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Osiris, ¿predecesor de Jesús?

Conexiones egipcias de la Navidad


Más Allá de la Ciencia nº 999

Textos Nacho Ares Fotos Nacho Ares

No hace falta profundizar mucho en la lectura del Nuevo Testamento para descubrir en él
innumerables vínculos con la cultura egipcia. Jesús pasó muchos años de su infancia en los
templos egipcios y las coincidencias entre su historia y el mito de Osiris lo convierten en uno de los
profetas más inspirados por el Antiguo Egipto.

Los paralelismos existentes entre la vida de Jesús de Nazaret, tal


y como aparecen en el Nuevo Testamento, y la legendaria vida
del dios Osiris de los faraones, el dios momiforme de color verde
o negro, hacen pensar en la posible interconexión entre ambos
personajes. El peso de la cultura egipcia en la tradición
judeocristiana es innegable. “Moisés fue educado en toda la
sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus
obras”, podemos leer en los Hechos de los Apóstoles. Su
importancia se prorrogó siglos más tarde en el mundo
grecorromano. Es entonces cuando los libros antiguos nos hablan
de que muchos de sus sabios y filósofos pasaron años de aprendizaje en Egipto. Solón, Platón y
Pitágoras son solamente algunos de los más conocidos.

El propio Jesús permaneció un número indeterminado de años de su infancia en el País de los


Faraones después de huir con sus padres tras el edicto de Herodes. La tradición relata que fue en
Heliópolis, la Ciudad del Sol, donde se instruyó en los conocimientos de los antiguos sacerdotes
egipcios. Sin lugar a dudas, fue aquí donde tuvo contacto con la leyenda de Osiris.

Los egipcios señalan en sus fuentes milenarias que Osiris es el inventor de la agricultura, símbolo
de renacimiento y vida, así como el transmisor a los seres humanos de las maneras para vivir en un
mundo civilizado. Al final de sus días Osiris fue traicionado por su envidioso hermano Set. Su
muerte fue vengada por su hijo Horus, descendencia con cabeza del halcón que Osiris tuvo con su
hermana Isis. Hace ahora dos décadas Claude-Brigitte Carcenac publicó su libro Jesús, 3.000 años
antes de Cristo.

La tesis fundamental que defiende este trabajo es que el cristianismo que hoy conocemos nació
en Alejandría bajo la influencia de los judíos que habían abrazado el culto de Serapis, una forma
griega de los milenarios cultos a Osiris. ¿Fue el propio Jesús quien, tras su iniciación en Egipto, se
apoderó de los mitos de Osiris y Horus para transmitirlos tiempo después diluidos en su
evangelización? ¿O acaso lo hicieron sus seguidores cuando décadas después de su muerte
empezaron a poner por escrito el relato de su vida en lo que hoy denominamos Nuevo
Testamento?
Iconos similares
El cristianismo es desde su creación un enorme repertorio de tradiciones de origen oriental, no
solamente egipcias. La esencia de la ética que transmite la Biblia en todos sus libros se puede
encontrar sin dificultad en cualquier manuscrito egipcio o babilonio. Uno de los ejemplos más
claros lo hallamos en el Salmo 104. Este texto “inspirado”, adaptado a la tradición judeocristiana,
es una clara copia del conocido Himno a Atón del convulso período de la historia de Egipto
protagonizado por el faraón Akhenatón. Centrándonos más en concreto en la vida evangélica de
Jesús, las famosas bienaventuranzas que encontramos en el libro de Mateo (Mt. 5, 1-11) ya se
podían leer 2.000 años antes en los papiros del sabio egipcio Ptahotep. En el caso de Jesús, su
relación con el mito de Osiris parece ser indudable. Es más, en el Nuevo Testamento encontramos
referencias que nos indican que, más que de la figura de Osiris, la tradición de Jesús bebe de los
múltiples matices existentes en su mítica leyenda. Así, podemos ver paralelismos muy evidentes
tomados de los pasajes protagonizados por su hijo Horus y por su esposa y hermana Isis. Por lo
tanto, la similitud de Jesús no es con el Osiris dios sino con un Osiris estandarte de una leyenda
más compleja, en la que caben otros mitos que también pasaron a nuestra tradición, vinculados
sobre todo a la resurrección y a una esperanza de vida más allá de la ineludible muerte.

Hasta cierto punto esto parece lógico. De la infancia de Osiris no conservamos un solo texto. Por
el contrario, de la infancia de su hijo Horus los relatos son innumerables y muy ricos en matices y
variedades, muchos de los cuales podemos ver entre líneas en la infancia de Jesús. A todo esto se
debe, por ejemplo, la identificación tradicional que se ve en las imágenes de la Virgen María con el
niño Jesús en brazos con el icono clásico de la cultura egipcia de la diosa Isis con Horus en el
regazo. No solamente la composición de la imagen es idéntica, sino también los detalles que la
integran: el gesto de la Virgen coronada, su mano sobre el pecho amamantando al niño, etc. Con
casi total seguridad, este modelo fue obtenido por los primeros cristianos de las imágenes de Isis
que había en los templos de esta diosa en la ciudad de Roma. De este modo la figura del niño
Jesús-Horus pasó a la tradición europea medieval. En ella conservamos los ejemplos más
importantes por medio de la estatuaria románica y gótica. Sumados a otros elementos que vemos
en la iconografía románica con un claro origen egipcio, podemos entender que no es alocada la
identificación de Jesús con la leyenda de Osiris y alguno de sus protagonistas. En un principio, esta
asimilación de la imagen no debió de resultar chocante a los habitantes de Palestina. Desde los
comienzos del helenismo, hacia el siglo IV a.C., la expansión del culto Osiris-Isis fue muy amplia en
la región. Es difícil admitir incluso que, si aceptamos que no permaneció mucho tiempo en Egipto,
tal y como también se ha dicho, y que realmente vivió su infancia en Palestina, Jesús desconociera
las numerosas capillas que existían en honor de la diosa egipcia por toda Palestina. Hace 2.000
años la religión de Isis estaba muy difundida por todo el Imperio Romano. Entre los soldados era la
creencia más seguida, por lo que no es extraño encontrar referencias a este culto egipcio en otras
religiones nacidas a la sombra de Roma durante estos años.
Thot y La Anunciación
El nacimiento de Jesús y las circunstancias que lo antecedieron también presentan elementos
muy similares tomados claramente de la tradición egipcia. En una de las habitaciones que rodean
el Sancta Sanctorum del templo de Amón en Luxor podemos ver sobre uno de sus muros una de
las representaciones más curiosas de Egipto que para sus soberanos justificaba el origen divino de
la realeza: la del nacimiento divino se encuentra en la llamada, precisamente, Sala del Nacimiento.
Aunque el paso del tiempo ha dañado de forma irremediable los relieves de esta teogamia, aún se
pueden apreciar en ellos las diferentes etapas que suponían el encuentro con la divinidad. Las
similitudes del nacimiento divino de Amenofis III, como es este caso del templo de Luxor, con el de
Jesús, son notables. En este ejemplo la protagonista es la madre de Amenofis III, la reina
Mutemuia. En uno de los primeros relieves la futura reina madre desempeña el mismo papel que
la Virgen María. Allí es presentada ante el dios Amón de Tebas por el dios Thot, que, con cabeza de
pájaro ibis, era el encargado de tomar buena nota de todo lo que ocurría en este encuentro divino.
Según los propios relieves, y al igual que sucedió con la Virgen María y el Espíritu Santo, dicho
contacto no suponía una relación sexual, sino un simple gesto de tipo mágico. En el caso de Luxor,
este gesto se representaba como un encuentro bis a bis entre Mutemuia y Amón en el que los dos
aparecen sentados y cogidos de la mano. De esta manera vemos cómo la idea de una suerte de
unión mística entre el Espíritu Santo y la Virgen María muy alejada del contacto físico y directo
encuentra su reflejo en la antigua tradición de la unión del dios y la madre del faraón.

Anunciados por estrellas


Como hemos explicado, no se conservan textos que nos hablen del nacimiento y la infancia de
Osiris. Quizá este detalle es otro elemento que tiene en común con Jesús: en ambos casos no hay
datos sobre sus primeros años de vida. Por el contrario, sí sabemos cuándo nacieron y en qué
circunstancias. También hemos visto que el nacimiento de Jesús fue similar al de Horus, el hijo de
Osiris. Pues bien, el Nuevo Testamento, en concreto el Evangelio de Mateo, nos da una nueva
pista que relaciona a Jesús con el dios momiforme, Osiris. Para los antiguos egipcios el nacimiento
de Osiris se producía el primer día del año, es decir, la fecha en la que la estrella Sirio aparecía en
el firmamento. Esto sucedía a mediados del mes de junio en nuestro calendario moderno. Durante
estos días cercanos al solsticio de verano (21 de junio) los egipcios acostumbraban a hacerse
regalos. Se trata de la inauguración de la fiesta de Opet, la celebración del comienzo de un año
nuevo que auguraba la continuidad y el equilibrio cósmico del país durante los siguientes 365 días.
En el caso de Jesús las celebraciones son idénticas, aunque en otro momento del año. El
nacimiento de Jesús es el 25 de diciembre, una fecha muy próxima al solsticio de invierno (21 de
diciembre). Y, aunque no quede constancia de qué estrella, planeta o conjunción es, cuenta
también con la presencia de una estrella como elemento anunciante del inminente nacimiento.

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