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“Olvidándose de la historia y la diversidad cultural, estos entusiastas del egoísmo evolucionista no logran
reconocer al sujeto burgués clásico en su retrato de la llamada naturaleza humana”
Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana
1. Presentación(*)
No obstante, los reparos a la Economía Moderna datan de mucho tiempo. Es más, han surgido
dentro de la propia disciplina y en la voz de connotados economistas. Pero, asimismo las
observaciones críticas han venido desde fuera, a partir de otras ramas del saber sociocultural.
Estas han acumulado gran cantidad de material empírico que deja en evidencia la debilidad de los
supuestos económicos básicos y la pretensión de erigir a la Economía Moderna en una ciencia
legalista al modo de las ciencias naturales. A la fecha se asume que toda investigación empírica
seria, tiene el deber irrenunciable de contrastar su teoría con la realidad… o se supone que
debería tenerlo.
En tal sentido, este escrito le parece a su autor una especie de deja vú, una repetida imagen de
una multitud que intenta penetrar en la fortificación teórico-práctica de la moderna Economía
“científica”. Reducto que sus orgullosos defensores, los ortodoxos “economistas profesionales”,
suponen inexpugnable. Sin embargo, esa creencia se mantiene más por el propio autismo
autocomplaciente de aquellos campeones, que por la calidad de su defensa o la propia coherencia
de aquella plaza fuerte teórico-práctica.
Esos supuestos económicos modernos no sólo son sostenidos por los economistas más
dogmáticos. A pesar de que los no tan ortodoxos y los heterodoxos puedan rechazar el mito del
egoísmo individual, también se mantiene entre ellos una creencia en el estatus científico de la
disciplina. Lo cual se deriva de aceptar, explícita o implícitamente, una regularidad estricta de los
actos humanos. Entonces, por más que a primera vista pueda parecer una generalización
demasiado ligera, sí es posible hablar de una Economía Moderna y de los economistas modernos
como un cuerpo unitario de profesionales que comparten un conjunto de premisas fundamentales.
Aquí se expondrá una nueva-vieja crítica acerca de los supuestos económicos modernos, para
luego adentrarse en la variedad de los sistemas económicos que han existido históricamente.
Estos han sido y son fruto de la diversidad que posibilita la capacidad de crear cultura a gran
escala, esa singular característica humana. Dentro de tal conjunto de inventos de la especie, se
debe ubicar uno muy particular y de brevísima data: la Economía Moderna, cual disciplina positiva-
normativa y práctica de lo que ella determina es lo económico. En tanto cuerpo académico de
conocimientos, además de ser expresión sociocultural de una época y lugar, ha sido muy influyente
en la conformación de una forma de vida. Es decir, como Economía normativa que dicta lo
que debe ser, ha influido en la práctica de un tipo de economía descrita por la Economía positiva.
Lo antedicho se complementará aquí con una especificación respecto a la falsedad de una
legalidad económica, derivada de una tendencia materialista natural de los individuos y/o de su
inexorable condición de maximizadores de algún tipo de “utilidad”.
Fuera de ciertos matices entre las distintas perspectivas económicas modernas, los
dos supuestos básicos hoy dominantes son la existencia de una naturaleza egoísta del ser
humano y de un sistema generador de precios autorregulado.(1) Por su pretendida tendencia
egoísta —la “racionalidad” que persigue un “beneficio marginal” mayor al “costo marginal” o la
maximización de la “utilidad”— los individuos buscarían constantemente acrecentar sus ganancias
monetarias, o sea, se guiarían en todo momento por su inherente afán de lucro. La expresión de
esa naturaleza conformaría en el mundo real el sistema de mercado autorregulado. Éste se origina
por la pugna egoísta entre quienes quieren vender lo más caro posible y quienes quieren comprar
lo más barato posible. Por ese proceso el mercado autorregulado determina, de manera
automática, todos los precios en todos los ámbitos de la sociedad. Y si la pugna entre los agentes
del mercado no es intervenida, se fijarían los precios óptimos de cuanta mercancía existe.(2)
Al suponerse desde la teoría y la práctica económica moderna, que las sociedades están
constituidas por diferentes mercados (trabajo, salud, autos, tierras, comida, vestido, educación,
materias primas, dinero, etc.), se asume que quienes participan en ellos se guían por los precios,
dado su deseo de aumentar sus beneficios y disminuir sus costos. Ese cálculo y el comportamiento
consecuente —los cuales a pesar de basarse en un deseo, la Economía Moderna los calificará de
“racionales”—, son el medio para que en el mercado se lleve a cabo una
distribución automática yautónoma de la riqueza. Salvo en ámbitos muy específicos, las
sociedades con sistema de mercado no requerirían más que de la Economía de Mercado
Autorregulado. Cualquier intervención extraeconómica será una distorsión negativa de un sistema
eficaz y finalmente benéfico.
Nunca ha existido la economía aislada o por sí sola. Durante la mayor parte de los
aproximadamente 190 mil años del devenir del homo sapiens, ese tipo de actos han sido
fenómenos socioculturales. Esto quiere decir que han estado insertos y relacionados al resto de las
prácticas, creencias e ideas de las diversas comunidades históricas. Nunca separados, nunca
autónomos y nunca naturales o instintivos. Todo lo cual deja en evidencia los errores y
arbitrariedades teórico-prácticas de la Economía Moderna.
Para entender a cabalidad los fenómenos económicos —la producción, los intercambios, la
distribución y el consumo de bienes y servicios—, es necesario establecer un marco general que
tenga verdaderos fundamentos empíricos. Se requiere salir de los estrechos límites impuestos por
la Economía Moderna y, con mayor razón, de la aún más restringida mirada de la economía
ortodoxa. Hay que dejar atrás esos arbitrarios supuestos ideológicos y sus consecuentes
voluntariosas conclusiones. Se hace necesario, bien lo afirma Marshall Sahlins, abandonar
“definitivamente esta concepción capitalista e individualista del objeto económico”, para adoptar
una perspectiva más amplia y realista. Desde esta visión sociocultural y en verdad empírica
“La ‘economía’ se convierte en una categoría de la cultura más que de la conducta [atomizada],
más cercana a la política y a la religión que a la racionalidad [maximizadora] o a la prudencia. Ya
no se trata de actividades [aisladas] que sirvan a las necesidades individuales, sino del proceso
vital esencial de la sociedad” (Sahlins 1983: 10).(3)
Parecería una obviedad que el trabajo o el esfuerzo desplegado para conseguir el sustento, en
cualquiera de sus formas históricas, es manifiestamente un factor de la producción. Sin embargo,
el error y lo ilusorio de la postura economicista, ha sido considerarlo sólo un mero factor productivo.
Se lo ha aislado de todo el resto del sistema sociocultural de las diversas comunidades, al tiempo
que se han ocultado u obviado los contextos en que lo económico es ideado, toma
sentido/legitimidad y se materializa.(8) La Economía Moderna elimina la ineludible condición
institucionalizada de las actividades económicas. Precisamente aquella es, como plantearan
Polanyi y los sustantivistas, el entramado sociocultural que le da existencia a los sistemas de
sustento. De ahí que concluya el autor que los “meros agregados de las conductas personales en
cuestión no bastan para producir las estructuras”. Los actos individuales serán simples
excepciones a la regla mientras vivan las personas que los realizan. Si no se institucionalizan, sólo
serán conductas excéntricas para el resto del grupo.(9)
La verdad es que a través del tiempo, el trabajo —en tanto actividad social con sus múltiples
relaciones con otras partes de una cultura—, ha sido definido y apreciado según las pautas
ideológicas y morales de cada grupo. Esta cualidad sociocultural de la búsqueda de sustento, no
responde sencillamente al obvio hecho de que se realiza en conjunto o colectivamente.(10) Como
señalan Polanyi y los sustantivistas, lo central es que lo económico está “incrustado” o “integrado”
(“embedded”) en el conjunto de patrones conductuales, morales y en los significados de cada
comunidad. Difícilmente la economía puede ser separada del resto de los componentes de una
cultura. De llegar a estarlo, pierde sentido para quienes son portadores de dicha forma de vida, se
dificulta su puesta en práctica o derechamente se imposibilita.(11)
Es indesmentible que en la inmensa mayoría de los casos históricos, las actividades de sustento
son expresiones del funcionamiento de instituciones no económicas. En otras palabras, cuando se
llevan a cabo prácticas religiosas, artísticas, rituales, políticas, recreativas, educativas,
etc., se necesitará de lo económico o surgirá de aquellas lo económico. Si se ha de intentar
identificar las actividades institucionalizadas de sustento con un concepto más específico —y por
cierto más acorde a la realidad—, habría que hablar de sistemas socioeconómicos.
“Los monjes comerciaban por motivos religiosos, y los monasterios llegaron a ser los mayores
establecimientos comerciales de Europa. El comercio kula de las islas Trobriand, uno de los más
complicados sistemas de trueque conocidos por el hombre, tenía esencialmente un propósito
estético. La economía feudal dependía en gran medida de la costumbre o la tradición. Para los
kwakiutl, el principal fin de la industria parecía ser una cuestión de honor. Bajo el despotismo
mercantil, la industria se planificaba a menudo para servir al poder y la gloria. Según esto,
tendemos a pensar que los monjes, los melanesios occidentales, los aldeanos, los kwakiutls, o los
hombres de Estado del siglo diecisiete, se guiaban respectivamente por la religión, la estética, la
costumbre, el honor, o el poder político” (Polanyi 1994: 83-84).(12)
Al tenor de los hechos, que hoy lo económico en su estricto sentido lucrativo parezca
absolutamente dominante, se debe a que las sociedades han sido transformadas en estructuras
lucrativas, o sea, en sociedades de mercado. En ellas la mayoría de las actividades y/o
instituciones funcionan en base al dinero o se relacionan a él; y, por tanto, el propio dinero ha
terminado tomando relevancia superlativa. Se ha llegado a considerar evidente que lo que en las
colectividades modernas y/o modernizadas se tiene por “económico”, sea identificado con el
imperativo universal de conseguir la supervivencia. Como a la fecha en ese tipo de sociedades el
sustento se obtiene por medios monetarios, las apariencias cooperan a darle un supuesto apoyo
empírico a la existencia de una naturaleza humana lucrativa. El particular contexto actual y su
lógica, que empuja muchas veces a un comportamiento maximizador, se confunde con que ese
tipo de conducta es la inherente en el ser humano y esa lógica la evidente. El resto del trabajo lo
ha hecho la propia disciplina económica moderna, la cual ha desarrollado su andamiaje teórico-
metodológico desde esa y para esa particular realidad. Sea por vivir en un sistema de mercado y/o
por estar educado por la Economía Moderna, se hace indudable buscar el libre mercado en otras
realidades... y, de hecho, encontrarlo:
Con todo, los datos antropológicos e históricos no sólo desmienten una pretendida tendencia
natural y, por ende, universal, al lucro o a la acumulación material en general. Es más, en todo el
mundo se pueden encontrar a través del tiempo casos de acciones despilfarradoras
institucionalizadas. Las culturas de muchos grupos humanos, conllevan patrones que van en
contra —o pueden influir de algún modo contra— los modernos conceptos de “economizar” o
“maximizar”.
En la antigua Grecia las familias aristocráticas prestaban importantes y onerosos servicios públicos
—construcción de templos y obras civiles o financiación de eventos públicos— bajo la forma
obligatoria y meramente honorífica de la “liturgia”. En la Columbia Británica del actual Canadá, en
la ceremonia del potlach, los jefes de clan kwakiutl competían entre sí por estatus destruyendo
grandes cantidades de productos muy apreciados dentro del grupo. Justamente, Thorstein Veblen
comparará en el siglo XIX a los jefes kwakiutl y a los potlach, con sus contemporáneos millonarios
de la “clase ociosa” estadounidense y sus bailes de gala u otras prácticas de consumo ostentoso
no productivo (de hecho ni siquiera lucrativas). Finalmente en Japón, desde fines del siglo XIX, las
grandes empresas nativas pueden postergar sus ganancias según las conveniencias del Estado y
la comunidad nacional, como una muestra de lealtad y honor. Esas mismas compañías niponas
acostumbran dar empleo de por vida a sus trabajadores, lo cual desde la perspectiva occidental
moderna es una práctica “irracional”: sólo causaría aumento de costos y pérdida de competitividad
(Monares 2008).
El saber antropológico hace mucho que estableció que las sociedades no son utilitaristas, no
elaboran sus culturas en pos de un “máximo posible de eficacia”. El antropólogo Ralph Linton, ya
en 1936, escribía que las culturas han sido desarrolladas hasta puntos donde “la conducta no
produce un incremento de eficacia proporcional al aumento del trabajo”. Incluso en el ámbito de las
“herramientas y utensilios, donde serían más patentes las desventajas de semejante conducta,
poseemos abundancia de ejemplos que demuestran un gasto totalmente innecesario de trabajo y
materiales” (Linton 1972: 99). Según el autor, ello se refleja en una recurrente “complejidad
innecesaria de la cultura”; la cual, en algunos casos, hasta puede llegar a ser perjudicial para los
individuos o el grupo en cuestión. De ahí su conclusión respecto a que el ser humano “ciertamente
no es un ser utilitario”.(14)
Se entiende así que de concebir un “sistema económico” al estricto modo de la Economía Moderna
—en tanto un conjunto de conductas competitivas individuales de carácter egoísta, basadas en el
deseo de ganancias monetarias y/o el temor al hambre—, se debería concluir que a través del
tiempo (casi) no han existido sistemas económicos. De donde quedan al descubierto dos gruesos
errores de los economistas modernos y de todos quienes se guían por sus
supuestos: reducir todos los tipos de economía a patrones y motivaciones de libre mercado,
y generalizar los patrones y motivaciones de libre mercado a todos los tipos de economía (Polanyi
1994). Para calibrar este error, considérese que hasta épocas muy recientes no existía —¡ni
siquiera en los idiomas de los países europeos occidentales!—, “ninguna palabra que definiera la
organización de las condiciones materiales de la vida”, al modo de una cuestión autónoma del
resto de los aspectos socioculturales. La civilización humana tendría que esperar a que, recién en
el siglo XVIII, los fisiócratas franceses anunciaran “haber descubierto la economía” (Polanyi,
Arensberg y Pearson 1976).
Desde la visión amplia del análisis institucional o sustantivo, se requiere averiguar cómo se
relaciona lo económico con el resto de la cultura. Desde ahí se deducirá, en primer lugar, si en
verdad la maximización monetaria es o no una meta en una comunidad; y, de serlo, se deberá
conocer en qué lugar de la jerarquía de fines grupales y personales es situada. Luego, de ser un fin
apreciado, habrá que investigar qué opciones de comportamiento institucionalizado se derivan de
cada forma de vida en particular para alcanzar la maximización monetaria. Suponer que la
búsqueda individual y competitiva del lucro es una conducta universal, sólo es eso: un supuesto. Y,
más todavía, finalmente unahipótesis falsa.(15)
Por el contrario, los sistemas ideológicos de muchas de las primeras naciones del continente —en
específico su concepción de la naturaleza y sus relaciones ecológicas o ética ambiental—, influyen
para que sus métodos de aprovechamiento del hábitat no se limiten a una mera relación
productiva. Ciertamente, aquellas prácticas sirven para satisfacer de manera prioritaria sus
necesidades básicas y también otras que, aunque podrían tenerse por deseos suntuarios, de
ningún modo pretenden un consumo o acumulación ilimitada. Si bien por miles de años no han
ignorado los deseos que van más allá de lo necesario, no los han asumido infinitos; y no han
confundido el aprovechamiento de su medioambiente con explotarlo hasta su devastación. Muchos
de estos pueblos, sino todos, desarrollaron relaciones con su hábitat que no se limitan al estricto
sentido utilitario materialista de las sociedades modernas y/o modernizadas.(16)
Entre los pastores atacameños actuales de la puna del Norte de Chile, se tiene un ejemplo de un
vínculo al mismo tiempo material y mágico-religioso con la naturaleza. A través de aquel tipo de
nexo las personas mediatizan el aprovechamiento de los vegetales, animales y del hábitat en sí,
evitando su depredación o sobreexplotación. Y, al mismo tiempo, se reconocen dependientes de
su ambiente. Lo central para sostener esa relación es su “cosmovisión” o sus concepciones
fundamentales acerca del universo:
Al contrario de las sociedades que se guían por la Economía Moderna, en general las primeras
naciones americanas asumen que lo aprovechable del ambiente es finito. Pero, no es que ese
enfoque los lleve a “economizar” en el sentido moderno. Lo central es que establecen un vínculo
místico con la naturaleza, el cual implica su pertenencia a y/o su dependencia de aquella. Esa
relación, a la vez comunitaria y personal, es la base para evitar la sobreexplotación (Morales 1997).
Tampoco admiten para la naturaleza, el moderno concepto económico de “recurso”: algo hecho
para su explotación. Aquella es un continente cuyo contenido —humano, animal no humano,
vegetal, mineral y espiritual— conforma un sistema que mantiene la vida.
Entre las primeras naciones desde el Ártico a Tierra del Fuego, ha sido y es importante la armonía,
el equilibrio y respeto entre todo lo existente, entre todo lo que es contenido por la naturaleza. En
específico, entre los pueblos andinos se habla del “vivir bien”: “todo está conectado,
interrelacionado, nada está fuera, sino por el contrario ‘todo es parte de...’; la armonía y equilibrio
de uno y del todo es importante para la comunidad” (Huanacuni 2010: 15). El “vivir bien” es lo que
integra lo económico al resto de la cultura para conformar un todo coherente e inseparable.(19) Se
traduce en un tipo de trabajo y de tecnología que forma parte de una ideología y práctica enfocada
a “Saber criar la vida”, “saber criar y dejarse criar” en un sistema de reciprocidad y
complementariedad entre tres comunidades: la humana, la de wak’as (deidades locales y
universales) y la de la sallqa (naturaleza silvestre). Justamente, el “agro es el templo y lugar de
encuentro entre las tres comunidades que en él se reciprocan”. Es imposible entender el modo de
sustento andino, sin considerar cuestiones socioculturales como las creencias mágico-religiosas y
el sistema de parentesco. Es más, como lo económico no podría materializarse sin tales aspectos
extra económicos, se puede hablar sin problemas de un “ritual de la producción”. En este
ceremonial la “tecnología empírica” es “inseparable de los ritos religiosos” o de la “tecnología
simbólica de la producción”: “El trabajo es un diálogo continuo y ritualizado con las divinidades y el
medio natural, con la papa, los compañeros y la comunidad, todos comprometidos en este diálogo”
(Van Kessel y Condori 1992: 66).
Esa forma de concebir lo económico integrado a la naturaleza o cual una parte específica de las
relaciones generales entre la humanidad y los demás componentes de la naturaleza, se encuentra
a través de toda América. No es una remembranza romántica del pasado, es una forma cultural
vigente desde hace miles de años entre sus primeras naciones. Esta matriz ideológica común,
obviamente, ha sufrido variaciones tras siglos de dominación blanca y de hecho son múltiples las
dificultades que se dan para materializar en lo cotidiano el “vivir bien”. Considérese la
desestructuración de las formas de vida tradicionales por imposiciones culturales, modernizaciones
planificadas (de derecha o izquierda) y/o las diversas síntesis y dinámicas culturales dadas a través
del tiempo.(20) Mas, en términos generales y evitando posturas idealizadoras o esencialistas, es
posible afirmar que dicha matriz ideológica común se mantiene viva:
“Aunque con distintas denominaciones según cada lengua, contexto y forma de relación, los
pueblos indígenas originarios denotan un profundo respeto por todo lo que existe, por todas las
formas de existencia por debajo y por encima del suelo que pisamos. Algunos lo llamamos Madre
Tierra, para los hermanos de la Amazonía será la Madre Selva, para algunos la Pachamama o
para otros como los Urus que siempre han vivido sobre las aguas será la Qutamama. Todos los
pueblos en su cosmovisión contemplan aspectos comunes sobre el vivir bien que podemos
sintetizar en: ‘Vivir bien, es la vida en plenitud. Saber vivir en armonía y equilibrio; en armonía con
los ciclos de la Madre Tierra, del cosmos, de la vida y de la historia, y en equilibrio con toda forma
de existencia en permanente respeto’ ” (Huanacuni 2010: 32).
Es importante hacer una última aclaración acerca de los aspectos ideológicos de las primeras
naciones americanas, de las técnicas y costumbres derivadas de tales aspectos. Ellas no
obedecen a la imposibilidad de acumulación o preservación de los recursos (en especial de los
comestibles), ni a la incapacidad de movilizar grandes cantidades de trabajadores o a la
ineficiencia de la labor de esos trabajadores. Tampoco responden, como sostenía el economista
estadounidense Walt Rostow, desbordando modernidad en sus palabras, a que la “productividad
estaba limitada por lo inaccesible de la ciencia moderna [de Newton], de sus aplicaciones y del
marco intelectual” (Rostow 1967: 17). En Sudamérica, La organización económica del estado
inca descrita por John Murra, es un contundente desmentido de ese erróneo y concurrido lugar
común moderno asumido por Rostow. La tecnología “prenewtoniana” inca —lo mismo que la de
muchas otras culturas andinas que les precedieron—, era capaz de producir abundantes cosechas
en territorios que son muy poco propicios para la agricultura. Pues, escribe Murra, en el Perú “la
costa es un verdadero desierto y los altiplanos son muy altos, secos y fríos”. De hecho, en esas
agrestes zonas los esfuerzos agronómicos de la moderna tecnología posnewtoniana, han sido
infructuosos o dejan mucho que desear.(24)
Al contrario de lo que suele pensarse a la fecha, dada la ceguera que produce vivir en la
cresta de la ola del dominio de la cultura occidental moderna, lo en realidad extravagante en la
historia humana son esos patrones occidentales modernos. Así las cosas, no correspondería que
los civilizados se admiren por la rareza de las costumbresde los primitivos. Todo indica que debería
ser al revés... con mayor razón si se considera la Economía Moderna.
Una vez asumida la histórica diversidad que han mostrado los sistemas de sustento o
socioeconómicos —la gran mayoría de ellos no maximizadores al modo lucrativo moderno—, se
presentarán ahora las peculiaridades de la conformación del modelo general impuesto a la fecha
como dominante.(26) Luego, se verá cómo ese fundamento sigue vigente en una expresión que es
asumida como “científica”.
La moral igualmente fue transformada para dar apoyo y legitimidad a esas propuestas. El interés
propio, al ser identificado cual base del progreso y riqueza de la sociedad, quedó expurgado de
cualquier rastro de pecado que aún pudiera subsistir desde la perspectiva de la vieja moral greco-
medieval (compartida todavía por no pocos anglicanos tradicionalistas). Es más, en adelante la
búsqueda del bienestar material individual no sólo será la conducta económica obvia, sino también
la correcta. En un cambio revolucionario en la moral occidental, se impuso el “amor a sí mismo” y
llegó a ser la nueva ética social dominante. Sin embargo, en un radical salto adelante (¿o hacia
atrás?) en dicha revolución moral, se terminó identificando el amor propio con el “egoísmo”lucrativo
y/o materialista en general. Y desde ese momento, se tendería a practicar la producción y el
comercio a partir de ese principio vicioso. De esa época hasta hoy, ese giro será celebrado por las
élites económicas y recibiría igualmente el beneplácito académico de los economistas clásicos y
neoclásicos: de Adam Smith a Friedrich Hayek (1981), Nobel de Economía 1974, se señalará al
“egoísmo” y al “individualismo”, respectivamente, como la marca evidente de civilización y
progreso.
La actual “ciencia” económica sigue atada a su origen en la vieja Filosofía Política y Moral ilustrada, y a los
supuestos socioculturales de la época. Adam Smith, el “padre” de la disciplina, fue un filósofo moral
presbiteriano escocés quien imprimió su fe reformada o calvinista en el sistema económico que
sistematizara.(29) Justamente, fundado en su piedad el autor propone el mecanismo del mercado
autorregulado: la “mano invisible” es el medio providencial para dirigir los egoístas deseos utilitarios del
“hombre económico”. Por dicho gobierno, de forma inconsciente o más allá de la voluntad de los individuos, se
realizaría una distribución divina —automática y autónoma— de la riqueza en la sociedad. De ese modo se
cumpliría el mandato de fructificar y multiplicarsedel Génesis (1, 28).(30) Sería tal la regularidad de la
providencial “mano invisible” que, de no ser intervenida su acción, establecería un orden factible de ser
estudiado, medido y hasta predicho. Quedaba así instituida la base que daría fundamento a la pretensión
científica de la Economía Moderna: la legalidad de la conducta económica en particular y sociocultural en
general.
He ahí la muy singular “investigación” de Smith “sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones”, la cual más bien es un encontrar y dar por dato empírico lo que su fe le impulsaba a
buscar. Conclusiones que cimentó en los supuestos de su “teoría”: el egoísmo es el más influyente
y útil de los “sentimientos morales”. A través de aquel vicio el ser humano “sin pretenderlo, sin
saberlo” es conducido providencialmente, por medio de sus instintos que buscan su bien individual,
a cumplir la voluntad divina: la supervivencia de la mayoría de la especie y la comodidad de una
minoría. En conclusión, La teoría de los sentimientos morales (1759) es fundamental e
indispensable para entender Lariqueza de las naciones (1776).
Los supuestos, lógica y problemas establecidos por el filósofo moral escocés, han configurado la
estructurabásica de la Economía Moderna. Por mucho que en el interludio se hayan podido añadir
más autores o que algunos de ellos no sean de la preferencia de uno u otro estudioso, la llamada
“ciencia” económica desciende por línea directa del pasado clásico.(32) Más allá de los aportes o
desarrollos a través del tiempo —de un período muy corto de tiempo en realidad—, la Economía
Moderna ha sido una disciplina tradicionalista: ha mantenido un cuerpo unitario y ciertos énfasis
teóricos. Éstos además, como ha sido expuesto, no se fundan únicamente en hechos; condición
básica de una disciplina científica. Surgen de una selección subjetiva, ¡fideísta de hecho!, la cual
implicará encaminar y hasta determinar la teoría por criterios extracientíficos.
Primero las élites de Gran Bretaña y después las de otros países, en palabras de Gunnar Myrdal,
llevaron a cabo “una racionalización de los intereses y aspiraciones del medio ambiente” al cual
pertenecían. Con posterioridad, la Economía Moderna fue elevada al rango de teoríacientífica: fue
legitimada al desarrollarla con un lenguaje técnico-matemático y al darle un estatus académico. Y
es más, al asumir el supuesto de la naturaleza económica de la humanidad, esta singular “ciencia”
ha llegado a ser omnicomprensiva: sería capaz de explicar y dirigir todos los diversos ámbitos y
comportamientos humanos en todo tiempo y lugar. A lo cual se arribó refinando/ampliando el
supuesto del egoísmo. Con dicho paso se terminó concluyendo que cualquier elección humana
sería resultado de un cálculo individual del “valor” asignado a diferentes bienes, servicios,
situaciones, personas, etc. La llamada “función de utilidad” aceptaría cualquier tipo de variable y ya
no sólo la lucrativa; e incluso, ni siquiera únicamente las materiales. Sea el ámbito que sea de la
vida individual y social, las personas siempre estarían maximizando algún tipo de “utilidad”.(33)
A pesar de que como se revisó, esa pretensión de ser una disciplina absolutamente explicativa ya
se encontraba entre los clásicos, los nuevos avances de los economistas ortodoxos
contemporáneos les han llevado a sostener el carácter omnicomprensivo de su disciplina. La
función de utilidad sirvió para fundamentar que todo cuanto hacen los humanos serían asuntos
económicos. Hasta en situaciones sin relación alguna con la producción, los intercambios, la
distribución, el consumo de bienes y servicios o el ahorro. De tal manera, ¡por si fuera poco!, dicha
función sirve para superar la anticuada visión que limitaba la maximización económica
exclusivamente en los estrechos marcos del dinero o de lo material.(34)
Mas, esa cuestionable tautología no es el único problema que presenta la “científica” función de
utilidad. Esta, al no tomar en cuenta los principios que guían una decisión, el contexto en el cual se
toma, las demás esferas con que se relaciona y la manera institucional en que se materializa,
termina describiendo las elecciones y los actos consecuentes en sí mismos o a modo de
mecanismos causa-efecto aislados o fuera de contexto. Todos los actos individuales y las
instituciones sociales son reducidos a una decisión valorativa (materialista o no) y a un
consiguiente efecto conductual utilitario (materialista o no) que se matematiza. Todo acto sería
inexorablemente “racional”, ya que también lo serían los actos “irracionales” (McKinnon 2012). Al
final no habría ninguno que no pudiera ser convertido o no fuera en el fondo“racional”, es decir,
egoísta o maximizador. Se cae así con la función de utilidad en una generalización tan amplia,
cuando no en una abierta deformación de la realidad, que termina prestando un flaco servicio
teórico-práctico.
El antropólogo Marshall Sahlins (1983) y Karl Polanyi (1994) grafican ese error al tratar ciertos
intercambios materiales en las sociedades tribales. Al asumir como principio básico que se
maximizan utilidades, por el hecho de que se intercambian bienes, se pasa por alto el contexto y la
finalidad social del fenómeno. Más todavía, señala Sahlins, se pierde de vista el que dichas
transacciones “no aumentan en lo más mínimo la reserva de objetos de consumo”. Es más, si tales
intercambios fueran económicos en sentido occidental moderno, obstaculizarían en buena medida
e incluso de manera grave la cotidianidad y hasta la cohesión de una sociedad “que tiene sus
puntos de referencia fuera de la esfera económica” (Polanyi 1994). Ciertamente son intercambios
materiales, pero no son intercambios económicos. Situación identificable tanto en las sociedades
tribales, como asimismo entre las modernas y/o modernizadas:
“Podríamos decir que las personas maximizan el valor social, pero eso significaría situar
erróneamente el determinante de la transacción, no especificar las circunstancias que producen
diferentes productos materiales en circunstancias históricas diferentes, aferrarse a las premisas de
la economía de mercado asignando falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades
sociales (...) El interés de esas transacciones reside precisamente en que no proporcionan un
aprovisionamiento material y en que no se basan en la satisfacción de las necesidades materiales
de los seres humanos” (Sahlins 1983: 205).
Ese error de asignar “falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades sociales”, con
mayor razón sucede cuando se asume que en cualquier elección se están maximizando utilidades.
Incluso, que se están maximizando cuestiones sociales, como pudiera ser el caso del prestigio.
Sería algo así como llevar la caja registradora y su lógica de cálculo “racional” a todos los ámbitos
sociales de intercambio material y, finalmente, a todo tipo de elección... Porque siempre se estaría
maximizando una utilidad. En otras palabras, con la función de utilidad se fija la atención
exclusivamente en el hecho en sí. Lo cual invisibiliza los propósitos, lógica, motivaciones y las
instituciones relacionadas a una decisión que sería inexorablemente fruto de un cálculo costo-
beneficio. Sea esa decisión la de producir bienes, intercambiarlos o cualquier otro asunto no
económico.(36)
Ahora bien, se puede aceptar el ejercicio mental omnicomprensivo al cual da lugar la función de
utilidad, pero bajo una condición: si sólo se quiere describir una merarelación causa-efecto. Debe
tenerse claro que aquella perspectiva no da fruto alguno si de lo que se trata se
de explicar o comprender un fenómeno a fondo o en contexto.(38) En otras palabras, no es posible
dar cuenta de por qué un fenómeno se realiza de una manera dada y por ende con qué ámbitos,
instituciones, valores e ideas se relaciona para fundamentarse, legitimarse y materializarse. Ni
tampoco a qué lógica responde y qué significados le dan los grupos y sociedades que lo llevan a
cabo. Esa descripción de un cálculo de valor de utilidad, no permite acceder al entendimiento de
los fenómenos socioculturales: no da pista alguna respecto a “por qué ocurren, cuáles son sus
factores determinantes, de dónde proceden, cómo se transforman”; ni tampoco da luces acerca de
la “interdependencia de los factores” que generan el hecho en cuestión (Ander-Egg 1995: 63). Así
por ejemplo, la mecánica de los incentivos/desincentivos, tan fundamental y explicativa para los
economistas modernos, no existe en sí misma. La cultura es la que entrega los significados a
ciertas cuestiones/situaciones para ser un incentivo o un desincentivo. Y lo serán o no, además,
dependiendo de sus relaciones con otros aspectos culturales o de si son parte de alguna
institución.(39)
Vistos los antecedentes, se podrá entender que acierta plenamente Marshall Sahlins (1983)
cuando habla de la Economía científica o formal, en tanto una “encarnación de la sabiduría de las
categorías burguesas”. Se está ante un específico desarrollo cultural occidental moderno que, al
derivar de una interpretación en extremo pesimista del pecado original, llegó a concebir a la
humanidad como irremediablemente egoísta o maximizadora. He ahí el cimiento de la explicación
“científica” de cualquier acto en cualquier lugar y época. Es efectivo que la disciplina “se desarrolla
puertas adentro como una ideología y puertas afuera como un etnocentrismo(42)”: una pretensión
de hacer pasar por teoría científica los intereses de las élites y un (pre)juicio en base a categorías
occidentales modernas de las culturas de otros pueblos. Por consiguiente, no dejan de ser lógicas
y pertinentes las advertencias, o recordatorios, de Sahlins (1983): el “Hombre Económico es una
invención burguesa” y la “economía de mercado” es “en todo momento una trampa ideológica de la
cual debe escapar la economía antropológica” o, lo que es lo mismo, la Socioeconomía. Trampa
que incluye un asunto ético no menor: la instalación del egoísmo o la maximización como práctica y
criterio normal a nivel individual y social. Este proyecto pro vicio es legitimado por la “ciencia”, a
pesar de ser muy cuestionable y en ningún caso inherente a la especie:
“Para la mayor parte de la humanidad el interés personal tal como lo conocemos [en Economía
Moderna] es antinatural en el sentido normativo: se considera locura, brujería o base para el
ostracismo, la ejecución o, como mínimo, la terapia (...) esa avaricia suele verse como una pérdida
de humanidad (...) el concepto inherentemente occidental de la naturaleza animal del hombre como
algo regido por el interés propio resulta una ilusión de proporciones antropológicas a escala
mundial” (Sahlins 2011: 67).(43)
Todo indica que ese es un camino de desorientación y error, no sólo por consideraciones de
calidad de la investigación científica, sino por cuestiones como la imposición cultural y/o de
(ir)realidades. Larga experiencia tienen en ello las naciones y pueblos colonizados o
neocolonizados, y los grupos subalternos de cualquier país. Por otro lado, en el caso de la
planificación y aplicación de políticas públicas, al impedir el reduccionismo económico moderno
una acertada comprensión de los fenómenos socioculturales, a su vez entrega una débil base
científica para la aplicación de la teoría en forma de política económica o proyectos de desarrollo.
Aunque, tal vez, precisamente sirve para justificar ajustes, políticas de choque, liberalizaciones a
ultranza e incluso la corrupción.(45)
Llegados a este punto, se quiere ahora despejar del todo la errónea creencia de que existen leyes
económicas. En realidad, el punto de fondo es la inexistencia de una legalidad en cualquier ámbito
de la vida sociocultural. De hecho, la adscripción de la Economía Moderna al modelo científico
legalista de la Física, fundándose en la regularidad de la naturaleza humana egoísta o
maximizadora, de por sí implicará la negación de parte de la realidad y/o la homologación de toda
la realidad a una sola variable arquetípica.(46)
Se debe empezar por recalcar esa definición unidimensional del ser humano realizada desde la
Economía Moderna. Al caracterizarlo en tanto un mero “hombre económico”, se lo tiene por
puramente maximizador y se limita, cuando no se elimina al extremo toda la diversidad ideológica,
simbólica y conductual de la vida en comunidad. En otras palabras, se atribuyen “cualidades
naturales, no conscientes y automáticas a lo que por lo demás es un proceso social, sumamente
consciente y mediado culturalmente” (McKinnon 2012: 127).(47) Sólo una variable
determinaría/explicaría el fundamento de las expectativas, motivaciones, razonamientos, creencias
y significados de los actos individuales y sociales. Se debe tener en cuenta que en las sociedades
modernas y/o modernizadas imperan ideas, comportamientos y una moral acordes a la búsqueda
individual y egoísta de lucro. Por consiguiente, no es en absoluto extraño para un observador
desprevenido o para quien se guía simplemente por su sentido común, creer comprobar la
veracidad de la “racionalidad económica” en dichas sociedades lucrativas. Cuando las personas
actúan según el contexto sociocultural maximizador, no faltará quien concluya que en verdad
son hombres económicos siendo dirigidos o determinados porleyes económicas.
Con todo, desde la propia Física —la “madre” de las ciencias modernas— se puede poner en
cuestión a la Economía Moderna, por su discutible enfoque “científico” o derechamente
pseudocientífico. El físico Igor Saavedra expone los serios problemas de predicción en dicha
disciplina. En una cuestión reñida con lo tenido por “ciencia” en el mundo moderno y/o
modernizado, aquella hace variar el sistema social intervenido. Cuando a partir de la
Economía antes se construyó un tipo de sociedad, una “sociedad de mercado” específicamente,
ocurrirá lo esperado por la teoría al aplicar su esquema técnico, experimentar o medir. La disciplina
carga de forma inherente un sesgo tautológico. Al ser una profecía auto-cumplida, escribe
Saavedra, “en rigor no podría considerarse la economía como una ciencia”:
“Cuando el objeto de estudio es un sistema social, parece fácil que ocurra que al tratar de verificar
las predicciones de una teoría se influya necesariamente sobre el sistema, y lo modifica de manera
tal que el único resultado posible del experimento sea justamente el que predice la teoría (...) la
sociedad sobre la cual realiza mediciones destinadas a verificar las predicciones de la teoría, no es
ya más la sociedad original, sino otra, en la que impuso que se cumpliera justamente lo que se
está tratando de medir” (Saavedra 1977: 76).
He ahí las bases para entender la síntesis utilitaria o de mercado en el país y su posible uso para
validar una legalidad económica. Por un lado, la ética lucrativa dominante prioriza la riqueza y el
estatus ligado a ella; junto a lo cual coexiste una búsqueda de seguridad material, en una sociedad
donde paradójicamente prima la inseguridad material. El fondo del asunto es que cualquier posible
cálculo maximizador de dinero está incentivado por un contexto social, político, moral o ideológico
que ensalza las ganancias. O, a su vez, la preocupación materialista o por la supervivencia, está
incentivada por las precarias condiciones económicas de gran parte de la población. Se insiste en
que lo central para analizar las acciones económicas es el contexto sociocultural donde ellas se
llevan a cabo. Es dicho escenario el que entrega el marco institucional indispensable —lógica,
significados, normas, instrumentos, ocasiones, situaciones, participantes e incentivos—, para que
tales acciones económicas puedan ser primero concebidas, luego legitimadas y finalmente
realizadas. Por ello los actos de sustento, además de por realizarse en sociedad, son en realidad
actossocioeconómicos. No son una cuestión individual determinada por una naturaleza humana
egoísta o maximizadora.(50)
Desde los hechos socioculturales, es posible rechazar la propuesta económica moderna de una tendencia
intrínseca o natural a maximizar utilidades... utilidades del tipo que sean. La consideración de la realidad
también coopera a dejar de lado la concepción general de una tendencia materialista innata en la humanidad.
Todo lo cual echa por la borda la posibilidad de sostener la existencia de una legalidad económica estricta.
Considérense algunos casos de diferentes épocas, zonas y culturas.(52) Marshall Sahlins (1983) da cuenta
del característico desapego que en general muestran las sociedades cazadoras-recolectoras de todo el
mundo, respecto a sus bienes materiales y hasta de lo esencial para la subsistencia: llega a sentirse tentado a
decir que el cazador es un “hombre antieconómico”. En el Próximo Oriente de la Antigüedad, existieron
prósperos enclaves comerciales costeros cercanos a pueblos del interior y ni esos vecinos ni los grandes
imperios mesopotámicos, ni el Egipto prehelénico o el Imperio hitita de Asia Menor hicieron esfuerzo alguno
por conquistarlos para adueñarse de sus redes comerciales. Por su parte, en la Roma antigua la expansión
territorial no respondía a expectativas de lucro: no se pueden identificar guerras comerciales o imperialismo
comercial y tampoco quedan en evidencia la defensa ni la promoción de los intereses de los mercaderes en
las decisiones políticas de las élites gobernantes. Y, en la Sudamérica actual, dentro de los grupos de nativos
achuar del Ecuador coexisten poblaciones establecidas en dos zonas diferentes: una más rica en recursos
que la otra. Aun siendo los achuar un pueblo guerrero, los grupos ubicados en la zona más pobre nunca han
tenido la intención de conquistar el espacio ecológico de los otros o siquiera de emigrar hacia allí (Monares
2008).
Frente a las posibles objeciones que se pudieran hacer a los ejemplos anteriores, sea por su larga data o por
no corresponder a población moderna y/o modernizada, tómense en cuenta los siguientes casos. En la ciudad
argentina de Rosario, escribe Howard Richards, a fines del siglo pasado los abonados a la red de gas
aceptaron pagar un 10% más en sus cuentas, a objeto de que ese dinero fuera usado para ampliar el servicio
a barrios pobres. En la misma ciudad, los contribuyentes que por sus ingresos no se atienden en los
consultorios gratuitos, son quienes más aportan con sus impuestos al sistema público de salud que atiende
población pobre y votan en su mayoría por la coalición política que les impone dichos tributos. Finalmente, un
hecho ocurrido en Chile durante la dictadura de Pinochet: el modernizado empresariado neoliberal que le era
afín, nunca puso su publicidad en los medios escritos de oposición democrática; a pesar de que su gran tiraje
y cantidad de lectores lo hacían “racional” desde la perspectiva lucrativa.
Más allá del rol básico del dinero para la supervivencia en una sociedad inserta en la economía de
libre mercado, cuando se analizan los actos de sus miembros se verifica el hecho de que en un
contexto lucrativo, es obvio que la maximización será una cuestión relevante. Y esa “racionalidad
económica” para nada es algo inherente al género humano o un asunto de estricta legalidad de los
actos. Sencillamente, se corroboran las específicascondiciones socioculturales lucrativas que
influyen, incentivan, hacen conveniente u obligan a perseguir la maximización de los beneficios.
Según el grupo específico de ingresos al cual se pertenezca, ello se hace para acumular riqueza o
sólo para asegurar la subsistencia. Eso es lo frecuentemente olvidado por los economistas
“científicos”, cuando usan una “representación idealizada” de la realidad y asumen que “es una
simplificación especialmente fructífera”. Aunque algunos de ellos acepten que es “fácil burlarse” del
“cuento” del “Homo economicus”, generalmente sucede que los modelos simplificados terminan
reemplazando a la compleja realidad. Y, ya se advirtió, se termine confundiendo validez con verdad
e incluso se pueda predecir correctamente con premisas falsas.(54)
La acumulación y análisis académico de datos empíricos, muestra con claridad la influencia
sociocultural en los actos sustentadores: están institucionalizados.(55) Estos actos económicos son
guiados por patrones y condiciones del contexto o socioculturales, no están predeterminadas ni
responden a una estructura mecánica ni a una regularidad estricta e inexorable. Los actos
humanos, cualquiera sea el ámbito sociocultural del que se trate, no obedecen a leyes ineludibles
del tipo con las cuales trabajan las ciencias naturales:
“...hay leyes y leyes. Hay leyes científicas, que enuncian las relaciones invariables entre los
fenómenos, hay leyes jurídicas, que indican cómo deben comportarse los hombres, y hay leyes
que ni son jurídicas ni totalmente científicas, aunque pertenecen sin duda a idéntica categoría que
estas últimas. Tales leyes no enuncian relaciones invariables ni prescriben una conducta, sino que
describen cómo tienden a comportarse en general ciertos grupos de hombres, dadas ciertas
condiciones históricas y jurídicas, y cuando están influidos por ciertas convenciones e ideas”
(Tawney 1945: 56-57).
Generar en las disciplinas socioculturales, de las cuales forma parte la Economía Moderna, la
capacidad de establecer generalizaciones con un alto grado de rigurosidad y no leyes estrictas al
modo de las ciencias naturales, de ninguna manera supone rebajar a aquellas ramas del saber ni a
sus teorías o a los conocimientos a que han dado lugar. Simplemente, es aceptar la adecuación
entre la naturaleza de lo estudiado y la naturaleza de los métodos para hacerlo. En este caso, la
libertad humana y los medios para conocer sus instituciones socioculturales. Cuestión para nada
novedosa en Occidente: Aristóteles lo había propuesto en la Grecia clásica y su influencia siguió
vigente en el medioevo. Será la Modernidad la que deseche ese punto de vista y lo relegue al
olvido.(56)
A estas alturas se debe entender que la Economía Moderna, en tanto “filosofía de la avaricia” o
“espíritu del capitalismo” moderno que identificara Max Weber, es algo aún más amplio que un
imperativo ético o un deber ser. Si se aborda a la Economía Moderna desde la Antropología, hay
que remitirse al concepto antes nombrado de “cultura”. Entonces, por elemental que parezca, lo
primero a internalizar es que la disciplina y práctica económica moderna es resultado de un
proceso cultural. Es una creación humana desarrollada en cierta sociedad y en una época
determinada. Esta cuestión básica es ignorada o negada desde las ortodoxas posiciones
tecnocráticas, las cuales no tienen sentido alguno de la historia ni de la dinámica sociocultural. De
hecho, como antes se vio con el paradigmático caso de Theodore W. Schultz (Nobel de Economía
1979 y profesor de Economía de la Universidad de Chicago), ni siquiera desean tenerlo. Para
quienes asumen esa cuestionable perspectiva, la Economía es indudablemente parte de la
“ciencia”. Sin mayores argumentos empíricos y con una postura desenfadadamente ideológica (en
el peor sentido del término), a partir del supuesto de una naturaleza humana maximizadora afirman
que ella es inherente a las sociedades modernas y/o modernizadas... ¡y hasta a la humanidad
toda!
Una vez clarificado que el ortodoxo proyecto tecnocrático es un desarrollo cultural, se hará referencia a un
segundo aspecto de la relación entre cultura y Economía Moderna. Se trata del hecho de que la disciplina, en
cuanto rasgo cultural, implica una manera particular de conducirse en todos los aspectos de la vida. Esos
patrones de acción, junto a su estructura de ideas y su moral, constituyen un sistema. En otras palabras, ese
sistema —la “ética del trabajo” y el “espíritu del capitalismo” descrito por Weber— es en realidad una cultura.
Se puede dar el caso de que los portadores de una determinada forma de vida, muchas veces no se percaten
de la especificidad de sus costumbres, ni de que están reproduciendo patrones particulares en su vida
cotidiana. Esto puede ocurrir por diversos motivos: falta de conocimiento y sentido histórico; asumir la opinión
tecnocrática de que la Economía Moderna es una herramienta científica; por una especie de espíritu
modernista inconsciente de las propias rutinas y formas de pensar; y hasta por un dejo racista, por el cual se
cree que sólo los pueblos no modernos o atrasados tienen costumbres (...curiosamente los modernos
pensarían y actuarían en una especie de presente perpetuo y sin referentes o antecedentes culturales). En
general, esas visiones son consecuencia de una ceguera fundada en la ignorancia y la inconsciencia. Por
fortuna, dos cuestiones solucionables con suma facilidad.
Se insiste entonces en que la Economía Moderna —en tanto práctica y sistema ideas, con un conjunto de
valores asociados—, es un agregado de patrones e instituciones socioculturales específicas. Por más que sea
extraño para un nativo moderno, efectivamente los patrones conductuales e instituciones, la ética y las ideas
de las economicistas sociedades modernas y/o modernizadas son parte o expresión de una cultura.
De su cultura occidental moderna.
Podría especularse que cuando los arqueólogos del futuro reconstruyan las formas de vida actuales, tal vez
se admiren de los contratos laborales individuales, de los sistemas financieros y bancarios, del actual tipo de
industrialización, de la libertad civil coexistiendo con la sujeción económica, de que el ser humano y la
naturaleza no humana se consideren mercancías o de la posibilidad de conseguir ganancias con la salud, la
educación, las pensiones de jubilación o con los medios básicos de sustento, y en general les podrá resultar
extraña la preeminencia absoluta de la producción y los intercambios materiales en su perfil lucrativo. Mas, es
posible que el rasgo más sorprendente para aquellos hipotéticos estudiosos de nuestro presente, sea la
creencia en un metafísico mercado autorregulado. Un mecanismo que formaría de manera automática y
autónoma todos los precios, y que sitúa por debajo y en función suyo no sólo el sistema económico en sí, sino
todo el resto de las esferas de la sociedad.
A estas alturas bien podría valer la pena preguntar si tiene algún mérito descubrir que la economía
es un fenómeno sociocultural. Al tenor de la información disponible desde hace tiempo, la
respuesta manifiestamente es no. El punto es que el desarrollo económico moderno nos muestra
que la duda adquiere otro carácter o perspectiva. Pues, ¿por qué una cuestión tan evidente no ha
hecho mella en el andamiaje teórico-práctico de la Economía Moderna? Por ende, ¿por qué tantos
economistas ortodoxos y hasta no tan ortodoxos, continúan sosteniendo y generalizando visiones
reduccionistas o derechamente erradas?, ¿por qué siguen negando parte importante de la historia,
de la diversidad sociocultural y de la realidad socioeconómica?
Por si aún no estuviera claro el asunto, calíbrese el tenor de la siguiente situación: un cazador-
recolector amazónico, un capitán de industria italiano del siglo XV o un burócrata egipcio o inca,
buscando en otros grupos de tradición diferente y en períodos de tiempo diferentes su sistema de
sustento, con sus supuestos, lógica, instituciones y moral... Y, peor aún, ¡encontrándolo! En el caso
de los supuestos sobre los que se sostiene la Economía Moderna, es necesario recordar que las
ideas no tienen por qué ser verdaderas para poder ser llevadas a la práctica. La confusión y el
error surge de creerlas verdaderas porque fueron llevadas a la práctica. Se insiste en la
importancia de diferenciar validez y verdad.(61)
Como ya se expuso, la primera explicación que se puede esgrimir para la mantención y difusión de
los errores de la Economía Moderna, es la expresión y protección de intereses particulares a través
de su cientificismo. Se supone que una ciencia, al ser neutral y objetiva, no tiene que excusarse de
nada. De donde no es posible culparla de encubrir aspiraciones de grupo alguno... más allá de lo
evidente que es la predilección de la Economía Moderna, y más aun de la ortodoxa, por unos
pocos en desmedro de la mayoría. La aséptica redacción de la afirmación de que los salarios
superiores al nivel de equilibrio acarreará la desocupación y la consecuente explicación técnica ad
hoc acerca de los incentivos lucrativos, no alcanzan para encubrir que es un axioma derivado de
una propuesta sociopolítica: proteger a los dueños del capital en desmedro de los trabajadores
asalariados.
En los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX nadie tenía que esconder con pseudotecnicismos que
los trabajadores, esa “raza aparte”, debían recibir un salario de subsistencia. En ese contexto era
una situación evidente, al punto de ser el cimiento de la propuesta de David Ricardo respecto al
“salario natural”. Si bien, no debe olvidarse que el fundamento original del sistema era religioso.
Para el devoto Adam Smith, la pecaminosa naturaleza egoísta del género humano era guiada por
la Providencia: la “mano invisible” hacía cumplir el materialista y a la vez místico designio divino de
supervivencia de la especie (Gn 1, 28).(62) Empero, la Providencia llevaba a cabo la voluntad
divina de formadiferenciada o dual: la “mano invisible” dirigía a unos pocos a acumular ganancias y
vivir con comodidades; al tiempo que a la mayoría los encaminaba a sobrevivir al mero nivel de la
subsistencia. La posibilidad de legalizar la conducta —cimiento del enfoque científico en lo
sociocultural—, derivaba de la regularidad del gobierno providencial de esa viciosa naturaleza
humana materialista. Dicho en lenguaje actual, toda la mecánica económica derivaría de los
incentivos adecuados a la viciosa condición humana.(63)
La otra línea de explicación para las omisiones de lo obvio por la Economía Moderna es el
etnocentrismo, ese prejuicio acrítico por el cual se realza la cultura propia y se rechazan/rebajan
otras. No es novedad el marcado espíritu autorreferente de los europeos occidentales y de los
ingleses en particular. En pleno siglo XXI, un historiador inglés destaca orgulloso Cómo Gran
Bretaña forjó el orden mundial.(64) Con mayor razón entre los siglos XVII y XIX, el chovinismo
campeaba entre los anglosajones. La “historia universal” es la historia de Europa Occidental, las
demás naciones aparecen cuando los europeos se contactan con ellas... en general, en el rol de
invasores y conquistadores. Esas otras naciones son simplemente “pueblos sin historia”, como
decía Hegel con un espíritu racista que puede generalizarse a toda Europa Occidental. El resto del
trabajo lo han hecho esos mismos “pueblos sin historia”, quienes deslumbrados con cuentas de
vidrio teóricas han aceptado y sublimado de manera acrítica el saber del hombre blanco. Llegando
incluso a asumirlo como propio para poder ser ascendidos, por aquellos hermanos mayores, a la
categoría de “civilizados” (Monares 2012).(65)
En cuanto a ese saber británico que es la Economía Moderna, es manifiesto que la disciplina y sus
cultores no se limitaron ni se limitan a Gran Bretaña. No obstante, fue en esa nación en la cual
surgió y desde donde se difundió la teoría y práctica económica moderna; primero al resto de
Europa y luego a otras partes del mundo. Esa economía no se desarrolló en Inglaterra porque ella
alcanzara determinadas condiciones socioeconómicas universales antes que otras naciones. El
punto es que ese sistema productivo-comercial surgió de su propia y particular evolución
sociocultural, y sólo después le fue impuesto a otros países por las armas y las presiones o
fue copiado al importar esos patrones bajo el nombre de “Liberalismo” o “ciencia económica”.
Historia repetida hoy con el Neoliberalismo, que ha actualizado la teoría clásica.
A la fecha el Liberalismo y el Neoliberalismo, ya no son un conjunto de principios usados como referencia para
quienes estudian y describen lo productivo-comercial. Hace tiempo que, bajo el poderoso impulso de la
ortodoxia político-académica dominante, son una especie de infalible libro de recetas para transformar la
realidad… por mucho que los fines perseguidos, puedan no tener ninguna concordancia con las formas de
vida, los intereses y el bienestar de los grupos afectados. La propuesta de la Economía Moderna se convierte
en mucho más que un imperativo ético en lo productivo-comercial. Influirá en todo el resto de las actividades
de una comunidad, al punto de convertirse en una cultura, en una forma de vida. A las personas les
corresponderá actuar irracionalmente en cada ámbito social: dirigidos por sus sentimientos egoístas
perseguirán sus propios intereses lucrativos o la maximización de sus utilidades. Al acatamiento de esa ahora
legítima obligación, no se le pueden anteponer rancios reparos morales o de cualquier otro tipo ajeno a la
Economía Moderna:
“Una filosofía de la vida es, inherentemente, la idea íntima del capitalismo [de libre mercado].
Quienes la aceptan, no necesitan justificar sus acciones con motivos de origen extra-capitalista. Su
lucha por la riqueza en tanto que individuos, colora y modela sus actitudes en todos los órdenes de
la conducta (...) Toda la ética del capitalismo [de libre mercado] se resume en su esfuerzo por
liberar al poseedor de los instrumentos de producción, emancipándolo de toda obediencia a las
reglas que coartan su explotación cabal. El auge del liberalismo resulta de la ascensión gradual de
la doctrina que sirve de fundamento a esta ética” (Laski 1994: 22-23).
El dominio del individualismo se complementa con la creencia en que el sistema de mercado —un
sistema de egoísmos lucrativos en pugna—, se autorregulará si no es intervenido o podrá guiarse
sin coacciones mediante los incentivos adecuados. La falta de consideración por los otros no es un
inconveniente, porque el sistema se ajustaría automáticamente para bien. Lamentablemente el
supuesto deja en evidencia su calidad de tal, pues un problema no menor hoy es la fuerza del
dogma de la no intervención de la autonomía de una economía que, idealmente, debiera ser
desregulada. Si bien la indignidad y pobreza de millones de seres humanos y la devastación del
planeta, son preocupaciones hasta para el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial,
pareciera que no han sido llamados de atención suficientes. Tampoco lo han sido las periódicas
crisis financieras de la última parte del siglo XX y comienzos del XXI. Millones de empleos perdidos
y billones de dólares estafados o regalados para los “rescates” de las instituciones financieras
corruptas o ineptas (que privatizaron las ganancias y gozaron de la socialización de las pérdidas),
siguen esperando un cambio de las mallas curriculares de las escuelas de economía, un cambio
en la autista rigidez de la economía dominante y sus obtusos tecnócratas, y un cambio en el
discurso y las medidas de los políticos. Lo aterrador es que no se han aprendido las lecciones:
nada varió, ni está siquiera próximo a variar. Las medidas en Grecia o España dan la pauta en lo
político. En lo académico el premio Nobel del 2013 a Eugene Fama, un fundamentalista de la
desregulación financiera, habla por sí mismo. Por su parte, los currículos de las escuelas de
economía siguen inoculando la droga del equilibrio, la maximización, la desregulación, la no
intervención y el formalismo matemático.(68)
Para no creerlo. Ninguno de los graves sucesos de los que el mundo viene siendo testigo, han
cooperado a dejar en claro los peligros de instaurar una cultura derivada de la búsqueda egoísta
del lucro infinito. Deseo que además puede rondar libre, dado el sistema autorregulado y autónomo
que lo cobija y potencia. Y, por si no fuera suficiente, todo el sistema está hecho y sirve
eficientemente a una mínima parte de los habitantes del planeta.
7. Epílogo
De ahí que también nos parezca pertinente volver a entender el espacio de lo económico, desde
el viejo concepto de Economía Política. Tal como lo fue hasta por los economistas clásicos y,
paradójicamente, negado luego por sus cientificistas continuadores. La mirada desde la Economía
Política —más allá del gran peso ideológico de los supuestos clásicos acerca de la
autorregulación—, de por sí reconoce en la sociedad lo ético y le concede relevancia, al tiempo
que no acepta los cantos de sirena de una teoría pura. Librada de esas pesadas cadenas de la
autorregulación y la no intervención, la Economía Política rechaza el cientificismo y no tendría
problemas en integrarse al enfoque sustantivo o socioeconómico. Es manifiesto que los sistemas
reales de sustento responden a decisiones ético-políticas, a aplicaciones políticas de las teorías y a
juicios ético-políticos respecto de esas decisiones, aplicaciones y teorías.
Ese apelar a la política y a la ética, por tanto a la cultura y a la identidad, obliga a considerar dónde
esto fue escrito y plantear el reto a las y los latinoamericanos de que se reconozcan culturalmente.
Que dejen de ser un mal remedo de otros pueblos. Y esa cultura propia —por cierto enriquecida
por aspectos de otras formas de vida; pero elegidos y mediados, no impuestos y sin revisión—
debe conllevar un espíritu de constante autocrítica. De ese modo, se establecerá un sólido
fundamento para un progresivo mejoramiento del debate y la participación política, como asimismo
de los medios de sustento y de la cultura. Ello podrá aportar a terminar con la históricamente
malsana costumbre de aceptar teorías “modernas”, “científicas” o “civilizadas” que implican olvidar
o desmerecer la propia cultura e identidad. Promesas que, muchas veces, han terminado siendo
espejismos o conllevando sacrificios y penurias para las mayorías. Mientras han rendido
cuantiosos beneficios para las minorías que las publicitan, justamente, por la opulencia en que les
permiten vivir.
Para terminar, como se afirmara al principio de este escrito, estos asuntos son de importancia
teórica, pero tal vez su mayor relevancia esté en lo práctico y/o político. Son los países del Sur
Global los que sufren las consecuencias de los conflictos socioeconómicos, culturales e
identitarios, que no pocas veces se derivan de las aplicaciones de modelos teóricos occidentales
modernos. Cuando la academia del Sur Global se olvida de lo político y de sus pueblos que pagan
los impuestos que la financian, queda cautiva en unas instituciones de educación convertidas en
confortables torres de marfil. O, peor aun, puede transformarse en una simple empresa consultora,
incluso contra los intereses de su propia nación. Se termina aunando el trabajo en proyectos de
compañas privadas y la naturalización “científica” del orden neoliberal dominante. Los problemas y
contradicciones se despolitizan, se invisibilizan o simplemente son tratadas como asuntos
“técnicos”, asumiendo el contexto neoliberal cual incuestionable dato dado.(69)
El interés por avanzar hacia enfoques más amplios en economía, no es una mera cuestión
académica. La socioeconomía no ignora y no debe ignorar, las aristas políticas y culturales de los
sistemas de sustento. Esas que la economía “científica” no ve o no quiere ver.
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WEBER, Max. 1994. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. 11va. edición. Ediciones
Península. Barcelona.
Notas:
* Esta es una versión revisada y aumentada del artículo “De la economía moderna a una
comprensión socioeconómica de la producción y los intercambios materiales”, publicado
originalmente en: Revista Polisemia, Nro. 11, 2012, Centro de Investigaciones Humanas y Sociales
(CEIHS), Bogotá, Colombia. A la presente versión se le cambió el título para remarcar aun más el
sentido del texto y se le revisaron cuestiones de estilo; además, se reordenaron y fundieron
algunos apartados esperando mejorar la comprensión, y se ampliaron algunos tópicos,
especialmente respecto a la función de utilidad. Agradezco a la Revista Polisemia por permitir la
publicación de esta revisión.
1. Las diferencias de enfoques irían desde el fundamentalismo de mercado con su rígida fe en los
supuestos nombrados, pasando por la aceptación de los fallos de mercado (con la consecuente
necesidad de cierta regulación o corrección) a las posturas que consideran algunas variables extra
económicas. Pero todas esas visiones, hasta las opuestas a la economía de mercado, terminan
aunadas al asumir el carácter “científico” de la disciplina: ella trabaja o debería tender a trabajar
con regularidades legales al modo de la Física. Ha de tenerse claro que la diferencia de
tecnicismos o de alguna cuestión teórica puntual, no cuestiona la existencia de una unidad de
fundamentos.
2. Por ahora sólo se tratará el principio maximizador en su expresión monetaria. Más adelante se
hará en cuanto principio general y explicativo de todas las decisiones humanas, en cualquier época
y sociedad, al entender la maximización como una “función de utilidad”: un cálculo que introduce y
jerarquiza variables no estrictamente lucrativas y ni siquiera materiales. En todo caso, esta
supuesta nueva mirada sigue respondiendo al viejo fundamento clásico del cálculo egoísta
individual.
4. El lector podrá encontrar en los trabajos de Polanyi una excelente crítica de la Economía
Moderna, apoyada en abundante material respecto a las relaciones entre cultura y búsqueda del
sustento. Similar enfoque se ha utilizado en Monares (2008), donde han sido tratados en extenso
los temas de este artículo. Obviamente, una buena opinión del trabajo de Polanyi no implica su
aceptación acrítica o la imposibilidad de seguir desarrollándolo; por ejemplo, en el análisis de la
propia sociedad de mercado contemporánea y de las síntesis que se dan con las culturas no
modernas. Pero, se está lejos de la postura moderna y cientificista de Maurice Godelier, quien
finalmente culpa a Polanyi de no ser marxista y proclama que Marx lo supo todo antes y mejor que
aquel. En una inexplicable decisión editorial, Godelier presenta Comercio y mercado en los
imperios antiguos, explayándose en los que para él son los cuantiosos errores de Polanyi. Para un
primer acercamiento al autor, un texto recomendable por la claridad de su síntesis es Prieto (1996).
5. Para un resumen acerca de diferentes enfoques del concepto de “cultura”, ver Singer (1977).
6. Respecto de los medios de sustento, a la producción directa (caza, agricultura, recolección, etc.)
deben sumarse los “servicios” o trabajos indirectamente sustentadores y los intercambios. Sobre
estos últimos, cabe señalar que no sólo se puede transar un bien por otro; asimismo bienes por
servicios, servicios por bienes y servicios por otros servicios. Además, los intercambios han tenido
y tienen expresiones no comerciales o que no buscan algún tipo de provecho individual (monetario
o no).
7. En la segunda mitad del siglo XX, los sustantivistas tuvieron un debate sobre esas diferencias
con los formalistas, los economistas “científicos”, quienes identifican lo económico a partir de la
relación “formal” o abstracta “medios-fines” en un contexto de escasez. Paradójicamente, Lionel
Robbins, quien puede considerarse el “padre” del formalismo, era más abierto que muchos de sus
continuadores: “Convengo también en que la Economía, por sí sola, no da la solución a ninguno de
los problemas importantes de la vida, y que por esta razón una educación que consista sólo en
Economía es muy imperfecta” (Robbins 1951: 11).
8. Este punto ciego de la Economía Moderna respecto a las economías reales, también se da en el
caso del marxismo —una variación de la concepción moderna original—, en cuanto al “rol decisivo
que la teoría adjudica a la base económica [estructural o puramente material] y el hecho de que [en
realidad] las relaciones económicas predominantes son superestructurales” (Sahlins 1983: 118).
En el mismo sentido, Pierre Clastres señala que en la “sociedad primitiva”, “el cambio al nivel de lo
que el marxismo llama la infraestructura económica no determina en absoluto su reflejo corolario, la
superestructura política, ya que ésta aparece independientemente de su base material” (Clastres
2013: 168).
9. Maurice Godelier (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976) critica a Polanyi a partir de lo que
considera sus “errores fácticos sobre la Grecia antigua” que son “de alcance general”: ignorar el
cálculo económico en las sociedades no capitalistas. Aquí se estima que el autor tiene claro la
realidad de esas tendencias; el punto es que al no estar institucionalizadas, no establece una regla
a partir de esas excepciones. Esto explica que en la Atenas clásica se utilizaran monedas, se
comerciara lucrativamente y hasta existieran prestamistas, pero no fuera una sociedad capitalista
al modo occidental moderno. Tal como un grupo de personas occidentales modernas que
periódicamente cacen para consumir la carne de las piezas batidas, no están insertas en la
economía cazadora-recolectora yanomami en el Amazonas.
10. Nunca ha de olvidarse que, desde la Paleoantropología, se sabe que el homo sapiens debe su
supervivencia y desarrollo a la solidaridad y la cooperación.
11. Por ejemplo, se tiene el rol económico de dos cuestiones ideológico-institucionales: los
sistemas de propiedad y su marco normativo. No obstante haber existido y existir diversos
esquemas al respecto, es común darlos por supuestos o asumir la superioridad o normalidad de la
propiedad privada y el derecho individual al modo occidental moderno. En el siglo xix, el inglés
Henry Maine fue capaz de percatarse de las particularidades de las instituciones socioeconómicas
de la India invadida y colonizada por Gran Bretaña: el sistema de tenencia de la tierra era colectivo
y los derechos sobre aquella se derivaban del parentesco (Godelier 1976). Esa notable diferencia
con la metrópoli les causó problemas mayúsculos a los “conquistadores”; por ejemplo, para
determinar cómo y a quién cobrar impuestos. Cegados por su cultura, intentaban encontrar las
categorías de propiedad inglesas en el campo indio: “cometieron un error tras otro y aumentaron
las dificultades para administrar una tierra extranjera” (Neale en Polanyi, Arensberg y Pearson
1976).
12. Lo que pudiera parecer una maximización de objetivos socioculturales, no valida el cálculo de
“utilidades” de la función de utilidad; más adelante se profundiza en este tópico. Por otra parte,
respecto de las motivaciones y objetivos no económicos del trabajo, no es necesario apelar sólo a
ejemplos pretéritos y/o no modernos: consúltese a un asalariado sus razones para laborar,
buscando determinar al modo aristotélico si el dinero para él es un medio o un fin en sí. En general,
se podrá constatar que lo estrictamente monetario es una causa secundaria o interrelacionada a
otros motivos no lucrativos. Todo gerente de recursos humanos —no taylorista claro está— sabe
que ha fracasado en su empeño motivador, si sus compañeros laboran sólo por dinero.
15. La propia competencia se relaciona al contexto sociocultural de donde surgen las formas que
puede tomar y sus objetivos. La Economía Moderna elude esta cuestión y asume por principio que
se trata de una individualista, egoísta y lucrativa en un contexto de libre mercado; suponiéndola
eficiente y, por tanto, segura vía a la riqueza. Pero la competencia puede ser colectiva, solidaria,
no lucrativa, en un contexto regulado y no asegurar el éxito económico; es más, en sistemas
socioeconómicos igualitarios es una vía segura al fracaso económico y al rechazo social.
16. La crítica de Karl Marx a la Economía Clásica, obviamente, no lo ubica fuera de la tradición
economicista moderna ni de la propia Modernidad. Queda en evidencia el autor cuando en
su Trabajo asalariado y capital (1849) expone que los individuos se relacionan con la naturaleza no
humana sólo para efectos de producción material (Monares 2008).
17. Sin idealizar a las primeras naciones americanas, es factible especular que sin la intervención
española y luego republicana, habrían mantenido su tecnología y formas de aprovechamiento ad
hoc a su ética ambiental. Ello no significa que algunos grupos hayan ejercido un tipo de
intervención de su hábitat que les costó gravísimos trastornos ecológicos y sociales (Diamond
2007).
18. Las cosmovisiones expresan lo que para cualquier pueblo es la esencia “fundamental de la
realidad”, conllevando un tipo de ética correspondiente. Nunca son sólo metafísica y tampoco
cuestiones separadas de los actos cotidianos (Geertz 2000).
20. Justamente, para el tema de la evolución y síntesis de las formas socioeconómicas andinas,
Marisol de la Cadena expone ejemplos de la interrelación de las instituciones cooperativas
tradicionales con las de mercado en comunidades campesinas del Perú y Olivia Harris un caso de
Bolivia. Respecto al sincretismo religioso andino-cristiano, se puede revisar Van Kessel y Condori
(1992).
23. Tales conocimientos permiten una “estrategia de uso múltiple”: “el manejo campesino [e
indígena] de una gran cantidad de especies con muchos usos, lo cual finalmente produce una
extensa variedad de productos” (Toledo 1990: 28).
24. Polanyi, Arensberg y Pearson muestran casos de Mesoamérica, del mundo antiguo y otros no
occidentales, donde se constata el desarrollo de sistemas tecnológicos prenewtonianos altamente
productivos. Por su parte, Sahlins (1983) expone acerca de la “opulencia” a que dan lugar las
estrategias de sustento de las sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas alrededor del
mundo.
25. Este apartado se presentó como ponencia al 8vo. Congreso Chileno de Sociología, Grupo de
Trabajo 21: “Sociología económica”, 22-24 de octubre de 2014, La Serena. Agradezco al Dr.
Nicolás Gómez y a la economista Gabriela Toledo por sus observaciones al texto.
26. En estos temas nos remitimos a Monares (2008 y 2012), salvo cuando se indica.
27. En el siglo XVII se desarrolla y consolida en las islas británicas el llamado “movimiento
puritano”, de bases calvinistas y transversal a todas las confesiones cristianas no católicas. Este
movimiento marcó profundamente al pueblo y la cultura británica, y por cierto el trabajo de sus
intelectuales ilustrados.
28. Lionel Robbins señaló que los “economistas clásicos ingleses” nunca hubieran recomendado
un “sacrificio en favor del bienestar del resto del mundo”: cuando “recomendaron el libre comercio
como una política general”, lo hicieron “por el interés de su propio país” (Myrdal 1959). Ha-Joon
Chang expone el modo en que Gran Bretaña, y todos los países hoy desarrollados, lograron su
actual posición económica a través del proteccionismo y la intervención estatal. Ello no les impide
“predicar” las ventajas del libre mercado y demonizar los medios que antaño emplearon para
desarrollarse... si las naciones tercermundistas quieren recurrir a aquellos medios.
29. Para comprender a cabalidad la obra de Smith, es indispensable tomar en cuenta su
religiosidad: el pensador escocés es un ejemplo más de cómo la devoción cristiana reformada
fundamentó y guió la reflexión ilustrada.
30. “Los bendijo Dios y les dijo: ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced
potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre
la tierra’ ”.
31. Según los ilustrados la supervivencia sería una especie de piso mínimo para la humanidad en
general y/o para los condenados-pobres. La gracia divina les brinda a los elegidos-ricos una vida
de comodidades.
32. Esa reverencia por Smith es aún más explícita entre los neoliberales, como se puede ver en
George Stigler, conspicuo miembro de la llamada Escuela de Chicago: “si al oír por primera vez un
pasaje suyo uno se siente inclinado a discrepar, está reaccionando de modo incompetente; la
respuesta correcta es decirse: me pregunto dónde fallé” (Stigler 1987: 10).
33. “…los economistas han abandonado la anticuada idea de la utilidad como medida de la utilidad
y han reformulado totalmente [sic] la teoría de la conducta del consumidor en función, ahora, de
sus preferencias. Se considera que la utilidad no es más que una forma de describirlas (…) Una
función de utilidad es un instrumento para asignar un número a todas las cestas de consumo
posibles de tal forma que las que se prefieran tengan un número más alto que las que no se
prefieren” (Varian 2002: 55. Los énfasis son del original).
34. No obstante, se sabe que el dinero es la unidad de medida de la Economía Moderna, por
ende, toda elección y su consiguiente “costo de oportunidad” se expresará en una cifra monetaria.
Cuestión ya establecida en el lejano siglo XVIII por Jeremy Bentham: el cálculo entre el “dolor” y el
“placer”, que se sopesan para decidir, debe expresarse monetariamente.
35. Paul Streeten realiza una crítica, que no por breve es menos provechosa, respecto al (ab)uso
de las matemáticas en la Economía contemporánea.
36. Tómese en cuenta el moderno caso del intercambio de camisetas al final de un partido
internacional de fútbol: si cada participante queda en posesión del mismo tipo de artículo que ya
poseía, ¿es económico el intercambio de ese bien?, ¿es comercio de ropa deportiva? Al final, ¿qué
utilidad se maximizaría en ese rito?, ¿la solidaridad con quienes no hay una relación social
cotidiana y ni siquiera periódica?
37. Asimismo, “la acción economizadora puede estar presente en diversos aspectos de la
conducta, por ejemplo en lo referente al tiempo de que se dispone, a la energía que se despliega o
a las suposiciones teóricas que se formulan, pero no es necesario que la economía contenga
instituciones de intercambio que reflejen estos principios en la vida cotidiana de los individuos...”
(Polanyi, Arensberg y Pearson 1976: 47).
38. Curiosamente, un antropólogo formalista expone esa debilidad explicativa: “Si afirmamos que
las personas actúan de tal forma que maximizan algo lo bastante amplio (las ‘satisfacciones’) para
subsumir todas nuestras metas más específicas, decimos muy poco” (Robbins Burling, en Godelier
1976: 120).
39. Gilbert Ryle ayuda a mostrar las limitaciones metodológicas de la Economía Moderna, cuando
diferencia dos tipos de descripción valiéndose de un tic en un ojo, guiñar un ojo, parodiar el guiño y
ensayar esa parodia frente a un espejo. Para una “descripción superficial” ellos son iguales
porque aparentemente son similares: en todos se observa la contracción del párpado. No da
cuenta de lo que en realidad sucede en cada caso. Sólo una “descripción densa” diferenciará entre
los tipos de contracción del párpado: los interpretará en contexto y, por tanto, los explicará (Geertz
2000). Las analogías surgidas de una “descripción superficial”, pueden incluso llegar
a curiosas homologaciones: los castores construyen diques, los mandriles organizan grupos
sociales o las moscas escorpión dan “regalos nupciales” para atraer a sus parejas... ¡igual que los
humanos! (Geertz 2000. McKinnon 2012).
40. A partir de este ejemplo arquetípico de mala ciencia, se podrían citar innumerables casos de
homologación de lo que en apariencia es similar: el suicido ritual y honorífico del kamikaze sería
una expresión del acto de quitarse la vida, la minga para una tiradura de casa chilota sería una
expresión de la mudanza, las corridas de toros serían una expresión del sacrificio de animales, las
“guerras floridas” aztecas serían una expresión de los conflictos armados, la pertenencia a una
“barra brava” sería una expresión del gusto por los espectáculos deportivos, el palín mapuche sería
una expresión del hockey césped, la Escuela de las Américas sería una expresión de la educación
formal, el “precio de la novia” sería una expresión de la trata de mujeres, la pertenencia a una
cofradía religiosa sería una expresión de los clubes sociales, el mascar hojas de coca andino sería
una expresión de una dieta vegetariana, etc. Todos estos sinsentidos impiden comprender los
patrones de los otros... Y, es más, al imponer lo propio terminan eliminando la posibilidad de que
esos otros puedan ser efectivamente ellos mismos.
41. Olivia Harris expone diferentes formas de prestación de trabajo en la comunidad laymi de
Bolivia: la “ayuda” (“yanapaña”), en la cual “el trabajo se presta sin un cálculo preciso de deudas y
haberes para saldar reciprocidades”; y el ayni y la mink’a, que implican “trabajo con retribución
directa” y calculada “cuidadosamente”. A pesar del cálculo para reciprocar las labores y de que “en
muchas partes de los Andes” la mink’a se haya “convertido en una forma encubierta de trabajo
asalariado”, no se está ante lo que desde la Economía Moderna se entendería por trabajo
asalariado (pagado en especie o en trabajo futuro). Es imposible esa homologación por la
institucionalidad económica laymi, incrustada en las relaciones de parentesco y étnicas (fundadas
en la solidaridad y la complementariedad).
42. En Antropología el concepto de “etnocentrismo (...) no es el simple hecho de preferir los valores
culturales propios, sino más bien el prejuicio acrítico en favor de la cultura propia y la crítica
tendenciosa y parcial de las culturas extrañas” (Bidney 1977: 313).
43. Esa “trampa ideológica” de la Economía Moderna se deja ver al atribuir a las sociedades
cazadoras “impulsos burgueses”: objetivos de acumulación infinita que calculan entre medios y
fines en un contexto escasez. Ello implica no “considerar la posibilidad empírica de que los
cazadores trabajan para sobrevivir, un objetivo finito”. No se trata de que tales pueblos, y muchos
otros, “hayan dominado sus ‘impulsos’ materialistas, sino simplemente de que nunca hicieron de
ellos una institución” (Sahlins 1983: 26-27).
45. Jacques Sapir da cuenta de las negativas consecuencias prácticas de las políticas
desarrolladas y aplicadas desde el reduccionismo ortodoxo. Por su parte, Joseph Stiglitz expone
en el mismo sentido el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI).
46. El anhelo de muchos economistas de ser “científicos”, se enfrenta a la ironía del Nobel de la
especialidad del 2013: a Eugene Fama por demostrar que los mercados financieros son eficientes
y a Robert Shiller por demostrar que no lo son. Esta situación, inimaginable en la Física, muestra
la inexorable condición ideológica de la Economía. Lo cual es acorde a ese premio a las “Ciencias
Económicas” sin relación alguna a la Fundación Nobel: fue inventado y posicionado,
mañosamente, por el Banco Central sueco “en memoria de Alfred Nobel”. Para una visión crítica
del premio 2013 y del Nobel de Economía en general, ver el artículo del economista Gabriel Palma:
“Premio Nobel de Economía: Teatro, puro teatro” (http://ciperchile.cl/2013/10/21/premio-nobel-de-
economia-teatro-puro-teatro/; 21.10.2013).
47. La antropóloga Susan McKinnon revisa la Psicología evolucionista, la cual no es más que una
aplicación pseudopsicológica de la ortodoxia económica y su mitología de una maximización
omnipresente. De ahí que se pueda aunar la crítica para ambas teorías.
48. El pragmatismo neoliberal llevará más lejos los graves problemas de la disciplina en la relación
teoría/realidad. Para Milton Friedman, la relevancia de los supuestos e hipótesis de una teoría no
pasa por el grado de verdad de sus descripciones; pues nunca podrán ser del todo verdaderas.
Según el Nobel de Economía 1976, las “hipótesis” son “predicciones suficientemente exactas”,
“suficientemente buenas para nuestros propósitos” (Valdés 1989). Se podría hablar de
una exactitud operativa y por cierto ideológica: el punto es si una hipótesis es útil para aplicar el
neoliberalismo a una sociedad.
49. Según el Gobierno de Chile (2012) en el país un 66,8 % de los trabajadores ganan menos de $
516 mil, un 45,7 % percibe un salario menor a $ 344 mil y un 29,1 % uno menor a $ 258 mil (en
dólares de agosto de 2014 son respectivamente: US $ 903, US $ 602 y US $ 452). Cifras que
son brutas, es decir, a las que deben descontarse a lo menos un 7 % para el fondo de salud y un
11 % para el fondo de pensión. Finalmente, los montos han de sopesarse al saber que el
Estado subsidiario chileno está muy lejos de ser algo parecido a uno del bienestar.
50. Así las cosas, ese lugar común ortodoxo que es Robinson Crusoe debe ser revisado. Pero,
igualmente por la declarada intención de Daniel Defoe expuesta en el “Prefacio” de su libro:
“justificar y honrar la sabiduría de la Providencia en toda variedad de circunstancias” (Monares
2012).
53. Al respecto tómense en cuenta las palabras del sociólogo Edgar Morin: “La economía, por
ejemplo, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social y
humanamente más atrasada, puesto que se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas,
políticas, psicológicas, ecológicas inseparables de las actividades económicas” (Morin 1999: 19).
54. Las palabras citadas son de Paul Krugman, Nobel de Economía 2008, quien afirma que lo
central “es hasta dónde se puede llevar” el “cuento” del “Homo economicus” ... y él mismo
llega lejos: al hablar de las teorías fundadas en la “idea de comportamiento racional” de Milton
Friedman (y Edmund Phelps), acerca de la relación entre empleo e inflación expuestas en 1967,
señala que resultó ser una “predicción”: “después de un periodo de inflación sostenido” las
personas introdujeron sus “expectativas de inflación futura en sus decisiones” y anularon “cualquier
efecto positivo de la inflación sobre el empleo”. Más allá de la predicción de Friedman, ello no hace
verdadero el supuesto de la naturaleza maximizadora; sólo se comprueba que el contexto de
mercado puede incentivar/obligar a que se decida/actúe en base a cálculos monetarios... al punto
de hacer operativo un supuesto falso.
55. Obviamente, no se quiere dejar fuera las posibles influencias del medio natural; pero, ello igual
será culturizado. En todo caso, se sabe que es otro el punto que se quiere aclarar en el texto.
57. Los economistas “científicos” asumen una especie de asepsia cultural, histórica e ideológica;
aun, estando entrampados en la tradición moderna. Situarse en la esfera de la ciencia occidental
moderna, desde ya implica aceptar y reproducir toda una serie de supuestos culturales, ideológicos
y hasta metafísicos (Monares 2012). Por otro lado, si nos atenemos a la definición de Lionel
Robbins de “ciencia económica”, no es posible dejar de mencionar sus agradecimientos a Ludwig
von Mises y a Friedrich Hayek… ¡vaya neutralidad apoyarse en la extrema derecha económica!
59. Ese deseo de lucro se validó hasta en oposición al propio Adam Smith y a reconocidos
economistas ortodoxos: “Es obvio que el dinero en sí mismo es tan sólo un medio: un medio de
cambio, un instrumento de cálculo (...) Sólo el avaro, esa monstruosidad psicológica, desea la
acumulación infinita de dinero” (Robbins 1951: 56).
60. No estamos aquí por un pueril choque de egos entre la Antropología y la Economía Moderna.
Tal como hay antropólogos rígidamente formalistas encasillando a diversas sociedades “primitivas”
en esquemas prefabricados y con cierto fondo racista, se tiene por ejemplo la economía
institucionalista o la economía del comportamiento que buscan integrar más variables a lo
económico desde la propia Economía Moderna. Asimismo, diferentes movimientos y declaraciones
de economistas y estudiantes de la especialidad buscan dejar de lado la rigidez y autismo del
enfoque “científico” dominante (ver por ejemplo: http://www.isipe.net./ y http://www.paecon.net/).
63. Aunque el tema excede a este trabajo, es interesante señalar que los
fundamentos deterministas de la Economía Moderna niegan el libre albedrío. Su cientificismo más
su pretensión de autonomía, sirven para situar a la Política —la vía racional para alcanzar la
felicidad y el bien común— por debajo y en función de la Economía. Cabe señalar que el rechazo
del libre albedrío y de la política racional, son características típicas de la cultura británica ilustrada
o pos Reforma Protestante (Monares 2012).
64. El texto es de Niall Ferguson, quien supuestamente toma distancia del nacionalismo inglés
para, tal como sus compatriotas, terminar alabando a Gran Bretaña.
65. Una vez más la modernidad de Marx y Engels (hegelianos además), queda en evidencia al
recordar su mirada racista de los pueblos no europeos a los cuales consideraban “bárbaros o
semibárbaros” (Marx 1983).
66. Incluso en las naciones modernizadas a raíz de imposiciones externas, no hay una conversión
cultural total; siempre se mediarán los rasgos exóticos desde la cultura propia. Interpretación que
es consciente cuando los procesos de cambio cultural son planificados internamente; como fue el
arquetípico caso japonés.
67. Esta manera holística de estudiar las formas reales de sustento, permitirá situar en un lugar
más adecuado al enfoque teórico-práctico de la Economía Moderna. En ese camino, se cree aquí
positivo renombrar los cursos que hoy pretenden tratar de la Economía y se los llama “Economía”,
con un título más adecuado a su especificidad: “Técnicas de maximización lucrativa”.
68. Las crisis financieras dejan al descubierto un tópico que tiende a olvidarse: si ya el lucrativo
sistema de mercado autorregulado es una ruptura con la generalidad de los sistemas
socioeconómicos humanos, se estableció una doble ruptura al desligarlo de la producción. El
capitalismo financiero especulativo busca ganancias sin entregar un resultadomaterial (bienes,
servicios y puestos de trabajo); lo cual hasta va contra la “ética del trabajo” del originario
capitalismo burgués de Adam Smith (Monares 2008). Al tomar en cuenta la lógica dominante de
lucro puro e infinito y la desregulación financiera, se concluye que eran esperables las periódicas
crisis que han azotado a la economía mundial desde fines del siglo XX.
69. Una parte no menor de la academia económica chilena asume diversas situaciones como
“técnicas”, por más que se trate de la promoción y resguardo estatal de negocios privados
perjudiciales para la ciudadanía y atentatorios contra la soberanía económica y política del país.
Algunos ejemplos son: la desprotección legalmente establecida de los consumidores y
trabajadores; la inconstitucional explotación privada del cobre y de los demás minerales, y el
bajísimoroyalty pagado por las mineras; la mercantilización de los derechos sociales; la
dependencia del crecimiento económico del consumo interno por medio del sobreendeudamiento;
la baja tasa impositiva para millonarios y grandes empresas; la privatización del sistema de
pensiones y su transformación en un lucrativo negocio; la privatización y sobreexplotación de los
recursos naturales; etc.
https://www.alainet.org/es/active/76509