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a) Inclusión social en educación

Proponer metas con plazos y estrategias para alcanzarlas supone restablecer la validez de los principios básicos de la
planificación del desarrollo social, el cual tuvo una significativa vigencia en la segunda mitad del siglo pasado. En un
mundo cambiante e incierto, con fuerte reconocimiento a la diversidad y a la autonomía de los actores sociales, no
existe lugar para las estrategias tradicionales de la planificación centralizada. Sin embargo, las consecuencias de la
aplicación de estrategias fundamentalistas de mercado, así como los ideales de justicia social, exigen un papel
protagónico del Estado y el consenso de todos los actores sociales en el logro de metas comunes. No se trata, en
consecuencia, de volver a la planificación centralizada y lineal del siglo pasado. Nadie puede prever, por ejemplo, los
puestos de trabajo que serán creados en las próximas décadas ni tampoco es posible regular desde el Estado el
comportamiento de la demanda social. Pero tampoco nadie podría negar que las políticas educativas son políticas de
largo plazo que no pueden quedar libradas ni a los gobiernos ni al mercado. Los gobiernos tienen plazos que no se
corresponden con los que exigen las estrategias educativas, y el mercado no tiene perspectivas de largo plazo porque
su lógica se basa en los beneficios “aquí y ahora”. Desde este punto de vista, es necesario que el Estado asuma el
papel de actor clave en el diseño de las políticas necesarias para el desarrollo a largo plazo de los pilares de una
sociedad más justa. Esas políticas exigen discusiones y consensos sociales para que sean ejecutadas por encima de los
plazos gubernamentales. En este sentido, son auspiciosos los ejercicios recientes de definir planes decenales de
educación, tanto a nivel nacional como regional. Esta metodología recupera lo esencial del pensamiento planificador
y supera sus limitaciones. Las metas son elaboradas a través de discusiones donde se articula el conocimiento técnico
con la participación social; el tiempo para el logro de dichas metas supera el corto plazo gubernamental y del
mercado, pero también permite superar el carácter angelical de las propuestas sin límites que tienen los proyectos
utópicos; dado su carácter de “plan”, el instrumento está dotado de mecanismos de evaluación y de información que
permiten el monitoreo de la marcha de las metas y el control público de su ejecución y, por último pero no menos
importante, dejan un margen importante de autonomía sobre la definición de los procesos mediante los cuales se
pueden lograr las metas previstas. Volver a la planificación, desde esta perspectiva, supone introducir racionalidad
técnica en las decisiones políticas y compromiso político en los enfoques técnicos. Pero además de los planes
decenales, es preciso reconocer que existen situaciones que reclaman políticas urgentes y de emergencia. Esas
situaciones tienen orígenes y desarrollos donde se acumularon y reforzaron situaciones de desigualdad que se
trasmitieron de generación en generación, que se trasladaron desde ciertos ámbitos hacia otros y se convirtieron en
desventajas y carencias reales que obstaculizan fuertemente el desarrollo y el crecimiento económico. Se trata de
contextos en los cuales los habitantes viven en ámbitos de baja densidad poblacional, con población adulta analfabeta
o con muy pocos años de escolaridad, en viviendas precarias, sin acceso a teléfonos y medios de comunicación ni a
servicios básicos de agua potable, electricidad, cloacas, saneamiento, pavimento o gas. La mayor parte de estas
localidades tiene una estructura de muy baja densidad tecnológica y limitada presencia institucional. En esos
contextos, las mejoras o los planes nacionales suelen tener bajo impacto. Los planes decenales, en consecuencia,
deberían ser acompañados por planes de emergencia para la resolución de problemáticas de particular gravedad en
una región o territorio y que, por sus características, requieren de una intervención extraordinaria en materia de
asistencia técnica y recursos financieros. La necesidad de estos planes de emergencia se justifica plenamente porque
en esos contextos se vulneran derechos humanos y constitucionales básicos y la magnitud de la brecha estructural
exige un enfoque multidimensional, con asignación de una importante cantidad de recursos financieros y humanos.
En nuestro país la inclusión social fue un tema tratado especialmente por los gobiernos de origen peronista, (no
analizaremos debates políticos) ya que la bandera de la justicia social era la que flameaba con mas efervescencia.
Podríamos discutir horas si sirven o no, pero lo que no podemos dejar de ver son los resultados, miles de jóvenes se
acercan a un aula (ya sea hogar, sede o taller) y desde allí recibe conocimientos básicos que lo acercan a un sistema
educativo del que estaban relegados o excluidos, muchas veces esta proximidad los lleva a continuar su
escolarización, ya sea en profesorados, o universidades, esto nos habla de un sistema inclusor, en el que esos jóvenes
o adultos pueden desarrollarse y a su vez crecer ya no solo a nivel educativo sino laboral, pues al poder tener mejor
escolaridad, las oportunidades crecen, no hablamos solo de oportunidades intelectuales sino las que ofrece la mano de
obra calificada, y a esto es lo que nos referimos como sistema incluso, y es el que da la conocida por mucho como la
escuela de artes y oficios.
Sin duda nuestro deber como docentes es poder lograr ser un puente o nexo entre ese estudiante y esa realidad a la
que puede llegar, solo a través de la educación.
b) Inclusión en chicos especiales

Uno de los fines y objetivos de la política educativa nacional es “Brindar a las personas con discapacidades,
temporales o permanentes, una propuesta pedagógica que les permita el máximo desarrollo de sus posibilidades, la
integración y el pleno ejercicio de sus derechos”. La definición de la Educación Especial como Modalidad, implica
brindar a los/as alumnos/as con discapacidad, más allá del tipo de escuela al que asistan, una clara pertenencia a los
Niveles del Sistema, superando de esta forma consideraciones anteriores que aludían a subsistemas
Segmentados. La extensión de la obligatoriedad y el reconocimiento de las personas con discapacidad como sujetos
de derecho, ponen en el centro de las preocupaciones la necesidad de definir políticas específicas que garanticen su
educación y sus trayectorias escolares completas, expresado específicamente en el Capítulo VIII Educación Especial
de la Ley de Educación Nacional: “La Educación Especial es la modalidad del Sistema Educativo destinada a
asegurar el derecho a la educación de las personas con discapacidades, temporales o permanentes, en todos los
niveles y modalidades del Sistema. La Educación Especial se rige por el principio de inclusión educativa, de acuerdo
con el inciso n) del artículo 11 de la ley de Educación Especial que brinda atención educativa en todas aquellas
problemáticas específicas que no puedan ser abordadas por la educación común. El Ministerio de Educación, Ciencia
y Tecnología, en acuerdo con el Consejo Federal de Educación garantizará la integración de los/as alumnos/as con
discapacidades temporales o permanentes en todos los niveles y modalidades según las posibilidades de cada
persona”.
La inclusión se presenta en la Ley de Educación Nacional como un concepto político cuya centralidad instala un
enfoque filosófico, social, económico y especialmente pedagógico para:
• la aceptación y la valoración de las diferencias en una escuela que es de todos/as, para
Todos/as y para cada uno/a;
• la definición de políticas que protejan el interés superior de los/as niños/as y adolescentes;
• el desarrollo del sentido de comunidad, solidaridad y pertenencia plural;
• la promoción de las alfabetizaciones múltiples;
• el aprendizaje constructivo y la valoración de las capacidades de todos/as los/as estudiantes;
• una cultura educativa en la cual todos/as se sientan partícipes.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) define la inclusión
como “una estrategia dinámica para responder en forma proactiva a la diversidad de los/as estudiantes y concebir las
diferencias individuales no como problema sino como oportunidades para enriquecer el aprendizaje”.
La inclusión consiste en transformar los sistemas educativos y otros entornos de aprendizaje para responder a las
diferentes necesidades de los/as alumnos/as. Ello implica que hay tiempos distintos, estrategias diferentes y recursos
diversos para el aprendizaje de todos/as los alumnos/as. En este marco, las necesidades de los/as alumnos/as son
vistas como necesidades de la institución y las diferencias están dadas por los estilos, ritmos y/o motivaciones para el
aprendizaje.
Garantizar el derecho a la educación de todas las personas con discapacidad exige que todos los/as alumnos/as con
discapacidad estén en aquella escuela que los beneficie en mayor medida, tomando como referencia el currículum
común y elaborando, en base a este, estrategias diversificadas que contemplen la complejidad o especificidad de la
problemática de los/as estudiantes, de manera de implementar las configuraciones de apoyo que se requieran.
Inclusión e integración deben vincularse y repensarse en las prácticas. La inclusión es un principio que contribuye a
mejorar las condiciones de los entornos para acoger a todos/as. La integración escolar, por su parte, es una estrategia
educativa que tiende a la inclusión de los/as alumnos/as con discapacidad, siempre que sea posible, en la escuela de
educación común, con las configuraciones de apoyo necesarias. En aquellos casos en que la complejidad de la
problemática de los/as alumnos/as con discapacidad requiera que su trayectoria escolar se desarrolle en el ámbito de
la escuela especial, se diversificará el currículum para acceder a los contenidos escolares, con los apoyos personales y
las configuraciones de apoyo necesarias.
“El debate sobre la educación inclusiva y la integración no se refiere a una dicotomía entre políticas y modelos de
integración e inclusión –como si se pudiera integrar sin incluir o incluir sin integrar-, sino más bien a determinar en
qué medida se está avanzando en el entendimiento de que toda escuela tiene la responsabilidad moral de incluir a
todos y cada uno. En los últimos quince años aproximadamente, el concepto de educación inclusiva ha evolucionado
hacia la idea de que todos los niños y jóvenes, no obstante las diversidades culturales, sociales y de aprendizaje,
deberían tener oportunidades de aprendizaje equivalentes en todos los tipos de escuelas”

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