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Este documento m�gico es verdaderamente nuevo. .i.

mercenarias.
CLITEMNESTRA.- Los viajeros suelen dar un rodeo
de veinte leguas para evitar nuestra ciudad. �No te
han prevenido? Las gentes del llano nos han puesto en
cuarentena. Miran nuestro arrepentimiento como una
peste y tienen miedo de contaminarse.
ORESTES.- Ya lo s�.
CLITEMNESTRA.- �Te dijeron que un crimen
imposible de expiar, cometido hace quince a�os, nos
oprim�a?
ORESTES.- Me lo dijeron.
CLITEMNESTRA.- �Que la reina Clitemnestra era la
m�s culpable? �Que su nombre estaba maldito entre
nosotros?
ORESTES.- Me lo dijeron, s�.
CLITEMNESTRA.- �Y t� has venido, sin embargo?
Extranjero, yo soy la reina Clitemnestra.
ELECTRA.- No te enternezcas, Filebo; la reina se
divierte con nuestro deporte nacional: el juego de las
confesiones p�blicas. Aqu� cada uno grita sus pecados
a la cara de todos; y no es nada raro, en los d�as
feriados, ver a alg�n comerciante, despu�s de haber
echado el cierre de su tienda, arrastrarse de rodillas
por las calles, frotando con polvo sus cabellos y
aullando que es un asesino, un ad�ltero o un
prevaricador. Pero la gente de Argos comienza a estar
hastiada; todo el mundo se sabe de memoria los
cr�menes de los dem�s; los de la reina en particular ya
no divierten a nadie; son cr�menes oficiales, cr�menes
de fundaci�n, por as� decirlo. No tengo que decirte su
alegr�a cuando te ha visto, tan joven, tan nuevo e
ignorando incluso su nombre. �Qu� ocasi�n tan
excepcional! Le parece como si se confesara por
primera vez.
CLITEMNESTRA.- C�llate. Cualquiera puede
escupirme a la cara, llam�ndome criminal y
prostituta. Pero nadie tiene derecho a

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