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EL REY VERDADERO
(1RA Y 2DA SAMUEL)
2
EX LIBRIS ELTROPICAL
3
[p 3] CONTENIDO
1. Samuel: un niño especial
1 Samuel 1:1–4:1a
2. El silencio de Samuel
1 Samuel 4:1b–7:2
3. Samuel como juez
1 Samuel 7:3–12:25
4. Saúl: el rey rebelde
1 Samuel 13:1–15:35
5. David: el nuevo rey
1 Samuel 16:1–23:29
6. David perdona y escapa
1 Samuel 24:1–31:13
7. La coronación de David
2 Samuel 1:1–5:5
8. Apogeo del reino de David
2 Samuel 5:6–10:19
9. El pecado de David
2 Samuel 11:1–14:33
10. La rebelión de Absalón
2 Samuel 15:1–18:33
11. La restauración de David
2 Samuel 19:1–21:22
12. David: poeta, protegido y presuntuoso
2 Samuel 22:1–24:25
4
Preparación 1:1– Silencio (El ar- Juez 7:3–12:25 Su reina- Ascenso/ Perseguido/ Perdonador/ Peregrino/
4:1a ca) 4:1b–7:2 do 13:1–15:35 descenso 16:1– perseguidor 19:1– perdonado 24:1– perturbado 27:1–
18:30 23:29 26:25 31:13
Nacimiento 1:1– Capturada 4:1b– Avivamiento y Primera Oficial 16:1– En Jerusa- A Saúl en Enga- En Gat 27:1–7
20 22 victoria 7:3–17 desobediencia 23 lén 19:1–17 di 24:1–22
y recha- En Siclag 27:8–
Dedicación 1:21– Victoriosa 5:1– Piden un zo 13:1–23 Popular 17:1– En Naiot 19:18– A Nabal 25:1–44 30:31
28 12 rey 8:1–22 58 20:42
Valentía de Jona- A Saúl en Incurdones 27:8–
Adoración 2:1– Devuelta 6:1– Saúl selecciona- tán 14:1–15 Jonatán 18:1– En Nob 21:1– Zif 26:1–25 28:2
10 7:2 do 9:1–27 5 22:23
Necedad de Sa- Saúl y la adivi-
Samuel vs hijos de Saúl ungi- úl 14:16–45 Reacción de Sa- En Keila 23:1–13 na 28:3–25
Eli 2:11–36 do 10:1–27 úl 18:6–30
Administración En zif 23:14–24a Rechazado por los
Liamamiento 3:1– Saúl victorio- de Saúl 14:46– jefes 29:1–11
4:1a so 11:1–15 En Maón 23:24b–
52 29 Derrota de los ama-
Despedida 12:1– Desobediencia lecitas 30:1–31
25 y rechazo Muerte de Sa-
definitivo 15:1– úl 31:1–13
35
5
[p 5]
1
Samuel: un niño especial
1 Samuel 1–4:1a
¿Alguna vez ha dicho: “¿Quién manda aquí?” Esta es la pregunta que los israelitas se hacían cuando
terminaron los eventos de la época de los jueces. Muchas veces también se hace en nuestros días. Por
naturaleza, la gente busca ampararse bajo una autoridad establecida.
Otra pregunta que se escucha es: “¿Con qué autoridad manda fulano?” No sólo queremos saber
quién manda, sino también en qué se basa para ponerse por encima de los demás. La verdad es que de
vez en cuando debemos detenernos y contestar estas preguntas, porque si la autoridad reinante no se
deriva de alguien superior, entonces ésta se vicia.
Cuando los libros de Samuel se escribieron, el pueblo de Israel enfrentaba una situación semejante. El
reino se había dividido y existía mucha rivalidad entre los grupos. ¿Quién podía afirmar que tenía la
bendición divina?
Actualmente no vivimos la misma situación, pero nos urge saber quién controla todo. ¿A quién tene-
mos que responder? Cualquiera que sea el caso, la contestación [p 6] se encuentra en los libros de Sa-
muel.
SITUACION HISTORICA
Los eruditos están de acuerdo en que los primeros capítulos de Samuel son una continuación del pe-
ríodo de los jueces. Es probable que haya habido un traslape entre los gobiernos de Sansón, Elí y Samuel.
El texto bíblico enseña claramente que Elí (4:18b) y Samuel (7:6b, 15, 17) fueron los dos últimos jueces.
Al final del libro de Jueces se describe la situación que imperaba en Israel, misma que continuaba al co-
menzar los libros de Samuel. ¿Cómo podemos describirla?
Caos político
De acuerdo al testimonio de los capítulos finales de Jueces, aprendemos que políticamente Israel vivía
una situación caótica. Cuatro veces encontramos la frase “no había rey en Israel” (Jueces 17:6; 18:1;
19:1; 21:25). Parece que el sistema de jueces no funcionaba y que el período de los reyes todavía no
había llegado. No existía gobierno centralizado.
La falta de éste dejaba al pueblo sintiéndose políticamente inseguro, aunque sabían que tenía que re-
solverse de alguna manera. Dos veces el autor de Jueces declara que “cada uno hacía lo que bien le pare-
cía” (17:6; 21:25). El pueblo vivía en anarquía y sufría un caos que le debilitaba tanto, que no podía
enfrentar a los filisteos, sus enemigos principales.
Parece que desde el final del período de los jueces, el autor bíblico anticipaba el establecimiento de la
monarquía como solución al problema político que aquejaba a Israel.
[p 7] Decadencia religiosa
Los primeros capítulos de 1 Samuel enseñan con claridad que religiosamente Israel pasaba por pro-
blemas muy agudos. La decadencia se manifestaba de dos maneras:
El sacerdocio indigno. El capítulo dos revela en forma muy patente cómo los sacerdotes principales,
Elí, Ofni y Finees, pervertían el culto a Jehová. Si ellos violaban la clara instrucción del Señor acerca de
los sacrificios (vv. 12–17) y fornicaban con las mujeres que servían en el tabernáculo (v. 22), ¿cómo
sería el comportamiento del pueblo? Si Elí no corregía a sus hijos, ¿lo harían los demás padres del pue-
blo? La decadencia sacerdotal afectaba a todos los israelitas.
El fetichismo popular. Este fenómeno se ve en los capítulos 4–6. El tema principal es el arca del pacto
de Jehová. El problema era que ese artefacto tan importante en el culto se había vuelto en fetiche. Repre-
sentaba la presencia del Señor, pero a esas alturas, los israelitas creían que la presencia del arca con los
ejércitos les garantizaba la victoria en la batalla. En vez de confiar en el Dios del arca, confiaban en el
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mueble mismo. Eso es fetichismo. Tenían que aprender que la confianza debía depositarse no en el obje-
to, sino en la persona. Al fin y al cabo, el pueblo cometía idolatría al poner el arca en el lugar que sola-
mente el Señor debía ocupar.
Cuando combinamos el caos político con la decadencia religiosa, vemos que Israel estaba en una en-
crucijada histórica: o se arrepentían, o vendría destrucción. Por causa del ministerio de Samuel, la pri-
mera opción se hizo realidad y el pueblo escapó de la aniquilación.
El marco cronológico
El primer libro de Samuel comienza con el relato del [p 8] nacimiento de éste y el segundo, termina
con las postrimerías del reinado de David. Los expertos calculan que el primer evento sucedió por el año
1120 a.C. y que David terminó de gobernar por 971 a.C. Así que concluimos que los eventos que relatan
estos libros abarcan aproximadamente 150 años de historia en Israel.
FECHA DE COMPOSICION
Es imposible poner fecha exacta a la composición de estos libros, pero hay cierta evidencia interna
que nos ayuda a calcularla. El hecho de que 2 Samuel relata acontecimientos del final del reinado de
David implica que fue compuesto después de 971 a.C. Dado que no se hace mención de la cautividad
asiria que empezó en el año 722 a.C., damos por sentado que el autor no tenía conocimiento de ella. Así
que sabemos que fue escrito antes de esta última fecha. Entonces, surge la pregunta: dentro del período
comprendido entre 971 y 722 a.C., ¿cuándo se escribieron estos libros?
Hay otra evidencia interna que nos ayuda a contestarla. Es obvio que el autor sabía de la división del
reino que sucedió en 931 a.C. porque constantemente hace referencia a Israel (el reino del norte) y a
Judá (el reino del sur). Véase por ejemplo 1 Samuel 11:8 y 2 Samuel 5:5. La evidencia más contundente
se encuentra en 1 Samuel 27:6 donde el autor menciona: “los reyes de Jndá”. Entonces, concluimos con
los expertos que 1 y 2 Samuel fueron compuestos poco después de 931 a.C. cuando el reino se acababa
de dividir.
¿QUIEN ES EL AUTOR?
Aunque los libros llevan su nombre, podemos estar [p 9] seguros de que Samuel no fue el autor de la
totalidad de los escritos. En 1 Samuel 25:1 encontramos la noticia de su muerte. Es probable que él haya
escrito 1 Samuel 1–24, pero ¿qué del resto? La misma Biblia nos auxilia para encontrar la respuesta.
Primero de Crónicas 29:29 dice:
Y los hechos del rey David, primeros y postreros, están escritos en el libro de las crónicas de Samuel vidente, en las
crónicas del profeta Natán, y en las crónicas de Gad vidente.
Segundo de Samuel 1:18 menciona el libro de Jaser. Lo más seguro es que después de 931 a.C. un re-
dactor guiado por el Espíritu Santo, haya seleccionado de esas cuatro fuentes los eventos necesarios para
comunicar el mensaje de Dios a su pueblo. El redactor queda en el anonimato, pero se especula que era
del reino de Judá.
PROPOSITO
Cuando uno inicia el estudio de un libro bíblico, siempre debe averiguar las razones por las cuales se
escribió; su propósito siempre debe estar en la mente del intérprete. ¿Por qué se escribieron los dos libros
de Samuel? Detectamos cuatro propósitos bien definidos.
El histórico
Esta es la razón más obvia. El pueblo de Israel necesitaba conocer su historia. El autor relata lo acon-
tecido desde la época de los jueces hasta los últimos años del rey David. Por medio de su narración, el
autor contesta cómo Israel pasó de ser una agrupación de tribus sin gobierno central a ser una nación
unificada bajo un rey. ¿Cómo se dio el cambio de jueces a reyes?
[p 10] El político
Tomando en cuenta que el autor redactó estos libros después de la división del reino, y que proba-
blemente radicaba en Judá, es posible que hubiera tenido una motivación política. Quería dejar claro que
Judá era la facción que seguía las pisadas de Samuel y David, y por eso podía esperar la bendición divina.
Identificaba a su pueblo con los fieles del Señor.
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El teológico
Veremos en la exposición que el hilo teológico que se observa a través de la narración es el hecho de
que Jehová es el verdadero rey de Israel. Los jueces y reyes vienen y van, pero el Señor siempre permane-
ce como el verdadero rey del pueblo. Uno de los enfoques principales de estos libros es la relación que
hay entre el rey humano y el divino.
El práctico
El Señor usó estos libros para enseñar en forma muy patente que la obediencia trae bendición y la
desobediencia acarrea maldición. El que es fiel al pacto, será colmado de todo tipo de bienes, pero el que
se rebela contra Dios puede esperar la disciplina y el castigo del Altísimo. Este principio es muy válido,
aún en nuestros días.
LA DESOBEDIENCIA ACARREA MALDICION
BOSQUEJO BREVE
Debemos notar que en la Biblia hebrea los dos libros [p 11] de Samuel forman uno solo. Es una na-
rración continua de principio a fin. Fue en la Septuaginta (primera versión griega del Antiguo Testamen-
to) que por primera vez se hizo la división en dos tomos. El enfoque del autor es definitivamente biográ-
fico porque todo gira alrededor de los personajes principales. Así que el bosquejo más sencillo del libro
es el que sigue:
I.SAMUEL 1 Samuel 1:1–12:25
II.SAUL 1 Samuel 13:1–15:35
III.DAVID Y SAUL 1 Samuel 16:1–31:13
IV.DAVID 2 Samuel 1:1–24:25
LA PREPARACION DE SAMUEL 1:1–4:1A
Jehová tenía grandes planes para su pueblo, pero para poder realizarlos era necesario preparar a un
líder especial. El juez-sacerdote Elí ya no podía con la situación. El caos político y la decadencia religiosa
requerían de un personaje excepcional para ejecutar los cambios con objeto de que la nación regresara a
la fidelidad. En su gracia y soberanía, Dios eligió a Samuel para encabezar este regreso hacia el Omnipo-
tente. Su preparación comenzó aún antes de nacer.
El nacimiento de Samuel 1:1–20
Considerando el hecho de que Samuel desempeñaría un papel extraordinario en el plan de Dios, éste
obró en forma inusitada desde antes de su nacimiento. En esos acontecimientos apreciamos la importan-
cia de la devoción en el hogar.[p 12]
La situación vv. 1–8. El relato comienza diciendo que había un varón devoto al Señor que manifesta-
ba su dedicación yendo a Silo cada año para presentar su ofrenda de acción de gracias. Este sitio había
sido centro del culto israelita desde el tiempo de Josué (Josué 18:1). Debido a que era un buen padre,
Elcana llevaba consigo a toda la familia para inculcar en todos ellos la adoración a Jehová de los ejércitos
(v. 3). (Esta es la primera vez que se usa este título divino.)
A pesar de su espiritualidad, Elcana seguía la práctica de aquel entonces y tenía dos esposas: Ana y
Penina. Como siempre, la poligamia causa problemas, máxime porque Ana no tenía hijos.
No obstante este problema, Elcana amaba más a Ana que a Penina, y ésta se encargaba de mantener
viva la rivalidad entre ellas al grado que la vida de Ana era un suplicio. Aun en la fiesta después del sa-
crificio, tiempo de gran júbilo, la esposa predilecta lloraba y no comía. Era una mujer angustiada, ya que
en aquella cultura el no tener hijos era señal de desaprobación divina.
La súplica vv. 9–18. No sabemos si lo que sigue era una práctica anual de Ana o no. Lo que sí cono-
cemos es que en esta ocasión acudió a la única fuente de poder, Jehová de los ejércitos. Delante de él de-
rramó su corazón suplicando que interviniese a su favor. Su oración fue tan intensa, que Elí pensó que
estaba ebria. Habiendo escuchado la defensa de Ana, el sacerdote pronunció una bendición sobre ella (v.
18a).
8
Observe que Ana no sólo se dedicó a pedir. También prometió consagrar al servicio del Señor duran-
te toda su vida al hijo que había pedido. Antes de nacer, su madre prometió que sería nazareo (Números
6:1–21). La preparación de Samuel comenzó aun antes de ser concebido.
El suceso vv. 19–20. Poco después de regresar a Ramá, [p 13] el Señor obró en forma especial y Ana
concibió su primogénito. Nueve meses más tarde, dio a luz al varón que había pedido y a quien puso por
nombre Samuel. Los expertos dicen que quiere decir “el nombre [de Dios] es EL”. El título divino, EL,
expresa la grandeza del poder divino. Este significado no se relaciona con la petición de la madre, sino
con el poderío de Jehová. Ana se había dirigido al único que le podía socorrer. Bajo estas circunstancias
especiales, nació el que llegaría a ser el principal agente de cambio en la transformación de Israel.
¡PENSEMOS!
Parte de la preparación de Samuel consistió en la dicha de ser criado en un hogar con padres creyen-
tes que lo amaron intensamente en su más tierna infancia y le inculcaron la devoción al Señor. Dichoso
el que se cría en situación similar.
SAMUEL VS. LOS HIJOS DE ELI 2:11–36
El resto del capítulo 2 contiene una serie de contrastes entre Samuel y los hijos de Elí, Ofni y Finees.
El autor va alternando entre el primero y los segundos. Se habla de Samuel en 2:11; 2:18–21 y 2:26. En
2:12–17; 2:22–25 y 2:27–36 encontramos textos que describen a Elí y sus hijos.
Siempre se escribe algo positivo acerca de Samuel y algo negativo de Ofni y Finees. Los contrastes tan
marcados son una técnica que usa el autor para enseñar que el que obedece, recibe bendición y el des-
obediente se acarrea el castigo.
El niño Samuel
Samuel se aprecia como un niño que ministró a Jehová desde temprana edad y siguió sirviendo hasta
su llamamiento a ser profeta del Señor cuando llegó a joven (2:11; 3:1). Toda su infancia y adolescencia
las pasó trabajando en la casa de Dios bajo la tutela de Elí, el sacerdote-juez. Todos estos años estuvo mi-
nistrando, creciendo y recibiendo anualmente la visita de sus padres y hermanos, porque con el paso del
tiempo Jehová había bendecido a Ana y Elcana con cinco hijos más. La obediencia siempre trae fruto
agradable. El versículo 26 revela que Samuel [p 16] gozaba de aceptación general en la esfera espiritual
y en la social. Era un chico ejemplar.
ERA ACEPTO DELANTE DE DIOS Y DE LOS
HOMBRES
Elí y sus hijos
En contraste, Elí se pinta como un sacerdote anciano (v. 22) e indulgente (vv. 23–25) que había per-
dido todo control sobre sus hijos. Estos hacían lo que se les antojaba con los sacrificios (vv. 13–17) y co-
metían fornicación con las mujeres que servían en el tabernáculo (v. 22). La descripción inicial de ellos
es escueta y muy franca: “eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová” (v. 12). Su com-
portamiento había afectado negativamente a todo el culto israelita. Por causa de ellos “los hombres me-
nospreciaban las ofrendas de Jehová” (v. 17).
El Altísimo no podía quedarse con los brazos cruzados frente a esta situación, por lo que envió un
profeta a Elí para reclamarle su negligencia al no disciplinar a sus hijos (vv. 27–30) y avisarle del castigo
que vendría sobre su casa (vv. 31–33). La señal de que esto sucedería era que sus dos hijos morirían en
el mismo día (v. 34).
En vez de la casa rebelde de Elí, el Señor levantaría una casa firme y fiel que sirviera adecuadamente
a su ungido (v. 35). Esta es la segunda alusión al rey que vendría. En estos libros, el rey siempre se cono-
ce como el Ungido de Jehová. Esta nueva dinastía de siervos sería encabezada por un sacerdote fiel pues-
to por Dios mismo. Históricamente, esta promesa se cumplió primero en la persona de Samuel y después
cuando Salomón destituyó a Abiatar, bisnieto de Elí, y puso en bu lugar a Sadoc ([p 17] 1 Reyes 2:27,
35).
Lecciones que aprendió Israel
El judío de aquel entonces que leyera esta porción, sacaría de ella varias lecciones prácticas
Deduciría que el rey debía ser obediente como Samuel y no rebelde como Elí y sus hijos. Este princi-
pio nunca cambió en toda la historia de Israel. Todo rey debía ser obediente al Rey divino.
Vería la soberanía divina trabajando en su pueblo. Los hijos de Elí “no oyeron la voz de su padre,
porque Jehová había resuelto hacerlos morir” (v. 25). El tenía su plan perfecto. Habiéndolos eliminado,
llevaría a cabo su propósito de establecer otra casa sacerdotal que le fuera fiel (v. 35). Jehová controla la
historia.
Aprendería que Dios usa a la persona que actúa conforme a su corazón y alma (v. 35). Al Señor le
interesa lo que está dentro del ser humano; lo que es un hombre, no lo externo y lo que hace. Este prin-
cipio so repite en 1 Samuel 13:14; 16:7b y Hechos 13:22b.
10
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
[p 21]
2
El silencio de Samuel
1 Samuel 4:1b–7:2
Parece mentira, pero después de tantos años de preparación, Samuel pasó bastante tiempo en silen-
cio. La porción que exponemos no hace mención al profeta. Lo más probable es que sí estuviera ejercien-
do su ministerio, pero cuando le tocó registrar la historia en este libro, consideró que había aconteci-
mientos más importantes que su vida por ser más necesarios para el pueblo. Este período en que no con-
tamos con datos acerca de las actividades de Samuel se extiende por unos veinte años (7:2) y siete meses
(6:1). Durante esa época, un objeto llegó a ser protagonista de la historia. Todo el contenido de estos ca-
pítulos gira alrededor del arca del pacto de Jehová. Este mueble era un elemento indispensable en ese
período.
En esta porción, el arca se menciona 37 veces: 12 en el capítulo 4, 12 en el 5, 10 en el 6 y 3 en 7:1–
2. No hay otra porción de las Escrituras en donde se le preste tanta atención.
[p 22] LA CAPTURA DEL ARCA POR LOS FILISTEOS 4:1B–22
El suceso que estudiaremos en este segmento fue una de las peores calamidades en toda la historia del
pueblo de Dios. La captura del arca fue resultado de la batalla de Afec, que consistió en dos escaramuzas.
Dividiremos el capítulo en dos secciones: el relato y los resultados.
El relato de la batalla de Afec 4:1b–10
Desde el primer versículo se describe a los filisteos como el pueblo que fue el aguijón en la carne de
Israel por muchas décadas. Sus habitantes habían emigrado de la Isla de Creta y comenzaron a llegar a la
costa sudoccidental de Canaán por el año 1200 a.C. Eran famosos por ser muy aguerridos y tenían la
gran ventaja de controlar la industria metalúrgica, lo cual impedía que los israelitas tuvieran acceso a
implementos de hierro (13:19–22). Sus incursiones dentro de su territorio, convencieron al pueblo de
Dios que necesitaban un monarca; el Señor estaba preparando el terreno para la petición de rey que en-
contramos en el capítulo 8.
La primera escaramuza y derrota vv. 1b–2. Los filisteos acamparon en Afec, dentro de territorio is-
raelita. En respuesta a esta amenaza, el ejército de Israel acampó en Eben-ezer (área que no recibió ese
nombre hasta después de los eventos del capítulo 7). El enemigo atacó primero, pero la acción no duró
mucho. Israel fue derrotado y cuatro mil hombres fueron heridos.
Entre escaramuzas vv. 3–9. El pueblo quedó aturdido. Hacía mucho que no había perdido una bata-
lla. Reconocieron que algo andaba radicalmente mal y que por algo el Señor les había retirado su protec-
ción. Tomaron una decisión muy humana basándose en la idea popular de [p 23] que donde se encon-
traba el arca, automáticamente ahí estaba el Señor. Sabían muy bien que él moraba entre los querubines
(4:4) y que desde ahí hablaba con el pueblo (Exodo 25:22). Lo que no habían aprendido fue que cuando
se apartaban de su camino, el Altísimo retiraba su bendición. En vez de ponerse a cuenta con el Señor,
decidieron usar el arca como un amuleto u objeto mágico, para garantizar la victoria en la siguiente es-
caramuza. El pueblo cayó en el fetichismo, confiando en el arca en vez de confiar en el Dios de ella.
Cuando llegó de Silo al campamento de Israel, el pueblo se regocijó y saltaba de júbilo haciendo temblar
la tierra. Pensaban que con el arca entre ellos no podían perder.
La reacción de los filisteos fue opuesta a la de Israel. El miedo se apoderó de ellos porque creían que
Jehová estaría con su pueblo peleando por él. Se acordaban de todo lo que había hecho el Omnipotente
para libertarlos de Egipto (vv. 7–8). Lo único que pudieron hacer fue animarse unos a otros para seguir
siendo valientes y no permitir que llegaran a ser esclavos de los israelitas como éstos habían sido de
aquellos (v. 9). Todo estaba listo para la segunda fase de la batalla de Afec.
La segunda escaramuza y derrota v. 10. La superstición de los israelitas fue vencida por el valor de
los filisteos. Esta vez la derrota fue total. Los soldados del Señor no regresaron a su campamento sino a
sus hogares (tiendas), alejándose del campo de batalla. Murieron treinta mil israelitas.
13
¡PENSEMOS!
El Señor sólo tardó dos días en demostrar su supremacía total sobre su contrincante (vv. 3–4). La
primera mañana, Dagón apareció postrado ante el arca; y la segunda, encontraron la imagen decapitada
y manca. El triunfo fue contundente. Jehová comprobó que es Dios sobre todos los dioses.
JEHOVA ES DIOS
SOBRE TODOS LOS DIOSES
Inmediatamente el Altísimo atacó al pueblo (v. 6). El verbo “destruyó” tiene que ver con los campos.
Acabó con los productos agrícolas y castigó a la gente con tumores. Es probable que estos fueran sínto-
mas de la peste bubónica transmitida por ratas (6:4, 11, 18). Las autoridades contemporáneas conside-
ran que esos tumores se encontraban en la ingle, pero los comentaristas más anteriores los asocian con la
región anal y traducen la palabra como “hemorroides”. La gente reconoció que esta aflicción se relacio-
naba con la presencia del arca en su ciudad, y que la mano de Jehová era la que les estaba [p 27] casti-
gando. Pidieron que el mueble sagrado fuera trasladado a otro lugar (v. 7).
El arca en Gat 5:8–9
Parece que los príncipes de los filisteos no compartían la opinión del pueblo y no estaban convenci-
dos de que lo acontecido se pudiera atribuir a la presencia del arca. Cuando finalizaron la discusión, fue
trasladada a la ciudad de Gat donde el Señor también hizo estragos por lo que se deshicieron de ella de
inmediato.
El arca en Ecrón 5:10–12
Los de Gat la enviaron a Ecrón donde terminó su estancia de siete meses (6:1) en Filistea. Los habitan-
tes sabían que experimentarían las mismas catástrofes que Asdod y Gat y sugirieron que fuera devuelta a
sus dueños. Parece que Ecrón sufrió más que las otras ciudades, porque el arca permaneció ahí más
tiempo y sólo en relación con ella se menciona explícitamente que hubo muertos (v. 12).
No había duda alguna. Jehová había triunfado. Los filisteos pensaban que al tener el arca lo habían
derrotado, pero pronto aprendieron que ningún dios u hombre tiene autoridad sobre el Señor, porque él
puede castigar a su pueblo cuando es infiel y a sus enemigos si lo retan. El Omnipotente siempre triunfa.
¡PENSEMOS!
Regrésenla en un carro nuevo tirado por dos vacas que críen vv. 7–8. Estas vacas tampoco debían
haber experimentado el yugo. Después de colocar el arca y la caja [p 29] con la ofrenda en el carro, de-
bían dejar que se fueran sin nadie que las guiara. Bajo estas circunstancias, humanamente hablando, las
vacas se rebelarían si no iban uncidas al yugo y regresarían a buscar a sus crías. Sólo por intervención
divina harían lo que los filisteos querían.
Regrésenla observando lo que sucede vv. 9, 12b, 16. Si el carro va directamente a Bet-semes, se sabrá
que todo lo acontecido ha venido de la mano de Dios, quien controla las vacas. Si no, todo había sido
pura casualidad. Los que observaban eran los príncipes que hasta ese punto todavía no creían que los
desastres fueran provocados por Jehová, pero parece que los incrédulos se convencieron por la contun-
dente evidencia.
El cumplimiento de los filisteos 6:10–12
El arca en Bet-semes 6:13–21. Este pueblo tuvo la bendición de recibir el arca porque era el poblado
más cercano a Ecrón y porque era ciudad levítica donde sabrían cómo atenderla según las estipulaciones
de la ley. El arca llegó cuando estaban en medio de la cosecha de trigo, la cual se efectuaba entre los me-
ses de mayo y junio.
Por un lado el pueblo respondió correctamente a la devolución del arca. Se llenaron de regocijo al
verla de nuevo en territorio israelita (v. 13). También reaccionaron con adoración (v. 14–18). ¿Qué más
se podría esperar?
Pero por otro lado, la gente violó la santidad del mueble sagrado. Números 4:5, 15, 20 enseñaba cla-
ramente que ni los levitas podían mirar o tocar el arca, mucho menos la gente común.
Teniendo este conocimiento, los habitantes de Betsemes deliberadamente quebrantaron la ley y fue-
ron castigados. Setenta hombres murieron. Los comentaristas [p 30] concuerdan que, debido al tamaño
reducido de Bet-semes y a dificultades para interpretar el texto hebreo, la cifra cincuenta mil no se en-
cuentra en el original.
NO CONVIENE JUGAR CON LAS COSAS
SAGRADAS
El pueblo reconoció que el castigo se había aplicado por haber violado la santidad divina. Dudaban
que hubiera alguien en su villa que pudiera atender adecuadamente el arca. En vez de aceptar las posi-
bles bendiciones que vendrían con la estancia de ella en su pueblo, decidieron pasar el mueble mortífero
a Quiriat-jearim.
El arca en Quiriat-jearim 7:1–2
El arca había peregrinado de un lugar a otro durante siete meses. Había pasado de Silo a Afec, a As-
dod, a Gat, Ecrón, y a Bet-semes. Finalmente reposó en Quiriatjearim, pueblo donde quedó por veinte
años después de los cuales David la llevó a Jerusalén (2 Samuel 6).
La última frase del versículo 2 es de mucha importancia: “Y toda la casa de Israel lamentaba en pos
de Jehová”. El verbo significa “buscar seriamente”. El tiempo había llegado y el pueblo fue movido por el
espíritu de avivamiento. Este cambio en actitud era necesario para que Samuel pudiera comenzar de
nuevo su ministerio público (7:3). El silencio se rompió y el avivamiento se inició.
¿QUE APRENDIO ISRAEL?
Cualquier israelita que leyera el libro original de [p 31] Samuel, aprendería muchas lecciones valio-
sas acerca de Dios. En estos capítulos se destacan tres atributos divinos.
La soberanía de Dios
Esta cualidad se ve claramente en su dominio sobre su pueblo (4:3), sobre el dios de los filisteos (5:3–
12) y sobre la naturaleza (6:10–12)
La fidelidad de Dios
Samuel profetizó que Ofni y Finees morirían el mismo día (2:34) y la fidelidad de Dios se manifestó
en 4:11b
16
La santidad de Dios
Los sucesos con el arca en Bet-semes demuestran esta característica divina en forma muy patente
Por medio de estas lecciones objetivas, el Señor estaba preparando el terreno para el nombramiento
del primer rey de Israel, quien como todos los demás, si quería experimentar la bendición de Dios sobre
su reinado, tendría que someterse a la soberanía divina, imitar la fidelidad divina y ser santo como él es
santo.
Así como se revelaban estas cualidades en relación con el arca del pacto de Jehová en aquel entonces,
se manifiestan en nuestra vida por medio del trato a las cosas sagradas.
¡PENSEMOS!
[p 33]
3
Samuel como juez
1 Samuel 7:3–12:25
El Señor despertó a su pueblo al final de un período de veinte años. El tiempo para el avivamiento de
Israel había llegado. El texto de 7:2 dice que toda la casa de Israel comenzó a interesarse en las cosas
espirituales y a buscar seriamente a Jehová.
Era tiempo de que Samuel saliera de su silencio relativo para entrar en la fase pública de su ministe-
rio. En estos capítulos encontramos a este hombre de Dios en el apogeo de sus labores. Lo vemos fun-
giendo como juez (7:6, 15–17), profeta (8:10–18) y sacerdote (7:5–9). No había en Israel otro semejante
a él. Administraba al pueblo, le hablaba de parte de Dios, oraba y hacía sacrificios por ellos. Desde los
tiempos de Josué no había habido personaje tan importante como Samuel.
Este grupo de capítulos comienza y termina con un mensaje del profeta. El primero se da con el fin
de estimular a la gente a que busque al Señor. El segundo fue predicado para traspasar la responsabili-
dad del reino a Saúl. Toda la porción tiene que ver con el tema de la instalación del primer rey en Israel.
[p 34] AVIVAMIENTO Y VICTORIA 7:3–17
La condición única que el pueblo tenía que llenar para ver la victoria era volverse a Jehová de todo
corazón. Esta última es la frase enfática del versículo 3. Toda la casa de Israel tenía que arrepentirse de
todo corazón.
El avivamiento 7:3–6
El mensaje de Samuel (v. 3) fue directamente al grano. Si el pueblo quería librarse del yugo filisteo,
tendría que abandonar totalmente la idolatría, preparar su corazón y adorar exclusivamente a Jehová.
No debía haber titubeos. En el versículo 4 vemos que hubo una obediencia inmediata al mensaje y el 5 y
6 hablan de la gran concurrencia que acudió a Mizpa. La gente mostró todas las señales de un arrepen-
timiento genuino: derramaron agua en libación al Señor, pasaron todo el día en ayuno y confesaron sus
pecados. Cuando Samuel contempló todo esto, supo que el Altísimo iba a hacer lo que había prometido:
liberarlos da la mano de los filisteos (v. 3).
La victoria 7:7–17
La amenaza filistea (v. 7) fue casi igual a la del capítulo 4, y el pueblo respondió de la misma mane-
ra: tuvieron temor. La diferencia fue que en esta ocasión los israelitas andaban bien con su Dios. La gente
avivada supo responder correctamente (vv. 8–9). En vez de confiar en un mueble, lo hicieron completa-
mente en el Señor. Acudieron a Samuel, quien asumió su papel de sacerdote. Intercedió por ellos y sacri-
ficó un cordero en holocausto, simbolizando la consagración del pueblo. Cuando Jehová vio el cambio en
los suyos, pudo actuar a su favor. Aceptó el sacrificio y la intercesión y entró en acción.[p 35]
La liberación divina (vv. 10–11) fue total. Como en tantas ocasiones, el Señor utilizó la naturaleza
para confundir y atemorizar a los filisteos. La victoria fue de Israel porque su Dios había hecho la obra.
El profeta tuvo a bien dejar un recordatorio perpetuo (v. 12) de la fidelidad del Señor hacia ellos. Al mo-
numento le puso por nombre Eben-ezer, que significa “piedra de ayuda”. Samuel explica el nombre con
estas palabras, “Hasta aquí no ayudó Jehová”. La frase “hasta aquí” puede interpretarse en sentido geo-
gráfico o cronológico. La primera interpretación sería que Dios los había socorrido hasta este sitio, Eben-
ezer. La segunda implica que en todo tiempo hasta ese momento, el Omnipotente les había auxiliado.
Esta interpretación deja la puerta abierta para que el pueblo recibiera ayuda futura si permanecía fiel.
Casi se puede escuchar al pueblo agregar a las palabras de Samuel las suyas propias, “y nos seguirá ayu-
dando”.
Los resultados de la victoria se mencionan en los versículos 13–17. Los filisteos fueron sometidos a
Israel (v. 13), el territorio israelita fue recuperado (v. 14a), la paz se estableció en la tierra (v. 14b) y
Samuel pudo ejercer su ministerio de juez itinerante (vv. 15–17).
18
El profeta, bajo inspiración del Espíritu, reveló al pueblo exactamente cómo iba a ser el rey que pedí-
an. Sería tan déspota como los reyes de las naciones que les rodeaban y abusaría de su autoridad opri-
miendo a sus súbditos. En vez de paz y justicia, habría opresión e injusticia. Llegaría el día en que que-
rrían liberarse del dominio de su rey. Así como lo habían pedido, vendría el tiempo en que rogarían para
que les fuera quitado, sólo que el Señor no respondería a su petición.
La insistencia 8:19–22
Israel endureció sus oídos a la advertencia divina. Aunque hubieran podido desistir de su petición,
insistieron en exigir un rey. Ya no había remedio. Por segunda vez, Jehová instruyó a Samuel para que
les diera un monarca. Israel tendría rey, pero sufriría sus abusos.
¡PENSEMOS!
podía entender cómo era posible que un intruso pudiera recibir este trato. Por estas dos cosas, debe
haber intuido que algo especial estaba reservado para él.
Saúl ungido como rey 10:1–11:15
La instalación de Saúl como rey fue un proceso más bien que un evento. Se realizó en tres etapas dis-
tintas:
Su unción secreta hecha por Samuel 10:1–16. En esta primera etapa Saúl llegó a ser rey por la volun-
tad divina. Desde el momento en que se realizó ese acto (v. 1), era rey pero no ocupó el trono. Note que
fue ungido “príncipe” y no “rey”. Jehová seguía siendo el soberano sobre la nación. El rey terrenal siem-
pre estaría sujeto a él.
Es probable que Saúl dudara de todo lo sucedido y por eso el Señor le dio tres señales para que que-
dara completamente convencido de que todo venía de Dios. La [p 41] profecía de ellas se encuentra en
los versículos 2–6 y el cumplimiento en 9–13. La tercera era la más importante porque en ella Jehová le
dotó de su Espíritu capacitándole para reinar (v. 5–6, 10–13).
Los versículos 7 y 8 son importantes porque contienen una promesa: “Dios está contigo” (v. 7) y una
instrucción (v. 8). Más tarde aprenderemos que Jehová rechazó a Saúl por causa de la desobediencia a
esta instrucción.
Cuando el rey llegó a casa, platicó con un tío que quería saber lo que le había dicho el profeta (vv.
14–16). Mostrando humildad, Saúl no le reveló nada acerca de su unción.
Su proclamación como rey 10:17–27. Samuel convocó al pueblo a reunirse en Mizpa para que la un-
ción secreta se hiciera pública. El sistema de echar suertes fue usado hasta que al final cayó sobre Saúl.
Este, una vez más manifestando humildad, se había escondido. El Señor mismo indicó dónde podían en-
contrarlo y cuando fue traído, el pueblo exclamó: “¡Viva el rey!” (v. 24). Después de recitar y escribir en
un libro los derechos y responsabilidades del rey, Samuel despidió al pueblo y todos regresaron a sus
casas. Pero algunos todavía dudaban (v. 27). Inmediatamente hubo oposición. Algunos perversos se opu-
sieron abiertamente a que fuera rey.
SIEMPRE HABRA INCONFORMES
Investido por todo el pueblo 11:1–15. Saúl tenía que hacer algo espectacular para convencer a los
inconformes de que Dios lo había puesto como rey. La amenaza del rey amonita Nahas le dio la ocasión
para vindicarse. Hay evidencia de que Nahas ya había logrado dominar gran [p 42] parte del territorio
que estaba al oriente del Jordán y había sacado el ojo derecho a los guerreros incapacitándolos para el
combate (vv. 1–4).
Los mensajeros de Jabes de Galaad llegaron a Gabaa de Saúl buscando ayuda. Cuando el rey oyó del
problema, se llenó de ira y en el mismo momento recibió una dotación especial del Espíritu Santo capaci-
tándole para actuar sabiamente. La amenaza/invitación que envió al pueblo fue recibida con temor y
330 varones se juntaron para liberar a Jabes. El ataque sorpresivo en la madrugada fue todo un éxito. La
victoria fue decisiva y Saúl realizó su primera hazaña como rey (vv. 5–11).
Saúl fue astuto desde el principio de su reinado. Cuando algunos se opusieron a que fuera rey, “él di-
simuló” (10:27). Después de la victoria en Jabes, algunos de los defensores de Saúl querían darles su
merecido, pero el rey actuó mostrando misericordia. Les perdonó la vida y reconoció por primera y últi-
ma vez que la victoria no había sido obtenida por él, sino por Jehová (vv. 12–13).
El profeta invitó a todo el pueblo a una magna concentración en Gilgal con el fin de dejar el reino
bien establecido en manos de Saúl. En esa reunión “invistieron allí a Saúl por rey delante de Jehová” (vv.
14–15). Se acabó la oposición. Desde eso momento, Saúl fue aceptado por toda la nación y ésta se con-
virtió en una monarquía por primera vez en su historia.
¡PENSEMOS!
El rey fue puesto por Jehová, pero hizo la obra por medio
de los hombres. Samuel fue su instrumento para ungir a Saúl;
el pueblo lo aclamó como rey y los rebeldes lo reconocieron
después de que el Señor trajo salvación a Israel. Este no fue un
21
¡PENSEMOS!
Una vez que Samuel entregó el mando a Saúl, Israel se convirtió en una nación como las demás. Po-
día confiar en su rey o en su Dios. Será interesante observar la conducta que siguió Israel bajo el nuevo
sistema.
23
[p 47]
4
Saúl: el rey rebelde
1 Samuel 13:1–15:35
El autor sagrado sólo dedica tres capítulos a narrar el reinado de Saúl. Obviamente seleccionó sólo
algunos eventos para comunicar un mensaje específico acerca de los años que estuvo en el poder. La idea
básica que resalta es que Saúl fue un rey desobediente y rebelde. En otras palabras, era como los de las
naciones vecinas. Dios dio a Israel exactamente lo que habían pedido. Los monarcas de los demás pue-
blos no tenían que responder a nadie por sus acciones porque sus gobiernos eran absolutistas, por lo que
nadie se oponía a sus decisiones so pena de sufrir las consecuencias.
Pero no era así en Israel. En esa nación especial, el rey era más bien un virrey. Representaba a Jehová,
el verdadero rey y le servía. Tenía que someter su voluntad a la de su Soberano. Un rey “conforme al
corazón de Dios” siempre buscaba cuáles eran los deseos divinos y los obedecía.
Saúl fue un ejemplo negativo para los siguientes reyes, ya que nunca sometió su voluntad al Altísimo.
Era [p 48] rebelde y desobediente. No quería ser príncipe sobre la nación, sino rey absoluto.
Por causa de problemas de interpretación del texto hebreo, los eruditos no se ponen de acuerdo acer-
ca de las cifras que deben aparecer en el versículo 1. La idea que da el texto que estamos considerando es
que cuando Saúl inició el segundo año de su reinado estableció un ejército formal en vez de una milicia
(v. 2). Seleccionó a tres mil hombres, de los cuales dos mil estaban bajo su mando y mil servían bajo Jo-
natán. Cabe notar que esta es la primera referencia que se hace a este hijo de Saúl, y que en adelante se
le contrasta en forma positiva en comparación con su padre.
El enemigo en estos capítulos eran los filisteos. Según 7:13, fueron sometidos en la batalla de Eben-
ezer, pero es obvio que no fueron derrotados en forma definitiva. En 14:52a encontramos que durante
todo el reinado de Saúl causaron problemas serios. El relato bíblico registra tres batallas importantes que
se suscitaron entre Israel y los filisteos durante la vida de Saúl: la de Micmas (13–14), la del Valle de Ela
(17) y la de Gilboa (31).
LA BATALLA DE MICMAS 13:3–14:46
Esta historia deja a Saúl en segundo lugar y su hijo pasa a ser el personaje central, pues era un hom-
bre de fe e iniciativa, mientras que el padre se presenta como el que siempre se equivoca
Los antecedentes de la batalla 13:3–23
Varias cosas sucedieron antes de que la batalla pudiera desarrollarse. La preparación fue muy cuida-
dosa.
La provocación por Jonatán vv. 3–4. Este tomó la [p 49] iniciativa atacando la guarnición filistea en
Geba. (Es mejor usar esta palabra hebrea para referirse al sitio indicado, y no traducirla como “el colla-
do”.) Saúl no perdió tiempo en acreditarse el ataque realizado por su hijo. Su mensaje al pueblo fue: “Sa-
úl ha atacado a la guarnición de los filisteos” (v. 4a). Todo el mundo sabía que esta provocación resulta-
ría en una guerra y de inmediato se juntaron en Gilgal para apoyar a su rey y al ejército profesional.
La reacción vv. 5–7a. Frente a esta amenaza, el enemigo tenía que hacer algo. Reunió un ejército que
humanamente hablando sería invencible (v. 5). Nuestro texto dice “treinta mil carros”, pero los expertos
están de acuerdo en que deben ser tres mil. Al agregar a los que manejaban los carros y el pueblo que se
juntó, sabemos que el resultado de la batalla sería a favor de los filisteos. No es de extrañarse la reacción
de los hebreos (vv. 6–7a). Gran número de ellos se escondieron por el miedo, otros se dieron a la fuga
refugiándose en Gad y Galaad. Nadie quería enfrentar un enemigo invencible. Todos se acobardaron. Y,
¿qué hacía Saúl?
La acción de Saúl vv. 7b–12. Al ver la deserción del pueblo, el rey se dio cuenta que tenía que hacer
algo, pero lo que hizo no agradó al Señor. Estaba por vencerse el plazo de siete días que Samuel había
impuesto para llegar a hacer los sacrificios y dar instrucciones acerca de cómo llevar a cabo la batalla.
24
(La recomendación original de Samuel en 10:8 se había dado unos dos años antes de estos sucesos. Pare-
ce que era aplicable a todas las crisis que pudieran surgir en el reino de Saúl: siempre debía esperar la
llegada del profeta para escuchar la voluntad divina antes de tomar cualquier decisión o entrar en ac-
ción.)
Pero el rey no confió en la palabra de Samuel y se [p 50] impacientó (vv. 7b–8). En vez de seguir es-
perando, Saúl manifestó su autosuficiencia haciendo él mismo los sacrificios (v. 9). Su intención era co-
rrecta, quería cumplir con los sacrificios indicados, pero su método fue el equivocado, pues asumió la
responsabilidad del sacerdote que no le correspondía. En cuanto terminó de presentar las ofrendas, apa-
reció Samuel de acuerdo a su palabra. Cuando indagó de Saúl qué había hecho, éste comenzó a justifi-
carse (vv. 10–12).
Lo hecho por Saúl reveló que era en realidad como los reyes de las otras naciones. Aquí lo vemos
mostrando desconfianza, impaciencia, autosuficiencia y justificándose, actitudes comunes de los monar-
cas paganos.
¡PENSEMOS!
La denuncia de Samuel vv. 13–14. El profeta no tardó en identificar el problema real: la desobedien-
cia (v. 13). Con sus acciones, el monarca manifestaba que no estaba dispuesto a someterse a la voluntad
de Jehová. Su dinastía hubiera estado segura si sólo hubiera obedecido, pero optó por no hacerlo y por
esto se profetizó que el Señor ya estaba buscando a otro para que tomara su lugar, alguien que fuera:
“un varón conforme a su corazón” (v. 14).
Dos veces en estos textos Samuel recalca que el pecado [p 51] de Saúl era la desobediencia: “no guar-
daste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado” (v. 13) y “por cuanto tú no has guar-
dado lo que Jehová te mandó” (v. 14). Este acto de rebeldía original provocó el rechazo divino de Saúl y
su dinastía, porque el Señor no pudo tolerar que el rey actuara sin tomarlo en cuenta.
EL SEÑOR BUSCA CREYENTES CONFORME A SU CORAZON
La preparación de los ejércitos vv. 15–23. Después de este episodio, los dos bandos comenzaron a
prepararse en serio para la batalla. Samuel y Saúl se separaron, y el rey y su hijo sólo pudieron reunir
seiscientos hombres dispuestos a pelear. Establecieron su campamento en Gabaa de Benjamín (vv. 15–
16a). Los filisteos lo hicieron en Micmas y comenzaron a hostilizar a los israelitas por medio de bandas
de merodeadores (vv. 16b–18). Desde muchos años antes, los filisteos se habían preparado para la bata-
lla, privando a los israelitas de las facilidades para trabajar el hierro. A la hora del encuentro, sólo Saúl y
Jonatán poseían armas de ese metal. Sin ellas, se encontraban en gran desventaja (vv. 19–22). Los ejérci-
tos estaban listos, y los filisteos tomaron la iniciativa avanzando hasta el paso de Micmas (v. 23).
El desarrollo de la batalla 14:1–46
El valor de Jonatán vv. 1–16. Una vez más, el hijo del rey es quien inicia las hostilidades. Sin avisar a
nadie (vv. 1, 3), él y su paje de armas partieron del campamento y se acercaron al de los filisteos por el
camino menos esperado (vv. 4–5). Jonatán manifestó la gran fe que tenía [p 52] diciendo: “no es difícil
para Jehová salvar con muchos o con pocos” (v. 6), y su paje respaldó esa fe (v. 7). Estaban convencidos
de que el Señor podría valerse de sólo dos hombres para liberar a su pueblo. En cambio, el rey no poseía
semejante fe.
Los dos valientes elaboraron su plan de avance basándose en la reacción que tendrían los filisteos al
verlos (vv. 8–10). Cuando éstos los invitaron a entrar a su campamento, se convencieron de que Jehová
les iba a dar la victoria. Reconocieron que esta sería del Señor y sus instrumentos, Jonatán y su paje (vv.
11–12). La victoria fue definitiva. La muerte do veinte enemigos provocó pánico entre los filisteos. Dice
25
el pasaje que hubo tanto movimiento, que la tierra tembló (vv. 13–16). Desde Gabaa se podía apreciar el
gran desorden que había en el campamento enemigo.
JEHOVA SIEMPRE HONRA
LA FE DE SUS HIJOS
La participación de Saúl vv. 17–23. Fue hasta entonces que el rey entró en acción, pero su participa-
ción fue tentativa. En realidad nunca entró en batalla, sino que manifestó una gran indecisión. Primero
tomó un tiempo para averiguar que Jonatán y su paje habían sido los que provocaron el alboroto (v. 17).
En seguida se puso muy espiritual y quiso determinar por revelación especial qué debía hacer. Pero
cuando vio que la victoria era tan obvia, desistió de su espiritualidad y se lanzó a terminar la batalla. Esta
acción demuestra la presunción de Saúl. Quiso aparentar entrega al Señor, pero cuando estuvo seguro de
que él mismo podía lograr la victoria, se olvidó [p 53] de depender del Altísimo (vv. 18–20).
La victoria hizo que muchos que habían abandonado a Saúl comenzaran a seguirlo de nuevo. El rey
entró en una época de popularidad. Todo el mundo quería unirse a él (vv. 21–22). El autor sagrado ter-
mina esta sección con una declaración muy significativa: “Así salvó Jehová a Israel aquel día” (v. 23). La
victoria no fue de Saúl ni de Jonatán, ni del pueblo, sino de Jehová de los ejércitos.
El juramento impuesto por Saúl vv. 24–46. El historiador regresa al principio de aquel día glorioso de
victoria. En las primeras horas, Saúl había juramentado a sus tropas para que pasaran el día en ayunas.
Algunos piensan que por medio de esa táctica, quería ganar méritos ante el Señor. Lo que la narración
revela es que Saúl era poco sabio, porque el juramento impuesto tuvo resultados bastante negativos.
Los soldados necesitaban de la energía que sólo viene de la buena alimentación, pero es indudable
que la falta de comida hizo que las tropas se debilitaran. Jonatán no estaba presente cuando su padre
hizo que el pueblo prometiera no comer, e ingirió algo de miel que lo vivificó en medio de la batalla. Lo
mismo hubiera sucedido con los demás, pero la imprudencia de Saúl lo impidió (vv. 24–31).
El segundo resultado vino al final del día, cuando la gente ya podía tomar alimentos. El pueblo estaba
tan hambriento, que sacrificaron los animales sin seguir los procedimientos mosaicos y cayeron en el
grave pecado de comer carne con sangre. Saúl tomó medidas especiales, pero el agravio ya se había co-
metido. En otro momento de fervor espiritual, Saúl edificó un altar al Señor. Este fue otro intento de lo-
grar complacer al Omnipotente después de haberlo ofendido gravemente. Este fue el primero y el último
que erigió (vv. 32–35).[p 54]
El resultado final es el que mejor revela la falta de sabiduría de Saúl. El rey quería seguir luchando de
noche hasta eliminar a los filisteos, pero el sacerdote sugirió que consultaran a Jehová. Por primera vez,
Saúl intentó consultar al Señor aunque sin éxito. Sabía que alguien había violado el juramento, y por
medio de suertes descubrió que había sido su hijo. Tercamente insistió en que la maldición cayera sobre
su propio vástago. Si no hubiera sido por la intervención del pueblo, Jonatán habría sido sacrificado por
su padre. Por poco, el juramento causa la muerte del hombre fiel que su padre tanto necesitaba (vv. 36–
46).
DEBEMOS TENER CUIDADO CON
LOS VOTOS IMPRUDENTES
RESUMEN DEL REINADO DE SAUL 14:47–52
Antes de seguir con el relato cronológico, el historiador hace un breve resumen de las actividades de
Saúl durante su reinado. Enfoca tres aspectos de su administración.
Victorias militares 14:47–48
El rey pasó mucho tiempo haciendo lo que hacían los reyes de otras naciones. El pueblo había pedido
un monarca que “saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (8:20). Saúl peleó con todos sus
vecinos y “adondequiera que se volvía, era vencedor” (v. 47). El versículo 48 introduce a Amalec, pueblo
que jugaría un papel muy importante en el futuro de Saúl.
[p 55] Asuntos familiares 14:49–51
26
El autor registra los nombres de los tres hijos, las dos hijas y la esposa del rey. Sigue con el dato inte-
resante de que Abner era su tío. Cada uno de estos personajes jugó un papel importante en la vida de
Saúl.
Amenaza filistea 14:52
Saúl nunca se libró totalmente de las incursiones de los filisteos. De hecho, perdió su vida a mano de
ellos. Para enfrentar su amenaza, parece que el monarca recurrió a la conscripción militar, reclutando a
todo hombre valiente. Todos los años de su reino fueron turbulentos.
LA BATALLA CONTRA AMALEC 15:1–35
Este capítulo es el más importante de toda la biografía de Saúl. En él, el rechazo que comenzó en el
capítulo 13 llega a su fase final. Cuando llegamos al término de éste, Saúl ya había sido desechado defi-
nitivamente por Jehová. ¿Por qué? Por su desobediencia. Nunca cambió, siempre fue de dura cerviz. Era
un rebelde empedernido y no había remedio para él. Esta actitud se muestra vívidamente en esta porción,
misma que narra la batalla contra los amalecitas.
La instrucción divina 15:1–3
El capítulo comienza con un mandato muy claro de parte de Jehová. Pero antes de dar la instrucción
específica, el Señor habló al rey por medio de su profeta Samuel.
Le da un recordatorio v. 1. Lo primero que hizo fue recordarle que era rey solamente porque Jehová
lo había [p 56] ungido para servirlo, no por su voluntad, sino porque había sido escogido. Al mismo
tiempo, lo amonestó para que fuera obediente a su Soberano. El Señor le daría órdenes que tendría que
cumplir.
Le expresa una promesa v. 2. No dejó la puerta abierta a las dudas, sino le declaró sin rodeos que iba
a castigar a los amalecitas por su trato a los israelitas cuando salieron de Egipto (Exodo 17:8–14; Deute-
ronomio 25:17–19).
Le da un mandato v. 3. Este también es muy claro. Lo comisiona para que elimine totalmente todo
vestigio de los amalecitas: tanto personas como animales. Todos debían ser aniquilados en justa retribu-
ción por sus hechos pasados. Parece cruel el trato que el Señor exige, pero más bien es justo.
La instrucción fue bastante clara. A Saúl sólo le tocaba decidir si obedecía o no la palabra del Señor.
La acción de Saúl 15:4–9
El rey no vaciló. De inmediato convocó a un ejército de doscientos diez mil hombres para acatar el
mandato divino (v. 4). A su debido tiempo, los israelitas sitiaron la ciudad de Amalec (v. 5). Pero todavía
no era el momento para la destrucción total.
Saúl sabía que entre los amalecitas vivían unos ceneos, quienes siempre habían sido amigos de Israel.
En contraste con los de Amalec, los ceneos habían sido misericordiosos con los israelitas en el tiempo del
éxodo. No hubiera sido justo que ellos murieran. La advertencia de Saúl fue recibida y los ceneos escapa-
ron (v. 6). Con la salida de ellos, todo quedó listo para que los amalecitas fueran eliminados. El ataque se
realizó y la victoria fue contundente (v. 7).
Pero Saúl optó por obedecer parcialmente. En vez de [p 57] eliminar totalmente al enemigo de Jeho-
vá, decidió junto con su pueblo, preservar la vida del rey Agag y lo mejor de su ganado. Sólo destruyeron
lo vil y despreciable según su opinión (v. 9), siendo que para el Santo de Israel todo lo relacionado con
Amalec caía en esa categoría. Esta obediencia parcial fue lo que provocó el rechazo total del rey por par-
te del Soberano del universo.
EL SEÑOR NO TOLERA
LA OBEDIENCIA PARCIAL
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
[p 61]
5
David: el nuevo rey
1 Samuel 16:1–23:29
El primer rey de Israel resultó ser un fracaso total en lo que se refiere a la obediencia a la voluntad
divina. Saúl nunca se sometió al verdadero rey de la nación: Jehová. Su rebeldía fue tan grave, que el
Señor lo descartó irremediablemente. La gran pregunta que queda en la mente es: ¿Quién tomará su lu-
gar, quién será el próximo rey de Israel?
La contestación consta de tres partes. Primero, hay que recordar el hecho de que sería un rey que
Dios escogería (16:1). Esto en contraste con la selección de Saúl, que fue para complacer al pueblo.
Compare el “nos” de 8:5–6 y el “ellos” de 8:22 con el “me he provisto” de 16:1. El nuevo monarca sería
para agradar a Jehová y no a la gente.
La segunda característica del nuevo rey es que tendría cualidades internas en vez de externas. “Jeho-
vá se ha buscado un varón conforme a su corazón” (13:14) y “no mira lo que mira el hombre; pues el
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón (16:7b). El pueblo se guió por
la imponente estatura de [p 62] Saúl, pero no se fijó en el hecho de que era un varón pusilánime y rebel-
de.
El último requisito del nuevo monarca es que debía ser sumiso y obediente; se conformaría con ser
príncipe sobre el pueblo de Dios, reconociendo que el verdadero rey era Jehová y se esforzaría por ser
obediente a su voluntad. En resumen, el nuevo virrey sería lo opuesto a lo que era Saúl. No seguiría para
nada sus pisadas. El segundo rey, David, sería ejemplo positivo de todo lo que el Soberano de Israel espe-
raba de su mayordomo.
De este punto en adelante, el protagonista principal del relato es David, quien se convierte en el pre-
dilecto del Altísimo mientras Saúl sigue siendo el soberano rebelde.
EL ASCENSO DE DAVID 16:1–18:30
Se supone que el lapso entre el final del capítulo 15 y el comienzo del 16 es relativamente corto. El
Señor no iba a permitir que el trono quedara vacante por mucho tiempo, así que de inmediato se puso en
marcha el proceso para poner a David en lugar de Saúl. Recuerde siempre que el ascenso de aquél impli-
caba el correspondiente descenso del segundo.
Selección y unción de David 16:1–13
La narración comienza diciendo que Jehová comisionó una vez más a Samuel para ungir al nuevo
monarca. Antes de viajar, el profeta sabía de antemano que el escogido sería miembro de la familia de
Isaí, de Belén (v. 1). El siervo del Señor temía por su vida, ya que si Saúl se enteraba de que él había un-
gido a alguien para ocupar su lugar, sería acusado de traición y ejecutado. [p 63] Dios mismo le dio el
plan que había de seguir para evitar este peligro, y poco después encontramos a Samuel e Isaí junto con
sus hijos a fin de ofrecer un sacrificio a Jehová (vv. 2–5).
El texto no dice cómo se hizo la ofrenda, sino que cuando se juntaron comenzó inmediatamente la se-
lección del nuevo rey (vv. 6–12). Los hijos de Isaí pasaron frente al profeta uno por uno. Es probable que
comparecieran en orden desde el mayor hasta el menor. El profeta pensaba que el honor recaería sobre
el mayor, por eso el Santo de Israel tuvo que darle la breve amonestación que encontramos en el versícu-
lo 7. Los siete candidatos presentes fueron eliminados hasta que no quedó ninguno. Sólo faltaba el me-
nor, que en ese momento se hallaba fuera de casa apacentando las ovejas. Cuando acudió al llamado de
su padre, Samuel vio a un adolescente bien parecido que se encontraba muy lejos de ser capaz de guiar a
la nación en la guerra. Toda duda se esfumó cuando el Omnipotente le dio la instrucción clarísima: “Le-
vántate y úngelo, porque éste es” (v. 12).
Sin dilación, el profeta ungió a David (v. 13) en presencia de sus hermanos. En contraste con la ce-
remonia secreta de Saúl, la de David fue semipública. Por lo menos, los miembros de su familia inmedia-
30
ta tuvieron conocimiento de lo acontecido. Esta es una de las ocasiones en que el aceite se usa como sím-
bolo del Espíritu Santo. Lo mismo que sucedió con Saúl (10:6, 10) pasó con David (16:13). Cada rey fue
ungido por el Espíritu Santo, quien los capacitó para gobernar. A partir de estos acontecimientos, en la
mente divina el joven David era el soberano de Israel, aunque todavía tendrían que pasar unos quince
años antes de ser declarado rey a la muerte de Saúl.[p 64]
¡PENSEMOS!
peón pelearía por ellos, el gigante Goliat. Cada mañana salía para desafiar al rey: “Mándame un cam-
peón israelita y entre los dos determinaremos quién va a servir a quién” (vv. 1–10). El candidato más
lógico sería Saúl por su gran estatura, pero él y sus tropas se llenaron de miedo y no hicieron nada (v.
11).
De manera providencial, el joven pastor llegó al campo de batalla (vv. 12–21). Muy pronto apreció
la situación y supo de los premios que ofrecía el rey al que derrotara al enemigo (vv. 22–30). Cuando
Saúl supo que David estaba presente, mandó traerlo a su presencia. En cuanto llegó, se ofreció como
campeón de Israel (vv. 31–39). Su credencial principal era su inquebrantable fe en el Señor que expresó
con las palabras: “Jehová … me librará de la mano de este filisteo” (v. 37).
El encuentro entre David y Goliat (vv. 40–42) fue algo risible humanamente hablando. El gigante de
casi tres metros, con todos sus pertrechos de guerra salió a contender con un joven equipado con sólo un
cayado pastoril, una honda y cinco piedras. ¿Qué locura era esta? Un análisis de los desafíos mutuos (vv.
43–47) revela que el filisteo dependía totalmente de sí mismo y lo que podía hacer, mientras que el is-
raelita dejó todo en las manos de Jehová. David inició su reto con las palabras: “yo vengo a ti en el nom-
bre de Jehová de los ejércitos” (v. 45) y terminó diciendo: “de Jehová es la batalla” (v. 47). [p 67] Al fin y
al cabo, David no se consideraba campeón de Israel, sino de Jehová, y quería defender su honor.
La pelea fue corta y la victoria de David contundente (vv. 48–54). En un dos por tres, decapitó al gi-
gante y los ejércitos filisteos fueron perseguidos. Una vez más, Israel se había librado de la esclavitud
filistea. El instrumento humano de su salvación no fue el rey fuerte, sino el débil pastorcito, pero el ver-
dadero ganador fue el Santo de Israel. Este incidente contribuyó a la preparación de David para que lle-
gara a ser un rey que confiaba totalmente en el Señor para todas sus victorias. El resultado práctico del
triunfo fue que David logró el apoyo popular. De ahí en adelante, el pueblo siempre apoyó a su héroe.
Por Jonatán 18:1–4. Tal vez la aprobación más importante fue la que le dio el hijo del rey. Hay que
recordar que Jonatán era el sucesor del trono cuando su padre muriera. David y Jonatán se hicieron
amigos perpetuos por medio de un pacto. El amor fraternal (no hay nada en su relación que implique
que pasaba de eso) entre ellos es el mejor ejemplo de amistad de toda la Biblia. El texto del versículo 1
dice literalmente que el alma de Jonatán quedó encadenada con la de David. Esa cadena jamás se rom-
pió.
La acción de Jonatán en el versículo cuatro fue de suma importancia. Su manto, ropas, espada, arco y
talabarte eran sus símbolos reales. Al dar sus objetos personales a David, comunicaba que estaba cedien-
do su derecho a reinar. Se estaba sometiendo a David como futuro monarca.
El versículo cinco es un resumen de la aprobación que David había recibido. Todo el pueblo y todos
los que servían en la corte real le dieron su apoyo. En este mismo texto se comienza a desarrollar una de
las cualidades que le permitieron reinar: la prudencia. Saúl [p 68] se había manifestado muy impruden-
te, pero David siempre se portaba sabiamente. Esta misma característica se encuentra en los versículos
14, 15 y en 16:18.
La reacción de Saúl 18:6–30
Como era de esperarse, el rey se llenó de celos, enojo y desagrado (vv. 6–9). El autor resume su acti-
tud en la declaración: “Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David” (v. 9).
Este pensamiento tenía que externarse de alguna forma. El espíritu malo lo impulsó a intentar asesi-
nar a David (vv. 10–11), clavándolo a la pared con su lanza, pero el joven ágil logró esquivarlo dos ve-
ces. De esta manera, fue protegido por Dios. Desde este suceso comenzamos a ver otro tema de mucha
importancia: la protección divina de su ungido. Veremos las varias formas en que Dios cuidó a su rey
hasta que ocupó el trono en 2 Samuel 5:5.
Ya que fracasó el intento de asesinato de David, Saúl tuvo que recurrir al engaño (vv. 12–30). El
propósito era verlo muerto, y en lo que resta de este capítulo usó dos artimañas para lograrlo. En primer
lugar (vv. 12–16), le dio un cargo militar con la esperanza de que fuera muerto en batalla, pero el Señor
frustró este plan. Su presencia constante al lado de David lo protegía y como resultado, se hacía más y
más popular. Por eso, el monarca le tenía más miedo.
Viendo su fracaso, el soberano decidió atraparlo haciendo una alianza con su familia (vv. 17–30).
Primero le ofreció a su hija mayor, Merab (vv. 17–19), pero cuando llegó la hora de entregársela, se
arrepintió y la dio a otro. Después prometió darle a Mical, quien lo amaba de verdad (vv. 20–30). Esta
32
vez puso un requisito en sustitución del precio que normalmente tendría que pagar [p 69] por su novia.
Saúl pidió que David presentara pruebas de que había dado muerte a cien filisteos. En vez de cien, mató
a doscientos. Una vez más los planes del rey se frustraron. Su enemigo seguía con vida y para complicar
el caso, continuaba ganando victorias y su buena reputación iba en aumento.
¡PENSEMOS!
usa la palabra en el versículo 8, instando a Jonatán a serle fiel y éste utiliza el vocablo en los versículos
14 y 15 conjurando a su amigo a no matarlo a él ni a sus hijos.
QUE LA MISERICORDIA, “HESED”,
REINE EN TODAS NUESTRAS
RELACIONES INTERPERSONALES
Parece que Saúl se convenció al fin de que David sería su sucesor porque dijo a Jonatán en el versícu-
lo 31: “Porque todo el tiempo que el hijo de Isaí viviere sobre la tierra, ni tú estarás firme, ni tu reino”.
La despedida de los dos amigos fue muy conmovedora. Reflejó respeto mutuo, intercambiaron besos
fraternales y derramaron muchas lágrimas. Sus últimas palabras evocan una vez más el pacto que existía
entre ellos (vv. 41–42).
[p 72] En Nob 21:1–9 y 22:6–23
Nob era la ciudad de los sacerdotes y es probable que ahí se encontrara el tabernáculo. Desafortuna-
damente, en este caso David se valió de su astucia y el engaño para cuidarse a sí mismo. Engañó a Ahi-
melec haciéndole pensar que venía para cumplir con una comisión del rey junto con sus seguidores. Con
toda inocencia, el sacerdote le proporcionó alimentos utilizando los panes de la proposición que ya se
habían retirado de la mesa del lugar santo y le dio la espada de Goliat que estaba guardada ahí. Uno de
los hombres de Saúl presenció todo esto (21:1-9).
En una fecha posterior, el rey se quejaba con los suyos porque nadie podía informar sobre el parade-
ro de David, por lo que Doeg, el que había estado en Nob, le reveló todo lo sucedido ahí (22:6–10). Saúl
mandó llamar a todos los sacerdotes de Nob y después de acusar injustamente a Ahimelec, mandó ejecu-
tar a los ochenta y cinco sacerdotes con sus mujeres, hijos y animales. El verdugo fue Doeg (vv. 11–19).
El único sobreviviente fue Abiatar, quien avisó a David de la masacre y en seguida se unió a él (vv. 20–
23). Parece que el fugitivo aprendió la lección de que su astucia podía causar consecuencias nefastas, y
reconoció que él era el único responsable (v. 22).
En Gat y la cueva de Adulam 21:10–22:5
Desde Nob David huyó a Gat en Filistea. La recepción de Aquis y sus consejeros fue bastante negativa
y el perseguido se dio cuenta de que le iba a ir mal. Esta vez usó su astucia para bien. Fingió estar loco,
sabiendo que consideraban que los dementes eran de mal agüero para los jefes de estado. Así fue como
logró escapar (21:10–15).
De regreso a su tierra, el futuro rey se refugió en la [p 73] cueva de Adulam. Hasta este punto, había
estado solo en sus viajes, pero ahora se reunieron con él sus padres, hermanos y muchos descontentos del
pueblo. Estos últimos sumaban cuatrocientos y fueron los primeros en formar el ejército davídico. David
se preocupó por sus padres y los llevó a Moab, donde estarían fuera de peligro. Cuando regresó a su
guarida, Dios le envió al profeta Gad para decirle que debía abandonar ese sitio. Vemos otra vez la mano
protectora del Señor (22:1–5).
En Keila 23:1–13
Estos versículos revelan que David consultaba constantemente a Jehová antes de actuar. ¿Debía subir
a Keila para ayudar a sus habitantes del ataque de los filisteos? Consultó al Señor y recibió contestación
afirmativa. Cuando las tropas se manifestaron renuentes a obedecer, consultó por segunda vez a Dios y
éste le garantizó la victoria. Habiendo ganado la batalla, oyó que Saúl venía a Keila para atraparlo. Pre-
guntó al Altísimo qué debía hacer. Al oir que los de Keila le entregarían, David huyó con su ejército al
desierto de Zif.
En el desierto de Zif 23:14–24a
La persecución de Saúl seguía, “pero Dios no lo entregó en sus manos”
Saúl nunca encontró a David a pesar de los esfuerzos que hacía, pero Jonatán se levantó y fue direc-
tamente a él. Es obvio que el fugitivo se estaba cansando y necesitaba de una dosis especial de aliento.
¿Quién mejor para dársela que su amigo íntimo? Esta fue la última ocasión en que se vieron. Jonatán
“fortaleció su mano en Dios” (v.16). Le aseguró que Saúl no le capturaría, que él sería rey y que él servi-
34
ría en la corte de su amigo. Después de concertar otro pacto se separaron para no volver a verse [p 74]
en esta vida (vv. 16–18).
NUESTRO DIOS SABE CUANDO
NECESITAMOS SER ANIMADOS
Los de Zif denunciaron a David ante Saúl diciendo que se encontraba en su territorio, pero antes que
llegara, ya se había trasladado al desierto de Maón (vv. l9–24a).
En el desierto de Maón 23:24b–29
Este es el punto más crítico de la historia. Después de tanto tiempo de perseguirlo sin éxito, parecía
que al fin lo tenía en sus manos. “Mas Saúl y sus hombres habían encerrado a David y a su gente para
capturarlos” (v. 26b). ¿Cómo escapar? El Señor no le falló. En el momento preciso, Saúl recibió un men-
saje diciendo que los filisteos atacaban de nuevo. El rey tuvo que actuar de acuerdo con sus prioridades y
abandonó la captura de David.
¡PENSEMOS!
La preparación del futuro rey no fue fácil, pero en medio de los problemas, el verdadero Rey de Is-
rael, Jehová, lo protegió. Actualmente sigue haciendo lo mismo con nosotros.
35
[p 75]
6
David perdona y escapa
1 Samuel 24:1–31:13
La preparación del rey David no terminó en esta etapa en que la mano de Dios lo protegía en todas
las circunstancias adversas. Una de las lecciones más importantes que tenía que aprender todavía era
que el monarca conforme al corazón de Jehová no debía tener un espíritu vengativo, sino ser sumiso a la
voluntad divina y perdonar a sus enemigos. Esta capacidad no surgiría de la noche a la mañana, pero era
imprescindible que se ajustara a este aspecto del carácter del verdadero Rey de Israel. El monarca terre-
nal tenía que perdonar y esperar a que el Soberano celestial lo vindicara. En los capítulos 24–26 con-
templamos a David aprendiendo esta lección.
Los últimos capítulos del libro enseñan la manera en que el Señor vindicó a su siervo fiel y quitó el
obstáculo final que le impedía coronarse rey. Todo lo que sucede en los capítulos 27–31 aconteció cuan-
do David se encontraba refugiado en Filistea a donde se había trasladado después de los tres incidentes
en que perdonó a sus perseguidores.[p 76]
En la sección final de Primero de Samuel encontramos a David como el perdonador y a Saúl como el
perdonado (capítulos 24–26), aquél como peregrino y éste último perturbado (capítulos 27–31).
DAVID EL PERDONADOR 24:1–26:25
Se narran tres incidentes en que David tuvo oportunidad de eliminar a su perseguidor (capítulos 24
y 26) y a otro que lo trató con menosprecio (capítulo 25). En todos los casos, actuó con misericordia,
perdonando a su enemigo. Esta conducta demostraba que poseía una de las cualidades que todo rey de
Israel debía tener. En David se reflejaba el carácter divino.
David perdona a Saúl en En-gadi 24:1–22
Saúl entró en peligro vv. 1–3. Cuando terminó la amenaza de los filisteos, Saúl pudo dedicarse a la
búsqueda de su supuesto enemigo. Cuando se le informó que se hallaba en el desierto de En-gadi, ense-
guida llevó consigo a tres mil de sus mejores soldados para buscarlo. En vez de eso, el rebelde lo encontró
a él. El rey entró en una cueva para satisfacer sus necesidades fisiológicas y de “pura casualidad” David y
sus hombres estaban escondidos en la misma. Se le presentó la oportunidad perfecta para eliminar a su
perseguidor y subir al trono, pero no se aprovechó de ella.
Saúl perdonado por David vv. 4–7. Los que acompañaban a David estaban seguros de que Jehová
había entregado a Saúl en sus manos para asesinarlo, pero el futuro rey no estuvo de acuerdo. Lo único
que hizo fue cortar un pedazo de su manto para usarlo como evidencia de su cercanía al monarca. Aun
este acto le causó [p 77] remordimiento, porque sabía que el manto era símbolo de la realeza. Cuando
sus hombres trataron de hacer el trabajo en lugar de David, los prohibió. Ni él ni sus soldados tenían
derecho de tocar el “ungido de Jehová”. En el contexto inmediato, David expresó tres veces (vv. 6, 10)
que reconocía a Saúl como rey, porque el que lo había seleccionado como soberano no lo había quitado
aún. Así que salió de la cueva y siguió su camino.
El encuentro resultante vv. 8–22a. El monarca supo lo sucedido al poco tiempo porque en cuanto sa-
lió de la cueva, David lo siguió para presentarle su alegato (vv. 8–15). Puso en claro que él no era rebel-
de y que no quería quitarle la vida. Dos veces aceptó que era su súbdito (vv. 8, 10) y una, que lo consi-
deraba como su padre (v.11). Además de estas declaraciones, se postró ante el rey manifestando así su-
misión completa. Después le mostró la evidencia que comprobaba que había tenido oportunidad de ma-
tarlo, pero le había perdonado la vida. Terminó su defensa pidiendo que Jehová fuera el juez entre los
dos. El no tenía nada que temer porque sabía que había actuado con toda integridad en su relación con
el rey.
La respuesta de Saúl fue muy favorable (vv. 16–22). Reconoció que David había actuado justamente
ante su mal trato. Por primera vez confesó a David que sabía que iba a ser rey en su lugar (v.20) y ter-
minó poniendo a David bajo juramento. La costumbre de aquel entonces era que cuando una dinastía
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comenzaba a reinar, los nuevos gobernantes acababan con las personas relacionadas con la anterior. El
futuro rey juró a Saúl, y cada uno se fue por su camino (v.22).
David perdona a Nabal 25:1–44
El relato de este capítulo es diferente, porque en él no [p 78] se hace referencia a Saúl. Los protago-
nistas son David, Nabal y Abigail. Los comentaristas concuerdan que en este relato, Nabal toma el lugar
de Saúl. Todo lo que se dice de aquél, se aplica a éste. Las lecciones que se pueden aprender son casi las
mismas que vimos en el capítulo anterior, pero podemos agregar una importante: el rey de Israel no po-
día ser necio o insensato como Nabal. David aprendió a actuar sabiamente en su trato con la gente.
Cambió su decisión original de vengarse después de escuchar a Abigail. El monarca de Israel no debía
seguir sus impulsos, sino tomar decisiones bien pensadas.
Los antecedentes vv. 1–3. Durante esos días, el gran profeta Samuel falleció y fue sepultado en Ramá.
Parece que David estuvo presente en el sepelio, pero inmediatamente después partió para el desierto de
Parán y la región de Carmel donde el rico Nabal tenía su hacienda. Nabal y Abigail formaban una pareja
muy dispareja. Ella era sabia y él, insensato (v. 25).
La súplica de David vv. 4–9. Estos versículos revelan algo acerca de la forma en que David y sus
hombres se mantenían mientras andaban por el desierto. Se dedicaban a proteger a los pastores y sus
rebaños de los muchos bandidos que merodeaban (v. 16). David envió diez de sus hombres para cobrar
sus servicios a Nabal, pero sin exigir nada. Sólo pidió que les diera alguna recompensa por su trabajo.
La negativa de Nabal vv. 10–11. Nabal desconoció totalmente a David y sus hombres y se negó a en-
viarles la ayuda que necesitaban y que justamente merecían.
La reacción de David vv. 12–13, 21–22. La conducta de Nabal fue una verdadera afrenta al futuro
rey, por lo que éste tomó la decisión precipitada de atacar y eliminar junto con los suyos al que le me-
nospreció. Estaba deseoso [p 79] a vengarse del agravio cometido. Esta reacción fue muy carnal y poco
sabia.
La intervención de Abigail vv. 14–31. La mujer de Nabal ignoraba lo sucedido hasta que un criado le
expresó su preocupación. Primero, elogió a David y sus hombres y describió a su amo como hombre per-
verso e irrazonable. (vv. 14–17). Inmediatamente, Abigail calculó el pago justo y emprendió el viaje para
abogar por su familia (vv. 18–20). Cuando se encontró con David, hizo lo acostumbrado para manifes-
tar sumisión completa y confesó que su esposo era hombre perverso e insensato (vv. 23–25). Entonces
fue directamente al grano, identificando el pecado en que el ofendido incurriría: “Jehová te ha impedido
el venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano” (vv. 26, 31). Después entregó la remunera-
ción que había preparado y animó a David, expresando su confianza en que Jehová iba a ponerlo como
“príncipe” (v. 30) sobre su pueblo (vv. 27–31a). Terminó su intervención pidiendo que David se acorda-
ra de ella cuando se sentara en el trono de Israel (v. 31b).
El perdón de David vv. 32–35. El razonamiento de Abigail surtió efecto. David aceptó sus consejos y
desistió de su plan.
La muerte de Nabal vv. 36–38. A la mañana siguiente, Abigail relató lo acontecido a su esposo, quien
tuvo una reacción sumamente negativa. Parece que le dio una embolia y quedó paralizado por diez días
antes de fallecer. Lo más significativo del relato es la frase “Jehová hirió a Nabal” (v. 38). El Señor se en-
cargó de la vindicación de David. El no tuvo que derramar sangre sin causa tomando en sus propias ma-
nos la venganza. Lo único que le tocaba hacer era confiar en el Altísimo y permitirle hacer justicia. Todo
rey terrenal de Israel debía seguir este ejemplo.[p 80]
MIA ES LA VENGANZA, YO PAGARE,
DICE EL SEÑOR
Romanos 12:19b
La poligamia de David vv. 39–44. El futuro monarca reconoció que Abigail era muy sabia y que val-
dría la pena tenerla siempre cerca de él. Por eso la tomó como segunda mujer y después adquirió una
tercera, Ahinoam de Jezreel. Con este comportamiento, David violaba el principio del matrimonio monó-
gamo establecido en Génesis 2.
David perdona a Saúl en Zif 26:1–25
37
El relato de este capítulo es tan parecido al 24, que muchos comentaristas, especialmente los moder-
nistas, afirman que es el mismo. La verdad es que hay suficientes diferencias entre las dos narraciones
como para aceptar que David perdonó a Saúl en dos ocasiones diferentes.
Con los incidentes de los capítulos 24 y 25, se pensaría que David habría aprendido la lección que el
Señor quería enseñarle. Para asegurar que así era, Jehová le dio una tercera y última prueba (capítulo
26).
Saúl entró en peligro vv. 1–5. Los zifeos denunciaron una vez más la presencia de David en sus terri-
torios y en seguida el rey vino a buscarlo. Al final del primer día, los perseguidores acamparon en el co-
llado de Haquila. Como de costumbre, el soberano se acostó en el centro del campamento y todos los de-
más a su alrededor (vv. 5, 7). Así estaba bien protegido de cualquier amenaza.
David entró en el campamento vv. 6–8. El futuro rey reclutó a Abisai para que lo acompañara hasta
Saúl a [p 81] pesar del obvio peligro. Una vez más, David estuvo en situación ideal para asesinar a su
monarca y apoderarse del trono. Abisai quiso matarlo con su propia lanza.
David perdonó a Saúl vv. 9–12. La oferta generosa fue rechazada rotundamente por David, porque
reconocía que Saúl era el “ungido de Jehová” y que sólo él se encargaría de quitarlo del camino cuando
fuera tiempo. David esperaría pacientemente hasta que Jehová lo hiriera (como había hecho con Nabal,
25:38), es decir, que muriera naturalmente o en batalla. De ninguna manera aprobaría algún plan para
deshacerse de él.
En esta ocasión, David tomó como evidencia la lanza y la vasija de agua que estaban a la cabecera del
soberano.
La última frase del versículo 12 explica cómo pudieron llegar hasta el rey sin ser descubiertos: “por-
que un profundo sueño enviado de Jehová había caído sobre ellos”. No hay duda que el Señor cuidaba
del que había escogido para ser el próximo monarca de Israel.
David acusó a Abner vv. 13–16. Cuando se habían retirado del campamento, David acusó a Abner de
no haber cumplido con su responsabilidad de proteger al rey. Mostró la evidencia para comprobar que
había estado en el centro del campamento y que tuvo amplia oportunidad de asesinar a Saúl.
David y Saúl dialogaron vv. 17–25. Cuando Saúl reconoció a David, éste comenzó su defensa. Como
en la primera ocasión (capítulo 24), puso en claro que Saúl era su señor, que él era su siervo y que no
tenía intención de sublevarse (vv. 17–20). La confesión del rey fue concisa: “He pecado … he hecho ne-
ciamente [como Nabal], y he errado en gran manera” (v. 21). En los versículos 22–25 están registradas
las últimas palabras que cruzaron David y Saúl. La declaración postrera del rey es muy [p 82] significa-
tiva: “Bendito eres tú, hijo mío David; sin duda emprenderás tú cosas grandes, y prevalecerás” (v. 25).
¡PENSEMOS!
Con Aquis en Gat vv. 1–4. Es interesante que por segunda vez el futuro rey acudió a Aquis rey de
Gat. En la primera ocasión (21:10–15), Aquis lo rechazó y en esta, lo aceptó. ¿Cómo se puede explicar
esta diferencia?
Algunos lo hacen afirmando que este Aquis era hijo del [p 83] primer rey y que llevaba el mismo
nombre de su padre. Otros la explican diciendo que la primera vez, Aquis sabía que David era el héroe
del pueblo admirado por todos. Pero en esta segunda ocasión, David era un prófugo que Saúl perseguía.
En tales circunstancias, Aquis se dio cuenta que David y sus hombres podrían ser muy útiles para auxi-
liarlo en su lucha contra Israel. Lo más importante del pasaje es notar que la maniobra de David dio el
resultado deseado: Saúl dejó de perseguirlo (v. 4).
Le fue dado Siclag vv. 5–6. David solicitó una aldea que pudiera considerar suya y Aquis accedió a su
petición regalándole el pueblo de Siclag. Este fue su lugar de residencia hasta que regresó a Israel des-
pués de la muerte de Saúl.
David y Aquis v. 7–28:2. Las relaciones entre ellos se caracterizaron por el engaño de parte de David.
Este hacía incursiones en el sur de Israel protegiendo a los de su pueblo de los bandidos que los hostiga-
ban. Siempre eliminaba a todos para que no hubiera testigos en su contra. Así, el futuro rey cultivaba la
amistad y aprobación de los suyos mientras Aquis creía que estaba protegiendo su frontera sur. El enga-
ño fue tan completo que Aquis le hizo su guardaespaldas (28:2). Su confianza en él era total.
La batalla de Gilboa 28:3–31:13
El resto del libro tiene como contexto la batalla de Gilboa
Saúl y la adivina de Endor vv. 3–25. En preparación para los sucesos que siguen, esta sección co-
mienza recordándonos que el profeta Samuel había muerto, que Saúl había purgado la tierra de adivinos
y que los filisteos e israelitas estaban listos para pelear (vv. 3–4).[p 84]
El rey se llenó de miedo y en su desesperación intentó comunicarse con el Señor para saber su volun-
tad, pero no recibió respuesta alguna por los medios legítimos (vv. 5–6). Ante estas circunstancias, optó
por violar su propia ley y mandó buscar una adivina que se encontró en Endor, un pueblo que estaba
detrás de las líneas enemigas. Arriesgando su vida, fue a entrevistarse con ella de noche. Bien sabía que
estaba quebrantando la ley de Jehová al practicar la necromancia (Levítico 19:31; 20:6, 27; Deuterono-
mio 18:10–11).
El relato pone en claro que hubo algo especial en esa sesión. En contraste con lo que había sucedido
en el pasado, esta vez el espíritu de la persona solicitada apareció y la médium se asustó. Los comentaris-
tas evangélicos están de acuerdo en que esta fue una aparición real de Samuel. No fue provocada por las
maquinaciones de la adivina, sino por el poder de Dios para comunicar a Saúl su último mensaje (vv. 7–
14). Del versículo 14 se deduce que el rey nunca vio a Samuel. Sólo escuchó su voz y la comunicación
que oyó no fue de su agrado. El profeta fallecido reveló que el reino pasaría a manos de David, que Israel
perdería la batalla y que en ella, Saúl y sus hijos morirían (vv. 15–19). Atemorizado, el rey quedó como
muerto, paralizado ante estas revelaciones porque no había comido. Al fin, la adivina logró convencerlo
de que comiera y aquella misma noche regresó a su campamento, sabiendo exactamente lo que sucede-
ría al día siguiente (vv. 20–25).
HUYAMOS DE TODO TIPO DE BRUJERIA
David rechazado 29:1–11. El autor sagrado regresa [p 85] ahora al tema de los preparativos para la
inminente batalla. Este capítulo revela cómo el Señor evitó que su siervo participara en ella. Providen-
cialmente fue rechazado por los príncipes filisteos, y así no tuvo que pelear contra su pueblo; estaba muy
lejos cuando Saúl muriera, para evitar que lo acusaran de complicidad en su muerte.
David y los amalecitas 30:1–31. Después de tres días de marcha forzada para recorrer los 120 kiló-
metros que había entre Gilboa y Siclag, David y sus hombres encontraron que su pueblo había sido sa-
queado y que todos sus habitantes, mujeres y niños habían sido llevados en cautiverio (vv. 1–3). La an-
gustia de las tropas fue tremenda, y acusaron a David de haber dejado a Siclag desprotegido. Este hizo lo
que debía hacer y lo que nosotros debemos hacer cuando estamos en circunstancias similares:
MAS DAVID SE FORTALECIO EN JEHOVA
SU DIOS (V. 6B)
39
Además de confiar en el Señor, el futuro rey sabía que necesitaba de un discernimiento especial para
decidir sabiamente. Su deseo fue atendido y la respuesta llegó de inmediato. Contando con la dirección
divina, partió de Siclag con seiscientos guerreros de los cuales doscientos, por el extremo cansancio, se
quedaron en el torrente de Besor (vv. 7–10). En el incidente que sigue vemos una vez más la providencia
divina en acción (vv. 11–20).
El ejército encontró a un egipcio herido en el desierto que había participado en la incursión contra
Siclag, pero que había sido abandonado. El los dirigió al campamento de los amalecitas, que fueron de-
rrotados sin problemas. [p 86] Recuperaron todo lo robado, incluyendo los cautivos. Todos aceptaron
que el botín obtenido era de David. Vemos aquí cuán cambiante era el pueblo. En el versículo 6 querían
apedrear a David y en el 20 lo aclamaron otra vez como su héroe.
David actuó muy sabiamente al repartir el botín entre todos, inclusive los que habían quedado atrás.
Esta decisión llegó a ser la práctica general en las generaciones posteriores (vv. 21–25).
Cuando regresaron a Siclag, David mostró su sabiduría nuevamente. En vez de adueñarse del botín,
envió presentes a varios de los pueblos. Con ese gesto, aseguraba el favor de la gente para contar con su
apoyo en el futuro (vv. 26–31).
Los acontecimientos revelan que David ya estaba preparado para asumir las riendas del reino. En
primer lugar, lo vemos como hombre espiritual que confiaba y consultaba a Jehová. Sabía que si confia-
ba sólo en sus fuerzas, jamás podría tener éxito. Después vemos su sabiduría por la forma de tratar a sus
hombres y al enviar los presentes a sus futuros adeptos. El rey según el corazón de Dios ya estaba listo
para ocupar el puesto que por tantos años había esperado.
La muerte de Saúl en la batalla de Gilboa 31:1–13. Existía un solo impedimento para que David lle-
gara a ser rey: Saúl seguía con vida, pero Jehová abrió el camino por medio de lo acontecido en Gilboa.
El relato es escueto, y se concentra en la muerte del rey y sus herederos (vv. 1–6). Estos fueron muertos
en ella y Saúl se suicidó para evitar que se burlaran de él como habían hecho con Sansón (Jueces 16:25).
Recuerde que David no participó en estos sucesos; nadie podría acusarle de ser responsable de la muerte
del rey.
Los filisteos ocuparon toda la tierra tras la huida [p 87] cobarde de los israelitas. Las noticias fueron
buenas para los filisteos ese día. Según ellos, su dios Astarot había derrotado a Jehová (vv. 7–10). Los de
Jabes de Galaad, para quienes Saúl había realizado su primera proeza (11:5–11), regresaron el favor
dando el trato debido a los muertos de la familia real (vv. 11–13).
¡PENSEMOS!
Al concluir el primer libro de Samuel, todo está listo para que el Señor ponga su rey sobre su pueblo.
Desde ahora sabemos que bajo el nuevo régimen, Jehová será el rey sobre Israel y David su virrey.
40
[p 88]
MUERTE DE SU SU APOGEO 5:6– SU PECADO 11:1– SUS PROBLEMAS 13:1–20:26 APENDICE 21:1–24:25
SAUL 1:1–27 CORONACION 2:1– 10:19 12:13
5:5
Informe 1:1– Por los de Judá 2:1–7 conquista a Jerusa- Narrado 11:1–27 Incesto 13:1–19 David y los gabaoni-
10 lén 5:6–10 tas 21:1–14
Oposición de Is- Negligencia 11:1 Engaño 13:20–27
Reacción 1:11– rael 2:8–4:12 Su diploma- David y los gigan-
27 cia 5:11–12 Adulterio 11:2–5 Fratricida 13:28–36 tes 21:15–22
Abner con Is-
Lamento 1:11– boset 2:8–3:11 Sus hijos 5:13–16 Homicidio 11:6–27 Distanciamiento 13:37–14:33 David, el poeta 22:1–
12 Denunciado 12:1–12 Rebelión de Absalón 15:1– 23:7
Abner con David 3:12– Su primera victo-
Justicia 1:13–16 39 ria 5:17–25 18:33 Cántico de liberación 22:1–
Parábola 12:1–6
Preparación 15:1–6 51
Endecha 1:17– Is-boset eliminado 4:1– El arca traída a Jeru- Denuncia 12:7–12
27 12 salén 6:1–23 Ultimas palabras 23:1–7
Proclamación 15:7–13
Confesado y perdona-
Por los de Israel 5:1– Primer intento 6:1– do 12:13 Huida de David hasta el Jor- David y sus valien-
5 11 dán 15:14–16:14 tes 23:8–39
Castigado 12:14–23
Segundo inten- Entrada de Absalón 16:15–23 Los tres 23:8–12
to 6:12–23 Olvidado 12:24–31
Consejos 17:1–21 Los treinta 23:13–39
El pacto davídi- Nuevo hijo 12:24–25
Huida de David hasta Maha- David y el censo 24:1–25
co 7:1–29 Nueva victoria 12:26–31 naim 17:22–29
Lavantado 24:1–9
Introducción 7:1–7
Sofocada 18:1–33
Condenado 24:10–15
El pacto 7:8–16
Regreso de David 19:1–40
Perdonado 24:16–25
Reacción 7:17–29
Rebelión de Isreal 19:41–
Sus victorias 8:1– 20:22
14
Administradores 20:23–26
Sus administrado-
res 8:15–18
Su misericor-
dia 9:1–10:19
Aceptada por Mefi-
41
boset 9:1–13
Rechazada por
Hanún 10:1–19
[p 89]
7
La coronación de David
2 Samuel 1:1–5:5
David ya había pasado por una coronación semiprivada que se realizó por instrucción divina y cuyo
instrumento fue el profeta Samuel. Desde ese momento, en la mente de Dios David ya era rey de Israel. El
problema era que Saúl seguía reinando y el pueblo no sabía que el joven hijo de Isaí ya había sido ungi-
do.
Los expertos calculan que los acontecimientos de 1 Samuel 16–31 abarcaron un período de 15 años.
Durante ese lapso, David vivió constantemente bajo amenaza de muerte. Lo único que poseía era la segu-
ridad de que algún día sería rey.
La muerte de Saúl en batalla es el eslabón entre los dos tomos de Samuel. Recuerde que estos eran un
solo libro cuando fueron escritos.
La segunda coronación de David fue hecha por la tribu de Judá (2 Samuel 2:4a) y la tercera, por los
de Israel (5:3). Así que sigue el mismo patrón que Saúl, quien también fue ungido tres veces: primero
por el profeta en secreto (1 Samuel 10:1), después por la mayoría del [p 90] pueblo (10:24) y finalmente
por los rebeldes (11:15). Cuando lleguemos al final de la porción que estudiaremos en este capítulo, Da-
vid queda instalado como único rey sobre Israel. Este período abarca unos siete años y medio de la histo-
ria del pueblo de Dios.
LA MUERTE DE SAUL 1:1–27
Este capítulo empieza con un segundo relato de la muerte de Saúl que difiere en algo de la narración
de 1 Samuel 31. La diferencia básica es que el primer relato se concentra en el hecho de su muerte en sí,
mientras que el segundo hace énfasis en la reacción de David al ser informado del deceso.
El informe del amalecita 1:1–10
Informe general vv. 1–4. El punto de referencia para estos textos son los sucesos de 1 Samuel 30. Pa-
rece que mientras Saúl peleaba contra los filisteos en Gilboa, David perseguía a los amalecitas que habí-
an saqueado Siclag. Tres días después de su regreso, llegó un mensajero amalecita para informarle de la
derrota de Israel en Gilboa y de la muerte de Saúl y Jonatán.
Informe específico vv. 5–10. David no aceptó el informe de la muerte de Saúl y su hijo sin ver alguna
evidencia más concreta. El amalecita relató que él mismo había matado al rey. Esta historia está en con-
flicto con la de 1 Samuel 31. Allí dice que se suicidó, y aquí parece que fue asesinado. Es obvio que el
primer registro es el más apegado a la realidad. El amalecita fabricó su historia pensando agradar a Da-
vid y lograr favores especiales por su hazaña.[p 91]
¡PENSEMOS!
El relato que sigue realza la integridad de David en sus relaciones con el rey fallecido. En su vida
nunca tocó al ungido de Jehová y tampoco se alegró cuando supo que había muerto. Más bien, vemos a
David profundamente conmovido por la noticia de la defunción de su rey.
La lamentación del pueblo vv. 11–12. David puso el ejemplo y sus seguidores lo imitaron. Todo el
pueblo rasgó sus vestidos, lloró, lamentó y ayunó, imitando la conducta de su jefe. Nadie podría acusar al
futuro rey de alegrarse por la desaparición de la “competencia”.
La justicia aplicada vv. 13–16. De inmediato dictaminó que el amalecita era culpable del homicidio
del rey y le impuso la pena capital. En vez de obtener la aprobación de David, recibió su merecido: la
ejecución.
La endecha personal de David vv. 17–27. Con el fin de que las generaciones futuras no lo acusaran
de ser responsable de la muerte de Saúl, David compuso un poema “que debía enseñarse a los hijos de
Judá” (v. 18a). El tema principal se repite tres veces como un refrán: “¡Cómo han caído los valientes!”
(vv. 19b, 25a, 27a). Se [p 92] refería a Saúl y Jonatán, quienes fueron “la gloria de Israel” (v. 19a). Los
versículos 17 y 27 sirven de marco para el poema, que comienza mencionando al enemigo y su posible
alegría al escuchar las buenas noticias (v. 20), sigue con una maldición sobre el lugar del siniestro (v.
21). En el 22 y 23 alaba la valentía y fidelidad tanto del padre como del hijo y continúa elogiando a Saúl
(vv. 24–25a). Termina lamentando la pérdida de su amigo íntimo, Jonatán (vv. 25b–26). Es interesante
notar que no se expresa en primera persona, sino hasta el versículo 26, donde exterioriza su angustia
personal porque ya no podría contar con el amor de su amigo más fiel.
No hay lugar a duda, David estaba genuinamente triste por la muerte de Saúl y Jonatán. En el futuro,
ningún israelita podría culparle por haber cometido algún despróposito en relación con ella.
LA CORONACION DE DAVID POR JUDA 2:1–7
El regreso a Hebrón 2:1–3
Por fin, el camino estaba despejado y David pudo tomar las medidas necesarias para ocupar el puesto
para el cual el Señor lo había preparado. Es importante notar que su primer acto fue consultar a Jehová.
Esto revela mucho acerca de sus actitudes y su deseo de hacer la voluntad del verdadero Rey de Israel.
Quería saber si debía regresar a Judá y en qué pueblo iba a vivir. El Señor le contestó de inmediato, indi-
cándole que se estableciera en Hebrón, la ciudad más importante de Judá en aquel entonces.
Su coronación sobre Judá 2:4a
Cuando recibió dirección divina, se trasladó con sus [p 93] hombres y sus familias. Nadie quedó en
Filistea donde habían pasado dieciseis meses.
No es de extrañarse que los que primero lo aceptaron como rey fueron los de Judá. Recuerde que él
había cultivado su amistad y apoyo protegiéndolos de los merodeadores y compartiendo con ellos el bo-
tín de los amalecitas. Su sabiduría dio el resultado deseado. Después de tantos años de esperar, David
asumió el puesto de ungido de Jehová donde permanecería hasta que el Señor lo removiera. Esta fue su
segunda unción.
Su mensaje a los de Jabes de Galaad 2:4b–7
Su primer acto como rey revela también que era un hombre conforme al corazón de Dios y muy mi-
sericordioso, porque pidió una bendición sobre los de Jabes de Galaad, ya que habían actuado bondado-
samente hacia Saúl y sus hijos sepultándolos después de la batalla del monte de Gilboa. David terminó su
mensaje haciéndoles una invitación para que se unieran con Judá y lo aceptaran como su rey legítimo.
Debido a que eran de la región de Israel, seguir a David requería mucho esfuerzo y valentía.
VALE LA PENA TENER MISERICORDIA
LA GUERRA CIVIL 2:8–4:12
El gran problema de David era que no todos los israelitas lo aceptaban como rey. La mayoría de la
población siguió respaldando al heredero de Saúl. Todavía tendrían que pasar unos cinco años y medio
[p 94] antes de que fuera reconocido por toda la nación. La oposición abierta sólo duró dos años, tiempo
en que Is-boset reinó (2:10).
44
ducta logró convencer al pueblo porque “todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo” (v. 36b).
Note el énfasis en la palabra “todo” de los versículos 36–37.[p 97]
Lo único que no hizo David fue justicia. Joab no fue castigado por el homicidio cometido. El rey con-
fesó su debilidad e incapacidad de disciplinar a los hijos de Sarvia, Joab y Abisai (v. 39).
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
Este estudio termina con un resumen cronológico del reino de David. Tenía treinta años cuando co-
menzó a reinar y en total gobernó cuarenta: siete años y medio en Judá y treinta y tres más dirigió los
destinos de todo Israel (vv. 4–5).
47
[p 101]
8
Apogeo del reino de David
2 Samuel 5:6–10:19
Cuando llegamos a esta coyuntura en la historia de Israel, la situación era perfecta para que Dios
hiciera grandes cosas en su pueblo. Jehová, el verdadero rey de Israel, se encontraba en el cielo y su vi-
rrey terrenal, David, estaba dispuesto a hacer su voluntad en todo. De ahí en adelante, éste tenía que
comenzar a reinar sabiamente sobre el pueblo de Dios.
ASUNTOS GUBERNAMENTALES 5:6–25
Selección de la capital 5:6–10
Lo primero que hizo David fue elegir la capital del reino unido. Saúl había gobernado desde Gabaa
de Benjamín, y David lo hizo por siete años y medio desde Hebrón. Debido a los problemas pasados, nin-
guno de estos sitios serviría como capital. Los israelitas habían tomado Jerusalén en el tiempo de los jue-
ces (Jueces 1:8), pero los jebuseos habían mantenido el control de la [p 102] fortaleza y por ende, del
pueblo. Los jebuseos sabían que su ciudadela era inexpugnable y por eso se burlaban de David y sus sol-
dados. Parece que estos entraron a ella por medio de un agujero vertical (“el canal” v. 5) que conectaba
la fuente de agua con la ciudad, que quedaba a una altura más elevada. De esta manera toda Jerusalén
quedó en poder de los israelitas y la sección donde se ubicaba la fortaleza llegó a ser conocida como la
Ciudad de David.
Esta decisión del rey fue muy sabía, porque Jerusalén había sido controlada por paganos hasta que él
tomó posesión de ella. Así que era territorio neutral y geográficamente céntrica, ya que quedaba en el
límite entre Israel y Judá. Nadie podría acusarle de favorecer a los suyos de Judá.
Establecimiento de relaciones diplomáticas 5:11–12
La característica de una nación soberana es que establece relaciones con las demás. En el caso que es-
tudiamos, Hiram de Tiro tomó la iniciativa y buscó la amistad de David. Para sellar la relación entre los
dos pueblos, los de Tiro obsequiaron los materiales y edificaron la casa real. Los versículos 10 y 12 hacen
hincapié en el hecho de que el éxito de David se debía a la obra de Dios a su favor.
• JEHOVA ESTABA CON EL
• LO HABIA CONFIRMADO POR REY
• HABIA ENGRANDECIDO SU REINO
La multiplicación de herederos 5:13–16
David siguió el ejemplo de los monarcas paganos [p 103] tomando más esposas y mujeres para ga-
rantizar la sucesión de su dinastía. Ya estudiamos que en Hebrón había engendrado seis hijos (3:2–5) y
en Jerusalén le nacieron once más. De estos, sólo dos se mencionan en el relato posterior (Natán y Salo-
món). Es interesante notar que ambos eran hijos de Betsabé.
La derrota de los filisteos 5:17–25
Los enemigos perennes de Israel se dieron cuenta del peligro que entrañaba un Israel unido y poco
tiempo después atacaron. David aceptó el reto y se trasladó a la fortaleza de Adulam para acabar con la
amenaza. En las dos batallas que se verificaron en el valle de Refaim, los filisteos fueron derrotados defi-
nitivamente. Desde entonces, ese enemigo dejó de ser una peligro.
Es importante notar que David pidió la dirección divina antes de entrar en cada una de las batallas
(vv. 19, 23). El contraste con Saúl se pone de manifiesto en el versículo 25a: “Y David lo hizo así, como
Jehová se lo había mandado”. La obediencia era la clave del éxito.
48
¡PENSEMOS!
Los comentaristas están de acuerdo en que este capítulo es el centro teológico de los libros de Samuel.
Algunos piensan que es el más importante del Antiguo Testamento por su enseñanza doctrinal. Sin lugar
a dudas, es muy importante para el desarrollo del plan de Dios para su pueblo.
Introducción vv. 1–7. Cuando David trajo el arca a Jerusalén, la depositó en una tienda especialmen-
te preparada (6:17). Con el paso de los años, David prosperó y por primera vez en mucho tiempo vivie-
ron paz. Sus pensamientos lo llevaron a meditar en el hecho de que él estaba gozando de muchas bendi-
ciones espirituales mientras el arca se encontraba en una situación humilde.
Expresó al profeta Natán, que aquí aparece mencionado por primera vez, su deseo de edificar una
casa “digna” para el mueble sagrado (vv. 1–2). El profeta dio su visto bueno al proyecto y animó a David
a proseguir con su plan (v.3). Pero esa misma noche, el Señor se reveló a Natán con un mensaje para el
rey; la primera parte del cual le comunicaba que no debía construir la casa, porque el Altísimo no había
pedido que se la hiciera. En esencia, puso un veto sobre el plan de David: “Tú no me vas a edificar casa”,
fue el mensaje divino (vv. 4–7).
El pacto davídico vv. 8–17. La segunda parte de la revelación fue lo que conocemos como el pacto
davídico. Su meollo se basa en un juego de palabras del vocablo “casa”. En los versículos 4–7, el Señor le
dice a David que a él no le iba a tocar edificar “casa” (el templo) y en los versículos 8–17 le dice que él
(Jehová) le iba a edificar “casa” (su dinastía) a su siervo.[p 107]
El pacto se divide en dos partes. Primero, el Señor le recordó lo que había hecho por él (vv. 8–9). El
tiempo es pasado y se trata de hechos históricos. En segundo lugar, le participó lo que tenía en mente
para él. El tiempo se cambia al futuro y la perspectiva es la promesa (vv. 10–17). Basándose en lo que
hizo en el pasado, decretó lo que iba a hacer en el futuro. Vale la pena notar que este pacto es incondi-
cional al igual que el abrahámico (Génesis 12:1–3), del que es una extensión. El cumplimiento de las
promesas no dependía de David y sus descendientes, sino sólo del Señor. El trato que el Señor daría a la
casa de David dependería de su misericordia (v. 15). Recuerde que este vocablo es el que se usa en rela-
ción con la fidelidad a un pacto (“hesed”, en el hebreo). Significa literalmente el amor fiel que se arraiga
en el pacto concertado entre dos partes.
Los elementos del pacto davídico son por lo menos cinco:
1. David tendría un hijo que le sucedería en el trono y establecería su reino (v. 12).
2. Ese hijo (Salomón) edificaría el templo (v. 13a).
3. El trono del reino salomónico se afirmaría para siempre (v. 13b).
4. La casa, el reino y el trono de David serían estables eternamente (v. 16).
5. Israel sería plantado en su propia tierra para siempre (v. 10).
Este pacto se ha cumplido en parte, pero su cumplimiento total se reserva para el reino mesiánico de
Cristo. Durante el milenio todas estas promesas se efectuarán cabalmente y al pie de la letra.
La reacción del rey vv. 18–29. Frente a esta revelación, lo único que David pudo hacer fue expresar
humildad. ¿Quién merece ser objeto de tan grandes promesas [p 108] (vv. 18–21, 23–24)? Su humildad
(vv. 18–21) se manifestó en el hecho que en estos versículos David usa el título divino Señor Jehová cua-
tro veces para comunicar la idea que Dios es completamente soberano sobre todo. Otra demostración es
que el rey se refirió a sí mismo como “tu siervo” tres veces en los mismos textos. No hay duda que el vi-
rrey se estaba sometiendo al Soberano del universo.
Los versículos 23 y 24 enfatizan la posición que tiene la nación de Dios. En ellos encontramos que se
menciona al pueblo cinco veces. Esa nación había sido objeto de grandes hazañas divinas y por lo tanto,
reconocía su dependencia del Señor.
La segunda reacción de David fue de adoración (v. 22). Tomando en cuenta su humilde condición y
la grandeza de Jehová, en los últimos textos del capítulo (vv. 25–29), elevó sus peticiones ante el Señor.
Toda su súplica se basaba en la convicción de que el Altísimo siempre sería fiel a su palabra (v. 29).
¡PENSEMOS!
Estos dos capítulos nos han enseñado que el rey David estaba completamente entregado a la adora-
ción de [p 109] Jehová, era humilde y confiaba en sus promesas. Estas cualidades debían caracterizar a
los reyes terrenales de Israel. David fue el modelo que todos los demás reyes del pueblo escogido debían
imitar.
ASUNTOS VARIOS 8:1–10:19
Los capítulos 8 al 10 tienen que ver con varios asuntos importantes porque nos revelan más acerca
del carácter de David, el rey conforme al corazón de Dios
Las conquistas de David 8:1–14
Jerusalén ya había quedado asegurada como capital política y religiosa de la nación. El rey se encon-
traba bien en su relación con el pueblo y con su Señor. Había llegado la hora en que el monarca podía
comenzar a conquistar y subyugar a los pueblos vecinos. En este capítulo aprendemos que David logró
conquistar a todos los pueblos que lo rodeaban. Los filisteos quedaban al suroeste de Israel (v. 1). Los
moabitas a su lado oriental (v. 2). Los diferentes pueblos sirios se hallaban al norte (vv. 3–12) y los edo-
mitas al sureste (vv. 13–14). Todos los enemigos tradicionales del pueblo de Dios fueron sometidos a los
israelitas y varios de ellos tuvieron que pagar tributo.
El secreto del éxito de David en sus conquistas territoriales se menciona dos veces en los versículos
que estudiamos. “Y Jehová dio la victoria a David por dondequiera que fue” (vv. 6b, 14b). El autor sa-
grado atribuye las victorias davídicas a la intervención de Jehová mismo. Sin ella, Israel hubiera sido
igual a las demás naciones; con ella era invencible.[p 110]
EL SEÑOR DA LA VICTORIA
El gobierno de David 8:15–18
La gran extensión del reino demandaba la implantación de un gobierno eficaz. La administración de
David se caracterizó por la justicia y equidad a todo su pueblo. Es una lástima que en generaciones futu-
ras faltaran estos elementos y que lo que predominara fuera la opresión de los pobres y marginados. Da-
vid dio el ejemplo correcto, pero no lo siguieron.
Parece que el autor quiere recalcar el hecho que David había llegado a ser rey sobre toda la nación y
que no favorecía a ningún segmento de ella. Los del norte, Israel, eran tratados igual que los del sur, Ju-
dá, los parientes más cercanos a David.
El ejército se organizó bajo el liderazgo de Joab. Josafat era el historiador oficial. Sadoc y Ahimelec di-
rigían el culto. El puesto importante de secretario de estado fue ocupado por Seraías. La guardia personal
del rey estaba compuesta por los cereteos y peleteos, quienes estaban bajo la dirección de Benaía. (Es in-
teresante que los más cercanos al rey fueran extranjeros mercenarios. Así el monarca evitaba que su
compatriotas rivales se le acercaran.) Los hijos del rey ministraban como consejeros (príncipes) oficiales.
Con toda esta burocracia, David logró administrar bien los territorios conquistados y su propia nación.
La misericordia de David 9:1–10:19
El tema que une estos dos capítulos es la misericordia. En ambos, David manifiesta su deseo de ser
misericordioso en dos situaciones distintas (9:1, 3; 10:2). Recuerde [p 111] que esta es la cualidad divina
que asegura que el Señor es fiel a sus promesas (7:15). Todo subalterno de Jehová tenía la obligación de
actuar misericordiosamente con todos, no sólo con quienes le agradaban.
Aceptada por Mefi-boset 9:1–13. La primer persona que recibió muestras de la misericordia de Da-
vid aceptó gustosamente el trato ofrecido. No olvide que la misericordia (hesed) se relacionaba con un
51
pacto concertado entre dos individuos. David nunca olvidó el que había hecho y confirmado varias veces
con su amigo íntimo, Jonatán (1 Samuel 18:3; 20:8, 14–17, 42; 23:18). En su afán por honrar dicho
pacto, el rey indagó si había algún pariente de su amigo con quien pudiera cumplirlo. Siba, quien había
servido en la casa de Saúl, sabía que un hijo de Jonatán necesitaba de la misericordia de David. Se llama-
ba Mefi-boset, a quien se identifica como lisiado de los pies (4:4; 9:3, 13). Tenía cinco años cuando su
abuelo fue muerto en Gilboa y su nodriza lo dejó caer en el momento en que huía de lo que pensaba se-
ría la ira de David que vendría sobre la casa de Saúl. El niño quedó inválido el resto de su vida. Los años
habían transcurrido, y cuando David lo mandó llamar ya era padre de un hijo pequeño, Micaía (v. 12).
El encuentro fue un poco difícil, porque Mefi-boset pensaba que David iba a vengarse de Saúl. Por
esto lo primero que el rey hizo fue calmarlo, asegurándole que no tenía por qué temer. La frase clave de
lo dicho por David fue: “yo a la verdad haré contigo misericordia (hesed) por amor de Jonatán tu padre”
(v. 7). En tres formas concretas, el monarca demostró su bondad al joven: le devolvió toda la propiedad
de su abuelo y le proporcionó un lugar permanente en su mesa, así que nunca tendría que preocuparse
por el sustento. Para que pudiera labrar sus terrenos, el rey le concedió a Siba, sus [p 112] hijos y sus
siervos, para que trabajaran por él.
Mefi-boset aceptó gustosamente la misericordia ofrecida por su rey y disfrutó de abundantes bendi-
ciones.
Rechazada por Hanún 10:1–19. Nahas, rey amonita, falleció y su hijo Hanún asumió la autoridad re-
al. Es probable que este Nahas no sea el mismo de 1 Samuel 11. Algunos piensan que el de 2 Samuel 10
fue hijo del primero y reinaba en su lugar. No se revela cuándo ni cómo había actuado bondadosamente
hacia David, pero es posible que tuviera un tratado de amistad e intercambio comercial con él.
Como medida de cortesía, David envió una comitiva para expresar sus condolencias al nuevo rey,
quien rechazó totalmente esta iniciativa amistosa. Esta actitud impidió que David tuviera misericordia
(hesed), y el maltrato de los mensajeros fue más que suficiente para llevar a los dos pueblos a la guerra.
Para defenderse, los amonitas se aliaron con los sirios, pero ambos pueblos fueron derrotados rotunda-
mente por David y los suyos y sometidos a servidumbre (v. 19).
RECHAZAR LA MISERICORDIA
PUEDE PROVOCAR
GRAVES CONSECUENCIAS
¡PENSEMOS!
Hemos visto seis capítulos en que David estaba en su apogeo. Tenderíamos a pensar que era un ver-
dadero “santo”, pero no era así. Los capítulos siguientes narran su caída estrepitosa y las nefastas conse-
cuencias que tuvo. Sospecho que podremos identificarnos más con el David de los capítulos que siguen
que con el de los precedentes.
52
[p 115]
9
El pecado de David
2 Samuel 11:1–14:33
Los capítulos once y doce son el meollo de 2 Samuel. Todo lo anterior es de índole positiva, pero des-
de el capítulo 13 hasta el final, se presenta lo negativo. En la primera parte, vemos las bendiciones por la
obediencia y en la última, las consecuencias de desobedecer. Todo gira alrededor de lo sucedido en los
capítulos 11 y 12.
Por ser un rey conforme al corazón de Dios, David obedeció al Señor y vivió de acuerdo a su volun-
tad. Aprendió que guardar el pacto siempre resultaba en bendición, pero transgredirlo, acarreaba maldi-
ción.
Al principio de su reinado, y aun antes de ello, David se caracterizó por consultar a Jehová, especial-
mente cuando tenía que tomar decisiones importantes. De esta manera manifestaba su dependencia y
sumisión al Rey verdadero. Se protegía espiritualmente manteniendo una comunión estrecha con su Se-
ñor, pero en el momento en que bajó la guardia, comenzaron sus problemas.
Nuestra época está plagada de grandes siervos de Dios que han caído en pecado y han tenido que
abandonar el ministerio. Actualmente se tiende a hacer la pregunta: [p 116] ¿Cómo es que alguien tan
dedicado a Dios y al ministerio pudo caer tan estrepitosamente? Es probable que parte de la respuesta sea
que dejaron de consultar al Señor. Cuando uno incurre en esta falta, se pueden esperar problemas en
cualquier área de la vida, como sucedió con el rey David.
¡PENSEMOS!
EL PECADO 11:1–27
Excepto por la última oración de este capítulo, el resto se dedica a narrar el pecado del rey. El autor
no evalúa la situación, sólo relata lo sucedido. Al analizarlo, descubrimos que David incurrió en tres fal-
tas. Comenzó con una bastante inocua, que lo llevó a cometer otra más grave, misma que lo impulsó a
planear el homicidio de uno de sus súbditos más fieles. Un pecadito con frecuencia prepara el terreno
para uno mayor.
La negligencia 11:1
Los israelitas habían estado en guerra con los amonitas por un año, pero el conflicto todavía no se re-
solvía [p 117] definitivamente. Pasó el invierno y la primavera tuvo su inicio glorioso. Durante los meses
no propicios para guerrear, los reyes se preparaban para reanudar sus campañas en el clima más tem-
plado de la primavera. Lo acostumbrado era que el rey fuera con sus tropas, pero en esta ocasión, y sin
consultar al Señor, David permaneció en Jerusalén. Este descuido en sus responsabilidades causó que
estuviera en el lugar equivocado. Debía haber estado con su ejército. Sin embargo, permaneció en la co-
modidad de Jerusalén.
El adulterio 11:2–5
53
Parece que no tenía mucho qué hacer Por la tarde, tomaba la siesta y “mataba el tiempo” paseándose
sobre el terrado del palacio. David estaba en el lugar equivocado en dos sentidos: no estaba con sus tro-
pas, ni en su despacho; sino que caminaba sin propósito en la azotea. Se encontraba completamente ex-
puesto a las asechanzas del diablo, quien se valió de una mujer que se bañaba para tentarlo. Un pecado
“inocente” lo preparó para cometer uno de los más serios (v. 2a).
La tentación entró por los ojos como sucede con frecuencia. Es obvio que de una mirada casual pasó
a la contemplación de la belleza del hermoso cuerpo de Betsabé (v. 2b). En vez de rechazar la tentación,
permitió que se anidara en su corazón, y se dejó llevar por su pasión. Mandó llamarla y adulteró con
ella. Para sorpresa de los dos, Betsabé resultó encinta (vv. 3–5).
TENGAMOS MUCHO CUIDADO DE
LO QUE VEMOS
[p 118] El homicidio 11:6–27a
Los dos primeros pecados y sus resultados lo llevaron a cometer otro aun más grave: el homicidio. Su
intención inicial no era asesinar a Urías, el esposo de Betsabé, pero poco a poco se vio orillado a hacerlo.
Trató de responsabilizar a Urías vv. 6–13. El plan del rey era muy astuto, pero no dio los resultados
deseados. Mandó llamar a Urías, quien estaba en batalla, esperando que deseara acostarse con su mujer.
Si lo lograba, todo el mundo pensaría que Urías era padre del niño y David quedaría libre de su proble-
ma inmediato. El soldado fiel no se comportó como el rey esperaba. Aunque pasó varios días en Jerusa-
lén, no fue a visitar a su mujer. En su desesperación, David lo emborrachó pensando que bajo la influen-
cia del alcohol se dejaría llevar por sus pasiones, pero tampoco resultó esta artimaña.
El contraste entre David y Urías es marcado. Este último era heteo, convertido al judaísmo y aquél un
israelita que había entrado en pacto personal con su Dios, ¡Qué vergüenza que el creyente violara su
pacto mientras que el otro insistió en ser fiel a Dios y a sus compañeros de milicia! (v. 11). La responsa-
bilidad de Urías resalta frente al egoísmo de David.
Aseguró la muerte de Urías vv. 14–17. David se encontró entre la espada y la pared. ¿Qué podía
hacer? Si pudiera casarse pronto con Betsabé, lograría encubrir su pecado, pero para hacer esto tendría
que eliminar al esposo y esto es exactamente lo que hizo. El mismo siervo fiel fue portador de su propia
sentencia de muerte, y el general Joab se vio en la difícil situación de optar por obedecer a su conciencia
o a su rey. ¿Debía poner a Urías en un lugar donde de seguro moriría? Al fin, cumplió con el mandato de
su soberano y se hizo cómplice [p 119] en el crimen.
Recibió el informe vv. 18–25. Joab tuvo mucho cuidado al instruir al emisario que llevaría el mensaje
al rey reportando la muerte de Urías (vv. 18–21). A su vez, David recibió la noticia con mucha apatía,
como si nada de importancia hubiera sucedido (vv. 22–25).
Tomó a Betsabé por mujer vv. 26–27a. La pecadora cumplió con los siete días de luto de rigor, e in-
mediatamente después David la tomó por mujer. Aparentemente había logrado su meta. Podría recono-
cer como hijo legítimo al niño que nacería como resultado de su adulterio.
La evaluación divina 11:27b
El autor inspirado termina el capítulo con una declaración breve de cómo reaccionó el Señor al pe-
cado de este hijo del pacto. “Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová”.
Esto se puede decir de todo pecado que comete cualquier hijo de Dios, aun los que con engaños logramos
esconder de nuestros semejantes.
EL PECADO DENUNCIADO 12:1–23
Se cree que existe un período de casi un año entre los capítulos doce y trece. Durante ese tiempo, el
rey cargó con la culpa de su pecado, pero no lo confesó ni se arrepintió. Su condición se describe en
Salmos 32:3–4 y 51:6–12. Estos dos salmos se deben leer y meditar antes de seguir el estudio.
Es interesante notar que el capítulo 11 termina con la misma palabra con que comienza el 12: Jeho-
vá. Estaba molesto con David y por eso, en el tiempo propicio, le [p 120] envió al profeta Natán. Uno de
sus trabajos era asegurar que el rey recordara y cumpliera las estipulaciones del pacto, y que fuera un
ejemplo digno para el pueblo.
54
Una nueva victoria vv. 26–31. A estas alturas, el autor reanuda el relato del sitio de Rabá y la con-
quista definitiva de los amonitas. Esta fue otra manifestación concreta de que la bendición divina todavía
reposaba sobre David y que el perdón divino había sido completo.
EL PERDON DE DIOS NO ES A MEDIAS,
SINO TOTAL
[p 123] ¡PENSEMOS!
Tamar se refugió en la casa de su hermano Absalón y le reveló todo lo sucedido, quien desde ese
momento se propuso vengar el ultraje cometido contra su hermana. David demostró debilidad en la dis-
ciplina a los suyos, porque no hizo nada para castigar a su heredero (vv. 20–21c.
Mientras tanto, Absalón permitió que la ira creciera en su corazón por dos años sin que nadie lo no-
tara. A cabo de ellos, sintió que había llegado la hora de la venganza. Engañó a su padre con el pretexto
de tener una fiesta para celebrar que había terminado la época de trasquilar. Esta era una costumbre
muy común. Sabía que su padre rechazaría la invitación, y le suplicó que Amnón, heredero del trono,
fuera en su representación. David fue vilmente engañado y dio su permiso (vv. 22–27).
El fratricida 13:28–36
El plan funcionó perfectamente y los secuaces de Absalón asesinaron cruelmente a Amnón cuando se
encontraba borracho (vv. 28–29a). Todos los demás asistentes huyeron de la fiesta pensando que tam-
bién iban a ser eliminados y llegó a Jerusalén el rumor de que todos los hijos del rey se habían asesinado
entre sí (vv. 29b–30). Finalmente, el rey recibió la información correcta y él y todos los demás lloraron y
lamentaron la muerte de Amnón (vv. 31–36).
El distanciamiento entre padre e hijo 13:37–14:33
Absalón sabía que su padre no toleraría su comportamiento y por eso huyó a Gesur, a la casa de su
abuelo [p 126] materno donde pasó tres años (vv. 37–38). Con el asesino fratricida lejos, el rey se dedicó
a lamentar la pérdida de su hijo Amnón (v. 37b). Algunos intérpretes piensan que el hijo llorado era Ab-
salón y es posible que tengan razón, porque el versículo 39 indica que el rey ansiaba mucho ver a su hijo
distanciado. Con el tiempo, David olvidó el rencor que le tenía por haber matado a su hijo mayor.
EVITEMOS LOS DISTANCIAMIENTOS
ENTRE NOSOTROS Y NUESTROS HIJOS
Joab fue el instrumento usado por Dios para lograr la reconciliación entre padre e hijo (14:1–33).
Primero buscó la ayuda de una mujer astuta de Tecoa, y entre los dos planearon qué diría ella al rey para
que él mismo se inculpara. La situación fue semejante a la del enfrentamiento entre Natán y David en el
capítulo 12. El rey debía descubrir inmediatamente que los protagonistas eran él, Amnón y Absalón, pero
la mujer tuvo que darle esa indicación (vv. 13–14). David reconoció que Joab había metido mano para
que se reconciliaran y decidió que ya era tiempo de terminar con el destierro de su hijo. Joab lo trajo
desde Gesur, pero cuando llegó a Jerusalén, su padre no quiso verlo (v. 24). Esta situación se prolongó
por dos años (v. 28).
Absalón se impacientó porque ya habían pasado cinco años sin ver a su padre. Sabía que solamente
por medio de Joab podría lograr una audiencia con él (vv. 29–33). Por fin, el versículo 33 registra que se
logró la reconciliación. Absalón se humilló ante el rey y éste lo besó. Es obvio que la reunión fue muy
formal y que padre e hijo sólo lo hicieron por cumplir un deber. El distanciamiento [p 127] emocional
continuó, y preparó el terreno para la rebelión del hijo.
¡PENSEMOS!
[p 128]
57
[p 129]
10
La rebelión de Absalón
2 Samuel 15:1–18:33
Los efectos que ocasiona el pecado no se limitan sólo al que lo comete ni a su familia inmediata. Lo
que se hace en lo oculto bien puede causar un escándalo público, especialmente cuando el infractor es
un personaje conocido. Este fue el caso de David. Sus pecados registrados en los capítulos 11 y 12 afecta-
ron primeramente a su propia familia (capítulos 13 y 14) y después a todo el reino (capítulos 15–20).
LA SUBLEVACION PERPETRADA 15:1–13
La paciencia de Absalón llegó a su fin. Estaba tan amargado después de cinco años de rechazo de su
padre, que decidió tomar medidas para cambiar la situación y, hasta cierto punto, vengarse de su proge-
nitor.
La preparación 15:1–6
Se observa que Absalón se preparó en tres formas para [p 130] dar el golpe de estado. Primero, hizo
gala de ostentación (v. 1), comenzó a actuar como rey, alardeando de su grandeza y haciendo que mu-
chos carros, caballos, y hombres fueran delante de él por dondequiera que iba. Con esta conducta daba a
entender sus intenciones de arrebatar el trono a su padre. En segundo lugar, podemos apreciar su astucia
(vv. 2–4). Desde temprano se sentaba a la puerta de la ciudad y recibía a la gente que venía buscando al
rey para que les hiciera justicia. Para ganar la simpatía de la gente, les insinuaba que su padre no los
atendía adecuadamente. A la vez decía que si él fuera rey, todo el mundo sería tratado con justicia. Por
último, vemos a Absalón fingiendo amistad (v. 5). Estrechaba las manos y besaba a los que venían a pla-
ticar con él, mostrando la misma falta de sinceridad que tuvo su padre cuando lo besó (14:33). Este
comportamiento dio el resultado deseado, ya que logró robar el corazón y lealtad del pueblo (v. 6).
En estos versículos y los que siguen, se hace énfasis especial en las tribus de Israel. Todo indica que
Absalón quería dirigirlas, cuando menos las que seguían fieles a Saúl, y meter cuña entre ellas y el rey
David, quien contaba con el apoyo de las dos tribus del sur, Judá. El roce intertribal se nota en toda la
sección (vv. 2, 4, 6, 10, 13). La rebelión era del norte contra el sur.
La ejecución del plan 15:7–13
Al cabo de cuatro años de preparación, Absalón sintió que ya era tiempo de moverse. Parecería que
durante esa temporada, David tuvo los ojos cerrados, porque ignoraba lo que sucedía. Las intenciones de
Absalón eran patentes, pero el rey no hizo nada para impedir sus planes; parece que era bastante inge-
nuo. Permitió que su hijo lo engañara una vez más cuando pidió permiso de ir a [p 131] Hebrón para
pagar unos votos que supuestamente había hecho estando en Gesur. Las últimas palabras que el padre
dijo a su vástago fueron: “Vé en paz”. David fue totalmente engañado (vv. 7–9).
La rebelión fue consumada en Hebrón (vv. 10–13), el mismo lugar donde David había sido procla-
mado rey sobre Judá. El versículo más importante de esta breve sección es el 12. En él se nos presenta a
Ahitofel, el consejero de David, considerado en ese entonces como el más sabio: “Y el consejo que daba
Ahitofel…, era como si se consultase la palabra de Dios” (16:23). Además era abuelo de Betsabé. Parece
que perdonó a David por el pecado cometido contra su nieta. Por eso, cuando se le presentó la oportuni-
dad, traicionó a David y se unió a Absalón. Algunos creen que fue el cerebro de toda la conspiración
porque quería vengar a su nieta agraviada. Tome nota de su actuación en la historia que sigue hasta el
17:23, en que terminó su vida.
BUSQUEMOS CONSEJEROS FIELES
UNA NOCHE INOLVIDABLE 15:14–17:23
58
Aparentemente, la rebelión se proclamó en la tarde de un día y todo lo que se registra en esta sección
sucedió en una sola noche. Esto es lo que indica el capítulo 17:1, 8, 16, 22. El autor inspirado relata con
lujo de detalles los acontecimientos.
La huida de David al Jordán 15:14–16:14
La rebelión tomó al rey completamente desprevenido. [p 132] No tenía tropas ni pertrechos para de-
fender y retener la ciudad capital en su poder.
La partida de Jerusalén 15:14–18. El soberano dio la orden y la ciudad fue evacuada de inmediato.
Casi todos sus seguidores lo acompañaron, excepto las diez concubinas que dejó para cuidar la casa.
Vale la pena notar que los cereteos, peleteos y 600 geteos que seguían fieles a él no eran israelitas, sino
filisteos (v. 18).
Desde 15:19–16:13 se relata el intercambio entre David y cinco de los suyos. Primeramente se entre-
vistó con tres seguidores fieles (vv. 19–37).
1. Itai geteo (vv. 19–23). El rey animó a este extranjero a que regresara a Jerusalén y sirviera a Absa-
lón, pero la fidelidad de Itai era demasiado grande como para abandonar a su monarca cuando más lo
necesitaba. Su contestación es clásica: “…o para muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí
estará también tu siervo” (v. 21).
2. Sadoc, el sumo sacerdote (vv. 24–31). Los líderes religiosos permanecieron fieles a David porque
salieron con él llevando el arca del pacto, símbolo de la presencia divina (v. 24). En un acto de fe, David
mandó a Sadoc que regresara a Jerusalén con el arca. Estando en la ciudad, él y los suyos podrían actuar
como espías, notificando a David de los movimientos y decisiones de Absalón (vv. 27–29).
Después de despedir a Sadoc, el rey recibió la noticia de que Ahitofel lo había traicionado. Este fue un
golpe muy fuerte, y el único recurso que le quedó fue orar. Su petición fue muy concisa: “Entorpece aho-
ra, oh Jehová, el consejo de Ahitofel” (v. 31b). Veremos en el capítulo 17 versículo 14 que Dios contestó
esta petición.
3. Husai arquita (vv. 32–37). Dos veces se registra que éste era “amigo de David” (15:37; 16:16). Los
expertos [p 133] dicen que la palabra usada en este contexto significa más que un amigo común y co-
rriente. La idea es la de un consejero y confidente, alguien en quien se depositaba toda la confianza.
Husai ofreció ir con David, pero el rey le pidió que regresara a Jerasalén para ofrecer sus servicios a Ab-
salón. En realidad, actuaría como espía y daría información a Sadoc y Abiatar, quienes a su vez informa-
rían al rey. Veremos que realizó su trabajo bien e hizo “nulo el consejo de Ahitofel” (v. 34b).
¡PENSEMOS!
Después de mencionar a estos tres seguidores fieles, se dice que le salió al encuentro un seguidor
oportunista, Siba (16:1–4). David lo había designado mayordomo de los bienes de Mefi-boset (9:9–10).
En esta coyuntura, Siba aprovechó la situación para apropiarse del patrimonio de su amo, a quien acusó
de traicionar a David. El rey tomó una decisión precipitada y sin investigar el asunto a fondo, castigó a
Mefi-boset, quitándole todos sus bienes y regalándolos a Siba.
La quinta persona con quien se encontró David no fue uno de sus seguidores, sino uno de sus con-
trincantes, un miembro de la familia de Saúl que aún pensaba que su casa sería restablecida en el trono.
Simei (16:5–13) maldecía al rey acusándole de ser culpable de la muerte [p 134] de Saúl e Is-boset. Este
comportamiento merecía la pena capital, pero David impidió que Abisai lo ejecutara y aceptó sus inju-
rias como parte del castigo divino.
59
Las calumnias no pudieron detener al soberano, y en el versículo 14 vemos que llegó al Jordán con
los suyos.
La llegada de Absalón a Jerusalén 16:15–17:23
La misma noche en que David abandonó la capital, Absalón tomó posesión de ella (16:15a; 15:37b)
Entró con su séquito y Ahitofel (16:15b), y pronto adquirió un segundo consejero, Husai arquita (vv.
16–19). Este siguió las instrucciones de David y logró ganarse la confianza de Absalón, quien pensó que
había logrado que ambos consejeros del rey traicionaran a su padre. Así que en los versículos 15b–19
tenemos la identificación de los consejeros de Absalón.
Desde 16:20 hasta 17:13 encontramos los consejos de Ahitofel y Husai. Recuerde que el primero era
el abuelo amargado de Betsabé. Sus dos consejos revelan su deseo de buscar la venganza. Su primera
recomendación (16:20–23) fue el instrumento que Jehová usó para cumplir la profecía de Natán men-
cionada en 12:11–12. Esta incursión en el harén de su padre fue una expresión abierta de que había
tomado posesión de todos sus bienes. David cosechó exactamente lo que había sembrado.
El segundo consejo de este hombre sabio se relacionaba con la táctica que debía seguir para llevar el
derrocamiento de su padre hasta las últimas consecuencias (17:1–4). Como de costumbre, su consejo fue
acertado (v. 14b). Su recomendación era perseguir y matar lo antes posible al rey. Al lograr esto, Absalón
habría triunfado.
El hijo rebelde aceptó este consejo, pero no estaba satisfecho con una sola opinión. Por esto buscó
también [p 135] las sugerencias de Husai (vv. 5–13), quien sabía que lo que más necesitaba David era
tiempo para escapar, y por esto dio un consejo que forzaría a Absalón a no perseguir a su padre esa
misma noche. Recomendó que juntaran a las tropas de todo Israel para después atrapar a David y acabar
con él.
El versículo 14 contiene la decisión de Absalón y los suyos. Optaron por seguir el consejo de Husai y
rechazar el de Ahitofel. Esta acción parece ilógica, tomando en cuenta 16:23. Hay una sola razón por la
que optaron por esta alternativa: “Porque Jehová había ordenado que el acertado consejo de Ahitofel se
frustrara, para que Jehová hiciese venir el mal sobre Absalón” (17:14b). La soberanía divina es la única
explicación. El Rey verdadero hacía su voluntad en su pueblo. Protegió a su escogido y castigó a su ene-
migo.
¡JEHOVA REINA!
Todo lo que sucedió en los versículos 15–23 está relacionado con la decisión tomada por Absalón.
1. David fue informado acerca de ella (vv. 15–21). El sistema de espionaje de David funcionó a las
mil maravillas. Husai informó a Sadoc y Abiatar, quienes despacharon a Jonatán y Ahimaas para decir a
David que sin dilación pasara el Jordán y escapara. A pesar del desánimo y cansancio, debía marchar de
inmediato sin pérdida de tiempo.
2. David pasó el Jordán con todo su pueblo (v. 22). Se dio cuenta de lo serio de la situación y por eso
no esperó a que amaneciera. Esa misma noche se esforzaron y pasaron el Jordán.[p 136]
3. Ahitofel se suicidó (v. 23) cuando Absalón decidió rechazar su consejo, porque se dio cuenta que
su carrera había terminado. Al ser derrotado su nuevo amo, ya no tendría a quien aconsejar por lo que
optó por terminar su vida ahorcándose. ¡Que desperdicio de sabiduría!
Cuando amaneció, la situación era la siguiente: Absalón estaba en control de Jerusalén, David se en-
contraba en Transjordania, y el asesor principal de ambos había muerto.
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
El Rey verdadero había triunfado y vindicado a su virrey. David fue el único rey legítimo sobre Israel.
El que tratara de perjudicarlo tendría que sufrir las consecuencias.
61
[p 139]
11
La restauración de David
2 Samuel 19:1–21:22
El enemigo había sido derrotado y sus tropas esparcidas por todo Israel. La amenaza de derrocamien-
to era cosa del pasado y se habían eliminado todos los obstáculos para que David regresara a Jerusalén.
Pero todavía no podía hacerlo, porque quedaba algo pendiente. Primero, cumplir el período de luto por
Absalón.
LA TRISTEZA DEL REY 19:1–18A
Lamentación por Absalón 19:1–4
Una vez más, el autor sagrado hace hincapié en que David amaba profundamente a su hijo fallecido.
Tal vez demasiado. Su tristeza era tan honda, que oscurecía su discernimiento. En vez de celebrar la vic-
toria con sus ejércitos, como era costumbre, se aisló y dio la impresión que no se alegraba de las hazañas
de los suyos. En lugar de que las tropas fueran festejadas, éstas entraron en el campamento de Mahanaim
como si hubieran sido [p 140] derrotadas. Es bueno llorar a nuestros seres queridos difuntos, pero no en
la forma desmedida en que David lo hizo.
La exhortación de Joab 19:5–7
Como en ocasiones anteriores, Joab se convirtió en instrumento del Señor para forzar al rey a entrar
en juicio. Usó palabras muy fuertes para sacudir al monarca, quien tenía que volver en sí y darse cuenta
del mensaje que su tristeza desmedida comunicaba al pueblo, porque pensaban que estaba descontento
con el resultado de la batalla. Joab hizo muy patente que si no hacía pronto algo, perdería el apoyo de
todos los suyos, incluso el de él.
¡PENSEMOS!
instándoles a apresurarse a actuar antes que lo hicieran los del norte. Esta acción del rey fue poco sabia,
porque una vez más estaba sembrando discordia entre las dos facciones. Definitivamente se puso del
lado de los suyos. Esto sólo causaría problemas en el futuro.
El versículo 13 es de mucha importancia, porque en él se dice que destituyó a Joab como jefe militar
y prometió poner en su lugar a Amasa. La primera acción fue en castigo por haber matado a Absalón y la
segunda, tenía por objeto conciliar los ánimos de los israelitas y lograr su apoyo incondicional. Amasa
había sido jefe de las tropas de Absalón (17:25) y por medio de esta conducta, reveló que no le guardaba
rencor.
El regreso de David 19:15–18a
A invitación de la tribu de Judá, el soberano pasó de Mahanaim a la ribera oriental del Jordán y se
dispuso a entrar de nuevo en su territorio (v. 15a).
Al mismo tiempo, los de Judá se congregaron en Gilgal (ribera occidental del Jordán) para ayudarle a
cruzar el río y recibirlo con júbilo (v. 15b). Dos miembros del bando [p 142] opositor se unieron a los de
Judá: Simei y mil hombres de Benjamín y Siba con sus hijos y siervos (vv. 16–18a).
Así que no fueron sólo los del sur los que participaron en la recepción. La casa de Saúl estaba tam-
bién representada.
TRES ENTREVISTAS 19:18B–40
Cuando David llegó a Gilgal, tres individuos se entrevistaron con él
Simei 19:18b–23
Este encuentro no se puede apreciar bien sin recordar el mal trato que David había recibido de Simei
cuando el rey huía de Absalón (16:5–13). Con mucha razón este malvado se acercó al monarca pidiendo
perdón. Bajo tales circunstancias, David no tenía muchas opciones. Necesitaba el apoyo de todos y espe-
cialmente de Simei y los mil hombres que venían con él. El agravio fue perdonado, pero parece que no se
hizo sin reservas. Las últimas palabras del rey a su hijo Salomón prácticamente revocaron ese perdón (1
Reyes 2:8–9).
Mefi-boset 19:24–30
Este también vino a Gilgal para arreglar cuentas. Recuerde que Siba había traicionado a Mefi-boset y
se había apropiado de todos sus bienes (16:1–4). El lisiado de los pies llegó ante su rey para defenderse,
dando muestras de arrepentimiento genuino. Aclaró que Siba lo había engañado y que siempre había
sido leal a David. Este aceptó la explicación y ofreció devolverle la mitad de sus tierras. Mefi-boset estaba
tan interesado en obtener la aprobación del rey, que practicamente rechazó la [p 143] oferta.
Barzilai 19:31–40
Este rico anciano había ayudado a David con provisiones cuando llegó con sus tropas a Mahanaim
(17:27–29). En señal de solidaridad, Barzilai cruzó el Jordán con el rey. Este le invitó a ir a Jerusalén
para vivir en la casa real por el resto de sus días. Barzilai no aceptó la oferte, pero pidió que Quimam
tomara su lugar como favorecido del rey, quien aceptó la propuesta.
La segunda parte del versículo 40 contiene información muy importante, pues prepara el terreno pa-
ra la narración que sigue: “Y todo el pueblo de Judá acompañaba al rey, y también la mitad del pueblo
de Israel”.
EL REINO ESTABA DIVIDIDO TODAVIA
LA REBELION DE ISRAEL BAJO SEBA 19:41–20:22
La imprudencia de David (19:11–12) dio su fruto, pues generó división entre las facciones
La discusión intertribal 19:41–20:2
Los de Israel estaban molestos por el favoritismo manifestado por David. Tenían razón al alegar que
ellos habían tomado la iniciativa de hacer regresar al rey (19:41–43).
63
Nunca faltan hombres oportunistas que aprovechan todas las circunstancias para su propio bien. Se-
ba era uno de ellos. Tocó la trompeta y llamó a Israel para que regresaran a sus casas. Ambas acciones
eran declaraciones [p 144] de rebeldía. Por sus medidas poco sabias, David tuvo que enfrentar otra rebe-
lión. Sólo los de Judá acompañaron al soberano a Jerusalén (20:1–2).
¡PENSEMOS!
humano y el divino, necesitaron de hombres valientes para realizar sus propósitos. El tercer par es el más
importante, y está al centro del apéndice mencionado (22:1–51 y 23:1–7). En este aprendemos que la
base de todos los tratos entre el rey terrenal y el verdadero, fue el pacto que existía entre los dos. El Rey
divino protegía al humano porque había hecho un pacto perpetuo con él. Todo se baso en el pacto.
DAVID Y LOS GABAONITAS 21:1–14
El problema expuesto 21:1–3
Los tres años consecutivos de hambruna causaron mucha preocupación al rey. Sabía que había
hecho mal, lo que causó que el Señor enviara este castigo sobre su pueblo. ¿Cuál era el problema? Ob-
viamente, la dificultad surgió cuando David estaba en su apogeo y todavía consultaba a Jehová. La res-
puesta de Dios fue que estaba castigando al pueblo por un pecado cometido por Saúl, quien había mata-
do a unos gabaonitas, violando así el pacto concertado con ellos en Josué 9. No sabemos cuándo sucedió
esto, pero es probable que David tuviera [p 147] conocimiento de los sucesos. Mandó llamar a los ga-
baonitas y les preguntó qué debía hacer para expiar (significado de la palabra “satisfacción”) el pecado
de Saúl.
La solución 21:4–11
Los gabaonitas no querían vengarse, pero sí exigían una retribución. Se guiaban por la lex talionis:
ojo por ojo, diente por diente. Pidieron que se les diera a siete varones descendientes de Saúl para sacrifi-
carlos en “expiación”. Debido al pacto que había hecho con Jonatán, David perdonó a Mefi-boset, pero
entregó a siete de sus parientes cercanos para ser sacrificados. Rizpa, madre de dos de las víctimas, vigiló
los cuerpos muertos de sus hijos para que no los mutilaran las aves de rapiña ni las fieras del campo.
Dice el relato que permaneció en el mismo sitio esperando el primer aguacero después de la siega de la
cebada que se hacía en el mes de abril.
La sepultura de los involucrados 21:12–14
Después de estos acontecimientos, David hizo algo para demostrar a todos que no guardaba rencor
contra Saúl y los suyos. Mandó recoger sus huesos para enterrarlos juntos en el sepulcro familiar. Aquí
estaba actuando como un rey conforme al corazón divino. El rey humano se sujetó al Rey verdadero.
El resultado de todos los sucesos narrados fue: “Dios fue propicio a la tierra” (v. 14b). Esto indica que
todo lo hecho fue de acuerdo con su santa voluntad. La obediencia siempre trae bendición.
DIOS FUE PROPICIO A LA TIERRA
[p 148] DAVID Y LOS GIGANTES FILISTEOS 21:15–22
El autor inspirado cambia radicalmente de tema en estos textos y registra cuatro incidentes relacio-
nados con varias guerras con los filisteos. Cada suceso se relaciona con un gigante diferente (v. 22) que
fue vencido por uno de los valientes de David.
Vale la pena hacer unas observaciones breves acerca de estos encuentros. Cuando Isbi-benob fue
eliminado por Abisai, los hombres de David decidieron que era demasiado peligroso que el rey fuera con
ellos a la batalla. Peligraba la lámpara de Israel. “La lámpara” era equivalente a la vida. Si el rey moría,
la nación perdía su vida con él (v. 17b).
65
El versículo 19 nos deja con la duda de ¿quién mató a Goliat: David o Elhanán? Algunos piensan que
David tenía dos nombres: el oficial, David, y el familiar, Elhanán. Según esta explicación, David y El-
hanán son la misma persona. Otros creen que este texto se tiene que interpretar a la luz de 1 Crónicas
20:5. Todos reconocen que hay problemas con el texto hebreo de 2 Samuel 21:19. El versículo de Cróni-
cas dice que Elhanán mató a [p 149] Lahmi el hermano de Goliat. Primero de Samuel 23:24 y 1 Crónicas
11:26 hablan de un Elhanán como uno de los valientes de David. Así que Elhanán, el valiente de David,
mató a Lahmi el hermano de Goliat. Puede ser que la segunda sea la interpretación más acertada, porque
ahí se registran las hazañas de los cuatro valientes.
El Jonatán que mató al gigante anónimo no fue el hijo de Saúl, sino el sobrino de David (v. 21).
Todos los sucesos enseñan que el Rey verdadero se valía de agentes humanos para cuidar a su virrey
y que el rey terrenal necesitaba la protección de hombres valientes.
¡PENSEMOS!
[p 150]
66
[p 151]
12
David: poeta, protegido y presuntuoso
2 Samuel 22:1–24:25
Existe una relación estrecha entre el final del capítulo 21 y el contenido del 22. En aquella porción se
registraron cuatro acontecimientos en los cuales David fue protegido de la muerte segura. En ésta, el rey
agradece al Señor su fidelidad al cuidarle en todas las circunstancias. El capítulo 23 comienza recordan-
do el pacto perpetuo hecho con él por Jehová; y finaliza con otra lista de los valientes de David. El último
capítulo relata una segunda ocasión (la primera fue 21:1–14) en que el pueblo sufrió por causa de la
mala conducta de su rey que quebrantaba el pacto.
DAVID EL POETA 22:1–23:7
Esta porción es la más importante del apéndice del libro. Es el meollo o el centro. La estructura de la
sección [p 152] hace que la atención del lector se concentre en ella. ¿Cuál es la verdad central? El Señor
es fiel al pacto perpetuo que hizo con David y sus descendientes, y por eso cuidaba y protegía a su ungi-
do.
Salmo de acción de gracias por la liberación 22:1–51
Este capítulo se repite en el Salmo 18. El versículo 1 contiene tiene similitud con el encabezado del
salmo. Se compuso después que David fuere liberado de todos sus enemigos, especialmente de Saúl. El
mensaje del salmo es que Jehová, el Rey verdadero, siempre cuidó a su virrey con quien pactó. A nosotros
nos enseña que nuestro Dios es fiel y siempre brinda protección a los suyos cuando lo siguen fielmente.
En esencia, este cántico se relaciona con la confianza que la fidelidad divina infundía en su siervo
David. Lo que Dios había hecho en el pasado y el presente generaba la confianza en lo que haría en el
futuro.
La confesión de confianza vv. 2–4. David confiesa gozosamente que Jehová es su roca, fortaleza, li-
bertador, escudo, fuerte, alto refugio y salvador, quien le había librado de toda violencia. Teniendo esta
experiencia como base, asevera que en el futuro confiará en él, le invocará y será salvo. Estos últimos
verbos se encuentran en un tiempo que en hebreo son acciones continuas. Su confianza no era fortuita
sino constante, en todas las vicisitudes de la vida.
La experiencia que estimula la confianza vv. 5–35. Hasta el versículo 25, todos los verbos se encuen-
tran en el tiempo pasado. David estaba reflexionando sobre realidades históricas. El salmista se había
encontrado en una situación desesperada (vv. 5–6) cuando invocó y clamó al Señor, y éste le escuchó (v.
7). En los versículos 8–16 [p 153] menciona ilustraciones tomadas de la naturaleza para enfocar los re-
cursos inagotables que Jehová tenía a su disposición para guardar a su siervo. Por medio do todos estos
medios, el Omnipotente le había librado de todos sus enemigos (vv. 17–20).
¿Por qué lo trató el Señor así? La contestación se halla en los versículos 21–26a. Hay dos partes en la
respuesta: la humana y la divina. Por el lado humano, Dios lo había cuidado porque era justo (vv. 21a,
24a, 25a), puro (vv. 21b, 24b, 25b) y, lo que es más importante, obediente (vv. 22–23). Por el lado divi-
no, vemos que Jehová es misericordioso (v. 26a). Siempre trata a los suyos de acuerdo con su “hesed”,
amor leal. Recuerde que esta palabra tiene que ver con un pacto realizado entre dos partes. El Señor
había pactado con David (capítulo 7) y siempre le trataría conforme a su “hesed”, fidelidad al pacto.
¡PENSEMOS!
En los versículos 26–27 el salmista pasa al futuro. Su confianza es que Dios, que se ha manifestado
fiel a su siervo justo, puro y obediente, siempre lo hará. También tratará al perverso (astuto) con severi-
dad.
David siguió su cántico alabando al Señor por lo que era y hacía. Al escribir el salmo, se expresó en
tiempo presente (vv. 28–35).[p 154]
Expresiones de confianza vv. 36–46. El rey agradecido graba en su corazón la confianza inquebran-
table en el Dios que lo había preservado: “Me libraste (pasado) y por esto confiaré en ti (futuro)”.
ME LIBRASTE Y POR ESTO,
CONFIARE EN TI.
VV. 36–37; VV. 38–39; VV. 40–44A, B; VV. 44B, C–46
Alabanza y voto vv. 47–50. Después de haber reflexionado sobre la gran fidelidad de Jehová, David
no podía hacer otra cosa que prorrumpir en alabanza a él (vv. 47–49) y prometer serle fiel en proclamar
su nombre entre las naciones (v. 50).
Confianza en el Dios del pacto v. 51. Terminó su cántico en tiempo presente, refiriéndose una vez
más al pacto. David era “su rey”, “su ungido” y él y su descendencia disfrutarían de los beneficios del
pacto para siempre. La base de este trato es la misericordia (“hesed”, fidelidad al pacto, compare el v.
26).
Este versículo sirve de puente entre los capítulos 22 y 23. Es a la vez el final del 22 y la introducción
al 23. El tema del pacto se desarrollará en éste.
Las palabras postreras de David 23:1–7
Esta frase no se debe tomar en forma literal, sino que este es el último oráculo que pronunció bajo la
inspiración divina. Este es su salmo final inspirado por Dios, el Espíritu Santo (v. 2).
Las primeras frases tienen que ver con el autor del salmo (vv. l–3a). Estos textos son muy importantes
para la doctrina de la inspiración bíblica, porque enseñan que [p 155] las Escrituras inspiradas tienen
autor divino y humano. David es el humano y se describe con cuatro frases en el versículo 1. Las dos de
en medio son las más importantes, porque introducen el tema del salmo. El fue levantado en alto cuando
Jehová lo ungió rey sobre Israel. La iniciativa de constituirlo rey no vino de David, sino de Dios mismo. El
autor divino es el Espíritu de Jehová, quien le dio al salmista las palabras que había de hablar y escribir.
En el momento de la inspiración, las palabras de David se volvieron en palabra de Dios (v. 2). Lo dicho
fue por Dios de Israel y lo hablado por la Roca de Israel (v. 3a).
El mensaje del salmo se encuentra en los versículos 3b–7. Esta porción es definitivamente mesiánica.
Se refiere al reinado del Hijo de David en un tiempo futuro. La primera parte del mensaje se encuentra
en tiempo futuro y es una promesa divina del establecimiento de un rey justo sobre los hombres (v. 3b).
Este se describe en el versículo 4 con tres ilustraciones que se tomaron de la naturaleza.
En el versículo 5 el autor cambió al tiempo presente para describir la situación que él vivía. David
confesó que al momento de escribir, ese rey y reino aun no se habían establecido: “No es así mi casa para
con Dios…Aunque todavía no haga él florecer toda mi salvación y mi deseo”. Entre estas dos declaracio-
nes encontramos una afirmación de fe: “Sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, ordenado en
todas las cosas, y será guardado”. No existía ni una duda en la mente del salmista. Dios había concertado
pacto con él y su casa y lo cumpliría cabalmente. El Señor es fiel y hace todo lo que promete. Todos estos
textos son muy semejantes a Salmos 72:1–7 que también es porción mesiánica.
La condición de los impíos durante el reino mesiánico [p 156] (el milenio) se trata en los versículos
6–7.
David el poeta terminó su carrera literaria con dos cánticos inspirados que encontramos en estos dos
capítulos. Uno de los temas principales es que Jehová siempre será fiel al pacto que concertó con David
(capítulo 7). El virrey de Israel, ungido por el Señor, siempre sería miembro de la casa de David. Según
Lucas 1:32–33, el cumplimiento cabal del pacto sería por medio de Jesús, el Hijo de David: “Este será
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grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará
sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”.
¡PENSEMOS!
Esta porción corresponde a la de 21:1–14 en la estructura del apéndice. Hay varias similitudes entre
las dos: Jehová es el protagonista principal, quien castiga a su pueblo por una transgresión cometida por
el rey. Cuando el rey cumplía con la voluntad divina, Jehová volvía a bendecir al pueblo. Los finales de
las narraciones son muy semejantes: “Y Dios fue propicio a la tierra después de esto” (21:14b), “Y Jeho-
vá oyó las súplicas de la tierra” (24:25b). Así que cuando el autor escribió: “Volvió a encenderse la ira de
Jehová contra Israel” (v. 1). Esto se debe relacionar con el capítulo 21:1–14. Aquí, el pecado [p 159] de
David fue levantar un censo sin tener la dirección divina para hacerlo. Todo el capítulo está relacionado
con el censo no autorizado.
El censo 24:1–9
La incitación v. 1. Nuestro texto dice que Jehová incitó a David, pero la porción paralela (1 Crónicas
21:1) afirma que fue Satanás. ¿Quién fue el responsable de impulsar a David a pecar? Obviamente no
fue el Señor porque él es tres veces santo (Isaías 6:3). Parece que el Omnipotente permitió que el diablo
tentara al rey. Fue la voluntad permisiva de Dios.
La orden vv. 2–3. Joab recibió la orden de levantar el censo e inmediatamente quedó perplejo. No en-
tendía por qué David quería hacerlo. Sentía que algo andaba mal.
Levantar un censo no es pecado (Exodo 30:12); entonces parece que el problema era el móvil. Joab
no comprendía qué motivaba a David a levantarlo. El versículo 9 indica que era un censo militar para
que el rey supiera con cuántos podía contar para sus conquistas. Es probable que en esta época de su
vida el monarca se ufanara de su poderío militar y en forma presuntuosa comenzara a confiar en él en
vez de en Jehová. Depositaba su confianza en el hombre y esta fue una equivocación fatal.
El cumplimiento vv. 4–9. A pesar de sus inquietudes, Joab obedeció al rey, y el censo se levantó du-
rante el lapso de nueve meses y veinte días. Fíjese en el hecho de que el informe marcó la distinción entre
los de Israel y los de Judá.
El censo condenado y castigado 24:10–15
No pasó mucho tiempo antes que David se diera cuenta de que había pecado. El Espíritu Santo tam-
bién realizaba el ministerio de redargüir en la antigua [p 160] dispensación. Lo importante es ver la re-
acción del rey. Hizo sa confesión de inmediato (v. 10). El versículo 11 indica que pasó toda una noche
lamentando y confesando su falta. Esta es una de las grandes diferencias con Saúl, quien quería encubrir
sus pecados, y David que los confesaba.
LA CONFESION DEBE SER INMEDIATA
Las opciones ofrecidas vv. 11–15. El pecado fue perdonado, pero sus consecuencias no se pudieron
evitar. El Señor mandó a su profeta Gad para proponer al rey tres opciones: siete años de hambre, tres
meses de derrotas o tres días de plaga. David optó por la última apelando a la misericordia de Dios. El
resultado de la peste fue la muerte de setenta mil hombres en toda la tierra.
El pecado perdonado 24:16–25
El daño no fue tan extenso como pudiera haber sido porque Jehová se arrepintió y detuvo al ángel
destructor. El verbo “arrepentirse” bien puede traducirse “entristecerse”. Su tristeza fue tanta, que deci-
dió acortar el tiempo de castigo (v. 16). Esta manifestación de la misericordia divina pudo verse porque
David intercedió por el pueblo y se ofreció a sí mismo como sacrificio, si fuere necesario (v. 17). Note
bien que en este versículo todos los pronombres personales son enfáticos.
David obedeció edificando un altar vv. 18–25. La instrucción vino por medio de Gad: David debía le-
vantar un altar a Jehová en el mismo lugar donde el ángel destructor se había detenido, la era de Arauna
jebuseo. Este ofreció regalar el terreno al rey, pero David rechazó [p 161] la oferta e insistió en pagarle el
precio justo. La razón que dio fue: “porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten
nada” (v. 24a). La propiedad llegó a ser el sitio donde se construyó el templo. En ese lugar, David “edifi-
có… un altar a Jehová, y sacrificó holocaustos y ofrendas de paz” (v. 25a). Los versículos 21b y 25b dan
a entender que la intercessión y obediencia de David ocurrieron antes de que cesara la mortandad. El
Señor detuvo la plaga por la intercesión y obediencia de David.
¡PENSEMOS!
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La historia relatada en este capítulo es muy apropiada para el cierre del libro. En ella vemos a Jehová
como el Rey verdadero. Su virrey no era perfecto, pero cuando pecaba, lo confesaba, aceptaba las conse-
cuencias de su pecado y el perdón del Señor. Cuando la relación era correcta entre ambos reyes, el terre-
nal adoraba y obedecía al Rey verdadero, y él bendice a su pueblo.
El autor logró sus propósitos. Todo el que leyera su libro sabría que Jehová es el Rey verdadero de to-
do Israel, que escogió a David y su casa para que fueran reyes sobre su pueblo y que el único rey legíti-
mo sobre la [p 162] nación tenía que ser descendiente de David y someterse totalmente a la voluntad
divina. Cuando el rey y el pueblo cumplían el pacto, el Señor los colmaba de bendiciones. La mortandad
siempre era consecuencia de la desobediencia y rebelión.