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LLOBET | RELACION DEL ESTADO CON LA INFANCIA

El siglo que acaba de cerrarse [SXX], denominado en sus inicios ‘el siglo del niño’, ha sido el tiempo de la construcción
de la infancia como sujeto social. Este proceso se dio mediante la expulsión de los niños del espacio público, incluyendo
el espacio del trabajo asalariado, y su inclusión natural en el espacio de la domesticidad, el juego y la escolaridad […].

A inicios del SXXI, el lugar de la infancia tanto en las políticas publicas como en el imaginario parece haber cambiado
radicalmente.

A su vez, […] en estas décadas se desarrollan tres procesos sociales que han afectado la relación entre la población
infantil y el Estado: la recuperación de la democracia, el empobrecimiento económico de la población y la crisis del
sistema educativo. En este nuevo espacio de intercambios sociales, la infancia desaparece como sujeto unívoco,
fragmentada en los distintos sujetos infantiles.

LA INFANCIA COMO PROBLEMA DEL ESTADO

[…] en el país virreinal y revolucionario se puede percibir el inicio de un conflicto por el poder sobre los niños. El Estado,
como incipiente y precario gestor de la higiene y salubridad públicas, abre las puertas del hogar para comenzar a
regular las prácticas de crianza. En este escenario, la medicina (los médicos) opera un primer movimiento extractivo
[…]. Erigiendo la figura de la maternidad como deber sacro, se subordina a la madre a los intereses del niño,
representador por el médico e incipientemente garantizados por el Estado.

Existe entonces una infancia [siglos XVIII y XIX] que sale del ámbito familiar para entrar en el ámbito de las regulaciones
públicas de la mano de la higiene y de la salubridad.

Consolidada esta posibilidad de ingresar la gestión poblacional al espacio privado, el inicio del siglo XX coincide con los
debates sobre la educación universal y pública y el avance del Estado en sus políticas de higiene y control del riesgo –
[…] riesgo representado por poblaciones en riesgo y poblaciones de riesgo-.

El niño como objeto de saber es patrimonio de otras disciplinas, además de la medicina, cuyo fin es la integración
exitosa a las instituciones del Estado, lograda por medio de operaciones de clasificación, diagnóstico y reparación:
pedagogos, psiquiatras, damas de caridad, religiosos, médicos, abogados. […] la familia es un escenario reemplazable
si los especialistas comprueban que funciona mal, que no puede garantizar que un niño se transforme en un ciudadano
de bien, que lo expone, en un ‘caldo de cultivo’ de la delincuencia, a todo tipo de ‘peligros y abandonos morales y
materiales’. El Estado-Patronato, instancia superior de poder sobre el niño, puede relevar a los padres incompetentes
o carentes, reemplazándolos por quienes saben y reservándose el poder.
Este movimiento permite que el Estado ingrese al ámbito familiar, pone a la niñez en el espacio público como problema
social, pero extrae a los niños del escenario público como sujetos concretos. Los problemas de la categoría poblacional
son problemas a ser resueltos en el Estado y así son un escenario en el que se disputan proyectos políticos (p.ej.,
religioso versus laico-estatal). Complementariamente, los problemas de los niños individualmente considerados tienen
que ser resueltos en su ‘escenario natural’, la familia, de modo que la deambulación en la calle y la inclusión en el
mercado de trabajo serán dos aberraciones a ser rectificadas.

Esta particularidad doble que adquiere el tratamiento de la infancia por parte del Estado constituye una matriz estable
y eficaz a lo largo del siglo.

LOS MENORES COMO CUESTIÓN SOCIAL Y EL SISTEMA TUTELAR

Estas nociones […] posibilitan intervenciones normativas tendientes a eliminar la deambulación de los niños junto con
la gestión de futuro para ellos: evitar su destino delincuencial a partir de la intervención preventiva.

[…] podemos metaforizar que los menores -tal como son definidos aun hoy- ‘nacen’ en los EEUU en 1899. […] se toma
como parámetro el Tribunal de Menores de Illinois, que otorga su matriz a toda la jurisprudencia tutelar, la Doctrina
de la Situación Irregular. […] se plantea intervenciones preventivas que eviten el ‘contagio’ de los niños cuyo destino
manifiesto, a causa de su origen y situación, es el delito o la inmoralidad.

El positivismo, de la mano de la medicina y la higiene, aporta la cientificidad clasificatoria que es el objetivo profiláctico
de la época. La medicina mental y la psiquiatría infantil proveerán, posteriormente, elementos técnicos para la ‘gestión
racional de las poblaciones’ […], cuyo centro de administración es el tribunal de menores.
“El sistema de tribunales para menores fue parte de un movimiento general encaminado a sustraer a los adolescentes
de los procesos de derecho penal y a crear programas especiales para niños delincuentes, dependientes y
abandonados […]”.

Por su parte, las discusiones sobre la obligatoriedad de la escolaridad [ley 1420] marcaron diferentes posiciones sobre
la educabilidad de los niños. Las posturas liberales democráticas planteaban una educabilidad universal, más allá de
las diferencias sociales. Dentro del espectro católico y conservador se afirma que los niños pobres, por su
‘adultización’, no eran educables ni debían ser mezclados con los ‘alumnos’ (postura que terminó siendo también la
de Sarmiento): tenían que ser destinados a instituciones cuyo objeto fuese la reforma y corrección de los desviados.
Irónicamente, desde ambas posiciones se colaboró en la configuración de la minoridad: la educabilidad universal
gestionada con prácticas de homogeneización cultural y patologización de la diferencia, articulada con saberes
científicos sobre la normalidad de la infancia (psicopatología, psiquiatría infantil, psicología científica, pediatría) instaló
en el interior de la institución capital para la infancia, la escuela, una función clasificatoria, secundaria a la propuesta
universal, pero eficaz de separar la paja del trigo…

Como tercera línea de determinación, los propios movimientos obreros, en particular los socialistas, abogaron por la
higienización y moralización de las clases populares, abogando por la intervención racional del Estado. El sindicato de
canillitas, por ejemplo, fue uno de los más fuertes impulsores de la regulación y limitación del trabajo infantil.
La necesidad de evitar el ingreso de niños y jóvenes al sistema penal de adultos, combinada con una suposición de
incapacidad respecto de la infancia y la consecuente suposición de transparencia de la representaciones de los
intereses de los niños por parte de los adultos, configuró un complejo espacio en el que no estaban en juego derechos,
sino necesidades sociales vinculadas con el orden, la seguridad, la importancia económica de los miembros del Estado,
la necesidad de los niños de ser protegidos del abandono y el vicio. [Así] la protección era naturalmente realiada sobre
las personas y no sobre los derechos.

Sus efectos resultaron en la ausencia de garantías de derechos de la persona menor de edad. No había prisión
preventiva: se trataba de un internamiento con fines de protección y estudio […]. Era una medida de protección que
se tomaba por igual para niños y adolescentes victimas de delitos y para niños y adolescentes infractores, pudiendo
darse el caso de que un niño amparado -por abandono moral o material, por ejemplo- estuviera más tiempo internado
que un niño infractor, ya que no se sancionaban conductas.

[…] los debates que condujeron a consolidar estas posiciones articularon actores y posiciones diversos. No se trató […]
de un homogéneo actor oligárquico. […] el sindicato de canillitas, el Partido Socialista, la Sociedad de Pediatría, las y
los maestras/os liberales, el propio Estado democrático, el gobierno radical, conformaban el ala progresista de un
debate contra la Iglesia Católica y las Sociedades de Beneficiencia, que, instaladas en formular los problemas sociales
más en términos de caridad, excluían al Estado de la gestión social e imposibilitaban el debate en términos políticos y
de derechos.

La institución del Patronato fue redefinida y modernizada por la Ley Agote, comenzando el camino que limitará la
autoridad parental y constituirá el problema de la infancia como legítimamente un problema del campo público […].

MENORES ABANDONADOS, ÚNICOS PRIVILEGIADOS, NIÑOS PSICOLOGIZADOS….

La década del 30 marcó el inicio de cambios tendientes a centralizar en el Estado la gestión social, surgiendo la
burocracia técnica configurada por los profesionales del área social. Durante las décadas del 40 y 50 se avanzó en la
legislación “que definió la función tutelar del Estado sobre los menores” […]. Comienza la separación de la asistencia
social de la educación, restringiéndose la Comisión Nacional de Ayuda Escolar para ser reemplaza en sus acciones por
la Dirección Nacional de Asistencia Social en 1948 y luego por la Fundación de Ayuda Social en 1950 (Fundación Eva
Perón). El aparato institucional y edilicio heredado de la burguesía es completado con la suma de las ciudades y
hogares del pintorequismo californiano preferido por el peronismo.
En la historia mítica del campo de la minoridad, se produce un vacío que abarca las décadas del 40 hasta el 70. Este
espacio temporal es cubierto con el relato de ‘los años dorados’: un Estado que funcionaba, en un país rico y
caminando sin distracciones hacia su pleno desarrollo, que no producía menores: no había restos de infancia… De
alguna manera, parece concretarse la figura del único privilegiado como una legítima y veraz representación del niño.

Sin embargo […] la heterogeneidad de los sujetos infantiles aparece expresada en las décadas del 40 y 50 hasta la
fragmentación que comienza a hacerse presente claramente desde los 60. Entre ambos períodos, lo que parece
cambiar radicalmente es la modalidad de presencia de los adultos y los escenarios legítimos para la filiación de los
niños a un orden cultural que les sea propio. Sobre esos años, el análisis de la obra de Berni muestra una ciudad que
es espacio público de encuentro intergeneracional […].

La heterogeneidad social hallaba en la calle y la escuela el espacio de inclusión que trabajaba por la homogeneización.

La escuela era un espacio habitado por maestras y maestros que configuraban “el segundo hogar”, espacio donde las
lecturas eran marcadas por libros tales como La razón de mi vida […]. Libros que prometían al niño un futuro construido
con valores unívocos de los que los adultos pretendían ser ejemplo. Los adultos parecían acoger a un niño en
formación, eran así responsables por su presente y futuro.

En los 60, los cambios demográficos, familiares y de clima cultural y político comienzan una renovación de las
relaciones de los adultos con los niños […].

En los gobiernos dictatoriales de esta década fueron reemplazadas las denominaciones institucionales y programáticas
“de menores” para pasara a ser “de menores y familia”. Este deslizamiento se acompañó de debates relativos a la
institucionalización, y a la necesidad de reintegración familiar de los menores. […] giro intimista promovido por la
psicología, la medicina y la pedagogía, al indagar por las formas familiares del abandono y del maltrato. Así surgió el
Régimen de Familia Sustituta para diferenciar a niños “con graves problemas” de aquellos que no los tuvieran […].
La dictadura inauguró también una modalidad perversa, en la que el fuerte reingreso del modelo policíaco con la ley
22.278 (sumada a las leyes 14.394 y 10.903) se combinaba con las instituciones totales no ya para estigmatizar, sino
para renegar identidades, articulando la Doctrina de la Situación Irregular, en la que se produce un deslizamiento, que
agrega a la idea de menor abandonado, propia del paradigma anterior, la concepción de población de riesgo. Niños
villeros y niños de opositores políticos […]. Niños que habitan una calle que deja de ser espacio de encuentro y
socialización para comenzar un tránsito que va desde el terror (la Policía de la Minoridad, el Cuerpo de Vigilancia
Juvenil, las razzias callejeras) y la prohibición del encuentro y la cultura pública (prohibición de las murgas y derogación
del feriado de carnaval) hasta la privatización que marca la fragmentación social de los 90.

El Estado dicatorial transformó en resto, en exceso sintomático -es decir, índice y sustitución del conflicto- a aquellos
niños que por su mera existencia planteaban la no-universalizalidad del proyecto totalitario, jaqueaban su hegemonía.
Con este movimiento de renegación el Estado expulsaba, a la manera de residuo, a todo un sector de la infancia de las
posibilidades de filiación cultural.
A inicios de los 80, la matriz que moldeaba las acciones respecto de las niñas y niños en situación de calles se
encontraba en la educación popular y la pedagogía de la liberación, herencia del trabajo de base de los 70. El trabajo
se realizaba en el espacio callejero, intentando básicamente suplir a la escuela. Estas prácticas […] fueron inicialmente
incorporadas por las instituciones del Estado, y luego abandonadas y cuestionadas como ineficaces. […]

Estas prácticas estaban ligadas a una posición política transformadora que partía de cuestionar la posición del Estado
y de criticar los dispositivos de poder-saber. Pero su incorporación a instituciones estatales en el marco de la
despolitización de la sociedad civil y de una serie de procesos disciplinares (psicologización, judicialización y
patologización de los problemas sociales) incluía un conflicto en la propia definición de los objetivos institucionales y
los problemas para los que eran formuladas.

LOS NOVENTA: SUJETOS DE DERECHOS Y DESUJETACIÓN ESTATAL

A fines de la década, esta institución, que en sus declaraciones fundacionales se enmarcaba en la protección de los
derechos de la infancia y derivaba su necesidad de la CDN1, era vista como transfiguración del Patronato de la Infancia
[…].

1
CONVENCIÓN SOBRE LOS DERECHOS DEL NIÑO
Este escenario planteó […] dos posiciones antagónicas y claramente polarizadas: quienes se posicionaban defendiendo
la continuidad del modelo punitivo, en función de la peligrosidad social, la necesidad de tutela, la inadecuación de las
familias, etc., y quienes, por el contrario, defendían la condición del “niño sujeto de derechos” propiciad por la CDN y,
por lo mismo, planteaban una reformulación o abolición de las políticas tutelares en la nueva dirección.

HETEROGENEIDAD, FRAGMENTACIÓN Y DESTINO

[…] la relación del Estado y del mundo audlto con la población infantil parece dibujarse como una relación de
desacogida, de no bienvenida.
[…] la relación del Estado con la infancia parece ser, cada vez, la relación con un actor que representa otra cosa: un
peligro para la salubridad, el futuro de la nación, la modernidad, el delincuente adulto o el revolucionario adulto, el
futuro devastado… Las operaciones de representación del supuesto interés del niño adoptan el lenguaje del amor, la
indefensión, la legítima necesidad de cuidados y conmiseración, para hablar […] de intereses que marcan una tensión,
un cambio del papel del Estado en su relación con la sociedad.

Es probable que la homogeneización bajo la categoría infancia de existencias heterogéneas tensión un campo de
problemas. También es probable que “infancia” sea una superficie en la que se reflejan ideales y proyectos de lucha.

UNA SÍNTESIS DEL PROCESO DE REDACCIÓN Y SUSCRIPCIÓN DE LA CDN


[Puede decirse que el texto de la CDN expresa] “el hito más importante del proceso de globalización del ideal
occidental referido a la posición del niño en la sociedad contemporánea”.

Al mismo tiempo implica la universalización -al menos instrumental- de los derechos humanos de niños, niñas y
adolescentes. La situación de la infancia en nuestro país en particular […] abre a cuestionar la eficacia material de tal
universalización de derechos. Se trata, sin embargo, del instrumento de derechos humanos más amplia y más
rápidamente ratificado por los países del mundo […].
LAS INSTITUCIONES PARA LA INFANCIA
EL CONTEXTO (Y EL TEXTO) INSTITUCIONAL

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