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Sándor Radó

f rm
iNFORMA

EDICIONE$ 6RIJALB0, S. A.
BARCELONA-BUENOS AIRES-MEXICO, D. F.

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Título original
DORA JELENTI...

Traducido por
ANGELES MARTÍNEZ Y ELVIRA MÉNDEZ
Versión castellana de la edición original de Kossuth Konyukiadó,
Budapest, 1971

© 1971, SANDOR RADó


© 1974, EDICIONES GRIJALBO, S. A.
Deu y Mata, 98, Barcelona, 14 (España)

Primera edición
Reservados todos los derechos
PRINTED IN SPAIN
IMPRESO EN ESPAÑA

ISBN 84 - 253 - 0445 - 8


Depósito Legal: B. 43908 - 1974

Impreso en Gráficas Diamante, Zamora, 83, Barcelona, 5

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ÍNDICE

Prólogo. 7
Presentación 13

l. BASTA 1936 17
Cómo me hice agente de información (19). - Cómo me
hice comunista (32). - La Rosta de Viena (54). - Lena
(75). - Las compañías proletarias (81). - Geografía y
política en Moscú y Berlín (87). - Cartografía aérea (102).
Los hitlerianos en el poder ( 111 }.

II. 1936-1941 117


Geopress (119). - El centro del mundo (123). - En la
Italia fascista (128). Pakbo (137). Sin enlace (149).
La mayor cárcel del mundo (154). - Viaje a Yugos-
lavia (163). Edward, Maud y Jim (171). - Sissy (175).
¿Cuándo atacará Hitler? (180).

m. 1941-1942 189
Operación «Barbarroja» (191). La Batalla de Moscú
(201). - Rusia y nuevas fuentes (214). - El enemigo
reúne sus fuerzas (219). Primeras señales de peligro
(238). - Ataque en dirección al Cáucaso (244). - Tay-
lor (251). - El pasaporte de Paolo (256). - Emisora y
oscilador (260). El «amigo» de Rosie (263 ). Sche-
llenberg entra en juego (269). - Lucy (274). - Werther
y los demás (281). El comando en acción (296).

IV. BASTA OCTUBRE DE 1943 . 303


La Batalla de Stalingrado (305). - Éxito y preocupación
(312). - Schellenberg reaparece (324) - El enemigo más
peligroso (335). - La batalla decisiva se prepara (345). -
Diplomacia entre bastidores (358). - Inge y Micki (364 ).
- Comienzan las provocaciones (373). - Antes de la de-
cisión (382). - En vísperas de la batalla de Kursk (394).
Zweig-Rameau y otros provocadores (404 ). - La tram-
pa de la Ges tapo ( 411 ). - ¿ Qué sabía el departamento F?
( 417). - La batalla de Kursk ( 421 ). - Los vasallos se in-
quietan (440). - La espada de Damocles (450). - El ma-
trimonio Martín (462). - Detenciones en Ginebra (464).

V. DESPUÉS DE OCTUBRE DE 1943 475


Clandestinidad ( 477). - La detención de Jim ( 485).
Prisión libremente aceptada ( 493 ). - Evasión (505).

Epílogo 515

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ABREVIATURAS

Inpress: Agence de Presse Indépendante (Agencia de Prensa


Independiente).
Intel: Internationale Telegrafen Agentur (Agencia de Prensa
Internacional).
INSA: Internationale Socialistische Agentur (Agencia Socialista
Internacional).
IZO: Servicio de Bellas Artes de la Comisión Artística adscri-
ta al Centro Académico del Comisariado del Pueblo
para la Educación Pública Soviética.
OKW: Oberkommando der Wehrmacht (Alto Mando de la
Defensa).
OKH: Oberkommando des Heeres (Alto Mando del Ejército
de Tierra).
RGO: Revolutionare Gewerkschaftsopposition (Oposición Sin-
dical Revolucionaria).
ROSTA: Agencia telegráfica rusa.
TASS: Agencia telegráfica soviética.
VOKS: Sociedad de Relaciones Culturales con el Extranjero.
Vsevoboutch: Órgano general de información militar.
Jourgaz: Unión para la edición de diarios y revistas.

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PROLOGO

La bibliografía sobre los procesos bélicos de los últimos


dos o tres siglos se alinea harto bien nutrida y con estudios
que, a modo del cameraman imaginativo, ofrecen diversidad
de ángulos de un mismo asunto. Esto nos recuerda la rique-
za de enfoques que del mismo drama nos ofreció el film ja-
ponés Rashomon -¿lo vio el lector?- con la verdad de
cada cual.
Por desdicha no acontece lo mismo con los avatares del
mundo de la información militar, del que apenas si se hallarían
testimonios honestos de las plumas de agentes o jefes de redes
de la Primera Guerra Mundial, si exceptuamos la lloriqueante
literatura, de claro parentesco con el folletín, que se nos ha
legado sobre Mata Hari. Con la entrada en escena de la Se-
gunda Guerra Mundial, se aminora la penuria de testimonios
veraces, testimonios directos y de asimilación científica, acerca
de la información militar registrada en tal período. Algunos per-
sonajes de primera y segunda fila nos han dejado valiosas obras
de consulta con las que es factible el estudio neutro y bastante
aproximado del agente secreto y su circunstancia, en esa tra-
gedia universal que va del 1939 al 1945, con un aterrador
balance de 55 millones de muertos.
¿ Signifioa por lo dicho que todos los episodios secretos
de ese enfrentamiento armado aparecen ya claramente alum-
brados? Nada de eso. Lo que se ha llegado a poseer no es

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tanto un retrato como un esqueleto, un aproximado esquema,
una mera y provisional cronología. La luz arrojada sobre el
quehacer clandestino de dicha contienda es sólo parcial, exis-
tiendo numerosas lagunas y un vasto número de interrogantes.
No podía ser de otro modo; los militares y estadistas, ya se
sabe, pueden escribir sus memorias y exhibir sus dotes, pero
eso no siempre les está permitido a los agentes secretos, quie-
nes, por otro lado, son menos vanidosos. En suma: los ar-
chivos secretos de las naciones suelen permanecer hermética-
mente cerrados, incluso luego de varias centurias.
Ciñéndonos a la hecatombe de 1939-45, y más concreta-
mente a la muy renombrada Rote Kapelle, teníamos el testi-
monio de Walter Schellenberg, jefe de la RSHA hitleriana, así
como la obra minuciosa y bien articulada del Dr. Gert Buch-
hei t -amigo mío- o la de W. F. Flicke, todos ellos alema-
nes; añádase el estudio de Pierre Accoce y Pierre Quet, o el
de Gilles Perrault, franceses los tres, más la del inglés Ronald
Seth.
La Rote Kapelle seguía alzándose, sin embargo, como una
organización demasiado extensa y poderosa que por ello fácil-
mente podía caer en manos del periodista truculento, pues no
pocos de sus aspectos permanecían sumidos en la penumbra, y
así cualquiera sin escrúpulos podía especular sobre ellos. Como
así ocurría, creándose de la Rote Kapelle una leyenda. De he-
cho, ni siquiera -digámoslo con toda honradez- la obra de
Radó ha podido aclarar absolutamente ciertos puntos, como
son, por ejemplo, las fuentes secretas de Rudolf Roessler y
otros en el seno del Tercer Reich. ¿Quiénes eran los genera-
les y diplomáticos de la más encumbrada jerarquía que, desde
la madriguera nazi, suministraron aquel río de vitales informa-
ciones acerca de los planes de la Wehrmacht, la Gestapo y
los ministerios berlineses? ¿Cuáles son los nombres de aque-
llos traidores y anti-nazis que hicieron posible la mortal he-
morragia abierta en el cuello de la bestia hitleriana? Miste-
rio. Algunos de ellos es muy posible que aún vivan, pero si-
guen callados, y quienes desde el ámbito vencedor podrían,
quizá, señalarles, callan igualmente ...
El documento de Sándor Radó nos ilustra, empero, y casi

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hasta la saciedad, sobre la facción de la Rote Kapelle que es-
tuvo operando desde Suiza. ·Como jefe de la organización con
sede en Ginebra, y de la que dependían agentes tales como
Roessler, Alexander Foote, Pakbo, Leng y Salter, todos ellos
tan fructíferos como pudo serlo Richard Sorge, en Tokio, o
Elyesa Bazna «Cicerón», en Ankara, las memorias de Sándor
Radó aportan la clave del enigma a cuanto cabe atribuir a
la Rote Kapelle en la República helvética.
Si hasta ahora pudo caber el espejismo, la duda y la le-
yenda, a partir de este libro no le quedan demasiados resqui-
cios a la confusión.
La red que Sándor Rad6 estuvo manipulando con base
en Ginebra desde el mes de abril de 19 3 8 hasta octubre de
1943, en total cinco años y medio, con una pericia de soldado-
artista y, a la vez, de idealista-científico, queda inventariada,
sin exceso de baches, en estas memorias que tiene ahora el
lector en sus manos. Un cúmulo de horrores, sudor frío, men-
sajes cifrados, sangre y talento desfilan ante el lector. Lo que
desfila es, también, el cuadro íntimo, estremecedor, de una
red de la información militar que a modo del pico de un vam-
piro se clavó, lo repetimos, y muy sediento, en la garganta del
nazismo y lo acompañó hasta que se produjo su más completa
ruina.
También este libro acompañará a todos los que desde aho-
ra estudien la filosofía del quintacolumnismo antinazi desde el
oasis suizo. Esta obra va a ser como una piedra de toque tam-
bién para los que, aunque alejados del quehacer de inventa-
riadores de zarpazos clandestinos, quieran, siquiera como cu-
riosos, poseer una visión de la Rote Kapelle ginebrina. Una
red que, a un margen de afinidades o discrepancias ideológi-
cas con el marchamo soviético de la Rote Kapelle, contribuyó
a eliminar del mundo el imperialismo y la paranoia hitleria-
nos. Ayudando a Moscú, Radó ayudó simultáneamente a Lon-
dres y Washington, es decir, ayudó a los aliados demócratas.
Decimos que actuó- en beneficio de los aliados demócra-
tas y no sólo de la URSS, y acaso convenga matizar esta frase.
Cuando el enfrentamiento bélico adquirió una dimensión mun-
dial, y los alemanes se batían por igual contra anglo-norteame-

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ricanos, rusos, franceses, canadienses, argelinos, australianos,
indios, etc., no había para el bando anti~Eje más que un obje-
tivo común: derrocar el potencial de la Wehrmacht, aniquilar
el nazi-fascismo, expulsar a Hitler y Mussolini del poder. En-
tre los numerosísimos miembros de la red capitaneada por
Radó apenas había comunistas, y figuraban en ella tanto so-
cialistas como demócratas conservadores, de todas las nacio-
nalidades europeas. Todos los elementos fueron asimilados, no
importando su país de origen ni su ideología, mientras mili-
taran contra el Führer y el Duce. De esta forma pudo ser
tan densa y multicolor la red, y así floreció con una tan
diversa gama de infiltraciones en el meollo Berlín-Roma. Pues
la organización se nutría, repitámoslo, de informadores pro-
cedentes de todos los países ocupados, aunque, ciertamente, la
principal legión radicaba en suelo alemán, dentro del Alto
Mando, en las fuerzas aéreas y navales y en las del ejército
de tierra, .así como en los Ministerios, en el Abwehr, la Ges-
tapo y en las tropas de las SS. Dentro de todos esos núcleos
se hallaba incrustado el caballo de Troya.
Sándor Radó, a quien he conocido personalmente en Barce-
lona (mayo de 197 4) con motivo de su visita a España para
presidir en Madrid el Congreso Internacional de Cartografía,
es en realidad un científico, un geógrafo-cartógrafo e idealista,
que sólo por azar se vio envuelto como agente de informa-
ción en la Rote Kapelle, y que ahora escribe las páginas de este
libro en un tono que desarma. Radó escribe con el tono del
científico, lo que nunca dej6 de ser. El profesor Radó no era
un profesional del Servicio Secreto. Era un estudioso a quien
los nazis le trituraron concienzudamente sus parientes. Radó
no se sirve de sus memorias para construir una apología de
sus convicciones ideológicas. Las redacta sólo para explicar su
verdad, sus vivencias, justo como uno de los personajes de
Rashomon. Y lo dice con un acento de conmovedora sinceri-
dad, sin escamotear al sadismo staliniano el duro reproche y
condena que en justicia le cabía por haberlo tenido a él mismo
prisionero en la URSS y alejado por diez años de su familia,
que le aguardaba en París; a él, un héroe de la lucha clandes-
tina, que había sacrificado su vida por la causa. Como escribí

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en unos papeles publicados en el periódico La Vanguardia 1 de
Barcelona, Sándor Radó lleva ahora a cuestas, además de sus
75 años, un infinito océano de tristezas en su corazón; de
tristezas y desengaños ...

D. PASTOR PETIT

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PRESENTACIÓN

Estos últimos años se han publicado numerosos libros y


artículos sobre mi actividad en la Segunda Guerra Mundial.
Muchas de estas publicaciones son puro sensacionalismo.
Estas obras, auténtico entramado de verdades a medias, cul-
minan en el libro de dos periodistas franceses, La guerra se
ganó en Suiza, aparecido en 1966. 1 Los autores del mismo,
Pierre Accoce y Pierre Quet, dan la versión de que la victoria
conseguida por la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mun-
dial no es debida a los éxitos militares del Ejército Rojo, sino
a la actividad de los servicios de información soviéticos en
Suiza. Este modo de interpretar el saldo del conflicto mun-
dial dio lugar a una nueva oleada de artículos y libros, espe-
cialmente en Alemania Federal donde los medios reaccionarios,
sucesores y herederos del nazismo, aún hoy se niegan a reco-
nocer que su derrota militar fue ocasionada por la superio-
ridad estratégica de la Unión Soviética. Entre ellos, algunos
se escudan en la incapacidad de Hitler en materia estratégica,
otros buscan la causa de la derrota del nazismo en las incle-
mencias del invierno ruso o en el inhumano trato infligido a
la población de los territorios ocupados.
Actualmente corre una nueva versión en verdad fantásti-
ca: la guerra se perdió porque ciertos oficiales del alto mando

l. Librairíe Académique Perrin, París.

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alemán revelaron los planes hitlerianos a los serv1C10S de in-
formación soviéticos. El «Dolchstoss im Rücken», la teoría
del «ataque por la espalda», no es una novedad: los impe-
rialistas alemanes ya la utilizaban después de la Primera Guerra
Mundial para explicar su derrota, debida, no tanto a los éxi-
tos militares de las potencias de la Entente, como a la cam-
paña antimilitarista dirigida en Alemania por los socialistas de
izquierda. De nuevo se amparan en el «ataque por la espalda»
para justificar su derrota.
En realidad, al principio me sorprendió el ver que, vein-
ticinco años después de la guerra, la actividad de la red de
información soviética en Suiza levantaba tanta polvareda y
que se me concedía tanta importancia en tanto que jefe de
esa red. Me sorprendió igualmente constatar que la reacción
alemana atribuía un papel tan preponderante al servicio de in-
formación; me pregunto por qué no se plantean las cosas tal
como son y reconocen el fracaso de sus servicios de informa-
ción ante el Ejército Rojo. Si no lo hacen es porque la res-
puesta sería inequívoca.
Los servicios de información del Reich estaban condena-
dos al fracaso porque la unanimidad con que el pueblo ruso
defendía su patria y su libertad, así como la vigilancia del con-
traespion.aje soviético, frustraban cualquier iniciativa del ene-
migo. No se preguntan sobre todo el por qué obreros,
campesinos, intelectuales alemanes se unieron a la resistencia
y no dudaron en arriesgar su vida para ayudar a la Unión
Soviética a vencer al peligro fascista que amenazaba a la Hu-
manidad. Entre los miembros de mi red no había práctica-
mente comunistas, sino que la convicción de que era preciso
entregarlo todo en lucha a muerte contra los nazis nos unía
a todos, ya fuéramos comunistas, socialistas, burgueses pro-
gresistas, suizos, alemanes, austríacos, italianos, franceses, in-
gleses o húngaros. Esta unión contra el fascismo existe aún
hoy y es la clave de un futuro mejor. Un arquitecto suizo, al
que no conozco personalmente, me mandó hace poco una carta
en uno de cuyos párrafos dice: «He leído en la Gazette de
Lausanne lo que usted y su red han hecho por la humanidad.
En realidad, gracias a ustedes me he ahorrado los horrores

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del fascismo y les estaré agradecido por esto el resto de mi
vida». Por supuesto, estas palabras de agradecimiento se diri-
gían a todos los que han luchado contra el fascismo y más en
concreto al pueblo y ejército soviéticos porque ellos, más
que nadie, llevaron el peso atroz de esta guerra. El coman-
dante Hans Hausamann, oficial del servicio de información
suizo, declaró hace unos años, durante una entrevista televisa-
da en Zürich: «Para mí la formulación del problema era
simple: si Alemania ganaba la guerra, el régimen (nazi) se-
guiría en el poder y entonces los suizos estaríamos condena-
dos. Alemania debía, pues, perder la guerra». Este razona-
miento ha animado a todos los que en Alemania y Europa
entera se han entregado plenamente a la lucha para derrocar
a Hitler y suprimir al régimen nazi.
En realidad, nunca había pensado en convertirme en agen-
te de información. Es un trabajo que requiere una prepara-
ción minuciosa. Los agentes siguen cursos especiales en los
que reciben una formación profunda en numerosos terrenos.
Estas condiciones me faltaban. Nunca recibí una formación
especial, pese a que la mayoría de mis biógrafos pretenden lo
contrario.
Siempre me he sentido atraído por la actividad científica
y estoy satisfecho de que, pese a los numerosos obstáculos que
he encontrado, me haya sido posiblie seguir esa vocación. Des-
de mi juventud tomé parte en la lucha revolucionaria obrera;
pasé largos años en la emigración, trabajando en la clandesti-
nidad. Todo esto forma estrechamente parte de mi vida. El
trabajo que para el Partido Comunista realicé en el seno de
la sociedad burguesa me enseñó muchas cosas; me familiaricé
con la conspiración. Eso es lo que me preparó para continuar
la lucha en situaciones más difíciles, como agente de infor-
mación.
Durante mucho tiempo dudé en escribir mis memorias;
me pareció que había cumplido con mí deber y no quería
dejarme deslumbrar por los focos de la publicidad. Pero las
numerosas obras llenas de inexactitudes y deformaciones que
últimamente se han publicado sobre mis actividades y las de
la red de información soviética en Suiza me impulsan a expo-

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ner de una vez los acontec1m1entos tal como ocurrieron. Mu-
cho más cuando, gracias a V. G. Alexandrov, periodista de
Moscú, he tenido acceso a gran número de documentos que
permiten avalar mis afirmaciones. De nuevo quisiera expre-
sarle aquí toda mi gratitud por la ayuda que me ha prestado.
SÁNDOR RADÓ
Budapest, abril de 1971

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PRIMERA PARTE

HASTA 1936

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2• DORA INFORMA
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CÓMO ME HICE AGENTE DE INFORMACIÓN

En octubre de 1935 mi trabajo científico me había lleva-


do de París a Moscú. Por esa época residía permanentemente
en París, donde dirigía la oficina de prensa antifascista Inpress
(Agencia de Prensa Independiente).
El clima político en Europa era extremadamente tenso. La
Inpress difundía noticias sobre Alemania y el terror fascista
que allí reinaba. Desenmascaraba las aspiraciones agresivas del
imperialismo alemán por entonces en pleno resurgimiento. Re-
cibíamos estas noticias desde Alemania, algunas por vía legal,
otras a través de los propios periódicos alemanes -principal-
mente los de provincia- que estaban llenos de relatos sobre
detenciones, condenas y muertes. Nuestra pequeña agencia de
prensa, que funcionaba sólo con unas pocas personas, emitía
diariamente un boletín en francés, inglés y alemán. Los mis-
mos redactores picaban sus artículos sobre clisés que editába-
mos al momento. Nuestros redactores estaban altamente califi-
cados. El redactor de la edición francesa, por ejemplo, era el
escritor Vladimir Pozner, hijo de un socialista emigrado en la
época de los zares; Volodia, como nosotros le llamábamos,
contaba a menudo que en su infancia había residido más de
una vez con sus padres en Capri, en casa de Máximo Gorki, y
nos hablaba de la impresión inolvidable que esos encuentros
le habían dejado. La edición alemana estaba asegurada por
Maximilian Scheer, actualmente periodista en la República De-

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mocrática Alemana. En 1964 se publicó su libro, So war es
in París ( «Lo que sucedió en París»), en el que describe el
trabajo de la Inpress y reproduce incluso una página de nues-
tra publicación. Arthur Koestler, periodista y escritor de ori-
gen húngaro, conocido ya en esa época, se integró igualmente
como miembro de la redacción. Pero su actividad en el seno
de la Inpress fue de corta duración, pues, como miembro del
Partido Comunista Alemán, fue enviado al Sarre, por entonces
bajo el control de la Sociedad de Naciones, con el fin de tra-
bajar para el Partido. Hubo un tiempo en que una cierta amis-
tad me ligó a Koestler; mis hijos le adoraban, pues, como exce-
lente psicólogo y gran conversador, sabía hablarles en su idio-
ma. Más tarde adquirió, un renombre mundial y se convirtió
en enemigo encarnizado del comunismo. En su biografía titu-
lada La escritura invisible,1 me consagró todo un capítulo bajo
el título: «Homenaje a un espía». Escribió sobre mí cosas
halagadoras, pero igualmente cosas absurdas, como, por ejem-
plo, que yo había asistido a una Universidad Suiza con Litvi-
nov, futuro comisario del pueblo para Asuntos Extranjeros,
cuando éste, en realidad, era treinta años mayor que yo.
Conforme a las leyes francesas, el redactor responsable de
la agencia era de nacionalidad francesa. Renaud de Jouvenel,
descendiente de una de las más nobles familias, y cuyo padre
era embajador de Francia en el Vaticano. Renaud era parti-
dario de la extrema izquierda, mientras que su hermano Ber-
trand se situaba en la derecha y durante la guerra representó
al gobierno de Vichy ante Hitler en calidad de embajador.
No era nada extraño que los fascistas se sintieran intere-
sados en nuestras actividades, y que, incluso Hitler, en una
de sus declaraciones denunciase a la Inpress y a su jefe, Radó,
como enemigo público número uno del Tercer Reich.
Los periódicos nazis nos injuriaron y amenazaron a me-
nudo. Con gran satisfacción saludamos en su día las impre-
caciones del Arbeitertum, periódico del Frente del Trabajo,
que tenía una tirada de tres millones de ejemplares, ya que
así nuestra existencia se daba a conocer a las capas más am-

l. Arthur Koestler, The invisible writing, Londres, 1954.

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plias del pueblo alemán. Gracias a tales éxitos pudimos insta-
lar nuestra agencia en uno de los inmuebles mejor acondicio-
nados de París, el Elysée Building, cuyo propietario tenía sen-
timientos antialemanes. El edificio se encontraba en el FaU-
bourg St. Honoré, la calle más chic de París, frente a la em-
bajada británica y cerca del Palacio del Elíseo.
Nuestra agencia, sin embargo, no se había inaugurado en
un barrio tan -distinguido. Cuando nos pusimos a buscar un
local a través de los anuncios, encontramos uno que podíamos
mantener con nuestras modestas finanzas, en la calle Mondé-
tour, cerca de las Halles, ese barrio que Zola ha inmortali-
zado en El vientre de París. Fuimos a visitar el lugar des-
pués de comer, a la hora convenida. Los locales se encon-
traban en una casa moderna, bien acondicionada, disponían de
varios teléfonos y el precio era ventajoso. Alquilamos el lugar
sin vacilaciones. Hasta el día siguiente, cuando empezamos a
trabajar en nuestro flamante despacho, no supimos dónde ha-
bíamos ido a caer. Fuimos acogidos por el olor inmundo de
los desechos arrojados en las Halles; las calles estaban llenas
de basura. Entonces comprendimos por qué el precio era tan
bajo y quedaban tantos locales por alquilar. Un mes más tarde
también nosotros abandonábamos ese barrio «perfumado».
La agencia era el lugar de cita de todo tipo de emigrados.
Particularmente de intelectuales alemanes huidos de su país.
Entre nuestros huéspedes se contaba con frecuencia Ernst
Toller, el célebre dramaturgo alemán que se suicidó más tarde
en Estados Unidos; el no menos conocido autor Arnold Zweig
nos rindió también visita antes de buscar asilo en Israel. Mi
amigo el «reportero volante», Egon Erwin Kisch, se pasaba
a menudo por la agencia. Al igual que el amigo de Pozner,
Louis Aragon. Pero entre nuestros visitantes se contaban tam-
bién personas como Georges Bidault, futuro presidente del
Consejo, por aquel entonces redactor de una pequeña revista
católica. Me contaba su vida durante horas y me proponía
unir nuestros esfuerzos para luchar contra el fascismo. Igual-
mente encontré a M. Vidal de la Blache, nieto del ilustre
geógrafo, que vino a verme no para charlar de geografía, sino
en calidad de redactor del periódico reaccionario Le Matin,

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para ofrecerme en el mismo una columna diaria, que podría-
mos llenar con nuestros propios textos. Un tanto sorprendido
le pregunté cómo podía conciliar el talante de nuestros artícu-
los antifascistas con la orientación política de ese diario, cono-
cido por sus ideas de ultraderecha. Me tranquilizó diciendo que
habían vendido más de una columna a organizaciones y emba-
jadas cuyas ideas no coincidían en absoluto con la opinión de
la redacción del periódico.
Desafortunadamente nuestros fondos no nos permitían pa-
gar a Le Matin. Entretanto empezamos a tener dificultades
con las autoridades francesas.
Durante los primeros años de la Inpress, en el período en
que la política francesa fue dirigida por el ministro de Asun-
tos Extranjeros Barthou, las relaciones entre Francia y Ale-
mania fueron bastante tensas y las autoridades no pusieron
obstáculos a las actividades de la agencia. Pero después· del
asesinato de Barthou, a manos de unos fascistas yugoslavos>
las autoridades francesas empezaron a interferir en nuestro
trabajo. Recuerdo claramente aquella tarde brumosa de octu-
bre de 1934 en que bajo una fina lluvia los vendedores de
periódicos voceaban en la plaza de la Concordia la sorpren-
dente noticia: ¡El rey de Yugoslavia y Barthou asesinados!
Yo acompañaba a mi amigo «Egon» Erwin Kisch a la esta-
ción de Lyon. Él salía aquella misma noche para Marsella, para
tomar el barco de Australia, en un viaje que haría correr mu-
cha tinta. Mientras que, en un rincón de la maravillosa plaza
el viento agitaba las banderas yugoslavas que adornaban la fa-
chada del hotel Crillon (donde el rey se iba a hospedar), dis-
cutíamos sombríamente las nefastas consecuencias que a raíz
de los acontecimientos iban a sufrir los emigrados antifascis-
tas. Por otra parte los sectores de la burguesía francesa anti-
hitleriana que aportaban una considerable ayuda financiera a
la Inpress, cesaron en su apoyo cuando se dieron cuenta de
las tendencias anticapitalistas que la agencia no intentaba di-
simular. Lo mismo sucedió con los medios judíos influyentes;
mucho más cuando nuestro hombre de confianza, Kurt Ro-
senfeld, miembro de la dirección de la agencia y antiguo mi-
nistro de Justicia de Prusia, abandonó Francia en 1936 para

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instalarse en los Estados Unidos. M. Tedesco, director de una ·
industria que fabricaba aparatos telefónicos, y Albert Kahn, el
célebre banquero, jugaban un papel preponderante en estos
medios antihitleriapos. Sea dicho de paso, en la maravillosa
propiedad de Kahn -bajo la brisa del Bois de Boulogne- y
en su villa de la Costa Azul coincidí en varias ocasiones con
el filósofo y Premio Nobel Henri Bergson, con el que, para
gran alegría de Kahn, que nos escuchaba silenciosamente, po-
lemicé ásperamente, oponiendo el marxismo a su ideología mís-
tica. e irracional.
En 19 35, al unirse las fuerzas de izquierda en el Frente
Popular, se podía presagiar una muy próxima explosión so-
cial. La desconfianza de los medios reaccionarios de la bur-
guesía francesa y de los capitalistas judíos hacia los emigrados
comunistas crecía sin cesar. El nuevo presidente del Consejo
dejaba ya entrever, en la persona de Pierre Laval, una futura
colaboración con los nazis. Esta política ambigua se hacía
sentir cada vez con más fuerza no sólo en Francia, sino tam-
bién en Gran Bretaña; por un lado existía ansiedad ante el
aumento de poder del imperialismo alemán bajo la forma _fas-
cista, por otro simpatía ante la política inflexible del régimen
hitleriano contra el comunismo y la Unión Soviética. Incluso
si esta política se aplicaba no sólo a los movimientos de iz-
quierda sino también, a causa del odio racial, a los judíos adi~
nerados. El cariz que tomaban los acontecimientos demostraba
que no era posible proseguir con nuestras actividades.
El acercamiento que se estaba operando entre los dirigen-
tes franco-ingleses y las potencias fascistas me incitó a plan-
tearme, con el corazón dolorido, poner fin al trabajo de la
Inpress y consagrarme desde entonces como geógrafo-cartó-
grafo · al trabajo científico. Durante mi estancia en París no
había cesado de trabajar en el terreno científico; colaboraba
en la revista científica editada por la Sociedad Geográfica de
París, preparaba mapas de actualidad para la prensa francesa
y redactaba artículos para el Gran Atlas Mundial Soviético,
un volumen sobre países extranjeros. Mi viaje a Moscú, en
octubre de 1935, estaba relacionado con ese trabajo.
Viajé con frecuencia a Moscú, donde incluso viví y trabajé

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durante algunos años. En 1921, siendo muy joven, fui por
primera vez con ocasión del Congreso de la III Internacional.
Fue entonces cuando escuché a Lenin y pude hablarle. En
Moscú conocí a un gran número de personas destacadas, a las
que siempre guardé un profundo respeto. También escribí un
libro sobre esa ciudad. Volveré sobre todo esto más tarde.
Cuando llegué a Moscú, en octubre de 19 35, mi primera
preocupación fue dirigirme a la calle Razine donde, en un
viejo edificio, casi derruido, se encontraba la redacción del
Gran Atlas Mundial Soviético. El eminente grupo de jóvenes
cartógrafos-geógrafos me acogió de nuevo con alegría. Encontré
a mi viejo amigo Nikolai Nikolaievith Baranski, reconocida
autoridad de la geografía soviética, que entonces dirigía la
sección geográfica de la Gran Enciclopedia Soviética. Yo mis-
mo colaboré en esta Enciclopedia, escribiendo un cierto núme-
ro de artículos, en especial sobre Hungría (el comentario po-
lítico de estos artículos fue redactado por Béla Kun). Encon-
tré también a algunos camaradas húngaros y alemanes, a los
que pregunté sobre el posible cierre de la Inpress, única agen-
cia antifascista. Pero los acontecimientos iban a sufrir un giro
inesperado. Algunos días después de mi llegada, un camarada
húngaro, periodista al que conocía desde hacía tiempo, me
telefoneó; cuando le encontré me contó que tenía ciertos con-
tactos con el Ejército Rojo, donde había expuesto la situa-
ción límite en que se hallaba la Inpress -no en vano la noche
anterior yo me había quejado delante de mis amigos húnga-
ros-. Me dijo que, según la opinión del Estado Mayor, yo
podía luchar mucho más eficazmente contra el fascismo si
abandonaba la Inpress, en declive, para lanzarme a otros terre-
nos. Si aceptaba este planteamiento, él me presentaría a la
persona adecuada.
Debo confesar que no conocía en absoluto el trabajo que
se me proponía y nunca había estado relacionado con esas
actividades. Cuando un año antes vine a Moscú por cuestio-
nes científicas, relativas al Gran Atlas Mundial Soviético, en-
contré en el restaurante Praga, a una antigua amistad de Ber-
lín, Richard Sorge. No dudé de que estaba hablando con un
colaborador de los servicios de informaci6n soviéticos, es más,

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con uno de los principales. No volví a ver a Sorge y sólo al
cabo de muchos años me enteré de su heroica actividad, hoy
mundialmente conocida.
En el Gran Atlas Mundial Soviético tenía una joven co-
laboradora muy inteligente, Maya Berzina, cuyo padre, Ion
Berzin, revolucionario letón muy popular, dirigía entonces los
archivos centrales. A él le conocí casualmente y jamás hubiese
supuesto que, poco antes de nuestro encuentro, hubiera sido
nombrado jefe de los servicios de investigación del Ejército
Rojo. En definitiva decidí aceptar la proposición de mi ami-
go, porque pensaba que en el seno de una organización tan im-
portante como el Ejército Rojo, las posibilidades de luchar
contra el peligro fascista serían superiores a las de la pequeña
agencia de prensa.
Así se inició un nuevo capítulo de mi vida. Mi amigo
húngaro me acompañó a un piso donde, a la hora convenida,
encontramos a Artuzov, que entonces era uno de los jefes
del servicio de investigación del Ejército· Rojo. Artuzov me
dijo que Semion Petrovitch Uritzki, jefe de los servicios de in-
vestigación, deseaba entrevistarse conmigo. Me cont6 que Uritz-
ki había ingresado en el Partido mucho antes de la Revolu-
ción, que era un experto en la actividad clandestina y que
durante la guerra civil había sido jefe de Estado Mayor en-
cargado de las operaciones del 14.º ejército en el frente de
Tsaritsine. Hablaba de él como de un jefe militar destacado,
decidido y muy culto. Un soldado de unos cuarenta años entró
en la habitación. Era rechoncho, con aire joven, tenía un ros-
tro de barbilla prominente y un fino bigote. Sobre su abrigo
brillaban dos medallas de la Bandera Roja. Cambiamos algunos
comentarios sobre mi viaje. Me preguntó, si había logrado en-
contrar un hotel adecuado. Después Semion Petrovitch entró
en materia. No perdió el tiempo en tantearme, al poseer sin
duda informaciones muy precisas sobre mi persona.
-He oído decir ·-empezó Uritzki- que usted tenía difi-
cultades con la agencia de prensa.
-Sí, el trabajo se ha hecho mUy difícil -le respondí-.
Y si se declara la guerra, la Inpress probablemente deberá
ces3r en su actividad. -Y le expuse con detalle la situación.

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Uritzki fijó en mí su mirada penetrante, permanec10 pen-
sativo, y profundas arrugas aparecieron en su frente.
-Entendido -dijo él, como resumiendo sus pensamien-
tos-. Me han informado de que estaba dispuesto a ayudar-
nos. Pero tendrá que establecerse en otro país. Nos estamos
preguntando dónde podría residir en caso de guerra.
Uritzki se levantó, encendió un cigarrillo y se puso a pa-
sear por la estancia.
-Deseo que vea claramente el objetivo de nuestro trabajo
y las tareas que nos incumben. Sé que usted no es novato en
el trabajo subterráneo, pero la clandestinidad no lo es todo
para nuestros servicios de información. Usted debe orientarse
rápidamente en situaciones políticas cambiantes. Porque el tra-
bajo de un agente de investigación es de tipo político. En
primer lugar debemos concretar los que, llegado el momento,
serán nuestros enemigos militares y sólo después de esto es
cuando nuestra red de investigación podrá entrar en acción.
Usted mismo sabe que la Unión Soviética tiene varios enemi-
gos potenciales en Europa. En primer lugar Alemania e Ita-
lia. Partiendo de estas estimaciones objetivas, vamos a esta-
blecer el plan estratégico de nuestro trabajo de investigación
en los países capitalistas. Esto es referente a lo general -con-
tinuó, volviendo a sentarse cerca de mí-. Ahora vamos a
decidir dónde se establecerá usted. Sé que habla varios idio-
mas europeos. Entonces dígame, ¿a qué país le agradaría ir y
cómo enmascararía usted su actividad?
-Creo -respondí- que el mejor modo de establecerme
sería fundar una agencia de cartografía. He dirigido con éxito
una oficina de este tipo con el nombre de «Pressegeographie»
en Alemania y de «Geopress» en Francia. Lo más oportuno
sería instalarme en Bélgica o en Suiza. A mi modo de ver
es improbable que Suiza entre en la guerra, sin embargo las
autoridades belgas concederían más fácilmente autorización para
el funcionamiento de la agencia. Una vez allí la entrada en
Suiza sería más fácil.
De mi conversación con Uritzi y Artuzov se desprendía
claramente que, según ellos, la Alemania nazi y la Italia fas-
cista representaban el mayor peligro para la Unión Soviética.

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Estos dos estados aceleraban su rearme, alimentaban el espí-
ritu revanchista del pueblo y desarrollaban una violenta cam-
paña militarista contra el comunismo. Era muy probable que
en caso de guerra esas dos potencias se convirtieran en los
principales enemigos de la Unión Soviética. Era, pues, nece-
sario seguir atentamente sus actividades en la escena interna-
cional y denunciar a tiempo los planes secretos de los diri-
gentes fascistas contra la Unión Soviética. Tal era el fin de
los servicios de investigación. Y precisamente esta tarea era
la que se me encomendaba. Era una lástima que no se me
pudiera enviar a Alemania, donde había vivido largo tiempo.
Conocía el país y no era un novato en el trabajo clandestino
allí. Pero esto era imposible, porque los nazis me conocían
bien, también conocían a mi mujer y nos habrían descubierto
rápidamente. Otra posibilidad era establecerme en un país li-
mítrofe con Alemania, en Bélgica o Suiza, por ejemplo, tal
como yo había propuesto, y organizar a partir de allí un servi-
cio encargado de recoger las informaciones necesarias. Debía
buscar fuentes de información no sólo en el país, sino directa-
mente en los territorios bajo dominio nazi. Así, en el caso de
que Alemania e Italia se decidieran a declarar la guerra, con-
tinuaría mi trabajo de investigación sin temor al contraespio-
naje alemán o a la Gestapo, que no podría detenerme en un
país neutral.
Total, se decidió que debía instalarme en Bélgica; el he-
cho de que ese país fuese por aquel entonces el menos caro
de Europa Occidental intervino igualmente en favor de esta
decisión. Porque esto representaba una gran ventaja desde el
punto de vista de la rentabilidad de una agencia que trabajaba
para el mundo entero.
El jefe de los servicios de información me dio las siguien-
tes directrices: abandonar Francia, seguir mis trabajos científi-
cos como geógrafo-cartógrafo, fundar en Bélgica una agencia
comercial de cartografía. Esperábamos que, siendo yo conoci-
do en el campo de la ciencia, conseguiría más fácilmente mi
propósito. Con estas instrucciones abandoné Moscú para em-
pezar una nueva carrera que me reservaba muchas sorpresas.
En París anuncié que la Inpress iba a cerrar, cesando en

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su actividad. Y di instrucciones para liquidar la agencia. En
el mes de diciembre marché a Bélgica para preparar la aper-
tura de mi nueva sociedad.
En Bruselas establecí contacto con el jefe de la Policía
belga. Le expuse que en mi calidad de geógrafo deseaba abrir
una agencia de prensa y solicité un permiso de residencia. Me
escuchó sin decir una palabra, y después dijo simplemente
no. En vano argüí que si había escogido Bélgica antes que
otros países era porque aquí los intercambios de información
científica estaban bien organizados y que la instalación de una
firma suministradora de mapas de actualidad era provechosa
para Bélgica, pues esa clase de mapas era cada vez más soli-
citada en todo el mundo. Ningún argumento logró romper la
obstinada resistencia del alto funcionario.
Antes de abandonar Bruselas visité el campo de batalla
de Waterloo, teatro del combate fatal que había decidido la
suerte de Napoleón y abierto así un nuevo capítulo de la his-
toria. Hacía mucho frío, y salvo yo, no había por allá ni un
alma. Paseé, personaje solitario, delante de los monumentos
que proclamaban la gloria de tantos ilustres generales, pre-
guntándome qué iba a hacer. Allí en el campo de batalla tes-
tigo de la derrota de Napoleón, constaté que acababa de su-
frir el primer revés de mi nueva carrera. De vuelta a París
informé a Moscú de que no había logrado legalizar mi pre-
sencia en Bélgica. Envié mi carta al agente de enlace que me
habían presentado en Moscú.
La respuesta no se hizo esperar. Debía jugar la segunda
baza que habíamos analizado, es decir: intentar establecerme
en Suiza, país tradicionalmente neutro, y abrir una agencia
científica.
En esa época casi todos los que disponían de un respaldo
financiero suficiente obtenían la autorización para establecerse
en Suiza. A menudo ocurría que un rico extranjero compraba
una casa o una propiedad, asegurándose así el derecho de es-
tancia en el país. De todos modos, después no podía realizar
ningún trabajo. Y mucho más difícil todavía ejercer cualquier
actividad comercial. El permiso para establecerse era expedido
por las autoridades cantonales -en lo que a mí se refería, las

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de Ginebra-, pero sólo después del visto bueno del gobierno
federal de Berna.
Había escogido Ginebra porque era la sede de la Sociedad
de Naciones, centro de la vida política internacional. Por otra
parte esa ciudad parecía ofrecer más posibilidades a una ofi-
cina científica, de información. La Sociedad de Naciones dis-
ponía de una biblioteca extraordinariamente rica en obras po-
líticas y económicas que a menudo había consultado para mi
trabajo. En efecto, la biblioteca que en París me habría sido
más útil (la del Instituto de Estadística), no sólo estaba cerra-
da, sino que se encontraba en un estado lamentable.
Cuando fui al Quai d'Orsay el portero me informó que,
como no había bibliotecaria, nadie se ocupaba de la bibliote-
ca. Insistí en trabajar incluso sin bibliotecaria. Entonces me
abrió la puerta de una inmensa sala donde vi varios miles de
libros y revistas empaquetados, tal como habían llegado por
corero, revueltos de cualquier modo desde hacía meses, quizás
años.
En el curso de mi busca por las bibliotecas parisienses me
ocurrió un incidente muy divertido en la Nacional, situada en
· un antiguo y suntuoso palacio de la calle Richelieu. En la
sala de catálogos me pregunté qué libros de Lenin estarían
disponibles, pues en esta época no era habitual que sus obras
completas se pudieran encontrar en la biblioteca principal de
un país burgués; ojeé el catálogo de autores, y, con gran sor-
presa por mi parte, vi que en el apartado de Lenin se me
remitía al catálogo de libros de medicina. No tuve dificultad
en encontrar el libro de medicina de Lenin: El izquierdismo 1
enfermedad infantil del comunismo. Estoy convencido de que,
al ser Lenin un autor conocido por un amplio público en
Francia, esta ficha estará ya hoy en su lugar adecuado.
Pero, volvamos a Suiza. Después de ver las bibliotecas pa-
risienses, llenas de gente o inutilizadas, la biblioteca de la So-
ciedad de Naciones, instalada en un edificio nuevo, acondicio-
nado con gusto y equipado con las técnicas más modernas ade-
más de poco frecuentada, me pareció un paraíso científico. En
Ginebra, el gobierno cantonal socialista me entregaría fácil-
mente el permiso de estancia (porque iba a utilizar el ar-

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gumento de que deseaba proseguir mis investigaciones cientí-
ficas con el apoyo del servicio de prensa de la Sociedad de
Naciones). De hecho tenía una carta de recomendación para
el servicio de prensa. Encontré muchas dificultades en Berna
con el jefe de la Policía Federal. El que deseara instalarme
en Ginebra no le agradaba demasiado porque «allí había más
extranjeros -sobre todo franceses- que súbditos suizos»;
sin embargo, la referencia a la Sociedad de las Naciones pare-
ció convencerle. Subray6, no obstante, que sólo podía autori-
zarme a fundar una sociedad si ésta suponía un beneficio para
la economía suiza. Es decir, que la empresa debía ser una so-
ciedad anónima, cuya dirección, según la ley suiza, estaría ase-
gurada por una mayoría de ciudadanos suizos. En mi caso se
necesitaban, aparte de mí, que era extranjero, dos personas
suizas para ocupar la dirección. Me recomendó, en seguida a
dos sabios suizos que vivían en Ginebra; sólo me quedaba con-
vencer a esos dos científicos.
El primero, un profesor de Geología, recibió mi proposi-
ción con bastante frialdad y no sin cierta desconfianza. Al
final de nuestra conversación declaró abiertamente que no que-
ríü hacer nada con extranjeros.
Por el contrario conseguí convencer al profesor de Geo-
grafía de la Universidad de Ginebra, otro de los que me ha-
bían recomendado. Le señalé con tanto entusiasmo las posibi-
lidades científicas y los beneficios económicos que la Geopress
podría reportarle, que el sabio, demasiado convencido de las
posibilidades comerciales de la empresa, formuló exigencias
inaceptables: pedía -gratuitamente desde luego- el 75 %
de las acciones de la sociedad, así como un salario mensual
muy elevado. Añadió que, si yo no aceptaba estas condicio-
nes, me negaría su aval ante la policía federal y no podría
obener el permiso para establecerme.
Las cosas llegaron a un punto en que me planteé el cese
de las «negociaciones diplomáticas». Hice notar al profesor
que, en última instancia, podía establecerme en territorio fran-
cés, en alguna de las pequeñas localidades próximas a Gine-
bra, Annemasse, por ejemplo. Y desplazarme diariamente a la
Sociedad de Naciones- en la que entretanto había logrado

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presentar mi recomendación al serv1c10 de prensa-. Podría
hacer imprimir los mapas en Ginebra y la policía suiza no
pondría --evidentemente- pegas a una solución tan ventajo-
sa para las imprentas ginebrinas. El profesor comprendió que
había ido un poco lejos y dio marcha atrás. Bajó al 50 % y
luego al 25 % . Pero yo me pu~e terco, y al fin acepté darle
un 15 % de las acciones y un sueldo mensual de 100 francos.
Después de esto sólo le vi en contadas ocasiones. Recibía
regularmente sus «sueldos» que, pese a ser modestos, bastaban
para cubrir sus pequeños gastos, y no se interesaba demasiado
por las cuestiones de la agencia. Sólo una vez vino a pedirme
un consejo, que luego no siguió-. El consulado de Polonia en
Suiza y la delegación polaca en las Naciones Unidas le ha-
bían pedido que firmara un mapa demográfico de Europa, ten-
dente a probar que las regiones fronterizas de Polonia Oriental
estaban pobladas mayoritariamente por polacos y que ucranianos
y bielorrusos eran minoría; yo le aconsejé que no dejase apa-
recer su nombre en la portada de una publicación tan visible-
mente destinada a fines propagandísticos. Pero él habría hecho
cualquier cosa por dinero. Era en 1936. Alemania había ocu-
pado Austria y Checoslovaquia. Para desgracia del profesor
el mapa incluía como población alemana, no sólo a los aus-
tríacos, sino también a los suizos. Y para colmo de desgracias,
ese mapa se expuso en Berna en el escaparate de una librería
céntrica. Los patriotas suizos, ya incitados e inquietos por las
crecientes apetencias del imperialismo alemán, asaltaron la libre-
ría para arrancar el mapa y quemarlo públicamente. En cuan-
to al profesor, se vio obligt1do a escribir una carta de auto-
crítica al ministro de Asuntos Extranjeros, Motta, que era su
protector.
Al cabo de poco tiempo, encontré un segundo socio. El
negocio parecía ir por buen camino; sin embargo, estaba in-
quieto por la tardanza en concederme el permiso de residen-
cia. Pasó un mes, luego dos, tres, y las cosas no avanzaban. En
el Consulado suizo en París se me pidió cortésmente que tu-
viera un poco de paciencia, pues ciertas formalidacks estaban
aún por cumplir. Me rogaron justificase mi situación financie-
ra: pude mostrarles una cuenta bancaria bien provista. También

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debía probar que no era políticamente sospechoso: la policía
suiza pidió a la policía húngara un informe de .mis anteceden-
tes. Después de haber obtenido un expediente ·judicial virgen,
no profundizó más en otros aspectos de mi vida en Hungría.
Fue una feliz casualidad que me evitó, enfrentarme a una si-
tuación bastante delicada.
Por fin, mis papeles se arreglaron en mayo de 1936. Re-
cibí el permiso para establecerme en el cantón de Ginebra du-
rante tres años, como patrono autónomo. Habiendo obtenido
igualmente el visado de entrada para mi esposa y mi suegra,
iniciamos los preparativos de marcha. El primer obstáculo es-
taba franqueado. Ahora todo dependía de la viabilidad de mi
sociedad, la agencia cartográfica Geopress.

CÓMO ME HICE COMUNISTA

Creo que sería interesante relatar los acontec1m1entos de


mi juventud, que han influido en el resto de mi vida.
Nací en Ujpest, el barrio industrial del norte de Budapest.
Mis padres eran gente muy humilde. Mi padre creció- en me-
dio de una gran miseria, mis abuelos vivían en el barrio de
los zíngaros.
En la antigua Hungría esto era una especie de «ghetto»
para los más pobres. Allí fue donde mi padre aprendió la len-
gua zíngara y hablaba siempre en ese idioma con los músicos
zíngaros, cosa que muy raramente hacen los húngaros. Mi pa-
dre y mi madre procedían los dos de familia numerosa. Cada
uno tenía entre ocho y diez hermanos.
En la Hungría capitalista no era raro que familias nume-
rosas emigrasen. Mi padre me contó que un día fue hasta
Hamburgo pero que, por falta de dinero, no pudo tomar el
barco para América y regresó a casa. Su hermano Miksa se
enroló en la Legi6n Extranjera y luchó en África. Más tarde,
con la ayuda de mi padre, logró fugarse de Sidi-bel-Abbés,

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guarnición principal de la Legión en Argelia. Mi padre no era
amante de contar cómo había llegado a Argelia, ni cómo había
ayudado a huir a su hermano. A veces, en las reuniones fa-
miliares, hacían referencia al hecho cambiando una mirada de
complicidad. Después de su vuelta, el tío Miksa se había he-
cho ingeniero. Al igual que mi tío Frederic, empleado de ferro-
carriles y después jefe de estación en lugares tan importantes
como Besztercebánya y Sátoraljaujhely, fue exterminado al fi-
nal de la Guerra Mundial en la cámaras de gas de los fascis-
tas; en ellas pereció casi toda mi familia.
Mi madre nació igualmente en el seno de una familia hu-
milde, hija de un zapatero de pueblo. Mi abuelo, a cuya casa
solía ir, vivía en Hungría Occidental; me mostraba orgullosa-
mente la herida que había recibido en la pierna durante la
guerra de independencia húngara en 1848, así como la bala
que le habían extraído de la herida. También mi madre había
ido a probar fortuna al extranjero. Lo cierto es que no fue
muy lejos; trabajó como lavandera en Viena, cerca de su pue-
blo natal de la Hungría Occidental. Allí conoció- a mi padre
que, por aquella época, intentaba encontrar en Viena mejores
condiciones de vida. La capital austríaca se había industriali-
zado y atraía a los espíritus más emprendedores de la clase
pobre húngara. Más tarde los dos regresaron a su país. Mi
padre fue durante mucho tiempo un pequeño empleado; des-
pués, a principios de siglo, abrió un modesto comercio en
Ujpest.
Mi padre sólo tenía cuatro años de estudios primarios, pero
poseía un espíritu extremadamente vivo. Como comerciante
solía tener pequeños problemas contenciosos, jamás recurrió a
un abogado y siempre defendió- sus pleitos con éxito.
A menudo hablaba de los años pasados en condiciones atro-
ces con el ejército austro-húngaro en Bosnia, que había sido
anexionada por la Monarquía. Allí acumuló para toda su vida
un odio feroz contra el ejército, su militarismo absurdo y es-
túpido y la dominación austríaca.
En la escuela fui siempre un buen alumno, el primero de
clase hasta el bachillerato. Mis padres no tenían demasiado
tiempo para dedicarlo a mi educación, pues trabajaban los dos

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'2 nr.nA T1'.Tl:'{)U1..(A
hasta muy entrada la noche. Además, mis estudios se desarro-
llaban en terrenos cada vez más desconocidos para ellos. Me
acuerdo con qué admiración mezclada de respeto se inclinaba
mi madre para ver mis ecuaciones o mis temas de latín. Tal
vez porque ellos no habían recibido educación, pero conocían
el valor de saber, se esforzaron en dar a sus hijos la posibili-
dad de estudiar. Fuera de la escuela recibía clases particulares
de alemán, francés e inglés; estudiaba violín y piano, tocaba
la flauta y leía partituras; incluso llegué a dirigir orquestas
de estudiantes aficionados. Recibí así una educación musical
muy variada y toda mi vida me sentí apasionado por la mú-
sica, bálsamo en múltiples momentos difíciles. Igualmente prac-
tiqué mucho deporte.
A la edad de seis años (acababa de aprender a leer y es-
cribir) abrí por primera vez un libro. Mis padres estaban sus-
critos al semanario ilustrado Tolnai Világlapja (Diario Univer-
sal de las ediciones Tolnai). Los editores de la revista habían
tenido la idea, bastante loable, de enviar a cada uno de los
suscriptores un suplemento de Navidad. En cada ocasión eran
libros nuevos, a veces enciclopedias en varios volúmenes o li-
bros de historia universal. En 1906 recibimos como suple-
mento el reportaje del profesor Benedek Barátosi-Balogh. En
su libro Dai Nippon, contaba como, siendo corresponsal de
guerra durante el conflicto ruso-japonés de 1905, llegó con el
Transiberiano hasta el Japón. El Dai Nippon fui el primer
libro que leí y me gustó mucho. La primera página -aún
me acuerdo de ello- empezaba así: «¡Aquí Taiga! ¡Corres-
pondencia para Tomsk!» «¿Cómo? -preguntó el periodis-
ta-. ¿La capital de Siberia no está enlazada directamente
por el Transiberiano?» Después seguía la conocida historia de
Tomsk cuya pequeña burguesía, temerosa de que el ferro-
carril, esa terrorífica invención, viniese a turbar su calma, se
había negado a que la vía pasase cerca de la ciudad. Más
tarde fue preciso crear una línea secundaria desde Taiga a
Tomsk. En el interior de la cubierta había un mapa en el
que una línea roja indicaba el itinerario Barátosi-Balogh, desde
Hungría hasta el Japón pasando por Siberia. Era el primer
mapa que veía, y representaba el Imperio Ruso. El mapa de

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ese inmenso país se grabó para siempre en mi mente. Casi po-
dría decir que marcó mi vida. Desde aquel momento fui un
apasionado por los mapas, los países lejanos, la geografía y
la historia.
La infancia de mi hermano y mi hermana, cinco y tres
años, respectivamente, más jóvenes que yo, transcurrió en con-
diciones más fáciles que la mía. En efecto, mi padre se había
enriquecido rápidamente en la coyuntura de principios de si-
glo; mis hermanos no conocieron las privaciones que habían
marcado mi juventud. Recuerdo aún la época en que nos alum-
brábamos con una lámpara de petróleo, que fue reemplazada
más tarde gracias a las mejoras de nuestras condiciones de vida
y al desarrollo general de la técnica, por la lámpara de gas,
después por la maravillosa luz de la primera lámpara de in-
candescencia. Recuerdo también el émnibus tirado por caba-
llos, que fue reemplazado por el tranvía y luego por el auto-
bús. Igualmente hicieron su aparición los primeros aviones.
En 1907-1908 dos aviadores franceses, Blériot y Latham, vi-
nieron a Budapest y en el campo de carreras, ante una gigan-
tesca multitud entre la que nos encontrábamos, hicieron volar
unos aviones que hoy parecerían de la época de Noé, pero
en aquellos tiempos eran casi un milagro.
Ujpest -hoy distrito IV de Budapest- era entonces un
municipio independiente. De hecho, llena de barro y mal cui-
dada, era una ciudad obrera, sucia por el humo de las fábricas.
Hasta entonces la ciudad había pertenecido a los condes de
Károlyi.
Desde mi primera infancia pude apreciar diferencias entre
clases sociales. En la escuela primaria mis compañeros eran
hijos de obreros pobres. Mi mejor amigo, un niño adoptado
por un comerciante de fuera venía a traernos los comestibles
(mi madre trabajaba todo el día en el comercio de mi padre
y no podía ir al mercado). El chico, que tenía mi edad, tra-
bajaba duro; era él quien repartía las mercancías a los com-
pradores. Mi madre se enteró de que el niño se moría práctica-
mente de hambre y desde entonces le hizo desayunar y comer
con nosotros. Así crecí en compañía de Laci Fodor, mi único
amigo de la infancia, y con él aprendí mucho sobre la vida

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de la gente pobre. Le perdí de vista cuando se enroló durante
la Primera Guerra Mundial.
En la escuela secundaria mis compañeros eran, en su ma-
yor parte, hijos de la burguesía rica, intelectuales y funcionarios.
En este barrio industrial en rápido desarrollo, al lado de al-
gunos chalés y casas de pisos habitadas por gente acomodada,
se extendía una inmensa mancha gris de cabañas amontonadas;
la diferencia entre clases sociales era apabullante y es"te gran
contraste no podía escapársele a un niño receptivo que leía
mucho. Porque la literatura no faltaba en nuestra casa. En
los momentos más lejanos que recuerdo mis lecturas preferi-
das eran las historias universales, enciclopedias y las descrip-
ciones geográficas. Cuando de vez en cuando veía una mani-
festación de obreros, pensaba instintivamente en las insurrec-
ciones, en los Gracos, en los acontecimientos de la gran Revo-
lución Francesa. Me acuerdo de la concentración de Mayo
de 1912; con Laci Fodor, veíamos desfilar por la calle prin-
cipal las interminables masas de obreros de Ujpest. Iban hacia
Budapest para participar en la gran manifestación que fue
ahogada en sangre. Quedé muy impresionado al leer en la
prensa, al día siguiente, que habían muerto muchos de los que
la víspera había visto desfilar cantando. Sólo tenía trece años
y aún no se podía hablar de simpatía consciente pero, al día
siguiente, Fodor y yo lucíamos una corbata roja en la escuela,
lo que nos valió una amonestación del director a través de
mis padres.
En aquellos días ya tenía una opinión formada sobre la
policía. La comisaría de Ujpest estaba muy cerca de nuestra
casa y sólo una cerca separaba nuestro jardín del patio de
ella.
Ahora, que a una edad avanzada analizo mis sentimientos
de juventud, atribuyo a estas impresiones el que se desarro-
llase en mí, hijo de padres acomodados, una cierta oposición
hacia la buena sociedad.
En el instituto mi horizonte se amplió. Mi familia pasaba
a menudo sus vacaciones en la costa del Adriático -de la
que buena parte pertenecía entonces a la Monarquía- en
Italia, en la Salzkammerzut en Austria, o en el Alto-Tatra

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que formaba aún parte de Hungría. Estos viajes contribuyeron
a darme una visión más amplia. Aprendí a conocer Viena, la
maravillosa capital austríaca. Uno de mis parientes lejanos, lg-
nace Kont, había sido antes de la Primera Guerra Mundial
profesor de húngaro en la Sorbona. Le veía muy raramente,
pero sus vivos relatos sobre Francia, la cultura y el modo de
vida francés, quedaron estrechamente ligados a mis recuerdos
de infancia. Todo esto ayudó a desarrollar en mí ciertas ten-
dencias. Kont murió en 1912. Cuando en 1924 viaje por pri-
mera vez a París, fui a visitar su tumba en el cementerio de
Mon tparnasse.
Durante la guerra mundial mi interés por la geografía se
desarrolló mucho más a la vista de los mapas detallados de los
frentes. Además, esta curiosidad no se manifestaba sólo en mi
casa; los avatares de la guerra despertaron el interés general
y quería seguir de cerca las incidencias del frente, con mayor
motivo, pues Hungría se encontraba muy cerca del teatro de
operaciones, mucho más que Austria o Alemania. En diciem-
bre de 1914 el ejército ruso franqueó la frontera de los Cár-
patos, es decir, la frontera húngara de la época. En los comu-
nicados del mando ruso aparecía la frase: « ¡Ataque en direc-
ción a Budapest !» Amplios sectores de la población se pre-
guntaban cómo iba a evolucionar la situación en el frente.
El primer gran trauma que la guerra me produjo fue la
muerte de mi querido primo: el joven médico había muerto
durante el sitio de Przemysl. Era la primera vez que tenía que
enfrentarme al horror del aniquilamiento, secuela inevitable
de la guerra. Mi tío, médico renombrado en el sector de So-
pron, esperaba que su único hijo le sucediese, e hizo todo lo
posible para convencerme de que escogiese la carrera médica
para sustituirle en su consultorio, pero yo no sentía ninguna
vocación por la medicina.
Entretanto, la vida seguía su curso. «La juventud debe vi-
virse», y mis excesos se manifestaron de diversos modos. Así,
por ejemplo, aunque estaba severamente prohibido en el co-
legio, organicé un equipo de fútbol; esto casi me costó la
expulsión del instituto. Después llegó el turno del ajedrez. El
círculo que creé tuvo tal éxito que vinieron los padres a que-

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jarse de mí: ¡sus hijos, en vez de estudiar, jugaban al ajedrez
noche y día! Desde los doce años escribía y editaba un pe·
riódico que yo mismo imprimía a mano -por supuesto, en
forma manuscrita- utilizando carboncillos en el despacho de
mi padre. Mi predisposición por la organización era el germen
de muchos de los rasgos de mi personalidad futura.
Mi infancia despreocupada cesó bruscamente. No tenía aún
dieciocho años -nací en 1899- cuando, apenas terminado el
bachillerato, mi quinta fue llamada a filas. Mis padres hicie-
ron todo lo posible por conseguirme un puesto en el que tu-
viese menos posibilidades de ser enviado al frente. Desde ese
punto de vista la artillería de posición parecía lo más adecua-
do. Un pariente lejano de la familia, Samu Hazai, general de
división y antiguo ministro de Defensa, intervino para que me
enrolasen en ese cuerpo. Fue así como entré en la escuela de
oficiales de artillería situada cerca de Hajmáskér, al lado del
lago Bala ton en las estribaciones de los montes Bakony. En
todo el reino húngaro era la única escuela para ese tipo de
armas y la formaban principalmetite los hijos de las familias
ricas. Los aristócratas de diferenes nacionalidades -austría-
cos, húngaros, polacos, checos- estaban ligados por sus in-
tereses a la monarquía de los Habsburgo. Sin embargo, los
alumnos-oficiales húngaros y checos, procedentes de la alta
burguesía, veían cada vez más claramente que _la guerra estaba
perdida; soñaban con la independencia nacional y un proba-
ble hundimiento de la Monarquía autro-húngara. Allí, por vez
primera, aprecié las divergencias que minaban la Monarquía
de los Habsburgo, formada de facciones y sectores muy dife-
rentes.
En 1918 fui agregado en Budapest al estado mayor de mi
regimiento, en la oficina de «órdenes secretas». Así se pro-
dujo el giro decisivo de mi vida, mi escala de valores se in-
virtió y mis opiniones maduraron definitivamente.
A estas oficinas llegaban las consignas secretas del Minis-
terio austrohúngaro de la Guerra. El ministerio estaba muy
inquieto por el espíritu de descomposición que se apoderaba
de todo el ejército. Entre los soldados heridos o con permiso
que regresaban de Ucrania -una parte de la cual estaba ocu-

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pada por el e1erc1to autrohúngaro-, cada vez eran más nu-
merosos los que, después de la Revolución socialista de Octu-
bre, se sentían solidarios de los soldados rusos. Después de
la paz de Brest-Litovsk, un gran número de prisioneros de
guerra, influidos por los bolcheviques, regresó al país. Para el
gobierno de Viena estos soldados eran la causa de la descom-
posición que afectaba a toda la Monarquía. El Alto Mando
no dejó regresar más prisioneros: éstos fueron internados en
campos, alejados de la población, donde se intentaba hacerles
olvidar las ideas peligrosas.
De este modo mis ojos se abrieron; muchas cosas que no
había comprendido hasta entonces o que no conocía, se acla-
raron. El hecho extraño de que el jefe de la oficina secreta de
mi regimiento fuese el comandante Kunji, hermano de uno
de los dirigentes del partido socialdemócrata húngaro, también
contribuyó a esa toma de conciencia. Fue él quien me habló
por primera vez de las ideas marxistas. Antes de enrolarme
me había matriculado (en la Universidad de Budapest) en
Ciencias Jurídicas y Políticas y, paralelamente a mi servicio
militar, seguía estudiando y examinándome. Al estudiar la
historia del derecho y la economía establecí mi primer con-
tacto con las obras de Karl Marx y Friedrich Engels. Y así,
en 1918, descubrí el marxismo, y debo añadir que, en pocos
meses, mi visión del mundo se transformó radicalmente. A esto
se unió que en el país reinaba el descontento, el hambre y
una atmósfera de descorazonamiento a causa de la guerra per-
dida. La población estaba insatisfecha; motines e insurreccio-
nes estallaban por todas partes. Los acontecimientos influyeron
incluso sobre el círculo familiar que, hasta la fecha, se había
sostenido al margen de cualquier cuestión política. Mi padre,
ciudadano liberal, se hizo miembro del llamado Partido De-
mócrata y después miembro del consejo municipal. Además,
mi padre pensaba que para el papel político que me estaba
destinado, necesitaba una preparación jurídica; por esa razón
entré en la Facultad de Derecho. Desde luego yo no pensaba
entonces en la actividad que posteriormente elegiría.
Las querellas políticas se agudizaban cada vez más en Hun-
gría. Algunos de mis compañeros de antaño se hicieron social-

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demócratas. Uno de ellos Erno Gero, fue más tarde uno de los
dirigentes del Partido Comunista húngaro. En la Hungría de
los terratenientes, donde millones de campesinos no poseían
un palmo de tierra, uno de los problemas más importantes era
la reforma agraria. La forma de resolverla suscitaba violentas
discusiones: ¿debían expropiarse los latifundios indemnizando
a sus propietarios, o bien se habían de repartir las tierras gra-
tuitamente entre los campesinos?
Los periódicos hacían alusión a unas eventuales conversa-
ciones de paz. Difundían el rumor de que uno de los miem-
bros de la dinastía, Sixto, príncipe de Borbón-Parma, negociaba
en Suiza los términos de un acuerdo de paz. Ya en el insti-
tuto nos reuníamos algunos compañeros para discutir la suerte
de la patria; por medio de ellos tuve ocasión de oír alguna
vez, sentado en el gallinero de la Asamblea legislativa, los
discursos de Mihály Károlyi, partidario de la oposición. De-
jaba entrever la situación precaria y sin salida a la que el país
estaba abocado.
Llegó el final de octubre de 1918.
La Monarquía austrohúngara había sido vencida y se estaba
descomponiendo. Esto dio un último impulso a la revolución
burguesa. La vieja Hungría, enriquecida por tres mil años de
historia, había perdido una gran parte de sus territorios que
fueron anexionados a Yugoslavia, Rumania y Checoslovaquia.
Los dirigentes de los partidos de izquierda y del partido social-
demócrata fundaron el Consejo Nacional Húngaro.
Para mí la «revolución de las margaritas» empezó el 31 de
octubre, cuando, de madrugada, me dirigía de Ujpest al cuar-
tel de la calle Lehel; en la parada del tranvía un soldado se
precipitó hacia mí, arrancó mi insignia con la inicial del rey
Carlos, puso en su lugar una margarita y después arrancó de
mi uniforme las otras insignias.
En el cuartel reinaba una confusión total. Kunji había to-
mado las cosas en sus manos, asignando a cada uno su puesto
de guardia. Así, me correspondió montar guardia ante el Ho-
tel Astoria, donde se reunía el Consejo Nacional; la tarea allí
consistía en contener la inmensa multitud que había invadido
las calles, para mantener despejada la calzada como mínimo.

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En mi regimiento, como en todo el ejército y todo el país,
los partidarios de la izquierda habían tomado la iniciativa pro-
gresivamente. Los políticos de la burguesía hubiesen deseado
mantener la monarquía, pero el pueblo y el ejército exigían la
instauración de la República.
Así fue como dos semanas después del desencadenamiento
de la Revolución, el 16 de noviembre, centenares de miles de
personas se manifestaron en la Plaza del Parlamento y, con la
colaboración activa de nuestro regimiento, se proclamó la Re-
pública.
En el momento de la concentración, un avión apareció por.
encima de la multitud volando a baja altura y lanzó octavillas
que los manifestantes se pasaron de mano en mano. Las octa-
villas decían que la única salida a la situación planteada era
la creación de una república socialista. Era la primera vez que
los socialistas revolucionarios húngaros aparecían en público;
con los prisioneros de guerra vueltos de la Rusia soviética,
esos socialistas constituían uno de los núcleos del nuevo Par-
tido Comunista. Era también la primera vez que yo leía una
octavilla revolucionaria y así aprendí que existía ya un movi-
miento que quería cambiar radicalmente el orden social sus-
tentándolo sobre bases enteramente nuevas.
Toda la revolución burguesa, de octubre a mayo, quedó en
mi memoria como un período de grandes manifestaciones. La
multitud invadía las calles gritando consignas; soldados hara-
pientos, vueltos del frente, se alojaban en las estaciones una
noche tras otra. Algunos no pudieron regresar a sus casas pues,
a causa de la descomposición de la Monarquía, las comunica-
ciones ferroviarias habían sido suspendidas.
En el curso de. estas semanas se fundó en Ujpest la Aso-
ciación Sociológica. Los jóvenes podían estudiar en ella los
principios marxistas sobre las posibilidades de modificar el or-
den social. En las reuniones de la sociedad, al lado de Gero
y otros, tomé la palabra varias veces. Allí establecí mis pri-
meros vínculos políticos y allí tuvo lugar un encuentro que iba
a tener una influencia importante en mi vida. Yo cortejaba a
una chica cuya hermana era rondada por un joven obrero in-
dustrial, János Román. János ingresó en el Partido Comunis-

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ta, acabado de crear. Como fruto de nuestras largas discusio-
nes también yo ingresé, a finales de 1918, en el Partido Co-
munista húngaro.
Así acabó ese año decisivo para mí. El año siguiente em-
pezó con cosas más prosaicas y menos importantes: fui desmo-
vilizado y preparé mis exámenes de Derecho. Entretanto el
Partido pasó a la clandestinidad y permanecí en contacto, no
con la organización de Ujpest, donde era demasiado conocido,
sino con la del distrito VIII de Budapest (Józsefváros, Ciu-
dad de José). Pero, cuando el comunismo subió al poder de
forma imprevista el 21 de marzo, el curso de mi vida cambió
bruscamente y desde ese momento estuve estrechamente liga-
do a los acontecimientos políticos.
Como la historia relata, los comunistas salieron de la clan-
destinidad para tomar el poder, en circunstancias bastante ra-
ras. Desde el principio nuestra alegría no fue completa. Por
decisión de sus dirigentes, el Partido Comunista se asoció al
Partido Socialdemócrata. Los jóvenes del club obrero József-
város, que en realidad no éramos más que unos comunistas
noveles, desaprobamos esa decisión, intuyendo que no podía
reportar nada bueno. En el momento de la fusión, el Partido
Comunista contaba con varios miles de miembros, mientras
que los socialdemócratas se acercaban al millón. En efecto,
todo miembro de un sindicato se integraba directamente a ese
partido.
Así recibimos, no sin inquietud, la noticia de la fusión
de los dos partidos llegados al poder. En efecto, temíamos
que el joven Partido Comunista fuese absorbido por los so-
cialdemócratas, partida de masas impregnado de una ideolo-
gía pequeño burguesa. A nuestro modo de ver no se trataba
de una fusión, sino de una disolución del Partido Comunista
en la socialdemocracia.
Los ejércitos burgueses habían desencadenado la ofensiva
contra la República húngara unas semanas después de su pro-
clamación. Las tropas de la Rumania de los boyardos fueron
las primeras en movilizarse en Transilvania. Partiendo de Yu-
goslavia, los franceses ocuparon los pueblos fronterizos; des-
pués, igualmente bajo mando francés (e italiano), fue el ejér-

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cito de Checoslovaquia -estado burgués recientemente crea-
do- el que pasó al ataque.
La situación se hizo crítica.
Entonces fue cuando se inició la organizac1on de nuestro
Ejército Rojo. En Budapest fueron creados regimientos «in-
ternacionales» que agrupaban a eslovacos residentes en Hun-
gría, ucranianos subcarpáticos, rumanos, yugoslavos, búlgaros,
austríacos y prisioneros de guerra rusos que aún permanecían
en el país. Un hermano de mi amigo János Román fue nom-
brado comisario político del 4.º Regimiento Internacional y
me pidió que le ayudase en la organización del mismo. Ésta
fue la causa de que me enrolase en ese regimiento desde los
primeros días. Entretanto, la situación en el frente se agravaba
sin cesar. El primero de enero tuvo lugar una inmensa e inol-
vidable manifestación. El 2 de mayo se inició el reclutamiento
masivo para el Ejército Rojo de Hungría, con el slogan: ¡Obre-
ros socialistas y comunistas, jóvenes comunistas, en pie para
defender la República!
Al día siguiente marché al frente con mis jóvenes cama-
radas de Józsefváros. Al primer lugar que nos tuvimos que
dirigir fue a Nagykoros para formalizar allí nuestro alista-
miento. El Ejército Rojo húngaro no tenía prácticamente nin-
gún plano topográfico; el ejército austrohúngaro ya no existía
y los planos para todos los ejércitos de la Monarquía se ha-
bían impreso hasta entonces en Viena. Teníamos una urgen-
te necesidad de planos. Por ello, · cuando en el centro de
concentración se pidieron cartógrafos, pensé que la pasión a
la que me había entregado desde mi infancia podía por fin
ser útil, y en calidad de cartógrafo fui agregado al Estado
Mayor de la 6.ª División.
Nuestro convoy se dirigía lentamente hacia el Norte. Ya
habíamos dejado atrás la amplia llanura del Alfold húngaro y
alcanzado las verdes colinas de las estribaciones del Mátra.
Llegamos por fin a la estación de Kisterenye. En una vía la-
teral se encontraban dos vagones enganchados: allí estaba ins-
talado el Estado Mayor de la división. Me presenté al cama-
rada Ferenc Münnich, comisario político de la división. Le
volví a ver veintiséis años más tarde, cuando él era embajador

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en Moscú, y otra vez en 1956, después de la contrarrevolu-
ción, como presidente del Consejo. Cuando le comuniqué mi
misión, Münnich exclamó riendo:
-¡Los comunistas ahora no tienen tiempo que perder di-
bujando mapas! Le nombro comisario del 51. º regimiento de
infantería.
En cada unidad importante del Ejército Rojo había un
comisario político. Su tarea era controlar a los oficiales, la
mayoría de los cuales procedían del antiguo ejército; por otra
parte debían vigilar la disciplina y el avituallamiento de los
soldados. Esto me molestaba terriblemente porque, con apenas
19 años de edad, no me sentía apto para ese puesto. El único
inconveniente que pude alegar embarazosamente fue que yo no
era de infantería, sino de artillería.
-Perfecto -me respondió Münnich-. Le nombro comi-
sario políticó de la artillería de la división.
Después de esto no osé decir nada más, temiendo que me
destinase a un puesto aún más importante.
Así, a la edad de 19 años, con el mentón apenas cubierto
de bozo (¡en vano me esforzaba en dejarme barba para aumen-
tar mi autoridad!), ocupé el cargo de comisario político de
artillería, puesto lleno de pesadas responsabilidades. Entre
otras, tenía la tarea de mantener la vista fija en el ex general
Folkusházy, jefe del Estado Mayor de la división, al que se
consideraba poco seguro. Trabajaba sin cesar con los planos
y me colocaron a su lado con el pretexto de que siendo un
«especialista», podría ayudarle.
La línea del frente se desplegaba en Salgótarján que, con
sus barracas y cabañas, se parecía más a una aldea perdida
que a un pueblo. En el lomo de las colinas de los al~ededores
se levantaban los pozos mineros, pero los mineros no traba-
jaban, sino que hacían guardia en las trincheras y nuestra di-
visión había venido a reforzarlos. Al principio reinaba en el
frente un ambiente peculiar. El enemigo no atacaba; sólo dis-
paros aislados turbaban la calma. Las mujeres de los mineros
llevaban la comida a las trincheras. Incluso ocurrió que uno
de nuestros compañeros de armas, Laci Csillag -quien más
tarde sería amigo mío-, se perdió y no lo encontramos hasta

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la noche. Salimos en su busca y le encontramos dormido so-
bre la hierba, en el terreno que separaba las trincheras checas y
húngaras.
Era igualmente curioso ver a los dos adversarios combatir
con el mismo uniforme: el del antiguo ejército austrohúngaro,
a falta de otro. De este modo era difícil distinguir nuestras
líneas de las del enemigo; así fue como uno de nuestros gene-
rales de brigada entró en coche en un pueblo, y no se dio
cuenta de que éste ya había caído en manos de los checos
hasta que lo hicieron prisionero. Pero el idilio duró poco.
Nuestras tropas fueron rodeadas y aisladas de Budapest, que
nos animaba con octavillas que los aviones lanzaban sobre
el frente.
Esta situación no duró mucho: en poco tiempo el Ejército
Rojo liberó casi totalmente Eslovaquia, donde fue proclamada
la República Socialista.
Después se operó un brusco giro. Clemenceau, presidente
del Consejo francés, propuso el siguiente acuerdo. Hungría
abandonaría la parte de Eslovaquia que había liberado y, a
cambio, se le restituiría el territorio al este del Tisza ( ocupado
entonces por los rumanos, que amenazaban directamente Bu-
dapest). Desde luego e! alto mando del ejército rumano no
tenía en absoluto la intención de devolver esa región.
Éramos numerosos los que pensábamos que no debía acep-
tarse esa propuesta dudosa. El propio Lenin, en un telegrama
dirigido al gobierno húngaro, le llamaba la atención sobre el
carácter falaz de la oferta. Desgraciadamente, la Comuna hún-
gara, en la que los socialdemócratas eran mayoría, aceptó el
compromiso que proponía la Entente. Nunca olvidaré la gran
concentración de Kassa, en la que toda la población desfiló
por la plaza mayor, suplicándonos que no les abandonásemos
en manos de los intervencionistas. Pero habíamos recibido la
orden y, algunos días más tarde, al amparo de la noche, aban-
donamos silenciosamente la ciudad. Sin disparar un tiro dejá-
bamos Eslovaquia, regada con la sangre de nuestros soldados
revolucionarios.
Justamente antes del abandono de Checoslovaquia, cuando
estaba de paso por Ujpest el 24 de junio, hacia el mediodía,

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me llamó la atención el ruido sordo del cañón. Me dirigí rápi-
damente al consejo municipal, varios de cuyos miembros se
habían reunido ya en torno de su secretario Béla Illés, que
se convirtió más tarde en un célebre escritor. Nos enteramos
de que los oficiales contrarrevolucionarios de la flotilla del
Danubio estacionada en Ujpest habían iniciado una revuelta,
y que los barcos de guerra ( «Monitors») disparaban sobre
Budapest. El teléfono no funcionaba y no teníamos más deta-
lles. Decidimos que me dirigiera a Budapest para informarme
de la situación.
Los tranvías no funcionaban y tuve que recorrer a pie
toda la calle Vácí, que nunca me había parecido tan larga.
La tarde caía y las calles estaban desiertas cuando llegué al
distrito VIII, al Consejo de Obreros y Soldados en el que
conocía a más camaradas. Todo el mundo tenía el fusil en la
mano. Me enteré de que la Central Telefónica situada frente
a nuestro edificio estaba en manos de los contrarrevoluciona-
rios, que, de vez en cuando, lanzaban ráfagas. Llegaban noticias
según las que, al otro lado del Danubio, se encontraba una
batería de artillería que acababa de llegar a las cercanías del
distrito I de Buda. Después de algunas vacilaciones, decidí
ir a buscar refuerzos. Los «Monitors» de los contrarrevolucio-
narios surcaban el Danubio; ih;¡minaban los puentes con los
reflectores y me fue difícil pasar de un lado al otro sin ser
visto. Tuve que hacer el largo camino agazapado. Llegué al
hotel Guellért, dónde estaba reunido el Consejo de Obreros y
Soldados del distrito I. Les ·comuniqué la situación, pero no
podían prestar ayuda. Regresé a Pest del mismo modo que ha-
bía venido y fui al hotel Hungría --dónde estaba instalado
el gobierno- para comunicarles los acontecimientos. En el
Hungría, situado a la orilla del Danubio, reinaba una total
confusión; no encontré a nadie capaz de tomar una decisión.
No prestaron ninguna atención cuando anuncié que a las puer-
tas de la ciudad se encontraba una batería de artillería que
podía ayudarnos a desalojar a los contrarrevolucionarios insta-
lados en la Central Telefónica. Noté que ya algunas fuerzas
interferían e impedían la lucha. Más tarde se comprobó que
Joseph Haubrich, socialdemócrata y comandante de la plaza

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de Budapest, estaba en aquellos momentos relacionado con
los contrarrevolucionarios.
A fin de cuentas, regresé en coche a Józséfváros, acompa-
ñando a Béla Szántó, comisario del pueblo para la guerra, con
algunos soldados.
Atravesamos la ciudad, rodando a toda velocidad y rom-
piendo el impresionante silencio que había en las calles desier-
tas ahogadas en la oscuridad. En Józséfváros la batalla estaba
en su punto culminante: estirados en el suelo, abrimos fuego
contra la Central Telefónica. A la madrugada, los cadetes con:-
trarrevolucionarios que habían ocupado el edificio se rindieron.
No se les hizo ningún daño: se les envió a que fuesen «reedu-
cados».
Uno de los ecos literarios de la contrarrevolución de junio
de 1918 fue la novela de János Gyetvari, publicada en Berlín en
1925, en alemán, con el título Bine Nacht (Una noche). Ha-
biendo participado en ella, escribí el prefacio de la novela en
el que se revivía esa noche inolvidable.
Nuestra división fue reorganizada. El Cuartel General me
informó de que había sido relevado y colocado en situación
de reserva, pues no había sido él quién me había nombrado
comisario político. Era el principio de una serie de medidas
tomadas por el comandante en jefe del ejército, el socialde-
mócrata Vilmos Bohm, para aparta-r progresivamente a los co-
munistas de los puestos de mando del ejército.
Habíamos logrado detener la contrarrevolución, cierto, pero
como fruto de una situación política y económica precaria, la
República socialista, sitiada por los intervencionistas, vivía
sus últimos días. Nadie quería aceptar los billetes emitidos
por el gobierno Károlyi. Ese papel moneda, que debía reem-
plazar a los billetes de banco de la Monarquía austrohúngara,
era blanco y sin texto por una de sus caras. En efecto, el banco
austrohúngaro, cuya sede estaba en Viena, no había enviado a la
imprenta húngara nada más que el clisé de una de las caras. Era
moneda que parecía hecha a medias y despertaba evidente-
mente la desconfianza del pueblo bajo. Los billetes azules de
diez y veinte coronas de la Monarquía (el «banco de vientre
azul», como se les llamaba) comenzaban a ser puestos aparte

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como moneda fuerte, mientras que, en las últimas semanas, los
billetes blancos eran rechazados directamente.
Por otro lado, empezamos a notar, cada vez más, que el ene-
migo se había infiltrado en nuestras filas, el nudo se apretaba
y no podíamos contener la presión de los intervencionistas
que nos acechaban por todas partes. El 31 de julio recibí en
Ujpest la noticia de que el gobierno socialista había dimitido.
No olvidaré nunca aquella noche en que, por última vez, dimos
la vuelta a Ujpest, con las armas en la mano, patrullando por la
ciudad para asegurar el poder obrero.
El gobierno socialdemócrata, creado después de la caída
de la Comuna, no permaneció en el poder más que unos días.
El 5 de agosto, mezclado con la multitud de espectadores si-
lenciosos, fui testigo de la entrada en Budapest de las tropas
rumanas mandadas por el general Mardarescu. En esos mo-
mentos teníamos todavía esperanzas, pese a la entrada de los
rumanos en la capital, pese a que el viento de la contrarrevo-
lución empezaba a soplar. Y a pesar de que, con algunos ami-
gos, habíamos enterrado el carnet del Partido en un terreno
de Ujpest, estabamos seguros de que pronto podríamos volver
a recogerlo. Cuando volví al país treinta y seis años después,
me interesé por aquel terreno y por mi carnet, pero se burla-
ron de mí porque el solar estaba cubierto de edificios hacía
años y no quedaba -con certeza- rastro de mi carnet.
Los acontecimientos se sucedieron con rapidez. Con la
llegada de los contrarrevolucionarios del almirante Horthy, em-
pezaron los arrestos y ejecuciones. Tuve que huir. Me enteré
que de la estación del Sur, que aún no estaba ocupada, salía
un tren hacia el Oeste. Miles de fugitivos se aglomeraban en
la estación y sus alrededores. Ese único tren, lleno a rebosar,
partió por fin al amparo de la noche, pero en la primera esta-
ción, en Kelenfold, los rumanos dispararon contra nosotros. El
tren consiguió pasar y sin detenernos, pasamos en tromba por
Székesfehérvar, ocupada ya por los contrarrevolucionarios. Así
fue como llegué a Balatonlelle, donde sólo pude pasar unos
días en casa de un amigo: también allí empezaron los tiroteos.
Se detenía a los comunistas y a quienes les daban cobijo.
¿Dónde ir? Uno de mis tíos, médico, vivía en Kapuvár,

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en el sector de Sopron, cerca de la frontera Oeste. Tuve terri-
bles dificultades -las autoridades contrarrevolucionarias ya
estaban allí y, a lo largo del camino, sólo se daba alojamiento
después de una comprobación de identidad- pero conseguí
llegar al objetivo de mi viaje. Durante algunas semanas perma-
necí escondido en casa de mi tío pero, en seguida, el terror
contrarrevolucionario se desencadenó en Kapuvár: dos funcio-
narios de la Comuna fueron ahorcados. No queriendo ocasio-
nar problemas a .mi tío, decidí pasar a Austria. Esto no era
tan simple, porque, al no poder obtener el pase oficial, sólo iba
provisto de un documento bastante confuso. El tren estaba
lleno de socialistas y comunistas que huían, nos contemplá-
bamos en silencio, escuchando el monótono trepidar de los va-
gones y preguntándonos lo que las próximas horas nos reser-
varían. Así llegamos a la estación fronteriza, que entonces
era Savanyukut. Mi pase no sirvió para nada y fui detenido.
Los guardias fronterizos me tomaron por un comunista llamado
Polacsek, contra el que se había dictado una orden de deten-
ción y cuya descripción encajaba con mi persona. Por mucho
que insistí en que se trataba de un error, los golpes caían sobre
mí y me preguntaban únicamente en qué árbol prefería ser
ahorcado. El azar me salvó: entre la multitud que esperaba la
salidad del tren, descubrí a un joven de Kapuvár, que había
cortejado a mi hermana y logré convencerle para qué confir-
mase mi identidad. El gran retraso causado por mi humilde
persona empezó a impacientar a los empleados del ferrocarril;
los guardias fronterizos no insistieron más. En plena noche, el
tren cruzó por fin la frontera austríaca. La oscuridad reinaba
tanto en el interior como en el exterior del tren. Esperábamos
silenciosamente la llegada de los guardias austríacos.· A raíz
de mi aventura en Savanyukut, había perdido mi pase dudoso
y no llevaba conmigo más que una tarjeta de abono para el
tranvía de Budapest. Pero en esa tarjeta había mi foto, sellos y
-eso era esencial- un manifiesto húngaro que los austríacos
no comprendían. A la débil luz de la lámpara del guardia
ofrecía el aspecto de un documento totalmente aceptable. Así
abandoné mi país, para no regresar hasta después de treinta y
seis años.

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4 • DORA INFORMA
Me gustaría mencionar a título de curiosidad que la suerte
me hizo encontrar al camarada Polacsek, unas decenas de años
después. Él había emigrado a la Unión ·Soviética, donde tra-
bajaba como médico; regresó a Hungría hace unos años. Al
cabo de más de cincuenta años, pudimos celebrar nuestra feliz
liberación.
Pasé la frontera austríaca el primero de setiembre de 1919,
sin ser consciente todavía de que se levantaba para mí el alba
de un largo exilio. Todos nosotros, emigrados húngaros, pen-
sábamos que nuestra estancia forzada en el extranjero sería
de corta duración y que pronto la República sería restaurada;
la potencia soviética estaba intacta y en ella poníamos todas
nuestras esperanzas.
Me había hecho a la idea de que Viena era una suntuosa
ciudad imperial. Después de las peripecias que habían marcado
mi viaje, emití al llegar un suspiro de alivio; sin embargo el
abandono y la visible pobreza de la ciudad me impresionaron
inmediatamente.
¿Dónde estaba la jovial y famosa Viena, elegante, y tan
desenvuelta? La antigua capital del imperio austríaco no era
más que el centro de un pequeño país donde afluían sus anti-
guos oficiales y funcionarios, ahora sin empleo. Allí confluía
también la multitud creciente de emigrados húngaros. Mientras
que la mayoría se había repartido por los arrabales de barracas,
yo logré instalarme en casa de un antiguo conocido, zapatero
de barrio.
Pasaban las semanas una tras otra. Nos llegaban de Hungría
noticias relativas al terror blanco que se había desencadenado.
Tuve que instalarme con la perspectiva de una estancia más
larga de lo que había supuesto. Decidí entonces inscribirme
en la Universidad de Viena para dedicarme por fin a mi mate-
ria favorita: la geografía, y para perfeccionarme en la rama
científica que, desde mi infancia, más me atraía. Había inicia-
do los estudios de Derecho en Budapest sólo para satisfacer
el deseo de mi padre. Mi matrícula se hizo, sin embargo, con
dificultades: en la Universidad me exigieron un permiso de
estancia permanente y en la policía me exigían un certificado

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de matrícula. Era un círculo vicioso. Tuve que dirigirme direc-
tamente a Johannes Schober, jefe de policía, conocido por ser
un reaccionario (fue elegido más tarde Primer Ministro en
varias ocasiones). Éste ya sabía que yo era un emigrado comu-
nista. No fue Schober, sino el jefe de la sección política, el
doctor Presser, quién me recibió: «¿A qué se debe que, tan
joven, sea usted ya un malvado?» Tuve que contenerme para
no echarme a reír.
En definitiva, en atención a mi juventud, conseguí inscri-
birme en la Universidad y obtener un permiso de estancia. En
este período difícil de mi vida, mi único consuelo era asistir
tan a menudo como podía a las clases de geografía en la Uni-
versidad y participar en los seminarios de cartografía. La clase
de geografía física estaba dirigida por el profesor Brückner
-especialista en glaciares- mundialmente conocido. Recién
llegado de Hungría y además sin conocer nada de geología,
que por entonces no figuraba en los programas de estudios
secundarios, y aún menos de la ciencia de los glaciares, no
entendía una sola palabra de las explicaciones del profesor
Brückner. Al principio estaba desesperado: ¿ésa era la geogra-
fía que tanto me apasionaba? Afortunadamente el encargado
de curso, Otto Lehmann (más tarde profesor en la Universi-
dad de Zürich) responsable del seminario en que yo participaba,
me inició progresivamente en las otras ramas de la geografía.
Me protegió incluso de los estudiantes austríacos que se burla-
ban de mí porque, al no conocer la terminología, cometía a
menudo lapsus considerables. Así, describiendo un terreno pan-
tanoso, en lugar de decir «Sumpf», dije «Morast», que en hún-
garo significa pantano, pero en alemán-austríaco es sinónimo de
«vicio».
Mi vida en la Universidad no resolvía más que uno de
los problemas de mi dura vida de emigrado. Nos llegaban noti-
cias bastante inquietantes y descorazonadoras sobre la Revo-
lución rusa. Una triste noche de octubre de 1919 quedamos
consternados al oír a los vendedores de periódicos anunciar la
caída de Petrogrado, ciudad bolchevique: las tropas de Iunde-
nitch habían ocupado la cuna de la Revolución. Al día siguiente
se comprobó que no había sido más que un error de informa-

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c10n, pero nunca olvidaré la triste noche que, descorazonado,
pasé con mis amigos del exilio.
Los cafés de Viena, instituciones muy particulares, estaban
estrechamente ligados a la vida del emigrado. Sin dinero, sin
trabajo, por lo menos al principio, el exiliado podía, si lo
deseaba, pasar todo el día en un café (calientes en invierno)
delante de una simple taza de café o de un vaso de agua. Podía
leer los periódicos de su país y del extranjero, encontrar a sus
amigos, escribir su correspondencia; podía incluso recibir allí
sus cartas y pedir préstamos al camarero. Para los pobres emi-
grados el café era un refugio donde, en los tiempos difíciles,
la suerte y las convicciones comunes les conducían a establecer
amistades para toda la vida y esto importaba más que nada.
Por supuesto, no sólo eran los emigrados los que permanecían
ante un vaso de agua, que los camareros cambiaban cada hora,
sino también personas dudosas dedicadas a asuntos no menos
dudosos. Alguno declaraba, por ejemplo, que estaba dispuesto
a vender a buen precio un vagón de clavos; el comprador
aumentaba un diez por ciento y revendía inmediatamente esa
misteriosa mercancía y así varias veces hasta que se demos-
traba que esos clavos no existían; era lo que llamábamos «ne-
gocios en el aire».
Fue en uno de esos cafés donde conocí a un comerciante
húngaro de Transilvania que compraba en Austria para reven-
der en Rumania. Me contrató como secretario. Yo tenía enco-
mendada la tarea de vigilar la carga de la mercancía en el puerto
danubiano de Viena y, lo que era más importante, ir al consu-
lado de Rumania y sobornar a los funcionarios para obtener
las licencias de importación con franquicia aduanera. En aque-
lla época yo vivía en la mayor de las miserias, no tenía prác-
ticamente qué comer y no podía renunciar, pues, a ese sueldo,
aunque fuese ganado en tales condiciones.
Sin embargo, los emigrados húngaros no se contentaban
sólo con parlotear en los bares. Al cabo de algunos meses pu-
blicaron en alemán un periódico titulado Kommunismus. Era
la primera revista científica sobre el comunismo editada fuera
de las fronteras de la Unión Soviética. Yo escribía artículos
sobre la situación militar, porque en Rusia la guerra civil y

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la intervención habían alcanzado el paroxismo. Diseccionaba la
masa caótica de informaciones recibidas, para intentar dedu-
cir la situación militar exacta. Nuestros artículos intentaban
ayudar al lector a seguir los acontecimientos de la Revolución
Rusa, explicar lo que defendía esta revolución y cuáles eran
sus fines.
Leo Lanía, comunista austríaco, redactor de la revista (más
tarde conocido escritor de la burguesía de izquierdas), vino a
verme un día muy exaltado. La redacción había recibido una
carta de Lenin en la que éste hacía unas reflexiones críticas
sobre nuestra revista, y escribía que la editorial de Lanía y mi
artículo sobre la invasión de Persia por, los ingleses merecían
ser destacados. Esta sorprendente noticia me puso loco de
alegría para el resto de la jornada.
Un buen día vino a verme mi tío paterno, Henrik Korosi,
inspector nacional de enseñanza primaria en Hungría. Repre-
sentaba la rama «aristocrática» de la familia (a la que perte-
necía también el general Hazai, del que ya he hablado). Era
un hombre interesante, ambicioso y muy culto. El rey Car-
los IV le había ennoblecido en una de sus últimas disposicio-
nes. Bajo la Comuna, uno de sus hijos, oficial en activo, había
servido en el Ejército Rojo, en una de las baterías agregadas
a mi división. Se puede imaginar fácilmente la escena familiar,
cuando el antiguo oficial encontró en el frente al inexperto
de su primo que, en calidad de comisario político, era su
superior. Mi tío, gracias a su fantástica capacidad de adapta-
ción, había logrado mantenerse en el ministerio bajo la Re-
pública socialista. Cuando vino a verme trayéndome las pri-
meras noticias de mis padres, me comunicó que seguía ocupan-
do el mismo puesto. Estaba de paso hacia Suiza, e intentaba
convencerme de que me estableciese en Zürich donde, con la
ayuda de nuestros parientes suizos, podía hacerme inscribir
en la Universidad; este proyecto no llegó a realizarse porque, en
el verano de 1920, mi vida tomó otros derroteros.

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LA ROSTA DE VIENA

En el café Herrenhof, lugar de cita preferido por los inte-


lectuales progresistas, conocía al «conde rojo». Así se llamaba
al conde Xavier Schaffgostch, descendiente de la más alta aris-
tocracia alemana; prisionero de guerra en Rusia, se había
unido a los comunistas. Este gran diablo de cabellos tirando a
rojos, siempre excitado, me contó que conocía a un cierto
Constantin Umanski que traducía, para la sección de prensa
del Ministerio austríaco de Asuntos Exteriores, los radiotele-
gramas soviéticos capturados por la estación de radio vienesa.
Poco tiempo después me presentó a Umanski; éste era aún más
joven que yo, casi un niño (entonces yo tenía veinte años y él
diecinueve). Tenía ya en Moscú una seria reputación como
historiador de arte. Hijo de familia rica, hablaba bien el ale-
mán y Lunatcharski, Comisario del Pueblo para la Educación
Nacional, le había enviado a Alemania con el fin de propagar
allí las nuevas formas del arte soviético. Umanski había escri-
to un gran libro sobre los futuristas y cubistas rusos que causó
sensación y fue publicado en Munich por Piper, uno de los
editores alemanes más importantes. La primera vez que fui
a Moscú, pude ver aún en ciertos edificios públicos, restos de las
pinturas ultramodernas reproducidas en el libro de Umanski.
Esas pinturas habían, sin embargo, desaparecido de los muros
del Kremlin. Sobre esta cuestión me contaron que Lenin había
acompañado una vez a una de sus hijas adoptivas, que era
pintora, a una exposición futurista-cubista. Había mirado larga-
mente los cuadros y declarado que no había comprendido nada,
lo cual no quería decir que esas obras no revistiesen una
gran importancia para las futuras generaciones que tal vez
comprenderían su mensaje.
Umanski, se estableció en Viena en 1920. Había conocido
al conde Schaffgotsch, quién le había introducido como tra-
ductor en el Ministerio de Asuntos Exteriores austríaco, diri-

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gido en aquellos momentos por Otto Bauer, jefe del partido
socialdemócrata.
Umanski me puso al corriente de que, para informar al
gobierno austríaco, la radio vienesa captaba todos los días
los telegramas de Moscú dirigidos « ¡A todo el mundo, a todo el
mundo!» Estos telegramas difundían noticias de las repúblicas
soviéticas. Ésta era la única fuente de información sobre Moscú.
El asunto me interesó mucho porque las noticias de la Rusia
soviética, que los periódicos occidentales publicaban con tono
hostil, eran muy breves. Los telegramas difundidos por Moscú
no llegaban al público y quienes leían los periódicos ignoraban
lo que pasaba en Rusia, aislada del resto del mundo por la in-
tervención y la guerra civil. Se me ocurrió la posibilidad de
transmitir de un modo u otro esas noticias a un público más
amplio, por lo menos a la prensa de izquierdas. La mejor
manera parecía ser la creación de una agencia de prensa: a
través de Umanski y Schaffgotsch conocí a Schwartz, jefe de
la sección de prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores aus-
tríaco, conocido como socialista de izquierdas. Mi idea le
complació. Me advirtió, sin embargo, que si queríamos obtener
los telegramas tendríamos que sobornar al director de la sección
de radio y a los telegrafistas. Nos pusimos de acuerdo en cin-
cuenta dólares mensuales. En la famélica Viena de la postgue-
rra, la estación nacional de radio y su personal podían com-
prarse por una suma tan ridícula. Faltaba saber como informa-
ríamos al gobierno soviético de esta nueva posibilidad de
difusión.
En esa época la Rusia soviética no mantenía relaciones
diplomáticas con ningún país. Sólo la Central Cooperativa
Soviética -la Centrosoyuz- tenía un representante en Esto-
colmo, Maxim Maximovitch Litvinov (que más tarde se con-
vertiría en uno de los dirigentes de la política extranjera so-
viética), que se ocupaba de las transacciones comerciales. A tra-
vés de un camarada húngaro emigrado en Estocolmo, logré
establecer contacto con Litvinov a quién comuniqué nuestros
proyectos.
Los meses pasaban, había estallado la guerra ruso-polaca
y aún no teníamos noticias de Litvinov.

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Y de pronto, un hermoso día de julio, el director general
del mayor banco austríaco -el Wiener Bankverein- me
rogó fuese a visitarle por asuntos de negocios. Con curiosidad
penetré en el suntuoso edificio del banco, donde el secretario
me introdujo con deferencia en el despacho del todopoderoso
banquero. Aprecié que mi persona suscitaba una cierta extra-
ñeza y, probablemente porque le parecía muy joven, el direc-
tor me preguntó si era yo la persona a la que habían avisado.
Después me espetó un largo discurso sobre las relaciones co-
merciales entre Austria y Rusia, una tradición secular, sobre
las amplias relaciones económicas que en otro tiempo existían
entre ambos países, subrayando que su banco había jugado
siempre un importante papel de mediador. «Espero, dijo, que
igualmente en el futuro, nuestro banco podrá ser el mediador
en tales negocios.» Yo le miraba atolondrado sin comprender
adónde quería ir a parar. Me tendió entonces un cheque de
diez mil coronas suecas, extendido a mi nombre por la repre-
sentación del Centrosoyuz en Estocolmo.
Con esta suma, enorme en aquella época, empecé desde
el día siguiente a preparar la Rosta-Wien (Rosta=Rosiyskoye
Telegrafnoye Agentstvo - Agencia Telegráfica Rusa). En el
espacio de pocos días logré alquilar un local amueblado conve-
nientemente y reclutar colaboradores, la mayoría de ellos comu-
nistas húngaros emigrados. A fines de julio de 1920, en una
situación política sumamente tensa, mientras el Ejército Rojo
avanzaba sobre Varsovia, fue cuando, por fin, empezamos nues-
tro trabajo.
Cuando la Rosta se estableció en su primer local provisio-
nal, el despacho vecino estaba ocupado por un tal «Joseph
Krasni», un polaco revolucionario y comunista, al que había
conocido durante la comuna húngara. Publicaba una revista
polaca y la guerra ruso-polaca, que estaba en pleno apogeo,
era naturalmente su tema central. Consulté a Krasni, antes de
publicarlos en la revista Kommunismus) mis análisis sobre la
situación en el frente, ya que confiaba plenamente en sus apre-
ciaciones. Estábamos a principios de agosto de 1920; las
tropas soviéticas estaban ante Varsovia y tenía que entregar mi
artículo mensual dando una panorámica de la situación. Krasni

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me aseguró que la capitulación de Varsovia era cuestión de
sólo unos días y que, por lo tanto, podía presentar la situa-
ción desde ese punto de vista. Así lo hice, pero Varsovia no
capituló, sino todo lo contrario; la superioridad del Ejército
polaco bajo el mando francés, obligó a las tropas soviéticas
a retroceder hasta Prusia Oriental, donde fueron desarmadas
por los alemanes. En ese momento Krasni desapareció de la
noche a la mañana con todo su aparato de prensa y no volví
a oír hablar de él. Entre los colaboradores de la Rosta se
encontraba el gran filósofo húngaro, Georges Lukács, miembro
de la Comuna de 1919, así como Béla Fogarasi, igualmente filó-
sofo marxista que, después de 194 5, llegó a ser Director de la
Universidad de Ciencias Económicas Karl Marx en Budapest
y vicepresidente de la Academia de Ciencias. Charles Reber,
oriundo de Suiza y corresponsal agregado a L'Humanité, cola-
boró también en la actividad de la oficina, así como el ele-
gante Frederic Kuh, periodista americano con aspecto de lord
inglés. Era conocido como corresponsal del Daily Herald, ór-
gano del Partido Laborista. Gerhard Eisler, el genial redactor,
desbordante de ingenio, del Rote Fahne, periódico comunista
de Viena, aportó una ayuda muy apreciable. Una estrecha
amistad nos unió hasta el fin de sus días. En los últimos años,
y hasta su muerte en 1968, dirigió la radio y la Televisión de la
República Democrática Alemana. Varios comunistas rusos y
ucranianos trabajaban también en la Rosta; traducían al alemán
las informaciones en ruso. Antiguos prisioneros de guerra se
habían quedado en Viena. Uno de ellos, un mocetón de ca-
bellos y ojos negros del que sólo conocíamos su seudónimo,
Fedya (nunca supe su verdadero nombre aunque k volví a
encontrar varias veces en Moscú), permanecía larga:, tempo-
radas en la cárcel vienesa a causa de sus actividades como
agitador comunista. Una vez fue encarcelado con un viejo
contrabandista que tristemente le contó las dificultades de su
profesión, después preguntó a Fedya cual era su ocupación y
porqué estaba en la cárcel. Fedya le respondió simplemente:
«Soy comunista». « ¡Pues ya es una forma difícil de ganarse
la vida!», había respondido el viejo con aire malicioso. Más
tarde, cuando nos encontrábamos en dificultades, evocábamos

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a menudo sonriéndonos esta frase: «Auch ein schweres Stück-
chen Brot!».-!·
Otro de mis traductores, Walter Kriwitski, alcanzó más
tarde fama mundial o, mejor dicho, una mala fama. Intendente
en el Ejército republicano durante la Guerra Civil española,
renegó más tarde de toda su vida anterior en la prensa ame-
ricana.
Y después estaba entre nuestros colaboradores el conde
Schaffgotsch. Él era, nominalmente, el redactor responsable
de la Rosta, lo que no le impedía de vez en cuando ir de caza
a la Alta Silesia, a las inmensas propiedades de los Schaf-
fgotsch, familia prusiana muy rica.
Debo confesar que me sentía muy incómodo en mi papel
de director frente a colaboradores que tenían grandes cono-
cimientos y que, en su mayoría, eran de más edad que yo.
El secretario general de la Rosta-Wien era Constantin
Umanski. Preparaba para nosotros los telegramas que antes
traducía por cuenta del Ministerio de Asuntos Exteriores aus-
tríaco. La vida de Umanski es muy conocida. Agregado de
prensa soviético en Roma y París, fue nombrado a continua-
ción jefe de la oficina de prensa de Asuntos Exteriores soviéti-
cos. Después dirigió durante un tiempo la agencia Tass y más
tarde fue nombrado embajador de la Unión Soviética en los
Estados Unidos y en México donde, junto con su esposa,
murió víctima de un accidente aéreo. Fue en la Rosta donde
conoció a su mujer que trabajaba con nosotros como dactiló-
grafa. Una amistad íntima me ligó a Umanski hasta el final
de su vida.
Recibía directamente del director de la radio vienesa los
telegramas de Moscú. Ésta había sido una de las condiciones
de Schwartz. La estación de radio se encontraba en el Minis-
terio de Asuntos Exteriores, en un viejo edificio de estilo
barroco en el que, después de la derrota de Napoleón, se había
reunido el famoso Congreso de Viena. Schwartz, jefe de la sec-
ción de prensa, había dado instrucciones a los porteros para que
se me dejase pasar siempre; pues era agente diplomático de

* Literalmente: «Ciertamente, un duro corrusco de pan».

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Etiopía (Austria no mantenía ningún tipo de relación diplo-
mática con ese país). De vez en cuando algunas coronas les
refrescaban esas instrucciones y así, durante dos años, todo el
tiempo que duró la Rosta-Wien, me dirigí diariamente al
Ministerio de Asuntos Exteriores para recoger los telegramas
soviéticos que la estación vienesa de radio captaba noche y
día.
Una parte de los telegramas se difundían en varios idiomas
occidentales, pero otros tenían que ser traducidos del ruso
al alemán, francés e inglés. Publicamos en estos tres idiomas
un boletín diario que se enviaba al mundo entero, principal-
mente a los periódicos y organizaciones de izquierda.
Las noticias de la Rosta eran muy variadas. Al lado de
informaciones militares, comunicados de la lucha contra los
contrarrevolucionarios, daban también una reseña cultural y
econémica general, ofreciendo así una imagen completa de
la vida de las repúblicas soviéticas. A menudo publicábamos
informaciones de un interés meramente interno, pero la noti-
cia de cualquier éxito significaba, a nuestro juicio, una victoria
de la Revolución Soviética y un progreso en sus realizaciones.
La Rosta-Wien juzgaba de inestimable importancia hacer
conocer al mundo la verdad sobre la Rusia soviética. El famoso
«cordón sanitario» creado por Clemenceau para impedir el
«contagio bolchevique» aún existía; tenía, pues, una gran
importancia que informaciones oficiales referentes a la reali-
dad de la lucha revolucionaria en Rusia pudiesen ser diariamen-
te difundidas en las capitales occidentales. Además de los radio-
telegramas de Moscú, eran importantes los de Pravda e Izvestia
sobre el movimiento obrero internacional y sobre los aconte-
cimientos de la política mundial. Permitían orientarse en una
situación internacional extremadamente compleja.
Además de los telegramas, la Rosta-Wien recibía Pravda e
Izvestia, así como revistas soviéticas. Los diarios nos llegaban
tras un largo recorrido: barcos de pesca los llevaban de Mur-
manks a Vardo, puerto noruego más allá del círculo polar;
desde allí un pequeño vapor los llevaba a Trondheim de donde
eran trasladados por tren hasta Oslo (entonces Kristiania), y
después a Austria.

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Los periódicos soviéticos eran fotocopiados y enviados a
las bibliotecas; ya en esta época tenían un gran valor para los
bibliófilos.
Un día recibimos los discursos de Lenin en disc;os. Alqui-
lamos una sala en Viena y una inmensa multitud escuchó los
discos. En toda la ciudad los carteles anunciaban: «Venid ma-
ñana a la sala Dreher, donde podréis escuchar los discursos
de Lenin en versión original y en traducción».
Los telegrafistas de la radio vienesa habían recibido orden
de captar todo lo que proviniera de Moscú. Así, tomaban
incluso los telegramas en clave que se enviaban a Londres para
Krassin, jefe de la agencia general soviética abierta en 1922.
Le transmitíamos estos telegramas por correo y así Krassine
podía verificar si había recibido bien todos los mensajes desde
Moscú.
Pero la Rosta tenía además otro significado. El canal por
el que las organizaciones de izquierda del mundo capitalista
recibían las noticias de la República soviética pronto fue uti-
lizado por estas organizaciones, enviando informaciones a la
Rosta-Wien. En una época en que era muy difícil establecer
relaciones internacionales clandestinas entre el movimiento obre-
ro, ofrecíamos la posibilidad de recoger informaciones del mun-
do entero que transmitíamos a Moscú por telegramas de prensa.
Con el tiempo, el volumen de esas informaciones fue tal
que tuvimos que crear una agencia especial bajo el nombre de
lntel (lnternationale Telegrafen Agentur, o Agencia Telegráfica
Internacional). Esta agencia tuvo tal éxito y la supimos en-
mascarar tan bien, que los periódicos de la II Internacional y
de la que llamábamos II y media nos consideraban como su
agencia particular. La Intel tenía también una sección para
los Balcanes, en la que colaboraban comunistas emigrados tan
conocidos como el yugoslavo Tsvijic y el búlgaro Stoyanov.
Los modernos medios de transmisión que utilizábamos
colaboraron también igualmente al éxito de la Intel. En esa
época, las agencias transmitían sus informaciones sobre todo
por el telégrafo. Las comunicaciones telefónicas de larga dis-
tancia sólo existían entre contados países. Con la ayuda de
un emigrado húngaro, Heisler, ayudante de la Universidad

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de Zürich, logré crear una estación intermedia en Suiza. En
la línea telefónica Heisler actuaba como «dispatcher» entre la
central vienesa de la Intel y sus corresponsales de París, Ber-
lín y Roma. Así podíamos obtener informaciones más rápidas
y económicas que por· telégrafo.
Nuestros corresponsales eran los mejores periodistas co-
munistas del momento: Leo Lanía en Roma, Valeriu Marcu
en París y Joseph Bornstein en Berlín. Éstos transmitían a su
vez a la prensa local las informaciones mandadas por el resto
de nuestros corresponsales. Debo referirme particularmente
al enclenque Marcu de ojos negros; rara vez he conocido a
un hombre más interesante y dicharachero. Apenas había cum-
plido 20 años y, sin embargo, su pasado revolucionario era ya
muy denso. Comunista rumano, había sido detenido por los
alemanes durante la guerra y deportado a Alemania donde
había estado encarcelado en la fortaleza de Holzminden en
compañía de Pilsudski, el futuro dictador del estado polaco.
Después de la guerra, Marcu fue a parar a Viena en donde
se convirtió en especialista en cuestiones extranjeras en el Rote
Fahne. Una profunda amistad nos unía. A menudo pasaba
la noche en mi casa porque, después de nuestras intermina-
bles discusiones sobre la valoración de la situación militar y
la ciencia de la estrategia, no tenía demasiadas ganas de regre-
sar a la suya. Era en la época de la guerra greco-turca, en
Asia Menor, y Marcu redactaba para Rote Fahne excelentes
trabajos. Durante semanas enteras leímos juntos el Geschichte
der Kriegskunst im Rahmen der Politischen Geschichte, libro
de Hans Delbrück en cuatro volúmenes sobre la historia mun-
dial del arte militar, desde los griegos y romanos hasta el si-
glo xx. Este profundo estudio de la ciencia militar parece haber
tenido una gran influencia sobre nuestras vidas. Después de
1922, Marcu se estableció en Alemania donde sus estudios y
libros sobre los generales alemanes Scharnhorst y Gneisenau,
que se habían enfrentado a Napoleón, habían despertado un
gran interés. Marcu se encontró de pronto a la cabeza de la
literatura militar prusiana. A partir de ese momento no se
movió más que en el mundo de los generales, los grandes in-
dustriales y los banqueros. Recuerdo haberle hecho una visita

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a su suntuosa villa de Saarow, cerca de Berlín, estación balnea-
ria de los capitalistas privilegiados. Encontré en su casa a la
más renombrada de las actrices berlinesas, Trude Hesterberg,
con quien Marcu parecía mantener relaciones íntimas. Más tarde
se casó con la hija de un magnate de la industria textil, y
vivió en una maravillosa villa de la Costa Azul hasta la llega-
da de los fascistas alemanes. Entonces fue asesinado, al igual
que todos los emigrados alemanes que cayeron en manos de
los fascistas. Encontré a Marcu por última vez en los años trein-
ta, en un café de París. Me produjo la impresión de alguien
que había vivido demasiado.
En aquella ocasión me dijo que no comprendía cómo yo
podía seguir siendo comunista cuando, según él, la causa del
socialismo se había desvirtuado. Él, por su parte, ya se había
definido por un tipo de vida.
En aquel momento Jacques Doriot, antiguo dirigente del
Partido Comunista francés que se había pasado a la causa fas-
cista, entró en el café. Con gran sorpresa mía, Marcu y Doriot
se saludaron efusivamente.
Nosotros, en cambio, nos habíamos dicho los buenos días
más bien fríamente. Yo conocía bien a Doriot porque, en oca-
sión de sus viajes clandestinos a Berlín, había pasado varias
noches en mi casa. Yo ocupaba en Berlín un piso bastante
grande que tenía la ventaja de estar en la periferia y el Par-
tido me enviaba a menudo camaradas de paso que, a causa
de su misión secreta, no podían instalarse, en un hotel. Así,
entre otros, pernoctó el tal Doriot.
Pero volvamos a Suiza, y a la lntel. Gracias a la comu-
nicación telefónica nuestro servicio de información era muy
eficaz. Por ejemplo, con ocasión de la Conferencia de Génova
en 1922, en la que Rusia subía por vez primera al estrado de la
política internacional, lntel publicó uno de los comunicados
varias horas antes que las grandes agencias europeas, Reuter,
Ha vas o W olff.
Una faceta interesante en la historia de la Rosta-Wien
se inició un día de la primavera de 1921, cuando un hombre
con la barba crecida, cubierto casi de harapos, vino a verme.
Se presentó como Mieczyslav Warszawski, primer agente diplo-

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mático de las repúblicas sov1et1cas en Austria. El apodado
«Warszawski» no era otro que Bronski, el muy conocido comu-
nista polaco que, como escribe la Krupskaia en sus «Memo-
rias», una mañana de febrero de 1917 había informado a Lenin
en Zürich del desencadenamiento de la Revolución. Bronski ha-
bía trabajado en Dinamarca con el pseudónimo «Warszawski»;
había sido detenido y Lenin sólo pudo hacerle poner en liber-
tad nombrándole agente diplomático, pero conservó el nom-
bre prestado. Aún no existían oficialmente relaciones diplo-
máticas entre Austria y la Unión Soviética. Al principio, pues,
el primer agente diplomático soviético hiw, como en Alemania,
de director de la comisión de repatriación de los prisioneros de
guerra. Fue bastante divertido leer al día siguiente en la prensa
vienesa que el diplomático soviético era descendiente de la
más vieja aristocracia polaca, la familia de los Warszavski.
En 1921, como director de la Rosta-Wien, tomé parte en
el congreso de la III Internacional en Moscú. Por supuesto
no podía viajar con mi pasaporte húngaro, pues Hungría no
tenía aún ninguna relación diplomática con la Rusia soviética.
Por entonces yo no conocía, apenas, unas palabras rusas y,
sin embargo, viajaba con pasaporte ruso expedido en Berlín;
de todos modos, no tenía visado de salida. En Stettin me
enviaron a casa del jefe de policía que, después de tomar unos
vasos de vino, me firmó personalmente el visado de salida.
Tomé el tren para un largo viaje a través de Pomerania y fos
bosques de Prusia hasta un puesto fronterizo que separaba
Alemania de Lituania. Allí, en Eydtkuhnen, todo el mundo
tuvo que apearse. Con gran sorpresa por mi parte, los aduane-
ros alemanes me condujeron a una sala de baños, me desnu-
daron, me hicieron sentar en una bañera y me frotaron la es-
palda con un líquido. Más tarde me enteré de que a veces los
mensajes secretos se escribían en la espalda de los correos con
tinta simpática. Después de un largo viaje por Lituania -el
tren se detenía en todas la estaciones- llegué a Riga, en
Letonia, donde fui recibido por Ganietzki, el agente diplo-
mático soviético. En aquella época los países bálticos, que se
habían separado de la Rusia soviética, debían, por las buenas
o por las malas, reconocer a su potente vecina. Sólo pasé unos

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días en casa de Ganietzki, pero guardé toda mi vida el re-
cuerdo de este hombre notable, culto y de modales tan agra-
dables.
Por fin salimos de Riga por la única vía férrea que unía
a Rusia con el mundo capitalista. Cuando en el pequeño puesto
fronterizo de Sebej la vieja locomotora se detuvo ante un sim-
ple portal de madera labrada, me embargó una vieja emoción.
Encima del portal vi esta inscripción en varios idiomas: «¡Viva
la potencia soviética!» Desde la caída de la Comuna en Hun-
gría, por primera vez me sentía como en mi casa. Contemplaba
este país como la tierra prometida, lleno de una confianza sin
límites.
Sin embargo, debo confesar que mis primeras impresiones
no fueron excelentes. A partir de Sebej, el tren se detenía de
vez en cuando para ir cortando árboles de los bosques vecinos
con los que alimentar la locomotora. La leña se ponía en el
furgón. A falta de carbón, el tren funcionaba con leña.
Los pasajeros eran, en su mayoría, delegados en la con-
ferencia mundial comunista.
Llegué a Moscú a mediados de mayo. El largo invierno
ruso había dejado el sitio, sin transición alguna, a un tórrido
calor. Encontré esta ciudad, que desde hacía tanto tiempo de-
seaba conocer y cuyas noticias difundía día tras día por el
mundo entero, deplorable en la primera impresión. En e::;a
época el hambre hacía estragos en la región del Volga y una
epidemia de tifus asolaba el país. En el Hotel Nacional, donde
me habían instalado en una habitación de varias camas, se
alojaban muchos enfermos. El servicio de aguas y alcantarillas
no funcionaba, las comunicaciones urbanas estaban paralizadas,
los tranvías no circulaban. El principal medio de transporte
era el «izvochtchik>> -que en ruso significa cochero y también
coche-, volquete tirado por un caballo. El cochero iba sen-
tado en su banco, con un largo y sucio kaftan azul o verde
que se ataba con un cinturón rojo chillón. En esos días cálidos
de verano un olor dulzón y desagradable flotaba sobre la
ciudad. A esta desolación venía a unirse el hecho de que se
tenía como ración diaria un arenque, diez cigarrillos y, a guisa
de pan, una indefinible masa negra. Felizmente yo no fumaba

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y así podía cambiar mi rac10n de cigarrillos por otro arenque
o un trozo de pan. La mayoría de los almacenes estaban cerra-
dos; esta situación me recordaba la dictadura del proletariado
en Hungría, cuando los almacenes cerraron por falta de mer-
cancías. Con la única diferencia de que en Moscú los letreros
no estaban cubiertos por pedazos de tela, cuyo carácter tem-
poral tanto me había deprimido antaño.
Desde lejos yo me había imaginado las cosas de una ma-
nera muy diferente.
No obstante quedé fascinado por el Kremlin, sus catedra-
les medievales, la impresionante visión que ofrecía el cuadrado
de la Plaza Roja. Sobre todo quedé deslumbrado por ese in-
creíble entusiasmo, esa fe, que animaba a los hombres en medio
de crueles privaciones. Pero, al lado de todo esto, era impo-
sible dejar de ver, en la entrada de la Plaza Roja, a aquellas
viejas arrodilladas ante la sombría imagen de la apenas reco-
nocible Virgen Ibérica, mientras que frente al icono un slogan
revolucionario proclamaba: «¡La religión es el opio del pueblo!»
Todas aquellos con quienes tenía algo que tratar, hablaban
y actuaban con un inmenso entusiasmo. Tenían una inquebran-
table fe en el futuro. Esta enfebrecida atmósfera de revolución
alcanzaba el paroxismo en la Sala Jorge del Kremlin donde
se desarrollaban las sesiones del Congreso de la III Interna-
cional. Los discursos de los oradores revolucionarios sonaban
un tanto extraños en esa inmensa sala cuyas paredes estaban
cubiertas por las armas del zar grabadas en oro y por el nom-
bre de los caballeros de la orden de San Jorge. La sala estaba
llena de delegados venidos de todo el mundo. Los represen-
tantes de la prensa estábamos sentados en bancos dispuestos
en escalera al lado de la tribuna presidencial. Un día, durante
la sesión, se abrió una pequeña puerta a mi lado y entró Lenin.
Se sentó en las gradas justo delante de mí y, poniendo un dedo
en los labios, me indicó que no comunicase su presencia. Estuvo
mucho tiempo sentado allí, escuchando los discursos y toman-
do notas sin cesar.
Quedé profundamente impresionado, al igual que. toda la
sala, cuando subió al estrado. El mismo hecho de que al prin-
cipio hablase varias horas en ruso, luego en alemán, en fran-

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5· LJORA INFORMA
cés y finalmente en inglés, cautivó a la asamblea. Se notaba
que este hombre, de mirada inquieta y penetrante, que andaba
con paso rápido, mientras gesticulaba, poseía una enorme capa-
cidad. Otra vez le oí hablar desde lo alto de una tribuna im-
provisada en la Plaza Roja. Pronunció con voz ardiente un dis-
curso breve, lleno de fogosidad e inspiración. Y después tuve,
finalmente, ocasión de hablarle personalmente.
Quería aprovechar mi estancia en Moscú para conseguir
el máximo número de mapas de Rusia porque tenía el proyecto
de publicar en Occidente el primer mapa de la Unión de Re-
públicas Socialistas Soviéticas. En un pasillo del Palacio del
Kremlin expuse este deseo a Sklianski, uno de los comisarios
adjuntos para la Defensa Nacional. Mi vocabulario ruso no era
muy amplio y yo sufría visiblemente para hacerme compren-
der. Lenin, que pasaba por casualidad, se ofreció como intér-
prete. Pero no se contentó con servir de traductor, sino que
también él participó en la discusión preguntando las razones de
mi solicitud. Cuando se enteró de mi interés por la geografía
y la cartografía me expuso en pocas palabras que eran im-
prescindibles métodos especiales de representación cartográfica
como resultado de los problemas que traía el imperialismo.
Me preguntó por qué no me ocupaba de estas cuestiones en
Rusia, donde hacían falta muchos geógrafos comunistas. En-
tonces no pude responder a aquella pregunta porque precisa-
mente deseaba terminar mis estudios. Pero desde aquel mo-
mento me marqué el objetivo de estudiar a fondo la geografía
y cartografía de la Unión Soviética y en concreto desde el
punto de vista expuesto por Lenin. Procuré hacer esto en mi
primera obra .cartográfica, el «Atlas del Imperialismo» (apa-
recido en Berlín en 1929 y en Tokio en 1930).
Es inútil decir que con la ayuda de Lenin recibí todos los
mapas que necesitaba.
En el transcurso de mi estancia en Moscú tuve ocasión de
conocer eminentes políticos soviéticos. La personalidad más
interesante era sin duda Tchitcherin, Comisario del Pueblo para
Asuntos Exteriores. Fue la primera persona a quien visité por-
que los telegramas dirigidos « ¡A todo el mundo ... a todo el
mundo!» que publicábamos en Viena eran emitidos por la sec-

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ción de prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tchitche-
rin me recibió en ese comisariado, instalado en el Hotel Metro-
pol, a las dos de la madrugada (era su hora de visita). Dejando
su enorme mesa sobrecargada de documentos avanzó hacia mí,
me miró con sus ojos enrojecidos por la falta de sueño y el tra-
bajo incesante y, levantando los brazos al cielo, exclamó:
«¿Es este jovencito nuestro principal propagandista en Occi-
dente? ¡Es preciso hacer algo para que tenga un aspecto más
serio! ¡Un aire tan joven e infantil es una falta para quien re-
presenta en Occidente al órgano de prensa de la potencia so-
viética!», añadió en tono de chanza. Durante mi estancia en
Moscú, pasé la mayor parte de las noches en el despacho de
Tchitcherin que controlaba personalmente la redacción de los
telegramas. Fue una experiencia interesante vivir en la extraña
atmósfera que este anciano aristócrata, esteta y erudito de la
música de Mozart, creaba en torno suyo y en la que dirigía
los asuntos extranjeros del gobierno soviético. Cuando el Comi-
sariado de Asuntos Exteriores se trasladó del Hotel Metropol
al Kuznietzki Most, Tchitcherin sólo hizo una pregunta: «¿Dón-
de estarán mi mesa y mi cama?» Porque, por supuesto, en el
Metropol su cama se encontraba al lado de la mesa.
Un ambiente de franca camaradería reinaba entre los colabo-
radores de este Comisariado. Esto se debía fundamentalmente
al carácter simple y humano de Tchitcherin. Recuerdo, por
ejemplo, una escena nocturna: se esperaba al conde de Brock-
dorff-Rantzau, embajador de Alemania, aristócrata prusiano
alto y seco, con porte militar y un pequeño bigote caracterís-
tico. Llegó el conde y encontró a Tchitcherin, con su gran
barba roja, meciendo a un niño: la esposa del soldado de
guardia había venido con el bebé a ver a su marido; querían
tratar un asunto a solas y habían pedido al camarada comi-
sario que atendiese un momento al niño, lo que Tchitcherin
había aceptado con agrado. Es de suponer la estupefacción del
conde alemán cuando Tchitcherin Je pidió que aguardase un
poco, hasta que hubiese cumplido su función de nodriza. Esta
atmósfera en la que las formalidades eran desconocidas reinó
durante mucho tiempo en el Comisariado de Asuntos Exte-
riores.

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Igualmente conocí al sonriente y exuberante Podvoiski,
jefe jubilado de la gran organización V sevobutch (Glavnoye
Upravleniye V seobtchevo Voyenovo Obutcheniya - Asocia-
ción de Jóvenes para los Deportes y la Defensa Nacional). Bajo
los zares el deporte de masas era desconocido. Recuerdo la pri-
mera manifestación deportiva, donde miles de jóvenes desfi-
laron por la colina Lenin (conocida en esa época por el nom-
bre de colina de los Gorriones), y a Podvoiski acogiendo con
inmenso entusiasmo .a esa ingente masa de depositarios de una
vida nueva y mejor.
Durante el Congreso tomé parte en las tareas de redacción
del diario Moscú. El diario publicaba en varios idiomas euro-
peos los discursos y ponencias desarrolladas en el Congreso,
esas discusiones apasionantes y esas decisiones que, durante
largos años, iban a determinar la política seguida por los co-
munistas en el mundo entero. Tuve ocasión de encontrar a
camaradas soviéticos y extranjeros y las largas discusiones man-
tenidas con ellos ensancharon mi horizonte. Mi estancia en
Moscú y los contactos con personas de concepciones muy
diversas, entre las que se encontraban representadas todas las
tendencias, desde los anarquistas a los socialistas de derechas,
me reafirmaron en la convicción de que la vía seguida por
Lenin era la más justa.
En Moscú volví a ver a mi joven amigo Umanski, que había
abandonado Viena precipitadamente unos meses antes. No po-
día entender que ese joven tan emprendedor pudiera haberse
marchado sin decirnos una palabra. Umanski cansado del perio-
dismo, había vuelto al arte. En Moscú participaba muy acti-
vamente en la Asociación de Bellas Artes, la IZO. Umanski me
presentó a Maiakovski ocupado noche y día en los ensayos de
su obra Misterio bufo que iba a ser representada en el Circo
de Moscú. Los ensayos se prolongaban por la noche hasta
tarde y, a causa de la total falta de medios de transporte,
actores, director, autor y amigos, nos quedábamos en el local
y dormíamos en las butacas. El principal papel femenino estaba
a cargo de la hija de mi amigo vienés, el jefe de la sección de
prensa, Schwartz; éste acababa de ser nombrado representante
de Austria en Moscú. Llegó a ocurrir que su automóvil diplo-

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mático nos llevaba desde el edificio de la Internacional hasta
el circo.
Un día, entre dos sesiones del Congreso, mantuve una inte-
resante conversación con los dirigentes de la República de
Ucrania, Manuilski y Rakovski. Durante la Comuna húngara,
dos delegados de esa República habían llegado a Budapest
con un salvoconducto expedido por Manuilsky y Rakovski.
Su misión era impulsar en Hungría la reorganización de un
Partido Comunista independiente, pues la minoría comunista
había sido arrollada por la marea socialdemócrata y esta situa-
ción, a la larga, sería insostenible. Se podía prever que la po-
lítica de los socialdemócratas conduciría a la caída de la Repú-
blica. Los delegados entraron en contacto con numerosos jóve-
nes, entre ellos yo mismo, y discutimos ardientemente esa cues-
tión. Sin embargo, cuando Béla Kun fue puesto al tanto de la
cosa, estimó que aquello era un complot contra la República.
Los dos delegados fueron ejecutados y los que habían tomado
parte en las discusiones fueron amenazados de sufrir la misma
suerte. Durante años habíamos discutido la cuestión, pregun-
tándonos si realmente los dos hombres habían sido enviados por
los soviéticos. Ésta fue la pregunta que hice a Manuilski y
Rakovski. Los dos recordaban el asunto y me confirmaron que
los dos hombres habían sido enviados oficialmente. Hace unos
años se ha publicado un libro sobre esta cuestión: Misión dra-
mática, de Peter Foldes. El autor pretende que los delegados
ucranianos en viaje por Hungría habían caído en manos de
los contrarrevolucionarios y éstos, con el fin de sembrar la con-
fusión, habían introducido a dos de sus hombres con los docu-
mentos robados a los delegados.
Después de pasar varios meses en Moscú, inicié mi viaje
de vuelta pasando por Petrogrado, la antigua ciudad de los
zares. La cuna de la revolución rusa -en la que visité el
Instituto Smolny, el Palacio de Invierno, los barrios que la
literatura rusa me había dado a conocer y otros vestigios de
la revolución- me produjo una impresión deprimente. Las
principales avenidas de la ciudad, la legendaria Nevski, estaban
invadidas por hierba que llegaba hasta los tobillos. En la Ve-
necia del Norte, los canales llevaban un agua inmunda, car-

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gada de desechos e, incluso, en relación a Moscú, la ciudad
parecía muerta. La antigua San Petersburgo, en otro tiempo
sede del imperio, había sido relegada al segundo plano; la
puerta abierta sobre Europa se había cerrado y en su inmenso
puerto había cesado todo tráfico. La guerra había terminado
pero Rusia seguía bajo el bloqueo del mundo capitalista y
Petrogrado se encontraba en la línea de demarcación de ese
bloqueo.
Partí una noche en un pequeño tren que avanzaba tran-
quilamente hacia Tallin, capital de Estonia, que hacía poco
había conseguido la independencia. Las relaciones diplomá-
ticas con las Repúblicas Soviéticas acababan de ser restable-
cidas y el agente diplomático era Litvinov. Por fin pude con-
tarle personalmente hasta qué punto sus buenos oficios habían
contribuido a la creación de la Rosta-Wien. Litvinov era todo
lo contrario del cordial Tchitcherin; se mostraba muy reserva-
do y distante hacia quien no conocía suficientemente.
Conseguí una plaza en un barco finlandés que, procedente
de Helsinki, se dirigía a Stettin en Alemania. En el barco me
encontré con una situación muy desagradable. La noticia de
que viajaba con pasaporte soviético se extendió como un reguero
de pólvora, y esto bastó para que los viajeros con sentimientos
burgueses y contrarrevolucionarios me provocasen continua-
mente, me insultasen y me escupiesen a la cara. A fin de cuen-
tas el capitán -que nunca había visto a un pasajero con pasa-
porte soviético y se imaginó por tanto que yo era un correo
diplomático- llamó a los pasajeros al orden enérgicamente.
El resto del viaje transcurrió en una calma relativa. De todos
modos estaba un tanto preocupado al no saber cómo entra-
ría en Alemania con mi visado de Stettin que no estaba del todo
en regla. Cuando el práctico del puerto subió a bordo, el capi-
tán me presentó con mi pasaporte soviético como una «especia-
lidad» diplomática, y lo hizo tan bien que franqueé este último
obstáculo sin ningún problema.
Durante los últimos días pasados en Moscú logré conven-
cer a Umanski de que volviese a la Rosta-Wien donde este dota-
do colaborador, que conocía a fondo la situación en Rusia,
nos hacía mucha falta. Había algunas dificultades porque el

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representante soviético en Viena, Warszawski, alias Bronsky,
que también estaba· en Moscú, se había tomado a mal la repen-
tina desaparición de Umanski. Por intercesión mía prometió
solamente que si Umanski se arreglaba por su cuenta para
volver a Viena, podría volver a su trabajo, pero que no haría
nada por facilitarle ese viaje. Desde luego, Bronski casi nos
doblaba en edad y miraba la fuga de Kostia con otros ojos.
Mi joven amigo no tenía alternativa: debía ponerse en manos
del azar. Después de un mes de viaje y aventuras llegó por
fin a Viena.
Unos meses más tarde, Umansky y yo mismo volvimos a
Moscú para una conferencia sobre la coordinación del trabajo
de información y la extensión de la red de investigación de la
Rosta. Nos pusimos en camino en octubre de 1922 con pasa-
portes austríacos y nos hicimos pasar por vendedores de caba-
llos. Después de la experiencia del verano nos parecía prefe-
rible no viajar con pasaporte soviético. Llegamos sin dificul-
tad a Moscú, tras una pequeña aventura en Virbalis, puesto
fronterizo lituano. Los aduaneros pidieron los pasaportes de
todos los viajeros, a los que hicieron sentar en un largo banco
de la sala de guardia. En medio de la sala había una mesa en
la que se instaló un guardia 7 y, con los pasaportes en la mano,
empez6 a llamar a los viajeros de uno en uno. Umanski, sentado
a mi lado, me preguntó de pronto en un susurro: «¿Cómo me
llamo ahora?» Había olvidado el nombre que figuraba en su
pasaporte. Había tenido bastante con aprenderme mi nuevo
nombre y estado civil, de modo que ignoraba los de Umanski.
Esperábamos llenos de aprensión cuando de pronto, al oír
uno de los nombres, Kostia se precipitó hacia la mesa como si
tuviese el diablo en el trasero: había reconocido su nombre.
En Moscú pude ver de nuevo a Lenin. El jefe de la sección
de Prensa en el Comisariado de Asuntos Exteriores, Golden-
berg, nos invitó a un consejo de propagandistas en el que,
con gran sorpresa nuestra, Lenin personalmente presentó el in-
forme. En un momento dado, interrumpió su discurso y, vol-
viéndose hacia nosotros que estábamos en primera fila (en este
tipo de reuniones era difícil encontrar asiento), expresó su
alegría de ver unirse tan jóvenes colaboradores a los activistas

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veteranos. Estábamos confusos de que nos contase entre los
propagandistas activos, porque así le inducíamos involuntaria-
mente a errar. Lenin no podía saber que los «nuevos» eran,
en aquel momento, los principales propagandistas de la Rusia
soviética. En cualquier caso, fue una experiencia maravillosa
escuchar y ver al gran líder del proletariado soviético, no en
el estrado de un congreso internacional, sino en el círculo
mismo de los trabajadores.
A la vuelta, respetando las reglas de la clandestinidad, via-
jamos por separado. De naturaleza taciturna y reservada, pasé
la frontera sin dificultades. Pero Kostia, apenas pasados los úl-
timos puestos fronterizos lituanos y alemanes, olvidando toda
prudencia 1 se puso a charlar con los viajeros. Este joven, que se
decía vendedor de caballos, se dio cuenta con espanto que
sus compañeros de viaje eran verdaderos caballistas que se
pusieron a preguntarle con interés las razas austríacas. Kostia
bajó precipitadamente en la primera estación y tuvo que aguar-
dar al tren siguiente en una sala de espera sin calefacción.
En Viena nos reímos a gusto de esta aventura que podía haber
terminado bastante mal.
En esa época yo realizaba en Viena actividades muy dife-
rentes. La mayor parte del tiempo estaba ocupado por las
tareas múltiples que me suponía la dirección y organización de
una agencia de prensa que, relacionada con el mundo entero,
tenía ocupadas a varias docenas de colaboradores.
La agencia realmente había evolucionado: ya no editába-
mos nuestros boletines a mano sino con una imprenta. Por
otra parte, como modesto estudiante, participaba en los semi-
narios de geografía y, cuando podía, satisfacía mi pasión por
la música. Casi cada día cogía una entrada -de gallinero, es
cierto- para los conciertos del Musikverein o del Konzerthaus
y así tuve ocasión de escuchar a los mejores virtuosos del mun-
do. Después del concierto solía encontrarme con mis amigos,
emigrados húngaros, y, sentados alrededor de una mesa de
café, discutíamos los últimos acontecimientos mundiales. Entre
mis amigos más íntimos citaré a Jolán Kelen, siempre opti-
mista y de espíritu chispeante, que había asistido con su fami-

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lía al nacimiento del Partido Comunista húngaro; Béla Lándor,
ratón de biblioteca que era una de las esperanzas del Partido en
el plano doctrinal; Laszlo Csillag, mi joven amigo lleno de sue-
ños románticos, al que había conocido durante mi servicio mili-
tar en Salgotarján y K. Lipót, uno de los jefes de la izquierda
socialista en Boihar, antes de la Comuna, nuestro eterno con-
sejero que denunciaba con ardor todas las injusticias.
En Viena contaba igualmente entre mis amigos al secretario
de la misión soviética Huber, cuyo verdadero nombre era Hu-
bermann, hermano menor del violinista mundialmente cono-
cido. Huber tuvo un trágico final: al regresar a Polonia, fue
detenido por sus nctividades comunistas clandestinas; pasó
años en dos cárceles polacas hasta que se benefició de un inter-
cambio de presos con la Unión Soviética; sin embargo, al llegar
a Moscú, fue aplastado por el autobús que había ido a espe-
rarle.
En 1922, cuando las relaciones diplomática's entre Austria
y la Unión Soviética fueron establecidas oficialmente, el campo
de acción revolucionario de Rosta-Wien cesó. La sección de
Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores en Viena sólo
tuvo atribuciones muy limitadas. Se me propuso seguir mi
actividad en Viena como corresponsal de prensa. Pensé que, en
la medida en que la apertura de relaciones diplomáticas venía
a cerrar la gloriosa época de la transmisión de noticias revolu-
cionarias a la que tanto me había entregado, era el momento
de dedicarme a mis estudios .. La indemnización del gobierno
soviético me daba un respaldo financiero modesto pero su-
ficiente.
Es interesante comparar lo que he contado de mi vida con
las inexactitudes que los «kremlinólogos» han escrito sobre
este período de mi existencia. Así, en un libro de 600 páginas
escrito en inglés por David Dallin y titulado Espionaje soviéti-
co -libro publicado también en alemán- se puede leer: «En
la época de los acontecimientos de la Comuna, Radó sólo tenía
19 años. Sin embargo, al emigrar a Moscú pronto fue consi-
derado como un "veterano" al que se debía un gran respeto;
se relacionaba con las más altas personalidades de la Interna-
cional Comunista y gozaba particularmente de la protección

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de Zinoviev, presidente del Komintern». 1 Me gustaría precisar
que en toda mi vida no he cambiado una sola palabra con Zi-
noviev; le vi y oí por primera y última vez en 1921 durante
el Congreso de la III Internacional. Pero aún estamos lejos de
ese año. Según Dallin ya en 1919, cuando Rusia no mantenía
ninguna relación con el mundo exterior, ese «jovencito» -es
decir, yo mismo-- «fue enviado de Moscú a Haparanda, en la
frontera con Suecia, donde debía crear la primera filial de la
Rosta, agencia de información soviética. Su verdadera misión
era, sin embargo, recoger datos gracias a la cobertura que le
ofrecían sus actividades de periodista». Dallin ha olvidado decir
el modo como en 1919, cuando estaba en Hungría bajo la
Comuna, había podido llegar a Rusia la cual, según él, estaba
completamente aislada del resto del mundo; tampoco dice
porqué la Rosta tenía que crearse en el pueblecito sueco de
Haparanda (donde, por otra parte, nunca he puesto los pies).
Esto no es más que un pequeño ejemplo de las deformaciones,
falsificaciones e insinuaciones malintencionadas con que mis
respetables biógrafos me han honrado. Incluso han llegado a de-
formar mi nombre. En un libro del periodista suizo Jan Kim-
che, encontré por vez primera la fantástica afirmación de que mi
verdadero nombre no era Radó, sino Radolfi. 2 Esta estupidez
ha sido repetida sin comprobaciones no sólo por los perio-
distas franceses Accoce y Quet 3 que han admitido gustosa-
mente todo tipo de tonterías, sino también por van Schramn,
un historiador militar con fama de objetivo. Además, Schrarnn
se refiere a Dallin 4 corno primero en introducir el nombre de
Radolfi, cuando en realidad Dallin no lo menciona en su librn.
Y, para terminar, en un artículo lleno de las mentiras mas abe-
rrantes aparecido en 1968 en los periódicos del Japón y la
India, ¡me dan el nombre de Radomski!

l. David Dallin, Die Sowjet Spionage, Colonia, 1956, pág. 220.


2. John Kimche, Spving far Peacc. Londres, 1961, pág. 91.
3. Pierre Accoce - Pierre Quet, La Guerre a éte gagnée en Suisse.
Libr. Académique Perrin, 1966, pág. 139.
4, Wilhelm von Schramn, Verrat im zwiten Weltkrieg. Düssel-
dorf, 1967, págs. 25, 90. Les espions ont-ils gagné la guerre? Stock,
1969. D. Dallin, op. cit., pág. 220.

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LENA

Nada me retenía en Viena y decidí instalarme en Alema-


nia. Comparado al provincianismo austríaco y a la deprimente
atmósfera de Viena, Berlín me había sorprendido ya en mis
anteriores viajes por su vida trepidante de gran ciudad, por
la enfebrecida actividad del movimiento obrero alemán y por su
amplitud de espíritu en el terreno de las artes. Como se
decía en la época: «En Alemania la situación es grave, pero
no desesperada; en Austria la cosa no es grave, ¡pero es deses-
perada! » Yo no era el único en ver las cosas de este modo
y un gran número de emigrados húngaros escogieron el mismo
camino por razones análogas. Otra circunstancia intervino a
favor de mi decisión: mi futura esposa, a la que había conocido
en Viena, regresaba a Berlín.
Una de las primeras impresiones que guardo de Berlín es
el entierro de Walter Rathenau (en junio de 1922), político
progresista y ministro de Asuntos Exteriores, que había sido
asesinado por los fascistas. Una inmensa muchedumbre desfiló
por las calles, acompañando en su último viaje al estadista ase-
sinado. Estas movilizaciones de masas de una amplitud increí-
ble testimoniaban que la llama de la revolución no estaba total-
mente extinguida en Alemania. Después de la gran conmoción
de 1918, un ambiente revolucionario reinó varios años, hacien-
do prever una explosión en cualquier momento. Cuando pienso
en aquella época recuerdo siempre un libro, por entonces aca-
bado de aparecer, y cuyo autor era un escritor alemán de iz-
quierdas: Wenn wír in neunzehnhundertachtzehn. ( «Si en mil
novecientos dieciocho ... ») es decir, si en 1918, después de
haber perdido la guerra, el pueblo alemán no hubiese escogido
como salida la paz de Versalles sino que, aliado a los bolche-
viques, se hubiese enfrentado al imperialismo ... Este sentimien-
to estaba ampliamente extendido, incluso en _los medios de

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derechas, entre los llamados «bolcheviques nacionales», que
contaban con un buen número de oficiales.
En verano de 1922 llegué a Berlín. Allí me rechazaron en
la Universidad por considerarme persona «sospechosa»; lo mis-
mo ocurrió en Halle, cuya Universidad tenía, sin embargo, tra-
dicionales vínculos con Hungría. Por fin logré matricularme
en la Universidad de Jena, debido a que Turingia tenía un
gobierno socialcomunista y el célebre profesor comunista Karl
Korsch era procurador de su Universidad. La compañera de
mi vida, Lena Jansen, se reunió conmigo en Jena. Al no en-
contrar otro empleo trabajó como obrera en las fábricas de
cristal. Pero en la primavera de 1923 el Partido le encargó una
misión en Saxe, en Leipzig. Logré inscribirme en la Universidad
de Leipzig gracias a los comunistas que estaban en el gobier-
no de Saxe. Entre los miembros del gobierno se encontraba Paul
Bottcher, al que volví a ver más tarde en circunstancias muy
diferentes.
En esa época, Lena tenía ya una larga experiencia en la
lucha política. Sólo tenía veinte años cuando nos conocimos, y
desde el primer momento me sentí atraído por su firmeza,
su formación política, la fuerza de sus palabras, el vigor de su
estilo artístico y el control de sí misma. Los que la conocían
afirmaban que era un ser excepcional. Todos nuestros amigos
la adoraban. El encuentro con Lena tuvo una gran importancia
en mi vida. Pese a haber conocido en mi juventud muchas pri-
vaciones y dificultades, y atravesado duras pruebas, todavía
estaba influido por ciertas ideas burguesas. En Lena encontré
una compañera que procedía del puro medio obrero revolu-
cionario; además, daba pruebas de una destacada lucidez de espí-
ritu. La humilde pequeña obrera había asistido a todos los acon-
tecimientos revolucionarios y el Partido alemán la llamaría
más tarde su «enciclopedia ambulante». A lo largo de toda mi
vida su opinión me sirvió de brújula. Cuando nos separamos,
durante casi diez años, y ella no sabía nada de mi paradero,
salvo que se me consideraba muerto desde hacía tiempo, guar-
dó, como la Solveig de Peer Gynt, una fe inquebrantable en
que un día iba a regresar. Me escribía todos los meses aunque
ignoraba si sus cartas me llegaban. Despedida de su empleo,

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rechazada por todos, gravemente enferma, permaneció fiel a
sus convicciones políticas y nunca se dejó hundir. Después de
diez largos años de sufrimientos, cuando se presentó la opor-
tunidad, y aceptando todas las dificultades, compartió de nuevo
mi vida, por tres años solamente, porque por desgracia murió
en 1958.
El padre de Lena, Karl Jansen, era un experto oficial zapa-
tero. Tomaba parte activamente en las tareas del Partido so-
cialdemócrata alemán, conocía bien a Bebel y, antes de la Pri-
mera Guerra Mundial, fue candidato a diputado del Parlamento
del Imperio Alemán. Los clientes de mi suegro eran gente
rica, e incluso los aristócratas le hacían encargos. Sus contactos
con la «buena sociedad» no tuvieron evidentemente una buena
influencia sobre él. Abandonó. a su familia, dejó a su mujer,
una simple obrera, sola con sus tres hijos y en la miseria. Du-
rante la Primera Guerra Mundial la madre de Lena trabajó
en una fábrica de guerra. Su familia vivía en un barrio prole-
tario, ocupando uno de esos patios traseros tan típicos de los
grandes inmuebles berlineses. Los pisos que daban a la calle
estaban ocupados por pequeños burgueses, pero, del lado del
patio, en los pisos baratos, se hacinaban familias numerosas en
una habitación y cocina. En esas casas de cinco o seis pisos
sin ascensor, el alquiler disminuía al ir subiendo las escaleras.
Y los Jansen vivían, por supuesto, en la última planta. La
madre dormía en la cocina y los hijos en la única habitación.
Los obreros alemanes que habían desertado y los prisioneros
rusos evadidos encontraron asilo en casa de esta buena mu-
jer.
Justo antes de la Revolución de Octubre, su piso era lugar
de cita para Jos enviados del Partido bolchevique. Así fue como
sus hijos, desde la infancia y bastante antes de la Revolución,
entraron en contacto con el movimiento obrero y con Rusia
simultáneamente.
Lena y su hermana Gustel se contaban entre los discípulos
más jóvenes de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Tomaron
parte en el movimiento revolucionario de los j6venes de la iz-
quierda socialista, y después en la creación del Partido Comu-
nista Alemán.

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Gustel trabajó como secretaria del conocido socialdemó-
crata alemán Karl Kautsky y bajo su influencia empezó a evo-
lucionar hacia la derecha. Más tarde conoció al director
de orquesta Hermann Scherchen, que había sido prisionero de
guerra en Rusia. Hermann nos contó que durante su cautive-
rio en Viatka había conocido a Lunatcharski, futuro Comisario
del Pueblo para Instrucción Pública. Él le había orientado ha-
cia el comunismo. Scherchen orquestaba en Alemania todos
los cantos obreros, rusos e internacionales, y organizaba coros
de obreros para interpretar esos cantos. Pionero de la música
moderna, difundió a S"travinsky y se ocupaba de redactar la
revista progresista Musica Nova.
Scherchen se convirtió más tarde en un director de orques-
ta de primera fila. Dio conciertos en toda Europa y América.
Pero cuanto más ascendía en su carrera -fue director titular
de la célebre orquesta de la Gewandhaus en Leipzig, después
director musical en Francfort del Maine y en Suiza-, más se
alejaba del movimiento obrero. Mis relaciones personales con
él, sin embargo, no cesaron a lo largo de toda su vida, por-
que era un gran admirador de Lena. A través de él conocí
a Ernest Ansermet, célebre director ginebrino. Scherchen mu-
rié en 1966 cuando dirigía un concierto en el Scala de Milán.
A los quince años Lena se empleó de vendedora de unos
grandes almacenes; después, cuando en 1918, tras la paz de
Brest-Litovsk, se abrió la primera embajada soviética en Ber-
lín bajo la dirección de Joffé, la chica, que entonces tenía die-
cisiete años, fue una de las colaboradoras más seguras de la
embajada. Unos días antes de la revolución alemana de 1918,
la embajada fue expulsada del país. En señal de protesta, Lena,
bajo el nombre de «Tchistiakova», marchó a Rusia con
los miembros de la embajada. En Molodetchno, cerca de la
línea fronteriza, el general Max Hoffman retuvo durante va-
rias semanas al personal de la embajada, entre el que se con-
taban los futuros dirigentes soviéticos Bujarin, Rakovski y
Rosenberg. Hoffman, que había arrancado a las repúblicas so-
viéticas la paz de Brest-Litovsk, no quiso, incluso después
de la revolución alemana, resignarse a la desmembración del
imperio alemán. A través de los relatos de Lena, me imagi-

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naba muy bien al pequeño grupo de revolucionarios, cuyos
miembros iban a jugar un gran papel en la futura República
soviética.
Además, en Molodetchno Lena se cayó y rompió el brazo.
Rakovski, que era médico, se lo entablilló en condiciones muy
precarias; el hueso se soldó mal y los cambios de temperatura
le recordaban a Lena el accidente. Por fin fueron puestos en
libertad. Pero apenas llegados a Moscú, Lena tuvo que reem-
prender el viaje hacia Alemania. Atravesando la línea del fren-
te, tenía que llevar a los comunistas alemanes un mensaje de
Lenin. Varias veces me describió la emotiva escena: a finales
de diciembre de 1918, en el Congreso de Fundación del Par-
tido Comunista Alemán, una endeble joven se presentó en la
tribuna presidencial y, descosiendo su abrigo raído, sacó un
pedazo de tela que contenía el mensaje de Lenin.
Las hermanas Jansen pronto iban a vivir tiempos agitados.
Gustel, haciéndose pasar por novia del célebre revolucionario
Karl Radek, obtenía y transmitía los mensajes de éste, encar-
celado en la prisión de Moabit. En cuanto a Lena, propagaba
las ideas bolcheviques en los campos donde los prisioneros ru-
sos esperaban ser repatriados. Su intérprete era un prisionero
llamado Pakomov .- Lena había logrado entrar en el campo ha-
ciéndose pasar por su esposa. Un buen día este campo fue
rodeado por la policía, todos los prisioneros fueron embar-
cados en Stettin y repatriados a Rusia. Ella, como supuesta
«Pakomova», también tuvo que hacer el viaje. Esto ocurría
en diciembre de 1920, justo en el momento en que se desen-
cadenaba en Kronstadt el motín contrarrevolucionario. Sin du-
darlo, Lena tomó las armas y, atravesando con los guardias
rojos el golfo de Finlandia helado, participó en el asalto a
Kronstadt. En mi vida he encontrado, incluso entre los hom-
bres, a nadie tan valiente como ella. Por ejemplo, en enero
de 1919, en los últimos días de la insurrección · spartakis ta,
cuando los insurgentes defendían su último punto de apoyo, el
edificio de las ediciones Vorwarts, ella fue, con el comunista
italiano Misiano, uno de los últimos en huir por los tejados
del inmueble, cubriendo su retirada con una ráfaga de balas.
A principios de 1921, intentó regresar, cuanto antes, a

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Alemania. Pero, sospechosa de ser una agitadora bolchevique,
fue detenida en Riga. El azar la salvó. Cuando compareció
ante el procurador general letón, descubrió que éste era un
socialdemócrata llamado Ozolis, al qÚe ella conocía por ha-
berle visto en el campo de prisioneros en Alemania. Así fue
como recobró su libertad. De regreso a Alemania, Lena tra-
bajó como secretaria de Clara Zetkin, la gran heroína del mo-
vimiento obrero alemán e internacional. Incluso vivió con ella
en Sillenbach, cerca de Stuttgart, donde fue nuevamente dete-
nida. Después de ser puesta en libertad, el Partido Comunista
· Alemán decidió encargarle del trabajo clandestino en el extran-
jero. En esta época se organizó en Viena la Oficina Balcánica
Clandestina de la Internacional Comunista, a fin de crear rela-
ciones con los partidos comunistas de los Balcanes. Lena tra-
bajaba en ello bajo la dirección de Béla Szántó, antiguo co-
misario del pueblo en la Comuna húngara. Contaba con varios
colaboradores húngaros, entre ellos, Aladár Komját, el conoci-
do poeta y revolucionario húngaro.
Como ya mencioné en otro lugar, Rosta-Wien, o, más
exactamente, Intel, había establecido estrechas relaciones con
el movimiento obrero de un gran número de países y, entre
otros, con los partidos comunistas de los Balcanes. Estas rela-
ciones adquirieron una amplitud tal que esos partidos nos en-
viaron colaboradores. Así entré en contacto con la Oficina de
los Balcanes y con Lena.
Todo lo dicho evidencia que Lena era una militante expe-
rimentada. Podía confiársele cualquier trabajo de conspiración,
por arduo y peligroso que fuese. Recuerdo que cuando Mátyás
Rákosi, entonces dirigente del Partido Comunista Húngaro,
cayó en manos de la justicia, Lena pasó clandestinamente a
Hungría para transmitir al abogado las instrucciones y darle
el dinero necesario para la defensa. Rákosi se lo agradeció a
su modo: cuando en 1948, a raíz del culto tributado a la per-
sona de Stalin, desaparecí sin dejar rastro y Lena le pidió
ayuda, por toda respuesta fue desposeída, al igual que mis
hijos, de la nacionalidad húngara ...
Uno de los rasgos característicos de la personalidad de
Lena era permanecer fiel a sus amigos en lo bueno y en lo

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malo. Sólo citaré un ejemplo. La mejor amiga de Lena era la
esposa de Arthur Ewert (jefe del Partido Comunista Alemán
entre 1926 y 1928). Todos la llamábamos Sabe, diminutivo
de Saborovsky. A principios de los años treinta el Partido en-
vió a Ewert y a su mujer a Brasil, donde los dos fueron dete-
nidos en 1935. Ewert se volvió loco a raíz de las torturas su-
fridas en la prisión.
Hasta al cabo de veinte años no se le permitió regresar
a la R.D.A., donde murió, en 1958, con la razón absoluta-
mente trastornada. La suerte de Sabo fue, quizás, más terri-
ble. Las autoridades brasileñas la habían entregado al régimen
hitleriano. Los diarios publicaron el nombre del barco alemán
que debía conducirla al imperio fascista. Nos enteramos
de que, de acuerdo con el itinerario, el barco haría escala en
Dunquerque. Lena, que había pasado noches en blanco por causa
de Sabo, elaboró sobre esa base un plan para su salvación. Se
las arregló para establecer contacto con un ministro del Frente
Popular; si mal no recuerdo, se trataba del ministro de la
Juventud y los Deportes. Logró- convencerle de que fuese a
Dunquerque, que retuviese al barco alemán y ordenase regis-
trarlo. Así se hizo, pero no encontraron a Sabo: se comprobó
que había sido embarcada en el buque siguiente, que, alertado
por el registro de Dunquerque, no hizo escala en Francia. Sabe
desapareció en las cárceles fascistas, donde murió en 1941.
(Lena incluso se las había arreglado para escribirse con ella
bajo un nombre y dirección falsos.)

LAS COMPAÑÍAS PROLETARIAS

Pero volvamos a 1923. En este año, marcado por el cal-


deamiento revolucionario y la crisis económica acompañada de
inflación, el Partido Comunista se aprestaba a tomar el poder.
En Leipzig se constituyó el Comité Revolucionario de Alema-.

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• DORA INFORMA
nía Central, cuya dirección fue asumida por Gerhard Eisler,
mi viejo amigo de Viena. También Lena estaba ligada al Co-
mité. Y, por supuesto, yo mismo participé en sus trabajos.
Paralelamente a mis estudios universitarios, empecé como «jefe
de operaciones» (jefe de estado mayor) a organizar «compañías
proletarias». Estas compañías, equipos de obreros armados, se
constituyeron en toda Alemania y representaban el embrión
del futuro Ejército Rojo. En Sajonia Occidental, en Turingia
Oriental y en la Sajonia prusiana, 15.000 hombres armados
estaban bajo mis órdenes. Incluso poseíamos cañones que,
de momento, estaban escondidos. Al principio esos cañones
habían sido escondidos por el propio gobierno alemán ( según
las cláusulas del tratado de Versalles se habrían tenido que
entregar a los aliados). El movimiento adquiría cada vez más
amplitud. Un día, en la fortaleza desmilitarizada de Torgau,
pasé revista, en el estricto sentido de la frase, a varios miles
de obreros armados. Los gobiernos socialcomunistas de Sajo-
nia y Turingia ofrecían un terreno propicio a este trabajo.
Alemania, después de haber perdido la guerra, se encontraba
en una situación de total quiebra económica y social; el co-
munismo y la alianza con la Unión Soviética parecían ser la
única salida, no sólo para los obreros, sino también para un
gran número de intelectuales. En la universidad, los estudian-
tes «ultranacionalistas» e incluso algunos profesores tendían
cada vez más hacia un bolcheviquismo nacional de la oposi-
ción, cuyo objeto era denunciar el tratado de Versalles. El
gobierno central, presagiando una insurrección, no encontró
otra solución que la ocupación de Sajonia y Turingia con sus
tropas. Empezaron las persecuciones, los arrestos, los disparos
constantes en los barrios obreros, la caza de conspiradores. En
Leipzig, las tropas gubernamentales, temiendo a la opinión pú-
blica, que les era hostil, se encerraron en los cuarteles de los
alrededores de la ciudad. Desde allí salían para efectuar sus
correrías nocturnas. Una vez nos enteramos (porque nuestros
hombres estaban en todas partes) de que aquella noche iba a
ser registrado nuestro barrio y no encontramos mejor escon-
dite que el propio cuartel. Jugando al ajedrez con el cocinero
de la oficialidad, que era camarada, observé marchar y regre-

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sar al cabo de algunas horas los camiones cargados de sol-
dados.
Se acercaba el día fijado para la insurrección. El plan ge-
neral era el siguiente: el movimiento debía empezar simultá-
neamente en el norte -Hamburgo- y en Alemania central
-Leipzig y Halle-, con el asalto de los cuarteles de la Reich-
swehr. Después de haber ocupado estas tres grandes ciudades,
nuestras tropas avanzarían de forma concéntrica sobre Berlín.
También era fundamental crear en las montañas de Turingia
una línea de defensa contra Baviera, principal foco de la reac-
ción. Una insurrección armada en el oeste quedaba excluida por
el momento, pues el bastión industrial del Rhur estaba ocupa-
do por las tropas francesas.
Llegó por fin la noche del 22 al 23 de octubre de 1923,
víspera de la insurrección. Recibí las instrucciones del Comité
Revolucionario en un sobre sellado, que no debía abrir hasta
la llegada de un correo enviado desde Chemnitz (la actual
Karl-Marx-Stadt) donde se reunía el Congreso nacional de los
comités de fábrica. La decisión del Congreso debía dar la
señal de ataque. Pero los dirigentes no osaron dar el paso
decisivo y la dirección del Partido, que con Brandler y Thal-
heimer al frente se iba inclinando hacia la derecha, no quiso
lanzarse a la acción sin contar con una mayoría absoluta en el
Congreso.
A las doce y media de la noche el correo trajo la orden
de no desencadenar la insurrección. En aquel momento, en los
puntos clandestinos de concentración, los miembros de las
compañías proletarias esperaban a miles, con las -armas en la
mano, la señal de ataque. Tuve que llevar la noticia de puesto
en puesto y en lugar de mandar a mis hombres al combate, en-
viarlos a sus casas.
Aquella noche quedó en mi memoria como uno de mis
recuerdos más tristes. Para los obreros prestos al combate, la
noticia fue una ducha de agua fría; mis hombres dejaron es-
tallar su indignación y estuve a punto de ser agredido.
Pero el correo enviado a Hamburgo llegó tarde. Así em-
pezó, bajo la dirección de Ernst Thalmann, la célebre in-
surrección de Hamburgo, que, pese a sus éxitos iniciales, es-

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taba condenada al fracaso, al haber sido frustrada la insurrec-
ción en las otras regiones de Alemania.
Después de este fracaso, las compañías proletarias funcio-
naron un cierto tiempo. Después, un sombrío día de otoño,
hacia las dos de la tarde, la policía invadió el despacho donde
estaba reunida la dirección de las mismas en Leipzig. El des-
pacho se encontraba en un local particular situado en el pri-
mer piso de un restaurante obrero. Un correo nos había dela-
tado. En la sala se encontraba uno de nuestros dirigentes po-
líticos, algunos colaboradores, Lena y yo. La policía no espe-
raba encontrar a tantas personas, y sólo dos agentes irrum-
pieron en la sala, pistola en mano. Viendo nuestra superiori-
dad, salieron reculando y nos ordenaron seguirles. En el es-
trecho pasillo, hundido en la oscuridad, Lena me susurró
«¡Huye!». Impulsado por una repentina resolución, abrí la
primera puerta que daba a la habitación del hotelero. Al ins-·
tan te me empezaron a buscar. Me quité el abrigo y salté por
una ventana. En el patio vecino había un taller de repara-
ciones; el techo sólo estaba cubierto por un cartón embreado
por el que me dejé deslizar hasta el taller. Es de imaginar
la sorpresa de los obreros cuando me vieron bajar del cielo
para desaparecer inmediatamente en la calle. Vi parado ante
la casa vecina el coche de la policía en que estaban detenidos
mis camaradas y Lena. Simulando una tranquilidad absoluta,
paseé lentamente hasta la cercana esquina. Allí eché a correr
y saltando al primer tranvía fui hasta las afueras de la ciudad.
Habiéndoles tomado ventaja tuve tiempo de reflexionar. Sabía
que al registrar el despacho encontrarían bombas caseras, los
planes de la insurrección y otros indicios reveladores que pon-
drían en peligro una posible coalición socialcomunista en Sa-
jonia, mucho más cuando los socialistas desconfiaban de tal
alianza. Regresé a la ciudad, me dirigí a la redacción del ór-
gano del Partido y conté al redactor jefe lo ocurrido. Acor-
damos que yo esperase las instrucciones de la dirección del
Partido; para ello me instalé en el café más elegante de Leip-
zig, donde vendrían a buscarme. Esperé, pues, con impaciencia
en el café «Corso» de la Augustusplatz. Un enviado llegó por
fin y, con gran sorpresa por mi parte, informó de que todo

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estaba arreglado y que podía volver a mi casa. Mi sorpresa
aún fue mayor cuando, en mi casa de barrio, encontré a Lena.
Me contó que los detenidos habían sido llevados a la comi-
saría del barrio. El comisario había empezado los interroga-
torios. Mandó conducir a Lena a su despacho y le dijo grose-
ramente:
-¿Qué hacías tú allí?
-¿Cómo se atreve a tutearme? -preguntó Lena con in-
dignación. Cuando se quédaron solos el comisario le explicó
que nos conocía, vivía en la misma calle que nosotros y tam-
bién él era comunista.
-Hemos de encontrar alguna forma para que pueda de-
jaros en libertad -dijo.
Lena advirtió a los demás detenidos que dijesen todos lo
mismo, que estaban preparando una reunión de miembros del
sindicato. El comisario levantó un atestado en este sentido,
devolvió los objetos y documentos confiscados y soltó a todo
el mundo. El asunto se complicó porque el comité local del
Partido Comunista, al enterarse de lo ocurrido, intentó, a
través de sus contactos con el jefe de policía de Leipzig, un
socialdemócrata, la devolución de las piezas de «convicción»
encontradas en el momento de la detención. El jefe de policía
encontró raro que el comisario sólo hubiese hablado de una
reunión sindical. Esto ocasionó problemas al comisario, mu-
cho más cuando le insistieron en mi desaparición. El comisario
vino a verme una noche, suplicándome que me presentase en
comisaría para declarar lo mismo que él había dicho: que yo
era un estudiante que estaba esperando a su novia; al margen
de esto yo no tenía que ver nada con el asunto. Por tanto
era innecesario que hubiese saltado por la ventana. Fui a la
comisaria, donde, después de haber escuchado mi relato, los
policías sajones -que querían salvar a su compañero- se con-
tentaron con una bronca. «¿Le parece bonito darle un plantón
a la novia en tales circunstancias?» Sin embargo la historia
terminó tristemente, el comisario sospechoso fue destinado a
los servicios de orden y, dos semanas más tarde, asesinado
por los fascistas durante una de esas riñas públicas que estaban
a la orden del día. En este ambiente pasé mis últimos años de

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estudiante. Paralelamente ya había hecho imprimir el mapa
político de la Unión Soviética, el primero aparecido en el ex-
tranjero, que fue publicado en 1924 en Braunnschweig por la
editorial W estermann. A partir de ese momento fui considera-
do el especialista en cuestiones de la Unión Soviética.
Entretanto, la policía buscaba febrilmente al jefe de las
compañías proletarias. Después de la insurrección frustrada, se
habían enterado solamente de que era extranjero y se llamaba
Weser (tal era mi nombre de guerra). El jefe político de las
compañías proletarias en Sajonia Occidental, Alwin Heucke,
con el que habíamos colaborado estrechamente hasta el final,
estaba encarcelado en Breslau. Nos hizo saber que durante
los interrogatorios intentaban hacer confesar a los presos quién
se escondía tras el pseudónimo W eser. La dirección del Par-
tido Comunista Alemán me aconsejó que abandonase Alemania.
Para celebrar el fin de mis estudios universitarios, hice con
Lena una excursión a los alrededores de Dresde, en la «Suiza
sajona»; después de haber ascendido el monte Bastei, proyec-
tamos como atracción del día, una visita a la cascada de Lich-
tenhain, de la que se hacía mucha publicidad. Al llegar com-
pramos las entradas y entonces nos enteramos de que hasta
el cabo de media hora no podríamos asistir al espectáculo de
la caída de agua. Se aclaró que alimentaban artificialmente un
pequeño arroyo, cuyas aguas eran soltadas cada hora en forma
de caída.
Con la multitud reunida para asistir al espectáculo, reímos
a gusto con esta cascada regulada por un horario preciso y, de
buen humor, fuimos a comer al jardín del restaurante vecino.
Pero nuestro buen humor cesó bruscamente. Era el primero
de agosto de 1924, décimo aniversario del inicio de la Primera
Guerra Mundial. Un joven -cuyo rostro cruzado de cicatri-
ces demostraba su pertenencia a uno de esos grupos de estu-
diantes en los que el duelo se practicaba todavía- invitó a
las personas presentes a ponerse en pie, y entonar la «Wacht
am Rhein», la marcha militar del Imperio. Lena y yo hicimos
poco caso de la invitación y casi tuvo penosas consecuencias.
En efecto, todos los presentes se levantaron, y sombrero en
mano, cantaron solemnemente el canto militar de la revancha.

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Cuando notaron nuestra «actitud de opos1c10n», la cólera na-
cional, reanimada por el recuerdo de la derrota, se volvió con-
tra nosotros. Y, si no hubiera sido por la ayuda de algunos
camareros que acudieron en nuestro socorro, el aniversario ha-
bría terminado mal para nosotros.

GEOGRAFÍA Y POLÍTICA
EN MOSCÚ Y BERLÍN

En setiembre de 1924 me establecí en la Unión Soviética.


Hice el viaje de Stettin a Leningrado en barco; el trayecto era
más largo que en tren, pero esto me evitaba numerosos con-
troles fronterizos y me procuraba, además, un agradable des-
canso. En la desembocadura del Neva echamos el ancla por
la mañana. El tren de Moscú no salía hasta la noche. Quise
dedicar una parte de ese tiempo a buscar en la biblioteca Sal-
tykov-Chtchedrin, una de las mayores del mundo, la respuesta
a una serie de cuestiones que me preocupaban. Estaba en la
sala de catálogos tan absorto en mi trabajo que no me di
cuenta del cierre de la biblioteca. Quedé solo y desamparado
en la inmensa sala con el techo en cúpula. Por suerte, una de
las bibliotecarias también había quedado encerrada y, gracias
a su conocimiento del lugar, logré salir por una puerta de
emergencia, trepando por una escalera hasta el último piso.
Llegué a Moscú lleno de optimismo y esperanza, para empezar
una nueva etapa en mi vida de emigrado. Encontré un tra-
bajo interesante en el Comité de Ayuda al Extranjero que
actuaba en el seno del Kremlin y que, a partir del año si-
guiente, fue llamado Sociedad de Relaciones Culturales con el
Extranjero (VOKS: Vsesoyouznoye Obstchestvo Kulturnoy
Svyazis Zagranitzey ). Me encargaron redactar la primera guía
de la Unión Soviética. Como geógrafo-cartógrafo encontré este
trabajo apasionante, porque me ofrecía la posibilidad de viajar
a través de ese inmenso país, y conocerlo, en un contacto

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personal, durante las primeras fases de la construcción del
socialismo. Desde mi oficina del Kremlin enviaba montañas
de cuestionarios a todos los rincones del país y, siguiendo las
respuestas que recibía y los resultados de mis propios viajes,
redacté el primer documental de urt país socialista, entera-
mente basado en datos auténticos. Para la parte artística, con-
sulté al más ilustre historiador del arte ruso, lgor Grabar, y
para la parte histórica al no menos célebre· profesor Kontcha-
lovski. Con ocasión de estos trabajos entré en contacto con
la figura más destacada del periodismo soviético, Mijael Kolt-
zov, que fue desde entonces uno de mis más íntimos amigos ..
La guía fue publicada por la Gosizdat (Ediciones del Es-
tado) y apareció en Moscú en 1925. La segunda edición, más
completa, fue publicada en Berlín en alemán, inglés y francés
con ocasión del X aniversario de la Unión Soviética.
Gracias al presidente de la Sociedad de Relaciones Cultu-
rales, logré que me cediesen un piso. Durante algunos meses
viví allí con mi mujer, que había venido a reunirse conmigo.
Luego, el Partido la mandó de nuevo a Berlín con una misión.
Frente a nuestra casa se encontraba el parque de bomberos
desde el que se vigilaba -de una forma bastante primitiva,
mirando desde lo alto de una torre- si algún incendio se
declaraba. En este caso los coches salían precipitadamente en-
tre una algarabía de campanas y timbres. A menudo asistíamos
a este tipo de alarmas. Por otra parte, la casa había sido re-
fugio del jefe de los partisanos, Denisov, héroe de la guerra
de 1812 que aparece en Guerra y Paz de Tolstoi. Los víncu-
los militares de la casa databan tal vez de esa época y todavía
muchos soldados vivían en ella. Mi vecino de rellano era di-
rector de una manufactura de tabacos en Moscú, Semion Ko-
pilov, legendario comandante de la famosa 6.ª división dé ca-
ballería de Budienni. Al aplicarse la NEP, Kopilov se vio com-
plicado en un movimiento de oposición que pretendía que la
política económica de Lenin iba a restablecer el capitalismo.
Recuerdo que en el congreso de la III Internacional, los jefes
de la oposición Chliapnikov y Alexandra Kolontai, todavía
bella y esbelta, se encarnizaron contra Lenin denunciando su
política económica. Lutovinov, al que conocía bien y que, como

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jefe de la com1s10n de intercambio de pns10neros de guerra
había sido el primer representante de la Unión Soviética en
Berlín, se disparó una bala en la cabeza a raíz de aquello. En
este movimiento fue en el que se embarcó Kopilov. Más tarde
volví a encontrarle de nuevo en Moscú; nos cruzamos por
casualidad en un restaurante. Entonces era comisario del Pue-
blo de Economía o de Comercio, creo que en Crimea. Se que-
jaba de que la vida era monótona. ¡Qué diferente era en la
guerra civil. .. !
La mujer de Kopilov, Olga Mijailovna, cosaca de una rara
belleza, se habría dejado matar por su marido y permanecía
a su lado en todas las batallas. En 1922, cuando los diver-
sionistas armados por los polacos y conducidos por Bulak-
Balajovitch, penetraron en territorio soviético, Kopilov fue el
encargado de rechazarlos. Su mujer le acompañó y, durante la
batalla, se enfrentó a un oficial blanco que estaba a punto de
detenerla. Kopilov logró abatirlo en el último minuto, pero
éste, en su agonía, se aferró de tal modo a la pierna de la
mujer que tuvieron que cortarle los dedos para que soltase
la presa. Yo mismo vi las señales que le habían quedado y que
nunca desaparecerían.
En el verano de 1925 regresé a Berlín, porque había na-
cido mi hijo mayor, Imre. Su nombre se debía a mi amigo
Imre Sallai, una de las grandes figuras del movimiento comu-
nista húngaro, condenado a la horca por Horthy. En Berlín
trabajé como corresponsal de la agencia Tass, que acababa de
ser creada.
En otoño de 1925 volví a Moscú con Lena para trabajar
como colaborador y secretario en el Instituto de Economía
Mundial en la Academia comunista. El Instituto estaba diri-
gido por Fedor Rotstein, comisario adjunto de Asuntos Exte-
riores, hombre extraordinariamente culto, de miras muy am-
plias, que conocía perfectamente el movimiento obrero inglés,
sobre el que anteriormente había es~rito mucho. Cuando le
conocí, su barba empezaba a encanecer ya; tenía la barbita
característica de todos los viejos revolucionarios rusos. Rotstein
había sido durante algún tiempo embajador soviético en Irán.
Por él conocí a Raskolnikov, una de las figuras célebres de

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la guerra civil, comandante de la flota del Volga que, en los
años treinta, iba a dirigir la sección oriental de la Internacional.
Con su rostro de vivos colores, lleno de juventud y alegría,
Raskolnikov parecía siempre el marino del Volga que había
sido en el pasado.
Entre los jóvenes colaboradores de nuestro Instituto se
contaban historiadores que luego adquirirían celebridad, como
Ivanov, muerto muy joven, y Jerusalemski. Mis relaciones con
el sucesor de Rotstein, Ossinski-Obolenski, economista e his-
toriador de espíritu destacado, no fueron tan estrechas.
Uno de los acontecimientos que marcaron mi estancia en
Moscú fue la recepción dada por el Comisariado de Asuntos
Exteriores en un palacio de la calle Spiridonov ka, acondiciona-
do para tales ocasiones. La esposa de Lunatcharski, N. A. Ro-
zenel, era la dueña de la casa. La casualidad me hizo encon-
trar a la mujer del embajador italiano Cerutti, que no era otra
que Elizabeth Paulay, primera vedette del Teatro Nacional de
Budapest, ídolo de mi juventud. En la época de la Comuna se
había casado con el conde Cerutti, miembro de la misión ita-
liana en Hungría, y como esposa del embajador italiano ador-
naba esta suntuosa recepción ... Hungría no mantenía entonces
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, por lo que en
las recepciones era difícil encontrar húngaros. «He aquí un
húngaro», dijo la dueña de la casa con alegría, al presentar-
me. Intrigada, la célebre actriz se puso a conversar conmigo.
Cuando supo la clase de húngaro que era, un comunista, el
tono de la conversación se enfrió y yo perdí una ilusión de
juventud ...
Lena mantenía la sección social y artística de un perió-
dico berlinés como corresponsal en Moscú, trabajo que le in-
teresaba mucho. Frecuentaba con asiduidad los teatros de Mos-
cú. Así conocimos a Mátyás Zalka, autor húngaro emigrado,
por entonces director de uno de los escenarios moscovitas, el
· Teatro Revolucionario de la calle Gorki, a unos pasos de nues-
tra casa. Zalka quedó muy impresionado cuando leyó las pri-
meras críticas de Lena sobre las representaciones de su teatro,
publicadas en el diario berlinés. Desde entonces, nos invitó
regularmente a las representaciones y llegábamos a ver la mis-

90
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ma obra tres o cuatro veces. Un caso análogo nos ocurr10
con Mijoels, el célebre director de teatro judío. Anteriormen-
te, Lena había trabado amistad con una camarada, una judía
polaca, y había vivido en su casa. Pese a que Lena era, tanto
por línea paterna como materna, una pura protestante y «aria»,
aprendió con su amiga el yiddisch. De esta forma en el teatro
judío apreciaba, no sólo los decorados y la escenografía, sino
la interpretación misma. Por su parte Mijoels tomaba muy en
cuenta las opiniones de Lena. Este hombre tan feo resplan-
decía cuando empezaba a hablar de teatro, de la puesta en es-
cena, de sus actores o de la literatura judía. También él fue
víctima del furor del culto a la personalidad staliniana.
A fines de 1926, la agencia Tass me envió a Berlín para
organizar la filial extranjera de la «Press-Cliche», sección foto-
gráfica de la Tass. La agencia se dio a conocer rápidamente
entre la prensa alemana. Este trabajo no me satisfacía del todo,
de modo que, cuando pude dejarlo en manos competentes, vol-
ví a mi trabajo científico. Mucho más cuando después de 1924,
en que la Unión Soviética fue oficialmente reconocida y em-
pezó la era de la edificación pacífica, consideré que no me
convenía continuar ya más mi carrera como funcionario o mi-
litante subvencionado por el Partido. Pero no todo el mundo
era de mi misma opinión. Así cuando, hacia junio de 1924,
fui trasladado del Partido Comunista Alemán, más ·exactamen-
te del húngaro, al de la Unión Soviética, Mátyás Rákosi ma-
nifestó su desaprobación a Mickevicius Kapsukas, el comunista
lituano que controlaba los traslados, diciendo que no me con-
sideraba comunista al cien por cien, ya que no era un revo-
lucionario de oficio. También Béla Kun, cada vez que coincidía-
mos en Moscú, me preguntaba con ironía: «¿Qué, todavía
eres un buen nadador?» Lo que quería decir que todavía no
estaba dedicado a un empleo designado por el Partido, sino
que vivía de mi trabajo científico. Sólo tenían en la cabeza
la imagen del revolucionario leninista que, en períodos de
clandestinidad, pone todo su trabajo y posibilidades a la dis-
posición del Partido que, por ello, le remunera. Pero no pien-
·so que Lenin estimase que todo comunista debía ser funcio-
nario del Partido o revolucionario de profesión. Recuerdo muy

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bien el caso de Krassin que, después de la derrota de la revo-
lución de 1905, había trabajado en Berlín como uno de los
principales ingenieros de la AEG, lo que no le había impe-
dido seguir en relación con el Partido.
En mis trabajos geográficos y cartográficos, la Unión So-
viética ocupaba el primer lugar. Fui el primero en utilizar esa
abreviatura -Unión Soviética- en lugar de la denominación
oficial. Había introducido en los grandes atlas alemanes (Stie-
ler, Andree, Meyer), que entonces eran los más conocidos del
mundo, en las páginas reservadas a la U.R.S.S., la terminolo-
gía de la geografía política soviética. Bajo los mismos princi-
pios redacté en la Gran Enciclopedia Meyer las rúbricas rela-
tivas a la Unión Soviética.
Otra rama de mi trabajo científico estaba orientada a la
geografía del movimiento obrero y su representación cartográ-
fica marxista. En 1929 apareció mi primer atlas de este tipo,
el Arbeiter-Atlas, que representaba la época del imperialismo
con un prefacio de mi antiguo director Fedor Rotstein. Des-
pués de la edición alemana, el atlas fue publicado en japonés.
Diez años más tarde, el gran editor londinense Gollancz lo
publicó en inglés bajo una nueva fórmula: «Atlas of toda y
and tomorrow» (Atlas de hoy y de mañana). Como ya he
dicho antes, estaba en relación, desde mi estancia en Moscú,
con Nikolai N. Baransky, el corifeo de la geografía económica
soviética. Estuve ligado a Baransky por estrechos vínculos hasta
su muerte (falleció en 1963 ); en los momentos más difíciles
de mi vida me respaldó como un verdadero amigo.
Colaboré con los geógrafos y cartógrafos soviéticos en el
Gran Atlas Mundial Soviético, redactando el volumen de paí-
ses extranjeros. La Segunda Guerra Mundial impidió la apari-
ción de este volumen; de todos modos mi trabajo fortaleció
las relaciones que aún hoy mantengo con mis colegas sovié-
ticos.
Por esta época establecí relaciones -únicamente por co-
rrespondencia- con un personaje interesante: Nikolai Moro-
zov, una de las figuras más interesantes de la intelectualidad
revolucionaria. Había tomado parte en 1881 en el complot de
la Narodnaia Volia para asesinar al zar Alejandro II y había

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estado encarcelado durante 25 años en la fortaleza de Pedro-
Pablo, de donde fue liberado por la Revolución de 1905·. Mo-
rozov llamó mi atención por las razones siguientes: en aquella
época la Sociedad de Naciones publicaba cada año una biblio-
grafía conteniendo el índice de libros aparecidos en el año en
curso en los diferentes países miembros y considerados como
interesantes por los gobiernos en cuestión. La Unión Soviética
aún no era miembro de la Sociedad de Naciones y la lista de
libros soviéticos era elaborada por Rubakin, un bibliógrafo
ruso emigrado en 1905, que vivía en Lausana y gozaba de
una reputación mundial. Los libros seleccionados eran expues-
tos luego en la Preussische Staatsbibliothek de Berlín, como
obras más interesantes del año. En 1927, al visitar por vez
primera esta exposición, me picaba la curiosidad saber qué
libros, entre los publicados en la Unión Soviética, habían sido
considerados mejores. Dos libros estaban expuestos: las Memo-
rias de Krupskaia sobre Lenin, y el primero de los siete vo-
lúmenes de una obra muy controvertida, el Cristo de Mo-
rozov. En esta obra Morozov intentaba verificar los datos de
la Biblia y de la literatura greco-romana sirviéndose de la as-
tronomía, la geología, la geografía física y la lingüística com-
parada. Una gran discusión se había desatado en las páginas
de Pravda entre el comisario del pueblo para la Instrucción
Pública, Lunatcharsky, que estaba por Morozov, y los profe-
sores de historia que estaban contra él. Habiendo descubierto
la obra así, me puse a estudiarla minuciosamente y a verifi-
carla en la medida de lo posible consultando a los especialistas
alemanes. Yo apoyaba a Morozov y me propuse que su obra
fuese traducida al alemán. Desafortunadamente las vicisitudes
de mi vida me lo impidieron, pero nunca renuncié a la reali-
zación de ese proyecto. Morozov murió en 1946 a la edad de
noventa y seis años; era miembro de honor de la Academia
Soviética de Ciencias.
En otoño de 1927 (había viajado a Moscú para discutir
una nueva edición de mi guía) regresé a Berlín en un pe-
queño monomotor de la compañía germano-soviética Deruluft.
No había más que un pasajero, M. W ronsky, director general
de la compañía alemana Lufthansa. Apenas habíamos despe-

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gado, el av1on se incendió. Miljeiev, el destacado piloto ruso,
dio inmediatamente media vuelta con el aparato en llamas y
se posó con gran destreza en el aeropuerto de Moscú. Espe-
rando a otro .avión (despegamos al cabo de algunas horas) y
bajo el efecto de la aventura que acabábamos de vivir, Wronsky
y yo tuvimos una larga conversación, en el curso de la cual
tuve ocasión de exponer mis ideas sobre la geografía y la c.arto-
grafía de las comunicaciones aéreas, que sólo estaban en sus
inicios. Esto sentó las bases de un trabajo de envergadura que
duró varios .años y me permitió viajar por las líneas aéreas
existentes entonces en Europa, Asia y África. Durante varios
años trabajé en la confección de los mapas de las líneas aéreas.
Eran los primeros de este tipo y, en una exposición organi-
zada hace poco en Munich, figuraban como los primeros expe-
rimentos de esta rama. Más tarde, desarrollé esta actividad
y en 1932 publiqué en el Instituto Bibliográfico de Leipzig la
primera guía aérea del mundo.
La publicación de mi libro vino marcada por un incidente
que testimonia la tensión reinante en Alemania en el período
precedente al putsch nazi. Por razones publicitarias, el editor
sugirió insertar un prefacio de Erhard Milch, uno de los di-
rectores de las comunicaciones aéreas en Alemania, que era
un fascista convencido y que más tarde, como mariscal del
aire, fue el brazo derecho de Hermann Goering. Yo no quería
que mi nombre figurase en un libro junto al de un fascista.
A su vez Milch rechazó escribir el prefacio de una obra que
llevaba mi nombre. A fin de cuentas, convinimos que mi nom-
bre se eliminase de la portada, mencionándolo sólo en un
prefacio del editor que seguiría al prefacio de Milch.
En el transcurso de mis viajes aéreos, hice v.arios miles de
kilómetros en aviones antiguos, la mayoría monomotores que
no tenían ni radio.
Hoy el recuerdo de estos viajes casi diarios en aviones tan
antiguos me hace estremecer. Entonces lo encontraba total-
mente natural y, como no entendía gran cosa de aerotécnica,
subía con la mayor tranquilidad del mundo a los aviones más
rudimentarios. En ellos viví varias aventuras, en las que me
detendré más tarde.

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Vivía en Berlín con mí familia. Como comunista extran-
jero no podía trabajar directamente en un instituto científico.
Fue entonces cuando tuve la idea de suministrar a la prensa
diaria la representación cartográfica de los acontecimientos
mundiales cuya complejidad exigía un estudio científico. Así
fue como nació la primer.a agencia de prensa geográfica y car-
tográfica, la Pressgeo (Presse Geographíe) que funcionó más
tarde en París y luego en Ginebra con el nombre de Geopress.
Pero antes de extenderme sobre este tema, me gustaría refe-
rirme a una de mis amistades berlinesas, Willy Münzenberg
que, al principio, me allanó muchas dificultades. Este funcio-
nario del Partido Comunista, extraordinariamente dotado y
relativamente joven -por entonces tendría unos treinta y cin-
co años-, fundador de la Internacional Comunista de los Jó-
venes, era, con su puro acento turingio, el mejor orador del
Partido Comunista en el Parlamento. Sus maneras joviales y
su vitalidad irresistible encantaban a todos los que tenían que
trabajar con él. A principios de los años veinte participó en
la creación del «Movimiento Internacional de Ayuda a los
Obreros» (lnternational Arbeiterhilfe), que tenía por finalidad
sostener a los obreros, en el mundo entero, en lucha con difi-
cultades políticas y económicas. La financiación de este movi-
miento de ayuda económica tomó rápidamente el ritmo de un
verdadero trust. Por todo el mundo el Movimiento de Ayuda
a los Obreros tenía sus propias agencias tan bien organizadas
que al lado de la Internacional Comunista, Münzenberg había
creado y dirigía una segunda organización comunista interna-
cional. Colaboradores del mundo entero, obreros y empleados
entregaban a ellas sumas inmensas, deseosos de ayudar a sus
camaradas en dificultades económicas. El «Consorcio Münzen-
berg», como cómicamente se le llamaba, tenía su propia pren-
sa; así Münzenberg editaba el Arbeiter Illustrierte, muy di-
fundido en aquella época, y el diario vespertino berlinés W elt
am Abend que también era leído por un amplio público. Fi-
nanciaba igualmente una fábrica de cigarrillos y una coopera-
tiva de géneros de punto y creó una granja modelo cerca de
Moscú. En la Unión Soviética la oficina de la International
Arbeiterhilfe se encontraba en uno de los grandes edificios

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administrativos moscovitas. Münzenberg se interesaba en todo
aquello que pudiese consolidarla. Tenía un espíritu abierto a
todo cambio y a toda idea renovadora.
Una de sus empresas de gran envergadura, y que conoció
un éxito mundial, fue la Liga Antiimperialista que agrupaba
a todos los que luchaban por la libertad de las colonias. Mün-
zenberg organizaba recepciones en su lujoso apartamento si-
tuado en el Tiergarten. Allí tuve ocasión· de encontrar a mi
amigo brasileño Luis Carlos Prestes (al que conocí en Moscú),
al Roy de India, al Sen Katayama de Japón, que era un gran
admirador de Lena. Conocí a líderes políticos muy populares,
antiimperialistas, como Jawaharlal Nehru, el pintor mexicano
Diego Rivera, o Sung-Tchin-Ling, viuda de Sun-Yat-Sen, de la
que aún guardo un regalo: una serie de imágenes pintadas en
esmalte, representando una leyenda china. Tuve contactos es-
pecialmente gratos con el endeble joven hindú Nambiar. Su
amiga E va fue mi secretaria durante varios años. En 19 33,
después de la subida de Hitler al poder, Eva dio muestras
de una considerable sangre fría, haciendo transportar a París
mis muebles, una parte de los cuales, después de tantas vici-
situdes, se encuentra aún hoy en mi casa.
Nehru, como se sabe, fue primer ministro de la India in-
dependiente. En diciembre de 1968, durante mi estancia en
Nueva Delhi, visité su sepultura a la orilla del Yamuna, con-
vertida en lugar de peregrinaje de los hindúes, y medité sobre
la naturaleza efímera de las cosas. Nambiar, el amigo de Nehru,
fue, me parece, el primer embajador de India en Alemania
Federal.
Pero volvamos a Münzenberg. Su editorial, la Neuer Deuts-
cher Verlag de Berlín, publicó la segunda y siguientes ediciones
del libro que yo había escrito sobre la Unión Soviética, así
como la Pressgeographie que se extendió rápidamente entre
toda la prensa alemana. Münzenberg, que había reconocido las
grandes nuevas ventajas que ofrecía el transporte aéreo, aceptó
en seguida mi proposición: publicar para los viajeros, itine-
rarios y mapas de las líneas .aéreas; incluso creó una nueva
casa editorial con esta finalidad. De todos modos, si sus nue-
vos negocios no aportaban, en un plazo bastante corto, el

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beneficio esperado, abandonaba la idea rápidamente, como la
había aceptado. Así, al cabo de un año, yo mismo editaba
la Pressgeographie que aseguraba una base suficiente par.a mi
modesto hogar pero que no representaba un negocio bastante
importante para Münzenberg. Incluso pudimos permitirnos al-
quilar una casita en Britz, cerca de Berlín, porque mi familia
había crecido (mi mujer, mis dos hijos y mi suegra).
La secretaria de Pressgeographie, Lilly Korpus, una amiga
de Lena, había sido dos o tres años antes, en tanto que pe-
riodista de primera clase y brillante oradora, la secretaria del
Partido Comunista en Berlín. A causa de las diferencias entre
distintas tendencias había sido expulsada, de la noche a la ma-
ñana, como dirigente de una facción ultr.aizquierdista. Aceptó
entonces a gusto mi oferta de trabajo, pero no trabajó mucho
tiempo en las modestas condiciones que yo podía ofrecerle,
porque gracias a sus destacadas dotes de periodista se empleó
como redactor en jefe del Arbeiter Illustrierte Zeitung, la re-
vista de izquierdas de la que ya he hablado y que también
pertenecía al consorcio de Münzenberg. Lilly se casó más tarde
con el conocido escritor comunista Johannes R. Becher, que
llegó a ser ministro de Cultura en la República Democrática
Alemana. Desde 1945 Lilly fue uno de los jefes del movimien-
to femenino en la R.D.A.
Durante estos años seguí en contacto con Umansky, que
al principio fue corresponsal de la agencia Tass y luego agre-
gado de prensa de la embajada soviética en Roma. Venía a
menudo a visitarme a Berlín.
Otro de mis amigos, Mijail Koltsov, era un hombre de
talentos múltiples y variados. No sólo estaba reconocido como
uno de los mejores periodistas-reporteros de la Unión Sovié-
tica, y gozaba de un ganado prestigio en los medios literarios,
sino que también era comandante de una brigada aérea. Aún
hoy le veo, con sus cabellos echados hacia atrás y sus grandes
incisivos salientes, sentado ante el teléfono donde pasaba una
parte de su vida dirigiendo innumerables organizaciones. El
gran trust Jourgaz (Journalno-Gazetnoye-Obyedinenie: Unión
para la Edición de Diarios y Revistas) publicaba bajo su direc-
ción, entre otros, el O,goniok, periódico ilustrado de gran tirada

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DORA INFORMA
del que Koltsov era redactor jefe, así como los periódicos en len-
gua extranjera publicados en Moscú, por ejemplo, Moscow
Daily News (cuyo redactor era Borodin, con el que tuve estre-
chas relaciones, el legendario Borodin que durante muchos años
fue consejero político de Tchang-Kai-Chek). El Jourgaz era
quién editaba el Diario de Moscú, como también el Moskauer
Rundschau. Koltsov tenía una elevada opinión de Pressgeogra-
phie, incluso dedicó un artículo a mi publicación en Pravda.
Vivía ya en París, cuando, ofreciéndole mi ayuda amistosa, me
las arreglé para que los periódicos editados por Jourgaz, así
como Pravda e Izvestia, fuesen distribuidos por Hachette, la
gran editora francesa. Fue una gran satisfacción para Koltsov
ver, en las calles de París, los diarios y revistas de Moscú.
El Máximo Gorki, un aparato de ocho motores, que enton-
ces era el mayor avión del mundo y efectuaba cada domingo
vuelos de propaganda sobre Moscú (hacía publicidad de los
viajes .aéreos), pertenecía también a la brigada de Koltsov. Cien-
tos y cientos de personas participaban en estos viajes. Un do-
mingo, Koltsov prometió llevarme, pero tuvo un inconveniente
y tuvimos que aplazar la cosa para otro domingo. Este vuelo
no pudo realizarse jamás porque, aquél mismo domingo, un
pequeño avión de turismo colisionó con el Máximo Gorki,
que se estrelló. Todos los pasajeros perecieron, así como el
famoso piloto Mikheiev con el que había tenido aquella aven-
tura en 1927. Ese día escapé por poco a una muerte segura.
Koltsov favorecía también los ejercicios de paracaídismo.
Todo el mundo podía participar en ellos en el Parque de la
Cultura en Moscú. Debía saltarse de lo alto de una torre de
treinta a cuarenta metros. Te colocaban en la espalda un
paracaídas que se abría automáticamente después del salto.
Yo mismo hice la prueba y debo decir que conservo de ella un
recuerdo muy desagradable.
Mi trabajo como científico me ocupaba mucho tiempo,
pero de todos modos intentaba encontrar un poco de tiempo
par.a el Partido, para la propaganda. Mi mujer y yo pasamos
de nuevo a ser miembros del Partido Comunista alemán y
ambos cumplimos determinadas tareas. Lena (con un nombre
falso) trabajaba en la sección de propaganda y agitación del

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Comité Central. Allí conocí a varios artistas que trabajaban
para el Partido. Entre ellos estaba John Heartfield que, al
usar por vez primera el montaje fotográfico, conocería más
tarde renombre mundial. Una increíble voluntad, una firmeza
inigualable y dotes artísticas extraordinarias se escondían en
ese hombre de pequeña talla, con mirada viva y lleno de tem-
peramento, al que me ligó una gran amistad hasta su muerte
en 1969. A través de él conocimos al joven pintor Alexander
Ek que trabajaba como dibujante bajo el seudónimo «Keil»,
así como a Boris Angelonchev, el artista búlgaro muy conocido
por sus carteles electorales del Partido Comunista. Sobrevivió
al nazismo y murió hace unos años en Sofía.
En Berlín frecuentaba también los medios literarios. Las
obras de Leo Lanía, mi .antiguo colaborador, eran represen-
tadas por un montaje de Piscator. A estos medios pertenecía
igualmente el célebre escritor revolucionario Ernst Toller,
así como Ernest Hemingway, que entonces residía en Berlín
(su suegro Gellhorn, uno de los arquitectos de la Bauhaus de
Dessau, diseñó la mesa de despacho sobre la que escribo estas
líneas).
Lena trabajaba en el edificio del Partido Comunista, la
Karl Liebknecht Haus. A raíz de las persecuciones que se
realizaron contra el Comité Central, ella tuvo que esconderse
disimulando su verdadera identidad. Sin embargo, en una
ocasión un joven librero que había sido detenido la traicionó,
revelando su nombre. Lena fue citada para un careo en la
cárcel de Moabit donde el librero estaba detenido. Kurt Ro-
senberg -del que Lena había sido secretaria cuando aún era
Ministro de Justicia de Prusia-, que era nuestro abogado,
nos acompañó. En un pequeño café cerca de la prisión discu-
timos la actitud que Lena debía adoptar. No nos pusimos de
acuerdo y Lena decidió dejarse llevar por su intuición. Entró
en la cárcel y la llevaron ante el muchacho. Antes de que
pudiese pronunciar una palabra, Lena se acercó a él con paso
decidido y le apostrofó: «¿Quién es usted? ¡No le conozco!»
El chico no se atrevió a decir lo contrario y el encuentro ter-
minó. Pero a raíz de este asunto registraron nuestra casa. Los
policías me presentaron una declaración de la R.G.O. (Revo-

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lutionare Gewerkschaftsopposition = Oposición Sindical Revo-
lucionaria) para que declarase que la habían encontrado en el
piso. Era una provocación clara. Me negué a firmar cualquier
cosa y exigí certificado de que aquel documento no se había
hallado en mi casa. Rehusaron hacerlo. Las consecuencias no
se hicieron esperar. Fui llamado a la comisaría central de Ale-
xanderplatz en la que se me interrogó durante horas, buscan-
do principalmente encontrar mis relaciones con la R.G.O., que
entonces era el sindicato de izquierdas con influencias comu-
nistas. Efectivamente no tenía nada que ver con esa organi-
zación, de modo que, cuando me preguntaron si sabía lo que
era la R.G.O., respondí con convicción que el significado de
R y G era Royal Geographic -había pensado en la Royal
Geographic Society, la Sociedad Geográfica Real Inglesa-.
Convencidos de que estaban ante un ingenuo geógrafo, los de-
tectives me dejaron en libertad. Lena tuvo que dejar sus acti-
vidades en la Karl Liebknecht Haus, porque la policía nos
amenazó con la expulsión, en tanto que extranjeros -Lena
también tenía nacionalidad húngara- dedicados a la agita-
ción comunista.
Hasta mucho más ta-rde no supe lo que se escondía detrás
de este interrogatorio. Alexandre Nógrádi, uno de los prin-
cipales funcionarios de la República Popular de Hungría, traba-
jaba entonces en el marco de la R.G.O. con el seudónimo
de Alex. La policía sabía únicamente que un húngaro de nombre
Alex trabajaba en esa organización y sus sospechas se centra-
ron en mí, porque era bastante conocido por mis investiga-
ciones científicas y literarias con el nombre de Alex Rado.
Cuento todos estos detalles para desmentir las afirmaciones
de todos mis biógrafos, según los cuales yo había trabajado,
desde principios de 1920, par.a los servicios de investigación
soviéticos y había asistido a una escuela de espionaje. ¿Cómo
mi mujer habría podido trabajar en el Comité Central del
Partido -lo que habría sido contrario a las normas de segu-
ridad más elementales- y cómo habría osado ir yo mismo
allí tan frecuentemente? Lo que un comunista extranjero podía
hacer, tomando las precauciones necesarias, en la República
de Weimar que aún no conocía su época de severidad, un

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agente de información soviético no habría podido permitír-
selo. Y mis relaciones con el Comité Central del Partido eran
tan estrechas que, llegado el caso, reemplazaba a Lena cuando
estaba de guardia por las noches. El servicio nocturno consis-
tía en mandar por teléfono a todos los diarios comunistas de
provincias las últimas noticias y otras informaciones de las
agencias telegráficas. Así en Pascua de 1927, al estar Lena
enferma, ocupé su plaza hasta las cuatro de la mañana y trans-
mití las noticias a las provincias. Me acuerdo claramente de
aquel día porque la última noticia era que Tchang-Kai-Chek,
quién, con la ayuda de los comunistas había sido hasta enton-
ces el principal dirigente de la revolución china, después de
haber ocupado Shangai,. se había enfrentado a los comunistas,
a los que había mandado aplastar. Los redactores de diarios
de provincias no daban crédito a lo que oían y me fue bastante
difícil lograr transmitir, repitiéndola una docena de veces,
esta trágica y sorprendente noticia. Por supuesto, si hubiese
tenido la menor relación con el servicio soviético de investiga-
ción, no habría aceptado hacer sustituciones de este tipo.
También daba clases en la escuela marxista de Berlín. Daba
un curso de Geografía Económica y unas conferencias sobre el
movimiento obrero y el imperialismo. En definitiva, mi acti-
vidad científica era un medio de propaganda eficaz, incluso
los geógrafos burgueses la aceptaban. Me permito citar al ge-
neral Naushofer, padre de la geopolítica fascista, que, en su re-
vista titulada Geopolitik, comparó el efecto producido por mi
guía soviética con el del film «El acorazado Potemkin», por-
que los dos habían llegado a capas de la población habitual-
mente inaccesibles a la propaganda comunista. Harold Nichol-
son, uno de los mejores publicistas ingleses, comentando la
obra «Atlas de hoy y de mañana», escribía en el Daily Tele-
graph: «El autor no dice una palabra de sus opiniones políti-
cas, pese a que cada una de sus palabras testimonia sus con-
vicciones ideológicas».
El jefe del servicio de Agitación y Propaganda del Buró
Central era Hugo Eberlein, destacado dirigente del Partido
Comunista alemán. Su esposa era hija de la revolucionaria de
origen ·francés Inés Armand que, como secretaria del Comité

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central del Partido bolchevique, había seguido a Lenin al exilio
y había muerto de cólera en 1920. Está enterrada en la Plaza
Roja, en la pared del Kremlin. Después de su muerte sus dos
hijas fueron educadas por Lenin y Krupskaia. Teníamos muy
buenas relaciones con Eberlein y su mujer -que también se
llamaba Inés- a los que encontramos alojamiento en uno de
los bloques en que nosotros vivíamos. La última vez, hacia
1967, que visité a Inés, en Moscú, me dio una vieja foto de
la sesión de creación de la III Internacional. Al lado de Lenin
estaba sentado Alberto (seudónimo de Eberlein) como dele-
gado del Partido Comunista Alemán. Inés ha cumplido ya más
de 70 años, pero recientemente aún participaba en los traba-
jos científicos del Instituto Marx-Engels de Moscú.

CARTOGRAFÍA AÉREA

Antes de cerrar este capítulo de mi vida me gustaría narrar


algunos sucesos que marcaron mis viajes aéreos.
En 19 31, después de haber asistido durante su primer mes
a las grandes construcciones de Magnitogorsk en los Urales,
me preparaba para marchar a Siberia. Y a tuve problemas para
llegar a Novossibirsk porque los nuevos trimotores estaban
ensayando los motores Bristol y al menos uno por día se estro-
peaba. De Novossibirsk un pequeño avión debía conducirme
a Kuznetsk, donde estaba en curso otra gran realización de
los años treinta. Me enteré de que por el momento no podía
marchar, porque el avión había tenido que aterrizar en algún
lugar de la taiga y lo estaban buscando en el bosque virgen.
Unos días más tarde llegó el pequeño .avión de cuatro plazas.
Del tipo Junkers-13, como lo revelaba el número de serie,
era el segundo avión salido en 1919 de las fábricas de Dessau.
Antes del despegue, el comandante del aeropuerto me pidió
cortésmente que me atase en seguida el cinturón porque había
ocurrido varias veces que durante el aterrizaje, la cabeza del

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pasajero atravesaba el cristal y, « ¡no tenemos más cristales!».
Un viaje Estocolmo-Helsinki, hecho a bordo de un avión si-
milar, también se grabó en mi memoria. El golfo de Botnia,
con sus miles de islotes rocosos abrazados por los rayos del
sol poniente, ofrecía un espectáculo inolvidable. En segundo
plano, el mar de un verde oscuro. La placa conmemorativa
soldada al avión decía que este aparato era con el que el piloto
sueco Lundgist había salvado a los miembros de la expedi-
ción Nobile en el Océano Glacial. Tuve ocasión de encon-
trarme con Nobile varias veces. La primera en 1926 en el
aeropuerto de Gatchina, cerca de Leningrado, cuando se pre-
paraba para .atravesar el Polo Norte a bordo de su gran aero-
nave. Como corresponsal en Moscú del diario berlinés Welt
am abend, Lena había entrevistado a Nobile antes del despegue.
Más tarde volví a encontrar el nombre de Nobile en la estación
de Génova donde una multitud inmensa esperaba, no al verda-
dero Nobile, sino al radiotelegrafista de la expedición que se
había comportado de manera muy heroica. En 1935, final-
mente, en la Central de Correos de Moscú, encontré a un No-
bile viejo, abatido; expulsado de su país después de una expe-
dición sin éxito, sólo había podido encontrar asilo en la Unión
Soviética.
Mi viaje más peligroso fue el que me condujo de Turquía
a Italia, pasando por Grecia. Nuestro aparato, un hidroavión
bimotor Dornier en el que se entraba por el techo, como en
un barco, iba de Atenas hacia el puerto de Patr.as. Al aterri-
zar fuimos salpicados por las olas que habíamos levantado, de
modo que cuando fuimos a despegar cerramos tan bien como
pudimos la puerta exterior del hidroavión, pese a las enérgicas
protestas de uno de los viajeros. Nos contó que, como fun-
cionario del ministerio de Asuntos Exteriores italiano, había
sido encargado por el rey de Italia de llevar a Grecia un ramo
de palma de los juegos de Siracusa p.ara los juegos de Delfos.
Y ahora traía de Delfos, en nombre del Presidente de la Repú-
blica, Venizelos, una rama de laurel para los juegos de Sira-
cusa. Había hecho el viaje de ida en un .avión del mismo tipo
cuyo motor se había incendiado. Si no hubiese podido abrir
a tiempo la trampilla superior, se habría quemado vivo. Exigía

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pues que la escotilla estuviese abierta, a lo que el piloto se
negó enérgicamente. Acabábamos de sobrevolar la última de las
islas Jónicas cuando el piloto, tamborileando en el cristal, me
hizo señal de que me acercase a él. Sabía que el objetivo de
mi viaje era trazar mapas y me preguntó si yo tenía un mapa
marítimo, pues él no tenía ninguno encima. Uno de los dos
motores se había estropeado, y quería posarse inmediatamente
en alguna de las islas cercanas. Me encargó que informase a los
pasajeros de que íbamos a realizar un aterrizaje forzoso en el
mar. Apenas hube anunciado la noticia tan prudentemente
como pude, nuestro amigo el cónsul italiano se precipitó al
momento para abrir la escotilla, pero no lo logró. Para colmo
una de las mujeres fue presa del pánico lo que hizo perder su
sangre fría a los pasajeros e incluso al copiloto que empezó
a sacar el material de salvamento, una pequeña canoa hinchable
de una sola plaza. De todo esto sólo nos dimos cuenta cuando
la cabina se abrió bruscamente y el copiloto fue proyectado
hacia nosotros por un magistral directo que le había propinado
el piloto. Iniciamos el descenso a unos 700 metros de altura.
Desde lo alto el mar parecía calmado y tranquilizador pero,
cuanto más nos acercábamos, más altas parecían las olas. Caí-
mos por fin en las crestas de una ola. Felizmente, el Dornier
soportó la sacudida. Utilizando el motor en funcionamiento, par-
timos como en un barco a motor hacia Othoni, la más septen-
trional de las islas Jónicas. En la costa algunos viejos pesca-
dores barbudos se precipitaron hacia los acantilados para venir
en nuestra ayuda y, montándonos sobre su espalda, nos lle-
varon hasta la orilla. Con gran sorpresa nos dirigieron la pa-
labra no en griego sino en la más pura jerga newyorkina. Se
aclaró que habían pasado una gran parte de su vida en Amé-
rica y que sólo regresaron al país a terminar sus días. No había
jóvenes en la isla, pues se habían marchado la mayoría a hacer
fortuna al otro lado del Atlántico. Pasamos en ella varios días,
alimentándonos de olivas y de pescado. A causa de las vaca-
ciones del fin de semana nuestra radio, que había quedado
intacta, no pudo establecer contacto con la sede de la com-
pañía aérea en Brindisi hasta el cabo de dos días. Se nos infor-
mó de que un paquebote en ruta hacia Atenas había red-

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bido orden de dar un rodeo y acercarse a la isla para recoger
a los «náufragos» del avión. Los pescadores afirmaban preo-
cupados que nadie recordaba que ningún barco grande hu-
biese podido acercarse a la isla, cuyas aguas estaban erizadas
de acantilados. Pero teníamos confianza en la habilidad del
capitán griego. A las dos de la mañana fuimos despertados
por los pescadores que gritaban: «¡Pronto, a las barcas! ¡El
barco está en la playa, ha chocado con una roca y va a hun-
dirse!» El barco de vapor con, por lo menos, ochenta años
de navegación a sus espaldas -los alemanes lo habían rega-
lado a los griegos al final de la guerra a título de repara-
ción-, había chocado con las primeras rocas y hacía agua.
Sobre el puente se desarrollaba una escena digna de las me-
jores películas. En lo alto de la escalera de cuerda que habían
lanzado se erguía un inglés que, revólver en mano, repetía
incansablemente: «Ladies and children first!» Como yo hablaba
alemán me encargaron de un alemán que, sembrando el pánico,
corría de acá para allá en camisa de dormir, apretando bajo el
brazo una especie de caja y gritando desesperadamente: « ¡Sal-
vadme, salvadme!» A costa de grandes riesgos y esfuerzos logré
convencerle de que, como el barco se hundía lentamente, dis-
ponía aún de doce horas, por lo menos. Se rehízo un poco y me
contó la razón tragicómica de su presencia. Era dentista en
Falkenstein in Vogtland, una pequeña ciudad de los Montes
Metálicos en Sajonia, y secretario de la sociedad entomológica
de la ciudad. Había ido a pasar sus vacaciones a la lejana Italia
del Sur para cazar insectos exóticos y desconocidos. Llegado
a Brindisi, y armado de su manga verde, había salido a las
afueras de la ciudad a cazar mariposas. Sin darse cuenta se
había acercado a la fortaleza. Su presencia fue rápidamente
notada y, como sus manejos en las cercanías de una fortificación
militar parecieron sospechosos, se le detuvo. Pese a sus pro-
testas fue metido en la cárcel y acusado de espionaje. Le
expulsaron de Italia al día siguiente, haciéndole subir en el
primer barco que salía de Brindisi, en el que nos cono-
cimos. La caja contenía una preciosa colección de insectos.
Con todo esto, al unirse los náufragos del barco a los del
avión, la población total de la isla se hizo apreciable. Según

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las leyes del mar, un cierto porcentaje de los objetos salvados
pertenecían a los pescadores que, muy excitados, se apresuraban
a llev.ar a tierra todo lo que podían sacar del barco. Incluso tra-
jeron, a costa de grandes esfuerzos, el enorme reloj de péndu-
lo que adornaba el salón. Como ya no había barco, no nos
quedaba más que esperar. Por sugerencia de nuestro piloto,
alquilamos entre varios un pequeño velero para viaj.ar hasta
Corfú que estaba a sólo unas horas de la isla. Pero apenas
habíamos alcanzado el estrecho de Santi-Quar.anta, cerca de
la costa de Albania, el viento cesó y permanecimos inmovi-
lizados durante catorce o quince horas, sin víveres, ni agua
potable. Esperábamos morir de sed, cuando el viento se levantó
y pudimos poner rumbo hacia Corfú, donde nos esperaban con
gran pompa. El alcalde dio un banquete en nuestro honor y
nos hizo visitar el célebre castillo que había sido residencia de
verano de Elizabeth, ·emperatriz de Austria y reina de Hun-
gría, y más tarde de Guillermo II. Cuando por fin abandona-
DJ.OS Brindisi a bordo de un .avión, describimos un gran círculo
sobre «nuestra isla», lanzando una última mirada al avión en-
callado al lado del barco que había dado completamente la
media vuelta. Pero la historia no terminó. Unas semanas más
tarde, encontré en Túnez al piloto con el que había tenido esta
aventura. Me contó que aquél había sido su último viaje por
cuenta de la compañía Aero-Expresso, porque recientemente
había tenido un altercado con el piloto-jefe de la compañía.
Entonces comprendí que era su enemigo mortal quién debía
venir a rescatarnos y que nos había sugerido marchar en velero
porque no hubiese podido soportar el ser salvado por su peor
enemigo.
En el curso de mis viajes, aéreos, en~ontré a muchos pasa-
jeros interesantes. Un día iba de París a Bruselas a bordo de
un trimotor Fokker. En los trimotores no había sitio en aquel
tiempo más que para dieciocho o veinte personas; aquel día no
había, aparte de mí, más que otr.a persona. Mi compañero me
preguntó con mucho interés el fin de mi viaje, me preguntó
sobre los criterios con los que hacía los mapas, y sobre diversos
aspectos de los guías aéreos. A nuestra llegada a Bruselas me
sorprendió el ver que, cuando · descendíamos, el piloto vino a

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saludar a mi compañero de viaJe, y que los soldados que se
encontraban a la salida del aeropuerto presentaban armas.
Pregunté quién era aquel señor, y me respondieron: «¡Alber-
to I, rey de los belgas! »
También tuve una curiosa aventura en Albania a dónde
llegué en hidroavión, procedente de Brindisi. Una fuerte tem-
pestad nos impidió aterrizar en Valona y tuvimos que esperar
el fin de la tempestad en una laguna cercana a la costa. Apenas
nos habíamos posado sin complicaciones en la tranquila su-
perficie de la laguna, cuando los habitantes de los pueblos
cercanos, venidos a nuestro encuentro sobre troncos de árbol
ahuecados, rodearon el avión. Resulta difícil imaginar un con-
traste más sorprendente en el terreno de los transportes: al
lado del avión, moderno medio de comunicación del siglo xx,
canoas talladas en troncos de árbol según una técnica de hace
varios milenios de antigüedad. El Hotel de Valona me produjo
una extraña impresión; estaba adornado con un gran cuadro
de Mussolini y otro, más pequeño, con la foto de Ahmed
Zogu, rey de Albania. Estos dos cuadros testimoniaban bien
cual era la correlación de fuerzas de este estado fantoche. La
ciudad estaba desierta; sólo veíamos a algunos viandantes
que deambulaban ociosamente. El hotelero me explicó que a
principios de mayo era la época de las epidemias de malaria,
y que los habitantes abandonaban la ciudad para refugiarse
en las montañas cercanas.
Al día siguiente en el rudimentario aeropuerto quedé sor-
prendido al observar como subían al avión italiano ciertas
personas que trepaban a la bodega de equipajes, y que allí
se tendían en el suelo apretados como sardinas. Eran miembros
de la aristocracia albanesa que, a causa de la ley del Talión,
no se atrevían a aventurarse por los caminos de la montaña
donde les acechaban sus enemigos. Encontraban más seguro
viajar en el avión y, al estar ya alquiladas las cuatro plazas
del pequeño avión, no les quedaba otra solución que la bodega
de equipajes. A lo largo del viaje el tiempo se estropeó, en
vano el avión intentó perforar la espesa muralla de nubes y por
fin dio media vuelta. Uno de los pasajeros· quería llegar de
cualquier forma .ª Tirana. Como representante del Trust Shell,

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tenía que firmar aquél mismo día un contrato para la explota-
ción de los campos petrolíferos de Albania. Sabía también
que el delegado de la Standard Oil estaba en camino hacia
Tirana y temía que llegase antes que él, quitándole así el
negocio de las manos. Hizo todo lo posible para convencer al
piloto, le amenazó, le ofreció dinero, pero no hubo nada que
hacer. Cuando empezó a ponerse demasiado exigente, el copi-
loto, que se había cansado de oírle protestar, le invitó a apear-
se si le parecía bien. « Volamos exactamente sobre las olas
enfurecidas del Adriático, a 500 metros de. altura.» Con esto
se restableció la calma. Regresamos a Valona y llegamos a
Tirana al día siguiente. Nunca llegué a enterarme de qué
ocurrió con el contra to.
Como geógrafo, encontraba Úna gran satisfacción en los
viajes aéreos de aquella época. No era como hoy en que,
a ocho o diez mil metros de altura por encima de las nubes,
no se ve prácticamente nada. En esa época los viajes eran más
desagradables, los endebles avioncitos al volar a baja altura
estaban más fácilmente a merced de las variaciones atmosféricas
y los baches de aire. Así, por ejemplo, al volar un día sobre
las costas del Adriático, desde Venecia a Brindisi, por Ancona
y Bari, pasamos cinco horas literalmente saltando, porque en
esa zona es donde se encuentran los vientos marinos y las
tormentas procedentes de los Apeninos. Pero estos viajes
ofrecían a veces espectáculos inolvidables. Así, al volar desde
Calais hacia Inglaterra, la vista, en medio de la Mancha, de
los blancos acantilados de Dover. O bien, sobrevolando los
Alpes, cuando el avión no podía elevarse sobre las cimas
y atravesaba los desfiladeros de Carinthia, pasando por el pico
de Tarvisio para llegar a la llanura veneciana; se tenía la im-
presión de rozar las cumbres cuando a lo lejos aparecía ya el
azul del Adriático. Algunos de estos viajes eran para mí ver-
daderas clases de geografía. Por ejemplo de Basilea a Ams-
terdam podía contemplar muy de cerca cada meandro del Rhin,
el pico de Lorelei y la catedral de Colonia. Un viaje Barcelona-
Madrid, por encima de las montañas de la Sierra del Guada-
rrama, era una experiencia tan maravillosa como sobrevolar el
Mediterráneo yendo de Marsella a Túnez por Ajaccio.

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En los años veinte, en los albores de la aviación, cuando
los aparatos no disponían ni de radío, el único medio de orien-
tación eran los nombres de los pueblos escritos con letras enor-
mes en lo alto de los gasómetros de las afueras del pueblo,
sobre el techo de una casa o en la iglesia. Recuerdo un viaje
en que, volando de Moscú a Berlín, nos despistamos sobre
los bosques de Lituania. No nos quedó otra solución que volar
a ras de suelo y seguir la vía del ferrocarril hasta que pudimos
leer el nombre de la estación siguiente.
Otras de mis aventuras memorables sucedió cuando tenía
que ir de Viena a Venecia, pero el avión de Venecia se había
estrellado y tenía que esperar la llegada de un pequeño Junkers
de cuatro plazas, modelo popular de la época. Probablemente
por las noticias de la prensa, al aterrizar el avión en Graz,
una mujer de edad, la madre del piloto, nos esperaba. Se puso
a abrazar ardorosamente a su hijo: entonces me enteré de
que nuestro piloto era el conductor del avión accidentado unos
días atrás. El aparato se estrelló en el lago Woerth y el piloto
pudo alcanzar la orilla a nado al igual que su único pasajero,
el conocido autor austríaco Mirko Jelusich. La mujer ocupó
una plaza en el avión y nos acompañó hasta Klagenfurt. Re-
sulta extraño ver a esa vieja mujer mirar al suelo sin ningún
temor y oírla enumerar el nombre de todos los pueblos que
se extendían por los valles de los Alpes según los íbamos
sobrevolando. Estábamos sobre· el lago Woerth cuando el apara-
to empezó a perder altura; tuve la impresión de que íbamos a
correr la misma suerte que el avión precedente, pero el piloto,
golpeando sobre el vidrio, me indicó que mirase: a través del
agua límpida, de un azul verdoso, se podía ver el avión acci-
dentado, hundido en el fondo del lago.
Una última anécdota sobre mis viajes aéreos. En 1928 iba
de Berlín a Rotterdam. Al dirigirme del aeropuerto a la ciudad,
el texto de unos grandes anuncios me llamó la atención: « ¡Ha-
bitantes de Rotterdam, una amenaza se cierne sobre nuestra
ciudad! ¡Un barco procedente de las Indias nos ha traído la
peste asiática!» Seguía toda una serie de prescripciones mé-
dicas y sanitarias. Nada preocupado por ello me dediqué a mis
ocupaciones y pasé el domingo en la playa de Hoek van Hol-

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land, pueblecito de la desembocadura del Rhin. Al final del
día empecé a sentirme indispuesto y noté que estaba lleno
de manchitas rojas alrededor de los riñones. Recordé entonces
los anuncios: ¡La peste asiática! Si iba a visitar .a un médico
me pondría en tratamiento de cuarentena; si no iba, había el
peligro de que contaminase a todo Rotterdam. Deprimido de-
cidí esperar un poco; la peste asiática sin duda se manifestaría
por otros síntomas más que malestar y manchas. Pasaron unos
días sin que se produjeran cambios. Después de diez días
que pusieron a prueba mis nervios, regresé a Berlín, pues mis
asuntos estaban ya solucionados. Mi médico constató que había
cogido una simple erupción. Incluso me dijeron cómo: al ir a
Rotterdam había abierto la ventana del avión (esto era posible
en la época) para tomar un poco el fresco; .al estar mi asiento
exactamente detrás del tubo de escape de uno de los motores,
había aspirado en vez de aire fresco todos los gases de expul-
sión, causantes de la inflamación nerviosa que había provocado
mi erupción.
Antes de que Hitler subiese al poder, festejamos por última
vez, el 7 de noviembre de 1932, en la embajada soviética de
Berlín, el aniversario de la Revolución. Lena había llegado
antes que yo. El embajador Krestinski, que recibía a los invi-
tados en la antecámara, me susurró: «¡Vaya a ver con quién
se entretiene su esposa! ... » Entré en el primer salón y petrifica-
do vi a Lena conversando alegremente con Sahm, alcalde de
Berlín, con el Primer Ministro Von Papen, y con Schleicher,
Ministro de Defensa. Esperé con impaciencia las explicaciones
de Lena. El enigma era muy sencillo: había visto al llegar a
Sahm, un gigante rechoncho, que veíamos a diario en los
documentales de actualidad. Tomándolo por un conocido lo
había saludado efusivamente y el alcalde se puso a charlar
alegremente con tan bonita «admiradora». Papen y Schleicher,
llegados entre tanto, se habían unido al grupo. Ésta fue nues-
tra última «mundanidad» en Berlín antes· de la llegada de
los nazis. Todo lo que había sido hasta entonces mi vida, mis
viajes, mi trabajo, terminó para largo tiempo. La subida de
Hitler al poder, a principios de 1933, dio a mi vida una orienta-
ción muy diferente.

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LOS HITLERIANOS EN EL PODER

El 30 de enero de 1933, la noche de aquel memorable día


en que Hindenburg había nombrado a Hitler jefe de los nazis,
Canciller del Reich y jefe del gobierno alemán, Lena, Eber-
lein, algunos amigos y yo, nos reunimos en la cervecería de
la Europa-Haus para discutir los acontecimientos. De pronto
Frick, nuevo Ministro del Interior, entró triunfalmente en la
sala al frente de un grupo de S.A., medio borrachos y gri-
tando a pleno pulmón. En algunos instantes lo pusieron todo
patas .arriba, dando un avance de lo que sería el terror en los
próximos años.
Unos días más tarde recibí una extraña llamada telefónica
de la comisaría central de la Policía berlinesa. Un nuevo jefe de
policía, el almirante de extrema derecha Levetzow, había
sido nombrado para ocupar el sitio del antiguo, un socialdemó-
crata; pero el «aparato» seguía sin tocar. Me dijeron que
querían entrevistarse conmigo sobre mis actividades de propa-
gandista del marxismo, allí mismo, por teléfono. Respondí eva-
sivamente, por lo que me comunicaron que sería llamado al
cabo de unos días para ser interrogado. Sin lugar a dudas
aquello era un aviso de los empleados socialdemócratas que
se habían dado cuenta de que también sus días estaban con-
tados. Los crímenes de la horda nazi comenzaron. Pero, hasta
las elecciones previstas para el 15 de marzo, todavía quedaba
alguna esperanza de frenar el empuje nazi. Como medida de
prevención envié a Lena, que en los últimos tiempos estaba
un poco enferma, hacia Austria para que se repusiese. En
cuanto a los niños, acompañados de su abuela materna ale-
mana, fueron a reunirse con mis padres a Hungría (aquellas
pocas semanas serían las únicas que mis hijos pasarían en
Hungría). Empecé inmediatamente a desmontar mi piso, mien-
tras que proseguía la campaña electoral de los distintos par-
tidos. Pese al evidente peligro fascista, la clase obrera alemana

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continuaba dividida; los socialdemócratas se negaban a esta-
blecer un acuerdo con los comunistas de cara a las elecciones.
Un domingo por la tarde, a principios de febrero, discutíamos
con mi inolvidable amigo Theo Neubauer, dirigente del Par-
tido Comunista de Turingia, y Frederick Kuh, corresponsal
en Berlín de la gran agencia de prensa americana United Press,
que era fiel seguidor de las ideas de extrema izquierda. Hubie-
se sido difícil imaginar mayor contraste físico que el que pre-
sentaban estos dos hombres: Neubauer, con cabellos negros
como el azabache, siempre apasionado y vestido con un simple
traje de pana ... y el periodista americano rubio, muy elegante,
que medía cada una de sus palabras. Sin embargo, estaban de
acuerdo en reconocer que la única esperanza, bastante débil ·por
otra parte, era una alianza de comunistas y socialistas. Neu-
bauer tuvo la idea de que, puesto que los socialdemócratas
se negaban a sentarse en una mesa de negociación con los
comunistas, el acercamiento podría eventualmente establecerse
por medio de dos extranjeros: el corresponsal de la agencia ame-
ricana y un sabio geógrafo, desconocido en el ámbito de la
alta política. Dicho y hecho. Kuh y yo nos dirigimos a casa
de Friedrich Stampfer, uno de los jefes del partido socialde-
mócrata, dispuesto al parecer a aceptar un frente único en el
último momento. Stampfer estaba en su casa. Desplegando toda
nuestra elocuencia intentamos convencerle. Nos escuchó en si-
lencio y después nos dijo simplemente que no estaba en con-
diciones de cambiar las orientaciones de la dirección política
de su partido.
La noche del 27 de febrero de 1933 esperaba en la esta-
ción de Anhalt a Lena que regresaba de Austria. La Buda-
pesterstrasse, que conducía a la estación, estaba llena de nazis
que gritando a voz en cuello injuriaban a los comunistas; cerca
del Reichtag la calle estaba cerrada por policías y destacamen-
tos de S.A.: el Reichstag ardía. Se supo más tarde que los pro-
pios nazis lo habían incendiado para .acusar a los comunistas
de este crimen y encontrar así un pretexto para excluir legal-\
mente al Partido Comunista de las elecciones.
Desde la llegada de Lena, incluso antes de abandonar la
estación, decidimos no volver a nuestra casa, pues podían venir

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a detenernos de un momento a otro. Nos instalamos en casa
de Gustel, hermana de Lena, cuyo marido, el director de orques-
ta Hermann Scherchen, estaba entonces de gira. Estuvimos
en ella dos días, hasta que una noche sonó el timbre. En la
puerta se encontraba un soldado con uniforme de las S.A. Pen-
samos que habían localizado nuestra pista; se aclaró que el bra-
vo nazi era el galán de la sirvienta y venía a buscarla para un
paseo nocturno. Después de aquello no permanecimos más en
casa de Gustel. Fuimos a Leipzig donde, al haberse inaugu-
rado la Feria Internacional, los nazis no se entregaban aún a
sus excesos.
Los comunistas se daban plena cuenta de que la lucha
cruel de las fuerzas reaccionarias más agresivas contra las orga-
nizaciones revolucionarias progresistas de Europa había comen-
zado. El sentido del deber y nuestra conciencia nos ordena-
ban, a mi mujer y a mí, ponernos de nuevo en primera línea.
Teníamos una sola posibilidad de luchar abiertamente contra
el nazismo: huir de Alemania y fundar, donde todavía fuese
posible, un periódico político activo o una agencia de prensa.
Mezclados con la inmensa masa de comerciantes que regre-
saban, después de la Feria de Leipzig, logramos tomar un tren
especial para Bélgica. Después de una noche terrible e intermi-
nable, llegamos a Aquisgrán, última estación alemana. Nuestros
pasaportes estaban en orden, incluso habíamos obtenido un
visado francés, pero los nazis, que disponían ya de todos los
poderes, retenían a quién les parecía bien, y con mayor razón
a las personas sospechosas de ser comunistas. Después de
una breve espera el tren se puso en marcha, sin haberse dado
ninguna señal de control de pasaportes ni de la aduana. Éste
se realizaría, pensamos nosotros, entre Aquisgrán y la frontera
belga. Pero el tren tomaba cada vez mayor velocidad. Atravesó
una estación a plena marcha: Herbestal. ¡Ya estábamos en
Bélgica! Estábamos salvados. La gran confusión que había se-
guido a la llegada al poder de los nazis se había manifestado
en esta ocasión. El aparato administrativo alemán, pese a su
reputación por su precisa organización, había dejado simple-
i:nente de funcionar.
Así empezó una nueva emigración, esta vez también para

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· 8 • DORA INFORMA
Lena. Por la tarde ya estábamos en París, pero al cabo de
algunos días nos sentíamos descorazonados por las dificultades
que encontrábamos para localizar un piso y por la abierta
antipatía de los franceses por todo lo alemán. Recuerdo que,
buscando un piso en Clamart, una mujer negra nos había abier-
to amablemente la puerta pero después, al oír que cambiábamos
algunas palabras en alemán entre Lena y yo, nos había echado
diciendo: «¡Soy una patriota francesa y no tolero que se hable
alemán en mi casa! »
Fuimos entonces a Austria, pero allí soplaba el viento
precursor del nazismo.
En un café de Viena encontré de nuevo a Kurt Rosenfeld
(que también había vuelto la espalda a la Alemania nazi) y
otro viejo amigo, Leo Lederer, uno de los principales cola-
boradores del gran periódico alemán Berliner T ageblatt, que
nunca había ocultado sus simpatías por las izquierdas. Tam-
bien se había visto obligado a emigrar al caer el Berliner Tage-
blatt en manos de los nazis. Así nació el proyecto de la agencia
de prensa antifascista y, acompañados de Rosenfeld, regresa-
mos a París en mayo de 1933, esta vez con un objetivo preciso.
A causa de los niños no queríamos vivir en París y nos
instalamos en Bellevue, cerca del bosque de Meudon. No
éramos los únicos en pensar que la antigua parroquia de Ra-
belais, refugio de Richard Wagner, era un lugar muy agrada-
ble. Por una extraña ironía del destino, el residente de la sun-
tuosa villa que se encontraba enfrente de nuestra casa, en
medio de un gran parque, no era otro que el Gran Duque
Cirilo, pretendiente al trono de Rusia.
Teníamos por vecina a la gran escritora, ya conocida, Anna
Seghers, a quién habíamos aconsejado establecerse en Bellevue
con sus dos hijos de corta edad y su marido de origen húnga-
ro Radványi.
Bellevue se encontraba a medio camino entre París y Ver-
salles, donde vivía otro de mis amigos, Egon Erwin Kisch.
A menudo era nuestro huésped, con gran alegría de mis hijos a
quién Kisch encantaba con juegos de prestidigitación. «Ego-
nek», como le llamábamos sus amigos, había establecido su
cuartel general en un viejo hotel, frente al Pavillon du Jeu de

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Paume, donde -como es sabido- había comenzado en 1789
la gran Revolución francesa, a raíz del juramento del mismo
nombre. El Pabellón había sido convertido en museo y cuando
Kisch recibía visitas se apresuraba a llevarlas a él. Conocía
cada objeto expuesto y su historia. El guardián del museo, un
antiguo combatiente, observaba con desconfianza las activida-
des de Kisch que, siempre lleno de fantasía, comentaba graba-
dos, uniformes y documentos. Un día, no aguantándose más,
al ver el éxito de Kisch entre la «concurrencia», le exigió que
compartiese con él las «grandes propinas» que sin duda debían
darle los turistas. ¡Se indignó grandemente al saber que su rival
distribuía gratis su saber! La amistad que me ligaba a Kisch
me incitó, en ocasión de sus aventuras australianas, a acompa-
ñar a su mujer Gisele a Londres. Kisck había marchado a
Australia para participar en una campaña antiimperialista. Pese
a tener su visado en regla, se le prohibió poner pie en suelo
australiano porque era comunista, e intentaron devolverle a
Europa con el mismo barco. Sin embargo, en el puerto de Mel-
bourne, Kisch saltó desde el puente del barco -de varios me-
tros de altura- al muelle, se rompió una pierna y así obtuvo el
permiso de estancia en Australia. La campaña antiimperialista
que había venido a apoyar adquirió, a raíz de este acto de
temeridad, un empuje considerable. Los meses pasaban y Gise-
le estaba cada vez más inquieta por su marido, internado en un
hospital. Fuimos, pues, a ver a Mr. Bruce, entonces Alto Comi-
sario de Australia en Londres y más tarde el Primer Ministro.
A la puerta de su imponente palacio fuimos recibidos poco
amablemente y se nos impidió entrar en casa de Su Excelencia,
el Alto Comisario. Pero apenas pronunciamos el nombre de
Kisch, que estaba desde hacía meses en primera página de los
periódicos australianos y por el que ya en el Parlamento inglés
se había mostrado atención, las puertas nos fueron abiertas.
Mr. Bruce nos recibió con mucha cortesía y tranquilizó a Gisele
diciendo que su país esperaba impacientemente poder sacarse
de encima a Kisch y que sería enviado a Europa en cuanto
fuese posible. Así ocurrió.
En París, en ese ambiente de libertad cívica tan tradicional
en Francia, logramos fundar la agencia Inpress. Fue Kurt Ro-

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senfeld, el ca-editor, qmen se encargó de reunir los fondos
para su funcionamiento, ya que tenía amplias relaciones en
los medios franceses influyentes.
Ya hablé lo que la Inpress había supuesto en materia de
propaganda antifascista.
Sin embargo, las nubes más amenazadoras ensombrecían
el cielo de Europa; se volvió difícil, incluso en París, realizar
abiertamente actividades políticas. El cambio operado en el
ambiente nos indicaba que debíamos encontrar un medio de
acción menos vulnerable y más eficaz. Tal posibilidad se me
presentó y la acepté sin vacilación.

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SEGUNDA PARTE

1936-1941

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GEOPRESS

Bajo el tórrido calor del verano de 1936, abandoné París


con los míos para establecerme en Ginebra. Mi familia viajaba
en tren, y yo en el gran camión que transportaba nuestros mue-
bles. Durante la noche, dejamos atrás las colinas de Bourgogne.
A ratos me adormilaba, para luego despertarme con sobresalto
cuando atravesábamos ruidosamente los pueblecitos dormidos.
Por la mañana, dejando los sombríos precipicios del Jura, llega-
mos a la última localidad francesa, Ferney-Voltaire, que, dos-
cientos años antes, el gran escritor francés había escogido como
residencia. De pronto, Ginebra se extendió ante mí. Empezaba
un nuevo capítulo de mi vida, e intuía que ese período iba a
ser el más duro y cargado de responsabilidades.
Las primeras semanas que pasé en Ginebra fueron ensom-
brecidas por la noticia de la muerte de un amigo íntimo, el
célebre explorador Jean Charcot. Viajando en dirección a Groen-
landia a bordo de su barco «Pourquoi-pas? » -mundialmente
conocido pero muy usado y viejo- había perecido cerca de la
costa. Yo me había planteado participar en dicha expedición
que debía durar unas semanas, pero mi trabajo me había lla-
mado a Ginebra.
En Ginebra alquilé un piso en una casa de seis pisos de
la calle Lausanne, a través de un administrador representante
del propietario. Nunca vi al propietario, cuyo nombre incluso
no conocía. Como más tarde me enteré, la mayoría de los
inmuebles de la ciudad estaban en manos de administradores,

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que representaban el principal sector económico y social de
Ginebra.
En nuestro piso de cuatro piezas habíamos dispuesto una
habitación para los niños y su abuela, una para mi esposa y
yo, un salón y un cuarto de trabajo. Nuestra criada, de origen
suizo-alemán, tenía también su pequeña habitación. El piso no
era suficientemente grande como para servir también de lugar
de trabajo, pero otras ventajas compensaban la falta de espacio.
Cuando buscaba piso, elegía prioritariamente los que no
tuviesen enfrente otro desde el que se me pudiese vigilar. El
edificio 113 de .la calle Lausanne respondía perfectamente a estas
exigencias. Estaba· situado en los alrededores de la ciudad, en
el barrio pequeño-burgués de Sécheron. Enfrente de la casa
se extendía el maravilloso parque de Mon Repos. Cerca de
allí se encontraba una fábrica de aparatos de precisión mun-
dialmente conocida. Sólo me eran precisos unos pocos minutos
a pie para alcanzar el edificio de la Sociedad de Naciones. La
Oficina Internacional del Trabajo y el Comité Internacional
de la Cruz Roja estaban a un paso de casa. Así, salvo algunos
artesanos, obreros y pequeños comerciantes, este barrio en
general y nuestra casa en particular estaba habitado por fun-
cionarios internacionales. Todos ellos gozaban de privilegios
diplomáticos y se preocupaban poco de las actividades de la
ciudad.
En otro tiempo Vladimir Ilich Lenin, obligado a exiliarse
de Rusia, también había vivido en este barrio.
Desde nuestro piso en la quinta planta teníamos una ma-
ravillosa vista sobr~ Ginebra y sus alrededores; por encima de
-las copas de los árboles veíamos el lago Léman, siempre azul.
En el buen tiempo podíamos admirar el espléndido macizo del
Mont-Blanch. El espectáculo er.a particularmente inolvidable
durante la noche, cuando todo el horizonte estaba inmerso en
la oscuridad y sólo este pico cubierto de nieves eternas aún
estaba iluminado por el sol poniente. El lago estaba rodeado
de modernos edificios. Para los niños era un verdadero paraíso;
iban a menudo a pasear y a jugar con la abuela en el secular
parque.
Antes de poder abrir mi oficina tuve que cumplir aún cier-

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tas formalidades, contratar colaboradores, abrir una cuenta en
el banco para la sociedad anónima y empezar a buscar abona-
dos. Todas estas tareas correspondían al director y redactor
de la futura agencia Geopress, es decir, a mí.
Como ya he mencionado, los otros dos socios eran suizos,
pero yo poseía la mayoría de las acciones (98 % ) y pronto
tuve que hacer yo solo todo el trabajo.
Por razones de dandestinidad no busqué otro local para
la Geopress. Desde el punto de vista del trabajo era también
ventajoso que mi oficina estuviese situada ~cerca de la Sociedad
de Naciones. Así pues, todo respondía a las exigencias.
El trabajo se efectuaba en la única pieza de que disponía-
mos ·al efecto. Allí dibujaba los planos que rápidamente eran
enviados a la imprenta para la preparación de los clisés; allí
redactaba los textos de acompañamiento en inglés, francés e
italiano. Sólo tenía dos colaboradores: el dibujante y mi espo-
sa. Lena escribía a máquina y se ocupaba de las cuestiones
financieras. De vez en cuando una funcionaria de la Sociedad
de Naciones venía a hacer la contabilidad.
Entre cuatro llegábamos a hacer todo el trabajo. No era
necesario aumentar el número de colaboradores y esto nos per-
mitía hacer economías.
A fines de julio de 1936 los preparativos para la apertura
de la oficina estaban terminados, y en agost0 1ma nueva agen-
cia suiza de prensa, la Geopress, era fundada.
La empresa se desarrolló rápidamente y pronto fue cono-
cida en todo el mundo. En aquella época era la única organi-
zación de su género: publicaba mapas de actualidad que mos-
traban gráficamente los acontecimientos políticos y económicos
mundiales, así como los cambios geográficos naturales. Más
tarde edité un atlas en color titulado «Atlas Permanente». El
capital invertido en el negocio pronto fue amortizado y la
empresa empezó a dar beneficios. Nuestros mapas eran muy
solicitados. Los abonados permanentes de la Geopress eran
periódicos, bibliotecas del mundo entero, institutos universi-
tarios de geografía, diversos servicios oficiales, ministerios,
estados mayores, embajadas; el ex emperador de Alemania,
Guillermo II, también formaba parte de nuestros abonados.

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La fecha de apertura de las oficinas coincidía con el prin-
cipio de la guerra civil española y recibimos muchas solicitudes
de mapas de las operaciones militares. Estas circunstancias die-
ron aún mayor importancia a la agencia, sobre todo cuando
uno de los mapas fue publicado en la gran revista francesa
L'Illustration. A veces tenía que trabajar durante la noche por-
que la prensa mundial quería publicar inmediatamente mapas
de los comunicados militares del día.
A menudo ocurría que los abonados pedían con· urgencia
una edición de mapas; entonces tenía que dibujarlos e impri-
mirlos en tres o cuatro horas. La imprenta Atar de Ginebra
preparaba los clisés mientras que otra imprenta hacía las ma-
trices y el primer avión de la mañana llevaba a los periódicos,
revistas y organizaciones de todo el mundo materiales frescos
y actuales.
Estaba en relación estrecha con la Sociedad de Naciones
cuya sección de prensa me había avalado. Allí disponía de un
buzón permanente, tenía mi plaza en la biblioteca, podía con-
sultar los documentos oficiales y estaba invitado a las recep-
ciones en las que veía a Litvinov (pero sólo a distancia). En
esas recepciones de la Sociedad de Naciones tenía ocasión de
ver de cerca el estado mayor de la política internacional; entre
ellos al ministro británico Anthony Eden que jugaba el papel
de árbitro de la moda, el ministro de Asuntos Exteriores ruma-
no Titulesco, marwilloso orador que gesticulaba tan ardiente-
mente que parecía un abogado en pleno alegato, y el piadoso
lord Halifax (un día llegué a París en el mismo tren que él
y le vi, a las seis de la mañana, ir directamente de la estación
a la iglesia). Mantenía en particular buenas relaciones con el
Dr. Raichmann, uno de los altos funcionarios de la Sociedad
de Naciones, ex ministro del gobierno polaco y consejero de
Tchang-kai-chek. Su hija era cartógrafa y con su colaboración
publiqué mi obra titulada «Atlas de ayer y de hoy», editado
en Londres por Gollancz. Por Raichmann conocí a Zilliacus,
político inglés de izquierdas, que también trabajaba en la So-
ciedad de Naciones, así como a Alvarez del Vayo, ministro de
Asuntos Exteriores de la República española. Estas relaciones,
por supuesto, eran muy importantes para mí.

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EL CENTRO DEL MUNDO

Creo que sería oportuno hablar de Ginebra y de Suiza, tal


como eran en aquella época, para que el lector pueda hacerse
una idea del ambiente en el que iba a trabajar como .agente
soviético de investigación.
Siempre he vivido en grandes ciudades, Budapest, Viena,
Berlín, Moscú y París. Era la primera vez en que iba a vivir
durante años en una ciudad relativamente pequeña. Pero, como
sede de la Sociedad de Naciones, Ginebra no era una ciudad
provinciana sino que, muy al contrario, se consideraba «centro
del mundo», lo cual se evidenciaba en los restaurantes y hote-
les. Vi, por ejemplo, un letrero con la inscripción: «Peluquero
del centro del mundo». Ginebra compensaba con su situación
maravillosa lo que no ofrecía en extensión. La ciudad se exten-
día por las dos orillas del lago cuyo chorro de 11 O metros -se
puede ver desde lejos-, emerge del mismo lago; las aguas
verdes del Ródano, ese río impetuoso, dejan el lago en pleno
centro de la ciudad. Alrededor de la ciudad se elevan, como
enormes bastidores, al Este los macizos nevados de los Alpes,
y al Oeste la sombría muralla del Jura.
Este maravilloso rincón de Europa con un clima muy agra-
dable era desde hacía tiempo un lugar de recreo, lo que estaba
testimoniado por los numerosos hoteles. Cada .año se reunían
allí los millonarios de todo el mundo, los aristócratas que se
aburrían, los aficionados a los deportes de invierno, los políti-
cos y los diplomáticos. En septiembre, con ocasión de la Asam-
blea General de la Sociedad de Naciones, Ginebra se con-
vertía en una ciudad cosmopolita. Las compañías de La Scala
de Milán y los teatros de París y Londres prestaban su con-
curso a la ciudad. La multitud internacional y abigarrada que
se agitaba en la calle Mont Blanch, arteria princip.al, y en los
paseos de la orilla del lago, la trepidante vida nocturna de

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este «Petit Paris» formaban un chocante contraste con la vieja
ciudad de la orilla izquierda donde los burgueses, en sus casas
cerradas, vivían aún en el espíritu puritano de la estricta moral
calvinista.
Pero Ginebra no sólo era una ciudad de placer, sino que
allí trabajaban los famosos obreros de manos de oro. Los relo-
jes de las firmas ginebrinas son conocidos en el mundo entero.
En las fábricas y talleres trabajaban verdaderas dinastías de
obreros en las que el oficio se tr.ansmitía de padres a hijos.
Se pueden comprar los relojes más diversos, desde el menos
caro hasta el de un millón de francos. Muchos artistas y pe-
queños comerciantes trabajaban en aquella época en sus pro-
pios talleres, fuera de las fábricas.
Al final de los años treinta, en todas las grandes ciudades
europeas las calles estaban obstruidas por un intenso tráfico,
que por supuesto no era tan exagerado como hoy. Sin embar-
go, la bicicleta era la reina de las calles de Ginebra. Grandes
y pequeños se servían de este medio de transporte individual.
En las horas punta, en las plazas y cruces de calles sólo se veían
masas de bicicletas: los adultos iban o venían del trabajo y los
niños del colegio. Mi familia también tuvo que aprender a uti-
lizar este medio de transporte. En aquella época los tranvías de
una compañía belga circulaban por Ginebra, pero casi siempre
iban vacíos. Había muchos autos particulares, varias decenas
de miles, para una población de 140.000 habitantes.
Este pequeño país burgués podía asegurarse tal nivel de
vida porque, desde hacía más de cien años, no conocía el lastre
de las guerras. Su neutralidad, garantizada por las grandes po-
tencias, atraía a los reyes coronados y no coronados del mundo
entero, los políticos y hombres de negocios que tenían todas
sus reservas financieras en Suiza: el oro afluía a los bancos.
Gracias a eso el país amasó una inmensa fortuna. Suiza no
participaba en guerras, pero los suizos lo hacían cumplidamen-
te·. Durante siglos los mercenarios suizos han participado, y de
forma valerosa, en todas las batallas de Europa y a veces in-
cluso en bandos opuestos. Cobraban su sueldo antes de la bata-
lla. Desde entonces se simboliza a los suizos -y no sólo a los
mercenarios -con el dicho: « ¡Sin dinero no h.ay suizos!»

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Un hecho significativo: en los años treinta, los bancos de
este país de cuatro millones de habitantes habían abierto ocho
millones de cuentas bancarias.
Uno de mis amigos, abogado bien informado, me contó que
en los bancos suizos se guardaban, entre otras, las fortunas
de la familia real italiana, del shah de Persia y del presiden-
te de China Tchang-Kai-Chek. Después de la Segunda Guerra,
el mundo entero supo que los principales prohombres del im-
perio nazi guardaban también en Suiza las fortunas que habían
amasado con sus pillajes.
Hecho sorprendente: mientras que los ginebrinos se con-
formaban con el francés vulgarizado, lengua oficial en el can-
tón de Ginebra, los suizos alemanes se esforzaban en que sus
hijos .aprendiesen francés clásico. Las familias acomodadas en-
viaban a sus hijos a los colegios de Ginebra o Lausanne, porque
en estas ciudades es donde se habla un francés más puro, la
lengua de Rousseau y Voltaire. Cuando, después de nuestra
llegada a Ginebra, mis hijos fueron por vez primera a la
escuela, regresaron llorosos: sus compañeros se habían reído
de ellos a causa de su «mala pronunciación», con el acento de
París.
Capital del cantón de su mismo nombre, Ginebra es un
estado autónomo, confederado a veintidós cantones suizos si-
milares. Desde hacía años era conocido por sus ideas liberales.
Si no formó parte de Suiza hasta el siglo XIX fue debido a que
los cantones católicos reaccionarios se oponían a su adhesión.
La constitución del estado independiente de Ginebra, redactada
a mediados del siglo xvm, era el prototipo de ley fundamental
de una democracia burguesa. Los progresistas del mundo entero
venían a Ginebra. En esta ciudad se refugiaron los emigrados
-revolucionarios o protestantes- perseguidos por los gobier-
nos católicos de Francia, España y el Imperio de los Habsburgo.
En el centro de Ginebra un monumento simboliza que la ciu-
dad da asilo a todos los que buscan refugio por causa de sus
ideas políticas o religiosas. En Ginebra la escolaridad obliga-
toria fue instituida en el siglo xvn y una ley prohibía la en-
señanza religiosa en las escuelas. Los sacerdotes no podían
poner los pies en un establecimiento escolar. Era en la familia

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y en la iglesia donde se inculcaban a los niños los dogmas re-
ligiosos.
El sistema escolar ginebrino, en el que desde hacía tiempo
la enseñanza primaria era mixta, era uno de los más avanzados
de la época. Cuando en la Unión Soviética se estudiaron los
mejores métodos de enseñanza, N. K. Krupskaia, esposa de
Lenin, citó siempre como ejemplo el sistema suizo.
Pero la sociedad burguesa ponJa su sello incluso en este
sistema de educación progresista. La escuela secundaria sólo era
accesible a los hijos de familias acomodadas. El que no tuviese
dinero debía, incluso en Suiza, elegir un camino mucho más
duro para acceder a la ciencia. El poder del dinero es grande
y ejerce una fuerte influencia sobre la mentalidad de los ciu-
dadanos suizos. Citaré dos ejemplos interesantes.
La historia de la maravillosa ópera de Ginebra es digna
de un cuento. La ópera fue construida con el dinero de un
soberano reaccionario alemán, el príncipe de Brunswick. Des-
pués de la revolución de 1848, este soberano tuvo que huir del
país y se instaló en Ginebra donde vivió hasta su muerte. En
su testamento el déspota dejaba a la ciudad de Ginebra, que le
había ofrecido asilo, su fortuna de veinticinco millones de fran-
cos, suma enorme en la época. Había sin embargo una condi-
ción: Ginebra debía erigirle un monumento funerario similar al
que había hecho construir en Verona la dinastía de los Scaliger.
Esta condición parecía inaceptable para una ciudad de ideas tan
liberales como Ginebra. Grandes debates tuvieron lugar en el
Consejo Municipal: ¿Era ético elevar un monumento funerario
a alguien tan reaccionario como el príncipe de Brunswick y
copiar además el monumento de un condottiero medieval? Pero
el dinero doblega toda consideración moral. Los padres de la
ciudad decidieron erigir el monumento. Gastaron en ello cinco
millones de francos. Los veinte millones restantes. sirvieron
para la construcción de la Ópera. Desde entonces se puede ver
en la ciudad el inmenso monumento del príncipe, así como la
Ópera, vacía la mayor parte del año porque los ginebrinos dicen
no tener suficiente dinero para financiar una compañía per-
manente. (Por otra parte, el edificio fue destruido después de
la guerra por un incendio.)

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El segundo caso que voy a citar es también digno de una
antología de anécdotas.
Un día invité a rnmer al profesor que era mi socio en la
Geopress. Lena y mi suegra se esmeraron en preparar una
suculenta comida. El profesor, devolviéndonos la invitación,
nos convidó una tarde después de la comida. Quedamos muy
sorprendidos cuando, en su lujoso apartamento del barrio resi-
dencial de Champe!, nos pusimos .a la mesa: nos sirvieron té
y algunas pastas. Tenía que telefonear a la imprenta por unos
clisés. En la entrada, al lado del aparato, vi una cajita con
la siguiente inscripción: «Por favor, deposite veinte céntimos
por la llamada». (La tarifa oficial era de diez céntimos.)
Suiza es el clásico país de costumbres y mentalidad bur-
guesa, donde impera el respeto a los derechos individuales.
Su modo de vida y su concepción de la moral me desagrada-
ban, pero en este país podía dedicarme a mis tareas especiales
mucho más fácilmente que en Alemania, en Italia o cualquier
otro territorio ocupado durante la guerra.
En aquellos momentos el mundo estaba estremecido por
inquietantes acontecimientos que amenazaban degenerar en un
conflicto mundial.
En 1935 la Italia fascista ocupó Abisinia. En China la
expansión de los agresores japoneses era un problema desde
hada años. En los frentes republicanos de España se desarro-
llaba una lucha encarnizada contra el ejército del general Fran-
co. La guerra española era la primera prueba de fuerza de
Italia y Alemania.
Europa olía .a pólvora.
Esta situación política condujo al gobierno de Moscú a to-
mar medidas para la seguridad de la Unión Soviética. Se hizo
necesario seguir atentamente la actividad de los .agresores. Me
correspondió llevar a cabo parte de esta tarea.

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EN LA ITALIA FASCISTA

En junio de 1937 recibí una postal de París. Entre las


líneas habían escrito con tinta simpática que debía encontrar-
me en París con el delegado del Centro. Seguía el lugar y la
fecha de la cita, así como una descripción del emisario.
Viajé a menudo a París para reunirme con colaboradores
del servicio de información. Allí les entregaba las informa-
ciones y planos que preparaba por petición especial suya. Así,
basándome en las informaciones recogidas en los periódicos eco-
nómicos y geográficos oficiales de Alemania y de Italia, había
elaborado un plano indicando el emplazamiento de las indus-
trias de guerra. Estos datos eran enviados rápidamente a Mos-
cú. A veces enviaba mi informe a París por correo, firmando
con el seudónimo «Dora» o «Alberto»·. Conservé estos nom-
bres incluso cuando fui nombrado jefe de la red suiza.
Mis negocios por cuenta de la Geopress y los contactos
con sus numerosos abonados servían de pretexto para mis fre-
cuentes desplazamientos. Prefería no llamar inútilmente la
atención sobre mí. Un extranjero instalado en Ginebra recibía
un «permiso de residencia» pero su pasaporte debía deposi-
tarlo en la policía y antes de cada viaje al extranjero se le
entregaba el visado a cambio del. permiso de residencia. La
situación particular de Ginebra me permitía sin embargo evi-
tar este desagradable procedimiento. La ciudad estaba rodeada
casi enteramente por territorios franceses, sólo un pasillo de
siete kilómetros a lo largo del lago la unía a Suiza. El apro-
visionamiento de víveres para la ciudad dependía en gran
parte de los territorios franceses; una «zona libre» había sido
creada en 1814 más allá de la frontera del cantón, más exacta-
mente de Suiza. Pese a que esta zona estuviese situada en
territorio francés, las mercancías eran llevadas a Ginebra bajo
franquicia aduanera. El puerto fronterizo no se encontraba

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pues en la frontera política sino más lejos, en territorio
francés.
Aprovechando estas disposiciones fronterizas viajaba del
modo siguiente: tomaba en Ginebra un tranvía o tren de
barriada y, tras veinte kilómetros de recorrido estaba ya -en
Francia, en Annemasse o en Saint-Julien, pero aún dentro de
la frontera aduanera suiza. Otras veces tomaba los barquitos
de recreo que hacían la travesía entre las estaciones balnea-
rias del norte del lago de Ginebra, Thonon o Evian. En estos
trenes y barcos no había control aduanero y aún menos con-
trol de pasaportes. Así el viajero podía pasar fácilmente de
un país a otro. Una vez en Francia ya no era un residente
fronterizo sino un viajero de larga distancia y tomaba tran-
quilamente el tren Evian-París, en el que no se procedía a
ningún control. La situación cambió al empezar la guerra, cuan-
do se pusieron a vigilar estrechamente las fronteras.
Después de haber recibido la postal susodicha, tomé de
nuevo el tren en Evian y llegué a París en la fecha indicada.
Me senté en un banco de uno de los bulevares, en el
lugar convenido, limpié mis gafas (de las que no podía pres-
cindir desde hacía tiempo), abrí un periódico alemán y puse
un libro a mi lado. Eran las señales por las que debía reco-
nocerme el emisario del Centro. Aún tenía tiempo y me puse
a mirar los anuncios y los paseantes.
Exactamente a la hora convenida un hombre alto, de .me-
dia edad y bien vestido se me acercó. Apareció repentina-
mente a dos pasos de mi banco.
-Perdone, ¿le molesta que me siente a su lado? -pre-
guntó con acento extranjero.
-Por supuesto que no.
Se sentó del lado en que estaba el libro. Su pantalón se
estiró sobre la pierna, su delgada rodilla emergía entre la
ropa. Intercambiamos la frase convenida. El hombre dijo lla-
marse «Kolia», como lo indicaba la postal.
-Haríamos mejor en subir al coche.
Nos subimos en su coche, que condujo maravillosamente
bien. Más tarde supe que había sido conductor de tanques.
Nos dirigimos hacia el oeste de París. Delante de nosotros, en

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 129


la carretera, llegaba un pelotón de ciclistas. A ambos lados
de la carretera una multitud de curiosos gritaba: era la últi-
ma etapa de la Vuelta a Francia, que cada año se corría. Aban-
donamos la carretera y nos detuvimos en un claro que se
prestaba muy bien a: una conversación íntima. Mi compañero
me pasaba la cabeza entera, hablaba con cortesía pero con
mucha reserva. Se notaba que había vivido muchas cosas y
sin embargo no aparentaba más de cuarenta y cinco años. Su
espesa cabellera negra ya estaba sembrada de canas, su rostro
de tono amarillento estaba surcado de arrugas, sus ojos casi
incolores brillaban con un destello frío y reflejaban una cierta
resignación. Sus ojeras revelaban que no gozaba de buena
salud.
-Al verle no parece que trabaje usted en el servicio de
información -dijo de pronto Kolia-. Tiene el aire de un
honrado ciudadano cuyos negocios marchan bien. Perfecto. Es
exactamente así como tiene que ser.
Abordó en seguida el tema principal de nuestro encuentro.
Por orden del Centro, desde aquel día debía cumplir sus ins-
trucciones. Nos encontraríamos en París, y en seguida nos
pusimos de acuerdo en las fechas y lugares de cita. En caso
de modificaciones Kolia me informaría por carta. No debía
entregar mis informes a· nadie más que a él. Arreglado esto
nos separamos. Regresé a Ginebra con una tarea muy concre-
ta a realizar en el curso de mis próximos viajes a Italia.
El Centro se interesaba mucho por las tropas italianas que
se mandaban a España Fomo ayuda a Franco. A fin de reunir
los informes pedidos, viajé varias veces a la Italia fascista. Via-
jaba como propietario de una agencia cartográfica para arre-
glar asuntos comerciales. El hecho de que la Geopress tuviera
buen número de abonados en Italia me venía de perlas. Entre
nuestros abonados había incluso periódicos de extrema dere-
cha como el Tempo de Roma. (Me reuní varias veces con el
redactor fascista de ese diario.)
A veces me colaba igualmente como un turista a la busca
de novedades.
Tenía relación de negocios con el Ministerio de Aviación
italiano. Como ya he dicho, había publicado en Alemania ma-

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pas y manuales sobre las líneas de comunicac1on aérea, y se
me tenía por un especialista en la cuestión. Ya había viajado
en aviones de compañías italianas sobre Grecia, Turquía, el
mar Egeo en el Dodecaneso ( que entonces era colonia italia-
na) y sobre Túnez. La casa Fiat me había invitado a su pri-
mer vuelo Turín-Londres. En Roma había conocido a Teruzzi,
general de las fuerzas aéreas y secretario de Estado en el
Ministerio de Aviación. Me había invitado a una recepción
dada por Mussolini, entonces también ministro de Aviación.
(Pude darme cuenta de hasta qué punto este hombre estaba
pagado de sí mismo, aunque ya lo había notado un poco du-
rante un viaje anterior a Roma.) Me había instalado en una
de las pensiones de Piazza Esedra, la gran plaza semicircular
cercana a la Stazione Termini. Por la mañana, al mirar por
la ventana que daba a la plaza, había sido testigo de un extra-
ño espectáculo. Una multitud de jóvenes con camisa negra
desfilaba por la plaza. Era el 21 de abril, aniversario de la
fundación legendaria de Roma y ese día los miembros de
la Balilla (organización de niños fascistas) al entrar en la ado-
lescencia se integraban en la GIL (Giovani Italiane), el movi-
miento de jóvenes fascistas. Miré con curiosidad el desarrollo
de la ceremonia. Mussolini subió a un estrado elevado en me-
dio de la plaza y en un escenario, que bien podríamos calificar
de teatral, empezó un diálogo entre el Duce y la juventud fas-
cista, aproximadamente en estos términos: Duce: ¿ Quién es
vuestro jefe? - La multitud a coro: ¡Il Duce! ¡Duce! -
Duce: ¿ Quién os llevará a la victoria? - La multitud a coro:
¡Il Duce! ¡Duce! Y el diálogo seguía por el estilo. Era la
expresión de ese invisible culto a la personalidad que se en-
contraba en cualquier lugar de Italia. En cualquier lugar, vale
decirlo, el que viajaba, por ejemplo, en coche, podía leer a
casi cada kilómetro declar.aciones del tipo: «¡Si avanzo, sígue-
me! ¡Si retrocedo, mátame!».
Veamos otro ejemplo de esta alucinante idolatría de sí mis-
mo. Me paseaba por la calle principal de La Spezia cuando,
haciéndome una señal desde la puerta, el propietario de un
restaurante me invitó a entrar. Aún no era· mediodía y le res-
pondí que volvería más tarde. «No olvide, señor, que la radio

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ha anunciado que el Duce pronunciará un discurso a mediodía
y cuando la voz sea transmitida por los altavoces instalados
en las calles tendrá que estar fuera con la mano alzada y es-
perar el fin del discurso bajo el sol ardiente.» Este argumento
me covenció. Como extranjero no tenía ninguna necesidad de
ponerme firmes, saludando al estilo fascista, pero no habría
dejado de llamar la atención, Escogí, pues, el restaurante don-
de, gracias al propietario, pude almorzar tranquilamente en la
sala reservada del primer piso mientras que en la sala de aba-
jo, al igual que en las calles, fascistas y no fascistas perma-
necían de pie, erguidos como postes, escuchando el discurso
de Mussolini; el Duce exponía que Italia iba a abandonar la
Sociedad de Naciones a causa de las medidas adoptadas contra
ella por su ataque a Etiopía.
En el curso de uno de mis viajes a Italia tuve ocasión
de conocer a otra personalidad que jugaba un papel importan-
te no sólo en la vida pública italiana sino en el mundo en-
tero. Esto ocurrió en Roma donde, en mis horas libres, visi-
taba los monumentos y otras curiosidades de la ciudad. Así
entré por casualidad en la catedral de San Juan de Letrán y
avancé a través de las hileras de bancos para ir a admirar las
obras maestras escultóricas que ornaban el altar. En un mo-
mento dado noté que delante de mí la gente se arrodillaba y
avanzaba en esa postura. Los fieles me hadan señales de que
siguiera su ejemplo. Así llegué delante del altar en el que el
papa Pío XI ~n persona administraba su bendición «urbi et
orbi» a los humildes creyentes postrados.
Otra vez me ocurrió lo siguiente: quería obtener un billete
de avión gratuito para poder preparar un plano del itinerario
Roma-Sicilia-Túnez. En Roma me dirigí a las oficinas de la
Compañía ALI. El jefe de las oficinas, un conde muy amable
al que ya conocía por carta, aceptó en principio y me dio la
dirección del director de la compañía, quien debía dar su con-
sentimiento definitivo. En la dirección indicada, en Corso Vit-
torio Emmanuele, dos fascistas armados vigilaban la entrada
del edificio: «¿Vostro bliglietto di partito?» (¿Su carnet del
partido?) Es de imaginar mi sorpresa: me encontraba ante la
sede del Comité Central del partido fascista. Se .aclaró que el

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director de la compama aérea era a la vez uno de los secre-
tarios del partido. Y como ya no podía dar marcha atrás, des-
pués de verificar mis papeles me dejaron entrar. En la sala
de espera, ya había varias personas. El hombre de barba ne-
gra que estaba sentado a mi lado se presentó cortésmente:
«Soy el secretario de la provincia de Ferrara. Y usted, ¿qué
provincia representa?» ¡Me tomaban por un secretario fascis-
ta, y, para colmo, secretario de toda una provincia! Mantuve
la situación como pude, pero estaba sobre ascuas. Por fin pude
entrar a ver al secretario del Partido. Le presenté la carta de
recomendación del conde y la carta del secretario de Estado,
del Ministerio de Aviación, pero fui acogido muy fríamente.
Al principio no comprendí la razón, después mis ojos se po-
saron en un sobre puesto encima de su mesa y dirigido alta
Vostra Eccelenza (A Su Excelencia). Me di cuenta al momento
del error que había cometido llamándole simplemente signar
direttore (señor director). No era demasiado tarde para en-
mendarlo y me apresuré a llamarle Su Excelencia. Cinco mi-
nutos más tarde ya había conseguido mi billete de avión.
De esta forma me sentí seguro en mis visitas a ciertos pues-
tos militares. Tres barcos de guerra italianos estaban anclados
en La Spezia, y el embarque de soldados y armas estaba en
curso. Paseándome por ..la orilla observaba el movimiento en la
bahía; los barcos de recreo pasaban ante mí y al fondo se
dibujaba la silueta de los barcos de guerra. Un joven barbu-
do, pescador italiano que sin duda había notado que yo era
extranjero se acercó y me propuso subir a su barca. Esta pro-
posición venía muy a propósito y la acepté.
-¿ Qué son aquellos barcos? -pregunté al joven cuando
cogió los remos-. ¿Podemos ir a verlos más de cerca?
-¿Aquéllos? Son dos torpederos cañoneros y un crucero.
Es el segundo día que están aquí. ¡Que el diablo le_s lleve!
Organizan tal ajetreo con sus hélices que asustan a los peces.
Usted señor, debe ser portugués o brasileño.
-¿Por qué lo cree así? -le dije sorprendido.
-Lo parece -dijo el mocetón-. Su acento es como el
de los portugueses.
No le respondí, dejándole creer que era portugués. Ya es-

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tábamos cerca del potente crucero «Giovani delle Bande Nere»
cuando alguien gritó desde el puente: « ¡Eh, Beppo! ¿A quién
llevas en la barca?» Me enteré de que el marinero curioso
era amigo de mi robusto pescador. Beppo contestó que era
un turista portugués al que iba paseando. Con gran estupe-
facción mía me invitaron a bordo. Los camisas negras querían
sin duda fanfarronear ante un extranjero. Mi hicieron visitar
todo el barco. Charlando con los marineros me enteré de que
el crucero pronto iba a levar anclas hacia las Baleares. Se di-
rigía a Palma de Mallorca para participar en el bloqueo marí-
timo de las ciudades españolas republicanas. Durante otro
viaje tuve en La Spezia una aventura que podría haber ter-
minado mal. Había salido de excursión a las alturas que ro-
deaban la ciudad y desde donde se divisaba una maravillosa
panorámica de toda la bahí.a y también de la flota militar an-
clada en el puerto. De pronto fui detenido por un centinela
que hacía la ronda. «¿Qué hace usted en territorio prohibido?»
Por más que le aseguré que no había visto la pancarta (lo
que era cierto), me obligó a seguirle al puesto de guardia
donde me entregó a un teniente que debía interrogarme. ¿Qué
decirle? Si no encontraba una salida inmediata sería condu-
cido como extranjero sospechoso a uno de los cuarteles, donde
tal vez examinarían minuciosamente mi identidad. Una idea
salvadora se me ocurrió de repente. «Simplemente, quería ad-
mirar la bahía en que, cerca de La Spezia, el poeta inglés
Shelley encontró la muerte en esta tumba húmeda». El tenien-
te tenía sin duda conocimientos de literatura y se sintió ha-
lagado porque un hombre venido de tierras lejanas se intere-
sase hasta este punto por el recuerdo del célebre autor, buen
amigo de los italianos. Mi pasaporte, expedido por las autori-
dades húngaras, que simpatizaban con la Italia fascista, ter-
minó de convencerle. Gracias a Shelley había evitado mayores,
complicaciones.
Otra vez me dirigí a Nápoles, también como turista. El
Centro había recibido la noticia de que tropas alemanas esta-
ban siendo embarcadas secretamente en Nápoles con destino
al frente español, y tenía que verificarlo.
Desde Nápoles hice, en primer lugar, una excursión a Ca-

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pri. En el puente del barco trabé conversación con la persona
que estaba a mi lado sentada, una encantadora joven alema-
na que acompañaba a su madre enferma a la que el médico ha-
bía prescrito el aire del mar. Recientemente había sufrido un
gran dolor: la muerte del padre. Éste era un general muy co-
nocido que, al oponerse al régimen de Hitler, había sido ase-
sinado por los nazis en 1933 junto a otros oficiales descon-
tentos.
Respirando el aire fresco del puente continué charlando con
la chica, que me hablaba de ella, de su familia, evocando
con odio a Hitler y el régimen nazi. Orienté la conversación de
modo que pudiese introducir, al lado de cosas importantes,
ciertas banalidades y verificar así con quién trataba. No que-
ría dejar pasar una ocasión tan favorable: la chica podía hacer
en Alemania un trabajo muy útil. Pero tenía que ir con cuida-
do pues podía tratarse de un agente provocador alemán. De-
cidí correr el riesgo, y quedé sorprendido por la rapidez con
que aceptó trabajar contra Alemania pues al fin y al cabo ésa
era su patria.
Anoté su dirección, por supuesto sin revelar mi nombre.
Correspondía al Centro estudiar a la chica. Tal vez podría
sernos útil. Pero no tuve más noticias de ella.
Al regresar a Nápoles, me dirigí avanzada la noche a un
bar muy chic que me había recomendado el portero del ho-
tel, y que estaba situado en la maravillosa costa bañada de
luces. Los extranjeros gustaban de frecuentar este estableci-
miento, en el que pululaban mujeres galantes.
Me senté en una mesa, encargué la cena y una botella de
vino y me dediqué a observar lo que pasaba a mi alrededor.
No tuve que esperar mucho: un grupo de bulliciosos jóvenes
entró. Todos hablaban alemán, iban de paisano y querían ha-
cerse pasar por simples turistas en busca de aventuras. Pero
su aspecto, sus movimientos bruscos, la cortesía muy militar
con que abordaban a las chicas les traicionaban en seguida. No
se necesitaba ser muy perspicaz. Escuchando su conversación
me enteré de que el grupo partía al día siguiente para Sici-
lia. Por la mañana esperé en el puerto la llegada del grupo

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alemán de la víspera. Eran dos veces más numerosos. Tomé
el mismo barco que ellos.
Desembarcamos en Palermo donde descubrí que allí era
donde estaban acantonadas las tropas alemanas en camino ha-
cia España.
En un departamento de primera clase del expreso Floren-
cia-Roma tuve una pequeña aventura que caracteriza bien a
la Italia fascista. Sabía por experiencia que si quería entablar
conversación con mis compañeros de viaje me bastaba desple-
gar el diario parisiense Le Temps. Siempre había alguien que
preguntaba por la opinión que de la dictadura fascista tenían
en el extranjero. Esto ocurrió también esta vez. Me encon-
traba solo en el compartimento con un señor de edad que
llevaba en el ojal la insignia del Partido. A pesar de ello, des-
pués de unos momentos de conversación, se puso a lanzar in-
vectivas contra Mussolini y su gobierno. Cuando le pregunté
cómo era posible que un fascista emitiese tales opiniones, me
respondió con un signo desdeñoso: « ¡Diez millones de hom-
bres llevan hoy esta insignia en Italia, pero pocos son fascis-
tas convencidos!». En el curso de la conversación se presen-
tó: consejero jurídico del príncipe heredero Humberto. Simpa-
tizamos tanto y tan bien que me invitó a su piso de diez ha-
bitaciones situado en un palacio de la Piazza San Silvestre
donde me mostró con orgullo las fotos que Humberto y el
rey, su padre, le habían dedicado. Por desgracia, los aconte-
cimientos no me permitieron explotar esta situación.
Otra de mis aventuras caracteriza igualmente a la Italia
fascista. En pleno invierno, una noche lluviosa de diciembre,
llegué a Venecia donde debía entrevistarme con el redactor
del periódico local para cuestiones relacionadas con la Geo-
press. La maravillosa ciudad de los canales no se mostraba
con sus mejores galas. En el gran canal, cubierto de niebla, se
veían apenas unas góndolas. Los grandes hoteles estaban cerra-
dos y me alojé en un hotel frente a la estación, frecuentado
por viajeros de paso. Cené en el restaurante, prácticamente
vacío. Sólo vi a un huésped en una de las mesas. A causa de
su camisa negra de cuello abierto, su pantalón negro y sus
botas también negras, lo tomé al principio por un «camisa

136
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negra», pero sus juramentos lanzados con un inimitable acen-
to bávaro revelaron pronto que se trataba de un «gran aliado
de Italia», un alemán nazi. Este señor, poco satisfecho del
servicio y de la comida, lanzaba platos y botellas de cerveza
al camarero que se inclinaba tembloroso. Pregunté qué ocurría
y por qué se toleraba aquello. ¿Por qué no ponían en la puer-
ta a aquel alemán que se comportaba de forma tan escan-
dalosa?
-¡Ni pensarlo, señor! -fue la respuesta-. ¡Es el chó-
fer personal de Hitler, que está de paso· por aquí!
Éste era el «suplemento gratuito» a la relación aliada que
existía entre Alemania e Italia.
En París comuniqué los informes recogidos en Italia a
Kolia, con quien mantenía contacto desde hacía unos seis
meses.

PAKBO

Un buen día de abril de 1938, con gran sorpresa, vi a la


puerta de mi despacho la alta silueta de Kolia. Se mantenía
silencioso y discretamente detrás de Lena, que. le había in-
troducido.
Mi cara debió reflejar un cierto sobresalto, porque Kolia
se apresuró a tranquilizarme; todo segÚía en orden. Había
venido a verme a causa de un asunto extremadamente urgente.
Kolia era muy exigente, incluso puntilloso con las medi-
das de seguridad. Sabía, pues, que si por vez primera venía a
Ginebra, era porque no tenía otra alternativa. Los vecinos no
podían encontrar nada sospechosa su visita porque cada día
recibía clientes. Sin embargo, por precaución, habíamos evi-
tado hasta entonces aquel modo de contacto.
Kolia permaneció silencioso un momento. Tenía aspecto de
estar muy fatigado, su rostro parecía aún más arrugado, sus
ojos estaban enrojecidos como si no hubiese dormido. Pero
su voz era dura, su mirada como siempre, serena y fría.

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-He recibido del Centro la orden de poner la red en
sus manos. Han decidido nombrarle jefe de la red suiza. Es
por eso que he venido. De ahora en adelante va a trabajar de
forma independiente.
-¿ Y usted? -no pude evitar preguntarle. (No es habi-
tual hacer tales preguntas y menos contestarlas.)
Sin hacer caso de esa regla, Kolia me respondió:
-¡Usted queda, yo parto! -Me lanzó una mirada pe-
netrante. En sus ojos se reflejaba la resignación o esa tristeza
que ya había notado otras veces-. Puedo decirle incluso
dónde -continuó-, a Moscú ... Me reclaman allí. .. Pero vol-
vamos a lo esencial. Mañana le presentaré en Berna a un tal
Otto Pünter. Su seudónimo es «Pakbo». Hay hombres a los
que se les puede utilizar. «Pakbo» es seguro, le hemos puesto
a prueba. Será su más próximo colaborador.
Flicke, el agente hitleriano de información lleno de fan-
tasía, explica que ese extraño seudónimo correspondía a las
abreviaturas del Parteibüro Bormann.1 Según él, Pünter habría
recibido informaciones del propio Martín Bormann. Esto es,
sin duda alguna, pura fantasía, incluso una mentira descarada.
En cuanto a Pünter, explica su seudónimo por las iniciales de
las citas de una pretendida red clandestina de anteguerra (Pon-
tresina / Poschiavo - Arth - Goldau - Kreuzlingen - Berna / Ba-
silea - Oselina: Pakbo). 2 Kolia, que sin embargo debía saber
la verdad, me dio una explicación mucho más prosaica: Pün-
ter andaba bamboleándose y balanceando los brazos, parecía
como si remase y Kolia al verle pensaba siempre en un barco.
Éste, en francés, se llama también paquebote y transcrito en
fonética rusa se convierte en Pakbo.
Kolia me contó que Otto Pünter era periodista, director y
propietario de la oficina de información ligada al partido so-
cialdemócrata suizo, la Insa (Internacionale Sozialistiche Agen-
tur). Tenía amplias relaciones con los medios de la prensa y
de la diplomacia e incluso en los órganos gubernamentales

l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau. Kreuzlingen, 1957,


págs. 159-164.
2. Otto Pünter, Der Anschluss fand nicht statt. Berna, 1967, pá-
gina 73.

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suizos. En artículos antifascistas muy violentos condenaba la
intervención de Alemania y de Italia en España y, por su-
puesto, no gozaba de simpatías entre los partidarios de la
derecha. Pünter era un socialista de izquierda y simpatizaba
con la Unión Soviética. Por razones ideológicas había aceptado
colaborar con nuestro servicio de información, considerando
en efecto que era su deber, como ciudadano y miembro de
su partido, el luchar contra el fascismo.
Este retrato de Pünter no coincide sin embargo totalmente
con lo que afirma en sus memorias aparecidas en 196 7 («Guerra
secreta en país neutral»). «Mi decisión de colaborar con Rado
no tenía nada que ver con mis convicciones políticas ni con
mi oposición al comunismo.» 1
En el curso de nuestras relaciones, Pünter expresó varias
veces su intención de adherirse al Partido Comunista. Decía
que condenaba enteramente la colaboración de su partido, los
socialdemócratas suizos, con la burguesía y su política refor-
mista que significa el abandono de lucha de clases. Me esforcé
en disuadirle de tal decisión, pues entonces nos habríamos visto
obligados a renunciar a su colaboración. ¿No sería ésta una
jugarreta para ganarse aún más confianza?
-¿Sabe usted que la sede de la Insa está en Berna? -me
preguntó Kolia.
-Lo sé. A veces veo en la prensa los informes de esa
agencia. Según las apariencias, Pünter es un periodista dota-
do, pero si quiere ayudarnos es bastante irresponsable esgri-
mir tan abiertamente sus opiniones. ¿No dificultará esto nues-
tra colaboración con él?
-Sí, sí -asintió Kolia-, Pünter es bastante irreflexivo a
veces, tal vez pagaremos caro su poca madurez. Se lo ruego,
vigílele. A veces está rodeado de aventureros de todo tipo
entre los que se encuentran indefectiblemente hombres del ser-
vicio de información nazi. Varias veces le he recomendado
prudencia. Pünter, en cambio, nos considera demasiado pun-
tillosos, pues cree que como periodista puede interesarse en

l. Otto Pünter, La guerre secrete en pays neutre. Payot, Laussanne-


Paris, 1967, pág. 123.

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todo tipo de información sin despertar sospechas. Su lógica
curiosidad natural le asegura una protección suficiente.
-¿No le vigilan?
-Desgraciadamente, sí. Me ha contado que la policía fe-
deral controla su correo y escucha sus conversaciones telefó-
nicas. A veces le provocan por teléfono, pero de una forma
bastante burda. Tememos que la Gestapo le tenga ya en sus
archivos. Los alemanes parecen interesarse por él. Un suizo,
un tal Jabet, secretario en el consulado del Japón, ya vino un
día a tantear el terreno. Conocía a Pünter desde la infancia.
Recientemente el Centro ha alertado severamente a Pakbo, ro-
gándole que evitase en el futuro contactos con individuos de
ese tipo.
Kolia se calló. El sol penetraba por· los cristales y le
hacía cerrar los ojos. Se movió y se puso en la sombra.
-Usted debe reflexionar seriamente sobre la forma de
mantener el contacto con Pünter para que la clandestinidad
quede asegurada. Esto es muy importante.
-¿Y cómo lo hacía usted? ¿Se encontraban en Suiza o en
París?
-Al principio aquí, en Suiza. Pünter no conocía mi do-
micilio. Le comunicaba por teléfono los lugares de cita. Nos
veíamos dos veces por semana, en principio en algún lugar
de las montañas. Pero cuando se dio cuenta de que lo vigi-
laban, el Centro pensó que era mejor que nos viéramos en
París. Parecía estar seguro de que allí no le seguían. Pese a
eso -Kolia sonrió- nada es seguro en nuestro trabajo. Sólo
podemos confiar en dos cosas: nuestra propia facultad de ob-
servación y la prudencia.
-¿Cree usted, pues, que no sería conveniente que nos
viésemos en Berna o Ginebra?
-Sí. Pese a que su situación sea diferente, usted es direc-
tor de una agencia de prensa, lo mismo que Pünter; pueden
tener negocios en común. Encuentros abiertos no despertarían
sospechas, a no ser que fuesen demasiado frecuentes. Por otra
parte, creo que el Centro le dará instrucciones concretas. Us-
ted continuará manteniendo el contacto con el Centro en París.
En Berna le presentaré a Pünter bajo un nombre falso y, de

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momento, no le hable de la Geopress. Volvamos a la cuestión
de Pakbo -continuó Kolia-. Su tarea principal es recoger in-
formación militar sobre Alemania e Italia; por supuesto, de-
ben averiguar el máximo de cosas sobre la intervención en
España. Tenemos buenas fuentes de información. Informacio-
nes útiles nos las da un antiguo piloto yugoslavo llamado
«Gabel» (en sus memorias, Pünter le llama «Nicola» ), que
actualmente es diplomático. Igualmente tenemos hombres vá-
lidos en Italia. Aparte de esto, tenemos relaciones en los
medios políticos, diplomáticos y en la prensa, de los que tam-
bién recibimos informaciones. Pünter le hablará con detalle de
estos hombres.
Kolia pasó su mano cansina sobre su rostro amarillento y
me miró.
-Puede estar seguro de que Pünter será un buen colabo-
rador. Sabe hablar a la gente en un idioma comprensible y
gana fácilmente su confianza. Es un hombre inteligente y culto
que habla fluidamente varios idiomas. Estoy seguro de que
ambos llegarán a una perfecta armonía. Sólo debe recordar
que, de vez en cuando, es preciso frenar a Pünter. Es un
hombre lleno de energía, amante del riesgo, del que a menu-
do sale victorioso; pero quiere hacer demasiadas cosas a la
vez y se desgasta. Es preciso disuadirle de ciertos proyectos
irreales. No olvide esto, indúzcale a ampliar relaciones con
hombres como Gabel. Lo más importante es recoger informa-
ción sobre Alemania e Italia. Pues bien, esto es todo -Kolia
sonrió con un aire apremiante-. Mañana iremos a Berna y
se reunirá con Pakbo en un restaurante, por la tarde hacia
las seis, cerca del Parlamento; Pakbo estará allí ya.
«¡No rev.ele ni su nombre ni su ocupación!», me recordó.
Kolia marchó hacia Berna en el tren de la noche. A la maña-
na siguiente me puse en camino para reunirme con Pünter-
Pakbo.
Llegué más pronto de lo previsto a la capital suiza y salí
a dar una vuelta por esa pequeña ciudad medieval, encajada
en un profundo meandro del Aare. Cada vez que estaba en
Berna, me admiraba el extraño aspecto de la ciudad. En la
calle .principal, por encima de las aceras las bóvedas se suce-

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<lían unas detrás de otras, casi cubriendo la calle. En caso de
lluvia (lo que era frecuente en Berna) se podía atravesar prácti-
camente la ciudad en seco.
En la ciudad se habla el dialecto alemán «Bernerdütsch»
que incluso los alemanes no suizos tienen dificultades en com-
prender. Ginebra y Berna eran totalmente diferentes, no sólo
por su lengua, sino también por su modo de vida. En Gine-
bra, igual que en París, muchos lugares de pfacer estaban
abiertos hasta avanzada la noche. En Berna y en toda la Suiza
alemana, a las once de la noche todo quedaba en silencio y
no había, por decirlo así, nadie en las calles.
Kolia había fijado sin duda la cita para la noche porque
sabía que entonces la capital suiza estaba bastante despobla-
da. «Cuanto menos nos vean mejor será» dice una de las pri-
meras reglas de la conspiración.
Eran cerca de las seis y diez cuando entré en el restau-
rante. Kolia ya estaba sentado en una mesa del rincón desde
donde se podía observar la sala. La mesa cercana, próxima a la
ventana, estaba vacía. Al lado de Kolia se encontraba mi fu-
turo colaborador.
Pünter-Pakbo aparentaba unos treinta años. Pero me equi-
voqué: tenía treinta y ocho años, así que sólo era un año
menor que yo. De esto me enteré más tarde, en el curso de
la conversación. Era un hombre rubio, rechoncho, robusto. De-
trás de sus gafas, sus ojos gris-azul centelleaban alegremente;
su rostro redondo reflejaba salud y energía. Se mostró como
un conversador vivo y agradable.
Discutimos diversas cosas, evitando el tema central. Pakbo
hablaba de sí mismo sin hacerse rogar. Me enteré de que es-
taba casado, pero no tenía niños.
Pünter, como yo, había viajado mucho. Con la única di-
ferencia de que yo había sido vapuleado por el mundo, vivien-
do la incierta suerte de los emigrados, mientras que él había
sido impulsado por su temperamento fogoso de periodista que
había trabajado un poco en todas partes; París, Londres,
Leipzig y Barcelona. En el frente de España había escrito ar-
tículos en defensa de la República española. Finalmente se

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había instalado en Berna y se ocupaba de Insa, el órgano so-
cialista militante.
Pünter me .agradó. Me dio la impresión de un hombre culto
y de espíritu abierto. Nuestros puntos de vista concordaban
en muchas cosas.
Kolia casi no participó en la conversación. Comía y bebía,
de vez en cuando pronunciaba alguna palabra por cortesía,
después se callaba de nuevo. Pero seguía nuestra conversación
con atención y, al cabo de un cierto tiempo, abordó la cues-
tión principal.
-Debemos fijar un próximo encuentro -dijo-. Usted,
Otto, depende desde ahora de Alberto (me había presentado
con este seudónimo). Las tareas que le confiará serán órdenes
del Centro.
Kolia se levantó el primero. Yo sabía que iba directa-
mente a la estación a coger su tren para París.
Después de su marcha convinimos encontrarnos en los
próximos días. Regresé a Ginebra en el último tren. Desde
aquel día dirigí la red de información soviética en Suiza.
No volví a ver a Kolia. Dos semanas después de nuestro
último encuentro me dirigió una tarjeta desde Moscú con sus
mejores deseos con ocasión del l.º de mayo.
Estábamos en 1938. Entonces es cuando encontré a Pünter
por vez primera, y no en junio de 1940 como él afirma en
sus memorias,1 probablemente no sin razones.
Y o pensaba que era mejor no encontrarnos en Ginebra.
Prefería que Pakbo no supiese, por el momento, donde vivía.
En Berna él era muy conocido y estaba vigilado. Era pues
mejor escoger otro lugar, algún sitio a medio camino entre
Ginebra y Berna. Por ejemplo, en la estación de Chexbres. En
cada encuentro quedaríamos de acuerdo para el siguiente. De
momento sólo era cuestión de vernos una o dos veces por se-
mana. Aún no había decidido cómo mantendríamos contacto
en el futuro.
El día convenido nos encontramos en la pequeña estación
de Chexbres. Dejando la estación, paseamos lentamente bajo

l. Otto Pünter, Der Anschluss fand nicht statt, pág. 115.

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el tórrido calor por un pequeño sendero a través de los viñe-
dos. Yo miraba a mi alrededor inspeccionando el paraje.
-¿Mira si nos sigue alguien? -preguntó Pakbo-. Tran-
quilícese, he sido el único en bajar del tren.
-Otto, sea muy prudente. Tiene confiadas demasiadas co-
sas serias. Kolia me ha contado que personas sospechosas ha-
bían intentado ya provocarle, y esto sin hablar de la policía
suiza. Y es probable que figure en los archivos de la Gestapo.
Usted sabe mejor que yo que los agentes alemanes pululan
en Suiza.
El brillo de alegría desapareció de los ojos de Pünter. Se
ensombreció.
-Varias organizaciones nazis operan en Suiza. No es un
secreto que Hitler ambiciona anexionar la Suiza alemana (los
2/3 del país en los que la población habla dialectos alema-
nes) al Reich. Incluso en el ejército suizo hay oficiales que
sueñan con un Anschluss análogo al de Austria.
Inquieto por Pakbo volví al tema anterior.
-Estos fascistas suizos trabajan evidentemente para los
servicios secretos nazis. Probablemente le controlan, porque
usted tiene fama de ser tan rojo como se pueda ser. He leído
en el Courrier de Géneve un artículo titulado «El Komintern en
Suiza». Su nombre y el de su agencia figuran en él y se le
acusa abiertamente de agitación bolchevique nefasta.
Pakbo se puso a reír.
-Pero este artículo menciona cosas menos risibles. Se ha
escrito que está usted en relación con los agentes del Ko-
mintern. Pese a que eso sea abiertamente una provocación, no
debe ignorarse el peligro. Después de acusaciones tan directas
le será difícil obtener informaciones válidas.
Pakbo movió la cabeza.
-Esto no me preocupa en exceso. Usted, Alberto, es sin
duda nuevo. No conoce aún nuestro régimen liberal. En su
momento expliqué a Kolia e hice saber al Centro -que me
había hecho reproches por mis actividades demasiado arries-
gadas- que siendo periodista tenía derecho a recoger cual-
quier tipo de información y transmitirla a quien quiera. Sólo
podría ser detenido en el· caso de que esto perjudicase a los

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intereses de Suiza, cosa que nunca he hecho ni tengo inten-
ción de hacer. Por otra parte, el hecho de ser miembro de
honor del partido socialista me sigue ofreciendo una cierta
seguridad. Como usted sabe, nuestro partido tiene un gran
peso en el país. En todo caso -Pakbo me sonrió- le pro-
meto ser extremadamente prudente.
-Está bien, Otto, no hablemos más de ello. Vamos a lo
nuestro. Dígame en principio cómo trabaja Gabel y quién es
exactamente.
-¿ Quién es? -repitió Pakbo reflexionando un instan- .
te-. Para nosotros es un hombre muy útil y absolutamente
seguro. Es cónsul y representa los intereses de la República
española en Yugoslavia, cerca de la frontera, en el puerto de
Susak. Tiene un amigo que es delegado oficial yugoslavo para
el gobierno de Franco y, a través de él, Gabel recibe informa-
ciones sobre Italia y España.
Estábamos lejos de la estación y no había ni un alma.
-La primera impresión que tuve de Gabel se confirmó
en nuestro segundo encuentro -continuó Pakbo- y es que
su preparación política es insuficiente. No es capaz de una
apreciación de principios. Es antifascista, pero su opinión se
basa más en los sentimientos que en la razón. Odia simple-
mente a los camisas negras italianos más que a los nazis ale-
manes. Es de un temperamento extraordinariamente fogoso
y de un humor cambiante, lo cual es un gran defecto en
nuestro trabajo. Yo intenté influirle. Una posible traición de
su parte me parece que queda excluida. Es franco y honesto.
-¿Cuándo se encuentran?
-A finales de mes, en un pueblo suizo cercano a la fron-
tera italiana.
Le pedí que me dijese cómo mantenían el contacto. Com-
probé que la transmisión de informaciones sufría un gran re-
traso. Gabel venía a Suiza pasando por Italia porque Pakbo
no quería rendirle visita en Susak. Como ciudadano suizo no
tenía necesidad de visado italiano pero era bastante arriesga-
do para un periodista antifascista introducirse en ese país.
Gabel, que disponía de pasaporte diplomático, recibía fácil-
mente un visado italiano de tránsito para viajar a Suiza sin

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10 · DORA INFORMA
despertar la menor sospecha porque sólo un riachuelo sepa-
raba Susak del puerto italiano de Finne cuyos empleados le
conocían bien.
Gabel llevaba dos informaciones. Si, por cualquier razón,
no podía abandonar Susak los dos hombres mantenían con-
tacto por correo. Por carta en clave fijaban la fecha y el lugar
del próximo encuentro.
-Ésta es una vía demasiado larga. Mientras Gabel con-
tacta con usted, le transmite las informaciones y nosotros las
enviamos al Centro, éstas pierden su valor. Esto se refiere
particularmente a los datos sobre transporte de tropas a Es-
paña. Es preciso encontrar un método mejor. ¿Y los otros
agentes? ¿El mecanismo es más útil?
-Mucho más -afirmó Pakbo-. Viven en Suiza y los veo
cuando quiero.
Pakbo había reclutado sus hombres por indicación de Ko-
lia. Algunos de ellos proporcionaban informaciones impor-
tantes.
Había, por ejemplo un socialdemócrata alemán, antiguo
funcionario de la Sociedad de Naciones en el Sarre, región admi-
nistrada por la Sociedad hasta 1936. Había emigrado de Ale-
mania y se había nacionalizado suizo. Tenía muchas relaciones
y odiaba a los fascistas. En el curso de una discusión prelimi-
nar había aceptado transmitir las informaciones que recibiese
y prometido dar cuanto antes informaciones sobre las decisio-
nes políticas y militares del gobierno nazi.
En nuestros informes al Centro dábamos a esta fuente
de información el seudónimo de «Poisson».
Convinimos nuestro próximo encuentro con Pakbo y re-
gresé a Ginebra.
Bajé del tren antes de Ginebra, en la pequeña estación
de Sécheron. Pensé que era preferible no llegar con el expreso
a la estación de Cornavin donde los sabuesos estaban siempre
alerta. Tomé un tren ordinario que se detenía en todas las es-
taciones y tuve tiempo suficiente para repensar mi conver-
sación con Pakbo. A decir verdad estaba un poco sorprendido.
Todo lo que Pakbo me había contado me parecía insignifi-
cante. Noticias que se comentaban entre los periodistas, vul-

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gares rumores. ¿Era necesario mantener tal organización para:
esto?
Tal vez todo esto parecía interesante a un Kolia, originario
de un pueblecito de Besarabia (eso es lo que me había dicho),
pero a mí, que conozco bien el valor de las noticias de prensa,
no me imponía. Es por esto por lo que evalué muy prudente-
mente las informaciones que me transmitía Pakbo; como él
mismo escribe en su libro «El Anschluss no tuvo lugar»: «Al-
berto reaccionaba sin entusiasmo y un ci~rto escepticismo a
los acuerdos equívocos, a las indicaciones imprecisas y a las
fuentes incompletas». 1
Es cierto que Pakbo, sin ser una fuente de informaciones
de primer orden, era un experto en la «tecnología» del tra-
bajo, fabricando .aparatos micro-fotográficos, encontrando có-
digos simples; pero todo esto tenía un regusto romántico, como
si estuviese inspirado en novelas de Julio Veme o de Edgar
Allan Poe.
Yo mismo no había recibido formación de agente de inves-
tigación. Los dos periodistas Accoce y Quet, han afirmado,
entre otros, en su libro sensacionalista que yo me había for-
mado en una escuela de agentes secretos situada cerca de
Moscú. Nunca he oído hablar de tal escuela, y esta afirmación
es puro fruto de su imaginación. 2 Pero la práctica adquirida
en el trabajo clandestino no podía reemplazar a la experien-
cia en el oficio. Me di cuenta de esta laguna cuando tomé en mi
mano la dirección de la red de investigación. Tuve que hacer
mis experiencias sobre la marcha. Numerosas cuestiones nece-
sitaban una respuesta rápida y precisa. En esa época los con-
sejos que recibí del «Director» del Centro me ayudaron mucho.
Sin embargo veía claramente que las proporciones del tra-
bajo eran insuficientes y el método ingenuo. Y sin embargo
el viento de la guerra cercana soplaba cada vez con más fuerza
sobre Europa, la República de España vivía sus últimos días,
en Munich los aliados habían entregado Checoslovaquia a los
nazis.

l. Otto Pünter, Der Anschluss fand nich statt, Berna, pág. 121.
2. P. Accoce- P. Quet, La guerre a eté gagné en Suisse. París,
1966, pág. 139.

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En diciembre de 1938, recibí de Moscú la siguiente carta:
«Querido Dora -me escribía el director-. Habida cuenta
de la situación que conoce bien, le encargo efectuar su misión
con la mayor energía posible, utilizando al máximo todos los
medios a su disposición. Estimule a Pakbo, pídale un trabajo
más intenso para que recoja informaciones militares interesan-
tes y reclute personas válidas ... Que Pakbo concentre su aten-
ción principalmente en Alemania, Austria e Italia ... »
Ejecutando la orden del Centro, acordamos con Pakbo
que debíamos continuar explotando las fuentes existentes, pero
igualmente crear nuevos contactos.
En 1939 ya un pequeño grupo nos transmitía sin cesar in-
formaciones, muy interesantes a veces, que completábamos con
los datos recibidos en diferentes casos de personas distintas.
Por el momento era Gabel quien nos proporcionaba las
informaciones más valiosas. A petición del Centro nos señaló
los movimientos del ejército y las fuerzas aéreas italianas, ob-
tuvo datos sobre la situación de la industria italiana de guerra.
Nos transmitió un informe d~tallado sobre el desarrollo de
las construcciones navales y otras ramas de la industria. En
Génova, Nápoles y La Spezia, los amigos de Gabel vigilaban
los movimientos de la flota de los «camisas negras» e infor-
maban rápidamente cuando un barco o un submarino marcha-
ban para España.
En lo que se refiere a la posición de las fuerzas armadas
alemanas y la preparación de acciones político-militares, era
«Poisson» quien, a través de Pakbo, nos suministraba infor-
mación. El verano de 1939 estas fuentes nos hicieron saber
que el gobierno hitleriano se preparaba para ocupar D.antzig,
entonces ciudad libre bajo control de la Sociedad de Naciones.
Ya se sabe que este acto de agresión significó el principio de
la Segunda Guerra Mundial.
Los informes elaborados en base a las noticias recibidas
eran enviados al Centro, vía París.
En Francia tenía un gran número de conocidos entre los
emigrados húngaros, que databan del tiempo en que había vi-
vido y trabajado en la capital francesa. Estaba en buenas re-
laciones con el conde Mihaly Karolyi, antiguo presidente de

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la República húngara, que era un hombre de ideas progresis-
tas. Con la subida de Horthy al poder tuvo que exiliarse con
toda su familia. Los Karolyi, vivían en París y su situación
financiera era bastante precaria, pero estrechos vínculos fami-
liares les ligaban a los aristócratas húngaros que se oponían
al régimen de Horthy.
Por la familia Karolyi, que me había conocido en la In-
press como periodista antifascista, recibía también informacio-
nes relativas a la política internacional, porque sus miembros
frecuentaban los medios diplomáticos. Pero el contacto con
París no duró mucho tiempo. El mundo estaba ya en el um-
bral de la Guerra Mundial.

SIN ENLACE

En agosto de 1939, una inmensa tensión se hacía sentir


en Suiza, porque Hitler ejercía una presión cada vez más fuer-
te sobre Polonia. Los turistas empezaron a abandonar el país.
En las calles y restaurantes la gente discutía, se preguntaba si
la guerra iba o no a estallar. El gobierno informó a la pobla-
ción de que, en caso de guerra, los almacenes cerrarían dos
meses e invitaban a todo el mundo a hacer provisiones. Llena
de pánico la población empezó a arrebatarse las mercancías.
En el enloquecimiento general la gente no sólo compraba mon-
tañas de conserv.as, sino también, por ejemplo, varios pares
de zapatos de niño de diferentes tallas, y joyas de oro.
En los países limítrofes con Suiza la movilización empezó
el 27 de agosto.
Aquel hermoso domingo yo estaba de excursión con mi
familia cerca de la frontera italiana, en el puerto del Gran
San Bernardo; allí todo estaba aún en calma. Los italianos in-
cluso nos dejaron entrar en Italia sin pasaporte. Nada insi-
nuaba la inminencia de una guerra mundial.
La semana siguiente fue decisiva. El 30 de agosto el par-

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lamento suizo eligió al jefe del ejército. Incluso en este pacífi-
co país se había comprendido que la hora de la catástrofe ha-
bía llegado. Aquí se nombra un único general del ejército cuan-
do el país se encuentra en grave peligro.
Desde el 29 de agosto, las comunicaciones postales y tele-
fónicas con Francia fueron interrumpidas. El tráfico aéreo cesó.
Los contactos entre las personalidades mundiales fueron anula-
dos. Multitud de turistas atemorizados se aglomeraban en los
trenes sobrecargados. La huida desordenada de extranjeros cau-
saba un tumulto inimaginable en las fronteras y carreteras.
Nuestra criada, a la que considerábamos como un miembro de
la familia, nos dejó en el término de una hora, huyendo de
Ginebra, demasiado cercana a la frontera, y regresó a casa de
sus padres, campesinos suizos alemanes.
Pese a que Otto Kocher, enviado diplomático alemán en
Suiza, había asegurado al gobierno federal en sus declaracio-
nes oficiales que en caso de conflicto Alemania respetaría la
neutralidad helvética, la inquietud crecía por momentos; la no-
che del 30 de agosto los ciudadanos suizos se fueron a dormir
en ciudades aún iluminadas mientras que en los países vecinos
ya se había decretado apagar las luces.
El primero de setiembre las tropas alemanas ocuparon la
ciudad libre de Dantzig y comenzaron sus operaciones militares
en las fronteras norte, oeste y sur de Polonia. Inglaterra y
Francia -aliadas de Polonia- aún confiaban en una solución
pacífica del conflicto.
El mismo día, Marce! Pilet-Golaz, presidente de Suiza y
jefe del departamento político (Ministerio de Asuntos Exte-
riores), recibió a los representantes de los países adversarios
que tranquilizaron al ministro: sus países respetarían la neutra-
lidad de la Confederación Helvética y la integridad de su
territorio.
La pequeña Suiza, cuya neutralidad estaba garantizada se
vio obligada a tomar rápidamente medidas defensivas. Des-
pués del Anschluss y la invasión de Polonia, ningún país con-
fiaba en las promesas de los dirigentes nazis.
El 2 de septiembre, la movilización general fue decretada
en Suiza. Aquel sábado, fin de semana laboral, los ginebrinos

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habían invadido las playas de la orilla del lago, aprovechándo-
se de un cálido día casi estival. Unas horas más tarde, la or-
den de movilización general se pegaba en las paredes y en las
estaciones de tren. Los que se iban incorporando marchaban,
uno tr.as otro, hacia los lugares de concentración. Había
400.000 soldados alertados en las montañas, escondidos en
los bosques: los suizos estaban decididos a combatir.
El gobierno puso en conocimiento de Alemania que, ape-
nas entrasen las tropas alemanas en territorio suizo, se daría
orden de volar los centros industriales (hasta 1942 más de
mil fábricas y otros centros estaban preparados para hacer
explotar sus edificios en caso de guerra). 1 El ejército y la po-
blación se replegarían a las montañas, ciudadela definitiva que
llamaban «el reducto», para luchar contra el invasor. En las
montañas se habían almacenado víveres para cuatro años.
Las reservas de oro del Banco Federal, equivalentes a tres
veces la cantidad de moneda en circulación~ estaban ya seguras
en los subterráneos de la fortaleza americana de Fort Knox.
Se informaba así gentilmente a Alemania de que no valía la
pena atacar a Suiza porque el oro estab.a en América, y un
ejército bien equipado, dispuesto al combate, esperaba en las
montañas para enfrentarse a los alemanes.
La perspectiva de un largo combate de montaña no ten-
taba demasiado a los alemanes, sobre todo cuando el atractivo
principal, el oro, faltaba. Era inútil sacrificar soldados para con-
quistar un pequeño país al que las potencias fascistas ya ha-
bían aislado del resto del mundo. Hitler se contentó provisio-
nalmente con hacer que Suiza satisficiera sus demandas mili-
tares. Las factorías suizas, que fabricaban excelentes armas,
material y aparatos de guerra, se pusieron a trabajar a pleno
rendimiento par.a la Wehrmacht. Por otra parte los convoyes
circulaban entre Alemania y su aliada Italia, pasando por terri-
torio suizo y sin pagar ningún impuesto, sólo con una pro-
mesa de compensación después de la guerra. Hitler pensaba
que tendría tiempo de ocuparse de Suiza después de la victo-
ria definitiva de Alemania.

l. Jon Kimche, Un général suisse contre Hitler. Fayard, 1962.

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Incluso dos años más tarde, en otoño de 1942, el encar-
gado de asuntos alemanes en Berna respondía a una pregunta
del ministro de Asuntos Extranjeros alemán que Suiza «había
acumulado una cantidad tal de víveres y materias primas, que
podía resistir todavía durante dos años en su famoso reducto».
Hacía notar que los suizos, «ese duro pueblo de las monta-
ñas, se defenderían con la energía de la desesperación y que
los medios de transporte, vitales para Alemania, sin duda al-
guna no quedarían intactos en manos de los alemanes». 1
El 3 de setiembre Inglaterra y Francia declaran la guerra
a Alemania. En Europa comenzaban para millones de hom-
bres las duras pruebas, la pena, la desgracia y la era de la
lucha encorajinada contra las fuerzas ocultas del fascismo. Casi
todas las naciones de Europa fueron cogidas en el torbellino.
Esta situación paralizó prácticamente nuestro trabajo. El
contacto con el Centro, por París, se había roto. Lo que te-
míamos desde hacía tiempo y no podíamos atajar había ocurri-
do. Con el cierre de las fronteras y la censura militar, no po-
díamos tomar de ninguna forma contacto con París.
La frontera franco-suiza estuvo cerrada durante meses y las
comunicaciones postales y telefónicas habían cesado.
Las semanas y los meses pasaban sin recibir instrucciones
del Director. ¿Qué tenía que hacer, cómo entrar en contacto?
Disponíamos de una emisora de onda corta de la que podía-
mos servirnos en último extremo. El momento había llegado,
peno no teníamos ni telegrafista ni clave, ni habíamos con-
venido ninguna hora de emisión con el Centro. ¡Quedamos
sin contacto en plena guerra!
En aquella época no podíamos saber que según un plan
general del Centro, nos habían dejado voluntariamente en la
sombra y guardado en reserva. Nuestra hora ya llegaría.
Esta larga inactividad permitió a Lena aprender más rápi-
damente el inglés (ella hablaba ya perfectamente el francés, y
el ruso un poco peor) y proseguir con sus actividades litera-
rias. Algunos poemas que había escrito en su juventud habían
revelado ya su talento, que incluso escritores alemanes como
l. Gert Buchheit, Der Deutsche Geheimdiens. Munich, 1967, págs.
409-410.

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Richard Dehmel reconocían. Se expresaba de manera tan neta
y sensata, daba sobre las obras literarias juicios tan pertinen-
tes que todos nuestros amigos se sentían atraídos por ella. En
Berlín y después en París, nuestra casa se había convertido
en una especie de salón literario donde se reunían los artistas
comunistas. Entre nuestros huéspedes se habían contado a me-
nudo el compositor Hans Eisler, el artista John Heartfield, y
escritores como Rudolf Leonhard, Egon Erwin Kisch, Anna
Seghers y Johannes R. Becher a los que me ligó, a lo largo
de toda mi vida, una estrecha amistad. En Ginebra, donde
no podíamos reunirnos con nuestros camaradas, Lena tradu-
cía al alemán libros franceses y también ingleses. Las grandes
figuras de la literatura femenina la habían apasionado siem-
pre y tenía una biblioteca entera sobre ellas, en particular
sobre Rachel Varnhagen, conocido personaje del romanticismo
alemán. En Ginebra, Lena descubrió por cuenta de sus lec-
tores alemanes a Marguerite Audoux, la antigua lavandera,
escritora casi olvidada incluso en Francia. Lena traducía su
obra maestra titulada «El salón de Marie-Claire» después de
haber obtenido de las ediciones Fasquelle el derecho de tra-
ducción. Bajo el nombre de María Arnold envió su manus-
crito a Rascher en Zurich, uno de los más grandes editores
suizos. Este libro de una escritora absolutamente desconocida,
traducido por una persona no menos desconocida, fue acepta-
do inmediatamente y el nombre de María Arnold apareció
cada vez con más frecuencia en las portadas de libros. Lena
estudió durante varios años la extraña vida de tres escritoras
inglesas, las hermanas Bronte. Se le confió la traducción de
un libro que el escritor suizo Robert de Traz (además coronel
de estado mayor del ejército suizo) había escrito sobre la fa-
milia de las Bronte. María Arnold, esa persona imaginaria,
tenía su dirección en casa de uno de nuestros amigos, el pe-
riodista Pinkus acreditado por la Sociedad de Naciones.
Lena, que tenía que visitar con frecuencia a sus editores
y a los autores, encontraba aún tiempo para trabajar para el
periódico comunista « Vorwarts», publicado en la Suiza alema-
na, en Basilea. Habida cuenta de mis actividades clandestinas,
yo no aprobaba demasiado esta ocupación, pero Lena orga-

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nizó su segunda vida de manera muy astuta y, en caso de
necesidad, su renombre de escritora conocida en la sociedad
burguesa podía incluso sernos útil.
Durante los duros años que siguieron a la guerra, cuando
nos separamos y Lena vivió sola y gravemente enferma, las
actividades literarias de María Arnold le aportaron un apoyo
financiero importante.

LA MAYOR CARCEL DEL MUNDO

En diciembre de 19 3 9, la espera terminó.


Alguien pasó por Ginebra y puso en nuestro buzón un
mensaje en el que se nos informaba de que, en los próximos
días, se restablecería el contacto con un enviado del Centro.
Poco tiempo después una mujer alta, delgada y frágil llegó.
Llevaba un vestido de lana ceñido. Calculé que tendría unos
treinta y cinco años. Sus movimientos eran ligeros, un poco
lentos.
En mi cuarto de trabajo intercambiamos la contraseña.
-Mi seudónimo es «Sonia» -dijo mi visitante en ale-
mán y sonrió-. He recibido instrucciones del Director para
establecer contacto con usted. El Centro me ha indicado su
nombre y dirección rogándome le visitase para ver cómo van
las cosas. Al director le gustaría saber la situación de su agen-
cia, si necesita dinero, cuáles son sus posibilidades de investi-
gación y qué ayuda necesitaría para hacer funcionar la emi-
sora. ¿En cuánto tiempo podría establecer el contacto por ra-
dio? ¿No es posible establecer y mantener contactos con el
Centro a través de Italia? Éstas son las cuestiones que debo
de arreglar con usted, después presentaré un informe al Di-
rector. A través de mí· recibirá más instrucciones.
Expuse mi punto de vista sobre las cuestiones que intere-
saban al Centro y hablé de los problemas que debían resol-
verse rápidamente para permitir un trabajo fructífero. La Geo-

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press era una tapadera segura, las autoridades locales no sos-
pechaban de ella. Desde el principio de la guerra los ingresos
de la agencia habían disminuido, porque habíamos perdido mu-
chos abonados y clientes en el extranjero a los que, a raíz del
cierre de las fronteras suizas con Europa Occidental, no podía-
mos enviar mapas. Pero aún estábamos lejos de la quiebra por-
que nuestra agencia surtía prácticamente a todos los periódi-
cos de Suiza, que eran abonados nuestros. Igualmente suminis-
trábamos mapas a nuestros clientes alemanes e italianos, con
los que el contacto no había cesado. Por lo que se refería a
la investigación, nuestras fuentes enviaban regularmente in-
formaciones y habíamos reunido datos interesantes que espe-
rábamos hacer llegar .al Centro. Necesitábamos, por supuesto,
una emisora, operadores experimentados y un local. Podíamos
reclutar hombres seguros; el problema era la emisora: ¿po-
drían enviarnos una nueva o teníamos que hacer repar.ar la
que teníamos en nuestro poder desde antes de la guerra y que
era un modelo antiguo y bastante malo? Igualmente necesi-
tábamos una clave, cifras y debíamos ponernos de acuerdo so-
bre las horas de emisión y recepción.
-Ve usted -le dije-, no tenemos más que problemas.
En lo que se refiere a los viajes a Italia no creo que sean
indicados por el momento. ¿Es esto verdaderamente necesario
si entramos en contacto directo con Moscú? El contacto por
Itali.a será bastante difícil.
Sonia prometió enviar al día siguiente un informe en clave
al Centro. Convinimos también que en el futuro yo sería Al-
berto para ella.
En enero de 1940, a través de Sonia, establecimos un
contacto permanente con Moscú.
En el período en que fuimos colaboradores, conocí pocos
datos sobre Sonia. Ignoraba dónde vivía, quiénes eran sus
colaboradores y qué tipo de información recibía. Las normas
de la clandestinidad me hacían imposible preguntarle nada.
Simplemente suponía que era el «hombre de confianza» del
Centro y que tenía bastante experiencia. Nuestras redes traba-
jaron independientemente una de otra, hasta que las circuns-
tancias nos obligaron a colaborar estrechamente.

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El inglés Alexander Foote, que pertenecía a la red de
Sonia bajo el seudónimo de Jim, escribió en su libro titulado
«Manual para espías» 1 que por instrucciones del Centro había
conocido en Suiza a Sonia en 1938. Sonia tenía otro colabo-
rador, también inglés, llamado John. Los dos hombres habían
luchado contra el fascismo en las Brigadas Internacionales en
España. Cuando les propusieron un trabajo secreto y lleno de
peligros, habían aceptado entusiasmados. En Suiza, Sonia les
había instruido. Les inició en las reglas de la conspiración,
les enseñó a codificar, el trabajo de radiotelegrafista y todo
lo que un agente de investigación debía de saber. Durante los
escasos meses que duró su formación, Jim y John viajaron a
Alemania algunas veces. Entonces estaban encargados de ta-
reas simples y debían recoger informaciones militares perfec-
cionando su conocimiento de la lengua alemana, cuyas bases
también les había inculcado Sonia.
En marzo de 1940, el Centro nos envió un telegrama por
medio de Sonia. El Director me informaba de que un cierto
Kent de Bruselas vendría a visitarme en el curso de la se-
mana. Me traía los documentos necesarios para que pudiese en-
trar en contacto con el Centro. Me traería también las instruc-
ciones del Director relativas a ciertos detalles de nuestro tra-
bajo, me entregaría dinero para Sonia y sus colaboradores y
fondos de reserva para mi red.
Estaba muy satisfecho de poder establecer un contacto di-
recto con el Centro. No tendríamos ya más necesidad de sobre-
cargar la emisora de Sonia que tenía sus propias obligaciones.
No nos quedaba más que reparar el antiguo aparato o montar
uno nuevo.
Para poder hacer un trabajo eficaz era muy importante
estar en relación directa con el Centro. Además, en caso de
detención (lo que podía suceder de un momento a otro) una
de las emisoras podía continuar funcionando.
La visita del agente de enlace era absolutamente necesaria,
pero me preocupaba que el Centro hubiese dado a Kent (y en
su momento a Sonia) mi verdadera dirección. Consideraba que

l. Alexander Feote, Handbook for Spies. Londres, 1949, pág. 25.

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era una acc1on irreflexiva. Si las dificultades de comunicac10n
en la Europa en guerra impedían al Director dirigirme sus
instrucciones y el material por otra vía, que por lo menos
buscase otro lugar para encontrarme. Era innecesario revelar
a Kent mi identidad y mi dirección. Envié en seguida un men-
saje al Centro oponiéndome a que comunicasen mi situación
civil a cualquier persona y que las citas se organizasen en mi
domicilio.
La Dirección estimó sin duda que mis reclamaciones esta-
ban justificadas, porque la ~ituación no volvió a repetirse.
Kent llegó en el mes de marzo. No recuerdo exactamente
qué día. Sin advertírmelo por teléfono vino directamente a
mi casa.
Era un hombre rubio, alto y delgado. Se comportó de ma-
nera muy jovial, incluso un poco condescendiente. Se movía
con una distinción y un aplomo estudiados. Me produjo la im-
presión de un hombre de mundo.
-El Director me encargó visitar a Dora -dijo mi visi-
tante. (Según las instrucciones recibidas por telegrama, eso era
lo que debía decirme.)
-¿Es usted Kent?
-Sí, es mi nombre de guerra -respondió-. ¿Ha reci-
bido el mensaje del Director por la radio?
Asentí. Con esto entramos en materia.
-Me han encargado de entregarle el importante material
necesario para su trabajo -dijo Kent-. Aparte de esto debo
discutir con usted las cuestiones de organización que plantea
la nueva situación. Para eso he venido de Bruselas. ¡Hay que
confesar que actualmente no es fácil atravesar dos fronteras!
Debo hacer el mismo trayecto a la vuelta. Pero, en fin, las
órdenes son órdenes.
Hablaba francés cometiendo muchas faltas y con un pro-
nunciado acento extranjero. Entretanto se puso a rebuscar en
un gran portafolios de cocodrilo.
-Éste es el material que le han destinado. En principio
el libro de claves. Con la ayuda de este libro cifrará los tele-
gramas. Y esto es lo que concierne al programa de enlace por
radio.

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Mientras le escuchaba, observé con curiosidad a ese hom-
bre que parecía muy confiado en sí mismo. Tenía un extraño
rostro de caballo, largo y delgado, una cara que no se olvida
una vez vista, lo cual es un gr.an inconveniente para un agente
de información.
-Redactará los telegramas en alemán -continuó Kent po-
niendo sobre la mesa el libro de claves y algunas hojas meca-
nografiadas-. Lo más importante es montar una emisora rápi-
damente y preparar los hombres adecuados. Ésta es la peti-
ción expresa del Centro. ¿Ya tiene telegrafistas? ¿No? Esto
es un inconveniente. Debe apresurarse en formar hombres.
Comprenda que en la línea Maginot y en la línea Siegfried la
«extraña guerra», como la llamaban los periodistas, terminará
antes o después. He recibido noticias según las cuales el ataque
alemán comenzará en primavera. Pienso que esto va a termi-
nar de forma desastrosa para los aliados. Y no se puede saber
si un hombre como Hitler respetará el pacto de no agresión
germano-soviético. No olvide que en Polonia, en la nueva fron-
tera soviética, se encuentran fuerzas alemanas en número im-
portante.
«Razona de forma muy lúcida. Es difícil de excluir esa po-
sibilidad», pensaba yo. Pero su tono magistral me irritaba. Vi-
siblemente se consideraba una persona importante. No me gus-
taba ese tipo de hombre.
-Gracias por el informe político.
Kent giró bruscamente su largo rostro hacia mí; una sonri-
sa irónica flotó un instante en sus labios, pero continuó con
seriedad:
-No perdamos tiempo -declaró secamente-. Trate de
escuchar atentamente lo que voy a decirle conforme a las ins-
trucciones del Centro. En seguida podremos abordar cualquier
otro tema que le parezca importante.
No dije nada y Kent empezó a explicar las sutilezas de la
compleja puesta en clave. Después me dictó varios telegramas
que cifré, a guisa de ejercicio, con la ayuda del libro. Kent me
explicó también cómo utilizar el programa de emisión.
-Más tarde, cuando disponga de su nueva emisora, el
Centro le comunicará los indicativos, las longitudes de onda

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y las horas de em1S1on. No puede haber orden en el trabajo
de emisión, quiero decir orden fijo. Al contrario, es preciso
variar a menudo las frecuencias y horas de emisión. Es el me-
jor modo de no ser localizado. Sería preciso que dispusiese de
varios lugares para emitir, esto reducirá también los peligros.
Si puede hacerlo cambie los lugares, pero de forma irregular.
¡Cuanto más densa sea la bruma, mejor!
Kent me instruyó de forma muy inteligente y detallada.
Conocía bien su oficio. Trabajábamos desde hacía varias horas
y ya empezábamos a sentirnos cansados. Después de los ejer-
cicios de codificación, Kent me preguntó cuánto dinero podía
darle. Le miré extrañado, porque me habían informado de
que era él quien iba a traerme dinero. Me confesó que no
se había atrevido a traerlo por lo peligroso del viaje. No había
cogido más que el mínimo necesario, pensando que yo podría
darle el dinero imprescindible para su vuelta. Mi presupuesto,
muy reducido, no me permitió darle gr.an cosa.
Kent me dejó y tomó el expreso de Lausanne, donde había
reservado una habitación en un hotel. Allí teníamos que en-
contrarnos al día siguiente por la noche. Kent me llevó a un
cabaret a tomar unas cap.as, charlar y hacer más amistad. Ha-
bría sido descortés rehusar esta invitación: ¿No había aceptado
Kent hacer un largo y peligroso viaje para venir a ayudarme,
para enseñarme cdsas esenciales? Y, en definitiva, ¿no éramos
compañeros de armas?
En el cabaret, bailaban mujeres vestidas muy ligeramente.
Kent se comportó como un habituado. Bebía mucho, me habla-
ba de la gran vida que llevaba en Bruselas. Se vanagloriaba
de sus bodegas llenas de champagne; continuamente ampliaba
la reserva. Me contó que era director de una firma comercial
que vendía .a media Europa. Tenía que llevar la máscara de
rico comerciante. Animado por el alcohol me habló de cosas
que nunca habría tenido que revelar, ni siquiera a mí. Yo ya
sospechaba que no era un simple agente de enlace, sino el jefe
de la red belga. De todos modos no tenía derecho a hablar-
me de sus actividades de forma tan detallada.
Debo confesar que Kent me sorprendía; su comportamien-
to traicionaba una cierta frivolidad. Por supuesto, esto no ex-

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cluía que fuese un excelente agente de investigación, muy
hábil y astuto.
Al día siguiente regresó a Bruselas. En el mes de mayo
los alemanes pusieron en fuga a los ejércitos aliados, ocuparon
Bélgica, los Países Bajos y el Norte de Francia.
No volví a ver jamás .a Kent, como tampoco le había visto
anteriormente, al contrario de lo que Flicke afirma, sin nin-
gún fundamento, en su libro, al igual que tantas otras cosas. 1
En marzo o abril de 1941, el Centro encargó de nuevo a Kent
que me viniese a ver por un asunto extremadamente urgente,
pero la orden fue revocada rápidamente.
La literatura aparecida en Occidente después de la guerra
me hizo saber que a finales de 1941 el contraespionaje ale-
mán había desenmascarado y destruido la red de Kent en Bru-
selas. Kent logró esconderse y huir .a Francia. Pero la Gestapo
terminó por encontrarle y le detuvo.
La detención de Kent fue un rudo golpe para la red suiza.
Sabía muchas cosas y las reveló a la Gestapo, pero sobre ello
hablaré más tarde.
En junio de 1940, podíamos oír los disparos de cañón que
tiraban los soldados franceses, resistiendo hasta el final (el ar-
misticio), en el fuerte de Ecluse que protegía al valle del
Ródano. Entretanto, Italia había entrado en la guerra.
Mussolini, respetando ostentosamente las reglas, declaró la
guerra veinticuatro horas .antes de emprender las operaciones
militares. Quería destacar la diferencia entre Hitler y él; ¿no
había atacado el Reich sin declaración de guerra?
Veinticuatro horas después los aviones británicos encarga-
dos de bombardear Italia hicieron su aparición. Debían pasar
por el espacio aéreo suizo y los ciudadanos ginebrinos se pre-
cipitaron al balcón, admirando cientos de bombarderos que vo-
laban en perfecta formación. De pronto ocurrió algo terrible:
se oyeron explosiones, ¡Ginebra estaba siendo bombardeada!
¿Qué había ocurrido? Los pilotos británicos (en su mayoría
australianos) habían recibido orden de bombardear Como, cerca
de la frontera, importante punto de confluencia de las vías

l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, pág.s 34 y 35.

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férreas italianas y germanas. Como, al igual que Ginebra, esta-
ba situada al lado de un lago enorme y los. pilotos de ultra-
mar, malos conocedores de la geografía europea, se habían
equivocado de ciudad.
Aquella noche tuvo para mí consecuencias importantes. La
casa de seis pisos en la que habitaba, estaba ocupada princi-
palmente por extranjeros, funcionarios de la Socied~d de Na-
ciones. Éstos partieron aquella misma noche huyendo, no sólo
de Ginebra, sino de Suiza. Quedé como único inquilino en el
edificio, lo que, más tarde, facilitó mi trabajo clandestino.
La situación de Suiza, a mitad de camino entre dos gran-
des potencias enemigas, como una isla en medio de una Europa
ocupada por los fascistas, se hacía cada vez más inestable.
Suiza debía andar siempre con pies de plomo para salvaguar-
dar su neutralidad y no dar pretexto a la ocupación. El mis-
mo hecho de que un setenta por ciento de la población hablase
alemán, podía ser razón suficiente para que Hitler decidiese
anexionar Suiza al gran Reich alemán.
La presión que se ejercía sobre el país era cada vez más
intensa. A través de Suiza se efectuaba el transporte de ma-
terial de guerra y carbón de Alemania hacia Italia. Escribe
Kimche que, alrededor de ciento cincuenta trenes, transpor-
tando cada uno al menos cincuenta o sesenta camiones carga-
dos, atravesaron cada día Suiza hacia el Sur. Un día vi perso-
nalmente en la estación fronteriza de Chiasso que cada diez
minutos pasaban a Italia trenes de mercancías alemanes.
El cielo de la neutral Suiza servía al mismo tiempo de
paso a las fuerzas aéreas inglesas. Todas las noches oíamos el
sordo rugir de los aviones. La situación económica empeoraba
cada día. En tiempo de paz la ganadería en Suiza era mucho
más rentable que el cultivo de cereales, así la mayor parte de
las tierras cultivadas eran utilizadas como pastos. Los países
de ultramar exportaban aquí sus cereales. Pero estas importa-
ciones habían cesado al empezar la guerra y se planteaba la
pregunta: ¿El hombre o la bestia? En la primavera de 1941
tuvo que sacrificarse casi la totalidad del ganado y los pastos
fueron sembrados. Se ordenó un estricto racionamiento. La
cantidad diaria de pan era de 225 gramos por persona.

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11 · DORA INFORMA
Los alemanes llamaban a Suiza, único país en el centro
de Europa cuyas calles estaban aún alumbradas, «faro de los
ingleses», porque cada noche las fuerzas· aéreas inglesas sobre-
volaban el país para ir a bombardear I talla y Alemania. Esta
potencia exigió y obtuvo que se implantase el toque de queda.
Ginebra sólo quedó iluminada por los reflectores alemanes ins-
talados en la Saleve, la montaña que se levanta cerca de la
ciudad, pero se encuentra ya en territorio francés, ocupado.
en aquella época.
El pueblo suizo, sobre todo en la Suiza alemana, se com-
portaba de forma muy animosa, pese a su peligroso asedio;
expresaba abiertamente su odio hacia la Alemania nazi. En esa
zona la gente hablaba ostensiblemente su dialecto suizo, que
difiere enormemente del alemán literario. Cuando tuve que ir
a Zurich o Berna me di cuenta de que era mirado con hosti-
lidad si pedía el billete en «buen alemán». No habiendo tenido
ocasión de aprender el dialecto suizo-alemán, preferí hablar
francés en Zurich, pues, en general, comprenden este idioma.
Sin embargo, no sólo era la situación de Suiza la inestable,
sino que también lo era la de todos nosotros.
Sonia sabía por qué había venido Kent a verme, pues era
ella quien recibía y descifraba los telegramas del Centro. Se
quedó muy deprimida al saber que no había traído dinero.
Sus reservas sin duda disminuían. Dejó la villa -más tarde
lo supe- que ocupaba entonces en Montreux y se instaló en
Ginebra y, para colmo, bastante cerca de mi piso. Esto me
molestó mucho porque, en una ciudad pequeña como Ginebra
donde se conocen todos los vecinos del barrio, era peligroso
citarse en su casa o en la mía. Había venido con sus hijos
y con John, con el que se había casado recientemente. Ella
pudo abandonar Suiza cuando la situación se hizo más y más
desesperada. Después de junio de 1940, es decir, después de
la capitulación de Francia, Suiza quedó totalmente encerrada
en el cerco de los fascistas alemanes e italianos. Se comenta-
ba en tono amargamente jocoso: Suiza es la mayor cárcel del
mundo donde viven cuatro millones de personas completa-
mente aisladas por los ejércitos de Hitler y de Mussolini. Sólo
un estrecho pasillo cercano a Ginebra permitía a los ciclistas

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y automovilistas pasar a Francia, al sector controlado por el
gobierno de Pétain que Alemania aún no había ocupado. Des-
de allí, pasando por España o Portugal, se podía llegar a In-
glaterra o América. Era de esperar que un buen día también
fuese cerrado ese pasillo; Sonia se preocupaba cada vez más
por sus hijos, tenía miedo de los alemanes que se encontraban
muy cerca de Ginebra, en la frontera suiza, y comenzó a pre-
pararse seriamente para marchar con John.

VIAJE A YUGOSLAVIA

Como ya he citado en otro lugar, los ingresos de la Geo-


press habían disminuido con el principio de la guerra y pronto
los beneficios apenas bastaron para mantener a mi familia.
Así, pues, no pude utilizar sobrantes para financiar la red de
investigación.
El más reciente de mis biógrafos, un joven yugoslavo lla-
mado Drago Arsenijevic,1 que se denomina a sí mismo perio-
dista suizo, ha entrevistado hace muy poco, treinta años des-
pués de los acontecimientos, a los colaboradores y conocidos
míos de antaño que ha podido localizar en Suiza. En una obra
llena de chismes se limita a repetir indiscriminadamente las
deformaciones e inexactitudes de las obras antes aparecidas en
Occidente sobre la actividad de mi red. Es inútil extenderme
en esas mentiras mezquinas y ridículas, pero los documentos
y fotografías que ha publicado permiten reconstruir hechos
que, hasta entonces, sólo eran conocidos por la policía. En la
página 14, el mismo Arsenijevic afirma que obtiene esas infor-
maciones de la policía Y. del servicio de contraespionaje. Un
ejemplo característico es la conversación del autor con l.a se-
ñorita Jenny Gorobzoff, antigua contable de la Geopress, que,
veinticinco años después, se extraña, al parecer, del pobre be-

1. Drago Arsenijevic, Ginebra llama a Moscú. París, 1969.

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neficio neto que reportaba la cartografía. 1 Sin embargo, en
aquel momento estaba orgullosa de que gracias a su contabi-
lidad, una vez descontado el sueldo que me aseguraba la So-
ciedad Anónima y los gastos técnicos, no quedase más que
un débil beneficio imposible. En la misma página, Arsenijevic
afirma una cosa no menos absurda: que mi dibujante había
visto a veces en mi casa cheques de un montante de 30.000
francos suizos. Desde luego, a causa de la clandestinidad de
mi trabajo, nunca hubiese cometido la imprudencia de mos-
trar cheques por ese valor a mi dibujante, que, además, igno-
raba mis actividades políticas. En todo caso si hubiese dis-
puesto de tales sumas no habría conocido las dificultades finan-
cieras con que se encontraba a menudo nuestra red en la eje-
cución de las órdenes venidas del Centro. Por otra parte, di-
chas sumas podrían haberme creado problemas con la policía
que vigilaba estrechamente a los extranjeros. Debía probar a
las autoridades locales que mi negocio era rentable (por lo
menos no deficitario), esto lo logré hacer gracias a la curiosa
contabilidad de la señorita Gorobzoff.
La situación se estaba convirtiendo en crítica.
En tiempo de guerra, al Centro le era muy difícil finan-
ciar nuestra actividad. Se había intentado encontrar una solu-
ción a través de Kent, pero como hemos visto antes no dio
resultado. Ese hombre astuto ni siquiera se había atrevido a
pasar la suma que nos habían destinado. En caso de control
le habrían detenido por tráfico de divisas. Hubiese sido absur-
do que el jefe de una red de investigación importante fuese
detenido por «agiotaje».
Por supuesto, me habrían podido transferir el dinero por·
el banco, pero un envío de cantidades importantes a mi cuenta
hubiese despertado sospechas. Era preciso encontrar alguna
forma y eso requería tiempo.
Hablando de esta situación Foote escribe que yo vivía con
el dinero recibido del Partido Comunista suizo.2 Esto es una
mentira descarada, al igual que las afirmaciones de Arsenijevic
relativas a mis relaciones con dicho Partido. Una de las reglas
l. A. Foote, Handbook for Spies, pág. 782.
2. Idem, pág. 32.

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elementales del serv1c10 de investigación soviético es que sus
miembros no deben tener ningún contacto con el Partido Co-
munista local. Además, el pequeño Partido ilegal suizo, que
contaba con muy pocos miembros, no disponía de medios finan-
cieros suficientes.
El Centro conocía la situación difícil en que nos encontrá-
bamos y propuso la única solución posible. El Director me
informó por radio de que podía enviarnos el dinero por un
correo especial. Pero, como era impensable que éste pudiese
entrar en la Suiza rodeada por tropas alemanas e italianas,
tendría que reunirme con el correo en algún lugar del extran-
jero. El Centro pensó en principio en Vichy, pero cuando fui
al consulado francés en Ginebra y vi los formularios que debía
rellenar para obtener un visado de entrada, me di cuenta de
que el consulado se había convertido en una sucursal de la
Gestapo. Informé en seguida al Centro y señalé que este viaje
sería muy peligroso y que, con bastante probabilidad, me po-
drían detener. Me aconsejaron entonces organizar un encuen-
tro en Yugoslavia o en Bulgaria, que no habían sido ocupadas
aún por los alemanes.
Después de estudiarlo, informé al Director de que proba-
blemente podría pasar a Yugoslavia. El Centro me dio un
lugar de cita en Belgrado, la contraseña y la descripción del
correo. El agente de enlace debía entregarme el dinero, un
aparato microfotográfico y productos químicos para nuevos
mensajes secretos, así como instrucciones para su uso.
Entonces era difícil ir de Suiza a Yugoslavia, sólo po-
día tomar trenes que pasasen por Austria o por Italia. No podía
ser por Austria, anexionada por los nazis, quedaba pues Ita-
lia. Tenía que conseguir un visado de tránsito, lo que no era
fácil porque el gobierno de Mussolini ya estaba en guerra con
las potencias aliadas y no le gustaba dar visados a extranjeros.
Mi proyecto prosperó de todos modos. Me dirigí a una alta
personalidad, Suvich, secretario de Estado en el ministerio ita-
liano de Asuntos Exteriores, al que mi agencia de prensa su-
ministraba regularmente informaciones. Le escribí diciendo que,
acompañando a mi mujer, tenía que ir a Hungría por asuntos
familiares. Suvich me dio una autorización especial. El hecho

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de que mi esposa y yo fuésemos ciudadanos de un país alia-
do de la Italia fascista facilitó también la obtención del visado.
Así fue como en octubre de 1940 partí para un viaje pe-
ligroso, parecido al que había hecho Kent, aunque esta vez
era yo quien marchaba.
Dejando los niños al cuidado de mi suegra, Lena y yo
partimos para ese extraño viaje. El confortable expreso del
Simplon unía directamente Lausana a Belgrado. Tomamos el
tren a medianoche. No dejábamos de estar preocupados por
las sorpresas que nos aguardaban.
Un viaje similar no era nuevo para nosotros, el trabajo
clandestino nos había enseñado muchas cosas. Esta vez partía-
mos de una forma totalmente legal, con un pasaporte en re-
gla y una .autorización italiana auténtica. Ya he evocado en
estas Memorias algunos viajes llenos de aventuras. Por ejem-
plo, uno de mis viajes París-Moscú, a principios de 1934, ha-
bía estado lleno de episodios inesperados. Había sido invitado
a tomar parte en los trabajos de preparación del Gran Atlas
Mundial Soviético. Los nazis ya estaban en el poder en Ale-
mania; sólo pude llegar a Moscú dando un largo rodeo por
Suiza, Austria, Checoslovaquia, Polonia, Lituania y Letonia.
Aparte de mis visados de tránsito, había conseguido un visado
de entrada en Estonia, porque no podía figurar un· visado so-
viético en mi pasaporte húngaro que habría sido confiscado
inmediatamente al pedir su renovación. Por esto indiqué Es-
tonia como final de mi viaje. Los pasaportes húngaros de en-
tonces llevaban la advertencia: «válido para todos los países
de Europa excepto Rusia» .. (Para la Hungría fascista no exis-
tía la denominación Unión Soviética.) Recibí el visado sovié-
tico en una hoja aparte para que el tampón de «Rusia» no
figurase en mi pasaporte. ·Entonces simulé dirigirme a Esto-
nia, pero en la estación de Daugavpils (Dnisk) en Letonia, cam-
bié de dirección. Esperé un día en esa ciudad de provincia,
tranquila y cubierta de nieve, y tomé el tren para Bigosovo, es-
tación fronteriza soviética. Pero antes de llegar a mi destino
tuve varias aventuras. La primera cuando aún estaba en París.
Había previsto salir para Suiza el 6 de febrero, en el tren
de la ñoche, y fijé una cita en un café con uno de los cola-

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boradores de la Inpress que debía traerme el billete. Estaba
aún en el café cuando de pronto una masa de gente irrumpió
en él, tiró las mesas y abrigos a la calle y, con ayuda de pie-
dras, empezó a montar barricadas; era el principio de la ten-
tativa de putsch de los Cruz de Fuego. Me abrí paso a través
de los cordones de policía y llegué con dificultad a··· la esta-
ción. Permanecí algunos días en Suiza para arreglar unos asun-
tos y llegué a Viena el 11 de febrero. Al día siguiente, ante
mi hotel de la Mariahilferstrasse, desfilaban las formaciones
fascistas de la Heimwehr, armados de todas sus piezas. Poco
tiempo después oí disparos y luego cañonazos: había caído en
medio de la «revolución de febrero» de los obreros austríacos
contra el gobierno reaccionario de Dollfuss. Con mucho retraso
pude por fin dejar la ciudad donde una lucha desesperada pro-
siguió durante varios días. Llegué por fin a Moscú donde, en
el piso de mi amigo Mijail Koltsov, el mismo día de mi lle-
gada, perdí el conocimiento. No recuperé el sentido hasta tres
días· después en el hospital del Kremlin. Se declaró la escar-
latina. (Yo había sido contagiado en París por el niño de un
vecino nuestro que se había puesto enfermo en casa.) Perma-
necí en cama durante seis semanas. Hasta abril, después de
grandes dificultades, no pude regresar a Francia. Durante mi
enfermedad todos los visados habían caducado y no podía ha-
cerlos renovar en Moscú. Mi esposa me esperaba con la desa-
gradable noticia de que, durante mi ausencia, mi familia y. yo
habíamos sido expulsados de Francia. La razón era que, des.,
de 1933 en que una multitud de extranjeros, huyendo del fas-
cismo, había entrado en Francia, los medios de derechas (pro-
bablemente siguiendo indicaciones de los nazis) venían exi-
giendo al Parlamento que el territorio francés fuese «purifi-
cado» de todos los extranjeros superfluos, es decir, de los in-
dividuos sospechosos de no reportar ningún beneficio econó-
mico a Francia. Yo figuraba en la lista y, el 15 de marzo, mi
mujer había recibido una orden de abandonar Francia antes
del 15 de febrero ( ! ! ). Me aconsejaron pedir la ayuda del abo-
gado socialista Longuet (nieto de Marx). Longuet se -desen-
tendió porque no veía nada «político» en el caso. Buenos ami-
gos, conocedores de la política francesa, sometieron el caso a

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Gaston Bergery, influyente político de izquierdas. Además era
diputado del departamento de Seine-et-Oise, en el que yo vi-
vía; no era pues extraño que nos dirigiésemos a él. Bergery
tuvo. la siguiente idea: «Señora -dijo a mi esposa-, vamos
a ir a casa de Albert Sarraut, ministro del Interior. Usted
es una mujer bonita y elegante; el ministro es un admirador
del sexo débil (lo que es una grave falta en quien ocupa un
cargo semejante) y no soporta ver llorar a las mujeres her-
mosas. Siendo su abogado, por supuesto hablaré yo; usted per-
manecerá silenciosa y cuando le haga una señal se pondrá a
llorar». Todo se desarrolló como si fuera coordinado por un
buen director escénico. Cuando franquearon el portal dorado
del ministro, en la plaza Beauvau, mi mujer estaba tan ner-
viosa que no tuvo que hacer esfuerzos para estallar en sollozos
en el momento oportuno. El ministro se puso nervioso y se
apresuró a tranquilizarla. «¡Señora, por el amor del cielo, no
llore! Esto es un asunto complicado, pero vamos a arreglarlo
en seguida.» Y cuando yo regresé, un mes más tarde, todo
estaba arreglado. Nuestro permiso de residencia había sido
prorrogado, y esa misma prórroga aumentó considerablemente
nuestro prestigio ante la policía local. Más tarde, Bergery se
inclinó completamente a la derecha. Durante la guerra inclu-
so fue embajador de Pétain en Turquía.
Durante nuestros largos años de emigración, conocimos
más de una aventura de este tipo. Algunas tenían a veces as-
pectos cómicos, pero a menudo habrían podido terminar mal.
Después de todo lo que he contado de Lena resulta lógi-
co que, cuando tuve que dirigirme a Belgrado, ·ella me acom-
pañase sin vacilaciones aunque fuese madre de dos niños. Así
acentuábamos el carácter familiar de nuestro viaje.
El expreso Lausana-Belgrado no se componía más que de
un coche-cama, un coche-restaurante y un furgón. Quedamos
muy sorprendidos al notar que éramos los únicos pasajeros.
Los italianos no daban visados más que en casos excepciona-
les y aquel día éramos los únicos a quienes se había concedido
ese favor.
Tomamos posesión de todo el coche-cama. No hubiésemos
podido imaginar mejor situación. El cocinero del coche-restau-

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rante nos preguntó muy amablemente cuándo y qué deseába-
mos comer y nos dijo que, si queríamos café, debíamos pedirlo
en territorio suizo. A causa del bloqueo aliado el café esca-
seaba en Italia lo que, dicho sea de paso, debería ser una
dura prueba para los italianos que tienen fama de ser buenos
consumidores del mismo. Se decía en broma que el propio rey
podía «venderse» por un kilo de café. Nuestro confort duró
poco. Cuando el tren salió del túnel del Simplon, el túnel más
largo del mundo, en la estación fronteriza de Domodossola
todo un destacamento de la milicia fascista ocupó .el tren y
se instaló en el compartimento vecino al nuestro. Los camisas
negr.as nos acompañaron a lo largo de toda Italia. Cuando me
apeé en Milán a comprar un periódico, saltaron todos del tren
detrás mío, pero en todo el viaje no nos dirigieron la palabra.
Con esta silenciosa escolta llegamos a la frontera yugoslava.
¡Si hubiesen sabido a quién .acompañaban tan discretamente!
Por otra parte, pude ver con mis propios ojos que la es-
tación de Milán estaba intacta, mientras que los ingleses ha-
bían anunciado varias veces haberla bombardeado. Los depósi-
tos de petróleo de Mestre, cerca de Venecia, estaban igual-
mente indemnes mientras que se afirmaba desde hada mucho
que habían sido destruidos.
Llegamos sin inconvenientes a Belgrado. Por supuesto no
teníamos intención de continuar nuestro viaje hacia Hungría.
El radiotelegrama del Director me decía que esperase al
correo en una de las plazas de Belgrado, en la capilla Wran-
gel; había sido construida por el general del mismo nombre, un
ruso «blanco» que había emigrado .a Belgrado en los años
veinte. Tenía que llevar en la mano un ]ournal de Geneve y
el agente un diario búlgaro, el Dnes.
Sin duda se había producido un malentendido porque la
capilla Wrangel había sido demolida hacía tiempo; sólo que-
daba· el solar. El hombre del Centro no estaba en el lugar a
la hora indicada. No obstante, esperé. Hubiese sido molesto
y estúpido regresar con las manos vacías después de un viaje
tan complicado, y además teníamos gran necesidad de aquel
dinero.
Nos instalamos en el hotel Rey de Servia (en abril de

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1941, durante el primer ataque aéreo alemán .a Yugoslavia,
una bomba destruyó completamente el hotel). Fuimos a pasear
por la ciudad y, a la vuelta, vimos una bandera húngara izada
en la fachada del hotel.
Recordé que en 1932, encargado por la compañía aérea
finlandesa Aero Osake Yhtio de preparar un mapa de las lí-
neas aéreas, viajé a Turku en Finlandia y después a Tallin,
capital de Estonia; en las dos ciudades la bandera húngara
fue izada en el hotel, en honor del huésped húngaro. Pero
era poco probable que en Belgrado la bandera estuviese rela-
cionada conmigo. Interrogué al camarero y me enteré de que
el conde Csáky, ministro húngaro de Asuntos Exteriores, se
alojaba en el hotel. Debía firmar en los próximos días un
pacto de «eterna amistad» con Yugoslavia -duraría seis me-
ses, hasta la invasión de Yugoslavia en 1941, en la que la
Hungría fascista tomó parte al lado de Alemania.
Otra bandera también nos inquietó en Belgrado. Al día
siguiente de nuestra llegada, despertados por un rayo de sol
matinal, miramos por la ventana y, anonadados, vimos una
bandera alemana con una inmensa cruz gamada. ¿Qué había
ocurrido? ¿Habrían ocupado los nazis Yugoslavia durante la
noche? Nos dimos cuenta de que la ventana del hotel, situado
en la escarpada orilla del Save, daba sobre Zemun y la lla-
nura que se extendía en la otra orilla. Allí había un campa-
mento de alemanes de Besarabia, que se trasladaba a Alema-
nia. Los refugiados llegaban en enormes carretas y el Comité
alemán de recepción que estaba instalado en Belgrado los con-
ducía en barco, por el Danubio, hasta Alemania. El Comité,
con la impertinencia habitual de los nazis y el acuerdo con el
gobierno Stoianovic de tendencia derechista, había izado en
el campamento la bandera que tanto nos había inquietado.
Por otra parte, los camiones de los nazis circulaban sin cesar
por la ciudad, enorbolando provocativamente la cruz gamada
e irritando a la población local.
El tiempo pasaba. Cada día me dirigía al lugar de la cita,
pero el agente de enlace del Centro no llegaba. Empezaba a
perder las esperanzas. Para matar el tiempo, que se hacía atroz-
mente largo, nos abonamos a una biblioteca de préstamo y, le-

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yendo de la mañana a la noche, nos decíamos sin cesar que
algo imprevisto debía causar el retraso del correo.
Al cabo de, aproximadamente, quince días de nuestra lle-
gada, a la hora y en el sitio convenidos, apareció un hombre.
Buscaba visiblemente a alguien. Era el hombre del Centro.
El .agente de enlace me entregó una suma bastante impor-
tante, un aparato de microfotografía, polvo para fabricar tinta
simpática y las instrucciones para su empleo. Le devolví el
aparato fotográfico, ya que no podría haberlo pasado por la
aduana y no lo necesitábamos.
También podían encontrarnos el polvo y las instrucciones.
Lena vino en mi ayuda. Los escondió tan bien en su espesa
cabellera rubia que eran absolutamente invisibles.
Hicimos el mismo viaje a la vuelta y de nuevo un desta-
camento fascista nos escoltó en el tren.
Este viaje a Belgrado había sido ciertamente una empresa
bastante .arriesgada pero nos permitía extender nuestras activi-
dades. En cuanto a Sonia, al poco tiempo de nuestra vuelta,
abandonó Suiza.

EDWARD, MAUD Y JIM

El agente de investigació~ no vale nada como comba-


tiente si no está en contacto regular con su dirección. Si no
es así no puede servir útilmente .a su país y no representa
ningún peligro para el enemigo, incluso conociendo sus se-
cretos.
En el verano de 1940, antes de un viaje a Belgrado, había
encontrado un hombre que me parecía apto para asegurar el
enlace. Radiotécnico de oficio, había hecho el aprendizaje en
París. Poseía un almacén de radio en Ginebra y tenía, al lado
del almacén, un taller de reparación.
Después de minuciosas averiguaciones, llegué a la conclu-
sión de que podía confiar a Edmond Hamel -tal era su nom-

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bre- un trabajo tan importante como el de enlace por radio.
Una común convicción ideológica nos había acercado. Edmon
era antifascista y tenía ideas de socialista de izquierda. Aceptó
sin vacilaciones trabajar para nosotros; pese .a que no igno-
raba las eventuales y pesadas consecuencias.
Nadie hubiese supuesto que ese hombre delgado, de corta
talla y aspecto insignificante pudiera dar pruebas de temeri-
dad. Pero se mostraba como un colaborador disciplinado y
digno de confianza. Además, dominaba perfectamente la ra-
diotecnia.
Olga, la mujer de Edmond Hamel, era físicamente todo lo
contrario de su marido. Nacida en una familia de campesinos
pobres, sus fuertes manos testimoniaban que estaba acostum-
brada, desde su juventud, a un duro trabajo físico. Esbelta
y proporcionada, Olga era una persona simpática, enérgica y
franca. Se ocupaba del hogar, llevaba la parte comercial del
negocio y era, de hecho, el jefe de familia.
Sus padres le habían puesto el nombre de Olga por sim-
patía hacia los emigrados rusos. Estos rusos habían buscado
refugio en Suiza después de la revolución de 1905 y al ser
los padres de Olga buenos amigos de ellos, la hija heredó las
simpatías de los padres. Educada en una familia simple, com-
partía las opiniones de su marido y veía en la Unión Soviética
la imagen ideal del pueblo trabajador. Por ello le pedí, a la
vez que al marido, que trabajase para nosotros. Olga aceptó
animadamente ayudarnos y cu.ando, alrededor de seis meses
más tarde, nuestras informaciones aumentaron hasta tal punto
que necesitábamos un segundo telegrafista, ella aprendió morse.
De naturaleza ingenios.a, y deseosa de instruirse, se convirtió
en una excelente telegrafista. Trabajaba rápidamente y sin co-
meter faltas. Aunque parezca extraño, Edmon, el especialista,
nunca llegó a igualarla.
Los esposos Hamel vivían en una de las calles principales
de Plainpalais, barrio obrero de Ginebra, en el número 26 de
la calle de Carouge. El almacén y el taller se encontraban
en la planta baja desde donde una escalera de madera llevaba
al primer piso. Cuando iba a verles solía utilizar esta entrada.
Edmond y Olga me conocían por Alberto. Dora, mi segun-

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do seudónimo, sólo era conQcido por el Centro. Permanecía
en contacto con el Director con el nombre de Dora. Los tele-
grafistas ignoraban este seudónimo y, por supuesto, no revelé
a nadie ni mi nombre ni mi dirección. En. las informaciones
que intercambiábamos con el Centro, Edmond tenía el seudóni-
mo de Edw.ard y Olga el de Maud.
Excelente especialista, Edmond no tuvo problemas en cons-
truir y montar una nueva emisora; en el comercio no se po-
dían encontrar, pues una ley había prohibido enérgicamente
la puesta en circulación de tales aparatos durante la guerra.
En agosto de 1940, Edmond, y después Oiga, se pusieron
a aprender el morse y a ejercitarse en el tablero de una emi-
sora. Por orden del Director fue Sonia quien se encargó de
iniciarles y, a partir de aquel día, su propia emisora fue insta-
lada en el almacén de Edmond. Encontraron un escondrijo bas-
tante seguro donde, después de utilizarlo, se podía encerrar
el aparato. Sonia era ayudada por John y Jim que. ya sabían
usar la radio. Hacían trabajar a Edmond y a Olga uno después
de otro y, en horas convenidas, generalmente por la noche,
captaban el indicativo del Centro.
Edmond y Olga se ejercitaban y trabajaban hasta entrada la
noche, después de cerrar la tienda. Tiraban las persianas y
cerraban la puerta con llave. Desde el exterior no podía verse
que hubiese alguien en el taller. Los nuestros entraban por la
puerta trasera diciendo la consigna: «Saludos del señor Weber
a la familia Hamel».
Sonia, John y Jim no venían nunca juntos a casa de los
Hamel, pues, por razones evidentes, era peligroso que tres
agentes fuesen a visitarles. A veces no había otra solución.
Cuando el aprendizaje terminó -y la radio de reserva estuvo
preparada- separé a los operadores.
Después de la marcha de Sonia, John se quedó aún en
Ginebra, por orden del Centro, para completar la formación
de Edmond y Olga.
Poco antes de su partida Sonia me presentó a Alexander
Foote (Jim). Ella le dijo que me llamaba Alberto. El Centro
decidió que Jim se quedase en Suiza, y que trabajase como
operador · de mi red. Hasta nuestro encuentro, Jim no sabía

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nada de mí y nunca supo mi nombre, dirección ni ocupación.
Por el contrario, mis conversaciones con Sonia me dieron una
imagen bastante clara de este inglés; nos conocimos en casa
de ella en Ginebra. Alexander Foote me produjo una impre-
sión bastante dudosa. Era, sin duda alguna, un hombre de
carácter, con espíritu vivo. Le gustaba el humor y a veces
llegaba a la ironía. Este hombre de ojos azules, lleno de fuer-
za, grande, bien constituido y siempre perfectamente afeita-
do, tenía un rostro con una palidez anormal que evidenciaba
una enfermedad oculta.
No había hecho estudios superiores y no tenía ningún ofi-
cio. Hablalxi un poco el alemán, algo mejor el francés, pero
se apoyaba en las palabras como si tartamudease.
Lo que más me llamó la atención fue constatar que no
tenía ninguna formación política. Este hombre, que se mostra-
ba tan ingenioso en cuestiones técnicas o económicas, compren-
día con dificultad una situación internacional compleja. Del
movimiento obrero poseía vagas nociones. No citaré más que
un ejemplo: el 7 de noviembre de 1942, veinticuatro aniver-
sario de la gran Revolución de Octubre, llegué a su casa, en
Lausana, con una botella de champagne para celebrar con él
esta fecha memorable. « ¡Bebamos en honor de este día de
fiesta!», le dije. Me miró sorprendido: ignoraba totalmente
lo que había ocurrido aquel día, lo que representab.a para no-
sotros y para toda la humanidad.
Poco tiempo después de la marcha de Sonia, recibí del
Centro las siguientes instrucciones: Jim debía trasladarse a
Lausana donde haría funcionar la emisora. John permanecería
en Ginebra para mantener el contacto con el Centro.
La decisión del Centro era razonable y llegaba a punto.
Edmond se procuró las piezas necesarias y montó un .aparato
receptor-emisor de gran potencia. El .aparato funcionaba bien.
Fue John quien lo utilizó para permanecer en contacto con
Moscú. Teniendo dos radios, habida cuenta de las posibilida-
des de localización, era mejor que las dos no estuviesen en
Ginebra.
Jim marchó pues para Laus.ana donde había encontrado un
piso adecuado y obtuvo un permiso de residencia en el can-

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bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
tón de Vaud. Después de esto, se llevó la segunda emisora a
Lausana.
En la primavera de 1941, Jim estaba en contacto con el
Centro. Me informaba a través de John porque, como ya he
dicho, no conocía mi residencia. Más tarde, cuando las cir-
cunstancias lo exigieron, nos reunimos. John, a quien veía a
veces en el almacén de los Hamel, me dio la dirección y el
número de teléfono de Jim en Lausana.
Jim había aprovechado bien las lecciones de Sonia y se
había convertido en un excelente operador. Tenía una capaci-
dad de trabajo increíble, lo que le permitía tr.ansmitir gran
número de telegramas en una noche. Yo le enviaba el texto
de las informaciones por medio de John, durante el tiempo
que éste estuvo en Ginebra; más tarde le entregaba personal-
mente los textos en clave o enviaba a mi mujer a Lausana
(ella utilizaba el seudónimo María).
Para la primavera de 1941, Edmond y Olga, trabajando
con mucho interés, ya se habían convertido en buenos espe-
cialistas y John, considerando que su trabajo estaba termina-
do, dejó Suiza.
Así pues, antes de que los nazis atacasen a la Unión So-
viética, ya tenía a mi disposición dos emisoras y tres operado-
res bien formados.

SISSY

La vida nos reserva a veces muchas sorpresas.


Un día mi esposa regresó muy excitada. Había estado de
compras en la ciudad.
-Imagínate, Alex -me contó--, que acabo .de encontrar
a una antigua conocida, una colega de Alemania. (Mi mujer
estaba un poco molesta y preocupada.) No sé si este encuen-
tro es bueno o malo. Creo que es más bien malo. Sabes, me
conoce muy bien. Cuando yo trabajaba en Berlín en el serví-

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nada de mí y nunca supo mi nombre, dirección ni ocupación.
Por el contrario, mis conversaciones con Sonia me dieron una
imagen bastante clara de este inglés; nos conocimos en casa
de ella en Ginebra. Alexander Foote me produjo una impre-
sión bastante dudosa. Era, sin duda alguna, un hombre de
carácter, con espíritu vivo. Le gustaba el humor y a veces
llegaba a la ironía. Este hombre de ojos azules, lleno de fuer-
za, grande, bien constituido y siempre perfectamente afeita-
do, tenía un rostro con una palidez anormal que evidenciaba
una enfermedad oculta.
No había hecho estudios superiores y no tenía ningún ofi-
cio. Hablaba un poco el alemán, algo mejor el francés, pero
se apoyaba en las palabras como si tartamudease.
Lo que más me llamó la atención fue constatar que no
tenía ninguna formación política. Este hombre, que se mostra-
ba tan ingenioso en cuestiones técnicas o económicas, compren-
día con dificultad una situación internacional compleja. Del
movimiento obrero poseía vagas nociones. No citaré más que
un ejemplo: el 7 de noviembre de 1942, veinticuatro aniver-
sario de la gran Revolución de Octubre, llegué a su casa, en
Lausana, con una botella de champagne para celebrar con él
esta fecha memorable. « ¡Bebamos en honor de este día de
fiesta!», le dije. Me miró sorprendido: ignoraba totalmente
lo que había ocurrido aquel día, lo que representaba para no-
sotros y para toda la humanidad.
Poco tiempo después de la marcha de Sonia, recibí del
Centro las siguientes instrucciones: Jim debía trasladarse a
Lausana donde haría funcionar la emisora. John permanecería
en Ginebra para mantener el contacto con el Centro.
La decisión del Centro era razonable y llegaba a punto.
Edmond se procuró las piezas necesarias y montó un aparato
receptor-emisor de gran potencia. El aparato funcionaba bien.
Fue John quien lo utilizó para permanecer en contacto con
Moscú. Teniendo dos radios, habida cuenta de las posibilida-
des de localización, era mejor que las dos no estuviesen en
Ginebra.
Jim marchó pues para Lausana donde había encontrado un
piso adecuado y obtuvo un permiso de residencia en el can-

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tón de Vaud. Después de esto, se llevó la segunda emisora a
Lausana.
En la primavera de 1941, Jim estaba en contacto con el
Centro. Me informaba a través de John porque, como ya he
dicho, no conocía mi residencia. Más tarde, cuando las cir-
cunstancias lo exigieron, nos reunimos. J ohn, a quien veía a
veces en el almacén de los Hamel, me dio la dirección y el
número de teléfono de Jim en Lausana.
Jim había aprovechado bien las lecciones de Sonia y se
había convertido en un excelente operador. Tenía una capaci-
dad de trabajo increíble, lo que le permitía transmitir gran
número de telegramas en una noche. Yo le enviaba el texto
de las informaciones por medio de John, durante el tiempo
que éste estuvo en Ginebra; más tarde le entregaba personal-
mente los textos en clave o enviaba a mi mujer .a Lausana
(ella utilizaba el seudónimo María).
Para la primavera de 1941, Edmond y Olga, trabajando
con mucho interés, ya se habían convertido en buenos espe-
cialistas y John, considerando que su trabajo estaba termina-
do, dejó Suiza.
Así pues, antes de que los nazis atacasen a la Unión So-
viética, ya tenía a mi disposición dos emisoras y tres operado-
res bien formados.

SISSY

La vida nos reserva a veces muchas sorpresas.


Un día mi esposa regresó muy excitada. Había estado de
compras en la ciudad.
-Imagínate, Alex -me contó-, que acabo .de encontrar
a una antigua conocida, una colega de Alemania. (Mi mujer
estaba un poco molesta y preocupada.) No sé si este encuen-
tro es bueno o malo. Creo que es más bien malo. Sabes, me
conoce muy bien. Cuando yo trabajaba en Berlín en el serví-

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cío de agitac10n y propaganda del Comité Central, antes del
putsch de Hitler, ella trabajaba allí como taquimecanógrafa.
Esther lleva ahora el nombre de su marido, Bosendorfer. (Lla-
mémosla así desde ahora.)
Mi mujer me miró con aire interrogante.
-¡Imagínate qué encuentro! Ella también abandonó Ale-
mania en aquella época y se instaló aquí en Ginebra. Se casó
pero, por lo que me ha parecido entender, ya está divorciada.
No lo he comprendido todo. Creo que es una lástima que nos
hayamos encontrado. ¿Qué crees tú?
-Es una lástima, en efecto, porque Esther me conoce tam-
bién. Puede crearnos complicaciones. No habrías tenido que
reconocerla.
-Era imposible. Sabes que soy muy prudente, pero nos
hemos encontrado literalmente cara a cara. Yo compraba pas-
teles en un café cuando entró ella. Por supuesto, me ha reco-
nocido al momento y se me ha lanzado al cuello. ¿Qué crees
que podía hacer?
-En fin, habría sido mejor que no se produjese esto. ¿No
la habrás invitado a venir a vernos?
-No. Y lo raro es que ella tampoco me ha invitado a su
casa. Ha mascullado algo, pero olvidándose de dar su direc-
ción. Además tenía mucha prisa.
-¡Bien! ¡Vamos a reflexionar! Es preciso~decidir la acti-
tud que hay que tomar con esa antigua conocida porque de
hecho podríamos encontrarla en cualquier momento.
Pero no tuvimos tiempo para rompernos la cabeza con ello.
El .azar hizo que las cosas se arreglasen de forma mucho más
simple.
Un día de mayo llegó un sorprendente telegrama del Cen-
tro. Nos ordenaban tomar contacto inmediatamente con Es-
ther Bosendorfer que vivía en Ginebra. Tenía que visitarla con
un santo y seña, y hacerme cargo de su red.
Era bastante raro, pero de buen o mal grado debía eje-
cutar esta orden. Yo pensaba que era inútil ampliar nuestra
red, añadirle otros grupos. Estaba más acorde con las reglas
de clandestinidad aislar estrictamente las distintas redes. Ade-
más me parecía un problema grave, ya que Esther Bosendorfer

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sabía demasiadas cosas sobre mi familia y sobre mí. Tendría
que darle mi dirección e invitarla .a casa, dado que nos co-
nocíamos desde hacía tiempo a través del Partido. Aparte de
Sonia, Kolia y Kent nadie hasta entonces conocía mi domi-
cilio.
Encontré el número de teléfono de los Bosendorfer en la
guía. Llamé a Esther y fui a verla una noche en compañía
de mi esposa. Su casa era esp"dosa y se encontraba en el
primer piso de un viejo edificio. Una mujer proporcionada, un
poco redondita, nos abrió. Al ver a mi mujer la abrazó alegre-
mente y, tomándola de la mano, nos hizo pasar.
-¡Entrad, entrad! En el café me había olvidado de darte
mi dirección. ¡Y éste, por lo que veo, es tu marido Alex!
Nos hizo entrar en una de las piezas.
-¡Tengo una sorpresa para los dos! -dijo-. ¡Abrid los
ojos!
Sí, una nueva sorpresa nos esperaba. La suerte es verda-
deramente inimaginable.
En el salón un hombre alto, rubio, de unos cincuenta
años, vino a nuestro encuentro. Es.a silueta imponente, esos
ojos azul claros, esos cabellos echados hacia atrás ... me resul-
taban familiares. Permaneció silencioso y, sonriendo, nos miró
alternativamente. ¡Era Paul Bottcher!, el que nos había pres-
tado una ayuda tan amistosa cuando decidimos casarnos.
Más tarde, durante la comida, evocamos el recuerdo de
esta historia de juventud. Ocurrió a principios de los años
veinte. Lena y yo vivíamos en Leipzig y habíamos decidido
casarnos. Pero según las leyes húngaras de la época el hombre
no alcanzaba la mayoría de edad hasta los veinticuatro años.
Yo tenía veintitrés, y como ciudadano húngaro no podía ca-
sarme si'n la autorización paterna o la de las autoridades hún-
garas. Sin embargo, como los dos vivíamos en Alemania, las
autoridades locales hicieron una excepción y permitieron nues-
tra boda. Paul Bottcher, entonces jefe de cancillería del go-
bierno laborista de Saxe (una especie de ministro del Interior),
nos entregó personalmente la «dispensa» o autorización oficial
para nuestro matrimonio.
Paul Bottcher se había afiliado al Partido Comunista Ale-

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12 • DORA INFORMA
mán a principios de 1920. Hasta la Primera Guerra Mundial,
trabajando como tipógrafo, había sido socialdemócrata ·de iz-
quierdas. Sus actividades de propaganda revolucionaria le cos-
taron ser perseguido. Como comunista muy activo en el Parti-
do, era miembro del Comité Central en Landtag (Parlamento)
de Saje, cuya fracción comunista le eligió como presidente.
Sin embargo, más tarde, durante la lucha entre fracciones, di-
mitió del Partido Comunista Alemán. Abandonó Alemania al
instaurarse la dictadura nazi.
En Suiza encontró a Esther Bosendorfer, a la que conocía
desde hacía tiempo. Sus relaciones se estrecharon y después
montaron su hogar. De hecho Bfütcher vivía en la clandesti-
nidad porque no tenía permiso de residencia, por lo que no
podía trabajar en ninguna parte. Obtenía unos escasos ingre-
sos escribiendo artículos con seudónimo.
En el curso de la conversación me enteré de que Paul
Bottcher sabía desde hacía tiempo que yo vivía en Ginebra
con mi familia y que era el director de la Geopress. Esther
Bosendorfer también lo. sabía. No puedo decir que esta consta-
tación me produjese gran alegría, pero felizmente eran gentes
de mi clase, camaradas en los que podía confiar enteramente.
Y lo que aún era más importante, realizaban las mismas acti-
vidades que yo, lo cual lo cambiaba todo.
Esther había nacido en Polonia, pero en su infancia había
emigrado a Alemania donde había vivido hasta el advenimien-
to de Hitler.
Teniendo la nacionalidad suiza, había conseguido un em-
pleo en la Oficina Internacional de Trabajo con sede en Gine-
bra. Utilizando sus conocimientos de francés y alemán traba-
jaba como mecanógrafa. Sus actividades de investigación esta-
ban relacionadas con su ocupación profesional. El Centro ha-
bía dado a Esther Bosendorfer el seudónimo de Sissy.
Dirigía una pequeña red que se ocupaba de recoger infor-
maciones relativ.as a la situación económica y militar de Ale-
mania. El principio de las hostilidades había puesto fin al
contacto regular con el Centro ·y la actividad de la red había
quedado suspendida momentáneamente. ·
Si el lector quiere hacerse una idea exacta de las activi-

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dades de la red suiza, no debe perder de vista las condiciones
especiales en que trabajábamos. Estas condiciones ya han sido
mencionadas a raíz de mi conversación con Uritzki. Pero, de
todos modos, pienso que es necesario volver sobre ello y refu-
tar una vez más las falsas afirmaciones de los «historiadores»
occidentales; hasta hoy, se han esforzado en manchar mi nom-
bre y el de mis colaboradores, deformando el significado de
nuestras actividades antifascistas.
Para la seguridad de sus colaboradores y a causa de la
importancia de nuestra misión para la paz, mi red, al igual que
las de Sonia y Sissy, habían sido colocadas en Suiza y no en
territorio alemán. Nuestra actividad ya había empezado antes
de la guerra y estaba dirigida exclusivamente contra los países
agresores. No recogíamos información sobre otros países de
Europa, y no habíamos recibido órdenes en este sentido con
la excepción, claro está, de las informaciones que tuviesen al-
guna relación con la agresión alemana. Esto concernía parti-
cularmente a la neutral Suiza.
Para el servicio de información hubiese sido, sin duda,
más útil crear redes en el Reich alemán donde, por otra parte,
había ya agentes soviéticos, y transmitir las informaciones im-
portantes directamente a Moscú. Pero entonces sólo se habrían
podido utilizar personas de las que el contraespionaje alemán
no sospechase en absoluto, lo que no sucedía ni en mi caso
ni en el de Lena, ni en el de Sonia, Sissy o Bottcher. La Ges-
tapo nos conocía bien como antiguos miembros del Partido
Comunista Alemán. No habríamos podido permanecer mucho
tiempo en la clandestinidad. No podíamos, pues, llevar un tra-
bajo eficaz más que fuera de Alemania, en uno de los países
limítrofes. Fue por razones análogas, creo, que la red de Kent
fue creada en Bélgica. Es lógico que su trabajo no consistiera
en recoger información sobre Bélgica, porque este pequeño
país no suponía ningún peligro para la Unión Soviética.
La Dirección perseguía dos fines .al unir el grupo de Sissy
y sus hombres a los míos: por una parte asociarlos al trabajo,
por otra reforzar mi grupo con nuevos miembros experimen-
tados.
Por medio de Sissy pudimos trabajar más tarde con algu-

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nas fuentes que tenían posibilidades de información muy im-
portante.
Tuvimos que pagar muy caras estas informaciones de un
alcance apenas imaginable cuando el contraespionaje alemán,
aterrorizado de constatar que las noticias más secretas se fil-
traban de manera incomprensible, hizo averiguaciones que lo
condujeron hasta Suiza.

¿CUANDO ATACARA HITLER?

Ésta era la más importante de las preguntas a las que el


servicio de información soviético tuvo que encontrar, entre
1940 y 1941, una respuesta inequívoca.
¿La Alemania nazi atacará a la Unión Soviética o aplazará
su agresión hasta que haya vencido a Inglaterra? Si decidía
atacar, el alto mando del Ejército Rojo debía estar informado
a tiempo de la fecha prevista y de las fuerzas con las que el
enemigo se lanzaría al asalto de las fronteras de la Unión So-
viética.
Sería ingenuo creer que el gobierno soviético no sabía en
qué· dirección iban a dirigirse tarde o temprano las hordas
de Hitler, el campeón de la cruzada contra el comunismo. La
guerra era inevitable; se había convertido en inminente desde
que Alemania comenzó sus matanzas en Europa. Pero era im-
portante retrasar al máximo la fecha de entrada en guerra e
impedir al bloque franco-británico dirigir a Alemania contra
la Unión Soviética. Explotando esta situación a su favor los
países capitalistas habrían podido formar entonces un bloque
aún más fuerte para aplastar al· primer Estado socialista del
mundo. Sabemos hoy, por documentos históricos hechos públi-
cos, que los gobiernos de Francia y Gran Bretaña acariciaban
tales proyectos.
El pacto de no agresión germano-soviético había destruido
las esperanzas de los que esperaban h.acer entrar en la guerra

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a más estados. Aseguraba a la Unión Soviética un cierto plazo
para reorganizar su ejército (pues estaba en curso un reequipa-
mien to con nuevas .armas) y revisar las técnicas militares. Es
indiscutible que este pacto, que en aquella época había sor-
prendido y desanimado a muchos fieles partidarios de la Unión
Soviética, era un gran éxito de la diplomacia soviética. ·
Nubes cada vez más sombrías amenazaban el panorama
político.
Mi atención se concentró en las informaciones que me
transmitía Pakbo. Cuando el contacto por radio fue restable-
cido con el Centro, Pakbo volvió a tomar contacto con una
de mis mejores fuentes de información, Gabel, que efectuaba
un trab.ajo diplomático en Berna. Utilizando sus antiguas rela-
ciones con Italia, Gabel nos transmitía principalmente datos
sobre el ejército de Mussolini.
Pakbo seguía en contacto con el emigrado alemán Poisson
que, gracias al amplio círculo de sus amistades de anteguerra,
conseguía en los medios diplomáticos de la Sociedad de Na-
ciones informaciones sobre las intenciones político-militares del
gobierno alemán. Como ya he mencionado, él mismo había sido
funcionario de esta organización. Pakbo recibía también infor-
maciones a través de sus colegas periodistas, y de diplomáti-
cos, en ocasión de l.as recepciones en Embajadas o en el Go-
bierno.
A partir del verano de 1940, aproximadamente, empezaron
a llegar desde fuentes muy diversas informaciones muy inquie-
tantes. Una de las informaciones transmitidas al Centro era la
siguiente:

6.IV.1941 al Director
Según agregado japonés, Hitler ha comentado que después
de una rápida victoria en Occidente, Alemania e Italia ataca-
rían a Rusia.
Alberto

Pakbo había recibido esta información charlando con el


secretario de l.a embajada japonesa en Suiza.

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Alberto era el seudónimo con el que firmé los mensajes
hasta finales de 1940.
Por otra parte, yo mismo me dirigí varias veces a la fron-
tera de Francia ocupada donde una simple carretera separaba
la neutral Suiza de los ocupantes alemanes; podía ver a los
soldados alemanes a unos p.asos de distancia y a veces cambia-
ba comentarios con ellos. Debo confesar que me producía una
extraña impresión entrar así en contacto directo con el ejército
alemán.
En diciembre de 1940, el Centro, inquieto por las noticias,
que seguramente no éramos los únicos en transmitir, pidió que
Pakbo obtuviese por Gabel precisiones sobre las fuerzas y
posiciones del ejército alemán en aquellos momentos: Pocos
días más tarde transmitía estas informaciones a Moscú.
Más tarde se comprobó que estos datos habían sido de
enorme utilidad para el alto mando del Ejército Rojo.
Sin embargo nada permitía prever que la agresión de Ale-
mania contra la Unión Soviética fuese inminente. De momen-
to los alemanes estaban ocupados con Inglaterra. Había una
lucha encarnizada por m.ar y por aire. Los alemanes intenta-
ban organizar el bloqueo de las Islas Británicas y esto ocupaba
una parte muy grande de las fuerzas de la Wehrmacht. En
invierno de 1941 los aliados italianos no tenían demasiado
éxito en Grecia ni en África del Norte. Al igual que en África
Oriental, los ingleses les habían infligido una derrota total.
Pese a que casi la totalidad de Europa estuviese bajo la bota
nazi -comprendidos los Balcanes, con la excepción de Yugos-
lavia y Grecia que aún luchaban por su libertad-, los diri-
gentes del Tercer Reich aún tenían bastantes problemas en el
Oeste. Parecía que Hitler no quería lanzarse a una aventura
militar contra la Unión Soviética y que estaba dispuesto a
respetar el pacto germano-soviético.
Ésta hubiese sido la estrategia lógica. Pero el mundo se
enfrentaba a conquistadores de tipo muy curioso, que procla-
maban el principio político de la aventura completa, de la
perfidia y la arrogancia.
En invierno de 1941 recibimos noticias muy inquietantes.
Pakbo logró entrar en contacto con uno de los agentes de

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los serv1c1os secretos suizos. Un día que debíamos encontrar-
nos, llegó en un estado de gran agitación. Cuando leí el texto
que me entregaba, comprendí su excitación. Unas horas más
tarde, lanzábamos al éter el siguiente telegrama cifrado: .

21.II.J:941 al Director
Según las informaciones recibidas de un oficial suizo, 150
divisiones alemanas se encuentran actualmente en el Este. En
su opinión Alemania actuará. a fines de mayo.
Dora
En abril_ el Centro recibió el síguiente mensaje:

6.IV.1941 al Director
De Luisa: T pdas las divisiones alemanas motorizadas se en-
cuentran en el Este. Las tropas alemanas estacionadas hasta
ahora en la frontera suiza han sido llevadas al Sudeste.
Dora
Luisa era el seudónimo que· daba al oficial de los servicios
de· investigación suizos del que procedían las informaciones.
Nos ·transmitió más informaciones a través de Pakbo. El Cen-
tro valoraba en mucho .a esta fuente y nos sugirió utilizarla
más activamente.
El Director nos pidió continuar enviando todas las infor-
maciones rela.tivas a los preparativos· de Alemania y de Italia
con vistas a 1,.m .ataque contra la Unión Soviética. En Moscú
los dirigentes esperaban impacientemente qt;te el éter les tra-
jese .las inquietantes noticias que comunicaban los agentes al
acecho. Hoy, es evidente -pese a que no hubiésemos sido
advertidos oficialmente- que el Centro conocía la inminen-
cia de la guerra y que se preparaba para ella en -la medida
que lo permitía una situación tan compleja.
Pensaba a menudo en las palabras con que Semion Petro-
vich Uritzki me había confiado en 1935 esta tarea especial.
Uritzki habí~ citado entonces que los enemigos potenciales de
la Unión ·Soviética eran principalmente Alemania e Italia. Era
ésa una con~lusión lógica basada en el estudio objetivo de los
hech~s, y yo compartía plenamente la opinión.

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Como podemos leer en la «Historia del Partido Comunista
Soviético»: «A raíz de la agresión fascista y la ·creciente ame-
naza de guerra, el gobierno soviético tomó medidas activas
para reforzar las fuerzas de defens.a del país. Desde 1939 a
1941 los efectivos de las fuerzas soviéticas casi se habían tri-
plicado, ciento veinte nuevas divisiones fueron creadas. Las
tropas fueron equipadas con armas y técnicas nuevas. Pero
la reorganización y rearme del Ejército Rojo no pudieron ser
terminadas, al atacar la Alemania nazi antes de lo previsto.
Las derrotas sufridas por el Ejército Rojo al principio de la
guerra son debidas principalmente al ataque por sorpresa del
enemigo ... Un error de apreciación de la fecha en que la
Alemania hitleriana iba probablemente a atacar contribuyó
igualmente a nuestras primeras derrotas. Los errores cometidos
no permitieron rechazar el ataque alemán. Sabíamos, por in-
formaciones dignas de crédito, que las tropas alemanas habían
sido concentradas en la frontera soviética y que Alemania se
preparaba para atacar. Sin embargo nuestras tropas estaciona-
das en las fronteras occidentales no estaban totalmente en
estado de alerta. Stalin temía dar a los fascistas alemanes un
pretexto para atacar y esperaba aplazar el .ataque por vía di-
plomática» .1
Tal como testimoniaban los documentos publicados, los di-
rigentes fascistas habían previsto en principio el ataque .a la
Unión Soviética para el otoño de 1940. Pero a continuación, y
por· varias razones, la fecha se .retrasó hasta la .primaver.a
de 1941.
El 31 de julio de 1940, los dirigentes militares alemanes
se reunieron en Berghof, cerca de Berchtesgaden. En el curso
de la conferenci~ Hitler declaró: «Si aplastamos a Rusia, la
última esperanza de Inglaterra se hunde con ella. Y Alemania
se convertirá en la dueña de Europa, comprendidos los Balca-
nes. Por estas razones Rusi.a debe ser liquidada. Fecha pre-
vista para el ataque: primavera de 1941».2
Hitler expresaba no sólo su propia opinión sino. también
l. Histoire du Partí Communiste Soviétique, 3.ª edición, Moscú,
1970, págs. 478-479. ·
2. Franz Halder, Kriegstageburg, volumen II, Stuttgart, 1963.
\

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la de los imperialistas y generales alemanes cuando declaraba
a sus íntimos: «No cometeré el mismo error que Napoleón;
cuando me ponga en camino hacia Moscú lo haré con tiempo
suficiente para llegar antes del invierno». 1
En abril de 1941 G.abel y Poisson nos transmitieron infor-
maciones muy precisas. Enviamos los siguientes telegramas al
Centro:

12.IV.1941 al Director.
De Gabel.
Distribución del Ejército alemán a mediados de marzo:
Francia 50 divisiones. Bélgica y Holanda 15. Dinamarca y No-
ruega 10. Prusia Oriental 17. Gobierno General2 44, de las
cuales 12 son divisiones blindadas y motorizadas. Rumania 30.
Bulgaria 22. Eslovaquia, Bohemia y Austria 20. Sector Munich
y Ulm 8. Italia 5. África 5. En total: 225 divisiones. Ade-
más, 25 divisiones acantonadas en Alemania.
Dora

22.IV.1941 al Director.
Poisson se ha enterado a través de un diputado federal
suizo de que los medios gubernamentales de Berlín sitúan en
el 15 de junio la fecha del ataque a U cra1_1ia. Esperan una re-
sistencia débil. ·
Dora

Siguiendo estas informaciones los planes militares alema-


nes habían sido modificados un tanto. En efecto, según las
informaciones recogidas en febrero de 1941, Alemania quería
atacar a la Unión Soviética a finales de mayo. Tal era el plan
inicial de Hitler que esperaba, a través de una guerra· relám-
p.ago, aplastar al Ejército Rojo antes del principio del invier-
no. Sin embargo, como hoy se sabe, los generales alemanes
tuvieron que retrasar el ataque a la Unión Soviética unas 4 o 5
semanas, porque las tropas alemanas chocaron con una resis-
1. W. Boot, The secret history of the war, tomo II, Nueva York,
1945, pág. 520.
2. Nombre dado por los hitlerianos a la Polonia ocupada.

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tencia encarnizada e inesperada en Yugoslavia y Grecia. Estos
combates necesitaron una gran concentración de fuerzas en los
Balcanes.
Poisson estaba bien informado y · gracias a ello pudimos
transmitir la fecha del 15 de junio. Envié el telegrama el 22 de
abril. Sin embargo, unos días más tarde, «el .alto mando ale-
mán adoptó una decisión .según la cual el ataque a la Unión
Soviética debí.a iniciarse el 22 de junio de 1941 » .1
Hacia esa época, mi socio, el profesor, al que veía muy de
tarde en tarde, me contó que había realizado un viaje de es-
tudios a Alemania y que, invitado por un oficial amigo, había
visitado el campamento militar situado cerca de Zossen, al sur
de Berlín. El mariscal Rommel, recién llegado de África, había
declarado que el ataque contra la Unión Soviética estaba cerca-
no. En su opinión, la resistencia no sería fuerte y la victoria
sería conseguida fácilmente. Esta declaración· confirmó nues-
tras informaciones relativas a los preparativos de Alemania con
vistas a una próxima agresión.
El enemigo, por supuesto, intentaba disimular sus verda-
deras intenciones. Las divisiones blindadas y motorizadas no
se encaminaron hacia las fronteras soviéticas hasta el último
momento a fin de no llamar la atención.
En mayo recibí nuevas .noticias que venían a confirmar
las informaciones que ya habíamos transmitido y según las cua-
les las fuerzas alemanas estaban concentradas en territorios
próximos a la Unión Soviética.
«Nos hemos enterado a principios de junio, conversando
con un oficial alemán, que todas las divisiones motorizadas
acantonadas en las fronteras soviéticas· están en constante es-
tado de alerta, pese a que la tensión sea menor que a finales
de abril o principios de mayo. Contrariamente a las medidas
tomadas en abril-mayo, los preparativos en la frontera rusa
son menos demostrativos pero mucho más intensos.»
El 17 de junio por la mañana, Sissy me llamó muy exci-
tada y me pidió que me reuniese con ella inmediatamente
porque tenía noticias importantes. Fui al momento a su casa.
l. Documents du proces de Nuremberg. Moscú, volumen II, pág.
538.

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Había recibido la noticia de que uno de sus hombres, que
había ido a Alemania por asuntos de su fábrica, acababa de
regresar. La misma noche· transmitimos un telegrama en clave:

17.IV.1941 al Director.
Cerca de cien divisiones de infantería se encuentran esta-
cionadas en la frontera germano-soviética. Un tercio de ellas
está motorizado. Además, hay más de 10 divisiones blindadas.
En Rumania hay concentración de tropas alemanas en Galatz.
Actualmente están en pie divisiones de élite con misiones
especiales; las divisiones 5. ª y 1O.ª estacionadas en el Gobierno
General forman parte de ellas.
Dora

Y a no había duda. Las tropas .alemanas estaban en pleno


estado de alerta y sólo esperaban la señal de ataque.
Pronto me enteré también a través de una fuente de Sissy
que nunca he llegado a conocer, de la fecha exacta del ataque:
el 22 de junio. Informé inmediatamente al Centro, pero no
añadíamos nada nuevo a lo que ya se había comunicado an-
teriormente.
Según Flicke, yo había señalado a Taylor como fuente
de la información. 1 En aquella época ignoraba la existencia de
Taylor (alias Schneider). Hasta mucho más tarde no me enteré
de que esa noticia provenía de él.
Jim escribió que yo había vacilado en mandar la funesta
noticia al Centro. 2 Esto es una mentira pura y simple. Y re-
dondea la falsedad al afirmar que señalé a Lucy o W erther
como fuentes de la información, cuando en aquella época des-
conocía a ambos. Además, los telegramas que daba a Jim es-
taban cifrados, por lo que él no podía conocer el texto.
Después de la guerra me enteré de que también Richard
Sorge, desde el Japón, había informado con tiempo al Estado
Mayor soviético de los preparativos alemanes para el ataque.
La mañana del 22 de junio enchufamos la radio, y mi es-
posa y yo oímos en las emisoras alemanas la declaración de
l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, págs. 108-109.
2. A. Foote, Handbook for Spies, pág. 89.

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Hitler. Con voz chillona e histérica, el jefe del Tercer Reich
evocaba la misión histórica del pueblo alemán, su última gran
campaña militar y decía que la lucha sin piedad contra los
bolcheviques había comenzado ...
Las tropas alemanas habían penetrado en territorio sovié-
tico. La hora de la lucha decisiva contra el fascismo había
sonado.
Teníamos que esperar nuevas instrucciones del Centro. Un
trabajo duro y lleno de pesadas responsabilidades nos espe-
raba.

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TERCERA PARTE

1941-1942

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OPERACIÓN «BARBARROJA»

23.VI.1941 al Director.
Siempre fieles a nuestra misión, y conscientes de nuestra
posición de vanguardia, combatiremos desde esta hora memo-
rable con energía redoblada.
Dora

Envié este telegrama al Centro, en nombre de todos mis


hombres, la noche del 23 de junio después de haberme reuni-
do con algunos de mis colaboradores.
La mañana del 22 de junio telefoneé a Jim, Sissy y Pakbo.
Aunque a partir de aquel momento nuestra tarea fuese tan
clara como el día y cada uno supiese lo que se esperaba de
él, decidimos reunirnos para discutir los problemas con detalle.
Fijé la cita en casa de Pakbo, que vivía en Berna, para el día
siguiente. Quería viistar a Sissy y a Bottcher por la noche, en
compañía de mi mujer. En espera de ello, tenía que ir a Lau-
sana a casa de Jim y hablar con Edward y Maud.
En Lausana, Jim vivía en una de las calles altas. Tenía-
mos la costumbre de encontrarnos, tanto en Lausan.a como en
Ginebra, en lugares muy freéuentados, como cafés o estacio-
nes. A veces las circunstancias me obligaban a ir a casa de
Jim; en ese caso le avisaba previamente por teléfono. Jim
había alquilado un piso en la cuarta y última planta de un
gran edificio. Ese piso se prestaba bien al trabajo clandestino.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 191


Al fondo de un largo pasillo, dos pes.adas puertas con cerrojo
eliminaban cualquier posible indiscreción y oponían un serio
obstáculo al visitante indeseable que intentase introducirse en
el antro de Jim. En cualquier caso, antes de que los agentes
de policía hubiesen logrado hundir las dos puertas, Jim tenía
tiempo suficiente para destruir la radio y quemar los papeles
secretos.
El piso se componía de una sala, un dormitorio, una coci-
na y un cuarto de aseo. Para un hombre solo era ideal, pero
el piso era bastante caro: doscientos francos al mes y la pro-
pietaria había exigido el pago de seis meses por adelantado.
El mobiliario era viejo y usado. La antena, que salía de
la emisora colocada sobre una mesa que estaba en un rincón
de la pieza, atraves.aba diagonalmente todo el salón. El receptor
no tenía porque estar escondido, ya que no estaba prohibido
escuchar la radio, pero los otros aparatos estaban cuidadosa-
mente ordenados en un compartimento .acondicionado en lo
alto del armario ropero. Jim había tenido la brillante idea
de esconder el emisor en la funda de una máquina de escri-
bir. En cuanto al compartimento secreto, había sido dispues-
to de tal forma que tendría que desmontarse todo el armario
antes de descubrirlo.
El inspector de policía para extranjeros ya había visitado
a Jim en relación con su permiso de estancia en Lausana. Feote
se comportó inteligentemente. El inspector se interesó por su
situación económica, ya que un extr.anjero sin permiso de tra-
bajo no podía alquilar un piso como aquél si no disponía de
una cuenta bancaria que le asegurase la existenéia durante cua-
tro años como mínimo, o si no recibía regularmente fondos
del extranjero. Según el reglamento, los extranjeros que no
tenían cobertura económica suficiente para una larga estancia,
debían alojarse en pensiones preparadas a este efecto o en
campos de emigrados.
Foote tenía una cuenta bancaria suficiente, constituida por
una parte de la suma que me había entregado el correo en
Belgrado. Este dinero nos había venido muy a propósito.
Jim respondió a la pregunta del inspector diciendo que no
había podido regresar a Inglaterra a causa del cerco de Suiza

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por los alemanes, pero que recibía una suma mensual de se-
tecientos cincuenta francos a través de la agencia Cook & Co. y
que así su subsistencia estaba asegurada. No quería vivir en
un hotel porque, .al no gozar de buena salud, prefería el con-
fort de un piso privado. Tenía un certificado médico atesti-
guando que, durante la guerra civil española, había contraído
una enfermedad que, de vez en cuando, se manifestaba. El
inspector, muy cortésmente, tomó nota de todo esto y ni si-
quiera le comprobó el t.alonario de cheques. La policía no mo-
lestó ya más a Jim. Obtuvo un permiso temporal de estan-
cia, que le prorrogaban cada seis meses sin ponerle ninguna
dificultad.
La instalación de Jim en Lausana había pues transcurrido
bien; las autoridades no sospechaban nada. Supimos que el
servicio cantonal ya no molestaría a ese extranjero «rico y
enfermo» que vivía en una tranquila soledad.
El 22 de junio, pues, me apeé en la estación central de
Lausana y fui a pie hast.a el piso de Jim situado cerca de allí.
Ese domingo, las calles de la ciudad estaban completamente
vacías. En algunos puntos gentes de rostro atemorizado dis-
cutían ante sus puertas las notici.as dadas aquella mañana por
la radio.
Toqué el timbre y oí chirriar el cerrojo de la puerta in-
terior; después, al cabo de unos instantes de silencio, el dueño
de la casa me ojeó por la mirilla de la puerta exterior. Algo
chirrió de nuevo y por fin apareció la alta silueta de Jim.
Entré rápidamente en la antecámara y volvió a cerrar la puerta
cuidadosamente.
Según era habitual, estaba recién afeitado y fumab.a en
pipa. Quería mostrarse tranquilo pero su rostro estaba mar-
cado por la emoción. Su sonrisa irónica había desaparecido.
En su nerviosismo, se trababa aún más que de costumbre al
hablar francés. Para que se sintiera más a gusto empecé a ha-
blarle en inglés.
Hablamos de la posible ~volución de las operaciones mi-
litares. Coincidíamos en creer que los soviéticos iban a recha-
zar el ataque y responder con una contraofensiva. Nuestra
certeza se basaba en la fe que teníamos en la fuerza y el he-

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1 '\ - nf"IDA Tf\Jt:'f"l'DUA
roísmo del Ejército Rojo; igualmente estábamos convencidos
de que la Unión Soviética estaba preparada.
Cuando le pregunté si el emisor funcionaba bien y si el
contacto con el Centro estaba asegurado, Jim respondió que
todo estaba en orden.
Convinimos que en el futuro nos veríamos dos veces por
semana y que, en caso de urgencia, le telefonearía.
-La próxima vez vendré con mi esposa. Es preciso que la
conozca porque es ella quien hará de correo en caso de que
yo no pudiese venir a la cita. Esté tranquilo -añadí-, mi
mujer tiene experiencia y es muy prudente.
Unos días más tarde le presenté a mi esposa con el seudó-
nimo María.
Cuando regresé a Ginebra fui a ver a los Hamel. Era do-
mingo y tenían la tienda cerrada. Esperaban con impaciencia
mi llegada.
Edward y Maud no habían previsto el ataque alemán. Es-
taban muy nerviosos, sobre todo Maud. La buena mujer echa-
ba pestes contra los nazis, contra Alemania y contra Hitler
por no haber mantenido su palabra. Me fue difícil calmarla.
Nos sentamos y discutimos durante media hora sobre nues-
tros asuntos. De hecho, simplemente quería asegurarme de que
el contacto por radio estaba en orden y darme cuenta de su
estado de ánimo.
Les dejé satisfechos; Edward y Maud me produjeron una
buena impresión: estaban dispuestos a luchar. Incluso les pa-
recía que hacíamos poca cosa. Me pidieron más trabajo, decla-
rando que estaban de acuerdo en trabajar las veinticuatro ho-
ras del día si esto podía ser útil al Ejército Rojo.
Entrada la noche, mi esposa y yo nos fuimos a casa de
Sissy y Bottcher. El Centro nos daría tarde o temprano nue-
vas directrices de trabajo y teníamos que discutir nuestras po-
sibilidades a fin de poder, llegado el momento, presentar al
Director hombres válidos ya escogidos. Nuestra conversación
giró esencialmente en torno a este tema.
Sissy también buscaba el medio de aproximarse a personas
de este tipo. Quedamos de acuerdo en que, apenas entrase en
contacto con nuevas fuentes, me informaría de ello para que

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pudiésemos darle ya desde el principio tareas bien definidas.
Mientras estábamos en casa de Sissy, oímos una noticia
importante: la radio inglesa transmitía la declaración de Chur-
chill. El primer ministro británico, que durante mucho tiempo
había abrigado una manifiesta antipatía hacia la Unión Sovié-
tica, se veía obligado a declarar, en nombre de su gobierno,
que los objetivos de Inglaterra y la Unión Soviética conver-
gían en la lucha contra el enemigo común.
Esta decisión política del gobierno inglés tenía un gran al-
cance, porque subrayaba el fracaso diplomático de Hitler que
esperaba levantar a las potencias capitalistas contra la Unión
Soviética. Era Alemania quien se encontraba en una situación
muy crítica, porque tenía que abordar una guerra en dos fren-
tes. Pese a que el segundo frente no se .abrió hasta más tarde,
ofrecía incluso una posibilidad suplementaria de éxito en la
lucha futura.
Unos días más tarde, recibí las siguientes instrucciones:

1.VII.1941 a Dora.
Concentre su atención en las informaciones relacionadas con
el ejército alemán. Siga atentamente y señale regularmente el
desplazamiento hacia el Este de tropas acantonadas en Francia
u otros países occidentales.
Director

Poco después, el Centro nos confió tareas mucho más com-


plejas y más amplias. Es por ello por lo que nos esforzamos
en crear contactos que condujesen directamente a las fuentes
de información.
En los primeros meses que siguieron al ataque alemán
contra la Unión Soviética nuestra tarea esencial fue, pues, no
sólo recoger informaciones sobre el enemigo, sino asegurarnos
la ayuda de nuevos colaboradores y entrar en contacto directo
con informadores de valor. Por supuesto, ya habíamos reali-
zado estas actividades antes y las continuamos a un ritmo ace-
lerado en los .años 1942 y 1943. En la época en que el Ejér-
cito Rojo sufría las derrotas que momentáneamente le hicieron

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retroceder, la busca de nuevas fuentes de información pasó a
ser aún más importante.
Fue a Pakbo a quien primero le sonrió la suerte.
En uno de nuestros encuentros, nos informó alegremente
de que, en un café de Berna, un periodista le había presen-
tado a un hombre que recientemente había sido agregado de
prensa en la embajada francesa. Había sido despedido a causa
de sus tendencias gaullistas porque, según las instrucciones
del gobierno Pétain, debía apartarse de los órganos del estado
a todos los partidarios del general.
-Así pues, su colega en paro es partidario de De Gaulle
-dije, resumiendo las informaciones de Pakbo.
-Naturalmente. Es oficial y realmente ha prestado gran-
des servicios a Francia. Por supuesto, odia a los partidarios de
Pétain. No por la injusticia que con él han cometido, sino
porque han traicionado a Francia. Parece ser que tiene mu-
chas relaciones; incluso tendría hombres en Berlín, donde tra-
bajó hace tiempo como periodista, y, siendo alsaciano, habla
perfectamente alemán.
-Un hombre dispuesto a luchar por la liberación de Fran-
cia es conveniente para nuestro trabajo. Voy .a consultarlo
con el Centro.
Dejé a Pakbo, asegurándole que en los próximos días le
haría saber si podía continuar sus conversaciones con el diplo-
mático o si por el contrario debía abandonar toda relación
con él. Era evidente que estaba en contacto con los servicios
de información de De Gaulle.
El Centro aprobó nuestros contactos con el francés. Éste,
cuando supo quién era Pakbo, aceptó con entusiasmo trabajar
para nosotros. En su opinión, el Ejército Rojo era la única
fuerza capaz de aplastar a los alemanes y de facilitar así la libe-
ración de Francia. Nuestro nuevo amigo estaba dispuesto a
todo para alcanzar ese fin lo más rápidamente posible, y me
produjo realmente una buena impresión. Trabajó con el seudó-
nimo Salter. Nunca le encontré personalmente; estaba en con-
tacto con él a través de Pakbo.
En esa época la situación en el frente germano-soviético
era muy crítica. El Ejército Rojo. que no había podido ser

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movilizado a tiempo, presionado por las tropas alemanas, ma-
yores en número, se replegaba hacia el Este librando rudos
combates. En julio y agosto el enemigo ocupó Moldavia, Bie-
lorrusia, las repúblicas bálticas, una parte importante de Ucra-
nia, así como la república soviética de Carelia. Combates de-
sesperados se libraban en la carretera que llevaba a Leningra-
do, en los territorios de Smolensk, Briansk, Dniepropetrosk
y Jerson. Odesa, rodeada por tierra firme, resistía heroicamen-
te, reteniendo a la casi totalidad del ejército rumano. El ene-
migo, y_ue tenía la ventaja de la iniciativa estratégica, soñaba
con terminar la «campaña del Este» en pocas semanas, confor-
me al plan Barbarroja, preparado con antelación y puesto al
alcance del público por la literatura de posguerra.
Según este plan, expuesto con detalle en la 21.ª directiva
de Hitler: «Las fuerzas alemanas debían estar preparadas para
una acción militar rápida, antes incluso de terminar con In-
glaterra». El principio del plan militar estaba enunciado como
sigue: «Las tropas del ejército soviético acantonadas en la re-
gión occidental de Rusia deben ser .aniquiladas por audaces
operaciones de las unidades blindadas de avanzadilla. Es pre-
ciso impedir que unidades capaces de luchar se replieguen ...
Objetivo final de las operaciones militares: crear una línea de
demarcación frente a la Rusia asiática, en principio en la línea
Arcangelsk-Volga » .1
Los planes de los dirigentes del Tercer Reich, que apun-
taban .a los Urales, habían previsto una amplia participación
de la potencia aliada que representaba Japón. Éste podía ocu-
par el grueso de las tropas soviéticas en Extremo Oriente, fa-
cilítando así los planes de la Wehrmacht. El ejército .acanto-
nado en la península de Kuantong, en Manchuria, a lo largo
de la frontera soviética, representaba un serio peligro.
En realidad, un pacto de no .agresión se había firmado entre
la Unión Soviética y el Japón, pero no podían ignorarse las
verdaderas intendones del gobierno japonés, bastante agresivo.
Logramos reunir ciertas informaciones en los medios diplomá-

l. Hitlers Weisungen für die Kriegsführung, 1939-1945, Francfort del


Maine, 1962, págs. 183-188. Hitler parle a ses généraux, A. Michel, 1964.

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ricos de Berna. En agosto de 1941, el Centro recibió el si-
guiente telegrama:

7.VIII.1941, al Director.
El embajador del Japón en Berna ha declarado que no era
previsible un ataque japonés contra la Unión Soviética mien-
tras Alemania no haya conseguido victorias importantes en el
frente.
Dora

Se sabe que Richard Sorge, el excelente agente que traba-


jaba en el Japón, había transmitido informaciones mucho más
detalladas. Sus informes dignos de fe habían permitido al
mando del Ejército Rojo desplazar sin inquietudes tropas del
Extremo Oriente al Oeste. Estas divisiones jugaron un gran
papel en los días críticos, cuando el ataque alemán contra
Moscú debía ser rechazado.
En las duras condiciones de la primera etapa de la guerra,
el estado mayor del Ejército Rojo tenía especial necesidad de
informes estratégicos. El Centro nos dirigía, casi a diario, pre-
guntas. Las emisoras de Ginebra y Lausana transmitían regu-
larmente durante la noche, y a veces también de día, las in-
formaciones recogidas por nuestra red.

2.VII.1941, al Director.
El plan de operaciones militares alemanas actualmente en
vigor es el plan n.º l. Objetivo: Moscú; los ataques en los
fZancos no son más que maniobras de diversión. El sector cen-
tral del frente está principalmente afectado por el peligro.
Dora

23.VIII.1941, al Director.
28 nuevas divisiones se han formado en Alemania, y deben
estar preparadas para septiembre.
Dora

20.IX.1941, al Director.
Los alemanes proyectan ocupar Murmansk para cortar las

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líneas de comunicaczon entre la Unión Soviética, Inglaterra y
los Estados U nidos y paralizar, gracias a la presión ejercida
por los japoneses, los transportes americanos en circulación por
Vladivostok.
Dora

Esto no es más que una ínfima muestra de las informa-


ciones que recibíamos y transmitíamos en los primeros meses
de la Guerra Patriótica. Pese a la distancia que separaba Sui-
za de Moscú, el enlace era bueno. Nuestros operadores captaban
perfectamente el potente emisor del Centro y los telegrafistas
de Moscú, que conocían ya la «escritura» de Edward, Jim y
Maud, encontraban rápidamente, en el barullo de sonidos dife-
rentes, nuestro indicativo.
Todo fue bien durante un cierto tiempo. Sin embargo en
julio ocurrió lo que más temíamos.
Los servicios de investigación de la Abwehr -el contra-
espionaje militar alemán- habían organizado una red que le
permitía localizar las emisoras ilegales. Utilizaba para ello gQ-
niómetros de pequeño o gran radio. Con la ayuda de estos
aparatos, los expertos de la Abwehr lograron localizar los lu-
gares de emisión de gran número de emisoras ilegales, perte-
necientes al ejército, o a agentes o partísanos. Estas emisoras,
que funcionaban en varias ciudades europeas, servían a orga-
nismos de información que trabajaban contra las potencias del
eje, a movimientos de resistencia y a organizaciones comunis-
tas ilegales.
Hoy sabemos que, hacia mediados de julio de 1941, los
goniómetros de gran radio de Crantz, en la orilla del mar
Báltico (en Prusia Oriental), que vigilaban las emisiones diri-
gidas a Moscú, descubrieron un potente emisor que estaba
en contacto permanente con las estaciones occidentales. Los
alemanes suponían que ese emisor, que funcionaba en alguna
parte de la zona de Moscú, era el del servicio de información
soviético. Después del ataque contra la Unión Soviética, loca-
lizaron en Berlín y Bruselas emisoras ilegales que transmitían
mensajes en clave a Moscú. El servicio de radio de la Abwehr

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puso a la Gestapo en el camino de buscar las emisoras de los
agentes soviéticos.
A principios de julio, el mismo servicio de vigilancia en
Crantz captó las emisoras de nuestro aparato de Ginebra. Al
principio sólo pudo localizar .aproximadamente el emisor de
Edward y Maud. Un año más tarde, los alemanes habían ya
establecido con certidumbre que el emisor que les preocupa-
ba se encontraba en Ginebra. El antiguo agente alemán Flicke,
que durante trece .años había ocupado un alto cargo en el
servicio de radio de la Abwehr, describe con detalle esta ope-
ración.1 Este experto, iniciado en los secretos de los servicios
de reconocimiento alemán, atestigua que los alemanes vigila-
ban sin cesar el emisor de Ginebra. Después de un cierto tiem-
po también localizaron el aparato de Jim en Lausana.
Un peligro invisible amenazaba a nuestra red. Pero conti-
nuamos tranquilamente nuestro trabajo, sin sospechar que el
enemigo estaba sobre nuestra pista y que, en el éter, ya ha-
bíamos sido «cogidos».
La localización de la emisora no significaba, naturalmente
que los alemanes pudiesen tomar inmediatamente medidas para
liquidar nuestra organización. Flicke escribe que algunos de
mis telegramas fueron descifrados en aquella época.2 Esto no
es más que una afirmación fantasiosa. Descubrir la clave de
un sistema de codificación, lo que habría permitido descifrar
íntegramente o en parte algunos de mis telegramas, es abso-
lutamente imposible cuando se trata de un sistema doble. No
se puede proceder al descifrado si no se posee esa clave. Y en-
tonces se puede leer todo· el texto y no sólo una parte del
telegrama. Los mensajes captados en la época que cita Flicke,
no pudieron ser descifrados hasta años más tarde cuando la
clave cayó en manos de los alemanes.
De todas formas, a más de mil kilómetros de distancia, en
la orilla del mar Báltico, el peligro había empezado a acechar.

l. W. F. Flicke, Agenten funken nacb Moskau, págs. 8-18.


2. Idem, págs. 14-22.

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LA BATALLA DE MOSCÚ

En el frente germano-soviético, la situación empeoraba. El


ejército .alemán, superior en número en las unidades más im-
portantes, conservaba la iniciativa.
El 10 de agosto, pude informar, de fuentes seguras, que
el alto mando alemán lanzaba sus tropas contra Moscú pasan-
do por Briansk.
Como escribe Paul Carell en su libro titulado «Operación
Barbarroja», esta información era verídica pues precisamente
era esto lo que el estado mayor alemán se había propuesto
hacer. 1
Pero las operaciones no se desarrollaban como habían es-
perado los estrategas alemanes. La encarnizada lucha defensiva
de las tropas soviéticas anuló las esperanzas que el enemigo
había puesto en la guerra relámpago. En otoño de 1941, se
hizo evidente que la operación, de la que tanta publicidad
había hecho la propaganda alemana, era un fracaso. El frente
se había estabilizado temporalmente en el sector clave.
Sin embargo, a raíz de las derrotas del Ejército Rojo, .en
verano, el enemigo había penetrado porfundamente en territo-
rio soviético.
A principios de septiembre, los nazis habían ocupado las
bases navales del Báltico e iniciado el bloqueo de Leningrado.
La ciudad sólo podía comunicar con Moscú por el lago La-
doga, o por vía aérea.
El enemigo se encontraba en Smolensk, a trescientos kiló-
metros de la capital. Había ocupado casi totalmente Ucrania,
amenazaba la región industrial de Kharkov, la cuenca del Do-
nets, la península de Crimea y las. bases militares del mar del
Norte.
L P. Carell, Operación Barbarroja, Laffont, 1964. Paul Carell es el
seudónimo de Paul Schmidt, director de prensa del gabinete Ribbentrop.

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En los cines de Ginebra veíamos mi mujer y yo, con el
corazón en un puño, los noticiarios alemanes que mostraban
Leningrado. En esos films tomados con teleobjetivo desde lo
alto de la colina de Pulkovo, se distinguía claramente el perfil
del Almirantazgo.
Los generales de Hitler hubiesen querido terminar la guerra
a cualquier precio antes del invierno. Lo más importante era
la toma de Moscú. Pero el mando soviético reforzó ese sector
del frente concentrando en él el grueso de sus tropas.
«La batalla de Moscú fue el acontecimiento más impor-
tante de la primera etapa de la Gran Guerra Patriótica. La
actividad militar, dada su amplitud y duración, no se igua-
ló en el resto de la Segunda Guerra Mundial. Las operaciones,
en las que participaron entre ambas partes 172 divisiones,
cerca de 30.000 cañones y lanza-bombas, 2.500 carros y 1.500
aviones, se desarrollaron en una extensión inmensa -7 50 ki-
lómetros de línea del frente y 400 kilómetros de profundi-
dad- y duraron cerca de seis meses.» 1
El 6 de septiembre, Hitler ordenó al mando supremo de
la Wehrmacht lanzar un ataque general en el frente germano-
soviético. El cuerpo de ejército Norte recibió la orden de
cerrar el cerco en torno a Leningrado y realizar la unión con
las tropas finlandesas que atacaban los lagos Ladoga y Onega.
El objetivo del cuerpo de ejército Sur era ocupar Crimea y la
cuenca del Donets. En cuanto al cuerpo Centro, recibió orden
de cerrar y aniquilar las unidades soviéticas del Este de Smo-
lensko, y después continuar el avance hacia Moscú.
Así empezó la gigantesca batalla que, según los planes de
Hitler, debía decidir el resultado de las luchas contra la Unión
Soviética y toda la guerra mundial.
Los alemanes, pese a las enormes pérdidas en hombres y
material sufridas durante el verano, estaban en franca supe-
rioridad en los sectores más importantes del frente, gracias al
reagrupamiento de sus tropas y el traslado de sus reservas del
oeste. El 30 de septiembre, el enorme cuerpo de ejército
del Centro inició el ataque decisivo contra Moscú.
l. Historia de la Gran Guerra Patriótica. 1941-1945 (abreviada-
mente GGP), Budapest 1964, volumen II, pág. 180.

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Hacia mediados de octubre, las unidades blindadas y mo-
torizadas del enemigo habían roto en varios puntos las líneas
soviéticas de defensa y se encontraban a 80 o 100 kilómetros
de la capital. Los combates se desarrollaban con violencia
inusitada creando una situación compleja y peligrosa. Moscú,
amenazada, se había convertido en una ciudad del frente.
En Suiza, seguíamos con simpatía e inquietud la heroica
resistencia de la capital. Las emisoras alemanas alardeaban
con confianza, proclamando que la suerte de Moscú estaba
echada y que, hoy o mañana, los valientes soldados del Führer
iban a desfilar victoriosos por las calles y plazas de la capital.
Pero la voz del locutor, que desde Moscú transmitía las
noticias de la Oficina Soviética de Información, estaba tran-
quila. Confiábamos en los defensores de la capital, esperando
que permanecieran firmes pese a que la situación era incon-
testablemente grave.
Continuábamos con nuestro trabajo. Las emisoras de Gine-
bra y Lausan.a estaban en contacto constante con Moscú. Jim,
Edward y Maud trabajaban al máximo y transmitían regular-
mente noticias al Centro.
Las informaciones recibidas de nuestras diversas fuentes
no dejaban lugar a dudas sobre el eje principal del ataque ale-
mán. Nos esforzábamos en conseguir nuevas informaciones so-
bre los planes del enemigo y las reservas de que disponía, sobre
el reagrupamiento de sus tropas y las pérdidas sufridas ante
Moscú. El Centro nos pedía recoger, a no importa qué precio,
informaciones completamente fiables.
A través de Sissy y Pakbo, pedí a nuestros colaboradores
que recogiesen más rápidamente las informaciones, y que bus-
casen nuevas fuentes informativas. Pakbo pronto me hizo sa-
ber que un viejo amigo de Salter, uno de nuestros colabora-
dores, aceptaba trabajar con nosotros.
Al igual que Salter, este nuevo colaborador, a quien en
los telegramas al Centro le di el nombre de Long, era un
agente profesional. Cuando tiempo atrás Salter trabajaba en la
diplomacia, Long había escondido sus actividades secretas bajo
la máscara de la actividad periodística. Oficial de. la Legión
de Honor, agente importante del Deuxieme Bureau del estado

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mayor francés Long había sido durante la guerra corresponsal
en Berlín de los grandes periódicos franceses. En 1940, des-
pués de la derrota de Francia, se había negado a colaborar
con el régimen de Pétain y, refugiado en Suiza, se había unido
, a los partidarios de De Gaulle.
Entonces vivía en Berna y trabajaba para el Comité Na-
cional de Francia Libre, instalado en Londres. El gobierno so-
viético había entrado en contacto con este Comité tan pronto
como su presidente, el general De G.aulle, declaró el 24 de
junio de 1941: «El pueblo francés apoya al pueblo soviético
en su lucha contra Alemania». Más tarde, el 27 de septiem-
bre de 1941, la Unión Soviética estableció una alianza con el
Comité de Francia Libre.
Habida cuenta de esta alianza, que en esos años fue firme
y duradera, como ya se sabe, no había nada raro en que el
agente francés aceptase colaborar con nosotros. En tales casos
la «duplicidad» no era calificable de traición. Por el contra-
rio, era un gesto meritorio que contribuía a aplastar las fuer-
zas fascistas.
Estas convicciones impulsaron a Long, al igual que a Salter
que lo había recomendado, .a trabajar con nosotros. Tal vez
sus jefes aprobaban esta decisión de igual modo que el Cen-
tro aceptaba la ayuda de estos hombres experimentados. Más
tarde, el Director agradeció en varios telegramas las informa-
ciones exactas recibidas de los agentes franceses.
Salter y Long estaban persuadidos de que su país no po-
día ser liberado más que si el Ejército Rojo conseguía una
victoria total sobre las fuerzas hitlerianas. Para acelerarla lo
más posible, trabajaban concienzuda y eficazmente.
Long era un agente previsor e inteligente; tenía intere-
santes relaciones en diversos medios sociales. Algunas de estas
relaciones eran sin duda fruto de un trabajo concienzudo an-
terior a la guerra, otras eran más recientes. Disponía de va-
rias fuentes valiosas.
Long había establecido serios contactos con los servicios
suizos de información. Estaba en relación con burgueses ale-
manes emigrados y con personas residentes en Berlín, teatro
de sus actividades de anteguerra. Recibía además valiosas in-

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formaciones de los gaullistas que trabajaban concretamente en
el gobierno de Vichy.
Así, a partir de octubre de 1941, mi grupo se enriqueció
con un nuevo y valioso colaborador.
Pakbo era quien tenía el contacto directo con Long.
Se encontraban en Berna, su residencia habitual. Long, agen-
te de profesión, valoraba él mismo sus informaciones y las
repartía entre los servicios de investigación soviético y gau-
llista. Hizo comprender a Pakbo en varias ocasiones que ayu-
daba a los servicios soviéticos porque, en el frente germano-
soviético, el mando del Ejército Rojo podía utilizar sus infor-
maciones más eficazmente.
Una noche de octubre de 1941, el indicativo del Centro
se perdió en el éter. Los operadores me informaron inmedia-
tamente de que no podían establecer contacto con nuestros
colegas. Como hasta entonces siempre habíamos oído perfecta-
mente la fuerte voz de la emisora de Moscú, hicimos todo
tipo de suposiciones. Jim, Edward y Maud pasaron noches
enteras ante el aparato intentando encontrar entre los silbidos
y toses de otras estaciones el indicativo de Moscú, pero fue
en vano. ·
¿Qué había ocurrido? Si el Director hubiese escogido un
nuevo código y una nueva hora de emisión, nos habría avi-
sado previamente. ¿Y si la estación del Centro hubiese sido
bombardeada?
Muy inquietos, mandamos mensaje tras mensaje sin recibir
respuesta alguna.
Pese al asedio, Moscú continuaba batiéndose. Pero el Cen-
tro seguía silencioso.

29.X.1941, al Director.
No le oímos desde hace varios días. ¿Se reciben ahí nues-
tros mensajes? ¿Debemos continuar emitiendo o esperamos a
que la comunicación se restablezca? Pido una respuesta.
Dora

Como los anteriores, este telegrama quedó sin respuesta.


Hasta entonces el Centro siempre había acusado recibo de nues-

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tos mensajes; confirmaba haber recibido nuestro telegrama tal
o cual número. Ahora la radio del Centro permanecía muda,
como si no existiera. Indudablemente, algún acontecimiento
excepcional se había producido.
¿Qué había podido ocurrir en el Este, en la capital so-
viética amenazada por las tropas enemigas? Esta pregunta no
nos dejaba en paz.
Sospechábamos, sin embargo, la razón de este silencio. Ha-
bida cuenta de la situación peligrosa creada en torno a Moscú,
el Centro probablemente había trasladado, como medida de
precaución, la radio h;cia el Este. Hacía falta tiempo para
volverla a instalar y restablecer la comunicación. Basábamos
nuestras suposiciones en los comunicados de Berlín y Moscú
y en una información de fuentes occidentales aparecida en los
periódicos suizos según la cual algunos servicios administrati-
vos y el conjunto del Cuerpo diplomático habían sido trasla-
dados de Moscú a Kuibichev. Sólo esta evacuación podía ex-
plicar que el Centro cortase todo contacto en un momento tan
crítico.
En sus Memorias, recientemente publicadas, el general
S. M. Stemenko, entonces joven coronel agregado a la sección
estratégica del estado mayor soviético, da la clave del ·enig-
ma: «A fin de asegurar en toda circunstancia la buena direc-
ción del ejército, el Cuartel General decidió dividir su estado
mayor en dos grupos. El primero permanecería en Moscú, el
segundo sería evacuado. . . El 17 de octubre por la mañana
empezaron a cargar las cajas fuertes en los vagones ... Llega-
mos a destino el 18 de octubre». 1
Estas fechas concuerdan perfectamente con la ruptura de
nuestras comunicaciones radiofónfoas.
En la lejana Suiza, seguíamos, día a día y con una fiebre
creciente, los comunicados militares que nos informaban de
que las divisiones alemanas atacaban las líneas defensivas so-
viéticas y, rompiendo por acá y por allá las filas del Ejército
Rojo, intentaban cercar Moscú.
A fines de noviembre, o principios de diciembre, cuando

l. S. M. Stemenko, Ou fut forgée la victoire, Budapest, 1969.

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los alemanes, pese a sus graves pérdidas, ejercían aún una
tremenda presión sobre Moscú, nuestra comunicación con el
Centro fue restablecida. En la obra citada, Stemenko precisa
que, desde el mes de diciembre, el segundo destacamento del
estado mayor había regresado a Moscú. Entonces oímos de
nuevo- su emisor. Los operadores del Centro continuaron trans-
mitiendo tan clara y rápidamente como siempre sus mensajes,
preguntas y órdenes, sin ninguna alusión a la pérdida de con-
tacto, como si ésta no hubiese existido. Todo volvió a la nor-
malidad. Tranquilizados ya, enviamos rápidamente las infor-
maciones que se habían acumulado y que, en especial las pro-
cedentes de Long, contenían importantes elementos.
He aquí uno de mis informes que, a causa de la ruptura
del contacto, no pudimos transmitir hasta un mes más tarde.

27.X.1941, al Director.
Un colaborador del gabinete de Ribbentrop (al que lla-
maré desde ahora Y nés) ha transmitido desde Berlín al Neue
Zürcher Zeitung la información siguiente:
1. Los carros de las unidades de propaganda están esta-
cionados en Briansk, esperando entrar en Moscú. La fecha de
entrada se ha fijado para el 14 y luego para el 20 de octubre.
2. El 17 de octubre se han dado órdenes para el caso
de que el sitio de Moscú se prolongase. Elementos de artillería
costera pesada se han retirado de la línea Maginot y de Ko-
nigsberg: desde hace unos días están de camino hacia Moscú.
La prensa alemana ha recibido la prohibición de hablar
de la batalla de Moscú.
Dora

La persona que había transmitido estas informaciones a


Long no era otro que Ernst Lemmer, el conocido publicista
cuyo nombre figura a menudo en las columnas del Pester Lloyd,
el diario semioficial del gobierno Horthy, que aparecía en Bu-
dapest escrito en .alemán. Long le había conocido cuando re-
sidía en Berlín. Lemmer redactaba el boletín de política extran-
jera alemán; desde 1940 era, además, corresponsal del Neue
Zürcher Zeitung en la capital del Tercer Reich. Este informa-

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dar que ocupaba una posición tan estratégica y al que di el
seudónimo de Ynés, transmitió más tarde a Long importantes
informaciones sobre el gabinete de Ribbentrop. Después de
la guerra, Lemmer fue durante un tiempo miemb110 del go-
bierno oeste-alemán. Murió poco después.
Como ya he mencionado, Long tenía otra fuente de infor-
mación precisa: el .agente de información del estado mayor
suizo que recibía de sus colegas informes del tipo siguiente:

28.X.1941, al Director.
Según informaciones procedentes de medios gubernamenta-
les húngaros, el cuerpo expedicionario húngaro en el frente
del Este comprende 40.000 hombres.
Dora

26.X.1941, al Director.
Berlín. De Suiza.
A finales de junio los alemanes tenían 22 divisiones blin-
dadas y 10 en reserva. Hasta finales de septiembre 9 de estas
32 divisiones han sido totalmente aniquiladas, 6 divisiones han
perdido el 60 % de sus efectivos, la mitad de los cuales han
sido reemplazados. 4 divisiones han perdido el 30 % de su
equipamiento mecánico. Este equipo también ha sido reem-
plazado.
Dora

Son igualmente dignos de atención los informes de Long,


que, pese a un retraso de algunas semanas, aún podían ser
útiles.
«La orden de Hitler ordenando la toma de Murmansk y
la marcha sobre el Cáucaso se basa en la suposición de que
Leningrado y Ocles.a serán tomadas antes del 18 de septiem-
bre. Ambos proyectos han sido abandonados.»
«De 20: a 22 divisiones están actualmente estacionadas en
Francia, principalmente unidades territoriales (Landsturm). Los
efectivos actuales varían rápidamente a causa de las pérdidas
constantes. A principios de octubre, las tropas estacionadas

208 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


en Burdeos y más al sur se han encaminado hacia el frente
del Este.»
En el mes de diciembre, nuestras emisoras de Ginebra y
Lausana comunicaron intensamente con el Centro. Debíamos
transmitir lo más rápidamente posible noticias muy diversas.
Jim, Edward y Maud trabajaban hasta el agotamiento durante
la noche, y a veces incluso durante el día, enviando telegra-
ma tras telegrama. Cito dos mensajes transmitidos en di-
ciembre.

9.XII.1941, al Director.
De Luisa. Berlín.
El nuevo ataque contra Moscú no es una maniobra pre-
vista estratégicamente. Se ha iniciado porque el descontento
va cundiendo en el ejército alemán al no cumplirse ninguno de
los objetivos previstos desde el 22 de junio. La resistencia
de las tropas soviéticas ha obligado a los alemanes a renunciar
a sus proyectos: N.º 1: los Urales, N.º 2: Arcangelsk-Astracán,
N.º 3: el Cáucaso.
Dora

12.XII.1941, al Director.
De los oficiales de Munich, a través de Luisa.
A principios de noviembre, el acuartelamiento de invierno
del ejército alemán se ha previsto en la línea Rostov-Smolensk-
V iazma-Lenin grad.
El ejército alemán ha comprometido todas sus reservas hu-
manas y materiales en las batallas de Moscú y Crimea. Los
cuarteles y campamentos de A/,emania están casi vacíos y el
entrenamiento de la infantería se ha reducido a ocho semanas.
Para el ataque contra Moscú y Sebastopol, los alemanes
han recurrido a los morteros pesados y a los cañones de larga
distancia en reserva en las fortalezas alemanas. Este material
ha sido llevado directamente a su destino por tractores y blin-
dados especiales.
El alto mando del ejército alemán había previsto, desde
noviembre, el fracaso de las operaciones; es entonces cuando

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209
14 • DORA INFORMA
se dio cuenta de que las tropas soviéticas en retirada se habían
detenido ante Moscú.
Dora

La batalla de Moscú dejaba presagiar un cambio en la


situación. Las informaciones que recibíamos testimoniaban el
desorden y la precipitación en las filas enemigas. Son de des-
tacar sobre este tema las constataciones del Oberstdivisionar
(general de división) Eugen Bircher de Zurich. Bircher era
el jefe de la comisión sanitaria especial que los alemanes ha-
bían invitado a los territorios situados tras el frente del Este.
Uno de estos colaboradores logró relacionarse con Bircher,
quien, en el curso de sus conversaciones, le suministró infor-
maciones muy interesantes.
Este médico que acababa de llegar de Smolensk, pensaba
que los alemanes habían perdido la iniciativa en el frente del
Este. Hasta su último viaje a Smolensk, Bircher había creído
en una victoria alemana, pero ahora se daba cuenta de que
ya no era posible. Había estado en Berlín antes del ataque de
noviembre y se había entrevistado con Goering al que cono-
cía desde hacía tiempo. Goering le dijo: «Pronto vamos a lan-
zar un nuevo ataque contra Moscú; emplearemos todas las
fuerzas y esperamos terminar en dos semanas, si las ráfagas
de nieve no paralizan la artillería pesada». «¿Y después?», pre-
guntó Bircher. Por toda respuesta Goering levantó los hom-
bros. Los generales alemanes con que se entrevistó Bircher
habían declarado: si Moscú cae, continuaremos; si no cae, en-
tonces nuestras tropas se retirarán hasta Smolensk, y perma-
necerán a la defensiva.
Bircher había podido ver a un buen número de oficiales
alemanes. Un médico militar agregado al estado mayor le ha-
bía informado de que, hasta principios de octubre, 1.250.000
hombres habían caído en el frente del Este o habían sido heri-
dos. Una pérdida de dos millones provocaría una crisis en el
ejército. El estado mayor alemán estimaba que ese momento
crítico podía llegar a finales de invierno.
Deprimidos por el fracaso de las operaciones ante Moscú,
los alemanes parecían tener la necesidad de desahogarse con

210
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Bircher. Además -señaló Bircher- esos oficiales pertenecían
a un grupo de oposición a Hitler. No aprobaban las concep-
ciones políticas y estratégicas de Hitler y soñaban con instaurar
en Alemania una dictadura de una élite militar. Muchos oficia-
les pensaban, dijo Bircher, que la locura de Hitler había
acorralado a su ejército. Los generales, los oficiales de estado
mayor, y el propio Goering, parecían considerar que la victo-
ria era imposible a partir de ese momento; la duda empezaba
a infiltrarse entre los oficiales. Así, el ayudante de campo ge-
neral Brauchitsch, comandante en jefe del ejército de tierra,
había confesado a Bircher que, según su jefe, la moral de las
tropas se alteraba. De la fuerza de choque de la Wehrmacht,
hacia finales de octubre 16 divisiones blindadas habían sido
aniquiladas en el frente del Este.
Según este observador «neutral», la Wehrmacht había su-
frido efectivamente golpes serios.
Las simpatías de Bircher por los nazis son mencionadas
con muchos elogios en las «Memorias» del general Hans Spei-
del, antiguo jefe del estado mayor de Rommel ( después de la
guerra fue durante un cierto tiempo comandante en jefe de
las fuerzas de la OTAN en Europa Central). 1 La Neue Zür-
cher Zeitung, que ciertamente no era un periódico de izquier-
das, las comentó bastante amargamente (5 de octubre de 1969)
diciendo que la conducta de Bircher -durante la guerra- no
podía ser considerada como «positiva sin reservas» desde el
punto de vista suizo.
Todo aquello de lo que nos enterábamos a través de Bir-
cher era enviado al Centro sin dilaciones.
Estos elementos fueron completados por los telegramas si-
guientes:

6.1.1942, al Director.
Por medio de Long, del coronel de estado mayor suizo
que se ha entrevistado el 11.XII.1491 con el ayudante de
campo de Brauchitsch:
Estas últimas cuatro semanas los alemanes han perdido

l. Hans Speidel, Zeitbetrachtung. Maguncia, 1969.

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cerca de 32.000 hombres diarios. Las unidades alemanas de
élite no han estado a la altura de la situación: han sido batidas
en retirada o aniquiladas. La mitad de la flota aérea y los trans-
portes motorizados han sido destruidos. Los rusos han utiliza-
do solamente sus unidades de élite} que acaban de sobrepasar
a las tropas alemanas.
Dora

Hacia esa misma fecha, Pakbo recibió de Long una infor-


mación que apoyaba lo que habíamos recibido a través del
Dr. Bircher.

21.XII.1941} al Director.
Un agente de enlace del Cuartel General alemán ha co-
municado a Long:
l. Se prevé en Alemania la preparación de 650.000 a
700.000 soldados de 19 a 20 años de edad.
2. No es la gigantesca cifra de pérdidas en el frente del
Este lo que inquieta al estado mayor alemán, sino su calidad.
En efecto, las mejores unidades alemanas, las más experimen-
tadas, las que hasta entonces sólo habían cosechado victorias}
han sido destruidas. Las que quedan no son más que una
masa poco preparada.
3. Los alemanes necesitarán un respiro de 2 a 4 meses a
fin de lanzar en la primavera un ataque decisivo. Temen mu-
cho que los rusos no lo concedan.
Dora

El general Guderian constata que, a raíz de la resistencia


de las tropas soviéticas en torno a Moscú, «los efectivos de las
unidades combatientes disminuían rápidamente, lo que desmo-
ralizaba fuertemente a las tropas dispuestas para el combate»-.1
El 13 de diciembre fue día de fiesta para nosotros. Desde
hacía tiempo, Lena y yo no habíamos estado de tan buen hu-
mor, pues la oficina de información soviética anunció que el
plan de los alemanes relativo al cerco y toma de Moscú había

l. Heinz Guderian, Souvenirs d'un soldat. Pion, 1954.

212
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fracasado. Con una voz clara y triunfante, el locutor de radio
Moscú leyó el comunicado según el cual las tropas soviéticas
habían rechazado el segundo ataque contra Moscú, pasando
desde el 6 de diciembre de 1941 a la contraofensiva, e infli-
giendo al enemigo una fuerte derrota.
«La fuerza del ataque soviético y la amplitud de la con-
traofensiva -escribe el general alemán Tippelskirch- fueron
tales que rompieron la línea del frente en una longitud bas-
tante grande y caus.aron una catástrofe casi total.» 1
Otro general alemán, Sigfried W estphal, reconoce que «el
ejército alemán, al que se creía invencible, estaba amenazado
de derrota». 2
El vicealmirante Assman confiesa en su libro titulado Los
años decisivos para Alemania: «El curso de la guerra tomó
un giro decisivo en el campo de batalla de Moscú; allí fue
donde, a finales de 1941, las fuerzas de asalto del ejército
alemán fueron derrotadas por primera vez; donde las tropas
alemanas fueron encargadas de tareas que no pudieron reali-
zar; también por primera vez, el enemigo tom6 la iniciativa.
El ejército alemán no pudo resistir el ataque enemigo más
que a costa de graves pérdidas».3
Al mismo tiempo el escenario de la guerra mundial se ha-
bía ampliado. Después del ataque japonés a Pearl Harbour, los
Estados Unidos también habían entrado en guerra contra el
bloque fascista.
En Suiza conocíamos bien los apuros que reinaban en el
estado mayor de Hitler, a causa del resultado de la batalla de
Moscú. Long, a través de Ynés, había recibido informaciones
de Berlín bastante detalladas.
Los primeros días de 1942 nos trajeron las noticias de que,
para paliar las inmensas pérdidas sufridas en hombres y ma-
terial, Hitler se veía obligado a tomar medidas excepcionales.
Llamó a Alemania a la guerra total, lo que significaba la mo-
vilización de todas las reservas materiales y humanas del Ter-

l. Kurt von Tippelskirch, Geschischte des zweiten W eltkrieges,


Bonn 1951, pág. 209.
2. The fatal decisions, Nueva York 1956, pág. 34.
3. Heinz Assman, Deutsche Schicksalsjabre, Wiesbaden, pág. 286.

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cer Reich. Alrededor de dos millones de hombres fueron en-
rolados.
Se reemplazó un gran número de oficiales alemanes; nue-
vos comandantes venían a sustituir a los «equivocados». El
Führer, exasperado, revocó al general von Brauchitsch y tomó
personalmente el mando de los ejércitos de tierra. Ynés, nues-
tro informador de Berlín, nos comunicó esta información que
transmití rápidamente al Centro.
Ynés nos alertó contra las esperanzas de aplastar rápida-
mente a los alemanes. Pese a las inmensas pérdidas en hom-
bres y material, el ejército y la industria disponían aún de
reservas suficientes.
Este toque de alerta estaba justificado. Hubiese sido fatal
subvalorar la fuerza de la Wehrmacht. Era preciso golpearla
mientras estuviese bajo el efecto de la derrota inesperada y
no darle tiempo para rehacerse. El mando del Ejército Rojo
tomó en cuenta esta información y, en enero, a lo largo de todo
el frente, las tropas soviéticas no cesaron de atacar.

ROSIE Y NUEVAS FUENTES

En 1942 nuestro grupo se enriqueció con algunos colabo-


radores nuevos, dispuestos a luchar contra el fascismo.
Recibíamos más y más información y nuestros dos opera-
dores utilizaban las dos emisoras con un rendimiento máxi-
mo. El estado mayor del Ejército Rojo pedía cada día más
información. El Centro nos sugería reclutar otro telegrafista.
No era fácil encontrarlo, montar una nueva emisora e iniciar
al operador en su trabajo; pero no teníamos otra salida.
Encontramos una chica en quien podíamos confiar, Mar-
garita Bolli. Su padre, antifascista convencido, era empleado
y vivía cerca de Basilea. Descendía de una secta herética expulsa-
da, en otro tiempo, de la Italia católica a causa de sus con-
vicciones anticlericales. Margarita también era antifascista y ya

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había realizado algunas m1S1ones para su padre. Odiaba a los
nazis. Al principio, le dijimos simplemente que, si deseaba par-
ticipar en la lucha contra el fascismo, podíamos ponerla en
contacto con algunos compañeros. La chica aceptó encantada.
La esbelta Margarita de cabellos negros tenía el tipo ca-
racterístico de la gente del Sur. Al principio la utilizamos
como mensajero. Cumplió hábilmente esta tarea, era pruden-
te, vigilante y siempre puntual a las citas.
Más tarde le propusimos iniciarla en los secretos de la
transmisión por radio. Fue Jim el encargado de prepararla,
porque conocía mejor su aparato y la técnica de la transmi-
sión. Sin embargo Jim, que debía estar en contacto permanente
con el Centro, no podía ir a Basilea. Decidimos pues que su
alumna iría a visitarle a Lausana. El padre de la chica creyó
que iba a visitar a unos parientes en Lausana; en cuanto a los
vecinos de Jim no podía parecerles sospechoso que una chica
joven viniese de vez en cuando a visitar al extranjero soltero.
Como mucho podían imaginar una relación amorosa.
Pasó el invierno y la primavera de 1942 aprendiendo. Cuan-
do la chica conoció el aparato a fondo y supo servirse de
él, me las arreglé con sus padres para que la emisora fuese
instalada en su casa, porque ya no podíamos guardar más el
secreto ante ellos. No ignoraban el peligro a que se exponían,
pero lo aceptaron sin dudar. Su voluntad decidida de partici-
par en la lucha contra el fascismo era más fuerte que cualquier
otra consideración.
Edward se procuró las piezas necesarias y montó un apa-
rato bastante potente (por supuesto no sabía para quién lo
construía), y Jim se instaló en casa de los Bolli. Margarita
continuaba ejercitándose en el morse y la transmisión. Jim,
cuando tenía horas libres, se dirigía a la casa y enseñaba a la
joven cómo emitir y captar telegramas en clave. Así fue como
nuestra organización se enriqueció con un cuarto operador al
que llamamos Rosie.
Hacia finales de verano, Rosie manipulaba ya con bastante
rapidez su emisor y no cometía faltas y empecé a valorarla
progresivamente para el trabajo. Al principio, sólo transmitió
al Centro telegramas simples y cortos, después informaciones

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 215


cada vez más complicadas. Mi mujer o yo le llevábamos los
textos cifrados.
Desgraciadamente Rosie pronto se vio obligada a abando-
nar el domicilio familiar, pues su padre, temiendo un regis-
tro, estaba cada vez más nervioso y exigía que se terminasen
las transmisiones de radio desde su piso. Rosie decidió enton-
ces dejar Basilea; el padre, preocupado por su hija, no se
opuso.
En Ginebra logramos encontrar un piso de una pieza, pe-
queño y confortable, en la calle de Henri Mussard, y Rosie se
instaló en él en agosto de 1942. Edward nos ayudó, a colocar
la emisora. Rosie fue declarada como estudiante venida desde la
Suiza alemana para estudiar francés.
Al igual que Edward, Maud y Jim, trabajaba sobre todo
de noche, descansando durante el día. Rosie sólo estaba en
contacto con Lena, Pakbo, Jim y yo. Sólo veía a Pakbo y Jim
en el caso de que tuviese que entregarles o recibir de ellos
noticias urgentes que mi mujer o yo no le pudiéramos llevar.
No conocía a los otros miembros de la red, lo que garanti-
zaba una clandestinidad mayor. Aparte de Lena y yo mismo,
sólo Edward, que había ido a colocar el emisor, conocía la
dirección del piso de la calle Henri Mussard.
En otoño de 1942 disponíamos pues de tres emisoras: la
de Jim en Lausana, la de Edward y Maud y la de Rosie, am-
bas en Ginebra.
A la vez que preparábamos al nuevo operador, intentába-
mos sin descanso el reclutamiento de nuevos informadores.
Esta tarea concernía a nuestros mejores colaboradores: Pakbo,
Long y Salter. Respetando rigurosamente las normas de se-
guridad, yo estaba en contacto con los últimos a través de
Pakbo.
Long logró encontrar nuevas e interesantes fuentes de in-
formación. Este hombre inteligente y prudente se ganó la sim-
patía y luego el apoyo de ciertos altos funcionarios conside-
rados inaccesibles. No podría decir cómo lo logró,, pero siem-
pre sus conocidos se esforzaban en aportar el máximo de ayuda
posible a los Aliados. Informaban a Long de todo lo que se
enteraban relacionado con los proyectos y preparativos alema-

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nes. Una de las nuevas relaciones de Long era un oficial de
Lyon que trabajaba en el servicio. de información local. del
gobierno de Pétain. Long confesó al oficial que representaba
los intereses gaullistas, con lo que éste le suministró muchas
informaciones.
Long se relacionó también con un aristócrata austríaco
que se consideraba como un antifascista convencido. Después
de la ocupación de Austria se había refugiado en Suiza donde
buscaba, por todos los medios, aniquilar el fascismo. Soñaba
con restaurar la monarquía en su país, vivía en Berna y se
nos dijo que trabajaba para la red de información del gobier-
no polaco en Londres. Este aristócrata tenía excelentes rela-
ciones con el extranjero y con los medios diplomáticos, indus-
triales y financieros de Suiza.
El oficial lionés recibió el seudónimo Minna de Lyon y el
austríaco el de Grau.
También Salter encontró hombres bien informados. Trabó
amistad con el agregado militar de la embajada de Vichy en
Berna. Según Salter, el agregado sospechaba que él era un
agente gaullista, pero su relación no fue menos amistosa y pro-
metió prestar toda su ayuda a Salter. Sin duda quería crearse
una coartada para el caso de una victoria aliada. Figuraba en
nuestros telegramas con el seudónimo de Lilli.
Salter se ganó la confianza de otro de sus compatriotas:
un correo diplomático encargado de la correspondencia del Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores de Vichy. Daba al correo diplo-
mático el nombre de «Minna de Vichy».
Algunos apuntes más sobre otras fuentes de información
dignas de fe. Una de ellas, un contratista francés, era coronel
y jefe del estado mayor de división, vivía en la zona francesa
ocupada pero venía frecuentemente a Suiza por negocios. Long
le vio varias veces. Otra de nuestras fuentes era un alemán,
uno de los directores de las fábricas Bosch en Stuttgart; que
también venía a menudo a Suiza. Según Long, estaba en re-
lación estrecha con los generales alemanes y sus allegados.
Long recibía de él informaciones importantes, principalmente
sobre la industria de guerra. En mis telegramas esa fuente re-
cibía el nombre de Peter.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 217


Además, visitaban a menudo Suiza, oficiales, funcionarios
o industriales alemanes. Long había conocido algunos en el
período de anteguerra, cuando era corresponsal de los perió-
dicos franceses en Berlín. En el curso de una cena entre ami-
gos, charlando por los codos, se enteraba de informaciones
importantes.
Pakbo, jefe de un grupo informador, no sólo recogía per-
sonalmente las informaciones y nos las transmitía, sino que
sobre todo se esforzaba en encontrar nuevas fuentes.
A principios de 1942, Esther Bosendorfer, alias Sissy, tam-
bién encontró nuevos colaboradores. Maríus, que represen-
taba a Francia en la Oficina Internacional de Trabajo, viajaba
a menudo a Vichy donde tenía a un amigo que estaba en
buenas relaciones con Laval, presidente del Consejo, y tenía
entrada en casa de Abetz, embajador del Reich en Francia.
Llamaba a este informador Diemen.
Entre los colaboradores de Sissy, Taylor era el más útil.
Designábamos con este nombre al jurista Christian Schneider,
ciudadano alemán. Fui yo quien le dio el nombre de Taylor,
lo que en inglés significa Schneider (sastre). Nadie, ni el pro-
pio Schneider, conocía este seudónimo. Era traductor en la Qfr.
cína Internacional de Trabajo y cuando los nazis tomaron el
poder en Alemania, se negó a regresar y premaneció en Gine-
bra. Antifascista convencido, aceptó colaborar con nosotros
con conocimiento de causa. A finales de 1942, hizo un gran
servicio para nuestra red: puso a Sissy en relación con Rudolf
Rossler gracias a quien accedimos al santuario de la Wehr-
macht: el OKW (Oberkommando Der Wehrmacht), el alto
mando del ejército alemán. Sobre ello volveré más tarde.
Sissy logró igualmente procurarse documentos secretos pro-
cedentes de la oficina encargada de las compras militares de
Alemania. Una comisión, que estaba instalada en Ginebra, te-
nía como tarea permanecer en contacto con las fábricas suizas
que fabricaban material de guerra por cuenta del ejército
alemán.
Estas nuevas fuentes de Pakbo, Long, Salter y Sissy com-
pletaban útilmente las informaciones que recibíamos de nues-
tros antiguos colaboradores. Así nos enteramos de muchas co-

218 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


sas que los generales alemanes proyectaban para el verano de
1942, y a raíz de las cuales se desarrollaron las grandiosas
batallas al pie del Cáucaso y en las estepas del Volga.

EL ENEMIGO REÚNE SUS FUERZAS

La primera ofensiva del Ejército Rojo en invierno y al


comienzo de la primavera de 1942 cambió radicalmente la
situación militar. Las tropas soviéticas infligieron pesadas derro-
tas a la Wehrmacht y, en el espacio de cuatro meses, hicieron
retroceder al enemigo en numerosos sectores del frente, de
150 a 400 km. De diciembre de 1941 a abril de 1942, la
W ehrmacht sufrió considerables pérdidas ep hombres y en
material. Incluso según las estadísticas falseadas del estado
nazi, las pérdidas humanas se elevaron a más de un millón
de soldados. 1 La Alemania nazi curaba sus primeras grandes
heridas, los estados mayores contaban sus muertos y sus heri-
dos. En el Reich y los estados vasallos, se llamaba a las nue-
vas reservas.
Nuestra red recogía informaciones sobre las pérdidas y
las movilizaciones en Alemania. Uno de los directores de las
fábricas Junkers, que había venido a Suiza por negocios, contó
a Long que los hospitales alemanes estaban llenos de solda-
dos con los miembros congelados. Se estimaba su número en
más de cien mil.
Según las informaciones de Luisa, las unidades blindadas
alemanas habían perdido las tres cuartas partes de sus carros.
Se estaba en camino de reequiparlas. El agente suizo confirmó
que todos los oficiales alemanes en reserva y en retiro, hasta
la edad de setenta años, habían sido incorporados hasta fina-
les de marzo. Relevaban a los oficiales aptos para el combate,
que estaban en países ocupados, en los servicios de guardia o
l. Walter Gorlitz, Der zweite Weltkrieg, 1939-1945, Stuttgart 1951,
tomo I, pág. 292.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 219


de intendencia militar. Luisa y Sissy confirmaron igualmente
que faltaban especialistas, pilotos experimentados y oficiales
de submarinos. A pesar de sus inmensas pérdidas, las reservas
humanas y materiales del bloque fascista eran todavía gran-
des. El estado nazi, animado por el espíritu de revancha, pro-
yectaba una ofensiva general para la primavera de 1942. Según
las informaciones que nosotros recogíamos, el enemigo, reunien-
do sus fuerzas, hacía preparativos de gran envergadura en
vista a nuevas operaciones. Los dirigentes alemanes ejercían
una presión brutal sobre sus aliados, reclamando más y más
carne de cañón.
En febrero y en marzo de 1942, recibí las siguientes in-
formaciones de Long y de Salter: «Rumania es obligada a
suministrar seis nuevas divisiones para la ofensiva de prima-
vera. Ribbentrop exige 800.000 soldados de Hungría para el
frente del Este. Ocho divisiones han sido movilizadas en Hun-
gría.
»Con ocasión de su visita a Roma, Goering ha exigido que
el Duce suministrase al menos 50 divisiones para el frente del
Este. Se dice que seis millones de hombres han sido movili-
zados en Alemania con vistas a la ofensiva de primavera.»
En la primavera de 1942, el Ejército Rojo, consolidando
las posiciones adquiridas gracias a las victorias obtenidas du-
ran te el invierno, se repliega a la defensiva. La situación se
estabiliza. Pero no es más que una tregua pasajera. Los man-
dos de dos ejércitos se preparan para la campaña del verano.
A lo largo de enero, febrero y marzo de 1942, Long recibe
importantes informaciones. Según un informe entregado por
Pakbo el 31 de enero, que había hablado recientemente con
el abogado del partido nacional-socialista de Leipzig (aquel que
había asegurado la defensa de Hitler después de la tentativa
de golpe de estado fascista de 1923 ), Hitler tenía la inten-
ción de terminar la guerra dirigida a Rusia antes del otoño de
1942. Los alemanes pensaban que, de una vez, Moscú sería
tomada. Su ataque debía llevarles hasta el Valga e incluso
hasta el Ural. · Querían igualmente emprender una campaña
hacia el Cáucaso.
En los telegramas transmitidos al Centro en marzo, había-

220 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


mos señalado ya la fecha aproximada del ataque alemán de
primavera y dado a conocer ciertos blancos concretos de la
OKW. He aquí algunos de estos telegramas:

8.III.1942, al Director.
Por Long, de un abogado católico de Sarre, antifascista
que tiene buenas relaciones con el estado mayor del 12.º sec-
tor militar de Wiesbaden.
l. La campaña contra Turquía comenzará al mismo tiem-
po que la que, partiendo del sector sur, será dirigida hacia
el Cáucaso, en dirección .a Teherán. Las tropas deben estar
preparadas para atacar el tercer domingo de abril.
2. Los órganos encargados de la dirección económica e
industrial del Cáucaso e Irán deberán estar a punto en Dresde
para el primero de abril.
Dora

17.III.1942, al Director.
Por Long, del consejero de la embajada suiza en Berlín.
1. Los alemanes han atrasado por el momento su ataque
contra Suecia. La mayor parte de las instrucciones dadas sobre
esta cuestión han sido anuladas.
2. Ninguna decisión ha sido tomada todavía concerniente
a la campaña de Turquía, que es sin embargo muy probable.
3. La O KW considera que el ataque previsto en direc-
ción al Cáucaso sobre la línea del Don será decisivo. Si logran
apoderarse de los pozos de petróleo de Baku y retenerlos
hasta 194 3, los alemanes podrán todavía ganar la guerra.
Dora

23.III.1942, al Director.
Por Long. De un jefe de servicio en el Ministerio de Asun-
tos Extranjeros húngaros.
1. Con ocasión de la visita de Keitel a Sofía, se ha deci-
dido que el ataque contra Turquía será llevado por tropas ale-
manas, italianas y búlgaras. Las tropas húngaras no partici-
parán aquí. El punto final de esta campaña dependerá de la
evolución de la campaña en Ucrania.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 221


2. Para la ofensiva de primavera, Alemania no tiene ne-
cesidad de las tropas húngaras que ha exigido; como contra-
partida exige de Hungría que le cubra un gran sector del
frente en la cuenca del Donets. Para hacer esto, son necesa-
rios, según estimaciones húngaras, aproximadamente de 300 a
400.000 hombres. La ofensiva en la cuenca del Donets debe
empezar en la segunda quincena de abril, si el clima lo permi-
te. Hungría moviliza actualmente entre 1,2 y 1,4 millones de
hombres.
Dora

En estos tres informes se menciona que Alemania pro-


yectaba una campaña contra Turquía y Suecia. Se sabe que
Hitler no ·violó la soberanía de estos Estados. Se podría pen-
sar que estábamos engañados y que nos habían informado mal
a prop6sito. Los servicios secretos del Tercer Reich emplea-
ban estos procedimientos para esconder sus verdaderas inten-
ciones e inducir a error a los agentes del enemigo. Esta vez,
sin embargo, las informaciones habían sido exactas. Tales pro-
yectos habían sido acariciados, pero no pudieron ser realiza-
dos. En relación a Suecia, neutral, se trataba más bien de un
chantaje que de una amenaza efectiva. Hitler quería dar mie-
do a los suecos y ligarse más fuertemente al vecino del norte,
por temor a que se uniera a los ingleses y a los aliados. Este
país escandinavo era muy importante, no sólo por su situación
estratégica, sino porque era el principal suministrador de me-
tal y mineral de hierro de Alemania.
Turquía, que era en realidad aliada de las potencias de
Asia, estaba efectivamente amenazada de invasión por los ale-
manes. El gobierno turco no había declarado la guerra a la
Unión Soviética, pero en la frontera armenia, estaba acanto-
nado un potente ejército turco que no esperaba más que la
señal de salida. Sabemos hoy que el peligro que le amenazaba
al sur, había llevado al estado mayor soviético a guardar im-
portantes fuerzas armadas en el Cáucaso. Durante el duro oto-
ño de 1941 se podía esperar en cualquier momento una agre-
sión por parte de Turquía. Pero la pesada derrota sufrida por
la Wehrmacht ante Moscú había enfriado a los generales tur-

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cos que se mostraron más prudentes. Renunciaron a sus pla-
nes de conquista más allá del Cáucaso soviético. El Japón reac-
cionó de forma análoga. La presión que la diplomacia alemana
ejercía sobre su aliado oriental no servía para nada.
Los nazis intentaron entonces la siguiente táctica: pasan-
do por Turquía, llegarían a las fronteras de la Transcaucasia
soviética, dirigirían en seguida un ataque en dirección a Baku
y a Iran, ya ocupado, donde se enfrentarían con las tropas
soviéticas e inglesas. Resolvían así muchos y grandes proble-
mas estratégicos: al Sur, aislaban la Unión Soviética del resto
del mundo (ya que por Irán llegaba la ayuda de ingleses y
americanos), Turquía se decidiría de una vez a participar acti-
vamente en la guerra y Alemania tendría acceso al petróleo
del Cáucaso que era de una importancia vital para ella; podría
así debilitar la industria y el ejército soviéticos.
Es necesario reconocer que a este plan no le faltaba enver-
gadura ni decisión y que constituía un nuevo peligro para la
Unión Soviética. Pero los alemanes no pudieron realizarlo a
tiempo y en la primavera de 1942 a duras penas podía todavía
ejecutarse. Turquía seguramente no habría tolerado que la
Wehrmacht pasara tranquilamente por su país, pues temía las
represalias de la Unión Soviética que se vería obligada a de-
fender la frontera sur, y no solamente en su propio territorio.
En los últimos días de marzo, recogimos nuevas informa-
ciones concernientes .a los preparativos alemanes con vistas a
un nuevo ataque en el sector sur del frente. Nuestros opera-
dores informaron inmediatamente a Moscú.

25.III.1942, al Director.
Del general alemán Hamann.
1. La fecha límite fijada para los preparativos de la ofen-
siva de primavera es el doce de mayo. El ataque puede ser
desde el 31 de mayo al 7 de junio.
2. Los alemanes piensan que, para paliar su falta de ga-
solina y explotar las riquezas naturales de Ucrania, les bastará
con ocupar los campos de petróleo al norte del Cáucaso. Co-

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 223


1.I.1942, al Director.
Por Long. De Roma.
Informe de Ledochowski, general de la orden de los je-
suitas1 al cardenal Maglione, en relación a su entrevista con
el secretario de Estado del Vaticano.
l. En ocasión de la última visita del embajador america-
no1 Myron Taylor, el Papa se ha interesado por la posición
de los Estados Unidos hacia la Unión Soviética. El Papa pone
a Roosevelt en guardia contra la firma de acuerdos políticos
con la Unión Soviética que superen el estadio de la ayuda
militar1 porque el momento de elegir entre Alemania y el bol-
chevismo está próximo.
En tal caso 1 el Papa escogería a Alemania, y le gustaría
que Alemania e Inglaterra firmasen una paz de compromiso.
La nueva Europa estaría formada por estados autoritarios
construidos sobre base corporativa.
Están de acuerdo en firmar una paz de compromiso: Fran-
cia1 Italia1 el otro gran país mediterráneo1 Japón 1 Hungría y
Turquía.
Según este plan del Papa1 si los Estados Unidos e In-
glaterra firmaban con los países mencionados una paz por se-
parado -inesperada por Alemania- Hitler quedaría aislado 1
lo que permitiría a los representantes del ejército o a sus ami-
gos destituirle y tomar el poder.
2. Principales condiciones de una paz de compromiso:
a) No debe desarmarse a Alemania1 para que pueda ser-
vir de dique entre el Ejército Rojo y Europa. Italia recupe-
raría Libia y Eritrea1 y recibiría Dalmacia1 Albania y una parte
de Turquía.
Sobre este tema, Mussolini ha hecho saber que no había
entre Hitler y él ningún acuerdo relativo a los objetivos co-
munes de la paz) ni siquiera de una paz común.
b) Un gran país mediterráneo se beneficiaría de ventajas
económicas y recibiría algo de China. Francia1 Bélgica1 Holanda
y Noruega serían restablecidas íntegramente, Yugoslavia en
forma de Estado federado y Polonia en forma a discutir ulte-
riormente. No se ha tratado de Checoslovaquia ni Austria.

226
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
3. El punto de vista del Papa es de hecho pro-fascista y
antisoviético.
Detrás de la acción del Papa se ocultan Mussolini, Pétain,
el embajador británico en Madrid, y el propio Myron Taylor
que en los Estados Unidos es partidario de una organización
co;·porativista de la economía mundial.
4. En una entrevista concedida a la prensa americana,
Pétain ha señalado que estaba dispuesto a apoyar cualquier
iniciativa de Roosevelt para unirle a estos proyectos. Sin em-
bargo, esto no se ha logrado.
5. El plan del Vaticano es de hecho un plan germano-
italiano para salvar a las potencias del Eje.
Dora

Creo que esta información, que arranca la máscara a cier-


tos medios y a los dirigentes de la Iglesia católica en aquel
momento, no precisa comentarios. El lector no tendrá dificul-
tades en extraer por sí mismo unas conclusiones evidentes.
Según nuestras informaciones, la derrota que las tropas
alemanas habían sufrido durante el invierno en el frente del
Este había creado una cierta confusión entre los países de la
coalición hitleriana, en Italia, Rumania, Finlandia, Hungría y
Bulgaria donde se veía palidecer la estrella del Führer y de
su «invencible» ejército. Divergencias políticas empezaron a
enfrentar a los miembros de la coalición.
Los alemanes pedían nuevas tropas a Mussolini. Pero el
Duce no se daba prisa en mandar a sus soldados al frente
germano-soviético y prefería ocuparse de sus conquistas en el
Mediterráneo y en África, mucho más cuando los camisas ne-
gras habían pasado serias dificultades con los ingleses. En Ita-
lia, que se encontraba en graves dificultades económicas, apa-
recían signos de agitación interna. Las tensiones entre el ejér-
cito italiano y el partido fascista crecían, lo que ya había sido
señalado en mi telegrama del 21 de septiembre de 1941.
Fuimos informados de 1€ls divergencias germano-italianas
por el canal diplomático. En enero de 1942, el enviado diplo-
mático de Uruguay, recién llegado de Berlín, nos informó a
través de Long. Según él, «Hitler acusa a los italianos de no

227
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
suministrarle prácticamente ninguna ayuda en su lucha contra
Rusia. Exige veinticinco divisiones y unidades especiales de
cazadores alpinos para el frente del Este, así como treinta di-
visiones en Grecia, Yugoslavia, Holanda y Bélgica para el man-
tenimiento del orden».
También fuimos informados de que el desalentador resul-
tado de la batalla de Moscú y las derrotas sufridas ante Le-
ningrado y en Carelia creaban descontento entre la población
finlandesa e inquietaban a sus medios dirigentes. Incluso los
agresivos mannerheimistas no creían ya en el «rápido final
de 1a campaña del Este», tal como lo habían prometido los
alemanes. En invierno de 1942, el aliado del norte había per-
dido toda la confianza y buscaba la posibilidad de otra salida.
Estas informaciones, recibidas de los periodistas finlandeses
establecidos en Berlín, nos fueron transmitidas por Luisa.

Se dice que los finlandeses no confían más en ninguna


gran operación militar. Alemanes y finlandeses combaten cada
uno por su lado. Los alemanes están ocupados en la región
del lago Onega y de Salla. En cuanto a los finlandeses, se
intuye que les agradaría formar un bloque con Suecia y No-
ruega. Si lo consiguen, sería deseable entonces un desembarco
aliado en Narvik, para llevar a cabo un ataque contra los ale-
manes.

La derrota había desmoralizado a otro aliado de Hitler:


Horthy, jefe del gobierno fascista de Hungría; fuimos infor-
mados de ello por nuestra fuente austríaca.

2.IV.1942, al Director.
A través de Grau. De su amigo, el hijo antialemán, de
Kállay, Primer Ministro húngaro.
l. Desde el 7 de diciembre hasta principios de marzo no
se ha mandado ningún refuerzo de tropas húngaras al frente
del Este. A principios de año algunas divisiones húngaras han
sido retiradas de Ucrania. A principios de mayo había en la
orilla derecha del Dnieper, 5 divisiones húngaras y 41 briga-
das motorizadas.

228
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
2. Keitel ha exigido la movilización de 300.000 soldados
húngaros para el frente del Este. Horthy se ha negado, habida
cuenta de la moral bastante baja de la población y ha suge-
rido reemplazar las tropas alemanas de Yugoslavia por unida-
des húngaras.
3. En Transilvania están acantonadas dos divisiones de in-
fantería húngara, una división de caballería y una brigada mo-
torizada. En Budapest están acantonados dos regimientos de
Waffen-SS que aseguran, según ellos, la seguridad de la em-
bajada alemana. Hay observadores alemanes en todos los mi-
nisterios.
Dora

Los resultados de la gran ofensiva del Ejército Rojo se ha-


cían pues sentir en la vida política y económica de todos los
vasallos del Tercer Reich.
Sin embargo, los preparativos de la campaña de verano
proseguían. Los alemanes querían replicar con todas sus fuer-
zas para estabilizar su situación política y militar.
Hitler, después de haber revocado y reemplazado a los ge-
nerales que consideraba responsables de la derrota de invierno,
logró vencer con rapidez la crisis en el seno del mando de la
Wehrmacht. Era mucho más difícil .acelerar y aumentar las
técnicas bélicas, el equipamiento del ejército y la producción
de carburante.
Los dirigentes de la Alemania nazi movilizaron casi todas
las reservas económicas de Europa entera. Durante el invier-
no de 1941 y la primavera de 1942, el potencial militar del
Reich se incrementó rápidamente.
El Centro nos encargó examinar esta cuestión importante
y compleja. Nos pidió, entre otros, informes sobre la produc-
ción de las fábricas de carros y de aviones, sobre las construc-
ciones de aeropuertos y de depósitos de material militar, sobre
las nuevas unidades, etc.
Intentábamos responder en la medida de lo posible, a las
preguntas del estado mayor soviético. Cito una pequeña se-
lección de telegramas enviados en invierno de 1942:

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 229


Los alemanes prevén para enero de 1942 la construcción
de 3.100 aviones, de los cuales 2.400 lo serán en Alemania y
los países ocupados, 300 en Italia, y 400 en la Francia no
ocupada. La capacidad industrial del territorio bajo control del
gobierno de Vichy es de 15 aparatos diarios.
Las fábricas de Lorrain, cerca de París, construyen los
Messerschmitt, las fábricas de Morane cazas equipados con
dos cañones del tipo Morane-T difoun. Las fábricas Hispano,
en los arrabales parisienses, estudian un nuevo modelo de caza
equipado con motores de fabricación propia.
La producción de petróleo en Rumania ha disminuido en
un 70 % . En verano todo el petróleo es transportado por el
Danubio. Hay suficientes barcos-cisterna porque los alemanes
han movilizado todos los barcos de Holanda, Bélgica, Polonia
y Francia.
Según la opinión de sus generales, Alemania dispone de
una gran reserva de gasolina sintética.
Las reservas alemanas de carburante, comprendida la pro-
ducción de gasolina sintética y la producción de la Galitzia, es
de 5 millones de toneladas anuales, sin contar las importa-
ciones procedentes de Rumania.
En el norte de Francia se ha puesto en marcha una fábrica
de gasolina sintética. Su producción es llevada a Italia a tra-
vés de Suiza.
En la región de Leipzig han construido y camuflado fábri-
cas de material bélico y una fábrica de gasolina sintética.
Una nueva fábrica de gasolina sintética está en construcción
en la región de Viena y en Kladno cerca de Praga.
Dresden y Breslau son los centros de avituallamiento, en
víveres y material bélico, de 40 a 50 divisiones.
En 1942 el ejército alemán tendrá que vivir de la cosecha
de Ucrania.
Actualmente los efectivos totales de las fuerzas alemanas
y de la Organización Todt son de 14 millones de hombres.
Los alemanes poseen 22 divisiones blindadas en Europa y
2 en África. Además, quieren crear, hasta finales de mayo
de 1942, 5 nuevas divisiones blindadas.
La base aérea de Prenzlau, a 100 km. al norte de Berlín,

230 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


es el punto de partida de la actividad aérea en el frente del
Este. Numerosos aviones se encuentran en los hangares sub-
terráneos. En la parte oeste del aeropuerto hay grandes talle-
res de reparación. La defensa aérea del aeropuerto no es de-
masiado fuerte.
En Orly, al sur de París, hay hangares subterráneos. Han
sido construidas fábricas subterráneas cerca de Hannover y de
Suhl en Turingia.
El centro principal de carros es Autounion de Chemnitz y
Zwickau. En Zwickau de 2 a 3.000 carros están preparados
y esperan ser transportados al frente del Este.
Nuevas fábricas de guerra han sido construidas cerca de
Leipzig, en Torgau y en Herzberg así como en los bosques
entre W urzen y Eilenburg.

Estas informaciones, que un profano juzgaría probable-


mente fragmentarias, agrupadas como elementos de un mo-
saico por los expertos soviéticos y minuciosamente analizadas
y comparadas con las que Moscú recibía de otras fuentes, per-
mitían al estado mayor formarse una imagen de la industr1a
de guerra y de la fuerza potencial del enemigo.
En Alemania y en los países ocupados, nuestros informa-
dores vigilaban los movimientos de tropas enemigas y la crea-
ción de nuevas unidades. En verano y primavera de 1942, la
mayor parte de las informaciones nos venían de Long, Salter y
Pakbo. Luisa, el oficial de información suizo, estaba particu-
larmente bien informado porque sus hombres de Berlín obte-
nían sus informaciones directamente del OKW.
Veamos, por ejemplo, uno de los informes enviados por
Luisa en enero, en respuesta a una pregunta del Centro:

17.1.1942, al Director. Respuesta al 96.


De Luisa.
1. Descontando las unidades blindadas de las SS, Alema-
nia dispone actualmente de 21 divisiones blindadas. Una se
encuentra en Burdeos y dos (la 1. ª y la 21. ª) en Libia. U na
ha sido aniquilada por los ingleses cuando era trasladada a

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 231


Libia. 16 divisiones están en el frente del Este. No hay divi-
siones blindadas ni en Noruega ni en Holanda.
Una división blindada está formada en los alrededores de
París, y 4 están preparadas en Alemania. Su preparación debe
estar terminada en mayo de 1942.
2. Estas últimas semanas, no hemos notado ningún des-
plazamiento de tropas desde el frente oriental hacia el oeste.
3. En Bulgaria, según datos no confirmados, están acan-
tonadas seis divisiones alemanas.
4. Hay tres líneas de fortificación en el frente del Este.
La primera: Jarkov-Briansk, más lejos entre Viazma y Smo-
lensk, en dirección a Leningrado.
La 2.ª: Jerson-Smolensk-Leningrado.
La 3.ª: Odesa-Gomel-Leningrado.
100.000 hombres de la Organización Todt están destinados
a tareas de defensa.
Las fortificaciones son del tipo de las de Somme, concebi-
das desde la Primera Guerra Mundial y pueden ser clasifi-
cadas en la categoría de abrigos de cemento. Los trabajos de
defensa se prosiguen también a gran ritmo en el Gobierno
General.
5. Aparte de la flota aérea ya conocida, Alemania posee
5 flotas más. Se esfuerza en aumentar su producción de avio-
nes a fin de alcanzar en enero 2.800 aparatos mensuales. Desde
el principio de la guerra, la producción mensual era de 2.000-
2.200 aparatos.
Dora

Este último apartado era inexacto. En realidad, Alemania


no tenía en 1941 más que 5 flotas aéreas (de las que cuatro
estaban dedicadas a la lucha contra la Unión Soviética), pues
no habían podido ser construidas más. Los datos relativos a la
fabricación de aviones tampoco eran exactos. El Reich no po-
día construir en aquella época de 2.000 a 2.200 aviones men-
suales. Según los datos que poseemos hoy, Alemania había
construido en total 11.030 aviones en 1941 y 14.700 en 1942,
lo que representa una producción mensual dos veces más baja

232
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
que la indicada antes (GGP, Tomo II, pág. 336). Voluntaria-
mente o no, habíamos sido engañados.
Nos enteramos de que el mando militar hitleriano concen-
traba su flota en los puertos de Bulgaria y de Rumania, para
transportar sus tropas al Cáucaso. También se habían concen-
trado 800 embarcaciones en Constanza, en Bourgas y en Varna.
Se nos informó de que, .a partir del l.º de abril, los ale-
manes querían empezar grandes operaciones en el Atlántico
y en el mar de Barents a fin de obstaculizar los transportes
de material a la Unión Soviética. 140 submarinos, bajo el man-
do del almirante Doenitz debían átacar los transportes y los
buques de escolta aliados. Estas informaciones las había reco-
gido Long.
Las informaciones que transmitíamos al Centro -los ar-
chivos lo atestiguan- eran revisadas por el comisario del pue-
blo encargado de la marina de guerra, y el mando pudo ser-
virse de ellos para valorar la fuerza naval enemiga y con-
trarrestar sus ataques.
En primavera, las informaciones recibidas de Sissy y Pakbo
probaban que el mando militar tenía prisa en terminar los
preparativos con vistas a un nuevo ataque. Hitler, sin duda,
exigía a sus generales que no se superase el corto plazo de
tiempo, porque no quería dejar pasar el verano) ,favorable a
un ataque estratégico.
Pese a que la concentración y reagrupamiento de las tro-
pas alemanas habían sido guardados en el más absoluto secre-
to, logramos recoger algunas informaciones y transmitirlas al
mando soviético.
También Luisa fue quien tuvo más éxito, gracias a sus
relaciones en la capital alemana. Cito dos de sus telegramas:

3 y 4.IV.1942, al Director.
De Luisa.
A principios de mayo tropas dispuestas para el ataque de
primavera han llegado en cascada a Alemania orienta( a las
regiones bálticas, a Polonia y a los territorios de la Unión
Soviética ocupados, en especial al Sur. Los efectivos y sobre
todo la tecnología bélica de estas tropas son, indudablemente,

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 233


más potentes que en junio de 1941. Las fuerzas de artillería,
en especial en el sector Sur, son igualmente superiores a las
de 1941. Todas las carreteras del sector Sur están atascadas
por los transportes de material de guerra.
Cambios de posición de las tropas alemanas desde princi-
pios de marzo: estado mayor de la 98.ª división (tal vez la 90.ª)
a Allenstein; la 197.ª división de infantería ha sido trasladada
de la región báltica a Odesa. La 23.ª división (la de Potsdam)
ha sido trasladada el 23 de febrero, con la reserva, a Nikolaiev;
la 3.ª división de infantería blindada ha llegado de Francfort
del Oder a Zaporojie. En Landsberg en el Warthe, hay varios
regimientos y un estado mayor, probablemente para completar
las tropas en el momento del ataque de primavera.

Dora

6.IV.1942, al Director.
De Luisa.
l. Paracaidistas, unidades SS y unidades de carros llegan
diariamente a Odesa y a Nikolaiev.
2. Konigsberg, Varsovia y Insterburg rebosan de tropas
dispuestas al ataque. Estos territorios están cada vez más pro-
tegidos contra cualquier agresión aérea.
3. Un gran número de aviones para el transporte de tropas
ha sido concentrado en Zaporojie. En la cuenca del Donets,
en Stalino, está situado el principal punto de concentración de
carros. En Smolensk se encuentra un gran campo que agrupa
numerosos convoyes ferroviarios y divisiones técnicas.

Dora

En marzo y abril nuestros operadores transm1t1eron cada


día (es decir cada noche) informes análogos al Centro.
De todos modos no debe creerse que la red. suiza estaba al
abrigo de todo error. Cifras contradictorias o datos inverosímiles
se deslizaban a veces en nuestros comunicados. La cantidad de

234 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


documentos militares actualmente a nuestra disposición permite
verificar cuando y en qué estuvimos mal informados. Ya he
señalado un error de este tipo a raíz de un comunicado de
Luisa, y podría citar otros ejemplos. Las fuentes de Long
nos informaron en octubre de 1941 que el total de divisiones
alemanas -comprendidas todas las armas- .ascendía a finales
de septiembre de ese año, según ellos, a 400 divisiones. A esto
se unían 500.000 hombres de la organización Todt y un millón
de soldados de diversos sectores aéreos (comprendidos avia-
dores y personal de aeropuertos, pero sin contar las unidades
encargadas del mantenimiento, los agentes de investigación y
la D.C.A.). Estas cifras eran exageradas. En realidad, los ale-
manes en 1941 sólo disponían de 214 divisiones, comprendidas
las unidad~s blindadas motorizadas y las divisiones de infan-
tería. Incluso si a éstas uníamos las nuevas formaciones con las
que los hitlerianos compensaban las pérdidas sufridas en el
curso de su ofensiva en el frente germano-soviético, no se llega-
ba a la cifra de 400. Las cifras relativas a las formaciones mili-
tares de la Organización Todt son también exageradas.
En la primavera de 1942, Salter nos transmitió algunas in-
formaciones que no habían sido verificadas suficientemente.
Suponiendo que esas informaciones eran válidas, comunicamos
a Moscú, en abril, que los hitlerianos preparaban 150 nuevas
divisiones, compuestas de reservistas, para atacar en dirección
al Valga y que esas nuevas unidades servirían para completar
las ya instaladas en el frente. Estas cifras eran falsas. La Ale-
mania nazi no había dispuesto nunca a lo largo de toda la guerra
de tales reservas. A principios de 1942 los alemanes -sin con-
tar las tropas de sus .aliados- disponían en total de 232 divi-
siones, de las que 178 se encontraban frente al Ejército Rojo.
Otros errores se deslizaron también en nuestros informes.
Así, en febrero de 1942, Luisa nos informó de que, según
informaciones secretas procedentes de la oficina de intendencia
militar, los alemanes habían perdido en el frente del Este, hasta
el primero de diciembre de 1941, 1.900 .000 hombres y tenían
cuatro millones y medio de heridos. Según otra información,
la Wehrmacht había perdido en el curso del invierno 1941-1942
medio millón de hombres y más de dos millones de soldados

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 235


habrían quedado fuera de comba te corno resultado de heridas
o congelaciones. Estos datos nos parecían un poco exagerados
pero no los podíamos verificar. Los transmitíamos pues a
Moscú con todo tipo de reservas. Hoy se conocen los siguien-
tes datos: en el curso de los dnco primeros meses de guerra
contra la Unión Soviética, la Alemania nazi había perdido
750.000 hombres y de finales de junio de 1941 a febrero de
1942, más de un millón. Más de 100.000 hombres habían que-
dado fuera de combate a raíz de las congelaciones (GGP, His-
toria de la Gran Guerra Patriótica, Budapest, torno II, pági-
nas 232 y 312).
Así se cometieron errores en nuestras informaciones, prin-
cipalmente al principio de la guerra. ¿Cuál era la causa de ello?
¿Éramos demasiado crédulos y nos creíamos cualquier informa-
ción como fidedigna? Desde luego ésta no era la razón. Las
informaciones se seleccionaban y sólo aquellas que juzgábamos
interesantes para el mando del Ejército Rojo eran transmitidas
al Centro. El que algunos comunicados tuviesen a pesar de
todo datos falsos se debía a dos razones: por una parte, el
contraespionaje alemán tenía grandes recursos para confundir
a los agentes de información enemigos; por ejemplo, noticias
falsas, consideradas «secreto de estado», eran reveladas por
personas que se decían enemigas del nazismo. Es posible que
nuestras fuentes hubiesen caído alguna vez en esta trampa.
Por otra parte, algunos de nuestros informadores, por su rango
y posición, no tenían al principio de la guerra la posibilidad de
informarse adecuadamente. Sólo a partir de la batalla de Sta-
lingrado encontrarnos fuentes verdaderamente interesantes. Pero
a veces, incluso los informadores de primer orden se equi-
vocaban.
De todo esto se puede intuir que el Centro, cuando recibía
las informaciones, hacía un resumen para el estado mayor ba-
sándose no sólo en los informes de la red suiza sino en los de
todas sus otras numerosas redes, contrariamente a lo que
pretenden los libros de Flicke, Carell, Accoce-Quet y otros
escritores de la Alemania occidental. Aparte de la red suiza
y de otras redes, el Centro disponía de otras fuentes de infor-
mación: los partisanos que actuaban tras las filas enemigas,

236 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


las organizaciones clandestinas y los serv1c10s de información
fronterizos y aéreos. Reuniendo todas estas informaciones es
como el estado mayor se formaba la imagen definitiva de las
intenciones del enemigo.
Aparte de ligeros deslices, se puede sin embargo constatar
hoy que, desde 1941, la red suiza no había cometido errores
en su misión. Me gustaría subrayar que nuestras informaciones
de 1942, relativas a los preparativos alemanes en vistas a la
ofensiva de verano, eran enteramente acordes con la realidad.
Sobre esta cuestión se puede leer en la «Historia de la
Gran Guerra Patriótica»: «El servicio de investigación soviéti-
co había conocido a tiempo que el ejército alemán preparaba un
ataque de gran envergadura y que concentraba importantes
fuerzas en el sector sur del frente. Nuestro servicio de infor-
mación había informado al Alto Mando y al estado mayor del
asalto que se preparaba a partir de la zona Sud-Oeste en direc-
ción al Volga y el Cáucaso.»
«El cuartel general había reconocido la posibilidad de un
eventual ataque del ejército alemán por el sur, pero había esti-
mado que el enemigo, que había concentrado el grueso de sus
fuerzas en las cercanías de Moscú, desarrollaría su ataque prin-
cipal no en dirección de Stalingrado y el Cáucaso sino en el
sector centro, a fin de ocupar Moscú y la región industrial
central».
«El mando soviético se había equivocado sobre la direc-
ción del ataque principal del enemigo y tomó decisiones estra-
tégicas erróneas en la primer.a etapa de la campaña de verano.
En lugar de concentrar sus fuerzas en las zonas Sud-Oeste y
Sur, y en lugar de escalonar en el ala izquierda del frente ger-
mano-soviético una defensa irreductible, el Cuartel General
continuó fortificando el sector Centro y el frente de Brianks,
concentrando el grueso de sus tropas en el ala derecha que
cubría, más allá de Toula, la dirección de Moscú (GGP, tomo II,
págs. 352-353 )».
Los errores cometidos en la estimación de los planes del
mando hitleriano facilitaron a éste las operaciones en el ala Sur
del frente. Se conocen las graves consecuencias de este error,
pues las divisiones blindadas del enemigo perforaron la defen-

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 237


sa soviética en el Don y penetraron en dirección del Volga y el
norte del Cáucaso. Como dice el mariscal Jukov en sus Memo-
rias: «Si algunas tropas de reserva del Cuartel General se hu-
biesen encontrado en la retaguardia del campo de operaciones
Sud-Oeste, entonces las unidades de ese campo no hubiesen su-
frido la derrota de verano de 1942». Y más lejos: «Debemos
decirlo, el Mando supremo ha comprendido que la situación
desfavorable creada en verano de 1942 era consecuencia direc-
ta del error que é{ mismo había cometido al aprobar el plan
de acción de nuestras tropas para las acciones militares del ve-
rano de 1942». 1

PRIMERAS SEÑALES DE PELIGRO

Durante la primavera y el verano de 1942, ciertos aconte-


cimientos despertaron, con suficiente fundamento, ~a inquietud
del Centro y la mía por la seguridad de nuestra red.
Mientras que nosotros trabajábamos sin cesar para recoger
y transmitir el máximo posible de información, los órganos del
servicio secreto alemán, que ya conocían nuestra existencia,
hacían todo lo posible para descubrirnos.
Como ya he mencionado en otro lugar, la estación de es-
cucha de la Abwehr en Crantz (Prusia oriental) había locali-
zado en plena emisión, desde julio de 1941, dos de nuestras
emisoras así como la radio del Centro. El localizador había
indicado a los especialistas de la Abwehr que las emisoras se
encontraban en Suiza. Más tarde, a raíz de otras indicaciones,
los alemanes obtuvieron datos más precisos. Constataron que
las emisoras en contacto con Moscú operaban, muy probable-
mente, en Ginebra y Lausana.
La Central radiotécnica de localización de Matthaikirch-
platz en Berlín tomó el asunto en sus manos. Nuestro contacto

l. G. K. Jukov, Memoires 1942-1946. Fayard, 1970.

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permanente con Moscú permitió a los alemanes comprobar
que una red soviética muy eficaz actuaba en Suiza. Los potentes
goniómetros de la Abwehr vigilaban noche y día las emisoras
ilegales. Captaron un gran número de telegramas cifrados pero
no pudieron avanzar más. Más tarde, se supo que los exper-
tos alemanes habían intentado en vano encontrar la clave de
nuestro código. Sabían únicamente que tres emisoras ilegales
operaban en Lausana y en Ginebra, por lo que la Abwehr nos
dio el nombre de Trío Rojo (Rote Drei) o Troika Roja.
La noticia de que, en Suiza, tres emisoras estaban en con-
tacto constante con Moscú creó una confusión general en el
servicio de contraespionaje alemán. W. F. Flicke, lo escribió
así en su obra «Los agentes llaman a Moscú». 1 Nos enteramos
de todo esto mucho más tarde. Flicke tomó parte personal-
mente en la acción desarrollada contra nuestra red.
Los alemanes no tenían la posibilidad de buscar abierta-
mente las emisoras ilegales en el territorio de un país neutral;
por ello enviaron a Suiza agentes secretos. Uno de ellos llegó
a Ginebra a finales de abril de 1942 y fue localizado por nues-
tra red.
Un personaje que se decía periodista francés visitó a un
amigo de uno de nuestros colaboradores. Se presentó con el
nombre de Yves Rameau y contó que había creado una red
ilegal en Francia. Disponía de una emisora y tenía la posibi-
lidad de recoger informaciones mili tares que los rusos segura-
mente apreciarían, únicamente le faltaba saber como transmitír-
selas. Nuestro amigo quedó muy sorprendido por la visita del
«periodista» que intentaba saber si estaba en contacto con la
Unión Soviética o si tenía posibilidad de transmitir las infor-
maciones. Rameau había añadido también que los órganos sovié-
ticos competentes debían conocerlo con el seudónimo Aspirant.
Nuestro amigo, conspirador experimentado, no cayó en la
trampa que le tendía Aspirant-Rameau y expresó su sorpresa
al verse consultado sobre asuntos de los que no tenía la menor
idea. La visita de este sospechoso extranjero invitaba a la pru-
dencia. La forma en que se comportaba este hombre en Gine-

l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau.

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bra también era chocante. Charlando con periodistas y diplo-
máticos, alardeaba de ser antifascista convencido, partidario
de De Gaulle e incluso comunista.
Nos enteramos de esto así como de con quien se relacio-
naba en Ginebra. Su comportamiento era visiblemente de una
naturaleza provocativa. Tuve la convicción de que «Rameau-
Aspirant» no era en absoluto lo que intentaba hacer creer;
era muy probable que hubiese sido enviado a Ginebra por
alguien. Comuniqué mis sospechas al Centro. En su telegrama
de respuesta, el Director compartió mi opinión y me reco-
mendó conservar apartado y a distancia a Rameau y ser muy
prudentes.
Pronto descubrimos quien se escondía bajo el seudónimo de
Aspirant: el verdadero nombre de Rameau era Zweig, había
trabajado ya antes de la guerra en el Deuxieme Bureau del es-
tado mayor (el servicio de información francés); más tarde,
después de la capitulación, había ofrecido sus servicios a Ale-
mania. En otro tiempo había conocido en París a un periodista
llamado Ewald Zweig, un plumífero dispuesto a cualquier cosa,
que escribía en los periódicos de arrabal. Todo hacía pen-
sar que ambos eran el mismo Zweig. Por otra parte, mi obliga-
ción era mantenerme estrictamente a las órdenes del Centro y
evitar cualquier encuentro con él. De todos modos me encontré
cara a cara con Zweig, pero ya volveré sobre ello; entretanto
había pasado más de un año.
Por esa misma época, tuve dificultades con la policía y las
autoridades locales. Esas complicaciones ponían en peligro la
existencia de la Geopress y la actividad de nuestra red, organi-
zada a costa de tantos esfuerzos.
Mi permiso de estancia en Suiza estaba a punto de expirar.
Hasta aquel momento la policía siempre había añadido, sin
poner la menor dificultad, el sello que garantizaba la prórroga
de mi permiso. Esta vez, sin embargo, el comisario de policía
se puso puntilloso. Declaró que, a juzgar por mi pasaporte
y las leyes húngaras, había perdido mi nacionalidad húngara,
me había convertido en un apátrida y él no tenía derecho a
prolongar mi permiso de residencia. Era preciso que regresase
a Hungría para poner mis papeles en regla. El comisario de

240
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hecho tenía razón y habría sido inútil intentar contradecirle.
Según las leyes de Horthy, vigentes en aquella época, todo
ciudadano húngaro que no hubiese residido en Hungría desde
hacía más de diez años quedaba automáticamente desposeído
de su nacionalidad. Emigrado en 1919, no había vuelto a Hun-
gría desde entonces. No podía regresar porque inmediatamente
me hubiesen detenido por mis actividades políticas. ¿Qué ha-
cer? ¿ Cómo prolongar mi permiso de residencia y salvar a la
Geopress? Si no lo lograba tendría que cerrar la oficina y vivir
en la clandestinidad. Pero entonces sería muy difícil dirigir la
red, y ¿qué ocurriría con mi familia? Mi mujer, mis niños y
mi suegra hubiesen sido expulsados de Suiza. ¿Dónde podrían
ir? ¿De qué vivirían? En toda Europa pululaban los fascistas
y los agentes de la Gestapo ...
Lo consulté ampliamente con Lena, y después decidimos
jugarnos el todo por el todo. Yo estaba en buenas relaciones
con uno de los funcionarios del consulado general húngaro en
Ginebra. Con su ayuda, envié por correo diplomático una carta
a mis padres residentes en Hungría. Les pedía que me ayuda-
sen a regularizar mi nacionalidad. Mi padre, que se había enri-
quecido, podía conseguir cualquier cosa con dinero. Mis padres
encontraron un funcionario de la Comuna de Mar que, me-
diando una fuerte suma, aceptó certificar que, en 1935-1936,
yo había trabajado en esa región como geólogo. El certificado
me llegó a través de mi amigo del consulado. Ese papel. era
suficiente para que mi permiso de estancia en Suiza fuese pro-
rrogado.
Otra complicación, más divertida pero no menos peligrosa,
fue consecuencia de un desliz que cometí.
Un artículo sobre las operaciones en el Pacífico había apa-
recido en uno de los diarios de Ginebra. Todo periódico que
se preciase mínimamente publicaba en aquella época ese tipo
de visiones panorámicas. El artículo en cuestión afirmaba que
los japoneses habían ocupado recientemente la isla de Christmas
que era de gran importancia estratégica en el Pacífico y que
permitía a las fuerzas aéreas y a la flota japonesa iniciar un
ataque directo contra los Estados Unidos. La isla de Christmas
ern efectivamente una base imnnrtante en el Pacífico pero, en

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16 · DORA INFORMA
este caso, el autor del artículo se había equivocado. Hay,
en efecto, una isla del mismo nombre en el océano índico y ésta
era la isla que los japoneses habían ocupado.
Como especialista en geografía, pensaba que mi obligación
era poner las cosas en su punto a fin de que los lectores no
fuesen inducidos a error. En otro periódico llamé la atención
al autor sobre este error. Al día siguiente, el director del pe-
riódico me hizo llamar y, muy excitado, me preguntó: «¡Qué
ha hecho usted! ¿Por qué me ha hecho publicar su nota sobre
la isla de Christmas? ¿No sabía usted quien era el autor del
artículo?» La persona en cuestión era un oficial de alta gra-
duación, del ejército suizo, tal vez el jefe del estado mayor.
Mi rectificación le había irritado. Por supuesto, él no tenía
posibilidad de equivocarse en una cosa tan elemental... Pero
yo efectivamente no conocía quién era y qué posición ocupaba
el autor de este aciago artículo. Al principio me reí del asunto
pero pronto tuve que arrepentirme de haber herido el orgullo de
este señor con alta graduación. Me arrepentí porque, a partir
de ese momento, las autoridades empezaron a interesarse por la
Geopress. Después del incidente del periódico, por ejemplo,
obtuve más difícilmente las hojas transparentes, los «cada-
trace» indispensables para dibujar los planos. Incluso en la
neutral Suiza no era fácil encontrarlos durante la guerra.
Poco después de este incidente, un recaudador de contri-
buciones vino a visitarme interesándose por el valor y pro-
cedencia de los ingresos de la Geopress. Esto no había ocurrido
nunca. Sin embargo, mi contabilidad estaba en regla, el agente
me pidió excusas y se retiró.
Todo esto no se debía a la casualidad. Era evidente que
uno de los hombres del ofendido oficial había pinchado a las
autoridades, llamándoles la atención sobre mi agencia. Pero
afortunadamente esta situación no duró mucho. Al cabo de un
cierto tiempo, me dejaron en paz.
¡Pues sí! El más pequeño desliz o un acontecimiento im-
previsible bastaban a veces para crear grandes dificultades a los
que trabajaban en la clandestinidad.
Lo que nos protegía principalmente era que trabajábamos
en un país no ocupado por los alemanes, y también, por su-

242
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puesto, la más estricta clandestinidad. Además, como ya he
dicho otras veces, el gobierno y la población suizas eran antina-
zis y simpatizaban con la lucha de las Naciones Aliadas. Esto
creaba unas condiciones de trabajo favorables.
Al mismo tiempo, las autoridades suizas, que temían cons-
tantemente la agresión, estaban obligadas a ganarse los favores
de Alemania y seguir una prudente política de compromiso. Los
dirigentes alemanes obtenían a veces lo que querían a fuerza
de chantaje y de amenazas.
La evidente orientación anglo-americana del gobierno suizo
y algunas actitudes desfavorables a los alemanes irritaban
a los nazis. Por ello, a guisa de amenaza, procedían a veces a
concentrar tropas a lo largo de la frontera, creaban tensiones en
las relaciones diplomáticas y propagaban la noticia de que la
agresión era inminente. Los fascistas locales preparaban enton-
ces febrilmente el golpe de estado.
La situación se hizo particularmente tensa en junio de
1942, cuando la prensa mundial publicó el acuerdo anglo-ame-
ricano-soviético relativo a la apertura de un segundo frente en
Europa. El gobierno suizo temía que en caso de un desembarco
aliado en Francia, los alemanes penetrasen inmediatamente en
Suiza: Las informaciones secretas recogidas por los servicios
l ,t:l véticos parecían confirmar, en todos sus extremos, estos
temores.
Nuestras fuentes alemanas informaron también de que, en
caso de apertura de un segundo frente, una agresión contra
Suiza no estaba excluida. Esto significaba que tendríamos que
trabajar en las condiciones creadas por la ocupación. Un tra-
bajo tal es extremadamente complejo, exige una preparación
minuciosa y otros medios.
En agosto de 1942 la situación seguía siendo tensa. Los
alemanes realizaban movimientos de tropas en la frontera suiza.
Di órdenes a fin de informar al Centro y pedir la opinión del
mando. Recibimos la orden de continuar trabajando en la clan-
destinidad en caso de ocupación alemana. El Director estaba
inquieto y nos preguntó si estábamos preparados para esta even-
tualidad, dónde esperábamos montar la radio, cómo haríamos
para pasar a la clandestinidad, quién podía conservar su identi-

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dad durante la ocupación alemana, quién serviría de agente
de enlace, etc.
El nuevo peligro que amenazaba a nuestra organización
no nos dio mucho pie para vacilaciones. Tenía que preparar
rápidamente a mis colaboradores, encontrar lugares clandestinos
de cita, convenir las contraseñas, instruir en el código a Pakbo
y a Sissy y resolver muchos otros problemas.
El Centro preguntaba casi cada día cómo estaban los pre-
parativos y nos pedía que paralelamente continuásemos reco-
giendo el máximo posible de información. Nuestros comunica-
dos se habían convertido en un instrumento extremadamente
útil, pues los alemanes ya habían iniciado su gran ofensiva de
verano.

ATAQUE EN DIRECCIÓN AL CAUCASO

Como en 1941 ante Moscú, se desarrolló en verano de 1942


una situación muy grave en el sector sur del frente germano-
soviético. El enemigo realizó sus principales ataques en direc-
ción a Stalingrado y el Cáucaso, y las tropas del Ejército Rojo,
no pudiendo resistir a su gran presión, se retiraron mientras
que las fuerzas aéreas y los carros enemigos les infligían graves
pérdidas.
La iniciativa estaba de nuevo, por un cierto tiempo, en
manos de los generales hitlerianos.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué el Ejército Rojo se encon-
traba en dificultades después. de haber infligido graves pérdidas
a los alemanes durante la campaña de invierno y cómo era
posible que el ejército fascista hubiese podido continuar victo-
riosamente su avance según los planes del Cuartel General
hitleriano?
Varias circunstancias explican este estado de cosas.
Una de las razones era que el segundo frente no se había
abierto aún en Europa; sin embargo, después del feliz resultado

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de las conversaciones anglo-americano-soviéticas, el comunica-
do publicado el 12 de junio de 1942 anunciaba: « ... ha habido
un acuerdo completo en reconocer que la apertura de un segun-
do frente europeo en 1942 es una tarea que no puede ser apla-
zada». El Presidente Roosevelt había asegurado en dos oca-
siones al gobierno soviético que no faltaría a ese compromiso.
Pero pronto apareció la evidencia de que los medios dirigentes
anglo-americanos no tenían la intención de abrir ese segundo
frente porque querían que Alemania y la Unión Soviética se
agotasen mutuamente. Cuando en agosto de 1942 llegó a Mos-
cú, Churchill declaró oficialmente que la apertura del segundo
frente había sido aplazada. Podemos leer en el memorándum
cursado como respuesta al Premier británico por el gobierno
soviético: « ... el Alto Mando soviético ha elaborado sus planes
para las batallas de verano y de otoño teniendo en cuenta la
apertura de un segundo frente en Europa en 1942 ... La nega-
tiva del gobierno de Gran Bretaña de crear este segundo frente
europeo en 1942 ... hace más difícil la situación del Ejército
Rojo y entorpece los planes del Alto Mando soviético ... » 1
La derrota sufrida ante Moscú y el ataque de invierno del
Ejército Rojo habían impulsado al mando militar alemán a
trasladar al Este muchas unidades aptas para el combate. Por
ello las líneas de defensa del Reich en Europa occidental están
muy debilitadas. Los efectivos de las fuerzas anglo-americanas,
por el contrario, superaban en 1942 los 6 millones. Esta fuerza
bastaba ampliamente para abrir un segundo frente en Europa.2
Sin embargo, los Aliados consideraban preferible esperar.
Corría incluso el rumor de que, en lugar de suministrar una
ayuda eficaz a la Unión Soviética, mantenían conversaciones
secretas con Alemania con vistas a firmar una paz por sepa-
rado.
El Alto Mando de la Wehrmacht, viendo que la estabilidad
de la retaguardia estaba asegurada, concentró en verano de 1942
toda su fuerza militar en el frente germano-soviético. Ese ejér-

l. Cambio de mensajes entre Stalin y los jefes de gobierno de los


Estados Unidos y Gran Bretaña. Tomo I. Ediciones Kossuth, Budapest
1958, pág. 73.
2. GGP. Tomo II, pág. 348.

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cito alemán fue el mayor movilizado de toda la Segunda Gue-
rra Mundial. «Los efectivos de las fuerzas alemanas contaban
el primero de marzo de 1942, 232 divisiones, 10 brigadas y
6 flotas aéreas; de ellas, 17 8 divisiones, 8 brigadas (o sea casi
un 80 % de las tropas del ejército de tierra alemán) y 4 flotas
aéreas, estaban enfrentadas al Ejército Rojo.» 1 Aparte de esto,
39 divisiones, 12 brigadas y formaciones aéreas de los aliados
de Alemania combatían también en el frente del Este.
Desde luego, la Wehrmacht no era capaz, como en 1941, de
desarrollar un ataque contra el Ejército Rojo a lo largo de todo
el frente pero disponía aún de fuerzas y reservas suficientes
para concentrar tropas importantes en ciertos sectores y desa-
rrollar operaciones estratégicas.
Cuando se había preparado para la campaña de invierno,
el gobierno soviético no conocía la verdadera situación de sus
aliados y esperaba que, simultáneamente al ataque del Ejército
Rojo, las fuerzas anglo-americanas golpearían a Alemania en el
Oeste. Por ello el mando militar soviético había recibido la
orden de preparar el ejército y la armada para operaciones de
gran envergadura.2
Pero el plan estratégico de ataque del mando soviético
fracasó porque los Aliados renunciaron a emprender operacio-
nes militares en Europa occidental. Sin embargo, también hubo
otros errores.
Se puede leer en la obra antes citada el siguiente análisis de
los errores en que se incurrió: «El Mundo Supremo había so-
breestimado el éxito de los ataques de invierno y no había
tenido en cuenta que el ejército alemán, recuperado de sus
fracasos, había recuperado su capacidad de combate y tenía
importantes posibilidades ofensivas. Las fuerzas armadas sovié-
ticas, pese a disponer de una fuerte tecnología militar y a haber
adquirido una gran experiencia en ofensivas, no habían alcan-
zado todavía una superioridad técnica suficiente en relación al
enemigo y eran inferiores a él en movilidad. Para que, en tales
condiciones, pudiesen privar al enemigo de sus ventajas y crear
las condiciones necesarias para nuevas ofensivas eficaces, habría
1. Idem, pág. 348.
2. Idem, pág. 350.

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sido preciso prever, en los planes de la campaña de verano, que
el Ejército Rojo pasase temporalmente a la defensiva. Esto
hubiese permitido a las tropas soviéticas, en un sector prepara-
do previamente, '-. en un reagrupamiento favorable a la defen-
sa, romper con u: ·;1 batalla ofensiva las fuerzas del ejército
fascista y crear mul 110 antes, y con menos pérdidas, las condi-
ciones necesarias par.1 desviar radicalmente el curso de la guerra
a su favor». 1
Así, a raíz de los errores del Cuartel General soviético, las
tropas del ala sur del frente no estaban suficientemente pre-
paradas para la defensa, frente a la inmensa fuerza del enemigo
que, en julio, rompió el frente con un ataque brutal y penetró
hacia el ValgaL y el norte del Cáucaso.
. En cuanto a nosotros, continuábamos informando al Cen-
tro de los ataques alemanes en el sector sur del frente germa-
no-soviético.
Me di cuenta entonces de que el Centro empezaba a seguir
nuestros informes con una atención creciente. A partir de
julio, por orden del Director, envié los telegramas importantes
con la indicación «urgente» para que fuesen descifrados con
prioridad. Continuaba redactando personalmente los telegra-
mas en alemán y firmándolos como Dora. Nuestros operadores
no sabían quien se escondía tras este nombre prestado. A mí
me conocían con el seudónimo Alberto. Sin embargo, en julio
de 1942, el Director reveló mi seudónimo principal a Jim,
porque mi mujer, que me acompañaba en la tarea de cifrar
los telegramas, se puso enferma. No hubiese podido llevar a
cabo todo el trabajo solo y me vi obligado a aceptar la ayuda
de Jim, que desde entonces conoció mis dos seudónimos. Desde
ese momento pude darle los textos originales para ser trans-
mitidos. Hasta entonces, es decir hasta julio de 1942, Jim sólo
había recibido telegramas cifrados con la ayuda del código que
únicamente yo conocía. No podía pues enterarse de los tele-
gramas que transmitía. Resulta por tanto raro que, más tarde,
haya presentado la cosa como si conociese desde julio de 1941
el contenido de esos telegramas.

l. Idem, pág. 353.

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En julio, las tropas soviéticas libraron grandes batallas de-
fensivas contra las fuerzas nazis, que atacaban en dirección a
Voronej y Vorochilovgrad e intentaron detener al ejército del
general Bock. Entonces transmitíamos al Centro informacio-
nes relativas a ciertos cambios en los planes del Alto Mando
alemán.
Sin embargo, las divisiones blindadas y motorizadas de
Bock lograron romper el frente y el plan de ataque alemán,
preparado de hecho por Rundstedt, comandante del grupo sur,
fue ampliado hacia el Volga, en dirección a .Stalingrado.
Según las informaciones de Luisa, las intenciones alema-
nas eran las siguientes:
Alcanzar primeramente la línea del Don y el Volga (sin
presionar hacia el Cáucaso). El grupo de ejércitos del general
Küchler, partiendo del lago limen, atacaría en el sector situa-
do entre Leningrado y Moscú, para alcanzar Moscú por la es-
palda norte.
Después el grupo Küchler, giraría hacia el sur, mientras
que Bock, habiendo alcanzado el Volga, giraría hacia el norte
para que los dos grupos de ejércitos pudiesen realizar la con-
junción al Este de Moscú.
Quedando.Moscú cogida así en una tenaza, un ataque con-
centrado se lanzaría contra la capital.
Si consideramos la fuerza y la capacidad crecientes del
Ejército Rojo, parecían justificadas las dudas del informador de
Luisa acerca de que el OKW no tendría suficientes fuerzas
para desarrollar operaciones de tanta envergadura y rodear
Moscú por el sur y el norte. Pero la W ehrmacht aún era po-
tente y, aprovechando las circunstancias favorables, podía de-
sarrollar grandes acciones. Si los alemanes no pudieron termi-
nar victoriosamente la campaña de verano de 1942, como ellos
habían previsto, fue porque el Ejército Rojo aplastó la fuerza
de la Wehrmacht en Stalingrado, destruyendo así las esperan-
zas de los generales alemanes.
Hitler estaba seguro de tomar la revancha de la derrota de
1941; al lanzar un nuevo ataque contra Moscú, pensaba des-
truir la tan odiada capital soviética. Muchos documentos y
libros escritos sobre la Segunda Guerra Mundial dan testi-

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monio de ello. Pero nosotros ya conocíamos sus intenciones en
aquel momento, pues habíamos sido informados de ello por
fuentes seguras.
En verano de 1942, recibí una noticia ya prevista. La in-
formación procedía esta vez de los medios diplomáticos finlan-
deses. Grau era quien la había recogido; en junio me informó
a través de Long y Pakbo de la visita realizada por Hitler a
Mannerheim.
Según nuestro informador, que estuvo presente durante un
cierto tiempo en la conversación que se desarrolló durante la
entrevista Hitler-Mannerheim, el Führer había viajado a Fin-
landia de improviso después de que el presidente finlandés
hubiese informado en Berlín, el 15 de mayo, de que su país
pronto iba a firmar la paz por separado con la Unión Soviética.
A raíz de esto Alemania había cesado la entrega de víveres a
Finlandia.
Hablando de sus proyectos, Hitler había declarado que su
concepción estratégica más importante era el ataque que se
desarrollaría contra la línea Astracan-Stalingrado; a fin de sepa-
rar el Cáucaso del Norte de la Unión Soviética para después
ocupar el Cáucaso y Baku. Simultáneamente, contaba con lan-
zar un ataque contra Moscú ...
Hitler había prometido a Mannerheim que, para asegurar
inmediatamente el mantenimiento del orden, pondría a su dis-
posición 4 divisiones SS y que después de la guerra ampliaría
las fronteras de Finlandia hasta el lago Ladoga.
En contrapartida, Hitler exigía a Mannerheim que las po-
siciones finlandesas fuesen defendidas enérgicamente y que el
ejército finlandés tomase parte en el ataque contra Leningrado,
y lanzarse por fin un ataque en dirección a Murmansk.
Se sabe que, en las primeras fases del combate, los alema-
nes lograron importantes victorias en· el ala sur del frente ger-
mano-soviético. Habían atacado con violencia y en una gran
extensión.
Los cuerpos de ejército enemigos continuaron su avance en
dos direcciones: Leningrado y el Cáucaso del Norte.
Las informaciones que transmitimos al Centro mostraban

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que Hitler quería atenerse al plan del estado mayor alemán.
En agosto, por ejemplo, recibí la siguiente información:

4.VII.1942, al Director.

Por Long.
Según informaciones procedentes de las altas esferas mili-
tares, Hitler habría dado orden a sus generales de ocupar
Maikop y Grozni en agosto. El OKW espera poner de nuevo en
funcionamiento, en el plazo de seis meses los pozos de petró-
1

leo destruidos por los rusos en el momento de su retirada. Los


alemanes estiman que el petróleo ruso bastará para cubrir las
necesidades de la W ehrmacht. Todas los expertos renombra-
dos se encuentran en Berlín esperando la orden de partir para
1

el Cáucaso del norte.

Dora

Este comunicado fue confirmado en Berlín por Ynés que


señaló que el plan del OKW para la ocupación del Cáucaso
del norte, por la línea Stalingrado-Grozni-Maikop, seguía sin
modificaciones pese a que la resistencia encarnizada de los so-
viéticos frente a Stalingrado y el avance relativamente fácil
en el norte y el oeste del Cáucaso habían engendrado contro-
versias en el seno del OKW y en el Cuartel General de Hitler.
El Cuartel General alemán preveía para el 27 o 28 de julio la
toma de Stalingrado. El plan inicial del OKW había sido to-
mado de nuevo en consideración, es decir: avanzar hasta el
golfo pérsico pasando por Baku y por el Irán.
Sin embargo, muy probablemente los alemanes sólo toma-
rían en consideración este proyecto en el caso de que el Japón
se decidiese a atacar a la Unión Soviética.
Ynés subrayó que, pese a los éxitos militares de Alemania,
el Japón permanecía a la expectativa.
Era importante que el estado mayor del Ejército Rojo su-
piese, no sólo las intenciones del enemigo o los cambios opera-

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dos en sus planes militares, sino también el número de efectivos
alemanes que atacaban el sector sur del frente, las reservas
de que disponía el enemigo y sus pérdidas.
El Centro recibió contestación a las preguntas que el Di-
rector había formulado, por ejemplo, en su telegrama del 25
de agosto de 1942.

l. ¿Dónde se encuentra el Cuartel General de Hitler?


2. ¿Existen todavía las divisiones 73.a, 337.a, 709.ª y la
división SS «Reich», y en tal caso dónde están acantonadas?
Tenemos datos según los cuales las divisiones 337 .ª y 709.ª
han sido trasladadas del oeste al frente del este, la 7 3 .ª y la
división «Reich» del este hacia el oeste. ¿Dónde se encuentran
actualmente?

Salter logró no sólo responder a estas cuestiones, sino ade-


más recoger informaciones detalladas sobre los lugares de acuar-
telamiento de las tropas alemanas en Francia. En telegrama
del 30 de septiembre de 1942, el Director señaló que las infor-
maciones de Salter eran muy importantes y le expresó muy
particularmente su reconocimiento.

TAYLOR

Cuando empezó la batalla ante los muros de Stalingrado,


Taylor se mostró muy bien informado de las acciones alemanas,
incluso en el terreno de las acciones militares. Sus informaciones,
transmitidas por Sissy, eran concretas y detalladas, hasta tal
punto que empezamos a preguntarnos si alguien intentaba
desorientarnos suministrando falsas informaciones a través de
Taylor. Las noticias que nos transmitía llamaban mucho más la
atención, si consideramos que este hombre no era más que un
simple traductor de la Oficina Internacional de Trabajo. Hasta
ese momento no esperábamos ni recibíamos de él más que ele-

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mentas sin gran valor, y bruscamente se puso a suministrarnos
informaciones importantísimas, noticias tales que el estado ma-
yor en pleno habría palidecido si supiese que se habían filtrado.
Sissy me informó de que Taylor fue quien, en su momento,
le había informado del ataque alemán contra la Unión Sovié-
tica, anunciando la fecha exacta que yo había transmitido rápi-
damente al Centro. Había en todo ello algo que me hacía
cavilar ...
Transmití las primeras informaciones de Taylor al Centro,
con la impresión de que por fin habíamos encontrado una
fuente realmente interesante. Pero como no había podido veri-
ficar las informaciones, quedé roído por la duda hasta la llega-
da de una respuesta de Moscú: ¿las informaciones serían o no
exactas?
Con gran sorpresa por mi parte, el Director, habitualmente
muy prudente, mostró un vivo interés por las noticias que
habíamos transmitido y nos recomendó que animásemos a
Taylor a fin de que trabajase cada vez más activamente. Pero,
para ver claramente las posibilidades reales de este hombre,
me sugirió que confiase a Taylor la siguiente tarea: que enu-
merase las unidades alemanas combatientes en el sector sur
del frente y que precisase el número de prisioneros de guerra
detenidos en la Unión Soviética, basándose, por supuesto, para
ello, en los datos de que disponía el mando alemán. El encargo
no era simple.
Unos días más tarde recibimos la respuesta. El comunica-
do de Taylor, que transmití inmediatamente al Centro, decía:

15.VIII.1942, al Director.
De Taylor.
1. Cito el número de casi todas las unidades alemanas que
han participado en los combates en el sector sur del frente desde
el 1 de mayo, principalmente entre el Don y el Donets así
como en la cuenca del Donets y en la península de Crimea.
Divisiones blindadas: 7.ª, 11.ª, 14.ª, 16.ª, 22.ª.
Divisiones motorizadas: 18.ª, 60.ª, 70.ª.
Divisiones autotransportadas: 5.ª, 99.ª, 100.ª, 101.ª.

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El 49.º cuerpo de ejército compuesto por dos divisiones de
montaña.
Divisiones de infantería: 15.ª, 22.ª, 24.ª, 28.ª, 35.«, 50.ª,
57.ª, 62.ª, 68.ª, 75.ª, 79.ª, 95.ª, 111.ª, 113.ª, 132/, 164.ª, 170.ª,
211.ª, 221.ª, 226.ª, 254.ª, 257.ª, 262.ª, 298.ª, 312.ª.
El 61.º regimiento blindado, una brigada bávara, una briga-
da de artillería (a la que pertenece la 20.ª brigada de infantería
pesada de Küstrin), diversas unidades SS equivalentes a la fuer-
za de un sub-regimiento, compuesto de voluntarios daneses y
noruegos y de unidades SS.
2. El número de prisioneros de guerra actualmente dete-
nidos en la Unión Soviética es 151.000.

Dora

Me hubiese sido difícil verificar en Suiza si estos números


eran realmente los de las unidades combatientes en el sector sur
del frente germano-soviético.
Hubiésemos podido comprobarlo teóricamente, charlando
con los soldados heridos en el frente del Este y que eran aten-
didos en los hospitales y sanatorios suizos propiedad de los
alemanes. A veces recurríamos a estas fuentes útiles. También
hubiésemos podido obtener algunas informaciones a través de
los periodistas de Berna, Viena y Berlín, pero esto hubiese
exigido mucho tiempo. El Centro podía comprobar las infor-
maciones de Taylor más fácilmente porque le bastaba consul-
tar los comunicados de los observadores militares. Ta.mbién
podía verificar cómodamente el número de prisioneros de gue-
rra.
El Centro acusó recibo de las informaciones de Taylor, ex-
presó su satisfacción y, a partir de ese día, le pedí regularmente
informaciones.
Cada vez se vio con mayor claridad que Taylor estaba muy
bien informado de las disposiciones militares tomadas por el
Reich .alemán. ¿Cómo y dónde este modesto funcionario, emi-
grado alemán, recibía informaciones tan importantes? Era un
enigma. Taylor cumplía la palabra que había dado y se negaba

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a suministrar la menor pista sobre sus fuentes. El Centro nos
pidió en varias ocasiones precisar de dónde obtenía Taylor sus
informaciones pero nos vimos obligados a negarnos, temiendo
perder un hombre tan valioso. Más aun cuando Taylor nos dejó
entrever que había la posibilidad de que satisficiese pronto
nuestra «obsesiva curiosidad», como decía irónicamente. ¿Qué
podíamos hacer sino esperar?
En este período difícil en que los alemanes conseguían victo-
rias transitorias en el Don, en Stalingrado y en el norte del
Cáucaso, los <<veteranos» de nuestro equipo -Pakbo, Sissy,
Long, y Salter- trabajaban muy productiva e ingeniosamente.
A veces nos suministraban informaciones muy importantes.
El mando militar soviético suponía que un ejército de re-
serva, compuesto de tropas de refresco, esperaba en Alemania
la señal de partida. Los ejércitos alemanes, enzarzados en un
duro combate en Stalingrado podían ser reforzados de este
modo, lo cual constituía un grave peligro. El Centro nos dio
orden de comprobar si tal ejército de reserva existía realmente
en Alemania o no era más que un «bluff ».
Salter, por medio del informador Lilli, fue el primero en
conseguir información sobre este tema.
Alemania no poseía ese ejército de reserva; en realidad
había unidades compuestas por antiguos reservistas y jóvenes
reclutas, pero su número no superaba las veinte divisiones. Esta
información se basaba en elementos recogidos en diversos
círculos militares alemanes.
En esa época, hacia mediados de julio de 1942, logramos
obtener los primeros informes relativos a las experiencias en
curso en los laboratorios alemanes y que se centraban en la
descomposición de los nucleos de uranio que, hoy sabemos, es
la primera etapa hacia la bomba atómica.
El Centro expresó su reconocimiento particular a todos los
que habían contribuido a recoger esta información extrema-
damente importante desde el punto de vista militar.
Debía transmitir lo más rápidamente posible las informa-
ciones que me llegaban y sólo con muchas dificultades logré
asumir esta tarea. Durante el día trabajaba en la Geopress,
dibujando planos, respondiendo cartas, leyendo periódicos y

254 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


literatura científica, vigilando constantemente las noticias que
la radio de la neutral Suiza recibía de todos los países en gue-
rra. Y día y noche, encerrado en mi gabinete de trabajo, cifraba
los telegramas.
Me esforzaba, realmente, en reducir al mínimo los viajes
de negocios relativos a la Geopress, pero a menudo tenía que
encontrarme en otras ciudades con los miembros de nuestra
organización. En general llevaba personalmente los telegramas
cifrados a Rosie y a Maud; otras veces los llevaba mi mujer.
Igualmente aseguraba el contacto con Sissy, lo que me ocupaba
mucho tiempo, y mucho más aún mis encuentros con Pakbo y
Jim ya que no sabían ni debían saber mi dirección. Iba a
menudo a visitar a Jim a Lausana, llevándole las informaciones
preparadas. En cuanto a Pakbo, le encontraba en diversas
ciudades.
Cuando no encontraba tiempo para efectuar estos viajes,
enviaba a mi mujer o a Rosie a Lausana. Rosie actuaba tam-
bién de enlace entre Pakbo y yo; se encontraba con Pakbo en
lugares convenidos previamente.
Cuando hube iniciado a Lena y a Jim en el cifrado de
telegramas, el trabajo avanzó con mayor rapidez, pese a que
ambos estaban ya suficientemente atareados. Lena se ocupaba
de la gestión financiera de la Geopress y de la mecanografía;
jugaba perfectamente el papel de mensajera y además era madre
de dos niños. En cuanto a Jim, además de su trabajo de ope-
rador, tenía que llevar a buen fin determinadas tareas que le
confiaba el Centro.
Los telegramas con el indicativo «urgente» eran transmi-
tidos por los operadores de Ginebra. Jim sólo recibía los que
podían esperar uno o dos días. Pero si yo mismo, o uno de mis
mensajeros (Lena o Rosie) teníamos tiempo de ir a Lausana,
también los telegramas urgentes eran transmitidos por Jim.
Cada vez estábamos más agotados. A la fatiga física y la
continua tensión, que forman parte de la vida de un agente,
venía a añadirse el nerviosismo general que se apoderaba de
toda la población suiza. Durante la primavera y el verano, el
país esperaba el ataque alemán. La movilización general decre-
tada por el gobierno afectó también a nuestra red: Pakbo

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fue alistado. De esta forma quedó interrumpido el contacto con
nuestros mejores informadores: Long, Salter, Ynés y Luisa.
Afortunadamente esto no duró mucho tiempo. Pakbo logró
hacerse desalistar rápidamente y regresó a Berna. Muchos reser-
vistas quedaron libres porque el peligro de ocupación había
desaparecido. Cuando lo supimos de fuente segura, cesamos
en los preparativos con vistas a un trabajo en la clandestinidad.
A mediados de julio uno de los colaboradores de Sissy reci-
bió la siguiente información: el director de la oficina ginebrina
encargada de los pedidos militares de Alemania había recibido
un telegrama cifrado del OKW que ordenaba cesar en la
preparación de un golpe de estado nazi en Suiza, porque el
gobierno federal había tenido noticias de esos preparativos y
tenía pruebas de que estaban financiados por Alemania. Era
muy importante para Alemania continuar recibiendo el material
de guerra fabricado en las factorías suizas. Se ordenaba pues
al jefe de la oficina que rompiese temporalmente todo contacto
con los fascistas suizos.
Sissy se enteró de esto por una de sus nuevas amistades,
que más tarde nos suministró informaciones de gran impor-
tancia.
Suiza se calmó un tanto, pero tembló hasta el último mo-
mento ante su pérfido enemigo, cuyo apetito expansionista
temía.

EL PASAPORTE DE PAOLO

Más de un año había pasado desde el ataque alemán contra


la Unión Soviética y nuestra red seguía cumpliendo su trabajo
con éxito. No habíamos constatado que la policía nos hubiese
localizado, y no notábamos ningún peligro real. Aparte del
peligro de una invasión alemana (que por otra parte ya había
pasado) y del provocador de la Gestapo, Rameau-Zweig, al
que nuestros hombres continuaban vigilando y que habíamos

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señalado al Centro (le evitábamos al máximo posible), ninguna
complicación había venido a obstaculizar la actividad de nuestra
red.
Es cierto que los alemanes nos habían detectado hacía tiem-
po, pero esto ni el Centro ni nosotros lo sabíamos. Además,
aunque hubiésemos sabido que nuestras emisiones eran capta-
das, no nos hubiésemos inquietado en absoluto. Nuestra acti-
vidad, sólo con eso, no hubiese podido ser molestada. Es
posible defenderse contra la intercepción de los goniómetros.
En verano de 1942, sin embargo, terminó nuestra tranqui-
lidad ( ¡la tranquilidad de la que un espía pueda gozar! ). V arios ·
acontecimientos sucesivos evidenciaron que el enemigo conocía
nuestra red y que nos buscaba.
Ya he dicho que Jim recibía a veces encargos especiales
del Director, que no tenían nada que ver con la actividad de la
red. Por supuesto no hablaba de las orientaciones que recibía
y sólo me comunicaba lo que yo debía hacer en el caso de
que la tarea nos fuese confiada a los dos. En ese caso también
el Centro me informaba. En julio de 1942, recibimos una de
esas tareas comunes. El pasaporte de uno de los agentes, Paolo,
que trabajaba en Italia, había caducado y era preciso prorro-
garlo. Moscú nos pidió por radio que lo hiciésemos rápidamen-
te porque la policía italiana podía detener en cualquier mo-
mento a Paolo a causa de su pasaporte caducado.
Fui a Lausana para discutir los detalles con Jim.
Llegué a su casa a las diez de la mañana. Jim aún no estaba
vestido.
-¿Se ha acostado tarde? -le pregunté.
-Sí, he estado comunicando hasta las tres. He transmitido
varias informaciones que usted me había dado y después he
recibido dos telegramas del Director. Uno es relativo al pa-
saporte.
El Director nos pedía de nuevo que intentásemos prorrogar
el pasaporte de Italia. El asunto visiblemente no podía sufrir
ninguna espera. Ya habíamos encontrado medio de hacer entrar
el pasaporte en Suiza, pero debíamos actuar ahora sin tardanza.
¿ Quién iba a encargarse de hacer prorrogar el pasaporte por
la policía y cómo? Era un:1 tarea muy difícil. Pero Jim había

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17 • DORA INFORMA
recibido instrucciones del Centro: debía establecer contacto con
una persona que podía arreglarlo todo.
También yo tomé medidas y encontré hombres seguros en
la frontera que aceptaron conducir el pasaporte a Suiza y luego
reintegrarlo a Italia.
En esa época no sabíamos quien era ese hombre, cuya
suerte preocupaba tanto al Centro, pero no dudábamos que
nuestro compañero de armas era un agente soviético. Era pre-
ciso intentar cualquier cosa para sacarle de aquel mal trance.
El pasaporte logró atravesar la frontera. Los padres de
uno de nuestros colaboradores, que vivían a ambos lados de la
frontera italiana, fueron quienes lo pasaron clandestinamente.
Según un plan aprobado por el Centro, el correo de Paolo
debía llegar a Como, ciudad fronteriza, encontrar la casa de
un sastre y dejarle el pasaporte. Nuestro correo de Suiza iría
a buscar el pasaporte a casa del sastre, pasaría a Suiza y entre-
garía el documento a un médico amigo mío, quien me lo haría
llegar a través de un agente de enlace.
Todo se desarrolló como estaba previsto. Telefoneé a Jim
y le entregué el pasaporte. Desde ese momento le tocaba inter-
venir, pues sólo él conocía la dirección de la persona que debía
prorrogar el pasaporte.
Jim tomó el tren para dirigirse a Basilea donde debía tomar
contacto con una costurera llamada Anna.
Anna Müller, de origen alemán, era una colaboradora de
confianza del Centro. Hacía trabajo clandestino desde su ju-
ventud. El Centro le había encargado una tarea muy deli-
cada: ella era quien suministraba a los agentes ciertos docu-
mentos cuando los necesitaban.
Anna no nos falló. Una persona a quien conocía desde
hacía tiempo se encargó de las formalidades y en cuatro o
cinco días el pasaporte fue renovado y devuelto a Jim quien
me lo envió inmediatamente. El pasaporte regresó a Italia por
el mismo camino: se lo hice llegar al médico y el correo lo
condujo a Como, a casa del sastre.
El correo del médico llegó a Como el 20 de agosto y se
dio cuenta de que la casa del sastre estaba vigilada: dos hom-
bres de paisano -de lejos se veía que se trataba de detecti-

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ves- rondaban por la calle, cerca de la casa. No entró en casa
del sastre y regresó a Suiza con el pasaporte. ·
Todo hacía creer que la casa del sastre había sido vigilada
desde hacía tiempo, incluso antes de que el correo fuese a
buscar el pasaporte. No podíamos reprochar ni al sastre ni al
médico haber cometido errores pues el médico no había sido
avisado del regreso del pasaporte hasta dos días antes, en
cuanto al sastre, premeditadamente, no le habíamos informado.
Sin duda la policía ltaliana se había enterado a tiempo de que
el pasaporte regresaría por el mismo camino. Esto nos exigía
mucha prudencia.
Informé al Centro de lo que había ocurrido. El Director
nos encargó encontrar otro medio de hacer llegar sin más
retrasos el pasaporte a Italia. Preparamos entonces una cita
en Tirano, ciudad fronteriza italiana. Uno de los colaborado-
res, en quien se podía tener plena confianza, iría a Tirano a la
cita convenida, y entregaría el pasaporte a un hombre que se
presentaría con la contraseña.
Pensábamos que estaba todo en orden; pero el pasaporte
no llegó nunca a su propietario. Más tarde nos enteramos de
que Paolo había sido detenido en julio de 1942, es decir alre-
dedor de un mes antes de que empezase todo el asunto del
pasaporte.
Al detenerle, el contraespionaje italiano había encontrado
la clave del código y la emisora. En Tirano ya fue un agente
del contraespionaje italiano quien acudió a la cita para recoger
el pasaporte. El asunto había revelado a los italianos que una
red de investigación soviética, que estaba en contacto directo
con Moscú, funcionaba en territorio suizo. Se enteraron tam-
bién de que la red soviética tenía hombres en la policía suiza,
por lo menos en Basilea. El servicio de contraespionaje italiano
colaboraba con el Servicio de Seguridad alemán (el S. D. Si-
cherheitsdienst) y la Gestapo. Los alemanes tenían así más
amplias informaciones sobre la red suiza, de la que ya conocían
algunos datos.
La Gestapo y la SD vigilaban de cerca todo lo que pare-
ciese relacionado con las redes soviéticas que operaban en
Europa. Tenían carta blanca tanto en Alemania como en los

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países aliados del Reich. Cuando en 1943, Mussolini fue derro-
cado, la Gestapo hizo trasladar a Paolo de las cárceles italianas
a Alemania. De nuevo los interrogatorios, nuevas torturas ...
Sería difícil decir hasta qué punto este asunto del pasaporte
ayudó a los servicios secretos del Eje .a descubrir la red suiza.
Pero el hecho en sí era inquietante, porque la regla del aisla-
miento en la lucha clandestina había sido gravemente dañada.
Debíamos actuar con rapidez para defender nuestra organi-
zación e impedir que agentes del enemigo se pudiesen infiltrar
en nuestra red.
Por orden del Director, Jim informó a Anna de lo que
había ocurrido y le recomendó prudencia. Después rompió
todo contacto con ella. En 1943, sin embargo, las circuns-
tancias obligaron a Jim a establecer de nuevo una relación con
Anna.
Por mi parte, hice todo lo que estaba en mi mano para
detener eventuales provocaciones en relación con el médico.
Éste estaba absolutamente a cubierto, pero momentáneamente
les fue prohibido a nuestros colaboradores encontrarse con él.
Más tarde, a finales de 1943, cuando la policía suiza me bus-
caba por todo el país, gracias a ese médico logré encontrar un
escondrijo seguro para mis hijos, mi mujer y yo mismo.

EMISORA Y OSCILADOR

El 27 de octubre de 1942, se produjo otro suceso que ponía


en peligro nuestra organización: la policía suiza penetró en
casa de los esposos Hamel, registró su piso de la calle Carouge,
revolvió su almacén de la planta baja y detuvo a Edward.
Olga Hamel me informó de lo que había ocurrido. Me apre-
suré a reunirme con ella en un lugar de las afueras de la
ciudad. ·
Me enteré de que la policía había irrumpido en su piso

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hacia las nueve de la noche. Edward acababa de instalar
la emisora y la antena; se preparaban para el trabajo pues la
hora de emisión estaba próxima. De pronto, oyeron ruido en
la planta baja, procedente del almacén: golpeaban la puerta
cerrada con llave y cerrojo. Los esposos sospecharon al mo-
mento que se trataba de la policía. Olga recogió los telegra-
mas cifrados que cubrían la mesa y, precipitándose hacia la
cocina, los arrojó al fuego. Después, cogiendo la emisora, salió
por la puerta trasera y bajó corriendo al reducto que servía
de escondrijo. Allí metió la emisora en la pequeña fosa cavada
con anterioridad y la cubrió de tierra. La cerradura y el cerrojo
resistieron unos minutos a los golpes, justo lo necesario para
permitir que Olga hiciese desaparecer cualquier rastro compro-
metedor. Cuando regresó al piso, ya oyó pasos en la escalera.
Los policías no perdieron el tiempo en palabras vanas;
empujando a Edward que había acudido a abrir, se precipi-
taron dentro del piso e iniciaron el registro. Lo pusieron todo
patas arriba. No encontraron la emisora escondida en el reducto
pero descubrieron, bajo las placas del parquet, el receptor de
reserva que Edward montaba, a ratos perdidos, utilizando
piezas de recambio. Los policías pusieron el aparato encima
de la mesa y empezaron a estudiarlo. Afortunadamente aún no
estaba terminado: faltaba el manipulador. Por otra parte, Ed-
ward había disimulado la emisora en un oscilador usado con
fines médicos. El oscilador y la radio funcionan sobre el mismo
principio, ambos emiten vibraciones de onda corta. Si falta el
manipulador y algunas otras piezas, incluso un especialista
tiene problemas para distinguir un oscilador de una emisora
de radio.
· Edward explicó a los policías que aquello era un aparato
médico que él mismo se había montado porque no se conse-
guían en los comercios. Era neurálgico -y les mostró su cer-
tificado médico- y se curaba él mismo con este aparato pues
los médicos eran demasiado caros para él.
Los policías le respondieron que tenían que detenerle por
posesión de un aparato de onda corta, incluso si éste tenía
fines médicos. Se llevaron pues a Edward y al aparato.
Pasaron uno, y luego dos días. Edward no regresaba, pero

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no habían llamado a Olga para interrogarla. El tercer día
Edward por fin fue puesto en libertad.
En el puesto de policía había mantenido su afirmación e
interpretado su papel de forma convincente. Al no poder apor-
tar ninguna prueba, el juez instructor se vio obligado a ponerle
en libertad. El certificado médico había sido muy oportuno
y afortunadamente, la emisora medio montada y disimulada
en un generador radiológico era la réplica exacta de un aparato
médico. Los expertos de la policía reconocieron que el apara-
to montado por Edward se parecía más a un oscilador que a
una emisora de onda corta. Su apreciación inclinó la balanza
a favor de Hamel.
Una importante circunstancia, que había sido la causa de
la detención de Edward, disipó un poco nuestros malos pre-
sentimientos. Se aclaró que la policía había buscado en la casa
de los Hamel no una emisora sino propaganda ilegal y que
ésa era la razón de su registro. En efecto, la policía ginebrina
había detenido al hermano de Hamel cuando llevaba propa-
ganda socialista de izquierda a un piso clandestino. El hermano
no tenía nada que ver con nuestra red y Edward no hacía
ningún trabajo clandestino para el partido; pero la detención
de su hermano había provocado automáticamente un registro
en casa de Edward.
Los goniómetros suizos no habían detectado pues todavía
nuestras emisoras de Ginebra. Además los suizos no poseían
más que unos pocos aparatos de ese tipo y sólo los usaban para
vigilar a los aviones alemanes que penetraban en su espacio
aéreo.
Nos tranquilizamos un poco pese a que este incidente hu-
biese llamado la atención de la policía sobre Edward.
Al no haber dictaminado la investigación el uso de una emi-
sora ilegal, el asunto fue transmitido para ser sometido a un
examen profundo al tribunal militar. Por suerte, los elementos
de la investigación policíaca y las piezas de convicción -la
emisora apenas montada- estuvieron paralizados, por una u
otra razón, durante cerca de seis meses. Edward no foe moles-
tado y pudo seguir su trabajo. Por fin en mayo de 1943, fue
convocado al tribunal.

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Tres días antes de la audiencia ordené a Edward que dejase
cualquier trabajo y que escondiese cuidadosamente el aparato de
reserva en el que trabajaba de vez en cuando. La preocupa-
ción se reveló innecesaria.
En la audiencia del 2 de junio, el tribunal militar no apre-
ció ningún delito especial en el caso de Hamel. La sentencia
fue muy benigna: por posesión no autorizada de un aparato
médico de onda corta, diez días de arresto con fianza.
Salimos de este asunto, que hubiese podido tener graves
consecuencias para nosotros, con más miedo que daño.

«EL AMIGO» DE ROSIE

Con sus veintitrés años, cumplidos en diciembre de 1942,


Rosie era el miembro más joven de nuestro grupo. De carácter
firme, muy reservada, servía a nuestra causa con entrega. Al
lado de estas cualidades se escondían, sin embargo, aspectos
negativos; le faltaban la prudencia y la circunspección que sólo
la experiencia de muchos años da al que trabaja en la clan-
destinidad.
Cuando aceptamos la colaboración de esta chica -hija de
un antiguo internacionalista- esperábamos que con el tiempo
se convertiría en un bravo combatiente del frente clandestino.
Pusimos a Rosie a prueba durante varios meses; le enseña-
mos las reglas de la clandestinidad y el trabajo de telegrafista.
En otoño de 1942 aseguraba con independencia el contacto
con el Centro.
Lena y yo visitábamos generalmente a Rosie durante el
día o al anochecer. No había nada extraño en ello y los vecinos
podían tomarnos por profesores de francés o por los padres
de la chica. Una estudiante que llevase una vida demasiado
solitaria podía despertar una innecesaria curiosidad.
Rosie trabajaba bastante bien. Empezaba la emisión a su
hora, transmitía sin faltas el texto cifrado, y cumplía con exac-

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titud y maestría sus tareas de mensajera. No habíamos notado
que hubiese atentado contra las medidas de seguridad. Y sin
embargo se produjo lo peor.
En la peluquería donde se hacía arreglar su largo cabello
negro, Rosie conoció a un peluquero llamado Hans Peters.
Este joven alemán, de buena presencia, vivía desde hacía tiem
po en Suiza. Con seguridad hizo todo lo posible para que la
chica se volviese loca por él. Hizo creer a Rosie que era miem-
bro de un grupo ilegal de oposición, que era antifascista e in-
cluso comunista. En todo caso esto es lo que Rosie afirmó más
tarde con convicción, cuando nuestro grupo empezó a cosechar
fracasos y las dudas se centraron, entre otros, en su amigo.
La falta de experiencia y el desconocimiento de los métodos
falaces del enemigo jugaron un papel fatal. La chica no dudó
de las palabras de su galán y olvidó que es preciso estar siem-
pre prevenido; se enamoró y perdió el control de sí misma.
Y lo que es peor, Rosie no dijo nada de estas relaciones ni a
mi mujer ni a mí.
Esto debía ocurrir hacia septiembre de 1942.
Después de la guerra se comprobó que el peluquero Hans
Peters, que vivía en Ginebra, había sido miembro, durante los
años treinta, de la organización nacionalsocialista semi-ilegal
que se había creado en Suiza, y que trabajaba como agente de la
Gestapo. Estaba en estrecha relación con Hermann Henseler,
adjunto en el Consulado alemán de Ginebra, que era miembro
del servicio secreto alemán y subvencionaba regularmente a
Peters.
Al cabo de un cierto tiempo, Rosie invitó a Peters a su
apartamento. Este «comunista alemán» interpretaba su papel
de forma tan acertada que Rosie terminó por convertirse en
su amante. Pasaban la noche ya sea en casa de Peters ya sea
en casa de Rosie. Así fue como el agente alemán penetró en
el local donde se encontraba una de las emisoras de nuestra
organización. Es fácil de imaginar el sentimiento de triunfo que
embargó a los jefes de la Gestapo cuando Peters les comunicó
la noticia.
Sobre- esta cuestión, debo mencionar la actividad de la
oficina de contraespionaje de Himmler, el «Comando Orquesta

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Roja» que tenía como misión descubrir los agentes secretos
soviéticos en Europa.
Los documentos encontrados en los archivos y los .atestados
judiciales de los interrogatorios a que fueron sometidos después
de la guerra los colaboradores de los servicios secretos alema-
nes, permiten reconstruir la historia de la formación y de la
actividad del «Comando Orquesta Roja». El trabajo de esta
organización ha sido descrito con todo lujo de detalles por
W. F. Flicke, el eminente conocedor de los servicios de contra-
espionaje hitleriano, a quien ya otras veces me he referido. 1
Los alemanes habían dado el nombre clave de Orquesta
Roja a todos los grupos de investigación soviéticos cuyas emi-
soras habían podido captar desde el principio de la guerra con-
tra la Unión Soviética. En 1941 la Abwehr, el SD y la Gestapo
lograron desenmascarar a nuestros colaboradores en Bruselas
y en Holanda, después en la capital del Reich. Pero, pese a
esos éxitos en Bruselas, Holanda y Berlín, el servicio de vigi-
lancia alemán señaló que las emisoras de Francia y Suiza se-
guían dialogando alegremente con Moscú.
Hímmler ordenó entonces que fuese organizado inmediata-
mente un grupo compuesto de varios miembros de confianza y
altamente cualificados de la policía secreta alemana. Este grupo
especial de la Gestapo, que recibía el nombre de Sonderkom-
mando Rote Kapelle, trabajaba en estrecha colaboración con
la investigación militar y el Servicio de Seguridad del Reich.
En verano de 1942 el Komniando llegó a París. Su estado
mayor se instaló primeramente en la calle de Saussaies, en el
edificio de la S.D. (originariamente el de la Süreté, el servicio
secreto francés), después se trasladó al boulevard de Courcelles,
a un edificio particular.
Más tarde, el Kommando Rote Kapelle fue denominado
«Kommando-Pannwitz» porque, a partir del verano de 1943,
el SS-Hauptsturmführer Heinz Pannwitz, experimentado crimi-
nalista de la Gestapo en Praga, dirigió la actividad de este
grupo especial.
En París los agentes del comando empezaron a buscar a

l. W. F. Flícke, Spionagegruppe Rote Kapelle. Kreuzlingen 1954.

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los organismos soviéticos de investigación que estaban en con-
tacto con Radio Moscú y a los que los goniómetros de la
Abwehr vigilaban desde hacía más de un año. Fueron enviados
agentes al territorio francés no ocupado porque los dirigentes
del comando suponían que era allí donde se escondían los jefes
y los miembros de los grupos belgas y holandés que habían
logrado evitar la desarticulación de los mismos en 1941.
Al mismo tiempo, el comando lanzó una acción contra la
red suiza. Los alemanes sabían que dos de nuestros aparatos
emitían desde algún lugar de Ginebra, o en los alrededores,
y que un tercero operaba en Lausana. Tenían que localizar las
emisoras, lo que no era tarea fácil en ciudades tan pobladas.
Pero lo que causó más problemas a los hombres del comando
era que las averiguaciones y la busca se realizaban con mucha
dificultad en la neutral Suiza, que se comportaba muy leal-
mente con los representantes oficiales del R.eich, pero que obs-
taculizaba ostensiblemente la acción de los servicios secretos
de Himmler.
En verano de 1942 los alemanes aún no habían logrado
descifrar nuestros telegramas. Los mensajes captados se amon-
tonaban en la mesa de los expertos, pero su significado seguía
sin desvelar pues el código aún estaba por descifrar. Además,
descubrir donde funcionaban las emisoras y capturar a los tele-
grafistas con los aparatos no hubiese sido un éxito completo.
Los alemanes sabían por experiencia que la organización podía
reemplazar todo eso en tanto que los jefes no hubiesen sido
detenidos.
Los servicios secretos alemanes encontraron entonces un
método nuevo y más depurado. Según W. F. Flicke, lo esencial
de esa táctica era localizar en primer lugar la rama técnica de
la organización (emisoras telegrafistas) y, siguiendo esta
pista, recoger todas las informaciones como clave del código,
nombre de los colaboradores etc. Según el autor del libro Spio-
nagegruppe Rote Kapelle, mataban dos pájaros de un tiro:
destruir la red de investigación en cuestión y, lo que no era
menos útil, entrar en contacto con Moscú y desorientar a los
organismos enemigos proporcionándoles falsas informaciones.
Para asegurarse el éxito, los alemanes después de haber

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localizado el lugar de emisión, vigilaban a los telegrafistas y a
todos los que les transmitían informaciones. Una vigilancia
continuada les permitía localizar nuevos domicilios clandestinos
y controlar nuevas personas. Además, algunos provocadores
estaban encargados de ganarse la confianza de las personas vigi-
ladas a fin de infiltrarse en su organización. Una vez descu-
biertos los domicilios, las personas y sus relaciones, el círculo
se cerraba y empezaban las detenciones.
A grandes rasgos éste es el método que el servicio de
contraespionaje alemán utilizó cuando intentó desarticular nues-
tra red. Con la única diferencia de que el trabajo de los agen-
tes era más difícil en Suiza que en Alemania o en un territorio
ocupado.
Después de la guerra, la correspondencia oficial de la Ges-
tapo reveló que dos .agentes, Hermann Henseler y Hans Pe-
ters (el peluquero de Ginebra} habían sido encargados de
infiltrarse en la red soviética de investigación. Uno de los
agentes había logrado entrar en relaciones estrechas con una tal
Margarete Bolli, que se demostró era una telegrafista.
También W. F. Flicke lo describe en su libro: en verano
de 1942, dos agentes fueron enviados a Lausana y a Ginebra
con orden de establecer contacto con los telegrafistas de la
red suiza. 1
Flicke habla de nuevo de ello en su segundo libro titulado:
Los agentes hablan a Moscú. Según el autor, los agentes alema-
nes sabían que una de las emisoras era manipulada por una
chica. Cita su seudónimo (Rosie), mi nombre, el verdadero
nombre de Jim e informa de detalles de la vida de Rosie. La
mitad de esos detalles no son sin embargo más que pura inven-
ción y, como lo prueban los documentos encontrados más tarde,
el conjunto no se basaba más que en deducciones. Flicke escribe
que Rosie no tenía ninguna razón para dudar de su amigo, no
podía saber que era agente de la Gestapo.2
En lo que a Rosie se refiere, fue así como ocurrieron las
cosas.

l. W. F. Flicke, Spionagegruppe Rote Kapelle, pág. 168.


2. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, págs. 304-305, 316-
318.

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Las relaciones de Rosie y Peters, testimoniadas por per-
sonajes y organismos alemanes tan «competentes», no pueden
ser puestas en duda. Lo que sí está oscuro, es la forma cómo
el agente de la Gestapo pudo determinar que Rosie era real-
mente la persona que buscaba, es decir la telegrafista de nues-
tra red.
Sin duda, antes de que Rosie conociese a Peters, los ale-
manes no sabían donde se encontraba la emisora. Para loca-
lizar el aparato hubiese sido preciso realizar averiguaciones en
el lugar, en la misma ciudad, vigilar cada barrio; cada casa (un
año más tarde la policía suiza, basándose sin duda en los datos
suministrados por los alemanes, logró hacerlo). En consecuencia
los agentes alemanes no podían sospechar que Rosie pertenecía
al servicio de investigación, a no ser que la chica se reuniese
habitualmente con personas vigiladas por la Gestapo o el SD.
Rosie tenía contactos con Pakbo, Jim, Lena y yo mismo. Ade-
más Edward conocía la dirección de Rosie por haber instalado
en su piso de la calle Henry Mussard el aparato de radio.
En esa época, hasta finales de abril. ¿Quién de nosotros
podía estar vigilado?
Pakbo, periodista de. izquierdas, director de una agencia de
prensa antifascista y socialista, era sin lugar a dudas conocido
por la policía suiza y la Gestapo mucho antes de la guerra.
En octubre, Edward había sido detenido provisionalmente por
la policía federal. En cuanto a Lena y a mí, había gente que
conocía nuestro pasado comunista y que podían dar datos a
la Gestapo, así por ejemplo Zweig (Aspirant-Rameau), el agen-
te de la Gestapo del que ya he hablado y que, en 1942, había
dejado Francia para venir a Suiza. Zweig nos conocía, a mi
esposa y a mí, de París.
También es interesante señalar que Peters había trabajado
en la peluquería a la que iba regularmente mi mujer. Es allí
donde iba también Rosie. Nada más natural, en efecto, que
dos .amigas, que tenían tiempo para que el peluquero les arre-
glase el cabello, se encontrasen en la peluquería para char-
lar. Pero la vida actúa a veces contra el sentido común.
Es posible que mi mujer hubiese llamado la atención a
Peters y que éste hubiese aceptado un empleo en la peluque-

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ría a la que ella iba. Así pudo asistir regularmente a las con,
versaciones entre Lena y Rosie.
No queda excluida la posibilidad de que los alemanes hu-
biesen localizado a Rosie siguiendo a Pakbo. Sea como sea,
el hecho es que, hacia agosto o septiembre de 1942, el Co-
mando de la Gestapo localizó nuestra red.
No sé lo que Rosie contó al «comunista» Hans Peters y
si la chica, confiada, le había revelado que estaba en contacto
con Moscú, pero una cosa es cierta: Peters no la abandonaba
ni un momento; si la ocasión se presentaba, podía revolver
el piso, buscar la emisora y, por supuesto, vigilar cuando se
reunía con Lena y conmigo, o cuando salía en misión. Pro-
bablemente fue así como los alemanes lograron descubrir que
Rosie estaba en contacto con Pakbo y Jim. Y esto represen-
taba un grave peligro.
Sin embargo, si nos hubiésemos enterado de la falta que
Rosie había cometido, hubiésemos podido encontrar la forma
de proteger nuestra red: reorganizar rápidamente las comuni-
caciones, cortar todo contacto con Rosie, retirarle la emisora
y cambiar a Jim de domicilio. Algunos de nosotros habrían
pasado a la clandestinidad para continuar dirigiendo las acti-
vidades de la red.

SCHELLENBERG ENTRA EN JUEGO

Himmler estaba sin duda poco satisfecho al ver que el


desenmascaramiento de las redes clandestinas detectadas en
Europa -entre otras la de Suiza- avanzaba tan lentamente.
El Reichsführer de las SS decidió entrar en contacto con el
servicio secreto de la Confederación Helvética, esperando re-
coger así las informaciones necesarias y obtener libertad de
acción en el país neutral.
Himmler confió esta misión secreta a su discípulo y «ben-
jamín», el SS Brigadenführer (general) Walter Schellenberg.

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Muchos de los detalles de esta operac1on, preparada con
ingenio y sutileza, se aclararon después de la guerra.
Schellenberg formaba parte de la élite nazi que gozaba de
la plena confianza de Hitler y detentaba en Alemania todo
el poder político. Estos bonzos fascistas dirigían la policía se-
creta (Gestapo) y el Servicio de Seguridad del Reich (el SD).
La Gestapo y el SD se integraban en el famoso aparato de
las SS sobre el que Himmler tenía plenos poderes, cumplían las
tareas del espionaje y de represión y se ocupaban además
del espionaje en los países neutrales y en los que estaban en
guerra con Alemania.
Schellenberg, uno de los jefes del Servicio de Seguridad
hitleriano, dirigía la sección de localización y contraespionaje
de las SD fuera de las fronteras de Alemania.
Desde su residencia de la Berkastrasse en Berlín-Shmargen-
dorf, que muy pocos conocían, Schellenberg dirigía un inmen-
so aparato de agentes que inundaba al mundo entero. Tenía
igualmente a su disposición los cazadores de hombres de las
SS, al mando de Otto Skorzeny, unidades de paracaidistas en-
cargados de la diversión.
Schellenberg se esforzaba en perfeccionar tanto como po-
día el mecanismo de los organismos subversivos que le habían
sido confiados. Sobre su conciencia pesa la muerte de miles
de antifascistas de la oposición clandestina que fueron asesina-
dos en los campos de concentración y en las cárceles alema-
nas. Schellenberg lo pagó: después de la derrota alemana, fue
juzgado como criminal de guerra y condenado por un tribunal
militar aliado; pero la condena (cuatro años de cárcel) no es-
taba en proporción con sus crímenes.
Para comenzar su acción en Suiza, Schellenberg escogió
el momento apropiado: los alemanes acababan de conseguir
grandes éxitos militares en el frente germano-soviético. Las
tropas de asalto de la W ehrmacht estaban en Stalingrado y
libraban encarnizados combates al pie del Cáucaso. Parecía
que un pequeño esfuerzo suplementario bastaba para romper
la resistencia soviética en el sur. En Europa occidental, por
el contrario, no había síntomas de preparativos en vistas a
un desembarco aliado ni de apertura de un segundo frente.

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Una paz relativa reinaba en la retaguardia del Tercer Reich.
El hombre de confianza de Himmler podía esperar que,
habida cuenta de la situación militar y política ventajosa de
Alemania, los suizos se prestarían más fácilmente al acerca-
miento y harían concesiones en la cuestión de servicios secre-
tos. Schellenberg no se había equivocado. El Brigadenführer
se había marcado como objetivo entrar en relaciones perso-
nales con el coronel-brigadier ( que equivale al grado de ge-
neral de brigada) Roger Masson, jefe del servicio de informa-
ción y contraespionaje suizos, que tenía también bajo sus órde-
nes la policía de aduanas y las tropas destinadas a la defensa
de fronteras.
Estaba muy interesado en entrar en contacto con una per-
sonalidad tan elevada porque se decía -como lo escribe el
ex-oficial de estado mayor Wilhem von Schramm, que sin
duda no es parcial en la cuestión-: «Masson creía, casi a
pesar suyo, en la victoria del Reich alemán». 1
No era, por otra parte, el único en pensar así. El propio
presidente y ministro de Asuntos Exteriores de la Confedera-
ción (hasta 1941 ), Marce! Pilet-Golaz estaba «seguro de la
victoria final de los alemanes». Pilet-Golaz llegaba a devolver
a Alemania los aviones y aviadores alemanes caídos en Suiza,
sin que el mando militar suizo lo supiera e incluso sin que
los alemanes lo hubiesen pedido.2 Igualmente autorizó, sin con-
sultarlo con el Ministerio Público, la venta de periódicos nazis
en Suiza, mientras que la mayoría de diarios suizos habían
sido prohibidos en el Reich de Hitler. De Pilet-Golaz procedía
la famosa frase según la cual, al sucederse rápidamente las
victorias (es decir, las victorias alemanas), era preciso adaptar-
se a su ritmo. El 31 de octubre de 1941, según las notas me-
canografiadas, había declarado en una comisión parlamentaria:
«Los alemanes son los vencedores. La victoria frente a Rusia
también la conseguirán; ¡si no es en otoño, será la próxima
primavera!» 3

l. W. von Schramm, Verrat im zweiten Weltkrieg. Düsseldorf 1967,


pág. 266.
2. J.Kimche, Un general suizo contra Hitler.
3. Neue Zürcher Zeitung, 21 noviembre 1965.

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Teniendo en cuenta esta actitud del jefe de la Confedera-
ción y del Gobierno, no es extraño que, como cuenta Barbey,
el ayudante de campo del general Guisan, «Masson estuvo
encantado de ese encuentro inmediato con Schellenberg, ese
joven fino y culto, que no sólo podía influir sobre Himmler
sino también sobre Hitler y que mostraba una gran compren-
sión por la situación de Suiza». 1
Masson -como los medios gubernamentales en general y
la mayoría de los dirigentes políticos y económicos- quería
evitar a cualquier precio tensiones entre Suiza y su potente
vecino, el Tercer Reich. Desde 1940, Masson, así como los
círculos gubernamentales, hicieron a la prensa -que criticaba
abiertamente al régimen nazi- responsable de la tensión exis-
tente. Por supuesto, ésta era la opinión del ministro de Pro-
paganda del Reich alemán.
El juego llevado entre bastidores por los jefes del servi-
cio secreto suizo y del SD ha sido revelado por el libro de
dos periodistas franceses, Accoce y Quet, «La guerra se ganó en
Suiza», que causó sensación en Europa occidental. La descrip-
ción de la red que yo dirigía -gracias a cuya actividad según
ellos la guerra se ganó en Suiza- no es válida. Los autores
que han intentado falsificar groseramente la historia de la
Segunda Guerra, han contribuido de todos modos a aclarar
las relaciones que mantuvieron en otoño de 1942 Schellen-
berg y Masson. Roger Masson, fallecido en 1967 después de
haber pedido la jubilación, había contado a los dos periodis-
tas, que estaban reuniendo los elementos para su libro, los de-
talles de sus encuentros con el jefe del SD hitleriano. 2 Sin
embargo debemos constatar que el texto de la edición alemana
está en perfecta contradicción con esta afirmación. En todo
caso las relaciones Masson-Schellenberg han sido reveladas al
final de la guerra por la prensa .americana y suiza, de manera
que los dos franceses no han revelado demasiados secretos.
Schellenberg y Masson parece ser que se encontraron dos
veces en 1942 y dos veces en 1943, cuatro veces pues en total.
(En su libro, Kimche no habla más que de dos encuentros.)
l. J.Kimche, ob. cit., pág. 150.
2. La guerra se ganó en Suiza, pág. 313.

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La primera vez el 8 de septiembre de 1942 en W aldshut,
pequeña ciudad fronteriza alemana. Un mes más tarde, el jefe
del SD venía personalmente a Suiza. El coronel-brigadier Mas-
son recibió a su huésped en el palacio de W olfsberg cerca de
Ermatingen, en la orilla del lago Constanza y se entrevistó
con él, del 16 al 18 de octubre, tres días en total. El palacio
era propiedad de Paul Meyer-Schwartenbach, el hombre de
confianza de Masson. Antes de la guerra Meyer ganaba peno-
samente su pan diario escribiendo novelas policíacas. Durante
la guerra llegó a capitán en el servicio de investigación de
Masson y encontró muy natural compartir este rango con otras
actividades: con el Sturmbannführer de las SS Hans W. Eggen,
ayudante de campo de Schellenberg, se ocupaba de las entre-
gas de material de guerra suizo al ejército alemán. Es lógico
pensar que esto le reportaba grandes beneficios porque en
1942 ya tenía un castillo en el que pudo organizar el encuen-
tro de los servicios de investigación alemán y suizo.
Los encuentros siguientes también tuvieron lugar en el.
terreno neutral de Suiza. Por supuesto, estos viajes estaban
rodeados del más absoluto secreto. Sólo algunos hombres de
confianza .y la guardia personal de los dos hombres estaban
al corriente.
No se sabe exactamente qué temas se tocaron, en 1942,
durante las entrevistas de los dos jefes de investigación. Es
posible que Schellenberg hubiese intentado simplemente tan-
tear el terreno y que no hubiese querido ejercer aún presiones
sobre su colega. Pero sí parece que Masson quedó fuertemente
impresionado pues, después del encuentro de septiembre de-
claró a Bernard Barney, ayudante de campo del general Gui-
san: «Nosotros (Masson y Schellenberg) estamos en la misma
longitud de onda». 1
¡Buena confesión del jefe de los servicios de investigación
de un p·aís neutral como Suiza! Es cierto que Schellenberg,
convertido en maestro del arte de la provocación y de la mixti-
ficación, no había mostrado su juego a un enemigo que co-
nocía bien las reglas de las intrigas tejidas entre bastidores.

l. J. Kimche, Un general suizo contra Hitler.

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18 • DORA INFORMA
En 1942, probablemente Schellenberg no había comunicado a
Masson ningún elemento sobre el «Trío Rojo», ni había pe-
dido ayuda para desenmascarar nuestra red. Sin embargo, no
queda excluida la posibilidad de que el jefe del SD hubiera
hecho comprender a su colega que era una situación muy in-
quietante la que le había impulsado a venir en secreto de
Berlín a Suiza.
Una cosa es evidente: el coronel-brigadier Masson debía
haber comprendido que si una personalidad del Reich tan im-
portante como Schellenberg intentaba establecer íntimas rela-
ciones con él sólo podía deberse a razones muy graves. Pero
¿cuáles eran éstas? Masson podía adivinar fácilmente que se
trataba de una red de investigación que trabajaba en contra
de Alemania.

LUCY

Como ya he dicho, recibimos en verano de 1942, a través


de Sissy, informaciones extraordinariamente interesantes de
Taylor. Pero en vano habíamos intentado establecer contacto
directo con la fuente de esas informaciones; Taylor no quería
ni oír hablar de ello. Sin embargo, hacia mediados de noviem-
bre, cuando en Stalingrado empezó el cerco del ejército de
Paulus, Taylor informó a Sissy que el amigo alemán de quien
recibía las noticias aceptaba proporcionar regularmente al ser-
vicio de investigación soviético los elementos que pudiesen in-
teresar a éste. Previamente, Sissy había solicitado a Taylor,
con el permiso del Centro, que hablase abiertamente a su
amigo y le propusiese colaborar con nosotros.
Taylor contó que su amigo se había puesto furioso al sa-
ber que las importantes informaciones que había hecho llegar
a los ingleses (a través del servicio suizo de investigación) no
habían sido utilizadas y habían terminado en la papelera. Los
éxitos del Ejército Rojo ante Stalingrado le impresionaban

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mucho y le impulsaban aún más a colaborar con nosotros.
Señalemos que Taylor nos hizo saber por Sissy que tanto él
como su amigo estaban dispuestos a ayudar a la Unión So-
viética sin compensación, es decir sin pago, salvo los gastos
de material, pues consideraban que era el enemigo más impla-
cable del nazismo y de ella dependía el resultado de la guerra.
Taylor puso de todos modos condiciones: su amigo sólo
aceptaba trabajar con nosotros si no intentábamos averiguar
su verdadero nombre, su dirección, ni su profesión. Taylor nos
dijo simplemente que ese hombre vivía en Lucerna.
Pregunté al Centro si podíamos aceptar sus condiciones.
Personalmente pensaba que, pese a su rareza, debíamos acep-
tar esa cláusula por miedo a que se rompiera el contacto con
un hombre, tal vez una red, tan bien informado. El Director,
después de haber valorado minuciosamente las cosas, fue de
mi misma opinión pero nos aconsejó ser extraordinariamente
prudentes. Taylor no debía en absoluto comunicar a su amigo
el nombre y la dirección de Sissy. Taylor, por su parte, lo
aceptó.
Así fue como en noviembre de 1942, un hombre que
desde ese momento iba a jugar un gran papel en nuestra red,
vino a unírsenos. Le di el seudónimo Lucy porque iba bien
con Lucerna, la ciudad donde vivía. Como todo seudónimo,
sólo lo utilicé en los telegramas dirigidos al Director.
No obstante, antes de recibir la respuesta del Director,
quise probar las posibilidades de Lucy. Le pedí que informara
de: qué sabía el estado mayor alemán sobre el Ejército Rojo,
la posición de las tropas en el frente, los mandos, etc.
Lucy me hizo saber por Taylor que aceptaba responder.
Tres o cuatro días más tarde, Sissy me entregó un texto
mecanografiado de varias páginas. Las informaciones recibidas
de Lucy nos cortaron el aliento porque daban un informe com-
pleto sobre la cuestión. Enumeraba los ejércitos y las divisio-
nes soviéticas, daba el nombre de los comandantes y los va-
loraba desde el punto de vista del estado mayor alemán. Entre
los miembros del mando, el enemigo hablaba con gran respe-
to del mariscal Chapochnikov, jefe del estado mayor del Ejército
Rojo, calificándole de genio. Hablaba en términos muy adu-

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ladores de los oficiales subalternos del mando del Ejército
Rojo, pero no tenía una opinión demasiado elevada de algu-
nos comandantes del frente y del ejército.
Por supuesto, estos datos habían sido suministrados a los
alemanes por los comunicados de los exploradores y las in-
formaciones recogidas en el mismo lugar del combate, entre
los prisioneros de guerra porque, como Carell dice: «el bando
alemán no tenía conocimiento de los grandes planes militares
del alto mando soviético ... no había agentes alemanes en el
estado mayor soviético». 1
A partir de ese momento, el Centro confió las tareas más
complejas a Lucy que las cumplió siempre perfectamente.
El verdadero nombre de Lucy no fue revelado hasta des-
pués de 1944 cuando, después de la desarticulación de nues-
tra red, comenzaron los procesos. Entonces fue cuando, por
primera vez, se oyó el nombre de Rudolf Rossler. Se publicó
sobre él una serie de libros y de artículos y el «problema»
Rossler continúa, aún hoy, animando a la prensa occidental.
La personalidad de Rudolf Rossler actualmente es bastante
conocida, pero su actividad es aún objeto de controversia en
ciertos medios y ciertos órganos de prensa europeos. Según
unos, Rossler era «el mejor agente de investigación de la Se-
gunda Guerra Mundial». Otros, por el contrario, le consideran
«un verdadero patriota alemán, un combatiente en la lucha
contra el fascismo», unos terceros estiman que ha traicionado
a su país y al pueblo alemán. También se juzga del mismo
modo a los oficiales, aún hoy desconocidos, pero por lo que
parece de alta graduación, que proporcionaban a Lucy las in-
formaciones militares.
Rudolf ·Rossler nació en una familia de la pequeña bur-
guesía alemana en Kaufbeuren, una pequeña ciudad medieval
de Baviera. Su padre, alto funcionario de Aguas y Montes,
educó a sus hijos en el espíritu riguroso de la religión pro-
testante.
Cuando se declaró la Primera Guerra Mundial, el joven
Rudolf, con apenas dieciséis años, llevado por el ardor patrió-

l. Paul Carell, Operación Tierra Quemada. Laffont, 1968.

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tico se alistó voluntario. Sin embargo, la vida de las trinche-
ras le desilusionó porque, a. su vuelta del frente, no tenía
ni por asomo la intención de seg:uir la carrera militar, sino
que se interesaba por las artes y el periodismo. Escribió críti-
cas literarias y, hacia 1920, trabajó como redactor en un pe-
riódico de Augsburg y publicó una revista literaria en Munich.
En los años treinta, como contrapartida al Volksbühnen-
bund (Asociación del Teatro Popular) del público de izquier-
das, creó un Bühnenvolksbund (Asociación Popular de Teatro)
con un espíritu «cristiano y nacionalista»; dirigió esta asocia-
ción con competencia y entusiasmo romántico.
La mujer de Rossler, que tenía ideas liberales y democrá-
ticas, era simple y procedente del pueblo; había sido vende-
dora en unos grandes almacenes de Augsburg. Cuando los
nazis tomaron el poder, los dos dejaron Alemania, emigraron
a Suiza y se convirtieron en enemigos encarnizados del hitle-
rismo. En 1934, Rossler creó en Lucerna la editorial Vita
Nova, de la que era propietario y director.
Rossler, establecido en el extranjero, decidió luchar con-
tra el régimen hitleriano, que tanto odiaba, con el arma que
habían escogido sus amigos antifascistas de Berlín; un arma
tan extraordinariamente cortante: el servicio de investigación.
Efectivamente, Rossler había establecido relaciones, desde
antes de la guerra, con el famoso «Bureau Ha», una filial de
los servicios secretos suizos dirigida por el general Guisan y
que debía el nombre a su jefe, el comandante Hans Hausa-
mann, que a la vez era, con el consentimiento de las autori-
dades suizas, consejero militar del partido social-demócrata de
Suiza. 1 ·

Aquello era un buen asunto para los servicios de investi-


gación suizos. Cuando Rossler se ofreció para trabajar en el
Departamento Ha, ya disponía en el Tercer Reich de impor-
tantes fuentes preparadas para la guerra secreta. Rossler reci-
bía informaciones de personalidades que desempeñaban cargos
oficiales en Alemania pero que formaban parte de la oposi-
ción secreta a Hitler, así como de alemanes emigrados a Suiza.
l. Neue Zürcher Zeitung, 6 de febrero de 1970. Der Nachrichten-
dienst der Schweiz im zweiten Weltkrieg.

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¿ Quiénes eran esas personas, cómo se había desarrollado esa or-
ganización .antinazi, cómo llegaban las informaciones de Ber-
lín a Rossler a través de la frontera germano-suiza? Hasta hoy
estas preguntas no han recibido respuesta unánime.
Una cosa sí es cierta: Rossler trabajó en estrecha colabo-
ración con el servicio de investigación suizo a quien entregó
informaciones militares relativas a Alemania. Varios documen-
tos lo atestiguan, así como las propias confesiones de Rossler
cuando, después de la guerra, las autoridades de la Confede-
ración Helvética le citaron judicialmente.
En el curso de su proceso, el 2 de noviembre de 1953,
Rossler asumió personalmente su defensa ante el tribunal fe-
deral suizo y expuso su punto de vista, que caracteriza bien
su mentalidad. Dijo: «Ustedes me llaman espía. Un espía es
un hombre que induce al enemigo a error violando las leyes
de guerra universalmente reconocidas -por ejemplo, introdu-
ciéndose en territorio enemigo, vistiendo su uniforme- o que
por abuso, fraude o incluso violencia, se apodera de secretos
importantes. Que yo hay.a actuado así o de manera análoga, in-
cluso ni el acta de acusación lo pretende».
Edgard Bonjour, el célebre profesor de Historia de la Uni-
versidad de Basilea, encargado por el gobierno federal de prepa-
rar un informe sobre la política exterior de Suiza durante la
guerra, 1 añade que Rossler y Radó «no pueden ser llamados
espías en el sentido estricto de la palabra. Personalmente no
han espiado, pero han reunido, ordenado, seleccionado las in-
formaciones recibidas de sus agentes y luego las han transmi-
tido con su propia radio, sus mensajeros o el correo post.al».
Las manifestaciones de Rossler conciernen a todos, al igual
que la siguiente declaración: «Puedo decir con la conciencia
tranquila que nunca he pensado que las consecuencias de mi
activid.ad pudiesen obstaculizar las relaciones exteriores de Sui-
za». Según Bonjour, Rossler tenía derecho a pensar así, mucho
más cuando Suiza y la Unión Soviética nunca se enfrentaron
durante la guerra y cuando los intereses del país que le daba
asilo no fueron lesionados por la información que comunicaba
a los rusos.
l. Idem.

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Al principio Rossler trabajó, sin duda, sólo para los servi-
cios suizos. Después de la declaración de guerra, los servicios
secretos de los países miembros de la coalición antifascista
también tuvieron acceso a sus informaciones. Y estas infor-
maciones, que procedían de medios gubernamentales y mili-
tares de Alemania, revelaron ser de una extrema importancia.
Según Accoce y Quet, Rossler había hecho saber a Suiza, con
mucha .antelación, que Alemania iba a atacar a Polonia, que
la W ehrmacht iba a invadir Bélgica y Holanda para, operan-
do en forma de golpe de hoz, caer sobre l?s tropas franco-
británicas -esto terminó, como ya se sabe, con la capitula-
ción de Francia. También comunicó los planes alemanes rela-
tivos a la campaña contra la Unión Soviética así como los
planes de otr.as operaciones militares.
Por otra parte, Rossler conocía también las informaciones
sobre Alemania recogidas por los servicios secretos suizos, in-
formaciones que llegaban a Lucerna por diversas fuentes -en
parte directamente a la central de investigación militar, en par-
te al Departamento Ha. Podía analizar y evaluar esas infor-
maciones; y las declaraciones que los desertores, los contra-
bandistas, los fugitivos de Alemania y de los países ocupa-
dos, las conversaciones con los oficiales y soldados atendidos
en los hospitales suizos, los informes de los agregados milita-
res suizos y los órganos consulares -lo que el miembro pro-
alemán del gobierno suizo, Pilet-Golaz, reprochó a los agentes
suizos 1- suministraban a los servicios secretos suizos como
informes preciosos.
El Departamento Ha tenía, por otra parte, su propia red
de investigación que llegaba hasta el OKW (la línea Viking)
y el cuartel general del Führer, tocando los propios colabora-
dores de Himmler y los medios finlandeses mejor situados.2
Así fueron creadas las dos «líneas» del servicio de investiga-
ción suizo, el departamento de Masson y el Departamento Ha
-nominalmente- bajo sus órdenes. Masson no veía con bue-
nos ojos la actividad del segundo, hasta el extremo que de-
nunció al Departamento Ha a Pilet-Golaz -con el que esta-
l. J. Kimche, Un general suizo co,.tra Hitler.
2. Idem, pág. 122.

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ha en connivencia- por sus actividades anti-alemanas. 1 Re-
sulta pues completamente lógico que Rossler, añadiendo los
elementos del Departamento Ha a sus propias informaciones,
pudiese sacar conclusiones importantes.
El general Guisan, que deseaba la victoria de las Naciones
Unidas porque era el único medio, para Suiza, de escapar a
la ocupación alemana, no impedía a sus subalternos entrar en
contacto con los servicios de investigación aliados. Sabemos
que los servicios secretos de los Estados Unidos en Suiza es-
taban representados por Allen Dulles, que más tarde llegó a
ser jefe de la CIA (la Central de Investigación Americana).
Dulles había llegado a Suiza en diciembre de 1942, como
miembro de la delegación diplomática.
En su informe,2 el profesor Bonjour define la actividad
de Dulles como sigue: «Según sus propias declaraciones, se
ocupaba de transmitir a Italia, Washington y Londres, así
como al Cuartel General de los Aliados, los informes proce-
dentes de los países limítrofes con Suiza; Dulles hacía llegar
las informaciones por radiotelegramas o por correo. Pensaba
que sus discusiones con los políticos y los agentes de investi-
gación suizos equilibraban las relaciones que mantenía Masson
con los representantes militares de las potencias del Eje. Así
se restablecía el equilibrio exigido por la neutralidad de Suiza
hacia las partes beligerantes».
El general Guisan disponía pues de fuentes de informa-
ción sobre Alemania muy importantes, informaciones que, para
los enemigos de Alemania, valían más que muchas divisiones.
Así Kimche, el periodista inglés de origen suizo, se hace la
pregunta: «¿Qué podían hacer con estos datos? ¿Unirlos a
otros documentos y archivarlos?» 3 Continuando en la misma
línea de pensamiento llega a la siguiente conclusión: «La
derrota militar de Alemania era el único medio de impedir
la victoria alemana en toda Europa... Si la .resistencia rusa
se derrumbaba, no quedaba esperanza alguna ... ¿Con qué po-
día contribuir Suiza a impedirla (la victoria total del nazis-

l. Idem, pág. 133.


2. Neue Zürcher Zeitung, 6 febrero 1970.
3. J. Kimche, General Guisans Zweifrontenkrieg, pág. 140.

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rno)? » 1 Bonjour escribe sobre esta cuestión que los dirigentes
de la política exterior suiza habrían tenido que comprender
que los rusos, con la fuerza de las armas, contribuyeron am-
pliamente .a aniquilar al nacional-socialismo, de lo que Suiza
se había beneficiado indirectamente.2 Por otra parte, Kimche
recuerda que «el gobierno federal sabía muy bien que si Rusia
se hundía, o era rechazada más allá de los Urales, Hitler no
habría tolerado en su "fortaleza europea" un país democrático
neutral».3

WERTHER Y LOS DEMAS

A partir de finales de 1942, las fuentes berlinesas anti-


fascistas de Rossler también empezaron a trabajar para el Cen-
tro. Como ya he dicho, nadie en mi red, a excepción de Tay-
lor, conocía a Rossler. Incluso no sabíamos con seguridad, aun-
que lo sospechábamos, si trabajaba para el servicio de investi-
gación suizo. Taylor entregaba a Sissy el texto de las infor-
maciones, y ésta me lo hacía llegar. Yo redactaba el telegrama
y lo cifraba para enviarlo a Moscú con el seudónimo Lucy.
Incluso más adelante nunca tuve ocasión de conocer a
Rudolf Rossler. Entre mis colaboradores sólo Sissy y Jim le
encontraron una vez, en otoño de 1944. Qué contestar pues
cuando Pakbo, en sus pretendidas Memorias, afirma que en
mayo de 1941 le revelé que teníamos un buen informador
llamado Rossler y le pedí (a Pakbo) que se informase acerca
de él... ¡A lo largo de toda una página, Pakbo describe cómo
llegó .a saberlo todo sobre Rossler ! 4 ¡Extrañas Memorias! Más
bien las llamaría fantasmagóricas Memorias, para no utilizar
una expresión más fuerte.
l. Idem, pág. 138.
2. Neue Zürcher Zeitung, 14 febrero 1970. Das sowjetische Nein an
die Schweiz.
3. Neue Zürcher Zeitung, 13 febrero 1970. Bemühungen un eine
Normalisierung mit Moskau.
4. O. Pünter, Der Anschluss fand nich statt, pág. 124.

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Arsenijevic, el periodista «muy bien informado»,1 lleva
mucho más lejos las afirmaciones de Pakbo: al parecer yo
descubrí a Rossler haciendo vigilar a Bottcher y Schneider y
por medio de una investigación personal.
Sin embargo, para no faltar a la verdad, debo mencionar
que, el 18 de diciembre de 1967, en una entrevista concedida
a la Tribuna de Ginebra, Pünter declaró: «No tengo ninguna
prueba de que Radó haya conocido a Rossler; me baso única-
mente en mis recuerdos. Me parece que Radó me pidió que
investigase acerca de Rossler, antes del ataque alemán contra
la Unión Soviética. Pero no lo juraría. Ya sabe, después de
veinticinco años ... »
Las informaciones recibidas de Lucy, procedían de distin-
tas fuentes. Para que el Centro pudiese tener una idea exacta
del origen de las informaciones, di a las distintas fuentes seu-
dónimos que me permitían, la mayoría de las veces, acordar-
me inmediatamente del nombre verdadero. Así, por ejemplo:
Werther-Wehrmacht. La suposición de que se trataba de un
oficial de estado mayor, estudioso de la obra maestra de
Goethe, «Los sufrimientos del joven Werther», es fantasiosa,
al igual que la declaración de Van Schraman: «Fue Rossler
quien inventó lo de Werther».2
Olga-Oberkommando der Luftwaffe. Accoce y Quet esta-
blecen una relación entre este nombre y el de la mujer de
Rossler 3 lo que desde luego es tan falso como afirmar que es-
tos seudónimos han sido inventados por los amigos de Rossler,
pretendidos generales del estado mayor de Hitler.
«Anna»-Auswartiges Amt.
Los seudónimos citados, al igual que Teddy, Ferdinand,
Stefan, Fanny, no designan a personas sino a ciertas fuentes
de información. Lucy, cuando me hacía llegar las informacio-
nes, por medio de Taylor o Sissy, mencionaba de dónde pro-
cedían, por ejemplo: «del OKW», «de las fuerzas aéreas»,
«del Ministerio de Asuntos Exteriores», etc. Cuando cifraba

l. D. Arsenijevic, obra citada, págs. 86-87, 112.


2. W. von Schramm, obra citada, pág. 163.
3. P. Accoce-P. Quet, La guerra se ganó en Suiza, pág. 98.

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los mensajes, citaba estas fuentes utilizando los seudónimos
que sólo el Director y yo conocíamos.
Sobre esta cuestión, me gustaría mencionar una deforma-
ción evidente hecha por Accoce y Quet. Los dos autores pre-
tenden que Rossler había comenzado en 1939, justo antes de
la declaración de guerra, a transmitir al Departamento Ha in-
formaciones procedentes de Werther y Olga. 1 Esto es posible
por lo que se refiere a las informaciones, pero los seudónimos
W erther y Olga, inventados por mí, aún no existían en .aque-
lla época.
Igualmente podemos leer en esa obra: «De hecho, a par-
tir del 23 de junio de 1941, Rossler no dejó de ser Lucy, dis-
p~nible a cualquier hora para Christian Schneider, su hombre
de enlace, doblegando el empleo de su tiempo a la transmi-
sión de noticias útiles para los soviéticos, o plegándose a las
exigencias de éstos». 2
También aquí los autores se equivocan porque hasta no-
viembre de 1942 no entramos en contacto con Rossler (que
pasó a ser Lucy a partir de ese momento). Es evidente que no
había podido darnos informaciones antes de esa fecha, a excep-
ción de los fragmentos de información de Rossler, que Taylor
(Christian Schneider) nos entregaba sin precisar quién se la
transmitía. Los seudónimos Werther, Olga y los otros igual-
mente no fueron inventados hasta fines de 1942 y,
a excep-
ción de Moscú, ni Rossler ni nadie los conocía.
Se podría decir que en estos períodos de extrema tensión
el Centro era exigente al querer saber quién informaba a Ross-
ler, dónde trabajaban sus hombres, cuál era su nombre y ca-
tegoría y de qué organizaciones procedían los datos. No era
simplemente pura curiosidad; queríamos saber si las informa-
ciones eran realmente dignas de crédito, y para ello necesi-
tábamos conocer su origen, por miedo a ser inducidos preme-
ditadamente a error. Y si consideramos cuán crítica era la si-
tuación en Stalingrado y en el norte del Cáucaso, compren-
deremos por qué era tan importante que el Centro tuviese que
estar seguro de la veracidad de las informaciones.
l. Idem, pág. 103.
2. Idem, pág. 168.

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Es más, las informaciones de Lucy anunciaban a veces las
intenciones del mando alemán con tal precisión que resultaba
difícil creer que no eran falsas. Además de que llegaban de
Berlín muy recientes. De todos modos,. la afirmación de Foote
de que a veces nos enterábamos a las veinticuatro horas de
las decisiones tomadas por el estado mayor de Hitler,1 no
está de acuerdo con la realidad. Tampoco es probable que,
como se pretende, estuviésemos informados más rápidamente
en Ginebra de los cambios en los planes de operaciones, el
reagrupamiento de divisiones, etc., que los comandantes de
las tropas que operaban en el frente del Este.
Todo esto forma parte de las narraciones fantásticas de
Foote y de Flicke. A raíz de ellos, casi todas las obras de his-
toria militar han hecho suyas esas afirmaciones sin ninguna-
comprobación.
Por supuesto, era muy importante que el Centro pudiese
apreciar hasta qué punto eran frescas las noticias de Lucy. Es
por ello que, de acuerdo con las instrucciones recibidas por
telegrama el 10 de marzo de 1943, pedí a Lucy que mencio-
nase la fecha exacta de sus comunicados, es decir, no sólo la
fecha en que sus informaciones -que llegaban en pequeños
trozos de papel- habían sido mecanografiados en Suiza, sino
también la fecha en que habían sido enviados desde Berlín.
Hizo esto y así pude comprobar el tiempo de transmisión de
las noticias que ( según los datos de Lucy) era siempre de tres
a seis días. Así, por ejemplo, el telegrama que transmití el
6 de mayo de 1943 estaba fechado en Berlín el 2 de mayo,
los telegramas del 13 de mayo contenían noticias transmitidas
el 6 y 7 de mayo, el telegrama del 30 de mayo era del día 25,
el telegrama del 10 de julio era del 6 de julio, y así todos.
Al principio el Centro acogía con muchas reservas las in-
formaciones de Lucy. Pero después de minuciosas comproba-
ciones, la desconfianza cesó. Deseábamos colaborar tan estre-
chamente como fuese posible con Lucy, que se prestó a ello
muy a gusto. Después de un cierto tiempo, incluso desveló
una parte del misterio que le rodeaba: reveló a Taylor algunas

l. A. Foote, Handbuch für Spione, pág. 95.

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cosas sobre la situación y las posibilidades de sus amigos ber-
lineses. Sin embargo, se negó categóricamente a revelar su
verdadera identidad porque -según él- esto podría ser fatal
para ellos. En esto estábamos de acuerdo con él y no le mo-
lestamos más con este tipo de preguntas.
Todo me hace suponer que el secreto de Lucy nunca ha
sido desvelado completamente. Sobre esta cuestión es muy in-
teresante remitirse .a la confesión de Allen Dulles, el antiguo
jefe de la CIA. En su libro La técnica de la investigación, es.-
cribe: «Los soviéticos explotaron entonces una fuente fantás-
tica, situada en Suiza, un tal Rudolf Rossler que tenía por
nombre en clave Lucy. Por medios que aún hoy no han sido
aclarados, Rossler llegaba a conseguir en Suiza informaciones
del alto mando en Berlín, con un ritmo casi ininterrumpido y
a menudo en menos de veinticuatro horas de ser tomadas las
decisiones cotidianas relativas al frente del Este ... ». 1
Así, incluso el jefe de la CIA, Allen Dulles, ignora de
quién obtenía Rossler las informaciones, cuando Dulles resi-
dió en Suiza durante la guerra y dirigió el servicio de infor-
mación americano contra Alemania. Por otra parte, vemos
como Dulles toma también como referencia y sin ninguna com-
probación las afirmaciones fantasiosas de Foote y habla de in-
formaciones recibidas en menos de veinticuatro horas.
El coronel-general Franz Halder, jefe del estado mayor deL
ejército de tierra alemán hasta 1942, hizo también una decla-
ración fantástica cuando fue interrogado como testigo en un
proceso.2 La revista de Alemania occidental, Der Spiegel, re-
produce esa declaración en su número del 16 de enero de 1967:
«Casi todas las iniciativas del OKW, inmediatamente después
de su decisión e incluso antes de haber llegado a mi oficina,
eran puestas en conocimiento del enemigo, a causa de la trai-
ción de uno de los miembros del OKW. Durante toda la guerra
no llegamos a taponar esta grieta». Halder no lo dice abierta-
mente, pero sus palabras dejan entender que ésta fue la única
causa de que los alemanes perdiesen la guerr.a. Ahondando en
el tema, el record es batido por Accoce y Quet que, en su
1. Allen Dulles, La técnica de la investigación. Laffont, 1964.
2. P. Carell, Operación Tierra Quemada.

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libro plagado de inexactitudes y de deformaciones, escriben:
«En el curso de este período de la historia (se trata del vera-
no de 1942), durante más de un mes, no pasarán más de
diez horas entre la toma de una decisión en el OKW y el co-
nocimiento de esa orden en Moscú. Incluso una vez este plazo
se redujo a seis horas». 1
Kimche, habitualmente más prudente y ponderado, se deja
igualmente arrastrar cuando escribe: «La Línea Viking de los
servicios de investigación de Lucerna y las informaciones trans-
mitidas por Radó a Moscú, señalaban a menudo movimientos
de tropas y órdenes que a veces llegaban más rápidamente al
Ejército Rojo que a los comandantes encargados de ejecu-
tarlas».2
¿Cómo lograba Rudolf Rossler mantener un contacto per-
manente con Berlín? Esto sigue siendo un secreto.
La prensa occidental ha emitido todo tipo de hipótesis
sobre esta cuestión. Según unos, Rossler y sus amigos de Ber-
lín aseguraban el contacto a través de los correos diplomáti-
cos de la embajada alemana en Suiza. Otros están convenci-
dos de que el contacto se establecía por radio. La suposición
del correo parece posible para uno o dos informes y esto expli-
caría que el servicio de escucha de la Radio alemana, tan bien
organizado, no hubiese logrado captar las pretendidas emiso-
ras de Rossler. Pero no se mantiene porque ningún correo
habría podido transmitir las peticiones de Rossler y las res-
puestas de sus amigos berlineses con tanta rapidez. Para ase-
gurar un ritmo tal, hubiesen sido precisos varios correos en
constante desplazamiento entre Berlín y Berna. Esto último es
imposible.
La hipótesis del contacto por radio es aún menos convin-
cente. Accoce y Quet piensan que, antes incluso de la guerra,
los amigos de Rossler le habían enviado una emisora y los
códigos. Rossler, que colaboraba con el servicio de informa-
ción suizo, no tenía por qué temer ni a los confidentes ni a
la policía ·y podía así instalar su aparato a cualquier hora
del día. En cuanto a sus compañeros, se servían de una emi-
1. P. Accoce-P. Quet, La guerra se ganó en Suiza, pág. 232.
2. J. Kimche, Spying forpeace, pág. 141.

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sora de serv1c10 y enviaban los telegramas cifrados desde el
Centro Oficial de transmisión del OKW, en el campo de May-
bach en Zossen, a las puertas de Berlín. Ningún control de
radio podía detectar un telegrama sospechoso entre la multitud
de mensajes en clave que el Centro del Alto Mando de la
Wehrmacht enviaba al éter, transmitiendo órdenes a todos los
sectores del frente. Según los periodistas franceses, un frente
invulnerable se creó así entre Berlín y Rossler.
En mi opinión, esta teoría no resiste a un examen pro-
fundo. En principio, es estúpido suponer que Christian Schnei-
der hubiese enseñado a Rossler el manejo de una emisora. Sé
con certeza que Schneider lo ignoraba todo en cuestiones de
radio y que nunca había trabajado como telegrafista.
Y Rossler, ¿podía hacer funcionar él solo un emisor-re-
ceptor? Personas que le han conocido en esa época afirman
que ignoraba el manejo de un aparato de este tipo. Mis du-
das tienen, sin embargo, una razón de fondo: si Lucy hubiese
enviado personalmente sus mensajes por radio, éstos habrían
sido interceptados por los alemanes que ya había localizado
otras emisoras clandestinas.
Con mucha probabilidad, Rossler no recibía ni transmitía
personalmente sus telegramas. Algunas suposiciones hacen
creer que había utilizado la emisora de un órgano oficial. Es
posible imaginar que las informaciones llegaban por la vía ofi-
cial de la embajada o del consulado de Alemania en Suiza.
No olvidemos que Hans Berndt Gisevius, vice-cónsul .alemán
en Zurich, tomó parte activa en la famosa conspiración de los
generales y fue uno de los organizadores del atentado de julio
de 1944 contra Hitler. Desde finales de 1942, estaba en con-
tacto con Allen Dulles, jefe de los servicios de investigación
camuflado de diplomático. 1 Gisevius muy bien podía tener las
mismas ideas que Rossler y haber puesto un telegrafista a su
disposición.
Había también otra vía: el Departamento Ha en el que
colaboraba Rossler. En ambos casos, las estaciones de escucha
alemanas no interceptaban más que emisiones oficiales. Es poco

l. J. Kimche, Spying far peace, pág. 163.

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probable que los alemanes sospechasen de su propia embajada
o consulado. Por otra parte, no podrían hacer nada contra el
servicio de investigación de un país neutral porque no dispo-
nían de ninguna prueba efectiva que les permitiese acusar al
servicio de radio del Departamento Ha de estar en contacto
con informadores alemanes.
También Kimche llega a la conclusión de que «habida cuen-
ta de la rapidez con que Rossler recibía las informaciones,
éstas no podían llegar a Suiza más que por radio y sólo con
el conocimiento y el acuerdo de los suizos». Más adelante
analiza esta pregunta: «¿Cómo y dónde recibía Rossler las
emisiones del Cuartel General del Führer? ¿Acaso era solu-
cionado por los que tenían más facilidades técnicas de hacerlo,
es decir, por los órganos del servicio de investigación suizo?
Si lo suponemos así, porque no podemos imaginar otra solu-
ción, habremos resuelto en parte el enigma de Rossler». 1
Los alemanes no lograron descubrir las fuentes berline-
sas de Rossler. No hay ningún indicio de ello en los archivos
de la Gestapo ni del SD. Esto aparece también en el libro de
W. F. Flicke, en relación a la localización por radio en
la Abwehr. Flicke ignora también cómo se mantenía el con-
tacto por radio y quién suministraba a Lucy las informacio-
nes secretas.
Las dos indicaciones siguientes tal vez contribuirán a di-
lucidar el enigma. La primera data del principio de nuestra
colaboración con Lucy. El Centro y yo mismo presionábamos
a. Sissy para que se enterase a través de Tay lor de dónde y
cómo obtenía Lucy la información. Ella llegó a saber por
Taylor que Lucy tenía a su disposición una gr.an cantidad de
elementos por medio de los artículos de prensa, por los in-
formes de las conversaciones con personalidades alemanas y
los relatos de los soldados alemanes convalecientes en los sa-
na torios de Davos propiedad de Alemania. El oficial de estado
mayor Wilhelm von Schramm, describe en su libro: «La trai-
ción en la Segunda Guerra Mundial», hasta qué punto era
«permeable e insuficiente la frontera entre Alemania y Suiza;

l. Idem, págs. 142-144.

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la común lengua alemana, mucho más, el dialecto germánico
común a Alemania del sur y Suiza, las relaciones familiares,
culturales y comerciales muy estrechas, la interdependencia de
los capitales, todos esos vínculos que nunca se rompen, ha-
cían que esa frontera fuese prácticamente inexistente. A esto
se unía que más de 150.000 ciudadanos alemanes, residían
continuamente en Suiza y que, por otra parte, los habitantes
fronterizos iban a trabajar del otro lado, de la "pequeña fron-
tera'\ como se la llamaba vulgarmente». 1
De entre los ciudadanos alemanes, 30 .000 eran miembros
efectivos del partido nazi en el año 1943; según las decla-
raciones del jefe de la organización, el barón Segismund von
Bibra (consejero de la embajada alemana en Berna), su nú-
mero ascendía a más de 100.000 en 1940.2
Por fin, el informe Bonjour, en su capítulo publicado por
la Neue Zürcher Zeitung el 6 de febrero de 1970, informa de
fuente hoy oficial que el servicio de investigación suizo, bajo
la dirección de Roger Masson, había creado, desde los prime-
ros meses de la guerra, una red con múltiples ramificaciones
que recogía informaciones políticas y militares sobre las po-
tencias del Eje. «Los miembros exteriores del Bureau Central
de investigación se encontraban en las regiones fronterizas
donde interrogaban a los recién llegados y vigilaban el pe-
queño tráfico fronterizo. El aparato de investigación suizo,
que no contaba más que con diez colaboradores al iniciarse
las hostilidades, aumentó a 120 personas durante la guerra.»
Leemos igualmente en el informe Bonjour que: «el servicio
de investigación utilizaba las_ fuentes más diversas. Recibía los
comunicados de los puestos .tronterizos y de las aduanas, con-
trolaba por correo, los telegramas, el teléfono y la radio, di-
seccionaba la prensa extranjera y nacional, interrogaba a los
desertores llegados del extranjero, a los fugitivos, a los prisio-
neros, a los suizos que regresaban al país. Los informes más
interesantes eran los de los agentes, cuyas relaciones se exten-
dían a veces a los centros principales del potencial enemigo

l. W. von Schramm, obra citada, págs. 197-199.


2. Alphonse Matt, Zwischen allen Fronten, Frauenfeld 1969, pág.
196.
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19 • DORA INFORMA
289
alemán, al Ministerio de Defensa del Reich y al Cuartel Ge-
neral del Führer».
Las diversas fuentes proporcionaban informaciones varia-
das que se podían recomponer en mosaico. Combinando y de-
purando diversos elementos, se podía dar a menudo una res-
puesta inmediata a la dislocación del ejército alemán, a los
movimientos de tropas. El mismo Rossler lo confesó al final
de la guerra, en el proceso que Suiza le incoó por traición,
en noviembre de 1953. Declaró, en relación al armario que
se había encontrado en su casa y que contenía 20 .000 peque-
ñas fichas, que la sistematización y el análisis de las informa-
ciones políticas, económicas, militares, político-militares, etc.,
ya publicadas o recibidas de otras fuentes, le permitían dis-
poner de elementos básicos para la elaboración de sus in-
formes.1
El Departamento Ha también seguía con mucho interés
a la prensa alemana. 2 Por supuesto, en este sistema de mosai-
co a veces faltaban pequeñas piedras, otras podían ser falsas o
venir de una fuente que voluntariamente daba informaciones
falsas. Como podemos leer en un artículo de la Neue Zürcher
Zeitung del 9 de marzo de 1969, relativo al departamento
de Hausamann y titulado «Nachrichtendienst im Zweiten Welt-
rieg» ( servicios de investigación en la Segunda Guerra Mun-
dial): «Entre los numerosos informes, había algunos que se
podían verificar al momento. Éste es el riesgo inevitable de
todo agente de información». Por supuesto, el Centro tenía
la posibilidad de hacer comprobar por los exploradores que
se encontraban tras el frente próximo, una parte de nuestras
informaciones y, en caso de duda, no tenerlas en cuenta. Las
preguntas del Director lo atestiguan, como por ejemplo la de
su telegrama del 27 de octubre de 1942, o su respuesta del
24 de noviembre, relativos a los movimientos de tropas seña-
lados por W erther, o también su telegrama del 26 de octubre
del que cito el siguiente párrafo: «Determina la fuente de
Taylor de la que proceden las pérdidas alemanas. Parece que

l. W. von Schramm, obra citada, pág. .318, y J. Kimche, Spying


far peace, pág. 143.
2. A. Matt, obra citada, pág. 183.

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está bien informado, algunos de sus datos concuerdan con los
nuestros. Pero a veces hay alguna contradicción». O el tele-
grama del 30 de noviembre de 1942: «La información sobre
el nuevo cuerpo de ejércitos Weichs, con la composición y
dislocación mencionadas, despierta nuestras dudas». Los tele-
gramas de 5 y 6 de febrero de 194 3 expresan el mismo punto
de vista. Las informaciones dudosas nos llegaron fundamen-
talmente durante las primeras semanas de nuestra colaboración
con Lucy. Más tarde, sus informaciones despertaron menos
dudas, probablemente comprobaba mejor sus fuentes.
Sin embargo, su sistema de fichas no explica como, en el
curso de la Segunda Guerra Mundial, informaciones de una
gran importancia pudieron llegarnos de Berlín, realmente no
en veinticuatro horas pero sí en cuatro o cinco días. Una res-
puesta sin equívocos se dio con ocasión de un debate orga-
nizado el 15 y 22 de mayo de 1966 por la Televisión suiza
sobre el libro de Accoce y Quet. Una parte de ese debate es
· recogido por Marc Payot en el anexo a la edición francesa del
libro de Otto Pünter. 1 Yo mismo fui invitado a un debate
de ese tipo pero, teniendo en cuenta la actitud de las autori-
dades suizas hacia mí, decliné la invitación. (Arsenijevic, que
está en más buena posición para saberlo, informa en la pági-
na 251 de su libro, que en marzo de 1968 las autoridades
federales habían dado orden de negarme cualquier visado de
entrada en Suiza.) En el curso de ese debate televisado, el
doctor Xavier Schnieper, el amigo más íntimo de Rossler,
reveló que las noticias llegaban de Berlín a Milán por el telé-
fono de servicio de la Wehrmacht y desde allí por correo a
Lucerna, a casa de Rossler. Era ese enlace el que probable-
mente aseguraba los dos correos que Rossler había confesado
conocer cuando le detuvieron en mayo de 1944.
Incluso durante la guerra, el trayecto Lucerna-Milán po-
día hacerse por expreso en cinco o seis horas y tal vez ni era
preciso llegar a Milán, sino sólo a la frontera en Chiasso ( tres
o cuatro horas). Los trenes ~e mercancías en dirección a Ita-
lia o procedentes de allí, que atravesaban Suiza cada cuarto de

l. O. Pünter, La guerra secreta en país neutral.

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hora, ofrecían bastantes posibilidades. Igualmente por esta vía
deberían llegar a Berlín las preguntas del Centro. Schramm,
en un artículo publicado por el Frankfurter Allgemeine Zei-
tung del 13 de diciembre de 1966, y titulado «Die rot-weisse
Kapelle», informa de que Schnieper le había revelado ya ese
modo de comunicación a raíz de una conversación anterior.
En su libro ya citado, Schramm se refiere a la entrevista tele-
visada, y este historiador, que trabaja de una forma pragmá-
tica, y en general prudente en sus juicios (salvo cuando su
viva oposición al comunismo le hace aceptar las más absurdas
afirmaciones de Flicke y Foote), acepta también esta posibi-
lidad. Él mismo escribe: «Durante la guerra, Berlín no con-
fiaba en sus aliados italianos y por ello, después del desem-
barco aliado en África, creó cada vez más organismos en Ita-
lia, diciendo que tenían como finalidad el abastecimiento del
Africa-Korps. En Milán se organizó un destacamento especial
para el avituallamiento militar y no es descabellado que estos
órganos estuviesen en contacto directo con Berlín, y que in-
cluso ásegurasen el enlace entre Milán y Lucerna. Incluso es
posible -señala Schramm- que haya sido un organismo de
las SS, porque hacia finales de 1942, después de Stalingrado,
algunos altos oficiales SS intentaban preparar ya el terreno
para su retirada». 1 Schramm cita como ejemplo la conversa-
ción que el príncipe Max Egon von Hohenlohe tuvo en febre-
ro de 1943 con Dulles, jefe del servicio de investigación ame-
ricano.2 Este documento se encontró en los archivos alemanes
caídos en manos de las autoridades soviéticas y un facsímil
fue publicado en el número 7 de la revista Novoie Uremia
en 1960.
Sabemos que Lucy recibía continuamente las informacio-
nes que llegaban a Lucerna, al Departamento Ha, y durante
la guerra este departamento remitió más de 25.000 comunica-
dos al mando militar suizo. (Según una declaración de Hausa-
mann, jefe de ese departamento, a raíz de una entrevista tele-
visada, se trataba de 35 a 40.000 comunicados.) Carell escribe
que, aparte de las fuentes ya enumeradas, el Departamento Ha
l. W. von Schramm, obra citada, pág. 118.
2. Idem, pág. 223.

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disponía de informaciones procedentes de los serv1c10s diplo-
máticos suizos (embajadas y consulados). «Las noticias llega-
ban en parte por correos desde Berlín, Colonia y Munich, con
la ayuda de personas que pasaban la frontera clandestinamen-
te, a través de los correos diplomáticos y por hombres de
negocios que se prestaban a ello. Sin embargo, informaciones
de extrema importancia llegaban por un medio genial, con la
ayuda de las emisoras del Cuartel General del Führer, más
exactamente de la estación repetidora del Departamento de
Hausamann en Berlín.» 1 ¿Cuál era ese medio genial? Carell
nos da la respuesta.
Alphonse Matt, en su libro sobre el Departamento Ha, pu-
blicado en 1969, nos dice: «Hausamann, desde antes de la
guerra, había creado enlaces por radio con las centrales extran-
jeras más importantes ... Hausamann sabía argumentar a los
servios secretos extranjeros la necesidad que tenían de crear
un enlace por radio con los servicios suizos de investigación».
Los enlaces del Departamento Ha continuaron funcionando .
después del inicio de las hostilidades; disponían incluso de un
'radiotelegrafista retirado. El contacto con la Alemania de
Hitler permitió al Departamento Ha señalar, de primerísima
fuente, a finales de marzo de 1941, los preparativos con vis-
tas a un ataque a la Unión Soviética. Hablando de las re-
servas soviéticas, Matt de nuevo menciona un enlace por radio
establecido con una de las misiones militares aliadas. Publica
un facsímil de un radiotelegrama y habla de informaciones
por radio procedentes de las más altas esferas militares alema-
nas. Parece que estas relaciones se mantuvieron hasta el final
de la guerra, mediante el intérprete de los agregados militares
extranjeros acreditados en Suiza.2
Como escribe Paul Carell, todos los elementos de que dis-
ponía el Departamento Ha desde el 31 de agosto de 19 3 9
hasta el 30 de abril de 1945, contenidos en 771 microfilms
de 36 clisés cada uno, se encuentran actualmente en los ar-
chivos militares de la Alemania del oeste ( ! ) en Coblenza y,
considerados como documentos secretos, sólo son accesibles
l. P. Carell, Operación Tierra Quemada.
2. A. Matt, obra citada, págs. 15, 40, 139, 180, 181, 285, 302, 317.

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a los estados mayores militares. 1 Observemos de pasada, ¿cómo
los documentos secretos suizos han llegado en 1963 -según
Carell- a la República Federal Alemana? Carell ha estudia-
do esos films y piensa que los informatlores del comandante
Hausamann «deben buscarse sin duda en las más altas esferas
militares alemanas y que había infiltrados incluso entre los
propios colaboradores de Hitler». Las informaciones que Hau-
samann había recibido del OKW y del mando del ejército de
reserva alemán eran particularmente interesantes. Recibía re-
gularmente información de los .acontecimientos militares que
ocurrían en Francia, Italia, en la Luftwaffe, en la vida eco-
nómica y estaba diariamente al corriente de los movimientos
de tropas, de la posición de las unidades de reserva alema-
nas, de los cursos de formación especial y de los ejercicios
que se desarrollaban en las bases militares de maniobras. Así
Hausamann podía remitir cotidianamente .al mando militar
suizo un informe detallado sobre el número de prisioneros y
pérdidas. Recibía también informaciones ultrasecretas que ema-
naban de los propios círculos del Reichsführer de las SS (Him-
ler ). Por otra parte, algunos informadores debían ocupar pues-
tos clave en el Ministerio de Asuntos Exteriores porque en el
dossier de Hausamann encontramos extractos e incluso foto-
grafías de documentos originales relativos a los informes ul-
trasecretos que el embajador Hewel, agente de enlace del Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores, había enviado al Cuartel Ge-
neral del Führer para información o decisión de Hitler. Los
consulados alemanes de Berna y Estocolmo transmitían a Hau-
samann las instrucciones más importantes que se daban en su
Ministerio de Asuntos Exteriores.
El informe Bonjour, aceptado como oficial, afirma igual-
mente que se ha probado que un agente de investigación del
alto mando alemán -enemigo del régimen nacional-socialis-
ta- había transmitido elementos a Suiza. «En primera instan-
cia parece inverosímil que las informaciones hayan sido trans-
mitidas por los más altos medios del ejército alemán al servicio
suizo de investigación», dice el informe Bonjour. Pero la expli-

l. P. Carell, Operación Tierra Quemada.

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cación es la siguiente: algunos alemanes, que por razones ideo-
lógicas condenaban severamente al régimen en el poder, apro-
vecharon cualquier ocasión para provocar la caída de ese des-
potismo odiado. Uno de los medios a su disposición era trans-
mitir al extranjero importantes secretos militares y políticos.
Suministrando información a Suiza esperaban que esos datos,
llegando a los enemigos del agresor, obstaculizarían la opresión
y conducirían en definitiva a una derrota militar. 1
Así el estado mayor y el gobierno suizos estaban al corrien-
te de los hechos militares más secretos y de la economía ale-
mana de guerra.
De nuevo, también aquí, surge la cuestión de la increíble
rapidez con que eran transmitidas estas informaciones: «A ve-
ces las órdenes relativas a los movimientos de tropas alema-
nas llegaban con más rapidez al general Guisan que a· las auto-
ridades competentes».2
Rossler había entablado amistad -como podemos leer en
el informe Bonjour 3- con el capitán de estado mayor Mayr
von Baldegg, uno de los jefes del Departamento Central de
investigación suiza. Según Bonjour, este suizo sin duda sabía
que Rossler pasaba a los soviéticos las informaciones que ob-
tenía de él, pero no veía nada criticable en esta actividad,
basada en la reciprocidad, porque ello tenía por fin derrotar
a Hitler, preservar la patria de la guerra y aclarar el restable-
cimiento de la paz.
Esto no quiere decir que la única fuente informadora de
Rossler fuese el Departamento Ha, cosa que algunos historia-
dores han afirmado. Carell, en la página 99 de su libro, com-
parando los informes imprecisos y cargados de datos falsos
que se enviaban al Departamento Ha antes de la batalla de
Kursk, con las informaciones extraordinariamente precisas de
Werther, deduce que éste era una fuente que únicamente tra-
bajaba para el servicio soviético de investigación. Hausamann,
por su parte, en su entrevista televisada, afirma que no es
él quien suministraba información a Rossler, sino que las recibía
l. Idem pág. 95.
2. J. Kimcher, Un general suizo contra Hitler.
3. Neue Zürcher Zeitung, 6 de febrero de 1970.

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de él y había podido comprobar que eran extraordinariamente
precisas. 1
Matt escribe también en la página 191 de su libro antes
citado que Rossler «a través de un agente de enlace suminis-
traba regularmente al Departamento Ha excelentes informa-
ciones».
Veamos para finalizar el más hermoso ejemplo de fanta-
sía: en el número del 8 de enero del semanario inglés Obser-
ver, el célebre publicista Malcolm Muggeridge -ex-colabora-
dor del In telligence Service- alardeaba de sus buenas rela-
ciones con Alexander Foote que, en su opinión, estaba en
contacto con Rossler durante la guerra -primera mentira- y
afirma que las informaciones de Rossler procedían del Intelli-
gence Service, porque los ingleses habían logrado descifrar la
clave secreta de los alemanes, que sin embargo guardaron en
secreto. Por otra parte, querían hacer llegar esas informacio-
nes a los soviéticos, y las transmitieron así por medio de
Rossler. ( ¡Cómo! ¡Él no dijo nada!) Es evidente que cualquier
persona sensata compartirá la opinión de Hausamann que de-
clara: «Me parece absolutamente fantasioso creer que los in-
gleses transmitieron informaciones a Rossler para en seguida
volverlas a recibir de él». 2
Pero confiemos la solución de este enigma al tiempo. No-
sotros simplemente podemos decir que el enlace entre Lucy y ·
sus informadores había sido organizado sagazmente, con mu-
cha eficacia y que era perfecto.

EL COMANDO EN ACCIÓN

A finales de 1942, los agentes alemanes lograron localizar


y detener a varios agentes soviéticos de investigación en Euro-
pa occidental. Algunos habían estado, en diversos períodos, en
contacto más o menos estrecho con la red suiza. En septiem-
1. O. Pünter, Guerra secreta en país neutral, pág. 156.
2. Neue Zürcher Zeitung, 11 de enero de 1967.

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bre, la policía secreta hitleriana logró apresar a un ciudadano
suizo residente en Bruselas, cuyo seudónimo era Niggi. Este
hombre conocía a Sissy así como a Anna de Basilea con la que
Jim estaba en contacto por orden del Centro.
En noviembre de 1942 hubo numerosas detenciones en
Francia. Varios miembros de redes clandestinas, entre ellos
Kent, fueron cogidos en sus domicilios secretos.
El lector se acordará sin duda de Kent, jefe de una red
de investigación belga, que había venido a verme en marzo de
1940 por orden del Director. Me había traído el programa
de enlace por radio y el código, que me había enseñado a
utilizar.
Kent había logrado evitar las detenciones de Bruselas, y
el contraespionaje alemán no había podido, durante todo un
año, descubrir su escondite. Pero cuando el comando envió a
sus agentes a la zona francesa no ocupada, volvieron a loca-
lizar su pista.
Según Gilles Perrault, que se basa en documentos del con-
traespionaje alemán y en el testimonio de los supervivientes,
Kent fue detenido en un apartamento el 12 de noviembre
de 1942. 1 La afirmación de Flicke de que Kent había sido de-
tenido con su telegrafista en el momento en que estaban en
contacto con el Centro, carece de fundamento.
Aunque resulte doloroso recordarlo, debemos confesar que
algunos de nuestros colaboradores no resistieron las amenazas,
chantajes y torturas de la Gestapo. No sólo reconocieron que for-
maban parte de una red de investigación soviética, sino que
también dijeron en qué consistía su actividad y lo que sabían
de la red suiza. Hoy todo esto puede comprobarse por es-
crito.
La Gestapo recibió pues informaciones bastante detalladas
sobre mí: nombre y seudónimo (Radó-Dora), profesión, di-
rección en Ginebra, una descripción de mi persona, número
de miembros de mi familia, los idiomas que hablaba, etc. Y el
contraespionaje alemán recibió además un «regalo» inaprecia-
ble: el código que en su día me habían llevado a Ginebra.

l. G. Perrault, La Orquesta Roja, pág. 260.

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Así, desde diciembre de 1942, los alemanes podían con-
trolar una parte de los mensajes que intercambiábamos con
el Centro. Los expertos de su servicio de codificación habían
logrado, de vez en cuando, descifrar las informaciones que
transmitía al Centró así como las instrucciones del Director.
Pero a partir del otoño de 1942, enviaba una parte de mis
telegramas en texto original a Jim que los cifraba él mismo
con su código antes de transmitirlos.
Los alemanes no conocían la clave del código de Jim, y así
no pudieron descifrar los telegramas transmitidos desde Lausa-
na. Cuando me reunía con Jim o le enviaba un correo (ge-
neralmente dos o tres veces por semana), le encargaba de
transmitir los telegramas más importantes y más urgentes, por-
que sabía que tenía una técnica extremadamente rápida. Ade-
más, a pesar de la confesión arrancada a nuestros colabora-
dores, sólo una pequeña parte de nuestros telegramas pudo
ser descifrada (según Schramm, en 1943, sólo era una décima
parte) porque los alemanes no tenían suficientes técnicos en
descifrar lo .1
El contraespionaje, desde que tuvo en sus manos la clave
del código, intentó descifrar los telegramas que se habían acu-
mulado desde 1941, es decir, que habían logrado captar los
intercambios de información entre la emisora suiza y el Cen-
tro de Moscú. Sin embargo, en 1941, una gran parte de mis
telegramas continuaba siendo emitida por el aparato de Sonia,
que no había sido localizado, y los alemanes tampoco cono-
cían su clave. Refiriéndose a unos 250 telegramas captados y
descifrados, conservados en los archivos alemanes y suizos,
Schramm escribe que, durante los primeros años de la guerra,
los alemanes sólo habían podido captar una pequeña parte
de los radiotelegramas y no habían logrado descifrar más de
treinta.
Flicke, basándose en los archivos del SD, reproduce algu-
nos párrafos de los telegramas intercambiados con el Centro.
A título de ejemplo, cito uno de los telegramas captados por
los alemanes a partir de 1941, que, según Flicke, no pudo
ser descifrado hasta finales de enero de 194 3 ( ! ).
l. W. von Schramm, obra citada, págs. 146, 105 y 111.

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10.XII.1941, al Director.
Por Long, del director de la compañía aérea suiza que ha
regresado hace poco de Munich donde ha mantenido conver-
sación con la compañía Deutsche Lufthansa.
1. Las fuerzas aéreas alemanas disponen actualmente de
22.000 aparatos, amén de 6.000 a 6.500 aviones de trans-
porte ]unkers 52.
2. Actualmente se fabrican diariamente en Alemania de
10 a 12 bombarderos en picado.
3. Las unidades de bombarderos, estacionadas hasta aho-
ra en Creta, han sido trasladadas al frente del Este, una parte
a ·la península de Crimea y otras a los distintos sectores del
frente.
4. Alemania ha perdido en el frente del Este, entre el 22
de junio y finales de septiembre, 45 aviones diarios.
5. Los nuevos Messerschmitt están equipados con dos ca-
ñones y dos ametralladoras. Todo ello sobre las alas. Veloci-
dad 600 km/h.
Dora

El final de otro telegrama descifrado -también según


F1icke- impresionó al estado mayor del contraespionaje:
« ... el estado mayor suizo obtiene todas estas informaciones de
un oficial del Cuartel del Alto Mando militar alemán. En el
futuro, daré a la oficina de investigación del estado mayor sui-
zo el nombre de Luisa. Dora.»
Según Flicke, Berlín quedó aturdido. En el territorio de
la Suiza neutral se encontraba una red de agentes soviéti-
cos que tenían visiblemente importantes fuentes de información
que los órganos alemanes no podían evitar. «¿Qué se podía
hacer? No hubiese tenido demasiado sentido pedir explicacio-
nes a los suizos. Suiza hubiese tomado medidas, pero no hu-
biese logrado desenmascarar a los actores principales que tra-
bajaban en la sombra. Se decidió, pues, encontrar primera-
mente los hilos que conducían a Alemania.» 1
Los dirigentes del Servicio de Seguridad del Reich se in-
l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, pág. 21.

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quietaron aún más a medida que el equipo de expertos desci-
fraba nuevos telegramas.

27.X.1942, a Dora.
l. ¿De qué fuente recibe Taylor las informaciones rela-
tivas a las tropas alemanas del frente del Este? ¿Por con-
versaciones o por documentos?
2. Verificar: ¿Está realmente Guderian en el frente del
Este? ¿El 2.º y 3.º ejército están bajo sus órdenes?
3 ¿El 4. º ejército blindado pertenece al grupo Jodl o le
será agregado otro cuerpo blindado? ¿Cuál?
Director

2.XI.1942, a Dora.
Verifique a través de T aylor y los demás, e infórmenos
rápidamente:
l. ¿Quién dirige el 18.º ejército, Lindemann o Schmidt?
2. ¿Está agregado el 9.º cuerpo del ejército al cuerpo de
ejército norte, y cuáles son las divisiones que forman parte
de él?
3. ¿Se ha formado el grupo Model? ¿Quién lo compone?
Averigüe el sector del frente y el emplazamiento de su estado
mayor.
4. ¿Se ha reorganizado el grupo Kluge? ¿Cuál es su dis-
tribución?
5. ¿El estado mayor del 3.º ejército blindado está en Viaz-
na? ¿Quién forma esta unidad, quién la manda? .
Director

Estos telegramas atestiguan, según Flicke, «el alto nivel


que había alcanzado la actividad del Trío Rojo. No era cues-
tión de regimientos o divisiones aéreas, sino de ejércitos y
cuerpos de ejércitos».
Flicke, hablando del temor de los jefes del contraespio-
naje, hace la siguiente constatación: «Nada se hubiese arre-
_glado capturando las emisoras (es decir, nuestros aparatos de
Ginebra y Lausana); pronto hubiesen vuelto a aparecer en
cualquier otra parte, como setas. No era contra las emisoras

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contra quien se tenía que luchar, smo liquidar las organiza-
ciones ... ».1
Leyendo nuestras informaciones, los .alemanes podían co-
nocer ( aunque con mucho retraso) los seudónimos de un gran
número de informadores y miembros de la red suiza. Esta
lista comprendía, aparte de mí, a Pakbo, Sissy, Luisa, Long,
Salter, Rosie, Taylor y varios más. A partir de diciembre de
1942 nuevos nombres aparecieron en nuestros telegramas:
Lucy, Werther, Olga. El contraespionaje nazi no podía adivi-
nar quién se escondía tras estos nombres, pero veía que estos
informadores transmitían a Suiza los documentos más secretos
del alto mando de la Wehrmacht.
El cambio de notas entre el Centro y yo también pudo
evidenciar a los alemanes (mucho más tarde, desde luego) que
yo recibía las informaciones no directamente de Lucy sino a
través de Sissy, porque Niggi, al que habían detenido, no
conocía su verdadero nombre, y la Gestapo sólo conocía el
mío.
La desarticulación de las redes francesa y belga fue un
rudo golpe para la red suiza. Los alemanes podían verificar
nuestros telegramas y recibieron informaciones concretas so-
bre determinadas personas. Estas informaciones fueron comple-
tadas por los comunicados de los agentes y de los provocado-
res (Hans Peters, Rameau-Zweig) que intentaron infiltrarse en
nuestra red.
Los archivos de su contraespionaje nos permiten seguir la
pista de la actividad alemana. Trabajaron en varias direccio-
nes: captando nuestras emisiones, enviando agentes a Suiza y
ejerciendo presiones sobre el contraespionaje suizo. Schellen-
berg se encargó personalmente de esta tarea. Más tarde, los
alemanes recurrieron incluso a la presión diplomática.
La dirección del SD y de la Gestapo pensaba descubrir
así las emisoras clandestinas, los telegrafistas, el contacto con
los informadores, los propios informadores, en Alemania y en
otros lugares, y, con un último esfuerzo, liquidar nuestra or-
ganización.

l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau.


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CUARTA PARTE

HASTA OCTUBRE DE 1943

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LA BATALLA DE STALINGRADO

A princ1p1os de 194 3, las tropas alemanas sufrieron una


aplastante derrota en el sector sur del frente germano-soviético.
Para la Unión Soviética había llegado el momento de la victo-
ria· decisiva.
El gigantesco combate había durado seis meses y medio
ante la desembocadura del Volga y del Don. La batalla que
se había desarrollado a lo largo de casi cien mil kilómetros
cuadrados, duró desde el 17 de julio de 1942 al 2 de febrero
de 194 3. En algunos momentos de ese colosal combate más de
dos millones de hombres, veinticinco mil cañones y lanza-
bombas y 2.300 aviones, de un bando y otro, tomaron parte
en las operaciones. 1
En Stalingrado la Wehrmacht sufrió una derrota cuyas
consecuencias iban a ser fatales. «Esta ciudad -escribe el his-
toriador alemán Walter Gorlitz- ha absorbido ríos de san-
gre alemana y poco a poco se ha convertido en el Verdún de
la campaña del Este.» 2
Se considera que la victoria ganada por el Ejército Rojo
en el Volga ha cambiado radicalmente el curso de la Segunda
Guerra Mundial.
El mando militar alemán quería terminar en 1942 la cam-

l. GGP, Tomo II, pág. 370.


2. W. Gorlitz, obra citada, pág. 393.

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20 • DORA INFORMA
paña contra la Unión Soviética. Pero, al igual que eh 1941,
tampoco pudieron realizar este proyecto.
Las palabras pronunciadas por Hitler en una reunión man-
tenida el primero de junio de 1942 con el estado mayor del
grupo de ejércitos sur, acantonado cerca de Portava son ca-
racterísticas. Según el mariscal Friedrich von Paulus, el Führer
había declarado que «si no se podía tomar el petróleo de
Maikop y de Grozni, tendría que ponerse fin a la guerra». 1
Pero no se trataba solamente del petróleo, los dirigentes
del Reich habían elaborado amplios planes políticos y mili-
tares. Esperaban que el ejército turco se pusiese en marcha
contra la Unión Soviética. En verano de 1942, las 26 divi-
siones del ejército turco estaban acantonadas en la frontera
de la Transcaucasia soviética. El avance del ejército alemán
hacia esa región habría creado una situación ventajosa para
ocupar el Próximo y Medio Oriente.
En las notas escritas en julio de 1942 por Rosenberg, en
relación con la «Modificación del Cáucaso» -conservadas
en los archivos nacionales soviéticos- podemos leer: «Ale-
mania está interesada en crearse una posición estable en el
Cáucaso, a fin de garantizar la seguridad de la Europa conti-
nental, es decir, asegurar sus relaciones con el Próximo Orien-
te. Este contacto con los yacimientos de petróleo es absolu-
tamente indispensable, porque es la condición para que Ale-
mania y Europa entera sean desde ahora independientes de
la coalición de potencias marítimas. El objetivo de la política
alemana es someter a su dominación política y militar el Cáu-
caso y los países vecinos del Sur».2
Por supuesto, este plan dependía del proyecto principal, o
sea de la victoria sobre la Unión Soviética. Pero su destino
se decidió en las orillas del Volga, en Stalingrado.
Hitler expuso las razones que habían conducido al alto
mando alemán a lanzar el ataque sobre Stalingrado. Cito sus
palabras: «Quería alcanzar el Volga en un punto determina-
do. Fue una casualidad que esa ciudad llevase el nombre del
propio Stalin. No era ése el criterio para alcanzarla, la ciudad
l. Documentos del proceso de Nuremberg, pág. 378 (en ruso).
2. GGP, Tomo II, pág. 398.

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hubiese podido llamarse de cualquier otro modo. La he esco-
gido porque era un punto extraordinariamente importante.
Era el núcleo de transporte de más de treinta millones de to-
neladas de mercancías, entre ellas nueve millones de toneladas
de petróleo. Allí afluía el trigo de Kuban y de Ucrania para
ser transportado hacia el norte. También llegaba allí el mineral
de magnesio. La ciudad era un inmenso centro de transbordo.
Precisamente por eso quería ocuparla». 1
Según los documentos de los archivos soviéticos, el maris-
cal von Paulus, comandante del 6.º ejército alemán que atacó
Stalingrado, había declarado al ser detenido: «La región de Sta-
lingrado era una base de partida ventajosa para dirigir un
ataque hacia Moscú y más al Este. A este ataque vendría a
unirse simultáneamente la rotura del frente central por las
tropas alemanas -en la zona situada al este de Smolensko
y en dirección .a Moscú- que había constituido un peligro
real para el ejército soviético y toda la estrategia de su alto
mando». 2
En otoño de 1942, el frente no estaba a más de 150 o
200 km. de Moscú. Una victoria en el Valga hubiese creado
realmente una situación estratégica ventajosa para los alema-
nes y su mando militar, que había comprometido fuerzas in-
mensas en la batalla de Stalingrado.
«El 6.º ejército, que constituía la fuerza esencial de l.as
tropas fascistas y el 4.º ejército blindado se enzarzaron en
una lucha larga y agotadora, al igual que el 3.º y 4.º ejérci-
tos rumanos y el 8.º ejército italiano, 50 divisiones en total,
sin contar las tropas con armas especiales. Allí combatía un
quinto de las divisiones de infantería del enemigo y alrededor
de un tercio de sus divisiones blindadas. Más de un millón de
soldados enemigos se habían concentrado en la región de Sta-
lingrado .»3
Todo esto prueba la inmensa importancia que el mando
militar concedía a la batalla del Valga. Par.a los dirigentes

l. Hans Adolf Jacobsen, Der Zweite Weltkrieg in Chronik und


Dokumenten.
2. Vo"ienno-istoritcheski ;ournal, Moscú 1960, n. 0 2, pág. 82.
3. GGP, Tomo III, Budapest 1965, pág. 11.

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fascistas del Tercer Reich no tomar Stalingrado era una ver-
gonzosa derrota militar y política.
El alto mando del Ejército Rojo era consciente de todas
las consecuencias de la batalla; por ello decidió lanzar una
contraofensiva centralizada y aplastar en la región de Stalin-
grado los principales contingentes del enemigo. Esta operación
de tamaña envergadura se efectuó perfectamente.
El mariscal A. M. Vassilevski, entonces jefe del estado ma-
yor del Ejército Rojo, que había participado en la elaboración
de las operaciones militares de Stalingrado, escribe, refirién-
dose a esas jornadas memorables: «Nuestras tropas no nece-
citaban más de cinco días para completar el cerco del ejército
fascista que contaba con más de 300.000 hombres. 22 divi-
siones enemigas y varias unidades enviadas en auxilio quedaron
cogidas en la inmensa tenaza». 1
El 2 de febrero de 1943, el grupo de ejércitos cercado era
exterminado totalmente.
Precisamente en otoño de 1942, la red de Lucy se unfa a
nosotros. Una de las primeras informaciones que nos transmi-
tió fue la siguiente: «Al sudoeste de Stalingrado, en las "tierras
negras" semidesérticas y deshabitadas, el flanco del ejército
alemán está indefenso. Sus mandos opinan que no es posible
una concentración de tropas soviéticas en esa región».
En su libro titulado Recuerdos y memorias el mariscal1

Jukov señala también que, según la opinión de A. M. Vassi-


levski, entonces jefe del estado mayor, era precisamente esa
región (situada entre Sarpa, Tsatsa y Bermantsak) la que se
había escogido como punto de partida de la contraofensiva,
ant~s de iniciarse en noviembre por el ala izquierda del frente
de Stalingrado.
Sobre este tema Jukov cita una declaración hecha después
de la guerra por el general Jodl, jefe del departamento de
operaciones de la Wehrmacht: «Ignorábamos totalmente que
efectivos rusos tan importantes se encontrasen en la región. Al
principio no había tropa alguna, y luego nos atacaron con una
fuerza que fue decisiva». 2 El Centro, después de haber reci-
1. A. Vassilevski, Gloria inmortal. Pravda del 2 de febrero de 1968.
2. G. K. Jukov, Memorias, 1942-1946.

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bido la anterior información hizo una serie de preguntas, y
pidió más detalles, así por ejemplo el telegrama del nueve de
noviembre de 1942:

A Dora.
¿Dónde están situadas las líneas traseras de defensa de
los alemanes en el sudeste de Stalingrado y a lo largo del
Don? ¿Dónde están constituidas las líneas de defensa en el
sector Stalingrado-Kletskaia y Stalingrado-Kalatch? ¿Cuáles son
sus características? ¿Qué tipo de fortificaciones se han cons-
truido en la línea Boudrennovsh-Divnoye-Verkne-Tchirskaia-Ka-
latch-Kachalinskaia-Kletskaia así como en el sector del Dnieper
y de la Berezina?
Director

Durante la batalla de Stalingrado tuvimos que responder


a preguntas como, por ejemplo:

10.XI.1942) a Dora.
Haga verificar por Taylor y otras fuentes:
1. ¿Dónde se encuentran actualmente las 11. ª y 18. ª di-
visión blindada y la 25. ª división motorizada que anteriormen-
te actuaron en el frente de Briansk-Boljov?
2. ¿Se ha formado el cuerpo de ejército de Weichs?
¿Cuál es su composición y su estado mayor? ·
3. ¿Se ha constituido el grupo de ejércitos Guderian?
¿Tropas que lo componen y situación de su estado mayor?
Director

26.XI.1942, a Dora.
Envíenos datos sobre las disposiciones concretas tomadas
por el OKW relativas al ataque del Ejército Rojo contra Sta-
lingrado.
Director

2.XII.1942, a Dora.
A partir de ahora su tarea más importante es determinar

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exactamente cuáles son las reservas alemanas en la retaguardia
del frente del Este.
Director

Unos días más tarde, Taylor nos informó de que dos ge-
nerales alemanes -principalmente von Paulus, comandante del
ejército de Stalingrado- querían abandonar el sector de Sta-
lingrado y el Cáucaso del norte.
Se sabe que Hitler no autorizó la ejecución de tales pro-
yectos y la desesperada contraofensiva alemana prosiguió. 1
El 7 de diciembre recibimos otro telegrama:

A Dora:
¿Cuáles son, en el Oeste y en Noruega, las unidades mi-
litares que parten para el frente del Este y cuáles son las uni-
dades que regresan del frente del Este hacia el Oeste y los
Balcanes?
¿Cuáles son los planes del OKW relativos a la ofensiva
del Ejército Rojo? ¿La W ehrmacht se conformará con una
lucha defensiva, o el OKW proyecta alguna contraofensiva en
algún punto del frente del Este? En tal caso, ¿dónde, cuándo
y con qué fuerzas?
Director

Intentamos responder a las preguntas del Centro en la me-


dida de nuestras posibilidades. A las recibidas el 2, y luego
el 22 y 25 de noviembre, relativas a informaciones precisas
sobre las reservas de la retaguardia alemana, nos llegó de
W erther una respuesta exacta que daba el número de divisio-
nes de reserva y su lugar de concentración.
El Centro nos transmitió rápidamente una apreciación po-
sitiva. El 16 de enero, el Director telegrafió:

Las informaciones recibidas de W erthér eran muy impor-


tantes.

Después, el 18 de febrero:

l. P. Carell, Operación Barbarroja, págs. 517-520.

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Agradecemos a W erther las informaciones relativas al fren-
te del Cáucaso.

Un telegrama del 22 de enero decía:

Transmita nuestro agradecimiento a Lucy por su exce-


lente trabajo. La última información de su red relativa al sector
central del frente era muy importante.

Anteriormente, el 5 de noviembre (día de mi cumpleaños),


en plena batalla de Stalingrado, me enteré de que había sido
condecorado. Más tarde se me informó de que se me había
concedido la orden de Lenin.
Stalingrado fue el punto de partida de los golpes decisivos
dados por el Ejército Rojo. La batalla duró dos meses y medio
y el enemigo fue rechazado más allá del Volga. Los .alemanes
perdieron todo lo que habían conquistado a costa de enormes
sacrificios. La derrota de Stalingrado tuvo también repercusio-
nes sobre la economía de Alemania. El ejército había perdido
enorme cantidad de material y .armas. «La industria alemana
necesitaba seis meses para volver a aprovisionar al ejército de
carros y vehículos, de tres a cuatro meses para los cañones y
de dos meses para las armas de la infantería y los lanza-
bombas» .1 Á raíz de la falta de reservas humanas, Hitler se vio
obligado .a decretar, el 18 de febrero de 1943, la moviliza-
ción general.
La inmensa derrota sufrida en las estepas del Volga per-
turbó las posiciones alemanas en toda la longitud del frente
germano-soviético, desde los muros de Leningrado hasta la
cordillera del Cáucaso. El Ejército Rojo se preparaba para un
ataque general.
Una situación particularmente favorable para el ataque se
creó en el sur. La victoria de las tropas soviéticas en Stalin-
grado representaba un peligro inminente para el grupo de ejér-
citos del Cáucaso así como para los del Don, amenazados desde
el norte por las fuerzas del Ejército Rojo.

l. Chester Wilmot, La lucha por Europa. Fayard, 1953.

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A costa de graves pérdidas humanas y materiales, el man-
do militar alemán logró retirar el grueso de sus tropas del
Cáucaso del norte, evitando el cerco fatal. Pero los ataques
del Ejército Rojo habían debilitado considerablemente a esas
tropas. En ese momento, los soviéticos lanzaron un ataque en el
curso superior del Don. «Aplastaron definitivamente a las tro-
pas italianas que ya habían sufrido enormes pérdidas en Sta-
lingrado. El 2.º ejército húngaro sufrió también una derrota
catastrófica; de hecho fue totalmente aniquilado. Perdió diez
divisiones, o sea, 150.000 hombres y oficiales, toda su arti-
llería y todo su material. Sólo algunos batallones y compañías
se salvaron huyendo.» 1 Así fue como se terminó la batalla del
Don para las tropas alemanas y de los países vasallos.
Por el contrario, la victoria lograda en el Don creaba una
situación ventajosa para un ataque del Ejército Rojo en direc-
ción a la cuenca del Donets y de Jarkov, del Dnieper y de
Kursk. La liberación de las regiones del Este y Nordeste
de Ucrania comenzó.
El Ejército Rojo logró otra importante victoria en enero
de 1943: forzó el sitio de Leningrado. La ciudad, que había
resistido heroicamente durante un año y medio el asedio por
tierra y por mar, por fin fue liberada.
Así comenzó el decisivo año de 194 3: un ataque concen-
trado de todo el Ejército Rojo se desencadenó a lo largo de
todo el frente.
Teniendo en cuenta la nueva situación estratégica, el Cen-
tro confió nuevas tareas a nuestra red de espionaje.

ÉXITO Y PREOCUPACIÓN

En Suiza la noticia de la derrota alemana se extendió como


un reguero de pólvora. La primera que oímos fue la voz del
locutor de Radio Moscú. La radio transmitió varias veces el

l. GGP, Tomo III, pág. 91.

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comunicado del Departamento de Información soviético sobre
la liquidación del 6.º ejército alemán cercado en Stalingrado.
El mismo día, las emisoras suizas difundieron también la mis-
ma noticia. La BBC, interrumpiendo sus emisiones, repitió la
noticia de la victoria soviética, dando a conocer más detalles.
Las primeras páginas de los periódicos suizos eran llenadas por
esas noticias.
Los periódicos y emisoras alemanes no decían una pala-
bra. Hacían como si nada hubiese ocurrido. Además, desde
hacía meses no se hablaba de las tropas cercadas. Los perió-
dicos suizos, que no recibían los comunicados militares sovié-
ticos y que, a partir de las informaciones de la BBC, se orien-
taban con dificultad en la multitud de pequeñas localidades
de las estepas del Don, publicaban mis planos que mostraban
como el cerco se estrechaba. Más tarde, me enteré de que las
autoridades alemanas habían protestado ante las autoridades
suizas por la <<mentirosa representación» de la situación mili-
tar. El portavoz del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores,
el ministro diplomático Schmidt ( que, después de la guerra, se
hizo pasar por historiador militar con el nombre de Paul
Carell), en el curso de una conferencia de prensa tuvo un
ataque de rabia a causa de la prensa suiza. El profesor Bon-
jour lo cita en su informe: <<En la nueva Europa_ no habrá
lugar para los redactores suizos que nos han difamado. Tal
vez encontrarán su patria en las estepas de Asia. A menos
que no sea preferible enviarlos al más allá». 1
Poco tiempo después de lo de Stalingr.ado, los propios ale-
manes se vieron obligados a publicar, a través de la prensa
y de la radio, un breve comunicado del departamento de
Goebbels.
Cada día llegaban del frente del Este noticias más y más
sorprendentes. Los periódicos, las emisor.as nacionales, las emi-
soras clandestinas de la resistencia hablaban, en los tonos más
diversos, del «milagro ruso», del «misterioso potencial militar
de Rusia». En los cafés, en los restaurantes y calles de Gine-
bra, todo el mundo discutía los sucesos de Rusia. Se pregun-
1. Neue Zürcher Zeitung, 7 febrero 1970. Pressefehde zwischen
Deutschland und der Schweiz.

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tahan cómo iba a continuar el ataque del Ejército Rojo. Se
calculaban las pérdidas alemanas.
El gobierno suizo reaccionó de manera muy diferente que
la opinión pública a la victoria soviética. Como lo evoca el
informe Bonjour, «a finales de 1942, el gobierno feder.al in-
tentó impedir toda manifestación de simpatía hacia Rusia».
No es necesario comentar el entusiasmo que nos invadió
a mis colaboradores y a mí. No hacía mucho, unos y otros
veían el porvenir con un cierto pesimismo, comenz.aban a per-
der la fe en la lucha contra el nazismo, y no creían ya en la
utilidad de nuestro trabajo.
En esos días recibí, por medio de Pakbo, noticias y una
carta de Long. Me felicitaba a mí y .a nuestros compañeros
por el inmenso éxito logrado por las fuerzas armadas soviéti-
cas y escribía hasta qué punto estaba maravillado de la perse-
verancia y la capacidad del Ejército Rojo. Long me pedía le
excusase por el desaliento que no había podido vencer unos
meses antes y por las dudas de las que habíamos hablado en
nuestro último encuentro.
Sí, habíamos discutido en el momento en que las tropas
alemanas se acercab.an al Cáucaso y que en Stalingrado inten-
taban llegar al Volga. Entonces parecía que no hubiese ya nin-
guna esperanza salvo si encontraban fuerzas cap.aces de dete-
nerlas.
En uno de nuestros encuentros Pakbo me había hecho sa-
ber que la moral de Long le preocupaba mucho. El francés,
siempre alegre y lleno de ánimo, estaba desesper.ado. Pen-
saba que todo estaba perdido y que las informaciones que nos
transmitía no tenían prácticamente ningún valor. Long quería
a cualquier precio entrevistarse con el jefe de la organización.
No podíamos perder a un colaborador tan capacitado y tan
valioso. Esto me decidió a reunirme con él y hablarle, aunque
fuese violando las reglas más estrictas de la clandestinidad.
Nos encontramos en los primeros días de diciembre de
1942 en Berna, en el piso de Pakbo. Un hombre de estatura
baja, ancho de esp.aldas, con la cara roja y muy simpático se
encontraba ante mí. Long aparentaba unos cincuenta años.
Charlamos en casa de Pakbo hasta bien entrada la noche.

314 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


No sé hasta qué punto logré levantar la moral de Long, que
estaba muy desanimado, pero continuó transmitiéndonos re-
gularmente informaciones muy importantes.
En este período tan duro para la Unión Soviética, muchos
empezaron a dudar sobre la derrota del fascismo. Había de-
saliento entre gente que vivía en la clandestinidad, entre los
combatientes de la resistencia. A veces me era preciso reunir-
me con alguno de esos compañeros, y jugar el papel de agitador
o consejero político.
Estábamos en contacto con los partisanos franceses del
maquis que luchaba en la Alta Saboya, el departamento fran-
cés vecino.
Ocurrió que, en el mismo momento en que las. divisiones
alemanas rompían el frente en dirección al Cáucaso, los partí-
sanos de Sabaya pasaron también por un momento bastante
difícil. Las unidades alemanas de castigo les habían rechazado
hacia las montañas, a los glaciares de los Alpes, donde care-
cían de víveres y municiones. Entonces recibieron las malas
noticias del frente del Este. Los hombres se desanimaron, se
preguntaban si valía la pena continuar la lucha cuando no sa-
bían ya qué esperar de ella. ¿No sería mejor deponer las
armas y dispersarse? Me enteré de la baja moral de los partí-
sanos .a través del correo que nos servía de enlace. Me dijo
que era preciso encontrar una forma de levantar el ánimo de
esos bravos hombres, de reanimar sus ansias de combate .. Yo
sabía que no podía mezclarme en ello, pero, como comunista,
no podía permitir que las unidades de p.artisanos se disgrega-
sen, verlas abandonar la lucha contra el invasor sin hacer nada
para impedirlo.
A petición mía, un colaborador se las arregló para que
me pudiese entrevistar con los representantes de esas unida-
des en un lugar cercano a la frontera. Varios partisanos del
territorio francés acudieron a la cita. Acostumbrados al se-
creto y a la prudencia, no preguntaron quién era yo ni de
dónde venía; no hicieron preguntas innecesarias. Les dije que
en ningún caso debían deponer las armas ante el enemigo.
Intenté convencerles de que la Alemania de Hitler sufriría
tarde o temprano una derrota fatal; debían creer en ello como

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en su propia vida, corno en la salvación de la patria; de otro
modo Francia nunca sería libre. Más tarde, me enteré, con gran
satisfacción que el maquis de Saboya no había retrocedido, que
había resistido en sus montañas el ataque de los nazis y que in-
cluso había comenzado a atacar al enemigo.
Ése no fue nuestro último encuentro. En 1944 cuando la
policía suiza me buscaba, fueron ellos, los partisanos, quienes
vinieron en mi ayuda y me hicieron cruzar la frontera con
mi mujer.
No puedo decir que yo tuviese una gran fuerza de con-
vicción. Nunca he abundado en ese don. Si cito estos dos
ejemplos, tal vez faltos de interés, es únicamente para mos-
trar hasta qué punto la situación del frente germano-soviético
repercutía en los movimientos de resistencia. El Ejército Rojo
era la mayor esperanza de los pueblos europeos. Sus fracasos
influían inmediatamente sobre los que luchaban contra el fas-
cismo, y sus victorias reanimaban el ardor de esos comba-
tientes.
En 194 3 Luisa nos suministró de nuevo datos interesan-
tes. Procedían de un abogado de Leipzig que tenía buenas
relaciones con las altas esferas militares y formaba parte del
círculo de amigos del general Fritsch.
Nuestra organización contaba ya con un gran número de
colaboradores y de fuentes. Yo sólo conocía personalmente una
pequeña parte de ella y, dicho sea de paso, no pude hacerme
durante la guerra más que una idea bastante vaga de su per-
sonalidad. Así, más tarde tuve que reconocer que algunas ve-
ces había sido demasiado confiado. Apenas dábamos abasto a
seleccionar y enviar al Centro casi todas las informaciones
que nos llegaban regularmente. Reuníamos a diario una vein-
tena de páginas mecanografiadas que yo redactaba resumidas al
máximo. Por la noche preparaba y cifraba los telegramas, du-
rante el día trabajaba en la Geopress. Dormía apenas cuatro
o cinco horas. Físicamente estaba agotado y nervioso. Como
ya he dicho, inicié a Lena y a Jim en cifrado y, con el acuer-
do del Director, pedí también a Sissy y a Pakbo que me ayu-
daran en ese trabajo.
Desde luego, es muy arriesgado revelar la clave del código

316 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


a varias personas, pero se trataba de mis colaboradores más
seguros. Además, no podíamos atrasarnos en la transmisión
de informaciones. Los comunicados recibidos de Werther, Olga,
Jeddy y otras fuentes berlinesas de Lucy tenían que ser envia-
dos con urgencia al Centro. La redacción de los informes que-
daba en mis manos porque no podía confiar a otros la selec-
ción de las informaciones que recibíamos, ni la composición
de los textos en estilo telegráfico conciso. Además, ninguno de
mis colaboradores hubiese aceptado este trabajo. Yo en cambio,
como director de la agencia telegráfica y de prensa, tenía ya
una gran experiencia.
Por supuesto, las informaciones urgentes de Lucy tenían
prioridad, y mi mujer o yo mismo enviábamos inmediatamente
los textos cifrados a los telegrafistas.
El contacto con el Centro seguía siendo estable, excepto los
días en que, a causa de las perturbaciones atmosféricas, la audi-
bilidad era más débil o cuando los telegrafistas estaban sobre-
cargados (tanto los del Centro como los nuestros) y cometían
un error. En tal caso, repetíamos la emisión. Cuando el Centro
había acusado recibo de los telegramas, quemábamos los textos
cifrados. Era una regla rigurosísima.
Nuestros cuatro telegrafistas, pese a ir desbordados de tra-
bajo, aseguraban un enlace normal. Pero cada vez iban más
cargados. De todos modos, yo pensaba que por ese lado las
cosas estaban aseguradas. Sólo me inquietaba la situación de
Edward (por supuesto, aún ignoraba las relaciones de Hans
Peters con Rosie) porque, pese a que su condena había sido
suspendida, su detención había dejado pistas.
Estaba convencido que después del registro que tuvo lugar
en casa de los Hamel, la detención y liberación de Edward,
la policía los vigilaba y que Edward estaba ya en una lista de
personas sospechosas. Y si la policía o el contraespionaje ponían
a Edward y a su mujer bajo vigilancia, les sería fácil descubrir
con quien se reunían.
Las reglas de clandestinidad más elementales hubiesen exi-
gido cesar cualquier contacto con ellos. En tal caso sería preci-
so esconder la radio y detener todo el trabajo en su piso hasta
que se estuviese completamente seguro de que los operadores

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ya no estaban vigilados. El telegrama que me dirigió el Director
el 1 de octubre de 1942 trataba de esta cuestión:

Prepare citas con Rosie, Pakbo, Jim y Sissy para que, si


llegase el caso de detener provisionalmente el trabajo, el grupo
pueda seguir en contacto con nosotros. Informe a Jim de lo
que ha pasado y observen ambos una gran prudencia cuando
se reúnan y al transmitir los telegramas. No olvide, querido
Dora, que el trabajo de su organización es más importante hoy
que nunca. Debe hacer todo lo posible para que ese trabajo
no cese.

Pero no podíamos perm1t1rnos el lujo de renunciar a dos


telegrafistas experimentados y seguros. Jim y Rosie hubiesen
sido incapaces de asegurar todo el trabajo. Por otra parte, la
situación en el frente era muy crítica: el enemigo había .alcan-
zado el Cáucaso y el Volga. En períodos tan difíciles, no podía-
mos guiarnos estrictamente por las reglas clásicas de la clan-
destinidad.
Por todo ello, después del asunto de Edward, sólo espera-
mos un poco de tiempo, lo justo par.a que la policía se calmase,
después Edward y Maud reemprendieron las emisiones. El
Centro, después de algunas vacilaciones, dio su conformidad
porque la situación se hacía cada vez más tensa en el frente
y nuestros telegrafistas llegaban a transmitir los telegramas dia-
rios sólo a costa de grandes esfuerzos. Sin embargo, en su tele-
grama de 6 de noviembre el Director remarcó:

Extraiga consecuencias del caso Edward. Compruebe sin


tardanza todas las relaciones de sus colaboradores. Vigile cual-
quier contacto que los operadores puedan tener con los me-
dios políticos, particularmente los comunistas y los socialistas
de izquierda. Tales relaciones son peligrosas para toda la orga-
nización. Es importante que el entorno de los operadores sea
absolutamente seguro. Piense en la salvaguardia de la red.

En su telegrama del 19 de diciembre, el Centro volvía de


nuevo sobre esta importante cuestión:

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Tome todas las medidas necesarias para la seguridad de
toda la organización y procure al máximo que el trabajo con-
tinúe normalmente. Esto es particularmente importante hoy.
Le ruego que actúe con calma1 seguridad y previsión.

La siguiente anécdota testimonia bien la tensión en la que


vivíamos. Era la madrugada del 31 de diciembre de 1942.
Agotado por el trabajo nocturno dormía profundamente cuando
la voz excitada de Lena me despertó: «¿Oyes? ¡Cañonazos!
¿No nos habrán invadido los alemanes?» Escuchamos rete-
niendo el aliento. No había duda, eran cañonazos. Salí al balcón
pero no vi nada anormal en la calle, los escasos viandantes
madrugadores seguían tranquilamente su camino, las primeras
unidades del viejo tranvía ginebrino hacían su habitual ruido.
Poco después una banda de música desfiló por la calle. ¡Desde
luego no era para dar la bienvenida a los alemanes! Enchufé
la radio y el misterio se aclaró pronto: con los tradicionales
cañonazos Ginebra conmemoraba el 129 .º aniversario de su
liberación, después de haber estado ocupada durante quince
años por las tropas napoleónicas. Rodeada casi por todas partes
de tropas fascistas, la ciudad testimoniaba así que lucharía
para defender su libertad adquirida hacía siglos.
Temiendo un nuevo registro policíaco, procuré ante todo
que los Hamel estuviesen seguros. Les busqué un nuevo piso
donde pudiesen trabajar más tranquilamente. Encontré uno
en un barrio residencial, cerca de la carretera de Florissant,
al lado de Ginebra. La casa se encontraba en medio de un gran
parque: desde las ventanas podían vigilarse los alrededores y
localizar inmediatamente un eventual observador. Desde en-
tonces, Edward y Maud trabajaron esencialmente en este nuevo
edificio, pero cuando el tiempo apretaba, se servían del apa-
rato de reserva desde su propia casa. En la villa, Edward
preparó un maravilloso escondrijo que equipó con una cerradu-
ra eléctrica. Incluso un minucioso registro no lo habría loca-
lizado. Después de estas medidas de precaución, los esposos
Hamel volvieron a coger su aparato para entregarse al trabajo
de forma encarnizada.
Debfamos seguir suministrando informaciones a las tropas

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soviéticas par.a los ataques realizados en invierno y primavera
de 1943, en diversos sectores del frente germano-soviético.
El 20 de enero de 1943, recibí del Centro una tarea cuya
realización era absolutamente prioritaria:

Determine} pedía el Director, cuáles son los planes y las


intenciones del OKW en relación al ataque del Ejército Rojo y
sobre todo como piensa el OKW defenderse o neutralizar
a las tropas soviéticas. Cuáles son las divergencias en el seno
del OKW sobre la valoración de la situación} las medidas a
tomar y los planes a seguir. Transmita estas instrucciones a to-
dos los miembros del grupo de Lucy.

El 22 de febrero recibí una tarea aún más precisa para


Lucy:

Es preciso determinar los planes del OKW para el sector


central en relación al grupo de ejércitos Kluge. Cualquier infor-
mación relativa al sector central es muy importante.

Ésas eran tareas importantes y muy difíciles. Sólo las fuen-


tes berlinesas de Lucy podían suministrarnos ese tipo de infor-
maciones. Como ya he precisado, habíamos transmitido al
Centro informaciones en el momento de la contraofensiva
desencadenada en el sector de Stalingrado y en el Cáucaso.
Werther y Olga continuaban informándonos desde el estado
mayor del ejército de tierra (OKH) y desde el OKW.
Poco después recibimos instrucciones de transmitir todo
lo que pudiésemos recoger sobre las intenciones del alto man-
do alemán para los otros sectores del frente.
Los informadores de Lucy lograron llevar a cabo esta nueva
tarea; en su informe dieron a conocer algunos detalles de los
planes del alto mando .alemán.
A título de ejemplo cito una información de aquellas fechas:

28.II.1943, al Director. Urgente.


De Werther.
El OKW espera una culminación del ataque soviético pre- 1

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vé un gran ataque del Ejército Rojo en Kursk, en dirección
Glujov-Konotop,- se espera por otra parte que por lo menos
dos cuerpos de ejército intentarán una penetración entre Bo-
godujov y Konotop.
Los alemanes esperan esta maniobra porque, entre el 15 y
el 20 de febrero, las tropas obstinadas en la defensa de la vía
Bogodujov-Konotop, entre otras la 3.ª división blindada, han
sido trasladadas a la cuenca del Donets.
Si las tropas soviéticas fuerzan las líneas entre Jarkov y
Konotop, repercutiría decisivamente no sólo en las posiciones
alemanas de la región de Poltava, sino también en la línea
Krementchung-Romni-Konotop, que los alemanes tendrían tal
vez que abandonar en marzo.

Dora

La situación de las tropas alemanas empeoraba en la región


de Leningrado, liberada ya del cerco. El mando militar soviéti-
co les había arrebatado la iniciativa.

29.III.1943, al Director. Urgente.


De W erther. Berlín, 25 de marzo.
Los rusos han logrado romper el frente en el sector de la
61.n división de granaderos (que forma parte del 18.º ejército
del general Lindemann).
Los alemanes han constatado que los rusos seguían concen-
trando tropas en el curso inferior del V oljov y en Leningrado.
El alto mando alemán supone que estas últimas semanas una
gran cantidad de material militar ha llegado a Leningrado por
Murmansk y Vologda, así como refuerzos de tropas por Schlüs-
seburg y Vologda y por vía aérea.
La navegación en Murmansk ha aumentado a raíz del debi-
litamiento de las fuerzas aéref1s alemanas en el Océano Ártico.
El mando alemán espera pues una gran actividad soviética en
la región del Neva, del Voljov y del Svir. El mando alemán
ha decidido acelerar en primer lugar, en el sector norte, espe-

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cialmente en Estonia y Letonia, la construcción de fortifica-
ciones y de posiciones de defensa del «Muro del Este». A causa
de la situación más o menos crítica que se ha creado en el
frente del Neva, una parte de las reservas estacionadas cerca
del Orel fueron trasladadas el 23 de marzo. Estas reservas son
las que protegen también las líneas de comunicación entre
Soltzi y Detskoieelo.
Dora

Como muestra el primer informe de Werther, las posibi-


lidades de un ataque alemán en el frente del norte se habían
agotado. Rendir Leningrado por hambre, ocupar Murmansk,
operar una fusión con las tropas finlandesas en el istmo de
Carelia, eran proyectos que se habían esfumado. El enemigo
no podía pensar más que en defenderse, manteniéndose donde
las tropas soviéticas le habían rechazado después de haber for-
zado el bloqueo.
El mando militar alemán, asustado al ver la debilidad de
sus posiciones en el sur, empezó a construir, en la región bál-
tica, una fuerte línea de defensa llamada «la barrera» o «el
Muro del Este».
El 12 de marzo, el Centro encargó a nuestra red de recoger
información sobre esta fortificación alemana que se estaba
construyendo. Nosotros cumplimos esta tarea más tarde.
Una cantidad tal de informaciones importantes se había
acumulado que me vi obligado a iniciar a nuevos colaboradores
para el cifrado. El Centro aceptó que Rosie y Maud fuesen
puestas al corriente de la clave, más exactamente, sólo de una
parte. El trabajo de Rosie, por ejemplo, era mecanografiar las
páginas del libro de codificación necesarias para la continuación
de nuestro trabajo. En cuanto a Maud, no hacía más que las
cosas sencillas, así ninguna de las dos conocía claramente el
texto. Sissy trabajaba independientemente. Ella había recibido
de Moscú el título del libro que usábamos como código y las
instrucciones para su empleo.
El trabajo avanzaba más rápidamente de este modo y lle-
gamos a transmitir los telegramas sin retraso. Sin embargo,

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ocurrió la desgracia: los alemanes se enteraron del sistema de
codificación que el Centro había enviado a Sissy.
W. F. Flicke habla de ello en su libro Agenten funken nach
Moskau: «El servicio de escucha de la radio alemana logró, el
25 de abril de 194 3, descifrar un telegrama que el Centro había
enviado a Ginebra».

23.IV.1943. A Sissy.
Comunicamos el título del nuevo libro de código. Cóm-
prelo y le daremos las instrucciones de empleo. Alberto no
debe saber nada de este nuevo libro. Título: Tempestad sobre
la casa. Ediciones H. Jebers, pág. 471.
Director

«Este radiograma, continua Flicke, causó sensac1on. Por


vez primera acabábamos de encontrar la clave que nos permitía
descifrar los radiogramas transmitidos con ese código.» 1
Por supuesto, no era por falta de confianza sino simple-
mente por prudencia por lo que el Centro había recomendado
a Sissy de no indicarme el título del nuevo libro de código.
Recordemos que, si tienen lugar detenciones en una orga-
nización clandestina y si el enemigo logra descifrar el código,
todo el trabajo se va al agua. Sin embargo, si la red tiene· dos
o tres códigos que sólo son conocidos por las personas que
los usan, el trabajo de información no cesa, incluso si son dete-
nidos muchos colaboradores. Si un solo hombre, que conoce
el sistema de cifrado y que posee su propio código y una
emisora de radio, queda libre la organización subsiste y con-
tinua luchando.
Por ello yo no debía conocer ni las instrucciones de cifrado
dadas a Sissy, ni el título del libro. La principal preocupación
del Centro era asegurar a la red suiza el máximo de posibili-
dades en su trabajo. Mucho más cuando nuestra situación se
hacía cada vez más alarmante.

l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau.


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SCHELLENBERG REAPARECE

Pese a que el contraespionaje alemán había intentado acer-


carse a nuestra red, con una extraordinaria prudencia, siempre
habíamos estado alerta a causa de algunos indicios. En la pri-
mavera de 1943 nos enteramos de que había goniómetros ale-
manes operando a lo largo de la frontera suiza. Desde entonces
estuvimos seguros de que eran nuestras emisoras las que inten-
taban localizar. Un peligro inminente amenazaba a nuestros
aparatos de Ginebra y Lausana.
Sin embargo, los alemanes, como ya he dicho antes, actua-
ban de formas diversas y no conocíamos sus métodos. Sólo
después de la guerra, al cabo de algunos años, supimos muchas
de estas cosas.
En marzo, Walter Schellenberg reapareció en Suiza. Las
conversaciones de 1942 con el jefe de los servicios suizos al
parecer no habían dado los frutos esperados y se había deci-
dido seguir el mismo juego.
En 194 3 el Brigadenführer de las SS se reunió una o dos
veces con el coronel-brigadier Masson. El primer encuentro
tuvo lugar el 3 de marzo en el hotel Baren en Biglen, cerca
de Berna. El general Guisan, comandante en jefe del ejército
suizo, y su ayudante de campo, el coronel Barbey, asistieron
a la entrevista. El segundo encuentro fue, según Schellenberg,
el 12 de marzo en el hotel Baur-au-Lac de Zurich. Esta vez sólo
estaban presentes Schellenberg y Masson. Por supuesto, los dos
encuentros fueron estrictamente secretos.
Pierre Accoce y Pierre Quet comentan estas entrevistas,
pretendidamente a partir de lo que Masson les habría reve-
lado. Jou Kimche en su libro General Guisans Zweifronten-
krieg, 1 también se refiere a la primera entrevista. En la edición

l. J. Kimche, Un general suizo contra Hitler.

324 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


alemana de su libro, los dos periodistas franceses, relatando
la entrevista de Zurich, no citan más que las declaraciones
hechas por Schellenberg al contraespionaje británico. 1
Según los .autores, el coronel-brigadier Masson, al igual que
en 1942, no había aceptado reunirse con el jefe de los servicios
de investigación política del Reich más que de acuerdo con
Guisan. Si el comandante en jefe del ejército suizo había asis-
tido a la entrevista del 3 de marzo en el pueblo de Biglen, era
porque Schellenberg estaría presente y el general Guisan esta-
ba inquieto por el futuro de su país que estaba continuamente
bajo amenaza de invasión alemana. Pensaba que el enviado
de Hitler quería comunicarle alguna cosa importante para los
intereses de la Confederación Helvética.
El jefe del SD condujo el juego con mucha circunspección.
Declaró que Hitler estaba enterado de su viaje y que incluso
venía delegado por el Führer. Ésta era la razón por la que había
solicitado reunirse con el general Guisan. El Führer expresaba
su temor de que Suiza intentase mantener siempre de una
forma tan obstinada su neutralidad. Según las informaciones
del servicio de investigación alemán, era de esperar un desem-
barco de tropas anglo-americanas en Italia. El Führer temía
que Suiza permitiese a las tropas aliadas atravesar su territorio
y atacar Alemania por el sur. Hitler quería estar seguro de que
la Confederación Helvética no permitiría eso en ningún caso y
que continuaría permaneciendo neutral.
A modo de respuesta, Guisan se refirió a una entrevista
que la semana anterior había concedido a un periodista sueco.
Había precisado muy bien que Suiza permanecería neutral en
cualquier circunstancia y que las tropas suizas defenderían
la soberanía del país. Como lo revela el informe Bonjour ,2 des-
pués del encuentro Schellenberg exigió a Berna que Guisan le
diese esta declaración por escrito. Por insistente petición de
Masson, el general acudió y con ocasión de un concurso de ski
en Arosa, envió a Schellenberg el documento exigido.

l. Pierre Accoce y Pierre Quet, Moskau wusste alles, Zurich 1966,


pág. 299.
2. Neue Zürcher Zeitung, 5 de febrero de 1970, Zusammenkunft
Zwischen Guisan ·und Schellenberg.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 325


En la segunda entrevista en Zurich ( de la que Kimche no
ha oído hablar), Schellenberg expuso por fin al jefe de los
servicios suizos el objetivo esencial de su misión. Nadie asistió
a esa conversación, que tuvo lugar sin testigos. Pero, aunque
no creamos a algunas fuentes ulteriores ni los fragmentos de
declaración hechos por los dos protagonistas, no es difícil com-
prender de que se trataba.
Recordemos que el contraespionaje alemán poseía entonces
la clave del código que yo utilizaba y sin duda habían desci-
frado una parte de los telegramas que se habían acumulado
hasta principios de 194 3 en la sección de radio del contraes-
pionaje. Algunos telegramas deberían haber revelado a Schellen-
berg que la red de investigación soviética en Suiza estaba en
contacto con hombres del contraespionaje helvético que le
comunicaban informaciones sobre Alemania. Esto había sido sin
duda una sorpresa muy desagradable para el jefe del SD.
Y si habían descifrado algunas de las informaciones que
Lucy obtenía de sus fuerzas berlinesas, entonces Schellenberg
se habría dado cuenta con sobresalto de que detrás de estas
informaciones se escondían oficiales de alta graduación. Tal
vez generales que tenían acceso a los documentos del estado
mayor. ¿Pero quienes eran esos traidores? ¿Cómo estaban
en contacto?
Los intereses del Reich exigían una acción inmediata y
el jefe del SD se apresuró a establecer de nuevo contacto con
su colega suizo. Esperaba hacerle decir qué sabía sobre los
conspiradores alemanes. Von Schramm lo dice también: «Es
lógico que esas discusiones tuviesen como finalidad preparar
la liquidación del "Trío Rojo" (nuestras emisoras)». 1
En 1949, cuando fue juzgado en el proceso de Nuremberg,
Schellenberg respondió con evasivas cuando se le preguntó
porqué se había encontrado con Masson: «Tenía la intención
de organizar con Masson una especie de intercambio regular de
información. De todos modos renunciamos a esta idea que Mas-
son no podía suscribir ... ».
Parece ser que Schellenberg dio mucho más detalles sobre

l. W. von Schramm, obra citada, pág. 208.

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sus contactos con Masson cuando, en 1945, cayó en manos
de los ingleses ... Durante tres años, hasta su proceso, perma-
neció en Londres y, sin ninguna duda, reveló a los agentes
del Intelligence Service todos los secretos del Reich alemán.
Expuso con detalle sus encuentros con Masson, entre otros
su entrevista del 12 de mayo en Zurich.
Según Pierre Accoce y Pierre Quet 1 en el curso· de las con-
versaciones de Zurich, como gran maestro en el arte del chan-
taje, en primer lugar había intentado confundir a Masson ase-
gurándole que el Führer estaba muy interesado en la ocupación
de Suiza, pero él, jefe del SD, pensaba que eso sería un error
e intentaba conducir a Hitler a posturas más razonables. Quería
· evitar a Suiza la invasión porque pensaba que su neutralidad
era importante para Alemania. El coronel-brigadier Masson no
tenía porque dudar de la sinceridad de Schellenberg: ¿no había
dado prueba de sus intenciones amistosas hacia la Confedera-
ción accediendo desde el principio de sus relaciones personales
a un cierto número de peticiones de Masson? Ahora quería
hacer mucho más por Suiza, porque de hecho se trataba de la
salvación de la Confederación.
Sólo después de este preámbulo, Schellenberg mostró su
juego: « ¡Tengo graves preocupaciones por la seguridad del
Führer! », declaró. Masson, en el curso de los anteriores en-
cuentros, había oído más de una vez esta frase que entonces
le había parecido un comentario hecho de pasada, casualmente.
¿Por qué el jefe del SD le hablaba de esto, a él que realmente
no le preocupaba especialmente la seguridad del dictador ale-
mán? Masson sólo podía hacer suposiciones.
Los periodistas franceses presentan la cosa como si, el 12
de marzo, en Zurich, Schellenberg hubiese hablado abierta-
mente y formulado exigencias: «Sabe que en el seno del OKW
algunos generales no vacilarían en conspirar contra la vida de
Hitler. ( Según von Schramm, Schellenberg ya habría abordado
esta cuestión en su primer encuentro con Masson, el 9 de sep-
tiembre de 1942.) 2 Pero los días de los conspiradores están con-
tados; Müller, jefe de la Gestapo, acumulaba pruebas que le
l. P. Accoce-P. Quet, La guerra se ganó en Suiza, pág. 65.
2. Von Schramtn, obra citada, pág. 267.

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permitirían desenmascarar próximamente a estos hombres. Pero
su suerte no le era indiferente a Schellenberg y, pese a que
sus funciones oficiales se lo impidiesen, le gustaría ayudarlos.
No escuchaba más que a su conciencia. Si él conociese el nom-
bre de esos generales podría, con la influencia de sus amigos
que ocupaban .altos cargos, intervenir a tiempo y salvar a esos
hombres antes de que fuese demasiado tarde. Ayudando a
esos oficiales, continuó Schellenberg, hacía un nuevo favor a Sui-
za porque sabía que Masson utilizaba a los conspiradores del
OKW para obtener información. Si Masson quería salvarles,
debía darles sus nombres lo más rápidamente posible».
· El jefe del SD provocaba con arrogancia al jefe de los ser-
vicios secretos suizos. Esto era evidente. Si admitimos que real-
mente Schellenberg pidió a Masson informaciones de este tipo,
la provocación parece excesivamente ingenua. Pero si examina-
mos cuidadosamente los hechos conocidos, entonces la gestión
Schellenberg no parece tan desconsiderada. Muy al contrario,
la petición y el razonamiento tan ingenuos en apariencia, sólo
eran trampa y tácticas depuradas.
En la literatura aparecida después de la guerra, .podemos
leer que Himmler, el «defensor» del régimen nazi y del
Führer, el jefe de las SS del Reich, estaba relacionado con
la «conspiración de los generales». Conocía el complot que se
tramaba contra Hitler y lo aprobaba porque esperaba ocupar
la plaza del dictador. En todo caso, los conjurados destinaban
a Himmler, en el nuevo gobierno militar, por lo menos el
cargo de jefe del estado mayor. Por ello Himmler, que también
creía en una paz por separado con los aliados, cerraba los ojos
ante las intrigas de los generales. El jefe SS del Reich no tomó
las medidas represivas necesarias más que cuando el «putsch
militar» del 20 de julio de 1944 fracasó y el sueño de los gene-
rales se fue al agua.
En esa época yo había sido informado del complot de los
generales a través de Pakbo. Su informador obtenía estos
datos en la Bendlerstrasse de Berlín (el OKW), a través de
Goerdeler, antiguo alcalde de Leipzig. Reproduzco la parte
de mi telegrama del 20 de abril de 1943 que tocaba esta cues-
tión:

328
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
La «segunda flor.ación» de generales que quería eliminar a
Hitler del poder, ahora está decidido a liquidar a Hitler y a los
. sectores que le protegen.
En todo caso, podemos considerar ese complot contra Hit-
ler -que hizo mucho ruido y fracasó lamentablemente- como
un asunto «familiar» de los medios dirigentes alemanes de la
época. «Los de la oposición» tenían como único objetivo firmar
una paz por separado con Inglaterra y los Estados Unidos para
dirigir luego todos sus esfuerzos contra la Unión Soviética.
Los conjurados querían sustituir la dictadura de Hitler por una
dictadura militar, es decir, crear un gobierno que las potencias
occidentales aceptasen y con el cual ellas se hubiesen podido
entender, en perjuicio de la Unión Soviética. Había una excep-
ción: el grupo que capitaneaba el conde Stauffenberg, que
pensaba en una posible colaboración con la Unión Soviética
en el futuro.
La «conjura de los generales» ha sido comentada amplia-
mente y es inútil repetir detalles tan conocidos.
Schellenberg, el jefe SS del servicio de investigación polí-
tica, tenía muchas cosas que arreglar en Suiza; pero estos
asuntos eran muy diferentes de los que le impulsaban a pre-
sionar tan obstinadamente al jefe de los servicios secretos fe-
derales. .
Al principio, Schellenberg había pensado que los hombres
que transmitían informaciones militares a Suiza formaban parte
de la oposición ya conocida por el departamento de Himmler.
Si Masson sabía algunas cosas del complot contra Hitler, se
decía Schellenberg, es que sus informadores berlineses forma-
ban parte de este círculo y no quedaba excluida la posibilidad
de que hubiesen revelado .a Suiza importantes secretos de esta-
do. El jefe del SD tenía ya la prueba de que el coronel-briga-
dier recibía las informaciones del alto mando de la Wehrmacht.
De otro modo, Masson no hubiera preguntado si era ci~rto
que las tropas del general Dietl se aprestaban a atacar Suiza.
Según otros documentos, Masson había encargado, el 18 de
marzo de 1943, a su hombre de confianza Meyer-Schwarten-
bach de tantear el terreno con Eggen, el hombre de confianza
de Schellenberg, para saber si esa información era acorde a la

329
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
verdad. 1 La información era efectivamente justa, sólo que esos
movimientos en la frontera suiza no eran más que una forma
de chantaje. Schellenberg continuó su juego y se apresuró a
asegurar a Masson que utilizaría toda la influencia que él mis-
mo y sus amigos bien colocados pudiesen tener, para disuadir
a Hitler de su proyecto de invasión de Suiza.
El coronel Bernard Barbey, jefe del estado mayor personal
del general Guisan que -el lector lo recordará sin duda-
había acompañado al general en su primer. encuentro con Schel-
lenberg, publicó sus memorias bajo el título P. C. del ge-
neral (Neuchatel, 1947). El 23 de marzo de 1943, es decir,
catorce días después del encuentro Masson-Schellenberg en
Zurich, anotó en su diario: «He encontrado un Masson feliz,
más aún, emocionado. Ha recibido un mensaje de Eggen (ofi-
cial del estado mayor de Schellenberg) por el que éste nos
hace saber que podemos "estar contentos de él". La amenaza
de invasión ha desaparecido: Suiza no estará más en el tapete
del Oberkomando de la Wehrmacht. El "plan suizo" será
abandonado».
Si este testimonio fuera exacto, el jefe de los servicios se-
cretos suizos habría cometido definitivamente el gr.ave error
de poner al tanto a Schellenberg de esta información comu-
nicada por los informadores de Rossler o por la «línea Viking».
Pero fue inútil que el jefe del SD intentase hacer caer a Masson
en la trampa revelándole que el Führer tenía la intención de
invadir Suiza; Roger Mas son se negó a dar información sobre
su red de espías y sobre el enlace con Berlín al que el depar-
tamento Central de investigación suizo había dado el bonito
nombre de «línea Viking».
El chantaje de Schellenberg no había surtido efecto, el jefe
del SD no había recibido respuesta a la cuestión que le inte-
resaba. ¿Los informadores berlineses del coronel-brigadier for-
maban verdaderamente parte de los conjurados, o pertenecían
a organizaciones independientes que conspiraban en la sombra?
Esto también continuó siendo un misterio.
La conversación de Zurich no fue, sin embargo, completa-

l. A. Matt, obra citada, pág. 194.

330
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
mente inútil para el jefe del departamento de Himmler. Com-
poniendo los hechos, Schellenberg podía deducir que el infor-
mador que había señalado a Masson los preparativos de las
tropas del general Dietl (Masson, además, había dejado caer
la cosa voluntariamente porque quería asegurarse de esta infor-
mación) era realmente uno de los «traidores a la pattia» en
relaciones con la red de investigación suiza y, a través de ésta,
con la red· soviética. En efecto, la orden dada al general Dietl
de conducir sus tropas a la frontera suiza había sido mante-
nida en el mayor secreto; sólo algunos generales y oficiales
del OKW podían estar enterados de ello. Pero no hubiese sido
razonable ordenar una «purga» basándose únicamente en su-
posiciones. Una maniobra así no hubiese sido demasiado eficaz.
Por otra parte, como escribe el coronel Barbey en sus me-
morias, Schellenberg había rendido un servicio inestimable .a
Masson asegurándole que Suiza no sería ocupada, y el jefe del
SD no ganaba nada a cambio. Masson tenía pues que pagar
algo. ¿Cómo pagaría? Podemos leer sobre esta cuestión en
el libro de Kimche: «Cuando después de la guerra Schellenberg
fue interrogado por un tribunal británico, declaró que sus
relaciones con Masson tenían por objetivo el ( ... ) procurarse
información sobre los aliados». 1
Nuestros informadores nos habían señalado también que
en esa época los .alemanes hacían maniobras bastante sospe-
chosas en la frontera suiza. Recibí a mediados de abril una
información de Luisa que comuniqué al Centro:

El estado mayor suizo teme una ocupaci6n «relámpago» de


Suiza por los alemanes en el caso de que Italia se retirase de la
guerra ya que Alemania estaría obligada a proteger las cimas
de los Alpes. En la orilla izquierda del lago Constanza, están
acantonadas unidades paracaidistas y alrededor de 6 a 7.000
hombres llegados de los campos de instrucción de Augsburg y
lena.
Estas unidades hacen maniobras en el lago Constanza con
unas tres o cuatrocientas canoas neumática!, En el puerto de

l. J. Kimche, Un general suizo contra Hitler.

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Lindau están anclados 18 vapores rápidos. Según informaciones
suizas, los cuarteles y campamentos del sur de Alemania están
llenos de nuevos reclutas. Las fechas límites de la movilización
total eran los días 14 de febrero, 15 de marzo y primero de
abril.

Schellenberg había esperado pues con mucha astucia el


cambio que podía preverse en la situación militar europea para
obtener sus fines.
Con sus promesas y sus concesiones, Schellenberg se había
ganado al jefe de los servicios secretos helvéticos que, a lo
largo de toda la guerra, se consideró obligado hacia él. Se
encontró varias veces más con Schellenberg. En 1943, el gobier-
no suizo amenazó a Masson con sanciones para impedirle ir
a Berlín, donde había sido invitado por los alemanes. Pero el
coronel no se asustó por estas amenazas. Sus hombres de
confianza, Meyer-Schwartenbach y Paul Holzach, se dirigían
continuamente a Berlín con informaciones. Hausamann puso a
Mas son en guardia: ¡desconfíe de Schellenberg, Eggen, Meyer-
Schwartenbach y Holzach! «Masson prometió romper sus re-
laciones pero no mantuvo su promesa». 1 En octubre de 1943
recibió de nuevo a Schellenberg en el palacio de W olfsberg
cerca de Ermatingen, donde los dos hombres pasaron todo
un domingo. Hasta 1945, Masson abrió la frontera de Suiza
al nazi Hans W. Eggen, hombre de confianza de Schellenberg,
y después de la guerra dio asilo al ex-Brigadenführer, liberado
de la cárcel por razones de salud, y le ayudó para asegurar su
tratamiento.
Éstos son los hechos. Schellenberg lo atestigua en sus me-
morias tituladas El jefe del contraespionaje nazi habla. 2 Masson
y las numerosas publicaciones de la prensa occidental también
lo confirman.
Hoy parece seguro que Schellenberg, como jefe del departa-
mento central de la Seguridad del Reich (Reichsicherhe itshaup-
tamt o RSHA) instigó continuamente a Masson para que éste

l. A. Matt, obra citada, págs. 266-267.


2. Julliard editor, 1958.

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hiciese buscar la red de investigación soviética en Suiza. Sería
difícil decir cuando se pusieron de acuerdo. Probablemente en
marzo de 194 3 en Zurich, pero es posible que fuese más tarde.
Lo que es cierto es que Masson aceptó y ejecutó esa tarea.
La marcha de los acontecimientos nos muestra que efectiva-
mente fue así.
Por supuesto, Masson no tenía en absoluto la intención de
privar al estado mayor suizo de sus maravillosas fuentes ber-
linesas: esto hubiese sido un sacrificio demasiado grande. Dejó
pues correr las cosas, dudando en mantener su promesa, por-
que quería ganarse la buena voluntad de Schellenberg pero
conservando a sus informadores en el OKW. Se salía siempre
por la tangente diciendo que todavía no tenían precisiones sobre
la red soviética en Suiza. Masson, buscando ganar tiempo, nos
hacía un servicio porque en 1943 las horas trabajaban ya en
contra del Reich de Hitler. El Ejército Rojo atacaba, rechazaba
las divisiones alemanas en un amplio frente y cada día de pró-
rroga era vital para nuestra red que enviaba a Moscú más in-
formaciones de Lucy.
Schellenberg sin duda temía que Suiza, queriendo ganarle
la jugada, hiciese el juego del gato y el ratón. Las informacio-
nes que le transmitía regularmente su servicio de escucha de-
mostraban a Schellenberg que la red soviética seguía funcio-
nando en Suiza y que .Masson jugueteaba con él. El tiempo
apremiaba y Schellenberg decidió movilizar toda su red .de
agentes para descubrir a nuestro grupo. Contaba que con este
manejo ilegal, obligaría il Masson a actuar poniéndole entre las
manos los hilos que conducían a nuestros colaboradores de Gi-
nebra y Lausana.
Así, en la primavera de 194 3, por orden de Schellenberg,
los agentes alemanes emprendieron las primeras operaciones
directas contra nuestra red. Los alemanes disponían de sufi-
cientes hombres en Suiza.
El jefe de la organización, .agregado al departamento de
Schellenberg, era el Sturmbannführer de las SS Klaus Hügel.
En 1940 y 1941, los fascistas suizos se habían reunido varias
veces -con conocimiento del jefe del estado- con los servi-
cios de espionaje alemanes. Pilet-Golaz, ministro de Asuntos

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 333


Exteriores, se vio obligado a reconocerlo más tarde ante el
Parlamento suizo. Hügel, delegado de Stuttgart, había sido
recibido en febrero de 1942, con todos los honores, por el
Consejo municipal de Zurich. 1 En su escuela del servicio de
investigación, Hügel recibía, en cada cursillo de formación,
cerca de 300 hombres. Una gran parte de estos agentes eran
enviados a Suiza donde reclutaban sus informadores entre los
emigrados alemanes que residían petmanentemente en Suiza.
Además, el Departamento F, una filial de la Abwehr (contraes-
pionaje militar) funcionaba en Berna. Las maquinaciones de
esta madriguera fascista en Suiza estaban cubiertas por el status
diplomático: el jefe del Departamento F era Hans Meisner,
cónsul general de Alemania, que estaba en contacto directo
por radio con el departamento de Seguridad de Berlín. En la
página 209 de su libro, Accoce y Quet confunden el SD y el
contraespionaje militar, el Abwehr, mostrando una vez más
su ignorancia. El capitán de corbeta Meisner era un hombre
de la Abwehr.2
Los agentes de Schellenberg habrían pues trabajado en el
territorio neutral de Suiza tan libremente como en Alemania,
si el gobierno suizo no se hubiese interpuesto. El estricto
control al que estaban sometidos obligaba a los hombres de
Schellenberg a trabajar lenta y prudentemente. El gobierno
federal era en efecto intransigente con los espías nazis que
detenía.
En la primavera y verano de 1943, los agentes alemanes
desarrollaron, sin embargo, una actividad cada vez mayor. Por
supuesto, nosotros ignorábamos todas las maniobras del SD
y de la Gestapo en Suiza. No veíamos lo que ocurría «en es-
cena», en cuanto a lo que se desarrollaba entre bastidores, sólo
podíamos presumirlo.
Es interesante notar que el SD, probablemente por razones
de prestigio personal, no puso al Abwehr al corriente de la
actividad del «Trío Rojo». Sólo a partir de abril de 1944 todo

l. A. Matt, obra citada, pág. 168.


2. Gert Buchheit, Der Deutsche Geheimdienst, Munich 1967, pág.
285.

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el contraespionaje alemán en Suiza fue puesto bajo las órdenes
del Departamento F de Berna.1

EL ENEMIGO MAS PELIGROSO

A finales de abril de 1943, los periódicos suizos anuncia-


ron que radiogoniómetros alemanes, montados en vehículos,
habían hecho aparición en la orilla francesa del lago de Gine-
bra. Oficialmente buscaban emisoras francesas clandestinas. En
realidad, se habían instalado en tres lugares diferentes -las
fronteras francesa, italiana y alemana -y no era las emisoras
francesas lo que buscaban. Querían localizar exactamente las
emisoras de Ginebra y Lausana. Probablemente eran los exper-
tos de la sección de radio .del contraespionaje quienes habían
sido encargados de esta operación; trabajaban en colaboración
con la Gestapo de París y los agentes de Schellenberg.
El radiogoniómetro es el enemigo más sórdido y más pe-
ligroso de un agente de investigación. Localiza la emisora
clandestina a no importa qué distancia, y ésta no se da cuenta.
Un aparato goniométrico no es más que un simple receptor
en el que un cuadro móvil pivotante sobre un eje reemplaza
a la antena convencional. La audición de la emisora buscada
se hace máxima cuando el cuadro del plano se encuentra diri-
gido hacia ella. Así, se puede determinar la dirección en la que
deben efectuarse las averiguaciones.
La posición del cuadro en el momento de máxima audición
indica la línea en que se encuentra la emisora. La localización
exacta se efectúa realizando una lectura desde tres puntos di-
ferentes. Las tres líneas, al cortarse, cierran con precisión la
emisora clandestina en un triángulo. A continuación actúan
los agentes armados.
Los servicios de escucha del SD habían captado nuestras

l. Idem, pág. 285.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 335


emisoras primeramente a gran distancia y habían notado que
éstas operaban en algún lugar de la región de Ginebra y Lausa-
na. El enemigo, después de esto, se había acercado a la zona
y quería determinar el lugar exacto de emisión, localizando la
manzana.
La noticia relativa a los radiogoniómetros alemanes me in-
quietó mucho. Sin ninguna duda la emisora de Maud debía
haber sido localizada porque operaba en la villa de la carretera
de Florissant, apenas a un kilómetro de la frontera francesa. Las
emisoras de Rosie en Ginebra y de Jim en Lausana también
podían ser localizadas por un goniómetro de onda corta.
Pero esta operación sólo tenía una importancia menor para
el contraespionaje alemán. El objetivo principal no era inuti-
lizar las emisoras. Como escribe W. F. Flicke, no hubiese ser-
vido de nada que los suizos detuviesen a los telegrafistas y
enmudeciesen las tres emisoras. Al cabo de un cierto tiempo
otros telegrafistas habrían restablecido, en otros lugares, el
contacto con Moscú, que, según el contraespionaje alemán,
había previsto esta eventualidad. Entonces se precisaría de nue-
vo meses de trabajo para determinar los lugares de emisión.
Según W. F. Flicke, incluso la detención de Radó (los .ale-
manes conocían mi nombre), de Sissy o de otros miembros de
la red no hubiese servido de nada por las mismas razones. Los
alemanes querían a todo precio encontrar a los informadores,
en primer lugar Werther, Olga, Teddy, y los demás, a través
de Lucy. 1
Tenemos pruebas segur.as de que los alemanes querían de-
senmascarar y liquidar todas las fuentes alemanas. Por ello no
se, precipitaron en tomar medidas represivas contra la red
suiza. Los documentos encontrados en los archivos nos per-
miten seguir la pista de muchos detalles interesantes de esta
operación cuidadosamente estudiada.
En el Departamento F la investigación era dirigida por
oficiales agregados, entre otros el capitán Hans von Pescatore
y el cabo Willy Piert. Más tarde, cayeron en manos de los Alia-
dos y, en el curso de su interrogatorio, hicieron confesiones

l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, pág. 311.

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sobre las maquinaciones del Departamento F. Esos antiguos
agentes del contraespionaje alemán contaron que habían tenido
como misión descubrir los hombres del «Trío Rojo».
¿Qué sabían de nosotros en esa época, es decir en la
primavera de 1943?
En su interrogatorio Pescatore y Piert contaron que habían
estudiado rigurosamente la organización y los principios según
los que trabajaba la red de investigación soviética, pero que
habían chocado con grandes dificultades para la ejecución de
su trabajo en territorio extranjero. El capitán y su adjunto
de todos modos habían logrado recoger algunas informaciones.
Así, por ejemplo, los alemanes habían descubierto el verda-
dero nombre de Sissy (Bosendorfer ), su dirección y su situa-
ción familiar. Pero este mérito no les correspondía porque las
informaciones sobre «Esther Bosendorfer» les había sido comu-
nicadas sin duda por la oficina de la Gestapo en Bruselas,
después de la detención del agente Niggi que estaba en con-
tacto con Sissy.
Los alemanes conocían también algunos seudónimos que
figuraban en los telegramas descifrados. Pero estos nombres
de préstamo no les decían nada.
El Departamento F de Berna poseía, por ejemplo, la copia
de un telegrama descifrado que el director me había enviado
el 23 de abril de 1943 y en el que el Centro pedía detalles
concretos a Sissy sobre los informadores berlineses de Lucy.
¡Es de imaginar la impaciencia con que los alemanes espera-
rían la respuesta a este telegrama! Pero afortunadamente Ros-
sler era precavido y no dio ningún dato personal oficial sobre
Werther, Olga, Teddy ni sobre él mismo. Los alemanes con-
tinuaron, sin embargo, interceptando nuestras emisiones; pensa-
ban que, tarde o temprano, el misterio que les intrigaba iba a
desvelarse.
Según las declaraciones del capitán Hans von Pescatore
y del cabo Willy Piert, el contraespionaje alemán logró desci-
frar nuestros telegramas a partir de la detención de nuestros
agentes en Francia. Los alemanes no habían obtenido la clave
del código hasta la primavera de 194 3, sólo «una parte de los
telegramas había podido ser descifrada ... a menudo no lográ-

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.JJ - llORA INFORMA
bamos leer más que un fragmento». 1 Un inspector de la policía
suiza indica incluso una fecha ulterior. Fue Paul Bottcher, el
compañero de Sissy, quien lo confirmó después de la guerra.
Había sido detenido en 1944 en Ginebra y contó que, mientras
le interrogaban, el inspector había declarado que desde el ve-
rano de 194 3, los alemanes habían captado y descifrado todos
los radiotelegramas que los rusos enviaban desde Ginebra.
Pero también sabemos que el contraespionaje alemán, al
haber obtenido la clave del código, descifró una cierta cantidad
de telegramas fechados en 1941-1942. He citado alguno de estos
textos, publicados en el libro de W. F. Flicke. En esa época
habíamos comunicado al Centro, por radiotelegrama, los nom-
bres verdaderos y la profesión de casi todos los miembros de
nuestra organización para que el Centro pudiese valorar en
su justa dimensión las informaciones que le transmitíamos. Si
los alemanes habían leído estos telegramas, hubiesen podido
encontrar fácilmente a nuestros colaboradores basándose en las
informaciones transmitidas.
¿Cómo explicar que esos telegramas no hubiesen caído en
manos de los alemanes? Puede haber dos razones. La primera
es que, en 1941-1942, al no tener los esposos Hamel experien-
cia suficiente, la mayoría, casi podría decir la gran mayoría, de
las informaciones eran transmitidas por Jim que había recibido
del Centro un código especial que nadie más podía utilizar.
Los alemanes no conocían la clave de este código. Otra razón
es que una parte importante de los telegramas de 1941-1942
no fue captada. Como escribe Flicke, los alemanes no pudieron
interceptar más que aproximadamente la mitad de los telegra-
mas enviados por Radó. 2 De este 50 % sólo un 10 % , o sea
un 5 % del total de telegramas, pudo ser descifrado. Había se-
manas en que los alemanes no lograban descifrar un solo tele-
grama. En efecto, yo cambiaba cada día de código y si, por una
u otra razón, los alemanes no habían podido captar los prime-
ros grupos de cifras que contenía el principio del código, enton-
ces incluso poseyendo el libro sólo con muchas dificultades
se lograba descifrar el telegrama.
l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskatt, pág. 328.
2. Idem, págs. 256-257.

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Así pues la mayoría de las informaciones quedaron en
secreto. El servicio de escucha de la radio alemana tuvo que
contentarse con conocer los seudónimos.
Cuando los radiogoniómetros del enemigo aparecieron en
los alrededores de Ginebra tuve que tomar medidas sin pér-
dida de tiempo. Informé inmediatamente al Centro del peli-
gro, por el siguiente telegrama.

29.IV.1943, al Director.

Según la prensa loca( los alemanes buscan una emisora clan-


destina en la región ginebrina. Se trata probablemente del
aparato de Maud que se encuentra apenas a un kilómetro de
la frontera. Para hacer más difícil el trabajo de localización,
propongo que Maud trabaje los días pares en la longitud de
onda de 48 m. y en los impares en la de 45 m. Principio del
trabajo, domingo; miércoles y viernes a 23 horas de Greenwich,
lunes y jueves 23 h. 30, hora de Greenwich, martes y sábado
24 horas, hora de Greenwich. Desde hoy alternarán el antiguo
piso y el actual. A ese efecto, vamos a instalar en el piso viejo
el aparato de reserva. Han pasado seis rneses después del re-
gistro, y es presumible que la investigación sobre Edward esté
cerrada.
Dora

Según Flicke este telegrama fue descifrado, pero desde lue-


go mucho más tarde. A partir de un cierto momento, los ser-
vicios de escucha de la radio alemana debían hacerse una ima-
gen bastante clara de las condiciones en que operaba la emi-
sora de Maud.
Unos días más tarde recibí respuesta a mis proposiciones:

A partir del 5 de mayo Maud podrá trabajar según el nuevo


programa, pero hasta el 10 de mayo el antiguo programa con-
serva también validez y podrá ser aplicado en casos de nece-
sidad.

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Le prohibimos terminantemente emitir con el aparato de
reserva desde el piso de Edward y guardar en él ese aparato
pues el asunto del registro no puede darse por terminado. Es
preciso encontrar un nuevo piso para Maud. Haga lo necesario
rápidamente y con la mayor prudencia posible.

Recibí también orden de preparar sin dilaciones un nuevo


telegrafista e instalar una tercera emisora en Ginebra (o, si
contamos también el de Jim, un cuarto aparato).
Flicke cita este cambio de telegramas como captado por
los alemanes; aparte de algunas insignificantes variaciones de-
bidas al descifrado reproduce palabra por palabra el texto ori-
ginal al idioma alemán.
La única solución habría sido utilizar otro código, por
ejemplo el de Jim. Eso no hubiese sido difícil si hubiésemos
sabido que nuestros telegramas eran descifrados.
A principios de mayo, me enteré de que el contraespiona-
je alemán había liquidado la emisora ilegal del otro lado de la
frontera. Pensaba que los radiogoniómetros tal vez no esta-
ban allí por nosotros, sino para detectar las emisoras ilegales
de la Resistencia francesa. Sin embargo nadie nos garantizaba
que nuestro enlace por radio quedase en secreto; Edward,
Maud, Rosie y Jim trabajaban sin descanso y sin cambiar de
domicilio porque no habíamos encontrado otro local adecua-
do. Esto era muy peligroso.
En respuesta al telegrama del 5 de mayo en el que el Di-
rector aceptaba el cambio de horario de las emisiones, señalé
que por ahora las circunstancias no permitían instalar los apa-
ratos en nuevos pisos. Tampoco era fácil encontrar y formar
un nuevo telegrafista para el aparato de reserva.
Sabíamos pertinentemente que, en la situación en que es-
tábamos, no bastaba con cambiar el programa. Se hubieran
precisado nuevos pisos y nuevos telegrafistas experimentados.
Todo esto requería tiempo. Esperábamos que, incluso si los
alemanes habían localizado nuestro contacto en Moscú, ningún
peligro inminente amenazaría a los operadores mientras las in-
vestigaciones se prosiguieran al otro lado de la frontera suiza.
La situación sería mucho más crítica si los alemanes pusiesen

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sus sabuesos sobre nuestra pista en Ginebra y Lausana. Pero
para esto también el enemigo necesitaba tiempo. Teníamos pues
la posibilidad de tomar medidas.
A principios de verano tuvimos que enfrentarnos a otra
complicación: Bill, la secretaria de la Comisión alemana de
compra de material militar instalada en Ginebra, fue desen-
mascarada. Formaba parte del grupo de Sissy y proporcionaba
informaciones útiles. Al encontrarnos, Sissy me contó muy
excitada que la chica- había sido despedida porque informa-
ciones secretas se infiltraban desde su oficina. Un oficial, que
Bill tenía por hombre de la Gestapo, había llevado la acusa-
ción directamente contra ella. La chica por supuesto lo había
negado pero fue despedida. En aquella época no podíamos
suponer quien la había traicionado. Hoy la cosa está más clara.
Es evidente que los telegramas interceptados habían permitido
al contraespionaje alemán constatar que la chica pertenecía a
nuestro grupo. Uno de los telegramas, en efecto, citaba su lug.ar
de trabajo; el texto era el siguiente:

2.V.1943, al Director

De Bill.
Mannerheim ha mantenido conversaciones en Ginebra con
el general Müller que representaba al OKW en la comisión
encargada de recibir el armamento destinado a las tropas ale-
manas.
Dora

Es posible que los alemanes también hubiesen descifrado


el siguiente telegrama dirigido a Moscú:

2.V.1943, al Director.

De Bill.
Según informaciones procedentes del séquito del general
Müller, Alemania se prepara para ocupar Suiza en la segunda

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 341


quincena de abril a causa de la poszczon adoptada por ésta
durante las conversaciones. Los alemanes cuentan con la ayuda
de la 5.ª columna creada en el círculo de los oficiales suizos.
El jefe de la 5.ª columna en Suiza es el barón van Mitternich,
delegado oficial cerca de la Cruz Roja. Los alemanes han pre-
visto no ocupar más que la zona industrial y dejar al ejército
suizo la posibilidad de retirarse a las montañas. Han renunciado
a la ocupación como resultado de las concesiones económicas
hechas por Suiza.
Según informaciones procedentes también del séquito del
general Müller en verano de 1943, el mando militar alemán
empleará masivamente en el frente del Este los nuevos carros
pesados llamados Tigres.
Dora

28.VI.1943, al Director.

De Bill.
De la oficina alemana de armamento militar. Los alemanes
estudian un nuevo modelo de carro, el Pantera, que será una
réplica del modelo Tigre pero con un blindaje más grueso y
más movilidad.
Dora

Sobre la base de estos datos no era difícil determinar de


donde procedían estas informaciones secretas ni por quien se
infiltraban.
Bill se salió del asunto con un simple despido. Pero esta
historia podía causarnos muchos peligros. Recomendé a Sissy
que cesase en sus contactos con la chica, a quien los alemanes
podían vigilar. Afortunadamente BiII no sabía quien era Sissy
ni donde vivía.
El problema se hubiese resuelto si hubiésemos podido dis-
poner de pisos suplementarios para los jefes de la red, de apa-
ratos de reserva y de operadores experimentados. Pese a que

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el agente de contraespionaje alemán W. F. Flicke haya supues-
to lo contrario, debo decir como jefe de la red, que nunca
dispuse de todo esto. Incluso en Suiza, donde las condiciones
eran más favorables que en cualquier otra parte, la situación
no era tan simple. Montar una nueva emisora, reclutar un
telegrafista y encontrar un piso requería largas y minuciosas
pesquisas para no despertar las sospechas o, lo que también
hubiese sido peligroso, la curiosidad de los suizos.
Era particularmente difícil encontrar un nuevo piso. En
Ginebra, más que en cualquier otro lugar, los apartamentos
eran alquilados -como ya he contado en otro lugar- por ad-
ministradores; no se conocía ni siquiera a los propietarios de la
casa. Los administradores eran los verdaderos dueños de los
negocios de alquiler, ¡y no sólo de estos negocios!
Como también he dicho, vivía solo con mi familia en un
gran edificio y esto facilitaba mi trabajo clandestino. Hubiese
sido insensato abandonar un piso como ése por otro, en con-
diciones sin duda menos ventajosas. Sin embargo, después del
asunto de Bill y sobre todo más adelante, cuando se hizo evi-
dente que algo sospechoso se tramaba en torno nuestro, me
pregunté si pese a ello no sería conveniente cambjarse. ¿Pero
cómo? En Suiza era conocido como sabio y propietario de
la Geopress. Hubiese sido un juego de niños para los alemanes
descubrir mi nueva dirección, les hubiese bastado con mirar
el listín telefónico. También podían obtener mi dirección del
administrador de las casas, porque los administradores perma-
necían todos en estrecho contacto unos con otros. Sin hablar de
la policía suiza donde figuraba en el registro de extranjeros
y debía presentarme cada cierto tiempo para hacer prorrogar
mi permiso de estancia.
No, un cambio de domicilio no hubiese aportado la menor
garantía suplementaria. El que quisiera podía encontrarme
en pocos días. La única solución parecía pasar a la clandes-
tinidad, pero eso hubiese complicado las cosas demasiado.
Circunstancias análogas regían para la mayoría de mis cola-
boradores, Sissy, Pakbo y en particular Jim que tampoco era
ciudadano suizo. No le era posible, aún cambiando de domi-
cilio, desaparecer a los ojos de los agentes de la Gestapo.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 343


Como más tarde supimos, en 1943 teníamos razones más
que suficientes para inquietarnos. Los alemanes no se habían
a
contentado con localizar las emisoras, comenzar descifrar nues-
tros telegramas y enviarnos provocadores y agentes, sino que,
por la vía diplomática, intentaban ejercer una presión sobre el
gobierno suizo para que terminase con nuestro trabajo. En
1943, la representación diplomática alemana había exigido en
tres ocasiones mi detención. Me acusaban de ser un agente
soviético que, en territorio suizo reunía informaciones milita-
res contra el Reich. Sin duda esperaban que las autoridades
llegarían a encarcelarme o a expulsarme del país y que, en la
frontera, caería en seguida en manos de la Gestapo.
Felizmente para mí, no ocurrió así. El gobierno federal
no se dio por enterado de las notas diplomáticas alemanas.
U:nGs años más tarde, los periódicos escribían sobre este tema
· que el gobierno suizo no había comprendido lo que los ale-
manes querían: ¿Hacer detener .a ~n sabio tan conocido? Las
autoridades no habían creído que yo era un agente soviético.
Es posible que así fuese. Como decía la Gazette de Lausanne
después de la guerra, el 2 de febrero 'tie 1949: «Diferentes
personalidades protestaron contra el ultraje infligido .a un cono-
cido geógrafo cuya presencia en Suzia era un honor para el
país.» Sin embargo, es más probable que fuesen consideracio-
nes políticas las que impulsaron a los suizos a no entregarme .a
los alemanes ni a encarcelar'me.
Suiza veía que con la victoria de la coalición antifascista
la seguridad de una invasión alemana quedaba evitada para el
,país. Ésta era la razón por la que las autoridades federales eran
indulgentes con la actividad de los agentes de los países alia-
dos, facilitando .así su trabajo. No tomaban más que vagas
medidas cuando la diplomacia alemana protestaba contra la
actividad antinazi de tal o cual extranjero. Ése fue el casq de
Long y S.alter. Los alemanes probablemente conocían su pasado,
sospechaban que actuaban contra el Reich y enviaban enérgicas
notas de protesta al gobierno suizo. Bajo el efecto de tales
presiones, las autoridades ponían a los dos hombres de vez en
cuando bajo una vigilancia que abandonaban al cabo de poco
tiempo. La policía federal sospechaba que los dos franceses

344 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


trabajaban para los serv1c10s gaullistas de investigación, pero
no querían molestarles seriamente, pues su actividad no ponía
en peligro la seguridad de Suiza, al contrario, servía directa-
mente a sus intereses.
En esta situación compleja y llena de peligros trabajaba
nuestra red la primavera de 194 3, en la víspera de las opera-
ciones decisivas.

LA BATALLA DECISIVA SE PREPARA

El Ejército Rojo continuaba atacando. El mes de marzo de


1943 fue marcado por combates encarnizados en el sector cen-
tral del frente donde luchaban las tropas del general Kluge,
en Ucrania, en Jarkov, en la cuenca del Donets, defendida por
el grupo de ejércitos del sur bajo el mando de Manstein. Las
operaciones del Ejército Rojo para liberar el norte del Cáuca-
so tocaban a su fin. Las batallas principales se desarrollaban
en las carreteras que conducían a Novorosiisk y en la penínsu-
la de Taman porque éstos eran puntos clave para tomar la
cabeza de puente de Crimea.
La dirección nos encargó de averiguar los planes de los
alemanes, en primer lugar los relativos a los sectores importan-
tes para el mando militar soviético.
Como de costumbre, encargamos esta tarea a Lucy a través
de Sissy y Taylor. La respuesta a la pregunta del Centro llegó
rápidamente:

8.IV.1943 al Director. Urgente.


De W erther. Berlín 3 abril.
Son divergencias entre el alto mando alemán y el mando
del ejército de tierra que se han solucionado con la decisión
de reemprender a principios de mayo el ataque contra Kursk.
Las pruebas aportadas por Beck, Kluge y Küchler facilitaron
esa decisión: un número cada vez mayor de tropas soviéticas
son concentradas en el sector Norte del frente, principalmente

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en la regzon de Velikie-Luki y Leningrado. Los generales hi-
cieron notar lo peligroso que sería utilizar prematuramente las
reservas disponibles.
Manstein ha declarado sin embargo que no podía mantener
el sector y Jarkov, si el Ejército Rojo seguía disponiendo de
una base de operaciones tan magnífica como la de Kursk.
En todo caso ni el alto mando ni el mando de las fuerzas de
tierra preven operaciones ofensivas de envergadura ni en ge-
nera( ni en el sur de Rusia o en el Cáucaso.
Según el OKH, operaciones ofensivas rusas bien organiza-
das no podrían tener lugar a partir del 20 de mayo más que en
Leningrado, Orel, el estuario de Kuban, en Novorosiisk y en el
estrecho de Kertch.
El OKH piensa también que un nuevo ataque fuerte de
las tropas soviéticas en la región del lago Ilmen, para retomar
]arkov es imposible antes del 10 de mayo. No supone que
antes de esa fecha los rusos puedan poner en marcha o desen-
cadenar un ataque en la región de Velikie-Luki.
A raíz de la evolución de la situación del frente del este, las
flotas aéreas de Keller y Richthofen, así como las estaciona-
das en el estrecho de Kertch no han sido completadas más que
en parte. Independientemente de esto los alemanes piensan
que en el frente de Leningrado, en Novorosiisk y en T emiryuk,
las fuerzas aéreas soviéticas son más fuertes que las alemanas.

Dora

Sabemos que el 15 de abril de 1943 Hitler firmó la sexta


orden operacional que fijaba para el 3 de mayo la fecha de la
Operación Ciudadela.
Sin embargo, el 20 de .abril Lucy transmitió la noticia de
Werther de que la fecha del ataque alemán contra Kursk, pre-
vista para la primera semana de mayo, había sido aplazada.
Unos dí.as más rarde Werther precisó que:

.. .la nueva fecha del ataque alemán es el 12 de junio.


A principios de mayo recibimos las informaciones siguien-
tes:

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2.V.1943 1 al Director. Urgente.

De W erther. Berlín 2 7 de abril.


El alto mando alemán y Manstein consideran cada vez más
la posibilidad de un ataque soviético contra la península de
Crimea por tierra1 mar y aire. Por ello han sido tomadas me-
didas especiales para movilizar las fuerzas aéreas y los barcos
a fin de obstaculizar los preparativos del Ejército Rojo en
Batumi1 Poti y Sujumi. Defendiendo la cabeza de Kuban 1 el
mando militar alemán espera poder evitar la lucha por Crimea.
Los alemanes prevén mantener la defensa comenzando a tiem-
po las operaciones de ataque. El primer ejército blindado 1 di-
rigido por Kleist1 ha sido designado para esta misión; con
sus ataques debe crear, por lo menos, una situación de ame-
naza en Rostov y en V orochilovgrado a fin de reforzar la de-
fensa alemana en el curso superior del Kuban y en Novoro-
siisk y atenuar el peligro que amenaza a Crimea y, a la vez1
las posiciones alemanas en los Balcanes.
Sin embargo 1 actualmente el primer ejército blindado no
está en condiciones de cumplir las tareas que le han asignado
porque necesita avituallar sus fuerzas y su artillería de guerra,
así como los aviones de combate. Según el plan1 este ejército
debe estar preparado antes del 15 de mayo para llevar a buen
fin la ofensiva en cuestión. El general Konrad1 comandante
de las tropas situadas al sur de Kuban 1 ha recibido la orden de
resistir cueste lo que cueste hasta esa fecha.

Dora
9.IV.1943 al Director. Urgente.

De W erther. Berlín 5 de mayo.


A raíz de la presión del Ejército Rojo y de la concentración
de tropas soviéticas que prosigue cerca de la cabeza de puen-
te de Kuban 1 el mando militar alemán está persuadido de que
el alto. mando soviético ha decidido avanzar cueste lo que
cueste hasta la carretera de Kerch a fin de cortar el tiempo
de preparación necesario, para el primer ejército blindado ale-
mán e impedir la movilización de ese ejército.

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La defensa alemana en Kuban exige ya que entren en
acción los aviones de Richthofen disponibles. Las fuerzas aéreas
alemanas se utilizarán sin ninguna reserva y sin preocuparse
de las pérdidas, porque la defensa de Novorosiisk y del Kuban
es muy importante para la situación general en el Mar Negro
y decidirá la defensa o no de Crimea. Las batallas decisivas son
previsibles en las montañas, entre Krinskaia y Novorosiisk,
principalmente al noroeste alrededor de Bakansk.
Si los alemanes no mantienen esas fortificaciones pueden
considerar perdida la cabeza de puente de Kuban, porque en
campo libre prevalecerá la superioridad de las fuerzas soviéticas.

Dora

El mando militar soviético había arrebatado definitivamente


la iniciativa a los alemanes. En los otros sectores del frente
también el Ejército Rojo comprometía la situación de las tropas
alemanas. En febrero y marzo la ofensiva se desarrollaba según
el plan estratégico global del alto mando soviético en los sec-
tores Centro y Noroeste. Este plan tenía dos objetivos funda-
mentales; cercar y aplastar las principales fuerzas de Kluge
(el cuerpo de ejército del Centro) y, empujando al enemigo
hasta la región de Demiansk, coger por la espalda las tropas
alemanas (el cuerpo del ejército del Norte) que combatían en
Leningrado y en el puente del Voljov.
Mientras que esta operación estaba en curso, las unidades
del frente de Briansk desarrollaban un ataque contra el segun-
do ejército blindado enemigo, al sur de Orel, poniendo .así
en peligro todo el cuerpo del ejército del Centro. Simultá-
neamente, al norte de Kursk, el frente central atacaba. La
victoria total de las operaciones iniciadas en esos frentes fue
impedida por la contraofensiva alemana en la región de Jaskar
que obligó al Cuartel General soviético a utilizar allí más fuer-
zas. Pero los ataques desencadenados en el frente central y en
el de Briansk contribuyeron de todos modos a alcanzar el obje-
tivo propuesto por el alto mando. Los alemanes temían por su
posición en Duel y querían infligir otras derrotas a las tropas
soviéticas en Jorkov. Transfirieron rápidamente a ese lugar

348
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16 divisiones del sector Rijev-Viazma desguarneciendo así las
defensas de esa zona. El frente de Kalinin y el frente occidental
lo aprovecharon inmediatamente. A finales de marzo aplas-
taron la cabeza de puente de Rjev-Viazma que los alemanes
habían defendido desde hacía tiempo con la esperanza de ser-
virse de ella como trampolín en un caso de eventual ataque
contra Moscú. Los alemanes fueron rechazados de 130 a
160 km hacia el oeste. El Ejército Rojo tenía libre el camino
hacia Smolensk.
También aplastó la c_abeza de puente de Demiansk y detu-
vo la contraofensiva de las divisiones de Manstein desencadena-
da desde Jarkov. A finales de marzo el frente se estabilizó. En
muchos de los sectores, las tropas soviéticas habían adqui-
rido posiciones más ventajosas.
Buscando sondear las intenciones del mando militar alemán,
reuníamos otras informaciones políticas y militares importan-
tes. En la primavera de 1943 recibimos noticias no sólo por
los amigos berlineses de Lucy sino también por nuestras anti-
guas fuentes.
El Centro deseaba saber donde se encontraba el Cuartel
General y el estado mayor de la Wehrmacht.
Lucy nos informó que:

En el cuartel general del alto mando alemán cerca de Ba-


ronovitchi, en el frente del este, opera un estado mayor perma-
nente y especial, independientemente del lugar donde se en-
cuentre el alto mando propiamente dicho.

Long se enteró por sus relaciones de que:

Uno de los cuarteles generales del mando militar alemán


se encontraba en Prusia Oriental, en Rastenburg y que Hitler
tenía tres Cuarteles Generales: Obersalzberg cerca de Berchtes-
gaden, Neuruppin cerca de Berlín y Lapfen cerca de Konigsberg
en Prusia Oriental.

En abril Anna nos informó de que:

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Desde la segunda quincena de marzo) un Consejo de Segu-
ridad del Reich ha sido creado en Alemania. Sólo los ministros
dirigentes de sectores importantes) desde el punto de vista de
la seguridad) eran miembros de este consejo, así como los mi-
nistros de justicia y de finanzas.
El presidente del Consejo es Goring, su substituto es Goeb-
bels.

También recibimos en abril de W erther las siguientes m-


formaciones:

1. Composición del 4.º ejército blindado mantenido por


el general Hoth: Las 3.ª, 25.ª y 27.ª divisiones blindadas) la
división S.S. «Viking», las 12.ª, 26.ª y 103.ª divisiones moto-
rizadas ligeras; las 9 .a y 11. ª divisiones blindadas han sido
momentáneamente retiradas como tropas de relevo; la 6.ª y 7.ª
divisiones blindadas también han sido retiradas para su reor-
ganización. Los preparativos del 4.º ejército blindado en vista
a las operaciones de verano, na estarán terminadas hasta el
mes de mayo.
2. El 2 y 3 de abril el alto mando alenián ha mantenido
reuniones en el curso de las cuales los planes de las campañas
principales de verano y otoño de 1943, así corno el reparto
de reserva, han sido paralizados. La conferencia empezó bajo
la presidencia de Goring y en ausencia de Hitler que llegó más
tarde.
Se comprobó a lo largo de la conferencia que había diver-
gencias de principio entre Goring por una parte y Bock y
Halder por otra (Halder había sido invitado a la conferencia
como consejero).
Halder y Bock han declarado no estar de acuerdo con las
medidas propuestas relativas al reparto de las reservas reorga-
nizadas en el ejército y en las fuerzas aéreas. Bock ha subra-
yado que no podrá asumir la responsabilidad de una decisión
que no prevenga el reforzamiento del ejército y de las fuerzas
aéreas en el oeste.
Goering estaba apoyado por Doenitz, Keitel, Manstein, List,
Zeitzler, Fromm, Jesschonnek. Todos estos generales han par-

350 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


ticipado en la conferencia; por el contrario, Kluge, Küchler
y Rundstedt, es decir, los jefes de los ejércitos que habrían
podido apoyar a Bock, no habían sido invitados.
Aparentemente parece 6JUe las dificultades se solucionaron
en el curso de la conferencia; la petición de Bock de no asu-
mir más que en parte el mando de los ejércitos de tierra ha
sido aceptada.
Según informaciones procedentes de oficiales del estado ma-
yor, Bock se ha encargado de las funciones de comandante en
jefe del ejército de tierra (OKH: Oberkommando des Heeres).

El 4.º ejército blindado mencionado en las informaciones


de W erther sufrió una grave derrota cuando los alemanes de-
sencadenaron su contraofensiva; en Jarkov fue completado con
fuerzas demasiado nuevas como para estar aptas par.a el com-
bate.
En esa época recibimos también de W erther informacio-
nes relativas a la distribución de los bombarderos de las tro-
pas aéreas.

Divisiones de bombarderos de largo alcance se encuentran


con las l.ª, 2.ª, 3.ª y 6.ª flotas aéreas en el Extremo Norte.
La 3/ división, que hasta febrero formaba parte de la 3.ª flota
aérea mandada por Sperrle, ha sido congregada desde marzo a
los efectivos de la 2.ª flota mandada por Kesselring y esta-
cionada en el Oeste de Sicilia. Por otra parte 3 divisiones de
bombarderos de largo alcance han sido agregadas a la 2.ª flota
aérea bajo el mando del teniente-coronel Giese. La 18.ª divi-
sión forma parte de la 3.ª flota aérea estacionada en Holanda
y que asegura los bombardeos de la costa· inglesa. La 19.ª di-
visión forma parte de la 6.ª flota aérea y opera en Crimea.

Olga nos informó desde Berlín del resultado de los bom-


bardeos de las fuerzas soviéticas contra objetivos militares ale-
manes, bombardeos que inquietaban fuertemente al mando de
la Wehrmacht. Según sus informes:

A raíz de los últimos ataques soviéticos en Alemania Orien.

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tal, el alto mando alemán ha deducido que el mando militar
soviético persigue un objetivo estratégico preciso: la prepara-
ción del ataque del Ejército Rojo, bombardeando sistemática-
mente las principales bases de avituallamiento del frente del
Este.
Los ataques de la aviación soviética contra las fábricas
de Tilsit y de Insterburg han sido mucho más destructivos
que los ataques contra Konigsberg.
El alto mando alemán supone que las fuerzas soviéticas
han organizado un grupo de por lo menos 400 bombarderos
de largo alcance para atacar Alemania.

En abril recibí importantes noticias relativas al emplaza-


miento de los campos de formación militar y los puntos de
acantonamiento de las unidades de reserva en la retaguardia
alemana.

17.IV.1943, al Director.
De Olga.
Unidades alemanas formadas nuevamente:
l. Una de las unidades de la 14.ª división blindada está
formándose en Zeithain, otra en Bautzan.
2. La 11.ª división de granaderos ha llegado recientemen-
te para ser reorganizada al campo Wieber en Hessen.
3. La 94.ª división de granaderos está en formación en
el campo de Konigsberg.
4. La 24.ª división de granaderos, estacionada en la Baja
Austria, está dispuesta para la marcha el 31 de marzo.
5. La 29.ª división motorizada estará dispuesta para la
marcha hacia el frente el. 20 de abril.
6. La 305.ª división de granaderos, nuevamente formada,
estará también dispuesta el 20 de abril.
7. Las divisiones siguientes estarán dispuestas para mar-
char al frente el 10 de mayo, la división Waffen-55 «Deutsch-
land», las 41.ª, 295.ª y 371.ª divisiones de granaderos así como
la 60.ª división blindada.
8. Hasta finales de mayo dos nuevas divisiones blinda-
das deben ser f armadas así como por lo menos una división

352 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


motorizada de granaderos, ocho divisiones de infantería y even-
tualmente una división de montaña.
Dora

Lucy nos manda una larga lista de todos los campos mi-
litares y de los campos de tiro en Alemania Occidental y Me-
ridional, así como en Austria. Sólo citaré algunos:

Münsterlager, cerca de Münster. Campo de entrenamiento


de tiro al sur de la estación termal de Bad Rosen cerca de
Soltau, tiene bajo su dirección Lüsser -polígono en W eiss-
Iltzen.
Sennelager -a lo largo de la vía férrea Paderborn-Biele-
feld. Gran campo militar Wieber en Hessen.
El campo Hammelburg con polígono en Baviera.
El campo de Lechfeld con gran polígono a lo largo de la
línea férrea Augsburg-Landsberg, etc.

El Centro nos alentaba a «reunir el max1mo posible de


información sobre el enemigo principal»; y en ello nos esfor-
zábamos. El Centro se interesó, entre otros en los datos téc-
nicos relativos al armamento y al potencial económico de Ale-
mania.
Sobre este tema recibimos la siguiente pregunta:

28.III.1943, a Dora.
1. Pedimos a Teddy que complete sus informaciones so-
bre los tipos de carros con datos tácticos y técnicos, espesor
del blindaje, armamento, velocidad.
2. También nos gustaría saber por Teddy cuántos avio-
nes se fabrican mensualmente en Alemania e Italia, y cuáles
son los tipos de aviones de combate alemanes.
Director

Una respuesta parcial nos la dio el telegrama del 14 de


abril en el que Teddy comunicaba precisiones sobre el nuevo
carro «Tigre». Sabemos que los alemanes habían puesto mu-
chas esperanzas en estos carros que fueron empleados masiva-

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23 • DORA INFORMA
mente en el verano de 194 3 en ocasión de ataque contra las
fortificaciones soviéticas en Kursk, Orel y Belgorod. Teddy
nos informó de:
Los ensayos del nuevo carro pesado B-1 (Tigre).
Según opinión del general Fischer, comandante del 10.º
ejército blindado y de los oficíales enviados por Guderian a
· Túnez, este carro no se presta más que relativamente al ata-
que de fortificaciones. En combate móvil, en el que participan
de forma importante las fuerzas aéreas, no puede ser utilizado
a fondo a causa de su insuficiente velocidad (velocidad del
carro 26 km/ h.). El blindaje de la cadena no es suficiente.
Por el contrario, el resto del blindaje es muy satisfactorio.
De los 17 carros de este tipo perdidos en Túnez, 13 han sido
puestos fuera de combate por la aviación inglesa. La insufi-
ciente velocidad de este carro facilita su bombardeo.

Según otra información de Teddy:

La velocidad máxima en carretera o terreno duro y llano


es de 36 km/ h. El espesor del blindaje es de 88-100 mm. Los
informes del frente relativos a la coraza del carro son posi-
tivos.

Era muy importante conocer las posibilidades del Tigre,


tanto desde el punto de vista técnico como desde el táctico.
Estas informaciones permitían al mando militar soviético, mu-
cho antes de la batalla de Kursk, preparar el armamento nece-
sario para la destrucción de estos nuevos carros potentes, des-
tinados a perforar las líneas de defensa más sólidas.
En abril-mayo, el Centro recibió de Teddy informaciones
complementarias relativas a la producción de carros y aviones
en Alemania.

El alto mando alemán, cediendo a la evidencia de pasar


a la guerra defensiva, acentúa desde diciembre de 1942 la
producción de cazas y aviones apropiados al combate en proxi-
midad, centra toda su atención en la producción de Messer-
schmitt-109, Focke-Wulf-190, Ju-87 y Ju-88. En marzo la in-

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dustria de guerra alemana ha producido 320 carros del tipo
T-3} de 400 a 410 del tipo T-4, y 90 del tipo B-1 (Tigre).

Al mismo tiempo nos enteramos por Lucy de que:

La industria alemana, comprendida Austria y Checoslova-


quia, habría fabricado en febrero 720 carros y quería aumen-
tar su producción mensual a 900 unidades.

Nuestros colaboradores que vivían en Alemania y en los


países ocupados vigilaban y nos comunicaban dónde y en qué
medida ataques aéreos aliados habían causado daños a las
fábricas de guerra enemigas.
Así a principios de abril, nos informaron desde Alemania
del Sur que:

Las fuerzas aéreas inglesas, durante sus recientes ataques,


habían destruido la mitad de las fábricas Bosch en Stuttgart.
El trabajo estaba totalmente interrumpido por el momento.
La fábrica Mercedes de Untertürckheim habían recibido orden
de aumentar en un 39 % su producción de carros.

Un poco más tarde, recibimos una información de un in-


geniero de las fábricas Siemens en Nuremberg. Según sus
datos, los bombardeos ingleses habían dañado las factorías Sie-
mens, reduciendo en un 85 % la producción de guerra. La
fábrica Man también había sido alcanzada y los alemanes te-
nían necesidad de, por lo menos, tres meses para reconstruirla.
Olga nos informó de que:

Después de los ataques aéreos ingleses del 13 de marzo,


las siguientes secciones de las fábricas Krupp en Essen ha-
bían tenido que cesar el trabajo: fundición de tubos de cañón,
fábrica de blindados, fabricación de locomotoras, taller de
construcción mecánica} fábrica de calderas, laminación de .tubos.
Después de los ataques aéreos del 4 de abril también han
sido puestas fuera de uso las fábricas de camiones pesados
para el transporte militar} así como la casi totalidad de fábri-

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 355


cas que trabajaban para la infantería ... Momentáneamente han
cesado en todas sus actividades.
Los ataques de la flota aérea inglesa en julio han destruido
la estación de mercancías de Gelsenkirchen; la fábrica de va-
gones de Koln-Deutz ha sido gravemente dañada.
Las hilaturas de seda de Reutlingen} que es una de las
principales proveedoras de paracaídas} está paralizada en sus
tres cuartas partes desde finales de mayo, como resultado de
los bombardeos de la aviación inglesa. Las reservas de seda
bruta se agotan porque las importaciones de Extremo Oriente
han cesado. A raíz del ataque americano del 10 de agosto} va-
rios depósitos de las Fábricas Unidas de rodamientos a bola
de Schweinfurt han sido destruidos. Por ello} los suministros
para carros y camiones también han decrecido. La mitad de la
ciudad ha sido destruida.

El estado mayor y el Cuartel General del mando supre-


mo del Ejército Rojo querían también hacerse una idea de las
pérdidas sufridas por el ejército hitleriano y las reservas hu-
manas de las que .aún disponía el Reich. También enviamos
este tipo de informaciones a Moscú.
En abril, Luisa nos informó de que el conjunto de los
efectivos del ejército alemán, comprendidas las unidades auxi-
liares, ascendía a 14 millones de hombres. Las pérdidas de
la Wehrmacht (muertos, heridos graves, des.aparecidos) se cal-
culaban en más de 5 millones de hombres y de oficiales. Se-
gún las informaciones de Olga, las pérdidas irreparables, desde
el principio de la guerra hasta el 3 de abril de 194 3 ascen-
dían a 3.175.000 hombres. La gran diferencia entre estos datos
puede parecer al principio extraña, sobre todo si sabemos que
los dos informadores -tanto Luisa como Olga- se habían
servido de los documentos del estado mayor de los ejércitos
de tierra, el OKH (el colaborador de los servicios secretos
suizos recibía sus informaciones por la «línea Viking» ).
Probablemente las estadísticas oficiales del mando alemán,
a las que tenía acceso Olga, no tenían en cuenta todas las
pérdidas, o las reducían voluntariamente, mientras que las in-
formaciones de Luisa habían sido completadas, dando la ci-

356
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fra exacta de pérdidas efectivas sufridas por la Wehrmacht en
todos los campos de batalla.
En todo caso, como ulteriormente se comprobó, desde ju-
nio de 1941, los alemanes habían perdido en el frente del
Este, hasta finales de junio de· 1942, 1.980.000 hombres, y
desde octubre de 1942 a marzo de 1943, según las estadísti-
cas del OKW, 1.342.000 hombres, es decir un total de
3.300.000 hombres en 18 meses. La información de Olga se
acercaba pues a la verdad.indicando, para 21 meses, pérdidas
de 3.175.000 hombres, entre muertos, heridos graves, desapa-
recidos y prisioneros.
En 1943 la oleada de una nueva «movilización general»
sacudió a Alemania. Nuestras fuentes berlinesas, Teddy y Olga,
comunicaron los detalles en informes que reproduzco:

Resultados para el ejército de la movilización total, a par-


tir del l.º de enero de 1943:
286.000 hombres aptos para el servicio en el frente han
sido llamados a filas. Desde abril hasta el l.º de junio, 290.000
hombres movilizados se han incorporado a sus respectivos re-
gimientos.
El ejército se ha reforzado con unidades aptas para el ser-
vicio de guarnición, para trabajos de construcción, etc., con
un total de 95.000 hombres. 57.000 jóvenes voluntarios han
sido dispensados por el momento.
En febrero y marzo, incorporaciones extraordinarias han
aportado al ejército 108.000 hombres aptos para el servicio
en el frente y 62.000 aptos para el servicio de guarnición y
trabajos de construcción.
En el curso de enero, febrero y marzo, sólo 190.000 heri-
dos y enfermos restablecidos se han reintegrado al ejército.
En el período mencionado, las tropas SS han recibido un
refuerzo de 80 a 120.000 hombres.

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DIPLOMACIA ENTRE BASTIDORES

En la primavera de 194 3, una de nuestras tareas esencia-


les era determinar las maniobras políticas y diplomáticas de
los dirigentes alemanes y de sus vasallos. He aquí un tele-
grama que se refiere a ello:

25.IV.1943, al Director.
De Olga y Anna.
Los alemanes suponen que el gobierno polaco de Londres
empieza a creer que, dada la actual situación militar, la ocupa-
ción alemana es menos peligrosa para Polonia que una ocu-
pación soviética.
Hitler, Goering y Ribbentrop esperan que su táctica per-
mitirá no sólo una delimitación de las fronteras desfavorables
para la Unión Soviética sino también envenenar las relaciones
anglo-soviéticas, lo que podría tener repercusiones sobre la
continuación de las hostilidades.
Dora

Salter comunicó que:

Mannerheim ha llegado a Suiza el 17 de abril y ha per-


manecido en Lugano con el pretexto de recuperarse de una
enfermedad. El gobierno suizo ha prohibido a la prensa divul-
gar estos hechos.

Unos días más tarde fuimos informados de que:

Mannerheim está manteniendo conversaciones secretas con


los Estados Unidos en Interlaken. Finlandia reivindica sus fron-
teras de 1939 y pide a los Estados Unidos garantías en ·caso
de una eventual ocupación de Finlandia por la Unión So-
viética.

358 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


Además} Mannerheim ha sido encargado por Alemania para
discutir con los Estados Unidos la firma de la paz con Alemania.
A findes de abril, Mannerheim estaba en Ginebra donde
ha visto a Lester} secretario de la Sociedad de Naciones. Man-
nerheim ha pedido a la Sociedad de Naciones que apoye los
esfuerzos de Finlandia en vistas a una paz por separado con
la Unión Soviética si le son ofrecidas garantías suficientes.
Lester ha permanecido muy distante y ha declarado que
debía consultar a Londres y Nueva York.

Después, hacia mediados de mayo, Olga me informó des-


de Berlín que:

Mannerheim ha via¡ado a Suiza para probar a la Sociedad


de Naciones y a Rusia que en 1943 Finlandia no quería con-
traer grandes obligaciones con Alemania.

Es interesante notar, en relación a la diplomacia entre bas-


tidores, otro de mis telegramas dirigidos al Centro. Esta vez
eran mis compatriotas quienes habían insinuado una tentativa
de acercamiento a la Unión Soviética.

2.III.1943} al Director. Urgente.


El agregado comercial de la embajada de Hungría en Ber-
na ha preguntado a Long si los gaullistas podrían servir de
mediadores entre Hungría y la Unión Soviética. Según las in-
formaciones de Mérei} el gobierno húngaro pronto será derro-
cado. Hay dos candidatos a la presidencia del nuevo gobierno}
el conde Bethlen y Rassay} jefe del partido demócrata. Los
dos quieren concluir un acuerdo de paz con la Unión Sovié-
tica.
Mérei ha pedido a Long si podía hacer llegar a la Unión
Soviética} a través de los gaullistas} algunas preguntas de Hun-
gría relativas a los preliminares de la paz. Long ha respon-
dido que daría una respuesta después de entrevistarse con el
comité de los gaullistas. Mérei ha regresado a Hungría pero
debe volver dentro de unos días para una breve estancia. Pido
instrucciones inmediatas.
Dora

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Esta gestión para sondear el punto de vista de la Unión
Soviética en cuanto a una paz de compromiso no tenía espe-
ranza. Sin duda Hitler habría impedido cualquier tentativa
que hubiese podido debilitar las fuerzas defensivas del Reich.
El gobierno húngaro continuó más tarde tanteando el terre-
no, no con la Unión Soviética sino con los Estados Unidos e
Inglaterra. El 23 de mayo recibí de Pakbo una información
que transmití rápidamente: Horthy se prepara a venir a Suiza
para establecer contacto con los ingleses en vista a una firma
de paz por separado. El 28 de mayo Lucy informó igualmente
que Horthy y Antonescu se preparaban a venir a Suiza para
discutir con los ingleses. Por supuesto, los alemanes sofoca-
ron en germen cualquier tentativa de este tipo.
Otras informaciones de nuestros hombres probaban que
en el campo de las potencias del Eje, el descontento se acen-
tuaba sobre la cuestión de la guerra y de la paz.

21.IV.1943.
De Werther.
1. Durante la reciente visita a Hitler1 Boris1 zar de Bul-
garia1 ha tenido que prometer que Bulgaria entraría en la
guerra al lado de Alemania y de Rumania en caso de inva-
sión de los Dardanelos y del Bósforo por las tropas anglo-
soviéticas1 s( bajo la presión política de los anglo-sajones y
de los soviéticos. Turquía se alineaba definitivamente al lado de
los aliados.
2. Los alemanes han prometido al zar de Bulgaria poner
en pie1 en los Balcanes1 un ejército alemán que1 en caso de
necesidad1 podría ocupar los Dardanelos en 1943 para ade-
lantarse al ataque soviético. El ejército alemán se desplegaría
como en febrero-marzo de 1941 en la meseta de Toundja-
Maritza y ante Andrinópolis.
3. Los alemanes han arrancado la promesa a Boris a fin
de que1 en el momento de la próxima visita de Mussolini1
puedan jugar esta baza política probando que un ataque de las
tropas alemanas y búlgaras contra el sector inglés del Próxi-
mo Oriente aliviaría la posición de Italia.
Dora

360 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


Pero como veremos a continuación, esta maniobra no im-
presionó a Mussolini tanto como Hitler esperaba.

29.IV.1943 1 al Director.
De Long.
En el dltimo encuentro Hitler-Mussolini Italia ha recha-
1

zado categóricamente la petición alemana de un nuevo envío


de tropas al frente del Este. Italia ha declarado también que
no estaba interesada en el ataque que Alemania preveía con-
tra Turquía pues las fuerzas de Italia estaban agotadas.
1

Después de su encuentro con Mussolini Hitler se ha apre-


1

surado a tener contacto con los otros estados vasallos por


miedo a que éstos siguieran el ejemplo de Italia. En su re-
ciente visita a Alemania los jefes de Estado búlgaro húngaro
1 1

y rumano han prometido seguir fieles al Eje pero han seña-


1

lado que sus países no deseaban tomar parte más activa en


la guerra.
Dora

La negación de participación activa no significa que estos


Estados deseasen retirarse definitivamente del conflicto, sino
que no querían enviar más divisiones al frente germano-sovié-
tico donde los aliados del Reich, particularmente Italia y Ru-
mania, habían sufrido graves pérdidas. Efectivamente, no te-
nían ganas de tomar parte en la guerra del Este.
En 1943, Hitler cargó pues el peso de la guerra germano-
soviética sobre las espaldas del pueblo alemán, pero exigió de
sus aliados que continuasen apoyándolo en los otros campos
de batalla. El Führer confiaba en el apoyo de las potencias
del Eje: Italia y Japón.

19.IV.19431 al Director.
De Olga.
El Japón ha prometido al comandante en jefe del ejército
alemán intensificar sus ataques en las rutas marítimas de los
Estados Unidos hacia Australia y de Gran Bretaña hacia la
I ndia dedicando a ello fuerzas aeronavales y submarinas.
1

La actividad japonesa deberá redoblar en ardor si los an-

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glosajones intentan, atacando Sicilia, asegurarse un paso hacia
el Mediterráneo por el estrecho de Sicilia. Los alemanes han
subrayado que la actividad japonesa debía alcanzar su punto
culminante mientras que Bizerta y Túnez siguieran en manos
de las potencias del Eje, y no después de su caída. Los ale-
manes exigían además que los japoneses bombardeasen el Norte
de Australia a fin de desviar la atención de los anglosajones de
un desembarco en Europa. Hasta ahora Japón ha rechaza-
do estas exigencias con el pretexto de que no dispone de sufi-
1

cientes bormbarderos de largo alcance.


Dora

Pero las operaciones militares del Japón en el Pacífico


no podían salvar ya la situación en el Mediterráneo. El frente
de África del Norte se hundía por todas partes. Las tropas
italianas y alemanas mandadas por el general Rommel, hosti-
gadas por los .aliados se veían obligadas a abandonar una ciu-
dad tras otra replegándose a lo largo de la costa. La pérdida
de esta cabeza de puente estratégica exponía a Italia al ata-
que de las fuerzas anglo-americanas procedentes del Sur.
Werther informó sobre esta cuestión:

Después del encuentro Hitler-Mussolini, Rommel ha reci-


bido la orden de resistir cuanto fuese posible. Es una exigen-
cia de Italia que se obstina en de/ ender Túnez y Bizerta.
En el mes de mayo la situación del Mediterráneo se agra-
vó aún más. Los alemanes estaban muy inquietos por su reta-
guardia, pues la derrota de Italia significaba la pérdida de un
ejército de combate.
Sobre este tema Olga informó:

El mando militar alemán ha decidido que en caso de un


desembarco aliado en el sur de Italia, las batallas decisivas
quedarán en manos de Italia pues Alemania no acepta def en-
der más que la costa oriental del Adriático, la línea del Piave
y el sur del Tiro!.
Alemania ha tomado esta decisión para el caso de que
Italia se pasase a los aliados o se retirase del Efe.

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El siguiente radiograma se refería a este conjunto de pro-
blemas:

30.V.1943, al Director.
De W erther, el 25 de mayo.
El OKW hace gestiones para que Bulgaria entre a tiempo
en el frente de defensa alemán. A fin de intensificar la pre-
sión ejercida sobre Bulgaria, Alemania refuerza sus tropas es-
tacionadas en Serbia. Quiere aparentar que la zona balcánica
de Bulgaria está en peligro, sin tener en cuenta la situación de
Turquía y en la cuenca oriental del Mediterráneo. Esta de-
cisión concuerda con el principio del OKW según el cual los
Balcanes son más importantes que Italia para la defensa de
Alemania.
Dora

Cuando el régimen de Mussolini comenzó a vacilar, la di-


plomacia secreta se intensificó detrás de los bastidores políti-
cos. Los antiguos partidarios del Duce tendían hacia sus ene-
migos del campo anglo-sajón una mano llena de esper.anza.
A principios de 194 3, los encuentros secretos entre los
representantes oficiales y semioficiales de las potencias ene-
migas se hicieron frecuentes en Roma. Como en el pasado, el
Vaticano fue de nuevo sede de los regateos internacionales.
En febrero, el cardenal de Nueva York, Spellman, que estaba
en relación con Wall Street y, Allen Dulles, llegó al Vaticano.
Hoy sabemos que el prelado americano estableció contacto
con el barón von Weizsacker, embajador de Alemania en el
Vaticano, y que el 3 de mayo se reunió con Ribbentrop en
Roma. A petición de Allen Dulles que residía en Suiza, desde
donde dirigía todas las intrigas americanas en Europa, el car-
denal discutió incluso con el Papa.
Llegué a tener algunas informaciones sobre las conversa-
ciones secretas que tuvieron lugar entre los dirigentes de la
Iglesia. Transmití esas informaciones a Moscú.

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2.IV.1943, al Director.
Del Vaticano.
1. El Papa y el cardenal Spellman han discutido sobre
todo, la política a seguir después de la guerra. El Papa ha
concedido una especial atención a la participación de la Iglesia
en los problemas sociales de la postguerra. El Papa piensa que
la paz no podrá ser concluida y que condiciones generales de
paz no podrán insinuarse seriamente hasta después de la caída
de Hitler que entrañará automáticamente la de Mussolini.
2. El Papa ha recomendado a los obispos franceses no
obstaculizar la actividad de la juventud católica francesa y
no apoyar a Giraud.
Dora

Es interesante notar que el Papa había comprendido que


la caída del régimen fascista alemán y del italiano era ineluc-
table. No sin razón había dado a los obispos franceses la or-
den de no apoyar al general Giraud, que la conferencia im-
perial había nombrado Alto Comisario de las colonias fran-
cesas del Africa del Norte, en lugar del almirante Darlan,
esa creación alemana asesinada en diciembre de 1942.

INGE Y MICKI

Una noche de finales de febrero de 1943, dos agentes so-


viéticos fueron lanzados en paracaídas cerca de Freiburg-en-
Brisgau, en el sur de .Alemania. El Departamento Central so-
viético de información les había encargado una misión· espe-
cial. Los dos habían recibido una dirección clandestina, una
contraseña y una emisora. No podían despertar sospechas por-
que Alemania era su patria.
Franz (Heinrich Koenen) debía dirigirse a casa de una co-
laboradora secreta del Centro, una cierta Klara Schabbel. La

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chica que llegó con él, Inge (Elsa Noffke) debía reunirse con
Hans en Freiburg y luego con Micki en Munich.
El Centro había preparado cuidadosamente esta operación
antes de su ejecución. El piso al que debía dirigirse Franz era
absolutamente seguro. Estaba habitado por Klara Schabbel, es-
posa de uno de los agentes soviéticos en Francia. Las direccio-
nes de Inge también estaban fuera de cualquier sospecha. Hans
(Heinrich Müller) era hermano de Anna Müller, de Basilea, que
estaba en relación con Jim.
Hans y su esposa Lina, guiados por sus sentimientos anti-
fascistas, habían aceptado este peligroso trabajo de buen gra-
do. Freiburg, donde vivían los esposos Müller, ciudad relati-
vamente próxima a las fronteras francesas y suiza, ofrecía tam-
bién un terreno propicio para enviar hombres desde Alemania
a Francia y Suiza, o viceversa. Si estos hombres pasaban por
Basilea, eran recogidos por Anna.
La segunda dirección de Inge era Micki, Agnes Zimmer-
mann de nombre verdadero, una antigua amiga de Jim que
vivía en Munich. Jim la había conocido cuando en 1938 ha-
bía sido enviado a Munich por el Centro. Antes de la guerra,
Micki había venido varias veces a casa de Jim en Suiza, des-
pués se habían visto obligados a no verse más, pero continua-
ron manteniendo correspondencia.
Según la descripción de Jim, Agnes Zimmermann era una
chica hermosa: alta, delgada, ojos claros, con largos cabellos
de un castaño cobrizo. En Munich, Micki había presentado a
Jim a su familia. Su madre, que había quedado viuda muy
joven, daba clases de idiomas para educar a sus dos hijas. La
hermana mayor de Micki era secretaria en la universidad. En
aquella época, Micki trabajaba en el departamento Central
de la Moda, que organizaba exposiciones en Alemania y en
numerosas ciudades europeas. Durante la guerra, como hablaba
bien inglés e italiano, trabajaba en el departamento de cen-
sura de correos en Munich, por tanto en una institución mi-
litar.
Micki había sido educada por religiosas y, .antes de cono-
cer a Jim ( que se presentó, por supuesto, bajo un nombre
falso), no se había interesado demasiado por la política. La

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madre quería mantenerla apartada de la política, pese a que
ella misma había estado durante su juventud en estrecho con-
tacto con los asuntos políticos: aunque parezca extraño, Frau
Zimmermann había sido .agente secreto de Alemania en Suiza
durante la Primera Guerra Mundial. Pero no se sentía de-
masiado atraída por el régimen nazi del Tercer Reich y no
lo disimulaba ante sus hijas que se habían hecho mayores.
La orientación política de su madre influyó sin duda en
Agnes en la elección de sus amigos y de sus relaciones, que
eran gente educada, pertenecientes fundamentalmente a me-
dios artísticos y literarios. En su mayoría sentían horror por
el régimen nazi hitleriano que pisoteaba todos los valores cul-
turales de la nación. El medio familiar y sus relaciones c·on
los intelectuales burgueses, que todavía conservaban una ele-
mental honestidad y principios de humanidad, habían tenido
sin duda una influencia positiva en la chica educada en las
estrictas reglas de una escuela religiosa. Después de conocer
a Jim, las opiniones de Micki variaron completamente. En
realidad, el naciente amor jugó un gran papel en ello.
Los jóvenes (Jim apenas había pasado los treinta) se ama-
ban y se hacían confidencias. Jim pensaba que Micki no sólo
podría ser una compañera fiel que podría ayudarle en la vida
privada, sino también en su trabajo clandestino. Un día le
confesó que había combatido en España, que era antifascista
y que hacía trabajo clandestino. Micki no se asustó, sino que
por el contrario manifestó en seguida que le gustaría ayu-
darle.
Jim consideraba a Micki como novia suya; tenían la in:-
tención de casarse, pero la guerra les separó. Micki permane-
ció en Munich can su madre, en cuanto a Jim, marchó para
Lausana donde le esperaba su trabajo clandestino. Desde en-
tonces los chicos sólo pudieron escribirse, lo que hacían a
menudo.
Al preparar el plan, el Centro había pedido que Micki,
que tenía buenas relaciones en su ciudad natal, podía rendir
un servicio inestimable a Inge encontrándole un empleo de
oficinista en Munich. Así el agente soviético podría legalizar
su situación, lo que en principio era lo más importante. Inge

366
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tenía un carnet de identidad alemán a nombre de Anna Weber.
La chica había recibido orden de enterrar su paracaídas
apenas tocase tierra y dirigirse a Freiburg, a casa de los es-
posos Müller. En seguida debía mandar noticias suyas al Cen-
tro, por radio, y después dirigirse a Munich donde se insta-
laría y buscaría trabajo. Después de esto se pondría a recoger
información y entraría en contacto con el Centro.
Pero no todo ocurrió como estaba previsto. Un desgra-
ciado azar estropeó muchas cosas: al aterrizar lnge perdió la
maleta en que estaba disimulada la emisora. No podía bus-
carla en la oscuridad ni esperar hasta el alba. Franz ignoraba
lo que había pasado porque el viento le llevó más lejos.
Inge no pudo, por tanto, entrar en contacto con el Cen-
tro. Esto no era en sí mismo un gran perjuicio. Podía enviar
noticias suyas a Suiza por correo con la ayuda de los que la
iban a .acoger. Esta forma de enlace sólo estaba autorizada si,
por una u otra razón, la emisora se inutilizaba.
Llegada a Freiburg, a casa de los Müller, Inge dio la con-
traseña: transmitió a la pareja saludos de Edith y de su ancia-
na tía. Inge ignoraba de lo que se trataba pero Heinrich (Hans)
y Lina Müller lo sabían muy bien: Esther Bosendorfer (Sis-
sy) se había presentado a ellos con el nombre de Edith, cuan-
do había venido a verles antes de la guerra. En cuanto a la
«anciana tía» era Anna Müller, hermana de Heinrich. También
ella conocía a Sissy con el nombre de Edith.
Si la emisora se estropeaba, lnge debía pedir a Hans que
informase a la «anciana tía» de su llegada -tales eran las ins-
trucciones del Centro. Y para que la tía supiese que había
en la carta un texto escrito con tinta simpática, debía poner
una crucecita en el margen. Sin embargo, Hans e Inge, des-
pués de algunas vacilaciones decidieron no recurrir a este pro-
cedimiento tan simple, temiendo que la censura alemana, ha-
bituada a todo tipo de subterfugios, se diese cuenta. Hans
envió pues una tarjeta a su hermana diciendo que Inge, la
amiga de Edith, había llegado bien a su casa, que le mandaba
saludos y que le hacía saber que, en el curso del viaje, había
perdido en alguna parte la maleta. Hans esperaba que su her-
mana comprendiese la alusión e informase al Centro.

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Inge permaneció algunos días en casa de los Müller, des-
pués marchó para Munich a fin de reunirse con Micki. El
Centro, había señalado a Jim por radio de la llegada de Inge y
le pidió que informase a Micki a tiempo de la visita de una
«buena amiga». Jim había enviado una carta a Munich inme-
diatamente. Previamente, el Director le había hecho algunas
preguntas sobre Micki, informándose de cómo podría entrar
en contacto con Inge. Jim había respondido que «lo mejor sería
entrar en contacto con Micki de la forma siguiente: que Inge
vaya a su casa, preferentemente un sábado o un domingo por
la tarde, que le llevase algunos pares de bonitas medias y se
las entregase diciendo que su novio se las enviaba desde Suiza.
Para no tener que hablar delante de los padres de Micki,
Inge tendría que decir, apenas le hubiese entregado el regalo,
que tenía mucha prisa, pero podría encontrarse con Micki más
tarde en un café. Allí, cuando estuviesen solas, Inge no ten-
dría más que decir que venía a Munich a continuar el tra-
bajo de su amigo suizo que pedía a Micki la ayudase ... »
Al cabo de cerca de un mes, Jim recibió en Lausana el
telegrama siguiente:

10.IV.1943.
l. Diga a Anna que informe a Hans de que le entrega-
rán de parte de Edith una maleta que deberá esconder y guar-
dar hasta que Ing·e) la amiga de Edith) vaya a recogerla a
su casa.
2. Ruegue a Micki que informe a Inge de que a finales
de mes podrá ir a casa de Hans a buscar una parte de los
objetos que ha perdido.
Director

Al mismo tiempo, el Centro informó a Franz, que había


aterrizado con más suerte que Inge y estaba ya en contacto
con el Centro, que debía entregar a lnge la emisora de re-
serva. Indicaron a Franz el nombre y la dirección de Hans,
así como la contraseña. Klara Schabbel, en cuya casa vivía
Franz, era la encargada de llevar la maleta a Freiburg.
Jim acudió exactamente según las instrucciones del Cen-

368 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


tro. La próxima vez que fue a Basilea, Anna le dijo que había
recibido una carta de Hans, había comprendido de qué se trata-
ba y esperaba la maleta en cuestión. Micki informó a Jim de
que Inge marchaba a buscar la maleta perdida.
Estaba previsto que lnge iría en abril a casa de los Müller
a recoger la maleta que contenía la emisora y que la llevaría
rápidamente a casa de Micki. Hasta el menor detalle parecía
haber sido estudiado y nada debía causar dificultades.
Sin embargo, en junio Jim recibió de Micki una carta muy
inquieta: Inge había marchado a mediados de abril y había
prometido regresar a Munich a mediados de mayo, pero aún
no había vuelto y Micki estaba preocupada.
Una larga ausencia de Inge era verdaderamente incom-
prensible. Jim lo comunicó al Centro y recibió el permiso de
ir a Basilea a informarse con Anna Müller que sin duda tenía
noticias de Hans. ¿Podría ser que lnge se hubiese quedado
en su casa?
Jim no iba a ver a Anna más que cuando no podía pres-
cindir de ella para ejecutar las órdenes del Centro. El Direc-
tor tenía que autorizárselo cada vez. El «grupo-pasaportes»
de Basilea era un efecto muy importante y tenía que vigilarse
su seguridad con gran prudencia. Jim llegaba a casa de Anna
generalmente tarde, al anochecer. Previamente la llamaba por
teléfono. No permanecí.a mucho tiempo con ella, esforzándose
por regresar en el último tren. No pasaba nunca la noche en
el hotel porque la noche era -por así decirlo- su jornada
de trabajo, pues entonces transmitía y recibía los telegramas.
Jim llamó a Ann.a desde Lausana. Nadie contestó. Lo in-
tentó en vano varias veces y decidió ir a Basilea pese a esto.
Nunca había ocurrido y Jim estaba inquieto. ¿Habría ocurri-
do algo a Anna? ¡Después de todo, con sus sesenta y tres
años no era una joven! La última vez que la había visto, en
abril, cuando siguiendo instrucciones del Centro la había pe-
dido que informase a Hans de .que le entregarían una ma-
leta a través de Inge, Anna parecía gozar de una perfecta
salud, no se había quejado de nada. Por otra parte, sostenida
por una gran fuerza· de voluntad, nunca pedía nada, incluso
cuando estaba visiblemente necesitada de dinero.

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24 • DORA INFORMA
En Basilea, Jim telefoneó otra vez desde una cabina. Anna
no respondía. Jim, no sabiendo qué pensar, marchó hacia la
125 de la Rheinstrasse. Por precaución no entró en el edifi-
cio. Paseándose por la acera, escrutó las ventanas del aparta-
mento de Anna. Todo estaba oscuro, sólo las ventanas de los
vecinos dejaban escapar un poco de luz. En esa pesada tarde
de julio, muchas ventanas estaban abiertas. Las de Anna, os-
curas y cerradas, demostraban que la dueña de la casa estaba
ausente. El signo convenido para los casos de peligro tampoco
era visible.
Era completamente de noche. Jim dio la vuelta al edificio
y luego subió al primero. En el piso de Anna, detrás de la
puerta cerrada, reinaba un absoluto silencio. En la calle, Jim
no había apreciado nada sospechoso, la casa no parecía estar
vigilada.
¿Tal vez Anna estaba en la cama y tan enferma que no
podía coger el teléfono? Era una mujer de edad, que vivía
sola y no tenía .a nadie en la ciudad ...
Jim apretó el botón del timbre, y luego otra vez con un
toque más largo ... Parecía que Anna no estuviese en casa. Ha-
bría marchado. No había nada raro en ello, pues todo el mun-
do viaja. Sólo que ella no había mencionado que tuviese in-
tención de marchar. ¿Y si estaba enferma y la habían lleva-
do al hospital? ... Esto parecía un poco inverosímil.
Jim marchó hacia la estación. Sin darse prisa, meditando.
Si Anna estaba en el hospital, ¿cómo podría enterarse de en
cuál se encontraba? Era arriesgado preguntar a los vecinos.
No, esto no podía hacerlo él. ¿Preguntárselo a las amista-
des? No había posibilidad. Anna llevaba una vida muy retirada
y, de todos modos, él no sabía con quién se relacionaba. Por
otra parte, ella no tenía, o por lo menos él no lo sabía, otros
parientes que Heinrich Müller (Hans). Y éste estaba en Ale-
mania.
De pronto Jim recordó que el invierno último Anna había
visitado a su hermano en Freiburg-en-Brisgau. Ella misma se
lo había contado. Su cuñada, la mujer de Heinrich, había es-
tado gravemente enferma. Anna había obtenido un visado ale-
mán y había marchado a Freiburg. Lina, que ya había salido

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del hospital, no estaba sin embargo curada y Anna había cuida-
do de su hogar. Regresó a Basilea hacia mediados de febrero,
Jim la visitó poco tiempo después. ¿Tal vez su cuñada esta-
ba enferma de nuevo y Anna había vuelto para ayudarlos?
Aquella noche Jim envió un telegrama al Centro. Informó
al Director de que no había podido encontrar a Anna y le
participó sus suposiciones. Decidieron esperar un cierto tiempo
y que después Jim intentase de nuevo localizarla.
Tampoco Micki daba señales de vida y esto inquietaba a
Jim. La última carta que Jim había recibido de ella databa de
junio, y él la había respondido en seguida. Era posible que
Micki no hubiese recibido todavía su respuesta. Hasta finales
de 1942, los jóvenes habían podido escribirse libremente, des-
pués esto se hizo imposible porque se prohibió· a Micki y a
su familia todo contacto con el extranjero al trabajar Micki
para una institución militar. Tenían, sin embargo, otra forma
de contacto: una chica alemana que trabajaba en la embajada de
Alemania, había alquilado en Berna una habitación en casa
de una amiga de la señorita Zimmermann. Ella fue quien vino
en ayuda de los jóvenes. Las cartas eran enviadas por correo
diplomáticos a un amigo de la chica. Así el contacto estaba
asegurado.
A finales de agosto, Jim recibió por fin una carta de Mic-
ki. Pero era muy extraña. No llegó por la vía habitual, a
través de la amiga de Berna, sino por correo. ¿Habría pedido
Micki a alguien que venía de Munich que echase ·la carta en
el buzón? Pero, ¿por qué? Sobre todo, lo que inquietaba a
diplomático a un amigo de la chica. Así el contacto estaba
escrita a máquina y que faltaba la habitual firma de Micki.
Además, Micki no hubiese debido indicar en ningún caso
el verdadero nombre de Jim y su dirección de Lausana en el
sobre.
En esta carta Micki le informaba de que todavía no había
ninguna noticia de lnge. La joven había marchado a algún
lugar en el norte de Alemania, decían en casa de sus padres.
Había dejado dinero para que Micki le comprase diversos pro-
ductos de belleza, pero no había regresado a buscarlos, y ha-
bía des.aparecido.

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Esta carta alarmó a Jim. ':fal vez no era Micki quien la
había escrito. Pero, ¿entonces quién había sido? ¿Quién más
conocía a Inge?
Sin embargo, cuando unos días más tarde Jim telefoneó
a Berna, el amigo de la madre de Micki le anunció alegre-
mente que el correo le había traído una carta de la señorita Zim-
mermann, que le deseaba que fuese todo bien. La carta estaba
fechada a finales de julio. Esto tranquilizó un poco a Jim.
Pensó que se inquietaba sin necesidad, que sus nervios esta-
ban alterados porque no se había tomado un descanso desde
hacía tiempo y su trabajo le había vuelto muy desconfiado.
Sin embargo, una semana más tarde, recibió un radiogra-
ma del Centro que hundió todas sus esperanzas:

14.VIII.1943.
Ninguna noticia de Inge. Sería importante saber lo que
Micki sabe de ella. Es preciso tranquilizar a Anna, pero si va
a verla sea muy prudente: se nos ha infarmado que su her-
mano, Hans, ha sido detenido por la Gestapo.

Director

Habíamos perdido el rastro de Inge, Anna Müller había


desaparecido de repente, una carta anónima, que se decía de
Micki, había llegado; todo esto auguraba malos momentos.
No es difícil imaginar lo que Jim sintió al recibir el tele-
grama del Centro. Ahora er.a casi seguro que Micki había caído
en manos de la Gestapo. No podía soportar la idea de que
estos salvajes interrogasen y torturasen a Micki. Sabía que si
los alemanes se enteraban de sus relaciones, podrían entregar-
se a todo tipo de provocaciones.
El asunto inquietaba mucho al Centro: «Infórmese pru-.
dentemente -le decía el Director- de dónde se encuentra
Anna. Intente llamarla por teléfono. En tanto no haya habla-
do con ella, le prohibimos que visite su domicilio».
Pero fue imposible encontrar a Anna. Jim hizo compro-
bar si su teléfono funcionaba bien. Todo estaba en orden.
Pensó que tal vez, por una u otra razón, Anna había cam-

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biado de domicilio. Se informó, pero averiguó que el piso
seguía estando a nombre de Anna. ¿Y si estuviese enferma
o internada en un hospital? Pero, ¿en cuál?

COMIENZAN LAS PROVOCACIONES

En esa época el Centro encargó a Jim otra tarea. Debía


reunirse con un correo de la red soviética en Francia, cuya
llegada .a Ginebra estaba prevista para finales de marzo.
El Director simplemente había pedido a Jim que entregase
el dinero destinado a nuestros colaboradores franceses, y le
había recomendado que mantuviesen conversaciones sobre
cuestiones de trabajo. La fecha y lugares 9-e cit.a estaban fija-
dos con mucha antelación: eran los 28, 29 y 31 de marzo
en Lausana, y los 4, 5 y 7 de abril en Ginebra.
Jim llegó a la hora prevista al lugar de cit.a en Lausana,
pero el correo no acudió. Sin duda llevaba retraso por una u
otra razón. Efectivamente, en la cita de unos días más tarde
en Ginebra, un hombre se acercó .a Jim y le dio, en un fran-
cés impecable, la contraseña.
Jim debía entregar al correo una suma bastante conside-
rable de dinero suizo. Pero no había suficiente en la caja de
la Geopress, que no reportaba demasiadas ganancias. Jim no
llevaba, pues, más que una cantidad insignificante y montó
otra cita con el correo, prometiéndole dar entonces el resto
del dinero.
Por otra parte, el encuentro se desarrolló normalmente.
Es cierto que dos cosas habían extrañado un poco a Jim:
en primer lugar, el correo de la organización francesa vivía
-él mismo lo había dicho- permanentemente en Suiza, y
en segundo, la conversación en torno al dinero le había sor-
prendido un poco. Jim informó al Director de su encuentro
con el correo y le comunicó sus dudas.
El segundo encuentro tuvo lugar el 6 de mayo en Berna,

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cerca de la estación; Jim de nuevo no tenía más que una
parte del dinero porque no habíamos logrado reunir el impor-
te total. Entregó al correo el sobre encargado diciéndole que
recibiría el resto en su próximo encuentro. El correo respon-
dió que la próxima vez sería otro el que vendría en su lugar.
Los dos hombres parecían no tener nada más que decirse y
Jim iba a marcharse cuando de pronto el correo sacó un so-
bre de un color .amarillo chillón y se lo entregó a Jim que es-
taba muy sorprendido, pues el Centro no le había dicho que
le enviarían algo de Francia. Sin embargo, tomó el sobre y
se apresuró a marcharse.
En la plaza de la estación detuvo a un taxi, subió y dijo
al chófer que corriera a la máxima velocidad. ¿Quién había
tenido la estúpida idea de enviarle algo en un sobre de un
color tan vivo? ¡Se veía desde un kilómetro! ¿Y si le vigi-
laban? ¡Con un regalo tan vistoso en la mano, no podía pa-
sar desapercibido ni en la más densa multitud!
Jim apretaba los dientes con furor. ¡Clandestinidad! ¡Era
un milagro que no les hubiesen detenido a todos en el otro
lado! ¡Qué imprudencia! ¡Que el diablo lleve a ese imbécil del
correo! Era preciso desembarazarse de ese sobre, lo más pronto
posible y sin llamar la· atención. Jim lo palpó; contenía un
objeto duro como un libro.
Vio unos lavabos públicos y pidió al chófer que se detu-
viese. En el lavabo rompió el sobre amarillo y lo tiró, des-
pués arrolló el libro en el periódico que llevaba antes del
encuentro a guisa de distintivo. Pero antes de romper el sobre
lo examinó cuidadosamente. Al momento vio que era de fa-
bricación suiza: el papel de buena calidad había desapareci-
do desde hacía tiempo de los otros países de Europa. Sólo se
podía conseguir un sobre de este tipo y de esta calidad en
las mejores papelerías suizas. El correo lo había comprado
pues allí mismo para meter el libro. Pero, ¿por qué? La in-
quietud comenzó. a roerle.
Para confundir su pista, Jim dio grandes rodeos en los
arrabales de Berna, y después regresó a la estación. Intentó ·
mezclarse en la multitud y montó en un tren. Pero no re-
gresó a Lausana por el camino habitual; cambió de dirección

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y no regresó a su casa hasta haber dado un gran rodeo. Era
seguro que se había desembar.azado de sus eventuales perse-
guidores. ·
Estaba convenido que se encontraría de nuevo con el correo
el 11 de junio. Sin embargo, tres días antes de esa fecha, un
radiograma urgente llegó de Moscú, confirmando las vagas
sospechas de Jün. El Director le prohibía estrictamente que
volviese a ver al correo. El Centro temía que el correo estu-
viese vigilado por los alemanes, e informaba a Jim de que
le harían llegar el dinero por otro medio. Por otra parte, Jim
debía retirar los dos telegramas escondidos en la cubierta de
los libros que le había entregado el agente, cifrarlos con su
propio código y transmitirlos íntegramente al Centro. Después
de ello tenía que quemar inmediatamente el libro. El libro
que el correo había entregado a Jim er.a una novedad que
acababa de aparecer en Francia; las páginas incluso no estaban
cortadas. Según las instrucciones del Director, Jim desgarró
prudentemente la cubierta y encontró los dos telegramas. Pen-
só que sólo sus camaradas en la clandestinidad podían ha-
berlos enviado. Cifró los dos y los envió al Centro.
Jim repasó de memoria cada detalle de su encuentro con
· el correo. ¿Había cometido un error? Pensaba que no. Aparte
del estúpido sobre amar'illo. Sin embargo, se había deshecho
bastante rápidamente de él, y después había dado rodeos tan
hábilmente que los sabuesos que eventualmente le siguiesen
habían perdido su pista. Regresó de noche y había mirado
sin cesar a su alrededor, sin darse cuenta de que le siguiesen.
Desde luego, habrían podido vigilarle e incluso fotografiarle
cuando se había encontrado con el correo. Pero, ¿para qué
podía servirles esto? Jim terminó por convencerse de que su
encuentro con el correo no tendría consecuencias. Con este
espíritu preparó su informe para el Director.
El Centro pensaba sin embargo que se imponía la mayor
prudencia. Puso en guardia a Jim y exigió que tomase pre-
cauciones.

2.VII.1943.
A juzgar por el asunto del correo, los agentes de la Ges-

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tapo han logrado seguirle hasta su domicilio y lo han ave-
riguado.
Por ello, actúe sin demora como sigue:
l. Haga desaparecer de su apartamento todo lo que pue-
da ser sospechoso.
2. Cese en su trabajo y disimule momentáneamente la
radio en algún lugar fuera.
3. Prepárese a eventuales provocaciones de la Gestapo.
Si la policía suiza le interroga, niéguese categóricamente.
4. Le autorizamos a reunirse con Albert (es decir, yo,
S. R.) una vez. Después romperemos eventualmente todo con-
tacto. V ea con Albert si no sería conveniente que usted vaya
a Tessin hasta el otoño y miren igualmente si no tendría que
cambiar de domicilio o de ciudad.
Si consigue camuflar la emisora en un apartamento seguro,
desde el que pueda comunicar dos o tres veces al mes, lláme-
nos en casos excepcionales. Permanezca tranquilo y constante.
Si no hay pruebas ningún peligro le amenaza.
Director·

El Centro tenía razón. El asunto del correo era sospecho-


so. Se tenía que actuar sin tardanza. Desafortunadamente,
Jim esperaba todavía que las cosas iban a arreglarse; no me
dijo nada, sin duda no queriendo inquietarme. No había nada
que pudiese revelar que le vigilasen y no se inquietó ya más.
Hasta que un desconocido llamó a su casa.
Pero previamente, el 26 de junio, sonó el teléfono en casa
de Sissy que tomó el aparato.
-Póngame con el señor Bossendorfer, por favor -pidió
una voz de hombre.
-No está en casa; está en Zurich -respondió Sissy.
-Excúseme, ¿con quién tengo el honor de hablar?
-Soy su mujer.
-Se lo agradezco. Siento mucho no haber podido hablar
con su marido -respondió el hombre y antes de que Sissy
pudiese hacerle cualquier pregunta colgó.
Sissy se encogió de hombros. La voz del teléfono le era
totalmente extraña. Este hombre seguramente no sabía que

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ella no vivía con su marido, que habían contraído un matri-
monio ficticio y que su verdadero esposo era Paul Bottcher.
Es cierto que muy pocas personas lo sabían, porque Paul vivía
en la semiclandestinidad. En cuanto al señor Bosendorfer, ha-
cía tiempo que nadie preguntaba por él. Y ahor.a esa extraña
llamada.
La sorpresa de Sissy se transformó en inquietud cuando,
dos días más tarde, el mismo hombre volvió a llamar. El des-
conocido rogó a Sissy que dijese al ~eñor Bosendorfer que
alguien deseaba verle. Que preparase una cita en Lausanna o en
Zurich.
-Le daré el recado a mi marido -respondió Sissy-, pero
debo saber con quién tengo el honor de hablar. ¿ Puedo tomar
su nombre?
Sin embargo, el desconocido no quería dárselo afirmando
que eso no tenía ninguna importancia.
-Se trata de personas venidas de Francia -continuó-.
Yo llamo en nombre de un señor de Lausana -e indicó el
verdadero nombre de Jim, el que figuraba en su pasaporte,
Foote.
Sissy no conocía a Jim, con el que no tenía ningún con-
tacto, y su nombre por tanto no le decía nada. Sin embargo,
pensó que .algo importante se escondía detrás de esa llamada
telefónica e invitó al desconocido a que viniese a verles para
discutir en detalle la cuestión.
-Desgraciadamente esto no me es posible. Tengo que mar-
charme. Esta noche le llamarán de Lausana. Esté en su casa,
por favor.
Esta conversación puso un poco nerviosa a Sissy y pidió
a uno de sus amigos, Flückiger, que viniese a verle aquella
misma noche y a hacerle un pequeño servicio: cuando sonara
el teléfono, coger la comunicación y presentarse como si fuese
Bosendorfer. ·
Esto es lo que hicieron. Flückinger tomó el aparato y
cu.ando la persona que llamaba de Lausana pidió al pretendi-
do marido de Sissy que fijase una cita, se negó categórica-
mente diciendo que no deseaba verle antes de saber con quién
trataba. El desconocido no quiso saber nada de ello, y se re-

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firió a varios colaboradores del consulado de Francia como
amigos suyos. Flückiger le rogó detuviesen esta conversación
desprovista de todo sentido. El hombre de Lausana declaró
entonces que, en ese caso, los Bosendorfer recibirían una lla-
mada de otra persona que segur.amente conocían y citó de
nuevo el nombre de Foote.
Sissy buscó entonces en un listín el número de Foote, cuyo
nombre no había oído nunca, y pidió a Flückinger que tele-
fon.ease en nombre de su marido y que pidiese explicaciones
en relación a las llamadas anónimas de sus amigos.
El nerviosismo de Sissy se explicaba porque, a finales
de abril de 194 3, la Ges tapo había detenido en París a uno de
los miembros de la red francesa. Le habían detenido al mismo
tiempo que a su mujer y su hijo. Este hombre, que Sissy co-
nocía con el nombre de Maurice, era agente de enlace. Vivía
en París y a veces viajaba a Suiza. Dos o tres veces había
visitado a Sissy, conocía su nombre, su dirección, porque ve-
nía directamente a su domicilio. Sissy le había presentado a
su familia: Paul Bottcher, su hija Tamara, y el novio de ésta.
Maurice sabía pues más de lo que convenía a un agente de
enlace.
Sissy no se enteró de la detención de Maurice hasta al cabo
de diez días de su realización. Ella había informado rápida-
mente; estaba muy nerviosa, ya que no era para menos, por-
que nadie podía asegurar que Maurice lograría conservar el
silencio, sobre todo si se tenía en cuenta que su mujer y su
hijo estaban también en manos de la Gestapo. Y todos co-
nocíamos los métodos que ésta empleaba ...
El 10 de mayo informé al Centro, por un telegrama ur-
gente, de la detención de Maurice. Era, de hecho, la primera
vez que recibíamos la noticia de una detención en Francia.
Ahora iban a sucederse, una tras otra, a causa de la actividad
del contraespionaje alemán.
Sissy sospechó rápidamente que estas llamadas telefónicas
estaban en relación con la detención de Maurice, porque según
las mismas llamadas se trataba de personas venidas de Fran-
cia. ¿Tal vez eran nuestros hombres que habían escapado de
la Gestapo y que querían entrar en contacto con el Centro a

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través de Sissy? Pero entonces, ¿por qué preguntaban por su
marido y no directamente por Sissy? Si las llamadas telefóni-
cas anónimas procedían de los agentes alemanes era que éstos
tenían datos sobre Sissy e intentaban provocarla.
Sissy razonaba bien. Sabiendo que Maurice había sido de-
tenido, acogía con desconfianza todo lo que pareciese estar
relacionado con Francia. Los alemanes, por el contrario, no
sabían que ella estuviese al corriente; por esto intentaban
contactarla de una manera tan poco inteligente como desca-
rada.
Cuando un desconocido, es decir Flückiger, llamó a Jim
desde Ginebra y comenzó a hablar de hombres recién llega-
dos de Francia a los que él, Jim, conocía, declaró en seguida
que no conocía a nadie, que no sabía de qué se trataba y que
seguramente debía haber un error. El hombre de Ginebra no
reveló ni su nombre ni su dirección, pero dio a Jim el nú-
mero de teléfono de Sissy, rogándole que la llamase si se en-
teraba de algo nuevo relacionado con sus .amigos franceses.
· Jim comprobó que le habían dado el teléfono de una tal
Esther Bosendorfer a la que no conocía. Consideró el asunto
como una provocación y me telefoneó para advertirme de la
situación. Juzgó necesario informarme, así como al Centro, de
· esa misteriosa llamada telefónica.
Sissy me contó también hasta qué punto le inquietaban
esas llamadas anónimas, y lo hizo el mismo día -30 de ju-
nio- que Jim me comunicó sus sospechas.
Encontré a Jim, recién llegado de Ginebra y le tranqui-
licé. Por supuesto, quedó muy sorprendido al saber que Es-
ther Bosendorfer, lejos de ser una provocadora, formaba par-
te desde hacía tiempo de nuestra red y era una compañera
segura.
Para Sissy las cosas estaban más embarulladas. Se com-
probó que el día -26 de junio- que la habían llamado por
primera vez, dos desconocidos habían preguntado por ella al
portero, al lechero y a la mujer de faenas. Según la descripción
hecha por éstos se trataba de un francés con porte aristocrá-
tico y de una dama. Estas dos personas habían intentado
obtener la dirección de los Bosendorfer en Zurich. El porte-

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ro, el lechero y la sirvienta habían respondido que no sabían
dónde vivían exactamente y, al contárselo a Sissy, añadieron
que la actitud de los extranjeros les había extrañado: el fran-
cés les había pedido varias veces que no hablasen a la señora
Bosendorfer de su conversación.
La cosa empezaba a ser seria. Parecía que estaban sobre
la pista de Sissy. No sabíamos qué hacer. Aconsejé a Sissy
que por el momento dejase su trabajo y que no se reuniese
conmigo ni con los otros. Yo me encargaría de sus relacio-
nes. Sissy, que no veía un peligro inminente, no quería parar
de trabajar. En su opinión, no podía hacerlo aunque sólo fuese
par.a no perder el contacto con el grupo Taylor-Lucy, porque
Lucy había puesto como condición que sólo mantendría el con-
tacto con nosotros a través de Sissy.
El Centro no dudaba que los últimos acontecimientos -las
llamadas misteriosas, el correo de Francia, la inexplicable de-
saparición de Anna- eran fruto del trabajo del contraespionaje
alemán que intentaba infiltrarse en nuestra red.
Estas suposiciones pronto fueron confirmadas por los he-
chos.
Los alemanes efectivamente habían encontrado un hilo que
les conducía a Suiza y, por supuesto, lo habían cogido sin
vacilación. Maurice, forzado por la Gestapo, les había dado
la pista. El antiguo agente de enlace de Sissy había sido dete-
nido en Dijon --como ya hemos dicho- y no lo supimos
hasta mayo.
Según W. F. Flicke, al principio el detenido se comportó
muy valientemente durante los interrogatorios y se negó a
confesar. Sin embargo, los verdugos lograron vencer su resis-
tencia. La investigación vino facilitada por dos telegramas que
el Centro nos envió y que fueron captados por los alemanes
que, en aquella época, ya sabían descifrarlos.
«La detención de Maurice -escribe Flicke- fue seguida
de dos radiotelegramas que nos informaron de que éste co-
nocía .a Sissy. Lo tomamos en mano (le torturaron} y dio al-
gunos datos sobre Esther Bosendorfer.» 1

l. W. F. Flicke: Agenten funken nach Moskau, págs. 293, 294.

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A modo de prueba el autor de Agenten funken nach Mos-
kau cita el texto original de los dos telegramas.
En uno de los radiotelegramas, dirigido a Sissy, el Centro
intentaba convencerla de que la situación era mucho más gra-
ve de lo que ella creía. Insistía en que Sissy cesase en todo
su trabajo y confiase a alguien la tarea de mantener el enlace
con los informadores.
Pese a que el Centro estuviese muy inquieto y juzgase
que se trataba de una maniobra del contraespionaje alemán,
en vano intenté varias veces convencer a Sissy de lo necesario
que era tomar precauciones. No logré que rompiese temporal-
mente sus contactos. Yo creo que Lucy, por prudencia, habría
aceptado mantener el contacto con alguien diferente de Sissy.
Jim, cuando el Director le sugirió que desapareciese de
Lausana por un cierto tiempo, respondió también que no veía
por el momento ningún peligro. Sin embargo, cuando el Cen-
tro exigió firmemente que cumpliese las directrices, Jim se
dispuso a marchar. Antes de abandonar Lausana, tenía que
hacer prorrogar su permiso de residencia que pronto iba a
expirar. Rápidamente hizo las gestiones necesarias. Nuestros
encuentros cesaron de momento, y las emisoras de Maud, Ed-
ward y Rosie trabajaron desde entonces más sobrecargadas.
En verano de 1943, pues, por la fuerza de las circunstan-
cias, no podíamos ocuparnos únicamente de recoger informa-
ciones. El Ce11tro y nosotros mismos nos convencíamos cada
vez con mayor claridad que el enemigo nos había descubierto
y nos perseguía. Así tuvimos que compartir nuestros tiempo y
nuestras fuerzas entre el servicio de investigación y las difi-
cultades de camuflaje para salvaguardar a nuestros hombres.
Todo nos hacía creer que el enemigo, que nos vigilaba y
seguía la pista, cerraba cada vez más las mallas .alrededor de
nuestro grupo. Sin embargo, no podíamos dar marcha atrás
en el umbral de las batallas decisivas que se preparaban.

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ANTES DE LA DECISIÓN

Me gustaría evocar ahora la situación militar en el frente


germano-soviético en el que se iban a desarrollar acontecimien-
tos de una gran importancia militar en el verano de 1943.
Los alemanes tuvieron el buen sentido de reconocer que su
estrategia defensiva no servía para nada ante el Ejército Rojo
y que, por el contrario, abocaba al fracaso sus planes militares
de mayor importancia, lo que significaba aceptar la derrota.
Por ello Hitler y sus generales decidieron lanzar una gr.an
ofensiva en el frente del Este. Esperaban resolver así los pro-
blemas políticos y militares cada vez más acuciantes. En mayo
de 194 3, a raíz de una conferencia desarrollad.a en la can-
cillería del Reich, el mariscal Keitel, jefe del OKW, declaró:
«Por razones políticas debemos atacar» .1
El enemigo había preparado los detalles de su plan de ata-
que de verano. A la vez, el ejército alemán estaba preparando
minuciosamente las operaciones inminentes. Alemania quería
tomarse la revancha de las derrotas de 1941-1942. El historia-
dor de Alemania occidental Dahme, reconoce: «Hitler quería
recobrar la iniciativa a toda costa ... quería imponer su volun-
tad a la Unión Soviética».2
A principios de 1943 Hitler declaró que un programa de
rearmamento de gran envergadura iba a ser ·aplicado para de-
volver a la W ehrmacht su fuerza de ataque. La industria ale-
mana tenía como tarea fundamental suministrar, para el frente
del Este, un gran número de nuevos carros de as.alto y de
aviones de tipo más moderno.
El Centro continuó concediendo una particular at~nción a
las informaciones referentes a la fabricación de material de
guerra de nuevo tipo.

l. Gert Buchheit, Hitler jefe de la guerra. La destrucción de una


leyenda, Rastalt, 1968, pág. 366.
2. Hellmuth Günther Dahme, Der Zweite W eltkrieg. Tübingen
1960, pág. 330.

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Ya he mencionado el telegrama relativo a los carros «Ti-
gre», sus particularidades técnicas, y sus características de
combate. A mediados de junio, Lucy me informó de que, apro-
ximadamente desde finales de abril, las fábricas alemanas no
producían más que carros «Tigre» destinados a hundir las más
sólidas fortificaciones. Igualmente nos enteramos, unos días
más tarde, de que los alemanes habían ensayado un carro
aún más perfeccionado, el «Pantera». Su blindaje era más grueso
que el del «Tigre», estaba armado con cañón de gran calibre
y sus posibilidades de maniobra eran superiores. Sabemos que
más tarde, en la batalla de Kursk, el enemigo utilizó esos
nuevos carros.
En junio recibimos también nuevas informaciones sobre la
fabricación de aviones alemanes:

7.VI.1943 1 al Director.
De Teddy.
El mando de las fuerzas aéreas alemanas estima que la
industria alemana de fabricación de aviones suministrará 2.050
nuevos aviones de guerra en mayo 1 y 2.100 en junio. En junio
el OKW quiere enviar al frente de 2.000 a 2.050 nuevos bom-
barderos y cazas.
Dora

9.VI.1943 1 al Director.
De Long.
El nuevo caza alemán del tipo Messerschmitt G-G es una
réplica mejorada del ME-109-G. Longitud del ala: 16 m.; ve-
locidad máxima: 670 km/h; motor Daimler-Benz 1.700 CV.
Está equipado de dos cañones de 15 mm. 1 y de dos ametralla-
doras de 7) mm.
Dora

El mando militar alemán hacía todo lo posible para sumi-


nistrar al ejército el máximo de material de guerra; paralela-
mente los nuevos reclutas eran preparados rápidamente para
completar las divisiones más debilitadas por las graves pérdidas
sufridas en invierno y primavera. Era muy importante conocer

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 383


el potencial de reserva humana de que disponía el enemigo.
Recibimos del Centro el siguiente telegrama:

5.IV.1943, a Dora.
Misión especial para Anna, Olga y T eddy.
l. Pedimos informe preciso del resultado de la movili-
zación total y sobre el número de nuevas divisiones f armadas.
2. Comuníquenos cuándo y cuántas tropas envían al fren-
te del Este los aliados de Alemania.
3. Agradezca de nuestra parte a Lucy y Long su exce-
lente trabajo. Gracias también por su trabajo así como por
el de María, Sissy, Pakbo, Maud, Edward y Rosie ..

Director

Cumplimos esta tarea. Los informadores berlineses de Lucy


suministraron que, según datos oficiales del estado mayor de
las fuerzas de tierra, el 15 de abril de 1943 el ejército alemán
disponía en total de 40 nuevas divisiones de reserva; también
transmitimos los números y lugares de acuartelamiento de esas
divisiones.
A principios de mayo, Werther completó esas informaciones
con elementos importantes:

7.V.1943, al Director.
De Werther.
A) El alto mando alemán ha tomado una decisión de
principio relativa a la distribución de las divisiones de campa-
ña nuevamente formadas y por f armar, tanto del ejército como
de las W afien-SS.
Según esa decisión, de las 36 nuevas divisiones de campa-
ña motorizadas y no motorizadas, 20 serán enviadas al frente
del Este, 6 al del Oeste, 4 al Sudeste, Croacia y Grecia.
Des'lle el l.º de agosto, 6 divisiones están a disposición del
alto mando. La distribución antes mencionada se refiere a todas
las divisiones que deben ser creadas progresivamente hasta
finales de octubre de 1943.
Habrá 5 divisiones blindadas, de las cuales sólo una será

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enviada al Oeste, las otras están destinadas al frente germano-
soviético y eventualmente al sudeste.
B) Las tropas acantonadas en el Oeste serán reforzadas
a partir de ahora. Las disposiciones según las que el equipa-
miento militar en el Oeste no será reforzado hasta después
del 15 de julio} como más pronto, siguen siendo válidas. El
cuerpo blindado de las SS que ha dejado en invierno el frente
del Oeste para ir al del Este} no regresará al Oeste antes de
julio. El reforzamiento de las tropas consignadas en el Oeste}
antes de julio} afectará principalmente a las fuerzas aéreas y
más particularmente a las unidades de vuelo.

Dora

Si en Alemania el reforzamiento del ejército avanzaba con


mayor o menor éxito, entre sus aliados la formación de nuevas
unidades militares y su envío al frente avanzaba con grandes
dificultades. Sólo a costa de grandes esfuerzos los dirigentes
del Reich obtuvieron de sus vasallos agotados una ayuda in-
significan te.
Las informaciones de que disponíamos nos permitían ima-
ginar fácilmente corno iban las cosas.

2.V.1943) al Director.
De Teddy.
En el transcurso de la entrevista Hitler-Horthy se decidió
que Hungría pondría a disposición de Alemania, en el frente
germano-soviético, dos cuerpos de ejército formados por 10 di-
visiones.
Rumania suministrará probablemente otros tantos. Los cua-
tro cuerpos de ejército deben ser farmados, armados y trans-
portados al frente para el 1. 0 de junio.

Dora

Pero esto no se realizó corno esperaba Hitler y su estado


mayor. Ni Hungría ni Rumania pudieron mantener su pro-
mesa.

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17.VI.1943} al Director. Urgente.
De Olga. Berlín 13 de junio.
Sólo veinte divisiones de campaña aliadas de Alemania se
encuentran actualmente estacionadas en el frente germano-so-
viético.
Composición: 11 divisiones finlandesas (de las cuales 3
están de reserva en retaguardia)} 5 rumanas} 2 húngaras} 2 eslo-
vacas (formadas en retaguardia).
Dora

En el campo de los estados vasallos la crisis se agravaba,


lo que venía confirmado por una información, recibida a me-
diados de mayo, según la cual:

Todos los estados vasallos comprendida Rumania} se nie-


gan a enviar tropas al frente germano-soviético. La inconsis-
tencia del ejército búlgaro preocupa seriamente al OKW.

El OKW no espera que Turquía tome parte activa en el


conflicto.
Según las informaciones recogidas por Olga, Horthy y An-
tonescu no enviaron más que 5 divisiones al frente germano-
soviético. ¡Y todo esto ocurría en vísperas de la decisiva bata-
lla de Kursk! Como ya hemos visto, el mando de la Wehr-
macht no confiaba en ninguna ayuda por parte de Turquía.
En definitiva, Alemania tenía que luchar sola en el frente
del Este. El sostén principal de Hitler, las otras dos poten-
cias del Eje Berlín-Roma-Tokio no podían suministrarle más que
una ayuda insignificante. Italia estaba al borde de la catástrofe.
En cuanto al Japón, se esforzaba en mantener su posición estra-
tégica en Asia y el Pacífico, frente a la presión cada vez más
fuerte de las tropas aliadas.
Para el Jajón la cuestión no era atacar a la Unión Soviética
por el Este para venir en ayuda de Hitler.
Hasta el verano de 194 3, Alemania había sufrido inmensas
pérdidas humanas. Sobre esta cuestión, tres días antes de la
batalla de Kursk, recibimos de Berlín a través de Lucy las
siguientes informaciones:

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2.VII.1943, al Director. Urgente.
De Olga.
Desde el principio de la guerra hasta el 30 de mayo de
1943, las pérdidas de Alemania ascienden a: 1.947.000 muer-
tos, 565.000 prisioneros y 1.020.000 heridos graves. Además,
las tropas de substitución han perdido alrededor de 180.000
muertos y heridos. Según estadísticas del 30 de mayo, las
pérdidas humanas de Alemania ascienden a 3.712.000 hombres,
de ellos 2.044.000 muertos.
Dora

Tal era la sangrienta herida del engañado pueblo alemán.


Pero los dirigentes del Reich, sin tener en cuenta los sa-
crificios humanos, continuaban enviando a millones de hombres
al infierno de la guerra.
Hasta el inicio de la campaña de verano, los efectivos de
las fuerzas armadas alemanas fueron aumentando de 1,5 a 2 mi-
llones de hombres. Esto era el resultado de la movilización
total. El ejército alemán contaba así con 10.300.000 hombres
y había alcanzado casi sus efectivos del año precedente. En
verano de 1943 el enemigo utilizó contra el Ejército Rojo
42 divisiones más que cuando había atacado la Unión Sovié-
tica.1
Pese a que la calidad de esas nuevas tropas fuese neta-
mente inferior a la de las tropas de 1941, la Wehrmacht no
dejaba de ser un ejército muy fuerte y bien equipado. Pero
la fuerza y la experiencia del Ejército Rojo no cesaban de
crecer: se podía esperar pues una lucha particularmente dura.
Como escribe el mariscal Joukov en sus «Memorias», el
jefe del estado mayor A. M. Vassilevski encargó al Centro
de los servicios de investigación «definir el número y lugar de
acantonamiento de las tropas de reserva tras las líneas enemi-
gas, el reagrupamiento y la concentración de tropas, su trasla-
do desde Francia, desde Alemania y otros países». 2
En nuestra red, los informadores berlineses de Lucy reco-
1. GGP, Tomo III, pág. 187.
2. H. A. Jacobsen, Der Zweite Weltkrieg in Chronik und Doku-
menten, 1939-1945, pág. 544.

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gían los datos más importantes para responder a la pregunta
del Centro. He .aquí, a modo de ejemplo, algunos de sus co-
municados.

30.IV.1943, al Director.
De W erther y Teddy.
Fuerzas militares alemanas en el frente del Este y del Ex-
tremo norte según informaciones recogidas entre el 4 y el 10
de abril:
l. Forman parte del 2.º .ejército: las 5.º y 8.ª divisiones
motorizadas, las 45.ª, 62.ª, 75.ª, 168.ª, 299.ª y 499.ª divisiones
de infantería de granaderos.
2. Forman parte del nuevo 6.º ejército (grupo de ejércitoJ
Manstein), entre otras, las divisiones blindadas SS «Reich»,
«Adolf Hitler», «Totenkopf» así como las 82.ª, 208.ª, 211.ª,
216.ª, 23P, 254.ª, 370.ª divisiones de infantería y la división
SS «Gross-Deutschland».
3. El 9.º ejército (del grupo de ejércitos Kluge) se compo-
ne de las 6.ª, 78.ª, 129.ª, 162.ª, 183.ª, 256.ª, 292.ª, 328.ª, 342.ª¡
385.ª y 539.ª divisiones de infantería de granaderos.
4. Composición del 16.º ejército: las 30.ª, 65.ª, 96.ª, 117.ª,
123.ª, 207. ª, 223.ª, 267.ª, y 290. ª divisiones de infantería de
granaderos, así como la 3.ª división de montaña.
* 5. Composición del 3. 0 ejército blindado: las l.ª, 2.ª, 4.ª
y 5.ª divisiones, así como las 10.ª, 14.ª, 25.ª y 36.ª divisiones
motorizadas.

El telegrama continuaba por esos derroteros. El informe


de Werther y Teddy terminaba con los siguientes datos:

Ejércitos del frente del Este según datos del 22 de abril:


2. 0 ejército - comandante von Salmuth.
4°. ejército - comandante Model.
14. 0 ejército - comandante Busch.
16.º ejército - comandante Ruoff.
17. º ejército - comandante Lindemann.

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Divisiones blindadas:

1. º ejército - comandante van Kleist.


2.º ejército - comandante Schmidt.
3. º ejército - comandante Reinhardt.
4.º ejército - comandante Hoth.

Grupos de ejércitos:

Grupos «A» - comandante van Küchler.


Grupo «B» - comandante van Kluge.
Grupo «C» - comandante Manstein.

Esta enumeración de los ejércitos enemigos fue comple-


tada más tarde con nuevos datos, que tenían en cuenta los
cambios ocurridos en el ejército alemán a principios de verano.

13.VI.1943, al Director. Urgente.


De Werther.
Después de la reorganización y reforzamiento del ejército
alemán a principios de mayo, hay actualmente en el frente
germano-soviético, comprendido el extremo norte, 166 divisio-
nes ( contra 140 a principios de abril). ,
Distribución: 18 divisiones blindadas, 18 divisiones ligeras
motorizadas, 7 divisiones de montaña, 108 divisiones de infan-
tería, 4 divisiones de Waffen-SS, y 3 divisiones de campaña de
la flota aérea.
Además, el mando del Ejército de Tierra, dispone de 3 di-
visiones blindadas y de 6 divisiones de infantería. El OKW dis-
pone de una división SS.
Aparte de las fuerzas enumeradas, 122 divisiones parami-
litares y de reserva están estacionadas en retaguardia.

Dora

A mediados de junio de 1943, Teddy nos mandó una in-


formación muy interesante:
Por una orden de Hitler de finales de mayo, las tropas de

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W affen-SS habían sido retiradas del OKW y constituían un
ejército independiente, paralelo .a la Wehrmacht. Las tropas de
Waffen-SS dependerían directamente de Himmler o de Hitler.
Gracias a Teddy) el Centro supo también la composición
y disposíción de las fuerzas aéreas alemanas.

16.V.1943, al Director. Urgente.


De Teddy.
a) Composición de las fuerzas aéreas alemanas a principios
de mayo ( abreviaturas del telegrama original en su lengua ale-
mana: OKL: Oberkommando der Lufwaffe; FLK: Flieger-
korps,· ESK: Geschwader).
En la enumeración adjunta, no están incluidos: las unidades
de reserva de la flota aérea y los cuerpos de ejército aéreos.
El número de aviones de combate, de bombarderos, de aviones
de asalto y de aviones de caza no supera los 4.250.

b) Nueva organización de las unidades de combate de las


fuerzas aéreas:
1. ª flota o flota aérea Noroeste - comandante Keller.
2.ª flota comandante Kesselring.
3.ª flota o flota Oeste - comandante Sperrle.
4.ª flota o flota Sudoeste - comandante Richthofen.
La antigua 5.ª flota ha sido agregada a la flota Norte man-
dada por Stumpff.

c) Cuerpos de ejércitos aéreos autónomos, directamente


dependientes del OKL:
2. 0 cuerpo de ejército - comandante Zander.
12.º cuerpo de ejército - (cazas nocturnos).
13.º cuerpo de ejército - (unidades de descenso aéreo).
Por otra parte, el 1.º cuerpo de ejército de defensa aérea y
3 divisiones de aviones de transporte dependen igualmente
del OKL.

d) Número de unidades de combate: 52 divisiones aéreas


en tota( puestas en pie para principios de mayo.

390
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e) 11 divisiones aéreas de bombarderos de gran alcance.
800 aparatos forman parte de esas unidades, y 2 divisio-
nes están en preparación. De estas 11, por lo menos 3 divisiones
no son aptas para el combate. A las divisiones de bombarderos
de gran alcance se unen, entre otros, los 3.º, 71.º, 37.º cuer-
po de ejército, los tres en Sicilia, la 18.ª división «Adler», en el
marco de la tercera flota aérea, y la 19. ª división en Crimea.

f) Dos divisiones de cazas de la marina, con unos 120


aviones.
De las 11 divisiones de bombarderos 5 o 6 están en Rusia.
De las 26 divisiones de cazas diurnos 14 están en Rusia.
Las fuerzas aéreas alemanas disponen actualmente, con mu-
cha probabilidad, de 800 a 1.000 cazas nocturnos dispuestos a
la acción. Por el momento, las divisiones de caza nocturnos
siguientes han sido creadas: la 5.ª en el sector aéreo de Bélgica
y Noroeste de Francia, la 13.ª en el 7.º sector aéreo de Ba-
viera.
Dora

En junio Lucy me informó de que Teddy había tenido oca-


sión de fotografiar documentos secretos de los archivos del
ministerio de Aviación en Berlín, documentos a los que hasta
entonces no había tenido acceso. A partir de ese momento,
recibimos informaciones aún más precisas y detalladas. Los
telegramas siguientes lo testimonian:

26.VI.1943, al Director. Urgente.


De Teddy.
Documentos secretos del ministerio de Aviación. En el fu-
turo será llamado Fernando.
Dossier n.º 8: disposición de las tropas en el 8. 0 sector
aéreo, estado mayor en Croacia. Puesto de mando del campo
de aviación 1 / 8: Lvov, del terreno de aviación 213: Varsovia,
del campo de aviación 4/8: Kovel. En estos puntos están con-
centrados cazas y aviones de combate.
Dora

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28.VI.1943, al Director. Urgente.
De Fernando.
Documentos recogidos en el ministerio de Aviación -entre
enero y mayo de 1943- dan la imagen siguiente de las uni-
dades aéreas de combate:
a) Divisiones de cazas: l.ª, 2/ o «Richthofen», 3.ª o
«Udet» 1 5.ª, 26.ª o «Schlageter», 27.ª, 51.ª o «Molders», 52.ª,
53.ª, 77.ª.
b) Divisiones de cazas «Ost>>, «Aibling».
c) Divisiones de cazas norturnos: l.ª, 2.ª, 3.ª
d) Regimientos de bombarderos: l.º o «Hindenburg» 1 3.º,
4.º o «General Weber», 6.º, 26.º, 27.º o «Bohlke», 30.º, 40.º,
51.º, 53.º o «Candor», 55.º, 100. 0 y la división de bombarde-
ros ZB-1.
e) Grupos de bombarderos ZBV (Zur besonderen Vewen-
dung - para acciones especiales): 32.º y 900. 0 •
f) Divisiones de Stukas (bombarderos de ataque en pica-
do): l.º, 2.º o «Immelmann 5».
g) Divisiones de bombarderos pesados: 26. ª o «Horstwes-
sel».
h) Divisiones de aviones de combate: l.º y 2.º.
Dora

El 6 de mayo el OKW había estimado en por lo menos


750 (sin contar las reservas) el número de bombarderos de
largo alcance de los que disponían las fuerzas aéreas soviéticas.
Los alemanes tenían pues la certidumbre de que la potencia
aérea soviética superaba en número y calidad a la suya.
El 6 de mayo reinaba una gran agitación en el OKW; los
servicios de intendencia de Minsk, Gomel, Orcha y Briansk
habían sido completamente desorganizados y todas las comu-
nicaciones estaban cortadas .a raíz de los frecuentes bombar-
deos. La acción de los bombarderos soviéticos creaba en el fren-
te del Este una situación psicológica nueva que limitaba al
mando alemán en sus decisiones.
La acción .aérea de los soviéticos en el sector central del
frente sobrepasó el 6 y 7 de mayo todo lo que el mando
alemán había podido imaginar:

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En el sector central los alemanes han contabilizado sola-
mente de 5 a 6 regimientos soviéticos de combate aéreo, com-
prometidos en el ataque del 7 de mayo, así como numerosas
divisiones aéreas de sostén y de caza. La acción principal ha
sido llevada a cabo contra los organismos cercanos al frente
en el sector de Briansk y Vitebsk. La organización de defensa
alemana se ha mostrado peligrosamente insuficiente, pese a
que la acción de los cazas alemanes se haya concentrado el
7 de mayo sobre el sector central.
Desde el 5 de mayo, las pérdidas aéreas alemanas en el
frente del Este superaban las sufridas en los otros frentes. Si
estas pérdidas se reproducen nuevamente, la flota aérea de
Sperrle tendrá que ceder divisiones, sin tener en cuenta las
consecuencias. El OKW y todo el alto mando estiman que
estas consecuencias serían menores que una derrota en el frente
del Este.
El general Konrad dispone en Kuban de tres divisiones
alemanas y de una división rumana. Difícilmente podrá resistir
hasta que Kleist le asegure un respiro en el sector de Rostov.
Se encuentra aproximadamente en la misma situación que Ar-
nin en Túnez desde mediados de abril. A raíz de la acción
concentrada de la aviación alemana en el sector Sur, el avitua-
llamiento soviético ha quedado un tanto obstaculizado alrede-
dor de Krasnodar y a lo largo de la costa. Esto ha sido posible
porque las acciones aéreas alem;mas y soviéticas eran débiles
en los otros puntos del sector sur, y en los sectores centro y
norte la actividad ha sido muy restringida hasta principios de
mayo.
La organización de las acciones alemanas en los sectores
central y sur está fuertemente obstaculizada por la estrecha
colaboración de las fuerzas aéreas soviéticas con los partisanos,
la población civil urbana y rural de los territorios soviéticos
ocupados por los alemanes. Esta colaboración es particular-
mente activa en la zona de intendencia del 4.º ejército alemán.

Dora

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 393


Al lado de los informadores berlineses de Lucy, las otras
fuentes de la red nos suministraban también noticias relativas,
entre otras, .a la moral de las tropas alemanas.
Basándonos en las informaciones recogidas entre los solda-
dos y oficiales alemanes heridos atendidos en hospitales de la
Cruz Roja suizos, pudimos formarnos una imagen de lo que
era el «espíritu guerrero» o más exactamente «la moral del in-
vencible guerrero .alemán». Estas informaciones aportaban un
complemento útil a los datos que Werther, Olga, Teddy y otros
nos transmitían sobre la Wehrmacht.

EN VÍSPERAS DE LA BATALLA DE KURSK

He llegado a la etapa más importante de nuestra actividad


de investigación, la que precede a la batalla de Kursk. Debía-
mos recoger informaciones sobre las intenciones del mando
militar alemán y comunicarlas al estado mayor del Ejército
Rojo.
¿Cuáles eran las líneas directrices de la estrategia enemiga
en el verano de 194 3?
El plan del estado mayor hitleriano preveía desencadenar
la contraofensiva alemana en el «saliente de Kursk» llamado
también el «arco de Kursk». Esta decisión había sido tomada
porque, a raíz de la ofensiva de invierno y primavera del Ejér-
cito Rojo, las líneas de defensa alemanas habían sido fuerte-
mente desplazada hacia el oeste. La cabeza de puente soviéti-
ca era de una considerable extensión y englobaba varios terri-
torios .administrativos (oblast) rusos y ucranianos. El saliente
de Kursk se hundía entre dos grupos de ejércitos enemigos:
el ala derecha y el ala izquierda del grupo de ejércitos alema-
nes del sur cercaban al sur del frente soviético de Voronej.
Esto permitía a los alemanes desencadenar operaciones estra-
tégicas con el fin de aplastar a las tropas soviéticas acantona-
das en ese saliente.

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Hacia mediados de abril, el plan del enemigo fue defini-
tivamente elaborado; la ofensiva fue bautizada «Operación Ciu-
dadela». El 15 de abril de 1943, en su directriz n.º 6, Hitler
subrayó la particular importancia de las operaciones: «Atribu-
yo a esta operación una importancia de primer orden. Debe
realizarse rápidamente y con éxito. La ofensiva debe darnos
la iniciativa para la primavera y el verano. Exijo, pues, una
preparación militar intensa y apropiada. Que las mejores uni-
dades, las mejores armas, los mejores comandantes y todas
las municiones que sean necesarias, sean utilizadas en la ofen-
siva principal» .1
Los alemanes preveían dos ofensivas simultáneas contra
los soviéticos que se encontraban en el saliente de Kursk:
el grupo de ejércitos centro atacaría al sur de Orel, mientras
que el grupo sur operaría al norte de Kharkov. El mando mili-
tar .alemán pensaba que esta tenaza le permitiría cercar y
aplastar varios ejércitos soviéticos en el saliente de Kursk.
En la segunda etapa de las maniobras, «Operación Pantera», el
enemigo quería tomar por la espalda el frente soviético del
sudoeste. En caso de éxito, el mando alemán preveía un segun-
do ataque del norte hacia el este, rodeando a Moscú para coger
por la espalda a todo el grupo centro de ejércitos soviéticos. 2
Como escribe S. M. Stemenko en su libro «Donde se forjó
la victoria»: «El servicio de investigación informaba: Hitler
quiere convocar a los .comandantes de las fuerzas armadas para
resolver definitivamente las cuestiones relativas al ataque en
el frente germano-soviético. El Consejo se reunió en Munich
los días tres y cuatro de mayo. El plan de la Operación Ciuda-
dela fue puesto definitivamente a punto y aceptado».3
Pero, ¿qué pensaban de las operaciones los que decidieron
este plan y debían ejecutarlo? El mariscal de campo Manstein,
comandante del grupo sur de ejércitos, escribe en sus memo-
rias: «Hubiésemos podido realizar un nuevo ataque (después
del éxito de la Operación Ciudadela) ya sea contra el fren-

l. GGP, Tomo III, pág. 198.


2. G. K. Joukov, Mémoires.
3. S. M. Stemenko, obra citada, pág. 137.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 395


te del Donets, ya contra cualquier otro sector enemigo. Este
objetivo ulterior de la Operación Ciudadela era de hecho
tan importante como la liquidación del saliente de Kursk». 1
Von Kluge, comandante del grupo centro de ejércitos, insistien-
do sobre la necesidad del ataque, escribía en un telegrama
dirigido a Hitler y a Zeitzler, jefe del estado mayor del ejército
de tierra: «A causa de su •considerable amplitud, el ataque
tendrá inevitablemente repercusiones sobre las principales fuer-
zas soviéticas, entre otras las que están acantonadas al norte de
Orel. En· caso de éxito, la operación asegura un resultado má-
ximo. Y ésta tiene una importancia decisiva».2
Es interesante mencionar la opinión de otro oficial de ca-
rrera. Walter Bedell Smith, general americano, más tarde jefe
del estado mayor de las fuerzas expedicionarias aliadas en Euro-
pa, quien comentaba en mayo de 1943 los planes alemanes
del modo siguiente: «Los alemanes preparaban en el frente
soviético un ataque de una envergadura jamás vista ... Objetivo
de la ofensiva: poner a Rusia fuera de combate o paralizar el
Ejército Rojo hasta el punto de que toda resistencia ulterior
sea difícil y abocada al fracaso». 3
El general americano, evidentemente, exageraba las cosas;
hubiese tenido que reconocer que, en 1943, los alemanes, pese
a todas sus esperanzas, no estaban en condiciones de «poner a
Rusia fuera de combate» o de «paralizar el Ejército Rojo»
y que una sola ofensiva, por gigantesca que fuera, no podía lo-
grarlo. El año 1941 lo había probado, y esto los mismos ale-
manes lo habían comprendido perfectamente.
El mando militar alemán retrasó varias veces la fecha de
las operaciones, a fin de asegurar a sus tropas la preparación
más intensa posible.
Finalmente, la fecha fue retrasada hasta mediados de verano.
Martín Gohring, historiador alemán occidental, explica la ra-
zón del retraso en estos términos: «Hitler quería jugar con

l. Erich von Manstein, Victorias perdidas. Plon.


2. Kvopros ou o podgotvke pana operatsii «citadell». Voyenno-
istoritcheski journal, Moscú 1959, n. 0 6, pág. 91.
3. Harry L. Butcher, Mis tres años con Eisenhower, E.S.P. 1946.

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las max1mas garantías de aplastar al enemigo. Esperaba las
entregas de carros y la llegada de todo tipo de reservas». 1 ·
Esta constatación no carece de fundamento, pero no es
más que la mitad de la verdad. La Operación Ciudadela fue
retrasada por numerosas razones. W erther nos comunicó una:

6.V.1943, al Director.
De Werther.
Berlín 2 de mayo. La reorganización de las divisiones blin-
dadas y motorizadas anda con retraso. La fecha en que la 60.º
división motorizada y la 16.º división blindada tenían que estar
dispuestas, ha sido retrasada cuatro semanas, porque su equi-
pamiento en vehícul[!s y carros es insuficiente a causa de retra-
sos en las entregas.
Dora

El retraso igualmente estaba motivado por las suposiciones


de las que yo informaba en el siguiente telegrama:

13.V.1943, al Director.
De Werther. 7-V.
Los alemanes han notado grandes concentraciones de tropas
soviéticas en Kursk, Viazma, Velikie-Luki. El OKW piensa
que tal vez el mando ruso prevé un ataque preventivo simul-
táneo en varios sectores del frente, según la táctica seguida en
mayo último por Timochenko para obstaculizar el avance ale-
mán sobre Kharkov.
Dora

El 10 de mayo, una confirmación recibida por Pakbo me


permite señalar de nuevo que los exploradores alemanes habían
notado fuertes concentraciones de tropas soviéticas en los sec-
tores de Kursk y de Viazma.
El grupo berlinés de Lucy seguía atentamente el desarrollo
y la puesta a punto del plan del estado mayor del alto mando
alemán. Éste es un telegrama de mediados de mayo:
l. Martin Gohring: Bismarcks Erben 1890-1945. Wieshaden 1959,
pág. 383.

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27.V.1943, Urgente.
De W erther. Berlín 23 de mayo.
1. El 20 de mayo todos los preparativos del grupo de
ejércitos de Manstein y Kluge estaban terminados; todas las
unidades motorizadas y blindadas estacionadas en segunda línea
están en estado de alerta, prestas a marchar para el frente.
Estas tropas estarán en sus puntos de partida el l.º de junio.
2. El alto mando alemán tiene la intención de desenca-
denar, en los primeros días de junio, un ataque con objetivos
limitados en el sector sur del frente germano-soviético. Este
ataque debe probar a los rusos que la situación en el oeste no
inquieta a Alemania y que Rusia debe continuar luchando sola
por el momento. Por otra parte, el alto mando alemán se
esfuerza en conseguir nuevos éxitos militares para remontar
la moral del ejército y del pueblo alemán.

Dora

Por el momento los dos adversarios concentraban y desple-


gaban secretamente sus tropas en el saliente de Kursk, mien-
tras que la Abwehr y los servicios de investigación del estado
mayor soviético se entregaban a una lucha encarnizada.
El mando militar alemán concedía una gran importancia
al efecto de sorpresa de la Operación Ciudadela. Hizo todo
lo posible para que las concentraciones de tropas fuesen man-
tenidas en secreto el mayor tiempo posible y para desviar la
atención de los servicios secretos de los territorios en que
estaban acantonadas las tropas dispuestas para el ataque.
Al mismo tiempo, los servicios alemanes de investigación
se esforzaron en descubrir las intenciones del mando militar
soviético. Werther nos informó de ello en uno de sus comu-
nicados que respondía a una pregunta del Centro relativa al
sector en que los alemanes preveían atacar.

28.V.1943, al Director. Urgente.


De Werther.
1. El plan del alto mando del ejército de tierra alemán
puede fracasar si los rusos, que ya han hecho reparar las vías

398 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


de comunicación de su retaguardia, atacan rápidamente y con
fuerza el sudoeste de T ula y en el territorio de Kursk.
El alto mando alemán ignora e intenta descubrir si el man-
do soviético proyecta una ofensiva en el sector central del
frente germano-soviético.
2. Desde el 15 de abrí( el alto mando alemán dispone en
Ucrania de reservas especiales que dependen, no del grupo de
ejércitos Manstein, sino directamente del OKW. Forman parte
de estas reservas: las divisiones SS «Calavera», «Reich» y
«Leibstandarte» que hasta el 15 de abril estaban agrupadas en
el 6.º ejército, nuevamente constituido.
Dora

Antes de la batalla de Kursk, el duelo que enfrentaba a


los dos servicios secretos creó una situación bastante paradó-
jica que se hizo trágica para los alemanes. El mando alemán
guardaba, en efecto, la Operación Ciudadela en el mayor se-
creto, tanto en el frente como en la retaguardia. Sin embargo,
algunas disposiciones ya habían sido reveladas. El contraespio-
naje alemán había sido informado de ello pero era incapaz de
impedir o hacer cesar esas fugas.
En esa época, el Centro nos encargó responder a preguntas
del tipo siguiente:

Pida a Lucy y W erther que determinen:


l. ¿En qué lugar preciso del sector sur del frente del
Este se iniciará el ataque alemán?
2. ¿Cuáles son las fuerzas y la dirección previstas para
ese ataque?
3. Aparte del sector sur, c·dónde y cuándo prevén los
alemanes una ofensiva en el frente del Este?

Cumpliendo esas directrices, envié a principios de junio


el siguiente mensaje:

2.VI.1943, al Director. Urgente.


De Werther. Berlín, 29 de mayo.
La realización de las operaciones previstas por el alto man-

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 399


do alemán en el frente germano-soviético choca con dificulta-
des de orden militar y organizativo cada vez mayores. El alto
mando tiene la impresión de que los rusos -a juzgar por la
forma en que reaccionan a los movimientos de tropas alema-
nas- han decidido luchar firmemente para mantener las posi-
ciones actuales e impedir cualquier ataque alemán y responder
ferozmente en los lugares que las líneas de comunicación alema-
nas lo permitan.
Por el momento, la orden dada al grupo de ejércitos Mans-
tein de encontrarse el 28 de mayo no ha sido revocada.
Esto es debido, entre otras cosas, a la noticia de que la
moral de todos los aliados de Alemania se está hundiendo.
Las decisiones tomadas por el alto mando alemán el 1O de
mayo son a menudo contradictorias y caracterizadas por la
incapacidad y total ausencia de principios políticos y militares,
lo que quebranta la confianza del país y del extranjero. Es
característico que el alto mando alemán dé la impresión de
no creer en su propia fuerza, en su capacidad de tomar una
decisión justa.
Para atacar a las fuerzas soviéticas concentradas en el te-
rritorio del Kuban, los alemanes han recurrido a fuerzas aéreas
de corta distancia acantonadas en la cuenca del Donets y la
península de Kertch; la mayoría de estas fuerzas ya han sido
utilizadas. Si esta situación se prolonga, Manstein no estará
suficientemente apoyado por la aviación en el sector Rostov-
Vorochilovgrado. Sin el apoyo de la aviación, el 1.º ejército
no es capaz de operar eficazmente.
Dora

La concentración de tropas soviéticas en el sector de Ku-


ban, de la que habla Werther, tenía como objetivo aplastar al
grupo de ejércitos alemanes en la península de Taman y pre-
parar así el terreno para la toma de Crimea. Esta maniobra
jugaba un importante papel en el plan general de operaciones
militares previstas por el Cuartel General del Alto Mando So-
viético para el verano y el otoño de 1943. El ataque contra los
alemanes en Kuban, y después en otros sectores del frente
germano-soviético, tenía además como objetivo apoyar la ba-

400 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


talla decisiva de Kursk. Estos ataques debían inevitablemente
inmovilizar una parte de las tropas enemigas, irritar y deso-
rientar al mando y, finalmente, retrasar la Operación Ciudadela,
permitiendo así al mando militar soviético preparar sus reser-
vas y estar mejor dispuesto para rechazar al enemigo.
Los acontecimientos se desarrollaron efectivamente tal como
había previsto el mando soviético en el momento de la elabo-
ración de sus planes; los telegramas enviados al Centro en
junio lo atestiguan.

3.VI.1943, al Director. Urgente.


De Werther.
Los alemanes no han podido detener en cierta medida el
ataque del Ejército Rojo en el · frente de Kuban más que a
base de contraataques que les han causado graves pérdidas. Han
tenido que utilizar divisiones y regimientos de segunda línea.
Casi la mitad del grupo de ejércitos Manstein ( comprendien-
do las tropas de defensa de Crimea y de la costa norte del
mar de Azov) participa en los combates de Kuban.
Los alemanes temen sin cesar que la flota soviética ataque
Feodosia y Kertch.
Dora

El siguiente telegrama evidenciaba también la desazón y la


incertidumbre del mando alemán:

11.VI.1943, al Director. Urgente.


De Werther y Teddy. Berlín 5 junio.
Antes de los cambios ocurridos a finales de mayo, el plan
del alto mando alemán era lanzar al ataque en frente germano-
soviético (a fin de romper el frente) las siguientes unidades:
l.º y 4. 0 ejércitos blindados, 6. 0 ejército así como el 11 cuer-
po de ejércitos ( de nuevo constituido y f armado por 5 divisio-
nes) que es el ala de asalto del 2. 0 ejército. El ataque simul-
táneo de todas esas unidades no estaba previsto.
El mando alemán quería atacar Vorochilovgrad y la parte
baja del Don, usando en primer lugar el 1.º ejército blindado
y una parte del 6. º ejército.

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26 · DORA INFORMA
Después de mediados de mayo proyectó atacar primera-
mente Kursk con el 4.º ejército blindado y las fuerzas del
11. º ejército.
Pese a estas vacilaciones} las unidades del grupo de ejér-
citos de Manstein} dispuestas al ataque} han permanecido en
sus posiciones de marcha.
Por el momento no hay plan preciso de ataque en el sec-
tor norte} entre Leningrado y el lago Ilmen} o en el sector
centro del frente noroeste.
Dora

En el Cuartel General de Hitler crecía la inquietud: la


situación era igualmente maia en los sectores norte y centro
del frente, principalmente donde estaba acantonado el grupo
centro de ejércitos mandado por el general Kluge, que tenía
como tarea atacar Kursk por el norte.

23.VI.1943} al Director. Urgente.


De Werther. Berlín} 17 de junio.
a) Las posiciones del 4. º ejército y sobre todo las del
2.º ejército del grupo de Kluge se han agravado desde el
11 de junio porque} a raíz de la ruptura de varias vías de
comunicación} el avituallamiento del frente no está asegurado
con normalidad.
Serias divergencias se hacen sentir en el seno del OKW. El
OKW no quiere en ningún caso provocar un ataque soviéti-
co de gran envergadura en el frente central. Estima pues que
el ataque preventivo propuesto para mayo o principios de ju-
nio en el sector sur debe anularse} porque con toda seguridad
desencadenaría una contraofensiva soviética en el sector cen-
tro} ya que el despliegue de fuerzas soviéticas en ese sector
había aumentado desde el l.º de junio.
La ofensiva contra Kursk} que el mando alemán había
previsto para finales de mayo} les parecía ahora demasiado
arriesgada. En efecto, desde principios de junio los soviéticos
han concentrado alrededor de Kursk una cantidad tal de tro-
pas que los alemanes no pueden ya hablar de superioridad.
Hitler quiere iniciar de todos modos el ataque.

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b) El ataque en curso de 2 o 3 divisiones soviéticas en
el sector de V olkhov y en Mtsensk no tiene por el momento
más que una importancia local, pero constituye un peligro
para la seguridad de las líneas defensivas alemanas al norte
y al este de Orel, a causa del mal estado de organización de
las líneas traseras en el sector de Briansk.
c) Los alemanes han comprobado que el Ejército Rojo
efectuaba, entre Belev, Kaluga y Yukhnov, concentraciones
de tropas que amenazan al grupo de ejército de Kluge.

Dora

Pese a estos peligros y a sus reticencias, el alto mando


alemán se resignó a dar el paso decisivo. Era imposible re-
trasar más la fecha de la ofensiva que había preparado. La
mitad del verano se acercaba, los alemanes debían actuar si
querían obtener algún éxito importante en 194 3.

27.VI.1943, al Director. Urgente.


De Werther. Berlín, 21 de junio.
El alto mando del ejército de tierra reorganiza el grupo
de ejércitos Manstein. El 4. 0 ejército blindado será concen-
trado en el sector Kharkov-Graivoron-Sumi-Lebedian-Akhtirka-
Bogodukhov-Kharkov.
El agrupamiento tiene como finalidad amenazar el flanco
del Ejército Rojo ( ejércitos y cuerpos de ejército) en el caso
de que éste quisiese atacar hacia el oeste, en dirección de
Konotop.
Dora

Enviamos este radiotelegrama al Centro dos semanas an-


tes de la batalla de Kursk.
Para finalizar este capítulo, me gustaría citar un párrafo
de un documento histórico tan importante como la «Historia de
la Gran Guerra Patriótica, 1941-1945»:
«Pese a todos los esfuerzos del enemigo para. mantener
en secreto sus planes de ataque, el mando soviético los cono-
cía a tiempo. Las informaciones de los servicios secretos per-

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mitieron conocer no sólo el plan general y los sectores afecta-
dos, sino también la distribución de las fuerzas que serían
utilizadas, el número y composición de las unidades importan-
tes, las posibles reservas, los plazos de puesta a punto y por
fin la fecha del inicio de la ofensiva.» 1

ZWEIG-RAMEAU Y OTROS PROVOCADORES

Una mañana de princ1p10s de agosto, llamaron a la puer·


ta de mi casa; alguien quería verme.
Mi esposa había salido a llevar a los operadores los tele-
gramas urgentes que debían transmitirse al Centro aquella
noche. Mis hijos estaban hacía rato en la escuela, y yo, como
era habitual a esa hora del día, estaba sentado en mi despa-
cho preparando para los periódicos suizos los planos que mos-
traban la situación en el frente del Este. La batalla de Kursk
tocaba a su fin, al replegarse los alemanes desordenadamente
ante el empuje de las fuerzas soviéticas. Aquello era una no-
ticia sensacional; periódicos y editores pedían a diario nuevos
planos que ilustrasen la situación en el frente del Este.
Mi suegra hizo entrar al visitante a mi despacho y le ro-
gué que se sentase. Pero él permaneció de pie y pronto me
dijo con regocijo burlón:
-Querido señor Radó, entonces, ¿no me reconoce?
Miré al hombre que desplegaba una amplia sonrisa. Efec-
tivamente, me parecía conocerle. Una luz se abrió en mi me-
moria. (Debo reconocer que soy mal fisonomista.)
Yves Rameau, más exactamente el periodista Ewald Zweig.
-¿Se ha olvidado de mí? -preguntó riendo-. París,
Kurt Rosenfeld, su famosa Inpress !
Dijo alguna cosa más, despreocupado, incisivo, condescen-
diente. ¡Sí, era desde luego él! Yves Rameau, alias Ewald
Zweig, Aspirant; ese canalla enviado -estábamos seguros de
l. GGP, Tomo III, pág. 202.

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ello- por la Gestapo para infiltrarse entre nosotros. Se sabía
desde hacía tiempo.
No teniendo alternativa, puse al mal tiempo buena cara
y acepté la inesperada visita de ese «viejo conocido».
Hicimos como todos los que se encontraron después de
mucho tiempo, evocamos banalidades y relaciones comunes.
Mientras hablábamos, observé a Rameau. No había cambiado
desde que le conocí en París. Pequeño, mofletudo, llevaba
siempre trajes de un corte impecable y sus cabellos negros
estaban siempre lisos. Cualquier conversación con este indivi-
duo vanidoso y arrogante era desagradable.
Cruzó sus fuertes piernas, se arrellanó en el sillón y soltó
una humarada. Tenía dos verdaderos amigos, José Stalin y
Allen Dulles. Realmente intentaba dar muestras de agudeza
y quería sacarme de quicio. Le escuché sonriendo pero la có-
lera me roía. Nada de ese hombre podía sorprenderme porque
sabía cuántas infamias tenía ya sobre su conciencia.
Ewald Zweig, nacido en Alemania, estaba emparentado
con Kurt Rosenfeld, con quien yo había fundado en P.arís la
agencia de prensa antifascista, la Inpress. Rosenfeld me había
hablado de las actividades de su pariente periodista en Ale-
mania. Zweig tenía un pequeño periódico; coleccionaba infor-
maciones y documentos sobre ciertos personajes y, en el mo-
mento óptimo, hacía sus pequeños chantajes para sacarles di-
nero. El negocio era floreciente. Zweig se había enriquecido
porque las víctimas, temiendo por su reputación, pagaban cum-
plidamente y guardaban silencio.
En 193 3, cuando los nazis empezaron a perseguir a los
judíos, Zweig se refugió en Francia. Allí de nuevo se lanzó a
la aventura. Este periodista de pluma brillante, corruptible y
sin el menor escrúpulo, pronto encontró protectores. Obtuvo
la nacionalidad francesa. El ex~alemán Ewald Zweig se convir-
tió en Yves Rameau.
En 1934, Kurt Rosenfeld me había presentado a ese indi-
viduo. En aquella época, Zweig-Rameau ya era conocido en
París. Se había casado con una cantante húngara bastante
bella. Rameau siempre tenía mucho dinero, llevaba un gran
tren de vida, organizaba recepciones y cenas en su lujoso apar-

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tamento de París. Por mi parte, evitaba .a Rameau -como el
propio Rosenfeld hacía- porque la atmósfera que le rodeaba
no era demasiado respirable. Sin embargo, estábamos obliga-
dos a man tener .algunas relaciones comerciales con él. A tra-
vés de Rameau, Rosenfeld había conocido al rico propietario
del Elysée Building, que tenía sentimientos antihitlerianos y
gracias al cual la Inpress pudo instalarse en un despacho con-
fortable y maravillosamente acondicionado, donde un teletipo
nos transmitía las últimas noticias mundiales de la agencia
Havers.
La vida del periodista Rameau-Zweig se desarrollaba ante
nuestros ojos pero en .aquella época, nosotros los emigrados, ig-
norábamos todas sus actividades secretas; ni siquiera las sos-
pechábamos. Más tarde corrió el rumor de que Rameau traba-
jaba para los agentes de los servicios secretos franceses; Ra-
meau er.a, sin duda, un soplón a sueldo. El dinero, que nunca
le faltaba, procedía seguramente de la caja de los servicios se-
cretos.
Después de la ocupación de Francia ofreció sus servicios
a los nuevos dueños del país. Los alemanes se lo perdonaron
todo a Zweig-Rameau, sus .artículos antifascistas, su colabora-
ción con los servicios secretos franceses contra Alemania; in-
cluso cerraron los ojos sobre su ascendencia judía y le conven-
cieron de que trabajase para ellos. Poco le importaba a Ra-
meau a quién servía, con tal de que le pagara bien.
Actuando como agente de la Gestapo, Rameau-Zweig ha-
bía aparecido en Suiza en la primavera de 1942. Entre los
diplomáticos, los periodistas y los emigrados proclamaba a
quien quisiera escucharle que era miembro de la oposición
clandestina, partidario de De Gaulle e incluso llegaba a pre-
tender ser comunista. Buscaba un modo para entrar en con-
tacto con los miembros de nuestra red, contaba sus hazañas
y relataba como en París había logrado evitar caer en manos
de la Gestapo.
No le había visto desde 1936 -pronto haría siete años-,
es decir, desde que yo marché de París para instalarme en
Ginebra. Desde luego yo hubiese tenido que prever que tarde
o temprano vendría :;i hacerme una «visita de cortesía». Pero

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la Gestapo y el SD habían esperado prudentemente antes de
jugar sus bazas a fondo. Hacía más de un año que Rameau
vivía en Suiza y hasta aquel momento no se había presenta-
do, ni había telefoneado. El contraespionaje alemán había,
pues, decidido llevar a cabo un ataque directo.
El provocador estaba allí, tranquilamente sentado en mi
oficina, .agente a sueldo de los alemanes, y charlaba alegre-
mente como <~mi viejo amigo de la lucha internacional contra
el fascismo».
Él veía, por supuesto, que no me creía una palabra de lo
que estaba diciendo, y como tal, sospechaba que yo sabía algo
sobre su papel. Pero escondió bien su juego. Ese aventurero,
ese hipócrita, tenía facultades innatas que le impedían cometer
el menor error. Estaba seguro de sí mismo e interpretaba su
papel .a la perfección.
Esperaba a ver cuál sería su próxima baza.
-¿ Y cómo va usted, señor Radó? -preguntó mi hués-
ped sonriendo amablemente-. Hablo, hablo y usted se calla.
Discúlpeme, pero hacía una eternidad que no le veía ni a
usted ni a su encantadora esposa.
Se levantó, continuó charlando, después se volvió de pron-
to hacia mí:
-Querido señor Radó, he venido para un asunto impor-
tante. -El brillo irónico desapareció de sus ojos-. Estoy
convencido de que para usted será interesante.
Bajó la voz y se puso a hablarme en tono confidencial
de la red de investigación soviética que había sido desarticu-
lada en París; contó que había socorrido a esos hombres y
que a causa de ello había estado perseguido por los agentes
de la Gestapo. Se había escondido, pero finalmente había sido
detenido y enviado al campo de concentración de Vernet, cer-
ca de la frontera española, donde había conocido a un diplo-
mático soviético allí encarcelado. Había logrado escaparse y
había conseguido en .alguna parte una emisora para entrar en
contacto con Moscú, pero no tenía código. También había
entrado en contacto con el cónsul americano en Ginebra y
podía conducirme ante él si necesitaba cualquier tipo de ayu-
da. Le informé fríamente de que todo esto no me interesaba,

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que tenía un trabajo urgente que terminar y que no quería
retenerle más tiempo.
Después de la marcha de Rameau me pregunté qué podría
saber este canalla de mis actividades de anteguerra. Por su-
puesto, había podido enterarse de muchas cosas de mi pasado
y del de mi mujer. Podía saber que yo era comunista y que,
mientras viví en París, permanecí en contacto con el Partido
Comunista Alemán. Esto, por otra parte, no tenía gran impor-
tancia porque, con o sin Rameau, los alemanes sabían bien
que desde hacía muchos años yo tomaba parte en el movimien-
to obrero internacional.
Lo que más me sorprendió fue que Rameau se hubiese
enterado tan rápidamente del desenmascaramiento de nuestros
hombres en Francia. La Gestapo le había comunicado preme-
ditadamente parte de los detalles, pero ¿qué detalles? ¿Qué
habían podido sacar de los prisioneros? ¿Los alemanes cono-
cían nuestra red, sabían que estábamos en contacto con Mos-
cú? ¿Cuál era el objetivo de Rameau? ¿Ganar mi confianza,
atemorizarme o simplemente fisgar? ¿Creía él que yo igno-
raba que era agente de la Gestapo y esperaba que cometiese
un error, tal vez aceptar su oferta de mediación ante el cón-
sul americano?
Aquella misma noche informé al centro de lo que había
ocurrido. El 7 de agosto recibí la respuesta. Los alemanes
descifraron este telegrama que W. F. Flicke cita:

7.VIII.1943, a Dora.
Es totalmente seguro que Yves Rameau es un agente de
la Gestapo. Sabemos que su visita es obra de la Gestapo. La
esperábamos y ya se lo habíamos advertido. Él intenta saber
si usted está en contacto con nosotros. Informe con detalle
de lo que quería. é"Qué sabe él de su labor en París? Es pre-
ciso ser prudente, reflexionar a cada paso y a cada palabra.

Director

El contraespionaje alemán debió darse cuenta de que su


agente secreto había sido desenmascarado, porque Rameau no

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aparec10 más. Sin duda pensaban que era inútil continuar el
juego. El enemigo, probablemente, había querido .asustarnos,
esperando que cesaríamos en nuestro trabajo durante algún
tiempo.
Debo decir que el mismo Centro se preguntaba si no valía
más, teniendo en cuenta mi situación que las provocaciones
nazis hacían cada vez más peligrosa, cesar en mi trabajo por
un cierto tiempo y marchar de vacaciones. Pero en esas se-
manas, en que se desarrollaba la batalla decisiva en el frente
del Este, no había podido confiar .a nadie la dirección de la
red. Respondí pues que, pese al peligro que nos amenazaba,
pensaba que era mejor perseverar tanto tiempo como fuera
posible. ·
El Centro descubrió más tarde que Rameau-Zweig-Aspi-
rant trabajaba no sólo para el Kommando Rote Kapelle sino
que también estaba en contacto con el Deuxieme Bureau del
estado mayor francés (el servicio de investigación del gobierno
de Vichy) y también con los servicios secretos suizos;
Sobre este tema el agente suizo Kurt Emmenegger (alias
Q.N., o Müller) cita en su libro «Q.N. lo sabía», aparecido
en Zurich en 1965, que el 28 de julio comunicó a sus supe-
riores de Lucerna: «Sé de fuente segura que un tal Yves Ra-
meau está al servicio de la policía federal (Bupo ). Rameau
es titular de un pasaporte expedido por las autoridades fran-
cesas (facistas). Rameau se llama en realidad Zweig; es un
emigrado alemán al servicio de la Gestapo. Nosotros (los agen-
tes suizos) hemos sido puestos seriamente en guardia centro
este hombre. Rameau se ha establecido en Ginebra. Hasta
ahora el consejero federal Von Steyger (ministro del Interior)
ha obstaculizado toda acción emprendida contra él». Algo des-
pués, en un comunicado del 26 de noviembre de 1944, Q.N.
confirma sus informaciones verbales del 23 de noviembre de
1944 y escribe: «Este .agente alemán goza de la protección
de la Bupo, para la cual trabaja. Zweig, alias Rameau, es quien
en su momento llamó la atención de la Bupo sobre la emisora
clandestina soviética, y, enviado finalmente por las autoridades
alemanas, había hecho gestiones en Berna, es decir, ante el
gobierno suizo».

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Para arrancar definitivamente la máscara de este provoca-
dor corrompido quiero adelantarme un .poco a los aconteci-
mientos y contar un episodio que ocurrió en París, en no-
viembre de 1944, después de que los ocupantes fuesen expul-
sados. Para celebrar la liberación, los franceses de la capital
organizaron un gran mitin antifascista. Mi mujer y yo asisti-
mos. Y de pronto, ¿.a quién vimos en la. multitud? ¡A Ra-
meau! Con un bloc en la mano se movía en la sala _en tanto
que periodista. Probablemente no nos había visto. El jefe de
policía de París era entonces un comunista. A través de unos
camaradas franceses le hice saber quién era Rameau. Durante
el descanso del acto, el agente de la Gestapo fue sacado fuera
y detenido. Un coche de policía le condujo directamente a la
prisión de Cherche-Midi. Pero Rameau no permaneció mucho
tiempo entre rejas. Los americanos hicieron mucho ruido en
torno a su detención y unos días más tarde el canalla estaba
de nuevo en libertad, Sin duda ha encontrado un nuevo amo
en ultramar.
Pero volvamos a Suiza, al verano de 1943. Individuos sos-
pechosos continuaban moviéndose alrededor de nuestros co-
laboradores. No pienso sólo en Zweig-Rameau. Oportunamen-
te supe que era un hombre de la Gestapo y prohibí estricta-
mente a los hombres de nuestra red mantener el menor con-
tacto con él. Otras personas sospechosas, de origen ruso, hi-
cieron aparición. Un tal Nemanov y un tal Belov, que pretendían
ser agentes soviéticos trabajando en la clandestinidad.
Pero su comportamiento mostraba que eran provocadores.
Mis colaboradores informaron de que Belov había venido de
Francia, que era titular de un pasaporte americano y vivía en
Ginebra. Se presentaba como coronel del Ejército Rojo, héroe
de la Unión Soviética y gritaba a los cuatro vientos que era
jefe de los servicios de investigación soviéticos en Suiza. Pre-
tendía estar en contacto con Moscú, a través de los ingleses.
Belov se presentaba bajo seudónimos diferentes.
Un comportamiento tan primitivo sólo podía engañar a los
simples de espíritu. Y los había. Belov llegó a coger en sus
trampas a Marius, que formaba parte del grupo de Sissy. Aun-
que esto parezca extraño, este hombre, confiando en Belov,

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creyó que era jefe de los serv1c1os de investigación soviética
en Suiza, y ¡ejecutó sus directrices!
Que uno de los miembros de nuestra red no se hubiese
dado cuenta de la provocación no hubiese sido un gran pe-
ligro en sí mismo. Pero Marius estaba en contacto con Sissy.
Conocían a Diemen, el oficial francés que era correo de Vichy
y nos suministraba importantes informaciones.
Descubrimos que Belov frecuentaba los miembros de la
misión diplomática del gobierno chino de Tchang-Kai-Chek,
que estaba en estrecho contacto con Rameau-Zweig, y otras
personas a las que no conocíamos. No había duda: el hilo Be-
lov conducía directamente al contraespionaje alemán, a la
Gestapo y al SS.
Di instrucciones para que todo contacto con Marius que-
dase anulado.
El otro agente alemán, el ruso blanco emigrado Nemanov,
hizo su aparición hacia el mes de mayo de 1943. Sissy se en-
teró de que, en los medios emigrados rusos, Nemanov esta-
ba relacionado con la tendencia política de Miliukov, es decir,
se decía patriota ruso y proclamaba que era netamente anti-
alemán. Nemanov contó que había venido a Suiza en 1942
desde Vichy, donde los agentes de la Gestapo estaban sobre
su pista y que había logrado huir gracias a uno de los cola-
boradores de la embajada turca. Afirmaba recoger información
por cuenta de Belov al que -según él- había conocido en
casa del agregado militar de la embajada soviética en Vichy.
Era evidente que este emigrado ruso, que se decía perse-
guido por la Gestapo, era un individuo sospechoso y pertene-
cía a la misma banda que Belov y Rameau-Zweig. Informé al
Centro de que nuevas personas sospechosas nos asediaban.

LA TRAMPA DE LA GESTAPO

Debo recordar aún un incidente importante. Hasta enton-


ces los alemanes habían podido creer que, como máximo, no-

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sotros sospechábamos su infiltración en Suiza (y era cierto), y
por ello los agentes de la Gestapo y del SD se movían alre-
dedor nuestro con paso de lobo, para no asustarnos prematu-
ramente. Pero, después de haberse convencido de que tanto
el Centro como nosotros sabíamos muchas cosas, el contra-
espionaje alemán se vio obligado a actuar con rapidez. No se
preocuparon ya más de esconder su juego, porque temían ver-
nos desaparecer en la clandestinidad, rodearnos de un estricto
secreto y, Dios no lo quiera, cambiar de código.
Lo que esto hubiera representado para los alemanes lo he-
mos visto ya en el ejemplo del enlace entre Jim y el Centro.
El enemigo no conocía el código de Jim, y así, hasta el últi-
mo momento, el intercambio de mensajes a través de Lausana
permaneció en secreto.
La marcha de Jim hacia Ticino había sido retrasada por
las dificultades que le suponía prorrogar su permiso, por ello
el Centro le encargó que continuase buscando a Anna. Sin em-
bargo, un nuevo incidente sospechoso se produjo. El lector
sin duda recordará que Jim había recibido la última carta de
Micki por correo, que la carta estaba escrita a máquina y que
no llevaba firma. Nunca hasta entonces Micki había enviado
una carta tan extraña.
Un buen día una mujer telefoneó a Jim, preguntándole si
había recibido la carta mecanografiada que Micki le había
pedido que echase al correo. Jim intentó hacer preguntas a
la mujer, pero ést.a dio respuestas incoherentes que él no en-
tendió. Jim informó inmediatamente al Centro.

5.IX.1943, al Director.
El autor de la carta anónima que daba noticias sobre
Micki ha aparecido. Se trata de una doctora suiza de unos
sesenta años. A finales de julio estaba en Munich, donde ha-
bía encontrado a Micki. Esta anciana mujer ha vivido un bom-
bardeo, lo que ha alterado fuertemente sus nervios; habla de
una manera incoherente ... Según ella, Micki le había encar-
gado de decir que lnge no había dado noticias desde abril.

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El Centro dio inmediatamente a Jim las siguientes direc-
trices:

7.IX.1943.
1) Le permitimos buscar a Anna en los hospitales de
Basilea. No pregunte desde Lausana, sino desde una cabina te-
le/ ónica en Basilea.
2) No comprendemos el mensaje de Micki. Intente di-
rectamente enterarse de quién es esa doctora de edad, qué hacía
en Alemania y si está en relación con la Gestapo.

Director

Jim telefoneó a varias clínicas y hospitales de Basilea, pero


no encontró ningún rastro de Anna Müller que no había regresa-
do todavía a su apartamento. También en balde intentó in-
formarse sobre la doctora. Recibió entonces nuevas directrices,
ordenándole abandonar Lausana lo más pronto posible. Duran-
te ese tiempo, un drama espantoso se desarrollaba en las pri-
siones secretas de Berlín en la Dirección General de Seguridad
del Reich. Fue allí donde se decidió la suerte de nuestros
colaboradores, que habían caído en las manos de los verdu-
gos SS, de negro uniforme.
La investigación fue llevada en el mayor secreto, pero más
tarde, en 1944, empezaron a filtrarse ciertos hechos. No pu-
dimos, sin embargo, reconstruir toda la tragedia hasta des-
pués de la guerra, basándonos en los archivos .alemanes y en
lo que nos contaron los que lograron salvárse.
Jim buscaba en vano a Anna Müller, pues había sido de-
tenida el 16 de junio de 1943 y llevada a una prisión ber-
linesa.
Antes de detener .a Anna, la Gestapo había descubierto
que el piso de Hans, en Freiburg, era escenario de encuen-
tros clandestinos; Inge y otros colaboradores estaban «que-
mados». El contraespionaje alemán había ignorado durante
mucho tiempo la existencia de Hans, Micki y Anna, pero ha-
bía descubierto unos indicios después de desmantelar nuestras
redes de Bélgica y Francia: Klara Schabbel, a casa de la cual

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debía dirigirse Franz, el agente parachutado, al mismo tiempo
que Inge, había sido detenida hacía tiempo y su piso estaba
mantenido bajo vigilancia. Cuando Franz se presentó en la
casa también fue detenido. Sirviéndose de su radio y de su
código, los alemanes habían entrado en contacto con Moscú.
Eran ellos quienes habían recibido el mensaje dirigido a Franz
y por el que el Centro le ordenaba entregar su emisora de
reserva a Inge que había· perdido la suya al saltar del avión.
La Gestapo se había enterado así de la dirección del piso de
Hans en F reiburg.
Un agente fue enviado a ese lugar de citas secretas. Ha-
ciéndose pasar por un hombre del Centro entregó la radio a
Hans. Recordemos que Hans e Inge habían sido informados
por Anna Müller y Micki de que este hombre iba a contac-
tarlos. Al día siguiente la Gestapo detenía a Heinrich (Hans),
a su esposa Lina y a Inge, llegada de Munich para recoger
la radio. Esto ocurría a finales de abril. Micki no fue dete-
nida hasta más tarde, en mayo o junio, porque hasta entonces
Jim recibió cartas de su novia. Después llegó la extraña carta
mecanografiada y apareció la sospechosa mujer de edad que pre-
tendía haber encontrado a la chica en Munich. Probablemente
Micki se había mantenido firme durante su interrogatorio y
se había negado a escribir ella misma a Jim. Por ello la Ges-
tapo se había visto obligada a recurrir a aquel medio desafor-
tunado.
Cuando supo que Hans había sido detenido, el Centro
dedujo que Inge tampoco había escapado a la Gestapo. Su
silencio lo atestiguaba. Era preciso avisar a Anna Müller sin
tardanza. El Director envió un radiotelegrama a Jim, pero
Anna ya no estaba en Basilea; los alemanes se habían adelan-
tado. El Centro no se enteró de la detención de Hans hasta
el mes de agosto. Pero, desde el mes de junio, Anna había
recibido un telegrama firmado por su hermano que le pedía
fuese lo más rápidamente posible a casa de su cuñada Lina,
de nuevo gravemente enferma.
La Gestapo había cometido, pues, un acto de provoca-
ción hacia un residente de un país neutral, Anna Müller, ju-
gando con los sentimientos de la anciana mujer. En efecto, los

414 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


alemanes, a raíz de duros interrogatorios, habían sacado a Inge,
Heinrich y Lina Müller que la hermana de Heinrich vivía .en
Basilea y también estaba mezclada en el asunto. La Gestapo
completó estas informaciones con las confesiones procedentes
de nuestros correos franceses y belgas que habían acudido a
varias citas clandestinas en casa de Anna. No podía tratarse
más que de la misma persona, Anna Müller, costurera. La
dirección también concordaba. El contraespionaje alemán des-
cubrió que esta mujer iba a ponerles sobre una nueva pista
que conducía a la red suiza. Enterados de que Anna Müller
ya había venido a Freiburg cuando su cuñada había estado
enferma, los alemanes decidieron tenderle una trampa usando
este argumento convincente. En el mes de junio le mandaron
un telegrama en nombre de Heinrich. Anna, por supuesto, no
dudó en absoluto porque su cuñada estaba a menudo enfer-
ma. Además no había notado nada sospechoso: ni la pruden-
cia ni la experiencia adquirida durante largos años de trabajo
clandestino podrían preservarla de aquel peligro.
Anna no sospechó la trampa y adjuntando el telegrama, so-
licitó un visado para Alemania. Después partió para Freiburg
dispuesta a cuidar de la casa de su hermano mientras su cu-
ñada estuviese enferma. Los documentos de la investigación
sólo nos revelan unas pocas cosas sobre las circunstancias
de la detención de Anna: «En el curso de la investigación de
Noffke (Inge) logramos convencer a Anna Müller de venir a
Alemania ·donde fue detenida el 16 de junio de 1943 ... ».
Anna fue trasladada a Berlín y entregada a los investiga-
dores de la Dirección General de Seguridad del Reich, que,
desde hacía seis meses, intentaban desenmarañar los hilos del
asunto ultrasecreto «Rote Kapelle». Allí, en la prisión del SD y
la Gestapo, se encontraban varios miembros del servicio se-
creto de investigación. Los interrogatorios, los careos, las tor-
turas se sucedían sin cesar. Les amenazaban de muerte. Inge
y los esposos Müller, pese a todas las torturas, no pudieron
dar ningún dato sobre nuestra red suiza porque efectivamente
no sabían nada de ella. Entre los últimos agentes detenidos
sólo Anna Müller pudo revelar a los investigadores alguna
cosa que traicionase a Jim.

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 415


Según el atestado de la investigación, encontrado en los
archivos del SD, Anna Müller, de 73 años, al principio se
negó a hacer confesiones o sólo suministró detalles insignifi-
cantes sobre sus actuaciones clandestinas de .ante-guerra. Pese a
que la amenazarón con ponerla en manos de los verdugos de
la Gestapo, no cedió. Pero Anna ignoraba que los hombres
del Servicio de Seguridad de Himler sabían muchas cosas so-
bre ella y que le reservaban pruebas más atroces que cual-
quier tortura física.
Le pusieron ante los ojos las confesiones hechas por los
c0rreos franceses y belgas que decían haberse reunido con ella
y la carearon con ellos. Durante los interrogatorios, los ale-
manes recogían migaja a mig.aja los elementos y los detalles,
los recortaban, los unían para obtener nuevas informaciones
sobre nuestros hombres en Suiza.
La detención de Anna Müller no suponía para nosotros
un peligro directo, porque Anna y Jim habían respetado es-
trictamente las reglas de la clandestinidad: Jim se había pre-
sentado con el nombre de Meyer y Anna no sabía dónde vivía
ni dónde trabajaba. Incluso a Micki, su novia (Agnes Zimmer-
mann), Jim le había dado otro nombre. Pero la descripción
de Jim, permitía a los alemanes identificarle como aquel que
había encontrado al correo de la Gestapo. Esto, sin embargo,
no tenía demasiada importancia porque los agentes enemigos
que operaban en Suiza, siguiendo diversas pistas, se habían
acercado cada vez más a nuestra red y habían descubierto ya
el piso de Jim en Lausana, y los de Sissy y Rossy en Ginebra.
Conocían su verdadero nombre y algunas de sus amistades.
A juzgar por los numerosos atestados del SD, los alemanes
utilizaron durante el interrogatorio en Berlín todas las infor-
maciones que habían recogido sobre la red suiza. Asediaron a
Anna con preguntas sobre la oficina de información socialista
en Berna, la Insa, y sobre su director Pünter, al igual que
las ediciones Geopress Servicio de Atlas Permanente y· su di-
rector Radó. Por supuesto, Anna no pudo decir nada. Inten-
taron hacer confesar a los otros prisioneros quién se escondía
detrás de los seudónimos de Long, Sissy, Dora, etc. Pero
casi todas las tentativas del enemigo fueron vanas.

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A causa de la traición de ciertos miembros de la red fran-
cesa, el contraespionaje alemán recibía informaciones bastante
detalladas sobre mí, pero la mayoría de seudónimos que figu-
raban en los telegramas captados y descifrados por el ene-
migo permanecían cubiertos del mayor secreto. Los .alemanes
no lograron descubrir quién se escondía detrás de esos nom-
bres prestados. Otto Pünter, por ejemplo, figuraba en la lista
negra de la Gestapo desde los años 30, pero los alemanes no
sospechaban en absoluto que Pakbo y Pünter fueran l.a misma
persona. Ignoraban también que Sissy era el seudónimo de
Esther Bosendorfer, a la que ya habían localizado. Esto era
fácil de probar: el SD y la Gestapo se esforzaban en vano
para descubrir el grupo Taylor-Sissy-Lucy que estaban en con-
tacto directo con Werther, Olga, Teddy y los otros agentes de
Berlín de los que los alemanes habían tenido conocimiento
por los radiotelegramas interceptados. Es lógico que sí los
alemanes hubiesen sabido que Sissy y la señora Bosendorfer
eran una misma persona, los agentes secretos hubiesen podi-
do vigilarla muy fácilmente en sus encuentros con Taylor y, a
fin de cuentas, hubiesen podido establecer quién era Lucy.
Inútil decir lo que entonces habría pasado.

¿QUÉ SABÍA EL DEPARTAMENTO F?

Hasta ahora no he hablado más que de lo que sabíamos


de la actividad de los servicios secretos alemanes, de lo que
el Centro había averiguado, y de lo que nos había llevado a
vigilar atentamente a las personas sospechosas que nos rodea-
ban. Pero no podíamos saber (según lo evidencian numerosos
documentos encontrados en los archivos) que un gran número
de los agentes de la Gestapo y del Servicio de Seguridad se
dedicaba a localizar nuestra red. Hacia finales de 1943 la po-
licía secreta y el SD tenían en mano suficientes informaciones
recogidas por sus agentes. Hans Peters (que se había conver-

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27 - DORA INFORMA
tido en el amante de Rossy) informaba regularmente a sus
jefes. El Departamento F en Berna recortaba y analizaba los
datos recibidos de otros informadores que controlaban a todos
los que eran sospechosos de pertenecer a la red de investiga-
ción soviética en Suiza. Los hombres del Departamento F,
Hans von Pescatore y Willy Piert, así como otros que no
conocemos, y que habían sido encargados por Schellenberg
de investigar sobre nosotros, elaboraban la lista de sospecho-
sos. Las confesiones hechas por Pescatore y por Piert, después
de la guerra, probaron que se habían enterado de muchas co-
sas pese a que no habían sido capaces de conseguir desenmas-
cararlo todo. ··
En sus informaciones, dirigidas al centro del SD en Ber-
lín, daban los nombres de ·personas sospechosas de pertenecer
a la red. Entre nombres evidentemente falsos, figuraban el de
Esther Bosendorfer, el de Pünter, el mío y el de mi mujer,
el nombre de Edmond Hamel el verdadero nombre de Jim y el
de Rossy cuyos seudónimos desconocían. Sabían que los tres
últimos trabajaban en las emisoras de Ginebra y Lausana. En
las listas figuraban las direcciones de cada uno, así como de-
talles de las personas en cuestión. (Por supuesto, fue Hans
Peters quien suministró informaciones sobre Rossy a la que
no conocían. Pero Peters trabajaba directamente para la Ges-
tapo y no para el Departamento F.)
Los alemanes me tomaban por el jefe de la red y pensa-
ban que Pünter era mi sustituto. Sabían muchas cosas sobre
él, pero, por razones que no conocemos, suponían que se ocu-
paba únicamente de cuestiones administrativas y financieras,
cuando en realidad Pünter actuaba como agente de investi-
gación.
Las informaciones que los alemanes poseían sobre Esther
Bosendorfer-Sissy tampoco eran muy exactas. Ignoraban cuán-
do y en qué circunstancias había comenzado a colaborar con
nuestra red. Hans von Pescatore suponía que la señora Bosen-
dorfer había sido miembro de la red francesa y que se había
refugiado en Suiza cuando el comando de la Gestapo había
comenzado a liquidar la organización clandestina de París.
Por otra parte, el SD y la Gestapo se hacían una idea

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completamente falsa de la línea Sissy, Taylor, Lucy, Berlín, es
decir, de ese grupo de informadores que era tan importante
desenmascarar y que se esforzaba en vano en descubrir desde
hacía seis meses.
Basándose únicamente en los radiogramas descifrados, el
departamento de Berna y otros órganos del contraespionaje
alemán tenía que sacar conclusiones. Pero no podían adivinar
quién se e~condía detrás de los seudónimos que figuraban en
los telegramas.
Estudiando los comunicados enviados desde Ginebra y las
directrices procedentes de Moscú, Pescatore y Piert queda-
ron convencidos de que era Sissy quien dirigía el grupo de
informadores berlineses de Lucy y, pese a que esta parte impor-
tante de informaciones fuese transmitida a través de Radó-
Dora, que Sissy trabajaba independientemente la mayoría del
tiempo y no dependiendo de mí más que formalmente. Los
alemanes incluso pensaban que Sissy, de una u otra forma, es-
taba en contacto con los misteriosos Werther, Olga, Teddy y
las otras fuentes, eventualmente a través de un agente de en-
lace en la capital alemana.
En lo que se refiere a la persona de Lucy, reinaba la ma-
yor confusión en el cerebro de los expertos. Su gran expe-
riencia en el oficio, su intuición no les llevaban a nada y los
informes de los agentes alemanes que habían inundado Suiza,
eran contradictorios.
Quedaba por saber cómo las informaciones estratégicas
procedentes del Estado Mayor alemán y del OKW llegaban a
Lucy. Los funcionarios del Departamento F no podían supo-
ner más que una cosa. En sus informes dirigidos a Schellenberg
afirmaban que los comunicados llegaban a Suiza, no por radio
sino probablemente por un correo que gozaba de inmunidad
diplomática. Según Hans von Pescatore la dirección del De-
partamento F pensaba que Lucy y Taylor eran una misma
persona; pero no tenían ninguna prueba.
El contraespionaje alemán había llegado bastante lejos en
su investigación sobre los jefes de la red, los telegrafistas,
pero no descubrió nada esencial sobre la mayoría de nuestros
informadores y de nuestras fuentes. Los telegramas revelaban

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a los alemanes un gran número de seudónimos, pero ni el SD
ni la Gestapo, ni en aquellos momentos ni más tarde, lograron
descubrir las personas que se ocultaban tras esos nombres.
Pese a sus inmensos esfuerzos el contraespionaje alemán
no pudo pues .alcanzar su objetivo siguiendo el método de no
empezar a liquidar la red hasta haber descubierto las fuentes
de investigación.
El mes de agosto llegó y continuamos trabajando febril-
mente; Kursk demostraba ya que la Operación Ciudadela, de
tan gran envergadura, estaba abocada al fracaso. Es natural
que en tales circunstancias los nervios de W alter Schellenberg,
el jefe de SD, se desataran. Decidió que como ninguna de las
tácticas seguidas para descubrir las relaciones del «Grupo
Rojo» había dado el resultado esperado, era preciso .actuar con
más dureza y rapidez. Según el acuerdo entre Masson y Sche-
llenberg eran los propios suizos quienes debían preocuparse
de ella.
El Centro no había excluido esa posibilidad. La Dirección
de Moscú había pedido mi opinión sobre este tem.a desde el
mes de julio. Me esforcé en sacar algo en claro sobre esta
cuestión preguntando a hombres que estaban en relación con
, los servicios secretos suizos.
El 8 de julio, dirigí un telegrama al Centro con las si-
guientes informaciones:

La Gestapo y la policía suiza no colaboran. Esto es se-


guro. Pero esto no impide que la Gestapo pueda llamar la
atención de los suizos sobre nuestra red.

Veremos a continuación lo que nos ocurrió. Basándose en


las informaciones recibidas de los alemanes, el contraespionaje
suizo entró en acción contra nosotros.

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LA BATALLA DE KURSK

A finales de junio los dos inmensos bloques de ejércitos


enemigos estaban frente a frente, dispuestos al combate.
Los alemanes contaban con utilizar un total de 50 divisio-
nes en la Operación Ciudadela. Las alas del ejército asaltante
estaban reforzadas por 20 divisiones suplementarias que fácil-
mente podían socorrer a las fuerzas principales. Así el mando
hitleriano comprometía en la batalla de Kursk más de un
tercio de las unidades del frente germano-soviético.
Para llevar a buen fin la Operación Ciudadela, el mando
alemán disponía de 900.000 hombres del ejército de tierra,
alrededor de 10.000 cañones y lanzabombas, de 2.700 carros
de combate y cañones de asalto. El grupo de ejércitos enemi-
gos que atacaba por Orel (Grupo centro) estaba apoyado por
900 aviones de la 6.ª flota aérea, y el grupo sur que atacaba
por Khankov por los 960 aviones de la 4.ª flota. Este ejército
aéreo comprendía en total 1.000 bombarderos y 200 bombar-
deros más de las unidades de reserva que habían sido agrega-
dos. Esto representaba una fuerza considerable en el aire. Las
tres cuartas partes de las fuerzas aéreas del frente del Este
habían sido movilizadas para esta batalla. 1
En sus Memorias publicadas después de la guerra, el ma-
riscal de campo Manstein reconoce que «los grupos de ejércitos
Centro y Sur habían hecho todo lo posible para concentrar
el máximo de fuerzas posibles a fin de asegurar la victoria».2
Los historiadores alemanes han confirmado las palabras del
célebre jefe del ejército hitleriano. El general Erfurth que ha-
bía sido agregado al estado mayor alemán escribía: «Toda~
las fuerzas defensivas que el ejército alemán había sido capaz
de reunir fueron utilizadas para garantizar el éxito de la Ope-
ración Ciudadela». 3
1. GGP, Tomo III, pág. 200.
2. E. Manstein, Victorias perdidas, pág. 330.
3. Waldemar Erfurth, Die Geschichte des deustchend Generalstabes
von 1918 bis 1945. Frankfort-an-Main 1957, pág. 330.

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Según Zentner, historiador alemán occidental, el mando mi-
litar alemán había concentrado en el saliente de Kursk «todo
lo que la industria de Alemania y de la Europa movilizada
había sido capaz de producir». 1
Las personas citadas no pueden realmente ser sospechosas
de tener simpatías por el Ejército Rojo y de subestimar vo-
luntariamente la fuerza de la Wehrmacht o su capacidad. La
objetividad de sus argumentos no puede ponerse en duda por-
que han sacado la conclusión de los acontecimientos varios
años después de la guerra y luego de haber estudiado minu-
ciosamente varios documentos y elementos de información.
Me gustaría mencionar un hecho relacionado con el prin-
cipio de la célebre batalla: El l.º de julio, Hitler convocó a su
cuartel general de Prusia Oriental a los comandantes de los
grupos de ejércitos y de cuerpos de ejército que tomaban par-
te en la ofensiva. Expuso el programa de la campaña de ve-
rano, que era inminente, y declaró que el aplazamiento de la
Operación Ciudadela había permitido reagrupar grandes unida-
des, equiparlas con nuevas técnicas y concentrar fuerzas gi-
gantescas. Subrayó la incontestable superioridad de los carros
alemanes y que creía en el éxito total de las operaciones.
Durante la noche que precedió al ataque, la llamada que
Hitler lanzaba a los soldados alemanes fue leída en todas las
compañías de los grupos de asalto: «A partir de hoy vais a
tomar parte en grandes ofensivas cuyo resultado puede decidir
el triunfo de la guerra. Más que nunca vuestra victoria pro-
bará al mundo que, en definitiva, cualquier resistencia al ejér-
cito alemán es vana. . . Los golpes tremendos que vamos a de-
sencadenar sobre el ejército soviético deben conmoverlo hasta
sus cimientos ... Y debéis de saber que todo depende del éxito
en esta batalla».2
El enemigo ponía todas sus esperanzas en la batalla de
Kursk. Los generales alemanes querían arrebatar al Ejército
Rojo la iniciativa estratégica y hacer decantar el desenlace del
conflicto a su favor.
l. Kurt Zentner, Nur einmal konnte Stalin siegen. Hamburgo 1952,
pág. 35.
2. GGP, TomoIII, pág. 202.

422
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Las divisiones alemanas se lanzaron al asalto y ésta fue
su última ofensiva en el Este. «Desde los primeros días. de
la batalla se hizo evidente que se habían subestimado las fuer-
zas del adversario soviético», destaca Flicke.
Este reproche se dirige por supuesto .al servicio de inves-
tigación alemán -principalmente a Abwehr- así como al
cuartel general de Hitler.
Pienso que la confesión forzada hecha al final de. la guerra
por este gran conocedor del contraespionaje alemán no pre-
cisa comentarios. Es evidente que en ella reconoce también
la derrota de los servicios secretos nazis. La falta de base de
las informaciones de la Abwehr, ese servicio que tan a me-
nudo había levantado admiración, no apareció hasta después
de la derrota total de los alemanes. El almirante Canaris, por
una u otra razón, permaneció de todos modos .al frente del
Abwehr y sin embargo no era la primera vez que su servicio
fallaba en el trabajo.
Conociesen o no Hitler y Himmler el fracaso de los ser-
vicios de investigación y del contraespionaje alemán, la Wehr-
macht estaba lanzada y nadie podía detenerla. No, por su-
puesto, porque no fuese posible modificar el plan de opera-
ciones o reagrupar fuerzas; razones políticas y militares muy
importantes hacían simplemente imposible parar la campaña
de verano. El mando militar soviético conocía los planes del
enemigo y había preparado minuciosamente la respuesta.
El Cuartel General, después de haber analizado detenida-
mente la situación política y militar, habí.a elaborado unos pla-
nes de operaciones para el verano y el otoño de 1943 teniendo
en cuenta las sugerencias, los consejos militares y la opinión
del Estado Mayor. Siguiendo ese plan, en el curso del verano
y del otoño los ocupantes fascistas .alemanes tenían que ser
rechazados detrás de una línea que iba desde Smolensk al curso
medio e inferior del Soj y del Dnieper. Era preciso aplastar
el famoso muro del este hitleriano y liquidar la cabeza de
puente enemiga de Kuban. En verano de 1943, el asalto prin-
cipal debía dirigirse en dirección al suroeste a fin de liberar
la parte occidental de Ucrania, rica en trigo, así como la cuen-
ca hullera de Donets, uno de los centros industriales más im-

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portantes. El Cuartel General había previsto un segundo ata-
que en dirección al Oeste ,para liberar las tierras orientales
de Bielorrusia y aplastar al cuerpo del ejército centro que ame-
. nazaba continuamente la región industrial del centro del país,
así como Moscú, la capital soviética.
«El Ejército Rojo era capaz de prevenir el ataque enemi-
go. Pero los alemanes prepararon una ofensiva en masa y el
mando soviético pensó que era preferible oponerle una de-
fensa inquebrantable, profundamente preparada y bien esca-
lonada. Tomando muy en cuenta las sugerencias de los coman-
dantes del frente, el Cuartel General decidió desajustar las
fuerzas enemigas asaltantes en un combate defensivo y des-
pués aplastarlas definitivamente en una contraofensiva fulgu-
rante. Los a<;:ontecimientos probaron que dada la situación .el
mando soviético había optado por el plan más adecuado.» 1
«El frente de Steppe, reserva estratégica del Cuartel Ge-
neral, tenía como tarea acudir en socorro de los otros frentes,
a los sectores amenazados, y después participar en la contra-
ofensiva. A lo largo de toda la gran guerra fue la reserva más
fuerte del Cuartel General.»
Las líneas de defensa, las trincheras que cruzaban el frente
en todas las direcciones partían de la primer.a línea y se estira-
ban en profundidad. «Hasta el desencadenamiento de la ofen-
siva alemana, ocho cinturones y zonas defensivas habían sido
preparados en una profundidad de 200 a 300 kilómetros.» 2 En
cada una de las bases de defensa habían sido formados cuar-
teles de artillería con una gran potencia de fuego para recha-
zar el as.alto de los carros. En este sector tan extraordinaria-
mente fortificado era donde se preparaban para atacar al ene-
migo, que había concentrado toda la inmensa fuerza técnica y
humana de la que aún disponía Alemania. Como escribe el
mariscal Joukov en sus Memorias: «Gracias a todas las vías
de información, el Cuartel General (soviético) y los frentes
pudieron determinar la fecha exacta en la que el enemigo iba
a desencadenar su ofensiva».3
l. GGP, Tomo III (203 pág.).
2. Id., págs., 205-206.
3. G. K. Joukov, obra citada, pág. 494.

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No voy a entrar en los detalles de la batalla de Kursk.
Una amplia literatura permite a cualquiera informarse sobre
el tema. No seguiremos el desarrollo de la batalla más que en
sus grandes líneas, y en la medida en que esto es necesario
para la continuidad de nuestro relato.
En esa época teníamos encargado determinar las eventua-
les modificaciones que el enemigo podía introducir en sus pla-
nes, en sus decisiones estratégicas y tácticas e informar al Cen-
tro lo más rápidamente posible. Los informadores berlineses
de Lucy seguían con toda atención cualquier cambio. Tenían
la posibilidad de informarnos exactamente de las acciones que
el OKH y el alto mando alemán preparaban sobre el terreno
de operaciones.

9.VII.1943, al Director. Urgente.


De W erther. Berlín, 4 julio.
Los alemanes han notado que como respuesta al reagru-
pamiento del ejército de Manstein, las tropas soviéticas han
concentrado grandes fuerzas motorizadas en el territorio de
Kursk y al este de Kharkov.
Los alemanes no pueden permitir más amplias concentra-
ciones de tropas soviéticas al oeste y al sudoeste de Kursk,
porque si los rusos lanzan un ataque en ese sector pondrían
en peligro todo el sector central.
Si los rusos preparan un ataque, los alemanes estarán obli-
gados a lanzar una batalla preventiva para adelantarse al Ejér-
cito Rojo, antes de que éste se despliegue y ataque la defensa
alemana en todo el sector central, comprometiendo en la de-
fensa a los tercero y cuarto ejércitos blindados.
Dora

Werther nos había transmitido esta noticia vemt1cuatro


horas antes de desencadenarse el ataque alemán. Era el mis-
mo día en que Hitler firmaba la orden que lanzaba a las
tropas y que aquella misma noche los oficiales leyeron solemne-
mente en todas las unidades. La fecha exacta del ataque, fijada
para el 5 de julio a las 3 horas de la mañana, había sido co-
municada al mando militar soviético por los desertores que

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se habían pasado a las tropas soviéticas después de recibir la
orden de atacar. También, incluso antes de que los cañones
alemanes se pusiesen a disparar, la artillería soviética había
abierto fuego sobre las unidades y los puestos de observación
del enemigo.
La información recibida de W erther el 4 de julio era par-
ticularmente interesante porque probaba que la Abwehr no ha-
bía logrado sondear las intenciones del alto mando soviético.
En Berlín se esperaba una ofensiva por parte de los rusos.
Cuando la artillería soviética había comenzado a disparar, de
forma inesperada, en el sector central del frente, los alema-
nes habían creído que esto marcaba el principio de una gran
ofensiva. Pero el plan del Cuartel General soviético era muy
diferente: usar al principio una lucha defensiva para desgas-
tar las unidades asaltantes del enemigo y después desencadenar
una contraofensiva.
El siguiente telegrama dirigido al Centro, prueba que, vein-
ticuatro horas después del comienzo de la batalla, el mando
militar alemán no veía claramente cuál era la situación en ese
sector del frente.

10.VII.1943) al Director. Urgente.


De W erther. Berlín) 6 de julio.
a) Un ataque preventivo del ejército alemán ha sido con-
siderado) pero ninguna orden ha sido dada hasta el 5 de julio)
cuando el Ejército Rojo ha respondido con una contraofensiva
concentrada en el ataque parcial de los alemanes en el sector
de Tomarowka. Este ataque fue desencadenado el 4 de julio
por una única división y tenía por objetivo un reconocimiento
profundo porque los alemanes temían que los acontecimientos
no se desarrollasen como entre Velikie-Luki y Dorogobuj.
b) El alto mando del ejército de. tierra) después de haber
valorado el alcance del ataque del Ejército Rojo en Kursk) ha
dado la orden al segundo ejército de atacar en el sector de
Kursk.
El 6 de julio, el mando militar alemán consideraba la
batalla como defensiva y dio la orden de utilizar nuevas re-
servas) sobre todo en Kharkov y en Lebedine) a través de Ko-

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notop. Pero no movilizó sus reservas más que prudentemente
y en función de los ataques soviéticos.
Dora
Los generales de Hitler constataron de pronto con espanto
que habían interpretado mal el plan del mando militar sovié-
tico y que el Ejército Rojo no tenía la intención de atacar por
el momento. Ordenaron entonces tomar al asalto las posiciones
soviéticas.

11. V II.194 3, al Director. Urgente.


De W erther. Berlín, 7 de julio.
El alto mando del ejército de tierra ha desencadenado hoy
un ataque decisivo contra el grupo del Ejército Rojo en Kursk,
con la intención de cercarlo. Ha comprometido todo el 4.º
ejército blindado y una parte del 3. er ejército blindado que
está concentrado actualmente en su totalidad en dirección
de Briansk. El objetivo principal del alto mando del ejército de
tierra es asegurar la superioridad de sus tropas en la dirección
de Kursk.
La batalla evolucionará según el mando del Ejército Rojo
desencadene o no una batalla en el sector de Kaluga y de
Smolonsk, en otros términos, según que la mitad de todas las
divisiones blindadas alemanas puedan o no concentrarse entre
Oren y Voltchansk.
A fin de asegurar el éxito, el alto mando comprometerá
en la batalla el grueso de las reservas del grupo de ejércitos
Manstein continuamente dirigidos en el frente desde Kharkov.
El alto mando no piensa que el ala derecha y el sector central
del grupo de ejércitos de Manstein estén amenazados.
El alto mando militar alemán estima que la situación en
la línea Orel-Briansk es menos crítica por el momento, porque:
a) Es poco probable que el mando militar soviético de-
sencadene una ofensiva antes que los anglosajones activen sus
operaciones militares en Europa.
b) En el frente germano-soviético Alemania no tiene nada
que esperar de una defensa pasiva, debe pues entrar en acción.
Dora

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 427


Conviene observar particularmente en esta información que
los alemanes esperaban ver .al Ejército Rojo aplazar cualquier
ataque de envergadura, en tanto los aliados no empezasen ope-
raciones importantes en Europa. Pero los estrategas de Hitler
se equivocaban una vez más. Los at.aques de las tropas sovié-
ticas iban a comenzar mucho antes.
Durante dos días los alemanes cargaron sin cesar contra
la línea soviética de defensa sin gr.andes resultados: el 5 y 6 de
julio el enemigo apenas avanzó 10 kilómetros en el frente
norte del saliente de Kursk ... 1 Pero este logro iba a costarle
muy caro.
Las tropas de Manstein, que atacaban en el sector sur
del saliente de Kursk, chocaron también contra las líneas de
defensa soviéticas, pero no tuvieron fuerza para romperlas.
Varias de las mejores unidades alemanas quedaron lastimadas
en el asalto. El historiador alemán Gorlitz describe en estos
términos las graves pérdidas del grupo de ejércitos sur: «En-
tre el 10 y 15 de julio, las unidades de asalto del mariscal de
campo Manstein lograron alcanzar la línea de partición situada
entre el Don, Pysol, Seim y Vorskla. Pero allí sus fuerzas se
agotaron ... La ofensiva se detuvo. El general Koniev hablará
más tarde del «canto del cisne» de las fuerzas blindadas ale-
manas. Las últimas unidades capaces de combatir fueron redu-
cidas a cenizas; el ejército blindado había sido destruido com-
pletamente».2
En estos días en que la batalla se encrespaba, uno de los
informadores berlineses de Lucy nos comunicó las pérdidas del
ejército alemán.

14.VIII.1943, al Director. Urgente.


De Teddy. Berlín, 11 julio.
Las informaciones proceden del estado mayor de operacio-
nes del OKW.
1) El OKW ha ordenado que el servicio de reconocimien-
to aéreo vigilase noche y día los movimientos de las tropas
soviéticas en las regiones de Moscú, Tula y Kursk-Voronej.
l. GGP, Tomo III, pág. 215.
2. W. Gorlitz, obra citada, pág. 207.

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Hasta este momento, las esperanzas del alto mando alemán
de ver fuertes unidades soviéticas trasladadas desde el sector
Moscú-Tula al sector de Kursk no se han realizado. Si los ale-
manes no logran forzar tal decisión, entonces las reservas desti-
nadas al frente del Oeste y a los Balcanes permanecerán en el
frente germano-soviético.
2) El 2. y 4.º ejércitos blindados han sufrido graves e
0

inesperadas pérdidas. La mitad de las divisiones blindadas y


motorizadas usadas en la ofensiva desde el 7 de julio ya nece-
sitan ser reforzadas en hombres y en material.

Dora

La primera parte del telegrama permite constatar que el


OKW esperaba firmemente que la lucha desesperada que se
desarrollaba en el sector Orel-Kursk-Bielgorod llevaría al man-
do militar soviético a extraer divisiones de otros sectores del
frente para reforzar la defensa. En ese caso una parte de las
reservas alemanas podría haber sido retirada para asegurar la
defensa de las fronteras alemanas ya amenazadas.
Los alemanes se habían equivocado una vez más. El alto
mando soviético no tenía necesidad de extraer unidades de
otros sectores del frente para asegurar su defensa en el sa-
liente de Kursk. Disponía de fuerzas suficientes tanto para
la defensa como para la ofensiva que iba a seguir. Este error
del OKW prueba de nuevo que los alemanes no estaban sufi-
cientemente informados de la importancia de las reservas que
el Cuartel General soviético había concentrado en ese impor-
tante sector. Los alemanes no se dieron cuenta de ello hasta
unos días más tarde, cuando una serie de contraofensivas cayó
sobre ellos.
El enemigo, que había empleado casi todas sus reservas
en el ataque del saliente de Kursk, sucumbía ante los asal-
tos ininterrumpidos del ejército soviético e, incapaz. de resis-
tir, comienza a replegarse. El 23 de julio, volvió a ocupar la
línea Orel-Kursk-Bielgorod las posiciones ocupadas antes de
su ataque del 5 de julio.
Así fue como se hundió la Operación Ciudadela tan minu-

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 429


ciosamente preparada por el Cuartel General de Hitler y en la
cual el enemigo cifraba tantas esperanzas.
El Ejército Rojo desencadenó entonces su contraofensiva
cuya amplitud superó todo lo que se podía imaginar.
El gigantesco ataque soviético inquietaba fuertemente a
Hitler y sus expertos militares. No habían previsto que los
acontecimientos iban a tomar mal cariz. Depuraron a varios
generales, fusionaron ejércitos, reagruparon tropas, intentaron
cubrir las brechas abiertas aquí y allí. Pero no hicieron más.
Las fuerzas del enemigo se agotaban, habían utilizado todas
sus reservas. La presión del Ejército Rojo se hacía cada vez
más fuerte, porque su mando supremo empleaba en el combate
fuerzas nuevas, una tras otra, en rápida sucesión.
«La última gran ofensiva alemana en Rusia -escribe Paul
Carell- terminó. Había fracasado. Al igual que en 1815 Wa-
ter.loo había decidido la suerte de Napoleón, puesto fin a su
reinado y cambiado la faz de Europa, también la batalla de
Kursk decidió el resultado de la guerra y condujo dos años
más tarde, a la caída de Hitler y, con la derrota de Alema-
nia, a un cambio total en el mundo entero. Vista desde este
aspecto la Operación Ciudadela fue la operación decisiva de
la Segunda Guerra Mundial. No en Stalingrado sino en Kursk
se jugó el resultado de la guerra en el Este. Desde todos los
puntos de vista.» 1
Ésa fue, por supuesto, la opinión de Carell, y prueba bien
que, hasta la batalla de Kursk, el mando militar alemán no
había renunciado a la esperanza de una victoria definitiva.
Y, por fin, una última mención relacionada con Kursk,
ésta hecha por Accoce y Quet. «Kursk, una ciudad situada
en la confluencia del Tuskor y del Kura, gran río georgia-
no.» 2 Estos dos «historiadores» de la Segunda Guerra Mundial
ni siquiera se han molestado en mirar en un mapa dónde
se encuentra Kursk y han desplazado' esta ciudad, en que se
desarrolló la batalla decisiva de la gran llanura soviética, a
las orillas de un río de montaña de la Transcaucasia. u>ebo
señalar, además, que, en la edición alemana del libro de estos
1. P. Carell, Operación Tierra Quemada.
2. P. Accoce-P. Quet, La guerra se ganó en Suiza, pág. 275.

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dos «historiadores», aparecida también en 1966, buscamos en
vano este error en la página 232. Es de creer que el traductor
alemán sabía mejor que los autores donde se encontraba
Kursk.
En los últimos días de julio, los ejércitos blindados y la
infantería soviética llegaron a la línea férrea y a la carretera
Orel-Briansk que aseguraba el abastecimiento de todo el grupo
de ejércitos enemigos de ese sector. Las tropas soviéticas del
frente central avanzaban obstinadamente hacia el Sur. Los ejér-
citos alemanes, semicercados en el sector de Kursk, se encon-
traban en mala situación.
El mando militar alemán juzgaba la situación como sigue:

7.VIII.1943, al Director. Urgente.


De W erther. Berlín, 30 julio.
1) Las posiciones de defensa alemanas situadas en Orel,
entre el Ore! y el Don, han caído porque los alemanes no te-
nían suficientes cañones y municiones para romper la destructi-
va barrera de fuego de la artillería rusa.
A fin de impedir el cerco del cuerpo del ejército encar-
gado de la defensa de Orel, Kluga ordenó una retirada pro-
gresiva de los carros y la artillería de campaña motorizada, a
fin de asegurar la comunicación entre Orel y Briansk.
Entre Karatchev y Ore! se encuentra todavía un cuerpo de
ejércitos amenazado por el Norte, principalmente cerca de Kho-
tinetz. La infantería, para evitar la catástrofe, se repliega pro-
gresivamente a lo largo de la vía férrea, bajo la protección
de blindados formados en ángulo. Las reservas alemanas de
bombardeos aéreas han sido concentradas para luchar contra
los ataques de las divisiones soviéticas que hostigan a las tro-
pas alemanas en retirada.
2) Desde el 24 de julio, la ofensiva rusa ha decrecido.
Según el mando militar alemán, el estado mayor soviético no
intenta dar una solución rápida a la situación de Orel, a fin
de desgastar al máximo las reservas alemanas. Los alemanes
no esperaban tal táctica por parte de los soviéticos.

Dora

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El mariscal de campo Kluge, comandante del grupo de ejér-
citos Centro, valoraba la situación de sus tropas al sur de
Orel del modo siguiente (según los documentos de los archi-
vos soviéticos): «El estado mayor del grupo de ejércitos ve
claramente que su plan militar -dar al enemigo los golpes
más fuertes que sea posible, a la vez que retrocede- no pue-
de ser puesto en práctica a causa de la capacidad reducida de
combate y la fatiga de nuestras tropas. Ahora se trata de aban-
donar lo más rápidamente posible el arco de Orel». 1
Los alemanes en retirada no pudieron contener al Ejército
Rojo en las líneas de defensa previamente preparadas. Las
tropas soviéticas ocuparon Orel, luego Bielgorod y otras ciu-
dades. El 23 de agosto, después de un encarnizado combate
nocturno el enemigo fue expulsado de Kharkov, inmenso nudo
defensivo que los alemanes llamaban la «puerta Este de Ucra-
nia» o la <<llave de Ucrania».
Así terminaba la contraofensiva desencadenada por el Ejér-
cito Rojo a raíz de la primera etapa de las operaciones de la
batalla del «saliente de Kursk».
La importancia estratégica de la victoria soviética en la
línea Orel-Kursk-Bielgorod es bien conocida. Cito la valora-
ción concisa y neta del mariscal Joukov: «El hundimiento de
los principales grupos del ejército alemán en Kursk ha pre-
parado el terreno a operaciones ofensivas de gran envergadura
de las tropas soviéticas, cuyo fin era expulsar completamente
a los alemanes de nuestro territorio, después de Polonia, Che-
coslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Rumania, Bulgaria y por fin
aplastar definitivamente a la Alemania fascista». 2 Tal vez sea
interesante citar algunas cifras para demostrar la catástrofe
sufrida una vez más por la W ehrmacht.
«De las setenta divisiones alemanas empleadas en el com-
bate, 30 fueron destrozadas. El ejército hitleriano, según docu-
mentos alemanes, perdió en esta incesante batalla de 50 días
más de medio millón de soldados y oficiales, muertos, grave-
mente heridos, o desaparecidos... Las tropas soviéticas han
infringido una derrota muy grave a las grandes unidades blin-
1. GGP, Tomo III, pág. 235.
2. G. V. Joukov, obra citada, pág. 506.

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dadas del ejército fascista. De las 20 divisiones blindadas mo-
torizadas empleadas en la batalla de Kursk, 7 han sido des-
truidas y las otras han sufrido graves pérdidas.» 1
Es interesante referirse también a las declaraciones de los
jefes de las tropas hitlerianas y después a los historiadores
alemanes.
El general de un cuerpo de ejército Guderian, superinten-
dente de las fuerzas blindadas alemanas en 194 3: «Las tropas
blindadas, que no habíamos podido completar más que a costa
de grandes esfuerzos, fueron puestas fuera de combate para
mucho tiempo a causa de las enormes pérdidas en hombres y
en material. Los rusos, por supuesto, han explotado en su fa-
vor esta situación ... El enemigo se apoderó definitivamente de
la ofensiva». 2
«En el saliente de Kursk, a causa de la gran batalla de
verano -escribe Gorlitz, historiador militar alemán occiden-
tal-, el ejército del Este comenzó a agonizar. Mientras que
el enemigo aumentaba sin cesar su fuerza de asalto, las fuer-
zas de las tropas blindadas alemanas y de su infantería se
agotaban cada vez más.» 3
El propio mariscal de campo Manstein, excomandante del
grupo de ejércitos del Sur, que se esfuerza sin embargo en
minimizar la amplitud de la catástrofe de Kursk, reconoce
en su libro publicado después de la guerra el fracaso de la
estrategia hitleriana. «La Operación Ciudadela -escribe- era
nuestra última tentativa de conservar la iniciativa en el Este.
Cuando terminó, lo que equivalía a un fracaso, el adversario
soviético se adueñó definitivamente de las iniciativas. Desde
este punto de vista la Operación Ciudadela tiene una impor-
tancia decisiva porque marca el giro de la guerra en el frente
del Este.» 4
Veamos ahora como W}nston Churchill, .antiguo jefe de la
política británica, juzga en sus Memorias esta nueva victoria
soviética: «Las tres grandes batallas libradas en el espacio de
l. GGP, Tomo III, págs. 243-244.
2. Heinz Guderían, A la cabeza de los panzers (Memorias de un
soldado). Plon, 1961.
3. E. Manstein, Victorias perdidas.
4. E. Manstein, obra citada, pág. 473.

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28 • DORA INFORMA
dos meses en Kursk, Orel y Kharkov significaron que, para
el ejército alemán, el frente del Este se había hundido». 1
Podría citar todavía otros elogios hechos al Ejército Rojo
por los antiguos aliados de la Unión Soviética y muchas decla-
raciones breves y desengañadas, hechas por los vencidos. Es
una lástima que, más tarde, unos y otros hayan perdido la
memoria. Los soldados y los políticos, más que nadie, no ten-
drían que olvidar las lecciones de la Segunda Guerra Mundial.
El mariscal G. K. Joukov escribe sobre este tema en un
artículo titulado «Las gloriosas victorias de la Unión Sovié-
tica y la impotencia de los falsificadores de la historia» (Kom-
munist, Moscú, 1970, n. 0 1, págs. 80-94 ): «Algunos historiado-
res alemanes occidentales, a fin de enmascarar la significación
de la victoria lograda por el ejército soviético, retornan a la
antigua acusación hitleriana de la "traición detrás del frente"
como causante de la derrota de la Wehrmacht ... "Moscú ha
ganado gracias a sus espías" y bajo este ángulo presentan la
historia de la batalla de Kursk.
»¿Qué podemos decir sobre este tema? En la primavera
de 194 3 el excelente trabajo realizado por los servicios soviéti-
vos de investigación nos permitió obtener un gran número de
elementos importantes relativos a la concentración de tropas
alemanas antes de la ofensiva de verano. Después de analizar
estas informaciones y haberlas discutido con los comandan-
tes del frente Voronej y del frente central, así como con el jefe
del estado mayor A. M. Vassilevski, llegamos a deducir las pro-
bables intenciones del enemigo, conclusiones que a continua-
ción se han revelado exactas. Teniendo en cuenta estas con-
clusiones preparamos nuestro plan para la batalla de Kursk y
también este plan se demostró enteramente juicioso. Las tro-
pas soviéticas han desgastado primeramente al enemigo en un
combate defensivo, luego han pasado a la ofensiva y han aplas-
tado los grupos de ejército enemigos.
»Sin embargo, no podemos considerar el excelente trabajo
de los servicios de investigación como el factor decisivo de
la victoria lograda en el saliente de Kursk. Cualquiera que
l. Winston S. Churchill, Memorias de la Segunda Guerra Mun-
dial. Plon, 1946 a 1954.

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conozca un poco la estrategia, comprenderá que el éxito de
una guerra depende de muchas cosas. Es preciso una aprecia-
ción exacta de la situación en conjunto, una elección juiciosa
de la dirección de los ataques principales, un orden de ataque
par.a las tropas cuidadosamente calculado, una coordinación
precisa de todas las armas y combatientes calificados y cons-
cientes y un equipo material y técnico suficiente: un mando
rígido y suave a la vez, maniobras oportunas. Todo esto y
muchas otras cosas permiten .arrancar la victoria. El conjunto
constituye el de la estrategia moderna. Únicamente asimilan-
do el mando y los combatientes este arte a todos los niveles
fue posible lograr en Kursk una victoria tan aplastante. Así
nuestro éxito fue .asegurado por la competencia de los man-
dos en todos sus grados, por una preparación minuciosa para
el combate, por la realización precisa de nuestro plan y por el
heroísmo de las masas que combatían en las filas del Ejér-
cito Rojo. El buen funcionamiento de los servicios de investi-
gación constituía también uno de los factores del conjunto que
ha asegurado el éxito de esta gigantesca batalla.»
Evidentemente no podemos más que suscribir ese juicio.
Todo historiador militar que se precie sabe que la suerte de
las guerras se juega en definitiva en los campos de batalla. El
servicio de investigación ha jugado realmente un papel muy
importante en la organización militar, facilita considerable-
mente la tarea de los comandantes en la realización de las
operaciones y de la estrategia, pero no podría nunca decidir
el resultado de una guerra.
Para resumir la batalla de Kursk, me gustaría señalar fi-
nalmente al lector que, durante el combate, la fuerza de asalto
del ejército soviético no ha dejado de crecer.
«Al lado de los 19 ejércitos compuestos de todas las ar-
mas también han participado en la contraofensiva del Ejército
Rojo en Kursk los 5 ejércitos blindados de las fuerzas sovié-
ticas. En 1941, en Moscú, el ejército soviético no había ata-
cado más que en dos frentes, en invierno de 1942-1943 y en
Stalingrado, en tres frentes. ]?ero en Kursk las fuerzas de
cinco frentes han participado en la contraofensiva.» 1
l. GGP, Tomo III, pág. 249.

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El inmenso potencial militar de la Unión Soviética había
permitido al alto mando soviético· formar grandes reservas es-
tratégicas. Estas reservas no sólo han asegurado el éxito de la
batalla de Kursk, sino que también fueron suficientes para
desencadenar las ofensivas de verano y de otoño del Ejército
Rojo en un frente de 2.000 kilómetros.
Este ataque estratégico general fue la consecuencia de la
contraofensiva victoriosa desarrollada en dirección a Orel y
Bielgorod-Kharkov; se desplegó sin ninguna interrupción, sin
dejar al enemigo el menor respiro desde Velikie Luki hasta
el Mar Negro.
Después de la catástrofe de Stalingrado y el avance victo-
rioso de las tropas soviéticas, en invierno de 1943 habían
roto el frente en varios lugares. La situación empezó a inquie-
tar profundamente .a los alemanes que se pusieron a construir
febrilmente una línea de defensa estratégica. Ese «Muro del
Este» se. extendía de norte a sur, desde el Báltico al mar Ne-
gro. El enemigo esperaba que así lograría detener al Ejérci-
to Rojo.
Obteniendo informaciones sobre esta línea de defensa en
construcción, pudimos .aportar una ayuda substancial al estado
mayor en la elaboración del plan de operaciones, facilitar a
las tropas el paso de las líneas de defensa enemigas y salvar
la vida de decenas de miles de soldados soviéticos.
Conociendo las posibilidades de los dos informadores ber:
lineses de Lucy, el Centro había encargado a nuestra red, des-
de primavera, el recoger datos sobre el «Muro del Este». Ha-
bíamos confiado esta misión a las fuentes berlinesas. Pero les
fue muy difícil obtener estas informaciones porque los docu-
mentos relativos al «Muro del Este» estaban cerrados en co-
fres especiales de muy difícil acceso.
Teddy aceptó buscar esas informaciones. A mediados de
abril nos informó de que, por el momento no podía sacar
los documentos para hacer copias, pero en cambio prometió
informaciones detalladas sobre los planos de la línea de de-
fensa estratégica que se estaba construyendo en el frente del
Este. El peligro parecía ser demasiado grande y, como medida
de precaución, Teddy trabajaba lentamente.

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Dos semanas más tarde, a través de Lucy, transmitió ele-
mentos interesantes sobre las fortificaciones construidas en la
parte septentrional del «Muro del Este».

30.IV.1943, al Director. Urgente.


De Teddy.
Muy importante. Plan del «Muro del Este».
a) Dos líneas están en construcción en la parte septen-
trional del «Muro del Este»:
1. Línea anti-carros.
2. Línea de resistencia.
b) La línea anti-carros se extiende hasta por delante de
la línea de defensa que está prevista para contener unidades
tan grandes como una división de in/antería.
La línea de resistencia es la línea frontal del sector de
defensa. Las fortificaciones en general no se escalonan más
que en una profundidad de 10 km ...
(Los puntos c) y d) sitúan con precisión las líneas anti-
carros y la línea de resistencia.)
.. .En la zona avanzada del «Muro del Este», como en la
línea de resistencia, se construyen por todas partes abrigos
de cemento y madera así como trampas para carros.
e) La tarea asignada al grupo Norte de construcción prue-
ba que los alemanes quieren desarrollar combates estratégicos
decisivos, entre la línea anticarros y la línea de resistencia,
con la esperanza de que el grueso de los carros y de los ca-
ñones de asalto soviéticos no llegará hasta la línea de resis-
tencia.
Dora

Después enviamos al Centro el telegrama siguiente:

6.V.1943, al Director. Urgente.


De Teddy. Berlín, l.º mayo.
l. Una gran cantidad de cañones de vía férrea completa-
mente montados ha sido enviada recientemente a Rusia... Son
cañones de largo alcance, piezas de 203 y 280 mm., así como
piezas artilleras de posición francesas de 152 y 203 mm., y

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cañones de marina. Todas los cañones de vía férrea están des-
tinados al reforzamiento de las líneas traseras, con el fin de
completar la construcción del sistema de fortificación del «Muro
del Este».
Así, cañones de este tipo han sido enviados al sur de la
línea, hacia las fortificaciones de la orilla del Dnieper donde
batallones de ferroviarios construyen vías bastante largas que
se bifurcan de la vía principal al oeste de Kharkov y al Sur
de Kiev en dirección de la orilla izquierda del Dnieper. Nue-
vos cañones de vía férrea son enviados al sector de Drinsk y
en línea.
2. Los alemanes continúan montando trenes blindados des-
tinados esencialmente al sistema de fortificación del «Muro
del Este».
Dora

El estado mayor del Ejército Rojo puso en marcha a lo


largo de todo el frente el servicio de investigación del ejército
y de las divisiones, y en la retaguardia enemiga el de los par-
tisanos. Se completaban las informaciones sobre el terreno:
donde se construían las fortificaciones, los obstáculos anti-
carros, se trazaban esquemas de las líneas de defensa, se hacían
saltar determinadas construcciones y descarrilar trenes que
transportaban las armas y materiales destinados al «Muro del
Este». En cuanto a la aviación soviética, bombardeaba las
líneas de defensa que habían sido localizadas.
Informé de uno de los éxitos de los partisanos en el tele-
grama siguiente:

16.V.1943, al Director.
De Olga.
A finales de abril los partisanos rusos han volado un tren
entre Vilna y Minsk. Varios centenares de soldados pertene-
cientes a las unidades de choque del 241.º regimiento de arti-
llería de Prusia Oriental han muerto. Este regimiento formaba
parte de la 161.ª división de granaderos.
Dora

438
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Así, el .alto mando soviético tenía, antes incluso de la ba-
talla de Kursk y luego en el curso de la ofensiva posterior,
una idea del sistema de defensa del enemigo. Esto permitió
preparar cuidadosamente a las tropas y hundió la defensa ene-
miga en varios puntos, en la dirección de los ataques prin-
cipales.
Se sabe que los alemanes habían puesto varias esperanzas
en el «Muro del Este». No lograron frenar al Ejército Rojo
ni en las líneas defensivas preparadas con antelación, ni tam-
poco agrupar reservas suficientes para una contraofensiva. Los
potentes choques del ejército soviético hicieron estallar el dis-
positivo de defensa y obligaron a los alemanes a replegarse
más hacia el oeste.
Las noticias que nos llegaban por nuestros informadores
berlineses nos daban una imagen de la catastrófica retirada,
casi diríamos del «sálvese quien pueda» de las tropas hitleria-
nas en los distintos sectores del frente y nos hacían sentir la
confusión y el pánico que se había adueñado de las altas es-
feras militares alemanas. La resistencia no podía volver a ser
organizada. A título de información cito uno de nuestros tele-
gramas de esa época:

l.IX.1943 1 al Director. Urgente.


De Werther. Berlín 1 28 agosto.
La orden de retirada dada a los organizadores de la reta-
guardia del sector sur probablemente podrá ser ejecutada. Una
retirada ordenada es prácticamente imposible porque la pre-
sión del Ejército Rojo aumenta, las pérdidas son muy fuertes
en toda la curva del Donets y las fuerzas aéreas soviéticas in-
tensificaron su acción sobre la retaguardia alemana. El desastre
podría ser evitado momentáneamente sacrificando la línea de
defensa Kramatorsk-Gorlovka y las tropas el de V orochilovsk.
A partir de hoy el ala sur del frente del Donets está ven-
cida. En Stalino y Makeivka no ha sido preparada ninguna
línea de defensa por el sur. La línea de defensa en estas uni-
dades al sudeste estaba constituida por la línea del Miuss
pero, el 23 de agosto, las tropas enemigas han atravesado el
río. Los contraataques concentrados desencadenados en Zenkov

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y en Valki han fracasado ante la superioridad de las tropas
soviéticas. Los preparativos para la evacuación de Briansk han
comenzado. Tropas de cobertura y bases equipadas han sido
designadas para la retirada en la curva oriental del Desna, en
la línea Joukovka-Troubtchevsk.
Dora

Los alemanes no pudieron resistir el ataque. Las tropas


soviéticas pasaron el Dnieper, el Soj, el Desna, el Pripiat, el
Berezina, crearon una cabeza de puente en la península de
Kertch para el asalto de Crimea y liberaron un gran número
de ciudades y pueblos.
El Ejército Rojo continuaba hostigando al enemigo en re-
tirada, lanzab.a ataques por el frente y las alas contra los gru-
pos sur y centro de las tropas alemanas.

LOS VASALLOS SE INQUIETAN

Las sucesivas derrotas del ejército alemán en el frente del


Este habían quebrantado moralmente incluso a los aliados más
agresivos de la Alemania hitleriana. Los dirigentes que en otro
tiempo habían admirado la fuerza del Reich y las excelencias
de un ejército tan maravillosamente disciplinado, no creían ya
en la victoria de Alemania. La situación polític.a interior de
ese país se hacía cada vez más crítica. El pueblo estaba cansa-
do de las privaciones y de los rigores de la guerra. En el Me-
diterráneo, Hitler y su aliado italiano perdían también batalla
ttas batalla.
Nos esforzábamos en informar regularmente al Centro de
la situación en Europa. Nuestra tarea esencial, es cierto, con-
sistía en recoger informaciones estratégicas sobre el frente ger-
mano-soviético, pero también teníamos que obtenerlas sobre
las intenciones y operaciones de los países del bloque fascista
en el Oeste, a fin de completar la visión de los aconteci-
mientos.

440
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El 13 de mayo, las divisiones alemanas e italianas que que-
daban del Afrikakorps, ese ejército en el que Hitler y Musso-
lini habían puesto sus últimas esperanzas, capitulaban en Afri-
ca del Norte: el frente de Africa había dejado de existir.
Basándome en el comunicado de W erther, transmití el
15 de mayo un telegrama relativo a la pérdida de Túnez, últi-
ma cabeza de puente en Africa:

Entre el 5 y el 11 de mayo, sólo 3.000 soldados han lo-


grado huir de África y llegar a Italia. Los últimos informes
sobre África hablan de la superioridad de los nuevos carros
Churchill de 50 toneladas y de la artillería blindada británica
equipada en general de cañones de asalto americanos de
105 mm.

Italia estaba amenazada de invasión. Esto provocaba la


preocupación de los medios italianos influyentes, pero también
de las capas inferiores.
Grau se enteró en el Vaticano de que el Papa había acon-
sejado al rey de Italia dirigirse directamente al rey de In-
glaterra y a Roosevelt pidiéndoles firmar un armisticio antes
de que las tropas anglosajonas desembarcasen en Italia.
La inquietud se apoderaba también de los otros .aliados de
Hitler:

21.VI.1943, al Director.
Por Long, de un diplomático húngaro agregado al con-
sulado de Berna y recientemente llegado de Budapest.
l. Bakach (más exactamente Georges Bakach-Bessenyey),
embajador de Hungría en Vichy, ha viajado a Budapest pqra
convencer a Kállay de la necesidad de firmar la paz con Rusia.
Bakach espera convertirse en ministro de Asuntos Exteriores
de Hungría.
2. El 90 % de la población húngara es hostil a los ale-
manes; La mayoría de los políticos húngaros exige abierta-
mente que Kállay rompa con Alemania, pero éste estima que
aún no ha llegado el momento de hacerlo.
3. En el reciente encuentro Horthy-Hitler, este último ha

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exigido que se constituya en Budapest una sección especial del
estado mayor alemán que será protegida por tropas alemanas;
por otra parte exige que la industria de guerra húngara parti-
cipe en mayor medida en la producción de material de guerra
para Alemania. Horthy se niega a aceptar esas exigencias.

Dora

Las informaciones de que disponemos hoy, nos permiten


considerar el segundo punto como exagerado e ilusorio.
Paralelamente a todo esto, en los países conquistados y
ocupados por Alemania, especialmente en Francia, el descon-
tento y la resistencia popular al régimen de Hitler crecía sin
cesar. Diemen informó desde Vichy que, en su opinión, sólo
un 5 % de los franceses eran partidarios del régimen de Vichy
y de la colaboración. El pueblo simpatizaba cada vez más con
la Unión Soviética.
Por otra parte, nos informó de que en los pueblos de Sa-
boya, Cantal y el Drome, actuaban importantes grupos de par-
tisanos franceses, en contacto por radio con Londres.
La lucha del maquis francés estaba dirigida de hecho por
el CNR Consejo Nacional de la Resistencia) .al que se ha-
bían unido varios partidos, entre otros el Partido Comunista
francés. Este último exigía que el consejo preparase una in-
surrección popular. El CNR coordinaba su actividad con la del
Comité Francés de Liberación Nacional del general De Gaulle,
establecido en Londres. Se concluyó un acuerdo con el fin de
unir los esfuerzos de las dos organizaciones patrióticas en vis-
tas a liberar el país. El enlace con Londres estaba asegurado
por los agentes gaullistas del Departamento Central de Inves-
tigación y Acción.
No nos era difícil entrar .en contacto con los partisanos
de la Haute-Savoie: bastaba con atravesar la frontera por Gi-
nebra. También estábamos en relación con otras organizacio-
nes de la lucha armada contra el fascismo. De vez en cuando
recibíamos la visita de delegados de los partisanos italianos e
incluso yugoslavos, que lograban franquear todos los obstácu-
los con una sorprendente habilidad. Había encargado a uno

442
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de los miembros de nuestra red mantenerse en contacto con esos
hombres. Los partisanos nos daban informaciones interesantes
sobre la situación de sus organizaciones.
Los relatos de los partisanos y otras fuentes probaban cla-
ramente que la Italia fascista, el aliado más seguro de Hitler,
atravesaba una grave crisis político-militar. En la primavera
de 1943 el descontento popular, los masivos movimientos huel-
guísticos en las fábricas, las manifestaciones exigiendo terminar
la guerra, se extendían por todo el país. En el seno del propio
partido fascista se hacían sentir divergencias: muchos miem-
bros del Partido exigían abiertamente que Italia se retirase de
la guerra. Las «purgas» ordenadas por Mussolini no soluciona-
ban nada. Las altas esferas de la monarquía, los generales y
los diversos partidos comenzaban a oponerse cada vez con más
fuerza a la política del Duce.
Las informaciones recibidas en verano de 1943 dejaban en-
trever que los días del fascismo estaban contados.
Long me informó de que, según los medios diplomáticos
italianos, Italia se retiraría de la guerra en un plazo de tres
meses. Me enteré también por Long, gracias a sus relaciones
con los antifascistas, de los hechos siguientes:
La oposición italiana estaba dividida. Los católicos, apoya-
dos por el Vaticano, habían decidido aproximarse a los Estados
Unidos. Los agentes de enlace con el gobierno de los Esta-
dos Unidos eran el cardenal Spellman y Myron Taylor, emba-
jador en el Vaticano. Los liberales, los socialistas y los comunis-
tas querían, por el contrario, tomar contacto con Inglaterra.
Todos los grupos de oposición eran unánimes en exigir que
el rey pusiese fin a la guerra y que destituyese a Mussolini.
Si no lo hacía así, le .amenazaban con cometer actos de violencia.
Por otra fuente de información con la que Long mante-
nía contactos regularmente, nos enteramos de las intrigas que
tejían entre bastidores los dirigentes de la Iglesia.

22.VI.1943, al Director.
Por Long.
Según carta dirigida por el secretario de Estado del Vati-
cano, Maglione, a los iesuitas de Suiza, Italia intentará desde

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 443


ahora crear un clima que le permita beneficiarse, durante las
conversaciones d~ paz, de condiciones más ventajosas que Ale-
mania. Italia está apoyada en este esfuerzo por el Vaticano y
el embajador inglés en el Vaticano. El propio Mussolini pare-
ce considerar que la guerra está perdida y aceptaría crear un
nuevo régimen en colaboración con el rey. Mussolini y el Va-
ticano intentan acercarse a Polonia, a la que quisieran usar
como mediadora. A finales de mayo 1 Mussolini ha recibido al
embajador polaco en el Vaticano.
Dora

Mussolini pensaba realmente que la guerra estaba perdida,


así lo demuestra la correspondencia mantenida entre el Duce
y el Führer, publicada más tarde. En su carta del 25 de marzo,
por ejemplo, el dictador italiano, asegura a Hitler que Italia
«continuaría la guerra hasta la victoria final», pero por otra
parte escribe: «Estoy persuadido de que es imposible derrotar
a Rusia, incluso si Japón entra en la guerra, lo que es poco
probable» .1
Los propios .alemanes se daban cuerita de que Italia ya no
era capaz de mantener una lucha seria y que no podían contar
más con este aliado. Esta nueva situación obligó al mando ale-
mán a modificar rápidamente sus planes. Lo supe en el mes
de junio.

7.VI.1943 1 al Director.
De Werther.
a) El OKW reduce sensiblemente sus efectivos en Italia
y ha renunciado en principio a su proyecto inicial según el
cual Italia debía servirle de respaldo en caso de ataque de los
anglo-sajones en Europa.
Después de haber abandonado el Mediterráneo occidental,
el mando alemán concreta actualmente su defensa en los Bal-
canes porq'ue piensa que los Aliados desembarcarán próxima-
mente en Italia y que la unidad de acción de los soviéticos y
de los anglo-sajones exigirá una ofensiva contra las posiciones
l. Correspondencia secreta cambiada entre Hitler y Mussolini. Pa-
rís 1946, págs. 184-185.

444 bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com


alemanas en los Balcanes, ataque que será precedido de la
ocupación del sur de Italia por los Aliados.
b) El mando militar alemán se propone unificar la 2.ª flo-
ta aérea y las formaciones aéreas aún débiles que se encuentran
en los Balcanes.
c) Desde el 25 de mayo, Kesselring está retirando las
fuerzas aéreas alemanas del oeste de Sicilia y·. del sur de Cer-
deña.
Dora

28.VI.1943, al Director.
De Werther.
a) A raíz de los fuertes ataques aéreos de los anglo-sajo-
nes, iniciados el 14 de junio, el sistema de defensa italiano
en el oeste de Sicilia ha sido puesto fuera de combate desde
el 15 de junio. El estado de las carreteras y de las vías férreas}
completamente destruidas} ha hecho imposible la acción de las
formaciones motorizadas estacionadas cerca de Calatafimi y de
Salemi. Los alemanes piensan que el objetivo del ataque aéreo
es debilitar la costa oeste de Sicilia en vistas al próximo asalto.
b) La acción aérea de los Aliados apunta ostensiblemente
al aislamiento completo de Sicilia} Cerdeña y Calabria. Los
aeropuertos de Apulia están ocupados por las escuadras de
combate alemanas. A petición de Alemania} Italia construye
fortificaciones a lo largo del canal de Otranto. Estas disposi-
ciones han sido dictadas porque los alemanes temen un ataque
aliado en el nordeste de Grecia} en Corfú y en Albania. Los
alemanes obligan a los italianos a tomar tales disposiciones.
El OKW da por perdida Sicilia. No le interesa} como toda
Italia} más que en la medida en que representa la antesala
estratégica de los Balcanes.
Dora'

Esta vez los generales de Hitler no se habían equivocado en


sus pronósticos. Los acontecimientos en el Mediterráneo iban
a desarrollarse casi como lo habían previsto. La flota italiana,
literalmente encerrada en sus propios puertos por fuerzas muy
superiores, no opuso ninguna resistencia. Esto facilitó el de-

bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com 445


sembarco de tropas anglo-americanas en Sicilia. En la isla, que
debía servir de cabeza de puente para la invasión de Italia, los
combates empezaron el 1O de julio y no terminaron hasta el
17 de agosto. El ejército aliado, compuesto por 13 divisiones
anglo-americanas, tardó más de un mes en arrojar de la isla
a las tropas alemanas e italianas, pese a la evidente superiori-
dad de los aliados. Como escribe muy acertadamente Kimche:
«Los aliados con una lentitud mortal. .. Los alemanes estaban
dispuestos a retroceder porque se sentían muy débiles. Pero
los aliados no se pusieron en camino ... » .1
Sin embargo el ataque se había iniciado en el momento
más favorable, pues el Ejército Rojo aplastaba entonces en
Kursk a las mejores tropas alemanas: el Cuartel General no
podía retirar ninguna división del frente ·del Este para socorrer
a su aliado en peligro, por el contrario se apresuró a trasladar
al frente del Este a las últimas reservas acuarteladas en Europa.
Mi telegrama del 22 de julio se refiere a la situación mili-
tar en Italia:

La fecha y el lugar del desembarco en Sicilía sorprendieron


a las potencias del Eje. Los alemanes creen que Italia resistirá
como mucho hasta finales de agosto. Los mismos alemanes
no toman en serio la tentativa de construir fortificaciones a
lo largo del Po.
Dora

Por otra parte, el 10 de julio había transmitido una infor-


mación según la cual el gobierno de Mussolini sería derrocado
en plazo de dos semanas. Cuando ponía los textos en clave,
me esforzaba siempre en ser lo más breve y conciso posible;
así en lugar de «en dos semanas» había indicado la fecha 25.7
El tiempo pasaba: los anglosajones habían desembarcado en
Sicilia, pero los fascistas seguían en el poder. Llegó el 25 de
julio. Por la noche llevé los últimos telegramas urgentes a
Edward, a su chalet de las afueras, y a la vuelta me venía
reprochando haber «predicho» una fecha tan exacta. Llegué

l. J. Kimche, Un general suizo contra Hitler, pág. 165.

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a casa después de medianoche, encendí la radio y de pronto la
noticia tan esperada golpeó mis oídos: el rey de Italia había
destituido a Mussolini, había sido constituido un nuevo gobier-
no bajo la dirección del mariscal Badoglio y el Duce había
sido detenido inmediatamente. Así la fecha anunciada era total-
mente exacta. Al salir, a la mañana siguiente, vi en la basura
de la e.asa de enfrente un gran retrato de Mussolini. En seguida
comprendí que había sido tirado por nuestro vecino, el cónsul
de Italia, que, hasta hacía poco tiempo, era un fascista «con-
vencido».
El rey de Italia y la alta burguesía querían, desplazando al
Duce, matar dos pájaros de un tiro: evitar que la cólera popular
explotase en el país y obtener un armisticio de los anglosajones.
Pero las esperanzas de los dirigentes monárquicos fueron frus-
tradas: los disturbios estallaron en toda Italia.
Por otra parte, la presencia de tropas alemanas en Italia
era una espada de Damocles para el gobierno de Badoglio.
Unos días después de la caída de Mussolini, informé de la
situación que se había creado en el siguiente telegrama:

8.VIII.1943, al Director.
De Werther, el 1.VIII.
a) Richthofen se encuentra aún en Italia pero, a raíz de
los últimos acontecimientos y de una nueva postura del OKW.
aún no ha relevado a Kesselring del mando de la 2.ª flota
aérea. Es probable que Richthofen regrese a Italia del sur
o establezca su cuartel general en los Balcanes.
b) El OKW ha decidido mantener (utilizando las fuerzas
de reserva) la fuerza de acción de la 2.ª flota aérea acantonada
en los puertos italianos. No prevé dar a la 2.ª flota su fuerza
original, lo que por otra parte sería imposible.
c) A causa del peligro que supone el abandono de Italia,
el OKW ha autorizado a Lava! a organizar regimientos fran-
ceses. El 20 de julio se ha formado un regimiento y otro está
en vías de formación; Rundstedt deberá utilizar estos regi-
mientos en Francia para asegurar el relevo de los italianos.
d) El 29 de julio el OKW ha informado a Badoglio de
que se reservaba el derecho a realizar cualquier acción desti-

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nada a impedir a los aliados poner pie en Italia o en los terri-
tor.ios ocupados por los italianos.
e) El 29 de julio Goring, delegado por el OKW, se en-
contraba en Italia para reunirse con Badoglio.
Dora

El gobierno italiano, que quería conservar el poder a toda


costa, estableció contactos secretos con el mando militar anglo-
sajón. El 3 de septiembre se firmó un armisticio que estimu-
laba la capitulación incondicional de Italia. Cinco días más
tarde era hecho público por radio el texto del acuerdo. El mismo
día, temiendo la venganza de los alemanes, el rey se refugió,
con el gobierno y la casi totalidad del alto mando militar, en el
sur del país, bajo la protección de las tropas aliadas que ya
habían desembarcado en la península italiana y que, recha-
zando a las unidades alemanas, avanzaban hacia el norte. Antes
del desembarco me enteré, por una de las fuentes de Long,
de que las tropas .alemanas habían abandonado Tarento y sus
alrededores, donde no quedaba pues ninguna resistencia seria.
Transmití la noticia a Pakbo para que la pusiese en clave;
pero no se contentó con cifrarla. Como más tarde me confesó,
se precipitó en seguida a casa de la señora Wiskeman (creo que
se llamaba así), agregada de prensa de la embajada británica en
Berna, que también se apresuró a transmitir esta noticia por
telegrama (utilizando, por supuesto, el código de la embajada
británica).
Unos días más tarde, los aliados ocupaban sin dificultades
el puerto militar de Tarento y la señora Wiskeman expresó a
Pakbo el agradecimiento de Gran Bretaña (por lo menos esto
fue lo que Pakbo me contó).
La traición de su antiguo aliado puso a Hitler fuera de
sí. Ordenó la ocupación de Italia para frenar el avance de las
tropas anglo-americanas.
Las divisiones motorizadas alemanas, que prácticamente no
encontraron resistencia por parte de los restos desmoralizados
del ejército italiano, ocuparon el país desde los Alpes hasta
Nápoles. En el norte de Italia un estado fantoche, una «Repú-
blica social italiana», fue constituido por los alemanes con

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Mussolini, liber.ado de prisión el 12 de septiembre de 1943 por
paracaidistas alemanes, al frente de ella.
Las tropas anglo-americanas avanzaban con una inquietante
lentitud. Pese a que el potencial .aliado en infantería, artillería
y carros había sido doblado, y aún más sus fuerzas aéreas, los
alemanes se defendían con éxito. Kimche escribe: «Los meses
pasaban uno tras otro y los aliados remontaban la península
con una lentitud desesperante». 1 O, como se puede leer en uno
de los informes del Departamento Ha: «El hombre del pueblo
italiano no llegaba a comprender que no se avanzase más rápi-
damente si el mando anglosajón lo quisiese».2 En diciembre el
frente se estabilizó en Italia del Centro.
«A propósito de la pérdida de velocidad y finalmente la
detención de las operaciones militares de Estados Unidos y
Gran Bretaña en Italia, Molotov, Comisario del Pueblo para
Asuntos Exteriores, rogó a Harrim.an, embajador de los Esta-
dos Unidos, de informar al gobierno de los Estados Unidos de
que el gobierno soviético, la opinión pública y el mando mili-
tar soviético estaban extraordinariamente sorprendidos de la
detención de las operaciones militares en Italia. Los aliados,
pese a gozar de una enorme superioridad, no libraban ya nin-
gún combate activo desde hacía tiempo y no mantenían sus
promesas en lo relativo a las operaciones militares en Italia.
Todo esto permitía al mando militar alemán enviar nuevos re-
fuerzos al frente germano-soviético.» 3
Pero los gobiernos de Estados Unidos y la Gran Bretaña no
tomaron en absoluto en consideración este mensaje. Ninguna
nueva ofensiva fue lanzada en Itali.a en 1943.
Ya en aquella época estaba claro que los dirigentes anglo-
americanos, retrasando las operaciones decisivas, esperaban
que el Ejército Rojo se debilitase. Habían llegado al Centro, a
través de los agentes de la red suiza, varios informes que lo
demuestran.
Fuese como fuese, a finales de 1943, un.a profunda grieta
se había abierto en el bloqt;te monolítico de los estados fas-
l. J. Kimche, Un general suizo contra Hitler.
2. A. Matt, obra citada, pág: 205.
3. GGP, Tomo III, pág. 470.

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1~} nno, n,,trno\tA
cistas: Hitler había perdido su aliado más importante. Desde
ahora, la Alemania nazi tenía que defender prácticamente sin
ninguna ayuda, no sólo el Este sino también el sur de Europa.
La sombra de la derrota ensombrecía ya el cielo del Tercer
Reich.
El telegrama siguiente evidencia bien ese clima.

18.IX.1943 1 al Director.
De Agnes.
Por vez primera1 los medios oficiales de Berlín reconocen
la posibilidad de hundimiento del frente del Este. Las reservas
están agotadas. Los comandantes se quejan de la baja moral de
las tropas.
-Dora

LA ESPADA DE DAMOCLES

La ocupación de Italia del norte por los alemanes aterro-


rizó ·a las autoridades suizas. Una ayuda anglo-americana pa-
recía de momento bastante ilusoria, mientras que los alemanes
rodeaban por todas partes a la pequeña confederación; en
Austria, en Italia, en Francia, por todas partes había divisio-
nes hitlerianas. La neutralidad, la independencia, la libertad
y las alegrías de una vida pacífica pendían de un hilo. Cierta-
mente, Suiza se esforzaba en no irritar a ese vecino del norte
con apetitos de ogro -los convoyes alemanes transportando
material de guerta atravesaban continuamente el país sin obs-
táculo en dirección a Italia, y la industria suiza continuaba su-
ministrando al Reich ciertas armas -pero el gobierno de la
Confederación Helvética sabía que el peligro de invasión no
estaba descartado; al contrario, se había hecho más agobiante.
El coronel-brigadier Masson, que seguía en contacto con
Schellenberg, afirmaba que el plan de invasión de Suiza había
quedado definitivamente olvidado, pero el general Guisan seguía
persuadido de que, en ese verano de 1943, después de la caída

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de Mussolini, Suiza había entrado en la fase de mayor pe-
ligro.1
Se podía esperar cualquier cosa por p.arte de oligarcas ale-
manes exasperados por su derrota. Podían, con cualquier pre-
texto, ordenar la ocupación de Suiza o exigir que, para asegu-
rar la defensa de Italia, las tropas alemanas pudiesen atravesar
libremente el país. El gobierno suizo evidentemente se habría
negado y entonces ... entonces la guerra habría estallado. El
ejército suizo estaba presto, pero los dirigentes del país sabían
que no podría resistir mucho tiempo. No quedaba otra solu-
ción que hacer una concesión tras otra y prestar a los nazis
un servicio tras otro.
La policía federal y el contraespionaje suizo recibieron en-
tonces la orden de descubrir nuestra red. Es de suponer que el
SD alemán ejerció una fuerte presión sobre Masson, y que tal
vez incluso le amenazó con represalias contra Suiza.
Pero tal vez no era necesaria esa presión. Como lo deja
entrever W. von Schramm, historiador alemán occidental (en
su artículo «Die rot-weisse Kapelle», aparecido el 13 de diciem-
bre de 1966 en el Frankfurter Allgemeine Zeitung): «En otoño
de 194 3 eso (es decir la actividad de nuestr.a red) era excesivo
para Suiza, y principalmente para el gobierno federal de Suiza,
del que dependía la policía federal. .. »
« Los éxitos de los soviéticos se hacían tan importantes ...
que representaban un peligro par.a Europa Central. .. No queda
excluido que el jefe del contraespionaje americano Allen W. Dul-
les ... también hubiese intervenido en ese sentido ante Berna.
Antes de la invasión (por los occidentales), no se podía per-
mitir que Europa Central cayese en manos de los soviéticos.»
A juzgar por ciertos documentos, los hombres de la policía
suiza iniciaron la investigación el 9 de septiembre, es decir un
día después de que la capitulación de Italia fuese hecha pú-
blica y de que las divisiones alemanas empezasen a invadir
Italia. Es interesante notar esta coincidencia de circunstancias.
Probablemente fueron los sucesos de Italia, que ponían en
peligro la neutralidad de Suiza, los que impulsaron a Masson

l. J. K.imche, General Guisans Zweifrontenkrieg, pág. 169.

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a tomar la decisión que los jefes del SD y de la Gestapo espe-
raban desde hacía tiempo con impaciencia.
Primeramente los suizos se dedicaron a buscar nuestra ra-
dio. Es posible que los alemanes les diesen los datos que po-
seían: dos emisoras se encontraban en los alrededores de Gine-
bra, o en la misma ciudad, y otra en Lausana.
Para realizar esta tarea, el contraespionaje suizo creó
un grupo especial bajo el mando del teniente Maurice Treyer. El
grupo fue equipado con tres goniómetros de detección a corta
distancia, instalados sobre automóviles. Los operadores suizos
movieron sus aparatos hasta formar un triángulo en los arraba-
les de Ginebra, y se pusieron a la escucha día y noche.
Entre los parásitos y las emisiones internas del ejército
suizo, interceptaron señales de morse extrañas. Un operador
desconocido emitía regularmente mensajes codificados com-
puestos de cifras. Los goniómetros precisaron también la lon-
gitud de onda empleada y el emplazamiento aproximado de la
emisora clandestina. El teniente Treyer informó a sus superio-
res de que había sido localizada una de las emisoras y que
ahora se iba a determinar el lugar exacto de su emplazamiento.
Los coches se pusieron lentamente en marcha por las calles de
Ginebra, y se aproximaron, desde tres lados, al lugar indicado
por los goniómetros.
Según las notas del teniente Treyer en su diario de servicio
y lo que contó a Jim después de su detención, parece seguro
que los suizos habían interceptado en primer lugar, el 11 de
septiembre, la emisora de Edward y Maud. Dos semanas más
tarde, habían localizado, más o menos, nuestra emisoras ginebri-
nas: una cerca de la carretera de Florissant, la otra en el núcleo
de la ciudad, probablemente en la calle Henry Mussard.
Durante este tiempo Edward, Maud y Rosie, no sospecha-
ban nada y continuaban trabajando por las noches asegurando
el enlace con el Centro. A varios miles de kilómetros al Este,
las noticias eran esperadas con impaciencia.
En esos días, enviamos informes relativos no sólo al campo
de operaciones del sur de Europa, sino también al de la lejana
Noruega, que tenían repercusión sobre el sector extremo-norte
del frente del Este.

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El telegrama era el siguiente:

19.XI.1943,
De Werther.
La incursión alemana en el archipiélago de Spitzberg tiene
como objetivo camuflar la retirada de las tropas noruegas.
Casi todas las unidades han sido retiradas, a excepción de las
que están acantonadas en las bases del litoral: Namsos, Mos-
joe, Ranfjord, Foldenjord y Sortefjord. De Namsos a Tromso
la defensa de la costa ha sido reducida íntegramente a las bases
fortificadas de los puertos e islas. En territorio evacuado que-
dan las bases: Namsos, Tosno, Vitken, Broten, la isla de Raros
y diez plazas más. Guarniciones y unidades de combate cuen-
tan entre 500 y 2.000 hombres a excepción de Narvik, donde
todavía se encuentra una división y unidades más débiles. Las
bases del litoral evacuado están mantenidas por un total de
unos 20.000 hombres.

Durante este tiempo, el Ejército Rojo atacab.a y expulsaba


al enemigo del terirtorio soviético. Según Werther:

Desde el 15 de septiembre el grupo de ejército Manstein


puede ser considerado como destruido. Desde el 15 de agosto
había perdido la mitad de su equipo y de su armamento pesado
así como un 40 % de sus efectivos, o sea 250.000 hombres.

El siguiente telegrama informaba de las mismas directrices


del OKW.

24.IX.1943, al Director.
De Werther.
El OKW ha decidido trasladar las bases de suministro al
«Muro del Este» y detrás de él. Esta línea avanzada, parcial-
mente terminada, es la línea anticarros cuyos planos fueron
elaborados en enero. Pero, contrariamente a lo que se había
previsto en enero, las bases de suministro del oeste de Ucrania
no serán llevadas detrás del Dniestr; se espera ver como evo-
lucionará la situación en la curva oriental del Dnieper, hasta

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la línea Sarni-Korostien-Kiev-T chercassi-V ozniessenk-desemboca-
dura del Dnieper.
Estaba previsto que el traslado a las zonas avanzadas del
«Muro del Este» deberá estar terminado entre el l.º y el 5 de
noviembre. Estas nuevas disposiciones no cambian en nada
la preparación de la resistencia prevista para retrasar el avance
del ejército soviético en las líneas de repliegue improvisadas,
por ejemplo en las cabezas de puente del Dnieper y en la curva
del Dnieper entre Krementchug y Krivoy-Rog.

Dora

25.IX.1943, al Director.
De Werther.
El 12 y 13 de septiembre, han tenido lugar reuniones en
el Cuartel General de Hitler. Han participado, aparte de los
jefes y los estados mayores de la W ehrmacht, el ministro de
Asuntos Exteriores Ribbentrop, los mariscales de campo Küch-
ler, Bock y Weichs, los generales Thomas y Jacob así como
los miembros del Consejo de la Industria de Guerra. Han sido
tomadas las decisiones siguientes:
1. Las reservas militares y las de la economía de guerra
alemanas sólo permiten, más allá de la línea de defensa de
Europa Central, nuevos combates de retaguardia. Las tropas,
el armamento, los organismos auxiliares y el servicio de inten-
dencia pueden ser, sin embargo, utilizados más allá de esta
línea para retrasar, desorientar y obstaculizar los ataques del
enemigo. De todos modos, estas fuerzas en principio no pue-
den servir más que para asegurar la defensa de los territorios
ocupados y amenazados, o en posiciones avanzadas.
2. Se encuentran fuera del cinturón germano de defensa
de la Europa Central: Francia, al sur de la línea Belfort-Seine,
Noruega, al norte de la línea Trondheim, Finlandia, Italia -ex-
cepto las provincias de Ljubljana, de Trieste, de Udine, y de
Bolzano -Creta, Grecia, Rumania, Bulgaria, Albania, Servia,
Croacia, la parte este de la Unión Soviética, al este del «Muro
del Este».
3. En los territorios que se encuentran fuera de este cin-

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turón de de/ ensa, las unidades de combate y los servicios de
abastecimiento deben ser reducidos al mínimo; no debe quedar
más que lo absolutamente necesario para desorientar al enemi-
go; estas divisiones librarán combates de retaguardia para obli-
gar al enemigo a esfuerzos desproporcionados a la preparación
y el movimiento de sus tropas. La industria de guerra y las
organizaciones administrativas y militares de los territorios que
se encuentran fuera del cinturón de defensa deberán seguir
estas instrucciones.
4. Los países balcánicos ocupados: Grecia, Albania, Mon-
tenegro y Serbia tienen derecho a disponer de sí mismos una
vez haya sido decretada la liberación de esos territorios.
Según el desarrollo de la guerra y de los acontecimientos
internos estos países, Bulgaria, Rumania, Hungría y Croacia
deberán solucionar por sí mismos sus conflictos y vencer sus
dificultades económicas, con la ayuda de sus aliados alemanes,
o sin ella caso de que se nieguen a participar al lado de Ale-
mania en la guerra de/ ensiva. En tal caso Alemania se reserva
el derecho a dirigir la lucha, según las necesidades de/ ensivas
en el territorio de sus antiguos aliados; esto concierne parti-
cularmente a Hungría, Croacia, Italia y Finlandia.

Dora

El 25 de septiembre las tropas soviéticas del sector occiden-


tal rompían el frente en Smolensk. Sobre ello W erther · in-
formó que:

.. .los alemanes se retiraban precipitadamente de Smolensk des-


pués de que, el 24, hubiesen sido destruidas las vías de comu-
nicación con la retaguardia al norte de la vía férrea que lle-
vaba a Vitebsk.
En los combates de defensa en Smolensk, las divisiones
blindadas 5.ª y 18.ª, así como las 8.ª y 10.ª divisiones de infan-
tería han sufrido graves pérdidas.
Con Smolensk los alemanes han perdido en frente germano-
soviético su centro de defensa más importante después de Orel.

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Durante estos días estuvimos aún más cargados de trabajo
que de costumbre, pues las informaciones afluían en cascada;
nuestros cuatro operadores tuvieron pues que trabajar todas
las noches (Jim, que había vuelto a finales de septiembre, se
había reintegrado inmediatamente a su trabajo). Las emisoras
trabajaban a veces cuatro horas seguidas, con breves interrup-
ciones. Cito algunos de los últimos radiogramas enviados desde
Ginebra:

9.IX.1943, al Director.
De Werther.
El OKW piensa que el alto mando soviético1 concentran-
do sus carros y sus cuerpos de ejército motorizados, podría
atacar sin tardanza y con gran fuerza la línea lago Ilmen-Dvina
occidental-Kiev-Kremenchug, y que, antes del principio de in-
vierno, podría extender sus ataques al norte hasta el golfo de
Riga, al sur hasta Odessa y el Dniester inferior y medio, eco-
nomizando así tropas y ejércitos del sector central. El OKW
estima que un plan soviético tal sería extremadamente peligroso
para las tropas alemanas1 teniendo en cuenta su situación y
estado actual. El OKW ha rechazado las sugerencias de Weist
y de Küchler; por razones políticas, no quiere precipitar las
cosas, incluso después de la caída de Smolensk. El OKW
piensa que, cuanto más resistan los flancos alemanes avanzados
al nordeste y al sudeste más fácil será contener el avance so-
viético en ese sector que en el sector central del frente. Los
rusos no están suficientemente in/armados de las fuerzas de
que disponen los alemanes y cuanto menos parezca que se
preocupa el OKW de su suerte, más fuerza defensiva le atri-
buirán los soviéticos.

Dora

30.IX.1943, al Director.
De Werther.
A raíz del traslado de tropas alemanas de Croacia al norte
de Italia, las reservas alemanas de armas y municiones han
caído en manos de los partisanos de Tito, en la región de

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Liubliana) en el norte de Dalmacia y en Croacia. Los partisa-
nos constituyen pues un ejército capaz de combatir.
b) Según cálculos de los alemanes) el ejército de los par-
tisanas de Tito está formado de 70.000 u 80.000 croatas) que
se enfrentan a efectivos italianos de alrededor de 50.000 hom-
bres. Desde el 9 de septiembre, Tito recibe refuerzos conside-
rables de la policía del gobierno de Zagreb. Este gobierno no
controla más que un 20 % del territorio en Croacia.

Dora

Según informaciones recibidas de W erther a finales de di-


ciembre el OKH pensaba que ya no era posible defender con
éxito la línea Novosokolniki-Vitebsk-Orcha-Moghilev. El esta-
do mayor había dado a conocer que, a causa de la acción de los
partisanos, los rusos tenían ventaja en Bielorrusia. Los alemanes
no oponían resistencia en Orcha y en Vitebsk más que para
ganar tiempo y retrasar hasta noviembre la retirada detrás del
«Muro del Este». Esperaban que, si se llegaba a evitar un
ataque soviético contra la línea férrea Molodetchno-Polotsk-
Pskov, no tendrían muchas dificultades en romper durante el
invierno el «Muro del Este» entre Minsk y Dvinsk.

10.X.1943, al Directpr.
De Olga. 7.X.
a) Hitler ha establecido, desde hace poco, su cuartel ge-
neral en Rovno.
b) Desde el 20 de septiembre) las tropas alemanas se com-
portan de modo muy brutal en V olhynia) quemando poblaciones
enteras. Quieren así garantizar al máximo la seguridad de las
ciudades de Rovno, Dubno y Lutsk que actualmente son los
centros de la administración alemana en Ucrania.

Dora

11.X.1943, al Director.
De Werther. 8.X.
Los alemanes prevén una gran pérdida de material de gue-

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rra en el sector de Vitebsk. No disponen para retirar el mate-
rial pesado más que de la carretera que lleva a Polotsk.

Sin embargo, nuestras señales morse, que no cesaban, con-


dujeron a los goniómetros suizos directamente a su objetivo.
El cerco se estrechaba. Los coches de Treyer patrullaban ya
en los alrededores de las casas desde donde emitían Edward,
Maud y Rosie. Cada día, cada noche, los goniómetros detectaban
con más claridad nuestras emisiones.
En los primeros días de octubre mi mujer, que había ido
a ver a Rosie, me comunicó que la chica quería verme para
un asunto importante. Al día siguiente nos reunimos en un
pequeño café de los alrededores de Ginebra. Estaba muy
nerviosa y agitada. Miraba atentamente a todos los que entra-
ban o salían. Me contó que un hombre había ido a su casa
a comprobar si la instalación eléctrica estaba bien, cuando en
realidad ella no lo había pedido. Había dicho ser técnico de
los servicios de electricidad. Sin duda había venido a husmear
en el piso. También había notado que unos desconocidos se
paseaban ante la casa, cuya entrada vigilaban continuamente.
Era evidente que se trataba de policías suizos de paisano que
observaban el apartamento de Rosie y no de agentes secretos
alemanes. Éstos no tenían necesidad de hacerlo porque Hans
Peters, el «mejor amigo de Rosie», lo sabía todo sobre la chica
y comunicaba a la Gestapo sus menores gestos, cosa que ella
por supuesto ignoraba.
Lo que Rosie me contó no dejaba lugar a dudas: la Bupo
de uno u otro modo había localizado su piso.
Era preciso que inmediatamente dejase de emitir y que se
escondiese algunos días. Luego veríamos qué convenía hacer.
Convinimos con Rosie que regresaría un cierto tiempo a
casa de sus padres. Decidimos que cogería el tren para Basilea el
domingo siguiente. Entre tanto tenía que destruir o entregar-
me todos los papeles, las instrucciones relativas al enlace por
radio y cualquier otro documento que, en caso de registro,
pudiese constituir una prueba concreta. Envié a Edward a casa
de Rosie para que cogiese la emisora y la escondiese en su
casa. Edward no tuvo dificultad porque él había sido quién

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instaló aquella radio. Guardó la emisora en una gran maleta
y salió ante las narices de los detectives que no sospechaban
nada. Escondió el aparato en su tienda.
La casa en la que vivía Rosie tenía muchos inquilinos y
los detectives que rondaban por la calle no podían determinar
a qué piso había subido Edward.
Al día siguiente, 10 de octubre, informé al Centro de las
medidas tomadas para defender a Rosie y desorientar a la policía
secreta.
La desaparición inesperada de la emisora localizada inquie-
tó fuertemente a los «observadores» suizos, pero los jefes de
la policía les tranquilizaron: sus hombres vigilaban a Rosie. Se-
gún Flicke, el servicio de escucha de la radio alemana, que al
otro lado de la frontera continuaba siguiendo nuestro intercam-
bio de telegramas con el Centro, sabía lo ocurrido. Flicke escribe
que conocían los telegramas que envié al Director el 1O de
octubre y sabían que yo había silenciado para un cierto tiempo
la emisora de Rosie. Los alemanes ordenaron entonces a Hans
Peters que no dejase a Rosie ni un instante y que la retuviese
a toda costa en Ginebra. El agente de la Gestapo probable-
mente había recibido órdenes de este tipo; los acontecimientos
siguientes confirman esta suposición.
Después de haber roto el contacto con el Centro, y pese a
que lo habíamos convenido así, Rosie no marchó a Basilea, a casa
de sus padres, sino que permaneció en Ginebra. Simplemente
cambió de domicilio; cerró su apartamento y se encerró en casa
de Peters. Sin duda, había logrado convencer a la chica que
era inútil que marchase tan lejos, pues podía esconderla en
su casa. Rosie siguió el consejo del «comunista»; ella creía
en su amor. Por segunda vez había abusado de mi confianza
al no avisarme de que permanecía en Ginebra. Ella temía sin
duda que no podría trabajar más para nosotros en lo que no
se equivocaba.
El caso Hamel fue diferente. Edward y Maud no habían
notado nada sospechoso. Continuaron emitiendo alternativa-
mente en el chalet de los arrabales. Ni allí ni en los alrededores
de su piso ni de su tienda de Carouge, donde habían escon-
dido las emisoras de reserva, habían notado la presencia de

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los detectives. Nada hacía sospechar que los Hamel estuviesen
vigilados; suponía, pues, que la emisora no estaba en peligro
y que podían continuar transmitiendo. Por supuesto, esto com-
portaba un cierto riesgo. Después de las inquietantes noticias
de Rosie, el Centro y yo mismo sabíamos que, habiendo dete-
nido ya una vez a Edward, era probable que le pusiesen de
nuevo bajo vigilancia. La policía le había fichado como sospe-
choso. Pero no podíamos permitirnos inutilizar la segunda y
última emisora de Ginebra sólo por precaución, porque en
realidad no habíamos notado un peligro real. A su vuelta, Jim
sólo hubiese podido transmitir los telegramas más importan-
tes. No quedaba más que una solución: que todos los que
estaban en contacto con los operadores fuesen extremada-
mente prudentes. Se lo exigí igualmente a Edward y a Maud.
Pero el peligro acechaba ya a la última emisora ginebrina.
En el comunicado que transmitió más tarde al Centro, Jim
escribía que el jefe de grupo de contraespionaje, el teniente
Treyer, con el que Jim se entrevistó entre dos interrogatorios,
le contó lo fácil que había resultado localizar la emisora de
Edward, que operaba en un chalet solitario. Localizar la emi-
sora de Rosie en un edificio de pisos había sido mucho más
difícil. Los datos del diario de la investigación también lo
confirman.
Vemos pues que los suizos atacaron el punto más débil
de nuestra red: el enlace por radio, «tendón de Aquiles» de
cualquier servicio de investigación, ese enlace que es la gran
fuerza pero a la vez el punto débil.
Sabíamos que los goniómetros hacían muy vulnerable el
enlace por radio e hicimos todo lo posible para hacerlo más
ágil, más resistente e ilocalizable.
Marc Payot, el especialista en descifrado, dice en el apén-
dice de la edición francesa de las memorias de Otto Pünter:
«Las emisoras de la red Radó operaban con mucha circunspec-
ción. Cambiaban cada noche de indicativo, de horario de emi-
sión y varias veces por noche de longitud de onda» .1
Todo esto podía desorientar a los goniómetros del .enemi-

l. Otto Pünter, Guerra secreta en país neutral, pág. 266.

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go, pero de todos modos buscábamos a toda costa una nueva
emisora. Disponíamos de emisoras de reserva, pero era preciso
encontrar hombres seguros. El Centro nos presionaba a formar
nuevos operadores que pudiesen tomar el relevo.
A principios del verano de 1943, volvimos a iniciar la bus-
ca de nuevos colaboradores y logramos encontrar dos candi-
datos. Habíamos elegido a dos jóvenes, un chico y una chica,
de familias obreras y de los que ya teníamos referencias.
Dos camaradas dignos de confianza me habían recomen-
dado a la chica: decidida, muy reservada, poco habladora, era
una antifascista convencida. Me entrevisté con ella el mes de
junio y me produjo muy buena impresión.
Según las recomendaciones, el joven también nos convenía
totalmente. Veintitrés años, cerrajero, había sido .armero en el
ejército suizo. Su familia tenía una casita en Fribourg. Su padre
también era obrero y ambos simpatizaban con la Unión So-
viética. Era Pakbo quien había localizado a este chico.
Estos dos jóvenes miembros de nuestra red aceptaban con
entusiasmo participar en la actividad desarrollada contra el
Reich nazi, sin preocuparse de las graves consecuencias que esto
podría causarles en el caso de ser detenidos. Sus padres tam-
bién estaban de acuerdo: habíamos pues elegido bien.
Los dos debían ser instruidos por Jim. · Pero nos vimos
obligados, por diversas razones, a retrasar su formación.
Habíamos proyectado comenzar su entrenamiento cuando
el ritmo de trabajo que nos imponía la batalla de Kursk hu-
biese disminuido un poco.
Sin embargo, Jim dejó de emitir y marchó para el Ticino
a principios de septiembre. Habíamos convenido ocuparnos
de nuestros nuevos colaboradores a su vuelta, pero el proyecto
se fue al agua.
A su vuelta Jim encontró su apartamento en orden. El
6 de octubre informó .al Centro de que, conforme a sus ins-
trucciones, había residido un tiempo en Ticino, había sido pru-
dente y no había notado que le vigilasen. En su piso había
colocado revueltos, expresamente, varias notas y libros. A su
vuelta los encontró como los había dejado. Jim dedujo, un
poco precipitadamente, que su piso no había sido registrado.

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EL MATRIMONIO MARTIN

En realidad las cosas no iban tan bien como Jim había dado
a entender al Director. En el comunicado que envió al Centro
después de la guerra, Jim entró principalmente en los detalles
relativos a su vuelta de Ticino. A la luz de esos informes, los
acontecimientos aparecen bajo otra óptica diferente a como
los habíamos visto en 194 3.
Jim escribe en su informe: «A mi vuelta pregunté a la
portera si habían preguntado por mí. Ella respondió negativa-
mente, pero después se acordó que en .agosto de 1942 (un
año antes por tanto) un hombre y una mujer habían venido
a verme durante mi ausencia y habían preguntado por mí.
Según la descripción de la portera, los dos visitantes recordaban
extraordinariamente a Lorenz y a Laura, de los que hablaré
más tarde. (En agosto de 1942 estaba a menudo de viaje para
prolongar con la ayuda de Anna, el pasaporte de Paolo recibido
de Italia, y había dicho .a Lorenz que marchaba de reposo a
Ticino y por ello no estaría en Lausana.)
»Por otra parte, dijeron a la portera que yo había previsto
casarme con la hermana de la dama, pero que en seguida había
cambiado de idea. Querían saber si recibía mujeres en mi
casa, en qué restaurante comía, dónde acostumbraba ir, etc.
Habían ofrecido dinero por esas informaciones, pero la portera
había respondido que no podía decirles nada. Me enteré de
que (según la descripción} las mismas personas habían inte-
rrogado también a mi asistenta».
Flicke también escribe sobre este tema: «En septiembre
Foote desapareció de Laus.ana porque el pavimento empezaba
a quemarle los pies. Anteriormente Lorenz había intentado
hacerle trabajar para nosotros (los alemanes) pero en vano.
Durante su ausencia Lorenz y Laura registraron su aparta-
mento pero sin gran éxito». 1
l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, pág. 338.

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Sí mal no recuerdo, en otoño de 1942, Jim me habló de
esa pareja, Martín y su esposa. Había entrado en contacto con
ellos por instrucciones del Centro, cosa que al principio, ignoré
porque el asunto no concernía a mi red.
La pareja sin hijos vivía cerca de Lausana, en una suntuosa
y gran villa. Jím había recibido instrucciones para montar una
emisora en la villa e instruir a los esposos. La pareja había
recibido muy calurosamente al enviado del Centro y Laura ha-
bía comenzado a aprender el abecé del morse con estusiasmo. Al
principio todo fue bien, pero más tarde Jim encontró extraño
el comportamiento de Lorenz que, a fin de cuentas se negó
a aceptar la emisora que Jim le había traído. A partir de ese
momento, Jim no quiso volver a ver a los Martín y el Centro
aprobó su decisión.
Varias cosas que había notado en casa de los Martín le
habían incitado a la prudencia. Así, por ejemplo, un día tuvo
la impresión de que le habían fotografiado desde una de las
ventanas de la villa. Le haba parecido que el sol se reflejaba
en el objetivo de una máquina. Otra vez, Lorenz le había hecho
vagas proposiciones: que se pasase a su grupo y trabajase a sus
órdenes ( ¿no serían esas tentativas infructuosas de las que
habla Flícke? ).
Lorenz no escondía que tenía contactos con los agentes del
«Deuxíeme Bureau» de Vichy, ese servicio de investigación
milltar que todo el mundo sabía que, después de la ocupación,
colaboraba con la Gestapo y los otros servicios secretos del
Reich.
Las relaciones de Lorenz con el «Deuxíeme Bureau» no eran
un mal en sí. El agente de investigación a menudo se ve obli-
gado a introducirse en el antro del enemigo, a ponerse la más-
cara de renegadc.
Lorenz recibía de sus colaboradores del «Deuxieme Bu-
reau » informes para el Centro. Eso era completamente normal.
Quedaba por saber cuál era el carácter de esas informaciones,
¿no habrían sido dadas para desorientarnos? ¿Cuáles eran las
relaciones verdaderas entre Lorenz y los mercenarios de Hitler?
Es difícil poder responder a estas preguntas. El Centro no podía

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desenmarañar el asunto y Jim tampoco llegó a saber para quien
trabajaban realmente los Martín.
En todo caso, Jim, al igual que el Centro, había sido pru-
dente en sus contactos con Lorenz. Cuando la duda se filtró
en su ánimo, me comunicó sus observaciones y le aconsejé
que abandonase sus relaciones con los esposos Martín; eso fue
también lo que el Centro le ordenó. Pero ese contacto de varios
meses tuvo consecuencias desagradables.
Parece ser que Lorenz y Laura habían seguido la pista de
Jim hasta Lausana. Algunos datos de los que nos enteramos
después de la guerra, permiten afirmar que los Martin traba-
1aban para los alemanes.
Flicke habla abiertamente de ello en su libro, sin entrar
de todos modos en detalles.
En la página 278 de su libro, Accoce y Quet afirman una
cosa tan falsa como ridícula: en 1935 yo habría recibido
una «formación» en «Sekhodnya», la «singular universidad de
los agentes secretos», al mismo tiempo que los Wilmer (seudó-
nimo de los Martín) y yo les puse en contacto con Foote. Ésa
no es más que una de las «noticias sensacionales», fantasiosas y
sin ninguna base que pululan en la obra de los periodistas fran-
ceses y caracterizan bien la irresponsabilidad de los autores.
Es innecesario demostrar que en toda mi vida nunca me en-
contré con los Wilmer.

DETENCIONES EN GINEBRA

Volvamos a los días que siguieron al regreso de Jim. A su


vuelta de Ticino, había informado al Centro de que todo pa-
recía en orden y que podía reemprender su trabajo.
El Director, tranquilizado por ese mensaje, autorizó la rea-
nudación del enlace. Me reuní con Jim en Ginebra en el Par-
que de Eaux-Vives.
Mientras paseábamos por ese espléndido parque, le entre-

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gué un manojo de papeles que contenían las informaciones. Esos
últimos días se habían acumulado una gran cantidad de informa-
ciones, porque Rosie había dejado de trabajar, y la emisora
de Hamel no llegaba a poderlo transmitir todo.
Ahora que Jim había vuelto, la situación iba a mejorar.
No le hablé todavía de mis inquietudes en relación a Rosie,
no le dije que la vigilaban y que había hecho sacar la emisora
de su piso. Pensaba que íbamos a superar aquello y que era
innecesario inquietarle. Pero teníamos que montar una forma
de hacerle llegar las informaciones. Hasta ahora era Rosie quien
se las llevaba, pero por supuesto esto ya no era posible. Antes
de reunirme con Jim, había estudiado varias soluciones y había
llegado a la conclusión de que lo mejor era que viniese él
personalmente a recoger los telegramas. Entraría en la tienda
de los Hamel como si quisiese comprar algo, y Edward y Maud
le entregarían las informaciones destinadas al Centro. Para
que sus frecuentes visitas al almacén no resultaran sospecho-
sa, Edward y Maud saldrían de vez en cuando fuera de Lausana.
Ambos estuvimos de acuerdo en esta solución.
Antes de dejarnos, decidimos volver a encontrarnos en el
mismo sitio, en el parque de Eaux-Vives que parecía ser un
lugar ideal.
El 14 de octubre fui a la calle Carouge a casa de los Hamel.
Era preciso transmitir una información muy importante que
mi mujer había recibido de Sissy la víspera; Lena y yo había-
mos trabajado hasta medianoche para cifrar el texto. Entre otras
informaciones importantes, había un comunicado de Werther:

El alto mando alemán estima en 5 cuerpos de ejército las


tropas soviéticas que atacan Vitebsk, Orcha y Gorki; de ellas
2 divisiones blindadas, 5 brigadas blindadas, 3 o 4 divisiones
motorizadas, 1O divisiones de infantería y de caballería. Cree
que el grupo principal atacará cerca de la vía férrea Smolensk-
Vitebsk y al sur de esta vía. Espera un ataque definitivo con-
tra Vitebsk en el sector sudeste de la ciudad donde no hay forti-
ficaciones combinadas. En ciertos puntos entre la carretera Smo-
lensk-Vitebsk y la vía principal Orcha-Vitebsk las fortificacio-
nes no han sido construidas con rapidez hasta que Smolensk

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30 - DORA INFORMA
estuvo en peligro. Sólo el nordeste de la ciudad, en los secto-
res de Souraj y Gorodok, está provisto de posiciones bien for-
tificadas.

Esta información debía partir aquella misma noche, de otro


modo hubiese perdido actualidad.
Sabía que Edward y Maud habían trabajado toda la noche
anterior en el chalet de la carretera de Florissant, turnándose
en el aparato.
Los telegramas siguientes que hice llegar a los Hamel, de
13 de octubre, contenían nuestras últimas informaciones.

13 .X.1943> al Director.
De Werther. 8.X.
a) La superioridad de la artillería soviética en el Dnieper
se hace indiscutible. En sectores importantes, como en Kre-
mentchug, hay de 150 a 160 piezas rusas contra 100 piezas
alemanas.
b) Los alemanes han comprobado que importantes divi-
siones de carros y otras estaban concentradas en el sector Go-
rodok-Nevel.

10.X.
a) Al oeste de Moghilev, a lo largo de la carretera Moghi-
lev-Mstislav y más al sur, en Ichaussi, los alemanes han apre-
ciado importantes movimientos de tropas soviéticas.
b) Los alemanes encuentran peligrosa la ampliación de la
cabeza de puente soviética cerca de Kanev. La cabeza de puente
ya permite preparar un ataque contra la línea de comunicación
Kiev-Belaia Tserkov-Smela-Krivoi Rog de la que el OKW que-
ría hacer una línea de defensa al oeste del Dnieper.

13 .X.1943, al Director.
De W erther 11.X.
a) En el sector Vitebsk, Gomel y Kiev así como entre
Zaporojie y Melitopol, los alemanes están amenazados de aplas-
tamiento a causa de los ataques soviéticos cada vez más fuertes,
a menos que el grueso de las fuerzas alemanas retroceda

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ante la superioridad soviética. Al OKW no le queda otra solu-
ción que ordenar una nueva retirada. Parece que los alemanes
han decidido desde hace tiempo abandonar Home!,; van a retro-
ceder próximamente en Vitebsk, Kiev y en el sector Sur.
b) Los alemanes esperan ampliación de la fuerza soviética
en toda la línea de defensa alemana al oeste del Dnieper, y en
la línea Novossokolniki-Novorjev, a juzgar por los preparativos
soviéticos, el OKW estima que los rusos lanzarán su ofensiva
definitiva el 15 de octubre o poco después. En los sectores de
Tcherkassi, Krementchug, Pologhi y Tokmak, el Ejército Rojo
efectúa una concentración tal de tropas que los alemanes no
confían en defender más que su línea de comunicación Belaia
Tserkov-Tsvetkovo - Smela-Znamenka-Kirovograd - Krivoi Rog.
El OKW estima que el frente de defensa entre Zaporojie y Cri-
mea también está perdido. Seguirán más indicaciones.

Dora

No hubo continuación, pero eso yo todavía no lo s.abía.


Pensaba que los Hamel estarían en su casa recuperándose de
la larga noche de trabajo.
En general era mi mujer quien llevaba los telegramas cifra-
dos a la calle de Carouge pero aquella mañana, posiblemente
a causa de la dura noche de trabajo, ella no se encontraba bien y
decidí ir yo mismo a casa de los operadores, a los que de todos
modos tenía que ver. Cuando me acercaba al número 26, le-
vanté los ojos para ver si había algo en las ventanas del piso;
habíamos convenido en poner una señal de alarma si era peli-
groso entrar. No vi nada, todo estaba pues en orden. Se podía
llegar al piso por la tienda (que a la vez era taller de repara-
ciones) -desde donde una escalera conducía a la primera planta
al piso- y por una entrada trasera del patio. Teníamos la cos-
tumbre de entrar por la tienda, pero ese día encontré la
puerta cerrada. Extrañado empujé la puerta varias veces y
después, alejándome un poco miré de nuevo a las vent.anas del
primer piso. Los Hamel no parecían estar en casa.
Una extraña inquietud se apoderó de mí. Fui hasta la plaza
de Plainpalais, donde había una cabina telefónica, y les llamé.

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No respondieron. ¿ Sería que se habían acostado; que aún no
habían vuelto del chalet? Eché un vistazo a mi reloj, pronto
serían las 4, ¡habían tenido tiempo de reposar! Tal vez la emi-
sora se había estropeado y Edward la estaba arreglando ...
Pero Maud tendría que estar en casa pues sabía que podríamos
llevar informaciones urgentes. Al salir de la cabina topé con
un profesor de la universidad al que conocía. ¡Sólo faltaba eso!
Roído por la inquietud, preguntándome qué había podido ocu-
rrir, tuve que pararme a charlar cortésmente unos minutos.
Al regresar, conté a Lena que no había logrado entregar
las informaciones y le comuniqué mis temores. Los encontró
injustificados e intentó tranquilizarme. Pero mi presentimiento
era acertado. En la edición de tarde de la Tribune de Géneve
leí que, en la noche del 13 al 14, la policía federal había deteni-
do a un «grupo de agentes extranjeros». No dieron ningún de-
talle, pero no lo dudé un solo instante: no se podía tratar más
que de nuestros telegrafistas.
Aquella misma noche me reuní con uno de mis colabora-
dores que se había informado discretamente y se había ente-
rado de lo ocurrido la noche última. Sí. Edward y Maud habían
sido detenidos; pero no estaban solos: esa misma noche la po-
licía había detenido también a Rosie. Era un golpe muy duro.
Más tarde nos enteramos de que la policía había caído
sobre Edward y Maud en plena emisión; en efecto, era muy
importante coger a los operadores en acción. La noche anterior
los coches goniómetros habían conducido ya a la policía ante el
número 192 de la carretera de Florissant;
La casa había sido rodeada. Policías de paisano vigilaban
el chalet desde la calle desierta y sobre todo desde el parque
Albert Bertrand que se extendía al lado de la casa, porque
hubiese sido fácil huir durante la noche por ese viejo y frondo-
so parque ... ¡Y la frontera franco-suiza no estaba a más de un
kilómetro! También lo habían pensado y habían traído perros,
además de unos setenta policías. Habían dado una gran impor-
tancia a esta operación dirigida por altos funcionarios: el jefe
de la Bupo, el jefe de la policía ginebrina, y el jefe de la
dirección de la gendarmería. Una verdadera «fuerza armada»
había sido movilizada contra nuestros dos telegrafistas.

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El 13 de octubre, el cordón de la gendarmería había dejado
pasar a los Hamel que, en la obscuridad no habían notado
nada sospechoso, como tampoco habían notado que les hubie-
sen seguido hasta allí.
Conforme estaba programado, la emisión empezó después de
la medianoche. Fue Maud quien comenzó y, después de haber
captado el indicativo de Moscú, se puso a enviar rápidamente
los· telegramas. Los goniómetros lo señalaron inmediatamente,
el momento propicio había llegado. Los policías se acercaron,
rodearon la casa de tal manera que fuese imposible escapar
por las puertas o las ventanas, después esperaron todavía unos
diez minutos.
Aproximadamente a las doce y media, cuando los operado-
res estaban ya en pleno trabajo, una mano experta hizo saltar
silenciosamente la cerradura exterior, después abrió la puerta
que daba a la sala de emisión. El tac-tac del emisor había cu-
bierto los pasos silenciosos de los policías.
La puerta se abrió bruscamente y varios gendarmes, pisto-
la en mano irrumpieron en la sala. Todo ocurrió tan rápidamen-
te que Maud no tuvo tiempo de retirar las manos del tablero,
y menos aún de comunicar la señal de alarma al Centro.
El registro comenzó. Además no hacía falta buscar mucho,
la emisora y las lámparas incandescentes estaban ante los ojos
de la policía, los telegramas transmitidos y recibidos, el pro-
grama de emisión y varias páginas del libro código cubrían la
mesa. Había más piezas de convicción de las que se necesitaban.
La situación no tenía escapatoria.
Un registro en la calle de Carouge proporcionó nuevas prue-
bas: la emisora de Rosie que Edward había escondido en la
maleta de un tocadiscos.
La misma noche, la policía fue al n.0 8 de la calle Henri
Mussard, pero Rosie no estaba en casa. Fue detenida en la
madrugada, al mismo tiempo que Hans Peters, en el aparta-
mento del joven. La policía sabía donde se escondía. Los dos
fueron detenidos.
Condujeron a Rosie a su casa para que el registro tuviese
lugar en su presencia. Con gran sorpresa, los policías no en-
contraron la emisora clandestina. Pero encontraron otras prue-

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bas concretas: varias piezas de recambio, algunas pagmas del
Código, el cuadro de llamada del aparato. Edward había sido
muy imprudente de no llevarse todo eso a la vez que el apa-
rato.
Rosie y su amigo fueron puestos en arresto preventivo
-el agente secreto alemán fue liberado rápidamente. Durante
toda la investigación, e incluso después de salir de la cárcel,
Rosie estuvo convencida de que Peters no tenía nada que ver
en su detención. Quería casarse con ese «comunista» que,·
según decía, había huido de Alemania a causa del nazismo.
Fue una amarga decepción para ella cuando la máscara de
Peters cayó.
Aquellas fueron las primeras detenciones graves. En aquella
época aún confiábamos que el contraespionaje suizo ignoraba
muchas cosas, y que llegaríamos a salvar el núcleo de nuestra
organización.
Desd~ que la detención de nuestros telegrafistas no dejó
más dudas, me apresuré a telefonear a Jim para ponerle al co-
rriente de los acontecimientos. Era importante, porque el 17 de
octubre, Jim debía encontrarse en Lausana con Edward, que
tenía la costumbre de llevarle los telegramas en lugar de Rosie.
No era imposible que los agentes suizos hubiesen seguido a
Hamel durante sus viajes y que Jim fuese a parar directamente
a sus manos.
Informé a Jim del peligro diciéndole: «Edward está gra-
vemente enfermo. Hemos llamado al médico que le ha hospi-
talizado. De momento está prohibido visitarle». En nuestra
jerga, «enfermedad» significa detención, y «hospital» cárcel.
Jim respondió que había comprendido y que la enfermedad de
Edward le afligía mucho. Ese mismo día fui a Lausana. En
casa de Jim preparé un informe de lo ocurrido y le dije que,
como medida de precaución, lo transmitiese con su código,
porque no estaba seguro que la policía no hubiese encontrado en
casa de Hamel una página de mi código.
Jim me enseñó el telegrama que había recibido la víspera,
Moscú estaba inquieto y preguntaba porqué las dos emisoras
de Ginebra no respondían. El Centro sabía que el aparato de
Rosie tenía que volver a instalarse el 16 de octubre.

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Convinimos que Jim entregaría a Lena, que vendría a verle,
la respuesta del Centro a mi informe.
De Lausana fui a Berna, donde informé a Pakbo de lo ocu-
rrido. Le di dos direcciones seguras en Ginebra para que
pudiese seguir en contacto conmigo por correo o personal-
mente.
En el camino de vuelta me dije que desde ahora teníamos
que proteger a Jim como a la niña de los ojos porque sólo su
emisora nos permitía seguir en contacto con Moscú.
El Centro envió instrucciones urgentes a Jim:

Es absolutamente preciso que permanezca en contacto con


Albert. Sean los dos extremadamente prudentes. Digan a Al-
bert que aprobamos las medidas que ha tomado. Que la red
cese momentáneamente en todo su trabajo. Esperaremos todos
los días su llamada según el programa.

Al principio fue la policía federal quien llevó la investi-


gación sobre los radiotelegrafistas. Más tarde y después de
unos tres meses remitió el asunto a las autoridades militares.
La investigación fue mantenida en secreto, de tal forma
que la prensa no publicó nada. Durante los días que siguieron
a la detención incluso ignorábamos donde estaban detenidos
nuestros colaboradores, donde tenían lugar los interrogatorios,
si la policía les había forzado a hablar y lo que realmente había
sido encontrado dentro de los pisos. Era muy importante saber
todo eso.
Era preciso entrar rápidamente en contacto con los dete-
nidos de una u otra forma. Como jefe de la red y responsable
de la suerte de sus miembros, tenía el deber de que la defensa de
los esposos Hamel y Margaret Bolli estuviese asegurada en
el momento del proceso, caso de que no lográsemos su eva-
sión. Era pues preciso encontrar un abogado que aceptase de-
fenderles no sólo por interés profesional, por dinero o por
sensacionalismo, sino uno que en su defensa se convirtiese en
acusador antinazi. Después de aproximadamente una semana,
con ayuda de unos amigos, no solo logré enterarme de en qué
cárcel habían sido internados nuestros operadores, sino _que

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también pude organizar un intercambio de mensajes con ellos.
Los Hamel y Margaret Bolli estaban encarcelados en celdas indi-
viduales en la cárcel de S.aint-Antoine de Ginebra. Eran inte-
rrogados por separado, no podían verse más que en los careos
y no tenían derecho a dirigirse la palabra. Se aplicaban estric-
tamente las reglas de la prisión. Tuvimos suerte. Encontramos
alguien que .aceptó la tarea de mensajero,. el propio carcelero
de Edmond Hamel, alías Edward. Con su ayuda pudimos in-
tercambiar pequeñas notas. Es cierto que este servicio de co-
rreos no duró mucho tiempo porque el carcelero fue despe-
dido, pero Edward había tenido tiempo de comunicarme un
cierto número de cosas.
En principio, me hizo saber cuales eran los documentos se-
cretos y las fuerzas de convicción encontradas durante el regis-
tro. Entonces supe que la policía se había llevado todo el ma-
terial escondido en el chalet y en el piso de los Hamel. Acon-
sejé a mis camaradas que negasen todo lo que no se podía
probar y que no confesasen que trabajaban para el servicio de
investigación soviético. Pero la siguiente carta que recibí me
demostró que la policía sabía mucho más de lo que suponíamos.
Edward me escribió diciendo que en su último interro-
ga torio, le habían enseñado mi foto diciéndole mi nombre. La
policía sabía también que mi seudónimo era Dora. El inspec-
tor de policía había dicho que él sabía muy bien que Radó
era el jefe de la red y que los prisioneros estaban en contacto
con él. Les prometió liberarlos a los tres si lo reconocían.
Edward escribió diciendo que ninguno había confesado cono-
cerme; habían asegurado al inspector que no habían visto nun-
ca aquel hombre cuya foto les mostraban.
Confiaba en mis colaboradores. Sabía que no confesarían
con quién estaban en contacto. Además, esto se confirmaba
por el hecho. que los servicios secretos suizos y la policía fede-
ral no tomaran más medidas contra nosotros, por lo menos
por el momento. ¿Pero cuánto tiempo podía durar esto? ¿Los
telegrafistas, lograrían seguir callando? ¿Y si los investigado-
res tenían otras pruebas indiscutibles de nuestra colaboración
y se las ponían ante la nariz de los inculpados? Si tenían
en sus manos una foto es que se habían enterado de algo

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sobre mí y tal vez sobre otros miembros de la red. Pakbo y
Jim estaban en peligro; Rosie había estado en contacto con
ellos y los agentes habían podido seguirla.
Concluí que debían vigilarme desde hacía tiempo o que,
lo que aún era más probable, los suizos habían recibido in-
formaciones de la Gestapo y de provocadores como Rameau-
Zweig. Parecía que no podía eludir la clandestinización. Sin
embargo, decidí esperar todavía porque en esas condiciones
sería aún más difícil el trabajo de la red. Y antes de desapa-
recer en la clandestinidad tenía que asegurarme de que nin-
gún peligro acechase ni a Jim ni a Pakbo; era preciso poner-
les en contacto porque en esos tiempos difíciles, sólo ellos
podían continuar llevando con éxito las cuestiones de la red.
También debía pensar en mis colaboradores encarcelados.
A través de uno de mis amigos, que se relacionaba con
los abogados más renombrados de Ginebra, logré convencer
al señor Hermann Dutoit, un abogado muy influyente, experto
en jurisprudencia suiza, de tomar en sus manos el caso de
nuestros telegrafistas. Extraña casualidad. El señor Dutoit me
había sido recomendado ya para cuestiones relativas a mi per-
miso de residencia y otros asuntos personales, pero de mo-
mento él estaba lejos de pensar que yo tenía nada que ver
con el caso Hamel. Además, si la memoria no me falla, Dutoit
era presidente del partido radical que estaba en el poder en
Ginebra ·y Adrfa'.n Lachenal -su socio- era miembro del
gobierno ginebrino y más tarde incluso formó parte del go-
bierno federal.
El centro aprobó mi elección. Pese a que las autoridades
no permitieron ni por un momento que el abogado mantu-
viese contacto con los acusados ni que tuviese conocimiento
del resultado de la investigación, Dutoit prometió asegurar la
defensa de nuestros colaboradores durante el proceso. Ten-
dríamos que pagarle una fuerte suma. Logramos también que
nuestros colaboradores detenidos recibiesen una alimentación
mejor. Dejaba dinero a unos hombres de confianza que lo
hacían llegar al director de la prisión. Los Hamel y Rosie
recibieron desde entonces su comida de un restaurante. Ese
tipo de privilegios no estaban prohibidos en las cárceles suizas.

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El 19 o 20 de octubre, Edward me comunicó a través de
su carcelero una mala noticia. Me prevenía: los goniómetros
buscaban nuestra tercera emisora en los alrededores de Lau-
sana. Edward se había enterado durante un interrogatorio a
través de un inspector de policía.
Informé inmediatamente a Jim que envió un telegrama
al Centro.
El 25 de octubre, Moscú envió las siguientes directrices:

Reduzcan sus emisiones al mínimo. Para disimular su acti-


vidad) le sugerimos que no permanezca en el éter más de
veinte minutos. (Seguían luego los días) horas y longitudes
de ondas) que tenían que cambiarse sin cesar.) Respetando
estas indicaciones podrá llamarnos dos o tres veces· por noche.
Ustedes pueden escuchar sin peligro.
Director

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QUINTA PARTE

DESPUES DE OCTUBRE DE 1943

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CLANDESTINIDAD

Yo ya estaba vigilado.
Cerca de la calle Lausana, en la que yo vivía en Ginebra,
se extendía un gran parque. Allí, justamente en frente de la
casa, había una pequeña garita en la que los guardianes que
vigilaban el parque se sentaban a veces. Pero generalmente no
se les veía pues paseaban por las avenidas. En cambio, desde
hacía poco dos hombres estaban sentados noche y día en la
garita; sin duda eran policías. No noté nada de particular,
pero cuando tomaba el tranvía, que se paraba justamente de-
lante de la casa, un joven en bicicleta aparecía y rodaba al
lado del tranvía hasta que me apeaba. Esto ocurrió varias
veces.
Me fijé atentamente, y no había duda. Mi foto, segura-
mente la que los detectives habían mostrado a Edmond du-
rante los interrogatorios, había sido pues distribuida entre los
hombres de la policía.
Cuando recibiesen la orden me detendrían. Tenía que de-
saparecer. Debía deshacerme de ellos y esconderme. Lo más
importante era conservar la calma. ¿Acaso durante los largos
años de mi vida de emigrado no había burlado varias veces
a la policía? Mi comportamiento no tenía que demostrar que
les había notado. Calma y prudencia. Tenía que ganar a toda
costa ese juego del gato y el ratón. ·
A menudo me preguntaba cómo podría salvar la red de la

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destrucción total, porque la creciente actividad de la policía y
el contraespionaje probaban que ése era el objetivo de los
suizos. Jim me transmitió un consejo del Centro: tenía que
recurrir a los amigos. Pero, ¿quiénes podrían ser esos amigos?,
nos preguntamos con Jim. El Centro no podía pensar en el
Partido Comunista porque nos estaba prohibido establecer
contacto con él. Jim pensaba que podría tratarse de los Alia-
dos, más exactamente de sus embajadas donde Pakbo, a tra-
vés de Salter, tenía buenas relaciones. De momento podríamos
intentar utilizar como refugio la misión diplomática inglesa.
Eso no era fácil, pero esperaba que en una situación tan crí-
tica los Aliados no nos negarían su ayuda. La embajada in-
glesa hubiese sido una buena «tapadera» porque las autori-
dades suizas sentían un gran respeto por la bandera inglesa
y se lo permitían todo a los hombres del Intelligence Service.
Otro elemento abogaba en favor de esta solución.
Jim sospechaba que las autoridades de Lausana suponían
que él era agente de los servicios secretos ingleses. La mujer
del ministro de Economía nacional rumano se lo había di-
cho. Jim se había entrevistado con ella cuando había venido
a Lausana y esto le había permitido recoger importantes in-
formaciones. Ante una buena botella, la mujer del ministro
había comentado bromeando que su amiga, la esposa del em-
bajador rumano en Berna, tenía a Jim por agente del Intelli-
gence Service. Durante una recepción diplomática, esta mujer,
charlando con el coronel Perrot, oficial del contraespionaje
suizo, había mencionado la suposición de que Jim, al que co-
nocía personalmente, era un agente británico. Perrot corroboró
que también él lo pensaba, pero que mientras ese inglés no
trabajase contra Suiza y no recogiese informaciones militares,
no existía ninguna razón para detener a un ciudadano de una
potencia amiga del país.
Jim había informado de ello al Centro en julio, para res-
ponder el Director que estaba muy inquieto por el asunto del
correo de la Gestapo y otros peligros que parecían amenazar
a nuestro operador de Lausana.
Ese camuflaje inglés era muy conveniente para Jim, último
eslabón que nos unía a Moscú y al Centro.

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A finales de octubre envié al Centro el siguiente tele-
grama:

La situación es cada vez más desfavorable para la continua-


ción de nuestras actividades. Todo hace pensar que la policía
suiza tiene intención de destruir nuestra red. Propongo que
intentemos entrar en contacto con los ingleses y continuar el
trabajo bajo una forma de clandestinidad nueva. Pido instruc-
ciones inmediatas porque el asunto es urgente.

Pero el Centro no aprobó esta solución.


El 2 de noviembre, el Director nos telegrafió:

Su sugerencia de esconderse entre los ingleses y así con-


tinuar el trabajo es totalmente inaceptable. En ese caso usted
y su red perderían toda la independencia. Comprendemos que
están en una situación difícil e intentamos ayudarles. Pondre-
mos al corriente a un abogado americano muy conocido que
tiene buenas relaciones en Suiza. Sin duda él podrá aconse-
jarles, así como a todos los que están en dificultades. Háganos
saber sin tardanza si todavía pueden resistir o si tienen algún
lugar donde esconderse durante dos o tres meses.

El Centro me permitía elegir la dandestinidad. ¿Pero


cómo? Era un problema que tenía que resolver y no dispo-
nía de tiempo para vacilaciones. Logré encontrar rápidamente
un piso: un hombre seguro me daba asilo, el médico que en
1942 había colaborado en hacer llegar el pasaporte a Italia.
Pero aún tenía otras preocupaciones. ¿Qué ocurriría con
mi familia, con una agencia de prensa que no reportaba mu-
cho, cierto, pero que permitía vivir?
No teníamos demasiadas preocupaciones con los niños, que
dejamos al cuidado de la abuela; el mayor tenía dieciocho
años, y el pequeño trece. Tenían sus cartillas de racionamiento
y dejé suficiente dinero a mi suegra para la alimentación y
otros gastos. No era la primer.a vez que la madre de Lena se
encontraba en una situación parecida. Esa animosa mujer,
que había criado sola a sus tres hijas en la mayor pobreza,

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como he dicho .anteriormente, había dado asilo en Alemania
durante la Primera Guerra Mundial a revolucionarios rusos y
alemanes. La clandestinidad no le era desconocida, y no sólo
la aprobaba sino que nos incitaba a Len.a y a mí a desapare-
cer lo más pronto posible.
Decidimos que mi mujer ingresaría durante un tiempo en
una clínica mientras yo desaparecía. No era recomendable aban-
donar la casa al mismo tiempo para no dar la señal de alarma.
Instalamos pues a Lena en una clínica y mi suegra mar-
chó con mi hijo menor, al que habíamos decidido dejar in-
terno en algún lugar de la montaña. Ahora había llegado mi
turno.
¿Cómo tomar el camino del campo siri que los detecti-
ves que seguían todos mis pasos no se diesen cuenta y de manera
que, durante algunos días no fuese notada mi des.aparición?
Elaboramos un plan muy simple destinado a burlar la vigi-
lancia de la policía.
Teníamos un gran perro pastor alemán. Mi hijo mayor y
ese perro me .ayudaron.
Varias noches seguidas saqué a pasear el perro por el par-
que y alrededores de la casa para que los policías se acostum-
braran. Y luego una noche, cuando me pareció llegado el mo-
mento de huir, salí con el perro y marché con él en dirección
al paso subterráneo bajo la vía del ferrocarril, situado cerca
de allí. Mi hijo había ido antes en bicicleta. Hacía bastante
frío aquella noche de noviembre, pero adrede no me puse ni
abrigo ni sombrero. Los policías tenían que creer que había
bajado sólo unos minutos, a pasear el perro.
Comenzaba a anochecer. En el subterráneo di la trailla a mi
hijo, me monté en la bicicleta y me marché. Mi hijo regresó
como si nada hubiese ocurrido. Los policías no se dieron cuen-
ta o pensaron que era yo quien regresaba con el perro. Con-
tinuaron montando guardia durante varias semanas antes de
notar que la persona que les había sido confiada había desa-
parecido. Más tarde me enteré de que habían informado a sus
superiores de que me había encerrado en casa y no me atrevía
a salir a la calle.
Protegido por la oscuridad (en Suiza había sido ordenado

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el oscurecimiento nocturno) llegué sin dificultades al viejo cha-
let donde el médico me esperaba en su apartamento. Pusieron
a mi disposición una habitación individual a la que nadie tenía
acceso a excepción de ellos.
Había cumplido una parte de mi tarea: librarme de mis
perseguidores. Pero aún me esperaba la parte más difícil: or-
ganizar el trabajo de la red en clandestinidad -mientras que
la policía vigilaba- y hacerlo con un solo operador. Eso re-
quería crear un enlace con la mayor prudencia y a través de
agentes doblemente seguros. Tenía que hablarlo personalmente
con Jim. Ya no podía cambiar el lugar y hor.a de nuestra cita
en el parque de Eaux-Vives, pese al riesgo de ser localizado.
El 8 de noviembre, después de haberme disfrazado un
poco, salí, paré un taxi en la calle y me hice llevar al parque
de Eaux-Vives.
Jim se había adelantado. Aún no había salido del coche
cuando ya noté su silueta; me esperaba a la entrada del par-
que vestido con un abrigo. Pagué al taxista y fui a reunirme
con él. Me miró de una manera extraña, o, más exactamente,
miró detrás de mí. Me giré instintivamente pero no noté nada
particular. No vi más que el taxi del que acababa de bajar
parado al borde de la acera.
-Alberto, tenemos que huir de aquí -susurró Jim-. El
chófer del taxi se ha precipitado a una cabina telefónica como
si tuviese el diablo en los talones. No puede ser una simple
casualidad.
La plaza del conductor estaba efectivamente vacía. Entra-
mos rápidamente en el parque.
¿Era posible que todo eso fuera una mera casualidad?
¿Quién podía saber por qué el chófer se apresuraba a telefo-
near? En otras circunstancias ni Jim ni yo habríamos dado
probablemente importancia a tales bagatelas. Pero sabíamos
que la policía tenía mi foto. Tal vez el taxista también la te-
nía, y, habiéndome reconocido, se apresuraba a llamarla.
Nuestras dudas estaban bien fundadas. Más tarde nos en-
teramos de que la policía había distribuido mi foto no sólo
entre sus agentes sino también entre los taxistas, recomendán-
doles avisar en seguida en el caso de ser reconocido.

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No era cuestión de mantener una conversac10n detallada.
Teníamos que desaparecer lo más rápidamente posible y sin
· llamar la atención. En el camino Jim me entregó el último
mensaje del Centro; le informé en pocas palabras de que es-
taba clandestinizado y le di la dirección del médico. Pedí a
Jim que viniese a verme si llegaba algún telegrama urgente
de Moscú; entonces decidiríamos cómo continuar nuestra acti-
vidad.
Conocía bien el parque de Eaux-Vives. En el otro extre-
mo había un restaurante cuya puerta tr.asera daba a una calle-
juela. Entramos en el restaurante y salimos al patio por la
puerta trasera. Los sorprendidos cocineros apenas tuvieron
tiempo de ver dos hombres con abrigo que desaparecieron con
prontitud. Nadie nos detuvo. En la callejuela nos separamos,
marchando cada uno por su lado.
Creo que diez minutos más tarde hubiésemos sido dete-
nidos.
Aquella noche Jim envió al Centro el telegrama siguiente:

8.XI.1943, al Director.
Alberto está convencido de que su casa está vigilada. Ha
logrado clandestinizarse.
Permaneceremos en contac;to a través de Sissy. Si recibo
por teléf ano la señal convenida, contactaré con Alberto en su
domicilio clandestino.
María ( es decir, mi esposa Lena) está en una clínica, el
hijo pequeño en un internado y el mayor con su abuela.
Edward y Maud siguen encarcelados, pero bien tratados.
No han confesado nada.

Sabía que después de aquello la policía no dejaría de in-


teresarse por mi mujer, que se enteraría de la clínica en que
estaba y no la dejaría en paz. Al no poder asegurar la clínica
una protección a largo plazo para ella, las autoridades arres-
tarían a mi mujer. Era preciso que también ella pasase a la
clandestinidad.
La esposa del médico en cuy.a casa me hospedaba visitó a
Lena en la clínica. Por ella le hice saber que tenía que reunir-

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se conmigo sin tardanza. Lena dijo a su médico que le gus-
taría visitar a sus hijos y abandonó la clínica. Pero, por su-
puesto, no regresó a casa -donde ya no tenía que poner los
pies- sino que vino a la dirección indicada. Previamente dio
grandes rodeos por la ciudad, bajándose de un tranvía y to-
mando un taxi, para despistar a eventuales seguidores. Cono-
cía y tenía experiencia en este tipo de cosas y llegó sin difi-
cultades a la casa del médico.
A partir de ese momento, mediados de septiembre, no
pusimos ya más los pies en la calle.
Era preciso restablecer el enlace con los miembros de la
red y esto de una manera nueva, porque los Hamel, Rosie
y Lena que habían actuado como contacto entre Jim, Pakbo y
yo no podían seguir cumpliendo sus tareas. Entre otras cues-
tiones urgentes discutí también este problema con Jim que
venía a verme una o dos veces por semana.
Jim era extraordinariamente prudente cuando nos visitaba.
No venía hasta que era completamente de noche. Después de
apearse del tren, paseab'a un cierto tiempo por la ciudad y en-
traba en un café o restaurante antes de coger un taxi para
venir al viejo chalet. Siempre se apeaba dos o tres esquinas
antes de la casa del médico.
Por la noche la ciudad se hundía en una oscuridad total;
era pues fácil esconderse en un portal para desembarazarse de
posibles seguidores. De vez en cuando, Jim entraba bajo un
pórtico y aguzaba el oído para asegurarse de que no era se-
guido; en las calles desiertas los pasos se oían a lo lejos. No
le dejaban entrar en casa del médico sin dar la contraseña.
También Sissy venía a verme por las mismas razones que
Jim. Había recibido mi dirección a cambio de no comunicarla
a ninguno de los colaboradores. En las circunstancias que atra-
vesábamos sólo la más estricta disciplina podía permitirnos
continuar nuestro trabajo.
Después de haber estudiado todas las posibilidades, comu-
nicamos al Centro nuestras .sugerencias.
Moscú dio la siguiente respuesta:

Aprobamos sus sugerencias. Como jefe de la red dé ins-


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trucciones a Sissy y a Pakbo para que continúen trabajando de
momento de f arma independiente. Los elementos importantes
deben ser transmitidos a través de ]im.
Que ]im busque inmediatamente un nuevo piso en otra
ciudad. Lo esencial es que las informaciones importantes nos
lleguen sin tardanzas.
Director

Pero no fue posible obedecer todas estas instrucciones.


Lo más importante era continuar transmitiendo las infor-
maciones que con bastante regularidad nos llegaban de Pakbo.
Sissy no vino a verme más que dos veces. Le aconsejé ponerse
en contacto directo con Jim, así las informaciones llegarían
más rápidamente a su destino y no tendría necesidad de venir
constantemente a casa del médico. Pero Sissy rechazó esta
sugerencia. Pen,saba ella que, dadas las circunstancias, era ex-
tremadamente peligroso· crear nuevas relaciones, mucho más
con un telegrafista. Logré, sin embargo, poner en contacto a
Pakbo y a Jim, esperando que por lo menos esa «línea» po-
dría trabajar sin mí. Lo único que aún podía hacer yo era
formular las informaciones en un tono tan conciso como se
pudiese. Pero no estaba seguro de que Jim llegase a mandar-
los porque, siguiendo las directrices del Centro, no emitía más
que muy raras veces y sólo durante un tiempo muy corto. Por
el momento no podía cambiar de domicilio, ni montar una
emisora en otro apartamento. Además, en tiempo de guerra
un extranjero no tenía derecho a cambiar de domicilio, y mu-
cho menos de ciudad, sin· un permiso de la policía y tenía que
dar explicaciones muy convincentes.
Tampoco logramos organizar la fuga de los telegrafistas
encarcelados. La policía se enteró de nuestras intenciones por-
que podía descifrar los mensajes enviados al Centro. En efecto, ·
durante las detenciones había encontrado .algunas páginas de
nuestro código. Edmond, Olga y Margaret fueron enviados a
otra prisión. Los interrogatorios proseguían.
Margaret (Rosie) fue quien hizo las primeras confesio-
nes. Durante más de un mes la chica había negado pertenecer
a una organización clandestina y, en lo que a ella se refería,

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los investigadores tenían pocas piezas de conv1cc10n. Fueron
las pruebas concluyentes recogidas por los agentes que la si-
guieron y su inexperiencia las que la impulsaron a declarar.
Le enseñaron dos fotografías, una de Jim y una mía; le
dijeron nuestros nombres, pero ella continuó afirmando que
no conocía .a esos hombres. Sin embargo, cuando a. mediados
de noviembre el investigador le contó con detalles donde se
reunía ella con Pakbo y con Jim, la resistencia de la chica
se derrumbó. Ella ignoraba que la policía supiese tantas cosas.
Rosie confesó casi todo sobre sí misma y los colaborado-
res con los que había estado en contacto. En su confesión
subrayó que su actividad no lesionaba los intereses de Suiza,
que iba dirigida únicamente contra la Alemania nazi y que,
a fin de cuentas, había servido a la defensa de su país. No
dijo que perteneciese al servicio soviético de investigación,
sino que pretendía haber trabajado para Gran Bretaña y los
Estados Unidos. Mantuvo esta posición hasta finales de febre-
ro de 1944.
Los esposos Hamel dieron pruebas de mucho mayor cor.aje.
A lo largo de toda la investigación, y pese a que había un
gran número de pruebas contra ellos, negaron categóricamente
cualquier acusación y no reconocieron mi foto. Durante varios
meses la policía intentó en vano hacerles decir algo de impor-
tancia. Persistieron en esa negativa hasta que nuevas pruebas
les acorralaron.
Fueron los propios telegrafistas, más tarde puestos en li-
bertad provisional, quienes contaron los detalles de la investi-
gación. Sus relatos fueron confirmados por el proceso que tuvo
lugar después de la guerra.

LA DETENCIÓN DE JIM

Veamos ahora cómo fue descubierta nuestra última emi-


sora que el contraespionaje suizo había situado en Lausana,
de lo que nos informó Edmond Hamel desde la prisión.

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Mientras nos esforzábamos en tomar diversas medidas de
precaución y buscábamos febrilmente el modo de continuar
nuestro trabajo muy obstaculizado por la pérdida de dos emi-
soras y la constante vigilancia de la policía, los goniómetros
suizos continuaban sus averiguaciones.
La emisora de Jim había sido detectada por la misma bri-
gada móvil que había conducido a la policía a nuestros apa-
ratos ginebrinos. Los dos documentos siguientes nos dan una
idea exacta de la forma en que fue llevada a cabo la inves-
tigación.
Extracto de un comunicado enviado por el teniente Treyer,
comandante de la brigada, a sus superiores, relativo a la .acti-
vidad de su unidad durante los meses de octubre y noviem-
bre de 1943 (documento de archivo):
«Durante la investigación realizada en Ginebra, y que cul-
minó el 14-10-1943 con la detención de dos operadores clan-
destinos y el descubrimiento del lugar donde se escondían los
aparatos, localizamos otra emisora que presentaba las mismas
características que las dos anteriores.
»Percibimos las señales de esta tercera emisora de manera
algo difusa el 27-10-1943 a las O horas 25 minutos, pero sus
características nos hicieron dar por seguro que se trataba de
una emisora perteneciente a la misma organización. Ese apara-
to (para hacer más difícil su localización) funcionaba irregu-
larmente.
»Por esta razón fue más difícil encontrarlo.
»9-10-1943 - Sabemos de cierto que se encuentra en
Lausana.
»20-10-1943 - Hemos determinado en qué barrio.
»25-10-1943 - En qué casa.
»5-11-1943 - Tenemos en nuestras manos todos los datos
técnicos que confirman la hipótesis emitida por la policía fe-
deral a raíz de la primera detención; estos datos nos permiten
determinar la dirección exacta de la emisora: 2 rue Longeray,
cuarto piso, apartamento de Foote.
»11-11-1943 - Hemos descubierto con qué estación esta-
ba en contacto Foote. Se trata de una emisora con gran po-

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tencia cuyo indicativo es OVV. Nuestra estación de escucha
ha determinado que la OVV está en Rusia.
»Hemos remitido los telegramas captados, continúa el te-
niente Treyer, a la sección de descifrado del estado mayor
suizo.»
Para completar ese informe, he aquí algunas notas del dia-
rio de servicio de la unidad:
«18-10-1943 - Instalamos una estación de escucha en
Lausana para grabar el trabajo del VS ( así era como los go-
niómetros suizos llamaban a la emisora de Jim). La patrulla
de coches goniómetro se encuentra también en Lausana y
colabora con el inspector Pasche.
«5-11-1943 - El VS trabaja tanto como emisor como
receptor. Durante las emisiones la patrulla realiza varias es-
cuchas de aproximación, mientras que otra patrulla compara
la potencia de escucha cerca del VS. La localización está ter-
minada.
»14-11-1943 - El OVV ha dirigido a VS dos telegra-
mas. Éstos se componen de 283 grupos de cifras.
» 19-11-1943 - La operación preparada por la policía fe-
deral con ayuda de la Su.reté y los medios de la "Radio 7"
-es decir, la detención- no ha tenido lugar porque la emi-
sora no operaba.»
Jim no había notado el peligro que le amenazaba. La po-
licía efectuaba su vigilancia con mucha circunspección, no que-
riendo detenerle por el momento. Tenía razones par.a ello,
como veremos más tarde.
En esos barrios de población muy densa, no era fácil en-
contrar la emisora que se había localizado. Para situarla exacta-
mente, la policía tenía que cortar la corriente de cada edificio
sucesivamente cuando la emisora funcionaba. Si la emisora no
paraba, la policía continuaba, cortaba la corriente del siguiente
edificio y así sucesivamente hasta que estableció que la emi-
sora estaba en el número 2 de la calle Longeray. Era un gran
edificio con muchos pisos. La última etapa de la investiga-
ción se hacía con la ayuda de minúsculos receptores que se
podían esconder en el bolsillo de un abrigo. Los investigadores
iban de piso en piso y se detenían delante de cada aparta-

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mento. En la última planta, la cuarta, al fondo del pasillo, las
señales morse se hicieron más fuertes. Las averiguaciones esta-
ban cumplidas.
Jim no podía sospechar que hombres de extraño compor-
tamiento pasaban por todos los pisos y si se encontraban con
un inquilino simulaban haberse equivocado de casa. Si no los
vio nunca era porque, a aquellas horas, manejaba el tablero
con su rapidez habitual, o escuchaba las emisiones de Moscú
escribiendo sobre una hoja de papel las series de cifras. Y los
hombres sospechosos no hacían su aparición hasta el atardecer
o de noche. Si bien es cierto que un día, al volver a casa, Jim
tuvo la impresión de que le vigilaban desde la puerta del apar-
tamento que estaba frente al suyo. Avanzando por el pasillo
había oído nítidamente a su espalda el clic de la cerradura.
Pero pensó que sería imaginación suya dada la continua ten-
sión nerviosa de los últimos días.
Siguiendo las estrictas directrices del Centro, Jim se con-
tentaba la mayoría de las veces con recibir los mensajes de
Moscú. Él emitía muy poco, transmitiendo sólo de vez en
cuando telegramas.
El 16 de noviembre, Jim vino a verme de nuevo a casa
del médico. Previamente había visto a Pakbo. La misma noche
transmitió mis mensajes y el telegrama siguiente en nombre
suyo:

17.XI.1943, al Director.
Long y Salter tienen informaciones muy interesantes para
el Centro. Hago todo lo posible para procurarme piezas de
recambio y montar una radio en prevención de que fuese de-
tenido.

Parece que este mensaje no fue captado por los suizos


porque no figura en su diario ninguna nota del 17 de no-
viembre. Jim utilizaba diversas frecuencias, su emisora tenía
dos indicativos que podía alternar a voluntad y esta vez se
«perdió» en el éter. Pero dos o tres días antes, el contraes-
pionaje había interceptado las directrices del Centro que, si
hubiesen podido ser aplicadas, habrían. trastornado todos los

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planes de la policía. Ante el creciente peligro, el director su-
girió a Jim que pasase a la clandestinidad. Su telegrama había
sido enviado con mi indicativo y mi código, y la policía lo
descubrió porque, desde la detención de los telegrafistas de
Ginebra, tenía la clave.
La detención de Jim fue ordenada inmediatamente. Deci-
dieron detenerle la noche del 18 al 19 de noviembre; pero
esa noche la emisora no funcionó. Fue preciso retrasar la ac-
ción pues era importante coger al telegrafista «con las manos
en la masa».
El momento propicio por fin llegó.
Fue el propio Jim quien, en su informe dirigido al Centro
después de la guerra, cuenta los detalles de su arresto.
«Encontré a Dora por última vez el 16 de noviembre en
casa del médico. Me entregó algunos telegramas cifrados y
convinimos vernos la próxima vez el día 20 de noviembre.
»La noche del 19 de noviembre de 19 4 3 decidí llamar al
Centro (a fin de hacer más difícil la localización había dejado
de emitir desde el 16) porque tenía que verme con Dora al
día siguiente. Pregunté si había algo para Dora y comencé a
anotar el largo telegrama del centro.
»A las 00 horas 45 minutos un grupo de unos 15 poli-
cías irrumpió en mi apartamento. Previamente habfan forzado
la puerta, luego se precipitaron hacia mí pistola en mano.
Durante algunos minutos logré quemar los telegramas e inuti-
lizar la emisora de un martillazo. Dos técnicos se precipitaron
hacia el aparto, intentaron ponerlo en marcha, pero no fun-
cionaba. La policía conocía, por haberlos captado, el indica-
tivo OVV del Centro y cinco de mis siete indicativos.»
En el diario de la brigada es ta operación figura como sigue:
«20-11-1943. 00 horas 45 minutos.
»El US responde a OVV y le envía un telegrama de 59
grupos de cifras. El OVV acusa recibo y envía un mensaje
de 321 grupos de cifras.
»00 horas 45 minutos, registro en casa de Foote en ple-
no trabajo. Al oír ruido en la puerta se ha visto obligado a
detener la emisión y ha quemado los telegramas.
»Hemos encontrado la mayor parte de las piezas de re-

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cambio en un ingenioso escondrijo preparado en lo alto de un
armario. También se encontraba allí la funda de la máquina
de escribir en que colocaba la radio.»
El registro fue dirigido por dos altos funcionarios: el ins-
pector Knecht de Ginebra y el inspector Pasche de Lausana,
por uno de los oficiales del estado mayor y el comandante de
la brigada de investigación. Fueron ellos quienes firmaron el
acta de registro.
En su informe dirigido al Centro, Jim describe así la con-
tinuación de los hechos:
«Me condujeron a comisaría, donde los inspectores Knecht
y Pasche se ocuparon de mi caso. Marc Payot, especialista en
cifrado, participó también en el asunto ... (El señor Payot es
por otra parte propietario de la editorial del mismo nombre
en Lausana, mundialmente conocida. ¡Recientemente me pro-
puso publicar mis Memorias en ella!)
»Durante el interrogatorio Pasche me contó que no que-
rían detenerme tan pronto porque el plan inicial de la poli-
cía era fundamentalmente descubrir a todos los miembros de
la red. Sin embargo, cuando a través de Dora recibí la orden
del Centro de pasar a la clandestinidad, la policía se apresuró a
detenerme, temiendo perder mi pista ... »
El coronel brigadier Masson no se preocupaba por el tiem~
po que nuestro telegrafista de Lausana pudiese seguir man-
dando informaciones militares o de otro tipo porque esto no
amenazaba a la seguridad de Suiza. Pero, colaborando con los
alemanes, se esforzaba de hecho en lograr lo mismo, la des-
trucción de nuestra red.
Moscú ignoraba la detención de Jim e intentó, durante un
primer período, restablecer el contacto tan bruscamente inte-
rrumpido, como lo prueba el siguiente telegrama:

1.XII.1943.
1. ¿Ha conseguido entregar el mensaje a Sissy y a Pakbo?
¿Cuál es su situación?
2. Sea extremadamente prudente en su enlace con el Cen-
tro. Traslade lo más rápidamente posible su emisora a otra

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ciudad. No envíe más que las informaciones más importantes.
Esperamos su llamada a la hora convenida. Saludos.
Director

Pero Jim no recibió este telegrama. Nadie lo descifró, se


perdió en el éter y quedó sin contestación.
En la cárcel Jim intentó al principio hacerse pasar por
un radioaficionado.
A lo largo del interrogatorio se enteró de algunos detalles
relativos al descubrimiento de nuestra red. En 1945 comunicó
los siguientes hechos:
«Durante mi primer interrogatorio me preguntaron si re-
conocía haber transmitido por cuenta de la Unión Soviética,
con un tal Alexander Radó, informaciones políticas, militares
y económicas y haber trabajado contra una potencia cuyo
nombre no fue pronunciado. La policía sabía quizás no todo,
pero sí bastantes cosas.
»1. Sabía que yo era quien había formado a Rosie,
Edward y Maud, y pretendía que yo había montado las emi-
soras en su apartamento.
»Sabía que tenía que encontrarme con Pakbo (por el tele-
grama que el centro había dirigido a Dora), pero ignoraba
quién era éste.
»3. Sabía que tenía que haber preparado a alguien, pero
pensaba que se trataba de un hombre y lo buscaron.
»4. Los últimos telegramas les habían informado de que
yo había recibido la orden de pasar a la clandestinidad.
» 5. También se habían enterado por los telegramas de
que Dora estaba en contacto con Edward en la cárcel.
» ... Durante el tercer y último interrogatorio -continúa
Jim- el inspector Pasche mencionó por vez primera el nom-
bre Bosendorfer y otros, pero esos nombres no me decían
nada porque no los conocía. También hizo alusión a que en
Berna alguien iba a ser eventualmente detenido. Tal vez se
trataba de Pakbo (no se me había quedado su nombre y sólo
conocía su seudónimo).
»La policía estaba segura de que tenía otro código secreto

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que me permitía estar en contacto con las oficinas del OKW,
W erther y otros; creía que me transmitían las informaciones
por radio. Los policías encontraron en mi casa una novela ale-
mana que me había regalado Micki; en su día había subrayado
algunas palabras y creyeron que con la ayuda de ese libro des-
cifraba los telegramas venidos de Alemania.
»La policía pensaba que utilizaba tres códigos: uno para
el Centro, un segundo para Alemania y un tercero para los
contactos con Francia.
»A lo largo de los interrogatorios llegué a las conclusiones
siguientes: l. Los suizos habían tenido noticias de nuestra red
por los alemanes. 2. Los alemanes les habían indicado el lugar
aproximado de nuestras emisoras (el aparato de Edward y
Maud estaba a un kilómetro de la frontera francesa, el de
Rosie a tres kilómetros y el mío a unos 1O kilómetros). 3. T am-
bién los alemanes eran quienes habían dado una foto mía a
la policía suiza que sin embargo no conocía mi nombre, sa-
biendo que pertenecía a la red de Dora.
»El inspector Knecht ha declarado que la Gestapo sabía
mucho de nuestra red y que al detenerme la policía suiza
probablemente me había salvado la vida.»
El informe de Jim debe completarse con otros datos.
El inspector Pasche, que le había interrogado, había subra-
yado que la Gestapo conocía la actividad de nuestra red. Tam-
bién es interesante notar como los investigadores intentaron
obtener de Jim, entre otras cosas, las relaciones que tenía con
Agnes Zimmerman (Micki) que, como el lector sin duda recuer-
da, vivía en Munich.
Sólo la Gestapo y el SD habían podido proporcionar esas
informaciones al contraespionaje suizo. También eran los ale-
manes quienes habían tenido que señalar a los suizos que Jim
estaba en contacto por radio con una emisora clandestina ale-
mana. Pero en eso se equivocaban.
La afirmación del inspector Knecht de que la policía suiza
deteniéndole había salvado la vida de Jim, no carece total-
mente de fundamento. Pierre Accoce y Pierre Quet, en la pá-
gina 293 de su libro, pretenden que, después de la guerra,
han encontrado en el archivo del SD el proyecto de rapto

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de Foote. Habían encargado la operación a varios agentes se-
cretos. Los alemanes habían llegado tres días tarde, porque
el rapto estaba previsto para el 23 de noviembre. Si consi-
deramos que gracias al «correo» y al matrimonio Wilmer, sa-
bían la dirección exacta de Jim, no hubiese sido difícil a los
sabuesos de Himmler realizar su proyecto.
En marzo de 1944 la policía pasó el caso a la jurisdicción
militar, pero Jim continuó negando que formara parte de nues-
tra organización.
Por consejo de su abogado, Jim decidió reconocer lo que
la investigación probaba de manera inequívoca. Confesó que
estaba al servicio de un estado miembro de las Naciones Uni-
das y que había transmitido informaciones que podían mo-
lestar a Alemania; no tenía ningún cómplice en Suiza; el jefe
de la red se encontraba en el extranjero; no tenía nada que
ver con Radó, los Hamel, Bolli y los otros de que le habían
hablado.
Después de formar esta declaración y hasta que fue pues-
to en libertad, Jim no fue interrogado más.

PRISIÓN LIBREMENTE ACEPTADA

Como estaba convenido, esperé a Jim el 20 de noviembre,


pero no .apareció. Sabiendo lo puntual que era habitualmente,
presentí una desgracia. Sabíamos que ninguno de nosotros es-
taba seguro y que podíamos ser detenidos en cualquier ins-
tante.
Me enteré de la detención de Jim una semana más tarde.
Tenía que ponerme inmediatamente a buscar un nuevo refu-
gio porque desde ese momento la casa del médico no era un
lugar seguro. Lógiéamente si, al seguir a Jim, los inspectores
habían descubierto esta casa, nos hubiesen detenido a Lena y
a mí la misma noche. Pero era difícil adivinar 1o que el ene-
migo tramaba y no podíamos fiarnos de un razonamiento ló-

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gico. Las reglas de la lucha clandestina prescriben considerar
todas las múltiples probabilidades, y las de la guerra secreta
exigen: «Si un colaborador que conoce tu escondrijo es dete-
nido, busca un nuevo domicilio».
Pero no era fácil encontrarlo, porque incluso entre nues-
tros hombres más seguros pocos habrían aceptado esconder
personas muy buscadas. En enero de 1944, logramos de todos
modos encontrar una solución. Nos fue facilitada por uno de
los amigos del médico. Nos desplazaríamos a su casa aprove-
chando la oscuridad y llevando con nosotros incluso ropa de
cama y colchones. Disponía de un piso independiente que
tenía la ventaja de no tener vecinos -estaba situado en la
primera planta- pero con el inconveniente de ser algo pe-
queño. Pusieron a nuestra disposición un cuarto trastero en
el que cabía una cama plegable y donde apenas podíamos dar
un paso. Allí nos instalamos a falta de algo mejor ... La falta
de confort era para nosotros una preocupación accesoria. Pero
lo más desagradable era que teníamos que permanecer inmóvi-
les, sentados en esa habitación durante horas, en una inmovi-
lidad casi total. Durante el día estaba la mujer de la limpieza
y por la noche los dueños de la casa recibían a sus amigos que
venían a jugar al bridge. Por supuesto nadie sabía que está-
bamos ahí y teníamos que guardar un silencio absoluto para
no traicionar nuestra presencia.
Cuando pienso en los largos meses que pasamos en esa
habitación tan pequeña, me extraña que Lena y yo hubiése-
mos tenido la paciencia de soportar esa vida de prisión acepta-
da libremente, esa prueba de inmovilidad. Los brazos y las
piernas se nos ponían amoratados, a veces teníamos la im-
presión de que la sangre se nos fijaba en las venas. A ratos
sentíamos irresistibles deseos de levantarnos y bajar a la calle.
¡En aquella época apenas habíamos llegado a los 40, necesi-
tábamos agilidad, movimiento! Estábamos obligados a perma-
necer encerrados, modosamente encerrados.
Éste fue probablemente el período más duro de mi vida,
aparte de los años de postguerra; en la época en la que la
legalidad socialista fue violada, me eliminaron así como a otros
muchos, en base a acusaciones falsas.

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La policía suiza nos había obligado a romper el contacto
con la red, con nuestros colaboradores que seguían en libertad,
y a encerrarnos en esta habitación como en una tumba. Pero
no podíamos hacer otra cosa, pues los detectives nos busca-
ban por todo el país. Las noticias que recibíamos por un ami-
go, gracias a sus relaciones dentro de la policía federal, no
dejaban duda alguna sobre ello. Sólo uno de mis amigos sabía
donde me escondía y venía a verme de vez en cuando par.a
mantenerme al corriente de la situación de la red. Nos pre-
guntábamos cómo hacer para reemprender el contacto con
Moscú.
Esto era lo que fundamentalmente me preocupaba, me pe-
saba, y no mi vida de prisionero.
Los periódicos y la radio me mantenían al tanto de la evo-
lución de los acontecimientos en el frente germano-soviético
y en Europa. A mediados de enero, los aliados habían relan-
zado en el centro de Italia las operaciones interrumpidas en
otoño de 194 3. En Leningrado y en Ucrania la ofensiva del
Ejército Rojo progresaba. En el sector de Korsone-Chevt-
chenkovski, un importante grupo de ejércitos enemigos había
sido cercado y destruido. Las tropas soviéticas habían expul-
sado a los ocupantes de Crimea, de Bielorrusia y se aproxi-
maban a las fronteras de Rumania. La fuerza de ataque del
Ejército Rojo crecía sin cesar, pero el enemigo, que perdía
sus posiciones una tras otra, se defendía con gran tenacidad y
ferozmente.
Nuestras preciosas informaciones eran inútiles. Desde la
detención de los telegrafistas, se acumulaban en gran canti-
dad. ¿Pero cómo enviarlas si no teníamos ningún medio de
transmisión?
Situación extraña y paradójica: nuestra red subsistía y se-
guía luchando; nuestras posibilidades, a finales de 1943, eran
aún mayores que antes. Y sin embargo esta red no podía fun-
cionar, estaba paralizada.
· Yo no podía dirigir personalmente la red pero mis prin-
cipales colaboradores Sissy y Pakbo seguían en libertad; sus
relaciones seguían proporcionando informaciones. Todos nues-
tros contactos, todas nuestras fuentes estaban intactas. Los

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miembros más importantes de la red, Lucy y sus amigos ber-
lineses, no habían dejado de trabajar.
¿Entonces, se me dirá, por qué rompernos la cabeza? No
tenía más que decir a mis colaboradores que se procurasen
piezas de radio, montasen algunas emisoras, formasen nuevos
operadores y el cifraje podría reemprenderse.
Desgraciadamente no era tan simple, incluso en Suiza, país
no ocupado por los nazis que ofrecía condiciones relativamente
ventajosas.
Supongamos que hubiésemos logrado procurarnos todo lo
necesario y que hubié;emos montado emisoras: ¿dónde insta-
larlas?, y aún más importante, ¿quién formaría a los opera-
dores? Los colaboradores que tenían una larga experiencia
y que manejaban los aparatos con mayor destreza estaban to-
dos en la cárcel. Antes de su detención, Jim no había logrado
reunirse con los jóvenes que habíamos reclutado a esos efectos.
Y Jim era el único entre nosotros que conocía la técnica de
la radio.
Sin embargo, no perdí la esperanza de poner de nuevo en
funcionamiento la red apenas la policía cesase un poco en su
actividad. .
La policía, pese .a no haber recibido ningún dato por parte
de los presos, hacía todo lo posible por encontrar al jefe de
la red. Los informes de los detectives no eran del todo tran-
quilizadores. En aquella época se utilizaban métodos inhuma-
nos que se parecían mucho a los de los hitlerianos.
En marzo la policía detuvo a mi hijo mayor que seguía
con su abuela en mi antiguo apartamento. Durante toda la
noche fue interrogado y golpeado. Los policías le exigían que
dijese donde se encontraban su padre y su madre. Le habrían
podido interrogar y torturar durante cinco noches seguidas
sin obtener nada, pues él no conocía nuestro domicilio clan-
destino. Por la mañana le soltaron.
Esto era sólo el principio. La policía quería obligarnos a
salir del escondite y tomar contacto con la familia. Utilizó
todos los medios a su alcance para poner a mis hijos y a mi
suegra en una situación límite. Mi hijo menor, un niño de
trece años, fue expulsado del internado; durante dos meses

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les fueron negados a los chicos y a su abuela las cartillas de
racionamiento y luego los echaron del piso.
Y eso no fue todo. Las autoridades amenazaron a la an-
ciana madre de Lena, que era de nacionalidad alemana, con
enviarla a Alemania y entregarla a los nazis. También inten-
taron convencer a mi hijo mayor par.a que se dirigiese el con-
sulado alemán, pidiese un visado de tránsito y regresase a Hun-
gría, el país de su padre. Hubiese tenido que atravesar toda
Alemania y, sin duda, la Gestapo le habría detenido.
Mi familia se encontraba en una situación muy difícil. Mi
mujer soportaba todo esto muy dolorosamente. Tuve dificul-
tades para impedirle cometer un error irreparable. Debíamos
mantenernos fuertes y no teníamos derecho a entregarnos a la
policía.
No sé qué se habría hecho de mis hijos y mi suegra si
no hubiesen intervenido nuestros amigos. Pakbo y otros com-
pañeros influyentes lograron poner fin a esta persecución. En-
contraron otra casa y consiguieron que de nuevo se entregase
a la abuela y a los chicos cartillas de racionamiento. La enér-
gica intervención de nuestro pariente, el célebre director de
orquesta Hermann Scherchen, que entonces era director de la
radio suiza, fue muy eficaz. Los chicos fueron readmitidos en
la escuela.
La policía se veía obligada a retroceder. No había logrado
de esta forma tan burda localizar nuestra pista. ¿Qué ocurría
entretanto en la cárcel y cómo se comportaban nuestros cola-
boradores? Ya ·he hablado de Jim.
Los hechos prueban que casi todos los prisioneros se com-
portaron dignamente, intentando obstaculizar y desorientar la
investigación. La policía no logró obtener de ellos la prueba
formal de que algunas personas ya desenmascaradas pertene-
cían a nuestra red.
Los esposos Hamel y Margar.et Bolli estaban detenidos
en la cárcel de Bois-Mermet en Lausana, a donde habían
sido trasladados después de que las autoridades se hubiesen
enterado de que intentaba hacerles evadir mediante un fuerte
soborno. A finales de noviembre también Jim fue encarcelado
en Bois-Mermet.

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Los prisioneros estaban encerrados en celdas individuales.
Estaba prohibido incluso a los carceleros responder a sus pre-
guntas y se les negó la asistencia de un abogado. La única
cosa que se les permitía era hacerles traer, una vez al día y
a su costa, la comida del restaurante, comprar cigarrillos
y recibir libros y paquetes del exterior.
Los documentos de la investigación y del proceso prueban
que Edmond y Olga negaron hasta marzo de 1944, es decir,
casi durante seis meses, haber pertenecido a un servicio de
investigación. Sólo comenzaron a confesar cuando fueron aco-
rralados por las pruebas irrefutables que la policía había
reunido.
Edmond-Edward reconoció entonces que había sido tele-
grafista de un tal «Alberto», pero sólo desde el otoño de 1942,
que había montado tres emisoras, que trabajaba para Ingla-
terra contra el Reich alemán, pero que no había causado nin-.
gún perjuicio a su país. Olga-Maud confirmó esa declaración
y añadió que ella no había ayudado a su marido más que
desde el verano de 194 3 y que, unas semanas antes de su
detención, había ayudado a Alberto a cifrar los mensajes. Los
dos negaron reconocer mi foto.
En marzo los Hamel esperaban todavía que lograrían de-
sorientar a los investigadores y embarullar las cosas no di-
ciendo más que la mitad de la verdad.
En el curso de la investigación, después de la detención
de Jim, el servicio de radio del contraespionaje suizo intentó
entrar en contacto con el Director bajo el nombre de Jim. Los
suizos conocían el indicativo del Centro y el de Jim, el pro-
grama de emisiones y disponían de otras informaciones sobre
nuestra red. Esperaban, con este truco, disimulando la captura
de la emisora de Lausana, recibir nuevas informaciones sobre
nuestros hombres, enterarse de quién se escondía tras los seu-
dónimos, dónde nos encontrábamos e incluso tal vez mi para-
dero. Arsenijevic publica el texto de los telegramas que las
autoridades suizas enviaron al Centro en Moscú en diciembre
de 1943 y enero de 1944. 1 También nos informa Arsenijevic

l. D. Arsenijevic, obra citada, págs. 204, 211.

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del nombre de los agentes de la autoridad que habían orde-
nado esa «maniobra de diversificación»: Stampfli, procurador
general de la Confederación; Balsiger, jefe de la policía fede-
ral, y el coronel J aquillard, jefe del contraespionaje militar
suizo.
Pero el contraespionaje suizo no llegó a engañar a Moscú.
La Dirección de los servicios soviéticos comprendió inmedia-
tamente lo que pasaba pero simuló no haberse dado cuenta
de la falsa identidad de Jim. Envió directrices y consejos po-
niendo al contraespionaje federal sobre una falsa pista, e in-
tentando enterarse de la situación en que se encontraba la red.
Los policías suizos fracasaron principalmente porque no ha-
bían logrado coger el código de Jim y utilizaron el mío para
el enlace con Moscú. En efecto, después de adueñarse de mi
código, del programa de emisiones, de las longitudes de onda
utilizadas, la policía «logró reconstruir la clave del código»,
escribe Marc Payot, el especialista en cifrado, en su anexo a
la edición francesa del libro de Pünter,1 publicado por el pro-
·pio Marc Payot, propietario de las ediciones Payot.
Sólo al cabo de algunas semanas los suizos no se dieron
cuenta de que, creyendo engañar, habían sido engañados y
cesaron en su juego con Moscú. El Centro había ganado. Te-
nía la prueba de la detención de Jim. En cuanto a los suizos
habían perdido el tiempo en balde.
Cuando el contraespionaje se dio cuenta de que Moscú no
le suministraría informaciones más amplias, dejó actuar a la
policía. Nuevas detenciones tuvieron lugar.
El 19 de abril de 1944 fueron arrestados: Esther Bosen-
dorfer (Sissy), Paul Bottcher, Christian Schneider (Taylor) y
Flückiger, el amigo de Sissy que en su día, por petición de
Sissy, había hablado a Jim al que no conocía. Flückiger fue
liberado aquel mismo día porque la policía comprendió que
no había estado mezclado en ese asunto más que por casua-
lidad. Exactamente un mes más tarde, detenían también a
Rudolf Rossler (Lucy). Fuer.en trasladados todos a Lausana,
a Bois-Mermet donde fueron encerrados en celdas individuales.

l. O. Pünter, Guerra secreta en un país neutral, pág. 271.

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Masson personalmente no estaba interesado realmente en
que tales miembros de nuestra red fuesen detenidos; había
mantenido la promesa hecha a Schellenberg (si es que hubo
promesa): desde noviembre de 1943 el contacto con Moscú
quedó interrumpido, no podíamos transmitir ninguna infor-
mación militar y esto los alemanes, que vigilaban el éter, lo
sabían muy bien. Pero temían que, al cabo de un cierto tiem-
po, reemprendiésemos la actividad en otro lugar y por eso
insistían en que toda la red fuese destruida. El jefe del con-
traespionaje suizo cedió a la presión, pero procuró no .atacar
a sus propios intereses.
Para la seguridad de la Confederación, estaba en efecto
interesado en que el secreto de Rudolf Rossler y sus amigos
berlineses, que trabajaban en un misterio tan perfecto, fuese
conservado .a toda costa. El coronel-brigadier Masson no tenía
en absoluto la intención de encarcelar al emigrado alemán que
le permitía recibir informaciones procedentes de las altas es-
feras militares alemanas. En cuanto a la policía federal, igno-
raba la actividad secreta de Rossler. Nuestros telegrafistas no
habían tenido el menor contacto con él, incluso ni habían oído
hablar de él y no podían pues dar ninguna pista, lo mismo
que en relación a Sissy y Taylor a los que tampoco habían
visto nunca. Sissy no conocía personalmente a Lucy; así ella
tampoco podía levantar el velo del misterio. Su detención no
suponía ningún peligro para Masson. En la red únicamente
Taylor, es decir, Christian Schneider, conocía personalmente
a Rudolf Rossler. Si él quería podía contar muchas cosas a la
policía. Y Taylor comenzó a hablar. En los interrogatorios
lo confesó todo, y dio el nombre de Rossler como remitente
de las informaciones. Masson probablemente no esperaba eso.
Tuvo que aceptar que Rossler fuese detenido.
Las autoridades militares habrían podido impedir fácilmen-
te la detención de Rossler que trabajaba para el servicio de
investigación suizo y suministraba al estado mayor informa-
ciones muy interesantes. Pero las declaraciones de T~ylor ha-
bían asociado el nombre de .Rossler con la red soviética de
investigación, y Masson temía, no sin razón, que, pese al se-
creto que rodeaba al asunto, los alemanes pudiesen intuir algo.

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Y si se enteraban de que el emigrado alemán y Lucy eran una
misma persona, los agentes alemanes o bien iban a matar o
bien a raptar a ese hombre que tenía en sus manos una de
las mejores fuentes de información de las que había dispuesto
el jefe de los servicios secretos suizos durante toda la guerra.
Masson no podía permitirlo de ningún modo. No le quedaba
más solución que meter a Rudolf Rossler en la cárcel, antes
de que fuese demasiado tarde. Probablemente ése era el único
lugar prácticamente inaccesible a los agentes del SD y de la
Gestapo.
Taylor, por tanto, había traicionado a su amigo Rossler,
había confesado que estaba en contacto con Sissy y que tra-
bajaba para el servicio soviético de investigación. Había puesto
así a todos los otros presos en una situación difícil.
Aparte de las confesiones de Taylor, había contra Sissy
otras pruebas concluyentes: durante el registro habían encon-
trado en su casa telegramas que yo aún no había redactado,
radiotelegramas cifrados .a partir de las informaciones. Sissy
los había guardado, esperando transmitirlos al Centro cuando
se pres en tase la ocasión.
El código de Sissy no cayó en manos de la policía porque
no lo tenía en cas.a en el momento de la detención. Un nuevo
registro tampoco dio resultado. Sissy, en previsión de esto, no
guardaba nunca el libro. con ella.
A lo largo de la investigación, todos los inculpados fueron
acusados de pertenecer a la red Radó y trabajar p.ara la Unión
Soviética. La policía tenía más pruebas de las que necesitaba.
Era pues un esfuerzo vano que mis colaboradores intentasen
rechazar la acusación.
Además, gracias a sus buenas relaciones con la policía, es
decir gracias al descubrimiento de un ·«documento», como él
dice, Arsenijevic nos informa de que «probablemente Roger
Masson, jefe del servicio suizo de investigación, fue quién
llamó la atención de la policía federal sobre Esther Bosen-
dorfer. En efecto el coronel Gripp, agregado de la aviación ale-
mana en Berna, había entregado a Masson el nombre y direc-
ción e incluso el seudónimo ( Sissy) de Esther» .1 Lo importante
l. D. Arsenijevic, obra citada, págs. 225, 226.

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en este caso es que por fin se dice abiertamente que Masson
había recibido informaciones de organismos militares alemanes,
para utilizarlos contra el servicio soviético de investigación.
Las últimas detenciones habían paralizado totalmente la red,
que, de hecho, se hundió. En realidad, aparte del grupo de Lu-
cy, nuestras otras fuentes estaban intactas; Pakbo, uno de
nuestros principales colaboradores estaba en libertad; él habría
podido reorganizar el trabajo con la ayuda de Long, Salter y los
otros. Pero ahora, aparte de las emisoras y los telegrafistas,
habíamos perdido otro instrumento necesario para entrar en
contacto con el Centro: el código. Mi código estaba inutilizado
porque el enemigo lo conocía.
Así fue como la policía suiza liquidó nuestra red, con gran
satisfacción de los hitlerianos.
En julio de 1944, me enteré de que las autoridades habían
liberado a Margaret Bolli, Edmond y Olga Hamel. Les dejaron
en libertad provisional bajo fianza, como es habitual en los
países capitalistas. También les hicieron firmar una declara-
ción en la que se comprometían a no abandonar la Confedera-
ción Helvética hasta el proceso.
Los amigos que me visitaban .a mi residencia clandestina
me informaron de ello: Pakbo que había sido informado por
la madre de Margar.et Bolli y un camarada que había hablado
con los Hamel. Me extrañó que mis colaboradores hubiesen
sido puestos en libertad provisional pero, después de reflexio-
nar, comprendí lo que había impulsado a la policía a este acto
de magnanimidad.
Una de las razones era sin duda que, a mediados de 1944,
la situación política y militar había cambiado completamente en
Europa a favor de los aliados. Los ejércitos soviéticos se acer-
caban a la frontera de la Alemania nazi, las tropas anglo-ameri-
canas habían desembarcado en Normandía, abriendo así el se-
gundo frente. Dos días antes, el 4 de junio, los aliados habían
ocupado Roma. En esas condiciones Suiza se sentía más tran-
quila, no temía ya a su agresivo vecino al que se le habían
pasado las ganas de amenazar o de invadir otros países, ocu-
pado como estaba en salvar su propia piel. Por supuesto, tam-
bién se habían operado cambios en las relaciones entre los ser-

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vicios secretos. Las fuerzas del Reich -el SD y la Gestapo-
no podían ejercer ya en Suiza la presión que tanto resultado
había dado en el pasado. Desde ahora, el coronel brigadier
Masson podía permitirse desatender las órdenes de los pode-
rosos jefes SS, Himmler y Schellenberg.
La otra razón de la puesta en libertad de los telegrafistas
era de otro tipo: era una maniobra falaz nada nueva en los
métodos policíacos internacionales. Los hitlerianos la habían
utilizado con predilección y los suizos querían también ensa-
yarla.
Soltando a los telegrafistas, esperaban que el jefe de la red
intentaría ponerse en contacto con ellos, personalmente o a
través de sus hombres de confianza. Esto parecía evidente,
porque el contraespionaje sabía que nadie había tomado su
puesto y que no disponíamos de otros operadores. Los telegra-
fistas puestos en libertad fueron, naturalmente, mantenidos
bajo vigilancia y esto habría permitido seguir la pista de
cualquiera que los conectara. La policía habría podido aún
echar mano a otros miembros de la red .y tal vez incluso des-
cubrir mi escondrijo.
En agosto cuando, por vez primera después de que yo
había escogido la clandestinidad, Pakbo me vino a ver (yo ha-
bía pedido al compañero que me visitaba que lo trajese)
nos preguntábamos efectivamente si no sería interesante resta-
blecer el contacto con los Hamel. Pero renunciamos a este pro-
yecto, comprendiendo que nos tendían una trampa. Prohibí
también a P.akbo que volviese a ver a Margaret Bolli, mucho
más cuando Pakbo me había contado que la policía hacía tiempo
que sospechaba de él y le vigilaba esperando la primera oca-
sión para detenerle.
Habían pasado casi nueve meses desde que la emisora de
Lausana había enmudecido y aún no habíamos encontrado un
medio de reemprender el contacto con Moscú.
Pakbo me informó de que, por el momento, no había habido
nuevas detenciones. El mismo se había dirigido a uno de los
diputados social-demócratas del parlamento suizo;Walter Brin-
golf, alcalde de Schaffhouse y en buenas relaciones con Paul
Bottcher, para que colaborase en la liberación de los presos.

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Pero esta gestión resultó infructuosa porque las autoridades
militares guardaban el asunto en el mayor secreto.
Pakbo intentó, por propia iniciativa, entrar en contacto con
el Centro por el canal diplomático. Salter y él intentaron obte-
ner el consentimiento del embajador de China en Berna para
enviar informaciones al Centro por correo diplomático vía
China. Pero las conversaciones en ese sentido no se concre-
taron.
La situación parecía sin salida. No tenía prácticamente sen-
tido continuar recogiendo información. Era preciso tomar una
decisión.
Sabía que nuestros amigos hacían todo lo posible para
salir de este .atolladero. Personalmente no podía hacer nada
mientras continuase en clandestinidad. Se hizo evidente que
no podía tomar contacto con el Centro a menos que marchase
al extranjero; entonces tendría posibilidad de informar de los
acontecimientos y pedir directrices: ¿Teníamos que abandonar
el trabajo en Suiza o reorganizarnos partiendo de otras bases?
Sólo podía huir a Francia; Austria e Italia estaban aún
ocupadas por los alemanes mientras que, desde principios de
septiembre de 1944, la situación militar había cambiado radi-
calmente en Francia. Las tropas angloamericanas habían desem-
barcado en Normandía y la insurrección de P.arís, en agosto,
había expulsado a los ocupantes de la capital. En el vecino de-
partamento de Alta Sabaya, los partisanos hacían prisioneras a
las tropas alemanas y eran dueños de la situación. Tenía que
unirme a ellos.
Pero, ¿cómo atravesar la frontera y pasar los puestos sui-
zos de control? Parecía casi imposible. Lo discutimos amplia-
mente con nuestros colaboradores y con Pakbo. Se propuso
incluso cavar un túnel bajo las alambradas que delimitaban la
frontera y por las que circulaba corriente eléctrica, o despla-
zarme a Campione, en territorio italiano del Ticino, que estaba
en manos de los partisanos italianos. Pero hubiese sido preciso
atravesar en tren toda Suiza (a causa de la falta de carburante,
hacía tiempo que era imposible recorrer grandes distancias en
coche) y, además, la única vía que llevaba a Campione, a través
del lago Lugano, estaba vigilada noche y día por las chalupas

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de las guardias fronterizas. Tuve que rechazar estas dos propo-
siciones que no me parecían demasiado realistas. Pensaba que
era más prudente pasar la frontera con la ayuda de los maquis
franceses que conocían muy bien la región y sin duda no me
negarían su ayuda.
Mientras Lena y yo nos rompíamos la cabeza, nuestros co-
laboradores nos trajeron una buena noticia: la policía había
soltado a Jim pero, como los otros, no tenía derecho a salir
del país antes del proceso y el juicio. Esto ocurrió el 8 de
septiembre. No me reuní con Jim por la misma razón que
tenía que evitar cualquier contacto con los Hamel y Bolli.
Dadas las circunstancias, la única solución razonable era
pasar a Francia e intentar tomar contacto con los represen-
tantes del Centro. Debía cumplir con mi obligación e incluso el
amor paterno no podía retenerme. Evidentemente, tanto a
mi mujer como a mí nos era muy difícil marchar así, ~in ver
a los niños ni a la anciana madre de Lena. Pero no podíamos
hacer otra cosa. Sabíamos que nuestros amigos iban a encargarse
de ellos y que no les abandonarían. Lo habían demostrado ya
cuando la policía intentó agobiar a nuestra familia.

EVASIÓN

En otoño de 1944 el Reich de Hitler empezaba a fundirse


como un iceberg bajo el efecto del sol y las corrientes marinas
cálidas. Los ejércitos soviéticos, atacando a lo largo de todo el
frente, habían alcanzado Prusia Oriental, combatían en Polo-
nia, en Checoslovaquia, en Hungría y habían liberado ya Bu-
carest, Sofía y Belgrado.
Bulgaria y Rumanía reconocieron su derrota y se enfrenta-
ron a Alemania. En septiembre el gobierno finlandés rompió
sus contactos con el Reich y firmó un armisticio con la Unión
Soviética y Gran Bretaña.
En Europa occidental los ejércitos aliados también conse-

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guían victorias. Expulsaron a los invasores de Francia y de la
mayor parte de Bélgica, y limpiaron Italia central.
La Alemania fascista estaba al borde de la catástrofe mili-
tar y política. Los días del régimen hitleriano estaban contados.
A mediados de septiembre, logré por fin entrar en contacto
con los partisanos de la Alta Saboya que aceptaron gustosos
ayudarme. Di a su correo mi domicilio clandestino y su delega-
do, un comandante, vino a verme poco después. Quedé agra-
dablemente sorprendido al saber que ese joven francés era
sobrino de Bach, el célebre académico soviético.
El comandante y yo estudiamos hasta el último detalle el
plan de fuga, porque el menor error podía significar nuestra
detención.
Nuestro plan era el siguiente: el sábado 16 de septiembre,
el médico-jefe de la clínica en que Lena había estado hospita-
lizada en la primera fase de mi clandestinización ( que simpa-
tizaba con nosotros) vendría a buscarnos en coche y nos lleva-
ría hasta el túnel del ferrocarril. Una línea s~cundaria cruzaba
el túnel y conducía a los arrabales de Ginebra, a Annemasse,
que estaba ya en territorio francés controlado por los partisa-
nos. Pese a que las comunicaciones entre Francia y Suiza habían
sido suspendidas después de la ocupación, una locomotora que
arrastraba un vagón cargado de bidones de leche iba cada sá-
bado a la «zona libre», ese territorio francés vecino al cantón
de Ginebra y bajo control aduanero suizo. Los campesinos de
la zona libre tenían, en efecto, el derecho desde la época de Na-
poleón de entregar, sin pagar derechos de aduana, leche y
otros comestibles a la población ginebrina. Muchos bidones
vacíos se acumulaban a lo largo de una semana y, cada sábado,
los devolvían con el tren que atravesaba el túnel.
Teníamos que penetrar en el túnel, donde nos esperaría el
comandante. El tren, regresando después de haber descargado
en la estación suburbana de Eaux-Vives los bidones llenos y
cargado los vacíos, se detendría un momento en el túnel para
permitirnos subir. El personal de la locomotora colaboraba con
los partisanos.
Llegó el sábado. El médico vino a buscarnos, exactamente
a la hora prevista. Mi mujer y yo dimos penosamente los esca-

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sos pasos que nos separaban del coche; habíamos perdido la
costumbre de andar durante esos meses de reclusión pasados
en una inmovilidad casi total. El coche arrancó.
Antes de llegar al túnel, vimos un policía sobre el puente.
Allí había en efecto un puesto de guardia. El policía daba la
vuelta al puente en bicicleta. Esperamos a que desapareciera
detrás del puente, saltamos del coche y desaparecimos en la
oscuridad del túnel. Allí recobramos un poco el aliento; y.a no
estábamos acostumbrados a esos movimientos bruscos.
Durante los breves instantes del trayecto, una extraña im-
presión se adueñó de mí. Era la primera vez que salía a la
calle después de una reclusión forzada, pero libremente acep-
tada, de once meses. Sábado por la tarde ... El trabajo de la
semana había terminado y había muchas personas tomando el
aire en los balcones de las casas. Me parecía que todo el mun-
do tenía la vista puesta en nosotros. Lena había sentido lo
mismo. Más tarde me contó que, mirando esos edificios con
sus balcones tuvo la impresión de estar desnuda en medio de
la multitud.
Todo parecía estar en orden y empezamos a .avanzar lenta-
mente por el túnel. De pronto, apreciamos unas sombras detrás
de nosotros. Apretamos el paso. Varias personas nos seguían.
Empezamos a inquietarnos seriamente cuando la conocida si-
lueta del comandante se destacó en la sombra. Nos tranquilizó:
sus hombres se acercaban.
En ese instante la locomotora procedente de Francia pasó
en tromba por nuestro lado con su único vagón y se detuvo en
la cercana estación de Eaux-Vives. Oímos el ruido de los bido-
nes de leche descargados. Habíamos acordado que si un guar-
dia fronterizo suizo acompañaba al tren a la vuelta, el conductor
haría silbar una vez al tren, señalando que la huida no podía
realizarse. ·
Poco después la locomotora regresó con sus bidones vacíos:
el conductor no tocó el silbato y, ante una señal del coman-
dante, la locomotora frenó. Lena y yo trepamos a la máquina.
Los 4 o 5 hombres que nos habían seguido por el t4nel tam-
bién subieron.
Partimos en dirección a la frontera. El conductor estaba

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muy preocupado. No sabía -decía él- si sería posible ejecu-
tar el plan, porque si la locomotora no iba acompañada por un
guardia se realizaba un control fronterizo. El comandante le
aconsejó no detenerse en el puesto de control. ¡Qué ocurra lo
que sea!
El conductor adquirió velocidad y pasó en tromba ante la
garita. Los soldados reaccionaron demasiado tarde y se pusie-
ron a disparar, pero las balas no alcanzaron a nadie. Pronto per-
dimos de vista a los guardias, sorprendidos por este gesto teme-
rario.
En Annemasse fuimos recibidos por partisanos; nos hicieron
subir en seguida en un coche p.ara llevarnos a Annecy, su cuartel
general. Desde que los postes de la frontera suiza quedaron
a nuestra espalda supimos que estábamos salvados. Ni el con-
traespionaje ni la policía podía alcanzarnos ya. Pero .aún tenía-
mos que soportar muchas emociones y peligros.
La carretera de montaña era estrecha y tortuosa; en la
noche nuestro coche volcó cerca de un barranco. Afortuna-
damente salimos del atolladero con sólo algunos arañazos.
Por fin llegamos a Annecy. Los partisanos de la Alta Sa-
baya ocupaban la ciudad. Nos hicieron una calurosa acogida
y nos instalamos en un chalet a orillas del maravilloso lago. Tu-
vimos que permanecer allí un cierto tiempo, porque los dos
necesitábamos mucho reposo y, por extraño que parezca, tenía-
mos que volver a .aprender a andar. A fin de «legalizamos»,
los partisanos dieron a Lena el grado de teniente, y a mí el
de teniente coronel de su ejército, que contaba con alrede-
dor de 50.000 hombres.
Pasamos algunos días reposando y nos enteramos de lo que
había ocurrido en la Alta Sabaya y otras regiones de Francia.
Las tropas aliadas, desembarcadas en Marsella, avanzaban
combatiendo haci.a el norte. París había sido liberado por los
insurgentes, pero aún no se podía llegar a la capital, pues las
carreteras continuaban estando controladas por centinelas ale-
manes.
En Annecy, conocimos a Paul Langevin, el célebre sabio y
premio Nobel, y a Jules Moch, el futuro ministro francés. Era
oficial de la flota británica y había sido enviado por De Gaulle.

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Tenía que comprobar si era cierto que se había creado una
república comunista en Saboya; Corrían rumores de este tipo
porque, entre los jefes de las unidades partisanas de la región
había muchos comunistas. Jules Moch se había inquietado en
vano porque en Annemasse los comunistas combatían codo
con codo con los católicos y nadie había declarado la Comuna.
Por el contrario, el físico francés había ido a parar por
casualidad a esa región. Langevin estudiaba los problemas del
núcleo atómico y los alemanes habían intentado obligarle a
trabajar para ellos. Los partisanos habían acudido en su ayuda:
le habían hecho pasar a Suiza. Langevin dejó Suiza muy a
gusto para unirse al maquis.
Antes de nuestra marcha de Annecy, los partisanos orga-
nizaron llna fiesta de despedida. Nos hicieron sentar .a Jules
Moch, a Langevin, a mi esposa y a mí en los puestos de honor.
Por la mañana marchamos con Langevin para Lyon donde
teníamos que pasar v.arios días. La ciudad, que acababa de
ser liberada por los americanos, estaba en ruinas. Las calles
estaban llenas de basura, de escombros, de crist~les, de puertas
arrancadas por las bombas. De los veinticinco puentes de la
ciudad sólo uno estaba intacto: los alemanes al retirarse habían
hecho saltar los otros.
En Lyon nos instalamos en un hotel con varios dirigentes
comunistas y sindicales. Acababan de salir de la clandestinidad
y también se habían puesto en camino hacia el París liberado.
Pero no era fácil llegar a la capital: los trenes no circulaban,
en las carreteras los fascistas franceses y los soldados alemanes
que habían perdido sus unidades atacaban a los coches.
En el mismo Lyon la situación no era segura. Casi fuimos
víctimas de una agresión. Una noche el camarada Hénaffe
(secretario de un sindicato parisiense) y su mujer nos invitaron
a visitar la ciudad. En una de las calles alguien disparó sobre
nuestro coche. La mujer de Hénaffe fue herida. Eran los parti-
darios del régimen de Vichy los que habían disparado sobre
nosotros.
Para llegar a París necesitábamos papeles franceses, sin los
cuales podíamos ser detenidos. Pero Lena y yo no teníamos
ningún documento de viaje. De nuevo mis amigos me ayudaron.
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El alto comisario de Lyon, Yves Farges (más tarde secretario
general en el Congreso Mundial de la Paz) nos extendió un
pasaporte francés que nos acreditaba como habitantes de Lo-
rena.
Nos unimos al grupo de dirigentes del Partido Comunista
francés, que hasta entonces habían vivido en clandestinidad
o combatido con los partisanos y que ahora se aprestaban a
llegar a la capital. Con ellos se encontraban varios miembros
del Bureau político del Partido, así como la pareja de escrito-
res Luis Aragon y Elsa T riolet. Conocía a Aragon desde hacía
tiempo: nos habíamos conocido en la Inpress. Nos pusimos en
camino con varios coches equipados de fusiles-ametralladores
porque restos de las tropas alemanas, cercadas y derrotadas,
merodeaban por los bosques. A la entrada de cada pueblo
éramos acogidos por centinelas armados de los comunistas y
católicos; los católicos estaban encabezados a menudo por el
cura del pueblo.
Con escolta armada entramos, el 24 de septiembre de 1944,
en el París liberado de fascistas.
Entretanto, ¿qué ocurría en Suiza, qué se había hecho de
mis colaboradores?
En septiembre todos los miembros de la red suiza fueron
liberados: Sissy, Taylor, Lucy. Paul Bottcher hPbía recobrado
la libertad mucho antes pues había sido internado en un campo
para extranjeros ya que se le consideraba como emigrado y no
tenía permiso de estancia en Suiza.
Pero veamos lo que Jim, espectador y actor de los aconte-
cimientos, cuenta en el informe que envió a la dirección del
Centro en 1945:
«El 7 de septiembre de 1944, me comunicaron que Suiza
ya no estaba cercada por las tropas alemanas y que así la pre-
sión ejercida sobre el país se hacía más débil; me pondrían en
libertad si me comprometía a no abandonar el país sin permiso
de las autoridades y si depositaba una fianza de dos mil francos.
Acepté, y abandoné la cárcel al día siguiente. Cogí una habi-
tación en el Hotel Central-Bellevue de Lausana, que la policía
había escogido para mí.
»En octubre me concedieron un permiso de residencia y

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se me autorizó a residir en una mansión particular, siempre en
el cantón de Vaud, y circular libremente por el país.
»Al día siguiente de mi liberación, telefoneé a Braun, mi
abogado. Me dijo que quería verme porque tenía noticias para
mí. Cuando fui a verle, Braun me informó de que un amigo
de confianza, que estaba en contacto con Dora desde hacía
tiempo quería verme. Convinimos en que me encontraría con
ese compañero en Ginebra; nos había comunicado que Dora
aún estaba en Ginebra, pero que en los próximos días mar-
charía a París con su mujer.
»Unos días más tarde, ese mismo compañero organizó un
encuentro con Edward y Maud que me contaron los detalles
de su detención y lo que la policía había encontrado en su
casa (el material guardado en los escondrijos).
»Durante los interrogatorios los dos habían declarado que
trabajaban para los ingleses y que no conocían el nombre de
su jefe.
»A finales de septiembre de 1944, Braun me telefoneó y
me pidió que fuese a verle a su despacho. Me informó de que
una mujer, una tal Bosendorfer, deseaba verme. Recordé en
seguida ese nombre y acepté encontrar a la persona en cuestión.
Bosendorfer se presentó como Sissy y me contó que la habían
puesto en libertad el 14 de septiembre y que Rossler, que
también estaba en libertad, deseaba verme.
»Sissy me dijo que nunca había visto a Lucy y que ahora
le conocería, en un bar de Zurich en el que había montado
la cita. Fue mi primer y último encuentro con Lucy.
»Lucy contó que, durante años, había proporcionado al
estado mayor suizo informaciones sobre Alemania ... Informé
a Lucy de que marchaba a París en los próximos días; me dio
algunas informaciones destinadas al Centro. (Las recibía a
través de Sissy y las transmití al Centro después de mi llegada
a París).
»Lucy, Sissy y yo charlamos durante cinco horas en el café.
»Sissy veía efectivamente a Lucy por primera vez porque,
cuando llegó al café, dio varias vueltas a la sala hasta que le
hice señal de que la esperábamos. Además, su conversación
reveló también que no se conocían.

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»Lucy no hablaba francés y muy poco inglés; hablamos pues
en alemán.
» ... Aproximadamente por aquella época, un colaborador
de Dora organizó un encuentro con Pakbo, quien me informó
que sus fuentes suministraban informaciones mejor que nunca,
pero ¿cómo transmitirlas? Me había encontrado varias veces
con Rosie después que la chica hubiese salido de prisión. Rosie
le había contado que la policía la había vigilado desde hacía
tiempo (durante los interrogatorios le habían mostrado la foto
de Dora y la mía); los policías sabían cuando y con quien se
reunía, entre otros con Pakbo, y que había estado en el piso
de Pakbo en Berna. Pakbo estaba seguro de que también le
vigilaban y de que siempre escuchaban sus conversaciones tele-
fónicas, pero no se preocupaba porque, siendo periodista, tenía
el derecho a recibir y transmitir informaciones a no importa
quién, y sólo podrían detenerle si suponían un perjuicio para los
intereses de Suiza.
»Pakbo me entregó un gran número de films conteniendo
informaciones. Los transmití .a los colaboradores del Centro
en París.
»Antes de marchar a París, volví a ver varias veces a Sissy.
Me contó que todas las informaciones recibidas de Lucy desde
que no estábamos en contacto con el Centro se encontraban
en la caja fuerte de .alguien que gozaba de inmunidad diplomá-
tica en Suiza. Sissy me rogó insistentemente que informara al
Centro. Estaba segura de que la Gestapo había tomado cartas
en el asunto de Ginebra y que Hans Peters, el amigo de Rosie,
era un agente de la Gestapo.
» ... Y o consideraba un deber ir a París y entrar en con-
tacto con el Centro. Aunque tuviese permiso para salir de
Suiza, no podía pedir un visado para Francia porque no tenía
ninguna razón válida para ir.
»El 7 de noviembre por l.a noche, con la ayuda de los
partís.anos de la Sabaya, pasé sin complicaciones de Suiza a
Francia. Llegué el 9 de noviembre (a París) y poco después
encontré a Radó ... »
Sí, no volví a ver a Jim hasta un año después de su deten-

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ción, en París. Me informó de que ya había establecido contacto
con los delegados del Centro en Francia.
También yo había hecho lo mismo pero, por supuesto,
mucho antes. Desde finales de octubre me había puesto en
contacto con los representantes del Centro.
Después de varios años, mi mujer y yo estábamos de nuevo
en París. Un capricho del destino nos había llevado a donde
habíamos vivido al huir de la Alemania nazi y donde habíamos
comenzado la lucha contra las fuerzas ocultas del fascismo.
París siempre nos fue grato a los emigrados. La queríamos
por su historia, sus tradiciones democráticas, su alegría de vivir;
pero ahora la ciudad no estaba tan despreocupada y alegre como
antes. Estaba marcada por los horrores de la guerra y de la
ocupación, pese a que los parisienses lograron conservar y recu-
perar su ciudad intacta.
Después de nuestra llegada, alquilamos una habitación amue-
blada, que tuvimos que pagar a precio de oro. Los aconteci-
mientos de los últimos meses, a los que se había venido a unir
un otoño particularmente frío, habían quebrantado nuestra
salud: Lena sufría de una bronquitis crónica y yo de reumatis-
mo.
No tuvimos demasiadas dificultades para legalizar nuestra
situación y obtener papeles. En efecto, el consulado húngaro
había conservado su estatuto en París porque sus dirigentes se
habían enfrentado al gobierno de Horthy en abril de 1944 y
además Hungría no estaba en guerra con Francia. En el consu-
lado nos entregaron un pasaporte húngaro, lo que nos per-
mitió obtener un permiso provisional de residencia en la pre-
fectura de París.
En París recibí la horrible noticia: casi todos mis familiares
habían perecido en el campo de concentración de Auschwitz,
comprendida mi anciana madre. No supe hasta diez años más
tarde que mi hermana había salido viva del campo.
Mi mujer soportaba con dificultad el estar separada de sus
hijos y de su madre. No sabíamos nada de ellos porque aún no
volvía a funcionar el correo entre Suiza y Francia. Parecía
prácticamente imposible hacer venir la familia a París. Para
viajar por el territorio liberado de Francia, que aún estaba en

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guerra, los civiles -y con mayor motivo los extranjeros- nece-
sitaban un permiso especial. Pero Lena consiguió esa autoriza-
ción; dotada de un salvoconducto militar se dirigió en coche
a Annecy (los trenes aún no funcionaban), consultó a nuestros
amigos partisanos quienes, el día de Navidad, se presentaron
ante las autoridades 'ginebrinas y reclamaron un permiso de
salida para los chicos y la abuela. Pese a que fuese jornada
festiva (o precisamente gracias .a eso) todo se arregló en un
día: dejaron marchar a los chicos y a la abuela. Gracias a la
perseverancia de Lena y a la .ayuda de nuestros amigos suizos
y parisienses, la famiila estuvo reunida de nuevo en el umbral
del año 1945. Pero sólo por unos días, porque pronto yo mar-
ché de Francia.

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EPILOGO

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Las autoridades suizas hicieron de todos modos el proceso
de nuestra red.
Se podría pensar que, después de la derrota total de la
Alemania nazi, este «asunto» sería archivado, borrado del
orden del día. Si no condecorar a los actores, por lo menos
hubiese sido lógico disculparlos a los ojos de la opinión pública
porque habían actuado con sentido del deber y objetivamente
habían ayudado a Suiza. Pero fuerzas reaccionarias influyentes
consideraban necesario, por razones diversas, acusarnos públi-
camente de una actividad que ellos calificaban de ilegal.
El primer proceso tuvo lugar en octubre de 1945, el se-
gundo dos años más tarde. El último era una contribución a
la guerra fría, que ya había comenzado.
Fueron acusados de haber recogido informaciones en con-
tra de Alemania, a parte de mí, Lena, Esther Bosendorfer,
Paul Bottcher, Rudolf Rossler, Christian Schneider, Alexander
Foote, Margaret Bolli, Edmond y Olga Hamel. El tribunal mi-
litar dictó varias sentencias -condenas de tres meses a tres
años de prisión. También nos condenaron a todos a una multa.
Rudolf Rossler fue absuelto. Como jefe de la red fui condenado
a tres años de cárcel y fui desterrado de Suiza durante quince
años.
Las cosas habían evolucionado sin embargo de tal forma,
que después del proceso nadie fue encarcelado. Los esposos
Hamel y Bolli, ciudadanos suizos, sólo fueron condenados sim-
bólicamente y luego sobreseídos. Schneider ya había cumplido
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su pena de un mes con daños e intereses, y los que las autori-
dades suizas hubiesen querido ver en prisión -Foote, Bosen-
dorfer, Bottcher, mi esposa y yo- estaban en el extranjero
(Bottcher y Bosendorfer habían huido a Francia en enero de
1945). Fuimos condenados en rebeldía.
Dos circunstancias habían incitado al tribunal a la indul-
gencia. En principio, no habíamos provocado ningún perjuicio
a los intereses de Suiza y por otra parte, durante el proceso,
los abogados de la defensa acusaron abiertamente a la policía
federal y al contraespionaje suizo, especialmente al inspector
Knecht y .al coronel-brigadier Masson, por haber mantenido
estrechos contactos con la Gestapo. Esa acusación de la defensa
no fue refutada oficialmente.
Durante varios años después de la guerra, no tuve posibi-
lidad de saber qué se había hecho de los colaboradores con los
que había trabajado en la clandestinidad. Ahora sé algo de algu-
nos de ellos.
Edmond (Edward) y Olga (Maud) así como Margaret Bolli
(Rosie) viven en Suiza, en su país, y gozan de buena salud.
Otto Pünter (Pakbo) dirigió durante un cierto tiempo el gabi-
nete de información del partido social-demócrata ( durante la
guerra se llamaba Insa) después, en 1947, llegó a Presidente de
la Asociación de Periodistas, acreditado por el gobierno suizo.
De 1956 a 1964 fue director de la prensa y radio suizas, y
por fin, habida cuenta de su edad, tomó el retiro. Hoy, tiene
cerca de setenta años, lo que no le impide seguir siendo muy
activo y haber sido elegido magistrado popular. No le he vuelto
a ver desde hace 25 años. Sin embargo, me he enterado de que
en 1966, Pünter habló en la televisión suiza de la actividad de
nuestra red y de su papel. Cuando el libro de Pierre Accoce y
Pierre Quet, que levantó mucha polvareda, fue publicado con
el título sensacionalista: «La guerra se ganó en Suiza» (Título
de la edición alemana: «Moscú lo sabía todo»), la dirección de
la televisión suiza dedicó a este libro una emisión especial,
una especie de mesa redonda. Matt, el redactor de la Weltwo-
che, Haussmann, el director del Departamento Ha, el historia-
dor militar oeste-alemán Wilhem von Schramm al que a me-
nudo he citado, Schnieper, el amigo de Rossler, Otto Pünter

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y otros participaron en esta emisión. Durante la discusión, Pün-
ter comentó igualmente el libro y, al igual que en la entre-
vista publicada el 18 de noviembre de 1967 en el diario gi:-
nebrino La Suisse, se centra en la «fenomenal ignorancia» de
los dos periodistas franceses.
Además, la edición alemana del libro de Accoce y Quet
es, en muchos puntos, diferente del original francés. Así, por
ejemplo, en la página 313 de la edición francesa podemos leer:
«Masson nos ha contado sus entrevistas con Schellenberg».
En la edición alemana, en el mismo lugar (pág. 269) encontra-
mos: «Masson no nos dijo nada». Debemos confesar que es una
traducción bastante libre. Sin hablar de que, en la edición ale-
mana, Masson aparece limpio de cualquier sospecha, mientras
que en el original francés se le acusa de colaboración con los
alemanes. Allan Dulles ha sido mantenido en la edición ale-
mana en un discreto silencio. Las difamaciones que me concier-
nen, que no faltan en la edición francesa, también han sido
omitidas en la edición alemana.
Por otra parte, Pünter, ya se había pronunciado en un
anexo -bastante importante- a la segunda edición del libro
de W. F. Flicke: «Los agentes llaman a Moscú», publicado en
19 57 .1 Resulta bastante extraño que un «socialista» que había
trabajado para los servicios soviéticos de investigación, segÚPI
él por razones ideológicas, pueda, en el terreno literario cola-
borar con un hitleriano convencido, agente del contraespionaje
alemán. Pienso que todo comentario resulta superfluo como
también sería inútil comentar los títulos sensacionalistas de las
obras de Pünter, alias Pakbo, publicadas en 1967. La edición
alemana apareció con el título: «El Anschluss no tuvo lugar»
(relato del agente secreto Pakbo), y la edición francesa con el
título: «Guerra secreta en un país neutral» (relaciones de un
agen te secreto).
También. Arsenijevic 2 se ocupa del papel de Pünter y pre-
gunta con razón porqué la policía suiza no le ha molestado.
Según Arsenijevic, Pünter habría reconocido a gusto que le

l. \Y!. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, págs. 441-470.


2. D. Arsenijevic, obra citada, págs. 181-183.

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habían dejado en paz porque había «prestado ciertos servicios
a la policía».
Esther Bosendorfer (Sissy) mi antigua colaboradora de
Ginebra, también está viva. Es ciudadana de la República De-
mocrática Alemana y vive en Berlín. Paul Bottcher era, en los
últimos tiempos, adjunto del redactor en jefe del periódico
del Partido Socialista Unificado Alemán, el Leipzizer Volks-
zeitung.
Varios miembros de nuestra organización con los que había
estado personalmente en relación ya no están vivos. Foote
(Jim) ha muerto, según Arsenijevic el l.º de agosto de 1956. 1
Foote, después de haber «regresado» a Inglaterra, publicó des-
de 1949 un libro titulado «Manual para espías», comenzando
así la larga serie de obras aparecidas sobre nuestra red. Un
testigo, del que no se puede sospechar que tenga tendencias
de izquierda, Marc Payot, del que ya hemos hablado varias
veces, escribe sobre este tema: «En el libro de Foote las im-
presiones, incluso las inexactitudes, proliferan» .2 Von Schramm,
en su libro ya comentado emite la misma opinión sobre el libro
de Foote: «No es más que un simple reportaje y no un informe
histórico. Sin duda quería vender bien su libro y causar sen-
sación». Después, en la página 146, dice: «Foote no era segu-
ramente una fuente a la que se pudiese acudir sin reservas». 3
En este mismo sentido se pronuncia también Gert Buchheit:
«En su libro Foote mezcla realidad y fantasía». 4 Pero, lo que
aún es más grave que ese deseo de causar sens.ación que no
estaba más que en segundo lugar, es el completo cambio de
camisa de Foote que reniega de todo lo que fue su actividad
duran te la guerra. Ha caído en una fácil vida burguesa de la
que se había podido salir durante unos años, cuando una noble
causa le entusiasmó. Su personalidad, llena de contradicciones,
fue así marcada por una traición.
En la tumba reposan las cenizas del emigrado antifascista
Rudolf Rossler, el misterioso Lucy que causó tantos quebra-

1. Idem, pág. 258.


2. O. Pünter, Guerra secreta en país neutral, pág. 259.
3. \VI. van Schramm, obra citada, págs. 25, 246.
4. G. Buchheit, obra citada, pág. 338.

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cleros de cabeza a los serv1c1os secretos de Himmler. Rossler
fue enterrado el 12 de diciembre de 1958, cerca de Lucerna,
en Kriens, donde había pasado largos años de emigración y
donde con una inagotable energía había hecho todo lo posible,
con la ayuda de sus amigos !berlineses, para hundir la máquina
de guerra hitleriana.
Con Rudolf Rossler se enterró su secreto, hasta ahora invio-
lado. Se pretende, es cierto, que poco antes de su muerte había
revelado al hijo de su amigo Schnieper el nombre de los oficia-
les que le habían proporcionado, desde el alto mando alemán,
las informaciones. Rossler habría puesto como condición que
el hijo de Schnieper no divulgase el nombre de estos oficiales
hasta al cabo de veinte años. Pero el destino tenía algo que de-
cir: un año después de la muerte de Rossler, el joven al que
había confiado su secreto pereció víctima de un accidente
de automóvil. Nos preguntamos si ese accidente fue una simple
casualidad. Lo cierto es que el secreto de Lucy no fue des-
velado.
Los que habían colaborado con los servicios de investiga-
ción soviéticos en Alemania conocieron su fin trágico. Casi
todos sufrieron martirio en las cárceles y campos suizos. Proba-
blemente a causa de un fuerte quebrnntamiento nervioso, 1n
joven alemana Agnes Zimmermann (Micki), la novia· de Jim,
enloqueció en las cámaras de tortura de la Gestapo. Heinrich
(Hans) y Lina Miiller, cuyo piso en Fribourg había sido esce-
nario de encuentros clandestinos, fueron ejecutados. La pista
de Elsa Noffke (Inge), la chica lanzada en paracaídas, se ha
perdido. Durante un cierto tiempo permaneció en una cárcel ber-
linesa donde se encontró dos veces con Anna Müller, que ha-
bía caído en la trampa de la Gestapo. Es muy probable que
no llegase a salir viva de la cárcel.
Anna Müller, jefe del grupo clandestino que se ocupaba
de los pasaportes en Basilea, fue condenada a muerte en 1944
por un tribunal hitleriano. Pero la ejecución de la sentencia fue
diferida, tal vez porque el gobierno suizo intervino en favor de
su ciudadana; con la ayuda del médico de la prisión, Anna logró
hacer saber al cónsul alemán dónde se encontraba. Pero conti-
nuó encerrada en la celda de los condenados a muerte.

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Fue el 8 de mayo de 1945 cuando una unidad del ejército
soviético liberó .a Anna Müller al mismo tiempo que a otras
detenidas de la cárcel de mujeres. La anciana mujer estaba tan
debilitada por el hambre y la enfermedad que no podía andar.
Fue hospitalizada y hasta al cabo de algunos meses no pudo
regresar a su país.
Muchos verdugos nazis han pagado sus crímenes. Pero
Walter Schellenberg el jefe de los servicios de investigación
militar y contraespionaje del Reich, recibió un castigo muy
débil en relación a los crímenes que había perpetrado contra la
humanidad. Schellenberg, el general SS, el instigador y orga-
nizador de numerosos atentados innobles cometidos por el
SD contra otros países, evitó la cuerda muy merecida y sobre-
vivió a su jefe Himmler.
En 1945, cuando ya los días del régimen nazi estaban
contados, Schellenberg logró huir a Suecia. Allí encontró asilo.
En contrapartida, el jefe del SD había llevado con él un im-
portante grupo de escandinavos que el gobierno alemán había
internado en diversas épocas en los campos de concentración.
Más tarde, los ingleses condujeron secretamente a Schellenberg
en avión a Londres. Esperando que obtendría gracia, prometió
contar al Intillegence Service todo lo que pudiera interesarle.
Durante tres años, le extrajeron todas las informaciones de
valor. Schellenberg no abandonó Londres más que una vez,
en enero de 1946, cuando fue citado como testigo en el pro-
ceso de Nuremberg. Declaró contra los dirigentes nazis, entre
otros contra Kaltenbrunner, su colega del SD que fue ahorcado.
Después del proceso los ingleses tomaron de nuevo a Schellen-
berg con ellos, diciendo que lo hacían por motivos de trata-
miento clínico, ya que los médicos habían diagnosticado cálculos
en sus vías biliares.
Y a he mencionado que ese avispado pillo no logró evitar
del todo el castigo, pese a que los ingleses y los americanos in-
tentaron tomarlo bajo su protección. Un tribunal militar ame-
ricano condenó a ScheIIenberg en la primavera de 1949. Pero
salió bien parado: no recibió más que cuatro años de prisión
a contabilizar desde 1945 por lo que no los cumplió.
Sobre esta cuestión leemos en el libro de Pierre Accoce y

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Pierre Quet: «A causa de una agravac10n de su enfermedad,
los británicos le liberaron. No sabía a dónde ir y llamó a la
puerta de su adversario Masson... Éste aceptó socorrerle, dis-
cretamente, pues los suizos podrían protestar contra esa asis-
tencia. Se confió a uno de sus amigos, el cirujano Long que es-
condió al alemán cerca de Ranont, a medio camino entre Lau-
sana y Fribourg. Unos meses de reposo. Después la Confede-
ración se entera de ello y ordena la expulsión inmediata .del
enfermo ... » 1
Después de haber sido expulsado de Suiza, Schellenberg se
instaló en un confortable chalet a orillas del lago Mayor, cerca
de la frontera suiza. Vivía del dinero de los ingleses, que pa-
gaban generosamente al jefe de los servicios de investigación
hitlerianos por haberlos iniciado en numerosos secretos del
Reich. Así fue como los antiguos enemigos se hicieron amigos.
Schellenberg murió en 1953.
El coronel brigadier Masson, jefe de los servicios secretos
suizos, también tuvo que dar cuentas del juego al que le había
inducido el jefe de los servicios de investigación de Himmler.
Las autoridades federales ordenaron una investigación, pero no
intentaron procesarle. Retirado en otoño de 1945, murió en
1967.
El «Kommando Rote Kapelle», organizado por Himmler
bajo órdenes de Hitler para luchar contra los servicios soviéti-
cos de investigación en Europa, había terminado vergonzosa-
mente.
En agosto de 1944 el Kommando cesó definitivamente en
su actividad cuando todos sus efectivos huyeron de la sede de
la Gestapo en París, caída en manos de los insurgentes. Los
jefes, temiendo las represalias, se vistieron de paisano y desa-
parecieron, buscando cada uno un refugio. Según Gilles Pe-
rrault, Pannwitz estaría actualmente en Alemana Federal y
llevaría en Stuttgart una pacífica vida de pequeño-burgués,
recibiendo incluso una pensión del gobierno de Bonn. Perrault
habría discutido con él durante tres días, entre otras cosas de
la red suiza. 2
1. P. Accoce-P. Quet, La guerra se ,ganó en Suiza, pág. 308.
2. G. Perrault, obra citada, págs. 521-543.

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La mayoría de los agentes del grupo Pannwitz han sido de-
tenidos y ejecutados.
Algunas palabras más sobre Lena y yo.
Desde 1945 a 1955 compartí en Rusia la suerte adversa
de muchas víctimas del. culto a la personalidad. Sin embargo,
lo que recientemente se ha propagado sobre mi persona es
falso, especialmente que había sido condenado a muerte, des-
pués de lo cual me habían perdonado la vida. No· hubo ningún
procesamiento, en consecuencia ningún juicio, sino simplemente
una detención ... Pero ésta es otra historia. Sólo después de la
supresión de estos abusos pude regresar a mi patria. Ahora
vivo y trabajo en la Hungría socialista, par.a cuya creación me
adherí al Partido Comunista hace más de cincuenta años. Des-
pués de largas y duras pruebas, después de una ausencia de
36 años, pude por fin regresar a mi país donde realicé, en
el campo de la geografía y la cartografía, muchos objetivos
científicos en los que soñaba desde hacía años. El régimen
socialista de la República Popular de Hungría ofrece a mis
ideas, en el terreno científico, una base sólida y perfecta. Úni-
camente siento haber cumplido ya mi setenta aniversario.
Lena, después de diez años de separación, no vivió con-
migo más que tres años en la nueva Hungría a donde había
llegado desde París, gravemente enferma, cuando le llegó la no-
ticia de mi vuelta. Murió el l.º de septiembre de 1958, a la
edad de cincuenta y ocho años. Sus cenizas reposan en Buda-
pest, en una tumba regalada por la República Popular Húngara.
Sobre su tumba está escrito: Miembro fundador del Partido
Comunista alemán.

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Esta obra, publicada por
EDICIONES GRIJALBO, S. A.,
terminóse de imprimir en los talleres
de Gráficas Diamante, de Barcelona,
el día 8 de enero
de 1975

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