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La luz de los pilos

Paola será neurocirujana. Cada día descubre nuevos caminos para relacionarse con la ciencia y el
conocimiento. Está en octavo semestre de Medicina, y es una de los 40.000 jóvenes a quienes Ser
Pilo Paga (SPP) les cambió la vida.
Se graduó a los 16 años en la Normal Superior Francisco de Paula Santander, en Málaga; llegó a
Bogotá con la inteligencia dispuesta y la vocación segura; trajo una cama de madera hecha por los
abuelos, una tarjeta de identidad que le robaron el día que llegó a la capital y un montón de sueños
que ya está haciendo realidad.
Se instaló en el cuarto piso de un inquilinato de esquina redonda, en el centro de la ciudad. Estufa,
escaleras y paredes estaban llenas de años y remiendos. Pero puro frente a su ventana —imponente
y cercano— se veía Monserrate. Paola hizo suyos el cerro y el sol. No necesitaba más, y así
empezó.
En estos cuatro años de formación médica, ha aprendido —además— inglés, francés y portugués; se
vinculó a los grupos de trabajo en epidemiología y sustancias psicoactivas. Desarrolla actividades
de voluntariado con pacientes hospitalizados, y lleva un promedio de cuatro en las materias clínicas.
A estas alturas, no sé a quién le ha convenido más el programa: si a Paola o a sus compañeros de
aula y hospital. Ese aprendizaje circular, intercultural e incluyente, puede ser la mejor lección para
unos y otros en sus años uniandinos.
SPP no es la respuesta única ni perfecta para la inequidad que ahoga a Colombia. Pero es real,
estimula el rendimiento académico, la producción intelectual, y contribuye de manera significativa
al cierre de brechas sociales.
Además, no es cierto que el programa esté descapitalizando la educación pública. Los fondos son
diferentes, así como el destino y los orígenes de los recursos. Si la mortificación es que se esté
enriqueciendo a instituciones privadas, sería mejor preguntarse por qué los estudiantes prefieren
matricularse en unas u otras universidades. El programa no le está quitando fuerza a la educación
pública: le está quitando fuerza a la educación mediocre. Eso es distinto y loable.
No es el sector que las rige, sino la pertinencia de las carreras y la calidad de las universidades, lo
que más debería importarnos. Una escuela no es ni buena ni mala por ser pública o privada, sino por
el nivel de su comunidad; por el proyecto pedagógico que la orienta, y por el criterio ciudadano que
sea capaz de forjar; es el engranaje entre conocimiento, ética, investigación y conciencia lo que
puede transformar a Colombia.
De seguro SPP necesita revisiones y algunos cambios que garanticen su ampliación y
sostenibilidad. Bien. Pero una cosa es mejorar y otra sepultar. Lo primero será un acto inteligente,
financiero y creativo, que ayudará a cumplir las metas de construir una sociedad más lógica, más
viable y humana; lo segundo, sería un doloroso reverso, un portazo en la cara de miles de
estudiantes brillantes que encontraron en el programa su camino al futuro.
Por favor, no apaguen la luz de los pilos. No son las revoluciones armadas, ni las guerras de
capitales, de razas, sexos o religiones, las llamadas a tumbar los muros que levanta la injusticia
social. Es la revolución del conocimiento ético, solidario y accesible, la que permitirá convertirnos
en un mejor país.
ariasgloria@hotmail.com

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