You are on page 1of 33
| Investigaciones empiricas sobre las destrezas mentalistas ! Algunas observaciones sobre altruismo, maquiavelismo y la naturaleza humana Desde hace pocos afios, los psicélogos evolutivos han co- menzado a inves igar el desarrollo de un conjunto de capack dades basicas para las relaciones interpersonales, y que se cuentan entre las mas fascinantes y significativas del desarrollo humano. Aunque el estudio cientifico y sistematico de tales destrezas sea reciente, no lo es el interés por ellas entre aque- los autores que, desde la antigtiedad, han querido definir eso que se ha dado en lamar “la naturaleza humana”, Muchos de ellos insisten en el cardcter bifronte o mixto de tal naturalez: el hombre es, si, un ser social. Es capaz de comunicarse con sus congéneres mediante complejos sistemas simbélicos. Puede compartir bienes tangibles o intangibles con los demas, y coo- perar con ellos. Transmite a los compafieros de interaccién sus 1 Este libro, asi como las investgaciones de los autores resefiadas en 4) se han realizado con el apoyo de la Direccién General de Investigacion Gientifica y Técnica (DGICYT), y forma parte del proyecto de investigacién 'PB89-0162, financiado por el Ministerio de Educaci6n y Ciencias, y ditigido por el primer autor. 7 La mirada mental 18 experiencias y estados internos, mediante recursos muy pode- rosos de expresion y comunicacién, Acumula asi experiencias y conocimientos, y ello permite la cultura, En ocasiones, algu- nos miembros de la especie, en virtud de sus valores sociales y convicciones culturales, Hegan a realizar acciones altruistas que implican importantes sacrificios personales 0 hasta de la propia vida. in embargo, esté la otra cara de la moneda: el hombre es también un ser considerablemente astuto y frecuentemente malévolo, capaz en ocasiones de engafiar a sus congéneres y a otros animales de forma elaborada y peligrosa. El hombre ¢s, como decia el viejo Arist6teles, un animal politico, pero lo es en el mejor y también en el peor sentido del término, Con fre- cuencia, es un politico tan sagaz como engatioso. Los ejemplos de ello no deben buscarse s6lo en la gran politica de los hom- bres (Ia de los Estados, ete.) ;Claro que la gran politica esta Ile- na de ejemplos de astucia, mentira y engafiol... pero hay otros mucho més cercanos. Si el lector tiene alguna experiencia (y seguro que la tiene) de lo que es una empresa, un grupo esco- lar 0 un departamento universitario, comprendera hasta qué punto est determinada la vida humana por las “pequefias po- liticas” de los hombres: por las complejas coaliciones entre cellos, las habilidades de anticiparse a las conductas de los otros, las matizadas interpretaciones de las intenciones mu- tuas, las creencias sobre los pensamientos y los descos de los dems, pero también por los engaiios y las mentiras. Todo ello, forma parte de la naturaleza humana. Si, en las pequefias y grandes politicas de los hombres, aquellos que son mas capaces de entender lo humano, los que son, por asi decirlo, “psicélogos naturales” mas diestros, suelen ser los que dicen Ia iltima palabra. No es extraiio, por eso, que uno de los tratados clasicos de la Ciencia Politica, El Principe de Nicolis de Maquiavelo, sea también una especie de manual prescriptivo del uso eficaz, y no siempre muy escrupuloso, de Jo que hemos denominado “psicologia natural”. “Cuan loable ¢s en un principe —dice, por ejemplo, Maquiavelo— mante- ner la palabra dada y comportarse con integridad y no con as- tucia, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los principes que han tenido pocos miramien- tos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con tucia el ingenio de los hombres... es necesario a un principe sa- ber utilizar correctamente la bestia y el hombre... jamés faltax ron a un principe razones legitimas con las que disfrazar la vio- lacién de sus promesas. Se podria dar de esto infinitos ejem- plos modernos y mostrar cudntas paces, cudntas promesas han permanecido sin ratificar y estériles por la infidelidad de los principes; y quien ha sabido hacer mejor la zorra ha salido me- Jor librado. Pero es necesario colorear bien esta naturaleza y saber ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades pre- sentes, que el que engafia encontrara siempre quien se deje cengafiar.” (pp. 90-91). Ciertamente, es muy probable que, a lo largo de la evolu- cin humana, los que “sabfan hacer thejor la zorra’, aquellos que “sabjan ser grandes simuladores y disimuladores”, fueran frecuentemente los que salian mejor librados. Precisamente por €50, lo que parece mas discutible de la observacién de Maqui velo ¢s la afirmacién de la “simplicidad” de los hombres, No, los hombres no son tan simples. Entre los investigadores de la filo- génesis humana se impone, en Ios iltimos afios, la idea de que que peumite esas simulaciones y engafios, jugé un papel impor- ante en nuestro origen evolutivo. En otros primates aparecen también indicios claros que demuestran una considerable inteligencia social no siempre 19 benévola. Por ejemplo, en un libro fascinante titulado La pol tica de los chimpancés, Frans de Waal (1982) describe las sutiles estrategias que estos antropoides pueden emplear para dispu- tar o mantener el poder. El libro se dedica a las intrigas, enga- fos, alianzas y traiciones que se utilizan en Ia politica de la co- lonia chimpancé del zool6gico de Burgers en Arnhem (Holan- da). Una buena ilustracién es la de cémo el macho dominan- te de la colonia, Nikkie, empleo eficazmente una tictica muy astuta para someter a los dos machos que podian poner en pe- ligro su poder en el grupo, Yeroen y Luit. “Su tactica con res- ecto a los otros dos machos era divide y venceris; con lo cual consegufa inmovitizarlos y obligarlos a depender de él. En el caso de que aumentara la tensi uso surgiera algtin con- Alicto entre ellos, Ni a, a no ser que uno de los dos machos hubiera conseguido hacerse con el control de la si- nO je no intervei tuacién. Ademés, las ostentaciones de fuerza de su gran rival, Luit, resultaban hasta cierto punto una ventaja para Nikkie, ya que obligaban a Yeroen a buscar proteccién. Algunas veces, pa- recfa como si Nikkie quisiera resaltar esa dependencia, alejan- dose en el momento preciso en que Yeroen se acercaba a él pa- ra buscar refugio, dejindole asi como una tinica opcién, se- guirle... Nikkie buscaba el equilibrio entre los dos machos" (pp. 213-214). Como vemos, también los “principes” de otros primates emplean estrategias elaboradas y maquiavélicas. Es- trategias que, en ciertas ocasiones, parecen implicar alguna ‘intuicién primitiva del mundo mental” de sus congéneres. Sucede que el hombre es tan astuto, y quizés en parte los antropoides superiores lo sean, porque no sélo “tienen una mente”, sino que saben que la tienen y que sus congéneres la poseen también, Podemos decir que el hombre es un “animal inentalista’, y gracias a eso es también un animal politico. -Y qué quiere decir que sea “mentalista’?... Sencillamente, que para predecir, manipular y explicar su propia conducta y la de los demas se sirve de conceptos mentales. De conceptos tales como el de “ereencia”, “deseo”, “pensamiento” “recuerdo”, eteétera ipercepcién”, los capitulos de los libros de psicologia cien- tifica se inauguran frecuentemente con términos como és0s, que la ciencia ha tomado prestados de la “psicologia natural” cotidiana; del arsenal de conceptos de que nos valemos, los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas, para en- tender la conducta humana, Son categorias que constituyen, por asi decirlo, la notacién basica con la que se escribe la me- lodia de la interioridad humana, Basta con abrir casi cualquier libro que se refiera a esa intertoridad humana —una novela, tina biografia, etc— para comprobarlo, Veamos, por ejemplo, Jo que leemos al abrir al azar Alexis o el tratado del inttil comba- te, una de las delicadas creaciones —en este 1» 10 que 9€ plantea es una experiencia homosexual en un mundo que las culpabiliza— de Marguerite Yourcenar: “Tuve que reflexionar. Naturalmente, sélo podia juzgarme segiin las ideas admitidas ami alrededor: me hubiera parecido mas abominable atin no horrorizarme de mi culpa que haberla cometido, por lo tanto me condené severamente. Lo que me asustaba, sobre todo, era el haber podido vivir asi y ser feliz durante varias semanas an- tes de darme cuenta de mi pecado. Trataba de recordar las cit- cunstancias de aquel acto: no lo conseguia” (pp. 73-74). Apar- te de los términos mentales constantes, subrayados por noso- twos, hay toda una elaborada reflexi6n “psicolégica” en el bre- ve texto de Yourcenar, como también una reflexién moral, que no seria posible sin las propias categorias mentalistas. Recogiendo lo esencial de las ideas tratadas hasta aqui, podemos decir que el hombre posce un sistema conceptual es pecifico, que esta al servicio tanto de las formas complejas de interaccién y comunicacién (es decir, de relacién cooperati- va), como de pautas elaboradas de mentira y engafio (de rela- La mirada mental 2 ciones competitivas). Es un sistema tal que atribuye mente a los congéneres y al propio sujeto que lo emplea, y permite de- finir la vida propia y ajena como vida mental y conceptualizar Jas acciones humanas significativas como acciones intenciona- les. Ademés facilita realizar inferencias y predicciones sobre las. conductas de los congéneres. El sistema se compone de cle- ‘mentos tales como las (atribuciones de) creencias, deseos, re- cuerdos, intenciones, etc, Permite usar estrategias sociales su- tiles gracias a que posibilita “ponerse en la piel del otro” 0, co- mo dicen los anglosajones, “calzarse sus zapatos”, El sistema da sentido a la actividad humana, que no se interpreta cotidiana- mente en funcién de patrones fisiolégicos, o con un lenguaje puramente conductual, no en términos de supuestos estados mentales, tales como las creencias y deseos. Con independen- cia del estatuto cientifico que puedan alcanzar esos elementos conceptuales (las creencias, los deseos, los pensamientos...), son los que se usan “de forma natural” en la interpretacién de las (inter)acciones humanas. Nos proponemos en este libro describir algunos de los avances de Ia psicologia evolutiva contempordnea en el inten- to de definir la naturaleza y el desarrollo de ese subsistema cognitivo que sirve de soporte a las interacciones humanas, En las investigaciones evolutivas y comparadas, ese dispositivo cog- nitivo al que nos referimos ha recibido un nombre extraiio y equivoco: “Teoria de la Mente”. Diremos asi, como primera aproximaci6n al tema, que una Teoria de la M sistema cogni te es un sub- ivo, que se compone de un soporte conceptual y unos mecanismos de inferencia, y que cumple, en el hombre, la funcién de manejar, predecir e interpretar la conducta. Se trata, como el lector comprenders ficilmente, del fundamen- to cognitivo tanto de las destrezas maquiavélicas del hombre como de sus habilidades de cooperacién comunicativa mas es- ecificas y complejas. Fs, por consiguiente, de gran importan- cia su estudio para una mejor comprensién de esa naturaleza bifronte que el hombre tiene. El propésito de este libro es el de servir de introduccién al estudio evolutivo de la Teoria de la Mente. La Teoria de la Mente en antropoides y Jas hazafias de Sarah eCémo nacid ese concepto extraiio, y potencialmente tan importante, de “Teorfa de la Mente”? Para explicar su ori- gen, debemos referirnos a algunas hazaiias de una chimpancé én, una de las “pri- a la que puede considerarse, sin exagera ma donnas” de su especie, al menos en términos de su contri- buci6n a la investigacién en Psicologia (jcomo sujeto natural- mente... no como investigadora!). La chimpancé, Sarah, es ampliamente conocida en el mundo psicolégico, porque fue objeto de un inteligente y sistematico programa de ensefianza de un sistema de signos (en este caso, los signos eran fichas de plastico), desarrollado por’ David PremacHly sus colaboradores, Debemos decir que tanto en ese programa como en una inge- niiosa serie de investigaciones experimentales, Sarah ha dado muestras de poseer una notable inteligencia, En una de esas investigaciones, David Premack y Guy Woodruff (1978) planteaban a Sarah una curiosa tarea. Prime- ro, la chimpancé veia, en video, algunas escenas en que habia un hombre que se encontraba en una situacién problematica. Por ejemplo, el hombre trataba de salir de una jaula, pero no podia. O, en otro caso, intentaba atrapar un racimo de bana- nas que colgaba del techo de una jaula, en que ademas habia una caja, etc. Después de cada escena, se mostraban a Sarah cuatro fotografias, y tenia que elegir de entre ellas aquélla que contenia la solucién correcta al problema (la Have en el pri- mer caso, la caja en el segundo). Sarah demostré que era ca- 28 4 paz de seleccionar la fotografia adecuada para cada una de las cuatro escenas. A primera vista, podriamos quedarnos simplemente ma- ravillados por la gran capacidad de Sarah de solucionar pro- blemas no habituales en su repertorio... pero hay algo mas. Una parte importante del mérito de Premack y Woodruff con- sistid en darse cuenta de ese “algo”: para ellos lo importante no era sélo que Sarah “resolviera los problemas”, sino el hecho de que se daba cuenta de que el personaje tenia un problema, le atribuia la intencién o el deseo de solucionarlo, predecia lo que tenia que hacer para resolverlo. Ahora bien, darse cuenta de que alguien tiene un problema y “desea” solucionario im- plica una capacidad muy sutil y compleja: la de atribuir men- te, Sélo los seres con mente tienen estados tales como las in. tenciones y los deseos. Se trata de estados que (a) no son di- rectamente observables (implican inferencias), y (b) sirven pa- ra predecir la conducta de aquellos organismos a los que se atribuyen. Pueden compararse laxamente con los conceptos teéricos que wtilizamos los cientificos, y que poseen estas mis- ‘mas propiedades: no son resultado inmediato de la lectura de la realidad empirica (por eso son teéricos) y cumplen una fun- ci6n predictiva, en relacién con el funcionamiento de Ia Nat. raleza. De ahi el nombre de “Teoria de la Mente”. i6n de mente es, en cierto En ese sentido, toda atribuciéi modo, una actividad teérica. Ello con independencia de que sa actividad se haga explicita o se refleje en el lenguaje. ;Los antropoides superiores no “hablan” sobre la mente, ni descri- ben lingtiisticamente sus deseos, creencias e intenciones, pero quizas atribuyan implicitamente alguna clase de mente a sus congéneres 0 miembros de especies cercanas, jcomo el hom- bre en el caso de Sarah! Tampoco los nifios pequefios son conscientes de que atribuyen mente, y quiza lo hagan (luego hablaremos de ello). En Psicologia Evolutiva, y en las perspec- tivas cognitivas recientes, es muy importante diferenciar enitre saber algo, y saber que se sabe algo. Es probable que los chim- pancés atribuyan mente (aunque quiz no tan compleja como Ja que atribuimos a las personas), pero nada indica que sepan lo que hacen. Tampoco los nifios de dieciocho meses, que ya han desarrollado Ia nocién de “objeto permanente”, saben que la tienen. Se puede decir, quizd, que el chimpancé tiene una “teoria implicita” de la mente, de forma parecida a como pudiera decirse que el nifio posee una teoria tacita del objeto, Teoria de la mente y engaio tactico Pero, zcabe attibuir realmente a los chimpancés la pose sin de una teoria de la mente? En el debate suscitado por el importante articulo de Premack y Woodrutf, el filésofo Daniel Dennet establecié dos criterios fundamentales para poder jus tificar la atribucién: (1) el organismo que posee una teoria de la mente tiene que ser capaz de “tener creencias sobre las creencias de los otros” distinguiéndolas de las propias; y (2) debe ser capaz de hacer o predecir algo en funcién de esas creencias atribuidas, y diferenciadas de las del propio sujeto. El mejor ejemplo de situacién en qué todo eso puede revelar- se ¢s el engaiio. En ciertas situaciones de engaiio, se pone de manifiesto e6mo un individuo “sabe” que otro tiene una repre- sentacién errénea de una situacién (cuando no es él mismo quien la induce), y se aprovecha de la situacién en beneficio propio, gracias a que predice correctamente la conducta del otro en funcién de la representacién errénea que éste posee, y que el individuo engarioso distingue de la propia. Vemos entonces cémo, desde la incorporaci6n por la Ps: cologia del concepto de “Teoria de la Mente”, el engaiio se convirti6 en el criterio principal y banco de prueba de st d sarrollo, De este modo, Ia pregunta que nos haciamos antes, La min 26 La mirada mental sobre si podemos atribuir realmente a los chimpancés una teo- ria de la mente, puede reformularse en términos de otra pre gunta mucho mas especifica y accesible a la indagacién empi- rica: gengafian los chimpancés de forma deliberada y que su- giera una estrategia mentalista? Los propios Woodruff y Premack (1979) hicieron frente a esta pregunta, en un experimento muy ingenioso, con cua- tro chimpancés, en los que creaban una situacién en la que és tos contaban con informacién sobre la localizacién de un i centivo (comida), al que sin embargo no tenfan acceso fisico. En unos casos, entraba en la sala donde estaban los chimpan- cés un “cooperador” —humano— y, en otros, un “compet dor", A diferencia del primero, que le acercaba la comida al chimpancé, el segundo se quedaba con ella. De este modo, la conducta funcional de los chimpancés implicaba una discrimi- nacién entre sittaciones en las que resultaba adaptativo “infor- mar correctamente” y aquellas otras en las que lo adaptativo era “ocultar informacién” 0 incluso “engaiar”. Woodruff y Pre- mack (1979) demostraron que, en estas condiciones, dos de los, chimpancés desarrollaron cierta capacidad de “ocultar infor- macién” al experimentador competitivo, Otros dos legaron més alla: cuando aparecfa éste, le proporcionaban sefiales fal- sas, dirigiéndole a un lugar equivocado, donde no estaba la co- mida. De este modo, Woodruff y Premack demostraron experi- mentalmente que los chimpancés usan una capacidad de enga- fio que parece implicar el uso de estrategias mentalistas Las capacidades de engaho en chimpancés no sélo sc han demostrado exp: jentalmente, sino también en estu- dios naturalistas de observacién de grupos chimpancés en sus condiciones naturales de vida. Probablemente el mas conoc do de estos estudios es el realizado por Jane Goodall, divulg: do en un libro dramatico y apasionante sobre la vida de ut grupo chimpancé, Fn la senda det hombre (1986). De los muchos, ejemplos de engaiio intencionado, entresacamos uno que es una de las “perlas” de un chimpancé especialmente maquiavé- lico: Figan. “Por lo general —dice Goodall, cuando los chim- pancés han estado descansando, si uno de ellos se pone de pie y emprende la marcha, los demas le siguen inmediatamente (..) Un dia en que Figan, por acompafiar a un grupo numero- 80, no habia podido conseguir mas de un par de bananas, se le- vant6 siibitamente y comenz6 a caminar. Los otros le imitaron, Diez minutos después regresaba al campamento él solo y reco- gia, libre de competencia, su racién de bananas. Pensamos que se trataba de una coincidencia (..), pero, cuando repitié la ma- niobra una y otra vez, no tuvimos mas remedio que aceptar que lo hacia deliberadamente” (p. 84). Si, en los chimpancés estudiados por Woodruff y Pre- mack (1979), Goodall (1986) y De Wall (1982), entre otros in- vestigadores, aparecen capacidades de engaiio que parecen in- dicar una cierta competencia de “atribuir mente”. Sin embar- go, el engaho esta en cierto modo extendido por toda la natu- raleza. Un ejemplo impresionante es el de ciertas especies de hormigas que esclavizan a otras, y que se sirven de un procedi- miento aparentemente muy maquiavglico para capturarlas: al- ‘gunas de ellas penetran en el hormiguero de las esclavas po- tenciales y emiten feromonas de alarma (es decir, sustancias se- mioquimicas que “significan peligro”) propias de estas uiltimas. Ello provoca la salida de! hormiguero de las hormigas “alarma- das" y su consiguiente captura por las “astutas” hormigas escla- vistas. @Diremos entonces que las hormigas tienen también una “teoria de la mente”, 0 al menos alguna intuicién menta- lista? Desde luego, ésta es una idea que resulta extraita y dificil de aceptar. Las diferencias que existen entre los engaios de los chimpancés, como Figan, y los de las hormigas esclavistas son indicativas de las diferencias entre aquellas formas de engaiio 7 28 que pueden implicar alguna actividad mentalista y las que no. Enos prin adaptada de forma flexible a una situacién nueva, que parece poseer un eros se produce una pauta “inventiv componente conceptual. En los segundos, se segregan sustan- cias quimicas, cuya produccién y emision tiene que estar pre- vista necesariamente en el programa genético de la especie. Las formas de encubrimiento, “exageracién” hiperbolica y en- gafio que se observan en insectos tienen una naturaleza relati- vamente inflexible, predeterminada y no-intencionada, que las diferencian de los engaiios de los humanos y otros primates. Sucede que, en éstos, una parte de las funciones que se deri- van, en aquéllos, de los instintos y patrones de accién fija, pa- san a depender de sistemas conceptuales, que en el hombre al- canzan, por lo que sabemos, un grado maximo de complejidad yelaboracién. Un etélogo, R. Mitchell (1986), ha di niveles de engaiio en la naturaleza. En el mas elemental, se ha- renciado varios an cambios morfolégicos, completamente preprogramados € inflexibles, como los que se producen en algunas plantas (to- mando, por ejemplo, la apariencia de abejas o avispas) “enga- jfiando” a algunos insectos. Hay un nivel superior, de engaiios programados también, pero que exigen coordinaciones de percepciones y acciones. Un ejemplo es el de la simulacion de una Iesién por un péjaro perseguido por un predador. En wn nivel mas alto atin, estén las formas de engafio que pueden modificarse por aprendizaj a pesar de estar preprogramadas. Por ejemplo, algunas aves emplean “cantos aprendidos” para disuadir a otras de que ocupen un habitat ya ocupado por cllas, Finalmente estan, en el cuarto y titimo nivel, las formas de engaiio que implican una elaboracién cognitiva mas com- pleja y flexible, alguna forma de conciencia. Whiten y By (1988) hablan, para ese diltimo caso, de engaiio tact el adjetivo tactico se hace referencia a la capacidad de modifi car flexiblemente una parte del repertorio de comportamien- tos adaptindolos a un rol de engaiio” (1988, p. 28) Solo las formas de engaiio tactico, que se acompaiian de notas de conciencia, propositividad, intencionalidad y flexibi- lad, permiten atribuir una Teorfa de la Mente. Las ventajas de poseer un sistema conceptual al servicio del engaito (y de a cooperacién) son semejantes a las de los otros sistemas con- ceptuales que se ponen en juego para comprender y manejar el mundo en general: permiten hacer frente a situaciones que no estan previstas en los registros de la evolucién filogen son inherentemente “creativos” y generalizados, y otorgan, a aquellos que los poseen en mayor grado, ventajas adaptativas tanto en relacién con otras especies (Ia “amenaza ecolégica” que representa el hombre se deriva, en parte, de su doble ca- pacidad de engafio inventivo y transformaci6n tecnol6gica del mundo), como con Ia propia especie (ya que los organismos con mayor capacidad mentalista tienen indudables ventajas re- productivas en comparacién con los menos “listos”). Por otra parte, y en tanto que el “sistema conceptual al servicio det en- gaiio” lo es también de Ia cooperacién, ello representa una nueva ventaja adaptativa para aquellos que tienen mas desarro- lado ese subsistema cognitivo que recibe el nombre de “Teo- ria de la Mente”. @Hasta qué punto implican Ios engafios observados en chimpancés la posesién de una auténtica “teorfa de la mente”? Esta cuestién ha dado lugar a respuestas encontradas en los iil timos afios. En su sentido més pleno y completo, una Teoria de la Mente es un sistema conceptual que incluye la nocién —al idea de que en menos mplicita— de creencia. Es decir, la otros organismos, 0 en uno mismo, pueden existit formas de representacién capaces de ser verdaderas o falsas. Esa nocién, junto con las de intencién y deseo, constituyen los pilares de Ia Teoria de la Mente. Algunos investigadores han sefialado que 9 30 La mirada mental quiz las habilidades mentalistas de los chimpancés no leguen ‘a tanto como para presuponer que poseen el concepto tacito de creencia. Muchas de las conductas que se observan en ellos podrian quizas explicarse como pautas de manipulacién de ‘comportamientos 0 de estados atencionales y perceptivos, y no propiamente como acciones disefiadas para manipular creen- cias. Ademés, en el experimento de Woodruff y Premack los chimpancés solo engafaban después de un largo entrena- miento de meses, en el que quiz fhos, que podrian haber dado lugar, por ejemplo, aun apren- dizaje de conductas por asociacién empirica, mas que al uso de una verdadera “Teoria de la Mente”, Por todo ello, algunos investigadores pioneros en el estudio de la Teoria de la Mente en chimpancés han terminado en posiciones escépticas, y se han dirigido al nifio normal para estudiar el desarrollo de ¢s- ta capacidad (Premack, 1991). intervinieran factores extra- En el estado actual de conocimientos, resulta dificil de- terminar si las aprensiones sobre las verdaderas capacidades mentalistas de los chimpancés son una muestra mas de la pro- verbial resistencia del hombre a admitir en otros animales sus mas altas capacidades, o bien se justifican de forma rigurosa en funci6n de los datos empfricos. Un dato importante es que los chimpancés no emplean formas de comunicacién que prest- pongan Ia nocién de que los otros son seres con una mente, capaces de tener experiencias y no s6lo de ser agentes de con- ducta, En el hombre, estas formas de comunicacién (que cons- tituyen elaboraciones de la Hamada “funcién declarativa”) son dominantes. Hay un buen ejemplo de ello, que el lector de es te capitulo tiene ante sus ojos: el mismo capitulo no se habria escrito nunca si no fuera porque hay unos seres (los autores) que creen que pueden transmitir a otros (los lectores) conoci- mientos, modificando sus representaciones mentales, sus creencias. Esas formas de comunica n presuponen Ia atribu- cién de una mente compleja y se reflejan siempre que hace- mos cosas tales como argumentar, narrar © comentar expe- riencias. Son pautas comunicativas que no se observan natural- mente en otros primates. Resulta dificil comprender que se produzca la formacién y seleccién adaptativa de una Teoria de la Mente compleja en esos primates, cuando no Ia usan con funciones de cooperacién comunicativa. El experimento de la “falsa creencia” y la teoria de la mente en el nifio El estudio de la teoria de Ia mente en el hombre es mu- cho mas facil que en el chimpancé. La raz6n de ello es que el hombre puede atribuir explicitamente creencias y deseos, 0 predecir manifiestamente conductas, sirviéndose del lenguaje. Las habilidades lingaisticas de los nifios abren una ventana muy directa para conocer cudndo y hasta qué punto poseen el sistema conceptual de intenciones, creencias y deseos al que denominamos “Teoria de la Mente”. Pero las ventajas del len- guaje quiza scan engafiosas, porque pueden Hevar a minusva- lorar las capacidades mentalistas de los nifios muy pequefios y de organismos que no poseen lenguije, Uno de los ideales, ain no bien logrados, de muchos investigadores en este cam- po es disefiar tareas no-lingiifsticas pero que, al mismo tiempo, proporcionen criterios inequivocos de la posesién o et desa- rrollo de la teoria de la mente. El disefio de tareas que impli- can lenguaje es mas sencillo: en 1983, Heinz Wimmer y Joseph Perner, dos psicélogos evolutivos, idearon una ingeniosa tarea que, sirvigndose del lenguaje, permitia determinar el momen- to de desarrollo de la Toria de la Mente. Se trata de la tarea 0 el “paradigma de la falsa creencia”, y consiste en una historia sencilla, que se va contando al ta mediante muiiecas y maquetas. ‘iio, al tiempo que se represen- 31 1a mirada mental La historia es la siguiente (figura 1): dos personajes, Ha- mémosles Pedro y Juan, estén en una habitacién. Uno de ellos, Pedro, posee un objeto atractivo (por ejemplo, una bolita), que el otro no tiene. Pedro guarda el objeto en un lugar 0 lo esconde en un recipiente, y a continuacién se marcha de la ha- bitacién. En su ausencia, Juan cambia el objeto de lugar. Aho- ra llega el momento culminante: Pedro va a volver a la habita- ibn, y se hace al nifio la pregunta critica: *“zDénde va a buscar Pedro la bolita?” Parece que, para poder responder correcta- mente, el nifio tiene que darse cuenta de que Pedro posee una creencia falsa con respecto a la situacién, distinguiéndola de su propia creencia (verdadera) acerca de la localizaci6n real del objeto. Es decir, el nifio tiene que representarse mental- mente no sélo un estado de hechos, sino también Ta capacidad en Pedro de representarse, a su ver, la situacién en funcién de su acceso informativo a ella. A esa capacidad de *representar- se una tepresentacién, en su calidad de representacién” —y sobre todo una creencia, vg. una representaci6n que suele ser falsa 0 verdadera— se la ha considerado como el supuesto bi- sico de la Teoria de la Mente. El influyente tedrico cognitive Zenon Pylyshyn (1978) llamé originalmente *metarrepresen- tacién” a esa competencia. Sin embargo, y como después co- mentaremos, el concepto de “metarrepresentacién” ha tom do también otros significados en la investigaci6n sobre la Teo- ria de la Mente, Como vemos, asi como el engaiio sirvié de criterio para atribuir una teoria de la mente a Jos chimpancés, en los estu- dios con nifios, el criterio principal (aunque no tinico) ha si- do su capacidad para detectar cuando alguien es engaado ob- jetivamente por una situacién, con independencia de la inten- cién 0 no de engaiiar del personaje que provoca Ia falsa creen- cia. La discriminacién explicita de que alguien esta engaiiado presupone, por una parte, la diferenciacién entre los estados Figura | z a mentales propios y los ajenos, y, por otra, alguna conciencia de Ia capacidad de otros organismos de tener estados mentales de creencia, es decir, representaciones mentales de las que puede predicarse la verdad o falsedad. Por estas razones, el procedi- miento experimental inventado por Wimmer y Perner era un ingenioso “test” para determinar la presencia 0 no de una teo- ria de la mente en cl nifio, y su uso ha sido muy frecuente ¢ in- fluyente en el estudio de esta capacidad. Cuando demuestran los nifios poser una “Teoria de la Mente” en la prueba de la falsa creencia? Los resultados expe- rimentales en este aspecto, desde la investigacién inicial de ‘Wimmer y Perner (1983), son enormemente consistentes y muy precisos: hay un momento temporal del desarrollo, en torno a los cuatro afios y medio, en que los nifios se muestran capaces de predecir bien la accién “equivocada” del personaje objetivamente engafado en la tarea de Ia falsa creencia. Los nifios de menos edad, aun cuando comprendan bien y recuer~ den adecyadamente los elementos de la historia (dénde esta- ba el objeto “escondido” al principio, dénde esté ahora, etc.), tienden a cometer tn “error realista”: no toman en considera- cidn el estado de creencia del personaje, y suiclen predecir que buscard el objeto donde realmente es que no ha tenido acceso informacional al cambio de lugar de dicho objeto. Su prediccién de la conducta del personaje se basa en lo que ellos mismos “saben” sobre la situacién real, y no en lo que el personaje conoce. Se puede decir que come- , sin tener en cuenta ten el “error egocéntrico” de confundir su propio estado men- tal con el del personaje de la historia, Los mismos resultados que en el experimento original (con muy ligeras variaciones) se han encontrado cuando se han cambiado algunos aspectos de la situaci6n de falsa creen- cia, Por ejemplo, en una de las modificaciones, se presenta al nif un recipiente con aspecto de contener algo (una caja de fEsforos, en Hogrefe y otros, 1986; un tubo de “smarties”, en Perner y otros, 1987) y se le pide que diga qué cree que hay dentro del recipiente. Luego se le muestra que hay otra cosa diferente (un caramelo en la caja de fosforos, una lapicera en el tubo de smarties) y se yielve a cerrar el recipiente. Por titi mo, se le anuncia al nifio que vendra un compaiiero suyo, al que se le preguntars por el contenido del recipiente. La tarea del nifio consiste en anticipar lo que responders el compaiie- ro, Naturalmente, la respuesta correcta implica anticipar que €1 compafero tendra la falsa creencia de que el recipiente guardara el contenido “normal” (el que el propio ni le atri- buia en un primer momento) y no el que realmente tiene. Es- ta respuesta es la que da el 71% de los nifios de 4 aiios, y el 86% de los de 5, frente a s6lo un 21% —por debajo del azar— de los de 8 aiios (Hogrefe y otros, 1986). En el caso de esta tar rea, se produce un proceso interesante, que consiste en que el propio nifio puede acceder a su estado mental inicial para pre- decir el de otra persona. Esta es, ademas, una persona “de ver- dad” (un compaitero), y no un mufieco, Estos cambios en el procedimiento dan lugar a una ligera facili \cién de la res- puesta, pero mantienen sustancialmente, las conclusiones ya obtenidas con el procedimiento cla ico: entre los tres y los cin- co aiios, y muy concretamente hacia os cuatro aitos y medio, los nifios se hacen capaces de entender estados de “falsa crecn- cia”, y por tanto desarrollan ya una Teoria de la Mente refina- da, que incluye la nocién de creencia. El procedimiento del “recipiente engafioso”, al que aca- bamos de referimnos, permite estud se entre las atribucio si existe © no un desfa: 's mentalistas que Ios nifios hacen con respecto a si mismos y las que hacen en relacién con otros. nl mAs capaces los nitios de ibuirse a sf mismos estados de “alsa creencia” 0, por el contrario, se los asignan antes a los ? En su experimento con el tubo de smarties", Perner, 36 Leckam y Wimmer (1987) preguntaban a los nitios tanto por que tendrian sus comparieros al ver ef tubo (sin 10s habfan las creenci conocer su contenido), como por las que ellos mis tenido en un primer momento (antes de conocerlo). Observa- ron que el 72% de los nifios de 3 aitos respondia correctamen- te a esta pregunta, mientras s6lo el 45% auibuia correctamen- te una falsa creencia al compaiiero. Sin embargo, estas dife- y su atribue ci6n a otros no se han confirmado en investigaciones posterio- res. En algunos experimentos, la direcci6n de la diferencia es ios reconocian peor sus propias creencias falsas (y realmente experimentadas) que las de otros (Gopnik y Astingtonj 1988). En ta mayorfa (Wimmer y Hard, 1991; Sullivan y Winner, 1991), no aparecen diferenciadas en- rencias entre la autoatribucién de falsas creenci incluso la contraria: los tve las autoatribuciones y las asignaciones de falsas creencias a otros. Parece, por tanto, que el nifio desarrolla un sistema con- ceptual e inferencial (Ia teoria de la mente) que sirve a la vez tanto para predecir y explicar la conducta ajena como para dar cuenta de Ia propia (véase, sin embargo, Niiiez, 1993) ‘Muchos investigadores piensan que hay una fase critica de desarrollo, entre los tres afios y medio y los cuatro y medio, de la capacidad de inferir creencias falsas. Pero los intentos ex- perimentales de facilitar las tareas de falsa creencia, tratando de hacerlas accesibles a nifios de menos de cuatro aiios y me- dio, han producido resultados muy escasos. En algunos expe- imentos recientes se han empleado procedimientos tales co- mo usar tareas de entrenan historias, pedir respnestas conductuales en vez de verbales, dar ayudas o sefialar explicitamente la naturaleza de las falsas creencias (Moses y Flavell, 1990; Sullivan y Winner, 1991; Free- man, Lewis y Doherty, 1991), con el fin de no infravalorar las posibles capacidades mentalistas de los nifios de tres a cuatro fios. En general, las into, simplificar al maximo las nicas operaciones efectivas han resulta- do ser las peticiones de que los ni con acciones (y no con lengt 10s respondan directamente je), y la inclusin explicita de “intenciones de engayio” en las tareas, Estas modificaciones en los procedimientos clisicos parecen tener efectos facilitadores, aunque limitados. Lo que parecen indicar los datos actuales, 1 suma, es que entre los cttatro y los cinco aiios los nifios desarrollan un sistema conceptual completo, del que se sirven para dar razén de su propia conductay de la ajena, y que incluye la nocién bé- sica de creencia falsa. Por esa edad, Hegan a diferenciar con claridad sus propios estados mentales de los de otras personas, y se hacen capaces de definir los contenidos de tales estados mentales (creencias) en funcién de las fuentes de acceso infor- mativo que los producen, Las inferencias sobre las creencias de otros, basadas en los datos que los nifios poscen sobre su gé- nesis (es decir, sobre cémo han accedido a tales creencias) per- mitirian, segiin el modelo generalmente admitido, predecir adecuadamente la conducta “equivocada” de las personas con creencias falsas. De este modo, con arreglo a la explicacién de la capacidad mentalista infantil como una destreza “Igica” o, si se quiere, “te6rica’, los nifios usarian la cadena “acceso in- formativo al mundo —> creencia —> conducta” para predecir a conducta en las situaciones de falsa creencia. Sin embargo, hay algunos datos que cuestionan esta vi- sign generalmente admitida de la capacidad mentalista de los nifios. Si fuera cierto que 1os nitios emplean las atribuciones de creencias falsas como guias para predecir adecuadamente Tas conductas equivocadas de los personajes en los experimen- tos citados, entonces cabria esperar que existiera una relaci6n alta entre las respuestas a las dos preguntas siguientes, en la ta- rea clésica de Wimmer y Perner: ":Dénde buscara Pedro la of bolita?", y “Donde erce (0 piensa) Pedro que esta la b Llamaremos a la primera, “pregunta de prediccién’”, y a la se- 37 lla y Sarria yotesis: (a) gunda, “pregunta de creencia”. Rivigre, Quintan (en prensa) encontraron que, en contra de esta h la relacién de la contingencia entre la respuesta da la pregunta P (de prediccién) y C (de creencia) es muy baja, y (b), lo. q resulta aparentemente mas anémalo, los nifios de 4.a 5 aiios tienden sisteméticamente a responder mejor a la pregunta de prediccién que a la de creencia. Este tiltimo resultado (confir- mado por Nuiiez, 1993, Niiitez y Rivigre, en prensa) resulta di ficil de explicar si se acepta la suposicién de que la inferencia Ges una condicién necesaria para responder a la pregunta P (es decir, que los nifios tienen que “razonar sobre creencias” para predecir la conducta del personaje equivocado).. En realidad, caben dos explicaciones alternativas para estos resultados aparentemente anémalos: (1) quiz los nifios sean capaces, en un primer momento, de realizar predicciones correctas de conductas equivocadas, sirviéndose de algiin “ata- jo", que no implique la posesién de una légica completa de creencias, 0 alternativamente (2) podria haber una explica- cién puramente “lingiifstica” del fenémeno. Con arreglo a es- ta segunda explicacién, los nifios podrian utilizar una légica implicita de creencias, aun antes de dominar bien la semanti- ca compleja de verbos mentales, tales como “creer” o “pensar”. Asi, sts peores respuestas a las preguntas sobre creencias 0 pensamientos de los personajes (a diferencia de las que dan a la pregunta mas pragmatica sobre lo que haran) podrian refle- jar una dificultad lingitistica mas que conceptual. No conta- mos atin con datos suficientes para decidir entre estas dos al- ternativas. Un indice importante del uso de un sistema conceptual (tal como una Teoria de la Mente, por ejemplo) es el caracter general de las respuestas que dependen de ese tipo de sistemas (frente al mas especifico de aquellas otras que dependen de habitos, instintos 0 mecanismos desencadenados innatos). En otras palabras: una Teorfa de la Mente, un subsistema de con- Ceptos ¢ inferencias que atribuye intenciones, deseos y creen- Cias, no sélo sirve para reconocer el engaiio, sino también pa- Ta engafiar mejor; no s6lo para engafiar, sino también para co- municarse con los congéneres usando delicados procesos de adaptacin a los procesos mentales de éstos, etc. Asimismo, aunque la Teoria de la Mente sea, en esencia, una adaptacién a exigencias de relacin intraespecifica (y se usa, sobre todo, Para predecir y comprender la conducta de los congéneres), también se emplea para predecir conductas de otras especies, Y Se extrema su uso para explicar, en ocasiones, el funciona. miento de la naturaleza en general, La vieja tendencia animis {2, presente en los nits y las culturas primitivas, y que leva a atribuir sentimientos, deseos y creencias a la naturaleza inani- mada, es un reflejo del sesgo de un sistema cognitivo, tal como el humano, que parece especialmente “disefiado” para ser efi- az en las interaeciones intraespecificas. Dado el carécter conceptual —y, por consiguiente, libe- rado del imperio de lo concreto y particular— de las compe- tencias cognit as (a las que luego nos referiremos mas exten- samente) que subyacen a la Teoria de la Mente, no es extraiio que su pleno desarrollo se manifieste en ambitos diversos de la conducta del nifto 0 coincida con otras adquisiciones estrecha- mente relacionadas con las habilidades mentalistas. Los nitios de cuatro afios y medio o cinco no sélo predicen bien las con- ductas equivocadas de otros (Riviére, Quintanilla y Sarria, en Prensa), sino que enseguida son capaces de atribuir y atribuir. se adecuadamente creencias falsas (Perner, Leekam y Wim- mer, 1987; Wimmer y Hartl, 1990), y comprenden que las re- resentaciones sobre unos mismos fenémenos de personas die ferentes pueden ser distintas (Gopnik y Astington, 1988). Ade- mis, predicen las emociones de las personas teniendo en cuenta sus deseos (Harris, 1989) y desarrollan estrategias suti- 9 les para producir engaio (La Freniére, 1988; Sodian, 1991). Por esa edad, adems, los nifios desarrollan considerablemen- te su capacidad de comprender diferencias semsnticas entre distintos verbos de referencia mental (Olson y Astington, 1986; Riviere, Sotillo, Sarri y Nuiiez, 1994). Asi, el gran desa- rrollo (probablemente sin precedentes en el mundo animal), que alcanza su competencia mentalista en esa edad de los 4a los 5 afios, se manifiesta en diferentes ambitos de las conduc tas del nifio. Por limitaciones de espacio, s6lo revisaremos algunas de Jas investigaciones hechas sobre una de estas capacidades, que tiene, como ya hemos comentado, una especial significacién evolutiva en el desarrollo de Ja Teoria de la Mente: la de enga jar. Vefamos, en un apartado anterior, que la competencia de engaiio se ha tomado como el indicador principal del des Ho mentalista en el chimpancé, y nos referfamos al debate atin vivo en torno a la cuestion de si esa destreza justifica 0 no la atribucion a este antropoide de la posesién de una verdadera “logica de creencias’, y no s6lo de conductas 0 estados atencio- nales 0 perceptivos. creencia —> con- ducta” para explicar la capacidad de los nifios de predecir con- ductas equivocadas, en los de engaiig se supone implicada esa misma cadena en la explicaci6n “forthalista” clisica. El nifio de cinco afios es relativamente capaz. de manejar la informacion ‘que proporciona 0 no aun competidor (mediante tacticas de indicacién falsa, inhibicién expresiva, etc.), para crear en éste tuna creencia falsa que le Heve a una conducta equivocada, pe- ro beneficiosa para el propio nifio. Una vez més, la compren- jon de la falsa creencia, que es el reflejo mas neto de la com- prensin de la naturaleza representacional de la mente, se convierte en la clave explicativa del desarrollo del engaiio. Sin embargo, tambi aparentes contradicciones experimentales qui n en este caso existen anomalias y siembran du. das sobre esta interpretacién de los fenémenos. Se encuen- aa 48 a tran, sobre todo, en los trabajos de Chandler (1988; Chandler y Fritz, 1989; Chandler, Fritz y Hala, 1989), que ha sido uno de Jos investigadores que han cuestionado el caricter de “teérico” de las destrezas mentalistas de los nifios. Chandler ha criticado el enfoque tradicional en el estudio de la Teoria de la Mente, que tiende a considerarla como una capacidad “en bloque”, cuyo desarrollo se daria en forma de “todo o nada”. Para él, la teoria de la mente evoluciona de forma gradual desde la in- fancia —en que ain no es una teoria— hasta la adolescencia en que llega a serlo—, y el aparente caracter eritico de los cuatro atios y medio no es mas que un artefacto. Se deberia a que, tanto en las tareas tradicionales de falsa creencia como en las de engai, se sitia,al nifio en una condicién experimental en Ta que se le exige “Ser espectador” de una historia y respon- der a ella. Los nifios de 2 0 3 afios no ofrecen una imagen ver dadera de sf mismos en ese tipo de situaciones. Al usarlas, los experimentadores tienden a confundir sistematicamente sus (in)capacidades mentalistas con otras clases de dificultades. Para dar cuerpo a esa critica, Chandler ha investigado las capacidades de engafio en nifios muy pequefios mediante una facil ¢ ingeniosa situacién experimental, en que una mufie “que deja huellas al andar” tiene que ocultar un tesoro aun competidor. Para ocultarlo, la mufeca puede seleccionar uno de entre cuatro recipientes. El nifio debe llevar la mufieca (con el tesoro) hasta uno de ellos, y procurar que no se conoz- ca cl itinerario, Para ello puede utilizar una esponja para bo- rrar las huellas, e incluso engafiar més activamente, “marcan- do” luego unas huellas nuevas hasta uno de los recipientes en que no esta el objeto. En el procedimiento usado por Chand- ler, Fritz y Hala (1989), los nifios recibjan ademas un cierto sayos de prueba. Los resul- ndo en cuenta los de “preentrenamiento” antes de los tados eran muy sorprendentes, te otros estudios sobre desarrollo del engafio: jlos nifios de dos aa sy medio parecian ser cay quiav \ces de usar estrate s como la de “borrar las huellas primeras y produ huellas falsas" (en un 50% de los casos)! De hecho. en los da- tos de Chandler y otros, no se hallaban diferencias entre las es- trategias usadas por los nitios de 2 ara r 3y daiios. "sponder a las criticas de que se habjan dado exee- sivas ayudas a los nifios en el preentrenamiento, y de falta de una condicién de control de cooperacién, Hala, Fritz y Chand- ler (1991) hicieron nuevos experimentos con la tarea de la mufieca de las huellas, con nifios de tres y cuatro afios. En es te caso, redujeron las ayudas, incluyeron una condicién coope- rativa, estandarizaron el procedimiento y fueron mas exigen: tes en los criterios de atribucién de estrategias mentalistas, En- contraron, de nuevo, que los nitios de tres afios usaban estra- tegias de engafio tanto como los de cuatro. Ademis, no exis- tian diferencias entve los dos grupos en su respiests pregun- tas de creencia falsa (“2Dénde cree X que esté el tesoro?"). De este modo, y en contra de Ia opinién mas comtin, Chandler y sus colaboradoras sostienen la hipétesis de que las destrezas mentalistas de los nifios son bastante precoces, sufren desarro- Mos menores (y no cambios criticos) a lo largo de todo el desa rrollo preoperatorio y se corresponden con las estructuras cognitivas generales desarrolladas en ese periodo (veremos después que pueden hacerse criticas fundamentadas a esta po- sicién). Una dificultad de la posicién de Chandler es que no se ha visto corroborada por otras investigaciones en las que se ha empleado también la tarea de la muiieca de las huellas y otras muy parecidas (véase, por ejemplo, Sodian, Taylor, Harris y Perner, 1991), sin que se replicaran sus resultados. Sin embar- £0, los datos de Chandler son relativamente coherentes con una observa °n establecida, a saber: en situaciones natt- rales de interaccién (y no experimentales), los n 0 La mirada mental de cuatro aitos y medio pueden mostrar pautas de “engaiio” 0 roma relativamente elaboradas (véase, por ejemplo, Dunn, 1991). LaFréniere sefiala que estas pautas pueden tener fun- ciones lidicas, defensivas, agresivas, competitivas 0 protecto- ras. En las “bromas” infantiles se encuentran ejemplos que ha- cen dudar de las verdaderas habilidades mentalistas de nifios de dos aiios 0 poco mas. Veamos, por ejemplo, este caso cita- do por Dunn (1991), de un niito de 24 meses “Madre: Quieres a mamé, Juan? Nifo: INo sit Madre: @No sit... No si? Niito: iNo Asimismo, en observaciones naturalistas, son frecuentes conductas de “engaiio”, en nifios de 2 y 3 afos, tales como las de “echar la culpa a otro” de una conducta propia que podria ser castigada. Parece asf que la determinacién de la capacidad de engafio tdctico en complejas, entre las que se incluyen la diferencia entre enga- jar para lograr un resultado deseable o para evitar uno inde- seable, la exigencia o no de que el engaiio sea verbal, el grado de “control” que la situacién pide al nifto (que se acentita en los estudios experimentales), Ia activacién de una verdadera motivacién al engaiio y la exigencia mentalista que éste conlle va. Otro aspecto importante es el de “a quién se engaia”, En algunos experimentos (como el muy sencillo de Russell, Mauthner, Sharpe y Tidswell, 1991, antes mencionado), la exi- gencia de “engafar a un adulto” podria inhibir la conducta del nifio, contribuyendo a infravalorar su capacidad de mentalis- mo competitivo. En todo caso, y en lo que se refiere a los estudios experi- mentales, parece que puede sostenerse la conclusion de que existe una relacién coherente entre el desarrollo del engafio y de la prediccién de conductas equivocadas en situaciones de i er ih falsa creencia. A pesar de su indudable interés, y a expensas de su posible corroboracién en otros estudios, los datos de Chand- ler no son suficientes como para poner en duda que los 45 afios también son un momento critico para el desarrollo de pautas mentalistas de engaiio. Sin negar la existencia de precursores an- teriores del engaiio tictico, en ese momento del desarrollo pare- ce establecerse con firmeza un sistema que subyace a conductas competitivas diferentes, y que presupone la capacidad de “repre- sentarse representaciones en su calidad de tales”. EI desarrollo de la Teoria de la Mente y el papel facilitador del engaio en las tareas de falsa creencia Si bien la Teoria de la Mente parece contener ya todos sus elementos conceptuales basicos (incluyendo las creencias) hacia los 5 aitos, ello no quiere decir que posteriormente no se den desarrollos en la potencia y recursividad del eficiente instrumento conceptual que €l nifio tiene. Ello se ha demos trado ampliamente mediante el empleo de las llamadas “tareas de segundo orden”, en las que el nifio debe inferir la creencia (alsa) de un personaje acerca de Ia que posee otro. Sin que- rer hacer logomaquia, diremos que la tarea exige, en este ca- so, “representarse una representacién acerca de una represen- tacién”, Veamos un ejemplo que puede servir para aclarar es- te trabalenguas. EL ejemplo proviene de nuestro propio trabajo, y corres ponde a una interesante variacién, ideada por Niiiez (1993), de la historia clasica que se utiliza en la tarea de fi Recordemos que, en ésta, un personaje, al que llamaremos A, cambiaba de un recipiente a otro un objeto guardado previa mente por otro personaje, B, sin que éste lo viera, Luego se ha- cian al nifio preguntas de prediccién 0 creencia acerca de la conducta previsible del personaje B “objetivamente engaia- creencia, irada mental La do”, 0 acerca de su representacién (creencia) sobre el lugar en que estaria el objeto. La clave del procedimiento es que el per- sonaje “equivocado” no ha visto el cambio y, por consiguiente, pose una falsa creencia acerca de la situacién, ‘Supongamos ahora que introducimos la siguiente vai 1 personaje B, que primero guardé el objeto y luego se fue de la habitacién en que se ha realizado el cambio, mira por una ventana, y ve fo que hace el otro, Ahora no tiene una creencia falsa, sino verdadera acerca de la situacién. Pero A — que no sabe que B ha visto lo que él hacia— tiene uitBeen- cia falsa acerca de la creencia de B. Asf, B tiene una creehci verdadera acerca de dénde esti el objeto, y A ta tiene falsa acerca de la creencia de B. Por tanto, en este paradigma expe- rimental pueden haéérsele al nifio dos preguntas: una de creencia verdadera (*Dénde cree B que esta el objeto? “génde lo buscara2”), y otra de falsa creencia de segundo or- den (“gDénde piensa/cree A que B buscard el objeto —o cree- r4 que esti. = ci *). Como en el caso de otras tareas de segundo orden, se ha comprobado que esta iiltima pregunta, que impli- ca un alto grado de recursividad, es contestada correctamente por los nifios aproximadamente dos afios més tarde que la pre- gunta clasica de creencia falsa de primer orden: es decir, hacia los seis aiios y medio. ‘Sin embargo, en el experimento en que se utiliz6 por vez primera el “paradigma de la ventana” aparecia una interesan- te anomalia: los nifios estudiados (de 4.26;5 aiios) respon- ‘an peor a la pregunta simple sobre la ereenc la tarea de la ventana que a la pregunta clasica sobre la falsa en la tarea tradicional (Naiiez, 1993, Nitiiez y Riviere, en prensa) conducta equivocada de B", podria ser comprendida antes que la cadena “Inten- cién de A —> conducta de A —> creencia falsa de B —> con- ducta de B”. En otras palabras: la comprensién del engafo se- ria una de las fuentes de elaboracién de una Teoria de la Men- te, en vez de ser s6lo una consecuencia de esa elaboracién. Cuando ¢ revisan los experimentos sobre Teoria de la Mente, se encuentra que el engafio tiene un efecto facilitador muy sistematico, coherente con esta formutacién. Resulta intri- gante y dificilmente inteligible la posibilidad de formas de en- i i gaiio tictico mas conductista que mentalista, o al menos deri das de un “mentalismo que atin no atribuye creencias”, pero no debe desecharse. Coincide con los datos observados en antro- poides, que sugieren capacidades elaboradas de engaiio junto con grados poco elaborados de mentalismo, que probablemen- te no impliquen una légica completa de creencias, Sin embar- go, deben ser las investigaciones futuras, y una esforzada labor de reflexi6n teérica, las que establezcan con claridad las intrin- cadas relaciones entre Teoria de la Mente y engaho. ‘Teoria de la mente, comunicacién y un poco de filosofia La Teoria de la Mente no sirve s6lo para engaitar 0 reco- nocer el engafio. Junto con esta virtualidad “competitiva” tie- ne un enorme valor cooperativo. Aunque los modelos experi- mentales clasicos para su estudio se hayan basado mas en el en- gaflo que en Ia comunicacién, debemos insistir en este segun- do aspecto, si no queremos tener una imagen sesgada y muy incompleta de la funcionalidad de ese delicado sistema con- ceptual de deseoscreencias al que se da el nombre de “Teoria jones de investigacion de la Mente”. A pesar de que las tradi hayan puesto mas peso en el platillo del engario, como criterio de posesién de una Teoria de la Mente, es necesario contrape- sar la balanza con una serie de observaciones, aunque sean principalmente te6ricas, sobre el valor y la significacién comu- nicativa de la Teorfa de la Mente. Pero, gen qu valor la Teoria de la Mente para la comunicacién? Un Kicido filésofo del lenguaje, Jonathan Bennett, hacia una observacién importante, en un libro de hace veinte aitos titulado Linguistic Behavior (1976). Hablando de las “funciones ostensivas del lenguaje”, es decir, de aquéllas en las que se em- sentido tiene plea el lenguaje —como estamos haciendo nosotros ahora— para “mostrar” y compartir experiencias, decia Bennett que ta- ee a ee les funciones presuponen y exigen el empleo de una “intencio- nalidad recursiva", de orden superior. ¢Qué quiere decir eso? Para comprenderlo, hay que recordar una vieja propie- dad con la que el filésofo Francisco Brentano caracterizaba lo mental: la propiedad de ser intencional, de ser “acerca de ak g0", Los pensamientos, los deseos, las creencias, los recuerdos —todas las estructuras conceptuales, en definitiva, que sirven de base a la Teoria de la Mente— son estados intencionales: son pensamientos acerca de esto 0 de lo otro, recuerdos sobre algo, creencias en tal 0 cual cosa, deseos de esto 0 de aquello. Son, asi, “relaciones proposicionalmente abiertas”. Necesitan tun “de” o un “acerca de” para ser. A diferencia de los fenéme- nos *s6l0” fisicos, que se clausuran en si misnios, aquéllos que afiaclen una nota de “mentalidad” a su cardcter fisico son fend- menos que se refieren a contenidos. Por eso precisamente lo que Iamamos mente es un artefacto inherentemente repre- sentacional, y tener mente equivale a tener representaciones. Del mismo modo que “atribuir mente” equivale a “atribuir re- presentaciones’, En el sentido mencionado, es posible predicar la mente de todos aquellos organismos que definen un mundo de “con- tenidos" o de objetos —y no de meros‘estimulos— al procesar la informacién del medio: es seguro que eso es algo que ha- cen los Ieopardos, por ejemplo, y no tanto que lo hagan las moscas o las ranas. Un paso mis es el que se produce en el ca- so de ciertos organismos que pueden tener “procesos inten- cionales acerca de procesos intencionales” (un nivel dos) 0, tras un nuevo escalén que presupone ya un nivel minimo de recursividad, “representarse estados mentales acerca de estar dos mentales” (nivel tres). Si llamamos “I” a los estados men- tales intencionales, tenemos en ese caso estructuras de tipo “(Ly (ly (1g)))", completamente recursivas que, por lo que di- ce Bennett (1976), son necesarias para que se produzca el len- La mirada mental ‘guiaje con la funcién predominante que adquieren en el hom- bre. Gon ar eptada por mu- chos fil6sofos del lenguaje), nunca empleariamos el lenguaje para transmitir intenciones, creencias y conocimientos (aun- que quizé si deseos) si no fuera porque somos capaces de ‘eer que el otro sabe que nosotros pensamos que...”, *supo- ner que el otro cree que nosotros deseamos que estas expresiones (que no tratan tampoco de ser meros traba- lenguas), hacemos referencia a ese nivel de intencionalidad re- cursiva que se usa cada vez que el lenguaje se utiliza para cosas “tan propias de su naturaleza”, tales como comentar, narrar, argumentar, etcétera, ntuicién de Bennett gloala ete. Con Al lector perspicaz no se le habra escapado la identidad de fondo que existe énire los conceptos de “Teoria de la Men- te” e “intencionalidad recursiva”, como tampoco el hecho de que el lenguaje se usa la mayorfa de las veces (y cuando no se le da una utilizacin puramente imperativa, vocativa 0 fitica) con fines astensivos, que exigen esa intencionalidad de tercer orden. Basta con que nos detengamos en casi cualquier con- versacién para que caigamos en Ia cuenta de que, en sus usos mas frecuentes, las emisiones lingiisticas tratan de modificar “mundos mentales” de los interlocutores, y s6lo muy indirecta- mente de cambiar las realidades fisicas en cuanto tales, Por ejemplo, cuando decimos que “existe una identidad de fondo entre la Teoria de la Mente y la intencionalidad recursiva”, es- tamos tratando de impactar en el mundo mental de nuestro lector, y no buscamos otra cosa: afiadimos ideas, proposicio- nes, representaciones o creencias a las que previamente el lec- tor tiene. Nuestra actividad comunicativa sélo se satisface si modifica realmente, de forma econémica y poderosa, la men- te del lector. Hay otra emisiones comunicativas, como “;Déme ‘un vaso de agua!’, que tratan mas bien de modificar el mundo fisico, pero no son ni las» frecuentes ni las mas complejas e interesantes en los uses Si aceptamos el aniilisis de Bennet, Hegamos a una con clusién de una enorme importancia: la Teoria de ta Mente es el fundamento de las destrezas pragméticas que permiten los modos de cooperacién y comunicacién mas propios y espe cos del hombre, es decir, de aquéllos que tienen funci6n osten- siva 0 —como también se dice, a veces, sin hacer distincio- nes— una funcién declarativa, Como han sefialado en un in- fluyente libro Sperber y Wilson (1986), tales formas de comu- nicacién se guian por un principio fundamental, de caracter a la vez cognitivo y pragmitico: el principio de relevancia. En sintesis, ese principio leva sistematicamente a los interlocuto- resa tratar de producir el maximo impacto cognitivo sobre los companeros de interaccién, empleando para ello el minimo costo de recursos. El cilculo impacto/recursos no parece posi- ble sin una considerable actividad mentalista, Pero ello equi le a decir sencillamente que el sistema de conceptos ¢ infer cias de Ja Teoria de la Mente actiia, de forma continua, técita ygeneralmente muy eficaz, guiando la mayor parte de las inte- racciones comunicativas humanas, Esto ¢s facil de entender: si quieren ser reievantes en fa comunicacién, los interlocutores tienen que adaptarse de for- ma sutil y muy dindmica a los estados mentales inferidos de sus compafieros de interaccién. A las dindmicas cambiantes de sus deseos, creencias, intenciones, focos de interés, etc. A sus re- presentaciones y esquemas, sometidos a condiciones de varia- cién continua en la interlocuci6n. La Teoria de la Mente es la capacidad cognitiva que permite realizar eficazmente esas adaptaciones. Como tales adaptaciones, serén adecuadas si se derivan de inferencias sagaces, ¢ inadecuadas en caso contr rio. Estas consideraciones Hlevan a una reflexién interesante acerca de los contextos sobre los que actiia la Teoria de la Men- te. Tales contextos son contextos mentales, definidos y actuali- zados dinamicamente por la propia teorfa, y sometidos normal La mirada mental mente a procesos muy répidos y complejos de variacién. En otras palabras: los contextos comunicativos humanos ordina- rios someten al sistema de la Teoria de la Mente a fuertes exi- gencias de dinamismo, velocidad, eficiencia, actualizacién con- tinua y complejidad de funcionamiento, En este tiltimo asp. to, no esta de mas decir que la Teoria de la Mente es precisa- mente aquel subsistema cognitivo que est4 encargado de en- frentarse a sistemas de su misma complejidad, es decir, a “otras mentes” generalmente tan complejas como la propia. Las répidas reflexiones anteriores acentiian la necesidad de mirar la Teoria de la Mente desde las dos perspectivas fun- cionales que le son propias, y no s6lo desde un: imagen tra- dicional de esta capacidad, muy basada en el engaiio, no refle- ja suficientemente ni el dinamismo ni la complejidad de las ac idades humanas de mentalizacién, tales como éstas se expre- san en situaciones comunicativas muy cotidianas. Adem: como han seiialado algunos investigadores, el engafio es, casi por definicién, una actividad relativamente infrecuente en comparacién con la cooperacién comunicativa. Sélo asi es efi- caz. Como bien dicen algunas fabulas, el engafio constante acaba por producir el efecto del “lobo y as ovejas”, y por ser ineficaz. Todo el mundo termina por desconfiar del que enga- ‘ha mucho. El engatio solo cs realmente eficaz en dosis mode- radas, si no francamente bajas. En eso se diferencia de las acti- vidades comunicativas “mentalistas", que se producen de for- ma extremadamente frecuente en los periodos humanos de vi- gilia (;Yhasta en suefios!). eCundo comienzan a dar muestras los nifios de que “mentalizan” en su actividad comunicativa? ¢Cémo desarrollan y elaboran después esa capacidad de inferir estados mentales? A diferencia de los antropoides superiores, los nifios de 12a 18 meses re izan un tipo de actos de comunicacién que parece! poseer, desde muy tempranamente, un micleo mentalista 0, i inline se wii cuando menos, protomentalista, Son actos encaminados a compartir con otros experiencias acerca de los objetos, y no s6- oa “lograr los objetos a través de otros”. Reciben el nombre de “protodeclarativos” (diferenciéndose de los llamados “pro- toimperativos”, que tienen esta segunda funci6n) y suelen ma- nifestarse en actos de sefialar con el dedo, acompaiiados de ex- presiones emocionales y miradas alternas a los companeros de interacci6n y a los objetos mismos. No esta claro si tales actos in s6lo de controlar la atencién de los compafieros de in- tra teraccién 0, por el contrario, presuponen de algiin modo la nocién de que los otros son seres con mente (Riviere, 1990, Belichén, Rivigre e Igoa, 1992). Lo que sf es claro es que, a di- ferencia de los protoimperativos (y de otros actos como los vo- cativos, fiticos, etc.), los protodectarativos ("sefialar para com- partir” y no “para pedir”) son muy especificos del hombre, y no se observan, al menos en condiciones naturales, en otras ¢s- pecies animales. Las formas comunicativas —incluso simbélicas— en otros animales presentan siempre un niicleo “imperativo’, diferenciado de su papel designativo si es que lo tienen. En es- te sentido, es pertinente el comentarig de que s6lo las formas declarativas son portadoras potenciales de verdad 0 falsedad. Es decir: son las formas comunicativas que se corresponden con los estadlos de creencia propiamente dichos (véase Searle, 1983). A diferencia del enunciado declarativo “los peces son insectos”, el imperativo “déme un vaso de agua” no puede ser ni verdadero ni falso. En realidad, no expresa creencias. Cier- tamente, los protodeclarativos anteriores al lenguaje ain no son expresiones de creencias aunque puedan entenderse co- ‘mo “caminos funcionales para serlo”, ni son potencialmente verdaderos o falsos, puesto que no realizan funciones de “pre- n”. Pero los primeros declarativos del nifto (cuando ain cuenta con pocas palabras en su lenguaje holofrasico) ya 60 poscen las propiedades fundamentales de (a) expresar cree cias y (b) poder ser verdaderos o, por el contrario, falsos. En el caso de otras formas de comunicacién animal, no parece que sea posible predicar la verdad o falsedad de las expresiones. Lo anterior no implica, ni mucho menos, decir que los humildes protodeclarativos de los 12 meses presupongan fa n0- Gidn de falsa creencia, la nocién que caracteriza el dominio de una Teoria completa de la Mente. Pero, écémo podrian efec tuarse si no fuera gracias a la posesién de alguna nocién ele- mental de los otros como “seres con mente”, ¢c6mo podria el nifio de poco mas de un aio tratar de “compartir la experien- cia con otros” si no tuviera, de algtin modo, la nocién tacita de el caso de las que los otros son sergs capaces de experiencia? E pautas imperativas de comunicacién, el mentalismo puede ser un recurso itil, pero en el de tas declarativas es mucho mas: tuna condici6n imprescindible. Tales actos comunicativos no se realizarian sin la nocién de los otros como dotados de mente. Para no crear confusiones, ya hemos destacado la nece- sidad de diferenciar entre “tener una nocién” y “tener la no- Gién de que se tiene”. Los nifios de dos aiios no saben que mentalizan, Sin embargo, hacen protodeclarativos, que pue- den implicar una mentalizacién implicita y aun rudimentaria, Ademés, en seguida realizan pautas mas complejas de comu- nicaci6n lingitistica, declarativas en sentido estricto, que ya exigen, con seguridad, mentalizar. Con sus primeras palabras —que son, en realidad, “holofrases"— predican propiedades de los objetos, atribuyen posesiones, comentan experiencias, etc. En nuestra opinién, tratan decididamente a sus interlocu- tores como intérpretes potenciales. No es facil entender cémo podrian hacer tales cosas sin alguna nocién de que los demas son seres con mente. Si bien los nitios de dos o tres aftos no pa- recen ser mucho més capaces que los chimpancés en sus com- petencias de “mentalismo competitivo”, lo son decididamente en sus conductas de mentalismo cooperative. Es ésta una ct- tiosa diferencia entre los primates de mentes més complejas. Lo que sucede es que la mente del otro que concibe el nifio de dos aiios es, probablemente, un sistema muy incom- pleto en comparaci con la que elabora el de cinco. No esta del todo “despegada” de la propia mente, de la propia expe- riencia, Por eso, los nifios de dos y tres afios cometen errores muy caracteristicos en tareas de comunicacién referencial, uso de deicticos y, en general, situaciones —como hablar por tclé- fono— que implican la necesidad de diferenciar entre los es- tados mentales ajenos y los propios. La conversaci6n teleféni- ca en que se pregunta al nifio de tres altos “¢Quién esta ahi?" y contesta “jéstel”, sin tener cn cuenta que el interlocutor no ve al referente del deictico, es un ejemplo clasico. En téminos generales, los estudios sobre deixis, comu- nicaci6n referencial y habilidades conversacionales de los ni- fins preoperatorios presentan uma imagen concordante con la ‘que ofrecen los estudios sobre engatio: entre los 4 y los 5 aos, ycoincidiendo con el desarrollo de Ta comprensién de Ia natu- ralera representacional (y potencialmente falsa) de los estados mentales intencionales, los nifios desarrollan mucho su capa- cidad de adaptarse a las necesidades convencionales de sus in- terlocutores, comunicarse con ellos eficazmente acerca de re- ferentes, y usar siempre bien aquellas formas del lenguaje (las deicticas) que varian sutilmente en funcién tanto de los con- textos comunicativos como de las fuentes de acceso informati- vo de los compaiieros de interaccién. En suma: la Teoria de la Mente es una capacidad cogni- tiva que estd al servicio tanto de las interacciones competitivas como de las comunicativas. Al tiempo que sirve de fundamen- to de las destrezas pragmaticas que permiten el empleo mas es- pecificamente humano del lenguaje, recibe probablemente un “input” de gran valor desde el propio lenguaje. En éste, el al La mirada mental 62 empleo de la Teoria de la Mente es completamente necesario sobre todo para funciones de naturaleza ostensiva 0 declarati- vva, que son muy especificas del hombre. Los contextos de inte- racci6n lingitstica —las conversaciones, por ejemplo— estable- cen exigencias muy rigurosas y constrictivas de velocidad, com- plejidad y eficiencia a las inferencias mentalistas. Con indepen dencia de que tales inferencias se realicen (como suele suce- det) por debajo del umbral de la conciencia 0 por encima de 1, lo cierto es que constituyen el sustrato cognitivo gracias al cual las interacciones lingiiisticas humanas no s6lo poseen una estructura simbélica compleja, y se refieren intencionalmente a contenidos, sino que poseen propiamente un “sentido”, En los actos de comunicacién ostensiva, el sentido se de- riva de calculos mentalistas, que se realizan mediante un siste- ma conceptual que no es lingiiistico en si mismo, aunque pue- da expresarse en el lenguaje, a través del léxico de referencia mental. Con independencia del papel que pueda tener el len- guaje en la configuracién y el refinamiento de la Teoria de la Mente, es preciso insistir en que la propia teorfa no tiene, en si misma, una naturaleza lingiiistica, y puede ser atribuida a or- ganismos no lingiiisticos, tales como los antropoides superio- res, El criterio de tener una teoria de la mente no reside en ha- blar sobre ella, empleando términos tales como “desear”, “pensar”, “recordar” o “creer”. Es cierto que todos los lengua- jes poseen un léxico mentalista complejo, que refleja, de di- versos modos, la existencia en el hombre de un sistema con- ceptual comin y universal. Pero el lenguaje mismo no debe confundirse con el sistema. Un sistema que, como hemos vis 0, subyace tanto a las formas complejas de interaccién compe- titiva, que se expresan en el engaiio, como a las elaboraciones comunicativas que se producen en formas de cooperaci6n tan sutiles como las que se observan, por ejemplo, en las conversa ciones. ee ee Teoria de la Mente y autismo Si la Teoria de la Mente es la competencia que permite las formas més elaboradas, las pautas mas sutiles y especificas de comunicacién y engafio en el hombre, sus alteraciones y de- ficiencias en el desarrollo deben tener consecuencias tragicas. El lector puede intentar el dificil ejercicio de imaginar como seria el mundo humano sin una teorfa de la mente, para dar- se cuenta de ello: los demas no se constituirian como “seres dotados de una mente”, Su mundo mental, y el de! propio su- Jeto, seria en esencia opaco. La mente de los otros seria una puerta cerrada. Careceria de sentido intentar transmitir creen- cias. Hacer cosas tales como comentar, narrar, describir, predi- car relaciones y propiedades de lo real sin otra meta que la de compartir experiencias. Las interacciones frecuentisimas y muy din inalcanzables 0 —en caso de algiin desarrollo entorpecido del sistema— muy dificiles de seguir. icas de las conversaciones cotidianas resultarfan Ademés, el comportamiento de la gente resultaria, en gran medida, imprevisible para la persona sin mecanismos mentalistas. Careceria de orden y de concierto, al no asimilar- se al sistema conceptual que le otorga érganizacién, jerarquia, motivo y sentido. La incorporacién a Ia cultura, con todo lo que ella implica en el proceso de humanizacién, estaria ex- traordinariamente dificultada. En condiciones de carencia 0 déficit de la Teoria de la Mente, y al no contarse con los meca- nismos “de arriba abajo” que le permiten al nitio pequeiio aprender a descifrar estructuras simbélicas en funcién de las intenciones compartidas y comprendidas, seria muy dificil — cuando no imposible el desarrollo dle las sistemas simbolicos complejos. También se verfa dificultada la apropiacién de pau- tas instrumentales que permiten la definicién de una cultura. Una de las consecuencias mas tragicas cel déficit seria enton- 63 at ces la falta de sentido de la mayor parte de las acciones huma- nas, propias y ajenas. Porque sucede que el sentido se deriva, al tiempo, del propio funcionamiento del sistema mentalista (que establece fines ¢ intenciones de la accién humana, fre- cuentemente nstrumental y mediada), de la insercién simbé- lica de la conducta, y de las compartidas interpretaciones de las acciones y objetos, derivadas de la cultura y la vida en co- munidad. Las personas sin una Teoria de la Mente nos parecerfan a las demés extremadamente ingenuas y carentes de m icia. Pero, al mismo tiempo, los no-mentalistas resultarian ser “egofstas involuntarios”, Serian incapaces de altruismo empa- tico, pero también de engai jar estratégicamente y de darse cuenta de cuando alguien es engafiado o engaiia. A diferencia de los habiles mentalistas que somos los humanos llamados “normales”, esos miembros de la especie sin intencionalidad recursiva ofrecerfan una conmovedora y roussoniana estampa de “seres naturales”. Serian robinsones incontaminados por la cultura, y muy mal dotados para enfrentarse a las exigencias complejas, flexibles y dinamicamente variantes de las interac ciones sociales. En suma: si hubiera personas sin una Teoria de la Mente, sus serias deficiencias sociales y comunicativ; pro- clamarian, con més elocuencia que cientos de experimentos, Ja enorme importancia y el valor social de la competencia au- sente. La Teoria de la Mente funciona de una forma tan eficien- te, facil y ubicua en la mayoria de la nes humanas, que tiende a pasar desapercibida. Su funcionamiento se sitia de ordinario por debajo del umbral de la conciencia. Pero no deja de estar ahi, funcionando sin sentirse, Su ausencia *reso- naria estruendosamente”: la percibiriamos con més facilidad en las personas no-mentalistas de lo que sentimos su armonio- sa presencia en Jos mentalistas normales. teraci Las investiga mes realizadas en la ttima década sugie- ren, con claridad, que es0s seres con deficiencias 0 carencias es- pecificas de destrezas mentalistas no son, por desgracia, entes quiméricos, sino personas muy reales. Nifios y nifias, hombres Yy mujeres, de carne y hueso, Presentan un trastorno rrollo, al que se conoce deste hace medio siglo con el nombre de autismo infantil (Kanner, 1943). Muchos investigadores y nicos piensan —con buenas razones— que, aunque ese trastor- no del desarrollo tenga consecuencias generalizadas y profun- das en toda la personalidad humana, se deriva de un déficit concreto y especifico: el de la Teoria de la Mente: En 1985, tres inteligentes investigadores de la U: Desarrollo Cognitivo del "Medical Rereczcli Council” de Lon- dres, Simon Baron-Cohen, Alan Lestie y Uta Frith utilizaron el paradigma de la falsa creencia (el clasico de las dos muiecas, ideado por Wimmer y Perner, 1983) para someter a prueba la hipétesis de un déficit cognitivo especifico, en autistas, en Teo- ria de la Mente. La idea de que los autistas podrian tener algu- nna deficiencia cognitiva o varias, que explicarfan el cuadro, ha- bia rondado por la cabeza de muchos investigadores en los afios setenta, Peto nadie habia logrado dar cun ta clave de ta cuestién. En unas y otras investigaciones aparecian, si, altera- ciones y déficit cognitivos de diferentes tipos, pero ninguno pa- recia capaz de explicar, de forma coherente, el conjunto de trastornos que se observan Baron-Cohen, Leslie y Frith (1985) aplicaron una forma simplificada de la tarea clasica a una muestra de nifios autistas, y compararon sus respuestas con las que daban los nifios nor- males y con sindrome de Down. Eligieron las muestras de tal modo que los autistas alcanzaban una edad mental media mas alta que los nifios de los otros grupos en Ta prueba de Wesch- ler (9:3 afos, frente a 4:6 los normales y 5:1 los nifios con sin- drome de Down), y se aseguraron de que los nifios compren- dian Ia tarea y recordaban bien sus episodios (como suele ha- sc} autismo infantil. 5 {La mirada mental cerse en los experimentos de la Teoria de la Mente). Descu- brieron asi que, a pesar de su mayor edad mental, los nifios au- tistas tenian un déficit espectfico en la resolucién de la tarea: un 80% de ellos cometia el “error realista” de decir que la mu- jieca “objetivamente engafiada” buscaria el objeto donde real- mente estaba, Parecian incapaces de representarse la creencia falsa del personaje, a diferencia de lo que sucedia con los ni- fios normales de cuatro afios y medio de edad mental y crono- Jogica (que daban la respuesta correcta de prediccién en un 85% de los casos) y de los nifios con sindrome de Down (86% de respuestas correctas) En los tiltimos afios, se hah acumulado numerosas prue- bas convergentes de la tendencia autista a fallar en diferentes tareas de Teoria de la Mente. Los propios Baron y Frith (1986), en una nueva investigacién, se sirvieron de una tarea que exigia ordenar historietas. En este caso, las historie- tas podian ser de tres tipos, dependiendo de la clase de rela- ciones en las que podia basarse su comprensién y ordenacién historietas mecanicas, comportamentales intencionales. Las primeras exigian establecer un nexo puramente fisico entre sucesos (por ejemplo, en la primera vifeta se ve cémo un han bre se acerca a una piedra. Luego la golpea y la piedra rueda por un precipicio). Las segundas, rutinas comportamentales (por ejemplo, un panadero prepara la masa para un pastel; la eva al horno y luego saca el pastel). Las iiltimas obligan a comprender nexos intencionales: a entender la conducta de alguien en fun Cohen, Leslie n de su estado mental (por ejemplo, un per sonaje deja un osito en el suelo para cortar un flor, otro per- sonaje se lleva el osito, y el primero “se sorprende” por no contrar el osito que “crefa” que estaba a su lado). Los resultaclos eran muy claros; como puede verse en la figura 2: los autistas resolvian mejor que los nifios normales o con sindrome de Down las historietas mecanicas (lo que es 16- ene i ae sr \e Fiistorieta mecinica rar hs rey Historieta comportamental EN #2 ve Historieta intencional NTO RENDIMIE Figura 2: Ejemplos de historieta mecinica, comportamental € intencional (Baron-Cohen, Leslie y Frith, 1986) y renditniento aedlio de los grupos estudiadoy 67 68 gico, teniendo en cuenta su mayor edad mental), ¢ igual que los normates —ambos mejor que los Down— las comporta- mentales. Sin embargo, su rendimiento en la ordenacion de las historietas intencionales era muy inferior al de los otros grupos: de hecho no era superior al que podia esperarse de tuna actuacién al azar (yéase figura 2). Este resultado debera confirmarse en investigaciones ulteriores al no haberse repli- cado en las de Oswald y Ollendick (1989) y Ozonoff, Penning- tony Rogers (1991). La necesidad de nuevos trabajos es urgen- te, porque el resultado tendria, en caso de corroborarse, una especial significacion que debemos comentar. Los datos de Baron-Cohen, Leslie y Frith (1986), con la tarea de las historietas, indican que, cuando ésta exige una ac- ividad “mentalista”, los autistas muestran una especial incapa- cidad que no parece deberse a otros aspectos de la actividad exigida (ordenar historietas en los tres casos), sino precisa- mente a la exigencia de inferir estados mentales, Por otra par- te, hay otro aspecto significativo en los resultados del experi- mento de las historietas que, a nuestro entender, tiene una gran importancia: a pesar de que las historietas mentalistas no eran mas simples, en cuanto a cantidad de informacién (si aca- so menos), niimero de episodios y complejidad conceptual que las otras, los nifios normales las resolvian mejor. Este resul- tado, sobre el que no se ha reflexionado lo suficiente, sugiere un principio importante que ha guiado gran parte de las inves- tigaciones de los autores de este articulo, a saber: los nitios normales estén “cognitivamente primados" para la interac- Gién. dicho de otro modo, la complejidad y elaboracién que al- canza el subsistema cognitivo y conceptual de la Teoria de Ja Mente de los niitos normales hacia los cuatro afios y medio no se corresponden con los que tienen otros subsistemas concep- tuales, propios de otros dominios, por esa misma edad. Con to- da raz6n, Frith (1991) comenta que las historietas del experi- mento de 1986 eran respecti mente historietas para “fisicos”, “conductistas” y “psiedlogos”. Lo sorprendente no es sélo que Jos autistas furan tan malos psicélogos, sino que los normales fueran tan buenos psicétogos, en comparacién con sus habili- dades como “fisicos” y como “conductistas”. Una ventaja de la investigacién sobre el autismo es la que se refleja en el comentario anterior: lo que sabemos del autis- mo nos lleva a “extraiarnos sobre el nifio normal”, cuando la analizamos en profundidad. Si, qué extraiios son los nifios nor- ales: las carencias mentalistas de los autistas resaltan su extre- mada eficiencia y capacidad como “te6ricos de Ja mente”, Al tiempo, sugieren que el desarrollo de la Teoria de la Mente, co- mo competencia especifica del dominio psicosocial, no puede reducirse sin mas al desarrollo de otros dominios conceptuales (© de otras competencias. Los datos parecen indicar (luego abundaremos en esta idea) el caracter especifico, y relativa- mente independiente de otras destrezas, de las habilidades mentalistas. Esta relativa independencia y especificidad de fun- cionamiento del sistema dedicado al dominio de lo mental per- mitiria explicar ademés la propia exigencia de “autistas inteli- gentes” (aunque el autismo se asocie a deficiencia en el 75% de los casos). Son personas que resuelven bien pruebas como la de Weschler, pero, a la vez, son angustiosamente incapaces de ha- cer cosas tales como conversar, inferir estados mentales, tener en cuenta contextos sociales, o adaptarse a los demas en as ve- oces interacciones cotidianas. ‘Como ya hemos sefialado, han sido muy diversa ciones experimentales en los que se ha demostrado el déficit menialista de los autistas, Para excluir que éste pudiera ser una manifestacin de una resistencia a atribuir estados mentales a personajes no reales (muiiecas 0 dibujos en vinietas), Leslie y Frith (1988) emplearon una tarea muy simple: Lestie le daba a Frith una moneda, que ésta guardaba en presencia de Leslie y las situa- del nifo. Luego, cuando Frith se habia ido de ta habitacién, Leslie se guardaba maliciosamente la moneda en el boksillo, y preguntaba donde pensaria Frith que estaba la moneda, dénde Ia buscaria, si sabia su localizacién y si habfa visto el cambio. La mayoria de los nifios antistas estudiados (71%) respondia mal a las preguntas de predicci6n, creencia y conocimiento, a pesar de responder correctamente que Frith “no habia visto” la mali ciosa accién de Leslie. Naturalmente, todos los nifios autistas de la muestra tenian edades mentales superiores a aquélla en {que los nifios normales resuelven bien esta tarea, Cuando se ha empleado con autistas “el paradigma del recipiente engaioso” (recordemos el bote de “smarties” con una lapicera dentro), se ha observado el mismo patron de re- sultados: aun cuando sea una tarea que corresponda a una “edad mental” menor que la que tienen, tienden a cometer €l error realista de decir que otras personas “dirdn que en el tu- bo hay una lapicera’, después de saber que eso es lo que hay y de haber dicho ellos mismos, en wn primer momento, que ha- bria “smarties’. En un experimento de Perner, Frith, Leslie y Leekam (1990), s6lo 4 de los 20 autistas de la muestra daban la respuesta correcta en esa situacién. La especial dificultad de los autistas para comprender que los demas pueden tener representaciones diferentes de las propias se ha confirmado asi una y otra ver: con historias de muriecas —siguiendo el paradigma clisico— por Leekam y Perner (1991), Leslie y Thaiss (1992), Baron-Cohen (1989) y Reed y Peterson (1990); con personas reales en los trabajos dicados de Leslie y Frith (1988) y Perner, Frith, Leslie y Lee- kan (1990); mediante presentaciones de la historieta de falsa creencia en pantalla de computadora (Swattenham, 1992), y madres de en situaciones experimentales en que las pro} los nitios hacian el papel ce “engaitadas” (Shaw, 1989); inclu- so en condiciones experimentales en que se utilizaban ayudas 2 A i tke AT et Sk ees st abundantes para asegurar la comprensi6n y el recuerdo, por Parte de los nifios, de Ios elementos de las historias de falsa creencia (Mitchell, 1990). Se trata, en suma, de una observa in muy firmemente establecida, y basada en un amplio y di verso conjunto de resultados experimentales. Es cierto que en los experimentos de falsa creencia, he- cchos siempre con autistas de niveles intelectuales normales 0 cercanos a la normalidad, sucle haber un grupo —entre un 20 yun 35%, dependiendo de las muestras— que da la respuesta correcta, Sin embargo, las dificultades de esos autistas capaces de manejar un mentalismo de primer orden, propio de los ni- fios de 4 aitos y medio, se manifiestan claramente cuando se les presentan tareas de segundo orden, es decir, cuando las si- tuaciones exigen comprender que alguien “se representa re- presentaciones” (el tipo de actividad que exige, por ejemplo, Ja “area de la ventana”, a la que ya nos hemos referido). Ba- ron-Cohen (1989 b) y Ozonoff, Pennington y Rogers (1991) han comprobaclo que los adolescentes autistas con mas de 7 aos de edad mental verbal tienden a fallar de forma sistemé- tica en estas tareas, cuya soluci males de unos seis aiios y medio. 8 accesible a los nifios nor- En un experimento de Riviere y Céstellanos (en prensa), se pusieron de manifiesto diferencias interesantes entre los at tistas capaces e incapaces de resolver la tarea clisica (de pri- mer orden) de las dos mufecas, asi como entre el conjunto de Jos autistas y los nifios normales de la muestra estudiada. En el experimento, se comparaban las resp stas de 11 nifios autis- fios con las de 11 ni normales de 5 aiios. No s6lo se Tes pasaba la tarea clisica de las dlos muiiecas, sino también tareas de perspectiva visoespacial y otras diseiiadas para determi tas de edades mentales superiores a la competencia (pre)operato- ria en tareas que implicaban conservacién y reversibilidad. Los resultados de este experimento tienen una clara significacién n en relacién con las propiedades de “especificidad” y “alto nivel de eficiencia” de la Teoria de la Mente normal. Eran los si bia un grupo de autistas (6 ce tos 11 de la muestra) de primer orden, pe- guientes: h que resolvia bien la tarea de falsa creenci ro eran s6lo (con una excepcién) aquellos que resolvian tam- bién bien las tareas operatorias. Por el contratio, los nifios nor males de 5 arios —como era de esperar— resolvian bien la ta- rea de falsa creencia pero no las operatorias, De este modo, ha- bia una relacién de contingencia entre el nivel operatorio y la actividad mentalista en autistas, pero no en normales.

You might also like