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EL ENFERMO, LA FAMILIA Y EL MEDICO En este articulo me propongo demostrar cémo en la ci- vilizacion occidental hemos pasado de la exaltacién de la muerte en la época roméntica—a principios del siglo x1x—al rechazo actual de la muerte. El lector tendré que armarse de paciencia para soportar la descripcién de costumbres que tienen poco mas de cien ajios, y que le parecerdn cargadas ya de no sé cudntos siglos. Situémonos en 1834, en una noble familia francesa que vivia en Italia por razones politicas—esos nobles liga- dos alos Borbones de la rama acomodada no querfan ser- vir a la Francia de Luis Felipe—, catdlicos piadosisimos: la familia La Ferronays. Los padres, antiguos emigrantes, habfan tenido diez hijos, cuatro de los cuales murieron muy pequeiios. A tres de los seis hijos que vivieron se los Ievé la tuberculosis—el mal del siglo— en la veintena, entre 1834 y 1848. La Gnica hija que sobrevivio, Pauline Craven, reunié las cartas y los diarios privados de su pa- dre, de su cufiada y de sus hermanas, publicados en 1867 bajo el titulo Récit d’une soeur. El verdadero titulo seria: una familia enamorada de la muerte. Un documento ex- traordinario que describe con complacencia, y con la ayu- da de documentos irrefutables, las actitudes frente a la muerte y la manera de morir de los muy jévenes. Albert de La Ferronays tenfa veintidés afios en 1834. Estaba ya aquejado por una enfermedad. «He contrai- 269 HISTORIA DE LA MUERTE EN OCCIDENTE do—escribe en su diario—una enfermedad inflamatoria que me ha conducido a dos pasos de la tumba». Se sien- te cansado y nervioso, pero, «¢quién no lo estaria al cabo de dos afios de cuidados, de vigilias, de torturas, de san- grias y de visitas de médicos?». Ese estado, que nos parece grave, no le impidié des- posar el mismo afio a la hija protestante de un diplomé- tico ruso, sueco de origen y de madre alemana. La fami- lia de la hija se habia inquietado durante algun tiempo, no tanto por la enfermedad del muchacho como por su falta de fortuna y de carrera. Mas los jévenes se amaban apasionadamente, al estilo roméntico, y se casaron el 18 de abril de 1834. Dos dias después, Albert tiene su pri- mera hemoptisis: los médicos aconsejan un viaje en bar- co a Odesa a finales de 1835. A la vuelta, nuevas he- moptisis y graves crisis de asfixia que son tratadas con hielo y sangrias. La joven esposa, Alexandrine, se in, quieta. Ella habia pensado al principio en una enferme- dad de juventud que pasaria con la edad: «Cuando haya alcanzado la feliz edad de los treinta afios..., entonces sera bello y fuerte.» Lo que impresiona, tratandose de un perfodo de va- tios afios de graves y frecuentes crisis, es la indiferencia de esa joven, muy inteligente e instruida, no tanto ante las manifestaciones de la enfermedad—los ahogos, las hemoptisis, las fiebres—cuanto ante el diagndstico mé- dico. Se hablaba de inflamacién muy vagamente. Hasta marzo de 1836, es decir tres meses antes del fin, no vera Alexandrine nacer y expresarse en ella el de- seo de conocer la causa de esa larga serie de sufrimien- tos. «Preguntaba yo con una suerte de impaciencia cual 270 ITINERARIOS 1966-1975 era el nombre de esa horrible enfermedad. “Tisis pulmo- nar”, me respondio finalmente Fernand [su cufado]. Entonces sent que me abandonaba toda esperanza.» Es como si se hubiera pronunciado hoy en dia el nombre de cancer. Pero, si la tisis parecia entonces tan mortal como el cancer actualmente, ni el enfermo ni la familia sentian la m4s minima preocupacién por conocer la naturaleza del mal. No existia la obsesién por el diagnéstico, no ya por miedo al resultado, sino por indiferencia a la parti- cularidad de la enfermedad, a su caracter cientifico. La gente sufria, se hacia curar por el médico y el cirujano —con sangrias—, pero sin solicitarles informacién algu- na, incluso cuando se podia deducir razonablemente del diagnéstico la evolucién del mal. Se requeria un enorme esfuerzo para hacer entrar en su universo mental el con- cepto de una enfermedad determinada como la tisis. Alexandrine sabe ahora que Albert esta condenado a corto plazo, Su primer impulso es el de esconder la ver- dad al enfermo: actitud ésta relativamente nueva, que no se hubiera dado en el siglo xvi y menos atin en el xvir. «Yo oculto ese secreto entre nosotros pero, por mas des- garrador que ello fuera, creo muchas veces que preferi- ria hablarle abiertamente de su muerte para tratar de consolarnos mutuamente a través de la fe, el amor y la es- peranza.» E] rapido agravamiento del estado de Albert vuelve pronto inutil esa farsa. Albert, que siempre habia tenido la muerte presente, no se hace ilusién alguna. Quiere morir en Francia, Comienza entonces un terrible viaje: 10 de abril de 1836, partida de Venecia; 13 de abril, alto en Verona; 22 de abril, alto en Génova; 13 de mayo, Ilegada a Paris. Slo entonces informa el médico a Ale- 271

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