PUESTO QUE LA LISTA DE LOS PERVERSOS ES INACABABLE (LOS
PSIQUIATRAS SE AFANAN VANAMENTE EN AGOTARLA), CREEMOS.
(A FUERZA DE INCREDULIDAD) HABER COMETIDO ALGUN PECA.
DO DE “NORMALIDAD”, DEJANDO A UN LADO, EN EL NUMERO
ANTERIOR A BUENA PARTE DE ELLAS, AL ROTULARLAS; ELIMI-
NADAS, PUES, EN ESTA OCASION LAS ETIQUETAS, APREMIAMOS
A LA INESTIMABLE GAMA DE TRANSGRESORES A PONER AL DES-
CUBIERTO SUS EXTRANAS ENTRANAS Y A MANDARNOS CUAL-
QUIER TIPO DE PATRANAS (TU ME LO PREGUNTAS? POESIA, SOY
YO) AL DESAPARTADO POSTAL 30510, MEXICO 4, D.F.
iSALUD! O ZENFERMEDAD? AMBAS TONIFICAN.
En este ntimero 2 de CAOS dan a luz;
Jordi Arenas (primerizo), a Tres Tristes Trasgresores; R.
T. X. pare nuevos engendros de la vida cotidiana. Théo
Frey alumbra algunas delicias del urbanismo; Carlos M.
Rama, algunas otras del fascismo. P. Clastres demuele al
Estado y a la acumulacién originaria. R. Tocaven, El Nuevo
Acerina de los CCH, danzonea en "Los Infiernos" de la edu-
castracién nativa. vanegas se ocupa del conductismo orgds-
mico del Primer Reich. Manuel Espafia Bis va en pos de sus
aforismos sin autor y René Lourau adéntrase en los arcanos
de la autogestién. Se incluyen adem4s dibujos por Fernan-
do Sampietro.
CAOS es editada por:
Coordinacién Libertaria de México.
Descoordinada (a veces) por:
Héctor Subirats S. y José Luis Rivas
Disefio y montaje: R. T. X.
Registro en trdmite.
Distribucién:
El Nagual
Préximamente en Ediciones El Corsario:
El_lenguaje de la ruptura, por Michel
Thévoz
Antologia del amor maldito, por.
JLRV/HS«
eeeLamento que la inteligencia no tenga ta
sensibilidad dolorosa de los dientes.
Georges Bataille, £/ culpable.
a muerte mortifica, no hace na-
da mas. Muestra la fragilidad de
aquel que sucumbe ante ella y
propone en el espectador —que es quien in-
teresa el muerto al fin y al eabo muerto es-
t4— un terror ante la corrupeién presente,
la violencia a la mano, proxima, inminente.
Frente ala muerte me tapo los ojos; bloqueo,
asi sea con un largo parpadeo, la presencia
de “eso” ahi tendido, victima de una violen-
cia que se me va de las manos y que no al-
canzo a comprender, “Eso” es el resultado
de un cambio radical, algo ha sucedido ahi.
El cuerpo que respondia, el cuerpo mévil,
el que hablaba ya no dice nada: esta quieto,
violentamente quieto.' La muerte en su no
decir nada me revela mi propia fragilidad:
4Por qué habria de dispensarme-de su ata-
que ese algo que acomete al hombre y haee
de él un cadavér? El cadaver es el espectécu-
lo de mi muerte y trato de evitarlo sepultan-
dolo: prohiho.
La muerte solo mortifica, es decir, me
angustia a causa de su violencia que veo co-
mo violento cambio, pero en otro sentido
(en uno analégico) me contagia. Frente al
cuerpo tendido me estoy muriendo, descu-
bro que esa “enfermedad” me puede alean-
zar ahi donde estoy parado. Sin embargo,
el contagio no fue siempre analégico, sino
que —afirma Mircea Eliade? — en las colec-
tividades primitivas, el contagio era consi-
derado como fisico, ya que por lo general
se liga con la corrupcién futura, con la des-
composicion que no tardara en suceder. “El
muerto es un peligro para los que queda
si deben huir de él, no es tanto para poner-
lo a salve como para ponerse a sf mismos a
salvo de ese‘contagio””.? Aquel que habien-
do estado en contacto con la muerte (eaza-
dor, criminal o sacerdote) trafa la violencia
y la muerte (desorden) impregnadas en todo
el cuerpo, “regresaba” al mundo del orden
con una mancha que debfa ser lavada me-
diante una serie de pricticas ascépticas muy
variadas: el orden (mundo del trabajo y la
utilidad) debia preservarse del contagio que
ese individuo podia, con su sola presencia,
diseminar entre la colectividad entera.* Asi,
los ritos purificatorios son la respuesta que