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Alba Nájera, Stefanía Giovanna; Abogada de UNLP, adscripta en Cátedra I Derecho Penal
I UNLP y Prácticas Penales UNLP.
Resumen: El presente trabajo hará el intento por abordar el impacto futuro que tendrá la
aplicación de la recientemente reformada, en julio de 2017, ley de ejecución penal nacional
24660, en particular centrando el análisis en el nuevo artículo 56 bis que se incorpora
restringiendo de alguna manera al propio sistema progresivo que supuestamente la nueva
reforma de ley sostiene y enfatiza.
El análisis en principio será comparativo sin dejar por eso de ser crítico, evaluando de qué
manera se puede considerar que impactará en la privación de la libertad, es decir, en
relación al encarcelamiento de las personas, y como deberían dejarse de lado ciertas
restricciones para lograr lo que supone ser el objetivo de toda ejecución penal; la
reinserción del sujeto en la sociedad mediante la obtención de la libertad.
Claramente existe una reforma que parecería por momentos ser más progresista pero
esconde un sesgo mucho más punitivita y limitativo de los llamados “beneficios” que en
realidad no son más que derechos que le asisten a las personas alojadas en las cárceles. De
perogrullo cabe mencionar o intentar aproximarnos a la realidad carcelaria cómo para tener
que proclamar un régimen más permeable que permita distender el fenómeno denominado
como súper poblamiento carcelario, que conlleva a problemáticas tales como hacinamiento,
la falta de condiciones mínimas para la vida, entre otros muchos otros factores.
No se adelantarán conclusiones sin antes atravesar el cuerpo del trabajo; lo que brindará
llegado el momento las herramientas para proceder a realizar valoraciones críticas que
puedan llevar a un punto de vista desafiante a la hora de ejercer también el ejercicio
profesional de la abogacía, así como también su estudio y enseñanza.
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Palabras claves: 24660 – 27375 – ejecución penal – pena - sistema progresivo – artículo 56
bis –
“Las cárceles serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidas
en ellas…”. Esa es la manda constitucional establecida en el artículo 18 de nuestra Carta
Magna. Lejos estamos del texto de la ley. Cualquier sujeto que se asome simplemente al
estudio del sistema carcelario podrá advertir sus contradicciones.
Asimismo, la ley 24660 como su estelar reforma, en su artículo primero, nos narra: “La
ejecución de la pena privativa de la libertad, en todas sus modalidades, tiene por finalidad
lograr que el condenado adquiera la capacidad de respetar y comprender la ley, así como
también la gravedad de sus actos y de la sanción impuesta, procurando su adecuada
reinserción social, promoviendo la comprensión y el apoyo de la sociedad, que será parte
de la rehabilitación mediante el control directo e indirecto…”. Nótese que este artículo no
ha sido modificado por la ley 27375; solamente se le ha agregado el pedido de comprensión
de la ley, la gravedad de sus actos y la sanción impuesta.
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Podemos identificar que tanto en los tratados internacionales como en la propia legislación
local se advierte la adopción de las teorías “re” de la pena. Las mismas corresponden a una
teoría de prevención especial; la pena entonces obra sobre el propio condenado teniendo un
efecto disuasivo para la persona en particular. Supone entonces que no habría reincidencia,
que una vez cumplido el monto de la pena la persona internalizó su error y ya no volverá a
cometerlo.
Los datos de la realidad poco tienen que ver con esta teoría. Es sabido que las prisiones
funcionan como reproductoras del delito y en la mayoría de los casos, auspician ellas
mismas la comisión de nuevos delitos.
El diputado Pietri , principal impulsor e ideólogo del proyecto de ley, hizo referencia a las
Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos , denominadas
comúnmente como “Reglas Mandela” por la cual, deteniéndonos en la regla 4, se establece:
“ Los objetivos de las penas y medidas privativas de la libertad son principalmente
proteger a la sociedad contra el delito y reducir la reincidencia. Esos objetivos solo
pueden alcanzarse si se aprovecha el período de privación de la libertad para lograr, en lo
posible, la reinserción de los ex reclusos en la sociedad tras su puesta en libertad, de modo
que puedan vivir conforme a la ley y mantenerse con el producto de su trabajo”
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¿Qué significa que un sistema sea progresivo? Pues bien, lo que nos quiere señalar es que
se trata de un engranaje que tiene como primordial meta alcanzar lo antes posible la libertad
del penado. Por supuesto que estamos hablando de una libertad que no es plena sino que
está condicionada, vigilada, donde se tienen que cumplir ciertos requisitos. Justamente la
nueva reforma a la ley de ejecución no solo que agudiza la exigencia de requisitos sino que
además, como desarrollaremos más adelante, agrega el artículo 56 bis por el cual se excluye
totalmente el acceso a un régimen progresivo a una nómina no acotada de delitos. Nuestro
país tiene una tradición normativa arraigada en receptar este tipo de régimen, considerando
su nacimiento a nivel local con la Ley 11.833 del año 1933.
Creo que para esta altura del viaje propuesto somos capaces de ahora si advertir sin tanto
cuidado la gravedad y contradicción de la propuesta. Estamos de acuerdo en que la idea es
el régimen progresivo, y que, además el fin es una supuesta resocialización. Ahora bien ,
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la adaptación del régimen teniendo que darse debiendo cumplir íntegramente con la pena en
la cárcel se transforma en una contradicción en si misma. Como dijimos, pero no viene mal
volver a mencionarlo, la idea de este tipo de sistema que la ley dice en tantas oportunidades
adoptar está basado en la libertad a toda costa, si queremos llamarlo de alguna manera más
vulgar.
En esta idea de un sistema progresivo, nos encontramos con que el prisionalizado luego del
periodo de prueba podrá acceder a alguno de los beneficios como puede ser las salidas
transitorias, la libertad condicional o misma la libertad asistida. Lo único que podría
objetarle a este periodo de prueba es no entender, y no estar detallado en la ley tampoco, a
que se refiere puntualmente con la idea de pronóstico criminológico.
En cuanto a la conducta del interno, es el instituto de la libertad asistida, entiendo tal como
el egreso anticipado y reintegro al medio libre tres meses antes del agotamiento de la pena
temporal, establecido esto por la ley 24660 en su artículo 54 y sorpresivamente modificado
por la nueva normativa por el famoso artículo incorporado 56 bis del cual nos ocuparemos
más adelante, el instituto más indefinido en cuanto a por ejemplo la conducta que se
requiere del privado de la libertad. El articulado reza en ambas leyes la exigencia de que el
condenado “posea el grado máximo de conducta susceptible de ser alcanzado según el
tiempo de internación” lo cual nos vuelve a dar una solución indefinida; no sabemos de
modo alguno cuál es el grado máximo de conducta susceptible de ser alcanzado, a más de
entender que es algo sumamente variable y arbitrario según quien lo esté evaluando.
Nos hallamos ante una problemática existente aún antes de la reforma de la ley de
ejecución penal, y no resuelta por esta tampoco.
Los artículos 228 y 229 disponen; “ La nación procederá a readecuar la legislación y las
reglamentaciones penitenciarias existentes dentro de un año a partir de entrada en
vigencia de la presente ley, a efectos de concordarlas con sus disposiciones”
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“De igual forma, se invita a las provincias y a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a readecuar
su legislación y reglamentación penitenciarias”
Es decir, que si nos atenemos a los artículos transcriptos las legislaciones sobre materia de
ejecución penal resultarían inconstitucionales. La idea de una unidad de régimen
penitenciario en todo el país no es nueva; se remonta más bien a 1922, cuando Rodolfo
Moreno presenta el “Proyecto sobre Sistema Carcelario para la aplicación uniforme del
régimen de la penalidad en toda la República”, que tampoco logró ser ley.
Existe una doctrina que plantea la idea de que la ley de ejecución nacional funcione como
un estándar mínimo que pueda ser superado por las provincias.
En verdad consideramos que si existe un código penal nacional, donde se establecen los
montos de penas para cada tipo de delito, deberíamos respetar también que exista una sola
manera de cumplimentar dichas penas; es decir, contar sólo con una ley de ejecución penal
nacional, principalmente en resguardo del principio de igualdad. Lógicamente mientras en
la realidad no se de dicho panorama, debemos velar por la aplicación del mejor derecho
para la persona, lo que significa poner en praxis el principio pro homine, proveyendo a la
persona privada de la libertad las mayores garantías posibles.
Participación de la víctima.
¿Hasta qué punto resulta favorable a los fines de la ley la participación activa de la víctima
en el momento de ejecución de la pena?
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Considero que nos resulta un tanto extraño comenzar a incorporar un nuevo sujeto en el
complejo andamiaje penal ya que el Estado es quién se ha apropiado de la víctima, y quién
en definitiva debe prestarle su atención.
Otro de los puntos medulares de la reforma; el artículo 56 bis. Dicho artículo básicamente
incorpora más supuestos delictivos por los cuales los condenados por los delitos graves que
allí se detallan no podrán acceder a la libertad condicional. Debemos entender al instituto
de la libertad condicional como la contracara por excelencia de lo que dimos a llamar
sistema progresivo, siendo la misma una alternativa a la privación de la libertad. La libertad
condicional está contemplada en el artículo 13 de nuestro Código Penal en el cual se
establecen determinadas condiciones para su otorgamiento. Básicamente podemos
transcribir los once tipos legales que impiden el otorgamiento de los beneficios
comprendidos en el periodo de prueba a los condenados:
5) Delitos previstos en los arts. 165 y 166, inciso 2, segundo párrafo del C.P.
11) Delitos previstos en los Arts. 865, 866 y 867 del Código Aduanero.
No me detendré en exponer sobre cada inciso dando por hecho el conocimiento mismo de
la normativa jurídica. Es de destacar el hecho de que si los supuestos fines de la ley de
ejecución penal es la resocialización, no se evidencia con los actos de ampliación de tipos
legales para limitar ciertos beneficios. Más bien estas decisiones legislativas responden a
quizás a la frase “que se pudran todos en la cárcel” o en el falso imaginario social de que
quienes son prisionalizados “entran por una puerta y salen por la otra”. Claramente estas
expresiones construidas al margen de datos empíricos no deberían tener influencia alguna al
momento de pensar siquiera una posible reforma a una ley tan importante como la que se
está estudiando.
Conclusión
En primer lugar, como primera y rápida aproximación a lo que significa esta reforma
podemos decir que faltará aún mucho tiempo para ver sus resultados en la práctica; pero en
lo estrictamente teórico entendemos que existe un claro retroceso en cuanto a lo que la ley
de ejecución penal dice tener como objetivo; que es en definitiva la reinserción de la
persona privada de la libertad a la sociedad. Entendemos que ni con la ley actual ni con la
anterior este objetivo se cumple en la realidad pero eso nos llevaría al replanteamiento de
los fines de la pena en general, lo cual no es motivo de análisis en este trabajo. De momento
podemos concluir que la reforma a la ley 24660 es en definitiva el reflejo de una política
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criminal de turno que lo que tiene en miras es mayor mano dura, mayor encarcelamiento y
menores beneficios para los privados de la libertad.