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JUAN TEÓFILO FICHTE (1762 – 1814)

Juan Teófilo Fichte (1762-1814) nace en una aldea de Sajonia, el primogénito de una
familia pobre campesina. De niño tuvo que trabajar como guardián de ocas. Gracias a la
protección de un noble, pudo estudiar teología y derecho. Ejerció durante unos años como
preceptor y luego fue llamado por la Universidad de Jena (1794). Allí vive, entregado a la
docencia, hasta que es acusado de ateísmo e inmoralidad por su ensayo Sobre el
fundamento de nuestra creencia en un gobierno divino del mundo (1798), en el que
identifica a Dios con el orden moral. Fichte fue obligado a dimitir (1799). Se trasladó a
Berlín, donde vivió dando clases particulares. Cuando Berlín es ocupado por las tropas de
Napoleón, tras la batalla de Jena, Fichte huye a Königsberg. Cuando se hace la paz en
Tilsit (1807), regresa a Berlín. Es entonces cuando pronuncia sus famosos Discursos a la
nación alemana (invierno 1807-1808). Con ellos intentaba animar al pueblo, todavía bajo
la ocupación francesa. Colabora con Humboldt en la fundación de la Universidad de Berlín
(1810), de la que es nombrado primer rector. En 1813 comienza la guerra contra los
franceses, la llamada Guerra de la Independencia. El rector Fichte se enrola en la reserva
territorial y muere por una epidemia de tifus.

Fichte es un ilustrado que parte de las tesis fundamentales del individualismo liberal para
ir matizando su pensamiento y, sin abandonar la defensa de las libertades, llegar a una
visión mucho más socializante de la vida política que culmina con su alegato a favor del
nacionalismo alemán.

Fichte acogió con entusiasmo la Revolución Francesa (incluso deseó ser ciudadano
francés) y permaneció siempre fiel a sus ideales. Su primer escrito político es una defensa
de la libertad de expresión, aunque el título reza Reivindicación de la libertad de
pensamiento, dirigido a los príncipes alemanes para enseñarles que están equivocados al
creer que tienen un poder absoluto por derecho divino. Al contrario, lo que es
verdaderamente divino es la consciencia humana y sus derechos, entre ellos el derecho a
pensar libremente y a comunicar libremente sus pensamientos. Como ya había enseñado
Kant, esta libre comunicación es la base de la Ilustración y es el medio para un proceso
gradual de reforma que evite la revolución que ha tenido lugar en Francia.

La defensa de la Revolución se ha explícita en su ensayo Contribución a la rectificación


de las opiniones del público sobre la Revolución Francesa (1793). Es un escrito polémico
contra Rehberg, quien atacaba la labor de la Constituyente siguiendo las ideas de Burke
de la Constitución histórica, es decir, siguiendo la tesis de que no se puede hacer una
Constitución en un momento. Fichte defiende el derecho de un pueblo a cambiar su
Constitución. Pero de nuevo previene a los alemanes contra la tentación de imitar a
Francia y emplear la violencia para conseguir un cambio político.

Siendo profesor en Jena publica Fundamentos del Derecho natural según principios de la
teoría de la ciencia (1796). Fiche sigue fiel al contractualismo ilustrado, pero ya aparece la
perspectiva organicista. El hombre puede ser plenamente hombre solamente dentro de
una comunidad, en relación con los otros. No existen derechos individuales como
pretensiones vinculantes antes del Estado, porque los derechos derivan del
reconocimiento de los otros: pedir el reconocimiento de mi propiedad significa que yo
reconozco que no todo es mío. Ahora bien, es necesario que el reconocimiento no
consista sólo en buena voluntad; hace falta la sanción del Estado (en esto sigue a Kant) y
hace falta la intervención del Estado para asegurar a los ciudadanos un mínimo vital –
reconocerle una propiedad – porque el fin primero de toda actividad libre es vivir, dar base
material al yo ideal (en esto va más allá de Kant y refleja la influencia de la Convención).
Pero la intervención del Estado sólo llega a este mínimo vital; en lo demás Fichte defiende
una completa libertad económica con la consiguiente desigualdad.

Fichte es el primero en desarrollar la distinción entre Estado y sociedad. El Estado es la


organización coactiva, basada en la dominación; la sociedad es la organización voluntaria,
basada en la colaboración; es la parte más importante. El Estado es solamente
instrumento necesario para el desarrollo humano, en tanto la imperfección humana
requiere la coacción. Su destino es perfeccionar a los hombres, fundar una sociedad
perfecta, y hacerse innecesario. Por tanto, como ideal utópico hacia donde se debe
caminar, aparece el anarquismo.

En cuanto a las instituciones políticas, admite la soberanía popular, pero rechaza la


democracia directa: es poner a las masas incultas en manos de los demagogos. Defiende
la democracia representativa: que el poder esté delegado es el primer principio de toda
Constitución. El segundo principio es que los gobernantes han de ser responsables del
uso del poder; lo contrario es despotismo. Para controlar a los gobernantes Fichte
propone una institución original: el eforado. Los éforos, elegidos democráticamente, no
disponen de poder directo de intervención sino de interdicto (veto) sobre cualquier norma
de los gobernantes. Si el gobernante se resiste, el pueblo, convocado por los éforos,
decidirá entre el gobernante y los éfotos; si el gobernante pierde, es depuesto y tiene que
exiliarse.

En El Estado comercial cerrado (1800) Fichte da un giro importante a su pensamiento.


hasta ahora había partido del individuo para llegar al Estado (planteamiento racionalista
abstracto). Ahora reconoce que la génesis del Estado moderno no ha sido por unificación
de individuos aislados, sino por ruptura de la unidad cristiana medieval (planteamiento
historicista concreto).

Mediante la concentración del poder, los Estados han conseguido superar la anarquía
política, pero no han hecho nada para superar la anarquía económica y sus
consecuencias. Fichte pide ahora al Estado que intervenga en la economía, que organice
la economía para que todos puedan vivir cómodamente: es volver a los principios del
despotismo ilustrado. El Estado tiene que garantizar el trabajo a todos los ciudadanos y
tiene que garantizar alguna propiedad a todos los que trabajen. Quien no tiene propiedad
o ha de respetar la propiedad de los otros. La actividad económica ha de estar planificada:
esta planificación pertenece en principio a los gremios que asocian a los productores y
que tendrían que llegar a acuerdos entre ellos; pero en último término está el Estado, de
modo que los gremios quedan subordinados al Estado. La acción del Estado ha de estar
regida por el principio de autarquía: cerrar las fronteras al comercio. Tiene que producir en
su interior todo lo que necesita y renunciar a aquellos bienes extranjeros innecesarios: el
Estado autárquico es un Estado austero. Sin embargo, las necesidades interiores pueden
forzar al Estado a expandirse mediante la guerra hasta llegar a sus fronteras naturales (es
influencia de la Revolución).

La obra política más famosa de Fichte son sus Discursos a la nación alemana en los que
nuestro autor se muestra plenamente adscripto a lo que hemos definido como
Romanticismo político.

El punto de partida es la situación de la nación alemana. Parece que ha dejado de serlo:


Prusia está ocupada por tropas francesas; la Confederación del Rin ha firmado una
alianza con Francia; Alemania está desintegrada. ¿Por qué ha sido posible este fracaso?
Porque los alemanes han vivido una época de egoísmo, de desinterés por la comunidad y
por el Estado. Pero el fracaso nos sitúa a las puertas de una nueva época: hay que
revitalizar la nación alemana mediante una educación para los alemanes. Esto supone
que la nación alemana existe, tiene una historia, tiene una cultura. La prueba es que hay
una lengua alemana (que se ha conservado pura), hay una religión alemana (la Reforma
hecha por un alemán, Lutero), hay una filosofía alemana (Leibniz), hay una educación
alemana (las ideas de Pestalozzi). Esta recuperación de la nación alemana no se cierra
en sí misma sino que es el primer paso de un proceso histórico de la construcción de la
humanidad; hay una creencia en el mesianismo de la nación alemana: tiene la misión de
regenerar el mundo de su tiempo. Los pueblos no son iguales sino que se jerarquizan
según la intensidad con que tienden hacia los fines morales, que son fines de la
humanidad. Fichte diserta sobre la importancia de la lengua alemana. Es una lengua que
apenas se ha transformado, que apenas ha sufrido las influencias extranjeras, una lengua
pura y, por tanto, es una lengua cercana a la naturaleza.

Sobre esta realidad nacional es necesaria una labor de educación estatal. El fin del
Estado ya no es conservar un orden jurídico y económico, sino suscitar el carácter
nacional con todo lo que esto significa de formación de los sentimientos. Fichte reclama
que los jóvenes sean educados en pequeñas comunidades, apartados de los alemanes
maduros corrompidos por la época egoísta. Son estas nuevas generaciones las que harán
el Estado alemán unificado con base federal. Fichte se muestra indiferente respecto a la
forma de gobierno del futuro Estado alemán.

Se trata de un nacionalismo cultural. El nacionalismo político es muy mesurado: habiendo


sufrido la ambición imperial napoleónica, Fichte no quiere un nuevo imperialismo. Quiere
la coexistencia de las naciones en camino hacia una posible sociedad de naciones
europeas en la que el Estado alemán (la espada de la nación alemana) sería el custodio
de la paz.

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