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Sin embargo ¿estamos del todo seguros de que para manejar las complejidades actuales no
son las habilidades sociales justamente las más importantes? ¿De que nos sirve un técnico
extraordinariamente preparado, que no es capaz de transferir sus conocimientos y favorecer el
crecimiento de las personas que trabajan con él? Tal vez sea mejor un técnico un poco menos
‘perfecto’ (aunque sí competente), pero capaz de hacer crecer las personas y la organización,
transfiriendo sus habilidades a un equipo que pueda funcionar. Al respecto, podemos citar
una investigación de la Universidad de California UCLA, que establece que sólo el 7% del
liderazgo es atribuible a la inteligencia (IQ), y que el 93% restante proviene de la confianza, la
adaptabilidad, la presencia, la creatividad, la integridad, la autenticidad y la honestidad.
La inteligencia social tiene, por tanto, una sólida base biológica y comportamientos como el de
mostrar empatía o estar en sintonía con los demás afectan a la química del cerebro tanto del
líder como de los seguidores.
Para evaluar la inteligencia social y crear planes de desarrollo, Goleman y Boyatzis proponen
una herramienta de evaluación conductual basada en siete habilidades emocionales y
sociales:
Empatía
Entender lo que motiva a los demás, incluso a los que vienen de diferentes ambientes y
experiencias, desarrollar sensibilidad a sus necesidades
Sintonía
Escuchar con atención, pensar en cómo se sienten los demás, sintonizarse en sus estados de
ánimo
Conciencia Organizacional
La capacidad de apreciar la cultura de la organización y entender sus redes sociales, las
normas explícitas e implícitas
Influencia
La capacidad de persuadir y reunir el apoyo de personas clave
El crecimiento de los demás
Habilidades relacionadas con el coaching, mentoring, con proporcionar feedbacks útiles y
eficaces
Inspirar a los demás
Desarrollo de una visión convincente, la construcción de un tono emocional positivo,
capacidad para infundir orgullo y sacar lo mejor de las personas
Trabajo en equipo
Fomentar la participación y colaboración de todos los miembros del equipo
También podemos indicar algunas habilidades que son definitivamente fortalecidas por el
desarrollo de la inteligencia emocional:
Si estamos de acuerdo con el hecho de que el papel del directivo se basa en elegir a las
personas y hacerlas crecer con satisfacción y en consonancia con el logro de los objetivos de
la organización, es importante preguntarnos cómo podemos asumir una responsabilidad tan
grande sin conocer, dominar y gestionar el patrimonio emocional “personal” nuestro y de
nuestros colaboradores. La inteligencia emocional es una herramienta crucial para entender y
aprovechar todo el potencial de las personas y de los equipos dentro de la empresa y puede
resolver muchos problemas y necesidades del negocio, sin recurrir a recursos externos, que
pueden, a menudo, ser caros e ineficientes.
De esta manera, concluyen Goleman y Boyatzis, “el llamado lado suave del negocio empieza
a ser no tan suave después de todo”.