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Fue la noticia del año. Durante una década de esfuerzos denodados, la Organización Europea
para la Investigación Nuclear (CERN) dedicó enormes recursos a construir el Gran Colisionador
de Hadrones (LHC). Un megalómano proyecto donde colaboraron más de 12.000 científicos e
ingenieros de todo el mundo para dar forma a un anillo con 27 kilómetros de
circunferencia. Uno donde sucede la magia.
No fue hasta marzo de 2010 cuando se pusieron en marcha los primeros experimentos. Y hubo
que esperar a principios de 2015 para que el éxito de su rendimiento copara titulares. Desde
entonces, con documentales como ‘Particle Fever’, todos hemos sabido de sus hazañas. Pero el
superacelerador ya no cubre portadas en la prensa. Y no será por falta de avances sorpendentes
logrados.
LA PARTÍCULA DE DIOS
El LHC ha sido creado con múltiples fines: entender el significado de la masa de las partículas y
por qué poseen distintas masas. Conocer las particularidades de la materia oscura. Conocer la
cantidad de partículas totales que posee un átomo. Hallar la existencia o no de partículas
supersimétricas y analizar las características de la simetría en la antimateria. Replicar varios
pequeños big bangs y descubrir, en caso de existir, nuevas dimensiones.
Postulado desde la década de los 60, los experimentos ATLAS y un año de datos en el LHC
llegaron a la misma conclusión. Ahí se encontraba lo que habían estado buscando durante
demasiado tiempo. El detector Atlas encontró el bosón en el rango de 126 GeV (giga-
electronvoltios), y, el CMS, en 125 GeV.
La partícula elemental bosón de Higgs fue presentada en sociedad durante el verano de 2012.
Un año más tarde, el 8 de octubre de 2013, se concedería a Peter Higgs y François Englert el
Nobel de Física. El primer gran tanto del CERN.
Pero aún no estaría todo dicho. En diciembre de 2015, una nueva señal de masa de partícula
fue encontrada en torno a 750 giga-electronvoltios, es decir, seis veces más que el Higgs,
una especie de bosón megapesado. Acababa de abrirse la puerta hacia nuevas investigaciones.
En apenas un año ya se habían realizado simulaciones sobre billones de colisiones, pero unas
arrojaron un exceso de pares de fotones, con una masa combinada de 70 GeV.
Mientras el mundo especulaba con agujeros negros que se tragasen el planeta entero o
apagones que afectaran a toda Europa central, a 100 metros bajo tierra, un puñado de expertos
acumulaban terabytes de datos para entender el sentido de nuestra existencia. La realidad era
mucho más prosaica. Lo único que detuvo los experimentos de protocolo fue una pobre
comadreja que acabó calcinada.
UN ESTÁNDAR TAMBALEÁNDOSE
Siempre ha existido cierto celo en torno a encontrar lo buscado. Algunos de los progresos
científicos más afortunados nacieron de tomar riesgos, de hallar allí donde nadie estaba mirando,
casi por pura serendipia.
Un nuevo reto estaba sobre la mesa. ¿Cuándo dejan de danzar los quarks dentro de los
bariones? Esto es lo que trataron de explicar durante el verano de 2017 en el supercolisionador.
Una investigación que aún está llevándose a cabo describe el comportamiento de
los quarks pesados de un barión como planetas orbitando alrededor de una gran estrella.
Sobre la teoría. existen seis tipos de quarks: up, down, charm, strange, top y bottom. La
combinaciones de estos daría pie a los rendimientos de la materia. Pero los bariones observados
hasta la fecha no contenían más de tres quarks, girando en una especie de caos rítmico.
AGUJEROS NEGROS POR NECESIDAD
Y llegamos hasta noviembre de 2017. Tras las últimas sumas de datos, ya es hora de estudiar
a fondo la gravedad. Y, de paso, la radiación de Hawking, esa teoría que explica que de un
agujero negro no puede escapar ningún fotón, pero sí la radiación.
Las teorías actuales plantean que la gravedad varía su comportamiento según las diferentes
longitudes de onda —según los distintos niveles de energía—. Esta teoría presenta las distintas
dimensiones como distintas capas o estados.
El físico Mir Faizal, popular por su teoría comparando los ciclos mínimos de tiempo con los
segmentos de un cristal, usaba el ejemplo de los folios bidimensionales que, agrupados, forman
en paralelo una tercera dimensión. Esta teoría es conocida como arcoíris de gravedad, un
fenómeno imperceptible en áreas de gravedad baja pero evidente en un área como las
proximidades relativas de un agujero negro.
Y aquí entra, otra vez, el Gran Colisionador como detonador de la destrucción universal. Y la
partícula de Dios, como también predecía Hawking, sería la semilla responsable de un colapso
total. En el estudio es descrita como una mota de polvo que haría estallar una burbuja de
vapor generada por agua hirviendo.
Según el equipo de investigadores Anders Andreassen, William Frost y Matthew D.
Schwartz, existe una incertidumbre, una remota posibilidad de que generar un microagujero
negro colapse sobre sí mismo produciendo una especie de burbuja de energía. Dicha pompa se
expandiría sin parar hasta devorar la absoluta totalidad de universo. Pero sigue habiendo un 95%
de posibilidades de que nuestro universo se mantenga intacto. Durante un tiempo.