Estrella pop de la filosofía occidental, el esloveno Slavoj Žižek lanza
dardos recargados en sus libros La nueva lucha de clases y La permanencia en lo negativo. En esta entrevista exclusiva, evoca la elección presidencial estadounidense, el nihilismo del Estado Islámico, la debacle actual de Europa y el rol del proletariado en el siglo XXI, entre otros temas calientes del pensamiento y la política contemporáneos. Por Mathieu Dejean, Jean-Marie Durand y Anne Laffeter / Foto Juan Pablo Martínez. Gentileza editorial Godot Slavoj Žižek, filósofo esloveno tan prolífico como iconoclasta, traducido en todo el mundo, acaba de publicar un ensayo panfletario que llama a “romper los tabúes de la izquierda” para crear las condiciones para una solidaridad mundial. Cercano al filósofo francés Alain Badiou, junto con quien defiende que “la idea del comunismo” es una urgencia práctica, Žižek estudió a Hegel y a Marx a la luz del psicoanálisis, pero también se formó en las digresiones filosóficas del campo del cine. El pensamiento nada fácil de simplificar de esta estrella pop de la filosofía está sujeto a variadas controversias. Y él se divierte con eso. Al finalizar esta entrevista en la que hablamos de todo, el demoledor militante de lo políticamente correcto asume todas sus provocaciones con la gran sonrisa del que está satisfecho y nos dice: “Estoy acostumbrado a generar polémica”. ENTREVISTA> Paradójicamente, sos al mismo tiempo una estrella de la filosofía pop y el objeto de críticas virulentas. ¿Cómo podés explicarlo? (Risas) Es por razones políticas. Para The Guardian soy demasiado de izquierda, y para la London Review of Books (gestionada por trotskistas) estoy demasiado cerca de Alain Badiou. Es increíble lo feroz que sigue siendo esta batalla en ese pequeño círculo ridículo de la izquierda radical. En el fondo, no me importa demasiado, pero eso demuestra que existe una nueva ola de izquierda moralizadora. En Europa, hoy en día, es difícil decir que somos solidarios con los refugiados pero que al mismo tiempo consideramos que la apertura de las fronteras es imposible porque produciría una revuelta populista. Enseguida te tratan de islamofóbico y de racista. La izquierda moralizadora es como el espejo de los anti-inmigrantes populistas. ¿Qué es la “nueva lucha de clases” a la que te referís en tu libro? Cuando digo “lucha de clases” no hago alusión a la vieja noción de antagonismo entre proletarios y burgueses. En el libro, me refiero de forma paradójica a una clase de derecha, Peter Sloterdijk, que propuso una metáfora de la globalización y de su inevitable carácter exclusivo. Él la compara con una “burbuja”, un mundo interior cuyos límites invisibles son casi infranqueables desde el exterior. Por un lado están los “ganadores” de la globalización, y por el otro, los perdedores, que son tres veces más numerosos que los primeros. Además, la noción de proletariado debe ser redefinida. Ser un proletario en el sentido marxista clásico –un obrero que debe vender su fuerza de trabajo para vivir– es casi un privilegio hoy: hay pobres, estudiantes sin empleo, mil millones de personas que viven en villas miserias, etc. En este contexto, ¿qué significa hoy la noción de explotación? Hay que volver a fundar completamente la teoría marxista tradicional. Sí, el Muro de Berlín cayó, pero hay una nueva frontera entre aquellos que se benefician con la globalización y aquellos que no.
“Creo, como Badiou, que el fundamentalismo
islámico solo se explica como una fase del capitalismo mundial.”
Escribiste que “la tarea es construir puentes entre ‘nuestra’
clase obrera y la ‘suya’, invitarlos a unirse a la lucha por la solidaridad. Sin esa unidad, la lucha de clases propiamente dicha queda reducida a un choque de civilizaciones”. Sí. La tesis de algunos izquierdistas europeos que me detestan consiste en decir que los millones de inmigrantes son los únicos proletarios verdaderos hoy en día, y que solo ellos pueden producir la revolución en Europa. Me impresiona. Como si para seguir siendo marxista, la única solución fuera importar la clase obrera de otros países. Cuando Marx habla de “proletariado” como potencial sujeto del movimiento de emancipación revolucionario, habla del proletariado de las grandes industrias, civilizado, educado, disciplinado. No creo que los inmigrantes que llegan ahora a Europa sean el motor de la emancipación mundial. Para que Europa se salve, tendría que adoptar otro comportamiento respecto de los refugiados, ¿pero cuál? Para vos, abrir ampliamente las puertas de Europa sería un error, así como también lo sería levantar el puente levadizo y no dejarlos entrar (tal como quieren los populistas hostiles a los inmigrantes). ¿Qué se puede hacer entonces? Es la desgracia de Europa. A menudo cito esta bella frase de Walter Benjamin: “Detrás de cada fascismo, hay una revolución fallida”. A diferencia de la izquierda bienpensante, que acusa de protofascismo a cualquiera que quiere proteger su modo específico de vida, creo que hay que romper ese tabú. Es posible responder a las inquietudes de la gente ordinaria que teme por la persistencia de su modo de vida, particularmente desde el punto de vista de la izquierda: ¡es lo que hace Bernie Sanders en los Estados Unidos! ¿Pero cómo puede darse en el marco del capitalismo mundial? Nuestro modo de vida no está amenazado por la afluencia de los refugiados sino justamente por la dinámica del capitalismo mundial. Sanders logró transmitir ese mensaje. En Europa, hay un malestar bastante misterioso que no logró transformarse en un programa político claro. El ritmo normal de una revolución es pasar por tres etapas: enojo, rebelión y triunfo de una nueva sociedad. En una época teníamos un programa para instaurar otro poder. En los años sesenta, se quedó en el nivel de la rebelión sin ideas claras. Y ahora, incluso esa idea un poco utópica de resistir se pierde, y solo queda el enojo… Es lo que me fascinó durante los motines de los suburbios de Francia en 2005: enojo puro, sin programa. El éxito de Bernie Sanders se explica por el hecho de que mantuvo contacto con los pobres, los pequeños granjeros y los obreros del estado de Vermont, aquellos que a menudo se vuelven cristianos fundamentalistas y que son el sostén electoral típico de los conservadores republicanos. Sanders está dispuesto a escuchar sus inquietudes en lugar de considerarlos simples desechos racistas y blancos. “¿Qué significa hoy la noción de explotación? Hay que volver a fundar completamente la teoría marxista tradicional. Sí, el Muro de Berlín cayó, pero hay una nueva frontera entre aquellos que se benefician con la globalización y aquellos que no.” Hoy en día, en una Francia marcada a fuego por los atentados terroristas hay un resurgir de enfrentamientos violentos entre manifestantes y fuerzas de seguridad, en paralelo con un regreso de ciertas ideas anarquistas… Hace algunos años tuve grandes debates sobre el tema de la anarquía con Toni Negri. Creo que hay que terminar con ese mito de la autogestión, de pequeños colectivos contra la alienación de la representación política. Todos los ejemplos que Negri da de la “multitud” presuponen un aparato del Estado muy eficaz que garantice las bases de forma invisible (la electricidad, la educación…). El modelo de la autogestión anarquista no es bueno. ¿Ustedes piensan que es bueno vivir en una comunidad en la que cada tarde se vuelve a discutir la manera en que se debe organizar la educación de los niños? De cierta manera, me gusta la alienación, porque prefiero que un mecanismo invisible se ocupe de las bases. Sin embargo, afirmás que sos comunista… Nos dirigimos hacia una nueva época en la que los desafíos son mundiales, empezando por el desafío ecológico. Sin embargo, el mercado y los Estados-nación no pueden enfrentar los problemas mundiales. El comunismo es un tema de supervivencia. ¿Qué pensás de la amenaza del Estado Islámico? El Estado Islámico es una gran familia de mafiosos, una mafia bancaria. Estoy de acuerdo con Alain Badiou en este punto: no creo que los islamistas sean un movimiento religioso auténtico. Están animados por una rabia destructiva y utilizan la religión como un momento de la lucha. Creo, como Badiou, que el fundamentalismo islámico solo se explica como una fase del capitalismo mundial. “El modelo de la autogestión anarquista no es bueno. ¿Ustedes piensan que es bueno vivir en una comunidad en la que cada tarde se vuelve a discutir la manera en que se debe organizar la educación de los niños?” ¿El nihilismo o la desmoralización, como lo piensa Bernard Stiegler, definen nuestra época? Justamente es el exceso de moralidad el responsable de la desmoralización actual. El discurso político se moralizó en exceso. ¿Qué es filosofar? ¿Interpretar o transformar el mundo? En el siglo XX, se intentó transformar el mundo demasiado rápido; ahora es el momento de pensar un poco más. Como decía Lenin: “Aprender, aprender, aprender”. Eso es lo que hay que hacer: aprender. Hoy, lo que nos falta es lo que mi amigo, el marxista estadounidense Fredric Jameson, llama el cognitive mapping, la cartografía cognitiva. No tenemos una idea general, una orientación suficiente. La filosofía no encuentra soluciones sino que plantea preguntas. Su tarea principal es corregir las preguntas. Conocemos los peligros actuales: la pobreza, las guerras, la exclusión, la crisis ecológica… Pero la manera en que se formulan las preguntas tiende a desmitificar. La filosofía debe redefinir los problemas. No debe resolverlos, pero sí complicarlos. ¿Cómo es que la izquierda, con su moralismo impotente, le abrió el campo a la derecha? Si no nos planteamos la pregunta, estamos perdidos. A menudo me presentan como un loco total. Pero me gusta eso. – La nueva lucha de clases (Anagrama) 112 páginas Traducción de Dami Alou
Reseña: La permanencia en lo negativo
Con extrema lucidez y echando mano a ejemplos concretos de la cultura de masas, Žižek repara en las fisuras que producen ciertos acontecimientos políticos en un libro que curiosamente no se encontraba traducido hasta el momento. / Por Diego De Angelis
En el prólogo a la traducción argentina de La permanencia en lo
negativo –un libro que Žižek publicó en 1992 pero que no estaba hasta el momento traducido al castellano–, el filósofo esloveno apuntará con extrema lucidez, a partir de un acontecimiento político reciente –las violentas protestas ocurridas en Ferguson en 2014, cuando un policía disparó y asesinó a un adolescente negro desarmado–, el asunto que atravesará con vehemencia, como suele ser su propia escritura, el libro en toda su impetuosa complejidad teórica. Se trata del incesante retorno de la “negatividad hegeliana”, la manifestación violenta, fundamentalmente irracional pero lo suficientemente radical como para desatar mediante su aparición los vínculos sociales y crear así las condiciones necesarias –“el punto cero”– de la intervención política. El disturbio, entonces, el terror autodestructivo que puede producir la alteración de una presunta –por ideológica– relación social armoniosa, es presentado como el desvío necesario para que pueda surgir aquello que precede cualquier posibilidad de un nuevo comienzo: el vacío. En la introducción, insistirá con sublimar la manifestación del vacío como instancia política decisiva, pero esta vez a partir de otros trastornos políticos, los ocurridos durante los días previos a la caída de Ceausescu en Rumania. Žižek se detendrá con especial interés en una imagen esencial por su proyección significante, la imagen única de aquellos disturbios: cuando los rebeldes agitaban con inaudito entusiasmo la bandera nacional con la estrella roja –el símbolo comunista– recortada. El filósofo esloveno identificará allí, en la literalidad de ese pequeño agujero abismal, la representación más precisa del factor constituyente. Insistir con el agujero, ocupar el lugar de ese agujero y preservar de esa manera la distancia respecto de cadaSignificante Amo existente, será para él la actitud básica de la filosofía, el proceder ineludible del intelectual crítico. Como una conversación urgente, mediante una escritura particularmente inquieta, que avanza en la reiteración y reformulación textual constante, Žižek buscará actualizar todo el tiempo la insistencia en ese vacío ontológico. Y lo realizará a través de su inconfundible marca de estilo: la propensión a ejemplificar principios filosóficos complejos –Descartes, Kant, Hegel, Lacan, etc.– con expresiones de la cultura popular. Se servirá infructuosamente del cine y la literatura para afirmar la trama de su notable trabajo analítico. Un ejemplo: en “Cogito: el vacío llamado ‘sujeto’”, por medio de Blade Runner (1982) de Ridley Scott, suscribirá, en la súbita “toma de conciencia” de sus personajes, la tesis de que todo, incluso las fantasías más íntimas, es fabricado. Para Žižek, el problema principal no deja de ser la falaz consideración del individuo –y la sociedad– como un ente sustancial orgánico desprovisto de un antagonismo estructural. De allí el gesto, lo suficientemente radical, de identificar la fisura que logra evidenciar la producción interesada de un universo imaginariamente coherente. – La permanencia en lo negativo (Godot) 392 páginas Traducción de Ana Bello TAGS: ENTREVISTAS |