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IV.- LA PROPIEDAD. EL PATRIMONIO. BIENES Y COSAS.

A) EL DERECHO DE PROPIEDAD
1. Breve noción sobre su evolución histórica. La propiedad es considerada, generalmente,
como una institución de derecho natural, inherente a la personalidad humana: ha aparecido con el
hombre, y a pesar sus transformaciones más o menos pronunciadas, subsiste en la actualidad en
todo el mundo.
Probablemente en su origen, la propiedad ha sido colectiva en todos los pueblos: la
titularidad pertenecía a la tribu y luego se fue complementando con la propiedad individual de
los objetos de uso personal y los elementos de trabajo.
La tierra, en un principio, habría sido cultivada en común, para luego atribuirse
temporalmente una porción a cada familia integrante de la tribu, que debía trabajar para subsistir.
En el Derecho Romano la propiedad, en un principio colectiva, parece haberse
transformado en individual con la Ley de las XII Tablas, la cual atribuyó las tierras a las distintas
familias, perteneciendo el derecho de propiedad al pater familias en forma absoluta y exclusiva.
El titular tenía los tres derechos clásicos: el ius utendi, ius fruendi y ius abutendi (derecho de uso,
de goce y de disposición).
En la Edad Media aparecen los señores feudales; la tierra se “enfeuda”, es decir, el dominio
directo y el útil se bifurcan. El primero pertenece al señor feudal, el segundo a los vasallos. Se
multiplican los gravámenes sobre los inmuebles. Pero frente a la tierra feudal, aparece con
carácter excepcional la “tierra libre”, es decir, el dominio individual, absoluto y exclusivo, que
recibe el nombre de tierra alodial o alodio. Estos alodios también debían soportar gravámenes.
Los señores feudales, poco a poco, fueron perdiendo sus privilegios y el dominio directo.
La Revolución Francesa hace desaparecer los últimos vestigios del feudalismo y se pliega a
la concepción romanista del dominio, que pasó a ser un derecho individual, exclusivo y
absoluto.1 Los trascendentes acontecimientos ocurridos en el siglo XVIII, esto es, la
independencia de Estados Unidos de Norteamérica y la Revolución Francesa, ejercieron
manifiesta influencia en la lucha por la libertad y por el reconocimiento de los derechos del
hombre.
La Declaración de Derechos del Estado de Virginia, dictada el 12 de junio de 1776,
proclamaba, en su sección primera que “todos los hombres son por naturaleza igualmente libres
e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en sociedad,
no pueden por ningún contrato privar o despojar a su posteridad; especialmente el goce de la
vida y de la libertad, con los medios de adquirir y de poseer la propiedad y perseguir y obtener
la felicidad y la seguridad”. Es la primera declaración de derechos de carácter humanista y
general que conoció la historia del hombre.
La Constitución norteamericana de 1789, estableció en las Enmiendas (art. 5) que: “[...]
Ninguna propiedad privada podrá ser declarada de uso público sin justa compensación”. La
Constitución del Estado de Nueva York, el art. 7 (inc. 7, última parte) dice que nadie puede “ser
privado de su libertad, de su propiedad o de su vida, sino conforme a la ley. La expropiación por
causa de utilidad pública no podrá tener lugar sino después de una justa compensación”.2
A su vez, la famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada en
Francia el 26 de agosto de 1789, estatuía en su art. 2º que “el objeto de toda asociación política
es la conservación de los derechos naturales e imprescindibles del hombre; esos derechos son:
la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”, y agregaba en su art. 17
1
Mariani de Vidal, Marina, Derechos Reales, T. I, Zavalía Editor, Buenos Aires, 2004, pp. 266 y sigts.
2
Tocqueville, Alexis, La democracia en América, Fondo de cultura económica, México, 1996, p. 185.
que “siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella sino
cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exige evidentemente, y bajo la
condición de una justa y anterior indemnización”.3
La Constitución francesa de 1791 también define la propiedad como sagrada (art. 17), lo
que reitera más tarde en sus Cartas Fundamentales de 1814 (art. 9) y 1830 (art. 8). Robespierre,
en su discurso del 24 de abril de 1793, al fundamentar el proyecto de constitución que sustituiría
a la de 1791 se preguntaba: “¿Por qué la libertad, que es el más precioso de los derechos del
hombre, tiene por límites los derechos de los demás, y se califica a la propiedad como sagrada e
inviolable? Como si las leyes eternas de la naturaleza fuesen menos inviolables que las
convenciones humanas”.4
Se instaura constitucionalmente un orden económico individualista y liberal, y se declara a
la propiedad como un derecho inviolable y sagrado. Sólo admite la expropiación mediando una
justa y previa indemnización al propietario.
2. La Propiedad, el liberalismo y el colectivismo. Hacia el constitucionalismo social.
El liberalismo filosófico, de estirpe individualista, consagró como dogma la libertad
absoluta de trabajo, no coartada ni limitada por el Estado, señoreada por la gran ley del contrato,
y este, a su turno, se edificó sobre el dogma intangible de la plena autonomía de la voluntad. Por
tanto, la legislación nutrida de tales principios erigió a la propiedad como un derecho absoluto de
uso, goce y disposición, olvidando las responsabilidades del propietario hacia la comunidad.5
Esa sociedad liberal capitalista permitió el abuso de la propiedad, dando paso por ello al
nacimiento de teorías que negaron ese derecho.
La filosofía marxista identificó el derecho de propiedad con sus excesos y, para suprimir
las injusticias de los pudientes, lo suprimió. A ello se respondió que “Es pues exacto sostener que
la negación de la propiedad privada conlleva la negación de la libertad. 'No hay libertad sin
propiedad', según la divisa de Chesterton e Hilaire Belloc”.6
La sociedad comunista consoló a los desposeídos brindándoles empleo, educación oficial,
salud financiada por el Estado, etc. Sin embargo, nada le perteneció al ciudadano.
Sintetizando, el liberalismo con su concepción del Estado gendarme y el principio del
laissez faire, laissez passer, dio lugar a grandes abusos por parte de los poseedores de la riqueza.
Luego, el industrialismo originó la masa de los proletarios, cuya única riqueza eran sus brazos y
cuya mercancía -así era considerado el trabajo humano- estuvo sujeta a los avatares de la oferta y
la demanda.
Como reacción a estas situaciones nacieron: a) teorías anarquistas (que propendían la
supresión de la propiedad); b) teorías socialistas y marxistas (que tendieron a la socialización de
la propiedad). Se presentaron así dos opciones: la transformación de la propiedad individual en
colectiva, o el mantenimiento de la propiedad individual, pero sometida a mayores y más
profundas restricciones en aras del interés social.7
La constitución mexicana de 1917 y la soviética de 1918, se caracterizan especialmente: 1º
Por una marcada tendencia a modificar el carácter substancial del derecho de propiedad. 2º Por
3
Linares Quintana, Segundo V., Derecho Constitucional e instituciones políticas, Tomo II, Abeledo - Perrot, Buenos
Aires, 1970, pp. 588/90.
4
Colautti, Carlos, Derechos Humanos, Editorial Universidad, Buenos Aires, 1996, p. 204. Cita a Horacio
Sanguinetti, La razón del pueblo, Editorial La Bastilla, 1972, p. 117.
5
Molano Molina, Humberto, “Derecho primario y derecho de propiedad”, Ponencia para el Tercer Congreso de
Abogados Javerianos, en Universitas Nº 30, junio 1966, Bogotá. Pontificia Universidad Javeriana, p. 76.
6
Molano Molina, Humberto, op. cit., p. 76.
7
Mariani de Vidal, Marina, op. cit., p. 266-267.
negar casi en absoluto el derecho individual a la propiedad. 3º Por establecer restricciones y
limitaciones, que sólo se explican por una exagerada orientación social. 4º Por la extensión y
minuciosidad del texto.8
En el mes de diciembre de 1948, la ONU daba a luz la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, tres años después de que la II Guerra Mundial llegara a su fin. Europa se
encontraba en proceso de reconstrucción (Plan Marshall mediante) y en Asia como en África se
gestaban movimientos anticolonialistas. Tras la monstruosa experiencia del nazi-fascismo y la
conflagración mundial, se consolidaba “una conciencia más universal acerca del carácter
imprescindible del derecho como única alternativa para la convivencia humana y la salvación de
la civilización”, de modo que entre finales del siglo pasado y nuestros días hemos pasado desde
la afirmación de los derechos -que Bobbio indicaba como de “segunda” y “tercera” generación
respecto a los que se habían establecido en la Declaración de 1948-, a la ampliación de los
mismos, lo que, en la visión del filósofo italiano, implica el pasaje “del hombre abstracto al
hombre concreto, a través de un gradual proceso de diferenciación o especificación de las
necesidades, individuales y colectivas, configuradas en estos nuevos derechos para los que se
exige cada día más su reconocimiento y protección”.9
El mundo impulsaba la intervención económica del Estado para incentivar la producción,
el consumo y la redistribución con equidad y justicia social lejos del fundamentalismo de
mercado, al mismo tiempo que propugnaba el progreso social, la incorporación de las masas a la
producción y al consumo, la asistencia, la previsión social y el fomento de la educación y de la
cultura. Así, mientras el laborismo triunfaba en Gran Bretaña y EEUU continuaba en la línea del
New Deal, en América Latina los gobiernos populares de Cárdenas, Vargas y Perón defendían su
independencia económica, procurando el desarrollo autónomo de la región.10 La Constitución
sancionada en nuestro país en 1949 armonizaba con el movimiento constitucional y legislativo
propio de la posguerra, como también con sus antecedentes latinoamericanos de entreguerra en
materia de consagración constitucional de derechos económicos, sociales y culturales.11
3. La función social de la propiedad. La Constitución Nacional de 1949.
En vista de que el esquema del liberalismo absoluto no pudo ser mantenido, surgió una
corriente que propendió a una mayor intervención estatal en las esferas exclusivamente
reservadas hasta ese momento a la actividad particular.
El derecho de propiedad no fue ajeno a esta evolución, y sin abdicar de la existencia de la
propiedad individual, comenzó a sufrir mayores restricciones y reglamentaciones tanto del
derecho público como del derecho privado, orientadas a satisfacer el interés de la sociedad. Esta
noción se incorporó, poco a poco, al constitucionalismo contemporáneo.
El concepto, conforme lo expresa el Dr. Néstor P. Sagüés, involucra los siguientes
elementos: “la propiedad en particular, la que no cumple usos o fines exclusivamente personales,
no tiene que ser manejada caprichosamente por su titular, sino que debe atender necesidades
sociales; dicha propiedad no puede, correlativamente, ser empleada con fines antisociales. En

8
Muñoz Drake, Juan Francisco, “La evolución constitucional y el derecho de propiedad”, en Anales de la Facultad
de Derecho de La Plata, 1935/37, p. 692.
9
Filippi, Alberto; “La lucha por los derechos y su defensa en América hispana: una larguísima construcción histórica
que comienza en Santo Domingo (1511)”, en Actas del II Congreso Nacional de Defensa Pública, Santo Domingo,
Ediciones del Comisionado de Apoyo a la Reforma y Modernización de la Justicia, 2008. El autor recuerda la
periodización propuesta por Norberto Bobbio en El tiempo de los derechos, Madrid, 1991, especialmente en la
“Introducción”, pp. 13/24.
10
Zaffaroni, Eugenio Raúl. “Estudio Preliminar”, en Constitución de la Nación Argentina (1949), Buenos Aires,
Archivo Nacional de la Memoria, 2009, pp. 17-18.
11
Ibíd., pp. 18/19.
posturas más extremas (por ej., el marxismo), es usual reclamar la extinción del derecho de
propiedad individual sobre los bienes de producción social”.12
La Constitución Argentina de 1949, derogada el 27/04/56 por un bando militar del
presidente de facto Pedro E. Aramburu, expresaba en el art. 38 del Capítulo IV denominado La
función social de la propiedad, el capital y la actividad económica que: “La propiedad privada
tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la
ley con fines de bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del
campo e intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la
comunidad, y procurar a cada labriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en
propietario de la tierra que cultiva. La expropiación por causa de utilidad pública o interés
general debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el Congreso impone las
contribuciones que se expresan en el artículo 4º. Todo autor o inventor es propietario exclusivo
de su obra, invención o descubrimiento por el término que le acuerda la ley. La confiscación de
bienes queda abolida para siempre de la legislación argentina. Ningún cuerpo armado puede
hacer requisiciones ni exigir auxilios de ninguna especie en tiempo de paz”.
Con esas características, el derecho constitucional argentino adscribió al denominado
“constitucionalismo social”, cuyas primeras manifestaciones hallamos en las constituciones
mexicana de 1917 y alemana de 1919. De este modo la concepción liberal del derecho de
propiedad contenido en la Constitución de 1853 quedó sustancialmente modificada al
establecerse una función social de la propiedad privada sometida a las obligaciones que
establezca la ley con fines de bien común.
No obstante su ilegítima derogación, es necesario destacar la vigencia que mantienen los
principales postulados de la Constitución de 1949 en el marco de nuestra realidad actual: ayer
como hoy, la disyuntiva no se planteaba entre economía libre o dirigida, sino en quién manejaría
la economía y con qué fin. En ese sentido, la Constitución de 1949 instauró una organización
social superadora de la república liberal ideada en 1853 mediante la introducción de normas que
motivaron sustanciales reformas en diversos campos.
En lo político, el elitismo decimonónico fue reemplazado por la democracia de masas. El
vigor del Poder Ejecutivo, elegido en forma directa, contribuyó a erradicar las prácticas del
fraude electoral dando paso al veredicto popular. Se incorporó el voto femenino, al que se sumó
el derecho al sufragio en los “territorios nacionales” previo proceso de provincialización, lo que
permitió integrar mayor cantidad de población al ejercicio de los derechos políticos.
En lo económico, la idea individualista fue sustituida por designios colectivos que
apuntaron a la justicia distributiva, definiendo la función social del capital, del campo, de la
propiedad, del trabajo e incluso del Estado, reservándole nuevos roles como “gerente del bien
común”; todo esto, en un marco de nacionalización de las riquezas estratégicas, los servicios
públicos esenciales, el sistema financiero, el Banco Central y el comercio exterior, llaves
maestras de la economía que, hasta ese entonces, ostentaban la impronta del colonialismo
británico.
Si a ello sumamos la consagración expresa que tuvieron los derechos sociales con la
incorporación del decálogo de los derechos del trabajador, los cuales adquirieron categoría de
“derechos fundamentales”, podemos colegir que en ese amplio y profundo espectro de reformas
quedaron plasmadas las claves de la concepción doctrinaria y filosófica del mentor de la reforma
constitucional de 1949, el Dr. Arturo Sampay, cuyos principios mantienen una actualidad
incuestionable, perdurando en el ideario popular y, sobre todo, en la conciencia de los
trabajadores.

12
Sagüés, Néstor Pedro, Elementos de derecho constitucional, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1993, p. 14.
Actualmente se abre paso una concepción social del derecho, que significa quizás un
aumento en las limitaciones y restricciones del derecho individual, donde los particulares deben
sacrificar su derecho de propiedad en beneficio de la comunidad, y el Estado impone
restricciones en resguardo del interés común de la sociedad. Todo ello conduce a la llamada
“función social” de la propiedad, que de ningún modo debe confundirse con las extremas tesis
del marxismo de “socialización de la propiedad y de los medios de producción”, que caracterizó
el pensamiento de algunos Estados. Sin embargo, la nueva concepción del derecho, su finalidad
social y el resguardo del bien general sobre el particular, no debe entenderse como una negación
o un des-conocimiento al derecho de propiedad, ya que solo se tiende a reemplazar su carácter
absoluto, por el uso regular de ese derecho. La propiedad o dominio de una cosa inmueble se
extiende, según el art. 1945 del CCCN, “al subsuelo y al espacio aéreo, en la medida en que su
aprovechamiento sea posible, excepto lo dispuesto por normas especiales”, y es además dueño de
“todas las construcciones, siembras o plantaciones existentes en un inmueble, excepto lo
dispuesto respecto de los derechos de propiedad horizontal y superficie”, como así también de
los tesoros, salvo lo dispuesto en leyes especiales (por ej., en materia de hidrocarburos o de
minería).
4. La Doctrina católica de la propiedad.
La doctrina social católica reputa a la propiedad privada como un derecho natural,
protegido por la ley divina, que prohíbe desear lo ajeno: “No desearás la mujer de tu prójimo; no
codiciarás la casa, ni la heredad, ni el esclavo, ni la esclava, ni el buey, ni el asno, ni cosa alguna
de las que son suyas”.13
Para Santo Tomás de Aquino “la propiedad privada se justifica en tanto y en cuanto esté al
servicio del derecho primario de todos los hombres de satisfacer sus necesidades. O, si se quiere,
el derecho de una persona a detentar un derecho de propiedad sólo se justifica en la medida del
buen uso que el poseedor haga de la cosa o bien exterior”.14
Sobre las ventajas que encierra la apropiación personal, desde el punto de vista del interés
común, enseñó el Papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum (1891): “La propiedad privada
garantiza celo y aplicación en el trabajo; el hombre, reacio al esfuerzo, prestará mayor interés
cuando se trate de adquirir bienes personales. Ella, además, asegura un orden más estable y una
administración más económica; en un régimen de bienes privados, cada uno sabe lo que le
pertenece y siente natural inclinación a conservarlo cuidadosamente”.
Pío XII en su Mensaje de Pentecostés de 1941 expresó: “Todo hombre, como viviente
dotado de razón, tiene de hecho por naturaleza el derecho de usar los bienes materiales de la
tierra, aunque se haya dejado a la voluntad humana y a las formas jurídicas de los pueblos el
regular más particularmente la realización práctica de este derecho”.15
En la Encíclica Mater et Magistra, dada por el Papa Juan XXIII el 15 de mayo de 1961, se
lee: en su Párrafo 21 “Reafirmación del derecho de propiedad” que “…El derecho de propiedad
privada de los bienes, aún de los productivos, tiene valor permanente, precisamente porque es
derecho natural fundado sobre la prioridad ontológica y de finalidad de los seres humanos
particulares, respecto a la sociedad. Por otra parte, en vano se insistiría en la libre iniciativa
personal en el campo económico, si a dicha iniciativa no le fuese permitido disponer libremente
de los medios indispensables para su afirmación. Y además, la historia y la experiencia
atestiguan que, en los regímenes políticos que no reconocen el derecho de propiedad privada de

13
Deuteronomio, Cap. V, versículo 21.
14
Radrizzani Goñi, Miguel A., “La doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre la propiedad privada”, LL, 124 (1966)
p. 1337.
15
Molano Molina, Humberto, op. cit., p. 81.
los bienes incluso productivos, son oprimidas y sofocadas las expresiones fundamentales de la
libertad (...)”.
Más adelante agrega: “No se comprende (...) cómo pueda ser contradicho el carácter
natural de un derecho que halla su origen prevalente y su perenne alimentación en la fecundidad
del trabajo; que constituye un medio apropiado para la afirmación de la persona humana y el
ejercicio de la responsabilidad en todos los campos; un elemento de consistencia y de serenidad
para la vida familiar y de pacífico y ordenado progreso en la convivencia. No basta afirmar el
carácter natural del derecho de propiedad privada, incluso de los bienes productivos; sino que
también hay que propugnar insistentemente su efectiva difusión entre todas las clases sociales
(...) si se utilizan recursos técnicos de comprobada eficacia, no resulta difícil promover
iniciativas y llevar adelante una política económico-social que aliente y facilite una más amplia
difusión de la propiedad privada de bienes de consumo durables, de la habitación, del terreno, de
los enseres propios de la empresa artesana agrícola familiar, de acciones de sociedades grandes y
medianas: como ya se está practicando ventajosamente en algunas comunidades políticas
económicamente desarrolladas y socialmente avanzadas”. Y en el parágrafo 24, destinado a la
“función social” de la propiedad, se lee: “...al derecho de propiedad privada sobre los bienes le es
intrínsecamente inherente una función social. En efecto, en el plan de la creación, los bienes de
la tierra están destinados ante todo para el digno sustento de todos los seres humanos (...) En
nuestro tiempo tanto el Estado como las entidades de derecho público han extendido y siguen
extendiendo el campo de su presencia e iniciativa: pero no por esto ha desaparecido (...) la razón
de ser de la función social de la propiedad privada, puesto que ella surge de la naturaleza misma
del derecho de propiedad (...) siempre queda abierto un vasto campo para la sensibilidad humana
y la caridad cristiana de los particulares (...) en el Evangelio, es considerado legítimo el derecho
de propiedad privada sobre los bienes, pero al mismo tiempo, el Maestro Divino dirige
frecuentemente a los ricos apremiantes llamadas a que muden en bienes espirituales sus bienes
materiales, dándolos a los necesitados (...) “La propiedad privada ha de ser difundida con la
mayor amplitud posible. La posesión de los bienes, del conjunto de bienes necesarios para el
decoro del vivir humano, atribuye a la persona una especial sensación de seguridad, le insufla un
hábito de confianza en sí misma, en su futuro y en el futuro del grupo familiar de que es cabeza.
Ejerce ella además una función personalizante. Tener algo individualiza, confiere valor, de la
misma manera que individualiza y realza la posesión de ciertos conocimientos”.16
El Papa Paulo VI en su Encíclica Populorum Progressio de 1967 expresa: “Dios ha
destinado la tierra y todo lo que en ella contiene para uso de todos los hombres y de todos los
pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, según la regla de la
justicia, inseparable de la caridad (...) Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han
precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen, respecto a los que se encuentran en
necesidad: 'No es parte de tus bienes -así decía San Ambrosio- lo que tú des al pobre; lo que le
das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha
sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos'. Es decir, que la propiedad privada
no constituye un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso
exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario. En una
palabra: el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común
(...) si se llegase al conflicto entre derechos privados adquiridos y las necesidades comunitarias
primordiales, toca a los poderes públicos, procurar una solución, con la activa participación de
las personas y los grupos sociales”.17
La Encíclica Rerum Novarum, que tiene como tema la cuestión social, pone el acento
también sobre este problema, recordando y confirmando la doctrina de la Iglesia sobre la
16
Mariani de Vidal, Marina. Op. cit., pp. 267/268.
17
Mariani de Vidal, Marina. Op. cit., p. 269.
propiedad, sobre el derecho a la propiedad privada, incluso cuando se trata de los medios de
producción. Lo mismo ha hecho la Encíclica Mater et Magistra. El citado principio, tal y como
se recordó entonces y como todavía es enseñado por la Iglesia, se aparta radicalmente del
programa del colectivismo, proclamado por el marxismo y realizado en diversos países del
mundo en los decenios siguientes a la época de la Encíclica de León XIII. Tal principio se
diferencia al mismo tiempo, del programa del capitalismo, practicado por el liberalismo y por los
sistemas políticos, que se refieren a él. En este segundo caso, la diferencia consiste en el modo
de entender el derecho mismo de propiedad. La tradición cristiana no ha sostenido nunca este
derecho como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más
amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho a la
propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes
(Enc. Laborem Exercens del 14 de septiembre de 1981).
El Papa Francisco, en su Encíclica Laudatio Si del 24 de mayo de 2015 expone: “De
diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes
reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su
presente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso
a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por
un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso” […] “El
principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por
tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer
principio de todo el ordenamiento ético-social». La tradición cristiana nunca reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier
forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo
que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes,
sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (Enc. Centesimus annus del 1 de mayo de 1991).
Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo
de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales,
económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» (Enc.
Sollicitudo rei socialis del 30 de diciembre de 1987). Con toda claridad explicó que «la Iglesia
defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que
sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la
destinación general que Dios les ha dado» (Discurso a los indígenas y campesinos de México,
Cuilapán del 29 de enero de 1979). Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de
Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona
seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad”.18
5. El derecho de propiedad en los antecedentes constitucionales argentinos.
En los antecedentes constitucionales argentinos encontramos referencias a la libertad de
propiedad que resaltan su importancia y debida protección. Es a partir del 25 de mayo de 1810,
cuando se suceden distintas formas de gobierno y diferentes documentos de tipo constitucional.
El proyecto de Constitución que en 1813 elaboró la Sociedad Patriótica, disponía en su art.
9º, que “la propiedad es el derecho de gozar imperturbablemente de sus bienes, rentas y
productos industriales”.
El Estatuto Provisional de 1815 definía al derecho de propiedad de una persona como “el
derecho de gozar de sus bienes, rentas y productos”, (art. 2º, cap. I, sec. I).
El 9 de julio de 1816 se proclamó la independencia de “las Provincias Unidas de la
América del Sud”, y el 22 de noviembre del mismo año surgió el Estatuto Provisional de 1816,

18
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donde se enuncian los derechos personales y se estructura el poder del Estado. La definición
contemplada en el Estatuto de 1815 fue mantenida por el Reglamento Provisorio dictado por el
Congreso de Tucumán el 3 de diciembre de 1817, en su art. 2º del capítulo I de la sección I.
La Constitución de las Provincias Unidas de Sudamérica fue sancionada el 22 de abril de
1819 por el Congreso General Constituyente reunido el Buenos Aires. La Sección Quinta trataba
en especial sobre la “Declaración de derechos”, y el art. 123 establecía que: “siendo la propiedad
un derecho sagrado e inviolable, los miembros del Estado no pueden ser privados de ella, ni
gravados en sus facultades, sin el consentimiento del cuerpo legislativo, o por un juicio conforme
a las leyes”. Fue jurada por el Director Supremo, pero nunca en todo el territorio nacional, por su
carácter unitario.
Años después, la Constitución de la República Argentina sancionada el 24 de diciembre de
1826, e inspirada en la de 1819, establecía un régimen unitario que respondía al liberalismo de la
época y contaba con un significativo número de derechos personales, que luego se incorporaron
en la Constitución de 1853. El art. 175 de su texto disponía que “siendo la propiedad un derecho
sagrado e inviolable, los habitantes del Estado no pueden ser privados de ella, ni gravados en sus
facultades, sino en los casos establecidos por la ley”, agregando en el art. 176 que “cuando el
interés del Estado exija que la propiedad de algún individuo particular sea destinada a usos
públicos bajo las formalidades de la ley, el propietario recibirá por ella una justa compensación”.
En la Constitución de la República Argentina pueden observarse los siguientes caracteres
fundamentales: 1º Se considera a la propiedad como un derecho natural e imprescriptible. 2º Se
le magnifica en algunos casos considerándolo como sagrado. 3º Se atiende siempre a su carácter
individual, reconociéndole al admitir la expropiación, un velado carácter de función social. 4º Su
redacción técnica es inobjetable.19
Juan Bautista Alberdi expresa en sus Bases que “el Congreso Argentino de 1826 estaba
todavía en el terreno de la primera época constitucional. La independencia y la libertad eran para
él los dos grandes fines de la asociación. El progreso material, la población, la riqueza, los
intereses económicos, que hoy son todo, eran cosas secundarias para los legisladores
constituyentes de 1826” (...) “No garantizaba bastantemente la propiedad, pues en los casos de
expropiación por causa de utilidad pública (art. 176) no establecía que la compensación fuese
previa, y que la pública utilidad y la necesidad de la expropiación fuesen calificadas por ley
especial. Ese descubierto dejado a la propiedad afectaba el progreso del país, porque ella es el
aliciente más activo para estimular su población”.20
Alberdi en su proyecto de Constitución, enunció en el art. 18 que: “La propiedad es
inviolable. Nadie puede ser privado de ella sino en virtud de la ley o de sentencia fundada en ley.
La expropiación por causa de pública utilidad debe ser calificada por ley y previamente
indemniza-da. Sólo el Congreso impone contribuciones. Ningún servicio personal es exigible,
sino en virtud de la ley o de sentencia fundada en ley. Todo autor o inventor goza de la propiedad
exclusiva de su obra o descubrimiento. La confiscación y el decomiso de bienes son abolidos
para siempre. Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones ni exigir auxilios. Ningún
particular puede ser obligado a dar alojamiento en su casa a un militar”.21
6. El Derecho de propiedad en la Constitución Nacional.
La Constitución es la ley fundamental del Estado, organiza su gobierno y contempla los
derechos y garantías de los miembros de la comunidad.

19
Muñoz Drake, Juan Francisco, op. cit., p. 683.
20
Alberdi, Juan Bautista; Bases. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1991, pp. 32/34.
21
Alberdi, Juan Bautista; Bases, op. cit., p. 289.
Toda constitución técnicamente considerada tiene dos aspectos fundamentales, un aspecto
netamente político, organizativo y estático, en cuanto crea una organización gubernamental y
otro aspecto típicamente social, declarativo y dinámico, en cuanto fundamenta los derechos y
garantías individuales. Dentro de este gran capítulo “Declaraciones, Derechos y Garantías” (arts.
1 a 35), que corresponden a la Constitución de 1853/1860, y que la doctrina denomina “parte
dogmática”, se contempla el derecho de propiedad, reconocido en los arts. 14 y 17 de la C.N.
El art. 14 CN expresa en lo pertinente que: “Todos los habitantes de la Nación gozan de los
siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: [...] de usar y
disponer de su propiedad [...]”.
Por su lado, el art. 17 CN dice: “La propiedad es inviolable, y ningún habitante de la
Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley. La expropiación por
causa de utilidad pública, debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el
Congreso impone las contribuciones que se expresan en el art. 4. Ningún servicio personal es
exigible, sino en virtud de ley o de sentencia fundada en ley. Todo autor o inventor es propietario
exclusivo de su obra, invento o descubrimiento, por el término que le acuerde la ley. La
confiscación de bienes queda borrada para siempre del Código Penal Argentino. Ningún cuerpo
armado puede hacer requisiciones, ni exigir auxilios de ninguna especie”.
El art. 18 CN establece que “el domicilio es inviolable”. A su vez, el art. 20 CN dice que
“Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano;
pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos
(...)”. Es también de suma importancia lo que dispone el art. 28 CN, que determina que: “Los
principios, garantías y derechos reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser alterados
por las leyes que reglamenten su ejercicio”.
El artículo 75 inc. 12 CN, autoriza al Congreso Nacional a dictar el Código Civil,
reglamentario, precisamente, del derecho de propiedad. El artículo 75 inc. 18, faculta al
Congreso Nacional a proveer todo lo conducente a la prosperidad del país. El artículo 75 inc. 32
CN, entre las facultades del Congreso Nacional indica la de “hacer todas las leyes y reglamentos
que sean convenientes para poner en ejercicio los poderes antecedentes, y todos los otros
concedidos por la presente Constitución al gobierno de la Nación Argentina”.
Y en el Preámbulo también se postula que entre los propósitos de los constituyentes, está el
de promover el bienestar general, lo que alude tácitamente a la propiedad.
La Constitución no define qué es “propiedad” 22 pues, como se comprende, esto ha sido
deferido en el legislador quien determina y señala el contenido más o menos concreto de todo
derecho y, por ende, del que nos ocupa. Lo reglamenta, imponiéndole las restricciones y
limitaciones necesarias, fundándose en las necesidades de orden jurídico, social, económico y
aún político de la sociedad para la cual legisla.23
El art. 17 de la Constitución comienza diciendo: “La propiedad es inviolable”. En nuestros
antecedentes de 1819 y 1826, esta garantía estaba subrayada pues ambos documentos la definían
como “sagrada e inviolable”.
Sea cual fuere el contenido del adjetivo inviolable, es inequívoco que el derecho de
propiedad es aquel que está sometido a mayor número de regulaciones y que éstas encuentran su
límite fundamentalmente en la doctrina de los derechos adquiridos.24

22
Zarini, Helio J.; Derecho Constitucional, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2009, p. 57.
23
Bielsa, Rafael, “Caracteres y extensión del derecho de propiedad”, J.A., (1925), T. 17, Secc. Doctrina p. 15.
24
Colautti, Carlos. Op. cit., p. 204.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, ha decidido que el término “propiedad”
comprende todos los intereses apreciables que el hombre puede poseer fuera de sí mismo, de su
vida y de su libertad. (Caso Bourdie, Fallos, 147:307). “Esto significa que no sólo el dominio
sobre las cosas es derecho de propiedad, también lo son los restantes derechos reales [...] y
también los derechos creditorios”.25
Pueden ser titulares del derecho de propiedad tanto las personas físicas como las personas
jurídicas.
En cuanto al contenido del derecho de propiedad, precisando el concepto desde el ángulo
constitucional, y solamente a título enunciativo, “quedan englobados en ella el derecho real de
dominio y todas sus desmembraciones: las concesiones de uso sobre bienes del dominio público
y las concesiones para la administración o explotación de servicios, empresas o establecimientos
públicos, los derechos patrimoniales derivados de los contratos celebrados entre particulares, o
entre ellos y el Estado, ya se trate de contratos individuales o colectivos; los derechos
incorporados por medios lícitos al patrimonio de una persona; los derechos patrimoniales
acordados por una sentencia judicial; los derechos previsionales adquiridos; los derechos
hereditarios, en la forma y proporción establecidas por la ley, y, en general, todo elemento
material, crédito o derecho para exigir la prestación de un servicio o el cumplimiento de una
obligación susceptible de apreciación económica. También integran el concepto de propiedad
constitucional la propiedad intelectual, industrial y comercial a que hace referencia el art. 17,
cuando dispone que todo autor o inventor es propietario exclusivo de su obra, invento o
descubrimiento por el término que le acuerde la ley”.26
Los derechos del autor, o inventor y los derechos de marcas son también derecho de
propiedad. La propiedad intelectual es el derecho de propiedad reconocido al autor de una obra
científica, literaria o artística, para disponer, usar, comercializar libremente de ellas. Si bien
originariamente su reconocimiento beneficia al autor, el derecho es susceptible de ser transferido
a otras personas sin perder su carácter de intelectual, como veremos más adelante. La propiedad
industrial y comercial recae sobre los inventos, descubrimientos, patentes, marcas de fábrica y de
industria, diseños y modelos industriales, fondos de comercio, nombres comerciales, planos y
técnicas industriales y, en general, sobre toda obra de la inteligencia humana que no esté
comprendida en la propiedad intelectual, aunque no se exteriorice sobre bienes materiales.
El Derecho de propiedad debe ejercerse “conforme a las leyes que reglamenten su
ejercicio”, por lo tanto, autoriza al Congreso a reglamentarlo razonablemente, no admite un
derecho absoluto e ilimitado. Y dado que la propiedad no es un derecho absoluto, su ejercicio
puede ser objeto de diversas reglamentaciones legales, traducidas en restricciones que tengan por
finalidad armonizar el derecho de propiedad individual con el ejercicio de igual derecho de los
demás individuos, y con el orden público y el bien común.
Estas limitaciones a la propiedad privada se distinguen en “1) Las que tienen por objeto el
interés privado, que se rigen por el derecho privado, especialmente por el Código Civil, y 2) las
que dispuestas en interés público son regidas por el derecho administrativo, ya sea nacional o
provincial”.27
7. El derecho de propiedad en los Tratados de Derechos Humanos.
La Constitución Nacional es ley fundamental del Estado, y el principio de supremacía
constitucional está contemplado en el art. 31 CN que establece: “Esta Constitución, las leyes de

25
Quiroga Lavié, Humberto, Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. Comentada, Editorial Rubinzal- Culzoni,
Santa Fe, 1996, p. 49.
26
Badeni, Gregorio, Derecho Constitucional. Libertades y garantías, Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires, 1993, p. 317.
27
Zarini, Helio J.; Constitución Argentina, Comentada y concordada, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1996, p. 58.
la Nación que en su consecuencia se dicten por el Congreso y los tratados con las potencias
extranjeras son la ley suprema de la Nación; y las autoridades de cada provincia están obligadas
a conformarse a ellas, no obstante cualquiera disposición en contrario que contengan las leyes o
constituciones provinciales, salvo para la provincia de Buenos Aires, los tratados ratificados
después del Pacto del 11 de noviembre de 1859”.
Después de la Reforma Constitucional de 1994, conforme al art. 75 inc. 22, es atribución
del Congreso Nacional aprobar o desechar tratados concluidos con las demás naciones y con las
organizaciones internacionales y los concordatos con la Santa Sede. Los tratados y concordatos
tienen jerarquía superior a las leyes. Y los tratados de Derechos Humanos mencionados
expresamente en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía constitucional, no derogan
artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben entenderse complementarios de
los derechos y garantías por ella reconocidos.
Tienen también jerarquía superior a las leyes los tratados de integración que deleguen
competencias y jurisdicción a organizaciones supraestatales en condiciones de reciprocidad e
igualdad, y que respeten el orden democrático y los derechos humanos.
Los Tratados de Derechos Humanos mencionados explícitamente en el art. 75 inc. 22
integran el denominado “bloque constitucional”.
En la Declaración Universal de Derechos Humanos, (ONU, 1948) el art. 17 reconoce que:
“1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 2. Nadie será privado
arbitrariamente de su propiedad”.
El derecho de propiedad no fue incluido ni en el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, ni
en el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas, ni en la
Convención Europea de Derechos Humanos.
En la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, (OEA, 1948) el art.
XXIII se refiere al Derecho de propiedad, expresando: “Toda persona tiene derecho a la
propiedad privada correspondiente a las necesidades esenciales de una vida decorosa, que
contribuya a mantener la dignidad de la persona y del hogar”.
En la Convención Americana sobre Derechos Humanos, denominada Pacto de San José de
Costa Rica, (OEA, 1969), el art. 21 hace mención al “Derecho a la propiedad privada”,
expresando textualmente: “1. Toda persona tiene derecho al uso y goce de sus bienes. La ley
puede subordinar tal uso y goce al interés social. 2. Ninguna persona puede ser privada de sus
bienes, excepto mediante el pago de indemnización justa, por razones de utilidad pública o de
interés social y en los casos y según las formas establecidas por la ley. 3. Tanto la usura como
cualquier otra forma de explotación del hombre por el hombre, deben ser prohibidas por la ley”.
La Argentina, que ha reconocido la competencia de la Comisión y de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, por tiempo indefinido, al ratificar la convención hizo la
siguiente reserva: “El gobierno argentino establece que no quedarán sujetas a revisión de un
Tribunal internacional cuestiones inherentes a la política económica del Gobierno. Tampoco
considerará revisable lo que los Tribunales Nacionales determinen como causas de “utilidad
pública” e “interés social', ni lo que éstos entiendan por “indemnización justa” [...]”.

B) EL PATRIMONIO
1. Concepto. El patrimonio es el conjunto de los bienes de una persona, esto es, los objetos
materiales susceptibles de tener un valor económico (cosas), y los objetos no materiales
susceptibles de valor (bienes y cosas), tales como los derechos de crédito, derechos reales,
derechos intelectuales y obligaciones.
El patrimonio es entonces el conjunto de todos aquellos derechos que sirven para la
satisfacción de las necesidades económicas del hombre, quedando por tanto excluidos los
derechos inherentes a la personalidad (derecho a la vida, al honor) y los derivados de las
relaciones de familia (vínculo entre cónyuges, tutela, curatela), por eso se los denomina derechos
extrapatrimoniales, aunque muchas veces estos derechos tienen repercusión y consecuencias
económicas.
Es decir que ni la vida, ni el honor, ni la responsabilidad parental tienen en sí mismos
carácter económico ni son valuables en dinero. Pero sabido es que en caso de una lesión a la
vida, al honor, a la libertad, etc., el daño causado se repara con el pago de una suma de dinero.
Ello no significa que esos derechos sean apreciables en dinero, sino que el hombre no posee otra
forma de compensar o reparar el daño sufrido.28
1.1. El Patrimonio como atributo de la personalidad.
1. Teoría Clásica. Desarrollada por Aubry y Rau, considera el patrimonio como un atributo de la
personalidad por cuanto no concibe una persona sin patrimonio. El patrimonio es único porque
ninguna persona puede tener más de un patrimonio; es necesario porque toda persona lo tiene, e
intransmisible porque al estar ligado al concepto de persona, si se admitiera la posibilidad de su
transmisión íntegra, se estaría transfiriendo la personalidad.
2. Doctrina Moderna. Niega la necesidad de patrimonio, porque existen personas que no tienen
patrimonio alguno. Además, rechaza la unidad del patrimonio, afirmando que pueden existir
patrimonios especiales (masa de bienes del sucesorio separado del patrimonio del heredero).
La cuestión de nuestro derecho: El patrimonio es un atributo de la personalidad y como tal es
necesario. La circunstancia que una persona carezca de bienes hoy no supone que no pueda
tenerlos en el futuro. Puede ocurrir que alguien tenga patrimonio negativo, debido a que las
deudas sean superiores a sus créditos, cosas y demás derechos.
2. Caracteres y composición. El patrimonio es concebido como una “universalidad jurídica”. Se
explica su carácter “universal” porque todos los bienes que lo integran (cosas, derechos y
obligaciones) forman una masa abstracta y única, distinta y separada de cada uno de los
elementos que lo componen, los que pueden circunstancialmente disminuir o aumentar, sin
afectar aquella universalidad ya que el concepto de patrimonio seguirá siendo el mismo: Borda
grafica esta cuestión diciendo que el patrimonio es como una bolsa, que puede estar vacía o
llena, pero siempre es la misma bolsa. Cabe significar que el patrimonio no está formado por las
cosas económicamente valiosas (por ej. un inmueble) sino por los derechos que se tienen sobre
ellas, pues siendo el patrimonio un concepto jurídico no podría estar integrado por cosas
materiales.29
Los caracteres del patrimonio, como dijéramos, son los siguientes: es necesario, pues toda
persona tiene un patrimonio que es inseparable de ella; es único, nadie tiene más que un solo
patrimonio; es inalienable, pues sólo pueden venderse sus elementos integrantes y no en su
totalidad; y es idéntico a sí mismo, pues aunque puedan ingresar o salir bienes de él, el
patrimonio sigue siendo el mismo.
El patrimonio se compone de los llamados derechos patrimoniales que son aquellos
objetos materiales e inmateriales susceptibles de valor (art. 16), o sea todos los derechos que
pueden valuarse pecuniariamente. De esta manera como derechos patrimoniales encontramos a
28
Borda; Guillermo A.; Tratado de Derecho Civil. Parte General. T. II. Abeledo Perrot, Bs. As., 1991, p. 10
29
Borda; Guillermo A.; Tratado de Derecho Civil. Parte General. T. II. Abeledo Perrot, Bs. As., 1991, p. 12
los derechos personales o creditorios; a los derechos reales, algunos derechos de familia (así el
derecho a alimentos), y los derechos intelectuales en su aspecto económico.
1. Derechos Personales o Creditorios: son los que confieren a una persona la facultad de
exigir a otro el cumplimiento de una determinada prestación (así, el comprador que ha pagado el
precio tiene derecho a exigir la entrega de la cosa adquirida). En los derechos personales
encontramos siempre tres elementos: el acreedor (sujeto activo); el deudor (sujeto pasivo), y el
objeto o prestación. Son derechos a la cosa (ius ad rem) y confieren a su titular la facultad de
exigir que el sujeto pasivo realice un acto que puede consistir en la tradición o entrega de la cosa,
solo después de la cual el acreedor adquiriría un poder directo sobre ella. Pueden establecerse
por el simple acuerdo de voluntades de los particulares o por cualquiera de los hechos que sean
fuente de las obligaciones.
2. Derechos Reales: son aquellos que establecen una relación directa entre la persona y la
cosa y confieren a su titular un poder o señorío inmediato sobre ella. Tales atribuciones son
plenas en el derecho de propiedad o dominio y más limitados en los otros derechos reales: uso,
servidumbre, etc. En los derechos reales solo se encuentran dos elementos: el sujeto activo o
titular, y el objeto. El sujeto pasivo no existe como tal, aunque algunos sostienen que sería toda
la sociedad pues está obligada a respetar su ejercicio. Son derechos sobre la cosa (iure in re) que
confieren a su titular un poder directo sobre ella. Están protegidos por acciones in rem, que
pueden intentarse contra quienquiera que pretenda desconocerlos o turbar su ejercicio y que
siguen a la cosa con independencia de la persona. El derecho de persecución (ius persequendi) y
el derecho de preferencia o exclusión (ius preferendi) son atributos de los derechos reales. Estos
derechos solo pueden constituirse por la ley.30
3. Derechos Intelectuales: son los derechos que tiene el autor de una determinada obra, de
carácter artístico, literario, científico, etc. para explotarla comercialmente, y en su caso disponer
de ella (Ley 11.723). También son derechos intelectuales los que les corresponde a los inventores
por sus obras (Ley 24.481 y 24.572 de patentes de invención y modelos de utilidad; Decreto
260/96 que aprueba el texto ordenado de las leyes 24.481 y 24.572). Nos ocuparemos de estos
derechos en profundidad más adelante en este capítulo.
4. Las Deudas: Este punto de vista resulta consecuente con el criterio de caracterizar al
patrimonio en razón de la función jurídica que cumple: la garantía de los acreedores. En este
sentido el art. 743 expresa que “Los bienes presentes y futuros del deudor constituyen la garantía
común de sus acreedores”.
Cierto es que en los términos de la definición jurídica y gramatical del concepto de
patrimonio, solo parecen comprenderse los derechos “activos'; mas no los “pasivos” o deudas.
Pero es también cierto que en innumerables ocasiones las deudas de una persona superan a su
activo; tal persona tendría patrimonio -su activo- afectado por deudas -su pasivo- que excederían
el monto de aquél. En realidad esta persona poseería un patrimonio de signo negativo o un
patrimonio deficitario.31
En consecuencia las deudas integran también el patrimonio a modo de cargas que lo
gravan, porque de otro modo podrían trasmitirse los bienes sin sus cargas, lo que sería imposible
jurídicamente (arts. 399 y ccts.). Puede darse en el caso de un patrimonio negativo cuando las
deudas superan el activo.
Los llamados derechos extrapatrimoniales no son susceptibles de valuación económica, a
pesar de que su violación puede generar la facultad de reclamar daños y perjuicios, los que se
concretarán en una suma de dinero, aun cuando se trate de un daño moral. Ejemplo de esta clase
30
Caramés Ferro, José M.; Curso de Derecho Romano, Ed. Perrot, 8va. Edic., Buenos Aires, 1964, pp. 21-27.
31
Alterini, Atilio Aníbal; Derecho Privado. Parte General. Ed. Abeledo Perrot, Bs. As., 1995, p. 280.
de derechos serían los derechos de la personalidad o personalísimos, los derechos de familia, los
derechos intelectuales en su aspecto moral, etc. De ahí que esta clase de derechos queden fuera
del patrimonio.
Activo patrimonial: todos los bienes presentes y futuros que integran el patrimonio de una
persona, están afectados al cumplimiento de las obligaciones y al pago de deudas. El activo
cumple la función de garantía con relación al pasivo del patrimonio (art. 743).
Insolvencia patrimonial: hay insolvencia cuando en el patrimonio de una persona, el pasivo es
superior al activo. La insolvencia no es sinónimo de cesación de pagos, pues una persona puede
ser insolvente, e igualmente pagar sus deudas (ya sea porque le prestan el dinero u otra
circunstancia). Cuando a la insolvencia se le suma la cesación de pagos, se dan las condiciones
para que se produzca la quiebra del deudor, situación que traerá aparejado la liquidación
colectiva de su patrimonio, lo cual significa que los acreedores por vía judicial harán ejecutar
(vender) y realizar (hacer líquidos) los bienes del deudor.
2.1. Derechos intelectuales.
Los derechos de propiedad intelectual o derechos de autor son aquellos que se le conceden
a éste sobre su obra, nacidos en su labor creativa, al expresar con originalidad el fruto de su
espíritu o de una colaboración intelectual en una obra artística, literaria o científica. 32 La obra
intelectual o científica es la “expresión original y novedosa de la inteligencia, resultado de la
actividad del espíritu, que tenga individualidad que represente o signifique algo”.33
Los derechos intelectuales son para Borda una tercera categoría de derechos patrimoniales,
de naturaleza sui generis que puede definirse como un derecho a la explotación económica
temporaria de la obra o idea intelectual concebida por su autor.
Asimismo toda obra artística, técnica, científica, etc. origina además el llamado derecho
moral de autor, que es de naturaleza extrapatrimonial y se vincula con la personalidad misma del
hombre. Se trata de un derecho personalísimo, nacido de la necesidad de proteger la integridad
de la idea u obra, que es el propio pensamiento íntimo y profundo del autor. Este además tiene
derecho a modificarla, a perfeccionarla, a oponerse a que se alteren sus conceptos; puede decidir
publicarla o no, u oponerse a su publicación y hasta destruirla.34
a) Antecedentes históricos. La aparición del derecho de autor, entendido como tutela de los
derechos derivados de la difusión de la obra del ingenio en interés del autor, está relacionada con
la invención de la imprenta. Gutenberg a mediados del siglo XV con su fabuloso invento
permitió la reproducción de un mayor número de copias a costo más reducido. Los ejemplares de
la Biblia publicados por Gutenberg en 1455 produjeron tres consecuencias concretas: 1) la
secularización de los textos religiosos; 2) la pérdida del monopolio eclesiástico respecto de la
comunicación de ciertos temas y 3) la desaparición de la figura del escriba, personaje de sumo
prestigio a lo largo de los siglos, en donde un escaso número de personas accedía al proceso de
lecto-escritura.35 Hasta ese momento histórico, el precio de los manuscritos era tan elevado que
la misma difusión no presentaba una contrapartida económica y los primeros que se beneficiaron
económicamente por una actividad intelectual ajena fueron los impresores convertidos en
editores.
El régimen de monopolio en la economía condujo a los impresores a buscar la tutela de sus
intereses en la obtención de privilegios conferidos por el Estado en forma pública. Conforme
32
Emery, Miguel Angel, “Propiedad Intelectual, Ley 11.723”, Ed. Astrea, Bs.As., 2003, p. 2
33
Emery, Miguel Angel, op. cit., p. 11.
34
Borda; Guillermo A.; Tratado de Derecho Civil. Parte General. T. II. Abeledo Perrot, Bs. As., 1991, p. 31.
35
Goldstein, Mabel R., Derechos Editoriales y de Autor, 2º edición, Editorial Universitaria de Buenos Aires,
Eudeba, Buenos Aires, 1999, p. 226.
expresa Emilio Pérez Cuesta “los autores compensados y pagados por los editores no advirtieron
que se trataba de un derecho que les era propio y se consideraron tutelados por los privilegios
concedidos a los impresores”.36
La concesión de privilegios fue así la primera forma de protección legal específica de las
obras del espíritu. Los beneficios económicos que obtenían los impresores se vinculaban a ese
monopolio en función de los costes de impresión y de publicación.
Más tarde, los autores tomaron conciencia de la importancia primaria e insustituible de su
obra. Por ello, empezaron a afirmar la existencia de un derecho propio, inalienable y autónomo.
Contribuyó a afirmar el derecho de autor la influencia del liberalismo individualista que defendía
la abolición de los vínculos corporativos impuestos por una tutela fundada en el privilegio.
Por supuesto que los impresores advirtiendo el peligro que amenazaba su floreciente
industria, intentaron oponerse sosteniendo que sus derechos exclusivos provenían de la cesión de
los mismos autores. Los libros que se imprimían, según ellos, eran manuscritos que les habían
entregado los autores o que habían sido cedidos a ellos por cualquier otra causa. Tal afirmación,
en realidad, favorecía el derecho de autor, ya que se reconocía en definitiva una esfera jurídica
independiente que pertenecía al autor. 37
b) Antecedentes argentinos. Para la historia jurídica argentina, tiene particular importancia la
Pragmática dictada en 1763 por el rey Carlos III de España, que concedía al autor el monopolio
de explotación de la obra al expresar: “que aquí adelante no se conceda a nadie privilegio
exclusivo para imprimir ningún libro, sino al mismo autor que lo haya compuesto”. 38 Y al año
siguiente publicaba una Real Orden por la que se transmitía este derecho a los herederos del
autor fallecido.39
A partir de la Revolución de Mayo de 1810, junto a la libertad de prensa se consagró la
propiedad intelectual. Sobre la base del reconocimiento de privilegios exclusivos a favor de los
autores por tiempo determinado, se lo contempló en los proyectos de Constitución de carácter
unitario de 1819 y 1826.
En su proyecto de Constitución, Alberdi enunció en el art. 18 que: “Todo autor o inventor
goza de la propiedad exclusiva de su obra o descubrimiento”.40
En la Constitución Nacional de 1853, el artículo 17 reconoció expresamente que: “todo
autor o inventor es propietario exclusivo de su obra, invento o descubrimiento, por el término
que le acuerde la ley”, norma inspirada en la Constitución norteamericana de 1787.41
Durante el breve lapso en que estuvo vigente la Constitución de 1949, también mantuvo el
mismo principio (art. 38). La reforma constitucional de 1994 no ha alterado este concepto.
El Código en el art. 16 incluye junto con las cosas, los derechos que recaen sobre bienes
susceptibles de valor económico. Dentro de estos, y por oposición al carácter material de
aquellas, se incluyen los derechos intelectuales que resultan así ser bienes de carácter no material
susceptibles de valor.
El derecho sobre los bienes inmateriales tiene los atributos esenciales del derecho de
propiedad. Implica una facultad exclusiva del goce del derecho. Por lo tanto, el derecho
36
Pérez Cuesta, Emilio, “Una perspectiva histórico-jurídica sobre el derecho de autor”, Revista de Derecho Privado,
Madrid, 1981, pp. 333/334.
37
Pérez Cuesta, Emilio, op. cit., p. 334.
38
Mouchet, Carlos – Radaelli, Sigfrido, Derechos intelectuales sobre las obras literarias y artísticas, Ed. Kraft,
Buenos Aires, 1948, t. I, p. 24.
39
Jensen, Henry; Derechos Intelectuales, Ed. Jurídica de Chile, Santiago de Chile, 1970, p. 23.
40
Alberdi, Juan Bautista, Bases, Editorial Plus Ultra, Capital Federal, 1991, p. 289.
41
Hamilton, A., Madison, J., Jay, J., El federalista, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 390.
intelectual está asimilado al derecho real de dominio, de modo que el autor goza sobre su obra de
todos los derechos del propietario, entre los cuales se encuentran los de publicarla, exponerla en
público y enajenarla.
2.2. Régimen legal argentino. Ley 11.723.
a) Introducción. El sistema legal de la propiedad intelectual en nuestro país tiene origen en el
art. 17 de la Constitución Nacional, que establece “...Todo autor o inventor es propietario
exclusivo de su obra, invento o descubrimiento, por el término que le acuerde la ley...”. Y la ley
que establece este término de goce del derecho de los autores, además de todas las otras
circunstancias propias de su ejercicio y protección, es la ley 11.723 de propiedad intelectual
(B.O. 30/09/33), la que ha sido modificada en varias oportunidades (leyes 24.870, 25.036,
25.847 y 26.570). Su antecesora fue la ley 7092 del año 1910, primera legislación específica
sobre la materia. Además, existen convenios internacionales que regulan la materia, a los que nos
referiremos más adelante. La propiedad intelectual entonces se regirá por las disposiciones del
derecho común, bajo las condiciones y limitaciones establecidas en la Ley 11.723 (art. 12) con lo
que confiere a los titulares todos los atributos del derecho de propiedad que no se encuentren
limitados legislativamente.
Gozan de protección en nuestro derecho las obras científicas, literarias y artísticas y estas
comprenden los escritos de toda naturaleza y extensión, entre ellos los programas de
computación fuente y objeto; las compilaciones de datos o de otros materiales; las obras
dramáticas, composiciones musicales, dramático-musicales; las cinematográficas, coreográficas
y pantomímicas; las obras de dibujo, pintura, escultura, arquitectura; modelos y obras de arte o
ciencia aplicadas al comercio o a la industria; los impresos, planos y mapas; los plásticos,
fotografías, grabados y fonogramas, en fin, toda producción científica, literaria, artística o
didáctica sea cual fuere el procedimiento de reproducción (art. 1).
El art. 1 de la ley 11.723 contiene una enunciación de las obras que reciben protección
legal, aunque omite dar el concepto de lo que se entiende por obra intelectual o científica que la
merezca. Sin embargo, la doctrina está conteste en que debe tratarse siempre de “una expresión
personal, original y novedosa de la inteligencia, resultado de la actividad del espíritu, que tenga
individualidad, que represente o signifique algo y sea una creación integral”.42
La protección del derecho de autor abarca la expresión de ideas, procedimientos, métodos
de operación y conceptos matemáticos pero no esas ideas, procedimientos, métodos y conceptos
en sí. Es necesario entonces distinguir lo que es una obra de lo que es una idea. La normativa
protege la obra, protege una forma o manera de expresar la idea, pero no la idea en sí. El uso de
las ideas es libre, sin que se pueda adquirir sobre ellas protección o propiedad alguna. Por ej.:
tengo una idea para un guión de cine o de TV. El derecho de autor no va a proteger esa idea en sí,
sino su exteriorización o forma de manifestación, es decir, el guion.
El derecho de propiedad de una obra científica, literaria o artística, comprende para su
autor la facultad de disponer de ella, de publicarla, de ejecutarla, de representarla, y exponerla en
público, de enajenarla, de traducirla, de adaptarla o de autorizar su traducción y de reproducirla
en cualquier forma. Los autores que empleen seudónimos podrán registrarlos adquiriendo la
propiedad de los mismos. Así, al estar asimilado el derecho intelectual al derecho real de
dominio, el autor goza sobre su obra de todos los derechos del propietario, entre los cuales se
encuentran los de publicarla, exponerla en público y enajenarla.
b) Principios generales establecidos en la ley 11.723.

42
CSJN, 18/9/68, Fallos, 271:368, , LL 133-807; id. 3/5/88, ED, 129-132, voto del Dr. Fayt.
a) Las obras protegidas, se encuentran enunciadas a título ejemplificativo en el art. 1. Se protege
la obra con prescindencia de su extensión y calidad, siempre y cuando su forma de expresión
tenga un mínimo de originalidad y novedad.
b) Se establecen derechos erga omnes o derechos in re a favor del autor (art. 2).
c) Como sujetos del derecho se reconoce a los autores originales y a los autores de obras
derivadas, cuando utilizan legítimamente la obra original, así como a los que adquieren esos
derechos por cesión, por legado o herencia (art. 4).
d) El plazo de duración se encuentra regulado en los arts. 5, 8, 11 y 34.
e) Derecho de cita hasta mil palabras (texto) y ocho compases (música) con propósitos didácticos
y con obligación de indicar la obra y el autor (art. 10).
f) Protección de obras no fijadas o verbales (arts. 9, 27 y 36).
g) La ley establece un registro obligatorio para las obras editadas y otro voluntario para las
demás (arts. 57, 61 y 62).
h) Están regulados tres tipos de contratos: de edición, de representación o ejecución y de cesión–
venta (arts. 37 a 55).
i) Penas a aplicar conforme lo establecido por el Código Penal (art. 71, 72, 73) El delito
específico: la falsa atribución de autoría de obras plásticas (art. 74 bis).
j) Se prevén medidas procesales cautelares (art. 79).
k) Se incluyen otros derechos afines o conexos como: los de intérprete (art. 56); a la propia
imagen y a la correspondencia epistolar (arts. 31 a 33).43
Sujetos comprendidos. Son titulares del derecho de propiedad intelectual: a) El autor de la obra;
b) Sus herederos o derechohabientes; c) Los que con permiso del autor la traducen, refunden,
adaptan, modifican o transportan sobre la nueva obra intelectual resultante; d) Las personas
físicas o jurídicas cuyos dependientes contratados para elaborar un programa de computación
hubiesen producido un programa de computación en el desempeño de sus funciones laborales,
salvo estipulación en contrario (texto según Ley 25.036 B.O. 11/11/1998).
Tiempo y contenido de la protección. La propiedad intelectual sobre sus obras corresponde a los
autores durante su vida y a sus herederos o derechohabientes hasta setenta (70) años contados a
partir del 1° de enero del año siguiente al de la muerte del autor. En los casos de obras en
colaboración, este término comenzará a contarse desde el 1° de enero del año siguiente al de la
muerte del último colaborador. Para las obras póstumas, el término de setenta años empezará a
correr a partir del 1° de enero del año siguiente al de la muerte del autor. En caso de que un autor
falleciere sin dejar herederos, y se declarase vacante su herencia, los derechos que a aquel
correspondiesen sobre sus obras pasarán al Estado por todo el término de ley, sin perjuicio de los
derechos de terceros (art. 5).
Para las obras fotográficas la duración del derecho de propiedad es de veinte (20) años a
partir de la fecha de la primera publicación. Para las obras cinematográficas el derecho de
propiedad es de cincuenta (50) años a partir del fallecimiento del último de los colaboradores
enumerados en el artículo 20 de la ley, siendo tales, salvo convenios especiales, el autor del
argumento, el productor y el director de la película, a los que se agregará con iguales derechos el
compositor si la obra es cinematográfica musical (art. 34).
El retrato fotográfico de una persona no puede ser puesto en el comercio sin el
consentimiento expreso de la persona misma y, muerta ésta, de su cónyuge e hijos o
descendientes directos de éstos, o en su defecto, del padre o de la madre. Faltando el cónyuge,
los hijos, el padre o la madre, o los descendientes directos de los hijos, la publicación es libre. El
consentimiento para la publicación del retrato no será necesario después de transcurridos 20 años

43
Villalba, Carlos Alberto, “Panorama del derecho de autor en la Argentina”, en Derechos Intelectuales, Vol. 2,
Editorial Astrea, Buenos Aires, 1987, p. 142/143.
de la muerte de la persona retratada. En cambio la publicación del retrato es libre cuando se
relacione con fines científicos, didácticos y en general culturales, o con hechos o
acontecimientos de interés público o que se hubieran desarrollado en público.
Si se tratara de cartas, el derecho de publicarlas pertenece al autor. Después de la muerte de
este es necesario el consentimiento de las personas antes mencionadas y en el orden allí
indicado. Cuando las personas cuyo consentimiento sea necesario para la publicación del retrato
fotográfico o de las cartas, sean varias, y haya desacuerdo entre ellas, resolverá la autoridad
judicial.
Cuando las partes o los tomos de una misma obra hayan sido publicados por separado en
años distintos, los plazos establecidos por la ley corren para cada tomo o cada parte, desde el año
de la publicación. Tratándose de obras publicadas parcial o periódicamente por entregas o
folletines, los plazos establecidos en la presente Ley corren a partir de la fecha de la última
entrega de la obra (art. 11).
La propiedad intelectual de las obras anónimas pertenecientes a instituciones,
corporaciones o personas jurídicas, durará cincuenta (50) años contados desde su publicación
(art. 8).
Protección de los intérpretes. Por su lado, corresponde a los artistas intérpretes la propiedad
intelectual sobre sus interpretaciones o ejecuciones fijadas en fonogramas por el plazo de setenta
(70) años contados a partir del 1º de enero del año siguiente al de su publicación. Asimismo, la
propiedad intelectual sobre los fonogramas corresponde a los productores de los fonogramas o
sus derechohabientes por el plazo de setenta (70) años contados a partir del 1º de enero del año
siguiente al de su publicación. Los fonogramas e interpretaciones que se encontraren en el
dominio público sin que hubieran transcurrido los plazos de protección previstos en esta ley,
volverán automáticamente al dominio privado por el plazo que reste, y los terceros deberán cesar
cualquier forma de utilización que hubieran realizado durante el lapso en que estuvieron en el
dominio público (Texto según Ley 26.570 B.O. 14/12/2009).
El intérprete de una obra literaria o musical, tiene el derecho de exigir una retribución por
su interpretación difundida o retransmitida mediante la radiotelefonía, la televisión, o bien
grabada o impresa sobre disco, película, cinta, hilo o cualquier otra substancia o cuerpo apto para
la reproducción sonora o visual. No llegándose a un acuerdo, el monto de la retribución quedará
establecido en juicio sumario por la autoridad judicial competente. El intérprete de una obra
literaria o musical está facultado para oponerse a la divulgación de su interpretación, cuando la
reproducción de la misma sea hecha en forma tal que pueda producir grave e injusto perjuicio a
sus intereses artísticos.
Reedición post mortem. Los herederos o derechohabientes no podrán oponerse a que los terceros
reediten las obras del causante cuando dejen transcurrir más de diez años sin disponer su
publicación. Tampoco podrán oponerse a que traduzcan las obras del causante después de diez
años de su fallecimiento. En estos casos, si entre el tercero editor y los herederos o
derechohabientes no hubiera acuerdo sobre las condiciones de impresión o la retribución
pecuniaria, ambas serán fijadas por árbitros.
Derecho de cita. En cuanto al derecho de cita, comprende la posibilidad de publicar con fines
didácticos o científicos, comentarios, críticas o notas referentes a las obras intelectuales,
incluyendo hasta mil palabras de obras literarias o científicas u ocho compases en las musicales y
en todos los casos sólo las partes del texto indispensables a ese efecto. Quedan comprendidas en
esta disposición las obras docentes, de enseñanza, colecciones, antologías y otras semejantes.
Ese derecho no se dispone si las obras ajenas incluidas son la parte principal de la nueva obra, en
cuyo caso también habrá que solicitar autorización escrita a los titulares de los derechos, quienes
eventualmente pueden reclamar una retribución.
Venta de los derechos. La ley autoriza al autor o sus derechohabientes para enajenar o ceder total
o parcialmente su obra. Esta enajenación es válida sólo durante el término establecido por la Ley
y confiere a su adquirente el derecho a su aprovechamiento económico sin poder alterar su título,
forma y contenido. Y aunque el autor enajenare la propiedad de su obra, conserva sobre ella el
derecho a exigir la fidelidad de su texto y título, en las impresiones, copias o reproducciones,
como asimismo la mención de su nombre o seudónimo como autor.
La enajenación o cesión de una obra literaria, científica o musical, sea total o parcial, debe
inscribirse en el Registro Nacional de Propiedad Intelectual, sin cuyo requisito no tendrá validez.
La enajenación o cesión de una obra pictórica, escultórica, fotográfica o de artes análogas, salvo
pacto en contrario, no lleva implícito el derecho de reproducción que permanece reservado al
autor o sus derechohabientes. La enajenación de planos, croquis y trabajos semejantes, no da
derecho al adquirente sino para la ejecución de la obra tenida en vista, no pudiendo enajenarlos,
reproducirlos o servirse de ellos para otras obras. Estos derechos quedan reservados a su autor,
salvo pacto en contrario.
La explotación de la propiedad intelectual sobre los programas de computación incluirá
entre otras formas los contratos de licencia para su uso o reproducción.
Utilización de los contenidos publicados en internet. La consulta y visualización de obras
intelectuales en internet no configura una utilización prohibida. Pero para cualquier otro uso se
debe respetar lo dispuesto por el titular de los derechos de autor. Si la obra tiene el símbolo del
copyright © acompañado de una fecha y el nombre del autor, o la expresión “todos los derechos
reservados”, no se puede dar a tal contenido más usos que la simple lectura, o el ejercicio del
derecho de cita en los términos legales, de donde se sigue que su reproducción total o parcial
queda prohibida. Si las obras están licenciadas para otros usos, habrá que estar a lo expresamente
estipulado por el autor, analizando el texto de la licencia.
Sistemas de protección de los derechos de autor. Existen dos concepciones jurídicas tradicionales
sobre la propiedad intelectual: el llamado copyright, difundido en la zona de influencia del
derecho angloamericano y el derecho de autor, que prevalece en la zona de influencia del
derecho escrito. Además, ahora existe una tercera concepción de carácter universal: las licencias
libres, que algunos llaman “copyleft”. Y también existe el dominio público. Las dos primeras
indican la existencia de una protección a los derechos de los autores concediéndoles la facultad
de excluir a todas las demás personas del uso de las obras, salvo la mera lectura, visualización,
audición, etc. La frase representativa de estos dos sistemas es “todos los derechos reservados”.
La licencia libre, en cambio, surge como respuesta a la realidad actual, en la que muchos
autores prefieren obtener una mayor difusión de sus obras permitiendo el uso libre de ellas, y
funciona a la inversa que las otras, reservando sólo algunos derechos que el autor elige. La frase
que la represente es “algunos derechos reservados”. Este es el caso del software libre o freeware,
en oposición al shareware.
Por último, el dominio público está integrado por aquellas obras para las cuales finalizó el
plazo de protección de la ley y por lo tanto son de libre utilización por la comunidad, no obstante
lo cual, subsisten los componentes morales del derecho de autor, básicamente el derecho de ser
reconocido como tal, y a que se mantenga la integridad de la obra.
Registro de las obras. El editor tiene el deber de depositar, en el Registro Nacional de Propiedad
Intelectual, tres ejemplares completos de toda obra publicada de aquellas comprendidas en el art.
1 de la ley 11.723, dentro de los tres meses siguientes a su aparición. El mismo término y
condiciones regirán para las obras impresas en país extranjero, que tuvieren editor en el país. Si
en ese lapso no se realiza el registro, la consecuencia es la suspensión de los derechos exclusivos
de carácter patrimonial, los que vuelven a tener plena vigencia cuando finalmente se realiza la
inscripción. Esto implica que si bien el derecho del autor nació con la creación de la obra,
durante el tiempo en que la obra publicada no se encuentra inscripta, otro que no es el autor
también podría reproducirla, ejecutarla, etc., sin necesidad de autorización de aquel. Sin embargo
durante ese lapso el goce de los derechos de carácter moral no se suspende.
Para las pinturas, arquitecturas, esculturas, etcétera, el depósito consistirá en un croquis o
fotografía del original, con las indicaciones suplementarias que permitan identificarlas.
Para las películas cinematográficas, el depósito consistirá en una relación del argumento,
diálogos, fotografías y escenarios de sus principales escenas. Para los programas de
computación, consistirá en el depósito de los elementos y documentos que determine la
reglamentación. (última parte incorporada por art. 5° de la Ley N° 25.036 B.O. 11/11/1998).
El que se presente a inscribir una obra con los ejemplares o copias respectivas, será munido
de un recibo provisorio, con los datos, fecha y circunstancias que sirven para identificar la obra,
haciendo constar su inscripción.
El Registro Nacional de la Propiedad Intelectual hará publicar diariamente en el Boletín
Oficial la nómina de las obras presentadas a inscripción, además de las actuaciones que la
Dirección estime necesarias, con indicación de su título, autor, editor, clase a la que pertenece y
demás datos que las individualicen.
Pasado un mes desde la publicación, sin haberse deducido oposición, el Registro las
inscribirá y otorgará a los autores el título de propiedad definitivo si éstos lo solicitaren. Si
hubiese algún reclamo dentro del plazo del mes indicado, se levantará un acta de exposición, de
la que se dará traslado por cinco días al interesado, debiendo el Director del Registro Nacional de
la Propiedad Intelectual, resolver el caso dentro de los diez días subsiguientes.
El depósito de toda obra publicada es obligatorio para el editor. Si éste no lo hiciere será
reprimido con una multa de diez veces el valor venal del ejemplar no depositado. El depósito de
las obras, hecho por el editor, garantiza totalmente los derechos de autor sobre su obra y los del
editor sobre su edición. Tratándose de obras no publicadas, el autor o sus derechohabientes
pueden depositar una copia del manuscrito con la firma certificada del depositante.
La falta de inscripción trae como consecuencia la suspensión del derecho del autor hasta el
momento en que la efectúe, recuperándose dichos derechos en el acto mismo de la inscripción,
por el término y condiciones que corresponda, sin perjuicio de la validez de las reproducciones,
ediciones, ejecuciones y toda otra publicación hechas durante el tiempo en que la obra no estuvo
inscripta.
No se admitirá el registro de una obra sin la mención de su “pie de imprenta”. Se entiende
por tal, la fecha, lugar, edición y la mención del editor.
El Registro Nacional de la Propiedad Intelectual llevará los libros necesarios para que toda
obra inscripta tenga su folio correspondiente, donde constarán su descripción, título, nombre del
autor y fecha de la presentación, y demás circunstancias que a ella se refieran, como ser los
contratos de que fuera objeto y las decisiones de los tribunales sobre la misma. En él se inscribirá
todo contrato de edición, traducción, compraventa, cesión, participación, y cualquier otro
vinculado con el derecho de propiedad intelectual, siempre que se hayan publicado las obras a
que se refieren y no sea contrario a las disposiciones de la Ley.
La importancia de la inscripción en el Registro (tanto para obras publicadas como para
obras inéditas) radica en que con ello nace la protección legal de la obra, y al mismo tiempo se
crea la presunción de que lo registrado es una obra intelectual y que quien efectuó es el autor. Tal
presunción admite prueba en contrario, de modo que si un tercero reclama la autoría de la obra,
es él quien debe hacerse cargo de probarlo.
El registro de obras inéditas, además, otorga fecha cierta a la obra y facilita al autor la
prueba de los derechos intelectuales sobre su creación, si ésta fuera utilizada por otro. Por lo
tanto, protege al autor contra quien, por ejemplo, con posterioridad la explote sin su autorización,
o se apropie de ella mediante plagio. El registro de la obra inédita debe renovarse periódicamente
(cada 3 años y 30 días) y una vez publicada la obra, debe registrarse como obra publicada.
El registro que de la obra debe hacer el editor es indispensable para la protección de los
efectos patrimoniales de la obra inscripta.
El trámite para registrar una obra inédita es sencillo, y se realiza en la Dirección Nacional
de Derecho de Autor, en la calle Talcahuano 618, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
c) Adhesión de la Argentina a los Tratados y Convenios Internacionales. Nuestro país adhirió
a los siguientes tratados en materia de propiedad intelectual:
 Tratado sobre Propiedad Literaria y Artística, elaborado por el Congreso Sudamericano de
Derecho Internacional Privado, celebrado en Montevideo 1888/1889. Aprobado por ley 3192 del
6/12/1894.
 Convención sobre Propiedad Literaria y Artística, Cuarta Conferencia Internacional
Americana, Buenos Aires, 1910. Aprobada por ley 13.585, del 29/9/49.
 Convención Interamericana sobre el Derecho de autor en Obras Literarias, Científicas y
Artísticas, Washington, 1946. Aprobada por ley 14.186, del 13/5/53.
 Convención Universal sobre Derecho de Autor, Conferencia Intergubernamental
auspiciada por UNESCO, Ginebra, 1952. Aprobada por decreto – ley 12.088, del 21/10/57.
 Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, Berna, 1886.
Acta de Bruselas de 1948. Aprobada por ley 17.251, del 25/4/67.
 Convenio para la Protección de los Productores de Fonogramas contra la Reproducción no
autorizada de sus fonogramas. Aprobada por Decreto-ley 19.963/72, del 23/11/72.
 Convención que establece la Organización Mundial de la Propiedad intelectual (OMPI),
adoptado en Estocolmo el 14/7/67. Aprobado por ley 22.195 del 17/3/80.
 Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas. Acta de París de
1971. Ley 22.195.
 Convención Internacional sobre la Protección de los Artistas, Intérpretes o Ejecutantes, los
productores de Fonogramas y los Organismos de Radiodifusión, Roma 1961. Aprobada por Ley
23.921.
 Tratado sobre el Registro Internacional de Obras Audiovisuales, Ginebra, 1989. Aprobada
por Ley 24.039.
 Acta final en que se incorporan los resultados de la Ronda Uruguay de Negociaciones
Comerciales Multilaterales, Marrakech, 1994. Acuerdo sobre los aspectos de los derechos de
propiedad intelectual relacionados con el comercio. Acuerdo TRIP’S. Aprobado por Ley 24.425.
3. El Patrimonio como prenda común de los acreedores.
Los bienes presentes y futuros del deudor constituyen la garantía común de sus acreedores.
El acreedor puede exigir la venta judicial de los bienes del deudor, pero sólo en la medida
necesaria para satisfacer su crédito. Todos los acreedores pueden ejecutar estos bienes en
posición igualitaria, excepto que exista una causa legal de preferencia (art. 743).
Los acreedores, o titulares de derechos creditorios, pueden agredir el patrimonio del deudor
a los fines de satisfacer sus acreencias. Ese patrimonio constituye la garantía del pago de tales
créditos. Por ello se dice comúnmente que el patrimonio es “la prenda común de los acreedores”.
La palabra “prenda” aquí significa genéricamente “garantía”, y no debe confundirse con el
derecho real del mismo nombre.
Se trata de un principio que nuestro Código enuncia expresamente en su art. 242: “Garantía
común. Todos los bienes del deudor están afectados al cumplimiento de sus obligaciones y
constituyen la garantía común de sus acreedores, con excepción de aquellos que este Código o
leyes especiales declaran inembargables o inejecutables. Los patrimonios especiales autorizados
por la ley sólo tienen por garantía los bienes que los integran”. Asimismo, fluye de diversas
disposiciones; así el art. 730, inc. c), permite al acreedor “obtener del deudor las
indemnizaciones correspondientes”, ante la falta del cumplimiento específico de la obligación, y
tales indemnizaciones se perciben en dinero, o sea recaen sobre otros bienes distintos del que
constituyó el objeto de la obligación incumplida, mientras que el art. 338 permite al acreedor
solicitar la declaración de inoponibilidad de los actos celebrados por su deudor en fraude de sus
derechos.
Se protege al patrimonio a través de las medidas cautelares y las acciones integratorias.
Los bienes que integran el patrimonio de una persona se hallan afectados al cumplimiento
de las obligaciones. El patrimonio entonces es la garantía del pago de las deudas, pues en caso de
falta de pago los acreedores tienen derecho a ejecutar los bienes del patrimonio del deudor y a
cobrarse de ellos. Todos los bienes del deudor, cualquiera fuera la fecha en que fueron
adquiridos, responden por todas las deudas por él contraídas, aunque mantiene plena libertad de
disponer de ellos mientras el acreedor no inicie el proceso de ejecución y se trabe embargo sobre
ellos.
En efecto, si el deudor no pagó oportunamente al acreedor, éste, luego de intimarlo al pago
y de realizar sin éxito todas las gestiones extrajudiciales para su cobro, puede iniciarle una
“acción judicial”, “juicio” o “demanda judicial” en el cual una vez obtenida la sentencia
condenatoria, si el deudor persistiese en el incumplimiento de la obligación, puede hacer
ejecución de sus bienes (que le fueron previamente embargados durante el transcurso del proceso
judicial), mediante su venta en una subasta pública. Tal ejecución puede ser hecha en forma
individual o colectiva.
No obstante es preciso tener en cuenta dos importantes limitaciones en materia de
ejecución del patrimonio del deudor: a) no todos los acreedores son iguales, ya que hay algunos
de ellos que tienen preferencia a ser pagados antes que otros; b) hay bienes sobre los cuales la
ejecución no se aplica y por tanto no están afectados al cumplimiento de ninguna deuda.
3.1. Ejecución individual y colectiva de los créditos.
Según se expresa en los Fundamentos del Proyecto, a fin de encaminar la anhelada
unificación legislativa, “se ha partido del régimen de privilegios regulado en la Ley de
Concursos, aun en la regulación de los créditos laborales, y sobre él se ha moldeado el destinado
a las ejecuciones individuales, contemplando las debidas particularidades”, en tanto la Comisión
redactora del nuevo Código consideró que no le corresponde ocuparse de la Ley de Concursos,
ni de la de Seguros, ni de la de la Navegación, ni de otros temas contenidos en leyes o regímenes
especiales completos o cerrados.
Consecuentemente, se mantiene la doble regulación de los privilegios, contando con dos
regímenes que guardan armonía para ambos tipos de ejecuciones: las individuales y las
colectivas, división que refleja el Código cuando en su art. 2579 expresa: “Procesos universales.
Régimen aplicable. En los procesos universales los privilegios se rigen por la ley aplicable a los
concursos, exista o no cesación de pagos”, y cuando dispone que “Los privilegios generales sólo
pueden ser invocados en los procesos universales”, es decir, en el concurso o quiebra del deudor
(art. 2580). De ahí que la regulación sólo comprende los privilegios especiales a ser invocados en
las ejecuciones individuales, “toda vez que: a) los generales son derivados al ámbito de los
concursos y a la ley que los rige, lo mismo que los privilegios especiales que se invoque en éstos;
y b) se dispone que en los procesos universales los privilegios se regirán por las normas
aplicables a los concursos”.44
El privilegio, ese derecho de preferencia de ser pagado un acreedor antes que otro, puede
hacerse valer tanto en una ejecución singular (dos o más acreedores contra el deudor en un
proceso individual, o en una tercería de mejor derecho), como en la ejecución colectiva
concursal, donde adquiere mayor relevancia, por cuanto pone en marcha un mecanismo
complejo que permite cobrarse a algunos acreedores antes que a otros, cuando el patrimonio del
deudor no alcanza para satisfacer todas sus deudas.
A) Ejecución individual. Normalmente, los acreedores ejecutan sus créditos de manera
individual: cada uno de ellos ejerce las acciones que legalmente les compete para “agredir”
patrimonialmente al deudor. En estos casos no existen diferencias entre los distintos acreedores,
pues se presupone que el patrimonio será bastante para satisfacerlos a todos. Cuando, en defensa
de sus créditos, traban embargos de determinados bienes del deudor, rige la regla según la cual la
prioridad en el tiempo confiere derecho al cobro anticipado respecto de los embargantes
posteriores del mismo bien (prior in tempore potior in jure).
La regulación individual de los privilegios que efectúa el Código, que involucra la
colocación de los distintos acreedores frente al patrimonio de su deudor, se tornará operativa en
tanto se enfrenten por lo menos dos créditos que concurran sobre el mismo o los mismos bienes
para cobrarse. Ello “proyecta su influencia sobre el crédito y aun sobre la propiedad,
circunstancias que revelan su importancia y explican que cada sociedad adopte la que le parezca
más conveniente y acorde con la concepción que pretenda para sí misma y los valores que le
interese resguardar”.45
El art. 745 establece la prioridad del primer embargante. En efecto, el acreedor que obtuvo
el embargo de bienes de su deudor tiene derecho a cobrar su crédito, intereses y costas, con
preferencia a otros acreedores. Esta prioridad sólo es oponible a los acreedores quirografarios en
los procesos individuales. Si varios acreedores embargan el mismo bien del deudor, el rango
entre ellos se determina por la fecha de la traba de la medida. Los embargos posteriores deben
afectar únicamente el sobrante que quede después de pagados los créditos que hayan obtenido
embargos anteriores.
Privilegios. Caracteres. Distintas clases de acreedores.
Cuando los bienes del deudor alcanzan para cubrir todos los créditos, no hay necesidad de
poner en funcionamiento mecanismo de preferencia alguna y cualquier acreedor puede percibir
su crédito; pero en ocasiones, puede ocurrir que los bienes del deudor sean insuficientes para
cubrir todas sus obligaciones. En esas situaciones, no sería justo que los acreedores cobraran sus
créditos en un pie de igualdad sin importar la naturaleza del crédito las necesidades a que esté
destinado; de ahí que algunos créditos tienen prioridad, o sea, derecho a cobrar preferentemente
respecto de otros. Por ello ha sido necesario establecer un orden de preferencia que contemple la
diversa naturaleza de los créditos en juego. De ello se desprende que existan distintas clases de
acreedores: los privilegiados y los comunes o quirografarios.

44
Mariani de Vidal, Marina; “Cambios en el régimen de los privilegios en la Reforma del Código Civil y
Comercial”, en Revista “Pensar en Derecho” nro. 2, año 2, Eudeba, agosto de 2013, p. 185.
45
Mariani de Vidal, Marina; “Cambios en el régimen…”, op. cit., p. 189.
Acreedores privilegiados. Según el art. 2573 del Código, “privilegio es la calidad que
corresponde a un crédito de ser pagado con preferencia a otro”. Puede ejercitarse mientras la
cosa afectada al privilegio permanece en el patrimonio del deudor, excepto disposición legal en
contrario, y no puede ser ejercido sobre cosas inembargables declaradas tales por la ley.
Acreedores privilegiados son pues, los que tienen derecho a ser pagados con preferencia a
otros.
Los privilegios no pueden ser creados por la voluntad de las partes; de ahí que tengan
exclusivamente una fuente legal. El art. 2574 del Código establece que “Los privilegios resultan
exclusivamente de la ley. El deudor no puede crear a favor de un acreedor un derecho para ser
pagado con preferencia a otro, sino del modo como la ley lo establece”. Sin embargo esto no
obsta a que ciertos derechos reales, como los de garantía, una vez constituidos por voluntad de
las partes, otorguen privilegio (la hipoteca y la prenda).
En materia de ejecuciones individuales, el acreedor puede renunciar a su privilegio.
Además, acreedor y deudor pueden convenir la postergación de los derechos del acreedor
respecto de otras deudas presentes o futuras; en tal caso, los créditos subordinados se rigen por
las cláusulas convenidas, siempre que no afecten derechos de terceros. Sin embargo, el privilegio
del crédito laboral no es renunciable, ni postergable (art. 2575).
La existencia de los privilegios se basa en diversas razones, que pueden ser históricas, de
justicia, jurídicas, económicas y hasta prácticas.46
Caracteres de los privilegios: De acuerdo con la doctrina especializada los privilegios: a) “Son de
origen legal. Colocar a esta suerte de garantía en manos del deudor sería una contradicción en sí
misma, atentatoria de la esencia y finalidad que tienen; b) Son accesorios del crédito al que se
refieren. La accesoriedad es un concepto de importancia, común a las garantías en general, en las
que están involucrados los privilegios. Son accesorios, desde que sólo se concibe un privilegio
en razón de un crédito determinado y se transmiten con él (art. 1889); c) Son excepcionales,
porque se conceden para ciertos créditos y son de interpretación restrictiva; d) Son indivisibles.
La indivisibilidad es una consecuencia natural de la garantía y el Código Civil la establece en
forma expresa: “Los privilegios son indivisibles en cuanto al asiento y en cuanto al crédito,
independientemente de la divisibilidad del asiento o del crédito. La transmisión del crédito
incluye la de su privilegio” (art. 2576). Consecuencia práctica es que el privilegio sobre el bien
(total o parcialmente) perdura, mientras tanto no se haya pagado (total o parcialmente) el crédito
privilegiado” 47; e) Se asientan sobre una cosa determinada, o conjunto de cosas; f) Pueden
clasificarse en generales y especiales; g) El orden de los privilegios, es decir la prioridad que
recíprocamente le corresponde a un crédito respecto de otro, es asunto sumamente complicado,
pues debe analizarse cada caso de concurrencia para establecer la prioridad correspondiente. Ese
análisis supera el objetivo de este trabajo, por lo que remitimos a las obras en materia de
concursos y quiebras; h) Los acreedores con privilegio de igual rango concurren a prorrata, esto
es, cobran en proporción a sus créditos.
Asimismo, sólo pueden ser establecidos por la legislación nacional sin que se admita su
creación por los estados provinciales al margen de la legislación general. Son de interpretación
restrictiva, y no pueden declararse por analogía. Ni la voluntad de las partes ni los jueces pueden
crear los privilegios, que solo puede establecer el legislador; “el privilegio es indivisible y tiene
carácter personal”.48 En definitiva, “rigen en materia de privilegios concursales los conocidos
principios de legalidad e interpretación restrictiva. También el principio según el cual el
46
García Martínez, Roberto; Derecho Concursal, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1997, p. 585.
47
García Martínez, Roberto; op. cit., pp. 767/768.
48
García Martínez, Roberto y Fernández Madrid, Juan Carlos, Concursos y Quiebras, t. II, ed. Contabilidad
Moderna, Buenos Aires, 1976, p. 1370.
privilegio solo comprende al capital, no extendiéndose a los intereses, ni a los gastos y costas” 49,
lo que se reafirma con la disposición del art. 2577: “El privilegio no se extiende a los intereses,
ni a las costas, ni a otros accesorios del crédito, excepto disposición legal expresa en contrario”.
Clases de privilegios. Los privilegios se clasifican en generales, que recaen sobre un conjunto
de bienes, y especiales, que recaen sobre ciertos bienes particulares.
La distinción es sumamente importante: “a) Mientras los privilegios especiales pueden
hacerse valer en las ejecuciones individuales o colectivas, los generales sólo pueden hacerse
valer en los juicios universales de concurso o quiebra del deudor”. El Código Civil dispone al
respecto que los privilegios generales sólo pueden ser invocados en los procesos universales
(art. 2580). “La vía normal para hacer valer un privilegio especial en una ejecución individual es
intentando una tercería de mejor derecho; b) Cuando los privilegios especiales se hacen valer en
un concurso o quiebra, los titulares de dichos privilegios no están obligados a esperar los
resultados del concurso general y pueden hacer ejecución especial de los bienes sobre los que
recae su privilegio, cobrando inmediatamente su crédito. En cambio, los acreedores que gozan de
un privilegio general, están obligados a esperar el resultado de la liquidación general del
patrimonio del deudor fallido. La diferencia es muy importante, porque la liquidación general de
la masa del concurso o quiebra suele demorar largo tiempo; c) En materia de privilegios
especiales, se opera una subrogación real, que no tiene lugar tratándose de privilegios generales.
Esto significa que si se vende el bien sobre el cual recayó el privilegio especial, éste se desplaza
hacia el precio pagado por la cosa vendida; si el bien se ha destruido o perdido, el privilegio se
desplaza hacia la indemnización debida”.50 Al respecto dispone el art 2584 que “El privilegio
especial se traslada de pleno derecho sobre los importes que sustituyen los bienes sobre los que
recae, sea por indemnización, precio o cualquier otro concepto que permite la subrogación real”.
Acreedores privilegiados. Los acreedores privilegiados pueden gozar de un privilegio general o
de uno especial. En este último caso puede existir un privilegio especial con derecho real de
garantía, caso en el que tienen afectada una cosa -mueble o inmueble- al cumplimiento de su
crédito, bajo derecho real de prenda o hipoteca. En este caso la garantía recae sobre la cosa sobre
la cual se asienta el privilegio.
Acreedores quirografarios. Son los acreedores que no gozan de privilegio alguno; el art. 2581
del Código Civil establece que “Los acreedores sin privilegio concurren a prorrata entre sí,
excepto disposición expresa en contrario de este Código”.
Estos créditos tienen el riesgo de no poder ser cobrados, pues la falta de privilegio
determina que se perciban en último término, con el sobrante o remanente una vez que hayan
sido pagados los créditos de los privilegiados.
Créditos con privilegio especial. Conforme al art. 2582, tienen privilegio especial sobre los
bienes que en cada caso se indica: a) los gastos hechos para la construcción, mejora o
conservación de una cosa, sobre ésta. Se incluye el crédito por expensas comunes en la
propiedad horizontal; b) los créditos por remuneraciones debidas al trabajador por seis meses y
los provenientes de indemnizaciones por accidentes de trabajo, antigüedad o despido, falta de
preaviso y fondo de desempleo, sobre las mercaderías, materias primas y maquinarias que,
siendo de propiedad del deudor, se encuentren en el establecimiento donde presta sus servicios o
que sirven para su explotación. Cuando se trata de dependientes ocupados por el propietario en la
edificación, reconstrucción o reparación de inmuebles, el privilegio recae sobre éstos; c) los
impuestos, tasas y contribuciones de mejoras que se aplican particularmente a determinados
bienes, sobre éstos; d) lo adeudado al retenedor por razón de la cosa retenida, sobre ésta o sobre
las sumas depositadas o seguridades constituidas para liberarla; e) los créditos garantizados con
49
Rouillon, Adolfo A. N.; Régimen de los Concursos; ed. Astrea, Buenos Aires, 1987, p. 171.
50
Borda; Guillermo A.; Tratado de Derecho Civil. Obligaciones. T. I. Abeledo Perrot, Bs. As., 1998, pp. 166-167.
hipoteca, anticresis, prenda con o sin desplazamiento, warrant y los correspondientes a
debentures y obligaciones negociables con garantía especial o flotante; f) los privilegios
establecidos en la Ley de Navegación, el Código Aeronáutico, la Ley de Entidades Financieras,
la Ley de Seguros y el Código de Minería.
En cuanto a su extensión, los privilegios especiales se extienden exclusivamente al capital
del crédito, excepto en los siguientes casos: a) los intereses por dos años contados a partir de la
mora, de los créditos laborales mencionados en el inciso b) del artículo 2582; b) los intereses
correspondientes a los dos años anteriores a la ejecución y los que corran durante el juicio,
correspondientes a los créditos mencionados en el inciso e) del artículo 2582; c) las costas
correspondientes a los créditos enumerados en los incisos b) y e) del artículo 2582; d) los
créditos mencionados en el inciso f) del artículo 2582, cuya extensión se rige por los respectivos
ordenamientos (art. 2583).
En caso de concurrencia o conflicto entre los acreedores con privilegio especial, los
privilegios especiales tienen el orden de prelación que resulta de los incisos del art. 2582,
excepto los siguientes supuestos: a) los créditos mencionados en el inciso f) del artículo 2582
tienen el orden previsto en sus respectivos ordenamientos; b) el crédito del retenedor prevalece
sobre los créditos con privilegio especial si la retención comienza a ser ejercida antes de nacer
los créditos privilegiados; c) el privilegio de los créditos con garantía real prevalece sobre los
créditos fiscales y el de los gastos de construcción, mejora o conservación, incluidos los créditos
por expensas comunes en la propiedad horizontal, si los créditos se devengaron con posterioridad
a la constitución de la garantía; d) los créditos fiscales y los derivados de la construcción, mejora
o conservación, incluidos los créditos por expensas comunes en la propiedad horizontal,
prevalecen sobre los créditos laborales posteriores al nacimiento de aquellos; e) los créditos con
garantía real prevalecen sobre los créditos laborales devengados con posterioridad a la
constitución de la garantía; f) si concurren créditos comprendidos en un mismo inciso y sobre
idénticos bienes, se liquidan a prorrata (art. 2586).
No obstante, antes de pagar el crédito que goza de privilegio especial, se deben reservar del
precio del bien sobre el que recae, los importes correspondientes a su conservación, custodia,
administración y realización. En todos los casos, también debe calcularse una cantidad para
atender los gastos y los honorarios generados por las diligencias y tramitaciones llevadas a cabo
sobre el bien y en interés del acreedor (“Reserva de gastos”, art. 2585).
B) Ejecución colectiva. El derecho tiene previstos, además, medios de ejecución colectiva. En
ellos decae la prioridad correspondiente al primer embargante y los acreedores cobran sus
acreencias según un orden establecido por la ley.
La ejecución colectiva está regulada por la Ley de Concursos y Quiebras 24.522 (LCQ).
Cuando el deudor se encuentra imposibilitado de cumplir regularmente sus obligaciones,
existe cesación de pagos. El estado de cesación de pagos, cualquiera sea su causa y la naturaleza
de las obligaciones a las que afecte, es presupuesto para la apertura de los concursos regulados
en la Ley (arts. 1 y 78 LCQ), cuyo pedido podrá ser solicitado por las personas humanas y
jurídicas comprendidas en el art. 2 de la LCQ.
La quiebra será declarada en los casos previstos por los arts. 46, 47, 48 (inc. 2 y 5), 51, 54,
61 y 63 LCQ, y podrá ser solicitada por el acreedor o por el deudor (art. 77 LCQ).
Régimen aplicable en materia de privilegios concursales.
Antecedentes normativos. Sin pretender debatir acerca de si la regulación jurídica del concurso
y de la quiebra es materia de derecho sustancial o procesal, lo cierto es que la C.N. confiere al
Poder Legislativo la facultad de dictar la ley de bancarrotas (art. 75 inc. 12, C.N.). Así, el
Congreso Nacional, reguló el régimen de quiebras en el Código de Comercio (Libro IV);
posteriormente, dictó la ley de quiebras 4156, del 30-XII-1902, y luego sancionó la ley de
quiebras 11.719, del 27-IX-1933.
Sin embargo, los concursos civiles no fueron objeto de una ley uniforme para toda la
Nación, sino materia regulada por la legislación local, en los respectivos códigos procesales. Más
adelante se promulgó el Decreto-Ley 19.551 (B.O. 8/5/72), que reglamentó no sólo los concursos
de los comerciantes, sino también el concurso civil, quedando así comprendida por primera vez
en una sola norma “toda la concursalidad”.
En 1983, la ley 22.917 modificó su anterior de 1972 en numerosos aspectos, siendo
destacable que tal reforma “entrañó la unificación de los concursos reduciéndolos al concurso
preventivo, a la quiebra y al concurso por liquidación administrativa”.
Finalmente, el 17-8-95, entró en vigencia la nueva ley de concursos y quiebras 24.522,
respetando en gran medida la estructura de la ley anterior, “e introduciendo, en cambio, la
médula de los criterios económicos dominantes en nuestro medio”, desde que en 1989 asumiera
la presidencia de la Nación el Dr. Carlos S. Menem.51
Acreedores y orden de prelación en el cobro. Existen en la Ley 24.522 de concursos y quiebras
cuatro categorías de acreedores: a) acreedores del concurso (art. 240); b) acreedores con
privilegio especial (art. 241); c) acreedores con privilegio general (art. 246); d) acreedores
quirografarios o comunes (no privilegiados, art. 248).
En relación a la distinta preferencia para el cobro, estos acreedores pueden ordenarse según
el siguiente esquema: En primer lugar, deben ser satisfechos los créditos con privilegio especial,
con el producido de los bienes sobre los que recae su asiento y con la reserva de gastos prevista
en el art. 244. Luego siguen los acreedores del concurso (art. 240). Después se ubican los
créditos con privilegio general (art. 246), los que no pueden comprender más del 50% del
producido de los bienes, una vez satisfechas las preferencias de mayor grado; por el 50% restante
concurren junto con los quirografarios en un pie de igualdad (art. 247), salvo que se trate de los
privilegios generales laborales (art. 246:1, LCQ).52
a) Gastos de conservación y justicia. Acreedores del concurso. El art. 240 LCQ dispone: “Los
créditos causados en la conservación, administración y liquidación de los bienes del concursado
y en el trámite del concurso, son pagados con preferencia a los créditos contra el deudor salvo
que éstos tengan privilegio especial. El pago de éstos créditos debe hacerse cuando resulten
exigibles y sin necesidad de verificación. No alcanzando los fondos para satisfacer éstos créditos,
la distribución se hace a prorrata entre ellos”. En este caso “el obligado no es ya el quebrado,
sino esa comunidad incidental y transitoria, que es la masa de acreedores concurrentes”, la que se
beneficia con tales gastos desde que ellos son realizados en interés de todos los acreedores.
Según resulta de la norma, estos créditos deben abonarse cuando resulten exigibles, por lo que,
en principio, “no están sometidos a la ley del dividendo”, y solo cuando no alcancen los fondos
para satisfacerlos, se recurre al prorrateo.53
Por otro lado, estos créditos generalmente nacen “con posterioridad a la sentencia
declarativa -de concurso o de quiebra- y gozan de un derecho de preferencia, sin que éste
signifique un verdadero privilegio”, por lo que usualmente constituyen “nuevas obligaciones que
el concurso contrajese con posterioridad al auto de quiebra o de gastos que reportasen beneficio a
la masa de acreedores”. Y en tanto estos créditos “provienen de la conservación, administración
o liquidación de la masa activa, no se suspende con relación a ellos el curso de los intereses, los

51
Fassi, Santiago C. y Gebhardt, Marcelo; Concursos y quiebras, 6ta. edic., Ed. Astrea, Bs. As., 1998, pp. 2/3.
52
Fassi-Gebhardt, op. cit., p. 469.
53
Fassi-Gebhardt, op. cit., pp. 470/71.
que, cuando corresponden, siguen corriendo contra la masa”. Es decir que un acreedor concursal
“no tiene la carga de verificación. Basta solicitar su pago al síndico, y en defecto de
cumplimiento pedir al juez concursal que ordene la efectivización. Si hubiese controversia sobre
su existencia, extensión, exigibilidad, etc., la decisión corresponde al juez concursal”.54
Reserva de gastos. El art. 244 LCQ dice: “Antes de pagar los créditos que tienen privilegios
especiales, se debe reservar del precio del bien sobre el que recaen, los importes
correspondientes a la conservación, custodia, administración y realización del mismo efectuados
en el concurso. También se calcula una cantidad para atender a los gastos y honorarios de los
funcionarios del concurso, que correspondan exclusivamente a diligencias sobre tales bienes”.
Para Rouillon, los gastos y honorarios que menciona el art. 244 de la LCQ “tienen el
máximo rango concursal posible, ya que -cuando existen- prevalecen aun por sobre los
privilegios especiales con asiento sobre el bien liquidado”55, incluso “en el caso de que éstos
hayan dado lugar a concursos especiales”.56
Asimismo “el gasto de justicia es absolutamente privilegiado respecto de los créditos en
cuyo interés se causa, y el criterio para establecer su asiento está dado por la cantidad y
determinación de los bienes en relación a los cuales fue hecha la expensa”.57
Ya la exposición de motivos del Decreto-Ley 19.551 explicaba la naturaleza de la reserva
de gastos y la preferencia a ellos reconocida, cuando han beneficiado a los créditos con
privilegio especial, los que “no habrían obtenido el resarcimiento de su crédito sin la
intervención necesaria de los funcionarios de la quiebra”.
b) Créditos con privilegio especial. Según el art. 241 LCQ, “Tienen privilegio especial sobre el
producido de los bienes que en cada caso se indica: 1) Los gastos hechos para la construcción,
mejora o conservación de una cosa, sobre ésta, mientras exista en poder del concursado por cuya
cuenta se hicieron los gastos; 2) Los créditos por remuneraciones debidas al trabajador por seis
meses y los provenientes por indemnizaciones por accidentes de trabajo, antigüedad o despido,
falta de preaviso y fondo de desempleo, sobre las mercaderías, materias primas y maquinarias
que, siendo de propiedad del concursado, se encuentren en el establecimiento donde haya
prestado sus ser-vicios o que sirvan para su explotación; 3) Los impuestos y tasas que se aplican
particularmente a determinados bienes, sobre éstos; 4) Los créditos garantizados con hipotecas,
prenda, warrant y los correspondientes a debentures y obligaciones negociables con garantía
especial o flotante; 5) Lo adeudado al retenedor por razón de la cosa retenida a la fecha de la
sentencia de quiebra. El privilegio se extiende a la garantía establecida en el art. 2587 del Código
Civil (derecho de retención); 6) Los créditos indicados en el Título III del Capítulo IV de la Ley
20.094, en el Título IV del Capítulo VII del Código Aeronáutico (Ley 17.285), los del art. 53 de
la Ley 21.526, los de los arts. 118 y 160 de la Ley 17.418”.
La enumeración contenida en el art. 241 “es taxativa y de interpretación restrictiva, y la
“concurrencia entre privilegios especiales de igual asiento se hace según las reglas del art. 243 de
la LCQ”.58
Los acreedores con privilegio especial, son pagados con el producido de los bienes
afectados al privilegio, y hasta donde este alcance, pasando por el resto a ser acreedores
quirografarios sujetos a la ley del dividendo, “salvo que además se les reconozca un privilegio
general” como a ciertos créditos laborales (arts. 245 y 246:1, LCQ). El excedente que pueda
generar el producido de los bienes afectados a este privilegio, pasa a integrar la masa, con
54
García Martínez-Fernández Madrid; op. cit., p. 1377/79.
55
Rouillon, Adolfo N.; op. cit., p. 273-113.
56
Fassi-Gebhardt; op. cit., p. 480.114.
57
Lloveras, Néstor Luis; El Privilegio de los gastos de justicia y la nueva ley de concursos, E.D., t. 45, p. 891.
58
Rouillon, Adolfo N.; op. cit., p. 271.
destino a los acreedores quirografarios.59 Estos acreedores son preferidos, en cuanto a los bienes
que les sirven de garantía, sobre los acreedores con privilegio general, excepto los gastos
necesarios para la construcción, mejora o conservación de una cosa (art. 241:1). Sin perjuicio de
la obligación de verificar sus créditos (art. 126), no quedan obligados a esperar el resultado del
concurso y la distribución, pudiendo exigir el pago de sus créditos en cualquier tiempo, previa
comprobación de sus títulos en la forma indicada en el art. 209 y siempre que presten fianza de
acreedor de mejor derecho (art. 126, 2da. parte).60
c) Créditos con privilegio general. Dispone el art. 246 LCQ que son créditos con privilegio
general: “1) Los créditos por remuneraciones y subsidios familiares debidos al trabajador por
seis meses y los provenientes por indemnizaciones de accidente de trabajo, por antigüedad o
despido y por falta de preaviso, vacaciones y sueldo anual complementario, los importes por
fondo de desempleo y cualquier otro derivado de la relación laboral. Se incluyen los intereses
por el plazo de dos años contados a partir de la mora, y las costas judiciales en su caso; 2) El
capital por prestaciones adeudadas a organismos de los sistemas nacional, provincial o municipal
de seguridad social, de subsidios familiares y fondos de desempleo; 3) Si el concursado es
persona física: a) Los gastos funerarios según el uso; b) Los gastos de enfermedad durante los
últimos seis meses de vida; c) Los gastos de necesidad en alojamiento, alimentación y vestimenta
del deudor y su familia durante los seis meses anteriores a la presentación en concurso o
declaración de quiebras; 4) El capital por impuestos y tasas adeudados al fisco nacional,
provincial o municipal; 5) (Inciso introducido por la ley 24.760, art. 7) El capital por facturas de
crédito aceptadas por hasta veinte mil pesos por cada vendedor o locador. A los fines del
ejercicio de este derecho, sólo lo podrá ejercitar el librador de las mismas incluso por reembolso
a terceros, o cesionario de ese derecho del librador”.
El privilegio reconocido a los acreedores con privilegio general, enumerados en el art. 246
LCQ, recae sobre “todos los bienes del fallido, sean muebles o inmuebles”. Para cobrar sus
créditos, estos acreedores deben esperar la liquidación final, ajustándose a la ley del dividendo, y
después de ser pagados los privilegiados especiales, los créditos del art. 240 LCQ, y los
beneficiados con el “pronto pago” (laborales), si existe remanente del producido de los bienes
afectados a su privilegio.61
Los créditos con privilegio general serán abonados después de los créditos con privilegio
especial y de los créditos del concurso del art. 240 LCQ. En efecto, por el mecanismo de
preferencia concursal, según se ha visto, en la liquidación final que proyecte el síndico se tienen
en cuenta en primer término los acreedores con privilegio especial, los gastos del art. 244 LCQ
(si los hubiere), los acreedores del concurso, y luego el capital emergente de sueldos, salarios y
remuneraciones mencionados en el art. 246:1, LCQ.
Si no queda remanente, solo cobrarán los acreedores nombrados, y en el orden establecido.
Pero si de la realización del activo del deudor quedara un saldo, una vez satisfechos aquellos
créditos, el 50% se imputará al pago de los restantes créditos con privilegio general, incluyendo
los demás rubros del art. 246:1 LCQ, y si, a su vez, quedara un remanente, el mismo pasará a
engrosar la parte de los quirografarios. Si dicho saldo no supera la mitad, se distribuirá entre
aquellos a prorrata. Si queda excedente, se aplica la segunda parte del art. 247 LCQ, y de tal
modo concurren, a prorrata, los privilegiados generales por la parte impaga, con los
quirografarios.

59
García Martínez, Roberto; op. cit., p. 595.
60
García Martínez-Fernández Madrid; op. cit., p. 1389.
61
García Martínez, Roberto; op. cit., p. 605.
Los créditos comprendidos en el art. 246 LCQ “no ejercen su preferencia sobre el producto
de la liquidación de un bien determinado, sino sobre el resto del producido de la liquidación de
todo el activo falencial”.
Asimismo, la enumeración de los créditos con privilegio general “es taxativa y de
interpretación restrictiva; no puede ampliarse ni extenderse por analogía. La concurrencia entre
privilegios generales se hace según las reglas del art. 247 de la LCQ”.62
d) Créditos comunes o quirografarios. Prorrateo.
Dispone el art. 248 LCQ que: “Los créditos a los que no se reconocen privilegios son
comunes o quirografarios”. Y a su vez, el art. 249 LCQ establece: “No alcanzando los fondos
correspondientes, a satisfacer íntegramente los créditos con privilegio general, la distribución se
hace a prorrata entre ellos. Igual norma se aplica a los quirografarios”.
La regla general en materia concursal, es que “todo crédito es común o quirografario (pars
conditio creditorum), a menos que tengan legalmente reconocida una prioridad o un privilegio
que asignen rango preferencial”. Sin embargo, “el carácter común o quirografario no implica el
peor de los grados en el ranking de la concurrencia”, pues debajo de ellos se encuentran los
créditos subordinados.63
En cuanto a los acreedores comunes o quirografarios (art. 248 LCQ), Fassi, Gebhardt,
García Martínez y Fernández Madrid, coinciden en que estos quedan determinados en la norma
por exclusión, respecto de aquellos a los que se les ha reconocido un privilegio, por lo cual, a
falta de una disposición legal expresa, el crédito es común. 64 Por otra parte, el crédito
privilegiado “se convierte en quirografario, si el acreedor renuncia al privilegio”.65
En consecuencia, aquellos acreedores a quienes no se reconoce un privilegio, son
acreedores comunes y tienen los derechos que les asigna el art. 247, concurriendo a prorrata
sobre la mitad de los bienes líquidos, una vez pagados los acreedores privilegiados.
Pago a prorrata. El pago a prorrata “es regla de reparto concursal en los casos de insuficiencia de
producto distribuible a acreedores de igual rango. Sólo se exceptúan ciertos acreedores con
privilegio especial”. La distribución a prorrata, significa que a cada crédito se paga una porción
igual, que se establece “dividiendo el producto repartible por la suma total de los créditos con
derecho de concurrencia sobre el mismo”. Pero al mismo tiempo, el prorrateo significa que “cada
acreedor sometido a ella pierde un porcentaje (no una cantidad) de su crédito igual al porcentaje
que pierden los restantes acreedores del mismo rango que él”.66
3.2. Acciones integratorias del patrimonio.
Otra categoría de medidas procedentes para asegurar la integridad del patrimonio como
prenda común de los acreedores, está dada por las acciones llamadas integratorias o reparadoras
de aquél. Ellas son:
Acción directa. De acuerdo al art. 736 “Acción directa es la que compete al acreedor para
percibir lo que un tercero debe a su deudor, hasta el importe del propio crédito. El acreedor la
ejerce por derecho propio y en su exclusivo beneficio. Tiene carácter excepcional, es de
interpretación restrictiva, y sólo procede en los casos expresamente previstos por la ley”. Son
requisitos de ejercicio de esta acción: 1. Que se trate de crédito exigible, tanto el del acreedor
contra su propio deudor, como el del tercero demandado a favor del deudor; 2. Que ambos

62
Rouillon, Adolfo N.; op. cit., p. 275.
63
Rouillon, Adolfo N.; op. cit., p. 276.
64
García Martínez-Fernández Madrid; op. cit., p. 1417.
65
Fassi-Gebhardt; op. cit., p. 485.
66
Rouillon, Adolfo N.; op. cit., p. 276.
créditos sean homogéneos entre sí, es decir, que sean prestaciones iguales, fungibles, o de la
misma naturaleza. 3. Que ninguno de los dos créditos haya sido objeto de embargo anterior al
inicio de la acción directa. 4. Que se efectúe la citación del deudor a juicio (art. 737). En cuanto a
sus efectos, el reclamo sólo puede prosperar hasta el monto menor de las dos obligaciones; el
monto percibido por el acreedor ingresa directamente a su patrimonio, y el deudor se libera
frente a su acreedor en la medida en que corresponda en función del pago efectuado por el
tercero demandado (art. 738).
Acción subrogatoria. Conforme al art. 739 “El acreedor de un crédito cierto, exigible o no,
puede ejercer judicialmente los derechos patrimoniales de su deudor, si éste es remiso en hacerlo
y esa omisión afecta el cobro de su acreencia. El acreedor no goza de preferencia alguna sobre
los bienes obtenidos por ese medio”. En consecuencia esta acción permite al acreedor ejercer los
derechos de su deudor cuando éste, teniendo créditos contra otras personas, no los cobra. Lo que
el acreedor pueda obtener de los terceros ingresará así al patrimonio del deudor, lo que permitirá
directamente al acreedor (e indirectamente al resto de los acreedores) cobrar sus propios créditos.
Es una acción patrimonial, conservatoria, propia del acreedor pero ejercida en lugar del deudor y
es individual, siendo sus requisitos: 1. calidad de acreedor del actor; 2. inacción del deudor; 3.
interés del acreedor. En cuanto a sus efectos, los bienes obtenidos con motivo de la acción son
del deudor y se incorporan a su patrimonio, pero con ellos se debe satisfacer el crédito del
acreedor, aunque éste no goza de ningún privilegio.
Acción revocatoria. Expresa el art. 876 “Pago en fraude a los acreedores. El pago debe hacerse
sin fraude a los acreedores. En este supuesto, se aplica la normativa de la acción revocatoria y, en
su caso, la de la ley concursal”, en tanto el art. 338 establece: “todo acreedor puede solicitar la
declaración de inoponibilidad de los actos celebrados por su deudor en fraude de sus derechos, y
de las renuncias al ejercicio de derechos o facultades con los que hubiese podido mejorar o
evitado empeorar su estado de fortuna”. En este caso, si un deudor insolvente vende alguno de
sus bienes para sacarlos de su patrimonio y así burlar la acción de sus acreedores, la ley les
concede a estos la acción revocatoria o pauliana para dejar sin efecto, mediante su declaración
de inoponibilidad, esos actos perjudiciales o fraudulentos.
Para ejercer esta acción es preciso: 1º que el crédito sea de causa anterior al acto
impugnado, excepto que el deudor haya actuado con el propósito de defraudar a futuros
acreedores; 2º que el acto haya causado o agravado la insolvencia del deudor; 3º que quien
contrató con el deudor a título oneroso haya conocido o debido conocer que el acto provocaba o
agravaba la insolvencia (art. 339).
La revocación o inoponibilidad de los actos del deudor será sólo pronunciada en interés de
los acreedores que la hubiesen pedido, y hasta el importe de sus respectivos créditos (art. 342).
Efectos frente a terceros. Deber de indemnizar: El fraude no puede oponerse a los
acreedores del adquirente que de buena fe hayan ejecutado los bienes comprendidos en el acto.
La acción del acreedor contra el subadquirente de los derechos obtenidos por el acto impugnado
sólo procede si adquirió por título gratuito, o si es cómplice en el fraude; la complicidad se
presume si, al momento de contratar, conocía el estado de insolvencia. El subadquirente de mala
fe y quien contrató de mala fe con el deudor responden solidariamente por los daños causados al
acreedor que ejerció la acción, si los derechos se transmitieron a un adquirente de buena fe y a
título oneroso, o de otro modo se perdieron para el acreedor. El que contrató de buena fe y a
título gratuito con el deudor, responde en la medida de su enriquecimiento (art. 340).
Acción de simulación. Existe simulación cuando se encubre el carácter jurídico de un acto bajo
la apariencia de otro, o cuando el acto contiene cláusulas que no son sinceras, o fechas que no
son verdaderas, o cuando por él se constituyen o transmiten derechos a personas interpuestas,
que no son aquellas para quienes en realidad se constituyen o transmiten (art. 333).
De esta manera, si el deudor pone sus bienes fuera de su patrimonio o del alcance de sus
acreedores por medio de un acto simulado, la ley concede a los acreedores perjudicados esta
acción para declarar nulo o inexistente el acto y que el bien permanezca en el patrimonio del
deudor.
Si la simulación es lícita, es procedente la acción de simulación entre las partes para que se
declare simulado el acto. Tratándose, en cambio, de un acto simulado ilícito o que perjudica a
terceros, las partes no pueden ejercer acción alguna el uno contra el otro sobre la simulación,
salvo que de dicha acción no se derive algún beneficio a las partes (art. 335:1).
Admitido el ejercicio de la acción de simulación por las partes, orientada a la anulación del
acto simulado, este debe probarse mediante el respectivo contradocumento y sólo podrá
prescindirse de él cuando la parte justifica las razones por las cuales no existe o no puede ser
presentado y median circunstancias que hacen inequívoca la simulación (art. 335:2).
Si la acción de simulación es ejercida por terceros perjudicados por la simulación, estos
pueden acreditar la simulación por cualquier medio de prueba. Revisten especial importancia las
presunciones como medio de acreditación del acto simulado, ya que los terceros carecen de
posibilidad de presentar el contradocumento suscripto en forma secreta entre las partes del acto
(art. 336).
El efecto de la acción de simulación es la declaración de nulidad del acto ostensible si la
simulación es ilícita. Si el acto simulado encubre otro real, éste es plenamente eficaz si concurren
los requisitos propios de su categoría y no es ilícito ni perjudica a un tercero. Las mismas
disposiciones rigen en el caso de cláusulas simuladas (art. 334).
Efectos frente a terceros. Deber de indemnizar: La simulación no puede oponerse a los
acreedores del adquirente simulado que de buena fe hayan ejecutado los bienes comprendidos en
el acto. La acción del acreedor contra el subadquirente de los derechos obtenidos por el acto
impugnado sólo procede si adquirió por título gratuito, o si es cómplice en la simulación. El
subadquirente de mala fe y quien contrató de mala fe con el deudor responden solidariamente por
los daños causados al acreedor que ejerció la acción, si los derechos se transmitieron a un
adquirente de buena fe y a título oneroso, o de otro modo se perdieron para el acreedor. El que
contrató de buena fe y a título gratuito con el deudor, responde en la medida de su
enriquecimiento (art. 337).
3.2.1. Otras figuras que protegen el patrimonio como prenda común de los acreedores.
Derecho de retención. Es la facultad que corresponde al tenedor de una cosa ajena, para
conservar la posesión de ella hasta el pago de lo que le es debido por razón de esa misma cosa.
De esta manera, todo acreedor de una obligación cierta y exigible puede conservar en su poder la
cosa que debe restituir al deudor, hasta el pago de lo que éste le adeude en razón de la cosa.
Tiene esa facultad sólo quien obtiene la detentación de la cosa por medios que no sean ilícitos.
Carece de ella quien la recibe en virtud de una relación contractual a título gratuito, excepto que
sea en el interés del otro contratante (art. 2587). El ejercicio de la retención no requiere
autorización judicial ni manifestación previa del retenedor. El juez puede autorizar que se
sustituya el derecho de retención por una garantía suficiente (art. 2589).
Atribuciones del retenedor. El retenedor tiene derecho a: a) ejercer todas las acciones de que
dispone para la conservación y percepción de su crédito, y las que protegen su posesión o
tenencia con la cosa retenida; b) percibir un canon por el depósito, desde que intima al deudor a
pagar y a recibir la cosa, con resultado negativo; c) percibir los frutos naturales de la cosa
retenida, pero no está obligado a hacerlo. Si opta por percibirlos, debe dar aviso al deudor. En
este caso, puede disponer de ellos, debiendo imputar su producido en primer término a los
intereses del crédito y el excedente al capital (art. 2590).
Obligaciones del retenedor. El retenedor está obligado a: a) no usar la cosa retenida, excepto
pacto en contrario, en el que se puede determinar los alcances de dicho uso, inclusive en lo
relativo a los frutos; b) conservar la cosa y efectuar las mejoras necesarias a costa del deudor; c)
restituir la cosa al concluir la retención y rendir cuentas al deudor de cuanto hubiera percibido en
concepto de frutos (art. 2591).
Extinción de la retención. La retención concluye por: a) extinción del crédito garantizado; b)
pérdida total de la cosa retenida; c) renuncia; d) entrega o abandono voluntario de la cosa. No
renace aunque la cosa vuelva a su poder; e) confusión de las calidades de retenedor y propietario
de la cosa, excepto disposición legal en contrario; f) falta de cumplimiento de las obligaciones
del retenedor o si incurre en abuso de su derecho (art. 2593).
4. Medidas cautelares o precautorias y asegurativas.
Para que la ejecución sea posible, es menester llevar a cabo previamente ciertas medidas de
naturaleza procesal que impactan sobre el patrimonio del deudor, tendientes a la protección del
crédito del acreedor. Estas medidas se denominan cautelares o precautorias y las más comunes
son:
EMBARGO. Es una medida que, en principio, puede tornar indisponible el bien alcanzado por
ella, el que de todos modos permanece en poder del deudor, quien puede usarlo mientras no se
dispusiere el secuestro o la administración judicial de lo embargado. El embargo implica la
interdicción de disponibilidad del bien; el embargado no pierde su propiedad, pero no puede
disponer del bien de que se trata, es decir, la enajenación que haga será inoponible al
embargante, conforme art. 877 CCyCN.
La doctrina distingue tres tipos de embargo según la función procesal que cumplen: el
preventivo, de carácter cautelar propiamente dicho, que tiende a proteger el crédito del acreedor
antes de que se reconozca judicialmente su derecho, y que se funda en la verosimilitud del
derecho invocado y el peligro en la demora por posible insolvencia del deudor; el ejecutivo, que
más que de carácter cautelar es una medida asegurativa del crédito del acreedor, y procede
cuando se exhibe un título que por sí solo trae aparejada ejecución (cheque, pagaré, y demás
títulos ejecutivos mencionados en el art. 521 del CPCCBA –art. 523 del CPCCN-), que goza de
certeza o presunción de certeza del derecho que contiene y que no precisa el otorgamiento de
contracautela; y el ejecutorio, que a diferencia del preventivo y el ejecutivo afecta la
disponibilidad del bien embargado sobre el cual el juez tiene ahora la potestad de disposición, la
cual es ejercida a través del procedimiento de subasta judicial dentro del marco de la ejecución
de sentencias, resultando evidente que en este tipo de embargo el deudor no puede disponer del
bien en forma paralela al juez.67
El art. 1009 declara expresamente que los bienes litigiosos, gravados, o sujetos a medidas
cautelares (como las cosas embargadas), pueden ser objeto de los contratos, dejando a salvo los
derechos de terceros. En estos casos el propietario del bien debe actuar de buena fe al momento
de contratar declarando el embargo que pesa sobre el mismo, porque de lo contrario incurriría en
el delito de estelionato68 siendo responsable por los daños y perjuicios ocasionados.
Consecuentemente, si el bien embargado es vendido, la transacción es válida, aunque el
adquirente habrá recibido la cosa con el gravamen que tenía.
Si se trata de bienes inmuebles o de muebles registrables, el embargo se concreta (se traba)
mediante la orden de inscripción al respectivo registro que emite el juez mediante un oficio

67
Palacio, Lino E. Derecho Procesal Civil, T. VII, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 2011, p. 232.
68
Defraudación por depositario infiel, penado por el art. 173 inc. 9) del Código Penal de la Nación que castiga con
prisión de un mes a seis años, a quien vendiere o gravare como bienes libres, los que fueren litigiosos o estuvieren
embargados o gravados.
judicial. En consecuencia, para el que juez pueda decretar la subasta cuando el embargo recae
sobre un inmueble, como en el caso del juicio hipotecario, es necesaria su anotación como
embargo ejecutorio (o su conversión a ejecutorio si el embargo estaba anotado como preventivo),
única forma de que la indisponibilidad absoluta del bien por parte del deudor pueda ser conocida
por terceros y, por tanto, oponible a estos. Sin ese paso, el trámite de cumplimiento de la
sentencia de remate no puede seguir adelante.
En el caso de bienes muebles, se lo hace mediante un mandamiento judicial también
emitido por el juez, con mención del monto adeudado, en función del cual un funcionario
denominado Oficial de Justicia requerirá al deudor en el acto de la diligencia el pago de lo
debido. En caso de no verificarse el pago, el Oficial de Justicia de la zona del domicilio del
deudor, procederá a labrar un acta donde consignará detalladamente los bienes a embargar que le
señalará el acreedor o la persona autorizada para el acto, indicando tipo, marca, número de serie,
modelo, año de fabricación, etc. para su individualización del modo más preciso posible, El
embargo se limitará a los bienes necesarios para cubrir el crédito que se reclama y las costas del
juicio. Luego, en la misma diligencia, deberá designarse la persona que a partir de ese momento
custodiará los bienes embargados quien se constituye en depositario de ellos, pudiendo tal
designación recaer en el propio deudor como en general ocurre, a quien se hará saber que queda
a su cargo la conservación de los mismos y que no podrá disponer de ellos.
En el mandamiento se incluirá siempre la autorización para que el Oficial de Justicia
solicite el auxilio de la fuerza pública y el allanamiento de domicilio en caso de resistencia.
Contendrá, asimismo, la prevención de que el embargado deberá abstenerse de cualquier acto
respecto de los bienes objeto de la medida, que pudiere causar la disminución de la garantía del
crédito, bajo apercibimiento de las sanciones penales que correspondieren.
Los funcionarios encargados de la ejecución del embargo sólo podrán suspenderlo cuando
el deudor entregue la suma expresada en el mandamiento.
SECUESTRO. Cuando no hubiere persona alguna para nombrar depositario de los bienes
embargados, o la que hubiera no resultara apta para ello (por ej., un menor o incapaz), y
existieran razones fundadas de que los bienes correrán riesgo de pérdida, deterioro, disminución
de su valor, o de ser trasladados sin autorización ni destino conocido para su ocultamiento o
transmisión irregular, el juez podrá autorizar el secuestro de los bienes, que consiste en el
desapoderamiento de los bienes del deudor para ser entregados en depósito a un tercero.
Procederá, asimismo, cuando sea indispensable proveer a la guarda o conservación de
cosas para asegurar el resultado de la sentencia definitiva. El juez designará depositario a la
institución oficial o persona que mejor convenga; fijará su remuneración y ordenará el
inventario, si fuese indispensable.
INHIBICIÓN GENERAL DE BIENES. En todos los casos en que habiendo lugar a embargo éste
no pudiere hacerse efectivo por no conocerse bienes del deudor, o por no cubrir éstos el importe
del crédito reclamado, podrá solicitarse contra aquél la inhibición general de vender o gravar sus
bienes. El que solicitare la inhibición deberá expresar el nombre, apellido y domicilio del deudor,
así como todo otro dato que pueda individualizar al inhibido. Esta medida debe ser ordenada por
el juez y se anota en los registros respectivos tanto para los bienes inmuebles como para los
muebles registrables, de modo tal que cuando el deudor quiera disponer de algún bien inscripto
en dicho registro, la inhibición se lo impedirá y no podrá venderlo ni gravarlo sin antes
presentarse en el proceso judicial donde se decretó la medida y afrontar el pago de la deuda.
La inhibición se deberá dejar sin efecto siempre que el deudor presentase a embargo bienes
suficientes o diere caución bastante.
INTERVENTOR RECAUDADOR. A pedido de acreedor y a falta de otra medida cautelar eficaz
o como complemento de la dispuesta, podrá designarse a un interventor recaudador, si la medida
cautelar debiera recaer sobre bienes productores de rentas o frutos. Su función se limitará
exclusivamente a la recaudación de la parte embargada, sin injerencia alguna en la
administración. El juez determinará el monto de la recaudación, que no podrá exceder del 50%
de las entradas brutas, y su importe deberá ser depositado a la orden del juzgado dentro del plazo
que éste determine.
La intervención también podrá tener por destino controlar la administración del deudor
(interventor fiscalizador); reemplazar al administrador (administrador judicial); informar al
Juzgado (interventor veedor), etc.
ANOTACIÓN DE LITIS. Consiste en dejar constancia en un registro público que con relación a
un bien existe un litigio abierto y pendiente de resolución. En efecto, cuando en un proceso
judicial se encuentren involucrados bienes registrables, el pleito podrá ser inscripto en el registro
respectivo, de modo que los terceros interesados en dichos bienes conozcan que con relación a
ellos podría llegar a producirse alguna modificación en su situación jurídica; un cambio en su
condición (por ej. un embargo) o en su titularidad. Procederá entonces la anotación de litis
cuando se dedujere una pretensión que pudiere tener como consecuencia la modificación de una
inscripción en el Registro correspondiente y el derecho fuere verosímil. Cuando la demanda
hubiere sido desestimada, esta medida se extinguirá con la terminación del juicio. Si la demanda
hubiese sido admitida, se mantendrá hasta que la sentencia haya sido cumplida. Si bien no genera
prioridad alguna a favor del que obtiene la anotación, sirve para que los eventuales terceros que
contraten con relación al bien de que se trata, conozcan la existencia del pleito relativo a él que
se ventila.
PROHIBICIÓN DE INNOVAR. Consiste en una resolución emanada del juez que prohíbe
modificar la situación de hecho o de derecho existente en un momento determinado hasta que
recaiga decisión judicial definitiva. Podrá decretarse la prohibición de innovar en toda clase de
juicio siempre que: 1. El derecho fuere verosímil; 2. Existiere el peligro de que si se mantuviera
o alterara, en su caso, la situación de hecho o de derecho, la modificación pudiera influir en la
sentencia o convirtiera su ejecución en ineficaz o imposible; 3. La cautela no pudiere obtenerse
por medio de otra medida precautoria.
ADMINISTRACIÓN JUDICIAL. Cuando sea indispensable sustituir la administración de la
sociedad o asociación intervenida y media demanda por remoción del o de los socios
administradores, puede designarse al interventor con calidad de administrador judicial, con la
finalidad de regularizar la marcha del ente y asumir su representación.
DESIGNACIÓN DE VEEDOR. A los fines de informar al Juzgado puede designarse veedor para
que practique un reconocimiento del estado de los bienes objeto del juicio o vigile las
operaciones o actividades que se ejerzan respecto de ellos.69
PROHIBICIÓN DE CONTRATAR. Consiste en la prohibición dispuesta por el juez de contratar
sobre ciertos bienes. Cuando por ley o contrato, o para asegurar la ejecución forzada de los
bienes objeto del juicio, procediese la prohibición de contratar sobre determinados bienes, el juez
ordenará la medida. Individualizará lo que sea objeto de la prohibición, disponiendo se inscriba
en los registros correspondientes y se notifique a los interesados y a los terceros que mencione el
solicitante. La medida quedará sin efecto si quien la obtuvo no dedujere la demanda dentro del
plazo de cinco (5) días de haber sido dispuesta, y en cualquier momento en que se demuestre su
improcedencia.

69
Alterini, Atilio A. Derecho Privado. Parte General, Bs. As., Ed. Abeledo Perrot, 1995, pp. 280/290.
MEDIDAS CAUTELARES GENÉRICAS O INNOMINADAS. Son aquellas que se pueden
solicitar al juez cuando las medidas previstas en la ley no fuesen satisfactorias para asegurar el
derecho de las partes o el cumplimiento de la sentencia. Fuera de los casos precedentes, quien
tuviere fundado motivo para temer que durante el tiempo anterior al reconocimiento judicial de
su derecho, éste pudiere sufrir un perjuicio inminente o irreparable podrá solicitar las medidas
urgentes que, según las circunstancias, fueren más aptas para asegurar provisionalmente el
cumplimiento de la sentencia (ej: pedir el secuestro de una historia clínica, pedir el desalojo de
un predio, etc.).
En todos los casos y cualquiera fuere la medida solicitada u ordenada, el acreedor podrá
pedir la ampliación, mejora o sustitución de la medida cautelar decretada, justificando que ésta
no cumple adecuadamente la función de garantía a que está destinada. Por su lado, el deudor
podrá requerir la sustitución de una medida cautelar por otra que le resulte menos perjudicial,
siempre que ésta garantice suficientemente el derecho del acreedor. Podrá, asimismo, pedir la
sustitución por otros bienes del mismo valor, o la reducción del monto por el cual la medida
precautoria ha sido trabada, si correspondiere.
El juez, para evitar perjuicios o gravámenes innecesarios al titular de los bienes, podrá
disponer una medida precautoria distinta de la solicitada, o limitarla, teniendo en cuenta la
importancia del derecho que se intentare proteger.
Asimismo, la doctrina coincide en que para todas las medidas cautelares deben cumplirse
los presupuestos siguientes: a) La verosimilitud del derecho (fumus bonis juris), que consiste en
la probabilidad, prima facie, de vencer en el pleito o de obtener una sentencia favorable que
reconozca el derecho del que peticiona la medida, es decir, significa que la petición que se hace
debe tener cierta apariencia de estar ajustada a derecho; b) El peligro en la demora (periculum in
mora), es decir, que exista un temor grave y fundado de que el derecho que se reclama quede
vulnerado o sufra un menoscabo durante el proceso, ello con el objeto de evitar que la sentencia
a dictarse sea de cumplimiento ilusorio o imposible; c) La contracautela, exigida en los códigos
procesales, a fin de resguardar la igualdad de partes en el proceso, que consiste en garantizar a la
parte contraria el eventual resarcimiento por los daños y perjuicios por las consecuencias que la
medida le pudiere ocasionar. El art. 199 del CPCCN y del CPCCPBA dispone que “la medida
precautoria sólo podrá decretarse bajo la responsabilidad de la parte que la solicitare, quien
deberá dar caución por todas las costas y daños y perjuicios que pudiere ocasionar en caso de
haberla pedido sin derecho…”. La caución puede ser real (entrega de dinero o de bienes en
garantía); personal (fianza dada por el propio requirente o por terceros) o juratoria, donde el
peticionante se compromete, mediante juramento, a cubrir los perjuicios que eventualmente se
produjeran.
5. Bienes excluidos de la garantía común. Señalamos que los bienes presentes y futuros del
deudor constituyen la garantía común de sus acreedores, quienes pueden exigir la venta judicial
de los bienes del deudor, aunque sólo en la medida necesaria para satisfacer su crédito (art. 743).
Por su lado el art. 242 dispone que “Todos los bienes del deudor están afectados al cumplimiento
de sus obligaciones y constituyen la garantía común de sus acreedores, con excepción de
aquellos que este Código o leyes especiales declaran inembargables o inejecutables. Los
patrimonios especiales autorizados por la ley sólo tienen por garantía los bienes que los
integran”.
Por disposición de la ley o por razones de humanidad se fundamenta la exclusión de ciertos
bienes de la garantía común. Así resultan inembargables, fuera del alcance de los acreedores, y
conforme al art. 744 excluidos de la garantía prevista en el art. 743, los siguientes bienes:
1. Las ropas y muebles de uso indispensable del deudor, de su cónyuge o conviviente, y de sus
hijos;
2. Los instrumentos necesarios para el ejercicio personal de la profesión, arte u oficio del deudor;
3. Los sepulcros afectados a su destino, excepto que se reclame su precio de venta, construcción
o reparación;
4. Los bienes afectados a cualquier religión reconocida por el Estado;
5. Los derechos de usufructo, uso y habitación, así como las servidumbres prediales, que sólo
pueden ejecutarse en los términos de los artículos 2144, 2157 y 2178;
6. Las indemnizaciones que corresponden al deudor por daño moral y por daño material derivado
de lesiones a su integridad psicofísica;
7. La indemnización por alimentos que corresponde al cónyuge, al conviviente y a los hijos con
derecho alimentario, en caso de homicidio;
8. Los demás bienes declarados inembargables o excluidos por otras leyes.
Entre estos últimos, pueden mencionarse:
a) La “Afectación de Vivienda” (arts. 244 a 256 CCCN). El Estado permite que un inmueble
destinado a vivienda, sea inscripta en el Registro de Propiedad Inmueble de la jurisdicción donde
se halla ubicada, con una afectación especial que determina su inejecutabilidad, es decir que la
vivienda afectada no es susceptible de ejecución por deudas posteriores a su inscripción.
Únicamente se podrá embargar y ejecutar un inmueble así afectado por las deudas que éste
genere (expensas comunes, impuestos, tasas o contribuciones que graven al inmueble, o por
deudas originadas en construcciones o mejoras realizadas en la vivienda), o por las que hayan
tenido origen antes de la inscripción, o por obligaciones alimentarias a cargo del titular a favor
de sus hijos menores de edad, incapaces, o con capacidad restringida. Es este un modo de
proteger la vivienda familiar por deudas posteriores a la inscripción que pudieran dar lugar a su
embargo y posterior ejecución.
b) Las jubilaciones y las pensiones, que únicamente podrán ser embargadas por deudas
alimentarias y litisexpensas (art. 14 Ley 24.241).
c) El lecho del deudor, mujer e hijos, las ropas y muebles de uso indispensable; los elementos,
herramientas y útiles de trabajo del deudor (art. 219 inc. 1) del Cód. Proc. Civil y Comercial).
d) Los sepulcros (art. 219 inc. 2) del Código Procesal Civil y Comercial), salvo que el crédito
provenga de su construcción o reparación.
e) Las asignaciones familiares (art. 23 Ley 24.714).
f) El salario mínimo vital y móvil es inembargable, salvo por deudas alimentarias (art. 120, Ley
de Contrato de Trabajo 20.744 -t.o.-; Decreto 484/87; B.O. 29-7-87).
g) Las remuneraciones del trabajador en general -incluido el aguinaldo- son inembargables hasta
una suma equivalente al monto del salario mínimo vital. Las remuneraciones superiores a ese
importe podrán ser embargadas en la siguiente proporción: las que no superen el doble del
salario mínimo vital mensual, hasta un diez por ciento (10%) del importe que excediere de este
último; las retribuciones superiores al doble del salario mínimo vital mensual, hasta el 20% (art.
1, Decreto 484/87).
h) Las indemnizaciones debidas al trabajador o a sus derechohabientes con motivo del contrato
de Trabajo o su extinción, que serán embargables en las mismas proporciones que las
remuneraciones (art. 3, Decreto 484/87).
i) Las sumas de dinero que se perciban en concepto de pagos de prestaciones de carácter
asistencial, tales como subsidios, ayudas, contribuciones o contraprestaciones no remunerativas
por la participación en planes, programas, proyectos sociales, de empleo, capacitación,
entrenamiento laboral, programas de becas y pasantías, cualquiera sea su modalidad, permanente
o transitoria, nacionales, provinciales o municipales, con excepción de las deudas de alimentos y
litisexpensas, y hasta el monto de un salario mínimo, vital y móvil. Las sumas que excedan de
dicho salario serán embargables en la misma proporción que las remuneraciones (Ley 25.963;
B.O. 3/12/04).
j) Las aeronaves pertenecientes al Estado (art. 71 Ley 17.285 -Código Aeronáutico-).
k) Los bienes del dominio público del Estado (art. 237 CCyCN).
l) El aguinaldo de los empleados públicos (art. 5 Ley 12.915. B.O. 14-06-1947).
ll) Las indemnizaciones por accidente de trabajo fueron declaradas totalmente inembargables por
las leyes especiales de la materia (9.688 y 24.028). Sin embargo la actual ley 24.557 de
accidentes de trabajo, vigente desde el 1/7/96, derogó la ley 24.028 sin referirse al carácter
inembargable de esta indemnización. No obstante, consideramos que resultaría aplicable el inc.
6) del art. 744 en cuanto establece la inembargabilidad de “las indemnizaciones que
corresponden al deudor por daño moral y por daño material derivado de lesiones a su integridad
psicofísica”.
6. Régimen de “Vivienda Afectada”. Alcances de la protección legal.
I.- Introducción.
a) La oponibilidad de un derecho. La publicidad registral. “Oponibilidad” es la posibilidad
de hacer valer un derecho frente a otros. Como enseña Luis Moisset de Espanés 70, en el campo
del derecho tiene singular importancia el grado de oponibilidad de que gocen las situaciones
susceptibles de ser protegidas por el orden jurídico. Se habla de “grado” de oponibilidad, porque
aunque los titulares de derechos siempre tienen la pretensión de poder hacerlos valer frente a
cualquiera, hay casos en los cuales esa oponibilidad no es absoluta, sino que sus derechos sólo
pueden esgrimirse frente a algunos, y carecen de protección frente a otros a quienes les resultan
“inoponibles”. Esta característica adquiere singular relevancia cuando la legislación vigente
procura reconocer el derecho de todo ser humano a gozar de una vivienda digna, y para hacerlo
efectivo concede a ese derecho “oponibilidad” frente a los acreedores, sustrayéndolo en alguna
medida del patrimonio como “prenda común”.
La oponibilidad de una situación jurídica suele quedar vinculada al hecho de que el resto
de la comunidad tenga “conocimiento efectivo”, o al menos “posibilidad de conocer” su
existencia. En este punto es donde el legislador interviene y procura crear medios técnicos que
faciliten la “posibilidad de conocimiento”. Aparecen así los “registros”, en los que se procura
asentar constancia de situaciones o relaciones jurídicas, que pueden, por medio de la consulta del
registro, ser conocidas por todos los interesados. Se crea entonces, por vía de la publicidad
registral, la posibilidad de conocer y con ella se genera la oponibilidad de las circunstancias que
se incorporan al registro.
II.- La ley argentina del “bien de familia”. Régimen legal actual. El Código Civil argentino
no contenía originariamente ninguna norma sobre bien de familia. Su regulación y protección
recién se concretó mediante la Ley 14.394 de 1954, capítulo V, artículos 34 a 50, en consonancia
con la manda impuesta en el art. 37, ap. II, inc. 3 de la Constitución Nacional de 1949 que
expresaba: “El Estado garantiza el bien de la familia conforme a lo que una ley especial
determine”. Con posterioridad, la reforma constitucional de 1957 agregó a la Carta Magna el
artículo 14 bis, en el cual se prevé que por leyes especiales se debe dar “protección integral a la
familia”, entre otras cosas por “la defensa del bien de familia, la compensación económica
familiar y el acceso a una vivienda digna”.

70
Moisset de Espanés, Luis; “Bien de Familia. Su protección registral. Derecho argentino e iberoamericano”.
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba (http://www.acader.unc.edu.ar).
Debemos destacar que el dictado de una ley sobre “bien de familia”, cuyo contenido
sustantivo es de derecho civil, es potestad del Congreso de la Nación, mientras que la regulación
de los trámites inscriptorios, por tratarse de normas de procedimiento, corresponde a cada
provincia.
El nuevo Código Civil y Comercial de la Nación aprobado por Ley 26.994 introdujo
modificaciones a este instituto. Señalan los fundamentos del proyecto que “El derecho de acceso
a la vivienda es un derecho humano reconocido en diversos tratados internacionales. Esto
justifica que se dedique un Capítulo especial para la vivienda. Las modificaciones son
importantes, en tanto: (a) se autoriza la constitución del bien de familia a favor del titular del
dominio sin familia, atendiendo a la situación, cada vez más frecuente, de la persona que vive
sola; se permite que el bien de familia sea constituido por todos los condóminos, aunque no sean
parientes ni cónyuges; (b) la afectación también puede ser decidida por el juez, a petición de
parte, en la resolución que atribuye la vivienda en el juicio de divorcio o en el que resuelve las
cuestiones relativas a la conclusión de la convivencia, si hay beneficiarios incapaces o con
capacidad restringida; (c) se amplía la lista de los beneficiarios al conviviente; (d) se prevé
expresamente la subrogación real, reclamada por la doctrina y recogida en diversos
pronunciamientos judiciales, que permite adquirir una nueva vivienda y mantener la afectación,
así como extender la protección a la indemnización que provenga del seguro o de la
expropiación; (e) se resuelven problemas discutidos en la doctrina, los cuales son: la situación de
la quiebra, adoptándose el criterio según el cual el activo liquidado pertenece sólo a los
acreedores anteriores a la afectación, y si hay remanente se entrega al propietario; la admisión de
la retroprioridad registral, en tanto se remite a las normas de la ley registral que así lo autorizan;
la inoponibilidad a los créditos por expensas en la propiedad horizontal y a los créditos
alimentarios, etc.”.
El régimen aprobado sustituye así al del “bien de familia” de la ley 14.394.
a) Aspectos generales. Alcance de la protección. La institución de un inmueble como “vivienda
afectada” posee un doble objetivo social: el resguardo de la vivienda como derecho humano
básico en las condiciones fijadas en el Código; y el mantenimiento de la familia bajo un mismo
techo, atendiendo a su diversa composición. Es un régimen que protege la vivienda y garantiza
que no pueda ser ejecutada ni rematada por deudas posteriores a la inscripción de esa afectación.
El régimen de “vivienda afectada” brinda a los beneficiarios una protección patrimonial del
inmueble que habitan, y cualquier vivienda (urbana o rural) puede ser afectada, sin que ello
quede supeditado al valor del bien. Pero si se tratase de un inmueble rural, no debe exceder de la
unidad económica, de acuerdo con lo que fijen las reglamentaciones locales.
No puede afectarse más de un inmueble. Si alguien resulta ser propietario único de dos o
más inmuebles afectados, debe optar por la subsistencia de uno solo en ese carácter, caso
contrario se considerará afectado el constituido en primer término.
La afectación de la vivienda no puede serles opuesta a los acreedores de causa anterior a
esa afectación, pero no es susceptible de ejecución por deudas posteriores a su inscripción.
b) Beneficiarios de la afectación. Son beneficiarios de la afectación: a) el propietario
constituyente, su cónyuge, su conviviente, sus ascendientes o descendientes; b) en defecto de
ellos, sus parientes colaterales dentro del tercer grado que convivan con el constituyente (art.
246).
c) Quiénes pueden constituirla. La afectación puede ser solicitada por el titular registral; si el
inmueble está en condominio, deben solicitarla todos los cotitulares conjuntamente. También
puede disponerse: a) por actos de última voluntad (testamento), hipótesis en la cual será la
justicia la que eleve al Registro la petición de inscripción de la afectación; b) por decisión del
juez, a petición de parte, en la resolución que atribuye la vivienda en el juicio de divorcio o en el
que resuelve las cuestiones relativas a la conclusión de la convivencia, si hay beneficiarios
incapaces o con capacidad restringida.
d) Deudas excluidas de la protección. Un inmueble afectado a vivienda puede ser motivo de
ejecución si el reclamo se funda en deudas cuya causa es anterior a la afectación como tal. Y aun
después de la constitución, la vivienda puede ser ejecutada por: a) obligaciones por expensas
comunes y por impuestos, tasas o contribuciones que gravan directamente al inmueble; b)
obligaciones con garantía real sobre el inmueble, constituida de conformidad a lo previsto en el
art. 250; c) obligaciones que tienen origen en construcciones u otras mejoras realizadas en la
vivienda; d) obligaciones alimentarias a cargo del titular a favor de sus hijos menores de edad,
incapaces, o con capacidad restringida (art. 249).
Si el inmueble se subasta y queda remanente, éste se entrega al propietario del inmueble.
En los procesos concursales, la ejecución de la vivienda sólo puede ser solicitada por los
acreedores enumerados en el art. 249.
Asimismo, son embargables los frutos que produzca el inmueble en cuanto no sean
indispensables para satisfacer las necesidades de los beneficiarios (art. 251).
e) Duración de la protección. Inscripto un inmueble como vivienda afectada, la protección
perdurará en el tiempo mientras no se produzca alguna de las causales de desafectación o
cancelación de la inscripción previstas en el art. 255 del Código. La autoridad administrativa
(Registro de la Propiedad Inmueble) debe prestar asesoramiento y colaboración gratuitos a los
interesados a fin de concretar los trámites relacionados con la constitución, inscripción y
cancelación de una afectación (art. 253).
f) Desafectación y cancelación de la inscripción. La desafectación y la cancelación de la
inscripción proceden: 1. a solicitud del constituyente; si está casado o vive en unión convivencial
inscripta se requiere el asentimiento del cónyuge o del conviviente; si éste se opone, falta, es
incapaz o tiene capacidad restringida, la desafectación debe ser autorizada judicialmente; 2. a
solicitud de la mayoría de los herederos, si la constitución se dispuso por acto de última
voluntad, excepto que medie disconformidad del cónyuge supérstite, del conviviente inscripto, o
existan beneficiarios incapaces o con capacidad restringida, caso en el cual el juez debe resolver
lo que sea más conveniente para el interés de éstos; 3. a requerimiento de la mayoría de los
condóminos computada en proporción a sus respectivas partes indivisas, con los mismos límites
expresados en el inciso anterior; 4. a instancia de cualquier interesado o de oficio, si no subsisten
los recaudos previstos en el Código para afectar el bien, o fallecen el constituyente y todos los
beneficiarios; 5. en caso de expropiación, reivindicación o ejecución autorizada por la ley, con
los límites de ejecutabilidad indicados en el art. 249.
g) Transmisión de la vivienda afectada. El inmueble afectado no puede ser objeto de legados o
mejoras testamentarias, excepto que favorezcan a los beneficiarios de la afectación. Si el
constituyente está casado o vive en unión convivencial inscripta, el inmueble no puede ser
transmitido ni gravado sin la conformidad del cónyuge o del conviviente; si éste se opone, falta,
es incapaz o tiene capacidad restringida, la transmisión o gravamen deben ser autorizados
judicialmente (art. 250).
h) Beneficios adicionales. La vivienda afectada está exenta del impuesto a la transmisión gratuita
por causa de muerte en todo el territorio de la República, si ella opera a favor de los beneficiarios
mencionados en el art. 246, y no es desafectada en los cinco años posteriores a la transmisión.
Los trámites y actos vinculados a la constitución e inscripción de la afectación, están exentos de
impuestos y tasas (art. 252). Asimismo, si en los trámites de constitución intervienen
profesionales a solicitud de los interesados, sus honorarios no pueden exceder en conjunto el 1%
de la valuación fiscal, en tanto en los juicios referentes a la transmisión hereditaria de la vivienda
afectada y en los concursos preventivos y quiebras, los honorarios no pueden exceder del 3% de
la valuación fiscal (art. 254).

C) BIENES Y COSAS.
1.- Concepto. Desde un punto de vista físico “cosa” es todo lo que existe, no solo los objetos que
pueden ser propiedad del hombre, sino también todo lo que está en la naturaleza y escape a esta
apropiación exclusiva: el mar, el aire, el sol, etc.
La palabra “bienes” designaba primitivamente solo a las cosas, es decir, a los objetos
materiales o corpóreos, muebles o inmuebles. Los progresos de la vida jurídica la han hecho salir
de ese sentido estrecho y actualmente la palabra tiene un significado mucho más amplio ya que
los “bienes” comprenden, además de las cosas materiales, cierto número de objetos incorpóreos
o inmateriales que son derechos, como los créditos, las rentas, las patentes de invención, etc., en
fin, aquello que es susceptible de apropiación en provecho de una persona o grupo de personas.
Conforme a la regla prevista en el art. 15 del Código, las personas son titulares de los
derechos individuales sobre los bienes que integran su patrimonio. Esos derechos pueden recaer
sobre bienes susceptibles de valor económico. Los bienes materiales se llaman “cosas”. Las
disposiciones referentes a las cosas son aplicables a la energía y a las fuerzas naturales
susceptibles de ser puestas al servicio del hombre (art. 16). Por oposición a las cosas,
denominaremos “bienes” a los derechos no materiales susceptibles de valor económico.
Los derechos sobre el cuerpo humano o sus partes no tienen un valor comercial, sino
afectivo, terapéutico, científico, humanitario o social y sólo pueden ser disponibles por su titular
siempre que se respete alguno de esos valores y según lo dispongan las leyes especiales (art. 17).
En cuanto a las comunidades indígenas reconocidas, tienen derecho a la posesión y propiedad
comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan y de aquellas otras aptas y suficientes
para el desarrollo humano según lo establezca la ley, de conformidad con lo dispuesto por el
artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional (art. 18).
2.- Clasificación de los bienes materiales o cosas.
I) Las cosas consideradas en sí mismas pueden ser:
a) Inmuebles y muebles. Los inmuebles se encuentran fijos en un lugar determinado; tales son
la tierra y todo lo adherido a ella de un modo permanente. Los inmuebles pueden serlo por su
naturaleza, como por ejemplo la tierra y todo lo plantado en ella; por accesión física: lo adherido
por construcción de modo permanente, o por accesión moral: los muebles accesorios e
indispensables para el destino del inmueble, como pueden ser los muebles de cocina, baño y
habitaciones.
Las cosas inmuebles se clasifican en:
1. Inmuebles por su naturaleza (art. 225). Son inmuebles por su naturaleza el suelo, las cosas
incorporadas a él de una manera orgánica y las que se encuentran bajo el suelo sin el hecho del
hombre. Se trata de una inmovilidad natural, que no depende del obrar humano. Abarca desde ya
la tierra misma, con sus superficies sólidas y fluidas, y lo incorporado al suelo de modo orgánico
(árboles). Tal incorporación debe tener carácter permanente, no bastando la adhesión temporal al
suelo (minerales sólidos o líquidos, minas de metales preciosos, napas gasíferas, etc.).
2. Inmuebles por accesión (art. 226). Son inmuebles por accesión las cosas muebles que se
encuentran inmovilizadas por su adhesión física al suelo, con carácter perdurable. En este caso,
los muebles forman un todo con el inmueble y no pueden ser objeto de un derecho separado sin
la voluntad del propietario. No se consideran inmuebles por accesión las cosas afectadas a la
explotación del inmueble o a la actividad del propietario. Es decir que se trata de una accesión de
carácter física en que las cosas deben formar un todo inseparable con el suelo y estar adheridas al
mismo con carácter de perpetuidad (edificios). El nuevo Código ha eliminado la categoría de
“inmuebles por accesión moral” donde la accesión no estaba en la naturaleza de las cosas sino
que existía únicamente en la voluntad de las personas que, colocando sobre el fundo objetos
muebles, los consagraban al uso perpetuo de ese inmueble (arados, bancos de colegio, etc.),
siendo cosas muebles puestas al servicio del inmueble por el propietario con carácter permanente
debido a su destino.
Consecuencias jurídicas de la distinción: Ley vigente y aplicable: los inmuebles se rigen por la
ley del lugar donde están situados (art. 2663). Formalidades: tanto la transmisión de un bien
inmueble como la constitución de un derecho real sobre él deben constar en escritura pública.
Adquisición por prescripción: se adquiere la propiedad de ellos por su posesión continua durante
10 años con justo título y buena fe (art. 1898). Si carece de justo título y buena fe se puede
adquirir con la posesión continua durante 20 años (art. 1899). En cuanto a la constitución de
derechos reales, la hipoteca y la anticresis solo pueden recaer sobre cosas inmuebles.
Son cosas muebles las que pueden desplazarse por sí mismas o por una fuerza externa (art.
227). Las cosas muebles, por su propia naturaleza, son los objetos que no se encuentran
adheridos a la tierra y pueden ser transportados de un lugar a otro. Se las denomina semovientes
cuando se pueden trasladar por sí mismas, como los animales. Se llaman locomóviles a las cosas
muebles que poseen tracción propia (automóviles, buques, aeronaves).
Consecuencias jurídicas de la distinción: Los derechos reales sobre las cosas muebles, si su
situación es permanente y se conservan sin intención de transportarlas, se rigen por la ley del
lugar donde están ubicadas (art. 2669); caso contrario, los muebles que el propietario lleva
siempre consigo o los que son de su uso personal, así como también los que se tienen para ser
vendidos o transportados a otro lugar, se rigen por el derecho del domicilio de su dueño (art.
2670). Para su transmisión no requiere de la formalidad de la escritura pública. Pero en el caso
de los semovientes y locomóviles, otras leyes han previsto formalidades: la compra de ganado se
realiza a través de la “marca y señal registrada” que prevén los códigos rurales, mientras que la
de los automotores, a través de los Registros de la Propiedad Automotor. En cuanto a la
adquisición por prescripción: si la cosa no es robada ni perdida, se adquiere su propiedad a partir
del momento de su posesión (art. 1895). Si la cosa es robada o perdida y su poseedor es de buena
fe necesita la posesión sin interrupciones durante el lapso de 2 años. Si la cosa mueble es
registrable (autos, motos, aeronaves), el plazo de la posesión útil se computa a partir de la
registración del justo título (art. 1898). Si no existe justo título o buena fe, y la cosa es robada o
perdida el poseedor adquiere el dominio por prescripción si la posee durante 20 años, sin que
pueda invocarse contra el adquirente la falta o nulidad del título o de su inscripción, ni la mala fe
de su posesión. Si la cosa es registrable, no hurtada ni perdida, también adquiere la propiedad
quien la posee por diez años y no la inscribe a su nombre pero la recibe del titular registral o de
su cesionario sucesivo, siempre que los elementos identificatorios previstos en el respectivo
régimen especial sean coincidentes (art. 1899). En cuanto a la constitución de derechos reales, la
prenda solo recae sobre cosas muebles.
b) Fungibles y no fungibles (art. 232): Son cosas fungibles aquellas en que todo individuo de la
especie equivale a otro individuo de la misma especie, y pueden sustituirse por otras de la misma
calidad y en igual cantidad (un litro de agua, un libro nuevo, el dinero, etc.). Son no fungibles las
cosas que no pueden sustituirse unas por otras debido a que están dotadas de características,
defectos o cualidades propios que impiden ser reemplazados por otros de la misma especie (un
perro). La fungibilidad o infungibilidad de las cosas se basa en la inexistencia o existencia de
individualidad de las mismas, y consecuentemente, en la posibilidad o imposibilidad de
sustitución entre sí. El ejemplo clásico de una cosa fungible es el dinero: los cien pesos que el
acreedor presta al deudor, pueden ser reemplazados por otros cien pesos al momento de
cancelarse la deuda. Pese a que cada billete es único por la numeración que tiene, el uso y la
innecesariedad de destacar la numeración los torna en no individualizables.
La clasificación adquiere importancia en materia de acción reivindicatoria (art. 2253) y de
depósito irregular (art. 1367). Asimismo, hay contratos que solo versan sobre cosas fungibles (el
mutuo), en tanto otros pueden tener por objeto cosas no fungibles (locación, comodato, etc.).
c) Consumibles y no consumibles (art. 231): Son cosas consumibles aquellas cuya existencia
termina con el primer uso (alimento, dinero, etc.). Son cosas no consumibles las que no dejan de
existir por el primer uso que de ellas se hace, aunque sean susceptibles de consumirse o
deteriorarse después de algún tiempo (ropa, muebles, etc.). La noción de consumibilidad se debe
entender en el sentido técnico jurídico y no necesariamente físico. El consumo físico no siempre
coincide con el jurídico. La consumición jurídica no quiere decir destrucción de la materia ya
que físicamente la materia no se destruye sino que se transforma. Cuando se quema leña,
físicamente se he transformado pero no destruido materia alguna, aunque jurídicamente, por el
contrario, he destruido aquella entidad que primeramente era leña y ahora ha dejado de serlo.
La clasificación interesa para distinguir el depósito regular del irregular (arts. 1356 y 1367)
y el mutuo del comodato (arts. 1525 y 1533). Asimismo, los derechos reales de usufructo y uso
solo recaen sobre cosas no consumibles, pues no debe alterarse su substancia (arts. 2129 y 2154,
respectivamente).
d) Divisibles e indivisibles (art. 228): Son cosas divisibles las que pueden ser divididas en
porciones reales sin ser destruidas, cada una de las cuales forma un todo homogéneo y análogo
tanto a las otras partes como a la cosa misma. Son las que se pueden dividir conservando su
naturaleza. Las cosas no pueden ser divididas si su fraccionamiento convierte en antieconómico
su uso y aprovechamiento. En materia de inmuebles, la reglamentación del fraccionamiento
parcelario corresponde a las autoridades locales. Son indivisibles aquellas que si se dividen
cambian su naturaleza. Son divisibles la tierra, el trigo, etc. No serán divisibles una mesa, un
libro, etc. Y aun en el caso de una cosa que sea susceptible de ser dividida, si su fraccionamiento
convierte en antieconómico su uso y aprovechamiento. Un rubí vale $10.000 entero, dividido en
cuatro partes cada una puede valer $1.500. Por ello solo son divisibles aquellas cosas que pueden
fraccionarse de modo que las partes singulares resultantes de la división tengan la misma función
que el todo y por lo tanto entre las partes y el todo haya diferencia de cantidad más que de
calidad.
e) Principales y accesorias (arts. 229 y 230): Son cosas principales “las que pueden existir por
sí mismas”. Son aquellas que para existir no requieren de la existencia de otra cosa. Existen por
sí y para sí mismas. En cambio “son cosas accesorias aquellas cuya existencia y naturaleza son
determinadas por otra cosa de la cual dependen o a la cual están adheridas. Su régimen jurídico
es el de la cosa principal, excepto disposición legal en contrario. Si las cosas muebles se adhieren
entre sí para formar un todo sin que sea posible distinguir la accesoria de la principal, es
principal la de mayor valor. Si son del mismo valor no hay cosa principal ni accesoria”. Las
cosas accesorias son aquellas que, no obstante su individualidad, no tienen existencia propia y
por lo tanto para existir dependen de la existencia de otra cosa, es decir, acceden o siguen el
destino de otras, y no es posible concebir su ser sin la previa existencia de las otras. La llave de
un candado sería accesoria, en tanto el candado sería principal.
Frutos y productos. Frutos “son los objetos que un bien produce, de modo renovable, sin que se
altere o disminuya su sustancia”. Se trata de los elementos que producen las cosas sin disminuir
su valor. Pueden ser naturales, las producciones espontáneas de la naturaleza sin intervención de
la mano del hombre y en general los producidos por la tierra (la fruta de un árbol, la leche de
vaca); industriales son los que se producen a raíz del trabajo del hombre o del cultivo de la tierra
(una cosecha); y civiles son las rentas que produce el uso o goce de la cosa (alquileres, intereses
bancarios, o los que provienen de la privación del uso de la cosa, como las indemnizaciones).
Las remuneraciones del trabajo humano se asimilan a los frutos civiles. Los Productos en cambio
son los objetos que provienen de una cosa pero una vez separados o extraídos, no se renuevan en
ella, es decir, la cosa ya no los produce nuevamente, lo que determina que haya una disminución
de su substancia (un yacimiento de petróleo). Es decir, “son los objetos no renovables que
separados o sacados de la cosa alteran o disminuyen su sustancia”. Los frutos naturales e
industriales y los productos forman un todo con la cosa, si no son separados (art. 233).
La importancia de la distinción entre frutos y productos se advierte en lo referente a los
efectos de la posesión, ya que el poseedor de buena fe hace suyos los frutos percibidos, mientras
que el de mala fe debe restituirlos. Sea de buena o mala fe, el poseedor debe restituir los
productos obtenidos de la cosa (art. 1935), y con relación al régimen de bienes del matrimonio,
desde que los frutos de los bienes propios devengados durante la comunidad tienen carácter
ganancial (art. 465 inc. c), a diferencia de los productos que conservan su calidad de propios con
excepción de los productos de las canteras y minas (art. 464 inc. e).
f) Dentro y fuera del comercio (art. 234): Están fuera del comercio los bienes cuya transmisión
está expresamente prohibida: a) por la ley; b) por actos jurídicos, en cuanto este Código permite
tales prohibiciones. En consecuencia las cosas quedan dentro del comercio o fuera de él, según
sean o no libremente transmisibles de un propietario a otro, o sea, según puedan o no servir de
objeto a las relaciones jurídicas patrimoniales. Están en el comercio las cosas que pueden ser
objeto de transacciones o negocios jurídicos no prohibidos por la ley o por un acto jurídico.
En forma concordante, el art. 398 dispone que “Todos los derechos son transmisibles
excepto estipulación válida de las partes o que ello resulte de una prohibición legal o que importe
trasgresión a la buena fe, a la moral o a las buenas costumbres”.
g) Registrables y no registrables. Conforme el art. 1890 “Los derechos reales recaen sobre
cosas registrables cuando la ley requiere la inscripción de los títulos en el respectivo registro a
los efectos que correspondan. Recaen sobre cosas no registrables, cuando los documentos
portantes de derechos sobre su objeto no acceden a un registro a los fines de su inscripción”.
Agrega el art. 1892 que “La inscripción registral es modo suficiente para transmitir o constituir
derechos reales sobre cosas registrables en los casos legalmente previstos; y sobre cosas no
registrables, cuando el tipo del derecho así lo requiera”, en tanto el art. 1893 dispone que “La
adquisición o transmisión de derechos reales constituidos de conformidad a las disposiciones de
este Código no son oponibles a terceros interesados y de buena fe mientras no tengan publicidad
suficiente. Se considera publicidad suficiente la inscripción registral o la posesión, según el caso.
Si el modo consiste en una inscripción constitutiva, la registración es presupuesto necesario y
suficiente para la oponibilidad del derecho real”. De este modo el dominio de los inmuebles
siempre debe registrarse, en tanto que para las cosas muebles algunas veces la registración es
obligatoria (automotores, buques, aeronaves) y otras veces, la mayoría, no es legalmente
obligatoria, o bien no es posible hacerlo (cosas fungibles o consumibles). El interés práctico
radica en la prohibición para los cónyuges de disponer o gravar los bienes muebles cuyo registro
han impuesto las leyes en forma obligatoria, sin el asentimiento del otro (art. 470 inc. a).
II) Las cosas consideradas en relación con las personas pueden ser:
a) Bienes pertenecientes al dominio público del Estado: Son los que pertenecen al Estado
Nacional, provincial o municipal, destinados a la utilidad del bien común y al uso y goce directo
y general de los habitantes. Estos bienes tienen el carácter de ser imprescriptibles -no se pueden
adquirir por prescripción-; inembargables -al Estado no se le pueden embargar bienes de
dominio público aunque sí del dominio privado-; e inenajenables -no se pueden vender, y se
encuentran fuera del comercio- (art. 237).
El art. 235 enumera dentro de tal carácter, los siguientes: a) el mar territorial hasta la
distancia que determinen los tratados internacionales y la legislación especial, sin perjuicio del
poder jurisdiccional sobre la zona contigua, la zona económica exclusiva y la plataforma
continental. Se entiende por mar territorial el agua, el lecho y el subsuelo; b) las aguas interiores,
bahías, golfos, ensenadas, puertos, ancladeros y las playas marítimas; se entiende por playas
marítimas la porción de tierra que las mareas bañan y desocupan durante las más altas y más
bajas mareas normales, y su continuación hasta la distancia que corresponda de conformidad con
la legislación especial de orden nacional o local aplicable en cada caso; c) los ríos, estuarios,
arroyos y demás aguas que corren por cauces naturales, los lagos y lagunas navegables, los
glaciares y el ambiente periglacial y toda otra agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer
usos de interés general, comprendiéndose las aguas subterráneas, sin perjuicio del ejercicio
regular del derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de su
interés y con sujeción a las disposiciones locales. Se entiende por río el agua, las playas y el
lecho por donde corre, delimitado por la línea de ribera que fija el promedio de las máximas
crecidas ordinarias. Por lago o laguna se entiende el agua, sus playas y su lecho,
respectivamente, delimitado de la misma manera que los ríos; d) las islas formadas o que se
formen en el mar territorial, la zona económica exclusiva, la plataforma continental o en toda
clase de ríos, estuarios, arroyos, o en los lagos o lagunas navegables, excepto las que pertenecen
a particulares; e) el espacio aéreo suprayacente al territorio y a las aguas jurisdiccionales de la
Nación Argentina, de conformidad con los tratados internacionales y la legislación especial; f)
las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquier otra obra pública construida para utilidad
o comodidad común; g) los documentos oficiales del Estado; h) las ruinas y yacimientos
arqueológicos y paleontológicos.
El dominio público (“dominial” o “dominical”) es definido por la doctrina moderna como
el conjunto de bienes de propiedad del Estado que por ley están afectados al uso (directo e
indirecto) de los habitantes. De esta definición se extraen los cuatro elementos que lo componen:
a) titularidad, pues el titular tiene que ser una persona jurídica pública estatal; b) objetividad, por
el tipo de bienes que lo integran, entre los cuales están los bienes públicos “naturales” (ríos,
lagos navegables, etc.) constituidos por el Poder Legislativo, y los “artificiales” (calles, plazas,
etc.), constituidos por acto declarativo de la Administración Pública; c) teleológico o finalista,
por el destino de los bienes, los que están afectados al uso directo (caminos, playas, ríos, etc.) o
indirecto (uso del bien destinado a un servicio público) de la comunidad; d) normativo o legal,
pues resulta imprescindible que una ley que declare el carácter dominial del bien. En nuestro
derecho, el carácter público de un bien (su calidad jurídica) es impuesto por ley, mientras que su
afectación o desafectación al dominio público es resorte del poder administrador. La autoridad
competente para determinar que un bien está sometido al régimen de derecho público es el
Congreso Nacional (art. 75 inc. 12, CN) o las legislaturas provinciales o comunales. En el caso
de los bienes públicos naturales, la fijación de tal calidad jurídica implica su afectación; en los
casos del dominio público artificial, además del acto legislativo se requiere el acto administrativo
de afectación. Así, el Código Civil enumera en su art. 235 los bienes del dominio público, que
también se mencionan en otras leyes (v.gr. Ley 22.351 de Parques Nacionales), sin perjuicio de
que si se trata de bienes públicos artificiales la afectación o desafectación se debe efectuar por
actos administrativos del P.E.N., mientras que con respecto a los bienes naturales, será necesario
solamente el acto legislativo.71
Recordemos que la “afectación” es un acto formal por medio del cual el Estado pone un
bien a disposición de todos los administrados para que aprovechen del mismo, en tanto la
71
Marienhoff; Miguel S. Tratado de Derecho Administrativo. t. V, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1998.
“desafectación” es el acto inverso de la autoridad mediante el cual el bien deja de servir al fin de
uso y goce público y, luego de producida, el bien queda sujeto al régimen del dominio privado
del Estado, siendo así susceptible de embargo, enajenación, etc.
Para Borda el dominio público del estado no es estrictamente un derecho de propiedad,
siendo el Estado apenas un administrador que se limita a reglamentar su uso por los particulares
y carece de los atributos esenciales de todo propietario.
El régimen jurídico del dominio público es excepcional y de interpretación estricta, en el
sentido que debe existir base legal para incluir bienes en él. Ante la duda sobre el carácter del
bien, debe entenderse que pertenece al dominio privado del Estado. Asimismo, estos bienes se
hallan sujetos al poder de policía: existe un deber de tutela del Estado para lograr la conservación
del dominio público y la utilización general de acuerdo a la reglamentación de su uso y goce. La
protección puede ser administrativa o judicial.
También es preciso tener presente que si bien la determinación de los bienes que integran
el dominio público corresponde al Congreso Nacional, ese dominio pertenecerá a la Nación o a
las provincias según la ubicación que tengan. Un río es del dominio público (art. 235 inc. c), pero
su dominio pertenece a la provincia donde corra su cauce. Un tema distinto es la jurisdicción
sobre dichos bienes, que será nacional si se relaciona con la navegación y el comercio
internacional e interprovincial y la defensa nacional, y provincial con relación a las demás
materias.72
b) Bienes del dominio privado del Estado (art. 236). Son los bienes que el Estado posee como
persona jurídica y respecto de los cuales ejerce un pleno derecho de propiedad, tal como lo
concibe el CCCN. A diferencia de los bienes públicos, en principio, los bienes del dominio
privado del Estado se asimilan en su dominio al de los particulares, con lo cual son enajenables,
prescriptibles y embargables aunque con ciertas limitaciones, ya que: a. Su enajenación se halla
sometida a las disposiciones del derecho administrativo; b. Los bienes afectados a la prestación
de servicios públicos no pueden ser embargados, y en consecuencia, no integran la garantía
colectiva de los acreedores. Ello así ya que prevalece el interés público que pide el
mantenimiento del servicio, frente al del particular acreedor. Pero es el derecho administrativo el
que también se ocupa preferentemente de la explicación de las particularidades del dominio
privado del Estado.
La norma enumera como pertenecen al Estado nacional, provincial o municipal, sin
perjuicio de lo dispuesto en leyes especiales: a) los inmuebles que carecen de dueño; b) las minas
de oro, plata, cobre, piedras preciosas, sustancias fósiles y toda otra de interés similar, según lo
normado por el Código de Minería; c) los lagos no navegables que carecen de dueño; d) las cosas
muebles de dueño desconocido que no sean abandonadas, excepto los tesoros; e) los bienes
adquiridos por el Estado nacional, provincial o municipal por cualquier título.
c) Bienes de los particulares (art. 238): Los bienes que no son del Estado nacional, provincial,
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o municipal, son bienes de los particulares sin
distinción de las personas que tengan derecho sobre ellos, salvo aquellas establecidas por leyes
especiales. Como principio general, pertenecen a los particulares, sean personas físicas o
jurídicas. Asimismo, las aguas que surgen en los terrenos de los particulares pertenecen a sus
dueños, quienes pueden usar libremente de ellas, siempre que no formen cauce natural porque en
tal caso pertenecen al dominio público del Estado, quedando prohibido a los particulares alterar
esos cursos de agua (art. 239). Las aguas de los particulares quedan sujetas al control y a las
restricciones que en interés público establezcan las autoridades. Nadie puede usar de aguas
privadas en perjuicio de terceros ni en mayor medida de su derecho. El uso por cualquier título

72
Mariani de Vidal, Marina, op. cit. p. 285.
de aguas públicas, u obras construidas para utilidad o comodidad común, no les hace perder el
carácter de bienes públicos del Estado, inalienables e imprescriptibles. El hecho de correr los
cursos de agua por los terrenos inferiores no da a los dueños de éstos derecho alguno.
Límites al ejercicio de los derechos individuales sobre los bienes. El ejercicio de los derechos
individuales sobre los bienes de toda naturaleza antes mencionados, debe ser compatible con los
derechos de incidencia colectiva. Debe conformarse a las normas del derecho administrativo
nacional y local dictadas en el interés público y no debe afectar el funcionamiento ni la
sustentabilidad de los ecosistemas de la flora, la fauna, la biodiversidad, el agua, los valores
culturales, el paisaje, entre otros, según los criterios previstos en la ley especial (art. 240).
Función de garantía de los bienes. Garantía común. Todos los bienes del deudor están afectados
al cumplimiento de sus obligaciones y constituyen la garantía común de sus acreedores, con
excepción de aquellos que el Código o las leyes especiales declaran inembargables o
inejecutables. Los patrimonios especiales autorizados por la ley sólo tienen por garantía los
bienes que los integran (art. 242). No obstante, cuando se trate de los bienes de los particulares
afectados directamente a la prestación de un servicio público, el poder de agresión de los
acreedores no puede perjudicar la prestación del servicio (art. 243).
Protección de los bienes de las iglesias. Tanto a la Iglesia Católica (persona jurídica de carácter
público) como al resto de las iglesias no católicas (personas jurídicas de carácter privado), el
nuevo Código Civil les asegura el resguardo de sus bienes que se encuentren afectados al culto.
En tal sentido, el art. 744 dispone que quedan excluidos de la garantía común de los acreedores y
por lo tanto resultan inembargables “los bienes afectados a cualquier religión reconocida por el
Estado”. Ese reconocimiento estatal se concreta a través de la inscripción de las organizaciones
religiosas en el Registro Nacional de Cultos, dependiente de la Dirección Nacional del Registro
de Cultos que funciona en la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación.
Los bienes de la Iglesia Católica. Nuestra Constitución nacional en su art. 2 dispone que “El
Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”.
Siendo la Iglesia Católica una persona jurídica de carácter público -no estatal- tiene bienes
de dominio público y de dominio privado. Sus bienes de dominio público son aquellos que están
afectados directamente al culto católico como los lugares sagrados (templos, iglesias, capillas,
oratorios, altares etc.), y los lugares píos y religiosos (conventos, hospitales, seminarios, etc.).
Mientras dure su afectación, estas cosas revisten todos los caracteres que asisten a las cosas de
dominio público: son inalienables, imprescriptibles e inembargables. Los que no están afectados
a la práctica del culto son de dominio privado y no poseen estas características.
Desde ya que las autoridades eclesiásticas son las únicas que pueden desafectar esos
bienes, de conformidad con las disposiciones de la Iglesia Católica respecto de ellos, y las leyes
que rigen el Patronato Nacional. Las leyes canónicas autorizan la enajenación en los siguientes
casos: a) Por evidente necesidad; b) Por utilidad manifiesta; c) Por razón de empleo en obras
piadosas. En cuanto al derecho de patronato, se tendrá en cuenta para precisar en cada caso si el
Estado puede o no, como titular del mismo, oponerse a la enajenación.
En cuanto al derecho de patronato, recordemos que la Constitución de 1853-1860
estableció en su articulado el régimen de Patronato para la Argentina. Se entiende por Patronato
la facultad que le corresponde al gobierno de la República de presentar o nombrar alguna
persona a la que se le confiere un beneficio eclesiástico y administrar los bienes comprendidos
en el mismo. El patronato es el derecho de participación del Estado en la creación de diócesis y
designación de sus titulares.
El Patronato fue concedido por la Santa Sede a la corona española, facultándola a crear
diócesis y designar obispos en las nuevas tierras conquistadas. Como antecedentes podemos
mencionar: la bula Inter Caetera del papa Alejandro VI, de 1493 y la bula Universales Ecclesiae
del Papa Julio II de 1508. El Patronato fue heredado y continuado por los gobiernos
republicanos, así como también considerado y recogido en la Constitución de 1853.
Acuerdo con la Santa Sede. Ley 17.032. Este sistema fue variando a través de los años, hasta que
el 10 de octubre de 1966, se celebró un acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Argentino,
llamado Concordato, que fue ratificado por ley 17.032 (B.O. 22/12/1966), por medio del cual se
pasa del sistema de Patronato al Concordato, figura que rechaza la interferencia del poder civil
en los asuntos del clero y que le da a la Iglesia una libertad de acción mayor que la que tenía
hasta ese momento.
El acuerdo tiende a asegurar a la Iglesia Católica la libertad necesaria para el cumplimiento
de su misión espiritual, dando así satisfacción al pedido del Concilio Vaticano II.
El Concordato establece que la Santa Sede podrá erigir nuevas circunscripciones
eclesiásticas, así como también fijar sus límites o suprimirlas. Sólo debe comunicar
confidencialmente al Gobierno sus intenciones y proyectos a fin de conocer de éste si tiene
observaciones legítimas, exceptuando el caso de mínimas rectificaciones territoriales requeridas
por el bien de las almas.
También establece que el nombramiento de los arzobispos y obispos será ahora
competencia de la Santa Sede y que, antes de proceder a su nombramiento, comunicará al
Gobierno argentino el nombre de la persona elegida para conocer si existen objeciones de
carácter político general en contra de la misma.
El acuerdo hizo más estrechas y cordiales las relaciones entre la Sede Apostólica y la
República Argentina, y puso en un plano de claridad y de dignidad las relaciones entre la Iglesia
y el Estado.
Hasta la reforma de 1994 la Constitución había previsto el régimen del Patronato. Pero a
partir del acuerdo de 1966 con la Santa Sede, el mismo no funcionaba aunque subsistía en la
Constitución formal.
Hasta la vigencia del acuerdo con la Santa Sede la norma funcionaba de la siguiente
manera: el Senado presentaba una lista con una serie de candidatos; el Presidente daba al Sumo
Pontífice la propuesta para designar uno de los candidatos, y normalmente el Papa designaba al
candidato propuesto. La bula papal del nombramiento quedaba sujeta al pase del gobierno
argentino.
Con la Ley 17.032 denominada Concordato, se suprime la necesidad del acuerdo previo a
la designación de autoridades de la Santa Sede para desempeñarse en nuestro país, sustituyendo
por la comunicación previa con aprobación automática de no mediar objeción (por parte del
Estado Argentino) dentro de los treinta días de comunicada la designación.
La reforma constitucional de 1994 suprimió las cláusulas que subsistían en la Constitución
originaria sobre el Patronato, devenidas en letra muerta, y dio a los tratados internacionales y a
los concordatos jerarquía superior a la de las leyes (art. 75 inc. 22, C.N.).
Normas de derecho internacional privado que rigen las cosas con relación al territorio.
La calidad de inmueble de un bien se determina por la ley del lugar donde está situado (art.
2663).
En materia de bienes inmuebles, rige la lex rei sitae. Los derechos reales sobre bienes
inmuebles se rigen por la ley del lugar de su situación (art. 2667). Para entender en las acciones
reales sobre inmuebles, son competentes los jueces del Estado en que estos están situados (art.
2664).
En cuanto a los bienes registrables rige la ley del lugar de registro. Los derechos reales
sobre estos se rigen por el derecho del Estado donde se efectuó el registro (art. 2668). Para
entender en las acciones reales sobre bienes registrables, son competentes los jueces del Estado
en que estos fueron registrados (art. 2665). Si los bienes son no registrables, son competentes
para entender en las acciones reales sobre dichos bienes los jueces del domicilio del demandado
o del lugar de situación de los bienes no registrables (art. 2666).
En el caso de los bienes muebles se hace una distinción entre los bienes muebles
permanentes y aquellos que el dueño puede trasladar de un lugar a otro. Los permanentes se
rigen, de la misma manera que los inmuebles, por la ley del lugar donde están situados (art.
2669), mientras que la situación del resto de los muebles que carecen de situación permanente se
rige por la ley del domicilio del dueño; y si se controvierte o desconoce la calidad de dueño, se
aplica el derecho del lugar de situación (art. 2670).

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