cine en Berlin Rafael forma lippelli, Adids (al cine) a la voluntad de Federico Monjeau, En torno a Pierre Boul Entrevista a Jean-Jacques Nattiez Beatriz, Sarlo, La dluda y el pentimento Marfa Teresa Gramuglio, Viajeros ingleses criollismo popular, literatura nacional Robert Damton, La censura: wna visién comparativa. Francia, 1789 y Alemania Orient 1989 Las ilustraciones de este niimero son obras de Clorindo Testa (Benevento, Néipoles, 1923) Consejo de direceién: Carlos Altamirano José ried (1931-1991) ‘Aden Gorelik Mania Teresa Gramuglio Hilda Sabato Beatr Hugo Veczetti Consejo asesor: Rail Beceyro Jorge Dotti Rafael Filippellt Federico Monjeau Oscar Te Directora: Beatriz Sarlo Diseiio: Estudio Este ndmero recibi6 apoyo ceconémico de la Fundacion Antorchas. Suseripeiones Paises limitrofes: 40 USS (seis nimeros) Resto del mundo: 50 USS (seis némeros) Argentina: 24 USS (tres niimeros) Punto de Vista recibe toca su. correspondencia, giros y cheques 2 nombre de Beatriz Sarlo, Casilla de wucursal 49, Buenos Aires, Argentina, Correo 39, Nuevo Offset, Viel 1444, Buenos Aires. Variaciones sobre la memoria social Hugo Vezzetti Hay més de una evidencia del retormo 4 los desaparecidos. Vuelven en las {ot0s y los textos con que familiares y amigos conmemoran sus. muertos, casi siempre imposibilitados de hon- rar sus restos; yuelven en la conmo- i6n piblica producida por las revela- siones del capitén Scilingo, en la persistencia de la bisqueda de las Abuclas dc Plaza de Mayo y en los seclamos por saber como, d6nde y por ‘qué. Si la temética de los desaparcci- dos —como la del Holocausto en la ‘Alemania nari— ha alcanzado Ia di- mensiéa de un simbolo universal que se siti mas allé de circunstancias lo- cales, al mismo tiempo, para quienes formames parte de la misma comuni- ‘dad que los vio nacer, estén en el cen- tro de una rememoraci6n abierta que interroga una zona de identidades so- ciales y tradiciones éticas y politicas nel ciclo iniciado con 1a caida de ta ple persistencia del tema como una presencia habitual en ta escema pObli- ca. En todo caso, ente la amnesia que niega ta existencia misma del proble- ma y la forma de olvido espontineo ‘que lo conviere en un contenido ha- bitual e insignificamte, hay un amplio espacio para las operaciones de una ‘memoria colectiva. Un modo de situarse frente a ese pasado ominoso es el ‘combate por la memoria’ que se concentra en la de- nuncia de los responsables militares, politicos y sociales del terrorismo de Estado, sus derivaciones y permanen- cias en la sociedad y en el Estado. Me interesa ensayar otra Optica de andli- sis de ese retomo y del modo como interpela a la sociedad; querria enca- rarlo segin los modos de la perdura- cidn de un pasado que nos enfrenta colectivamente a una situacién y auna representacién limite. Y es claro que el impacto no depende mayormente de fa sama de suffimiento de los afecta- dos directas, Me interesa, entonces, ex- plorar el nicieo duro, resistente, de uuna suerte de trauma colectivo, una herida profunda al ideal fundacional de cualquier comunidad humana. Y, en esa direcciéa, queria reflexionar sobre esa dimensi6n trdgica de nues- tra memoria social. Comienzo con un enunciado gene- ral, un postulado, podria decirse, de lo que las sociedades singulares de- ben a la figuraciGn de la muerte como lun miicleo ciego que las acecha desde tun pasado mitico, Para cualquier so- Ccicdad el retorno al salvajismo es un sustrato y un fantasma siempre pre- semte ¥ Ia cultura (las obras cient eas, estéticas, politicas, instituciona- Jes) operaria como una construccién permanente contra el retomo del fra- ‘caso y la muerte, de la violencia y el despotismo. As{ puede entenderse el impacto de las experiencias que po- ‘nen una sociedad al borde del abismo, frente al fantasma de Ta disolucién y det desorden sin ley. También se en- ticnde la emergencia de figuraciones diversas tendientes a ocluir esa con- frontacién coa el vacio y el horror: diversos mites heroicos en la narra- én de los orfgenes recusan y relle- nan os fantasmas de la disolucién que acechan desde et pasado. En todo caso, s6lo el reconoci- rmiento de ese horizonte siempre abier- to de la pérdida de ser, el reconoci- miento de la muerte y el fracaso como ‘una dimensiéa posible —un borizonte abierto desde un pasado que muestra ‘que el vacio y el abismo estuvieron y pueden volver a esiar prescntes— se ria capy de alimeatar una terdencia antitotaitaria del sentido, de socavar las cenezas en ‘destinos manifiestos’ y las exaltaciones de la propia gran- ‘deza. Pero, si desde esa confrontacién con el vacfo se abrirfa un pluralismo sencial, la aceptacién de la diferen- a y la prodencia frente a las propias ‘ercencias, ello depende de que esa au- sencia de un fundamento dado se as0- ie al valor de la ‘alianza’, un pacto fundacional renovado ¢ historizado permanentemente, el susiento colecti- vo de la construccion de un orden so- cial, cultural y politico capaz de alejar el fantasma de la selva 0 1a muerte, Nose trata, por supuesto, de la fi- gura inmovil del “contrato” sino de wna densidad simbélica en construcci6n que sosticnen el presente y ¢l futuro de una comunidad. En ese sentido, el sacudimiento frente al ‘abismo" y el horror, conjurados colectivamente, po- ne de relive, en negativo, que la me- moria social se funda en contra de un vvacto mis que a favor de una ‘identi- dad’ de origen, que no hay ‘raices’ inamovibles sino una trama bist6rica siempre renovable. ii ‘Ahora bien, si de la Argentina se trata —me anticipo a ta impugnaciin— ;n0 es.un comicazo demasialo conceptual, distanciado de la indignacién, alejado de la violencia y de la sangre, como para llegar a abarcar Ia materialidad siniestra de los secuestros, Ia tortura y Ja mucrte? Al hablar de la sociedad y sus fantasmas, estaré eludiendo la de- bida asignacién de responsabilidades? Lo que ocurri6 tuvo ejecutores preci- sos, hubo cabezas visibles de una em- presa criminal; hubo un proceso judi cial lamentablemente frustrado y que sin embargo fue capaz. de instalar en 1a sociedad un primer corte simbdlico ‘con el pasado. Pero, en otra dimensidn, que ¢s la que intenio explorar, la secuela del ho- rror compromete a la sociedad en su conjunto, Y la memoria contempord- nea de los argentinos, la que puede y debe sostener la empresa de construc cia de una sociedad democritica, con- tiene como un nucleo inelweible la tra gedia, cl asesinato colectivo de compatriotas , sobre todo, esa con- dena adicional de no saber lo que pa- 6.con ellos y de la imposibitidad de hhonrar sus restos. Es preciso insistir sobre fa cruciiad ¢ inhumanidad ex- trema del procedimiento: los desapa- recidos han sido ascsinados dos ye- ces. A la muerte biokégica se agrega tuna proyectada mucrie simbética, la {nflaci6n omnipotente de un poder que cen su desvario se erey6 capar. de bo- rar todo vestigio y iodo recuerdo de miles de existencias humanas: no hay restos, no hay esclarecimiento ni rela- to de lo sucedido, El crimen moral istié en arrojar restos huma- nos como si fusran una materia inerte sin memoria convierte esa tragedia en algo particularmente intolerable, un agujero ético que requiere scr elabo- ‘ado y reparado colectivamente. ¥ aun ‘cuando el asesinato biol6gico sea irre parable, aun cuando el castigo dc los responsables haya quediado cancelado, {queda Ia tarea abiena e interminable de un tejido ético capaz. de conjurar ese crimen moral como una afrenta al sustento basico de una comunidad. S6- Io ese trabajo de una memoria viva y ‘operante serfa capaz. de convertir el recuerdo de exe crimen, devenido de algén modo en ‘originario’ para el nue- vv ciclo de la Argentina, en el niicleo simbélico de una nueva cultura ética ‘demoeritica En el punto de partida esté la ne- cesidad de separarse de dos formas de negacidn de Ia tragedia: la que propo- ne ‘dar vuelta la pagina’ o la que pre {ende retomar el combate cn la misma escena congelada. En un caso se pre- tende que ese pasado esté manifiesta- ‘mente ausente y cancclado, a contra- pelo dc los signos que lo reactualizan; en cl otro, en la vision neroica de los militantes y los fusiles cafdos que aguandan ser nuevamente empuniades, cl pasado queda borrado por una ope- racign simésrica: esté tan plenamente presente qué no hay propiamente un pasado que rememorar. En un caso la amnesia, enel otro Ia alucinacién. Una posicién distinta de la memoria se ria los mecanismos del duelo que rein tegra algo como perdido ¢ irecupers ble 2 la vez que lo taslada a otra dimensida: el crimen siniestro queda ria abierto a la elaboracién, Ia simbo- lizacién, 1a redenciéa en el presente, mm No hay interrogacién sobre la memo- ria sino porque el olvido es una di- ‘mensiGn inherente a la experiencia in- dividual y social: es decir que si hay tun problema de la memoria, nace siempre desde el presente y se presen- ta bajo la forma genérica de un vacio, algo faltante en un encadenamicnt algo que se deberia saber ¥ n0 s¢ s be, la ausencia de un sentido, Es claro que el problema no se sitda en el ni- vel de una ausencia completa de re- ccuerdo (una amnesia plenamente 1o- grada) sino en el de una amnesia ‘a ‘medias’: un olvido que supone que al- ‘go del pasado emerge en el presente, ‘ungue sca como un vacfo, como un sustituto © un sintoma, {Como pensar el olvido, sus for- ‘mas y sus consecuencias? Aguf ¢s po- sible recurtir al modelo de la patolo- fa: el primer Freud puede servir para introducir las complejidades y las radojas del recuerdo y el olvido, El primer modelo freudiano del *trauma* psiquico propone una ‘topica’ comple- ja de la memoria segtin Ia cual el sin- toma —una parilisis como la de na O— es, a la ver, la amnesia y el recuerdo intensificado de wn suceso determinado, Lo que en la expericn- ‘cia corriente es amnesia y desconoci- miento, en ‘otra escena’, inconscien- tc, es recuerdo vivo, tan vivo que el sintoma repite y mantiene ese suceso como algo leno ¢ inmodificable. El olvido coincide simultincamente con 1a persistencia de un nicleo de repre sentaciones que no puede ser ‘trami- tado’, claborado por la palabra, la des ‘carga afectiva, la conexién con otros ssucesos. la inclusion en una determi- nacién 0 un propésito, Ia proyeccién hhacia el futuro. Por una parte, he aquf las parado- Jas de Ia ‘tepresion’: lo que es amne- sia y desconexion de sentido en un nivel, resulta ser, por el conirario, un “recuerdo tan intenso que 3 como si el suceso estuviera siendo todavia vi- vido, sin mediaciones ai tiempo trans- currido, Pero, igualmente: paradojas del olvido normal, {Qué es olvidar, sino abrir un tramo y un espacio vir- tual de recuerdo, justamente porque €50 que mo esti presente, que no ¢s vivido ni pensado esté latentemente disponible para ser evocado, confron- tado, incluso discutido 0 rectificado por un acto de la memoria? De modo que si hay una amnesia ‘patoligica’ {que aparentemenie no quiere saber na- da con cierto suceso del pasado (el ue, sin embargo, vuelve en los sinto- mas), también hay una patologia del “exceso” de memoria. que revive el pasado sin distancia ni olvido normal y casi no puede ‘tramitarlo’. incluirlo ‘en una red mas abierta de sentido. dis- Cutirlo 0 convertirlo en punto de par- tida de un nuevo encadenamiento de recuerdos, ideas, propésitos, Hasta acd Freud y una inspiracién que permiti- ria pensar una de las complejidades de la memoria, extensibles a la me- ‘mora social: la que tiene que ver con esa separaciOn topica y las paradojas del recuerdo y el olvido. Poro, sila memoria es una dimen- siGn activa de la experiencia, sila me- ‘moria es menos una facultad que unta Practica, incluso social, me interes destacar que €s el correlato de un es- fuerzo: no hay memoria esponténea. Y si'se trata de la memoria social, el trabajo de la rememoracion requicre de quienes (politicos pero. sobre todo intelectuales, escritores y artistas, ins- tituciones y espacios colectivos de pro- dduccién) sean capaces Je sostencr una compleja construccién permanente. Es la posicién intelectual de Hannah ‘Arendt a la caida del nazismo, cuando se proponia “articular y elaborar las preguntas con las que mi generacién se habia visto forzada a vivir durante la mayor parte de su vida de adulto: Qué ha sueedido? ;Por qué sucedi6? {Como ha podido suceder?”. La in- vestigacién histérica y la inteleccién politica se ponfan al servicio de la constmuecidén de un saber que se pro- ponfa intervenir sobre la experiencia social Pero si hay una relacion de la me- ‘moria con una trabajosa construccién de verdad, no necesaria ni principsl- mente debe abordarse segdin el mode- ode lainvestigacién hist6riea2 Shoa, de Lanzmann, aungue también mucs- tua que la verdad es el correlato ines table de un esfuerzo, Hevado hasta It mites intolerables, apuesta a otra cosa Si hay una enseftanza esencial en esta obra tinica reside en la conviecién de ue, en la recuperacién del pasado, lo ue nace esponténeamenie es del or- den de la amnesia, ef relleno y el ol- vido. A Lanzmann no le interesa la investigacién histérica; es notorio que 1. ML Arendt, Lar ortgenes de txaitaresma, Modi, Alianza, 1982, 3, 401-402 2. Pieer’Vidal-Naquet,“Inroiuccida: memo- fia historia", en Lar jadios. ls memoria ye! presente, Buevos Aites, FCE, 1995. no recurre al archivo ni busca docu mentos ni contrasta los testimonios la memoria no ¢s la historia y depen- de de una trama de operaciones y de tun sostén subjetive eapaces de alimen- tar una ‘experiencia’, Es claro, al mis- mo tiempo, que Lanzmann no jucga al psicoanalista silencioso; en todo ca- so, se parece mucho mas al joven Freud frente a las histéricas origina- ras: presiona para vencer la resisten- cia de Io que se opone a ser recorda- do, ¥ la voluntad intelectual, ética, de tun combate contra el hébito y el o 4do sostiene esa posicién imposible de legislador y juez dispuesto a violentar cl tiempo del sujeto individual para incluirlo en el horizonte de una ree moraci6n social colectiva. Vv Podria decirse mucho sobre el trata miento que Alain Resnais y Margue- site Duras hacen de Ia memoria en Hi- roshima mon amour; en este caso en tomo de Ia relacién del amor y Ia muerte mediada por una dimension de la memoria que es incomunicable. Ella ha visitado e! Museo de Hiroshima y sty amante japonés le repite obsesiva- mente: “no viste nada en Hiroshima”. Ella sabe, puede decir que conoce, pe 10 no “vio"; €1 tampoco vio estricta- ‘mente porque no estaba allf sino en la ‘guerra: estaba su familia. Hay “ojes* de la memoria y es esa memoria a «que ala vez los reéine y los separa. El problema ¢s, entonces, el ver y ef no Revista de cultura socialista ver en la complejidad de la experica- cia; es decir, la relacién entre el acon- tecimicato y la trama simbélica que sostiene una memoria, en el cruce en- tue experiencia individual y colectiva El Museo coloca el acontecimien- to en un plano ‘universal’: proclama les valores de a vida, la paz, el enten= dimiento entre los pueblos y el recha- 70 del asesinato como método de re- solver controversias. Pero la memoria es algo més, es singular y concreta; hay una dimension material, ‘camal” ‘del acontecimiento, que no depende, «5 claro, de haber estado allf y se s0s- tiene en una trama cultural vivida de la experiencia: la evocacién de los muertos, de la destruccion de una ciu- dad, de Ia aniquilacién sdbita de un atone familiar y de un mundo pro- pio interiorizado. Pero tambin de sus consceuencias: la derrota militar, la hu- nillacién nacional, el descubrimiento de la verdad s6rdida y criminal de la ‘guerra que rompe con los mitos heroi- cos y la alienacién patriética. Y des- pués: esa operacién de travestismo nacional dominado por la norteameri- ‘eanizacion de la vida social. En ese sentido, para el japonés la bomba es pane de una experiencia per- sonal y colectiva intransferible, y las representaciones Uc la sociedad, de sus ideales, de la relacién con lo extranje ro han cambiado profundamente. Hi- roshima es memoria viva, abicrta por varias generaciones. La memoria dc lla es otra, pero también muestra que no hay experiencia abstracta de la muerte. Ella carga com su Hiroshima REVI privado que vuelve en esa relacién amorosa, fugaz.¢ imposible: el primer amor trigico con un enemigo, asesi- nado como un animal, el odio y la cexpulsi6n de la comunidad para la cual ella se convirtié en una enemiga, v El camino de a “verdad” se sitéa en tuna perspectiva de ‘construcci6n’: no hay una verdad dada, que imponga su peso desde el pasado. Y si la memoria es formaci6n, si es el correlato de un eesfuerzo contra las inercias del recucr- do, vale la pena perfilar mejor sus ope- racioncs, Para Bergson no hay una If- rnea de demarcacién entre pasado y presente, ni, por lo tanto, entre me- maria y conciencia. Toda experiencia se instala en una duracién a la vez ‘conservaciOn del pasado y anticipacién del porvenie. Y el olvido es funcién de una dindmica de la vida que se orienta ala accién y deja atrés lo que no es “dtl”. Pero, entonces, si es cier- to que la memoria comanda la expe- riencia presente, hay en ello un doble aspecto: por una parte, 1a memoria es ‘condicién de la conciencia presente y a amplitad posible de la experiencia ‘depende de la dispontbilidad de repre- pende de cierta eleccién, de cierta libertad, en el presente, de modo que cl pasado no impone su peso sino que es recuperado desde n horizonte que se abre al porvenir, sea al de la accién JENTREPASADO ( STA DE HI st Afio V - Numero 10 - Gomienzos de 1996 El verde en la cudad modema * N°45 - Otofio-Invierno 1996 ‘Con memoria democratica: a veinte afios del golpe {Cuales el papel del FREPASO? Cologuio internacional: Mutaciones de lo social Historia y experiencia « La historiografia argentina en la demecracia » Dosser repensar a Jorge Siébato * Entrevista a Darnton ‘Susrpicres ee Aen. 20d nre)- Bord: elke 2094 8p: En el etenee, via supedicn, us 26 (oe mimaros}: via sdewa, Ss 35.- (dor mimeros (1039) Capital - Tel: 953-1881

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