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Introducción

Nuestra experiencia de lectura nos permite reconocer, al menos de una manera intuitiva,
aquellos momentos de una narración en los cuales el ritmo de la sucesión de los
acontecimientos se detiene para dar paso, mediante esa detención del curso narrativo, a otra
forma del discurso que llamamos descripción.
Un rápido ejercicio de observación de un pasaje literario donde predomina la descripción
nos permitirá inferir aquellos aspectos del discurso que señalan su presencia. Leamos
entonces el siguiente fragmento de Yo, el Supremo, de Roa Bastos:
Antonio Manoel Correia da Cámara se apea del carruaje ante la posada que se le ha
destinado. Contra el blancor de la tapia se destaca la figura del típico macaco brasileiro.
Desde mi ventana lo estudio. Animal desconocido: León por delante, hormiga por detrás, las
partes pudendas al revés. Leopardo, más pardo que leo. Forma humana ilusoria. Sin embargo,
su más asombrosa particularidad consiste en que cuando le da el sol, en vez de proyectar la
sombra de su figura bestial, proyecta la de un ser humano. Por el catalejo observo a ese
engendro que el Imperio me envía como mensajero. Pegada a la boca, una fija sonrisa de
esmalte. Fosforilea un diente de oro. Peluca platinada hasta el hombro. Ojos entrecerrados
escrutan su alrededor con la cautelosa duplicidad del mulato.
Y en nota a pie de página se lee:
“Alto, claros cabellos rubios, ojos penetrantes y castaños, cabeza elevada e inteligente,
nariz levemente aguileña con trazos fuertes de energía y voluntad; en suma, un bello tipo de
hombre. Grave, circunspecto. Actitudes medidas, protocolares. Viste a la moda con la
elegancia diplomática que ha adquirido durante su convivencia en las viejas cortes europeas”
(Porto Aurelio, Os Correa da Cámara, Anais, T. II, Introducción, p. 213).
La narración del descenso del personaje del carruaje que lo transporta da paso al
despliegue de la descripción del sujeto de tal acción. Una rápida lectura del texto pone en
evidencia que el principal objeto del discurso (la figura del mensajero del gobierno brasileño)
es aquí presentado a través de un procedimiento que alterna entre la referencia al todo y el
detalle de las partes: la enumeración de los rasgos (en ambos fragmentos) es una suerte de
lista de atributos que se organizan alrededor de un nombre propio, designación sintética (y,
a partir de aquí, cargada de significación) del actor de los acontecimientos.
Si observamos ahora nuestra propia lectura, nuestra propia actividad desplegada sobre el
texto, tendremos que reconocer que nos hemos detenido en la construcción del objeto del
discurso, en aquello que llamamos el enunciado, nivel que se recorta de la totalidad del texto
para permitirnos ver aquello de lo que se habla. Esta primera aproximación, el estudio de la
composición del enunciado descriptivo (del cual aquí sólo hemos mostrado uno de sus rasgos
sobresalientes: la enumeración de las partes de un todo) será objeto de reflexión en el segundo
capítulo de este trabajo.
Pero volvamos al texto y continuemos nuestro recorrido. Si recobramos ahora elementos
que habían quedado suspendidos en la lectura anterior, advertiremos la presencia de ciertos
enunciados que revelan una actividad diferente a la señalada anteriormente (la
descomposición del objeto en un todo y sus partes), actividad de otro carácter, que pone en
escena a otro actor distinto del mensajero. Enunciados como Desde mi ventana lo estudio...
Por el catalejo observo... instalan un ángulo de
observación desde el cual se proyecta una mirada que organiza el centro y el horizonte
de observación, dispone el escenario sobre el cual se efectuará un recorrido guiado tanto por
aquello que se ofrece a la contemplación, la figura que se desplaza, como por las
posibilidades de captación de quien percibe, optimizadas aquí por la mediación del catalejo.
Aunque no sólo en el primer fragmento de este pasaje puede señalarse la presencia de un
ángulo de observación: en lo que se presenta como una nota a pie de página, si bien no hay
una manifestación explícita del acto de observar, no por eso dejamos de advertir la postura
desde la cual se describe al personaje, esta vez, exhibida por contraste con la que se manifiesta
en el cuerpo del texto, y que acusa la fingida neutralidad y mirada objetiva del sujeto de un
texto documental.
Esta segunda aproximación de nuestro propio recorrido sobre el texto da cuenta de otro
nivel de análisis: nos hemos detenido ahora ya no en aquello que es objeto del discurso sino
en el modo de percibirlo, en el acto por el cual el objeto cobra cuerpo en el seno del discurso.
Este acto, ahora de observación, forma parte de un acto complejo que llamamos acto de
enunciación, soporte implícito de todo enunciado. El tercer capítulo de este estudio estará
dedicado a sentar las bases para la comprensión de los rasgos que caracterizan la enunciación
descriptiva, reservando el cuarto para el desarrollo de una de sus dimensiones: la dimensión
cognoscitiva de la descripción.
Pero hay también otros aspectos, que se superponen a los que acabamos de mencionar al
modo como los rasgos suprasegmentales se encabalgan sobre porciones diversas del
encadenamiento sintagmático: la percepción de la figura del mensajero implica, por una
parte, la proyección de cierta evaluación peyorativa de sus particularidades, en el primer
fragmento, y de un supuesto distanciamiento objetivante, en la nota al pie (rasgos que
corresponden a la dimensión cognoscitiva de la cual acabamos de hablar). Pero, por otra
parte, esa percepción también conlleva una cierta afectación de quien percibe: el sujeto es
afectado, no sólo por lo que observa sino también y fundamentalmente por lo que el
mensajero representa, y el rechazo que le provoca se manifiesta a través de ciertos rasgos no
por menos observables menos presentes, tales como la disposición de los elementos en el
interior de las frases que otorga una intensidad diferente a los rasgos destacados: los juegos
verbales, el tono burlón, son todos exponentes de un estado de ánimo afectado por esa
presencia, atravesado por movimientos encontrados de sus afectos, tocado en su sensibilidad.
Aquí es el propio cuerpo el que se expresa volcando figuradamente en el discurso el caudal
de pasiones que lo alimentan.
Este dominio que hemos emparentado con la prosodia del discurso comprende la llamada
dimensión pasional o afectiva de la enunciación, la cual abordaremos en el capítulo quinto.
Como podemos advertir, el estudio de la descripción requiere del análisis de los distintos
niveles y dimensiones del discurso en los cuales se manifiesta. Dedicaremos entonces el
capítulo inicial a la elaboración de una concepción semiótica del discurso descriptivo.
Es también nuestro propósito mostrar que los procedimientos descriptivos tienen lugar
no sólo en los textos reconocidos como literarios sino también en muchos otros tipos de
textos, de ahí que realizaremos las observaciones que nos ayuden a ilustrar la teoría sobre
fragmentos de textos de diversa índole.
El lector encontrará, en las páginas que siguen, una exposición detallada de una
concepción semiótica de la descripción, así como también análisis de textos diversos que
permitan mostrar la eficacia de adoptar esta perspectiva frente a la productividad significante
de los textos.

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