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Raphaël Lonné (1910-1989) es considerado una de las figu-

ras centrales del art brut, definido por el artista francés Jean
Dubuffet como toda práctica artística, intermitente o permanen-
te, realizada por una persona «indemne» de cultura. Originario de
la región francesa de las Landas, cartero de profesión, Lonné

dibujos
comenzó a dibujar en 1950 con motivo de una sesión espiritista.
Aunque rápidamente se desentiende del espiritismo, sigue dibu-
jando, alternando periodos de gran producción con otros de esca-
sa actividad. Gracias al famoso doctor Gaston Ferdière, su obra
llega al conocimiento de Dubuffet, quien adquiere unos 450 di-
bujos que hoy se encuentran en la Collection de l’Art Brut de

RAPHAËL LONNÉ
Lausana. Dueño de una técnica sorprendente, Lonné recurría
tanto a los lápices de colores, los rotuladores y la pintura al agua
y la cera como al bolígrafo, la tinta china y la mina de plomo, en
cuyo manejo era muy diestro. Lonné también ha dejado algunas
pinturas vigorosas sobre papel, una especie de composiciones-
relieves que lo acercan a los surrealistas. Este volumen incluye
dos reveladores ensayos sobre su trabajo, así como una amplia
selección (inédita en España hasta la fecha) de sus obras.
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CONSORCIO DEL CÍRCULO DE BELLAS ARTES


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Raphaël Lonné
dibujos
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CÍRCULO DE BELLAS ARTES EXPOSICIÓN


Presidente Comisario
Juan Miguel Hernández León Josette Rasle

Director Área de Artes Plásticas del CBA


Juan Barja Laura Manzano
Eduardo Navarro
Subdirector Camille Jutant
Javier López-Roberts
Montaje
Coordinadora Cultural Departamento Técnico del CBA
Lidija Sircelj
Seguro
Staï

Transporte
Transferex

CATÁLOGO
Área de Edición del CBA
César Rendueles
Jordi Doce
Carolina del Olmo
Elena Iglesias Serna
Paula Santimariña

Diseño gráfico
Estudio Joaquín Gallego

Traducción
Inés Bértolo

Impresión
Brizzolis

© Círculo de Bellas Artes, 2006


Alcalá, 42. 28014 Madrid
www.circulobellasartes.com

© de los textos: sus autores


© retrato Raphaël Lonné: Pierre Bérenger
© de las fotos: Michel Fischer, Olivier Laffely, Gilles
Walusinski, Philip Bernard y Adrien Alleaume

ISBN-13: 978-84-86418-89-2
Dep. Legal:
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Raphaël Lonné
dibujos
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El art brut interroga y replantea las fronteras del museo, los límites de la Historia del Arte. Como
práctica, tal vez, siempre ha existido aunque el concepto fuera forjado a mediados del siglo xx por
el artista francés Jean Dubuffet (1901–1985). El art brut designa toda práctica artística, intermi-
tente o permanente, realizada por una persona indemne de cultura. ¿Cómo una institución
puede, pues, acoger obras cuyos soportes son frágiles y efímeros y cuyos autores se sitúan muy
lejos de las tendencias artísticas oficiales? El museo tendrá, entonces, que encontrar un lenguaje
apropiado para acercarse a un movimiento realmente inclasificable, como bien lo demuestra la
imposibilidad de fijar una terminología: art brut, outsider art, arte en bruto, artistas brut.

Una de las opciones posibles es considerar muchas facetas del fenómeno e intentar ofrecer un
amplio recorrido por su historia y sus protagonistas. Después del ciclo de conferencias Alrededor
del Art Brut en febrero de 2006 y de la exposición de la Collection de l’Art Brut, de Lausana, Genio y
Delirio, en julio de 2006, el Círculo de Bellas Artes quiere continuar con un dibujante muy pecu-
liar. Raphaël Lonné (1910-1989), cartero-auxiliar en la oficina de correos de Biscarosse, en las
Landas, es considerado como un artista de art brut, aunque su encuentro con el llamado art spirite
(en otros términos, el arte dictado por los espíritus) tuvo cierto impacto en su labor de dibujante,
sobre todo en su inicios. Como había adquirido rápidamente una técnica sorprendente, recurrió
por igual a lápices de colores, rotuladores, la pintura al agua, la cera, el bolígrafo, la tinta china o la
mina de plomo, con la que alcanzó gran destreza. Lonné también dejó algunas pinturas vigorosas
sobre papel, una especie de composiciones-relieves que lo acercan a los surrealistas.

Con esta exposición, que cierra nuestro ciclo de actividades alrededor del art brut, no preten-
demos encerrar este movimiento y darle una definición fija. Preferimos decir que ha sido una
aventura apasionante y un gran desafío familiarizarse un poco más con unas obras inéditas y
unos autores que no dejan de dislocar las reglas y presupuestos del arte oficial.
Juan Miguel Hernández León
Presidente del Círculo de Bellas Artes
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Raphaël Lonné
JOSETTE RASLE

Existen tantos vocablos –arte fuera-de-norma, arte singular, arte aislado, irregulares, outsi-
ders, arte mediúmnico, arte de los locos…– para designar el trabajo surgido del inconsciente
de personas «indemnes de cultura artística», con una lógica autárquica, a menudo autodidac-
tas, marginales o aisladas, originarias en su gran mayoría de ambientes populares y cuyas
obras se sitúan fuera del campo estético oficial, que podríamos perdernos. Tanto más cuanto
que artistas clasificados en esta categoría –como Aloïse, Chomo, Chaissac, por no citarles más
que a ellos– son dueños de un saber artístico innegable. Aloïse poseía la sólida cultura de una
institutriz de la época, Chomo obtuvo el primer premio de la academia de Valenciennes y
Chaissac dio sus primeros pasos con el pintor abstracto Otto Freundlich y más tarde con el
cubista Albert Gleizes. Por lo tanto, hay que ser cautelosos antes de etiquetar a un artista cuyo
perfil recoja todos o una parte de los criterios citados anteriormente.

En 1945, Jean Dubuffet engloba estas múltiples apelaciones bajo la denominación art brut.
Define el concepto de forma estricta, lo que le obligará a revisar ciertas obras que él mismo había
elegido y a crear, paralelamente a su colección de art brut, una colección llamada «Nueva inven-
ción» para reunir a artistas que, como Chaissac, plantean ciertos interrogantes. Prohíbe a toda
institución distinta de la Collection de l’Art Brut de Lausana revindicar1 la etiqueta art brut. Sólo
merecerán esta denominación las obras –que pacientemente ha agrupado para su colección–
«marcadas por un carácter personal muy afirmado, creadas fuera de la influencia de las artes tra-
dicionales y que también, al mismo tiempo –ya que sin esto no hay arte–, apelan a las capas pro-

1 M. Ragon, «Fabuleuse collection» en La Fabuloserie [catálogo de la exposición homónima de la Collection de l’Art Brut
de Alain y Caroline Bourbonnais celebrada en Museum Bochum], Bochum, Wienand Verlag & Medien, 2001.
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fundas del ser humano –a los estratos de lo salvaje– y transmiten su ardiente lenguaje» 2. El
tiempo ha pasado y hoy predomina este término, aunque los demás sinónimos persisten.

El art brut, del que se ha discutido y se sigue discutiendo su lugar en el arte del siglo xx –para
algunos es parte integrante del mismo, para otros ocupa un lugar muy al margen y en ningún
caso debería ligarse al arte «patentado» e institucionalizarse–, muestra una gran vitalidad y
reúne a un público cada vez más amplio, de horizontes muy diversos. Con el tiempo, las expo-
siciones se han multiplicado y se han formado colecciones; el Museo de arte moderno de Lille
Métropole, que recibió en donación la colección de l’Aracine3, próximamente se enriquecerá
con un edificio dedicado a este arte.

Cuando se habla del art brut, aparece la figura del cartero Raphaël Lonné, de quien se señala
enseguida su pertenencia al arte mediúmnico o espiritista. «Se sabe que el espiritismo es una
doctrina y una práctica ritualizada de comunicación con los muertos a través de médiums.
Apareció a mediados del siglo xix, y en seguida se puso de moda en toda Europa y en Estados
Unidos. Entre los primeros adeptos se encuentran Victor Hugo, Victorien Sardou (…)» 4. Lonné
fue iniciado en las teorías espiritistas de Allan Kardec por una pareja de jubilados del norte, ins-
talados en Biscarrosse, y fue durante una sesión espiritista –la primera y única en la que parti-
cipó– con ellos y con Cyprienne, su esposa, cuando comenzó su carrera de dibujante.

Los dos ensayos (así los bautiza él mismo) mediúmnicos encontrados en sus archivos precisan
que esta sesión tuvo lugar el 15 de febrero de 1950, que Lonné acabó el primero –dos folios
garabateados por ambos lados– a las 23:45 aproximadamente y que realizó el otro después de
medianoche, puesto que el segundo tiene fecha del 16 de febrero de 1950; por desgracia, no
indica la hora de comienzo ni de terminación de este segundo ensayo, realizado a doble página
en un papel idéntico al primero, del que sólo rellenó la parte interior. Por lo tanto, podríamos
deducir que lo realizó inmediatamente después del anterior o durante la jornada del día 16, lo
que supondría entonces que de nuevo se había «vaciado la mente para dejar acudir a los espí-
ritus», un fenómeno que después se produciría regularmente. Pero esto es improbable ya que
a Laurent Danchin, quien le interrogó sobre este punto para una película, le respondió que
había acabado la velada con una caricatura, la cual se encuentra al final del segundo ensayo y
no del primero. «En un momento dado, entonces, tenía el lápiz, cada uno teníamos un lápiz,
en una esquina de la mesa, e intentábamos tener una relación, un contacto con fuerzas desco-
nocidas. Y entonces yo, de repente, tomé mi lápiz y dibujé unos arabescos, le di más y más
vueltas y llené, ensucié dos o tres folios de papel, no salía nada. Nada, le digo, muecas, arabes-
cos. Y… en un momento dado, terminé mi obra con una caricatura que no se parecía a nada…
no era ni animal ni humano, no se podía definir, simplemente era» 5. En cambio, la primera

2 J. Dubuffet, «Honneur aux valeurs sauvages» en L’homme du commun à l’ouvrage, París, Gallimard, 1973.
3 En 1983, Madeleine Lommel crea, con Michel Nedjar y Claire Teller, la Fundación l’Aracine, que reúne su colección
personal (más de 3.000 obras) y debe compensar, presuntamente, la donación efectuada por Dubuffet a Suiza. Primero
instalada en Neuilly-sur-Marne, esta colección fue confiada en 1996 al Museo de arte moderno de Lille Métropole a
condición de que ocupara un lugar en un edificio específico.
4 M. Thévoz, Art Brut, psychose et médiumnité, París, La Différence, 1990.
5 Raphaël Lonné, dessinateur médiumnique, película de Bernard Gazet y Laurent Dachin, 13’, música original de Marc
Ferry, 1986.
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tentativa acaba con un texto legible, no puntuado: «hay que salir de viaje en su compañía no
hay forma de hacerlo de otro modo ya que lo harían entre deu y dem». La palabra queda inaca-
bada y da nacimiento a un personaje de pie muy nítido, a la derecha del cual pone «malo» con
una firma incomprensible. Fuere lo que fuese, estas dos experiencias sin interés plástico, una
especie de electrocardiogramas fantasiosos, de hilos de encaje desenrollados que se transfor-
man en algunos sitios en una escritura en la que no se pueden localizar las palabras, son dig-
nos de atención, ya que prueban que la técnica de Lonné –que es la de muchos artistas
mediúmnicos, es decir: empieza sistemáticamente sus obras a la izquierda para acabar abajo a
la derecha– se impuso desde el principio. ¡Y qué decir de ese perfil, sin duda torpe, pero que
encontraremos de forma recurrente y sutilmente afinado en lo trabajos que seguirán!

En 1963, cuando pinta sus primeras composiciones en color, en las que encontramos la misma
autoridad que en sus obras a tinta china, mina de plomo o bolígrafo… le confía a José Pierre:
«Para el color, hago fondos primero y luego consigo ligarlo con el negro que paso ligeramente. Y
a veces abandono sin retoques, otras veces lo retomo porque no me ha gustado del todo. Me con-
trolo un poco más con el color, algo que no he hecho con el dibujo, compongo más. Pero com-
pongo sin saber, es decir que me fío siempre de mi intuición y sigo las directrices que me son
dadas, ciertamente, poco a poco…»6.

Estos comienzos artísticos situados bajo el signo del espiritismo, y esta reflexión –aparecen otras
similares en diversos artículos– ¿son suficientes para hacer de él un «delegado de la mediumni-
dad»? Raphaël Lonné no puede compararse en absoluto a Auguste Lesage, el cual, hasta el
momento de su muerte, manifestó estar guiado por los espíritus; o a Joseph Crépin, que recibió la
misión de pintar trescientos cuadros, condición previa al restablecimiento de la paz en el mundo.
Además, Lonné nunca trabajó en estado de trance, siempre fue consciente de lo que realizaba.

Entonces, para él, ¿la mediumnidad no fue más que una legitimación metafísica? ¿La coartada,
como llegó a pensar Jean Dubuffet, que le habría dado derecho a hacer algo de lo que no podía asu-
mir toda la responsabilidad por miedo a las mofas? Así, rechazó toda referencia al espiritismo
cuando el reconocimiento de sus dotes artísticas fue efectivo y adquirió, a la vez, confianza en sí
mismo. El pintor Odilon Redon recordaba que «todo se hace por una sumisión a la llegada del
inconsciente» y Lonné, como todo creador, está sujeto a ello.

El 4 de abril de 1951, Lonné escribe al famoso doctor Ferdière, médico, entre otros, de Antonin
Artaud, y que desde 1939 había lanzado «un llamamiento a favor de un museo de Arte psicopa-
tológico»; se conocieron en Anglet el 8 de abril. Ferdière fue el primero que le habló de Lesage y
también de la noción de arte mediúmnico 7. En 1963, el médico le mostró a Jean Dubuffet los
dibujos que el cartero le había regalado. Enseguida, Dubuffet observó su calidad estética y su
autenticidad, y quiso conocer al artista, con el que se entrevistó ese mismo año. Desde entonces,
no dejó de aportar a Lonné su afectuoso apoyo, aunque a veces lo tratara con rudeza (Dubuffet
mostraba un lado muy fustigador y posesivo con sus protegidos), y de acompañarlo por ese
mundo del arte tan nuevo para él. Entre 1963 y 1974 adquiere más de cuatrocientas obras (vendi-

6 José Pierre, «Raphaël Lonné et le retour des mediums» [entrevista], L’œil, 216 (diciembre de 1972).
7 A. Roumieux y L. Danchin, Artaud et l’asile, Tomo II, París, Séguier, 1996.
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das o regaladas por el artista) que hoy se encuentran en la Collection de l’Art Brut en Lausana, lo
cual merece mencionarse si se considera que el artista pasa algunos periodos de silencio tras
aquel bendito y decisivo año de 1950.

Lonné teje encajes de pequeño formato –sus cuadros rara vez sobrepasan los 50 x 65 cm–, una
suerte de sueños en movimiento con un gran sentido del ritmo, que incluso recuerdan a ciertos
dibujos a lápiz del Conde de Tromelin, aunque los monstruos de este parecen beber más de las
aguas de los pantanos que de las fuentes de la gracia burlona. El mundo de Lonné, por el contra-
rio, está más cerca de El sueño de una noche de verano de Shakespeare (la angustia no está ausente,
sin embargo, de su obra) que de La noche de Walpurgis de Gustav Meyrink. Aunque de espíritu
diferente, sus dibujos evocan también a Michaux, con la diferencia de que la forma espontánea
de crear de este último implicaba a posteriori un sentido. Algo que sin embargo no preocupa a
Lonné, que nunca intenta definir su trabajo.

A menudo sin título («una vez hechos mis dibujos –precisa nuevamente a José Pierre 8–, soy
incapaz de ponerles nombre»), sin fecha (o por el contrario fechados con enorme precisión),
sus dibujos, sus escritos podríamos decir en ocasiones, constituyen también juegos sobre lo
visible y lo invisible. A veces el ojo necesita tiempo para descubrir el perfil, el animal, el pájaro o
el pez –que reaparecen de forma obsesiva– disimulados tras el arbusto o en el enmarañamiento
fantástico de este mundo minero-animal-vegetal. Líneas que se funden, se engendran, se des-
pliegan sobre toda la superficie, creando espacios de luz juiciosamente repartidos que dan a la
obra una vibración particular.

Lonné trabaja en la condensación, al estilo de un miniaturista, y sus cuadros, que podrían pare-
cer repetitivos a un espectador superficial o con prisas, muestran una variedad y una preocupa-
ción (consciente o no) por recrear una nueva superficie para cada obra. La diferencia entre un
cuadro y otro es a veces ínfima, pero desde luego existe.

«Poesía gráfica»: así es como el artista, fallecido en 1989, nombraba sus trabajos, y de hecho, se
trata en efecto de poesía, una poesía vigorosa, con una composición perfectamente controlada,
que encuentra su inspiración en el fondo de los mares, las corrientes de lava, las rocas, las pro-
fundidades impalpables del ser y del universo.

8 J. Pierre, op. cit.


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La leyenda espiritista de Raphaël Lonné


CHRISTIAN DELACAMPAGNE

Un dibujo de Raphaël Lonné se reconoce a primera vista: nadie ha sabido, como él, transformar
la técnica del bosquejo en arte sofisticado. Ningún artista ha conseguido utilizar tan bien sus pro-
pios impulsos gráficos, ligados a una simple pluma mojada en tinta, para construir arquitecturas
de una ligereza arácnea. Su trabajo pudo ser fuente de ideas para Jean Dubuffet, al que fascinó lo
bastante para que le comprara, a principios de los años sesenta, unos cuatrocientos dibujos de
golpe, justo en el mismo momento en que comenzaba la elaboración de su ciclo de obras
l’Hourloupe. También ha podido ejercer influencia sobre Henri Michaux. Y, quién sabe, sobre
otros artistas profesionales a los que Dubuffet habría mostrado sus adquisiciones en una época
en que éstas todavía eran desconocidas para el gran público. Pero, aunque ha podido provocar en
otros las ganas de dibujar «a su manera», el estilo de Lonné nunca ha podido ser igualado.

Y con razón. Ningún dibujante se ha comprometido tan radicalmente como él en esta vía extraña:
la vía de una abstracción a la vez brotadora, proliferante y rigurosamente enmarcada, extendida
all over 1 la superficie del folio de papel y en el seno de la cual la figura humana, reducida a casi
nada, no aparece más que de forma fragmentada, por no decir que apenas aparece –como si estu-
viéramos en un mundo onírico, un mundo de seres liliputienses–. Tampoco nadie ha trabajado
tanto tiempo como él en dibujos de tan pequeño formato: era capaz de dedicarles, noche tras
noche (ya que por costumbre sólo trabajaba de noche, después de cenar, bajo la luz de la única
bombilla que colgaba del techo de su cocina), decenas de horas seguidas, hasta perfeccionar el
más pequeño de los detalles, puesto que era en el hecho de mostrar a sus amigos ese triunfo sobre
lo infinitamente pequeño donde residía, al día siguiente, su orgullo y su júbilo de artista…

1 En inglés en el original.
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Y, sin embargo, a pesar de la singularidad y el refinamiento incontestable de la creación de Lonné,


imposible de confundir con ningún otro de los innumerables estilos de abstracción lírica que se
extienden por América y Europa tras la segunda guerra mundial, y todavía más imposible de con-
fundir con cualquier «garabato» infantil o incluso con dibujos «automáticos» como los que
André Masson ejecutaba en los años 1920, su obra no deja de sufrir, desde hace casi medio siglo,
una especie de prejuicio condescendiente: Lonné, dicen como para excusarle (pero ¿de qué?), fue
adepto del espiritismo. Y esto es lo que explicaría la eclosión, en este simpático cartero originario
del suroeste de Francia, de una vocación artística que, de otra forma, nunca se habría manifestado.

Hay que reconocer que Lonné es el primer responsable de la circulación de esta leyenda puesto
que fue él quien, al presentar las cosas así a Dubuffet, orientó en ese sentido la nota biográfica
que este último le dedicó en el número 1 de los Cahiers de l’Art Brut (1964) 2, y que no ha dejado de
ser piadosamente copiada desde entonces, sin una onza de espíritu crítico, por la mayoría de los
catálogos de exposición dedicados a él, ya sea en Francia o en el extranjero (menos mal que hay
excepciones, como el catálogo de la exposición del Museo de Correos, París, 2006). Pero la sin-
ceridad de esta «confesión», así como su verdadero significado, deben relativizarse seriamente.

Como muchos artistas, Lonné ponía especial cuidado en ocultar sus «secretos» de fabrica-
ción. No soportaba sentirse observado al dibujar, ni que nadie entrase en la cocina que le ser-
vía de taller si no estaba vestido «para recibir». Además, sobre todo, era un hombre modesto,
originario de un ambiente rural donde, en su juventud, ni siquiera se hablaba francés sino una
lengua perseguida por la administración y juzgada, en la época, como un vulgar «dialecto»: el
gascón (él mismo siguió hablando gascón con su mujer durante casi toda su vida). Como vivía
en uno de esos terribles pueblecitos donde todos saben todo de sus vecinos y donde nadie
puede escapar a la presión del colectivo, en una región –las Landas– donde la creencia en el
espiritismo podía pasar todavía en los años sesenta por una forma de brujería y provocar así
rumores malintencionados, e incluso molestias más sustanciales, a Lonné no le apetecía en
absoluto destacar o alcanzar la fama. «Para vivir felices, vivamos escondidos», le gustaba
repetir. Sin duda, es una razón más que suficiente para explicar que nunca haya querido
«jugar a ser artista» o «se monter le col» 3, como se dice en francés.

Pero esta modestia que confina con la humildad no debería hoy tornarse en su contra. Decir que
Lonné necesitó el espiritismo para convertirse en lo que ha sido me parece absolutamente exce-
sivo. Por lo tanto, permítanme dar una versión diferente de esta historia.

Para entender mejor la génesis del trabajo de Lonné, propongo que volvamos a su pueblo natal,
Montfort-en-Chalosse, situado al pie de los Pirineos, al sur de Dax: es ahí donde todo empieza.
En este pueblo transcurrió su juventud, acaparada por el trabajo duro de la granja –ya que había
que trabajar muy duro para sobrevivir en el campo cuando se nacía en una familia pobre en
aquella época–. Y fue durante los ratos libres que le dejaban sus ocupaciones agrícolas cuando
Raphaël sintió, muy pronto, las ganas de expresarse a través de medios artísticos. Pero si las
ganas estaban ahí, inseparables de una alegre vitalidad que nunca le faltó, y si en el fondo deseaba

2 Texto recogido en el tomo I de Prospectus et tous écrits suivants, París, Gallimard, 1967.
3 «Subirse el cuello», expresión francesa que significa «alardear de algo». (N. T.)
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La leyenda espiritista de Raphaël Lonné 17

hacer algo que sorprendiera a los que le rodeaban y sentía que era capaz de hacerlo, encontrar
los instrumentos apropiados a tal efecto no era fácil para un joven campesino privado de toda
relación citadina –aunque dejó la escuela con el certificado de estudios en el bolsillo, lo cual ya
era todo un éxito para un chico de su condición.

En la región del sur de Dax, en los años treinta, no se conocían otras fuentes de distracción que
las que procuraba la sociedad tradicional de la Chalosse; y esta región vinícola y ganadera era (y
sigue siendo) famosa sobre todo por sus fiestas, sus ferias, sus carreras de vacas landesas, sus
conciertos de bandas 4 (o fanfarrias de instrumentos de viento), sus bailes y sus banquetes,
durante los cuales, a veces, las mentes brillantes del lugar improvisaban versos gascones o con-
taban bromas en «dialecto» para hacer reír a las chicas. Lonné empezó a trabajar, como si dijé-
ramos, de forma muy natural, en dos direcciones simultáneas: la poesía y la música. Como
músico eligió dedicarse primero a la tuba, luego a la batería. Este último instrumento acabó por
obtener su preferencia: más tarde siguió tocándolo en la banda 5 local de Montfort siempre que
pudo hasta después de cumplidos los cincuenta años. Sentía un vivo placer al ocupar un lugar en
la pequeña orquesta y todo el pueblo parecía muy contento con su participación.

La poesía era en cierto sentido más difícil debido a los requisitos formales que exige la versi-
ficación. Pero Lonné había ido a la escuela. Enseguida demostró que era perfectamente capaz
de alinear, uno tras otro, una decena de alejandrinos en francés (el típico verso de la poesía
francesa clásica) y luego también en gascón. Pronto, las chanzas rimadas, la invención de bro-
mas picantes y demás ejercicios de improvisación a los que se desafiaban los jóvenes en las
fiestas le parecieron de un nivel demasiado bajo para él. Se atrevió entonces a redactar poesías
gasconas más largas y ambiciosas, con contenidos moralizadores, un poco al estilo de las fábu-
las de La Fontaine. Luego, al revelarse abundante su inspiración e insuficiente la forma poé-
tica, comenzó a redactar, en prosa, cuentos y fábulas cuya materia extraía del antiguo conjunto
de historias edificantes transmitidas de generación en generación en los pueblos de Chalosse
durante las largas veladas de invierno, junto a la chimenea. Así, en todas las épocas de su vida,
llenó con su escritura numerosos cuadernos de estudiante. Éstos todavía no se han publicado:
es una pena, ya que podrían interesar a los especialistas en gascón tanto como a los especialis-
tas en literatura oral –Lonné hablaba un excelente gascón y era un lector asiduo de Reclams, la
principal revista literaria existente en esta lengua.

Más tarde, cuando el doctor Ferdière (el famoso psiquiatra y el primero en descubrir la existencia
de sus dibujos), y luego Jean Dubuffet, además de otros distinguidos visitantes parisinos, toma-
ron la costumbre de presentarse en su casa, redactó también para ellos, pero esta vez en francés,
varios poemas largos en alejandrinos, en los cuales creyó necesario resumir lo esencial de sus cre-
encias filosóficas y religiosas: asunto que retomaré más adelante.

Remitámonos una última vez a la juventud de Raphaël, una época anterior a la segunda guerra
mundial en la que todavía no había abrazado el oficio de cartero: fue a partir de ahí, quisiera
apuntarlo porque me lo dijo a menudo, cuando empezó a dibujar. Desgraciadamente, no hemos

4 En castellano en el original. (N. T.)


5 Íb.
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conservado ninguno de esos primeros dibujos. Pero no es difícil imaginarlos: eran, decía Lonné,
dibujos figurativos, sacados de la naturaleza y en los que aparecían personajes por él conocidos,
habitantes del pueblo o de los alrededores. Sin embargo, no estaban nada logrados, según él, en
la medida en que no tenían ningún parecido con los seres reales. No conseguía trazar los rostros,
y esos dibujos que pretendían ser caricaturas no tenían en realidad mucha gracia. En cuanto a
los problemas de perspectiva, los juzgaba un poco intimidantes. Sin duda, ésa es la razón por
la que esta faceta de su actividad artística tuvo, hasta 1950, una importancia menor al resto.

Evidentemente, a partir de esa fecha las cosas cambiaron. La famosa (y única) sesión de espiri-
tismo a la que asistió, un poco por casualidad, en febrero de ese año, no le aportó ninguna revela-
ción particular. Pero, a falta de ver volar las mesas o hablar a los espíritus, le sugirió una idea
sencilla: ¿por qué no dejar correr el lápiz sobre la hoja siguiendo sus impulsos? Y, a falta de reali-
zar un dibujo figurativo sin encanto o caricaturas fallidas, ¿por qué no utilizar este procedimiento
para ejecutar un dibujo abstracto al que no le faltara ni gracia ni misterio?

A partir de ahí, sólo necesitaba ejercitarse. Lonné se dedicó a ello solo, como un verdadero auto-
didacta, en la tranquilidad de su hogar. Enseguida obtuvo un resultado que le satisfizo, lo que, por
otra parte, era lo principal para él, ya que nunca apuntó más alto que a su propia satisfacción. De
este modo siguió trabajando a un ritmo variable durante las tres décadas siguientes, así como con
ligeras variaciones técnicas: dibujos con mina de plomo, a bolígrafo o tinta china (muy numero-
sos) o con pintura al agua o también pintura acrílica sobre papel (en un número mucho menor, ya
que la introducción del color no le aportó el placer que esperaba). De una época a otra, el deseo
aumentaba o disminuía, en función del tiempo disponible o de las preocupaciones del momento;
pero si hay algo de lo que puedo ser testigo es de que Lonné nunca consintió depender de los
comentarios que se hacían sobre su obra, ya fuesen positivos o negativos, comentarios que llega-
ron a sus oídos de forma creciente a partir de su encuentro con Dubuffet.

El interés mostrado por Dubuffet le enorgullecía, desde luego, puesto que sabía que era una
persona importante en el mundo del arte; y el hecho de ser invitado a pasar unos días en un
hotel en París junto a su mujer, todo a cuenta de Dubuffet, le parecía un agradecimiento mere-
cido por varios dibujos regalados al gran artista. Pero en ningún momento, cuando un Dubuffet
envejecido dejó de escribirle más tarde durante largas temporadas, sintió la más mínima amar-
gura, como tampoco la sintió cuando la gente acudía a su casa, no por sentir un verdadero inte-
rés hacia su arte, sino simplemente para verle la cara, como ocurría bastante a menudo durante
los años setenta. A decir verdad, vender nunca había constituido una preocupación para él: ven-
diese o no, Lonné era un hombre que se levantaba de buen humor por las mañanas y se acos-
taba con el mismo ánimo por las noches. Y regalar le procuraba todavía más placer que vender.

La única concesión que Lonné juzgó útil hacerle a su público «culto», de Burdeos o París, reside
finalmente en esos versos alejandrinos franceses en los que deseaba exponer sus ideas sobre el
porvenir del alma después de la muerte. Quizás no sean obras maestras desde el punto de vista
poético, pero sí resultan muy interesantes en lo que hace a su contenido: si se toman al pie de la
letra –y no hay razón para no hacerlo–, expresan claramente la creencia de su autor en la inmor-
talidad del alma e incluso en la metempsicosis (o doctrina de la reencarnación) –pero no en
todas las extrañas supersticiones cuya mezcla constituye la ideología espiritista–. Y con razón:
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La leyenda espiritista de Raphaël Lonné 19

estoy dispuesto a apostar que, aunque los adeptos a la causa le hubieran abierto las páginas de sus
publicaciones para «convertirlo», no las habría leído. Me dirán que por lo menos en una ocasión
volvió al dibujo figurativo para ejecutar, con pluma, una especie de templo que muy bien podría
haber sido copiado de un libro espiritual: pero justamente, si lo hizo, sólo ocurrió una vez (en
noviembre de 1963), ya que vio que aquello no se correspondía en absoluto con lo que le apetecía
dibujar en realidad. Asimismo, las creencias espiritistas no se correspondían con sus convic-
ciones personales: y Lonné sólo estaba dispuesto a creer lo que quería, a confiar en sus propias
intuiciones. Tal es, a mi parecer, el sentido último de sus poemas filosóficos –que se cuidó de
redactar para que, entre sus visitantes y él, las cosas estuvieran claras de una vez por todas.

Por lo tanto, todos los argumentos convergen para no aplastarlo bajo el peso de un espiritismo
al que finalmente no debe nada. Al escribir estas palabras, pienso en un pasaje de Clement
Greenberg. Al evocar, en Art et Culture (1961; trad. francesa París, Macula, 1988, p. 239), la
supuesta influencia ejercida por las religiones orientales (o el arte oriental) en el trabajo de los
expresionistas abstractos americanos, por ejemplo Franz Kline, Greenberg concluye que no se
trata más que de una ilusión. En efecto, toda la génesis del expresionismo abstracto debe enten-
derse como un movimiento de rebelión contra la figuración, un movimiento puramente interno
dentro del ámbito de los problemas de la pintura occidental; y si, a posteriori, ciertos críticos
han creído poder encontrar parecidos entre los lienzos de Kline y algunas obras chinas o japo-
nesas –por ejemplo en el uso del blanco y negro–, tales parecidos sólo podrían ser fortuitos, ya
que ninguna influencia de este tipo se ejerció a priori sobre Kline. Con la misma seguridad,
podría escribir que Lonné no le debe absolutamente nada a lo que se ha convenido en llamar
«arte mediúmnico» –si es que existe algo de este tipo, cosa que dudo.

En efecto, en el supuesto de que se pueda encontrar algo en común en los dibujos espiritistas de
Victor Hugo, Victorien Sardou, Hélène Smith, Léon Petitjean, Augustin Lesage y Fleury-Joseph
Crépin, por citar a algunos artistas «mediúmnicos» llevados a un primer plano por André Breton
primero y luego por Dubuffet, sería difícil señalar lo que podría haber en común entre todos ellos
por un lado y Lonné por otro. Los dibujos de Hélène Smith son figurativos, las pinturas de Lesage
y Crépin desarrollan sobre todo motivos arquitecturales, todo esto no tiene nada que ver con los
arabescos de Lonné. Lesage y Crépin trabajan esencialmente según ejes de simetría, no hay nin-
guna simetría en los dibujos de Lonné, nunca. ¿Se podría decir que los unos y los otros evitan la
figura humana? Sí, pero todos los autodidactas hacen lo mismo, ya que reproducir un rostro
supone un mínimo de formación académica. ¿Se podría decir, por último, que comparten una
misma predilección por el relleno de la superficie en las cuatro direcciones? Sin duda, pero, una
vez más, se trata de un rasgo extendido entre numerosos autodidactas: el lienzo y el papel no están
hechos para ser malgastados. Además, un dibujo bello es un dibujo acabado, en el que el porcen-
taje de espacio en blanco restante no debe exceder ciertas proporciones. En fin, no hay nada con-
cluyente que extraer de estos acercamientos, siempre hechos a posteriori, como confirma el
hecho de que nunca vi a Lonné mostrar el más mínimo interés por cualquiera de estos artistas
«mediúmnicos». En conclusión: no necesitaba nada de todo esto para hallar su inspiración.

Lonné encontró, desde el inicio y hasta el fin de su aventura creadora, la inspiración en sí mismo.
No se la aportaron ni los libros, ni los museos, ni los espíritus muertos. Su imaginación era lo
suficientemente rica, su capacidad para concentrarse sobre las partes de la hoja de papel ilumina-
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20 Christian Delacampagne

das por la luz de la bombilla lo suficientemente fuerte para que el mundo, vegetal y mágico, que ha
poblado tres décadas de dibujos, naciera completamente armado de su cerebro y de ninguna otra
cosa. Y por todo ello no debemos dudar en considerar a Lonné un creador auténtico, en el sentido
más pleno del término.
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Raphaël Lonné
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Sin título, 25 de abril de 1950


Boligrafo sobre papel. 21 x 27,3 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 1 de junio de 1950 (jueves noche)


Lápiz grafito y bolígrafo sobre papel. 20,7 x 27,3 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 22 de agosto de 1950 (martes por la mañana)


Tinta sobre papel. 20,9 x 27,1 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 7 de septiembre de 1950


Tinta sobre papel. 21,1 x 27,2 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 24-25 de noviembre de 1950


Lápiz grafito y bolígrafo sobre papel. 23,6 x 31,5 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, abril de 1952


Tinta sobre papel. 23,5 x 34,5 cm
Collection de l’Art Brut, Lausana
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Sin título, década de 1950


Lápiz grafito sobre papel. 22 x 29 cm
Colección Jorge y Marguerite Camacho
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Sin título, 1960


Guache sobre papel. 33,5 x 50 cm
Colección Galerie Dragon, París
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Sin título, 1960


Tinta sobre cartón fino. 21,5 x 32 cm
Collection de L’Art Brut, Lausana
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Sin título, 9 de marzo de 1963


Bolígrafo y tinta sobre papel. 11,7 x 25,7 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 5 de julio de 1963


Lápiz de color y tinta sobre papel. 25 x 33,5 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 3-4 de agosto de 1963


Lápiz de color, lápiz grafito y tinta sobre papel. 24,5 x 33,2 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 12 de agosto de 1963


Lápiz de color, lápiz grafito y tinta sobre papel. 33,1 x 24,5 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, noviembre de 1963


Guache y tinta sobre papel. 26 x 37 cm
Colección particular
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Sin título, enero de 1964


Lápiz grafito y bolígrafo sobre papel. 13,4 x 18,7 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Eaux-bonnes, junio de 1964


Bolígrafo sobre papel. 22 x 31,5 cm
Collection de l’Art Brut, Lausana
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Sin título, noviembre de 1964


Tinta sobre papel. 18 x 27 cm
Colección particular
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Sin título, 27-28 de diciembre de 1964


Bolígrafo sobre cartón. 17,9 x 25,4 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, diciembre de 1964


Bolígrafo sobre papel. 17,9 x 25,3 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 1964


Lápiz grafito sobre papel. 12,7 x 22,1 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, década de 1960


Tinta sobre papel. 18,5 x 26 cm
Colección particular
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Sin título, 6-7 de noviembre de 1964


Bolígrafo sobre papel. 22 x 31,5 cm
Collection de l’Art Brut, Lausana
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Sin título, noviembre de 1967


Bolígrafo y guache sobre papel Bristol. 17 x 21 cm
Collection de l’Art Brut, Lausana
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Sin título, 5 de enero de 1970


Pintura y bolígrafo sobre papel. 21 x 27 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 21 de enero de 1970


Guache y rotulador sobre cartón. 22,2 x 31,6 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, década de 1970


Tinta sobre papel. 18,5 x 26 cm
Colección particular
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Sin título, década de 1970


Tinta sobre papel. 13,5 x 17 cm
Colección particular
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Sin título, 27 de enero de 1970


Tinta sobre papel. 21 x 27 cm
Colección particular
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Sin título, década de 1970


Tinta sobre papel. 25,5 x 28 cm
Colección particular
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Sin título, década de 1970


Tinta sobre papel. 20 x 25,7 cm
Colección particular
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Sin título, febrero de 1970


Guache sobre papel. 21 x 27 cm
Colección particular
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Sin título, octubre de 1970


Tinta y guache sobre cartón. 21,2 x 81 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, noviembre de 1970


Tinta sobre papel. 30 x 21 cm
Colección particular
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Sin título, 1970


Tinta sobre papel Bristol. 21 x 27 cm
Collection de l’Art Brut, Lausana
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Sin título, década de 1970


Tinta sobre papel. 21 x 30 cm
Galerie Pierre Chave, Vence
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Sin título, diciembre de 1971


Tinta sobre papel. 56 x 40 cm
Galerie Pierre Chave, Vence
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Sin título, febrero de 1972


Acuarela y tinta sobre papel. 24,5 x 41,5 cm
Galerie Objet Trouvé, París
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Sin título, marzo de 1973


Tinta realzada con lápiz de color sobre papel. 21 x 27 cm
Colección particular
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Sin título, abril de 1973


Tinta sobre papel. 19 x 25 cm
Galerie Pierre Chave, Vence
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Sin título, mayo de 1973


Acuarela. 21 x 27 cm
Galerie Pierre Chave, Vence
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Sin título, julio de 1973


Tinta sobre papel Bristol (postal). 14 x 10 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, enero de 1975


Lápiz de color y tinta sobre papel Bristol (postal). 9,9 x 15 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, 1976


Lápiz grafito y tinta sobre papel. 19,9 x 15,7 cm
Donation l’Aracine, Musée d’Art Moderne Lille Métropole, Villeneuve-d’Ascq
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Sin título, enero de 1978


Tinta sobre papel. 24 x 32 cm
Colección particular
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Sin título, julio de 1979


Tinta sobre papel. 42 x 56 cm
Galerie Pierre Chave, Vence
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Sin título, mayo de 1983


Tinta sobre papel grueso. 14 x 10 cm
Colección particular
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RAPHAËL LONNÉ (1910-1989)

Raphaël Lonné nació en Montfort-en-Chalosse, en la región francesa de las Landas. Fue el


cuarto de seis hijos, y sus padres eran aparceros. A los doce años abandonó los estudios para
ayudar a sus padres en la granja, en la que se quedó hasta cumplir veintisiete años. Padecía
asma y fue declarado no apto para el servicio militar debido a su débil constitución.

Apasionado de la música, fue batería en numerosas formaciones locales que tocaban jazz y rea-
lizaban espectáculos de variedades. Además de su afición a la música y las caricaturas, sentía
una gran inclinación hacia la poesía y, así, escribe poemas «con una gran deferencia por las
obras románticas que se elogian en la escuela primaria”.

Tras ejercer varios oficios, en 1946, después de la liberación francesa tras la segunda guerra
mundial, fue nombrado cartero auxiliar en la oficina de correos de Biscarosse, en las Landas.

En 1950, cumpliendo con su ruta habitual, conoce a una pareja que le inicia en las teorías de
Allan Kardec, seudónimo del doctor Hippolyte Rivail, fundador de La revue spirite (La revista
espiritista). Durante una sesión espiritista con la pareja, garabatea un extraño monstruo entre
animal y humano. Raphaël, que en realidad nunca había dibujado, se siente, como los pinto-
res médiums, guiado por el espíritu. Poco después se desentiende del espiritismo y al final de
su vida ni siquiera querrá oír hablar del asunto.
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116 Biografía

Sin embargo, sigue dibujando, alternando periodos de plena producción, como el año 1950,
con otros años en los que realiza menos dibujos –uno o dos al año y unos pocos más a princi-
pios del año 1963–. «Empiezo maquinalmente, hago arabescos; adorno pero sin tener antes
una idea preconcebida»; «Nunca estoy agitado ni en estado de hipnosis; siempre cons-
ciente»; «Nada de cansancio, ninguna obsesión», le confesó a Jean Dubuffet, al que conoció a
través del famoso doctor Ferdière, que había recibido varios de sus dibujos como regalo.
Dubuffet escribió una biografía –la primera sobre el cartero Lonné– en el primer número de
la revista L’Art Brut (1964), publicada por la Compañía de Art Brut, y adquirió unos cuatrocien-
tos cincuenta dibujos del artista, que hoy forman parte de la Collection de l’Art Brut de
Lausana.

En 1967 fue uno de los artistas que participaron en la exposición de art brut que se celebró en
el Museo de las artes decorativas de París y que reunió, por vez primera desde 1949, setecien-
tas obras de artistas diversos.

En 1972 le concedió una entrevista a José Pierre que fue publicada en la revista L’Œil en diciem-
bre de ese mismo año. Entre 1970 y 1975, varios artículos informan en la prensa de sus diver-
sas exposiciones individuales: la primera de ellas tuvo lugar en Burdeos en 1970, en la galería
del Fleuve. Michel Thévoz, por entonces director de la Collection de l’Art Brut de Lausana,
organizó en 1980 una exposición individual de Lonné de la que se sintió muy orgulloso. En
1978 participó con treinta obras en la exposición Los singulares del arte en el Museo de arte
moderno de la Ciudad de París.

A pesar de sus periodos de silencio, Raphaël Lonné ha dejado una obra importante. Por haber
adquirido con rapidez una sorprendente técnica, recurría tanto a los lápices de colores, los
rotuladores y la pintura al agua y la cera como al bolígrafo, la tinta china y la mina de plomo, en
cuyo manejo era muy diestro. Lonné también ha dejado algunas pinturas vigorosas sobre
papel, una especie de composiciones-relieves que lo acercan a los surrealistas.

En su ciudad natal, Montfort-en-Chalosse, se ha abierto un pequeño museo en el ayunta-


miento dedicado a su obra y persona.

–¿Se considera usted un artista?


–¿Yo? ¿Un artista? ¡No, un amateur! ¡Un creador, pero no un artista!
–¿Y un genio?
–Ingenuo.
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ÍNDICE

Raphaël Lonné 11
JOSETTE RASLE

La leyenda espiritista de Raphaël Lonné 15


CHRISTIAN DELACAMPAGNE

Raphaël Lonné 21

Biografía 115
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