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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SALTA

CURSO DE POSTGRADO
AUGE Y DECADENCIA DE LA MONARQUÍA HISPANA
(10 al 13 de julio de 2013)
Docente responsable: Dr. José MARTÍNEZ MILLÁN (Universidad Autónoma de Madrid)
Coordinador: Dr. Guillermo Nieva Ocampo
Alumna: María Fernanda Justiniano

Ser o no ser: el dilema del Estado moderno en la exposición histórica escrita actual

En el transcurso de las últimas décadas hemos asistido al cuestionamiento del Estado


moderno, en cuanto a su modernidad, absolutismo, estatidad. Las objeciones realizadas a
este constructo historiográfico conllevan la impugnación a dos de las tendencias
historiográficas de influencia planetaria desarrolladas en el siglo XX. Vale recordar que
Annales y la tradición histórica marxista británica construyeron gran parte de sus
andamiajes explicativos sobre el presupuesto de una racionalización progresiva e
ininterrumpida del proceso histórico moderno que culmina exitosamente en el ciclo
revolucionario burgués, los estados nacionales y la consolidación del capitalismo.
En estas páginas se pretende realizar un derrotero que permita, desde diferentes aportes,
aventurar respuestas que posibiliten entender cuándo, por qué y cómo se produjo este
desplazamiento del concepto de Estado moderno, al punto que éste se ha vuelto
irreconocible. Este itinerario, seguramente tendrá puntos de encuentros y desencuentros con
otras trayectorias conceptuales elaboradas, por cuanto es un recorrido historiográfico que se
reconoce desde la periferia del mundo occidental europeo, su historia y su historiografía.
La implantación del sistema estatal-nacional como principio organizador de la sociedad y
de su estudio fue una labor de la ciencia y su historiografía, en el siglo XIX. Este ascenso
del paradigma del Estado Nacional en las investigaciones históricas es estudiado por José
Martínez Millán para el caso de la historiografía española, y no solo ella.i El recorrido que
nos propone el historiador español se inicia en la filosofía alemana a partir de finales del S

XVIII, cuando intelectuales como Herder, Fichte o Ranke formularon una alternativa a la
tesis del “progreso de la civilización” desarrollada en los tiempos de la Ilustración. ii
Emergió, de este modo una nueva concepción filosófica de la organización política basada
en un espíritu común, que sería defendida por los filósofos, y aplicada por el historiador
como criterio para escribir la historia.iii El descubrimiento del “espíritu del pueblo” dio
lugar al proceso de construcción del discurso identitario, la creación de una metapatria y la
construcción de la doctrina nacionalista. Este nacionalismo elaboró el relato, construyó la
Historia de las nuevas entidades políticas soberanas decimonónicas europeas. De este modo
Nación y Estado tuvieron un origen común y una necesidad mutua, y también se
iv
convirtieron en unas de las más fuertes normativas de la cultura del siglo XIX. Este
ejercicio discursivo construyó el Estado nación y dio forma al paradigma estatal. Así, la
organización nacional emergente se convirtió en el principio estructurante de la acción
social y política, pero también en la unidad de análisis obligada de toda investigación
científica social.v
La historiografía europea posterior a la Segunda Guerra afianzó las construcciones
decimonónicas, aunque los meta - relatos tenían orígenes y fines diferentes. En tiempos que
la historiografía asiática, al estilo occidental, todavía no se había desarrollado, los
historiadores marxistas y vinculados a Annales se interrogaban sobre cuándo y dónde se
produjo el despegue que llevó al capitalismo y a la sociedad liberal.
Las respuestas surgieron marcadas por el nacionalismo metodológico que impregnó el
quehacer investigativo hasta casi hoy. La originalidad británica, la particularidad francesa,
fueron características implícitas en las tempranas tesis.vi Había un modo de hacer, que
marcaba las diferencias. Ese modo de hacer tenía un nombre: Estado.
Max Weber fue el científico social más influyente y que elaboró magistralmente esta
singular dinámica de las sociedades occidentales caracterizadas porque sólo en ellas se dio
la evolución del Estado racional, único donde podía prosperar el capitalismo moderno,
desarrollarse una burocracia profesional y el derecho racional.vii Agrega, que en el Estado
moderno, el verdadero dominio, que no consiste en los discursos parlamentarios ni en los
problemas de monarcas sino en el manejo diario de la administración, se encuentra
necesariamente en manos de la burocracia, tanto militar como civil.viii
La obra del sociólogo alemán no solo articuló un relato explicativo sino que le dio realidad
y consistencia histórica al Estado moderno. Éste se diferenciaba ampliamente de la Edad
Media y era un antecedente al Estado constitucional que vendría después. La historiografía
de los años 60, 70, e incluso 80 entendía a los llamados tiempos modernos como el
apéndice necesario para explicar los tiempos contemporáneos. La Edad Moderna era la
antesala donde se desenvolvían todos los procesos que explicaban la sociedad
contemporánea posterior. De allí, que toda la historiografía de esta época se convirtió en un
relato teleológico.
Pero, las exposiciones históricas escritas de la segunda mitad del siglo XX contrastaron
notablemente con sus antecesoras del siglo XIX que carecían de la idea de Estado en el
sentido weberiano como protagonista central de la narración histórica. El célebre
historiador italiano Cesare Cantu al referirse a los tiempos modernos expresó, en su historia
universal de 1850: “Al sistema municipal y al feudal, que todavía prevalecían en la época
antecedente, se substituye dos o tres grandes Estados a quienes los demás secundan como
satélites. El pueblo que se dirigió a la industria y a las letras, ya no ocasionó aquellas
conmociones interiores que forman la parte dramática de la antigüedad y de la edad media;
pero concentrándonos en los negocios en manos de los príncipes y de los ministros, aparece
la política de gabinetes, hasta entonces desconocida.…
Así la Europa viene a formar un todo conjunto, y sobrepuja en mucho a las demás partes
del mundo. Pero fácilmente se hubiera convertido en un despotismo universal, si no hubiese
establecido un sistema de gobierno, del cual surgió como nuevo derecho público entre
todos los miembros de este cuerpo…. Se establecieron contrapesos que impidiesen a un
Estado elevarse sobre los demás”.ix
Apreciaciones en un sentido semejante también se encuentra en la obra del francés Jules
Michelet. El historiador francés ocupó su atención en el sistema de equilibrio que
caracterizará a la política europea.x Este llamado sistema de equilibrio fue uno de los rasgos
que caracterizó, según los historiadores decimonónicos, a los tiempos modernos y los
diferenció de la Edad Media. Escribió Michelet: “Los grandes estados que se han formado
por la reunión sucesiva de los feudos, tratan después de agregar a su dominación a los
estados pequeños, ya por la conquista, ya por medio de matrimonios. Las repúblicas son
absorbidas por las monarquías, los estados electivos por los estados hereditarios. Esta
tendencia a la unidad absoluta es detenida por el sistema de equilibrio”.xi
Sistema de equilibrio, la política de gabinete, el nuevo derecho público eran las
innovaciones políticas que la Edad Moderna traía consigo, para la historiografía del siglo
XIX. La siguiente cita de Lord Acton, en parte resume los modos en que los hombres del
siglo XIX, pensaron a los tiempos posteriores al siglo XIII: “This law of the modern world,
that power tends to expand indefinitely, and will transcend all barriers, abroad and at home,
until met by superior forces, produces the rhythmic movement of History. Neither race, nor
religion, nor political theory has been in the same degree an incentive to the perpetuation of
universal enmity and national strife. The threatened interests were compelled to unite for
the self-government of nations, the toleration of religions, and the rights of men. And it is
by the combined efforts of the weak, made under compulsion, to resist the reign of force
and constant wrong, that, in the rapid change but slow progress of four hundred years,
liberty has been preserved, and secured, and extended, and finally understood.”xii
Como se observa, a finales del siglo XX el relato teleológico, nacionalista y secular ya
estaba concluido en los principales centros intelectuales europeos y las nacientes ciencias
sociales y humanas fueron las encargadas de su propagación. Sin embargo, el discurso,
sobre la superioridad y originalidad occidental todavía no estaba andamiado.
Es la idea de Estado en el sentido weberiano del término el que va a permitir con éxito
cumplir el doble propósito de articular el relato y explicar el milagro del ascenso de Europa
sobre el resto del mundo. Y fueron las ciencias sociales occidentales, nuevamente, quienes
elaboraron las categorías que hicieron de la historia europea el modelo a seguir por el
mundo no occidental.
La historiografía en sus diferentes vertientes contribuyó a afirmar la perspectiva
eurocéntrica que tiene como actor protagónico al Estado en el sentido weberiano. Así, por
ejemplo, Alberto Tenenti en una obra de amplia circulación en las universidades
latinoamericanas afirmaba que “en el transcurso del siglo XVI empezó ya desarrollarse un
sentido nuevo y más impersonal de la responsabilidad del Estado y de la comunidad...”.
“En suma, mientras el viejo feudalismo estaba en decadencia, en toda Europa se erigía un
nuevo orden laico y privilegiado, aunque en ocasiones complejo: el de los nobles. Pero
éstos –a su pesar y no ciertamente en todo el continente–, estaban pasando a convertirse de
vasallos en súbditos. Frente a ellos se hallaba ahora el príncipe con su corte y su burocracia,
un poder central que estaba articulándose de modo cada vez más eficaz”.xiii
Este poder central al avanzar el siglo XVII devino en absolutismo. Para Henry Kamen “el
absolutismo nació de las dificultades experimentadas por los monarcas en relación con sus
presupuestos, su maquinaria administrativa y sus clases dominantes… Absolutismo quería
decir poder real indiscutido. No quería decir poder arbitrario. El rey podía prescindir de la
consulta a un parlamento, pero no le estaba permitido poner en peligro la propiedad o
seguridad de sus súbditos… Fue del Siglo de Hierro finalizar con la victoria de la autoridad
y la propiedad. Como pilares gemelos se alzaban ambas, auténticas garantes de la
civilización y del progreso, en la desembocadura de los estrechos que conducían de un mar
interior de comienzos preindustriales al océano ilimitado del avance material”.xiv
Este camino a la civilización y el progreso en clave weberiana evocado por Kamen, fue
compartido de modo crítico por las perspectivas marxistas. La obra clásica y de referencia
obligada sobre el Estado, entre los siglos XVI al XVIII, fue escrita por Perry Anderson.
Éste afirmó que esta morfología del Estado que resultó de la larga crisis de la economía y la
sociedad europea, durante los siglos XIV y XV, no se corresponde con una racionalidad
capitalista. Sin embargo, advirtió que la “burocracia civil y el sistema e impuestos de este
Estado absolutista parecieron representar una transición hacia la administración legal y
racional weberiana, en contraste con la jungla de dependencias particularistas de la Baja
Edad Media”.xv
Ahora bien, estos sólidos constructos historiográficos resultantes sobre todo del trabajo de
historiadores vinculados a los enfoques de Annales y los marxistas tuvieron una vigencia
plena hasta los años 1980 y 1990. El cambio de perspectiva resquebrajó los presupuestos
historiográficos de casi doscientos años de producción histórica en Europa, al punto que el
concepto de Estado moderno construido hoy es irreconocible. “Épocas diferentes conllevan
perspectivas diferentes. Lo que parecía lógico, necesario y hasta deseable a fines del siglo
XIX, parece menos lógico y necesario, y un tanto menos deseable, desde nuestra
privilegiada atalaya de principios del XXI”, explicaba John Elliott, al referirse a las
profundas trasformaciones historiográficas acaecidas.xvi
Si bien no es objetivo de este trabajo de seminario intentar explicar el porqué de estos
cambios de rumbos en el quehacer histórico es dable advertir que síntomas semejantes se
presentaron en la química, la biología, la matemática, la geometría, la meteorología y la
cibernética, cuyos hallazgos develaron un conjunto de rasgos de la existencia, no
contemplados en las teorías previas.xvii
En 1967, Ilya Prigogine introdujo explícitamente el concepto de estructura disipativa. El
químico ruso dio cuenta de que al lado de las estructuras clásicas del equilibrio aparecen
también, a suficiente distancia del equilibrio, estructuras disipativas coherentes. A
diferencia de Einstein consideró que el tiempo no es reversible y propuso la imagen de un
universo en el cual la organización de los seres vivientes y la historia del hombre ya no son
accidentes extraños del devenir cósmico. En la propuesta de Prigogine porque en ella el
hombre inserta en forma protagónica en el mundo. Los procesos irreversibles ponen en
juego las nociones de estructura, función e historia. En la perspectiva del científico ruso la
irreversibilidad es fuente de orden y creadora de organización.xviii
Entre los hallazgos que contribuyeron a estos análisis denominados de dinámicas no
lineales y de auto-organización merecen citarse las investigaciones sobre no linealidad, de
Lorenz. También las investigaciones desde la cibernética que aportaron con la idea de
retroacción y causalidad no línea. Aportes relevantes fueron los objetos fractales, de
Mandelbrote; los atractores extraños, de Reulle; la nueva termodinámica, de Shaw; la
autopoiesis de Maturana y Varela. Además de las teorías de la información que
investigaron universos en los cuales orden y desorden son procesos simultáneos, de los
cuales se extrae algo nuevo. La teoría de los sistemas ayudó a entender que el todo es más
que la suma de las partes y que la organización del todo produce cualidades emergentes, no
preexistentes en las partes. No debe olvidarse la noción de auto-organización aportada por
la teoría de Von Neuman de los autómatas auto-organizados sobre las máquinas vivientes
que tienen la capacidad de reproducirse y auto-regenerarse.xix
Una zona de incertidumbre teórica comenzó a transitarse, pero también de incertidumbre de
proyectos políticos colectivos. El 9 de noviembre de 1989 miles de personas se abalanzaron
sobre el Muro de Berlín. Se desvaneció el mundo bipolar y el socialismo real dejó de ser
una alternativa de organización política al capitalismo. En los países centrales occidentales
el Estado de Bienestar se trasegó ante la voracidad de aletargados capitalistas, cansados del
costo fiscal del espíritu de providencia e igualitario de los Treinta Gloriosos.xx En las
periferias la situación fue peor para algunos, pero paro otros fue la oportunidad de un
cambio de escenario para la acumulación y crecimiento capitalista, en el nuevo contexto y
en el nuevo siglo.xxi
En este clima de incertidumbre hacia el futuro, acentuado por el riesgo ambiental globalxxii,
emergió el pensamiento complejo o teoría de la complejidad. Su fuerza marginó al
quehacer científico social de los siglos XIX y XX, que tomó el nombre de perspectiva de la
simplicidad. Para la socióloga cubana Mayra Espino Prieto el llamado ideal de la
simplicidad puede ser descrito como un estilo de conocimiento que enfatiza en operaciones
de reducción como forma de aprehender el todo, de explicarlo y manipularlo. Se sustenta en
varios supuestos básicos: consideración del universo como totalidad única acabada y
omnicomprensiva; la totalidad como conjunto que puede ser descompuesto en unidades-
partes y recompuesto a través de la sumatoria de estas; la diversidad como combinación de
unidades-partes; la existencia de un encadenamiento universal a través de relaciones
causales lineales; la expresión de la causalidad a través de estructuras que enlazan las partes
y que se constituyen como armazones fijas, relativamente rígidas, resistentes al cambio, y
con alto grado de persistencia en el tiempo, de modo tal que aseguran la reproducción de lo
social y de sus diferentes ámbitos; el orden, la estabilidad y el equilibrio como condiciones
indispensables para la reproducción normal de las entidades sociales; la complejidad como
accidente indeseable de la realidad, como dificultad que es necesario y posible controlar y,
como correlato; lo simple como cualidad deseable; el carácter subalterno y no esencial del
azar y lo indeterminado; la historia como cambio progresivo universal que marca una ruta
ascensional que es posible recorrer por todas las culturas o pueblos; determinación
estructural de los cambios; predictibilidad; relación de oposición entre orden y cambio;
separación entre sujeto y objeto, entre subjetividad y mundo externo al sujeto. xxiii
Si bien en una mirada retrospectiva estas transformaciones fueron profundas, sus impactos
en la exposición histórica escrita fue, más en sentido de desplazamientos conceptuales, que
en términos de cambios bruscos. Estas mutaciones y/o desplazamientos conceptuales
implicaron que la práctica investigativa en nuestra disciplina fue embebiéndose de las
contribuciones del pensamiento complejo. Los esencialismos, dicotomías, oposiciones
binarias, fragmentación, disyunción, objetivación, que caracterizaron a las teorías sociales
propias de la perspectiva de la simplicidad y que fueron rasgos esenciales de las ciencias
sociales se fueron desmoronado.
El resquebrajamiento de esta perspectiva de la simplicidad implicó los cuestionamientos y
la caída de los grandes meta-relatos construidos por las ciencias sociales de los siglos XIX
y XX, que supusieron la victoria de Occidente a partir de una modernización simple, lineal
e industrial cuyo eje fue el Estado racional weberiano: el Estado Moderno.
En un artículo publicado en 1992, John Elliott ya advirtió a la comunidad de historiadores
sobre estos desplazamientos/mutaciones que estaban acaeciendo en relación a la idea de
Estado Moderno. Señalaba que las ideas sobre el estado territorial soberano seguían siendo,
por entonces, el principal foco de atención en las visiones de conjunto sobre la teoría
política de la edad moderna, a expensas de otras tradiciones que se ocupaban de formas
alternativas de organización política después consideradas anacrónicas, en una Europa que
había vuelto las espaldas a la monarquía universal y había subsumido sus particularismos
locales en estados-nación unitarios”.xxiv
Para dar cuenta de esta afirmación el historiador británico retomó un artículo publicado por
H. G. Koenigsberger en 1975 que afirmaba que los Estados del período moderno eran
Estados compuestos, los cuales incluían más de un país bajo el dominio de un solo
soberano. En nota al pie refrendó esta aseveración con la cita a Conrad Russell, quien
propuso para el caso británico el concepto de reinos múltiples.
Interesa aquí destacar que la asunción de estos aportes conceptuales es explicada por
Elliott, tanto por las necesidades de la situación geopolítica de Europa y de la comunidad
económica europea al momento de escribir el artículo, como por “un reconocimiento
histórico cada vez mayor de la verdad en que se basa la afirmación de Koenigsberger de
que ‘la mayoría de los estados del período moderno fueron estados compuestas, los cuales
incluían más de un país bajo el dominio de un solo soberano’”.xxv
Con la expresión “a la verdad en la que se basa” debe entenderse la fuerza explicativa de
las fuentes. Pero también debe entenderse que está expresando ya un cuestionamiento a la
idea de Estado racional territorial y con ello a las teorías sociales que le dieron origen. Al
respecto Elliott alertó en 1992 sobre que este Estado compuesto no era una parada
intermedia y obligada en el camino a la estatalidad unitaria, y agregó que no debería darse
por sentado que a caballo entre los siglos XV y XVI éste ya era el destino final del trayecto.
Como se observa, la Edad Moderna dejó de ser conceptualizada como la antesala de los
tiempos contemporáneos, su introducción o su prólogo. Esta nueva cosmovisión
historiográfica sobre los tiempos modernos se anticipó en la historia política, más bien en la
nueva historia política que había tomado forma.xxvi Ya estaba derrumbada en la escritura
histórica de fines del siglo XX esa visión lineal, ascendente y teleológica, de un
encadenamiento de los procesos que llevaba al Estado nación liberal.
Once años después del artículo de Koenigsberger, Sharon Kettering apoyada en los trabajos
de antropólogos, sociólogos y politólogos revisó la noción de fidelidad desarrollada por
Roland Mousnier. Ello le permitió articular una poderosa propuesta explicativa basada en
las solidaridades y lealtades, tanto horizontales y verticales, que se articulan en la sociedad
de antiguo régimen, mediante redes de clientelismo y patronazgo.xxvii Este trabajo fue el
que motorizó, a juicio de algunos, la crisis modelo del absolutismo monárquico y
contribuyó al inicio de su revisión.xxviii
El trabajo de Kettering supuso la introducción de la perspectiva relacional en los estudios
de las sociedades de los tiempos modernos. Ello también significó el abandono al
tradicional desglose sociológico de lo social, al cual tanto los enfoques estructuralistas y
funcionalistas nos habían acostumbrado. A partir de mediados de los años 80, las
sociedades del antiguo régimen dejaron gradualmente de ser analizadas en términos de
grupos/estamentos/clases y comenzaron a ser estudiadas a partir de redes de relaciones
clientelares y de patronazgo.
De este modo la práctica historiográfica tomó distancia de diferentes atributos propios de la
perspectiva de la simplicidad. Por un lado se renunció a la idea de totalidad, a la
fragmentación de ese todo en partes y a las oposiciones binarias sobre las que se construyó
el paradigma estatalista. Vale observar, que el análisis relacional obligaba a dejar de lado
las tradicionales dicotomías público/privado y tradicional/moderno que caracterizaron y
fueron necesarias en el enfoque weberiano. En este proceso de apartamiento también se
puso en duda la idea fuerza del Estado como una maquinaria burocrática despersonalizada.
Los desarrollos de la nueva historia política acordaron que la visión tradicional del rey con
un poder absoluto no era la adecuada para entender las realidades políticas de las
sociedades del antiguo régimen. Los vínculos de patronazgo, amistad y clientelismo dieron
cuenta que el paradigma dominante se había desplazado desde un monarquía centralizada y
absoluta a una monarquía y un rey que ejercía su poder en “colaboración” con poderosas
cortes y poderosas elites, tal como la caracterizó el historiador estadounidense William
Beik.xxix Un rey que gobernaba mediante compromiso, negociación, distribución de
recursos, para poder permanecer en el poder y sostener las diferencias jerárquicas.
Una nueva visión sobre el absolutismo francés pasó a convertirse en la renovada ortodoxia
que comenzó a desplazar las viejas formulaciones del siglo XIX. Al respeto, Beik advirtió
que estos cambios de paradigma eran una preocupación de la historiografía anglófona, que
a diferencia de su par francesa había dirigido sus intereses a profundizar los nuevos
estudios en materia de historia política.xxx
En este proceso de revisión profunda de los trazos dejados por la historia escrita de los
siglos XIX y XX, los tiempos modernos dejaron de ser vistos como la antesala de los
procesos contemporáneos y perdieron también el carácter de transición que les había
asignado la historiografía marxista. La nueva historiografía asume que tienen características
que le son propias, tales como la venalidad de los cargos, las redes de patronazgo, un
sistema social en el cual los privilegios, las jerarquías y las desigualdades son vistos por el
conjunto societal como naturales. Pero, también entiende que no son medievales, aunque el
poder de los “grandes” y las cortes siga presente y, aunque la práctica de gobierno del
monarca sea en base a las relaciones personales e incluso sin su presencia física.
El concepto de Estado perdió con los nuevos hallazgos su poderoso poder explicativo. Los
historiadores encontraron más adecuado el término monarquía para referirse a estas
particulares entidades políticas configuradas entre los siglos XVI y XVIII. Esta mutación
conceptual puede observarse en la obra citada de John Elliot, para quien “las monarquías
compuestas estaban construidas sobre un contrato mutuo entre la corona y la clase dirigente
de sus diferentes provincias, que confería incluso a las uniones más artificiales y arbitrarias
una cierta estabilidad y resistencia […], sólo podían tener esperanzas de sobrevivir si los
sistemas de patronazgo se mantenían meticulosamente y ambas partes se atenían a las
reglas básicas establecidas en el acuerdo original de unión”.xxxi
José Martínez Millán entiende que fue este modelo de coordinación política usado por los
reyes españoles el que permitió mantener juntos, a modo de ejemplo, a todos los territorios
de la monarquía española. Los reinos de Castilla, Aragón, Portugal y Navarra, durante el
siglo XVI preservaron sus autonomías, conservaron sus casas, pese a que los monarcas
podían residir en cualquier lugar.xxxii En esta nueva concepción de las unidades políticas
modernas la esfera aparentemente privada del monarca cobró importancia sobre la faz
gubernamental. Para el historiador español es la coordinación precisa de la casa borgoñona
y la diversidad de los modelos de servicio para el monarca y para su familia lo que
posibilitó Felipe II integrar las elites de todos los reinos en una nueva organización política,
denominada la monarquía hispánica.xxxiii
Conclusiones
Las más de las veces los historiadores no son propensos a reflexionar sobre su propia
práctica. En estas breves páginas se ha considerado oportuno poner en diálogo a la historia
escrita con los aportes actuales de la sociología de la ciencia y del pensamiento complejo.
Ello desde las posibilidades, lecturas, interrogantes de un espacio no europeo.
En materia del Estado moderno la historiografía ha tenido pérdidas y ganancias. Por un
lado el concepto se ha vuelto inútil para entender la dinámica de las sociedades de Antiguo
régimen, y en ese sentido, la historia moderna ha perdido una categoría estructurante del
conocimiento histórico en los siglos XIX y XX.
Y, por otro lado, las ganancias han dado cuenta de giros conceptuales más sofisticados y
complejos, que emergen del diálogo de la teoría y de la empiria, a la vez que se alejan del
forzado corset teleológico con el que se escribía la Historia.
El saldo es favorable y desafía a los historiadores de la Edad Moderna a un diálogo y
compromiso mayor con el presente.

María Fernanda Justiniano

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