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estuDios culturales
Esta obra ha sido coeditada por la marca editora (Buenos Aires), Lom ediciones
(Santiago de Chile) y Ediciones Trilce (Montevideo).
Ilustración de carátula:
Variaciones sobre
«Soy un monstruo hermoso» (collage)
Sharon Anderson, 2013
isbn 978-9974-32-613-2
Prmera edcó juo 2013
Índice
5 Introducción
7 Primera lección
La discusión acerca de «cultura y sociedad»
20 Segunda lección
Antecedentes: el inglés
31 Tercera lección
Contrapuntos teóricos: cultura de minoría vs. cultura en común
44 Cuarta lección
La formación de los estudios culturales
58 Quinta lección
Formaciones intelectuales: la Nueva Izquierda
72 Sexta lección
Posicionamientos acerca de la cultura: el materialismo cultural
86 Séptima lección
Diálogos pertinentes: marxismo y cultura
99 Octava lección
Estudios literarios vs. estudios culturales
111 Novena lección
Estudios culturales contemporáneos
124 Décima lección
Estudios culturales en Brasil
Introducción
5
Por cierto que estas primeras lecciones presentan un punto de vis-
ta epecíco acerca de lo etudo culturale, a la vez que aputa a
contribuir al establecimiento de una posición a partir de la cual resul-
te posible evaluar, basados en lo que ya fue, los rumbos que es impor-
tante otorgar a esta nueva disciplina en cuanto a su introducción en
la academia brasileña, así como para nuestra discusión de la cultura.
6
Primera lección
La discusión acerca de «cultura y sociedad»
Versiones de la cultura
El término ‘cultura’ ingresa en la lengua inglesa a partir del latín
colere, que gca ‘hatar’ –y de ahí, hoy, aquello de ‘coloo’ y ‘co-
lonia’; ‘adorar’ – con sentido actual incluido en ‘culto’; y también ‘cul-
tivar’ en la acepción de cuidar, aplicada tanto a la agricultura como
a los animales. Es esta la acepción preponderante en el siglo xvi. En
tanto que metáfora, se la puede extender al cultivo de las facultades
mentales y espirituales. Hasta el siglo xviii, el término cultura de-
signaba una actividad, era el cultivo de algo. Hacia esa época ocu-
rró que, juto a la palara correlatva ‘cvlzacó’, comezó a er
empleado como un sustantivo abstracto, en la acepción no de una
apttud epecíca o para degar u proceo geeral de progreo
intelectual y espiritual tanto en la esfera personal como en la social:
el proceso secular de desarrollo humano, tanto en cultura como en
civilización europea.1
Durante el romanticismo, en especial en Inglaterra y Alemania, tal
designación pasó a ser utilizada como opuesta a su antiguo sinónimo,
‘civilización’, como una manera de enfatizar la cultura de las naciones
y del folklore y, a continuación, el predominio de los valores humanos
como opuestos al carácter mecánico de la ‘civilización’ que comenza-
7
ba a estructurarse con la revolución industrial. Se trata aquí de un
giro semántico notable que da cuenta de una intensa transformación
social.
‘Cultura’ y ‘civilización’ son términos a la vez descriptivos (tal como
en la civilización azteca) y normativos: denotan lo que es, pero tam-
é lo que dee er (ata co pear e el adjetvo ‘cvlzado’ y e u
opuesto, ‘bárbaro’). En el transcurrir de los procesos radicales de cam-
bios sociales durante la revolución industrial fue haciéndose cada vez
más evidente que el tipo de ‘desarrollo humano’ en el devenir de una
sociedad como la inglesa no era necesariamente algo a ser tomado en
cuenta. Y en especial a lo largo del siglo xix , el hecho de que el término
hubiese adquirido una connotación imperialista («civilizar a los bár-
aro» era ua expreó que jutcaa la coquta y la explotacó
de otros pueblos) contribuyó al cambio de sentido. A lo largo de este
proceso ocurre que ‘cultura’, el término que designaba la aptitud de
las facultades mentales, acabó convirtiéndose, a lo largo del siglo xix ,
en el que reúne una reacción y una crítica –en nombre de los valores
humanos– a la sociedad en proceso acelerado de transformación. La
aplicación de tal sentido a las artes, como las obras y prácticas que
representan y otorgan sustento al proceso general de desarrollo hu-
mano, resulta preponderante a partir del siglo xx .
A mediados de este siglo, los sentidos preponderantes del término
eran, más allá de la acepción remanente de la agricultura –el cultivo de
tomate, por ejemplo–, el de dearrollo telectual, eprtual y etétco;
u modo de vda epecíco y la deomacó que cluye la ora y
las prácticas de las actividades artísticas.
Uno de los temas que se plantean como evidentes en este rápido re-
ume de lo camo de gcado de cultura e que el etdo de la
palabras acompaña a las transformaciones sociales a lo largo de la his-
toria y conserva, en sus matices y connotaciones, mucho de tal historia.
En la Inglaterra de los años cincuenta, en el momento de la estructu-
ración de la disciplina de los estudios culturales, el debate acerca de la
cultura parece concentrar, y en sumo grado, el sentido de cambio en una
sociedad que se reorganiza en la segunda posguerra. Raymond Williams
(1921-1988), gura cetral e la fudacó de lo etudo culturale,
cuenta cómo la palabra cultura comienza a ser usada, cada vez más,
e tato que eje de la dcuoe de tale rumo. E tal proceo,
una de sus acepciones de las anteriores a la guerra, la de la distinción
social, cultura como postura por parte de un grupo selecto, comienza
a desaparecer dando lugar a la preponderancia de su uso antropológi-
co, es decir, cultura como modo de vida. El otro sentido de cultura, el
que designa las artes y, en el contexto inglés en especial, la literatura,
e ve modcado co el predomo de la crítca ore la creacó, uo
de lo eje del proyecto telectual predomate e la academa -
glesa, el llamado Cambridge English, tema de nuestra próxima lección.
8
Lo que Williams percibía en aquella concentrada discusión eran
los primeros y gigantescos pasos de nuestra «era de la cultura», de-
nominada de este modo por el predominio de los medios de comuni-
cacó de maa tato como por la devacó del cocto polítco y
económico hacia lo cultural, marcas del tiempo presente. Un buen
ejemplo que permtría compreder eta últma tedeca cote e
el énfasis de un estratega militar, Samuel Huntington, quien, en un
ensayo publicado en la revista Foreign Affairs de 1933,2 prevé que la
fuete fudametal de lo cocto e la actualdad o e prmor-
dialmente ideológica o económica. «Las grandes oposiciones entre las
epece humaa y la fuete predomate de lo cocto erá
culturales.»3 Queda claro que Hutgto preupoe e u armacó
que la cultura está disociada de la economía, de la ideología y de la
historia. Irónicamente, la interpenetración cada vez más evidente de
ea efera e lo que caracterza a uetra era de la cultura; ello, ju-
tamente, cuando el poderío económico se entrecruza con la expansión
cultural –ata pear e el ce de Hollywood o e la amercaza -
có del modo de vda e ampla fraja del plaeta– y la produccó
económica con convencimiento ideológico incluido: mercancías y pro-
paganda son las dos caras de la misma compulsión de crear nuevas
necesidades en muchos, a la vez que otorgar a pocos la posibilidad de
satisfacerlas.
Ya en la década de los cincuenta Raymond Williams tenía en claro
la necesidad de tomar posición ante la cultura, así como la de interve-
nir en una discusión que demostrase las conexiones entre las diversas
esferas, salvaguardando el concepto para una utilización democrática
que contribuyese al cambio social. El punto de vista de la interrelación
entre fenómenos culturales y socioeconómicos y el ímpetu de la lucha
por la transformación del mundo constituyen el impulso inicial de su
proyecto telectual. E 1961 ecre:
[…] a esa altura se hizo todavía más evidente que no podemos enten-
der el proceso de transformación en que estamos implicados si nos li-
mitamos a pensar las revoluciones democrática, industrial y cultural
como procesos separados. Todo nuestro modo de vida, desde el mo-
delo de nuestras comunidades hasta la organización y el contenido
de la educación, y el de la estructura de la familia hasta el de las ar-
tes y el del entretenimiento, está siendo afectado profundamente por
el progreso y por la interacción de la democracia y de la industria, así
como por la exteó de la comucacoe. La tecacó de la
revolución cultural es parte importante de nuestra experiencia más
gcatva y etá edo terpretada y dcutda, de maera a-
tate compleja, e el mudo de la arte y la dea. Cuado procu -
2 Samuel Huntington, «The Clash of Civilization», en Foreign Affairs, núm. 72 (3), 1993,
p. 22.
3 Ct. e Perry Adero, «A cvlzaçâo e eu gcado», e Praga - Revista de Estu-
dos Marxistas, núm. 2, Boitempo, San Pablo, 1997, p. 27.
9
ramos correlacionar una transformación como esta con las enfocadas
en disciplinas como la política, la economía y las comunicaciones es
precisamente cuando descubrimos algunos de los interrogantes más
complicados, pero también los de mayor valor humano.4
Queda en claro aquí, asimismo, que las disciplinas por entonces
existentes no implican los interrogantes que es necesario formular.
Para ldar co la ueva complejdade de la vda cultural e ecea -
ro u uevo vocaularo tato como ua ueva maera de traajar: y
ya se ha dado en este momento el paso que conduce a la estructura-
ción de los estudios culturales. En la obra de Williams, tal paso implica
una inmersión histórica en los modos a través de los cuales la cultura
acabó siendo concebida a lo largo de la historia inglesa moderna. Antes
de resituar las concepciones y los énfasis de la discusión acerca de la
cultura, es necesario mapear su desarrollo histórico.
4 Raymond Williams, The Long Revolution, Chatto ad Wdu, Lodre, 1961, p. x.
5 Raymond Williams, Culture and Society 1780-1950 (1958), The Hoggarth Press, Lon-
dres, 1993.
10
blicistas, novelistas, críticos literarios. Las principales líneas de la tra-
dición vienen dadas desde 1700; por una parte Edmund Burke (1729-
1797), el feroz opositor de la Revolución francesa, y por otra William
Coet (1763-1835), el polémco defeor de ua clae traajadora que
comeza a orgazare. Dejado de lado la acotumrada opocó
de la historia de las ideas entre un conservador y un radical, Williams
demuestra que ambos
[…] critican a la nueva Inglaterra a partir de su experiencia de la vie-
ja iglaterra, cado aí, co u traajo, la poderoa tradco-
nes de crítica de la nueva democracia y del nuevo industrialismo, tra-
diciones que mediado el siglo xx siguen siendo activas y relevantes. 6
En el lineamiento trazado por Williams, la tradición inicia-
da por Burke y Cobbet continúa en las obras de Robert Southey
(1774-1843), uno de los fundadores del nuevo conservadurismo,
para quien el Estado tenía que atender la salud física y moral de los
pobres antes de que estos se rebelasen, a la vez que es responsabi-
lidad de toda la sociedad «el cuidado y la cultura» de todos; y en las
de Roert Owe (1771-1858), uo de lo fudadore del oc almo y
del cooperativismo, para quien la naturaleza humana no es un dato
estático sino el producto de un modo de vida, de una cultura. A par-
tr de lo poeta romátco, e epecal Wllam Wordworth (1770-
1850) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), ingresa con fuerza
la acepcó de cultura e tato que, e palara de Wordworth,
«espíritu encarnado de un pueblo» a medida de la excelencia huma-
na, el tribunal ante el cual eran considerados los valores reales en
opocó a lo valore ‘ctco’ del mercado y de otra operacoe
similares del comercio y de la industria. Si bien por un lado esta
acepción eleva el concepto y conduce a una visión activa de la cultu-
ra en tanto que intervención en la sociedad, por otro, la sitúa como
un absoluto, un dominio único, dividido por las relaciones reales y
materiales.
U puto alto de eta tradcó e la gura de Matthew Arold
(1822-1898). Varias de sus preocupaciones y opiniones encuentran
expresión en su obra. Al igual que los pensadores que lo precedieron,
Arnold se enfrenta con las rupturas y crisis de una sociedad cada
vez má dutralzada. La jutca e la dtrucó de la r-
quezas propias de un sistema que concentra la renta en las manos
de pocos acrecienta la división social. La religión, poderoso elemento
apaciguador de las tensiones sociales, comienza a ser desacreditada
por la visión secularizada de la ciencia. En este momento, la cultura
es llamada a desempeñar un nuevo papel social: el de apaciguar y
orgazar la aarquía del mudo real de lo cocto y la dputa
ocale. Efretado la rrupcoe ocale de 1860, cuado la
11
clae traajadora exge el derecho al voto, da a coocer u reco-
mendaciones para el restablecimiento de la paz social:
Permítanme recomendar a la cultura como uno de nuestros prin-
cpale auxlare ate la actuale dcultade, la cultura como la
búsqueda de la perfección mediante el conocimiento, en todas las
cuetoe relevate, de lo mejor que ha do peado y dcho e
el mundo y, a través de este conocimiento, la capacidad de dedicar
un pensamiento renovado y libre a nuestras nociones y hábitos más
vulgares.7
Para lograr la coheó ocal, el mejor remedo o e la jutca
sino la poesía:
La poesía tiene un gran futuro, porque en la poesía, cuando es digna
de su elevado destino, es donde nuestra raza, a medida que transcu-
rre el tempo, va a ecotrar u apoyo cada vez má rme. no exte
una sola creencia que no sea insegura, ni un solo dogma que no sea
cuestionable ni una tradición que no amenace con disolverse. Nues-
tra religión se materializó en un hecho, en un hecho supuesto; ella
vinculó la emoción a este hecho y ahora este hecho está siendo desa-
ado. Pero para la poeía, la dea lo e todo: el reto e u mudo de
ilusión, de ilusión divina. La poesía vincula la emoción con la idea:
la idea es el hecho.8
El precio a pagar para que la cultura en general, y la poesía en par-
ticular, se desentiendan de aquel papel también resulta claro, desde
ya, en Arnold. Es necesario separar las esferas de la cultura de las de
la política y la práctica. Para asegurar su derecho a ser la expresión de
toda la humanidad, la crítica de la cultura, que en la mayoría de los
casos para Arnold es sinónimo de crítica literaria, tiene que encontrar
u leguaje ‘ocete’. Y e exprea del guete modo e u ora The
Function of Criticism at the Present Time (1864):
¿E dóde podríamo ecotrar u leguaje que fuee ucetemete
inocente como para hacer evidente la pureza sin mácula de nuestras
tecoe? Codero que el crítco tee que mateere alejado de
la práctica inmediata en la esfera política, social y humanitaria si pre-
tede etalecer ua pocó e lo que arma repecto de aquel lre
tratamiento especulativo de todas las cosas que, algún día, podría ser
eecoo para eta efera, pero de ua maera eutra y por lo tato
irresistible.9
¿Y qué va a ecotrar el crítco co u leguaje ocete? nada
más y nada menos que lo que se oculta a todos los otros: la verdad y
la cultura. El crítico va a vigilar el campo de lo humano y a preservarlo
7 Matthew Arold, Culture and Anarchy (1869), ueva ed. e s. Coll (comp.), Culture
and Anarchy and other Writings, Cambridge University Press, Cambridge, 1993, pp.
53-188.
8 Matthew Arold, The Study of Poetry (1880), nueva ed. en Selected Writings, Penguin,
Harmmodworth, 1970, p. 340.
9 Ídem, ibídem, pp. 147-148.
12
de la emetda de lo jacoo y de lo partdaro de la ceca y
el progreso material. Y cuando el mundo concreto no se muestre dis-
puesto a recibir lo humano, se recurriría a la fuerza. Su máxima polí-
tica va a fundamentar la posición reaccionaria de mucha de la crítica
subsecuente: «El uso de la fuerza hasta que se disponga del Derecho,
y hasta que se disponga del Derecho el orden vigente de las cosas está
má que jutcado, e el legítmo goerate».10
Con Arnold la tradición completa el proceso de abstracción del sen-
tdo de cultura aí como la decó del papel del crítco: la verdadera
crítca e halla exeta; u fucó, au cuado ocal, etá alejada de
todas las esferas en las que efectivamente ocurre la vida real. Le cabe
a este mundo de ‘dulzura y luz’, por acción del crítico, salvaguardar el
campo de lo humano.
E la opoe de Arold e va forjado el modo que hará de
dar forma a la práctica crítica subsecuente. Queda montada ahí la
estructura que permitirá la separación básica de la actuación de la
crítica de la cultura en general y de la literaria en particular: es el tri-
bunal en el que se dilucidan los valores de una sociedad sin, a pesar
de todo, mcure e la polémca y e lo cocto que dee
a tales valores. Queda establecido el camino que conduce a un cierto
conformismo militante de la crítica literaria: es una instancia que se
autorrepresenta como radical, como opuesta a los valores vigentes,
pero, en la misma medida en que se refugia en la abstracción, su
actuación ocurre en el sentido de mantener el estado de cosas al que
pretende oponerse. En este sentido, la crítica de la cultura en los mol-
des preconizados por Arnold realiza los ideales de Burke, para quien
era necesario que la cultura ayudase a contener «a la inmunda multi-
tud» que estaría dispuesta a pisotear «la luz y el saber».
No es casual que Arnold sea considerado el fundador de la crítica
lterara glea cotemporáea, la gura que realza la vculacó h-
tórica entre los temas de la cultura y la sociedad. Al igual que Burke,
insiste en el papel de la tradición cultural de funcionar como un basa-
meto ocal, cojutado a parte e cocto. Tal como lo poeta
románticos, le reserva un papel muy especial a la literatura. Y como
Coleridge, separa cultura –el mundo de los valores espirituales y de la
creatividad– de civilización –el mundo material y mecánico de la inalte-
raldad–. Deede, cluo, la creacó de ua cata, la reedcó de
la clerecía preconizada por Coleridge, la clase que debería ser entrenada
en el mantenimiento vivo del mundo de la dulzura y la luz.
La generación siguiente a la de Arnold, estudiada en la par-
te II de Culture and Society, que abarca los años que van de 1880
a 1914, mantiene las líneas generales de la tradición. Es en el
siglo xx , con el estudio de cómo esta tradición desemboca en el
13
traajo de peadore uyete como el poeta, crítco y dra -
maturgo T. S. Eliot y de los críticos literarios F. R. Leavis e
I. A. Richards, cuando queda en claro la intervención política que
motiva el proyecto de Williams. El desarrollo del libro muestra has-
ta qué punto la tradición de cultura y sociedad ataca el statu quo
en nombre de una sociedad más orgánica. Con el paso del tiempo,
esta posición se va debilitando y estructurando como nostalgia de un
pasado sociocultural irremediablemente perdido y como la aserción
de la cultura como un absoluto, un ámbito aislado de las relaciones
reales y materiales. En el contexto de la Inglaterra de los años cin-
cuenta, estos ideales fundamentan las posiciones que necesitan ser
desarticuladas para que se pueda conducir el debate hacia el campo
de una política cultural más democrática y militante.
Una de las primeras disposiciones es demostrar lo que se oculta
detrá del leguaje ‘ocete’ de uo de lo lro má uyete de
la época, Notes Towards the Denition of Culture (1948), de Eliot. En
el tono elevado que caracteriza a las manifestaciones de los hombres
llamados grandes, el poeta admite: cultura es más que literatura y
otras artes; es, tal como querían aquellos de ímpetus más democrati-
zadores, no el atributo de unos pocos hombres cultos, sino el de todo
un modo de vida. Es este un argumento de los que pretendían valo-
rzar, por ejemplo, la produccoe culturale de la clae traaja -
doras. Pero este énfasis democrático, el de ampliar el concepto para
aarcar toda la etructuracoe de gcado y valore de ua
sociedad, resulta anulado de inmediato mediante la introducción de
grados de acceso y de adiestramiento. Como cura de los males de la
ocedad cotemporáea, Elot deede u tema jerárquco que,
leído hoy, informa acerca de la fuerza de la ideología propia de la
raza y de los individuos superiores que tanto daño causó durante la
segunda guerra mundial:
Es mi parecer que, en la medida en que perfeccionemos los modos
de detcarlo e la má tera edad, educarlo para u papel e
el futuro y situarlos en posiciones de mando, a estos individuos que
conformarán las elites, todas las distinciones anteriores de clase y de
jerarquía e covertrá e u mero vetgo o e mple omra; y la
única distinción de nivel social se producirá entre las elites y el resto
de la comunidad, a menos que tal como puede ocurrir, hubiere un
orden de precedencia y de prestigio entre las propias elites. 11
La otra posición dominante en el escenario intelectual inglés, la del
grupo de la revista Scrutiny, lderado por la gura clave del etudo
de la má uyete de la dcpla de la época, la del Cambridge
English,F. R. Leavis, no difería mucho de la planteada. Para Leavis,
legítimo heredero de Arnold, la cultura era posesión de una minoría,
11 T. S. Eliot, Notes Towards the Denition of Culture, Faber and Faber, Londres, 1948,
pp. 36-37.
14
que debería preservar los valores humanos y difundirlos por medio
de la educación como forma de aminorar los males de la civilización
moderna.
Estas son las posiciones que Williams intenta desarticular para
poder dar un paso adelante en relación con la tradición de cultura y
sociedad. Su propuesta es la de una cultura en común. Esta concep-
ción depende de una visión que él no incluye en la de la tradición, la de
que la cultura es de todos, que no existe una clase especial o un grupo
de peroa cuya tarea cota e la creacó de gcado y valo-
re, e e etdo geeral, e e el etdo epecíco de la arte
y del coocmeto; eta ería ua codcacó de ua poeó e
comú. El ejemplo má claro de la depedeca de la creacó de pro-
ceo que o comue a toda la ocedad e el leguaje; e ete ua
práctca ocal cuyo gcado e amplado y profudzado por deter-
minados individuos cuya creatividad depende del grupo social para su
telgldad. La creacó de gcado y valore e comú a todo
y sus realizaciones forman parte de una herencia común a todos. En
oposición a la idea de una minoría que decide lo que es cultura y luego
la difunde entre ‘las masas’, Williams propone la comunidad de cultu-
ra en la que la cuestión central consiste en facilitar el acceso de todos
al conocimiento y a los medios de producción cultural. La idea de una
cultura en común es presentada como una crítica y una alternativa a
la cultura dividida y fragmentada que vivimos. Se trata de una concep-
ción basada no en el principio burgués de relaciones sociales enraiza-
das en la supremacía del individuo, sino en el principio alternativo de
oldardad al que Wllam detca co la clae traajadora.
E ete el puto de exó de la tradcó de cultura y ocedad.
El libro de Williams puede ser entendido como el primer paso necesa-
ro para deartcular ete dcuro y adecuarlo al uevo paaje ocal
de la Inglaterra de la segunda posguerra. Están dadas las condiciones
para que miembros de la clase a la que Burke temía y que Arnold que-
ría contener con la dulzura y la luz de la cultura faciliten su propia
versión de la tradición que los excluye.
La cultura de la solidaridad
La mirada sobre la cultura desde el punto de vista de la clase tra-
ajadora ue a lo repreetate má otale de la tradcó de
cultura y sociedad posterior a los años cincuenta: Richard Hoggart, E.
P. Thompson y el propio Williams.
E. P. Thompson (1924-1993), proveniente del Partido Comunis-
ta –del que e alejó depué de la vaó a Hugría e 1956–, e
autor de uno de los libros que cambió la manera de hacer historia
en Inglaterra. The Making of the English Working Class, publicado en
1963, cottuye uo de lo má poderoo mometo de la tradcó
15
de recuperar la ‘htora de lo de aajo’, o como mero apédce de
la htorografía ocal o como u movmeto mpulor de la h -
toria en general. Junto con Williams y muchos otros, Thompson fue
memro uyete de la correte New Left , uno de los movimientos
intelectuales más fecundos de la historia cultural inglesa del siglo xx .
Richard Hoggart (1918), al igual que Raymond Williams, provenía
de la clae traajadora y etaa e formado e cuato a lteratura.
En 1957 publicó su libro más conocido, The Uses of Literacy, en el que
etuda la tradcoe culturale de la clae traajadora uraa y el
impacto de la cultura de masas sobre sus hábitos y costumbres, que
etaría edo detrudo por la vulgardad y por el ajo vel de la
nuevas manifestaciones. La atención que presta a los procedimientos
de la prensa popular, el cine y los hábitos de la vida cotidiana convier-
te a u lro e uo de lo prmero ejemplo del tpo de vetgacó
que marcaría lo etudo culturale. E 1964, cuado era profeor de
Literatura Inglesa Moderna en la Universidad de Birmingham, fundó
el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS), del que fue
drector hata 1968. Ete cetro covocó a mucha gura mporta-
tes de la nueva disciplina, como Stuart Hall, Dick Hebdige y, reciente-
mente, Paul Gilroy.
La proxmdad ográca –amo era de la clae traajadora y o-
tuvieron becas de estudio en la universidad en la que estudiaron letras–
tanto como el área de interés –los dos se interesaron en manifestaciones
que la tradición de la alta cultura relega a la confusión conceptual de
cultura popular, de maa, de la clae traajadora, y fuero correpo-
sables de la institucionalización de la nueva disciplina de estudios cul-
turale– ha llevado a mucho a cofudr u do gura, reredo la
ocasión a la humorada del mito «Raymond Hoggart».
Pero de hecho existen grandes diferencias de estatus y de posicio-
nes teóricas. La intervención de Hoggart no tiene el alcance histórico o
teórico de la de Williams. The Uses of Literacy es una representación de
la vda de la clae traajadora como algo tuado má allá del coumo
degradado de la cultura de masas. La estrategia de la argumentación
es establecer la existencia de una cultura como modo de vida basado
e la relacoe ocale e lo arro de la clae traajadora. Al gual
que Williams, se resiente del elitismo de Leavis: reclama, en un texto de
1963, que lo teto de cottur el pla educacoal de Leav, e
decir, formar la minoría crítica, no funcionaba en los cursos para adul-
tos, convirtiendo al profesor en «una especie de miembro del equipo de
vacunación antitetánica de visita en una comunidad primitiva».12 Mien-
tras, no se le ocurre cuestionar el quién atribuye valor cultural y el para
qué. Deja ecapar la oportudad de ver que el ámto de la cultura o
12 Richard Hoggart, Teaching Literature, National Institute of Art and Education (1963),
cit. en Paul Jones, «The Myth of ‘Raymond Hoggart’: On Founding Fathers and Cul-
tural Policy», en Cultural Studies, vol. 8, núm. 1, enero de 1994, p. 397.
16
es un campo dado y estático, sino que está abierto a la contestación y a
la reapropiación. Para quien no cuestiona lo que es alta cultura o quién
decide lo que es relevante culturalmente tanto como lo que no lo es, la
salida política se resume en la difusión a través de la educación de «lo
mejor que fue peado por la humadad», preocupare por qué
atribuye valor cultural o decide qué partes de la humanidad ‘tienen’
cultura. En este sentido, su proyecto, así como el de Leavis, mantiene
la exó aroldaa del deer de guar y proteger a la maa. Re-
torna aquí, con plena fuerza, la idea de Coleridge de la necesidad de
entrenar a una clerecía, esa minoría capaz de guiar a las masas por
los caminos de la alta cultura y de defenderla –mediante el cultivo de
valores espirituales– de las máculas del materialismo de la civilización
contemporánea.
El discurso de Williams va, a lo largo de su obra, desmontando esta
dicotomía entre cultura y civilización y sus oposiciones correlativas
entre mundo espiritual y mundo material, creatividad y mecanicismo,
gran arte y vida ordinaria. Su obra pretende superar las dicotomías
que estructuran la posición de la tradición de cultura y sociedad. En
ella, la ‘Cultura’, co C mayúcula, e tuada lejo de la vda materal,
dode ecuetra u gcado. Para Wllam, la cuetó odal e
vercar que la cultura e producda de forma mucho má ampla de
lo que quieren hacer creer los defensores de la cultura de minorías.
Lejo de deprecar lo que comúmete e dega como la grade
obras de la Cultura, resulta necesario apropiarse de esta herencia co-
mún retenida en las manos de pocos mediante la apertura del acceso
a los medios de producción cultural. Williams recuerda que es preciso
reelare todavía cotra otra detcacó deda, la de cultura po-
pular con cultura de masas. Ya en la reseña de The Uses of Literacy se
diferencia de Hoggart en este aspecto crucial:
[Hoggart], au cuado co dculpa y reerva, admte la det -
cación extremadamente dañina y equivocada entre cultura popular
(periodismo comercial, revistas, entretenimiento) y cultura de la cla-
e traajadora. De hecho, la gra fuete de eta cultura popular e
halla muy lejo de la clae traajadora, pueto que e trata de ua
cultura que ha do ttuda, acada y pueta e fucoame-
to por la burguesía, y sigue siendo típicamente capitalista en cuanto
a su modo de producción y distribución.13
La diferencia fundamental que la contribución de Williams aporta
al debate es la percepción materialista de cultura: los bienes cultura-
les son resultado de medios también ellos materiales de producción
(que va dede el leguaje e tato que coceca práctca hata lo
medios electrónicos de comunicación), que concretan relaciones so-
cale compleja aarcado a ttucoe, covecoe y forma.
13 Raymod Wllam, «Fcto ad the Wrtg Pulc: Revew of Rchard Hoggart’», e
«The Uses of Literacy», Essays in Criticism, núm. 7, 1957, p. 425.
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Der cultura e proucare acerca del gcado de u modo de
vida. Es este el vasto campo de estudio y de intervención abierto a los
estudios culturales en el momento de su formación.
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la noción de lo político, reducida ahora a una práctica cultural y a la
defensa del particularismo de diferencias culturales.
Este estrechamiento termina acercando a los estridentes activis-
tas culturales posmodernos a los combativos defensores de la Cultura
como refugio de los negocios del espíritu; el reino en el que todos los
ere humao etaríamo reudo y a partr del cual e juzgaría a
la ocedad y, a largo plazo, e la modcaría. Amo deja de lado,
por ejemplo, el ámto de la ecoomía y el de la coercó del poder del
Etado que la rve. Al de cueta, o eto lo que artcula lo
cambios sociales en la dirección de sus intereses.
Lecturas recomendadas
Adero, P., «A cvlzaçâo e eu gcado», e Praga-Revista de Estudos
Marxistas, núm. 2, 1997, pp. 23-41.
Arnold, M., Selected Prose, Penguin Books, Londres, 1970.
Eagleton, T., The Idea of Culture, blackwell, Oxford, 2000.
Eliot, T. S., Notes Towards the Denition of Culture, Faber and Faber, Londres,
1948. [Tr. cast.: Notas para una denición de la cultura, Emecé Editores,
Buenos Aires, 1948 (N. del T.)].
Hoggart, R., The Uses of Literacy, Chatto and Windus, Londres, 1957.
Said, E., Culture and Imperialism, Chatto and Windus, Londres, 1993.
Thompson, E. P., The Making of the English Working Class , Victor Gollanzcs,
Lodre, 1963.
Williams, R., Culture and Society, 1780-1950, The Hoggarth Press, Londres,
1958.
––– Keywords: A Vocabulary of Culture and Society, Fotaa, Lodre, 1976.
––– The Long Revolution , Chatto ad Wdu, Lodre, 1961.
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