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Ensayo

Álvaro Arzú Irigoyen: ¿Mito positivo o nefasta figura?


Ramiro Mac Donald (*)
Semiólogo Social

En La Antigua Guatemala, el 29 de abril de 2018, dieron “cristiana sepultura” a


Álvaro Enrique Arzú Irigoyen, alcalde de la ciudad capital en funciones y
favorecido popularmente cinco veces para dicho cargo; además, había sido electo
una vez presidente de la república. Arzú falleció el viernes anterior, víctima de un
infarto masivo cuando jugaba golf en un campo cercano a su casa en la zona 16
de la capital. ¿Aprovechará la derecha política para convertir al alcalde fallecido,
exprofesamente, en “su” nuevo mito? Y ¿cuál será la postura que asumirán los
grupos de izquierda, ante esta figura hoy desaparecida? Desde la antropología
simbólica y la semiótica social, le invito a explorar académicamente cuáles serán
las posibilidades de una guerra, cargada de símbolos, que seguramente se
disputará en el plano imaginario en torno a su figura, e intentar descubrir cómo se
comportarán las antípodas políticas de Guatemala.

Semiótica y antropología

Cuando el semiólogo francés Roland Barthes se refirió a las mitologías, no habló


sobre historias relacionadas con religiones ya desaparecidas. Según este autor, el
mito en la actualidad es “un habla, es decir, es un sistema de comunicación, un
mensaje, sujeto a unas condiciones lingüísticas que lo caracterizan”. Según esto,
cualquier objeto, concepto o idea es susceptible de convertirse en mito, siempre
que se den ciertas condiciones particulares. Y recordemos que Pierre Giraud, en
La Semiología, consideró que “las mitologías expresan una visión del hombre y del
mundo; significan una organización del cosmos y de la sociedad”. El autor agregó
que “la ciencia moderna ha puesto en evidencia ese carácter semiológico de
nuestras actitudes y creencias”. Recordemos que si algunas pocas marcas
comerciales locales se han logrado convertir en míticas en Guatemala, es
altamente probable que un personaje como Arzú también alcance ese estadio,
porque poseía una personalidad peculiar: magnético y magnánimo para sus
amigos, odiado por sus actitudes prepotentes y abusivas para con sus enemigos;
porque Arzú fue bien amado por muchos, igualmente fue repudiado por no pocos.
Según nuestro conocimiento semiológico, es Barthes quien centra este tema al
considerar que lo interesante del mito es que en la comunicación no tiene mayor
importancia el referente del mensaje, ni el mensaje mismo, sino la forma en que se
emite el mensaje. El mito (calquier mito moderno) es forma, no sustancia; el mito

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no surge de la naturaleza de las cosas, es un habla “elegida por la historia” y su
fundamento es histórico.

Arzú, efectivamente, hoy ya es “un habla, un mensaje”, y es importante recordar


claramente que Barthes determina que los mitos no son naturales, sino que los
crea el ser humano (la historia) y siempre con una intención concreta, para
transmitir un determinado mensaje. Por eso, sería muy entendible si la derecha
política contemporánea decide erigir o edificar a Arzú como su personaje mítico,
no por su esencia, sino porque le puede rendir muchos beneficios. Barthes
recuerda que los mitos funcionan de una manera similar a las alegorías, con las
que a veces se confunden. Sin embargo, los sistemas míticos generalmente tienen
más rarezas que los alegóricos. Por eso, hablar hoy de Arzú es mencionar a
alguien emblemático, convertido ya en un incipiente ícono que se puede
transfigurar en una marca ideológica, alguien con una personalidad muy peculiar.

¿Cómo estudiarlo? Héctor Ramírez Cahué, en un ensayo Barthes, mito e


ideología, nos da luces sobre el tema. Algunos puntos de este ensayo son
tomados de sus conceptos esclarecedores. La semiótica, dice Ramírez, explica
que hay una relación entre tres elementos del signo:

1) El significante (lo oral, es la imagen acústica de orden psíquico)


2) El significado (el concepto en sí mismo)
3) El signo (es la correlación que existe entre los dos primeros)

Barthes demuestra que en el mito se vuelve a encontrar este triple sistema


semiológico, pero de otra forma: él lo llama “sistema segundo”, porque el mito
surge de una cadena de significados que existe previamente sobre la base de una
primera lengua que denomina “lenguaje-objeto”. A eso se debe que bautiza al
mito, propiamente, como metalenguaje pues habla sobre él mismo, como una
segunda lengua. Así pues, donde concluye el primer sistema semiológico, lo
sígnico (como en toda lengua) allí exactamente comienza un segundo sistema
semiológico o sea significante, que es el mito, de acuerdo con Ramírez.

Entonces, debemos entender que el significante mito, vale para dos acepciones:

La primera: es ese término final del sistema lingüístico, que Barthes llama sentido

La segunda: en el plano del mito, es, como término inicial, reconocido solamente
como forma

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Conforme esta interpretación lo que sería el signo para la lengua, en el sistema del
mito, es la significación. Esto deriva en que el mito termina por designar y notificar,
hacer comprenderse e imponerse como tal. La función que cumple la forma, en el
significante del mito, es vaciarlo de sentido. Al empobrecerlo, lo aleja de toda
historia y si bien no le suprime sentido, lo (re) define. En el significado es,
entonces, donde se implanta una nueva historia, un nuevo saber. El fundamento
del concepto mítico es que se apropia de una determnada situación,
fundamentada en una nueva historia, de acuerdo con Ramírez.

Y en un tercer momento, como carácter asociativo de los dos primeros elementos,


la significación es el mito mismo. En ella se deforma el sentido. No se busca
ocultar o suprimir, sino de deformar. Es decir, darle una forma diferente, lo cual
permite otorgarle una carta de naturalización.

Por eso, en el momento en el que el cuerpo de Arzú era inhumado, no en un


cementerio como cualquier ciudadano, sino en un sitio privado (muy peculiar
espacio) la derecha política estaba creando esa figura mítica, muy posiblemente
de forma inconsciente. Es bueno analizarlo, porque hasta el último acto de su
existencia física (su funeral) Arzú estuvo separado de lo habitual; tal vez porque
quiso permanecer alejado de las cosas que la gente común y corriente hace en
forma normal. Aunque Arzú estudió en un colegio de clase media (Liceo
Guatemala) y posteriormente resultó un mal empresario de turismo, ya que, según
afirman, su agencia de viaje estaba a punto de quebrar cuando fue nombrado para
dirigir el Instituto Guatemalteco de Turismo y fue entonces cuando empezó a
acrecentar de manera rápida su fortuna. Y luego decidió que se iba a dedicar el
resto de su vida a la política: a ser funcionario público, a vivir del Estado. Se
recuerda, también, de su paso por las huestes juveniles del Movimiento de
Liberación Nacional, partido de la violencia organizada; por lo tanto, su visión del
mundo correspondía, desde joven, a esa postura anticomunista, de la que tantos
beneficios le cosechó.

Por lo expuesto hasta ahora, se entenderán las razones de quienes estén


interesados en buscar que la imagen de Álvaro Arzú sea consagrada como la de
un héroe o una mega estrella, puesto que lo tratarán de trocar o convertir en
paradigma político, es decir, en un modelo a seguir de parte de los grupos
ubicados en el espectro que va desde la extrema derecha (de arcaica posición
ultra o anticomunista) hasta las posiciones un poco más moderadas, pero con
inspiración conservadoras. Como cualquier ser humano, Arzú tuvo defectos y
virtudes. Sin embargo, sus seguidores, por un lado, intentarán que sus errores y
falencias sean relegados a un segundo plano, hasta que se borren de la memoria
colectiva y, por el otro, buscarán los medios para resaltar y revalorizar sus mejores
momentos con el único fin de engrandecer su imagen, creando una figura política

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mitificada. En tanto, el grupo contrario utilizará todos sus errores para que nadie
se olvide de sus graves deficiencias: políticas, humanas, administrativas... Será
una lucha simbólica en el plano político, interesante de observar.

Explorar la condición mítica

A la luz de la teoría sobre el simbolismo propuesta por autores como Barthes y


Mélich, resaltaremos algunos aspectos de la vida de Álvaro Arzú y de las
circunstancias que lo acompañaron hasta su misma muerte, que pueden ser
tomados como hitos para convertirlo en un auténtico mito. Analicemos cuáles van
a ser los elementos más relevantes que serán utilizados para intentar catapultarlo
a la calidad de mito del conservadurismo, politizando en forma positiva al máximo
su memoria. Eso puede resultar conveniente para su familia y para su círculo
político, quienes son hederos del control que ejerció en la municipalidad capitalina,
manejada férreamente desde hace ya buenos años por grupos cerrados de fieles
allegados, quienes son los favorecidos por las acciones financieras empresariales
de la comuna capitalina, aunque aquejada de serios cuestionamientos; es decir,
los gravísimos problemas que nunca se resolvieron en décadas de gobierno
arzuísta: agua potable, basura, transporte colectivo, entre otros.

Normalmente, resulta mucho más fácil convertir en mito a una persona cuya
muerte ha sido por causa de la violencia. La muerte violenta transporta al fallecido
casi directamente al mundo de la mitología. Sin embargo, en el caso de Álvaro
Arzú, por varias razones, este hecho no resulta fácil hacerlo realidad. En primer
lugar, porque la muerte lo sorprendió jugando placenteramente golf y en horas
hábiles. En segundo lugar, porque el golf, a criterio de las mayorías, es un deporte
exclusivo de millonarios, quienes se pasean con holgazanería casi flotando sobre
alfombras naturales de pasto verde, bien cuidado, lo que les permite disfrutar de
amplios espacios al aire libre. Por último, porque el lugar en que jugaba este
personaje está rodeado de colonias donde reside muchísima gente pobre. Desde
cualquier perspectiva, esta imagen bucólica que selló su último hálito es algo de lo
cual no se podrá despojar jamás. Por eso se buscará impulsar una figura
idealizada, para proyectarlo como un mito “ennoblecido” de la derecha,
trastocando esos que fueron los últimos signos demasiados simbólicos, de una
vida privada muy cercana a lujos, homenajes y viajes honoríficos. Por eso, volver
la mirada a la ceremonia de su enterramiento es también para dejar la impresión
del estilo barroco que gustaba Arzú, enterrado en una urbe donde no residía,
aunque poseía una casa en la que solía pasar sus fines de semana (curiosamente
llamada Ciudad Colonial) y que quedado congelada en tiempo, como la ideología
del “ilustre” finado, quien fuera el heredero español que regresó a ser sepultado a
un enclave representativo de sus orígenes. Esta, por ejemplo, podría ser una
lectura semiótica.

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Un simbólico relato

Para confirmar esta hipótesis, evoco una idea de Joan Carles Mélich quien en su
libro Antropología simbólica y acción educativa, señala que un mito (como el de
Álvaro Arzú) puede ser convertido en un sistema dinámico de símbolos que es
posible transformarlo en relato, coincidente con Barthes quien dice que el mito es
un habla. De tal suerte que la historia del alcalde fallecido será contada con ese
sentido e interés por sus familiares y correligionarios.

Un relevante aspecto que puede convenir a sus más cercanos es aquel que
convierte en acto de heroicidad la forma como vivió sus últimos meses, pues
(según su punto de vista) Arzú se enfrentó a una agresión internacional, una
invasión extranjera, por lo que debió luchar denodadamente para sacar a la Cicig
del país. Dicho elemento tiene como referente histórico una parte de la letra del
himno nacional. Ese es un punto esencial del mito que intentarán levantar, como
habla que circulará profusamente entre los guatemaltecos. Arzú, el personaje
heroico que combatió a los comunistas hasta sus últimos días, por liberar al país
de cualquier intento de mancillar el orden establecido y los derechos de toda una
nación.

Otro de los elementos por los que Arzú será recordado es el hecho de ser
considerado como el político que terminó con una época de la guerra interna del
siglo XX, con un conflicto que desangró a la sociedad guatemalteca por casi
cuatro décadas. Ese elemento histórico, un poco edulcorado, puede ser capaz de
aglutinar, dar cohesión e ilusionar a sus seguidores, pero de seguro será un punto
fundante para generar un movimiento alrededor de su imagen; la imagen del
guerrero que firmó la paz, un batallador que nunca se dejó derrotar y que murió en
su ley… como las más importantes figuras mitológicas de siempre.

Por otro lado, el mismo Álvaro Arzú (en vida) buscó impulsar esa imagen heroica:
pues era atlético y muy cuidadoso de su cuerpo; sin la barriga de los viejos
políticos o generales avejentados, portador de tez muy blanca, pelo rubio y
bastante más alto que el promedio normal de los guatemaltecos. Relacionado con
lo anterior, vale recordar que hace no más de un año, circuló a nivel mundial una
fotografía de Vlaldimir Puttin, medio sumergido en un río o lago, caminándolo con
el torso desnudo, sosteniendo una ametralladora arriba de su cabeza,
Curiosamente, pocos meses después, Arzú hizo propagar en internet una
fotografía de similar factura, haciendo ejercicio en una escaladora mecánica,
vistiendo sólo con una pantaloneta y también con el torso desnudo. No portaba un
arma, pero con su descubierta y fortalecida anatomía estaba enviando un
mensaje. ¿Se comparaba o hacia un paralelismo con el lejano y poderoso líder
ruso? En semiología, a este tipo de signos se les confiere un sentido intertextual;

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una imagen evoca otra, un símbolo nos hace recordar otro más fuerte. Puede
darse verbal o, como en este caso, icónicamente a través de una foto de muy
parecida “pose” y de connotaciones simbólicas muy fuertes.

Vivir una existencia para la cual una persona está predestinada, es parte de una
concepción mítica de la vida. Por eso, Arzú bien puede ser convertido en ficción
mitificada a conveniencia de los grupos de poder conservadores, porque existe un
patrón narrativo que puede dar sentido a los discursos de este tipo; discursos que
ahora que se pueden constituir debido a la tensión antagonista de una ideología
política de corte socialista, la de las izquierdas con poca influencia en los medios
de información. A Arzú se le reconocerá como el personaje que logró fundar una
época (su propia época) y puede ser utilizado para enfrentar al “otro”, a los
distintos a él, a quienes tienen (o tenemos) un sentido opuesto a su peculiar forma
de vida. Arzú será representado como el político audaz, poseedor de esa ansiedad
de quienes desean denodadamente alcanzar el éxito personal, sin importar a
costa de qué sacrificios, negociaciones o pactos. El éxito como fin de vida.

Precisamente por eso, Arzú puede ser representado como un político célebre,
hasta ser reconocido como el más exitoso del siglo XX, aunque como funcionario
no salga del todo bien librado. Por ejemplo, el mérito que se le atribuye para lograr
la firma de los acuerdos de paz puede ser documentadamente cuestionado si se
toma en cuenta que este hecho no constituye más que el fin de un proceso que
tenía por lo menos diez años y en el que intervinieron preponderantes figuras del
tinglado político, antes de su época y gestiones. A este respecto, cabe resaltar, un
poco en su favor, lo que él mismo mencionaba muchas veces: que solo le
correspondía “timbrar la última tecla de la marimba” y era apenas un “rasguño de
la melodía de la paz”. Imagen churrigueresca que le encantaba compartir en
público, con aíres de humildad… pero que desmentía con sus constantes
actitudes prepotentes, con aires de superioridad étnica y de clase.

Como alcalde fallecido en plenas funciones, siguiendo conceptos de Mélich, se


buscará que Arzú se convierta en un fenómeno, pero “no un fenómeno individual,
sino colectivo: un relato que tiene una estructura estable, una lógica interna que da
sentido a la comunidad” para la derecha política de este país, urgentemente
necesitada de referentes. Esa comunidad para la cual Arzú encabezó una lucha
anti Cicig en los últimos meses de su vida; en esta Guatemala donde (en contra
corriente) una buena parte de sus líderes sociales están empecinados en una
desigual batalla contra la corrupción y la impunidad que ha cooptado al Estado.

“En esa última batalla que Arzú asumió en forma personalísima, se unió a un
desprestigiado, débil y dubitativo representante de lo más granado de la
incapacidad: el presidente Jimmy Morales. En esa lucha, sus correligionarios

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encontrarán, ahora, la promesa de que es necesario luchar, hasta el fin, para
“liberar a Guatemala” de los intrusos extranjeros, que están manejados por la
izquierda internacional. Esa es otra “puesta en escena” que se promoverá para
convalidar el recuerdo de Álvaro Arzú y con plena seguridad será mantenida viva
por sus más cercanos colaboradores, durante las generaciones venideras hasta
que se extinga o se pierda con el paso de los tiempos y dicho grupo político
necesite de otro personaje, acorde a los momentos históricos que se vivan en
Guatemala.

El mito como fenómeno social

Para concretar este análisis, es oportuno remarcar lo resaltado por Mélich, en el


sentido que se puede adjudicar a este fenómeno social, personificado en Álvaro
Arzú, cuatro funciones antropológicas, que se cumplirían (de lograr elevarse al
nivel de un verdadero mito) de la siguiente manera:

a) Función cosmológica: este personaje creó su propio universo; fundó una


razón primera, un universo propio a partir de su inicial comité cívico: el Partido de
Avanzada Nacional, que después se convirtió en partido político, y más tarde en el
Partido Unionista. Su vigencia de casi 20 años en el poder municipal es un
símbolo de esta función.

b) Función histórica o tradicional: este mito vincula a sus posibles seguidores,


que buscarán imitar su ejemplo. Su partido podrá presentar a Arzú como un
ejemplo para seguir. Intentarán repetir su camino al (sobre) valorar la imagen de
un antepasado con el mismo código ideológico. Los conservadores guatemaltecos
ya tienen, a partir de ahora, un “santón político” para venerar. Su ejemplo de vida
será celebrado con pompa y a partir de hoy cobrará mayor significado en la
política de las derechas y es seguro que se cree un culto alrededor de su
personalidad. En vida, muchos lo estigmatizaron por su forma autoritaria de ser,
pero ahora se buscará glorificarlo para que no se olvide su legado transformador y
generador de buena imagen para una derecha que no tenía referentes propios,
por lo menos recientes. Parques, calles, avenidas, diversos espacios públicos de
esta “su ciudad” serán bautizados con su nombre, para dejar constancia de su
herencia política, De la misma manera que él lo hizo con sus propios referentes
políticos: Jorge Ubico y Estrada Cabrera, nombres de dictadores con los que
bautizó pasos a desnivel en la capital.

c) Función sociológica: se buscará impulsar el mito de Álvaro Arzú como un


paradigma para estos grupos sociales de extrema derecha, ligados con los
sectores militares más recalcitrantes, conjuntando un orden estable y a vez
dinámico, porque puede adaptarse con el tiempo. Arzú será convertido,

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indudablemente, en ese eje o esquema sobre el cual su corriente ideológica puede
crear un discurso consistente, serio, formal. Es mucho más fácil ahora que ha
muerto,

d) Función psicológica: si pretenden crear el mito de Álvaro Arzú, buscarán


mantener un orden psicológico-mental entre sus allegados. Su imagen les dará
sentido de vida a sus seguidores, a un grupo de fans políticos, complementado
con otros elementos personales que pueden ir surgiendo en el camino. Uno de
estos elementos puede ser el hecho de que fuera amante de la música y que
reiteradamente se dispusiera a cantar, en público, ante la gente. Prueba de ello es
un video que circula en la web y que presenta a Arzú en las catacumbas de la
Catedral Metropolitana, exhibiendo sus cualidades un tanto histriónicas (aunque
desafinando terriblemente) para interpretar a cappella la canción de Juan Manuel
Serrat Si la muerte pisa mi huerto.

No importa si todo lo que de ahora en adelante se hable o se diga a favor de


Álvaro Arzú sea falso o verdadero. Habrá narrativas que seguramente serán para
denostarlo, algunas, y otras para elevarlo a los altares, casi en calidad de
bienaventurado beato, venerable, augusto personaje de la derecha política.
Quienes impulsen el carácter mitológico de Álvaro Arzú saben que esta estrategia
puede cuajar en los tiempos venideros, porque hay una profunda crisis entre
quienes profesan los valores tradicionales. Esto se debe a que se registra un serio
déficit mítico en nuestra sociedad (de acuerdo con Mélich), en especial para esta
corriente ideológica en Guatemala.

Recordemos que sus máximos referentes hasta hace poco eran el Mico Sandoval
Alarcón, un despiadado y cruel asesino, promotor de escuadrones de la muerte o,
si se quiere -alguien más lejano- pero igualmente recalcitrante: el general Jorge
Ubico, constructor del Palacio Nacional, pero quien cercenó las libertades cívicas
durante su largo y férreo mandato gobernando el país como un dictador, propio de
la novela latinoamericana. Personaje nefasto que todavía inspira a ciertos sectores
políticos, a tal grado que Otto Pérez Molina convirtió ese edificio público, como su
emblema gubernamental… y Jimmy Morales lo usa, orgullosamente (y vive en la
Casa Presidencial).

El tema de Álvaro Arzú, como mito, también está sociológicamente relacionado


con el fenómeno religioso que en la actualidad se registra en Guatemala, ante la
aparición de centenares de iglesias evangélicas en todo el territorio nacional, pues
la gente necesita celebrar a este tipo de personajes, muy parecidos a los
admirados e influyentes pastores, que se han enriquecido rápidamente con los
diezmos y la necesidad de pertenencia de sus fieles.

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Los cristianos precisan de esos liderazgos religiosos, para seguir creyendo en algo
o en alguien. No importa si solo son endiosados porque saben hablar ante la radio
o actuar por la televisión. Y todavía mejor si ha muerto (como Arzú), cuanto más si
es representante del machismo. Además de que sea rubio, alto, atlético (hasta
bien parecido), porque así puede ser comparado como el nuevo Toanatiuh,
representante de la estirpe española que vino a Guatemala a “civilizar” a los
pueblos originarios.

Esta faceta del mito facilita una mejor comprensión de lo expuesto por Mélich,
cuando dice que es entonces cuando “los signos adquieren un valor simbólico”,
por cuanto estamos viviendo en una sociedad crédula, en una cultura en la que no
hay diferencia entre lo sagrado y lo profano, pues esto último se sacraliza. Lo
imaginario, a criterio de este autor, crea realidades. El mundo que habitamos es
ese que imaginamos, y hay que aceptarlo: vivimos hoy un mundo lleno de mitos
contemporáneos. Un mundo en el que queremos y necesitamos creer en algo, ya
que lo tecnológico permite descubrir un universo dominado por elementos
utilitarios, pero no ha logrado destruir los mitos.

Mélich señala que los mitos resurgen de esos lugares y momentos insospechados,
como este fallecimiento inesperado por causas naturales, de este descendiente
directo de aquellos ibéricos que vinieron a sojuzgar a la mayor parte del
exuberante continente y que lo (re) bautizaron imponiendo su lengua, su cultura;
con la fuerza hegemónica de la cruz (lo ideológico), la superioridad tecnológica de
la espada y los cañones (en lo militar) y la sangre indiana derramada (considerado
el mayor genocidio de la historia de la humanidad).

En el caso de Arzú, de forma por demás obsequiosa, sus allegados pueden


apostar históricamente por esta figura de la política como un verdadero héroe,
acomodarlo como el mito a seguir del desaparecido líder de un renacido y
exacerbado anticomunismo guatemalteco. La imagen de Arzú es potencialmente
fácil de convertirla en un símbolo, trastocando su esencia y dejándolo solo como
forma, ya que es materia sígnica maleable, cual plastilina, para convertirlo en el
paladín de la lucha contra una supuesta intromisión extranjera (pues, como
recordamos, hasta el himno nacional reza de esta manera). Y todo esto en el
plano del simbolismo más acorde a los intereses de quienes controlan el poder
político, económico y militar en Guatemala.

Corolario

Como reflexión final, se plantea que existe esa posibilidad: crear un nuevo mito
entre quienes viven un mundo que necesita una figura, una imagen fabricada
como la de Álvaro Arzú que fue cinco veces alcalde y en una ocasión presidente,

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quien en el final de sus días luchó para sacar a la Cicig de Guatemala… y de paso
puede servir muy bien para ideologizar una desesperada confrontación con las
izquierdas que se abren paso demarcando el mundo materializado que
padecemos, producto de este capitalismo salvaje y deshumanizante.

¿Será capaz la derecha de crear un nuevo mito alrededor de esta controversial


figura política para enarbolar una bandera con muy deficientes y escasos
referentes? ¿O serán las izquierdas quienes permitirán aclarar el execrable papel
que jugó el exalcalde y expresidente en el desmantelamiento del Estado de
Guatemala, implicado (en forma activa pero anónima) en sospechosas, oscuras y
poco transparentes jugadas de la venta de los activos estatales?

Vislumbrados una intensa e interesante guerra simbólica, en los próximos meses y


años, alrededor de este indudable protagonista de la historia política
contemporánea. Su cortejo fúnebre en las empedradas calles de La Antigua
Guatemala fue un espectáculo que rememora esa pasión que tienen muchos de
los guatemaltecos, por las puestas en escena con mucho boato y pompa, aunque
de pura fruslería.

Guatemala, 28 de agosto de 2018 (Publicado en Plaza Pública


http://www.plazapublica.com.gt/content/alvaro-arzu-irigoyen-mito-positivo-o-nefasta-figura)

(*) Ramiro Mac Donald, semiólogo guatematleco, Académico Docente del Depto de
Ciencias de la Comunicación de la Faciltad de Humanidades de la Universidad Rafael
Landìvar de Guatemala. Se desempeña como atedrático de teórias de comunicación y
Semiótica de varias universidades en pre y posgrado. Autor del libro Las funciones de
Roman Jakobson en la Era Digital. Mac Donald fue periodista, ahora es analísta y
ensayista que publica en revistas electrónicas como Plaza Pública (donde vió la luz este
extendido ensayo semiótico en agosto de 2018) y en gAZeta. Durante más de 10 años
mantuvo una columna semanal en el Diario La Hora. Es fundador y presidente del
Círculo Guatemalteco de Estudios Semiótico –CGES- y es consultado constantemente
por noticiros radiofónicos, televisados y diarios impresos para escuchar su opinión sobre
la coyuntura polìtica de Guatemala, desde su conocimiento de los simbolos y los temas
relacionados con la semiótica social.

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