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Historia de la fiebre hemorrágica argentina

Imaginario y espacio rural (1963 -1990)

Graciela Agnese

Rosario, 2011
Índice

PRÓLOGO........................................................................................................... 11

CAPÍTULO I
El Mal de O’Higgins ............................................................................................ 13

CAPÍTULO II
Como una mancha de aceite ................................................................................ 43

CAPÍTULO III
Entre controversias científico-médicas y movilizaciones populares .................... 65

CAPÍTULO IV
Maiztegui, Barrera Oro y una vacuna ................................................................. 85

CAPÍTULO V
El Mal de los Rastrojos ........................................................................................ 109

CAPÍTULO VI
De peones, médicos, investigadores y vacunas.................................................... 133

CONCLUSIONES ............................................................................................... 153


PRÓLOGO

fines de febrero de 1958, Antonio Fernández Otero un joven tambero de 27

A años, vecino de O’Higgins, en el Noroeste bonaerense, comenzó a sentir es-


calofríos, pensó que era gripe. Cuando su mamá, doña Adamina, resolvió con-
sultar con el médico este le informó que ya nada podía hacer. Murió luego de sufrir
trastornos nerviosos, desvariar y respirar con dificultad.1 Se trataba de un caso de fiebre
hemorrágica argentina (FHA), en aquél entonces una enfermedad desconocida.
El Mal de los Rastrojos, como se la conoce popularmente, es una virosis aguda,
endemoepidémica que afecta predominantemente a la población rural de una extensa
región de la pampa húmeda. Fue reconocida y descripta en 1955. Desde entonces
se ha ido extendiendo progresivamente sobre 150.000 Km² de la región pampeana,
abarcando el noroeste de la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba, sur de Santa
Fe y noreste de La Pampa.
En la historia de la fiebre hemorrágica podemos distinguir dos etapas: entre 1943
y 1962 se produce la aparición de la enfermedad, su descripción científica y se desa-
rrollan las investigaciones iniciales que logran, fundamentalmente, el descubrimiento
del agente etiológico y una primera vacuna. Ésta fue la temática objeto de mi tesis de
Licenciatura. El segundo período se extiende desde 1963 hasta 1990, en el mismo tiene
lugar la extensión de la enfermedad a nuevas áreas geográficas. El Mal de los Rastro-
jos afectó al sur de Córdoba, a Pergamino (provincia de Buenos Aires) y, desde 1968
al sur de Santa Fe. Esto determinó, en la provincia de Córdoba, la intervención del
Instituto de Virología “José María Vanella” de la Universidad Nacional de Córdoba
y, en la provincia de Buenos Aires, la constitución de un grupo de investigadores
del Instituto Nacional de Microbiología en Pergamino, donde destacará la figura del
Dr. Julio Maiztegui. También resulta significativo en este período la creación de la
Comisión Nacional Coordinadora para el Estudio y Lucha contra la fiebre hemorrá-
gica argentina y el desarrollo de una segunda vacuna por el equipo de investigadores
dirigido por el Dr. Armando Parodi de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Buenos Aires. La designación del grupo de Pergamino como Instituto Nacional de
Estudios sobre Virosis Hemorrágicas y sede del Programa Nacional de lucha contra la
fiebre hemorrágica Argentina y, la firma del convenio ARG/78/009, entre el Gobierno
Nacional, Naciones Unidas y la Organización Panamericana de la Salud, serían funda-
mentales para el desarrollo de una tercer vacuna, denominada CANDID I, que se está
aplicando en la actualidad en la zona endémica.
Este trabajo, resultante de mi tesis doctoral, se centra en el estudio del período
1963-1990 del proceso salud-enfermedad al que da origen la fiebre hemorrágica, dia-

1 La Razón, Buenos Aires, 5 de junio de 1958, p. 7


12 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

logando tanto con la historia interna de la virosis como con la historia externa. Para la
primera se ha tenido en cuenta las características, el marco teórico, la labor y los logros
de los equipos de investigación y de los médicos de la zona epidémica, que trabajaron
sobre la enfermedad, en particular lo referido al desarrollo de vacunas (XJ Clon 3 y
Candid I) con una mirada comparativa de las dos etapas en la historia de la virosis,
siempre atendiendo al contexto histórico-social en el que médicos e investigadores ac-
tuaron. Para la segunda se ha considerado el rol del Estado y las circunstancias políticas,
socio-económicas y geográficas condicionantes; la población afectada, condiciones de
vida y sus efectos en orden a la morbilidad y mortalidad; el impacto de la enfermedad
en la población de la zona endémica: imaginario de la fiebre hemorrágica argentina y
las prácticas sociales en las que se manifestó, considerando las permanencias y muta-
ciones en estas prácticas sociales a partir de un análisis comparativo con el imaginario
que se conformó durante la primera etapa; y análisis del rol de la prensa escrita (local y
nacional) en la conformación del imaginario y como factor de presión para el Estado.
Para contribuir a la comprensión de la historia de la fiebre hemorrágica argenti-
na el Capítulo I es una breve síntesis de la primera etapa, 1943-1962.
Deseo expresar mi reconocimiento, en primer lugar, al Dr. Prof. Abel Agüero y a
la Dra. Liliana Brezzo, quienes dirigieron mi tesis doctoral, en su carácter de Director
y Co-Directora, respectivamente, por sus precisas e inestimables sugerencias y per-
manente dedicación. A la Dra. Brezzo le debo haber suscitado en mí el interés por la
investigación histórica y mi formación en este campo. También hago extensivo este
reconocimiento a los Dres. Delia Enría, Directora del Instituto de Enfermedades Vira-
les Humanas “Dr. Julio I. Maiztegui”, Marta Sabattini y Julio Barrera Oro quienes me
acompañaron en este desafío con sus invalorables observaciones y asesoramiento. A
Karina Ramaciotti, quien, con gran generosidad, me vinculó al Departamento de Hu-
manidades Médicas e Instituto de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Buenos Aires.
Mi afectuoso agradecimiento a todas las personas que aportaron su testimonio
oral, especialmente al Dr. Ernesto Molinelli Wells quien depositó en mis manos su ar-
chivo personal.
CAPÍTULO I

El Mal de O’Higgins
Primera etapa en la historia de la enfermedad 1943 -1962

Epidemia y Salud Pública


n 1943, pobladores de los alrededores de Nueve de Julio, pequeña localidad

E en el Noroeste de la provincia de Buenos Aires, experimentaron síntomas de


gripe con fiebre muy alta que evolucionó con un 60% de mortalidad, según los
registros efectuados en el Hospital Julio de Vedia de la mencionada población. Los
lugareños denominaron a esta extraña dolencia simplemente como la fiebre.
Diez años después, en los alrededores de Bragado, Alberti y Mechita -también
en el Noroeste bonaerense- se presentaron nuevos casos con los mismos síntomas.
En general, los médicos locales los catalogaron como estados gripales, tifoidea, he-
patitis, fiebre amarilla o encefalitis postgripal.
Cuando la cuestión de la salud sale de los marcos privados y abarca al conjunto
de la sociedad adquiere una dimensión pública que requiere una activa participación
del Estado para realizar los diagnósticos y proponer las soluciones.2 La reiteración de
los brotes epidémicos, la alarma causada por su alta mortalidad y el desconocimiento
de su etiología determinó que, desde el año 1953, cada sitio epidémico y desde cada
uno de los Centros Asistenciales de los partidos bonaerenses afectados reiteraran
las denuncias sobre estos casos aún no catalogados. Pero las mismas sólo movieron
parcial y temporariamente el interés de los organismos estatales; incluso los médicos
locales afirmaron que esas denuncias habían sido infructuosas ante las autoridades
sanitarias.3 Las notificaciones eran realizadas en la Sección Desinfección de la Direc-
ción General de Salud Pública de la provincia de Buenos Aires, a cargo del Doctor
Armando C. Fiscalini, que implementó en el período 1953-1957 campañas de desra-
tización, desinfección y desinsectización en las zonas urbanas y rurales de la región.4
También en los principios de la década de 1950 comenzó a circular, en los ins-
titutos dedicados a la investigación médica, el rumor sobre la aparición, en forma
estacional, de algo insólito alrededor de los partidos bonaerenses ya mencionados.

2 LOBATO, Mirta −editora− Política, médicos y enfermedades, Biblos – Universidad Nacional de Mar
del Plata, Buenos Aires, 1996, p. 11.
3 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina: conocimientos actuales, Boletín Nº183, Organiza-
ción Panamericana de la Salud, Oficina Sanitaria Panamericana, Oficina Regional de la Organización
Mundial de la Salud, Washington, 1970, p. 1.
4 Informe de la Comisión de Estudio de la Epidemia del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires,
Departamento de Prensa y Publicaciones, Ministerio de Salud Pública, La Plata, 1958, p. 23.
14 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

El Instituto Biológico de La Plata Tomás Perón envió, en 1953, una comisión a la


zona, pero la misma no aportó ningún resultado. Al año siguiente, ante la repetición
del brote otoñal, el mismo Instituto volvió a destinar un nuevo equipo. En un jeep,
junto al chofer, se trasladaron un médico clínico, el bacteriólogo Diego Iturralde,
quien trabajaba tanto en el Instituto Tomás Perón como en el Instituto Carlos G. Mal-
brán de Capital Federal, y había participado en la de 1953, su joven discípulo, Julio
Barrera Oro, y jaulas llenas de conejitos de India, materiales de laboratorio y medios
de cultivo. Los corredores del Hospital de Nueve de Julio se habían convertido en
salas de internación ante la cantidad de afectados. Los investigadores extraían sangre
a los enfermos y en ese momento inoculaban a los cobayos y sembraban los distintos
medios de cultivo. El Instituto Malbrán, por su parte, destacó a los doctores Ville-
gas y Pochá, especialistas en leptospirosis y en virología, respectivamente, quienes
“a pesar de lo completo de su trabajo, no pudieron encontrar leptospiras, bacterias
específicas patógenas o virus de ninguna clase”.5 Fue en este último Instituto donde
los investigadores intentaron por todos los medios posibles aislar el agente causante
de la enfermedad, pero todo fue inútil: el Dr. Diego Iturralde expidió un informe
expresando que sospechaba −por conclusión indirecta− de la acción de un virus. Lo
paradójico fue que en el Departamento de Virus, también del Malbrán, del mismo
modo, es decir por conclusión indirecta, sospechaban de la acción de una bacteria.
Y, en el Departamento de Protozoología, donde se desempeñaban, entre otros, los
doctores Sabino y Rennella, se inclinaban por una leptospirosis.6 Ninguna de estas
posturas fue estudiada en profundidad porque no hubo, en las complejas postrimerías
de la segunda presidencia de Perón, la decisión política necesaria. Por el contrario,
se advertía un marcado interés por disimular el impacto de la enfermedad,7 pues, un
nuevo problema sanitario − entendemos− opacaría lo logros de la política sanitaria
peronista.8 Finalmente, los esfuerzos de laboratorio se debieron al entusiasmo perso-
nal de los científicos y con el tiempo se agotaron.
Los brotes epidémicos se reiteraron en el bienio 1956/57. A principios de 1958,
en la misma zona, con epicentro en O’Higgins, se desarrolló la epidemia más grave,
hasta ese momento, de la fiebre, por ese entonces una enfermedad desconocida y que,

5 ARRIBÁLZAGA, Rodolfo “Una Nueva Enfermedad Epidémica a Germen Desconocido: Hipertermia


Nefrotóxica, Leucopénica y Enantemática”, en El Día Médico, Vol: 27, Nº 40, La Técnica Impresora,
Buenos Aires, 16 de junio de 1955, pp. 1204-1210.
6 Testimonio oral del Dr. Julio Barrera Oro quién integró la Comisión Nacional Ad Hoc creada a ins-
tancias del Ministerio de Salud de la Nación y, dirigida por el Dr. Ignacio Pirosky 1958 – 1962. Pos-
teriormente continuó con sus investigaciones y desarrolló la vacuna Candid.
7 Testimonio oral del Dr. Julio Barrera Oro.
8 Conducta semejante habría asumido el estado peronista frente a la aparición de los brotes de peste bu-
bónica, viruela y poliomielitis en RAMACIOTTI, Karina Sombras de la política sanitaria argentina:
los brotes epidémicos en Buenos Aires (1946-1953), Workshop de Historia de la Salud y la Enferme-
dad, Mar del Plata 23 y 24 de Marzo del 2005.
Graciela Agnese 15

posteriormente sería denominada como fiebre hemorrágica argentina.9 El brote abar-


có los partidos de Alberti, Bragado, Chacabuco, General Viamonte, Junín, Nueve de
Julio y Rojas, comprendiendo una superficie total de 16.274 Km² y una población de
268.049 habitantes10 con un alto índice de mortalidad que alcanzó, según algunas pu-
blicaciones, el 19,43% sobre un total de 265 enfermos,11 otras sostuvieron que sobre
260 enfermos registrados hubo 48 muertos, es decir el 18%,12 y terceras referencias
hablan de más del 50%: “la epidemia llegó a ser de tal gravedad, que, en la primer
semana, de diez enfermos fallecieron cinco”.13 Y, seguramente pasaron inadvertidos
una serie de casos moderados y benignos. La región forma parte de la Pampa Húme-
da, una zona agrícola por excelencia. Precisamente, la mayor incidencia de la enfer-
medad se verificó en trabajadores rurales, en su mayoría recolectores de maíz a mano.

En mayo de 1958 Arturo Frondizi asumió la presidencia de la Nación y Oscar


Allende la gobernación de la provincia de Buenos Aires, ambos de la Unión Cívica
Radical Intransigente. Los primeros en reaccionar ante el brote epidémico fueron las
autoridades locales, el intendente o delegado municipal de los pueblos y ciudades del
NO bonaerense que, al ver la inquietud de los lugareños por la peste, reclamaron la
presencia de especialistas que colaboraran con los médicos de las localidades. Las
denuncias sobre enfermedades debían realizarse ante la Dirección de Investigaciones
Biológicas y Prevención Sanitaria de la provincia de Buenos Aires. El doctor Rosario
Locícero, médico de O’Higgins, efectuó las primeras notificaciones en marzo. El
intendente del partido de Alberti, Dr. Raúl Vacarezza, las formalizó, por escrito, en
mayo14, por lo que las autoridades sanitarias provinciales destacaron en estas loca-
lidades a dos técnicos para informarse y recoger material de estudio.15 Sin embargo
y, a pesar de las gestiones de los funcionarios locales, hasta el mes de junio no pudo

9 La denominación de Fiebre Hemorrágica Argentina corresponde al Dr. Humberto Rugiero, aludiendo


a sus síntomas característicos como fiebre y un tendencia a las hemorragias y a que se localiza única-
mente en nuestro país.
10 “Boletín Estadístico de la Provincia de Buenos Aires”, primer trimestre 1958 en PIROSKY, Ignacio
et al. Virosis Hemorrágica del Noroeste Bonaerense, Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública,
Instituto Nacional de Microbiología, Buenos Aires, 1959, p. 13.
11 MARTÍNEZ PINTOS, Ismael Mal de los Rastrojos − Fiebre Hemorrágica Epidémica del Noroeste de
la Provincia de Buenos Aires, Gobernación − Comisión de Investigación Científica, 1960, La Plata, p.
27.
12 PIROSKY, Ignacio Virosis Hemorrágica del..., cit., p. 15.
13 RUGGIERO, Héctor et al. Fiebre Hemorrágica Argentina, El Ateneo, Buenos Aires, 1982, p. 2. Ar-
chivo Personal del Dr. Héctor Antonio Milani [en adelante Archivo Milani ] MILANI, Héctor Antonio
Variación de las plaquetas en el período de invasión, estado y convalecencia de la Fiebre Hemorrá-
gica Epidémica, Tesis Doctoral, Facultad de Química y Farmacia, Universidad Nacional de La Plata,
La Plata, 1962, p. 7.
14 Informe de la…, cit., p. 26.
15 Informe del Círculo Médico de Junín en La Verdad, Junín, 12 de julio de 1958, p. 2.
16 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

NOROESTE BONAERENSE
Partidos afectados en 1958

Fuente: PIROSKY et al. Virosis Hemorrágica del…, cit. p. 14.


Graciela Agnese 17

observarse una decidida y significativa intervención de las autoridades sanitarias pro-


vinciales o nacionales.
Si bien los casos se reiteraban desde fines del verano, el diario de Junín, La
Verdad, recién se hizo eco de la situación en el mes de mayo al publicar un artículo
sobre la “epidemia de gripe” describiendo “cierto y justificado pánico” de los vecinos
de O’Higgins debido a casos fatales. Pero ocurrió que, el 5 de junio, el periódico La
Razón anunció al país y al mundo “Una rara enfermedad alarma a la modesta pobla-
ción de O’Higgins, que en poco tiempo provocó 5 muertos”,16 fue el primero de una
serie de artículos que describían el pánico de la población, los padecimientos de los
afectados y las dolorosas vivencias de familiares de las víctimas, sumado a artículos
de otros periódicos nacionales como La Nación o La Prensa, si bien de menor enver-
gadura, que fueron un factor de presión para las autoridades:

“recibió la epidemia considerable publicidad en radios, periódicos,


[....] El ministro de Salud Pública, Dr. Noblía, conocía el problema,
[porque] poseía tierras en la zona endémica. Todas estas circunstan-
cias contribuyeron a presionar a las autoridades de Salud Pública
para que tomaran medidas. Al fin los médicos locales obtuvieron el
apoyo del público y del gobierno.”17

Así lo reconoció Héctor Noblía cuando, durante una interpelación en la Cámara de


Diputados en 1959, al referirse a la virosis hemorrágica expresó: “coincidentemente
con una gran alarma regional traducida en una profusa publicidad periodística, que
ayudó en su momento a la preocupación de todas las autoridades y de todos los equi-
pos sanitarios.”18
Los gobiernos nacional y provincial comenzaron a ocuparse de esta problemá-
tica asignando recursos, implementando medidas preventivas generales, visitando
la zona epidémica y creando Comisiones Científicas. El Ministerio de Salud de la
Provincia creó la Comisión de Estudio de la Epidemia del Noroeste de la Provincia
de Buenos Aires19, y el Ministerio de Salud de la Nación designó a una Comisión
Nacional Ad Hoc,20 bajo la conducción del Dr. Ignacio Pirosky, Director del Instituto

16 La Razón, Buenos Aires, 5 de junio de 1958, p.7.


17 METLER, Norma, Fiebre Hemorrágica Argentina…, cit., p. 3.
18 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados del Congreso Nacional año 1959, Buenos Aires, Im-
prenta del Congreso de la Nación, 1960, p. 1975.
19 Resolución Ministerial Nº 299 de 1958 del Ministerio de Salud de la Provincia; la Comisión estaba
presidida por el Dr. Ismael Martínez Pintos, con la coordinación del Dr. Darío Juárez, director del
Instituto de Investigaciones Biológicas de La Plata, sede de trabajo de este equipo.
20 Resolución Nº 323 de 1958 del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública de la Nación. El
equipo fue integrado por los Dres Juan Zuccarini, Ernesto Molinelli Wells, Julio Barrera Oro Arturo
18 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

Malbrán; destacándose el importante respaldo con el que contó esta Comisión depen-
diente del Ministerio de Salud de la Nación. Apoyo que es testimonio de la política
frondizista de impulso a la ciencia. Este ministerio, además, envió medicamentos,
ropa de cama, películas radiográficas, laboratoristas con los equipos necesarios y un
cuerpo de enfermeras. Las visitas de funcionarios provinciales como los Dres Carlos
Alberto Castagnino, subsecretario de Salud Pública, y José Lavecchia, jefe de Medi-
cina Preventiva, se hicieron frecuentes.
Además, la enfermedad afectaba a trabajadores rurales en una de las zonas más
ricas del país, en época de cosecha, de modo que al reiterarse los brotes epidémi-
cos, la virosis fue adquiriendo impacto económico. Entre 1959 y 1962, el Ministerio
Provincial a través de la Comisión Científica bajo su órbita se ocupó de la atención
de los enfermos, creando salas especiales a cuyo frente nombró a un médico full-
time, contratando personal subalterno, proveyendo medicamentos, implementando
campañas de prevención y reorganizando y creando bancos de sangre.21 En 1959, el
subsecretario de Salud Pública, Dr. Castagnino, anunció la inversión de 3.000.000
de pesos22 destinados al estudio y tratamiento de los afectados y al saneamiento de la
región epidémica y la constitución de cuatro equipos para la lucha contra la enferme-
dad: el equipo asistencial que colaboraría con los médicos locales en el diagnóstico y
tratamiento, el equipo preventivo a cargo del saneamiento de la zona, el de epidemio-
logía destinado a la función estadístico-epidemiológica, y el de investigación, que
continuaría con los estudios iniciados en el año anterior.23
A comienzos de 1960 la Comisión Provincial resolvió coordinar una acción in-
tensiva sobre los centros de sangre de la zona afectada a fin de proveer una cantidad
suficiente de sangre y plasma normal y de convalecientes, al evaluar los buenos resul-
tados de este tratamiento, implementado desde fines de 1958. El ministerio provincial
destinó financiamiento y contribuyó, con el equipo científico, en la consecución de
los materiales y la agilización de los trámites. Se dotó de congeladoras y heladeras a
los centros que las poseían en deficiente funcionamiento, se proveyó de agua caliente
y refuerzo de red eléctrica a todos los centros, de sistema de calefacción a kerosén
donde la tensión de la línea de calle era baja, de agua de aljibe donde por exceso de
salinidad del agua era dificultosa la destilación de la misma, y de instrumental de vi-
drio y goma. Algunos centros, como los de Junín, Chivilcoy, Nueve de Julio y Carlos
Casares, fueron ampliados y se instalaron otros nuevos como en las localidades de
Los Toldos y Alberti. El envío de plasma se facilitó con la cooperación de la policía

Di Pietro, Bernabé Ferreira, Manuel A De León, Alberto Pfeifer, Lidia Martos, Matilde D’Empaire,
Teodomiro Vázquez, entomólogo, Luis Alberto Frugone, estudiante de medicina, y personal auxiliar.
Único equipo de investigadores que se instaló en forma permanente en la zona epidémica.
21 El único tratamiento adecuado para esta enfermedad es la transfusión de plasma de convalecientes.
22 Equivalente en la actualidad a $425.000, aprox.
23 La Prensa, Buenos Aires, 18 de febrero de 1959, p. 5.
Graciela Agnese 19

caminera de la provincia y ambulancias equipadas a tales efectos. De esta manera


cada hospital de la zona afectada logró autoabastecerse con plasma.24 Para mejorar
el nivel técnico-científico del personal profesional y auxiliar técnico de estos centros
de Hemoterapia se envió un equipo de auxiliares técnicos del Centro de Hemoterapia
del Hospital San Juan de Dios de La Plata para su entrenamiento. Esta actividad se
centró en el Centro de Hemoterapia de Junín donde se dictaron conferencias y cursos
para los médicos hematólogos y auxiliares especializados.25 El Centro de Investiga-
ción y Tratamiento de la Fiebre Hemorrágica Argentina de Junín −creado a instancias
de médicos de esta ciudad−, dependiente también del mencionado ministerio, contó
durante este período con recursos suficientes para la atención y el tratamiento de los
afectados.26 El Ministerio de Salud de la Nación, además del financiamiento al equipo
científico del Instituto Malbrán, inauguró en 1960 el Primer Servicio Nacional contra
la Virosis Hemorrágica también en Junín.
No obstante, los recursos y las medidas políticas carecieron de coordinación.
Esto se debió a disputas partidarias y diferencias de índole personal, entre el ministro
de Salud de la Nación, Héctor Noblía, y el gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Oscar Allende, involucrados en una lucha interna partidaria.
El temor de la extensión de la epidemia a la provincia de Córdoba determinó, en
1958, la rápida intervención de su ministro de Salud, Pedro A. Albertini, quien adoptó
una serie de medidas preventivas al disponer la desratización y desinsectación de la
zona limítrofe con la provincia de Buenos Aires. También encargó al Departamento
de Virus de la Facultad de Medicina la individualización del agente etiológico, en-
viando a Junín una comisión científica integrada por los doctores Néstor Pierángelli
Vera, Director de Medicina Sanitaria, y José María Vanella, Jefe del departamento
citado, para que tomaran contacto con los investigadores.

Los Médicos
Los primeros casos de fiebre hemorrágica causaron, en los facultativos de la zona,
desconcierto y preocupación. Los casos presentaban típicos síntomas de gripe: co-
menzaban en forma brusca con escalofríos, alta temperatura, cefaleas, dolores mus-
culares y con decaimiento intenso. Los síntomas respiratorios eran casi nulos en tanto
los enfermos que presentaban hemorragias, en algunos casos sangraban por nariz y

24 MARTÍNEZ PINTOS, Ismael y PALATNIK, Marcos “Servicios transfusionales de la zona Epidémica


del “Mal de OHiggins”. Aporte a su adecuación para la provisión de plasma normal y de convale-
ciente” en El Día Médico, Tomo 116, Nº 38, Buenos Aires, 1960, p. 1279. El Dr. Héctor Luis Milani,
también testimonió la adecuada provisión de plasma en esta etapa (1958- 1962/63).
25 MARTÍNEZ PINTOS, Ismael y PALATNIK, Marcos, “Servicios transfusionales...”, cit., p. 1280.
26 Testimonio oral de los doctores Héctor Antonio Milani y Héctor Luis Milani quienes se desempeñaron
en el Centro de Investigación y Tratamiento de FHA de Junín.
20 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

otros de las encías.27 Los infectados, en su mayoría jóvenes, alguno de los cuáles co-
nocían muy bien por ser vecinos, morían en poco tiempo por una causa desconocida.
Los caracteres de la enfermedad incrementaban la preocupación y los sentimientos
de impotencia. Así, el Dr. Pérez Izquierdo, de Junín, narró: “el tiempo de coagula-
ción, que normalmente es de tres o cuatro minutos, en ellos era de una hora o más.
A ello se agregaban convulsiones, trastornos neurológicos y profusas hemorragias.
Luego, inevitablemente, llegaba la muerte, nada podíamos hacer ante un mal sobre el
cual poco o nada conocíamos.”28 Según el testimonio del bioquímico Héctor Antonio
Milani, ver a los enfermos morir era pavoroso se trataba de “una enfermedad sumamen-
te peligrosa y angustiante”.
Se postulaban distintas hipótesis: algunos se inclinaron por pensar en estados
gripales graves, denominados vulgarmente como gripe maligna, otros en tifoidea, en-
cefalitis postgripal,29 leptospirosis o fiebre amarilla. El doctor Rodolfo Arribálzaga,
de Bragado, tenía la íntima certeza que se trataba de una enfermedad nueva, aún no
catalogada; pero para poder sustentar sus conclusiones se encontraba con la dificultad
que los pacientes, según sus palabras, no habían podido ser estudiados con la pro-
lijidad necesaria porque “la gran mayoría […] pertenecía a una zona rural donde el
examen exhaustivo era sumamente difícil”.30 Preocupado ante un problema sanitario
que desconocía y que ponía seriamente en peligro a sus pacientes, amigos y vecinos,
meditaba y sabía que necesitaba hacer, al menos, una necropcia que le permitiría con-
tar con información fundada. Pero esta práctica no se podía realizar sin orden judicial
o el consentimiento de los familiares. Enterado, en su calidad de Jefe de la Sala de
Infecciosos del Hospital Municipal, sobre la existencia de un fallecido, víctima de la
rara dolencia, que no tenía familia, optó por proceder. Pero, como suele acontecer, en
comunidades pequeñas, los secretos no existen. Así, fue llevado detenido a la comi-
saría local, por la práctica ilegal realizada, aunque rápidamente fue liberado, ya que
la palabra del doctor era suficientemente válida para aclarar la cuestión.
El 16 de junio de 1955 Arribálzaga en una comunicación en El Día Médico,31
realizó la primera descripción científica de la enfermedad. Este médico rural, con-
tando con métodos rudimentarios, hablaba de una nueva enfermedad epidémica a
germen desconocido a la que denominaba hipertermia nefrotóxica, leucopénica y
enantemática, (es decir, con fiebre por encima de lo normal, con un proceso tóxico a
nivel de riñón, disminución de glóbulos blancos y erupciones de mucosas y conjun-
tivas). En sus conclusiones expresaba:

27 FAIN BINDA, Juan Carlos El mal salió del rastrojo. Historia de una enfermedad, su tiempo y su
gente, 2004, UNR Editora, Rosario pp. 103-104
28 La Razón, Buenos Aires, 18 de mayo de 1970, s/f.
29 Archivo Milani, MILANI, Héctor A. “Variación de las…”, cit., p. 5.
30 ARRIBÁLZAGA, Rodolfo “Una Nueva Enfermedad...”, cit., pp. 1204-1210.
31 ARRIBÁLZAGA, Rodolfo “Una Nueva Enfermedad...”, cit., pp. 1204-1210.
Graciela Agnese 21

“Es muy posible que nos encontremos, pues, frente a una afección epidémica
distinta de las conocidas habituales, producida por un agente etiológico diferente a
los estudiados hasta la fecha [...] Por las dificultades de su aislamiento, por su resis-
tencia a los antibióticos, por la aparición hacia el otoño, produce clínicamente la im-
presión de que nos encontramos frente a un virus.”32 Y señalaba la posibilidad de que
se convirtiera en un problema sanitario de índole nacional. El artículo no encontró
eco en los ámbitos científicos o de Salud Pública.
Ante la reiteración de los brotes epidémicos médicos, enfermeras y farmacéuti-
cos no se dieron tregua. Se ocupaban de los pacientes sin dejar de levantar las histo-
rias clínicas con minuciosidad, material que resultaría fundamental en el trabajo de
los investigadores. Atendían a los enfermos en sus domicilios o en la pequeña sala de
primeros auxilios del pueblo. Algunos no contaban con personal auxiliar, de manera
que con sus autos particulares buscaban a los afectados en el campo y los trasladaban,
mientras que sus esposas oficiaban de enfermeras. Durante la epidemia de 1958, una
vez colmada la capacidad de las salas o de los hospitales, habilitaron, como espacios
de internación, las fondas de los pueblos o atendieron gratuitamente en sanatorios de
su propiedad. Paralelamente, ante el número de enfermos y, debido a la gravedad de
la mayoría de los casos, los pacientes comenzaron a ser derivados a Junín, por contar
con un Hospital Regional.
El 8 de junio de 1958, bajo iniciativa del Círculo Médico de Junín, y por deci-
sión del Dr. Rodolfo Weskamp Irigoyen, Director del Hospital Regional, se habilitó
una sala especial destinada a la investigación y tratamiento, que se convertiría en el
Centro de Investigación y Tratamiento de la Fiebre Hemorrágica Argentina en el que
se desempeñaron, bajo la dirección del Dr. Héctor A. Ruggiero, los doctores Alberto
Cintora y Clemente Magnoni, a cargo del pabellón de emergencia, Fernando Pérez
Izquierdo, integrante del cuerpo médico, y el bioquímico Héctor Antonio Milani,
jefe de Laboratorio. Este Centro fue el organismo de mayor envergadura abocado,
especialmente, al tratamiento de los enfermos y a la prevención durante el período
1958-1962.
En cuanto a la terapéutica comenzaron empleando sustancias antibióticas de
amplio espectro para abarcar, en lo posible, a todos los gérmenes patógenos, pero sin
resultados. Y, también suero glucosado y fisiológico en cantidades suficientes, para
obtener una buena hidratación. En las postrimerías del brote epidémico de 1958 los
doctores Cintora y Magnoni ensayaron un tratamiento con suero de convalecientes, al
que usaron en forma similar a la que se prescribía en otras enfermedades infecciosas,
observando que los enfermos mejoraban notablemente; pensaron que la transfusión

32 ARRIBÁLZAGA, Rodolfo “Una Nueva Enfermedad...”, cit., pp. 1204-1210.


22 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

de plasma de convalecientes podía ser aún de mejores resultados.33 Así, en 1959, el


Centro de Investigación y Tratamiento de Junín comenzó a utilizar en forma empírica
plasma inmune, hoy tratamiento específico para la virosis. El método fue difundido,
en toda la zona afectada, por los miembros del equipo, en mesas redondas, confe-
rencias, jornadas y congresos. Y, recibió el respaldo de las autoridades provinciales.
No obstante el equipo de investigadores del Instituto Malbrán, dirigido por el Dr.
Pirosky, se opuso a su utilización dado que no existía el estudio científico que lo vali-
dara y, además, trasfundían plasma no controlado. Los médicos lugareños, asimismo,
fueron fundamentales en el diagnóstico. En este sentido, desarrollaron el denominado
ojo clínico, llegando a diagnosticar fácilmente esta enfermedad aún en sus fases más
precoces.34
La prevención se implementó a través de la interacción entre los facultativos de
la zona y la gente de campo, con la colaboración de las municipalidades, cooperati-
vas agrarias y las escuelas. Los médicos del Centro de Junín realizaban visitas a los
campos, distribuían afiches en los distintos pueblos, en estaciones ferroviarias y al-
macenes de campaña, y recurrían a la divulgación a través de charlas en escuelas, ci-
nes, clubes, con los periódicos y radios locales, insistiendo, fundamentalmente, en la
consulta médica ante el primer síntoma. En 1962/63, en el Noroeste bonaerense, esta
conducta preventiva estaba muy incorporada: “la gente está prevenida [comentaban
vecinos de O’Higgins]. Sabe que ante los primeros síntomas debe hacerse atender por
el médico.”35 Este comportamiento y el hallazgo del tratamiento específico permitie-
ron salvar muchas vidas. Ya en 1959 el índice de mortalidad del 19,4% descendió al
6,36%.36
En síntesis: estos profesionales, conocidos como médicos rurales, realizaron el
fundamental aporte del hallazgo del tratamiento específico, el plasma de convale-
ciente. Se destacaron en su capacidad de diagnosticar la enfermedad desde las pri-
meras fases. Y, desempeñaron un rol de importancia en la prevención al lograr la
concientización de la gente de campo sobre la necesidad de adopción de las medidas
preventivas, por ellos difundidas, fundamentalmente la inmediata consulta con el
médico ante los primeros síntomas. La legitimación de estos profesionales como es-
pecialistas en diagnóstico y atención de enfermos afectados por la fiebre hemorrágica

33 MARTÍNEZ PINTOS, Ismael Mal de los Rastrojos…, cit., p. 114. ÁLVAREZ AMBROSETTI, Enri-
que et al. “Observaciones Clínicas”, en El Día Médico, Nº 10, La Técnica Impresora, Buenos Aires, 5
de marzo de 1959, p. 234. MARTÍNEZ PINTOS, Ismael et al. “Nuestra Experiencia en el tratamiento
del “Mal de los Rastrojos”, en La Semana Médica, Tomo 118, Nº 21, Buenos Aires, 24 de abril de
1961, p. 856.
34 MARTÍNEZ PINTOS, Ismael, Mal de los Rastrojos…, cit., p. 87.
35 Testimonio oral de Celestino y Jorge Maraggi en La Razón, Buenos Aires, 26 de junio de 1963, p. 4.
36 MARTÍNEZ PINTOS, Ismael, Mal de los Rastrojos…, cit., p. 27.
Graciela Agnese 23

fue dada por la población de la zona epidémica, que confió exclusivamente en estos
médicos y no por una intervención del Estado en este sentido.

Los Investigadores
Durante el gobierno peronista (1946-55) muchos docentes universitarios e investi-
gadores debieron dejar sus puesto de trabajo luego de haber sido afectados −a partir
de 1946 con las intervenciones a las altas casas de estudios− por jubilaciones de
oficio, cesantías y afiliaciones obligatorias al Partido Peronista.37 El derrocamiento
de Perón significó para muchos de estos docentes e investigadores la posibilidad de
volver a sus cátedras. La gestión frondizista se caracterizó por el impulso al desa-
rrollo de la investigación científica a través de substanciales aportes presupuestarios
a las Universidades, al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) y al respeto por la libertad de cátedra. También reflejo de esta nueva
política científica fue la renovación que se llevó a cabo en el Instituto Malbrán, con
la conducción del Dr. Ignacio Pirosky, quien había sido designado director en 1957.
Este investigador realizó reformas administrativas, mejoras edilicias y convocó a
concursos destinados al nombramiento de personal jerárquico de dedicación exclu-
siva. Esta gestión significó la apertura del Instituto a gran cantidad de investigadores
jóvenes, caracterizándose, también, por el envío de numerosos becarios al exterior
con la finalidad de formar escuelas de trabajo científico.
La gravedad de la epidemia de 1958 movió a los médicos de Junín a solicitar
la colaboración de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Una
mañana de marzo muy temprano, en una calle cercana a la Facultad, Héctor Ruggie-
ro, oriundo de Junín, quien se desempeñaba en la Sexta Cátedra de Medicina Interna,
interceptó al virólogo Armando Parodi y le propuso ser el descubridor del agente de
una nueva enfermedad. Parodi recientemente se había incorporado a la Cátedra de
Microbiología y Parasitología, luego de haber pasado por un exilio en Uruguay, y
estaba abocado a formar un grupo dedicado a la virología, inexistente en nuestro país.
Con la colaboración del Dr. Daniel Greenway, Profesor Titular de la Cátedra citada
y de Humberto Rugiero, profesor titular de la Cátedra de Enfermedades Infecciosas,
conformaron un equipo de trabajo denominado Comisión de la Facultad de Medicina
de Buenos Aires.38 Éste fue el primer grupo científico en iniciar trabajos de investiga-
ción vinculados con la fiebre hemorrágica argentina a partir del mes de mayo.

37 MAEDER, Ernesto “La Universidad” en Nueva Historia de la Nación Argentina – Academia Nacio-
nal de la Historia, Tomo IX, Planeta, Buenos Aires, 2002, p. 476. TORRE, Juan Carlos Nueva Historia
Argentina, Tomo X: Los años peronistas, Sudamericana, Buenos Aires, 2002, pp. 504-505. CEREIJI-
DO, Marcelino La nuca de Houssay − La ciencia argentina entre el Billiken y el exilio, FCE, Buenos
Aires, 1990, p. 91.
38 Este equipo estaba integrado, además, por los Dres. Marcelo Frigerio, Norma E. Metler, Félix Garzón,
Marta Boxaca, Lucía de Guerrero, Nora R. Nota, Enrique Rivero y José María de la Barrera, todos miem-
24 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

También los médicos lugareños −como hemos reseñado− solicitaron la coope-


ración de los Ministerios de Salud Pública Nacional y Provincial, además de efectuar
las notificaciones correspondientes. Sabemos que la intervención del Estado se hizo
efectiva a partir de la segunda quincena del mes de junio cuando, entre otras medi-
das, creó comisiones científicas. Además de la Comisión de Estudio de la Epidemia
del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires39, creada por iniciativa del gobierno
bonaerense, de la Comisión Nacional Ad Hoc, del Ministerio de Salud de la Nación,
bajo la conducción del Dr. Ignacio Pirosky y del equipo liderado por el Dr. Parodi,
se ha podido constatar la presencia de una Comisión de Sanidad Militar, enviada por
el ejército, conformada por médicos y bioquímicos bajo la dirección del Dr. Juan
Bejarano40, y un equipo designado por la Facultad de Agronomía y Veterinaria de
Buenos Aires.41
La Comisión Provincial, presidida por el Dr. Ismael Martínez Pinto y con sede
en el Instituto Biológico de La Plata, como hemos relatado, contribuyó fundamental-
mente a disminuir la mortalidad al organizar la atención de los enfermos, la provisión
de plasma y la prevención, a través de campañas de educación sanitaria popular. En
orden a la investigación científica se destacaron los equipos liderados por los Dres.
Parodi y Pirosky.
Ambos investigadores se habían formado en el modelo impulsado por el Dr.
Bernardo Houssay, centrado en la investigación experimental con hincapié en las
ciencias básicas, la búsqueda de la excelencia siguiendo los modelos de los grandes
centros mundiales, sólida y disciplinada organización institucional, actitud experi-
mentalista, difusión de los resultados mediante la publicación en revistas internacio-
nales y carrera investigativa con modalidad de dedicación exclusiva.42 El reciente-
mente creado CONICET43 (5 de febrero de 1958), bajo el impulso del citado Hous-
say, posibilitó el desarrollo de muchos de los trabajos de los discípulos de Parodi.
Las dos comisiones, sin coordinación y con una gran competitividad44, habitual
en los ámbitos científicos, comenzaron a desarrollar sus trabajos. En el Hospital Re-
gional de Junín realizaban reuniones en las que los investigadores expresaban sus
opiniones sobre los diversos aspectos de esta enfermedad. También organizaron en-

bros de la Cátedra de Parasitología y Microbiología. Y por los Dres. Laura Astarloa, Carlos González
Cambaceres, Francisco Maglio, Guido Squassi, Enrique Libonatti, Diana Fernández y la Dra. Giacosa,
entre otros miembros de la Cátedra de Infecciosas.
39 Resolución Ministerial Nº 299 de 1958 del Ministerio de Salud de la Provincia.
40 FRATTINI, J. “Investigaciones del Medio Interno” en El Día Médico, Nº 10, La Técnica Impresora,
Buenos Aires, 5 de marzo de 1959.
41 MUHLMANN, Miguel “Veinticinco años de la primera denuncia del Mal de O’Higgins − Fiebre He-
morrágica Argentina: su historia” en Boletín Anual de Medicina, Vol. 61, Buenos Aires, 1983, p. 211.
42 REIG, Osvaldo Excelencia y Atraso, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992, p. 13.
43 Decreto Ley N° 1291
44 Testimonio oral de los Dres. Julio Barrera Oro, Ernesto Molinelli Wells, Marta Boxaca y Nora Nota.
Graciela Agnese 25

cuentros con médicos locales para intercambiar información y actualización sobre el


estado de las investigaciones. En los inicios de las tareas el desconcierto no estuvo
ausente. Así, el doctor Humberto Rugiero comentó: “cuando fui [...] a Junín [...] por
primera vez en mi vida [...], ante cincuenta médicos, tuve que confesar que no sabía
que tenían.”45. Hubo, además, un gran esfuerzo tanto de las autoridades nacionales
como provinciales, por proveer del material científico necesario, si bien los recursos
idealmente no eran suficientes.
En orden a la etiología, es decir a la causa del mal, surgieron diversas hipótesis
sustentadas por los diferentes grupos de investigación, además de médicos locales y au-
toridades sanitarias. Algunos sostenían la posibilidad de leptospiras,46 otros de un virus,
una intoxicación por hongos, una rickettsia,47 gripe maligna, encefalitis equina, fiebre
amarilla o una intoxicación crónica por el uso de pesticidas.
El debate más intenso se suscitó en torno a la posibilidad de leptospiras o un virus,
como agente etiológico. La Comisión de Estudio de la Provincia de Buenos Aires sostu-
vo haber aislado leptospiras en sangre, orina y material de autopsias de afectados, tam-
bién en animales provenientes de la zona por lo que orientaron su diagnóstico hacia un
cuadro de leptospirosis gripo-typhosa.48 Los Dres. Sabino y Renella, figuras señeras en
trabajos de investigación en leptospiras en nuestro país, también se inclinaron por esta
postura. A mediados de julio, en el Hospital Regional de Junín, durante la realización de
un cursillo destinado a profesionales médicos de la zona, los miembros de la Comisión
Nacional Ad Hoc sostuvieron que si bien en órganos de pacientes fallecidos se había
podido demostrar la presencia de elementos semejantes a las leptospiras, consideraban
que no era una conclusión definitiva pues los síntomas clínicos no coincidían con los
de la leptospirosis.
Sólo tres meses después de iniciados los trabajos, mientras la Comisión Provincial
continuaba anunciando hallazgos de leptospiras y el ministro de Salud de la Provincia
había informado sobre una importante inversión para combatir estas bacterias en la zona
afectada, el 4 de septiembre, el Dr. Parodi y sus colaboradores comunicaron, en El Día
Médico, el aislamiento del virus causante de la enfermedad, expresando:

“Del material que se ha estudiado del brote epidémico de Junín se


ha podido aislar un agente que con toda probabilidad es un virus.
[....]. Fundan esta suposición no sólo los elementos aquí descriptos
y que a nuestro entender son suficientes, sino que también hemos

45 GREENWAY, Daniel, RUGIERO, Humberto y PARODI, Armando, “Fiebre Hemorrágica Epidémi-


ca” en El Día Médico, Nº 10, Buenos Aires, La Técnica Impresora, 5 de marzo de 1959, p. 264.
46 Bacterias.
47 Bacterias transmitidas al hombre por insectos vectores: garrapatas, ácaros, piojos y pulgas.
48 Informe de la…, cit, pp. 5-6.
26 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

descartado la posibilidad de otros agentes como leptospiras, rickett-


sias, hongos, etc.”49

El Dr. Max Theiler, premio Nobel y miembro de la Fundación Rockefeller, había


introducido el uso del ratón albino en virología, en especial para los Arborvirus, co-
nociendo esto, Parodi resolvió experimentar la inoculación por vía intramuscular en
cobayo y por vía intracerebral en ratón lactante: esto fue “la punta del ovillo” que
permitió concretar el aislamiento.50 Para este grupo de jóvenes aprendices como ellos
se consideraban, guiados por su maestro a quien admiraban y respetaban profunda-
mente, la búsqueda del agente causal de la fiebre hemorrágica constituyó un gran
desafío. Trabajosamente cumplían con la actividad docente para poder abocarse a
las tareas de investigación que les resultaban apasionantes. El hallazgo del agente
etiológico de una enfermedad que, en esos momentos contaba con un elevado índice
de morbilidad y letalidad “fue para nosotros como la llegada del hombre a la luna,
incluso para Parodi.”51
El 1 de octubre en una conferencia de prensa, el Ministro Noblía y el Dr. Pirosky
también anunciaron que “se había aislado un virus que provocaba la Fiebre Aguda In-
fecciosa Hemorrágica epidémica, del tipo de los incidentes en Eurasia y que constituye
una nueva enfermedad para el continente americano”,52 negando de manera absoluta la
etiología leptospirósica. Miembros de la Comisión Nacional sostenían haber aislado en
forma simultánea al grupo de Parodi tres cepas de tres pacientes diferentes, además de
contar con pruebas indirectas de que ese agente era la causa del Mal de O’Higgins,53
como también se llamaba a la enfermedad. Integrantes del equipo de la Facultad de
Medicina de Buenos Aires afirmaban, por su parte, tener la prioridad en el aislamiento y
que la publicación de índole científica del 4 de septiembre habría indicado al otro grupo
el método, allanándole el camino en la determinación de la etiología de la enfermedad.54
El aislamiento del agente causal de esta nueva enfermedad, pocos meses después de
iniciados los trabajos de investigación, era un acontecimiento trascendente además de
fundamental en el estudio de la fiebre hemorrágica, más aún atendiendo a que la inves-
tigación microbiológica y, en particular la virológica, hasta mediados del presente siglo
a nivel mundial habían tenido un escaso desarrollo, cobrando recién impulso al concluir
la Segunda Guerra Mundial.

49 PARODI, Armando et al. “Sobre la Etiología del Brote Epidémico de Junín.” (nota previa), en El Día
Médico, La Técnica Impresora, Buenos Aires .4 de septiembre de 1958, Nº 62, p. 23.
50 Testimonio oral de las Dras. Marta Boxaca y Nora Nota.
51 Testimonio oral de las Dras. Marta Boxaca y Nora Nota.
52 La Razón, Buenos Aires, 2 de octubre de 1958, p. 13.
53 Testimonio oral de los Dres. Julio Barrera Oro y Ernesto Molinelli Wells, miembro de la Comisión
Nacional Ad Hoc.
54 Testimonio oral de las Dras. Marta Boxaca y Nora Nota.
Graciela Agnese 27

A pesar de los anuncios, la cuestión leptospira versus virus continuó con los Dres.
Renella y Savino sosteniendo la postura leptospirósica. En un artículo científico, en el
que criticaban a la Comisión Nacional por anunciar sus conclusiones en una conferencia
de prensa, afirmaban que la Cátedra de Microbiología (Greenway, Parodi) había aislado
leptospiras en un preparado que habían mostrado al Dr. Rennella, quien también había
realizado la individualización.55 Los miembros de la cátedra lo negaron, por las com-
probaciones científicas realizadas y, porque además contaban con pruebas concluyentes
de laboratorio del error de Rennella, que no expusieron ante la negativa del Dr. Parodi,
por consideración al científico.56 Asimismo, continuaron con la posición leptospirósica
la Comisión y el Ministerio de Salud Provincial. Las posturas parecían irreductibles.
El 19 de diciembre de 1958 se realizó una sesión científica conjunta de las Cá-
tedras de Microbiología y Parasitología y de Clínica de Enfermedades Infecciosas en
la Escuela de Medicina de la Facultad de Buenos Aires con la coordinación del Dr.
Greenway. A la misma fueron invitados todos los investigadores que participaban en
estudios sobre la enfermedad. Los miembros de la Comisión de esta Facultad junto a
médicos de la zona, Dres. Magnoni, Milani, Cintora y el Dr. Frattini, de Sanidad del
Ejército, expusieron, en una mesa redonda, conceptos sobre características clínicas, mi-
crobiológicas, anátomo-patológicas, de laboratorio, de tratamiento y etiológicas. Luego
de algunas consideraciones se desarrolló una tensa discusión entre el Dr. Rennella quien
insistió con que había identificado leptospiras en un preparado de la cátedra y el Dr.
Marcelo Frigerio, quien, lógicamente, lo negó.57 Esta disputa llevó al Dr. Barrera Oro
a tomar una importante y arriesgada decisión.
Julio Barrera Oro ingresó al Instituto Malbrán en 1954 iniciando su especializa-
ción en bacteriología. Fue uno de los primeros científicos en abordar la cuestión de la
fiebre hemorrágica cuando acompañó a una comisión liderada por el Dr. Diego Itu-
rralde, su maestro, también en el 54, retomando esta temática en 1958 como miembro
de la Comisión Nacional Ad Hoc.
Luego de haber contribuido al aislamiento del virus realizado por el Dr. Pedro
Martini y Luis Gutman Frugone, continuaba con sus trabajos de laboratorio sobre
la virosis. Francisco Lomban también se desempeñaba en el Instituto Nacional de
Microbiología. No era profesional, pero tenía grandes conocimientos. Para demostrar
su teoría sobre la etiología de la enfermedad −la acción de pesticidas−, se estaba in-

55 RENELLA, E. y SAVINO, E. “Consideraciones sobre un brote epidémico. ¿Leptospirosis o Virus?”,


en El Día Médico, La Técnica Impresora, Buenos Aires, 1 de diciembre de 1958, Nº 87, p. 3046.
56 Testimonio oral de las Dras. Nora Nota y Marta Boxaca.
57 “Mesa Redonda coordinada por el Dr. D. J. Greenway. Integrantes: Dres. Humberto Rugiero, A. S. Pa-
rodi, Rivero, Frattini, Cintora, Magnoni, Locícero, Milani”, en El Día Médico, La Técnica Impresora,
Buenos Aires, 9 de marzo de 1959, Nº 11, pp. 264-266.
28 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

toxicando crónicamente con un pesticida a través de la piel.58 Barrera Oro y Lomban


eran muy amigos. Este último era la voz de la conciencia, el crítico de Julio Barrera
Oro, quien le comentaba sobre los trabajos que estaba realizando en torno al Mal
de O’Higgins. Lomban acicateaba permanentemente al joven bacteriólogo para que
reuniera más pruebas que le permitieran aseverar que el virus aislado por su equipo
era el causante de la enfermedad.
Al llegar a fin de año y, a pesar de todas las evidencias reunidas por Barrera Oro,
Lomban aun se mostraba disconforme. El bacteriólogo concluyó que el paso que
faltaba era la reproducción de la enfermedad en el ser humano, para cumplimentar
los postulados de Koch.59 Ambos acordaron inocularse el virus luego de muchas de-
liberaciones, pues Barrera Oro tuvo grandes dudas de índole ético-morales respecto
de someter a su amigo a esta experiencia, debido a que consideraba que él podía
tomar esta resolución en orden a su persona pero no hacer lo mismo con alguien que,
además, no era profesional.60
Con la decisión tomada, si bien Barrera Oro aún guardaba temores ante las
consecuencias que podía acarrearle tal experiencia, ambos asistieron a la reunión
científica del 19 de diciembre en la Facultad de Medicina. Observar a investigado-
res, a quienes el bacteriólogo consideraba padres de la ciencia argentina, discutiendo
acaloradamente para resolver diferencias científicas y de celo profesional, sumado a
viejas enemistades, le suscitaron un sentimiento de fuerte indignación y significaron
el último impulso que necesitaba. Trató de ubicar a su amigo entre los presentes, pero
al no hallarlo se encaminó al Malbrán. En su laboratorio, a las 2,45 hs. del día 20, se
hizo inocular por el sereno, un estudiante de medicina, una cantidad, probablemente
excesiva, del virus aislado a fin de asegurar su propósito. Previamente, dejó consig-
nado por escrito una terminante prohibición de que se le aplicara cualquier procedi-
miento terapéutico que anulara el proceso. Al recordar esta experiencia señaló: “fue
un acto terrible, no de locura porque fue un acto muy racional, pero de un “tipo”[…]
así como un torero jugando con la muerte.”61
Esto determinó la primera enfermedad experimental humana con el virus ultrafil-
trable aislado por la Comisión Nacional. La misma “configuró una forma moderada-
mente severa, que reprodujo típicamente los cuadros clínico, hematológico y urinario

58 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados... cit, p. 1972. Testimonio oral del Dr. Julio Barrera
Oro.
59 Requisitos para establecer que un determinado microorganismo produce una determinada enferme-
dad. Las condiciones son las siguientes: 1. El microorganismo debe encontrarse en todos los casos
de la enfermedad; 2. El microorganismo debe poder ser aislado y crecer en un medio de cultivo puro;
3.Los microorganismos del cultivo puro, inoculado a un animal sensible, deben reproducir la enfer-
medad; 4. El microorganismo debe ser reconocible y aislable a partir del animal enfermo.
60 Testimonio oral del Dr. Julio Barrera Oro.
61 Testimonio oral del Dr. Julio Barrera Oro.
Graciela Agnese 29

[...] de la virosis hemorrágica del noroeste bonaerense”.62 El Dr. Ernesto Molinelli Wells,
al informar sobre la decisión del científico al Director Interino del Instituto Nacional de
Microbiología, expresó: “es un deber y un honor destacar la nobilísima acción de Julio
Guido Barrera Oro, quien, sin titubear ni detenerse ante la vigencia de claros deberes y
obligaciones personales, no ha vacilado en hacer holocausto de su vida al servicio del
supremo interés de la ciencia”.63
En la segunda quincena de febrero de 1959 la prensa nacional dio a conocer el
experimento convirtiendo a Julio Barrera Oro en una figura pública. El Dr. Bernardo
Houssay, en una emisión de radio El Mundo, destacó al científico expresando que
era “un magnífico ejemplo de amor a la ciencia, de abnegación y espíritu de sacrifico
en bien de la humanidad [...].Reconforta ver cómo un joven científico argentino,
modestamente y sin ostentación nos da un alto ejemplo de abnegación, inspirado
en los más nobles preceptos morales, en el elevado concepto del deber y el honor
de su profesión”.64 El presidente Arturo Frondizi decidió recibirlo en una entrevista
a la que, por decisión del Dr. Pirosky, concurrieron varios miembros del equipo.
Como respuesta a la felicitación del primer mandatario el bacteriólogo contestó “he
cumplido con mi obligación en el sentido de haber sido consecuente a mi modo de
pensar. He hecho lo que creí que debía hacer. En último caso, podría decir que me di
el gusto.”65
Poco después de la publicación científica de la Comisión Nacional, el equipo
de Parodi también informó sobre observaciones realizadas en una persona que vo-
luntariamente se había autoincoulado con el agente aislado por esta comisión.66 La
misma se había negado terminante a que se diera a publicidad su nombre. Se trataba
de Francisco Lomban. Muy enojado con Barrera Oro por no haber cumplido con lo
acordado −inocularse en forma conjunta−, convencido que el agente causal no era un
virus y temeroso de no poder controlar fehacientemente la experiencia del joven bac-
teriólogo, se ofreció como voluntario a la Comisión de la Facultad de Medicina. El
Doctor Daniel Greenway, en una carta abierta publicada en El Día Médico, expresó:
“la persona motivo de nuestra experiencia humana [...] se ha negado terminantemen-
te a dar su nombre a publicidad. Cumplo un deber de conciencia al testimoniarlo,
pues su alto espíritu de abnegación se ennoblece por su decisión de quedar en el

62 PIROSKY, Ignacio et al. Virosis Hemorrágica del... cit, p. 126


63 PIROSKY, Ignacio et al. Virosis Hemorrágica del... cit, p. 193.
64 La Nación, Buenos Aires, 21 de febrero de 1959, p. 4
65 La Prensa, Buenos Aires, 26 de febrero de 1959, p. 6
66 RUGIERO, H. R. et al “Inoculación Voluntaria del virus de la Fiebre Hemorrágica Epidémica”, en El
Día Médico, La Técnica Impresora, Buenos Aires, 2 de marzo de 1959, Nº 9, pp. 218-222.
30 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

anonimato.”67 Francisco Lomban era, según el testimonio del Dr. Barrera Oro, “un
personaje quijotesco.”68
Los equipos, bajo la conducción de Parodi y Pirosky, continuaban con sus pes-
quisas. Sin contar con los recursos técnico-científicos más avanzados, en pocos me-
ses de trabajo, y en los albores de la virología en el ámbito mundial, durante el año
1958 –como hemos narrado− lograron aislar el virus Junín, y observar el curso de la
virosis a través de la inoculación experimental del agente viral por ellos aislado. Am-
bos grupos realizaron, también, estudios sobre la evolución clínica, la patogenia de la
enfermedad y comenzaron a desarrollar modelos experimentales animales en ratón,
cobayo y mono. Además, establecieron los caracteres anatomoclínicos de la virosis,
efectuaron observaciones epidemiológicas del brote epidémico e investigaciones vi-
rológicas. La actividad de la Comisión de la Facultad de Medicina de la Universidad
de Buenos Aires está reflejada en numerosos artículos científicos en El Día Médico,
La Prensa Médica Argentina, y en la Revista de la Sociedad Argentina de Biología.
Por su parte, la Comisión Nacional Ad Hoc publicó un importante volumen, Virosis
Hemorrágica del Noroeste Bonaerense, editado por el Instituto Nacional de Micro-
biología, a principios de 1959, y artículos en Orientación Médica.
El grupo liderado por Armando Parodi se vinculó con los médicos de Junín
nucleados en el Centro de Investigación y Tratamiento de FHA. Estos facultativos
les proporcionaban material de enfermos y fallecidos, los investigadores los conside-
raron parte del equipo, realizando, además publicaciones en conjunto. La terminante
concepción de la distancia existente entre el trabajo médico y del científico de los
integrantes de la Comisión Nacional y las posteriores críticas que estos investigado-
res realizaron al tratamiento con plasma de convaleciente establecieron una relación
distante que derivó en un enfrentamiento con los médicos lugareños.
A partir del aislamiento del agente etiológico, la Comisión Nacional Ad Hoc se
abocó a desarrollar una vacuna con virus específico muerto por formol, empleando
cerebro de ratón. La preparación de una vacuna figuraba como prioridad en el Pro-
grama de trabajo de la citada Comisión para el año 1959.69 La idea, como él mismo
lo testimonió, había sido del propio Pirosky.70 El 20 de julio de 1959 el Ministro de
Salud, Noblía, anunció a los periodistas, como un gran triunfo de la ciencia argen-
tina, la obtención de una vacuna preventiva. Informó que ya se había realizado una
experiencia de campo con más de quinientas personas vacunadas en la zona de la en-
fermedad. Según sus expresiones, las pruebas de laboratorio y experiencias realiza-

67 GREENWAY, Daniel “Carta Abierta”, en El Día Médico, La Técnica Impresora, Buenos Aires, 5 de
marzo de 1959, Nº 10, p. 234.
68 Testimonio oral del Dr. Julio Barrera Oro
69 PIROSKY et al. Virosis Hemorrágica del …, cit., p. 143.
70 La Opinión, Pergamino, 26 de agosto de 1977, entrevista al Dr. Pirosky, p. 21.
Graciela Agnese 31

das en voluntarios humanos eran concluyentes.71 El equipo que la había desarrollado


estaba integrado por los Dres Juan Zuccarini, Ernesto Molinelli Wells, Pedro Martini,
Arturo Di Pietro, Lidia Martos y Matilde D’Empaire. Una publicación científica en
Orientación Médica, la única del equipo referida a la vacuna,72 testimonia los traba-
jos realizados; en las conclusiones afirmaban que “se ha obtenido una vacuna [...] con
un porcentaje de protección en la rata blanca de un 50% sobre 100 dosis mortales”.73
Luego del anuncio, tanto los miembros de la Comisión Provincial como los médicos
de la zona epidémica, manifestaron ignorar el valor de la vacuna y si ésta se estaba
aplicando en el área afectada, pues sólo conocían la información publicada en los
medios periodísticos, testimoniando la falta de coordinación y de intercambio de
información entre los equipos que trabajaban sobre la cuestión.
El proyecto de desarrollo de la vacuna implicó, con autorización del Ministro
Noblía, la realización de un estudio con enfermas del Hospital Neuropsiquiátrico
para Mujeres de Buenos Aires. Esta experiencia habría tenido lugar desde fines de
mayo hasta mediados de julio de 1959. Consistió en seleccionar a mujeres insanas jó-
venes en buenas condiciones de salud física. A un grupo de estas internas se les aplicó
una dosis de vacuna y, luego de un mes, una dosis infectante de virus. De este primer
grupo todas enfermaron. A un segundo grupo se le aplicaron dos dosis de vacuna, con
un mes de intervalo y a los 30 días una dosis infectante; éstas también enfermaron. A
un último grupo se le aplicaron tres dosis de vacuna y una dosis infectante: ninguna
enfermó.74 En agosto, el Dr. Noblía fue interpelado en la Cámara de Diputados, por
los Dres. Rafael Hernández Ramírez y Conrado Storani, de la Unión Cívica Radical
del Pueblo, quienes denunciaron la utilización de enfermas psiquiátricas sin autoriza-
ción de los familiares75, algo que el ministro negó enfáticamente.
Si bien el estudio fue realizado con el firme propósito y convicción de aportar
una fundamental herramienta en la lucha contra la fiebre hemorrágica argentina, se
atentó contra principios éticos básicos y de ética médica vigentes en la época en que
se efectuó. Ya en 1946-1947, después del Juicio de Nüremberg, el tribunal americano
había establecido el Código de Nüremberg para los experimentos con seres huma-
nos. Expresa este código, entre otras cuestiones que: “se requiere el consentimiento
voluntario de la persona involucrada. […], han de evitarse toda clase de sufrimientos

71 La Razón, Buenos Aires, 21 de julio de 1959, p. 9. La Nación, Buenos Aires, 21 de julio de 1959, p.
7. Clarín, Buenos Aires, 21 de julio de 1959, s/f.
72 El Dr. Ignacio Pirosky en su libro 1957-1962 Progreso y Destrucción del Instituto Nacional de Micro-
biología expone los ensayos de preparación de la vacuna y los ensayos de inmunización empleando
ratones, presentando gráficos y tablas de datos; pero esta publicación es de 1986.
73 PIROSKY, Ignacio et al. “Virosis Hemorrágica del Noroeste Bonaerense: la vacuna específica y la
vacunación “ en Apartado de Orientación Médica, Tomo 8, Buenos Aires, 1959, p. 743.
74 Testimonio oral del Dr. Erensto Molinelli Wells a cargo de la ejecución del estudio.
75 Testimonio oral del Dr. Conrado Storani.
32 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

físicos y psíquicos, y no causar daños.”76 Es importante señalar, además, que, cuan-


do los diputados opositores de la UCRP efectuaron la denuncia, ésta tuvo escasa
repercusión en la prensa y ninguna institución o asociación propia de la comunidad
científica realizaron comentarios sobre la cuestión.
La denuncia no incidió en la marcha del proyecto, si bien los pobladores de la
zona epidémica se manifestaron temerosos de vacunarse.77 Conducta diferente a la
sostenida por los peones golondrina quienes, asustados ante la posibilidad de contraer
la enfermedad, solo aceptaron trasladarse a recoger la cosecha en el Noroeste Bonae-
rense en 1959, ante el compromiso asumido por el ministro Noblía de aplicarles la
vacuna.78
Además, en los primeros días de agosto de 1959 comenzaron a conocerse distin-
tos accidentes acaecidos en el proceso de elaboración de la vacuna debido a la mani-
pulación de materiales infectivos. Durante los meses de junio y julio se enfermaron
de Virosis Hemorrágica, recuperándose posteriormente, las Dras. Lidia Martos, Ma-
tilde D’Empaire, Sonia Klin, el Dr. Alberto Pfeiffer y Luis Gutman Frugone.79 El 3
de agosto periódicos nacionales, como La Razón, El Mundo, La Prensa, y La Nación,
informaron que el doctor Pedro Martini también había enfermado.
Martini comenzó a experimentar los primeros síntomas el 20 de julio, pero con-
tinuó trabajando, al acentuarse las molestias acudió a su médico particular, quien,
para fortalecerlo, le prescribió un estracto hepático que se le suministró por vía in-
tramuscular. Una de estas inyecciones derivó en un absceso y finalmente, en una
gangrena gaseosa.80 Paradójicamente, los miembros de la Comisión Nacional Ad
Hoc encargados de la atención de los enfermos, habían prohibido la aplicación de
inyecciones intramusculares al haber observado, reiteradamente, esta derivación. Su
amigo, el Dr. Barrera Oro, fue el encargado de efectuar el diagnóstico. Varias veces
Pedro Martini abrazó a Barrera Oro pidiéndole que no lo dejara morir, pero nada
se podía hacer. Dejó de existir el 17 de agosto con sólo 28 años. El Dr. Barrera Oro
recordó, entre lágrimas:

“poco después de la muerte de Martini me paseaba por la calle Co-


rrientes y hablaba con él y le decía: flaco, no te preocupes que yo te

76 SUTCLIFFE Jenn y DUIN, Nanci Historia de la Medicina, desde la prehistoria hasta el año 2020,
Blum, Barcelona, 1993, p. 143.
77 Testimonio oral de Eder Ober Pagano y Rosa de Finamore, habitantes de O’Higgins en el período
1958-1962.
78 Clarín, Buenos Aires, 27 de julio de 1959, p. 28.
79 La Razón, Buenos Aires, 3 de agosto de 1959, p. 4. El Mundo, Buenos Aires, 4 de agosto de 1959, p. 6.
En su testimonio oral, el Dr. Julio Barrera Oro recordó que Matilde D’Empaire y Lidia Martos habían
contraído la virosis.
80 La Nación, Buenos Aires, 4 de agosto de 1959, pag. 4
Graciela Agnese 33

voy a hacer la vacuna. Para mí eso fue un mandato a lo que no se


renuncia aunque lo corran a piedrazos. Son esas cosas que usted no
puede dejar de hacer: tiene que o morir o hacerla”. Después de trein-
ta y un años, Julio Barrera Oro lograría cumplir con esta promesa.

El 8 de abril de 1960 se inauguró el Primer Centro Nacional de Vacunación contra la


fiebre hemorrágica en el Hospital Regional de Junín. Durante 1961 el operativo de
vacunación continuó. En julio, el Dr. Pirosky invitó a los Dres. Montoya y Vargas,
epidemiólogo y estadígrafo de la Organización Mundial de la Salud, para proyectar
un diseño experimental de vacunación que permitiría su evaluación posterior. Ambos
consultores se trasladaron a Junín donde permanecieron por dos días examinando la
información existente sobre la vacuna. Según lo informado por la Oficina Sanitaria
Panamericana los datos insinuaban la posibilidad de que la vacuna estuviera otorgan-
do cierta protección si bien debían diseñar el estudio que permitiría la corroboración
de estos primeros datos.81 El Dr. Pirosky sostuvo que hasta fines de 1961 se habían
aplicado 70.000 dosis.82 Según una publicación del Círculo Médico de Carlos Casa-
res, donde se habían desarrollado campaña de vacunación, durante el trienio 1959-61,
se aplicaron un total de 50.000 dosis;83 y se habría comprobado que la incidencia de
la enfermedad en las zonas vacunadas era sensiblemente menor que en áreas no va-
cunadas. En una publicación científica la Dra. Norma Metler afirma que la vacuna se
administró a más de 15.000 personas.84
Producido el golpe de estado contra Frondizi, en mayo de 1962, el nuevo Mi-
nistro de Salud, Tiburcio Padilla −presidencia de José María Guido− dispuso la in-
tervención del Instituto Malbrán (abril 1962). Esto significó la destitución de su di-
rector, Dr. Pirosky, la cesantía de numerosos jóvenes investigadores, en lo que fue
un anticipo de la noche de los bastones largos85 y, el desmembramiento del equipo
abocado a investigar sobre fiebre hemorrágica, perdiéndose, además, todos los traba-
jos vinculados con la vacuna. Las experiencias realizadas en el Hospital Neuropsi-

81 El Tiempo, Pergamino, 24 de agosto de 1964: el periódico cita la respuesta de la Oficina Sanitaria Pa-
namericana ante una consulta de la Comisión Nacional Coordinadora para el Estudio y Lucha contra
la FHA, organismo dependiente del estado nacional, p. 5.
82 CORBIÈRE, Emilio “Ignacio Pirosky y el Instituto Malbrán”, en Todo es Historia, Nº 211, Buenos
Aires, 1984, p. 79.
83 El Dr. Ernesto Molinelli, uno de los responsables de esta vacunación, sostuvo, en su testimonio oral,
que fueron muchas las personas vacunadas en Junín y los departamentos vecinos. El director del
Hospital de Chacabuco, Dr. Mario Villanueva, y el jefe de Sala de Virosis, Dr. César Fredi Vaninetti,
informaron sobre muchas personas que había recibido distintas dosis y que, inclusive, los médicos de
la zona habían sido vacunados en MUHLMANN, Miguel “Veinticinco años de...”, cit., p. 219.
84 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina…, cit., p. 31 y 32.
85 R.B. “César Milstein y la destrucción del Instituto Malbrán” en Todo es Historia, Nº 211, Buenos
Aires, noviembre 1984, p. 77 y 80.
34 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

quiátrico fueron esgrimidas para justificar la destitución del Dr Ignacio Pirosky −en
tiempos en que el desarrollo científico-tecnológico no permitía probar de manera
irrefutable el experimento realizado−, ocultando así la verdadera intencionalidad po-
lítica de la medida con el objetivo de desplazar a una destacada figura identificada
con el Frondizismo.

Población e Imaginario
En la década de 1950, el paisaje del Noroeste bonaerense se caracterizaba por grandes
extensiones de campo donde podían observarse las típicas viviendas rurales construi-
das con adobe, pisos y patios de ladrillo o de tierra, tejados de madera o zinc donde
se utilizaba como material aislante el barro con paja, siendo muy poco frecuentes las
construcciones de concreto. A unos metros de la casa, se encontraban la letrina, insta-
lada sobre un pozo negro, una bomba, donde se obtenía el agua potable; y cobertizos
de hojalata, gallinas y pocilgas. Estas casas y campos abiertos estaban separados por
alambrados, cañizos o arbustos que no servían de barrera a los roedores silvestres
algunas de cuyas especies son transmisoras de la enfermedad.86 El panorama se com-
pletaba con pequeños poblados que no contaban con calles pavimentadas, servicio
de agua corriente ni alcantarillado y, las distancias entre las ciudades mayores, con
instalaciones sanitarias más adecuadas, eran bastantes considerables. La región for-
ma parte de la Pampa Húmeda, zona agrícola por excelencia y la más rica del país.87
De los 260 enfermos censados por la Comisión Nacional durante esta epidemia,
223, el 86%, tenían domicilio rural; en cuanto a la actividad laboral, 155 cosechaban
maíz a mano y 241, de un modo u otro, estaban directamente vinculados con el am-
biente rural.88 Estas cifras eran coincidentes con las de la Comisión de la Provincia
de Buenos Aires: de 283 enfermos, el 70% vivían y habían enfermado en el campo y,
de éstos el 53% con tareas exclusivas de juntador de maíz; un 25% vivía en la ciudad
pero sus tareas de desarrollaban en chacras o campos.89 En orden a la morbiletalidad,
la incidencia mayor se verificó en adultos jóvenes, entre 21 a 30 años. El 60% de los
afectados eran los denominados peones golondrina.

La reglamentación de las condiciones de trabajo y el mejoramiento de los ingre-


sos de los trabajadores asalariados rurales permanentes se habían concretado en 1944
con la sanción del estatuto del peón de campo, pero no estaban reglamentadas las
condiciones de trabajo de los sectores asalariados rurales transitorios o de cosechas.

86 Las especies de cricétidos Calomys laucha, Calomys musculinus y Akodon azarae son los huéspedes
naturales del virus Junín.
87 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina…, cit., p. 8.
88 PIROSKY, Ignacio et al. Virosis Hemorrágica del…, cit., p. 18-19.
89 Informe de la Comisión…, cit., p. 43.
Graciela Agnese 35

DISTRIBUCIÓN DE LA MORBILETALIDAD
POR GRUPOS DE EDADES

Nº de Casos
65
60
55
50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
0 - 10 10 - 20 20 - 30 30 - 40 40 - 50Más de
50
Grupos de edades

Morbilidad Mortalidad

Fuente: PIROSKY, Ignacio et al. Virosis Hemorrágica del…, cit., p.17


36 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

En 1958 el periódico de Junín manifestaba que la enfermedad del campo argentino


era su quiebra tecnológica, ofreciendo un pobrísimo aspecto de región marginal, ca-
rente de técnicas y maquinarias y denunciaba el latifundio asentado sobre las tierras
de mayor calidad selectiva. La situación, en opinión del matutino, quedaba clara-
mente reflejada en la frase de un ganadero: “el hombre es la máquina conocida más
barata y rendidora [...], ¿mecanizar?, ¿para qué? Nos resultaría demasiado caro.”90 En
la zona sólo un 30% de la cosecha de maíz se levantaba a máquina, el resto a mano.91
A partir de los estudios que comenzaron a realizarse en la región se pusieron en
evidencia las condiciones antihigiénicas en que vivían los afectados. Los asalariados
que residían de manera permanente en los campos habitaban, como hemos narrado,
en viviendas construidas con adobe, pisos y patios de ladrillo o de tierra, tejados de
madera o zinc donde se utilizaba como material aislante el barro con paja, siendo
muy poco frecuentes las construcciones de concreto. Las casas, generalmente, conta-
ban con uno o dos dormitorios y una habitación continua que servía de cocina y co-
medor; a unos metros, se encontraban la letrina, instalada sobre un pozo negro, y una
bomba, pozo, manantial o cisterna donde se obtenía el agua potable; completando la
unidad, muy cerca de las viviendas, había cobertizos de hojalata, gallinas y pocilgas.
Estas casas y campos abiertos estaban separados por alambrados, cañizos o arbustos
que no servían de barrera a los roedores silvestres92, algunas de cuyas especies son
transmisores de la enfermedad. El panorama se completaba con pequeños poblados.
Estas localidades no contaban con calles pavimentadas, servicio de agua corriente ni
alcantarillado y las distancias entre las ciudades mayores, con instalaciones sanitarias
más adecuadas, eran bastantes considerables.
Estas condiciones se agravaban para el caso de los peones golondrina. Tenían
por vivienda un toldo, choza reducida y precaria de paredes formadas con cañas y
hojas de chala, techada, o no, con chapas de cinc, con piso de tierra, sin puertas ni
ventanas, cuya entrada, a veces, estaba protegida por una arpillera. El conjunto de
estas viviendas se denominaba toldería o campamento. Estos toldos se hallaban dis-
puestos sobre el mismo rastrojo, uno al lado de otro, dónde pululaban toda clase de
insectos, parásitos como pulgas, piojos y ácaros y los roedores silvestres transmisores
del virus Junín93, agente etiológico de la virosis. Por consiguiente, los braceros con-
vivían con estos animales tanto durante las horas de trabajo como en las de descanso;
circunstancias que explican la denominación popular de la fiebre hemorrágica como
Mal de los Rastrojos.

90 La Verdad, Junín, 15 de mayo de 1958, p. 3.


91 PIROSKY, Ignacio et al. Virosis Hemorrágica del…, cit., p. 25.
92 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina..., cit., p. 8.
93 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina..., cit., p. 21. Informe de la Comisión…, cit., p. 13.
Graciela Agnese 37

“Allí en medio de las mayores incomodidades y muchas veces en


lamentable promiscuidad convivían dos o tres meses, sufriendo toda
clase de penurias a causa de tanta precariedad. En medio de estas
largas y penosas temporadas de trabajo y sacrificios en tareas casi
inhumanas, los más perjudicados eran los niños de estas familias, ya
por el hecho de una enfermedad imprevista o por no poder asistir a
las escuelas al no contar con medios de transporte.”94

A la precariedad de la morada se sumaban malas condiciones de alimentación, ves-


timenta, reposo e higiene. Trabajaban muchas horas por día, prácticamente de sol
a sol y cierto porcentaje descansaba en la intemperie, expuestos a las inclemencias
del tiempo. Cuando se desataba algún temporal de lluvias, tan común en esa época
del año, y que solían durar de 10 a 15 días, era frecuente que lloviese más adentro
del toldo que afuera. Realizaban sus tareas habitualmente semidesnudos, protegidos
sus pies por la precariedad de las alpargatas. La mayoría presentaba excoriaciones y
grietas en las manos producidas por el deschale, siendo probables puertas de entrada
para diversas infecciones. El aseo personal era insuficiente, debido a deficientes con-
diciones sanitarias; la alimentación, poco adecuada y por lo general limitada a mate,
puchero y asado.95

“Avanzada la temporada y con las primeras heladas de otoño, se


agudizaba el sacrificio en esta labor. El rocío mojaba los pies, y en
lotes con mucha gramilla también se mojaba la ropa hasta la cintura.
Además de las heridas por el deschale no faltaban las paspaduras
debido a las heladas, los dolores musculares y sobre todo el de cin-
tura, ya que al avanzar la temporada las plantas de maíz comienzan
a volcarse y era necesario inclinar mucho el cuerpo hacia delante
para alcanzar las espigas de las plantas caídas.”96

Estos peones no tenían ningún tipo de cobertura de salud ni seguros de vida y, si bien
en los hospitales se les brindaba atención médica gratuita, ante el fallecimiento, sus
familias quedaban sometidas al más absoluto desamparo. Incluso no podían trasladar
a las víctimas fatales a su lugar de origen y eran los gobiernos municipales los que,
por pedido de los médicos, disponían el enterramiento en el cementerio local. Esta

94 BURATOVICH, Tadeo “La juntada de maíz”, [en línea] Asociación Museos de la provincia de Santa
Fe − Trabajos, Publicaciones y Notas de Asesoramiento.
95 LAVECCHIA, “Informe de Epidemiología del Mal de O’Higgins” en Informe de la Comisión de
Estudio…, cit., pp. 13, 46, 49.
96 LAVECCHIA, “Informe de Epidemiología del Mal de O’Higgins” en Informe de la Comisión…, cit.,
p. 13, 46, 49.
38 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

situación se modificó, aunque relativamente, en 1961, al incluirse a la fiebre hemorrá-


gica entre las enfermedades imputables como accidente de trabajo, a través del pro-
yecto del diputado de Junín Oscar Venini.97 Sin embargo, los latifundistas recurrían a
distintos ardides para evitar su cumplimiento, como asegurar menos hectáreas de las
que tenían para poder argumentar, si se producía una víctima, que esto había ocurrido
en el sector no asegurado o dando la recolección a contratistas insolventes.98
Los científicos abocados a la investigación de la virosis, en una reunión de facul-
tativos de la zona, el 12 de julio de 1958, sostuvieron la importancia de las condicio-
nes en que trabajaban los recolectores, manifestando que el problema desaparecería
cuando se elevaran las condiciones sociales de los mismos. El ministro de Salud del
frondizismo, Héctor Noblía, por su parte, expresó que el gobierno podría encarar
medidas higiénicas de labor como baños, buenas viviendas y el reemplazo de los
brazos por máquinas,99 anuncios que quedaron únicamente en palabras. Así, cinco
años después de la grave epidemia de 1958, muchos recolectores de cosecha de maíz
a mano aún descansaban en chozas de chala y paja y, sus condiciones de trabajo no
se habían modificado.
El brote epidémico que se inició a fines del verano de 1958 en O’Higgins, tomó
de improviso a esta pequeña localidad del Partido de Chacabuco, distante a 240 Km
de la Capital Federal, que contaba con una población aproximada de 3000 habitantes,
distribuidos entre la zona urbana100 y la rural. Al producirse los primeros casos, los
síntomas de la enfermedad llevaron a la creencia de médicos y pobladores que se tra-
taba de gripe. A medida que los casos fueron más frecuentes y, se fue incrementando
el número de los fallecidos −en la mayoría de los casos personas jóvenes, saludables,
todos conocidos por tratarse de un pueblo pequeño−, creció el temor y la preocupa-
ción de la población que comenzó a hablar de la peste101 y a identificar a la dolencia
con una muerte segura.
El temor a contraer la virosis, que contribuyó a la prevención pues los presuntos
pacientes acudían a la consulta médica desde los primeros síntomas, se manifestó
más en las zonas urbanas; mientras las personas más expuestas, los obreros rurales,

97 Agro Nuestro, Federación Agraria Argentina, Rosario, Nº44, año V, julio 1964, p. 15.
98 Testimonio de Oscar Venini en Agro Nuestro, Federación Agraria Argentina, Rosario, Nº 44, año V,
julio 1964, p. 15.
99 La Nación, Buenos Aires, 14 de julio de 1958, p. 3.
100 Censo Nacional de Población 1960, Tomo III, Poder Ejecutivo Nacional − Secretaría de Estado de
Hacienda, Dirección Nacional de Estadísticas y Censos, Buenos Aires, 1960, p. 330.
101 Testimonio oral de Jorge Guillermo Maraggi, oriundo de O’Higgins, contaba con 41 años cuando se
produjo la epidemia de 1958. Testimonio de un distribuidor de leche, vecino de Salto (NE Bonaeren-
se), ciudad afectada por un brote epidémico en 1963, en el que se refiere a la enfermedad como la peste
en La Razón, Buenos Aires, 10 de junio de 1963, p. 5. Agro Nuestro, Federación Agraria Argentina,
Rosario, Nº 44, año V, julio 1964, en el artículo se informa que los pobladores de Rojas llaman a la
virosis La Peste maldita, p. 11.
Graciela Agnese 39

no solían concurrir prestamente al médico debido, fundamentalmente, a dos causas:


una era la creencia generalizada de que se trataba de un malestar pasajero, de natu-
raleza gripal, fácil de curar con remedios caseros; por lo general, pasaban los tres o
cuatro primeros días de la afección en el lugar de trabajo tomando aspirinas y caña102;
la otra, porque la mayoría trabajaban a destajo, circunstancia que los inclinaba a
proseguir la labor hasta agotar su resistencia orgánica antes de acudir a la atención
médica. El descanso, desde el primer momento, evitaba el agravamiento. Por otra
parte, en aquellos campos donde no se habían producido casos, los peones seguían
trabajando como si no hubiera existido el problema.103
En la población epidémica no surgió miedo al contagio. El temor de enfermarse
y la ausencia de miedo al contagio conformaron un imaginario positivo de la fiebre
hemorrágica Argentina, entendiendo como tal a aquél que se manifiesta en conductas
que contribuyen a la prevención, al tratamiento y a la apropiada atención del enfer-
mo. Así, los infectados no fueron aislados; ninguno fue privado de una adecuada
atención, no sólo por los médicos que contaban con datos sobre las pocas probabi-
lidades de un contagio interhumano, sino por enfermeros, asistentes y familiares. A
diferencia de lo que ha ocurrido y ocurre con otras enfermedades, como la condena
al leproso a fines de la Edad Media o el sidoso, en el caso de la fiebre hemorrágica
el no aislamiento del enfermo lo preservó de la posibilidad de generar conductas
de rechazo social, de exclusión de los lugares de trabajo, de desamparo y ausencia
de una adecuada atención lo que conllevaría a los infectados a no hacerse cargo del
problema y, además de dolor y angustia, a sentir vergüenza y culpa.104 En este sentido
también coadyuvaron la no vinculación de la enfermedad con prácticas condenadas
socialmente, como las relacionadas con cuestiones sexuales, el hallazgo, en poco
tiempo, de un tratamiento efectivo y la figura del médico local, sobre la cual ya he-
mos hecho referencia.
La construcción de este imaginario por parte de la población epidémica fue an-
terior a la aparición del tema en los periódicos, tanto La Verdad como La Razón. Es
decir que el imaginario se formuló sin la influencia de estos medios de comunicación,
circunstancia que explica el inexistente miedo al contagio, cuando en las primeras
publicaciones de los diarios se habló de esa posibilidad. Tampoco los artículos contri-
buyeron a fomentar la angustia de la población, por el contrario, reflejaron un estado
de pánico ya instalado en la zona epidémica. No obstante, los mismos artículos ge-
neraron un imaginario negativo en personas foráneas a la zona epidémica, viajantes,

102 ÁLVAREZ AMBROSETTI et al. “Observaciones Clínicas”, en El Día Médico, Nº 10, Buenos Aires,
5 de marzo de 1959, p. 232.
103 Testimonio oral de Jorge Maraggi, Juan Bautista Ceci, Eber Pagano y Rosa de Finamore, habitantes
de O’Higgins en 1958.
104 DÍAZ, Esther −editora− La ciencia y el imaginario social, Biblos, Buenos Aires, 1996, p. 244.
40 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

pasajeros de trenes y ómnibus, quienes sí expresaron miedo al contagio negándose a


bajar en la estación de O’Higgins, a consumir agua y alimentos del lugar y a visitar
el pueblo, conductas que, sin embargo, fueron circunstanciales y no se sostuvieron
en el tiempo.
En cuanto a acciones colectivas por parte de la población, los habitantes de
O’Higgins, en 1958, organizaron una comisión ad hoc de vecinos, profesionales,
comerciantes y chacareros, para reclamar al Delegado Municipal −el farmacéutico
Juan Bautista Ceci−, medidas de profilaxis como el establecimiento de un cordón
sanitario y el rociado de la zona con formol y DDT105, en una conducta reiterada ante
las epidemias ya que desde fines del siglo XIX, sanear la ciudad era una forma de
garantizar la inmunidad.106
En los años inmediatos a la primera gran epidemia de 1958 (1959/62) el temor a
la virosis se hizo más intenso en la zona rural. El miedo fue muy grande en los peones
golondrina, muchos de los cuales rehusaban a trasladarse hacia la región,107 atemo-
rizados por los relatos de quienes ya habían estado trabajando en la zona, por lo que
la enfermedad comenzó a tener proyecciones sociales y económicas ya que a medida
que crecía la preocupación se incrementaba la poca disposición de los trabajadores
rurales de trasladarse de sus lugares de origen para realizar la tarea de recolección de
la cosecha de maíz.108 Desde 1961, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA) comenzó estudiar esta cuestión, debido a los reiterados pedidos de las So-
ciedades Rurales de varios partidos a la provincia de Buenos Aires ante la amenaza
constante de una escasez creciente de recolectores de maíz.
En el imaginario popular como en el ámbito científico la enfermedad recibió dis-
tintas denominaciones. Los lugareños de Nueve de Julio y sus alrededores, en 1943,
la denominaron la fiebre y, en 1958, los atemorizados habitantes de O’Higgins habla-
ron de la peste109 y de la locura del caballo, confundiéndola con la encefalomielitis
equina.110 La Razón anunció su existencia nominándola como Mal de O’Higgins.
La elevada incidencia de la fiebre hemorrágica entre los recolectores de maíz y la
divulgación de que las lauchas, si bien se trata sólo de algunas especies, eran los
reservorios, estableció su denominación como Fiebre del Rastrojo o Mal de los

105 La Razón, Buenos Aires, 5 y 6 de Junio, pp. 5, 7.


106 LOBATO, Mirta −editora− Política, médicos y enfermedades…, cit., p. 12.
107 La Razón, Buenos Aires, 10, 15 y 22 de junio de 1963, p. 5.
108 La Razón, Buenos Aires, 10 de junio de 1963, p. 5. Testimonio del Dr. Héctor Bolacell, Jefe del Centro
de Virosis de Salto, en La Razón, Buenos Aires, 14 de junio de 1963, p. 5 Testimonio de Domingo
Herrera, capataz de una estancia en la zona de Salto, en La Razón, Buenos Aires, 15 de junio de 1963,
p. 5. Testimonio de José Cikota, dirigente de Federación Agraria Argentina, miembro de la Comisión
Ad Hoc de Salto para asistir a las víctimas de FHA, en La Razón, Buenos Aires, 18 de junio de 1963,
p. 6.
109 Testimonio oral de Jorge Maraggi.
110 La Razón, Buenos Aires, 5 de junio de 1958, p. 7.
Graciela Agnese 41

Rastrojos 111, ámbito en el que se encontraban los nidos de estos animales y donde
había más posibilidades de contraer la afección. Este ha sido el nombre popular más
difundido de la virosis.
Los médicos locales la catalogaron como hipertermia nefrotóxica, leucopéni-
ca y enantemática [Arribálzaga 1955], gripe italiana o gripón [en Bragado], Fiebre
Maligna o gripe maligna epidémica o Enfermedad del Sello [en Alberti], debido a
que los síntomas de un paciente se parecían a los que ofrecía otro enfermo como
las impresiones obtenidas con un sello, y leptospirosis gripo-tifosa [Duva-1956].112
La Comisión Nacional, en 1959, la denominó “virosis hemorrágica del noroeste bo-
naerense”. El grupo Parodi la designó como “fiebre hemorrágica epidémica de la
Provincia de Buenos Aires” y la Comisión de la Provincia de Buenos Aires “fiebre
hemorrágica epidémica del noroeste de la Provincia de Buenos Aires”. El Dr. Hum-
berto Rugiero aludiendo a los síntomas característicos como la fiebre y una tendencia
a las hemorragias y a que se localiza únicamente en nuestro país113 la denominó fiebre
hemorrágica argentina.

Una nueva etapa


A pesar de la disgregación de la Comisión Nacional ad hoc algunos investigadores
del Instituto Malbrán continuaban con sus pesquisas sobre la FHA, entre éstos el Dr.
Julio Barrera Oro. También proseguían con sus investigaciones la Comisión de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires liderada por el Dr. Parodi,
la Comisión dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires
presidida por Ismael Martínez Pintos y el equipo del Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria, a través del Instituto de Zoonosis a cargo del Dr. Victorio C.E. Cedro.
En el período 1955-1962 la enfermedad fue considerada endémica sólo en la
provincia de Buenos Aires, abarcando un área de aproximadamente 20.000 km², con
una población de 250.000 habitantes. En 1963 se identificó una nueva zona endémica
en la provincia de Córdoba;114 observaciones clínicas en el Sudeste de la provincia in-
dicaron que existiría una dolencia similar o igual. Inducido por estas observaciones,
el Ministerio de Salud Provincial, resolvió encomendar estudios, a fin de determinar
la existencia de actividad de virus Junín, al Instituto de Virología de la Universidad
Nacional de Córdoba dirigido por el Dr. José María Vanella quien, junto a los Dres

111 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina…, cit., p. 11.


112 RUGGIERO, Héctor et al. Fiebre Hemorrágica Argentina.., p. 1. PIROSKY, Ignacio et al., Virosis
Hemorrágica del…, cit., p. 9.
113 En otras partes del mundo se habían reconocido otras fiebres hemorrágicas muy parecidas clínica-
mente pero con otros agentes etiológicos por lo que en la denominación internacional, en todos los
casos, a estas dos características clínicas (fiebre y hemorragias) acompaña el nombre del país donde
se produce, así por ejemplo Fiebre Hemorrágica de Corea o Fiebre Hemorrágica Boliviana.
114 METLER, Norma Fiebre Hemorrágica Argentina …, cit., p. 42.
42 Historia de la fiebre hemorrágica argentina

Lola. González, A. Márquez y S. Paglini, concluyó que: “en base a observaciones


clínicas, epidemiológicas y pruebas de laboratorio, se pone en evidencia la actividad
del virus Junín en el Sudeste de la provincia de Córdoba.”115 En 1964 el área epidémi-
ca se extendió manifestándose en forma muy importante en el partido de Pergamino
(provincia de Buenos Aires), determinando que el Instituto Nacional de Microbiolo-
gía centralizara sus estudios en ese partido.
El desmembramiento del equipo de investigadores liderado por el Dr. Pirosky, la
aparición en 1963 de la enfermedad en el sur de la provincia de Córdoba, la extensión
en 1964 del área endemoepidémica en la provincia de Buenos Aires con una impor-
tante manifestación en Pergamino donde surgiría un importante centro de investiga-
ción y, la creación, en 1964, durante la administración Illia, de la Comisión Nacional
Coordinadora para el Estudio y Lucha contra la Fiebre Hemorrágica Argentina,116
cuyo objetivo sería coordinar los distintos trabajos de investigación, señalan el inicio
de una nueva etapa en la historia de esta enfermedad.

115 VANELLA, José María et al., “Evidencia de laboratorio de actividad del virus Junín en el sudeste de
Córdoba: hipótesis sobre su epidemiología”, en El Día Médico, La Técnica Impresora, Buenos Aires,
9 de abril de 1964, p. 291.
116 Decreto 4299/1964 del Poder Ejecutivo Nacional.

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