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Análisis Macbeth, Acto I y Acto II, escenas I y II de cada acto

Como punto de partida se debe considerar que, como en toda tragedia, el héroe va rumbo
a un fatal destino. En este caso se mezclarán dos factores: la profecía y la ambición. Una
irá de la mano con la otra.
En el Acto I, escena I, se nos presentan a las Brujas. Estos tres personajes
representan el arquetipo de mujeres hechiceras presentes en la mitología anglosajona. Lo
fantástico comienza ya en la capacidad de estas de convertirse en elementos de la
naturaleza: “Bruja 1: a mí me llama Morrongo” “Bruja 2: a mí Sapo”. Da a entender que
Macbeth se ha encontrado ya con las brujas convertidas en animales. Pero ahora se les
presentarán en su estado “humano” para informarle al protagonista de lo que le deparará
el destino.
Macbeth es descrito como un gran guerrero. Es además un noble quien lucha en
favor del rey de Escocia, Duncan: “Escudero: […] el fuerte Macbeth, el hijo de la victoria,
penetra en las filas hasta encontrarle, y le corta la cabeza, y la clava contra nuestras
empalizadas”. Desde el comienzo de la obra se entiende que es un soldado destacado y
de mucho aprecio por el rey, tanto por sus logros en batalla como su estatus social.
Culmina el acto con la recompensa de Duncan a Macbeth, dándole el título de conde de
Cawdor (que antes ostentaba Macdonell, que traicionó al rey). Esto será el primer paso
para la futura tragedia, pues Macbeth comenzará a “saborear” la ambición a partir de sus
logros. Las Brujas le harán saber a Macbeth en la Escena III que será nombrado conde de
Cawdor, tal como ocurrirá y, además, será rey de Escocia.
En el Acto II es donde se consuma el homicidio del rey Duncan. El regicidio
ocurrirá con la participación de otra figura, Lady Macbeth, esposa del futuro rey movido
por el destino así como la ambición. La dama cumplirá un papel importante en la obra,
pues utilizará su persuasión sustentada en la crueldad para convencer a su esposo de que
consuma el asesinato, aprovechando que el rey duerme indefenso en el castillo de la
familia Macbeth. El parlamento del protagonista deja entrever su preocupación ante lo
que está por hacer: “¡Ven a mis manos, puñal que toco aunque no veo! ¿O eres acaso
sueño de mi delirante fantasía?”. La profecía ha condenado al héroe a dejarse llevar por
las pasiones pese a que cierto grado de razón quiere evitar que la atrocidad se realice. El
asesinato será a sangre fría, utiliza la noche y el sueño de su potencial asesinado para
impedir cualquier adversidad. Es el punto ideal, donde el ser se encuentra más débil pues
duerme y no podrá defenderse.
El ambiente fomenta el escenario. Es la noche, está oscuro y suena la campana
que decreta el momento exacto del homicidio: “(óyese una campana) ¡Ha llegado la hora!
¡Duncan, no oigas el tañido de esa campana, que me invita al crimen, y que te abre las
puertas del cielo o del infierno!”. Macbeth ha tomado la decisión de continuar con su
destino, pese a que valora a Duncan pues es el rey por el que tanto luchó. Pero el deseo
creciente en él de estar en su lugar, o sea, de reclamar el trono, es mayor a su lealtad y su
uso de la razón. Por ello ruega para que Duncan escape por sus propias vías.
Lady Macbeth interviene en la Escena II. Su carácter despiadado se deja entrever
ya en sus primeras palabras, aludiendo al alcohol (el vino) como su arma para envenenar
a los guardas del dormitorio del rey: “La embriaguez en que han caído me da alientos”.
Ella se encarga de describir los aspectos sonoros del entorno, que dotan del escenario de
una oscuridad y frialdad implacables: “el chillido del búho” y más adelante “el cantar de
los grillos”. Macbeth está sujeto también a la voluntad y ambición de su esposa, que
insiste en ejecutar el crimen pese a las posibles consecuencias: “Temo que despierten
antes que esté consumado el crimen, y sea peor el amago que el golpe…”. El protagonista
también es víctima de la personalidad de su mujer, y sumadas sus pesadillas entra a
enloquecer: “El uno se sonreía en sueños; el otro se despertó y me llamó “¡Asesino!””. El
sueño es parte de lo profético, pues señalan lo que le ocurrirá al héroe trágico y
contribuyen al clima fantástico (lo onírico altera la realidad, característica de lo
fantástico): “Aquella voz me decía alto, muy alto: “Glamis, has matado el sueño: por eso
no dormirá Cawdor, ni tampoco Macbeth.”
Pese al entusiasmo de Lady Macbeth, el esposo se niega a aceptar lo cometido,
pues algo de razón aún persiste en él. Pero la ambición y la profecía de las brujas han
triunfado y ahora Macbeth está destinado a cargar el peso moral (y también ético) de
haber asesinado a su señor para quedarse luego con su trono. Esto no será en vano por
acarreará la venganza de sus herederos mientras el protagonista padece psicológicamente
sus propios actos. La imagen de lavarse la sangre es más que literal, es metafórica, pues
representa la necesidad de luchar contra la conciencia de haberle quitado la vida a una
persona, por si fuera poco, el rey por el que luchaba: “No bastaría todo el océano para
lavar la sangre de mis dedos”.

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