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PRINCIPIO 6 Derecho a la comprensién y al amor de los padres y de la sociedad. Un padre, una madre, un gato Daniet Nesquens or aquellas cosas de la vida el muchacho no tenia ni pa- PP. ni madre... pero tenia una casa. Y un gato azul. El gato era su familia. También, su mejor amigo. Se podia decir que donde iba el uno iba el otro. A los dos les gustaba pasear por las afueras del pueblo. También por sus calles. De vez en cuando se encontraban con algin conocido al que saludaban amistosamente. —Buenos dias, sefior alfarero. Espero que vaya mejor de sus dolores de espalda —decia el gato. —Buenos dias, muchacho. Buenos dias, gato azul. Si, ‘estoy mucho mejor. El chico no contestaba, padecia una extrana enferme- dad que le impedia hablar. Se limiraba a saludar con una son- risa que le ensanchaba el rostro. Y seguian su paseo. —Sé lo que estas pensando —le decia el gato un mo- mento después—: quieres ser azul como yo. El muchacho negaba enérgicamente con la cabeza. Nada mas lejos de la realidad. Estaba conrento con lo que 51 renia. Muy contento. Sonreia y sefalaba el camino de re- greso- La casa era su casa. Muy hi ta del pueblo. La levantaron entre todos, mucho antes de que ambos ermosa. Tal vez la mas boni- se conociesen. El alcalde puso los ladrillos; un coneejal, las vigas: la médica, el mortero; el carpintero, la puerta; el herrero, el pr caporte... El sastre les presté una cinta mécrica, el zaparero se encargé de dar forma a la chimenea, la maestra puso el humo que salia todo presumido; él mismo colocd una veleta de chapa repujada. Pero nadie puso una ventana. Un olvido como otro cualquiera. Por eso, la casa donde vivia el chico no tenia ventana. ‘Cuando queria saber si llovia, tenia que abrir la puerta y com- probarlo por si mismo. Pocos dias después de estrenarla, el muchacho sintié oo) ome” el tejado. Un sonido nuevo para , pero claro, no podia mirar por la ventana. Ast que se puso un chubasquero, se calzé sus botas pa la eu dio unos pasos, estiré su brazo y ofrecié. rnaino a la lluvia. Pero no se mojé. {Qué raro! ee oo i. sobre an pisadas cuando algo le cayé ia extendida. No, no era ay de Iuvi: erase gua uvia, srs jun garo! Un gato que estaba en los huesos. 52 ‘miré al cielo, como queriendo buscar la itado el animal. Pero aquel gato nube. En su vagabundear, se tro- eres y sin poderlo evirar, Per fin tenia lo que tan- Sonrié como un pa- responsable. Se rascé

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