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27/03/2015 - 20:00h
Estas son algunas de las preguntas que se plantea la argentina Verónica Gago, profesora en
la universidad de Buenos Aires (UBA) y de San Martín (UNSAM), periodista y parte
integrante del colectivo de investigación militante Situaciones, en un libro recién
editado: La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular, que en España
edita y distribuye Traficantes de Sueños.
1- La Feria de La Salada, los talleres textiles clandestinos, la Villa, tu libro trabaja con
estas tres situaciones, ¿cómo diste con esos mundos, cómo funcionan?
Verónica Gago. Por un lado, está la feria masiva La Salada, cuyo origen fue la crisis de
2001, pero que desde entonces no para de crecer y desarrollarse. Su impulso inicial se debe
a un circuito migrante, especialmente boliviano, y a un saber hacer asociado a él, que se
combina muy bien con el momento de crisis económica y política en Argentina. En La
Salada se vende casi de todo a precios muy accesibles. Es un lugar muy poderoso de
comercio y consumo popular de alcance transnacional (vienen contingentes de Paraguay,
Bolivia, Uruguay e incluso Chile, además de todas las provincias argentinas).
Mucha de la ropa que allí se encuentra proviene de los llamados talleres clandestinos de
costura, donde trabajadores migrantes confeccionan para grandes marcas y también para
venta feriante. La mayoría de los talleres están ubicados en algunas villas o barrios donde
gran parte de la población es migrante. Se trata de una secuencia genealógica, pero también
revela una lógica de mutua contaminación, de permanentes reenvíos, de
complementariedades y contradicciones. Porque hay trayectorias que se tejen entre la villa,
el taller textil, la feria y un conector entre ellos es la fiesta popular, religiosa y comunitaria.
Son tres situaciones ensambladas y parte importante de la investigación fue tratar de ver y
entender cómo funcionaban esas conexiones.
A su vez, la feria articula el trabajo del taller textil, pero también la posibilidad de
comercios minoristas, de importaciones en pequeña escala (por ejemplo, ropa interior
importada de China que se va a buscar a Bolivia para vender en La Salada) y de venta de
servicios de todo tipo (incluso financieros). La feria exhibe y publicita la clandestinidad del
taller textil de manera compleja, en la medida en que mixtura una producción no del todo
legal y sustentada en condiciones de extrema explotación con la ampliación del consumo
popular y el impulso a una cantera de empleos diversos. Se trata de una realidad tan
ambivalente como el modo en que la villa expone una lógica desenfrenada de un mercado
inmobiliario informal combinado con la posibilidad de ensanchar la capacidad de
alojamiento en el centro de la ciudad a los y las migrantes.
La dinámica de la fiesta, a la vez celebratoria y ritual, moviliza buena parte de los recursos
y las energías, de las legitimidades y aspiraciones, que articulan el taller, la feria y la villa.
3- Pensando en esas tres situaciones o mundos que ahora describes, afirmas que el
neoliberalismo no es sólo una política macro, una política vehiculada por los “grandes
actores” (los gobiernos, los Estados, etc.), que se trata de desafiar y ampliar la definición
de neoliberalismo, ¿podrías desarrollar un poco más esto?
Verónica Gago. Hay definiciones que sirven para dejarnos tranquilos: si decimos que el
neoliberalismo son las políticas de privatización, desregulación y flexibilización, tipo años
90, estamos con una foto estática, vieja y, sobre todo, que se nos queda chica. Esa foto nos
habla de políticas que derraman el neoliberalismo hacia abajo, de centros malignos de
donde emana el poder o de doctrina del shock. Sin embargo, el neoliberalismo -como
política activa de creación de instituciones, lazo social y subjetividad bajo el modelo de la
empresa- ha conseguido instalarse más bien de un modo muy dinámico y multiforme, tanto
“por arriba” como “por abajo”. Por eso hablo de ampliar su definición.
Pero en este punto, las teorías políticas que tienen como eje fundamentar la acción estatal
realizan -especialmente durante los últimos años- un drástico robo: expropian a los
movimientos de ese protagonismo o, como mucho, lo reconocen simplemente como un
nivel pre-político. Eso inmediatamente coloca a figuras fuertemente cuestionadas en las
crisis –en particular a los políticos, los intelectuales y los medios de comunicación– en un
nuevo primer plano. Y a la vez implica una miserabilización de los pobres, un ninguneo de
las experiencias de base.
Pero también existiría otra forma de pensar esta secuencia, este calendario, que es bajo la
idea de porosidad de las instituciones en tanto que ellas, para recrearse y reorganizarse, se
abren a estas experiencias populares bajo diversas modalidades de reconocimiento y
negociación. Esto supone admitir que incluso las instituciones que hoy se animan a
revitalizarse con los términos del lenguaje de la soberanía sacan su energía de lo que
fueron los descontentos multitudinarios.
América Latina es más interesante pensada desde esta tensión –entre el problema de lo
destituyente y lo instituyente- que como un grupo de gobiernos que son los superhéroes del
“posneoliberalismo”. Por lo demás, el neoliberalismo muta y sobrevive “por arriba” y “por
abajo”. Por arriba, en las políticas extractivas-desposesivas de los gobiernos progresistas;
por abajo, en los fenómenos de nueva empresarialidad popular en torno a los que trabajo.
Verónica Gago. Una precisión primero. Para mí La Salada, los talleres o la villa no son
exactamente “casos”. Creo que, como decía algún filósofo, si los problemas no
tienen referentes prácticos no son buenos problemas. Más que casos, las situaciones con las
que trabaja el libro son referentes prácticos a partir de los cuales algunas cuestiones se
vuelven pensables y, por tanto, problemáticas. Aquí, la idea de problemática toma un tono
tanto foucaultiano como marxiano que yo resumiría, rudamente, en dos preguntas: la
pregunta por las nuevas luchas y la pregunta por la producción de valor hoy.
Es decir, lo que los referentes prácticos de La Salada, los talleres y la villa nos permiten
pensar es cómo hoy en día el binarismo capital-trabajo se pluraliza de un modo tal que el
antagonismo no es nítido, lo cual pone en cuestión toda una definición de la conflictualidad
política en términos de lucha de clases, bloque contra bloque, etc. Sin embargo, los
conflictos siguen siendo la orientación privilegiada para pensar el poder y sus fronteras que,
aún si son fluctuantes, móviles y difusas, no por ello dejan de ser menos existentes.
6. Hecha la precisión, repito la pregunta: ¿en qué sentido el neoliberalismo por abajo no
es sólo la reproducción “entre los pobres” de esa lógica de gestión empresarial de la vida
entera a la que llamamos neoliberalismo?
Verónica Gago. Sí, es una idea muy distinta a aquella otra que para hablar de persistencia
del neoliberalismo argumenta simplemente una interiorización pasiva o una estricta
servidumbre voluntaria que ahora, incluso, habría alcanzado a las clases populares. Y es
distinta porque implica de forma simultánea la adaptación y la resistencia al neoliberalismo
en territorios y desde sujetos que suelen caracterizarse más bien como meras víctimas.
Es una fórmula paradójica, en el sentido de que no postula una clara agenda anti-neoliberal
a la vez que muestra apropiaciones plebeyas, resistencias tácticas y nos saca del lugar
común del victimismo. Cuando hablo de paradoja intento salirme de un binarismo simple y
lateralizar el razonamiento. No es una cuestión estética o un gusto por la complejidad
abstracta, sino el intento de dar cuenta de una tensión donde la pulsión libertaria se
camufla, se apropia y se confunde con los elementos neoliberales que se imponen.
El “neoliberalismo desde abajo” es el terreno donde el neoliberalismo avanza y fracasa.
Avanza, porque sus lógicas se despliegan en la experiencia popular. Un ejemplo concreto:
la especulación financiera en la toma y ocupación de tierras. Pero también fracasa porque
se ve desafiado por dinámicas que lo desbordan y que muestran justamente que la ecuación
deseo=capital no siempre se realiza, no es un a priori y, sobre todo, puede ser desbordada
por unas prácticas que no encajan en el imaginario de la izquierda, ya sea neokeyneasiana o
revolucionaria. Aquí otro ejemplo concreto: el modo en que la Feria La Salada desafía en la
práctica la idea del consumo como distinción de clase y de un tipo de empresariado de elite,
poniendo al alcance de cualquiera las mercancías “de lujo” y cuestionando la gestión de la
escasez.
7. Hablas de "conatus" como el motor de estas economías populares, ¿cómo es posible que
un concepto de la filosofía de Spinoza sirva para pensar la dinámica de las economías
populares?
Verónica Gago. El conatus para Spinoza es la energía o la fuerza para existir, para
“perseverar” en nuestro deseo. Es una definición de lo humano como ser deseante y de los
esfuerzos que hacemos para desplegar la vida entendida justamente como deseo.
Emprender, arreglárselas, salvarse, salir adelante, sobrevivir, progresar y, para todo ello,
conquistar espacios y tiempos en condiciones de expulsión y desposesión: el motor de las
economías populares tiene que ver con este conatus, con esta estrategia vital no
estrictamente individual, con este cálculo que no es simplemente un cálculo neoliberal.
Pensarlas desde ahí permite verles el filo de politicidad.
Verónica Gago. El filósofo francés Étienne Balibar dice, por ejemplo, que el conatus de
Spinoza y la tensión del presente siempre en movimiento de transformación, teorizada por
Marx, son los dos elementos que plantean la cuestión de la práctica y ya no de la conciencia
como elemento determinante de la política y el cambio social. Son conceptos que refieren
a la vida práctica colectiva y que permiten pensar la política como una materialidad
problemática de la vida.
Por contraste y como ejemplo, el reino lingüístico de los significantes flotantes de Ernesto
Laclau, que se citan tanto últimamente, creo que hacen el trabajo inverso: la política deja
referir a la vida pasional colectiva para hacer que todo (afectos y lenguaje) coagule, por fin,
en una demanda unificadora y, por tanto, en una instancia operativa (liderazgo y Estado).
De ahí que la política se autonomice en un sentido muy preciso: se va al cielo de los
significantes... ¡y hoy los medios de comunicación tienen la llave de ese reino!
9. ¿Es diferente ese “conatus” de las economías populares a la búsqueda del beneficio
neoliberal, produce otros efectos distintos a la persecución de la utilidad y el interés?
Verónica Gago. Por supuesto, desde cierto punto de vista, podría decirse que lo que
aparece en las economías populares es el reverso de lo que Deleuze llamaba la problemática
izquierdista: la autogestión, la autonomía y la transversalidad. ¿Por qué? Porque desde
cierta perspectiva allí sólo se ven ansias de progreso, obediencia y gueto. Sin embargo,
puede pensarse una torsión: ¿cómo la autogestión popular reorienta la idea de progreso?,
¿cómo la autonomía es capaz de negociar formas de obediencia parciales y estrategias de
desacato?, ¿cómo la transversalidad necesita confrontarse con la idea protectora (y no sólo
discriminadora) del gueto? Son preguntas complicadas que dan cuenta de ese carácter
paradójico, no lineal, en el que se inscriben las formas de combate a la persistencia
neoliberal.
Este sería el punto clave: ¿cuál es la determinación de esos conatus? ¿Cómo detectar su
orientación estratégica? Otro modo de la pregunta clásica sobre el deseo de servidumbre: ¿y
si la economía del deseo está perfectamente dinamizada por la mercancía? Acá está el
desafío de pensar en serio lo que con distintos compañeros y compañeras venimos
llamando un “realismo de la potencia”: no se trata de adecuarse a lo posible, sino de partir
de las condiciones existentes para abrir un posible.
Es una fórmula que tiene para mí mucho que ver con lo que Raquel Gutiérrez
Aguilar llama “los principios operativos” de lo común: formas de construcción de
autoridad, de organización territorial y de producción de la riqueza que actualizan la
dimensión colectiva más allá de las fórmulas del socialismo estatal, pero también que
combaten el moralismo de sospechar siempre de la movilización plebeya como algo que
necesita guía espiritual e intelectual (porque no desean lo que debieran).
10. Hacia el final del libro, haces una especie de contraste entre dos “paradigmas”
teóricos, la “política de los gobernados” de Partha Chaterjee y la “razón populista" de
Laclau, para pensar en qué sentido cada uno de ellos sirve para dar cuenta de los
movimientos que describes en el libro.
Verónica Gago. Cuando Partha Chatterjee habla de cómo hacen política los gobernados
(y no “el pueblo” o “los ciudadanos”, que remiten al Estado), hace una maniobra léxica y
política justamente para desvictimizar a las poblaciones periféricas que en América Latina
vemos enfrentar lógicas desposesivas, extractivas y expulsivas cada vez más intensas. Estas
formas de resistencia son también de negociación e implican una serie de cálculos que
dibujan una pragmática vitalista: una dinámica de captación de oportunidades bajo
relaciones de fuerza marcadas por la condición neoliberal. Una política de conquistas
locales y concretas, una pelea dentro de los propios mecanismos de poder. Una especie de
“momento maquiaveliano” que no tiene expresión política en el sentido más o menos
clásico.
Por otro lado, la teoría de la hegemonía, tal como la plantea el populismo, tiene por lo
menos dos problemas. Primero, que la tarea principal queda en manos de políticos e
intelectuales que pareciera que, a diferencia de los colectivos y los movimientos, no se
cansan, no tienen problemas internos, no gastan tiempo en decisiones de tipo asambleario y
por eso tienen el secreto de la representación/delegación política. Es una suerte de
superestructura más eficiente, con menos contradicciones, más racionalista y que, por
supuesto, confía sobre todo en un batalla discursiva (cuando, en realidad, el neoliberalismo
opera en un nivel muy práctico). Segundo, la idea de que en la inmanencia, es decir en el
terreno en el que se combaten las mediaciones artificiosas, no habría un trabajo delicado de
articulación, sino un espontaneísmo infantil, incapaz de decisiones, demasiado concreto.
En estos dos puntos veo justamente un desprecio político a los conatus estratégicos que, sin
embargo, sí son convocados a la hora de la explotación del valor y de la construcción de la
infraestructura urbana justo allí donde la llamada política no llega.
11- Por último, ¿cuál sería tu relación como investigadora y militante con la villa, la
Salada y los talleres textiles? ¿Vas a la enésima búsqueda de “un nuevo sujeto político”?
¿Qué piensas que vuelve “política” a una investigación teórica?
En este sentido, la investigación, creo, es política cuando busca armar una cartografía, un
mapa estratégico, en el sentido de las preguntas de las que hablábamos antes: ¿por dónde
pasan ciertas líneas que están abriendo una novedad en términos de formas de hacer-
trabajar-pelear-imaginar?, ¿dónde, cuándo y para quién deben buscarse la racionalidad, la
productividad y la prosperidad?, ¿qué fronteras de conflicto se evidencian y cómo
funcionan?